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Sinopsis .................................... 6 17 .......................................... 303

Lista de Reproducción Shannon 8 18 .......................................... 354

Lista de Reproducción Johnny 10 19 .......................................... 370

1 ............................................. 13 20 .......................................... 399

2 ............................................. 31 21 .......................................... 412

3 ............................................. 43 22 .......................................... 422

4 ............................................. 62 23 .......................................... 430

5 ............................................. 89 24 .......................................... 447

6 ........................................... 135 25 .......................................... 457

7 ........................................... 158 26 .......................................... 464

8 ........................................... 186 27 .......................................... 480

9 ........................................... 201 28 .......................................... 493

10 ......................................... 219 29 .......................................... 497

11 ......................................... 244 30 .......................................... 507

12 ......................................... 252 31 .......................................... 518

13 ......................................... 261 32 .......................................... 560

14 ......................................... 269 33 .......................................... 576

15 ......................................... 279 34 .......................................... 585

16 ......................................... 295 35 .......................................... 605


36 ......................................... 613 54 .......................................... 913

37 ......................................... 628 55 .......................................... 927

38 ......................................... 646 56 .......................................... 937

39 ......................................... 652 57 .......................................... 944

40 ......................................... 658 58 .......................................... 965

41 ......................................... 679 59 .......................................... 968

42 ......................................... 683 60 ........................................ 1029

43 ......................................... 739 61 ........................................ 1032

44 ......................................... 744 62 ........................................ 1037

45 ......................................... 762 63 ........................................ 1041

46 ......................................... 779 64 ........................................ 1071

47 ......................................... 798 65 ........................................ 1079

48 ......................................... 805 66 ........................................ 1090

49 ......................................... 827 67 ........................................ 1105

50 ......................................... 834 68 ........................................ 1123

51 ......................................... 865 Canciones según el


momento…………………..1135
52 ......................................... 893
Sobre la Autora ................... 1137
53 ......................................... 902
Próximo Libro ..................... 1138
Me gustaría dedicar Binding 13 a cualquiera que
alguna vez haya tenido un sueño que se atrevió a
perseguir con incansable ansia e impulso.

Esta historia es para ti.

Chloe. xox
Su primer y último amor verdadero siempre ha sido el rugby. Hasta
ahora.

Él quiere salvarla.

Ella quiere esconderse.

Ella está dañada.

Él está decidido.

El destino los unió.

El amor los ata.

Johnny Kavanagh lo tiene todo a su favor. En el campo de rugby,


es una fuerza a tener en cuenta. Preparado para el estrellato, se dirige
directamente a la cima. Nada puede interponerse en su camino, ¿verdad?

Ni siquiera la tímida chica nueva del Colegio Tommen. La de ojos


tristes y moretones ocultos. La que lo distrae como nadie lo ha hecho
nunca.

Plagado por una lesión oculta y desesperado por impresionar a los


cazadores de talentos que vigilan cada uno de sus movimientos, Johnny
ha sido colocado en un pedestal tan alto que no tiene espacio para
cometer errores.

Esforzándose por mantener el equilibrio, y en la cresta de la


Campaña Internacional de Verano, Johnny necesita mantener la cabeza
en el juego. Tiene que mantenerse centrado y no puede darse el lujo de
dejar que las distracciones se interpongan en su camino.
Pero, ¿qué ocurre cuando una chica solitaria de ojos tristes se
convierte en la única imagen?

La vida nunca ha sido fácil para Shannon Lynch. Acosada y


torturada, llega al Colegio Tommen a mitad del ciclo escolar rezando por
un nuevo comienzo y desesperada por sacudirse los demonios que la
acosan.

En su primer día en la prestigiosa escuela privada, entra en contacto

con el notorio Johnny Kavanagh.


Al girar en espiral por sus sentimientos hacia él, y desesperada por
mantener un perfil bajo, Shannon se encuentra de nuevo en el punto de
mira de los maltratadores mientras forma una frágil alianza con la
estrella emergente del rugby.

Entablando una complicada amistad y lidiando con su innegable


química, Johnny y Shannon deben enfrentar obstáculos que amenazan
su relación.

Dos adolescentes de lados opuestos de las vías colisionan.

La amistad, el primer amor, la fama ascendente, los secretos


espeluznantes y el dolor, todo ello se fusiona en Binding 13.

Los corazones se unen y las vidas se entrelazan en Binding 13.


Adele – River Lea

Boy & Bear – Fall at Your Feet

Joshua Radin – Here Comes the Sun

Astroline – Close My Eyes

Adele – One and Only

Sia – Breathe Me

Raign – Knocking On Heaven's Door

Natalie Merchant – My Skin

Carly Rae Jepson – I Really Like You

Nora Jones – Come Away With Me

The Fray – You Found Me

Imelda May – Johnny Got a Boom Boom

Jessica Simpson – With You

Robyn – Dancing On My Own.

Natasha Bedingfield – Wild Horses

Hayley Williams – Airplanes

Paramore – The Only Exception


Lady Gaga – Paparazzi

Pink – Family Portrait

Madonna – Crazy For You

The Corrs – Runaway

Miley Cyrus – Malibu

Hunter Hayes – Invisible

Camilla Cabello – Consequences

Taylor Swift – Love Story

Anne-Marie – 2002

Celine Dion – A New Day Has Come

The Chainsmokers – Don’t Let Me Down

Kate Nash – Nicest Thing

Haley Reinhart – Can't Help Falling In Love

Rachel Platten – Stand by You

Anne-Marie – Alarm

Paramore – Still into You

Katrina and the Waves – Walking on Sunshine

Anna Nalick – Breathe (2am)


The Coronas –Give Me A Minute

Picture This – 95

Lewis Capaldi – Bruises

Kid Rock – First Kiss

Picture This – Jane

Troye Sivan – YOUTH (Acoustic)

John Mayer – Daughters

Eminem – Superman (Remix)

Gym Class Heroes – Cupid's Chokehold

Eagle-Eye Cherry – Save Tonight

Bend Sinister – Shannon

Gym Class Heroes – Stereo Hearts

MAX – I'll Come Back for You

Ed Sheeran – Give me Love

You Me At Six – Take On The World

Chuck Berry – Johnny B. Goode

Richie Valens – We Belong Together


Reckless Kelly – Wicked Twisted Road

Nelly & Tim McGraw – Over and Over Again

Jamie Lawson – Ahead of Myself

Jason Derulo – Trumpets

Jamie Lawson – A Little Mercy

A1 – Same Old Brand New You

Jamie Lawson – Can't See Straight

Making April – Paparazzi

Jamie Lawson – Don’t Let me Let you Go

Jamie Lawson – In Our Own Worlds

Jamie Lawson – I'm Gonna Love You

Westlife – Bop Bop Baby

David Gray – This Year's Love

New Hollow – She Ain't You

Nelly Furtado – Try (Douglas George cover)

Imagine Dragons – Thunder

Scouting for Girls – Heartbeat

Picture This – You & I

Scouting for Girls – Marry Me

Placebo – Every You Every Me

Boyzone – Love me for a Reason


The Script – Nothing

Every Avenue – Only Place I Call Home

Justin Timberlake – Mirrors

Blake Shelton – Sangria

New Hollow – She Ain't You


Grandes Esperanzas

Shannon
Era el 10 de enero de 2005.

Un año completamente nuevo, y el primer día de regreso a la escuela


después de las vacaciones de Navidad.

Y estaba nerviosa, tan nerviosa, de hecho, que había vomitado no


menos de tres veces esta mañana.

Mi pulso latía a un ritmo preocupante; mi ansiedad era la culpable de


los latidos erráticos de mi corazón, sin mencionar la causa de que mi
reflejo de vómito me abandone.

Alisando mi nuevo uniforme escolar, miré mi reflejo en el espejo del


baño y apenas me reconocí.

Blazer azul marino con el escudo del Colegio Tommen en el pecho


con blusa blanca y corbata roja. Falda gris que terminaba en la rodilla,
revelando dos piernas flacas y poco desarrolladas, y terminaba con
medias color canela, calcetines azul marino y zapatos de salón negros de
cinco centímetros.

Parecía un implante.

También me sentía como uno.


Mi único consuelo era que los zapatos que me compró mamá me
hicieron subir al metro cincuenta y cinco. Yo era ridículamente pequeña
para mi edad en todos los sentidos.

Estaba extremadamente delgada, subdesarrollada con huevos fritos


por pechos, claramente intacta por el boom de la pubertad que había
golpeado a todas las chicas de mi edad.

Mi largo cabello castaño estaba suelto y fluía por la mitad de mi


espalda, apartado de mi rostro con una cinta para el cabello de color rojo
liso. Mi cara estaba libre de maquillaje, haciéndome lucir tan joven y
pequeña como me sentía. Mis ojos eran demasiado grandes para mi
rostro y de un impactante tono azul.

Traté de entrecerrar los ojos, para ver si eso hacía que mis ojos
parecieran más humanos, e hice un esfuerzo consciente para adelgazar
mis labios carnosos metiéndolos en mi boca.

No.

Entrecerrar los ojos sólo me hacía parecer discapacitada y un poco


estreñida.

Exhalando un suspiro de frustración, me toqué las mejillas con la


punta de los dedos y exhalé un suspiro entrecortado.

Lo que me faltaba en los departamentos de altura y pecho, me


gustaba pensar que lo compensaba con madurez. Era sensata y un alma
vieja.

Nana Murphy siempre decía que nací con una cabeza vieja sobre mis
hombros.

Era cierto hasta cierto punto.

Nunca había sido alguien que se desconcertara por los chicos o las
modas pasajeras.
Simplemente no estaba en mí.

Una vez leí en alguna parte que maduramos con el daño, no con la
edad.

Si ese es el caso, yo era una jubilada de la vejez en las apuestas


emocionales.

Muchas veces me preocupaba no funcionar como otras chicas. No


tenía los mismos impulsos o interés en el sexo opuesto. No tenía interés
en nadie; chicos, chicas, actores famosos, modelos atractivos, payasos,
cachorros… Bueno, está bien, me interesaban los cachorros lindos y los
perros grandes y esponjosos, pero el resto lo podía dar o recibir.

No tenía ningún interés en besar, tocar o acariciar de ningún tipo. No


podía soportar la idea de ello. Supongo que ver cómo se desmoronaba la
tormenta de mierda que fue la relación de mis padres me había desviado
de la posibilidad de unirme a otro ser humano de por vida. Si la relación
de mis padres era una representación del amor, entonces no quería ser
parte de ella.

Preferiría estar sola.

Sacudiendo la cabeza para despejar mis estruendosos pensamientos


antes de que se oscurecieran hasta el punto de no retorno, miré mi reflejo
en el espejo y me obligué a practicar algo que rara vez hacía en estos días:
sonreír.

Respiraciones profundas, me dije. Este es tu nuevo comienzo.

Abrí el grifo, me lavé las manos y me eché un poco de agua en mi


rostro, desesperada por calmar la ardiente ansiedad que ardía dentro de
mi cuerpo, la perspectiva de mi primer día en una nueva escuela era una
idea desalentadora.

Cualquier escuela tenía que ser mejor que la que estaba dejando atrás. El
pensamiento entró en mi mente y me estremecí de vergüenza. Escuelas,
pensé abatida, en plural.
Sufrí acoso incesante tanto en la escuela primaria como en la
secundaria.

Por alguna cruel y desconocida razón, me había convertido en el


blanco de las frustraciones de todos los niños desde la tierna edad de
cuatro años.

La mayoría de las niñas de mi clase decidieron desde el primer día


que no les agradaba y que no debían asociarse conmigo. Y los chicos,
aunque no eran tan sádicos en sus ataques, no eran mucho mejores.

No tenía sentido porque me llevaba bien con los otros niños de


nuestra calle y nunca tuve altercados con nadie en la propiedad en la que
vivíamos.

Pero ¿la escuela?

La escuela fue como el séptimo círculo del infierno para mí, los
nueve, en lugar de los ocho años habituales de primaria, habían sido una
tortura.

El jardín de infantes fue tan angustioso para mí que tanto mi madre


como mi maestra decidieron que sería mejor detenerme para que pudiera
repetir el año con una nueva generación. A pesar de que fui igual de
miserable en mi nueva clase, hice un par de amigas cercanas, Claire y
Lizzie, cuya amistad me había hecho soportable la escuela.

Cuando llegó el momento de elegir una escuela secundaria y


preparatoria en nuestro último año de primaria, me di cuenta de que era
muy diferente a mis amigas.

Claire y Lizzie asistirían al Colegio Tommen el siguiente septiembre;


una espléndida escuela privada de élite, con fondos masivos e
instalaciones de primer nivel, provenientes de los sobres marrones de
padres adinerados que estaban empeñados en asegurarse de que sus hijos
recibieran la mejor educación que el dinero podía comprar.
Mientras tanto, me habían matriculado en la escuela pública local,
superpoblada, en el centro de la ciudad.

Todavía recordaba la horrible sensación de ser separada de mis


amigas.

Estaba tan desesperada por alejarme de los matones que incluso le


rogué a mamá que me enviara a Beara a vivir con su hermana, la tía Alice
y su familia, para poder terminar mis estudios.

No había palabras para describir el sentimiento de devastación que


se apoderó de mí cuando mi padre puso su pie en la tierra sobre mudarme
con la tía Alice.

Mamá me amaba, pero era débil y estaba cansada así que no opuso
resistencia cuando papá insistió en que asistiera a la Escuela
Comunitaria Ballylaggin.

Después de eso, empeoró.

Más vicioso.

Más violento.

Más físico.

Durante el primer mes del primer año, varios grupos de niños me


acosaron y me exigieron cosas que no estaba dispuesta a darles.

Después de eso, me etiquetaron como frígida porque no me llevaría


bien con los mismos chicos que habían hecho de mi vida un infierno
durante años.

Los más malos me etiquetaron como transexual, sugiriendo que la


razón por la que era tan frígida era porque tenía partes de niño debajo de
la falda.

No importa cuán crueles fueran los niños, las niñas eran mucho más
inventivas.
Y mucho peores.

Difundieron rumores maliciosos sobre mí, sugiriendo que tenía


anorexia y tiraba mi almuerzo en los baños después del almuerzo todos
los días.

No era anoréxica, ni bulímica, para el caso.

Estaba petrificada cuando estaba en la escuela y no podía soportar


comer nada porque cuando vomitaba, y era un evento frecuente, era una
respuesta directa al peso insoportable del estrés en el que estaba.
También era pequeña para mi edad; baja, sin desarrollar y delgada, lo
que no ayudó a mi causa a desviar los rumores.

Cuando cumplí quince años y todavía no había tenido mi primer


período, mi madre hizo una cita con nuestro médico de cabecera local.
Después de varios análisis de sangre y exámenes, nuestro médico de
cabecera nos había asegurado tanto a mi madre como a mí que yo estaba
saludable y que era común que algunas niñas se desarrollaran más tarde
que otras.

Había pasado casi un año desde entonces y, aparte de un ciclo


irregular en el verano que había durado menos de medio día, todavía no
tenía un período adecuado.

Para ser honesta, había renunciado a que mi cuerpo funcionara como


una chica normal cuando claramente, yo no lo era.

Mi doctor también alentó a mi madre a evaluar mi cambio escolar,


sugiriendo que el estrés que sufría en la escuela podría ser un factor
contribuyente a mi evidente retraso físico en el desarrollo.

Después de una acalorada discusión entre mis padres en la que mamá


había defendido mi caso, me enviaron de regreso a la escuela, donde fui
sometida a un tormento implacable.

Su crueldad variaba desde los insultos y la difusión de rumores hasta


pegarme toallas sanitarias en la espalda y luego agredirme físicamente.
Una vez, en la clase de Economía Doméstica, algunas de las chicas
en el asiento detrás de mí cortaron un trozo de mi cola de caballo con
unas tijeras de cocina y luego lo agitaron como un trofeo.

Todos se habían reído y creo que en ese momento había odiado más
a los que se reían de mi dolor que a los que lo causaban.

En otra ocasión, durante Educación Física, las mismas chicas me


tomaron una foto en ropa interior con uno de sus teléfonos con cámara
y se la enviaron a todos en nuestro año. El director tomó medidas
enérgicas rápidamente y suspendió a quién era la propietaria del
teléfono, pero no antes de que la mitad de la escuela se riera a costa mía.

Recordaba haber llorado tanto ese día, no frente a ellas por supuesto,
sino en los baños. Me había encerrado en un cubículo y contemplado
terminar con todo. Sólo tomar un montón de pastillas y terminar con
todo el maldito asunto.

La vida, para mí, era una amarga decepción y, en ese momento, no


quería participar más en ella.

No lo hice porque era demasiado cobarde.

Tenía demasiado miedo de que no funcionara y me despertara y


tuviera que enfrentar las consecuencias.

Yo era un maldito desastre.

Mi hermano, Joey, dijo que me atacaban porque era guapa y llamó


perras celosas a mis torturadoras. Me dijo que yo era hermosa y me
instruyó a elevarme por encima de eso.

Era más fácil decirlo que hacerlo, y tampoco estaba tan segura de esa
hermosa declaración.

Muchas de las chicas que me atacaban eran las mismas que me


habían estado acosando desde el preescolar.
Dudaba que las apariencias tuvieran algo que ver con eso en ese
entonces.

Yo simplemente era desagradable.

Además, por mucho que intentaba estar ahí para mí y defender mi


honor, Joey no entendía cómo era la vida escolar para mí.

Mi hermano mayor era el polo opuesto a mí en todas las formas de


la palabra.

Donde yo era baja, él era alto. Yo tenía ojos azules, él verdes. Mi


cabello era oscuro, el de él era rubio. Su piel era dorada por el sol, yo era
pálida. Él era franco y ruidoso, mientras que yo era callada y reservada.

El mayor contraste entre nosotros era que mi hermano era adorado


por todos en la Escuela Comunitaria Ballylaggin, también conocida
como ECB, la escuela secundaria y preparatoria pública local a la que
ambos asistíamos.

Por supuesto, obtener un lugar en el equipo de hurling menor de


Cork ayudó al estado de popularidad de Joey en el camino, pero
incluso sin deportes, era un gran tipo.

Y siendo el gran tipo que era, Joey trató de protegerme de todo, pero
era una tarea imposible para un solo hombre.

Joey y yo teníamos un hermano mayor, Darren, y tres hermanos


menores: Tadhg, Ollie y Sean, pero ninguno de nosotros había hablado
con Darren desde que se fue de la casa cinco años antes, luego de otra
infame pelea con nuestro padre. Tadhg y Ollie, que tenían once y nueve
años, sólo estaban en la escuela primaria, y Sean, que tenía tres años,
apenas había dejado los pañales, por lo que no estaba exactamente lleno
de protectores a los que recurrir.

Fue en días como este que extrañaba a mi hermano mayor.


A los veintitrés, Darren era siete años mayor que yo. Grande e
intrépido, era el hermano mayor definitivo para todas las niñas que
crecían.

Desde niño, había adorado el suelo que pisaba; siguiéndolo a él y a


sus amigos, acompañándolo a donde quiera que fuera. Siempre me
protegió, asumiendo la culpa en casa cuando hacía algo mal.

No fue fácil para él, y siendo yo mucho más joven que él, no había
entendido el alcance total de su lucha. Mamá y papá sólo se habían
estado viendo un par de meses cuando ella quedó embarazada de Darren
a los quince años.

Etiquetado como un bebé bastardo porque nació fuera del


matrimonio en la Irlanda Católica de 1980, la vida siempre había sido un
desafío para mi hermano. Después de cumplir once años, todo empeoró
mucho para él.

Al igual que Joey, Darren era un jugador de hurling fenomenal y, al


igual que a mí, nuestro padre lo despreciaba. Siempre encontraba
algo malo en Darren, ya fuera su cabello o su letra, su desempeño en
el campo o su elección de pareja.

Darren era gay y nuestro padre no podía soportarlo.

Él culpó de la orientación sexual de mi hermano a un incidente del


pasado, y nada de lo que alguien dijo pudo hacerle entender a nuestro
padre que ser gay no era una elección.

Darren nació gay, de la misma manera que Joey nació heterosexual


y yo nací vacía.

Él era quien era y me rompió el corazón que no fuera aceptado en su


propia casa.

Vivir con un padre homofóbico fue una tortura para mi hermano.


Odiaba a papá por eso, más de lo que lo odiaba por todas las otras
cosas terribles que había hecho a lo largo de los años.

La intolerancia de mi padre y su flagrante comportamiento


discriminatorio hacia su propio hijo fue, con mucho, el más vil de sus
rasgos.

Cuando Darren se tomó un año fuera del hurling para concentrarse


en su certificado de salida, nuestro padre había enloquecido. Meses de
discusiones acaloradas y altercados físicos dieron como resultado una
gran pelea en la que Darren hizo las maletas, salió por la puerta y nunca
regresó.

Habían pasado cinco años desde esa noche, y aparte de la tarjeta de


Navidad anual en el correo, ninguno de nosotros había visto ni sabido
nada de él.

Ni siquiera teníamos un número de teléfono o dirección para él.

Prácticamente desapareció.

Después de eso, toda la presión que nuestro padre había ejercido


sobre Darren se trasladó a los niños más pequeños, que eran, a los ojos
de nuestro padre, sus hijos normales.

Cuando no estaba en el pub o en las casas de apuestas, nuestro padre


arrastraba a los niños al entrenamiento y partidos.

Enfocó toda su atención en ellos.

Yo no le servía de nada, por ser una chica y todo eso.

No era buena en los deportes, ni sobresalía en la escuela ni en


ninguna actividad del club.

