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Antropología vial, género y estereotipos culturales

Por Pablo Wright*

conicet.gov.ar

El Día Nacional de la Seguridad Vial nos hace reflexionar sobre la cultura vial argentina desde la
Antropología Social, a partir de investigaciones del equipo Culturalia del Instituto de Ciencias
Antropológicas (FFyL-UBA). En confluencia con estudios de la Sociología y de la Historia, podemos
afirmar que el modo de ser en la calle o en la vereda de los ciudadanos argentinos, o de cualquier
país para el caso, en tanto peatones o conductores de cualquier vehículo, como toda situación
social, es aprendida desde la infancia.

Estas conductas se aprenden de un amplio repertorio de posibilidades que ofrece la sociedad,


mediada por instituciones esenciales como la familia, la escuela, y/o los organismos públicos
encargados de la educación y control vial. Lo que observamos en calles y veredas no está sujeto al
capricho o arbitrio de cada quien, aun cuando haya márgenes de decisión voluntaria en cuanto a
trayectorias, destinos o modos de movilidad. Este modo de conducirnos es aprendido de esta
biblioteca práctica de acciones y sentidos que es la cultura, que nos llega como un largo producto
de la historia, aunque la sintamos inmanente, es decir parte de un presente eterno, o como se
suele decir, del “ser argentino”.

Aprendemos a caminar, a hablar, a comer, y también a andar en bici, a subir a una moto o a
conducir un vehículo y sus normas de etiqueta, todo eso no se da en el aire vacío sino dentro de
un horizonte cultural que nos forma y nos define como pequeños, primero, luego como
adolescentes, y luego como adultos. También nos modela como sujetos sexuados, o sea cómo
actuamos como hombres y como mujeres. Aunque estas polaridades tienen sus matices y
posibilidades diversas, en términos de estereotipos, la esfera de lo tecnológico, de las
herramientas o de los “fierros” parece ser en la sociedad occidental esencialmente masculina,
propia de los hombres y sus saberes circulan entre ellos.

El templo mayor de las herramientas viales, el taller mecánico, es un ámbito típicamente


masculino, decorado con imágenes de mujeres hermosas tapizando sus paredes, recordando esa
suerte de polaridad cósmica que opone y une los géneros. Hay grasa, hay suciedad, y los cuerpos
son sujetos a grandes esfuerzos físicos. El mundo de los vehículos parece pertenecer a la esfera
simbólica de lo masculino, en donde las mujeres, para decirlo exageradamente, juegan de
visitantes, o se transforman en objeto de deseo.
Las construcciones culturales son básicamente sistemas de sentido compartidos y materializados
en símbolos a los que asociamos un sentido inmediato (auto=hombre; cocina=mujer) que se
patentizan en las publicidades de automóviles, o por ejemplo, en los artículos de cocina. La gente,
impulsada por el mercado del consumo, que es expresión, pero también generador de imaginarios
culturales, parece aceptarlas, aunque en la práctica esos roles puedan ser efectivamente
diferentes. Recordemos también las jugueterías, esos laboratorios de modelación de infantes:
autitos o cosas de fuerza para los nenes y cocinitas, pinturas, collares o Barbies para las nenas.
Todo esto se puede observar empíricamente en el sentido común concentrado en situaciones
cotidianas de la calle con los epítetos usuales de “maneja como una mujer” o su inverso
masculino, o el modo en que se relacionan ambos con los problemas mecánicos al quedarse un
auto en la calle, o quién maneja cuando una pareja tiene auto o qué hace cada quien cuando llega
a la estación de servicio y carga nafta: ¿se queda o se baja?. Todos estos roles “oficiales”, no
marcados expresan esas esferas de la cultura donde se ve la división sexual del trabajo relacionada
con los vehículos, la mecánica y las herramientas.

Pues bien, por mal que le pese al ciudadano argentino hombre promedio, no hay en la naturaleza
femenina nada esencial o universal que haga que manejen de cierta forma, o que no puedan tener
talleres, correr carreras y ser las más “tuercas” de todos. Eso que parece natural es producto de la
historia y la cultura, y por lo tanto podría ser de otro modo, o lo será, ya que la cultura es
esencialmente histórica y mutable, cambia aunque mucho no nos demos cuenta de ello. Un
ejemplo de este cambio subrepticio pero inevitable es la moda, y cómo esos patrones culturales
nos hacen percibir algo como “viejo” o “nuevo”: un Siam Di Tella de los taxis que circulaban por las
ciudades argentinas de la década de 1960 ahora se nos aparece como muy cuadrado, grande y con
formas que contrastan con las redondeadas de los autos actuales que se diseñan en túneles de
viento. Esa “naturalidad” de lo viejo o lo nuevo puede compararse con la naturalidad de los roles
de hombres y mujeres al volante, que son aprendidos generalmente en la familia a través de
alguien que enseña.

En general la socialización vial en nuestro país se transmite por vía paterna aunque hay
excepciones. Lo mismo ocurre si se aprende en academias de manejo, la mayoría que enseña son
hombres. Esto no es casualidad y se relaciona con lo que venimos señalando antes. La sociedad, a
través de la familia, su unidad orgánica clave, nos modela como seres sociales que portan una
cultura. Saber esto nos brinda herramientas conceptuales e ideológicas para desnaturalizar roles
estereotipados que asignan una naturaleza estática a algo que es histórico y cultural. Dicho esto,
estamos entonces en condiciones de apreciar con más detalle y sentido crítico las conductas de
género que se observan en la calle, y pensarlas como algo modificable, donde el hombre y sus
“fierros” puedan relativizar su dominio, para dar paso a una cooperación complementaria más
adulta y culturalmente responsable. Esto facilitará, en ámbitos de políticas públicas y diseño de
acciones concretas, insumos necesarios para una mejor intervención social en aras de lograr una
ciudadanía vial más plena y democrática.

* Pablo Wright es investigador Superior del CONICET y director de la Sección Etnología del
Instituto de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Buenos Aires (UBA).

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