A los ojos de mi padre, yo era sólo una boca que alimentar hasta los
dieciocho años.
Eso tampoco era algo que se me hubiera ocurrido. Papá me dijo esto
en innumerables ocasiones.

Después de la quinta o sexta vez, me volví inmune a las palabras.

No tenía ningún interés en mí, y yo no tenía ningún interés en tratar


de estar a la altura de alguna expectativa irracional suya. Nunca sería un
niño, y no tenía sentido tratar de complacer a un hombre cuya mente
estaba en los años cincuenta.

Hacía tiempo que me cansé de suplicar amor a un hombre que, en


sus propias palabras, nunca me quiso.

Sin embargo, la presión que ejercía sobre Joey me preocupaba, y esa


era la razón por la que me sentía tan culpable cada vez que tenía que
acudir en mi ayuda.

Estaba en sexto año, su último año de preparatoria, y tenía sus


propias cosas en marcha: con la Liga de Fútbol GAA, su trabajo de
medio tiempo en la gasolinera, el certificado de egreso y su novia, Aoife.

Sabía que cuando yo sufría, Joey también lo hacía. No quería ser una
carga alrededor de su cuello, alguien de quien tuviera que cuidar
constantemente, pero había sido así desde que tengo memoria.

Para ser honesta, no podía soportar ver la decepción en los ojos de


mi hermano ni un minuto más en esa escuela. Pasándolo por los pasillos,
sabiendo que cuando me miraba, su expresión se hundía.

Para ser justos, los maestros de ECB habían tratado de protegerme


de la mafia de linchamiento, y la maestra de orientación de ECB, la Sra.
Falvy, incluso organizó sesiones quincenales de asesoramiento con un
psicólogo escolar durante el segundo año hasta que se cortaron los
fondos.

Mamá se las había arreglado para juntar el dinero para que yo viera
a un consejero privado, pero a €80 por sesión, y teniendo que censurar
mis pensamientos a pedido de mi madre, sólo la había visto cinco veces
antes de mentirle a mi madre y decirle que me sentía mejor.

No me sentí mejor.

Nunca me sentí mejor.

Simplemente no podía soportar ver a mi madre luchar.

Odiaba ser una carga financiera para ella, así que aguanté, sonreí y
seguí caminando hacia el infierno todos los días.

Pero el acoso nunca se detuvo.

Nada se detuvo.

Hasta que un día lo hizo.

La semana anterior a las vacaciones de Navidad del mes pasado, sólo


tres semanas después de un incidente similar con el mismo grupo de
chicas, llegué a casa llorando a mares, con el jersey del colegio
desgarrado por delante y la nariz tapada con un pañuelo desechable para
detener la hemorragia de la paliza que había recibido a manos de un
grupo de chicas de quinto año, quienes con vehemencia sugirieron que
había tratado de salir con el novio de una de ellas.

Era una mentira descarada, considerando que nunca vi al chico del


que me acusaron de tratar de seducir, y otra más en una larga lista de
patéticas excusas para golpearme.

Ese fue el día que paré.

Dejé de mentir.

Dejé de fingir.

Simplemente me detuve.
Ese día no fue sólo mi punto de quiebre, también fue el de Joey. Me
había seguido dentro de la casa con una semana de suspensión en su
haber por golpear a Ciara Maloney, el hermano de mi torturadora
principal.

Nuestra madre me había echado un vistazo y me había sacado de la


escuela.

En contra de los deseos de mi padre, quien pensó que necesitaba


endurecerme, mamá fue a la cooperativa de ahorro y crédito local y pidió
un préstamo para pagar las cuotas de admisión al Colegio Tommen, la
escuela secundaria privada de pago ubicada a veinticinco kilómetros al
norte de Ballylaggin.

Mientras me preocupaba por mi madre, sabía que si tenía que cruzar


las puertas de esa escuela una vez más, no volvería a salir.

Había llegado a mi límite.

La perspectiva de una vida mejor, una vida más feliz, colgaba frente
a mi cara y la había agarrado con ambas manos.

Y a pesar de que temía la reacción violenta de los niños de mi


propiedad social por asistir a una escuela privada, sabía que no podía ser
peor que la mierda que había soportado en la escuela que estaba dejando
atrás.

Además, Claire Biggs y Lizzie Young, las dos chicas que habían sido
mis amigas en la escuela primaria, estarían en mi clase en el Colegio
Tommen; el director, el Sr. Twomey, me lo aseguró cuando mi madre y
yo nos encontramos con él durante las vacaciones de Navidad para
matricularme.

Tanto mamá como Joey me alentaron con un apoyo incansable, con


mamá haciendo turnos adicionales de limpieza en el hospital para pagar
mis libros y el uniforme nuevo que incluía un blazer.
Antes del Colegio Tommen, los únicos blazers que había visto eran
los que usaban los hombres en misa los domingos, nunca los
adolescentes, y ahora sería parte de mi guardarropa diario.

Dejar la escuela secundaria local a la mitad de mi primer año de


certificación, un importante año de exámenes, había causado una gran
ruptura en nuestra familia, con mi padre furioso por gastar miles de euros
en una educación que era gratuita en la escuela pública cerca de la casa.

Cuando traté de explicarle a mi padre que la escuela no fue tan fácil


para mí como lo fue para su precioso hijo estrella de GAA, me hizo
callar, se negó a escucharme y me hizo saber en términos inequívocos
que no me apoyaría asistiendo a una escuela fina de rugby glorificada
con un montón de payasos privilegiados y engreídos.

Todavía podía recordar las palabras «Bájate de tu caballo, niña» y «Te


criaron lejos del rugby y las escuelas finas», sin mencionar mi favorito, «Nunca
encajarás con esos cabrones», saliendo de la boca de mi padre.

Quería gritarle «¡no vas a pagar por eso!» ya que papá no había trabajado
un día desde que yo tenía siete años, el mantener a la familia recaía en
mi madre, pero yo valoraba demasiado mi capacidad para caminar.

Mi padre no lo entendió, pero, de nuevo, tuve la sensación de que el


hombre nunca había sido objeto de intimidación ni un solo día en toda
su vida. Si había que maltratar, Teddy Lynch era quien lo hacía.

Dios sabe que maltrató a mamá lo suficiente.

Debido a la indignación de mi padre por mi educación, pasé la mayor


parte de mis vacaciones de invierno encerrada en mi habitación y
tratando de mantenerme fuera de su camino.

Siendo la única chica en una familia con cinco hermanos, tenía mi


propia habitación. Joey también tenía su propia habitación, aunque la
suya era mucho más grande que la mía, ya que la había compartido con
Darren hasta que se mudó. Tadhg y Ollie compartían otro dormitorio
más grande, Sean y mis padres residían en el dormitorio más grande.
A pesar de que era sólo el trastero en la parte delantera de la casa, sin
apenas espacio para columpiar a un gato, aprecié la privacidad que me
brindaba la puerta de mi propio dormitorio, con cerradura.

A diferencia de los cuatro dormitorios de arriba, nuestra casa era


diminuta, con una sala de estar, una cocina y un baño para toda la
familia. Era una casa adosada, y estaba situada en el borde de Elk’s
Terrace, la propiedad de protección oficial más grande de Ballylaggin.

El área era áspera y plagada de crimen y lo evité todo escondiéndome


en mi habitación.

Mi diminuta habitación era mi santuario en una casa, y una calle,


llena de bullicio y locura, pero sabía que no duraría para siempre.

Mi privacidad estaba en tiempo prestado porque mamá estaba


embarazada de nuevo.

Si tenía una niña, perdería mi santuario.

—¡Shan! —Los golpes estallaron al otro lado de la puerta del baño,


sacándome de mis pensamientos impenetrables—. ¡Date prisa, quieres!
Quiero mear.

—Dos minutos, Joey —respondí, luego continué mi evaluación de


mi apariencia.

»Puedes hacer esto —me susurré a mí misma—. Absolutamente


puedes hacer esto, Shannon.

Los golpes se reanudaron, así que rápidamente me sequé las manos


en la toalla que colgaba del perchero y abrí la puerta, los ojos se posaron
en mi hermano, que estaba parado en nada más que un par de bóxers
negros, rascándose el pecho.

Sus ojos se agrandaron cuando notó mi apariencia, la expresión


somnolienta en su rostro se tornó alerta y sorprendida. Lucía un ojo
morado tostado por el partido de lanzamiento en el que había jugado el
fin de semana, pero no parecía preocuparle ni un cabello de su hermosa
cabeza.

—Te ves… —La voz de mi hermano se apagó cuando me dio esa


evaluación fraternal. Me preparé para las bromas que inevitablemente
haría a mi costa, pero nunca llegaron—. Encantadora —dijo en su lugar,
ojos verde pálido, cálidos y llenos de preocupación no expresada—. El
uniforme te queda bien, Shan.

—¿Crees que estará bien? —Mantuve mi voz baja para no despertar


al resto de nuestra familia.

Mamá había trabajado dos turnos ayer y ella y papá estaban


durmiendo. Podía oír los fuertes ronquidos de mi padre detrás de la
puerta cerrada de su dormitorio, y los niños más pequeños tendrían que
ser sacados de sus colchones más tarde para ir a la escuela.

Como de costumbre, sólo éramos Joey y yo.

Los dos amigos.

—¿Crees que encajaré, Joey? —pregunté, expresando mis


preocupaciones en voz alta.

Podía hacer eso con Joey. Era el único de nuestra familia con el que
sentía que podía hablar y confiar. Miré mi uniforme y me encogí de
hombros con impotencia.

Sus ojos ardían con una emoción tácita mientras me miraba, y sabía
que se había levantado tan temprano no porque estuviera desesperado
por usar el baño, sino porque quería despedirse de mí en mi primer día.

Eran las 6:15 de la mañana.

Al igual que el Colegio Tommen, ECB no comenzaba hasta las 9:05


am, pero tenía que tomar un autobús y el único que pasaba por el área
salía a las 6:45 am.
Era el primer autobús del día que salía de Ballylaggin, pero era el
único que pasaba la escuela a tiempo. Mamá trabajaba casi todas las
mañanas y papá todavía se negaba a llevarme.

Cuando le pregunté a papá acerca de llevarme a la escuela anoche,


me dijo que si me bajaba de mi caballo y regresaba a la Escuela
Comunitaria Ballylaggin como Joey y todos los demás niños de nuestra
calle, no necesitaría un aventón a la escuela.

—Estoy jodidamente orgulloso de ti, Shan —dijo Joey con una voz
cargada de emoción—. Ni siquiera te das cuenta de lo valiente que eres.
—Aclarándose la garganta un par de veces, agregó—: Espera, tengo algo
para ti. —Con eso, cruzó el estrecho rellano y entró en su dormitorio,
regresando menos de un minuto después—. Toma —murmuró,
poniendo un par de billetes de €5 en mi mano.

—¡Joey, no! —Inmediatamente rechacé la idea de tomar su dinero


ganado con tanto esfuerzo. Para empezar, no ganaba mucho en la
gasolinera, y el dinero era difícil de conseguir en nuestra familia, por lo
que aceptar diez euros de mi hermano era inimaginable—. No puedo…

—Toma el dinero, Shannon. Son sólo diez —me indicó, dándome


una expresión sensata—. Sé que la abuela te dio el dinero del autobús,
pero ten algo en tu bolsillo. No sé cómo funciona esa mierda en ese lugar,
pero no quiero que entres allí sin unas cuantas libras.

Tragué el nudo de emoción que se abría paso hasta mi garganta y


logré sacar:

—¿Estás seguro?

Joey asintió, luego tiró de mí para abrazarme.

—Vas a estar grandiosa —susurró en mi oído, abrazándome tan


fuerte que no estaba segura de a quién estaba tratando de convencer o
consolar—. Si alguien te da la más mínima pizca de mierda, entonces
envíame un mensaje de texto e iré allí y quemaré esa maldita escuela
hasta los cimientos y a todos los tipos ricos y pequeños cabrones de rugby
que hay en ella.

Ese fue un pensamiento aleccionador.

—Va a estar bien —dije, esta vez poniendo un poco de fuerza en mi


voz, necesitando creer las palabras—. Pero llegaré tarde si no me pongo
en marcha y eso no es lo que necesito en mi primer día.

Le di a mi hermano un último abrazo, me puse el abrigo y agarré mi


mochila escolar, colocándola en mi espalda, antes de dirigirme a las
escaleras.

—Me envías un mensaje de texto —gritó Joey cuando estaba a la


mitad de los escalones—. Lo digo en serio, una olfateada de mierda de
cualquiera e iré a resolverlo por ti.

—Puedo hacer esto, Joey —susurré, lanzando una mirada rápida


hacia donde estaba apoyado contra la barandilla, mirándome con ojos
preocupados—. Puedo.

—Sé que puedes. —Su voz era baja y adolorida—. Yo sólo… estoy
aquí para ti, ¿de acuerdo? —terminó con una fuerte exhalación—.
Siempre aquí para lo que necesites.

Esto fue difícil para mi hermano, me di cuenta, mientras lo veía


indicarme que fuera a la escuela como un padre ansioso lo haría con su
primogénito. Siempre estaba peleando mis batallas, siempre saltando
para defenderme y llevarme a un lugar seguro.

Quería que estuviera orgulloso de mí, que me viera como algo más
que una niña que necesitaba su protección constante.

Necesitaba eso para mí.

Con renovada determinación, le di una brillante sonrisa y luego salí


corriendo de la casa para tomar mi autobús.
Todo Cambió

Shannon
Cuando bajé de mi autobús, me sentí aliviada al descubrir que las
puertas del Colegio Tommen se abrían a los estudiantes a las 7 de la
mañana, obviamente para acomodar los diferentes horarios de los
internos y los caminantes de día.

Me apresuré en el edificio para salir del clima.

Estaba lloviendo a cántaros afuera, y en cualquier otra circunstancia


podría considerarlo un mal augurio, pero esto era Irlanda, donde llovía
un promedio de 150 a 225 días al año.

También era principios de enero, típica temporada de lluvias.

Descubrí que no era el único pájaro madrugador que llegaba antes


del horario escolar, noté que varios estudiantes ya deambulaban por los
pasillos y descansaban en el comedor y las áreas comunes.

Sí, áreas comunes.

El Colegio Tommen tenía lo que sólo podría describir como amplias


salas de estar para cada año.

Para mi inmensa sorpresa, descubrí que no era el objetivo inmediato


de los acosadores como lo había sido en las escuelas anteriores a las que
había asistido.
Los estudiantes pasaban zumbando a mi lado, desinteresados en mi
presencia, claramente atrapados en sus propias vidas.

Esperé, con el corazón en la boca, a que llegara un comentario o un


empujón cruel.

No lo hizo.

Transferida a mitad de año escolar de la escuela pública vecina,


esperaba una diatriba de nuevas burlas y nuevos enemigos.

Pero nada pasó.

Aparte de un par de miradas curiosas, nadie se me acercó.

Los estudiantes de Tommen no sabían quién era yo o no les


importaba.

De cualquier manera, estaba claramente fuera del radar en esta


escuela y me encantaba.

Consolada por el repentino manto de invisibilidad que me rodeaba,


y sintiéndome más positiva que en meses, me tomé el tiempo para mirar
alrededor del área común de tercer año.

Era una habitación grande y luminosa con ventanas del piso al techo
en un lado que daba a un patio de edificios. Placas y fotografías de
alumnos anteriores adornaban las paredes pintadas de color lima. Sofás
esponjosos y sillas cómodas llenaban el gran espacio, junto con algunas
mesas redondas y sillas de roble a juego. Había una pequeña zona de
cocina en la esquina con tetera, tostadora y microondas.

Santo cielo.

Entonces, así era como vivía el otro lado.

Era como un mundo diferente en el Colegio Tommen.

Un universo alterno del que yo venía.


Guau.

Podría traer algunas rebanadas de pan y tomar té y pan tostado en la


escuela.

Sintiéndome intimidada, salí y deambulé por todos los pasillos y


corredores tratando de orientarme.

Estudiando mi horario, memoricé dónde estaba cada edificio y ala en


la que tendría una clase.

Me sentía bastante segura cuando sonó la campana a las 8:50, lo que


indicaba quince minutos antes del comienzo de la jornada escolar, y
cuando me saludó una voz familiar, estuve a punto de llorar de puro
alivio.

—¡Oh, Dios mío! ¡Oh, Dios mío! —chilló ruidosamente una rubia
alta y curvilínea con una sonrisa del tamaño de un campo de fútbol,
atrayendo mi atención y la de todos los demás, mientras atravesaba
varios grupos de estudiantes en su intento de alcanzarme.

No estaba ni cerca de estar preparada para el monstruoso abrazo que


me envolvió cuando me alcanzó, aunque no debería haber esperado
menos de Claire Biggs.

Ser recibida por rostros amistosos y sonrientes reales en lugar de lo


que estaba acostumbrada fue abrumador para mí.

—Shannon Lynch. —Claire medio se rio, medio se atragantó,


apretándome con fuerza—. ¡Realmente estás aquí!

—Estoy aquí —concordé con una pequeña risa, dándole palmaditas


en la espalda mientras intentaba y fallaba en liberarme de su abrazo
aplastante—. Pero no lo estaré por mucho más tiempo si no dejas de
apretar.

—Oh, mierda. Lo siento. —Claire se rio, inmediatamente dando un


paso atrás y liberándome de su agarre mortal—. Olvidé que no has
crecido desde cuarto año. —Dio otro paso atrás y me miró—. Más bien
desde tercero. —Se rio, los ojos bailando con picardía.

Esto no fue un ataque; era una observación y un hecho.

Yo era excepcionalmente pequeña para mi edad, eclipsada aún más


por el tamaño de mi amiga de un metro setenta.

Era alta, de complexión atlética y excepcionalmente hermosa.

Tampoco era una forma recatada de belleza.

No, salía disparada de su rostro como rayos de sol.

Claire era simplemente deslumbrante con grandes ojos marrones de


cachorrito y rizos rubios claros. Tenía una disposición alegre y una
sonrisa que podía calentar los corazones más fríos.

Incluso a los cuatro años, sabía que esta niña era diferente.

Podía sentir la amabilidad que irradiaba de ella. La había sentido


cuando estuvo en mi esquina durante ocho largos años, defendiéndome
en detrimento suyo.

Sabía la diferencia entre el bien y el mal y estaba preparada para


intervenir por cualquiera más débil que ella.

Era una guardiana.

Nos habíamos distanciado ya que fuimos a escuelas separadas, pero


una mirada a ella y supe que seguía siendo la misma Claire de siempre.

—No todos podemos ser larguiruchos —respondí con buen humor,


sabiendo que sus palabras no tenían la intención de lastimarme.

—Dios, estoy tan contenta de que estés aquí. —Negó con la cabeza
y me sonrió. Hizo este adorable baile feliz y luego me abrazó una vez
más—. No puedo creer que tus padres finalmente hayan hecho lo
correcto por ti.
—Sí —respondí, incómoda de nuevo—. Finalmente.

—Shan, no será así aquí. —El tono de Claire ahora era serio, los ojos
llenos de emoción no expresada—. ¿Toda esa mierda que has sufrido?
Está en el pasado.

Suspiró de nuevo y supe que se estaba mordiendo la lengua, evitando


decir todo lo que quería.

Claire lo sabía.

Estuvo allí en la escuela primaria.

Fue testigo de cómo era para mí en ese entonces.

Por alguna razón desconocida, me alegré de que no hubiera visto


cuánto había empeorado.

Era una humillación que no quería sentir más.

—Estoy aquí para ti —continuó diciendo—, y Lizzie también, si


alguna vez decide sacar su trasero de la cama y venir a la escuela.

Sonriendo brillantemente, desterré mis demonios al fondo de mi


mente y dije:

—Aquí está un nuevo comienzo.

—¡Sí, chica! —dijo Claire con gran entusiasmo, chocando su puño


con el mío en el proceso—. Un nuevo comienzo con el lado soleado
arriba.

La primera mitad del día fue mejor de lo que podría haber anticipado.
Claire me presentó a sus amigos y, aunque no podía recordar los
nombres de la mayoría de las personas que había conocido, estaba
increíblemente agradecida de que me incluyeran y, me atrevo a decir, me
aceptaran.
La inclusión no era algo a lo que estaba acostumbrada, y me encontré
trabajando duro para mantenerme al día con el flujo constante de
conversaciones y preguntas amistosas dirigidas a mí.

Pasar tanto tiempo en mi propia compañía me dificultó volver a


integrarme en la sociedad adolescente normal. Tener otras personas
además de Joey y sus amigos que estaban dispuestos a sentarse conmigo,
hablarme y caminar conmigo en la escuela fue una experiencia
alucinante.

Cuando mi otra amiga de la escuela primaria, Lizzie Young,


finalmente apareció en la escuela a la mitad de la tercera clase de la
mañana, culpando, por su ausencia, a una cita con el dentista,
inmediatamente volvimos a la amistad familiar que siempre tuvimos.

Lizzie entró rodando a la escuela con pantalones y tenis de niño, sin


importarle lo que los demás tuvieran que decir sobre su apariencia. Con
honestidad, no parecía importarle lo que pensara la gente. Se vestía de
acuerdo a su estado de ánimo y proyectaba vibras de la misma manera.
Podría aparecer mañana en una falda y con el rostro lleno de maquillaje.
Hacía lo que quería hacer cuando quería hacerlo, sin darse cuenta y sin
importarle la opinión de los demás.

Ella rezumaba una especie de confianza perezosa con su larga cola


de caballo rubia oscura y su rostro sin maquillaje, enfatizando esos
grandes ojos azules suyos.

También noté a lo largo de nuestras clases que Lizzie recibía mucha


atención masculina a pesar de los pantalones holgados y el cabello
desordenado que lucía, lo que demostraba que no es necesario
desnudarse y maquillarse para atraer al sexo opuesto.

Una sonrisa genuina y una personalidad agradable te llevaban lejos.

Lizzie se parecía mucho a Claire en muchos aspectos, pero


radicalmente diferente en otros.

Al igual que Claire, Lizzie era rubia y de piernas largas.


Ambas eran altas para su edad y enfermizamente hermosas.

Pero donde Claire era extrovertida y, a veces, un poco demasiado


emocionada, Lizzie era relajada y un poco introvertida.

Claire casi no tenía filtro y Lizzie se tomaba su tiempo para tomar


una decisión sobre algo.

Claire estaba impecable en todo momento con el rostro lleno de


maquillaje y un atuendo perfectamente coordinado para cualquier
ocasión, mientras que el estilo de Lizzie era impredecible.

Mientras tanto, yo era la pequeña morena que se juntaba con las


chicas más guapas de la clase.

Suspiré…

—¿Estás bien, Shan? —preguntó Lizzie después del gran receso.

Caminábamos hacia nuestra próxima clase, Inglés en el ala sur,


cuando me detuve a mitad de camino, provocando una acumulación de
estudiantes.

—Oh, mierda —murmuré, de repente me di cuenta de mi error—.


Dejé mi teléfono en el baño.

Claire, que estaba a mi izquierda, se volvió y frunció el ceño.

—Ve a buscarlo, te esperaremos.

—El baño en el edificio de ciencias —respondí con un gemido.


Tommen era ridículamente grande, con varias clases en diferentes
edificios alrededor de la vasta propiedad—. Tengo que recuperarlo —
agregué, sintiéndome ansiosa ante la idea de que alguien encontrara mi
teléfono e invadiera mi privacidad. El teléfono en sí no valía nada, era
uno de los prepagos más baratos del mercado y ni siquiera tenía cámara,
pero era mío. Estaba lleno de mensajes de texto privados y lo necesitaba
de vuelta—. Maldición.
—No entres en pánico —intervino Lizzie—. Te acompañaremos.

—No. —Levanté una mano y negué con la cabeza—. No quiero que


ambas lleguen tarde a clase también. Iré a buscarlo.

Yo era nueva. Era mi primer día. Dudaba que la maestra fuera dura
conmigo por llegar tarde a clase. Claire y Lizzie, por otro lado, no eran
nuevas y no tenían ninguna excusa para no estar en sus asientos a
tiempo.

Podía hacer esto.

No necesitaba, o al menos no debería necesitar, una niñera que me


acompañara a través de la escuela.

Claire frunció el ceño, su incertidumbre evidente.

—¿Estás segura?

—Sí. —Asentí—. Recuerdo el camino.

—No lo sé, Shan. —Lizzie se mordió su labio inferior—. Tal vez una
de nosotras debería ir contigo. —Encogiéndose de hombros, agregó—:
Ya sabes, por si acaso…

La segunda campana sonó con fuerza, señalando el comienzo de la


clase.

—Continúen —insté, despidiéndolas para que se fueran—. Estaré


bien.

Girando sobre mis talones, me apresuré por el pasillo hasta la entrada


y luego eché a correr cuando llegué al patio. Llevó nueve minutos
corriendo a toda velocidad bajo la lluvia torrencial por un camino que
rodeaba varias canchas de entrenamiento deportivo para llegar al edificio
de ciencias, lo cual no es una hazaña fácil con tacones.

Cuando llegué al baño de chicas, estaba sin aliento y sudando.


Por fortuna, mi teléfono estaba exactamente donde lo había dejado:
en el lavabo junto al dispensador de jabón.

Desfalleciendo de alivio, lo saqué del lavabo, revisé rápidamente la


pantalla, volví a hundirme cuando vi la pantalla bloqueada
imperturbable y luego la guardé de manera segura en el bolsillo delantero
de mi mochila escolar.

Si esto hubiera sucedido en mi antigua escuela, un teléfono


desatendido en un baño no habría sobrevivido quince segundos, y mucho
menos quince minutos.

Estás caminando hombro con hombro con los ricos ahora, Shannon, pensé
para mí. No quieren tu teléfono de mierda.

Echándome un poco de agua en el rostro, me puse la mochila al


hombro, usando ambas correas como la nerd que era. Todavía no había
ido a mi casillero y estaba cargando lo que parecían cuatro piedras allí.
Ambas correas eran totalmente necesarias en esta situación.

Cuando salí del edificio de ciencias y miré el largo y poco atractivo


camino de regreso al edificio principal donde estaba mi clase, contuve un
gemido.

No iba a correr de nuevo.

Físicamente no podía.

Había perdido toda mi energía.

Desesperada, mi mirada vaciló entre el callejón cuesta arriba poco


atractivo y los campos de entrenamiento.

Había tres campos de entrenamiento en total en este lado de la


escuela.

Dos campos más pequeños, cuidadosamente cuidados, que estaban


vacíos, y un campo más grande que en ese momento estaba siendo
ocupado por una treintena de chicos y un maestro que les gritaba
órdenes.

Desgarrada, debatí mis opciones.

Si atajo los campos de entrenamiento, me quitaría varios minutos de


caminata.

Ni siquiera me notarían.

Yo era pequeña y rápida.

También estaba cansada y ansiosa.

Atravesar los campos era lo lógico.

Claro, había un terraplén empinado y cubierto de hierba al otro lado


de la cancha que separaba los campos del patio, pero podía subirlo sin
ningún problema.

Miré mi reloj, una oleada de consternación surgió dentro de mí


cuando vi que ya me había perdido quince minutos de la clase de
cuarenta minutos.

Tomada la decisión, salté la cerca baja de madera que separaba los


campos de entrenamiento de la acera y caminé a paso rápido hacia mi
destino.

Con la cabeza gacha y el corazón latiendo de forma violenta contra


mi caja torácica, me apresuré por los campos vacíos, vacilando sólo
cuando llegué al campo de entrenamiento más grande, el que estaba lleno
de chicos.

Muchachos enormes.

Chicos sucios.

Chicos de aspecto enojado.


Que me estaban fulminando con la mirada.

Oh, mierda.

—¿Qué estás haciendo?

—¡Fuera de la puta cancha!

—¡Jesucristo!

—Malditas chicas.

—¡Muévete, quieres!

Presa del pánico, ignoré los gritos y las burlas mientras pasaba
corriendo junto a ellos, obviamente perturbando su entrenamiento.

La mortificación se filtró a través de mi cuerpo mientras aceleraba mi


ritmo, rompiendo en un trote torpe.

El suelo estaba mojado y embarrado por la lluvia, así que no podía


moverme tan rápido, como a mí, o a esos chicos, nos hubiera gustado.

Cuando llegué al borde del campo, sentí ganas de llorar de alivio


mientras subía cojeando por la empinada orilla. Sin embargo, mi alivio
fue sólo una sensación momentánea y fugaz que rápido fue reemplazada
por un dolor punzante cuando algo muy duro y muy pesado se estrelló
en la parte posterior de mi cabeza, quitándome el aire de los pulmones y
los pies debajo de mí.

Momentos después, me desplomé en caída libre hacia atrás, cayendo


por la orilla embarrada, el dolor rebotaba en mi cabeza y me impedía
pensar con claridad o detener mi propia caída.

Mi último pensamiento coherente antes de golpear el suelo con un


ruido sordo, y una espesa nube de oscuridad me cubriera, fue esto: nada
cambia.

Aunque me equivocaba.
Todo cambió después de ese día.

Todo.
Balones Voladores
Chico Maravilla cautiva al cuerpo técnico de la Academia:
El joven Johnny Kavanagh, de 17 años, nativo de Blackrock,
Dublín, que actualmente reside en el condado de Ballylaggin,
Cork, superó su evaluación médica para asegurar su puesto en
la prestigiosa academia de rugby de Cork. Con una lesión
crónica en la ingle desde el comienzo de la temporada pasada,
el joven recibió el visto bueno de los médicos del equipo. El
estudiante del Colegio Tommen está listo para ganar su
decimoquinto cap para La Academia este fin de semana, después
de haber sido nombrado como 13 inicial para el estimado equipo
juvenil. El centro natural ha llamado la atención de los
entrenadores a nivel internacional, incluidos los clubes del
Reino Unido y el hemisferio sur. Cuando se le pidió que
comentara sobre el ascenso acelerado del niño de la escuela
en las filas, el entrenador en jefe de los sub20 de Irlanda,
Liam Delaney, dijo lo siguiente: «Estamos entusiasmados con
el nivel de calibre de los jugadores emergentes en todo el
país. El futuro parece brillante para el rugby irlandés».
Cuando se le preguntó específicamente sobre el chico de la
escuela de Cork, Delaney dijo: «Hemos estado al tanto de
Kavanagh desde sus días de jugador en Dublín y hemos estado
en conversaciones cercanas con sus entrenadores durante los
últimos dieciocho meses. Los entrenadores de sub18 están
impresionados. Estamos manteniendo un ojo atento a su
progresión y están impresionados con el nivel de inteligencia
y madurez que naturalmente exuda en el campo. Sin duda, es
alguien a tener en cuenta cuando sea mayor de edad».

Johnny
Estaba agotado.

En serio, estaba tan cansado que me costaba mantener los ojos


abiertos y concentrarme en el punto. Mi día del infierno se estaba
convirtiendo en la semana del infierno, y eso era una hazaña especial
considerando que era lunes.

Regresar directamente a la escuela, sin mencionar el entrenamiento


y el gimnasio seis noches a la semana, provocaba eso en un chico.

Para ser honesto, había estado sin energía desde el verano pasado,
después de haber regresado de una campaña internacional con los sub18,
donde estuve jugando junto a los mejores de Europa, sólo para dirigirme
directamente a un intenso campo de acondicionamiento de seis semanas
en Dublín.

Después de eso, tuve un descanso de diez días antes de regresar a la


escuela y retomar mis compromisos con mi club y La Academia.

También tenía hambre, lo que no presagiaba nada bueno para mi


temperamento.

No me iba bien con largos intervalos entre comidas.

Mi estilo de vida y mi intenso régimen de entrenamiento requerían


que comiera en períodos de tiempo regulares y asignados.
Cada dos horas era ideal para mi cuerpo cuando consumía una dieta
de 4,500 calorías diarias.

Dejar a mi estómago esperando más de cuatro horas, y me convertía


en una perra malhumorada y enojada.

No era como si estuviera particularmente ansioso por la montaña de


pescado y verduras al vapor esperándome en mi lonchera, pero estaba en
una rutina, maldita sea.

Joder con mi régimen era una forma segura de despertar a la bestia


hambrienta dentro de mí.

Llevábamos menos de media hora en el campo y ya había eliminado


a tres de mis compañeros y había recibido una paliza de nuestro
entrenador en el proceso.

En mi defensa, cada tacleada que les hice fue perfectamente legal, si


no un poco despiadada.

Pero ese era mi punto, maldita sea.

Estaba demasiado irritado para retroceder un poco con los chicos que
no estaban ni cerca de mi nivel de juego.

Niños era la palabra apropiada en este caso.

Estos eran niños.

Yo jugaba con los hombres.

A menudo me preguntaba cuál era el sentido de jugar en el equipo de


la escuela.

No me aportaba una mierda.

El nivel del club era lo suficientemente básico, pero el rugby escolar


era una maldita pérdida de tiempo.
Especialmente en esta escuela.

Hoy era el primer día de regreso después de las vacaciones de


Navidad, pero el equipo de la escuela había estado entrenando desde
septiembre.

Cuatro meses.

Cuatro jodidos meses y parecíamos más desorganizados que nunca.

Por millonésima vez en los últimos seis años, me encontré resentido


por la mudanza de mis padres.

Si nos hubiéramos quedado en Dublín, estaría jugando en un equipo


de calidad con jugadores de calidad y progresando de verdad.

Pero no, en lugar de eso, estaba aquí, en medio de la nada, tomando


el relevo de un entrenador menos que experto y rompiendo mis bolas
para mantener a nuestro lado en la mira de los clasificatorios.

Ganamos la copa de la liga el año pasado porque teníamos un equipo


sólido con la capacidad de jugar un puto rugby decente.

Con la ausencia de varios jugadores del equipo del año pasado, que
ahora se habían ido a la universidad, mi agitación y preocupación por
nuestras posibilidades este año crecía por minutos.

Tampoco era el único que se sentía así.

Quedaban seis o siete jugadores excepcionales en esta escuela que


eran lo suficientemente buenos para la división en la que jugábamos, y
ese era el problema.

Necesitábamos un banco de veintitrés jugadores decentes para


sobresalir en esta liga.

No media docena.
Mi mejor amigo, por ejemplo, Gerard Gibson, o Gibsie para
abreviar, era un excelente ejemplo de excepcionalidad.

Era, sin lugar a dudas, el mejor ala con el que había jugado o contra
el que había jugado en este nivel de rugby y podía ascender fácilmente
en la clasificación con un poco de compromiso y esfuerzo.

Sin embargo, a diferencia de mí, el rugby no era la vida de Gibsie.

Renunciar a fiestas y novias durante unos años era un pequeño precio


a pagar por una carrera profesional en el deporte. Si él dejara la bebida y
los cigarrillos, sería fenomenal.

Sin embargo, Gibs no estaba tan convencido, elegía pasar tiempo de


entrenamiento de calidad abriéndose paso entre la población femenina
de Ballylaggin con deleite, y bebiendo hasta que su hígado y páncreas
protestaban.

Pensé que era un desperdicio terrible.

Otro pase derribado de Patrick Feely, nuestro nuevo número 12 y mi


compañero en el centro del campo, hizo que perdiera mi siempre
amorosa mierda allí mismo, en el medio del campo.

Sacándome el protector bucal, se lo lancé y le di un puñetazo en la


mandíbula.

—¿Ves eso? —rugí—. Se llama dar en el puto objetivo.

—Lo siento, Cap —murmuró el pívot, con la cara roja, dirigiéndose


a mí por el apodo que me había ganado en la cancha desde que me
convertí en capitán del equipo de la escuela en cuarto año y obtuve mi
primer campeonato internacional ese mismo año—. Lo haré mejor.

Lamenté mis acciones inmediatamente.

Patrick era un muchacho decente y muy buen amigo mío.

Aparte de Gibsie, Hughie Biggs y Patrick eran mis mejores amigos.


Gibs, Feely y Hughie ya habían estado en un círculo cerrado en Scoil
Eoin, una escuela primaria sólo para niños, cuando me introdujeron en
su clase para el último año de primaria.

Vinculados por nuestro amor compartido por el rugby, todos


seguimos siendo buenos amigos durante la escuela secundaria, aunque
nos habíamos emparejado en el sentido de mejores amigos: Hughie se
alineó con Patrick y yo con el mismo imbécil.

Patrick era un muchacho tranquilo. No merecía mi ira, y el pobre


definitivamente no merecía que le lanzara mi protector bucal lleno de
saliva a la cabeza.

Bajé la cabeza, corrí hacia él y le di una palmada en el hombro,


murmurando mis disculpas.

Mira, esto era exactamente por lo que necesitaba ser alimentado.

Y tal vez que me dieran una bolsa de hielo para mi pene.

Lléname con suficiente carne y verduras y sería una persona


diferente.

Una persona tolerante.

Incluso educado.

Pero mi único objetivo actualmente era no desmayarme por el


hambre y el dolor, por lo tanto, no tenía tiempo para sutilezas.

Teníamos un partido clasificatorio para la copa más adelante esta


semana y, a diferencia de mí, estos muchachos habían pasado su tiempo
libre siendo, bueno, adolescentes.

Las vacaciones de Navidad eran un buen ejemplo.

Había pasado mi tiempo trabajando como un maníaco para volver a


la cancha, después de haber estado lesionado, mientras que estos chicos
habían pasado su descanso comiendo y bebiendo lo que se les cruzaba.
No tenía ningún problema en perder un partido si éramos realmente
el lado más pobre.

Lo que no podía aceptar era perder por falta de preparación y poca


disciplina.

Liga de escolares o no.

Eso no era lo suficientemente bueno en mi libro.

Estaba perturbado más allá de toda racionalidad cuando una chica


caminó por el campo, ella jodidamente caminó por los campos de
entrenamiento.

Irritado, la miré furioso, sintiendo una rabia dentro de mí que


bordeaba la manía.

Así de jodidamente malo era este equipo.

A los otros estudiantes ni siquiera les importaba que estuviéramos


entrenando.

Varios de los muchachos le gritaron, pero eso sólo pareció irritarme


aún más.

No entendía por qué le gritaban.

Esto era la culpa de ellos.

Los tontos que despotricaban y gritaban eran los que necesitaban


mejorar su juego o acabar con sus sueños de rugby.

En lugar de concentrarse en el juego, se estaban enfocando en la


chica.

Idiotas de mierda.

—Gran demostración de capitanía, Kavanagh —se burló Ronan


McGarry, otro de nuestros últimos reclutas, y una pobre excusa para un
medio melé, mientras corría hacia atrás pasando a mi lado—. ¿Muy
sobrevalorado? —se burló el chico más joven.

—Sigue corriendo —le advertí mientras debatía en cuántos


problemas me metería si le rompía las piernas. Realmente no me gustaba
ese tipo.

—Tal vez deberías seguir tu propio consejo —se burló Ronan—.


Escoria de Dublín.

Decidiendo que no me importaban los castigos, recuperé el balón y


se lo lancé a la cabeza.

Precisa y justo, el balón golpeó a McGarry en la región deseada: la


nariz.

—¡Cálmate, pez gordo! —ladró el entrenador, corriendo para ver


cómo estaba Ronan, que estaba acariciando su rostro.

Resoplé ante la vista.

Lo golpeé con un balón, no con mi puño.

Marica.

—Este es un deporte de equipo —dijo el entrenador furioso,


mirándome—. No es el programa de Johnny.

—Oh, ¿lo es? —le respondí, gruñendo, incapaz de evitar morder el


anzuelo.

Al Sr. Mulcahy, el entrenador senior de rugby de la escuela, no le


agradaba mucho y el sentimiento era completamente mutuo.

—Sí —bramó el entrenador—. Malditamente bien lo es.

Corriendo hacia donde había aterrizado el balón, lo levanté y me


acerqué a él y McGarry, sin querer dejarlo ir.
—Entonces quizás quieras recordárselo a estos hijos de puta —gruñí,
señalando a mis compañeros de equipo—, ¡porque parece que soy el
único imbécil que se presentó al entrenamiento de hoy!

—Estás patinando sobre hielo delgado, muchacho —dijo furioso—.


No presiones.

Incapaz de contenerme de empujarlo, siseé:

—Este equipo es una jodida broma.

—Ve a las duchas, Kavanagh —ordenó el entrenador, su rostro se


volvió de un peligroso tono púrpura, mientras golpeaba un dedo en mi
pecho—. ¡Estás fuera!

—¿Estoy fuera? —repliqué, burlándome de él—. ¿De qué


exactamente?

No estaba fuera de la mierda.

El entrenador no podía sacarme.

Podía prohibirme entrenar.

Me podía suspenderme.

Darme detención.

No hacía una mierda ciega de diferencia porque el día del partido,


estaría en ese campo.

—No harás nada —me burlé, dejando que mi temperamento sacara


lo mejor de mí.

—No me presiones, Johnny —advirtió el entrenador—. Una llamada


a tus pequeños y elegantes entrenadores por el país y estarás en más
mierda de la que puedes salir.
Ronan, que estaba de pie junto al entrenador, sonrió sombríamente,
encantado, estaba claro, ante la perspectiva de que me metiera en
problemas.

Furioso por la amenaza, pero sabiendo que estaba derrotado,


arranqué el balón de mis manos, lo pateé con una furia insaciable
zumbando por mis venas y sin preocuparme por la dirección.

En el momento en que el balón rebotó en el pie de mi bota, la ira


dentro de mí se disipó rápidamente, saliendo de mi cuerpo en señal de
derrota.

Maldita sea.

Estaba siendo difícil.

Sabía que no debía comportarme así.

El hecho de que el entrenador me amenazara con La Academia fue


un golpe bajo, pero sabía que me lo merecía.

Estaba perdiendo mi mierda en su campo, con su equipo, demasiado


emocional y con exceso de trabajo para recuperarme.

Ni en un millón de años sentiría ni una pizca de remordimiento por


golpear a McGarry con el balón, ese hijo de puta se merecía algo peor,
pero Feely y el resto de los muchachos eran un asunto completamente
diferente.

Se suponía que yo era el capitán de este equipo y estaba actuando


como un imbécil.

No era lo suficientemente bueno, y estaba decepcionado conmigo


mismo por mi arrebato.

Sabía lo que estaba mal conmigo.

Me había extendido demasiado en los últimos meses y había


regresado demasiado pronto de una lesión.
Mis médicos me habían dado el visto bueno para volver a entrenar
esta semana, pero un hombre ciego se daría cuenta de que estaba fuera
de mi juego y me estaba enfadando muchísimo.

La perspectiva de hacer malabarismos con la escuela, el


entrenamiento, los compromisos del club y la Academia mientras me
recuperaba de una lesión era una tensión tanto para mi mente como para
mi cuerpo, y estaba luchando por encontrar la disciplina prístina que
solía mostrar.

De cualquier manera, no era una excusa.

Me disculparía con Patrick después de haber comido, y también con


el resto de los chicos.

El entrenador, notando el cambio en mi temperamento, asintió


rígidamente.

—Bien —dijo en un tono más tranquilo que antes—. Ahora, ve a


limpiarte y, por el amor de Dios, descansa por un maldito día. Sólo eres
un niño, Kavanagh, y te ves como una mierda.

El hombre no me quería mucho y chocábamos a diario como un


matrimonio de ancianos, pero nunca dudé de sus intenciones.

Se preocupaba por sus jugadores y no sólo por nuestra habilidad para


jugar al rugby. Nos animaba a tener éxito en todos los aspectos de la vida
escolar y cantaba constantemente sobre la importancia de los años de
exámenes.

Probablemente también tenía razón acerca de que me veía como una


mierda; ciertamente me sentía así.

—Es un año importante para ti —me recordó—. El quinto año es


más crucial para tu certificado de egreso que el sexto año y necesito que
mantengas tus notas altas… ¡oh, mierda!

—¿Qué? —exigí, sobresaltado.


Siguiendo la mirada horrorizada del entrenador, me di la vuelta y
miré fijamente el balón abandonado en el borde de la cancha.

—Oh, mierda —murmuré cuando mi mente tuvo sentido de lo que


estaba viendo.

La chica.

La maldita chica que había estado haciendo cabriolas alrededor del


campo estaba tendida de espaldas sobre el césped.

Un balón yacía en el césped a su lado.

No cualquier balón.

¡Mi puto balón!

Horrorizado, mis pies se movieron antes de que mi cerebro pudiera


ponerse al día. Corrí hacia ella, el corazón golpeando contra mi caja
torácica a cada paso del camino.

—Oye, ¿estás bien? —grité, cerrando el espacio entre nosotros.

Un suave gemido femenino salió de sus labios mientras intentaba


ponerse de pie.

Ella estaba tratando de ponerse de pie y fallando miserablemente, y


era claro que estaba asustada.

Inseguro de qué hacer, me agaché para ayudarla a levantarse, pero


rápidamente me apartó las manos.

—No me toques —gritó, con el tono un poco arrastrado, y la


sacudida la hizo caer de rodillas.

—¡De acuerdo! —Automáticamente di un paso atrás y levanté mis


manos—. Lo siento mucho.
Con una lentitud dolorosa, se puso de pie, balanceándose de un lado
a otro, la confusión grabada en su rostro, sus ojos desenfocados.

Agarrando el costado de su falda embarrada con una mano y


balanceando el balón de rugby con la otra, miró a su alrededor con ojos
desorbitados.

Su atención aterrizó en el balón en sus manos y luego volvió a mi


cara.

Una especie de furia vidriosa brilló en sus ojos mientras medio se


tambaleaba, medio acechaba hacia mí.

Su cabello era un completo desastre, cayendo suelto por sus pequeños


hombros, con pedazos de barro y hierba adheridos a los mechones.

Cuando me alcanzó, golpeó el balón contra mi pecho y siseó:

—¿Este es tu balón?

Estaba tan impresionado por la vista de esta pequeña chica cubierta


de barro que sólo asentí como un jodido imbécil.

Jesucristo, ¿quién era esta chica?

Aclarándome la garganta, tomé el balón de ella y dije:

—Uh, sí. Es mi balón.

Era diminuta, en serio jodidamente pequeña, apenas alcanzando mi


pecho en altura.

—Me debes una falda —gruñó, todavía agarrando la tela por su


cadera—. Y un par de medias —agregó, mirando hacia abajo el enorme
desgarre en sus medias color piel.

Su mirada recorrió su cuerpo y luego aterrizó en mi rostro, con los


ojos entrecerrados.
—Está bien —respondí asintiendo, porque con toda honestidad, ¿qué
más se suponía que debía decir?

—Y una disculpa —agregó la chica antes de desplomarse en el suelo.

Aterrizó pesadamente sobre su trasero y soltó un pequeño grito por


el contacto.

—Oh, mierda —murmuré. Lanzando el balón lejos, me moví para


ayudarla—. No fue mi intención…

—¡Detente! —Una vez más, apartó mis manos—. Auch —gimió,


encogiéndose cuando habló. Levantándose, se agarró la cara con ambas
manos y respiró con dificultad—. Mi cabeza.

—¿Estás bien? —exigí, sin saber qué carajo hacer.

¿Debería cargarla en contra de sus deseos?

No parecía una buena idea.

Pero no podía dejarla exactamente aquí.

—¡Johnny! —bramaba el entrenador—. ¿Está bien? ¿La lastimaste?

—Ella está genial —respondí, haciendo una mueca cuando un sonido


de hipo salió de su pecho—. Estás genial, ¿no?

Esta chica me iba a meter en problemas.

Estaba en suficientes problemas tal y como estaban las cosas.

Yo estaba mal con el entrenador.

Casi decapitar a la chica no se vería bien para mí.

—¿Por qué hiciste eso? —susurró, agarrando su pequeño rostro con


sus manos aún más pequeñas—. Me lastimaste.
—Lo siento —repetí. Me sentía extrañamente impotente y era un
sentimiento que no me gustaba—. No fue mi intención.

Entonces sollozó, sus ojos azules lagrimearon, y algo dentro de mí se


rompió.

Oh, mierda.

Horrorizado, levanté las manos y solté:

—Lo siento mucho. —Antes de agacharme y levantarla del césped—


. Cristo —murmuré, impotente, mientras la ponía de pie—. No llores.

—Es mi primer día —sollozó, balanceándose sobre sus pies—. Mi


nuevo comienzo y estoy cubierto de mierda.

Estaba cubierta de mierda.

—Mi papá me va a matar —continuó con voz ahogada, agarrando


su falda rota—. Mi uniforme está arruinado.

Un silbido doloroso salió de su garganta y la mano que estaba usando


para sostener su falda se disparó hacia su sien, causando que el trozo de
tela se desprendiera de su cuerpo.

Mis ojos se agrandaron por sí solos, una reacción desafortunada de


ver la ropa interior de una mujer.

Silbidos y vítores brotaron de los muchachos.

—Oh, Dios —gritó, luchando torpemente para recuperar su falda.

—¡Adelante, hermosa!

—¡Gira para nosotros!

—¡Váyanse a la mierda, pendejos! —rugí a mis compañeros de


equipo, parándome frente a la chica para bloquear su vista.
Podía escuchar a los chicos riéndose a carcajadas detrás de mí, riendo
y hablando mierda, pero no podía concentrarme en una palabra de lo
que decían porque el sonido de mi corazón golpeando en mi pecho me
estaba ensordeciendo.

—Toma —alcanzando el dobladillo de mi jersey, me lo saqué por la


cabeza y ordené—: Ponte esto.

—Está asqueroso —sollozó, pero no me detuvo cuando se lo bajé por


la cabeza.

Metió las manos en las mangas y sentí un inmenso alivio cuando el


dobladillo cayó hasta sus rodillas, cubriéndola.

Cristo, ella realmente era una cosita diminuta.

¿Tenía la edad suficiente para asistir a esta escuela?

No lo parecía.

En este momento, se veía muy, muy joven y… ¿triste?

—Kavanagh, ¿la chica está bien? —exigió el entrenador.

—¡Ella está genial! —repetí, mis palabras un ladrido áspero.

—Llévala a la oficina —instruyó—. Asegúrate de que Majella la


revise.

Majella era la primera en responder de la escuela. Trabajaba en el


comedor y era la mujer a la que acudir cuando un estudiante sufría una
lesión.

—Correcto, señor —respondí, nervioso, y me abalancé rápidamente


para agarrar su falda y su mochila.

Me acerqué y ella se apartó de mí.


—Sólo estoy tratando de ayudarte —dije en el tono más amable que
pude, levantando las manos, como para mostrarle que no tenía intención
de hacerle daño—. Te llevaré a la oficina.

Parecía un poco aturdida y me preocupaba que podría haberle dado


una conmoción cerebral.

Conociendo mi suerte, eso es exactamente lo que había hecho.

Maldito infierno.

Lancé la mochila sobre mi hombro, metí su falda en la cinturilla de


mis pantalones cortos, puse una mano en su espalda y traté de
persuadirla para que subiera por la colina que separaba la cancha de los
terrenos de la escuela.

Se tambaleó sobre sus pies como un potro bebé, y tuve que resistir el
impulso repentino que tuve de pasar mi brazo alrededor de sus hombros.

Un par de minutos más tarde, eso era exactamente lo que tenía que
hacer porque ella seguía perdiendo el equilibrio.

El pánico se apoderó de mí.

Rompí a la maldita chica.

Le rompí la cabeza.

Iba a recibir una suspensión por perder los estribos y una orden de
arresto.

Yo era un imbécil.

—Lo siento —continué diciéndole, lanzando dagas con la mirada a


cada bastardo entrometido que decidió detenerse y mirarnos
boquiabiertos mientras caminábamos a paso de tortuga.

Llevaba mi jersey y le caía como un vestido.


Me estaba congelando las tetas a su lado con nada más que un par de
pantalones cortos de entrenamiento, calcetines y botines de fútbol.

Ah, y la maldita mochila rosa colgada en mi espalda.

Podían ver todo lo que quisieran; mi única preocupación era que le


revisaran la cabeza a esta chica.

—En serio lo siento, joder.

—Deja de decir que lo sientes —gimió, agarrándose la cabeza.

—Claro, lo siento —murmuré, sintiendo que apoyaba su peso sobre


mí—. Pero lo siento. Sólo para que quede claro.

—Nada está claro —dijo con voz ronca, poniéndose rígida contra mi
toque—. El suelo da vueltas.

—Ah, Cristo, no digas eso —dije con voz estrangulada, apretando mi


brazo alrededor de su cuerpo rígido—. Por favor, no digas eso.

—¿Por qué hiciste eso? —gimió, tan frágil, pequeña y cubierta de


mierda.

—Soy un imbécil —le informé, volviendo a ponerme la mochila


escolar rosa en mi espalda mientras la acercaba más—. Arruino muchas
cosas.

—¿Lo hiciste a propósito?

—¿Qué? —Sus palabras me sorprendieron lo suficiente como para


hacer que me detuviera—. No. —Torciendo mi cuerpo para poder
mirarla a la cara, fruncí el ceño y dije—: Nunca te haría eso.

—¿Lo prometes?

—Sí —gruñí, acercando mi brazo a ella y fundiendo su cuerpo a mi


lado—. Lo prometo.
Era enero.

Estaba mojado.

Hacía frío.

Y por alguna extraña y desconcertante razón, me estaba quemando


por dentro.

Mis palabras, por alguna razón, parecieron aliviar la tensión dentro


de esta chica porque soltó un gran suspiro, relajó su cuerpo rígido y me
permitió cargar con todo su peso.
Cayendo de Cara

Johnny
Con mucho esfuerzo y una sorprendente muestra de autocontrol que
de otro modo estaría ausente, logré respetar sus deseos y acompañarla a
la oficina, cuando todo lo que quería hacer era levantarla en mis brazos
y correr en busca de ayuda.

Estaba aterrorizado y preocupado, y cada vez que ella gemía o se


hundía contra mí, mayor era mi ansiedad.

Sin embargo, después de haber pasado los últimos diez minutos fuera
de la oficina del director, escuchando al Sr. Twomey despotricar y
delirar, se me acabó esa preciosa paciencia.

¿Por qué no me la quitaba?

¿Por qué diablos seguía parado afuera de su oficina sosteniendo a una


chica medio en coma?

Él era el adulto aquí.

—Su madre está en camino —anunció el Sr. Twomey con un suspiro


de exasperación, deslizando su teléfono en el bolsillo—. ¿Cómo pudo
pasar esto, Johnny?

—Ya se lo dije. Fue un accidente —siseé mientras seguía sosteniendo


a la chica, manteniendo su pequeño cuerpo pegado a mi costado—.
Necesitas que Majella la revise —repetí por quincuagésima vez—, creo
que tiene una conmoción cerebral.

—Majella está de baja por maternidad hasta el viernes —ladró el Sr.


Twomey—. ¿Qué se supone que debo hacer con ella? No tengo
entrenamiento en primeros auxilios.

—Entonces será mejor que llame a un médico —le respondí


acaloradamente, todavía sujetando a la chica—, porque le rompí la
maldita cabeza.

—Cuida tu lenguaje, Kavanagh —espetó el Sr. Twomey.

Salí con el estándar:

—Sí, señor. —Sin importarme realmente una mierda y sin sentirme


particularmente arrepentido tampoco por ese asunto.

Mi papel en la academia de rugby significaba que me daban mucha


libertad en esta escuela, mucho trato preferencial que otros estudiantes
no recibían, pero no iba a forzarlo en mi primer día de regreso.

No cuando había agotado mi cuota mutilando a la chica nueva.

—¿Está bien, Srita. Lynch? —preguntó el Sr. Twomey, empujándola


como si fuera un pavo crudo del que no quería contagiarse de salmonella.

—Duele —gimió, hundiéndose en mi costado.

—Lo sé —la tranquilicé, acercándola más—. Lo siento mucho.

—Jesús, Johnny, esto es lo último que necesito —siseó el Sr.


Twomey, pasándose una mano por su cabello canoso—. Es su primer
día. Que sus padres vengan aquí destrozando la escuela es lo último que
necesito.

—Fue un accidente —dije con dientes apretados, enojado ahora. Ella


gimió e hice un esfuerzo consciente por bajar la voz cuando dije—:
Difícilmente quise lastimar a la chica.
—Sí, bueno, díselo a su madre cuando llegue —resopló el Sr.
Twomey—. Ya la sacaron de la Escuela Comunitaria Ballylaggin por
haber sido atacada verbal y físicamente. ¿Y qué sucede en su primer día
en Tommen? ¡Esto!

—No la ataqué —escupí—. Lancé mal una patada.

Acomodándola bajo mi brazo, miré a la llamada figura de autoridad.

—Espera —espeté, registrando sus palabras anteriores—. ¿Qué


quiere decir con que fue atacada?

Miré a la diminuta mujer debajo de mi brazo.

¿Quién podría atacarla?

Era tan pequeña.

Y frágil.

—¿Qué le ocurrió? —Me escuché preguntar, devolviendo la atención


al director.

—Creo que me voy a caer —dijo ella con voz ronca, distrayéndome
de mis pensamientos. Estirándose, agarró mi antebrazo con su pequeña
mano y suspiró—. Todo da vueltas.

—No dejaré que caigas —respondí automáticamente en un tono


tranquilizador—. Está bien. —La sentí resbalar y la levanté, aferrándome
a la pequeña cosa con todas mis fuerzas—. Te tengo —la tranquilicé,
apretando mi brazo alrededor de ella—. Estás bien.

—Mira, siéntate con ella —ordenó el Sr. Twomey, señalando el


banco que se alineaba en la pared exterior de su oficina—. Iré a buscar
una compresa o algo así.

—¿Me va a dejar con ella? —exigí, con la boca abierta—. ¿Solo?

El director no me respondió.
Por supuesto que no, el maldito cobarde, porque ya estaba a
kilómetros de distancia, desesperado por alejarse del tipo de
responsabilidad por la que le pagaban para supervisar.

—Idiota cobarde —gruñí por lo bajo.

Frustrado, nos dirigí hasta el banco de madera.

Dejando caer su mochila en el suelo, bajé con cuidado nuestros


cuerpos sobre el banco hasta que estuvimos sentados uno al lado del otro.

Mantuve mi brazo envuelto alrededor de sus pequeños hombros


huesudos, sin atreverme a apartarme de su lado por miedo a que se
cayera.

—Esto es simplemente genial —chasqueé la lengua, de mal humor—


. Jodidamente maravilloso.

—Te sientes tan cálido —susurró y sentí su mejilla rozar mi pecho


desnudo—. Como una bolsa de agua caliente.

—Está bien, realmente necesitas mantener los ojos abiertos —le dije,
aterrorizado por sus palabras.

Con las rodillas rebotando nerviosamente, la giré en mis brazos y


agarré su rostro entre mis manos.

—Oye —la insté, dándole a su rostro una pequeña sacudida con


ambas manos—. Oye… ¿chica? —agregué sin convicción porque ni
siquiera sabía su nombre. Casi había matado a la chica y no sabía su puto
nombre—. Abre los ojos.

No lo hizo.

—¡Oye, oye! —dije más fuerte ahora—. Mírame. —Sacudí su


cabeza—. Mira mi cara.

Esta vez lo hizo.


Abrió los ojos y jódeme, sin querer respiré fuerte.

Jesús, esta chica era hermosa.

Lo había notado antes, por supuesto, tenía un aspecto sorprendente,


pero ahora, al verla de cerca así y poder contar las pecas en su rostro,
once, por cierto, me di cuenta de lo impresionante que era.

Sus ojos azules eran grandes, redondos y jodidamente hermosos, con


pequeños matices de amarillo salpicados a través de ellos, bordeados por
largas y espesas pestañas.

Ni siquiera estaba seguro de haber visto ese tono de azul antes.


Ciertamente no sacudió nada en el banco de memoria.

Sin duda alguna, poseía el par de ojos más hermosos que había visto
en mi vida.

Tenía el cabello castaño oscuro, largo hasta los codos, espeso y rizado
en las puntas.

Y escondido detrás de la montaña de cabello había un pequeño rostro


en forma de corazón, piel suave y clara, y un pequeño hoyuelo en su
barbilla.

Cejas oscuras de forma perfecta que se arqueaban sobre esos ojos


asesinos suyos. Una diminuta nariz respingada, pómulos altos y estos
labios hinchados y rellenos.

Labios que eran de un color rojo rosado natural y parecía como si


hubiera estado chupando un helado o algo así, lo cual sabía que no era
así porque había pasado la última media hora tratando de mantenerla
despierta.

—Hola —dijo sin aliento.

Dejé escapar un suspiro de alivio.

—Hola.
—¿Ese es realmente tu rostro? —preguntó, con los ojos caídos,
mientras me estudiaba con una expresión vacía—. Es tan lindo.

—Eh, ¿gracias? —ofrecí incómodamente, todavía acunando sus


mejillas en mis manos—. Es el único que tengo.

—Me gusta —susurró—, es un buen rostro. —Justo antes de cerrar


los ojos nuevamente, hundiéndose hacia adelante.

—No, no, no —la insté, sacudiéndola bruscamente—. ¡Quédate


conmigo!

Gimiendo, parpadeó para despertarse de nuevo.

—Buen trabajo —elogié con una fuerte exhalación—. Ahora


mantente despierta.

—¿Quién eres? —graznó, dependiendo completamente de mis


manos para mantener su cabeza erguida.

—Soy Johnny —le dije, reprimiendo una sonrisa—. ¿Quién eres tú?

—Shannon —susurró. Sus párpados cayeron un poco, pero se


abrieron rápidamente cuando le di un golpecito en las mejillas—. Como
el río —agregó con un pequeño suspiro.

Me reí por su respuesta.

—Bueno, Shannon como el río —dije alegremente, desesperado por


mantenerla concentrada y hablando—. Tus padres están en camino.
Probablemente te llevarán al hospital para una revisión.

—Johnny —gimió y luego hizo una mueca—. Johnny. Johnny.


Johnny. Esto es malo…

—¿Qué? —insté—. ¿Qué es malo?

—Mi papá —susurró.


Fruncí el ceño.

—¿Tu papá?

—¿Puedes salvarme?

Fruncí el ceño.

—¿Necesitas que te salve?

—Mmm-hmm —murmuró adormilada—. Frota mi cabello.

Me sorprendí de su pedido.

—¿Quieres que te frote el cabello?

Asintió y se inclinó hacia adelante.

—Duele.

Acercándome más, ajusté su cuerpo para que su cabeza descansara


contra mi hombro, y mientras tomaba su rostro con una mano, usé la
otra para acariciar su cabello. Era una posición incómoda, pero lo logré.

Jesús, ¿qué diablos estaba haciendo?

Sacudí la cabeza para mí mismo, sintiéndome como un imbécil, pero


continué haciendo lo que me pidió de todos modos.

Iba bien, justo hasta que su rostro se plantó en mi entrepierna.

Sacudido por el contacto increíblemente íntimo, sin mencionar la


repentina sacudida de conciencia en mi pene y el dolor abrasador en mi
ingle, intenté apartar su rostro de mi entrepierna, pero ella gimió con
fuerza resistiéndose.

Y luego subió las piernas al banco y se acomodó para una buena


siesta en mi pene.

A la mierda mi vida.
Manteniendo mis manos en el aire y lejos de su cuerpo, porque
necesitaba una acusación de acoso sexual como necesitaba un agujero en
la cabeza, busqué a alguien que me ayudara, pero nadie vino.

Los pasillos estaban convenientemente vacíos de adultos.

A la mierda esta escuela.

Pensé en huir, pero difícilmente podía sacármela de encima.

Sí, porque romperle la cabeza no era suficientemente malo.

Entonces, simplemente me senté allí con su cabeza en mi regazo y su


mejilla acariciando mi pene y oré a Dios para que me diera la fuerza para
ignorar las sensaciones que crecían dentro de mí y no tener una erección.

Aparte de la razón obvia del horrendo momento, mi pene estaba roto.

Bueno, no era tanto mi pene roto como el área circundante, pero


ponerme duro podría hacer que me desmayara junto a ella.

Pero luego gimió y el sonido devolvió la preocupación y la


aprehensión, el desastre evitado.

Como si tuviera una mente propia, mi mano se movió a su cara.

—Estás bien —la tranquilicé, luchando contra mi ansiedad, el


impulso de cuidar a esta chica era un sentimiento nuevo e igualmente
aterrador para mí—. Shh, estás bien.

Retirándole el cabello de su mejilla, metí los mechones castaños


detrás de su oreja y luego seguí acariciando su dolorida cabeza.

Se le estaba formando un bulto impresionante en el cuero cabelludo


donde el balón hizo contacto, así que acaricié el área con las yemas de
los dedos, con un toque ligero como una pluma.

—¿Está bien así?


—Mmm. —Suspiró—. Está… bien.

—Bien —murmuré, aliviado, y continué con las caricias.

Una leve cicatriz me llamó la atención donde su sien se encontraba


con la línea del cabello.

Sin pensar en lo que estaba haciendo, pasé un dedo por la hendidura


de piel de un par de centímetros de largo y pregunté:

—¿Qué pasó aquí?

—¿Mmm?

—Aquí. —Pasé mi dedo sobre la vieja marca—. ¿De qué es esto?

—Mi papá —respondió ella, exhalando un profundo suspiro.

Mi mano se detuvo cuando mi cerebro registró su perturbadora


respuesta.

—¿Dilo de nuevo?

Cuando no respondió, usé mi otra mano para sacudir suavemente su


hombro.

—¿Shannon?

—¿Mmm?

Toqué la vieja cicatriz con la punta de mi dedo y dije:

—¿Me estás diciendo que tu papá te hizo esto? —Intenté mantener


mi tono calmado, pero fue un desafío con el impulso repentino de mutilar
y matar, burbujeando en mi interior.

—No, no, no —susurró.

—Entonces, ¿tu papá no hizo esto? —pedí confirmación—.


¿Definitivamente no lo hizo?
—Por supuesto que no —murmuró.

Gracias a Dios por eso.

Solté el aliento que no me había dado cuenta que había estado


conteniendo.

—¿Jimmy?

—Es Johnny.

—Oh, ¿Johnny?

—¿Sí?

—¿Estás enojado conmigo?

—¿Qué? —La pregunta, pronunciada en voz tan baja, me


desconcertó y la miré fijamente, sintiendo una punzada de protección en
el estómago—. No. No estoy enojado contigo —le dije, haciendo una
pausa por un largo momento, con los dedos detenidos, antes de
preguntar—: ¿Estás enojada conmigo?

—Creo que sí —susurró, volviendo a frotarse.

Mis ojos rodaron hacia atrás y contuve un gemido.

¡Ah, joder!

—No puedes hacer eso —le dije entre dientes, manteniendo su


cabeza quieta.

—¿Hacer qué? —Suspiró contenta, luego frotó su mejilla contra mi


muslo—. ¿Estar enojada?

—No —dije con voz ahogada, manteniendo su cabeza quieta una vez
más—. Enójate todo lo que quieras, sólo deja de frotar tu cabeza en mi
regazo.
—Me gusta tu regazo —dijo sin aliento, con los ojos cerrados—. Es
como una almohada.

—Sí, eh, bueno, eso es bueno y todo… —Hice una pausa para
detener su rostro con mis manos una vez más—. Pero estoy adolorido,
así que necesito que no hagas eso.

—¿Hacer qué?

—Frotarme —dije con voz ronca—. Ahí.

—¿Por qué estás dolorido? —Ella suspiró profundamente y


preguntó—: ¿Tú también estás roto?

—Probablemente —admití, moviendo su rostro hacia mi muslo


bueno, bueno, siendo el bueno el que dolía menos—. Quédate ahí, ¿de
acuerdo? —Era más una súplica que una orden—. No te muevas.

Obedeciendo, no volvió a mover la cabeza.

Usando mi mano libre para presionar contra la tensión que se


formaba en mi sien, pensé en toda la mierda en la que me iba a meter.

Estaba faltando a clase.

Tenía hambre.

Tenía entrenamiento del club esta noche.

Tenía una sesión de gimnasio organizada inmediatamente después


de la escuela con Gibsie.

Fisioterapia con Janice mañana después de la escuela.

Tenía un partido escolar el viernes.

Otra sesión de entrenamiento con los jóvenes el fin de semana.


Tenía una agenda condenadamente ocupada y no necesitaba este
drama.

Pasaron varios minutos en un doloroso silencio antes de que ella se


moviera de nuevo, y en ese tiempo, debatí todas las formas en que el Sr.
Twomey era un director incompetente.

Tenía una lista tan larga como mi brazo cuando trató de sentarse de
nuevo.

—Ten cuidado —le advertí, cerniéndome sobre ella como una madre
gallina.

La ayudé a ponerse en posición vertical y logré deslizarme del banco


en el proceso.

Cada músculo al sur de mi ombligo gritó en protesta, pero no me


alejé.

En lugar de eso, seguí agachándome frente a ella, manteniendo mis


manos a ambos lados de su cintura, esperando atraparla.

—¿Estás bien, Shannon?

Su largo cabello castaño caía hacia adelante, cubriendo su rostro


como una manta.

Asintió lentamente, con el ceño profundamente fruncido.

—Yo… eso creo.

Me derrumbé, mi alivio palpable.

—Bueno.

Entonces se inclinó hacia adelante, apoyó los codos en los muslos,


con los ojos abiertos y mirándome fijamente, y de repente estaba
demasiado cerca para mi comodidad, y eso ya era decir algo
considerando que hacía no menos de dos minutos tenía su rostro en mi
regazo.

Estábamos demasiado cerca.

De repente, me sentí muy expuesto.

Mis manos se movieron de su cintura a sus muslos, una reacción


automática al hecho de que una mujer inclinara su rostro hacia el mío.

Rápidamente me controlé, retirando mis manos para descansar en el


banco.

Aclarándome la garganta, forcé una pequeña sonrisa.

—Estas viva.

—Apenas —susurró con una mueca de dolor, sus ojos azules me


quemaron, estudiándome con más claridad ahora—. Tienes una puntería
terrible.

Me reí de sus palabras.

Estaban tan lejos de la verdad que no pude evitarlo.

—Bueno, eso es algo nuevo —reflexioné—. No estoy acostumbrado


a que me critiquen por mi habilidad para patear un balón.

No era un diez natural, pero tenía una puntería decente y la


capacidad de patear desde larga distancia cuando era necesario.

—Sí —gruñó ella—. Bueno, tu habilidad para patear un balón casi


me mata.

—Punto justo —reconocí, haciendo una mueca.

Sin pensar dos veces en lo que estaba haciendo, estiré la mano y le


acomodé el cabello detrás de las orejas.
La sentí temblar por el contacto y rápidamente me regañé por el
movimiento.

No la toques, imbécil.

Mantén tus manos alejadas.

—Tu voz es extraña —anunció entonces, sus ojos azules fijos en los
míos.

Fruncí el ceño.

—¿Mi voz?

Asintió lentamente, luego gimió y tomó su rostro entre sus manos


una vez más.

—Tu acento —aclaró, respirando con dificultad—. No es un acento


de Cork.

Seguía agarrándose la cabeza, pero ahora estaba más alerta.

—Eso es porque no soy de Cork —respondí, incapaz de detenerme


de estirar la mano y alisar un mechón rebelde de su cabello—. Nací y me
crie en Dublín. —Me escuché explicar, colocando el mechón rebelde
detrás de su oreja—. Me mudé a Cork con mis padres cuando tenía once
años.

—Entonces, eres un Dub —afirmó, claramente divertida por la


información—. Un Jackeen.

Me burlé del término y le devolví uno de los míos.

—Y tú eres un Culchie.

—Mis primos viven en Dublín —me dijo.

—Oh, ¿sí? ¿Por dónde?


—Clondalkin, creo —respondió ella—. ¿Y tú?

—Blackrock.

—¿El lado sur? —Su sonrisa se ensanchó, los ojos más alertas
ahora—. Eres un chico elegante.

Arqueé una ceja.

—¿Te parezco elegante?

Se encogió de hombros.

—No te conozco lo suficiente como para decirlo.

No, no lo hacía.

—Bueno, no lo soy —agregué, incómodo ante la idea de que ella


hiciera un juicio preventivo sobre mí.

No debería importarme.

Demonios, normalmente nunca me importaba.

Entonces, ¿por qué estaba de mal humor ahora?

—Te creo. —Su pequeña voz interrumpió mis pensamientos—.


Nunca podrías ser elegante.

—¿Y por qué es eso?

—Porque maldices como un marinero.

Me reí de su razonamiento.

—Sí, probablemente tengas razón en eso.

Se rio junto a mí, pero rápidamente se detuvo y gimió, agarrándose


las sienes.
El arrepentimiento se disparó dentro de mí.

—Lo siento —le dije, ahora con un tono áspero y grueso.

—¿Por qué? —susurró, pareciendo inclinarse más cerca mientras se


mordía el labio inferior.

—Por lastimarte —respondí honestamente.

Cristo, mi voz ni siquiera sonaba como si me perteneciera. Estaba


tenso… crudo.

Me aclaré la garganta y agregué:

—No volverá a suceder.

—¿Lo prometes?

Ahí iba ella con las promesas de nuevo.

—Sí —dije, ahora con un tono denso—. Lo prometo.

—Dios —gimió, haciendo una mueca ahora—. Todos se van a reír


de mí.

Esas palabras, esa pequeña frase de mierda, trajo a la vida una


extraña emoción de mierda que no había experimentado antes.

—Estoy tan avergonzada —continuó murmurando, con los ojos


bajos—. Seré la burla de la escuela.

—Mírame.

No lo hizo.

—Oye… —Hice una pausa y le levanté la barbilla con el pulgar y el


índice. Una vez que estuve satisfecho de haber vuelto a tener su atención,
continué—: Nadie va a decir una palabra sobre ti.

—Pero todos me vieron…


—Nadie va a abrir la boca al respecto. —Al darme cuenta de que mi
tono estaba rozando el enfado, lo bajé un poco y lo intenté de nuevo—.
Ni el equipo, ni el entrenador, ni nadie más. No se los permitiré.

Parpadeó confundida.

—¿No se los permitirás?

—Así es —confirmé con un asentimiento—. No los dejaré.

—¿Lo prometes? —susurró, una pequeña sonrisa tiró de sus labios


hinchados.

—Sí —respondí bruscamente, sintiendo que haría todas las malditas


promesas del mundo sólo para hacer que esta chica se sintiera mejor—.
Tengo tu espalda.

—No, tienes mi cabeza —dijo con voz ronca. Miró su cuerpo y


suspiró—. En realidad, creo que arruinaste todo de mí.

Joder, gracias por eso, porque me arruinaste todo en este momento, pensé
para mis adentros.

Jesús, ¿de dónde diablos salió eso?

Parpadeando ante el pensamiento, me decidí por un comentario más


seguro:

—Haré que mi gente llame a tu gente para resolver la cuenta —


comenté en su lugar.

Eso le arrancó una sonrisa, una sonrisa adecuada, no tímida ni


pequeña.

Era una sonrisa auténtica a plena fuerza.

Era tan jodidamente bonita.


Odiaba esa palabra, bonita era una palabra cobarde que usaban las
mujeres y los ancianos, pero eso era ella.

Maldición, tenía la sensación de que su bonito rostro estaría grabado


en mi mente durante mucho tiempo.

Pero fueron esos ojos salvajes los que realmente me llamaron la


atención y tuve la loca necesidad de buscar en Google las tablas de
colores de ojos sólo para poder descubrir el maldito color azul en sus
ojos.

Lo haría más tarde, decidí.

Espeluznante o no, necesitaba saberlo.

—Entonces —presioné mi suerte preguntando—, ¿es tu primer día?

Asintió de nuevo, la sonrisa vacilando muy poco.

—¿Cómo te va?

Una pequeña sonrisa inclinó sus labios hacia arriba.

—Iba muy bien.

—Correcto. —Me encogí—. Lo siento de nuevo.

—Está bien —susurró, estudiando mi rostro con esos grandes ojos—


. Y puedes dejar de pedir perdón ahora. Te creo.

—¿Me crees?

—Sí. —Asintió y luego exhaló un fuerte suspiro—. Te creo cuando


dices que fue un accidente —exclamó—. No creo que hayas lastimado
intencionalmente a nadie.

—Bueno, eso es bueno. —No tenía idea de por qué pensaría lo


contrario, pero no iba a cuestionar a la chica. No cuando la había medio
atacado—. Porque yo no lo haría.
Volvió a quedarse callada, alejándose de mí, y me descubrí
devanándome los sesos buscando algo que decir.

No tenía ninguna explicación de por qué quería que siguiera


hablándome. Supongo que podría reducirlo a la necesidad de mantenerla
consciente.

Pero en el fondo sabía que esa no era la razón.

Luchando en mi cerebro por encontrar algo que decir, solté:

—¿Tienes frío?

Ella me miró con una expresión somnolienta.

—¿Eh?

—Frío —repetí, resistiendo el impulso de pasar mis manos arriba y


abajo de sus brazos—. ¿Estás lo suficientemente cálida? ¿Debería traerte
una manta o algo así?

—Estoy… —Hizo una pausa y se miró las rodillas. Soltando un


pequeño suspiro, volvió a mirarme a la cara y dijo—: En realidad, estoy
caliente.

—Una evaluación completa y jodidamente precisa.

La respuesta altamente inapropiada salió de mi boca antes de que


tuviera la oportunidad de detenerme.

Rápidamente lo seguí tocando su frente, mi patético intento de


controlar su temperatura y luego asintiendo solemnemente.

—Definitivamente estás caliente.

—Te lo dije. —Sus grandes ojos estaban muy abiertos y fijos en los
míos—. Estoy muy, muy caliente.

Dios.
Maldición.

—Entonces —lancé casualmente, tratando de distraerme de mis


pensamientos díscolos—. ¿En qué año estas?

Por favor, di que en quinto año.

Por favor.

Por favor.

Por favor, Dios, haz que diga quinto año.

—Tercer año.

Sí, y eso fue todo.

Ella estaba en tercer año.

Y así, como por arte de magia, vi cómo mi sueño de cinco minutos


se desvanecía por la ventana.

Joder. Mi. Vida.

—¿Y tú? —preguntó entonces, con voz suave y dulce.

—Estoy en quinto año —le dije, distraído por la repentina y


prominente punzada de decepción que se arremolinaba dentro de mí—.
Tengo diecisiete y dos tercios.

—Y dos tercios. —Se rio—. ¿Los tercios son importantes para ti o


algo así?

—Lo son ahora —murmuré por lo bajo. Con un suspiro de


resignación, la miré y le expliqué—: Debería estar en sexto año, pero
repetí sexto cuando me mudé a Cork. Cumpliré dieciocho en mayo.

—Oye, ¡yo también!


—¿Tú también qué? —pregunté con cautela, tratando de no hacerme
ilusiones, pero era algo difícil de hacer con ella sentada tan cerca.

—Repetí una clase en la escuela primaria.

—¿Sí? —Me enderecé, un rayo de esperanza brilló dentro de mí—.


Entonces, ¿cuántos años tienes?

Por favor, ten diecisiete.

Por favor, tírame un hueso y dime que tienes diecisiete años.

—Tengo quince.

A la mierda mi suerte.

—No puedo pensar cuáles son las fracciones para cumplir dieciséis
en marzo. —Frunció el ceño por un momento antes de agregar—: Soy
mala en matemáticas y me duele la cabeza.

—Diez doceavos —dije sombríamente.

Ugh.

Sólo jodidamente ugh.

Yo cumpliría dieciocho en mayo y ella todavía tendría dieciséis por


otros diez meses.

No.

No hay manera en el infierno.

Ni de casualidad.

Maldito mal plan, Johnny.

—¿Tienes novio?

Ahora, ¿por qué diablos tenía que preguntar eso?


¡Eres casi dos años mayor que esta chica, imbécil!

Ella es demasiado joven para ti.

Sabes las reglas.

Baja de una puta vez.

—No —respondió lentamente, sus mejillas se sonrojaron—. ¿Tú?

—No, Shannon. —Sonreí—. No tengo novio.

—No quise decir… —Haciendo una pausa, exhaló un suspiro y se


mordió el labio inferior, claramente nerviosa—. Me refería…

—Sé lo que quisiste decir —llené, incapaz de evitar que mi sonrisa se


extendiera, mientras volvía a acomodar ese rizo errante detrás de su
oreja—. Sólo estaba jugando contigo.

—Oh.

—Sí —bromeé—. Oh.

—¿Y? —presionó, con voz pequeña. Bajó la mirada a su regazo antes


de volver su atención a mi rostro—. ¿Tú…

—¡Shannon! —gritó una voz femenina con pánico, distrayéndonos a


ambos—. ¡Shannon!

Dirigí mi mirada hacia la mujer alta y de cabello oscuro que corría


por el pasillo hacia nosotros, luciendo un pequeño bulto de embarazo.

—¡Shannon! —exigió, acercándose a nosotros—. ¿Qué sucedió?

—Mamá —dijo Shannon con voz ronca, volviendo su atención a su


madre—. Estoy bien.

Muy incómodo al ver el estómago protuberante de su madre, tomé


esto como mi momento para alejarme de su hija menor.
Las mujeres embarazadas me ponían nervioso, pero no tanto como
Shannon como el río.

Me puse de pie e hice ademán de alejarme, sólo para ser acorralado


por lo que solamente podría describir como una madre osa trastornada.

—¿Qué le hiciste a mi hija? —demandó, pinchando mi hombro con


su dedo—. ¿Y bien? ¿Pensaste que era divertido? ¿Por qué, en el nombre
de Dios, los niños son tan jodidamente crueles?

—¿Qué…? ¡No! —respondí, con las manos en alto en retirada—. Fue


un accidente. No quise lastimarla.

—Sra. Lynch —la tranquilizó el director, interponiéndose entre la


mujer y yo—. Estoy seguro de que si todos nos sentamos y hablamos de
esto…

—No —ladró la Sra. Lynch, con la voz cargada de emoción—. ¡Me


aseguraste que este tipo de cosas no pasarían en esta escuela y mira lo
que pasó en su primer día! —Se volvió para mirar a Shannon y su
expresión se hundió en el dolor—. Shannon, ya no sé qué hacer contigo.
—La mujer sollozó—. Realmente no, cariño. Pensé que este lugar sería
diferente para ti.

—Mamá, él no tuvo la intención de lastimarme —dijo Shannon,


defendiendo mi caso. Sus ojos azules se posaron en mí por un breve
momento antes de volver a su madre—. Realmente fue un accidente.

—¿Y cuántas veces me has dicho eso? —preguntó su madre con


cansancio—. No necesitas cubrirlo, Shannon. Si este chico te está
haciendo pasar un mal rato, entonces dilo.

—No lo estoy —protesté al mismo tiempo que Shannon gritaba—:


No lo está.

—Cállate, tú —siseó su madre, empujándome con fuerza en el


pecho—. Mi hija puede hablar por sí misma.
Apretando los dientes, de hecho, me callé.

No iba a ganar ninguna disputa verbal con su madre.

—Fue un completo accidente —repitió Shannon, con la barbilla


sobresaliendo desafiante, todavía sosteniendo su cabeza con su pequeña
mano—. ¿Crees que estaría aquí ayudándome si fuera a propósito?

Eso le dio a la mujer una pausa para pensar.

—No —admitió finalmente—. No, supongo que no lo haría. ¿Qué


diablos estás usando?

Shannon se miró a sí misma y se puso escarlata.

—Me rasgué la falda cuando me caí por el lodo —dijo con un trago
profundo—. Johnny… uh, me dio su jersey para que nadie viera mis…
mis… bueno, mis bragas.

—Uh, sí, aquí tienes —murmuré mientras sacaba el trozo de tela gris
de la cintura de mis pantalones cortos y se lo tendía a su madre—. Yo,
eh, rompí eso también.

Su madre me arrebató la falda y di un paso seguro hacia atrás.

—Déjame aclarar esto —exigió su madre, su mirada parpadeando


entre Shannon y yo. El reconocimiento brilló en sus ojos azul pálido, de
qué no tenía ni puta idea porque me sentía despistado en este momento—
. ¿Te golpeó, te arrancó la ropa y luego te puso su jersey?

Murmuré una serie de maldiciones y pasé una mano por mi cabello.

Sonaba tan jodidamente mal cuando lo dijo así.

—Yo no…

—Él me ayudó, mamá —interrumpió Shannon.


Se movió para ponerse de pie, y como el imbécil que era, me moví
para ayudarla, captando una mirada cada vez más estrecha de su madre.

Fui a ella de todos modos.

Que se jodan todos.

Había visto a esta chica medio inconsciente hace una hora.

No iba a arriesgarme con ella.

—Mamá. —Shannon suspiró—. Él estaba entrenando fútbol y el


balón me golpeó.

—Rugby —intervino el Sr. Twomey con orgullo—. Nuestro Johnny


es el mejor jugador de rugby que el Colegio Tommen ha visto en
cincuenta años.

Puse mis ojos en blanco.

Este no era el momento de estar alabándome, o de la empresa.

—Fue un error honesto —agregué con un encogimiento de hombros


impotente—. Y pagaré por su uniforme.

—¿Y qué se supone que significa eso? —exigió su madre.

Fruncí el ceño.

—Significa que voy a pagar por su uniforme —repetí lentamente—.


Su falda…

—Y medias —intervino Shannon.

—Y sus medias. —Le dediqué una sonrisa indulgente y rápidamente


me puse serio cuando me encontré con una mirada mortal de su madre—
. Reemplazaré todo.
—¿Porque no tenemos dinero? —ladró la Sra. Lynch—. ¿Porque no
puedo permitirme vestir a mi propia hija?

—No —dije lentamente, confundido como el infierno por la


incubadora humana que me declaraba una guerra silenciosa—. Porque
es mi culpa que estén arruinados.

—Bueno, no, gracias, Johnny —resopló ella—. Mi hija no es un caso


de caridad.

Cristo.

Esta mujer era otra cosa.

Lo intenté de nuevo:

—Nunca dije que lo fuera, Sra. Lynch…

—Detente, mamá —gimió Shannon, con las mejillas rojas—. Él sólo


está tratando de ser amable.

—Lo amable hubiera sido no agredirte en tu primer día —resopló la


Sra. Lynch.

Ahogué un gemido.

No iba a ganar ningún concurso de popularidad con esta mujer, eso


seguro.

—Lo siento —solté la palabra por centésima maldita vez.

—Johnny —dijo el Sr. Twomey, aclarándose la garganta—. ¿Por qué


no regresas y te cambias a tu uniforme y vas a tu próxima clase?

Me derrumbé aliviado, encantado ante la perspectiva de alejarme de


esta mujer loca.

Di unos pasos en dirección a la entrada principal, luego me detuve,


vacilando.
¿Debería dejarla?

¿Debería quedarme?

Alejarse no se sentía como lo correcto.

Inseguro, me moví para dar la vuelta, pero fui derribado con una
orden de ladridos.

—¡Sigue caminando, Johnny! —ordenó su madre, señalándome con


un dedo.

Así que lo hice.


Estableciendo Leyes y Rompiéndolas

Johnny
Cuando regresé al vestuario, después de un desvío al comedor para
hablar con la subdirectora, la Sra. Lane, el equipo había terminado con
la práctica y la mayoría de los chicos habían terminado de ducharse.

Ignorando los comentarios ahogados y las miradas cuando entré, fui


directamente a Patrick Feely, me disculpé por haber sido un imbécil con
él antes, lo zanjamos y luego me dirigí al banco.

Hundiéndome junto a mi bolsa de equipo, estiré las piernas, apoyé


mi cabeza contra la pared fría y losa detrás de mí, y exhalé un profundo
suspiro mientras mi cerebro funcionaba a toda marcha, obsesionado con
cada detalle de los eventos del día.

Que puto día.

Acosador.

Yo no era un matón.

Nunca antes había visto a la chica en mi vida.

Al parecer, esa pequeña joya de información se perdió en nuestra


subdirectora, quien había sido llamada por el Sr. Twomey para ayudar a
disipar el drama.
Después de un regaño de diez minutos con la mano derecha de
Twomey, me habían dado instrucciones estrictas de mantenerme alejado
de la chica Lynch.

Su madre pensó que la estaba acosando y no quería que me acercara


a su hija.

Si volvía a acercarme a ella, me enfrentaría a una suspensión


inmediata.

Era una completa y absoluta tontería y esperaba que Shannon tuviera


la decencia de aclararlo y defenderme.

A la mierda.

Lo que sea.

Me mantendría alejado.

No necesitaba la molestia.

Las chicas eran una maldita complicación que no necesitaba; incluso


las pequeñas con salvajes ojos azules.

Maldita sea, ahora estaba pensando en sus ojos otra vez.

Todavía tiene tu jersey, noté mentalmente, lo que me entristeció por


una razón completamente diferente.

Era nueva y sólo la había usado esta maldita vez.

Sin embargo, se veía mejor en ella, reconocí a regañadientes.

Ella podría quedársela.

Sólo esperaba que no la tirara.

Tendría que pagar ochenta libras para reemplazar la maldita cosa.


—¿Estás bien, chico Johnny? —preguntó Gibsie, interrumpiendo mis
pensamientos, mientras se dejaba caer en el banco a mi lado. Estaba
recién duchado y vestido con su bóxer—. ¿Cómo está la chica? —añadió,
inclinándose para hurgar en su bolsa de equipo.

Sacudiendo la cabeza, me giré para mirarlo.

—¿Eh?

—La joven —explicó, recuperando una lata de desodorante—.


¿Quién es ella?

—Shannon —murmuré—. Es nueva. Va en tercer año. Hoy es su


primer día.

—¿Se encuentra bien? —preguntó, rociando cada axila con Lynx


antes de arrojar la lata de regreso a su bolso y alcanzar sus pantalones
escolares grises—. Parecía fuera de sí.

—A la mierda si lo sé, hombre. Creo que realmente le afecté el


cerebro —murmuré con un encogimiento de hombros impotente—. Su
madre la llevará al hospital para que la revisen.

Gibsie hizo una pausa, frunciendo el ceño.

—Mierda.

—Sí —estuve de acuerdo sombríamente—. Mierda.

—Jesús, eso debe haber sido mortificante para ella. —Deslizando sus
pies en sus pantalones, se puso de pie y los subió hasta sus caderas—.
Exhibir tu trasero para el equipo de rugby en tu primer día.

—Sí —respondí, porque ¿qué más podía decir?

Fue humillante para ella y yo fui responsable de eso.

Dejé escapar un suspiro de frustración.


—¿Se dijo algo sobre ella? —Miré a mis compañeros de equipo y
luego a mi mejor amigo con una sola cosa en mente. Control de daños—.
¿Hablaron de ella?

Gibsie levantó las cejas ante mi pregunta.

En realidad, creo que las cejas levantadas y la expresión de sorpresa


tenían más que ver con el tono de mi voz.

—Bueno —comenzó lentamente—. Tuvo su vagina y culo en


exhibición, Cap, un culo muy bonito que combina con el resto muy
bonito de ella, así que sí, muchacho. Se ha hablado.

—¿Qué tipo de conversación? —dije con los dientes apretados,


sintiendo una oleada irracional de ira hervir dentro de mí.

No tenía ni puta idea de dónde venía la agitación, pero estaba ahí,


era fuerte y me estaba haciendo sentir medio demente.

—Interés, muchacho —explicó Gibs con calma, mucho más


tranquilo que yo—. Mucho interés. —Metiendo la mano en su bolso,
sacó su camisa blanca de la escuela y se la puso—. En caso de que se te
haya escapado, y por tu reacción sé que no fue así, esa chica está
buenísima.

Se abotonó la camisa con manos firmes.

Mientras tanto, estaba temblando con una energía que necesitaba ser
expulsada de mi cuerpo y rápidamente.

—Ella es hermosa, es nueva y los muchachos sienten… curiosidad —


agregó, eligiendo sus palabras con cuidado—. Lo nuevo siempre es
divertido… —hizo una pausa, sonriendo, antes de agregar—: hermoso
es mejor.

—Se acabó —gruñí, molesto por la idea de mis compañeros de


equipo hablando de ella.
Vi esa mirada en sus ojos.

Lo escuché en su voz.

Esa vulnerabilidad.

Ella no era como las demás.

Esta chica era diferente.

Apenas la conocía, pero me di cuenta de que esta necesitaba


cuidados.

Algo le había pasado a Shannon Lynch, algo lo suficientemente malo


como para que cambiara de escuela.

No me sentó bien.

—Sí. —Se rio entre dientes mientras terminaba con su camisa y se


colgaba la corbata roja—. Buena suerte con eso, hombre.

—Tiene quince años —advertí, tensándome.

Dieciséis en marzo, pero aun así.

Durante los siguientes dos meses, todavía tenía quince años.

—Es demasiado joven.

Gibsie resopló.

—Dice el idiota que ha estado metiendo el pene en cualquier cosa


con pulso desde el primer año.

Gibsie dio en el clavo con esa declaración.

Por el amor de Dios, perdí mi virginidad en primer año con Loretta


Crowley, que era tres años mayor que yo, y tenía mucha más experiencia
que yo, detrás de los cobertizos de la escuela después de la escuela.
Sí, eso fue un desastre.

Estaba todo nervioso y con movimientos torpes, muy consciente de


que era demasiado joven para meter mi pene en otra cosa que no fuera
mi mano, pero debo haber hecho algo bien porque Loretta felizmente se
unió a mí detrás de los cobertizos la mayoría de los días después de la
escuela durante varios meses antes de que yo estuviera demasiado
ocupado con el entrenamiento y pusiera fin a nuestras reuniones.

Si tuviera que decir qué tipo de mujer me interesa, no serían rubias o


morenas, con curvas o flacas.

Mi tipo era mayor: cada chica con la que había estado tenía al menos
un par de años más que yo.

A veces muchos más.

No era un fetiche ni nada.

Simplemente disfrutaba el aura libre de drama que las chicas mayores


aportaban a la mesa.

Las disfrutaba cuando estaba con ellas y luego lo disfrutaba aún más
cuando no lo estaba.

Eso no quiere decir que no me gustara mucho la chica con la que


estaba cuando estaba con ella.

Lo hizo.

Y también era leal.

Yo no andaba por ahí.

Si una chica quería exclusividad, sin ataduras, entonces estaba más


que feliz de complacerla. No disfrutaba la caza o la persecución que
atraía a la mayoría de los muchachos. Si una chica esperaba que la
persiguiera, estaba buscando al chico equivocado. No estaba en posición
de ser material de novio en este momento. No era que no quisiera una
novia; simplemente no tenía tiempo para una. No tenía tiempo para citas
consistentes ni ninguna de esas demandas.

Estaba muy ocupado.

Era otra razón por la que prefería a las chicas mayores.

No esperaban milagros de mí.

En este momento, por ejemplo, estaba tonteando con Bella


Wilkinson desde sexto año y lo había estado desde abril del año pasado.

Al principio, me gustaba Bella porque no me asfixiaba. A los


diecinueve años, me llevaba un par de años, no me impuso un estándar
invisible que no podía o no quería cumplir, y después, podía irme y
concentrarme en el rugby, mientras ella me dejaba a mis anchas.

Pero después de unos meses, rápidamente me di cuenta de que Bella


no estaba interesada en mí.

Era la mierda que venía con estar conmigo.

Todo era cuestión de estatus con Bella, y cuando me di cuenta, estaba


demasiado cómodo y demasiado perezoso para hacer algo al respecto.

Ella quería mi pene.

Eso era todo.

Bueno, mi pene y mi estatus.

Ahora, me quedé porque ella me resultaba familiar y yo era perezoso.

Bella tenía una expectativa de mí, un requisito que, hasta hace un par
de meses, yo era más que capaz de cumplir.

No había estado haciendo mucho con Bella desde antes de mi cirugía,


no había puesto un dedo sobre la chica desde principios de noviembre,
cuando se volvió demasiado doloroso para siquiera contemplarlo, pero
mi punto era que cuando sucedía, era sólo sexo para mí.

Una liberación constante.

En algún lugar en el fondo de mi mente, reconocí que esta era una


actitud poco saludable hacia la vida y las relaciones con el sexo opuesto,
y que probablemente estaba profundamente hastiado, pero era difícil
seguir siendo un niño cuando vivía en un mundo de hombres.

Tampoco ayudaba que estaba jugando al rugby a un nivel en el que


estaba rodeado de hombres mucho mayores que yo.

Conversaciones que estaban destinadas a personas mucho mayores


que yo.

Mujeres que estaban destinadas a hombres mucho mayores que yo.

No chicas, sino mujeres.

Jesús, si mi madre conociera a la mitad de las mujeres que se me


ofrecieron, mujeres adultas, me sacaría de La Academia y me encerraría
en mi habitación hasta que cumpliera veintiún años.

En cierto modo, me robaron la infancia por mi habilidad para jugar


al rugby.

Crecí muy rápido, asumiendo el papel de un hombre cuando era poco


más que un niño; entrenado y empujado, presionado y defendido.

No tuve una vida social ni infancia.

En cambio, tenía expectativas y una carrera.

El sexo era la recompensa que me permitía por ser, bien, bueno.

Por controlar todo lo demás en mi vida.


Por equilibrar mi escuela y mi deporte con un control prístino y una
voluntad de hierro.

Yo no era el único así.

Aparte de un par de muchachos con novias desde hace mucho


tiempo, el resto de los muchachos de La Academia eran tan malos como
yo.

En realidad, eran peores.

Yo era discreto.

Ellos no.

—No estamos hablando de mí —le dije a Gibsie, arrastrando mi


atención de vuelta al presente, mi ira creciendo por segundos—. Ella es
una maldita niña, demasiado joven para todos ustedes, pequeños
imbéciles cachondos, y todos los imbéciles en esta sala deben respetar
eso.

—¿Quince es una niña? —respondió Gibsie, luciendo confundido—.


¿De qué mierda estás hablando, Johnny?

—Quince años es joven —ladré, frustrado—. E ilegal.

—Vaya. —Gibsie sonrió a sabiendas—. Ya veo.

—No ves una mierda, Gibs —le respondí.

—¿Desde cuándo te empezó a importar una mierda lo que cualquiera


de nosotros haga?

—No me importa. Haz lo que sea y con quien diablos quieras —


respondí acaloradamente—. Simplemente no ella.

Su sonrisa creció, claramente incitándome, cuando bromeó:


—Sigue hablando así y voy a empezar a pensar que te estás
ablandando por la chica.

—No estoy bromeando —respondí, mordiendo el anzuelo.

—Relájate, Johnny —dijo Gibsie con un suspiro—. No tengo


intención de acercarme a la chica.

—Bien.

Solté un suspiro que no me había dado cuenta que había estado


conteniendo.

—Sin embargo, no puedo responder por el resto de ellos —agregó,


señalando con el pulgar detrás de él.

Asintiendo rígidamente, dirigí mi atención al vestidor ocupado y me


puse de pie, crispado por la agitación.

—Escuchen —ladré, atrayendo la atención de todos hacia mí—. ¿Esa


chica que estuvo en la cancha antes?

Esperé hasta tener la atención de mis compañeros de equipo y luego


esperé a que la comprensión cruzara sus rostros antes de empezar una
diatriba.

—¿Lo que le pasó a ella hoy? Sería vergonzoso para cualquiera y


especialmente para una chica. Entonces, no quiero escuchar una palabra
de eso repetida en la escuela o en la ciudad. —Mi voz adquirió un tono
amenazante cuando dije—: Si llega a mis oídos que alguno de ustedes ha
estado hablando de ella… bueno, no tengo que explicar lo que sucederá.

Alguien se rio y volteé mi mirada hacia el culpable.

—Tienes dos hermanas, Pierce —espeté, mirando con furia al


prostituto de cara roja—. ¿Cómo te sentirías si eso le pasara a Marybeth
o a Cadence? ¿Te gustaría que los muchachos hablaran de ella así?
—No, no me gustaría. —Pierce enrojeció aún más—. Lo siento, Cap
—murmuró—. No lo escucharás de mí de nuevo.

—Buen hombre —respondí, asintiendo antes de mirar al equipo—.


No le cuenten a nadie lo que pasó con su ropa, ni a sus compañeras de
almohada ni a sus amigos. Ya pasó. Se borró. Nunca sucedió… y
mientras estamos en el tema, no hablen con ella —agregué, ahora en un
discurso, mis órdenes esta vez por razones completamente egoístas en las
que no me atrevía a pensar demasiado—. No se hagan ninguna idea
sobre ella. De hecho, no la miren en absoluto.

Para ser justos con ellos, la mayoría de los jugadores veteranos del
equipo simplemente asintieron y volvieron a lo que habían estado
haciendo antes de mi arrebato, haciéndome saber que estaba siendo
irracional al respecto.

Pero luego estaba el jodido Ronan McGarry y su maldita boca con la


que lidiar.

No me gustaba este chico, no podía soportarlo si era honesto.

Era un gritón de tercer año que se pavoneaba por la escuela como si


fuera el rey de la colina.

Su actitud arrogante sólo se había magnificado en molestia este año


cuando lo incorporaron al equipo de último año de la escuela después de
que una lesión en el ligamento cruzado anterior terminara la temporada
de Bobby Reilly antes de tiempo.

McGarry era un jugador de rugby mediocre en el mejor de los casos,


jugando medio scrum para la escuela esta temporada, y un maldito dolor
en mi trasero para cubrir en el campo.

Sólo estaba en el equipo en primer lugar porque su madre era la


hermana del entrenador. Ciertamente no era por su talento.

Me daba un gran placer bajarle los humos uno o diez peldaños en


cualquier oportunidad que tuviera.
—¿Por qué? —se burló desde la seguridad del extremo opuesto del
vestidor—. ¿Estás reclamándola? —El pequeño hijo de puta rubio,
alentado por un par de sus amigos calentadores de banco, continuó—:
¿Es tuya ahora o algo así, Kavanagh?

—Bueno, ciertamente no es tuya, cara de imbécil —respondí sin


dudarlo—. No es que te incluyera a ti en esa declaración. —Resoplando,
lo miré de arriba abajo lentamente con fingido disgusto antes de
agregar—: Sí, no eres un problema para mí.

Varios de los muchachos estallaron en carcajadas a expensas de


McGarry.

—Vete a la mierda —escupió.

—Auch. —Fingí estar herido y luego le sonreí a través de la


habitación—. Eso dolió mucho.

—Ella está en mi clase —dijo.

—Bien por ti. —Aplaudí, sin gustarme un poco esta nueva


información, pero ocultando mi molestia con una gran dosis de
sarcasmo—. ¿Quieres una medalla o un trofeo por eso?

Volviendo mi atención a mi equipo, agregué:

—Ella es joven, muchachos, demasiado joven para cualquiera de


ustedes. Así que aléjense.

—No para mí —dijo el pequeño imbécil—. Ella tiene la misma edad


que yo.

—No. No es una cuestión de edad para ti —respondí de manera


uniforme—. Ella es demasiado buena para ti.

Más risas a su costa.

—Todo el mundo puede actuar como si fueras una especie de dios en


esta escuela —gruñó—, pero ella es un juego limpio en lo que a mí
respecta. —Inflando su pecho como un gorila rebelde, me sonrió—. Si la
quiero, la tendré.

—¿Juego limpio? —Solté una carcajada—. ¿Si la quieres, la tendrás?


Cristo, chico, ¿en qué mundo estás viviendo?

Las mejillas de Ronan se sonrojaron.

—Vivo en el mundo real —escupió—. Aquel en el que la gente tiene


que trabajar por lo que obtiene y que no se lo entreguen porque están en
la Academia.

—¿Tú crees? —Arqueé una ceja, inclinando mi cabeza hacia un lado


para examinarlo—. Al parecer no cuando estás lo suficientemente
engañado como para pensar que me han dado todo en mi vida, y
especialmente cuando te refieres a las chicas como un juego justo. —
Sacudiendo la cabeza, agregué—: Son chicas, McGarry, no cartas de
Pokémon.

—Dios, te crees tan genial, ¿no? —espetó, con la mandíbula


apretada—. ¡Crees que eres jodidamente increíble! Bueno, no lo eres.

Aburriéndome de sus payasadas, negué con la cabeza y le dije:

—Lanza tu anzuelo, niño. No voy a jugar este juego contigo hoy.

—¿Por qué no nos haces un favor a todos y lanzas tu anzuelo,


Johnny? Desearía que te fueras a la mierda con las juveniles y terminaras
con esto —rugió, con el rostro tornándose de un feo tono púrpura—.
Para eso estás en La Academia, ¿verdad? —demandó, con un tono
furioso—. ¿Para ser condicionado? ¿Para subir de rango y obtener un
contrato? —Resoplando, gruñó—: Entonces, muévete. Deja Tommen.
Vuelve a Dublín. ¡Toma tus contratos y vete a la mierda!

—La educación es muy importante, Ronan. —Sonreí, disfrutando de


su odio hacia mí—. La Academia nos enseña eso.
—Apuesto a que ni siquiera los dirigentes irlandeses te quieren —
respondió enojado—. Toda esta charla sobre que te unirás a la sub20 en
el verano es una mierda que tú mismo te inventaste.

—Niño, tienes que alejarte ahora —intervino Hughie Biggs, nuestro


número diez y buen amigo mío, con un suspiro—. Suenas como un
maldito payaso.

—¿Yo? —ladró Ronan, mirando a través de la habitación a Hughie—


. Él es el imbécil que camina por esta ciudad como si fuera su dueño,
recibe un trato especial de los maestros y les da órdenes a todos. ¡Y
simplemente lo aceptan!

—Y estás apestando la habitación con tus celos —respondió Hughie


con un tono perezoso—. Déjalo, niño —agregó, pasando una mano por
su cabello rubio, mientras se paraba a mi lado y de Gibs—. Te estás
comportando como un verdadero idiota.

—¡Deja de llamarme niño! —rugió Ronan, con la voz entrecortada,


mientras cargaba hacia nosotros—. ¡No soy un maldito niño!

Ni Gibsie, ni Hughie ni yo nos movimos ni un centímetro, todos muy


entretenidos con su rabieta.

Ronan había sido un problema para el equipo desde septiembre;


desafiando órdenes, rompiendo filas, haciendo piruetas en la cancha que
casi nos cuestan varios partidos.

Este pequeño arrebato suyo no era el primero.

Era sólo otro en una larga lista de muchos berrinches.

Era ridículo y necesitaba controlarse.

Si su tío no estaba preparado para hacerlo, entonces yo lo estaba.

—Él es tu capitán —intervino Patrick Feely, para mi sorpresa,


cuando él y varios miembros del equipo se acercaron y se pararon frente
a mí, bloqueando el patético intento de McGarry de exaltar poder y
mostrándome su apoyo—. Muestra un poco de respeto, McGarry.

Bueno, mierda.

Me sentía terrible ahora.

Miré a Feely, con los ojos llenos de remordimiento por mis payasadas
anteriores en el campo.

La mirada que me dio me aseguró que, para él, fue olvidado hace
mucho tiempo.

Aun así, no me sentaba bien.

McGarry tenía razón en una cosa; recibía un trato preferencial en la


ciudad.

Trabajaba como un perro en la cancha y era recompensado


fabulosamente fuera de ella.

Usaría esa influencia para invitar a Feely una pinta en Biddies el fin
de semana, a Gibs y a Hughie también.

—Corre a casa con mamá, Ronan —ordenó Gibsie, empujándolo


hacia la salida de los vestidores—. Tal vez ella sacará tus Legos. —
Abriendo la puerta con una mano, Gibsie lo empujó con la otra—. No
estás listo para jugar con los grandes.

—Apuesto a que tu Shannon no dirá eso —gruñó Ronan,


obligándose a regresar a la habitación—. O debería decir, ella no será
capaz de hacerlo. —Sonrió sombríamente, con los ojos fijos en mi
rostro—, cuando mi pene esté enterrado en su garganta.

—Sigue hablando de ella así —gruñí, con los puños apretándose a


mis costados—. Me encantaría tener una razón para arrancarte la
maldita cabeza.
—Me senté detrás de ella esta mañana en Francés, ya sabes —se
burló, sonriendo ampliamente ahora—. Si hubiera sabido lo que
escondía debajo de esa falda, habría sido más amable. —Guiñando un
ojo, añadió—: Siempre hay un mañana.

—Y así, amigos, es como firman su propio certificado de defunción


—murmuró Hughie, levantando las manos en señal de resignación—.
Estúpido, pequeño imbécil.

Ni una sola persona trató de detenerme cuando corrí hacia Ronan.

Nadie se atrevió.

Había alcanzado mi cuota de pendejadas del día y los muchachos lo


sabían.

—Ahora escúchame, pequeño hijo de puta —siseé, con la mano


envuelta alrededor de su garganta, mientras lo arrastraba de regreso a la
habitación, cerrando la puerta para que no hubiera testigos con mi mano
libre—. Y escucha bien, porque esto sólo te lo voy a decir una vez más.

Golpeando a Ronan contra la pared de concreto, me puse frente a él,


elevándome por encima de él por unos buenos veinte centímetros.

—No te agrado. Lo entiendo. Tampoco tú a mí. —Apreté su garganta


lo suficientemente fuerte como para dificultarle la respiración, pero no lo
suficiente como para cortar la circulación y matarlo. Estaba tratando de
hacer un punto, no cometer un crimen—. No tengo que agradarte, pero
como tu capitán, seguro que respetarás mi autoridad en el campo.

Con un metro setenta y ocho y dieciséis años, Ronan no era pequeño


de ninguna manera, pero con diecisiete, un metro noventa y creciendo,
yo era un gran bastardo.

Fuera de la cancha, rara vez usaba mi tamaño para intimidar a


alguien, pero lo usaría ahora.
Estaba harto de este niño y su boca. No tenía ningún maldito respeto,
y diablos, tal vez podría lidiar con su actitud de mierda y su agresión
hacia mí.

Pero no ella.

No me gustaba, no podía hacerle frente y no toleraría que él hablara


de ella de esa manera.

Esa inquietante mirada de vulnerabilidad en sus ojos me empujó


hacia adelante, haciéndome perder el poco control que tenía sobre mi
temperamento.

—Cuando le digo algo a mi equipo —agregué, gruñendo ahora, el


recuerdo de sus solitarios ojos azules nublando mi juicio—. Cuando te
advierto que dejes en paz a una chica vulnerable, espero que prestes
atención a mi maldita advertencia. Espero tu sumisión. Lo que no espero
es tu respuesta y tu desafío. —Un leve sonido ahogado salió de la
garganta de Ronan y aflojé mi agarre, pero mantuve mi mano allí—.
¿Estamos claros?

—Vete a la mierda —dijo Ronan con voz estrangulada, farfullando y


jadeando—. No puedes decirme qué hacer —dijo con voz áspera, sin
aliento—. ¡No eres mi padre!

Este hijo de puta.

Estaba decidido a desafiarme incluso cuando no podía ganar.

—Soy tu papi en el campo, perra. —Sonreí sombríamente y apreté,


cortando su suministro de aire—. No lo ves porque eres un presuntuoso,
narcisista y una molestia. —Apreté más fuerte—. Pero ellos sí lo ven. —
Agité una mano detrás de nosotros, haciendo un gesto al equipo que
estaba parado, ninguno de ellos interviniendo—. Cada uno de ellos.
Todos lo entienden. Todos saben que soy tu dueño —agregué con
calma—. Sigue presionándome, niño, y no importará con quién estés
relacionado, estarás fuera de este equipo. Pero acércate a esa chica y ni
Dios mismo podrá salvarte.
Decidiendo que había aterrorizado al joven lo suficiente como para
hacerle entender mi punto, solté su garganta y di un paso atrás.

—Ahora —Cruzando los brazos sobre mi pecho, lo miré y


pregunté—, ¿esta vez, estamos claros?

—Sí —gruñó Ronan, todavía fulminándome con la mirada.

No me importó.

Podía fulminarme con la mirada todo lo que quisiera.

Podía clavar agujas en una versión vudú de mí y seguir odiándome


por el resto de su vida por lo que a mí me importaba.

Todo lo que necesitaba de él era su sumisión.

—Estamos claros —espetó.

—Buen chico. —Golpeé sus mejillas con mis manos y sonreí—.


Ahora vete a la mierda.

Ronan continuó murmurando sus dudas, pero como lo estaba


haciendo en voz baja, le di la espalda y me dirigí directamente a las
duchas ahora vacías, eligiendo escaldar el temperamento de mi cuerpo
con agua.

—Johnny, ¿podemos hablar? —preguntó Cormac Ryan, nuestro


extremo número 11, mientras me seguía al área de la ducha.

Me di la vuelta y lo miré, mis dedos se deslizaron lejos de la cintura


de mis pantalones cortos.

—¿Puede esperar? —pregunté, con un tono tenso, la mandíbula


apretada, mientras mi mirada lo recorría.

La molestia cobró vida al verlo, y supe muy bien de qué quería


hablarme, o debería decir de quién quería hablar.
Bella.

El momento de hablar fue hace meses.

En este momento, con el estado de ánimo en el que estaba, las


posibilidades de que sólo habláramos eran escasas.

Cormac pareció darse cuenta de eso porque asintió y se retiró de la


puerta.

—Sí, no te molestes —respondió, tragando profundamente, mientras


retrocedía—. Yo, eh, te alcanzaré en otro momento.

—Sí —dije inexpresivamente, viéndolo irse—. Lo harás.

Sacudiendo la cabeza, me desnudé y entré en la ducha.

Girando la boquilla cromada, me metí bajo el chorro constante de


agua helada y esperé a que se calentara.

Presionando una palma contra la pared de azulejos, dejé caer la


cabeza y exhalé un suspiro de frustración.

No necesitaba otra pelea en mi haber.

Mantenerme fuera de problemas esta temporada era primordial,


incluso en la liga escolar de mierda.

Sería mala publicidad darle una paliza a mis propios compañeros.

Incluso cuando mis dedos se crisparon con la urgencia de hacer


precisamente eso.

Los chicos ya habían regresado a sus clases asignadas cuando terminé


de ducharme, dejándome solo en el vestuario.

No me molesté en volver corriendo a clase, priorizando mi tiempo


con mi almuerzo y un licuado de proteína prefabricado.
No fue hasta que terminé de comer que me di cuenta de la bolsa de
hielo azul en la parte superior de mi bolsa de equipo. Había una pequeña
nota colgada en la parte superior que decía: «Ponte hielo en las bolas, Cap».

Maldito Gibsie.

Con una sacudida de cabeza, me hundí en el banco y agarré la bolsa


de hielo.

Envolviéndola con una camiseta vieja, liberé mi toalla e hice


exactamente lo que me indicaba la nota.

Cuando terminé de ponerme hielo en las bolas, me tomé todo el


tiempo del mundo para evaluar algunas de mis lesiones a largo plazo, la
más preocupante era la cicatriz de aspecto enojado en mi ingle interna.

La piel estaba caliente, hinchada, picaba y se veía jodidamente


asquerosa.

Jugar con una lesión era una dolencia común para un tipo en mi
situación, pero después de dieciocho meses de sufrir una lesión crónica
en la ingle, tiré la toalla y acepté la cirugía en diciembre.

Pasar cuatro días boca abajo en el hospital retorciéndome de dolor


por haber contraído una infección ya era bastante malo, pero las últimas
tres semanas de rehabilitación posterior a la cirugía habían sido pura
tortura.

Según mi médico de cabecera, mi cuerpo se estaba curando muy bien


y me había dejado jugar, principalmente porque había mentido entre
dientes, pero los moretones y la decoloración en mis muslos y alrededor
de mi área eran dignos de verse.

Yo también estaba muy adolorido ahí abajo.

Pene, testículos, ingles, muslos.

Me dolía cada parte de mí.


Todo el maldito tiempo.

No estaba seguro de si me dolían más las bolas por la lesión o por la


necesidad de liberarlas.

Aparte de mis padres y entrenadores, Gibsie era el único que conocía


los detalles de mi cirugía, de ahí la bolsa de hielo.

Había sido mi mejor amigo desde que me mudé a Cork. A pesar de


que era un imbécil demasiado grande, rubio, con una predilección por
los malditos administradores de la escuela y la capacidad de volverme
loco con su actitud displicente, sabía que podía confiar en él para que me
cubriera las espaldas.

Saber que podía guardarse cosas para sí mismo fue la única razón por
la que se lo dije.

Normalmente, me guardaba ese tipo de mierda para mí.

Compartir los detalles de una lesión era un movimiento peligroso y


una forma segura de hacer que esa lesión sea el objetivo de los equipos
rivales.

Además, era vergonzoso.

Yo era una persona segura de sí misma por naturaleza, pero caminar


con un pene fuera de servicio, sin un final a la vista, significaba que mi
autoestima había recibido una paliza.

Había tenido más gente hurgando y pinchando mis bolas en el último


mes de lo que me gustaría recordar, y no de una manera divertida,
tampoco.

Levantarlo después de la operación no fue un problema para mí; era


el dolor horrible y punzante que venía con tener una erección con el que
tenía un problema.
Esa información en particular la había aprendido de la manera más
difícil después de ver un maratón porno de mierda un sábado que resultó
en un viaje vergonzoso a la sala de urgencias.

Era la noche de San Esteban, diez días después de la cirugía, y había


estado revolcándome en la autocompasión todo el día, después de haber
recibido innumerables mensajes de texto de los muchachos
preguntándome si saldría al pub, así que cuando me acosté esa noche,
me puse un bluey para animarme.

En el momento en que las tetas de la actriz salieron, mi pene se alzó.

Sintiendo una pequeña cantidad de incomodidad que fue eclipsada


por la comprensión de que todavía poseía un pene que funcionaba, me
acaricié, con cuidado de evitar los puntos en mi ingle.

Dos minutos después de mi fiesta de masturbación, me di cuenta del


terrible error que había cometido.

El problema surgió cuando estaba cerca de venirme.

Mis bolas se tensaron, como siempre lo hacían cuando la sangre se


precipitaba hacia la cabeza de mi pene, pero los músculos de mis muslos
e ingles comenzaron a contraerse y tener espasmos, y no en el buen
sentido.

El dolor abrasador que se disparó a través de mi cuerpo fue tan severo


que grité de dolor antes de vomitar sin contemplaciones sobre mis
sábanas.

El dolor no se parecía a nada que hubiera experimentado antes.

La única forma en que podía describirlo era diciendo que era como
si me patearan los huevos repetidamente mientras alguien me clavaba
una picana al rojo vivo en el pene.

Desafortunadamente, la imagen de la mujer de pechos de plástico


siendo penetrada en la pantalla y el audio fuerte de sus gritos sexys como
el infierno «fóllame más duro» hizo que fuera virtualmente imposible para
mí bajarla.

Dejándome caer al suelo, me había arrastrado sobre mis manos y


rodillas hasta la televisión con la intención de atravesar la pantalla con
el puño.

Ese fue el momento exacto en que mi madre irrumpió en mi


habitación.

Terminó teniendo que ayudarme a vestirme, con la erección furiosa


y todo, y luego me apresuró al hospital, donde el médico de guardia me
regañó por interferir conmigo mismo.

No te jodo, usó esas mismas palabras antes de adentrarse en una


diatriba profundamente inquietante sobre los peligros de masturbarme
tan pronto después de la cirugía que tuve y las ramificaciones a largo
plazo que podría tener para mi pene, con mi madre sentada a mi lado.

Siete horas, una ronda de análisis de sangre, una inyección de


morfina y un examen testicular más tarde, me enviaron a casa con una
receta para una nueva ronda de antibióticos e instrucciones estrictas de
no tocar mi pene.

Eso fue hace dos semanas y todavía no me había tocado el pene.

Estaba traumatizado.

Era un hombre roto.

Sabía que debería estar agradecido de no tener ningún daño nervioso


a largo plazo en el área, y lo estaría una vez que todo sanara y funcionara
de nuevo, pero por ahora, era un chico de casi dieciocho años enojado
con un pene roto y un ego desinflado.

Maldito Ronan McGarry pensó que yo tenía todo.


Si se diera cuenta de los sacrificios que hice y los límites a los que
empujé mi cuerpo, dudo que se sintiera de la misma manera.

Por otra parte, tal vez lo haría.

Tenía tal problema conmigo que pensé que nada podría disuadirlo de
su campaña de odio a Johnny.

No es que me importara un carajo.

Me quedaban menos de dos años en esta escuela y posiblemente un


año más en La Academia.

Después de eso, dejaría atrás a Ballylaggin y a todos los Ronan


McGarry reticentes.

Estirando las piernas, froté suavemente el área con mi gel


antiinflamatorio recetado, mordiéndome el labio para evitar gritar de
dolor.

Cerrando los ojos con fuerza, obligué a mis manos a moverse sobre
mis muslos, realizando el ejercicio que mi fisio me había indicado que
hiciera después de cada sesión de entrenamiento.

Una vez que se completó, y estaba seguro de que no me desmayaría


por el dolor, trabajé en mis hombros, codos y tobillos, vendando y
vendando cada viejo dolor y lesión como el aprendiz obediente que era.

Lo creas o no, mi cuerpo estaba en excelentes condiciones.

Las lesiones que había sufrido por jugar al rugby durante los últimos
once años, incluido un apéndice reventado y un millón de huesos rotos,
eran minúsculas en comparación con las lesiones que tenían algunos de
los muchachos de la Academia.

Fue algo bueno para mí considerando que estaba en la cúspide de un


contrato lucrativo y una carrera en el rugby profesional.
Para lograr eso, necesitaba estar lo más cerca posible de la perfección
en todos los aspectos de mi vida.

Eso significaba actuar en la cancha, mantener una salud óptima tanto


física como mentalmente, y mantener mi nariz y mi pene limpios.

La protección era algo imposible de olvidar con La Academia


respirándonos en la nuca, disertando sobre cómo este era un momento
crucial en nuestras carreras y cómo, bajo ninguna circunstancia,
permitiríamos que una chica llamara nuestra atención o nos ensillara con
un bebé.

Como joder.

Prefiero cortarme el pene que funciona mal antes de dejarme caer en


esa trampa.

Los condones y el control de la natalidad eran una necesidad


absoluta.

Siempre llevaba uno, siempre usaba uno, y si la chica con la que estaba
no estaba tomando la píldora o la barra, o si no confiaba en que estaba
siendo honesta conmigo, siempre me retiraba.

Sin riesgos.

Sin excepciones.

No es que importe ahora, pensé para mis adentros, mientras miraba mis
bolas mallugadas.

Además de permanecer sin ser padre y libre de ETS, tenía que


mantener mis notas altas.

Todo se trataba de percepción para los exploradores y clubes


potenciales, y querían lo que se percibía como perfección.

Querían a los mejores jugadores de las mejores escuelas y las mejores


universidades del país.
Querían méritos y trofeos, tanto en el terreno de juego como en lo
académico.

Era un trabajo agotador, pero lo hacía lo mejor que podía.

Por suerte, yo era bueno en la escuela.

No me gustaba mucho ir, pero se me daba bien.

Mis clases eran todas materias de honores y siempre había tenido un


promedio de A+ a A- en todas ellas con la excepción de Ciencias, donde
era un estudiante C reacio.

Odiaba esa maldita materia.

Hombre, me daba escalofríos sólo pensar en las tablas periódicas.

No me importaba, y era la única clase en la que siempre me había


quedado dormido.

No fue una sorpresa para mis padres que cuando llegó el momento
de elegir mis asignaturas de certificación para este trimestre, había
evitado las tres asignaturas de ciencias como la peste.

No, podrían quedarse con la biología, la química y la física para los


intelectuales más duros.

Yo me quedaría con los negocios y la contabilidad.

Una pasión poco probable para un cabeza de rugby, pero estaba justo
en mi calle.

Obtendría un título estándar en Negocios, jugaría hasta bien entrada


la treintena, me retiraría antes de que mi cuerpo se rindiera por completo
y luego perseguiría mi maestría.

¿Ves?, lo tenía todo planeado.

No hay lugar para el cambio.


No hay lugar para novias.

Y no hay maldito lugar para lesiones.

Mis elecciones de vida y mi estricta rutina enfadaban a mi madre en


proporciones épicas.

Sabía que a mamá no le gustaba mi estilo de vida y siempre me estaba


regañando.

Me dijo que yo estaba limitado.

Que me estaba perdiendo tanto de la vida.

Me rogó que fuera un niño.

El problema era que no había sido un niño desde que tenía diez años.

Cuando el rugby despegó para mí, dejé esa mierda atrás, mis sueños
de la infancia de jugar al rugby se transformaron en una obsesión
enfocada, hambrienta y motivada.

Había pasado los últimos siete años en modo bestia las 24 horas del
día, los 7 días de la semana, y tenía la forma y el tamaño del cuerpo físico
para demostrarlo.

Mi padre fue más comprensivo conmigo.

Calmó a mi madre y la convenció de que dejara de preocuparse tanto,


diciéndole que podría ser peor. Podría salir a drogarme hasta la médula
después de la escuela o pasar el tiempo con el resto de mis amigos en el
pub.

En lugar de hacer nada de eso, entrenaba.

Pasé mis días estudiando, mis tardes en la cancha, mis noches en el


gimnasio y mis fines de semana rotando entre los tres.
Jesús, no podía recordar la última vez que dejé el gimnasio para salir
por la noche con los muchachos o comí un cono de helado sin
preocuparme por el desperdicio de calorías y los macronutrientes
desequilibrados.

Comía sano, entrenaba duro y seguía todas las órdenes, sugerencias


y demandas que me daban mis coaches y entrenadores.

No era un estilo de vida fácil de mantener, pero era el que había


elegido para mí.

Confiaba en mi instinto y perseguía mis sueños con un impulso


implacable, consolándome con el hecho de que casi había llegado.

Hasta que lo lograra, y lo lograría, continuaría haciendo los sacrificios


y permanecería enfocado, dedicado y sin distracciones del drama
adolescente de mierda.

Fue precisamente por esas razones por las que me sentía tan nervioso.

Una chica, una maldita mujer que conocía desde hacía no más de dos
horas, había logrado hacer lo que nadie más había hecho jamás; sacarme
de control.

Shannon como el río estaba en mi mente, y no me gustaba.

No me gustaba que ella estuviera ocupando un tiempo valioso en mi


cabeza.

Tiempo que no tenía para gastar ni para dar a nada, ni a nadie, más
que al rugby.

«Ya la sacaron de la Escuela Comunitaria Ballylaggin por haber sido atacada


verbal y físicamente. ¿Y qué sucede en su primer día en Tommen? ¡Esto!».

«¡Me aseguraste que este tipo de cosas no pasarían en esta escuela y mira lo
que pasó en su primer día!».
«Shannon, ya no sé qué hacer contigo. Realmente no, cariño. Pensé que este
lugar sería diferente para ti».

¿Qué demonios está pasando?

¿Qué le ocurrió a ella?

¿Y por qué diablos estaba obsesionado con ella de esta manera?

Apenas conocía a la chica.

No debería importarme.

Jesús, necesitaba conseguir una vida.

Empezar a ver algún programa de telerrealidad de choque de trenes


o algo así, cualquier cosa para bloquear los eventos de hoy y esos ojos
azules solitarios.

Obligándome a bloquearla, me concentré en atender mis heridas,


mientras pensaba en la estrategia y las tácticas potenciales para el partido
del viernes.

Cuando estuve remendado y me puse mi uniforme escolar, revisé la


hora en mi teléfono y me di cuenta de que si me apuraba, llegaría a mi
última clase.

Revisé un par de nuevos mensajes de texto de Bella, preguntándome


si estaba mejor y quería reunirse.

Le lancé una respuesta rápida diciendo todavía fuera de acción y


esperé su respuesta.

Llegó casi de inmediato, seguido de varios textos más.

Bella: Me estoy cansando de esta mierda, Johnny.

Bella: No me gusta que me ignoren.


Bella: Todo el mundo habla de ti, lo sabes.

Bella: Dicen que tu actuación en el campo es una mierda.

Bella: Llegó a los periódicos.

Bella: Están diciendo que estás perdiendo tu toque.

Bella: Estoy de acuerdo.

Bella: Estás siendo un idiota inútil y tienes un pene inútil.

Bella: Sé que no te pasa nada.

Bella: Sólo estás tratando de librarte de llevarme a la gala de premios a fin


de mes.

Bella: ¿Por qué nunca me llevas a esas cosas?

Bella: Nunca te pido NADA.

Bella: Si no empiezas a apreciarme, conozco a muchos muchachos que lo


harán…

Respiré hondo y rápidamente leí cada mensaje.

Sí, esto se estaba saliendo de control.

Podía sentir la soga apretándose alrededor de mi cuello.

Escribí una respuesta rápida diciendo «Haz lo que quieras. No soy tu


guardián», antes de apagar mi teléfono y regresar a la escuela,
deteniéndome en la oficina.

—¡Johnny! —me susurró Dee, la secretaria de la escuela, cuando


entré por la puerta—. ¿Ya regresaste? —preguntó, tomando una
evaluación lenta de mi cuerpo—. El Sr. Twomey no ha enviado por ti,
cariño.
La secretaria de nuestra escuela era una mujer de baja estatura con
casi treinta años, con cabello rubio por peróxido, predilección por los
adolescentes y una gran debilidad por los jugadores de rugby.

Sus ojos azules estaban delineados con demasiado delineador negro


y un rímel espeso y suave que se mezclaba bien con la montaña de base
de maquillaje apelmazada en su rostro y sus labios rojo sangre.

No era una mujer poco atractiva.

Tenía una forma agradable y un culo fantástico.

Pero ella era un caso de carnero disfrazado de cordero.

A pesar de sus intentos de robacunas y su flagrante inadecuación,


extrañamente le tenía cariño a la mujer. Ella me ayudó en más de una
ocasión a lo largo de los años, sacándome de clases, cubriendo mi
ausentismo, enterrando faltas menores y todo tipo de mierda
incriminatoria que se reflejaría mal en mí.

En tercer año, cuando llegué a casa del campamento de


entrenamiento, le dejé caer una camiseta de Irlanda con la mayoría de
las firmas del equipo.

Fue una muestra de agradecimiento de última hora de mi parte,


sabiendo que ella se había tomado muchas molestias para lograr que la
Junta de Educación rechazara un examen de certificación oral
obligatorio para jóvenes que había perdido mientras estaba fuera.

Tenía la camiseta en mi bolsa de equipo y se la di, sintiendo que


necesitaba compensar a la mujer por sus esfuerzos.

Después de eso, se convirtió en mi mayor defensora, haciéndome


innumerables favores, y a menudo, moralmente cuestionables.

Y yo, a su vez, le conseguía entradas para los juegos cada vez que
podía.
Teníamos un buen arreglo.

—Estoy aquí para verte, Dee —le respondí con un guiño coqueto.
Luchando contra el impulso de correr hacia las colinas lejos de la
robacunas de la escuela, me acerqué al mostrador que separaba su oficina
del resto de la recepción y sonreí—. Esperaba que pudieras ayudarme
con algo.

—Siempre estoy dispuesta a ayudar a mi estrella favorita —


ronroneó—. Con cualquier cosa.

—Te lo agradezco —respondí, reprimiendo el impulso de


estremecerme cuando se inclinó sobre el mostrador y acarició mis
nudillos con sus uñas rojas llameantes de un par de centímetros de
largo—. ¿Tienes un sobre?

—¿Un sobre? —Sus cejas dibujadas se dispararon con sorpresa—. Oh


—murmuró, luciendo un poco triste.

Buscando detrás del escritorio, rebuscó antes de dejar un sobre


marrón en el mostrador.

Saqué mi billetera, tomé dos billetes de 50 € y los metí dentro.

—¿Tienes un bolígrafo? —pregunté.

Con un pequeño resoplido, me entregó uno.

—Eres un salvavidas —murmuré mientras rápidamente garabateaba


una nota en el sobre antes de colocar el bolígrafo en el mostrador.

—¿Eso es todo?

—En realidad, no, no lo es.

Apoyando mis codos en el mostrador, toqué el sobre entre mis manos


y le sonreí.

Aquí va…
—Estoy buscando información sobre una estudiante.

Dee frunció el ceño.

—¿Información sobre una estudiante?

—Sí. —Asentí, ampliando mi sonrisa—. Shannon Lynch.

¿A quién había estado engañando al distraerme con programas de


telerrealidad?

Yo era un bastardo obsesivo por naturaleza, con una mente de una


sola pista que actual, y únicamente, estaba programada en ella.

Tenía que saber más.

Necesitaba más.

No era lo suficientemente tonto como para pensar que esto no


importaba.

O que mi reacción ante McGarry en los vestuarios antes no


importaba.

Importaba que ella fuera capaz de hacerme esto.

Importaba que, horas más tarde, todavía estaba pensando en ella,


preguntándome por ella e, inevitablemente, preocupándome por ella.

Importaba que ella importara cuando nadie me había importado antes.

Maldición, ahora estaba confundido acerca de todo lo que


importaba.

—Ay, Johnny. —Dee frunció los labios, frunciendo el ceño cada vez
más, mientras me devolvía al presente—. No estoy segura. El Sr.
Twomey dejó en claro que no debes tener contacto con la chica Lynch…
—Su voz se quebró y buscó su libreta—. ¿Ves? —Golpeó con el dedo el
bloc garabateado—. Está escrito y todo. Su madre exigió que te
suspendieran por el incidente en el campo de hoy. Lo llama agresión. Se
necesitó mucha persuasión por parte del Sr. Twomey para evitar que
llamara a la policía…

—Vamos, Dee —ronroneé, sofocando mi indignación con lo que


esperaba que fuera encanto—. Tú me conoces. Nunca lastimaría
intencionalmente a una chica.

—Por supuesto que no lo harías —susurró, parpadeando hacia mí—


. Eres un buen chico.

—Y tú eres muy buena conmigo. —Me incliné más cerca, cubrí su


mano con la mía y susurré—: Entonces, todo lo que necesito que hagas
es decirme lo que sabes sobre ella, o mejor aún, déjame ver su archivo.

—De ninguna manera, Johnny. —Se mordió el labio inferior—. Si


alguien se enterara, mi trabajo estaría en juego.

—¿Crees que te metería en problemas, Dee? —la engatusé con un


pequeño movimiento de cabeza—. Puede ser nuestro pequeño secreto.
—Dios, era un completo idiota, jugando con las emociones de esta pobre
mujer.

Pero yo quería ese archivo, maldita sea.

Tenía una gran curiosidad por saber acerca de Shannon, más


específicamente lo que le sucedió en su antigua escuela.

Las palabras del Sr. Twomey habían plantado la semilla dentro de mi


cabeza y me moría por averiguarlo.

—Lo siento, cariño, pero no puedo ayudarte esta vez —respondió


Dee, con los labios fruncidos—. Necesito este trabajo.

Frustrado, negué con la cabeza y luché contra mi temperamento


antes de intentarlo de nuevo.

—¿Puedes al menos darme el número de su casillero?


Los ojos de Dee se entrecerraron.

—¿Por qué necesitas eso?

—Simplemente lo necesito —respondí, en tono un poco más duro


ahora.

Estaba enfadado.

No estaba acostumbrado a que me dijeran que no.

Cuando pedía algo, por lo general lo conseguía.

Era una forma de mierda de ser, pero así era la vida para mí.

—Ya te lo dije —replicó ella—. El Sr. Twomey dijo que se supone


que no debes acercarte a ella…

—Es el número de su casillero, Dee, no la puta dirección de su casa


—espeté, con la irritación creciendo—. Jurarías que soy un maldito
asesino o algo así, por la forma en que estás actuando.

Con un profundo suspiro, Dee asintió con desaliento y se acercó al


archivero.

—Bien.

—Gracias —respondí, con un tono cargado de sarcasmo.

—Pero no me sacaste esto—se quejó, rebuscando en cada cajón hasta


que encontró la carpeta deseada.

—Bien.

—Hablo en serio, Johnny. No necesito la molestia.

—Yo tampoco.

Abriendo la carpeta, rápidamente escaneó la primera página antes de


cerrarla.
—Casillero 461. En el ala de tercer año.

—Genial, gracias por esto. —Agarré el bolígrafo y garabateé el


número en el dorso de mi mano, antes de dirigirme a la puerta.
Deteniéndome en la entrada, me di la vuelta y pregunté—: ¿Puedes al
menos decirme cómo está?

Dee suspiró.

—Lo último que supe fue que su madre la estaba llevando a


Urgencias para un escaneo.

—¿Un escaneo? —Fruncí el ceño, la ansiedad me carcomía el


estómago—. Sin embargo, ella está bien, ¿no? ¿Cuándo se fue? ¿Estaba
caminando y esas cosas? Quiero decir, estará genial, ¿verdad?

—Sí, Johnny, estoy segura de que está bien. —Agarró el bolígrafo del
mostrador y le puso la tapa—. Es sólo una medida de precaución.

—¿De verdad?

—Ajá.

Inseguro, solté:

—¿Crees que debería ir al hospital? Quiero decir… —Encogiéndome


de hombros, agregué—: ¿Debería visitarla? Es mi culpa que ella esté en
el hospital. Soy responsable.

—¡Definitivamente no! —espetó Dee, su tono adquiriendo un toque


de autoridad—. Si sabes lo que es bueno para ti, Johnny Kavanagh, te
mantendrás alejado de la chica. —Dejó escapar un fuerte resoplido antes
de agregar en un tono de voz mucho más bajo—: Entre tú y yo, su madre
quiere tu sangre. Harías bien en evitar todo contacto con ella. Y si soy
honesta, la chica simplemente no parece… —Hizo una pausa,
mordiéndose el labio inferior por un momento antes de terminar—,
bueno, estable.
Mis cejas se fruncieron.

—¿Qué quieres decir con que no es estable?

Dee masticó su pluma, luciendo incómoda.

—¿Dee? —presioné—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Tal vez estable no es la palabra apropiada —admitió en voz baja—


. Pero hay algo… extraño en ella.

—¿Extraño?

—Conflictuada —aclaró Dee y luego se corrigió diciendo—:


Problemática. Parece problemática.

Bueno, mierda.

Confía en mí para fijarme en los locos.

—Correcto —murmuré, girándome hacia la puerta de nuevo—.


Gracias por el aviso.

—Mantén la distancia, Johnny —me gritó—. Y aléjate del hospital.

Sumido en mis pensamientos, salí de la oficina con el sobre en la


mano.

Deambulé por el ala izquierda del edificio principal, deteniéndome


en una fila de casilleros azules recién pintados fuera del área común de
tercer año.

Escaneé las filas en busca del casillero número 461.

Cuando encontré el que estaba buscando, empujé el sobre a través del


pequeño espacio en la parte superior de la puerta de metal.

No me importaba si su madre no quería el dinero, podía quemarlo


por lo que a mí me importaba, pero tenía que dárselo, a ella.
Recolocando mi mochila escolar en mi hombro, deslicé mi mano en
mi bolsillo y recuperé las llaves de mi auto, con la decisión tomada de
pasar fuera el resto del día y esperar a Gibsie en el auto.

Además, no tenía sentido ir a clase en este momento.

No podría concentrarme en la clase de negocios, aunque lo intentara.

Mi cabeza estaba demasiado nublada con palabras de advertencia e


imágenes de ojos tristes y azules.

Caminando hacia el estacionamiento de estudiantes, abrí mi auto y


dejé caer mis cosas en el asiento trasero antes de colapsar dentro.

Agotado y dolorido, eché el asiento hacia atrás y ajusté el asiento


reclinable para poder estirar las piernas.

La idea de conducir con el dolor que me subía por los muslos era un
pensamiento desagradable, pero no era mi principal preocupación en este
momento.

Tuvimos muchos internos en Tommen, estudiantes que venían de


todo el país y de algunas partes de Europa para estudiar.

Vivía a media hora de la escuela, así que era uno de los caminantes
de día.

La mayoría de mis amigos lo eran.

Sabía que Shannon también era de Ballylaggin, pero nunca la había


visto antes de ese día.

No era un área enorme, pero era lo suficientemente grande como


para que nuestros caminos nunca se hubieran cruzado antes de hoy, o tal
vez lo habían hecho y simplemente no la recordaba.

No era bueno con las caras. No miraba uno lo suficiente como para
memorizarlo. No me importaba. Tenía suficientes nombres y rostros que
necesitaba recordar tal como estaban. Agregar nombres innecesarios de
extraños a esa lista parecía una hazaña sin sentido.

Hasta ahora.

Problemática.

Así la llamó Dee.

¿Pero no estaban todos los adolescentes un poco jodidos y eran


problemáticos a veces?

Estaba tan absorto en mis propios pensamientos que no me di cuenta


de que sonaba la última campana, cuarenta y cinco minutos después, ni
de la avalancha de estudiantes que subían a los autos a mi alrededor. Fue
sólo cuando la puerta del pasajero de mi auto se abrió de golpe que volví
al presente.

—Oye —reconoció Gibsie, dejándose caer en el asiento del pasajero


a mi lado—. Veo que tu corazón todavía está puesto en lucir el aspecto
«semi indigente» aquí —agregó, pateando un montón de basura lejos de
sus pies. Estirándose, arrojó su mochila en el asiento trasero—. Aquí
huele mal, hombre.

—Siempre puedes tomar mucho aire fresco caminando —gruñí,


frotándome los ojos para quitarme el sueño. Sí, estaba jodidamente
cansado.

—Relájate —respondió Gibsie y luego se rio cuando agregó—: no


hay necesidad de ponerse tan irritable.

—Muy divertido, imbécil —le dije inexpresivamente, mi mano se


movió inmediatamente a mi pene—. Ahora realmente puedes salir y
caminar.

—Toma —hizo una pausa para tirar una carpeta color vainilla en mi
regazo—, no puedes hacerme caminar después de conseguirte esto.
Miré la carpeta.

—¿Qué es esto?

—Un regalo —respondió Gibsie, ajustando la visera.

—¿Tareas para llevar a casa? —dije inexpresivo—. Guau. Muchas


gracias.

—Es el expediente de Shannon —corrigió, bajando las mangas de su


suéter—. Sin duda, tu trasero obsesivo lo estaba buscando.

Bueno, mierda.

Una inquietante oleada de emoción me recorrió mientras miraba la


carpeta en mis manos.

Mi mejor amigo me conocía demasiado bien.

—Cuando no volviste a clase después del entrenamiento, supuse que


estabas aquí enfurruñado por ella, o suspirando. —Se encogió de
hombros antes de agregar—: O como diablos llames a lo que hiciste antes
en el vestuario.

—No me enfurruñé.

Resopló.

—No me pongo de mal humor, imbécil —respondí—. O suspiro. No


estaba haciendo nada de esa mierda. Sólo estaba…

—¿Perdiendo la cabeza? —completó Gibsie con una sonrisa


arrogante—. No te preocupes por eso. Nos pasa a los mejores.

—¿Por qué estaría perdiendo la cabeza? —exigí y luego respondí


rápidamente—: ¡No estaba perdiendo nada!
—Mi error. —Gibsie levantó las manos, pero su tono me aseguró que
estaba lejos de arrepentirse—. Debo haberlo leído mal. Dame su archivo
y lo devolveré.

Agarró la carpeta y yo se la arrebaté.

—¿Qué? ¡No!

Gibsie se rio, pero no dijo nada más.

La sonrisa de complicidad que me dio fue suficiente respuesta.

—¿Cómo te las arreglaste para convencer a Dee de que te lo


entregara? —pregunté, cambiando de tema.

—¿Cómo piensas?

Reprimí un escalofrío.

—Jesús.

—No todo es malo. —Gibsie sonrió—. La mujer succiona como una


aspiradora, y la emoción de que te atrapen siempre genera momentos
divertidos.

Levanté una mano.

—No necesitaba saber eso.

Él resopló.

—Ya lo sabías.

—Sí. —Suspiré pesadamente—. Bueno, no necesitaba que me lo


recordaran.

—Jesús —murmuró, tirando del cuello de su camisa de la escuela


para poder ver bien su cuello en el pequeño espejo rectangular—.
Siempre el cuello.
Insatisfecho con esa vista, giró el espejo retrovisor para mirarlo de
frente y gimió.

Volviéndose para mirarme, Gibsie dijo:

—¿Ves los sacrificios que hago por ti?

Mis ojos se posaron en el moretón que se formaba en su cuello.

—Será mejor que haya algo que valga la pena leer allí —se quejó.

Volviendo mi atención a la carpeta, la abrí en la primera página y


luego me tensé, mis ojos se movieron hacia los suyos.

—¿Lo leíste?

—No.

—¿Por qué no?

—Porque sí —respondió, hurgando en su bolsillo—. No es mi


problema. —Sacó un paquete de cigarrillos y un encendedor—. Voy a
salir para fumar. —Abrió la puerta de un empujón y salió, deteniéndose
para inclinarse y anunciar—: Los orgasmos me dan antojo de nicotina.
—Antes de cerrar la puerta y encenderlo.

Sacudiendo la cabeza, dirigí mi atención al archivo que tenía en las


manos, fijo en cada detalle de la información que revelaba el archivo
confidencial de Shannon Lynch.

Páginas y páginas de incidentes e informes, todos perfectamente


mecanografiados en papel blanco, detallando cada terrible experiencia
que la niña había sufrido en su antigua escuela, y había habido muchas.

Catorce páginas A4 de incidentes.

Por ambos lados.


Unas pocas páginas más tarde y me enteré de que Shannon había
pasado de ser una estudiante de C sólida al comienzo del primer año a
raspar D y E al final del segundo.

Junto a sus resultados menos que estelares en los exámenes había


notas de sus antiguos maestros, elogiando su naturaleza amable y su ética
de trabajo diligente y concienzuda.

No necesitaba una nota para explicar el constante declive en sus


calificaciones, lo descubrí en la primera página.

Era víctima de acoso.

Le cortaron la cola de caballo cuando estaba en primer año. Cuando


ella tenía trece años. El castigo para ellas por tal crimen fue la suspensión
de una semana. En serio. Una semana sin ir a la escuela por cortarle el
puto cabello a una chica.

Chicas.

Eran tan malditamente enfermas y retorcidas.

Cómo alguien podía esperar que la chica se concentrara en un salón


de clases tan volátil como ese estaba más allá de mí.

En serio, ¿qué diablos le pasaba a la gente?

¿Qué pasaba con esa escuela y esos maestros?

¿Qué diablos estaban pensando sus padres en dejarla allí durante dos
años?

Cuanto más leía, más enfermo me sentía en el estómago…

Incidente en Educación Física que resultó en una hemorragia nasal.

Incidente de vómitos en el baño.

Incidente en Carpintería con pistola de pegamento.


Problema después de la escuela con niñas de tercer año.

Otro incidente de vómitos en el baño.

Problema antes de la escuela con niñas de cuarto año.

Negarse a participar en el retiro nocturno de vinculación escolar. ¿Estaban


jodidamente bromeando?

Muchos, muchos más incidentes de vómitos.

Derivación a psicólogo educativo.

Hermano mayor presenta cuarta denuncia por acoso. El hermano mayor


debería haber encontrado algunas amigas mayores y hacer que patearan
a estas chicas malas.

Grafiti en paredes de baños.

Asalto en el patio de la escuela, hermano mayor suspendido. El hermano


mayor debe haberlo solucionado él mismo.

Aislamiento denunciado por varios docentes.

Agresión física grave por parte de tres estudiantes mayores, se llamó a la


policía. No jodas, Sherlock.

Hermano mayor suspendido de nuevo por intervenir.

Retiro de la escuela a petición de la madre. Ya era hora, maldición.

Registros escolares solicitados por el director del Colegio Tommen.

Horrorizado por no poder describir mis sentimientos cuando terminé


de leer.

Enfadado tampoco encajaba del todo.


Asqueado, perturbado y totalmente enfadado parecía una evaluación
más precisa de mis sentimientos.

Jesús, era como leer un maldito informe policial de una víctima de


violencia doméstica.

No es de extrañar que la madre de Shannon se volviera loca conmigo


hoy.

Si yo estuviera en su lugar, lo habría hecho mucho peor.

Cristo, ahora estaba aún más enojado conmigo mismo por lastimarla
que antes.

¿Quién diablos hizo esto?

En serio, ¿qué tipo de criaturas estaban criando en esa escuela?

—¿Bien? —La voz de Gibsie irrumpió en mis pensamientos cuando


volvió a subir al auto, oliendo a cenicero—. ¿Averiguaste lo que
necesitas?

—Sí —murmuré, devolviéndole la carpeta antes de arrancar el


motor—. Lo hice.

Me miró expectante.

—¿Y?

Volví mi atención a la calle.

—¿Y qué?

—Pareces enojado.

—Estoy bien.

Necesitaba hacer algo, acelerar, ir a la sala de pesas, cualquier cosa


para expulsar la tensión que se acumulaba dentro de mi cuerpo.
—¿Estás seguro, hombre?

—Sí. —Saliendo de mi lugar de estacionamiento, cambié a segunda,


y luego a tercera, ignorando las señales de Precaución para el Cruce de
Niños en mi intento por llegar a la calle principal.

A veces hacíamos ejercicio en el garaje convertido en mi casa, pero


en este momento, pensé que el viaje de treinta minutos al gimnasio en la
ciudad podría hacerme bien.

Sabía que me había pasado de la raya al violar su privacidad de esta


manera, pero no me arrepentí.

Maldita sea, sabía que era vulnerable.

¿Ese sentimiento que tuve hoy?

El dolor que estaba tan seguro de haber visto en sus ojos.

Era real, estaba allí, lo reconocí y ahora podía hacer algo al respecto.

Podría evitar que algo así volviera a suceder.

No volvería a pasar.

No mientras yo estuviera cerca.


Hormonas Despiertas

Shannon
Tuve una conmoción cerebral moderada que resultó en una estadía
de una noche en el hospital para observación seguida por el resto de la
semana sin ir a la escuela.

Para ser honesta, hubiera preferido quedarme en el hospital todo el


tiempo o regresar a la escuela de inmediato porque el concepto de pasar
la semana en casa con mi padre respirándome en el cuello era una forma
especial de tortura que nadie se merecía.

Milagrosamente, logré sobrevivir la semana encerrándome en mi


habitación todo el día, todos los días y, en general, evitando a mi padre
y sus tumultuosos cambios de humor como la peste.

Cuando regresé a la escuela la semana siguiente, esperaba incurrir en


una lluvia de burlas y provocaciones.

La vergüenza era un sentimiento problemático para mí y, a veces, me


dificultaba funcionar.

Pasé todo el día en un desastre sudoroso y lleno de pánico en alerta


máxima, esperando que sucediera algo malo.

Algo que nunca llegó.


Aparte de algunas miradas curiosas y sonrisas cómplices del equipo
de rugby, como si supieran cómo me veía en ropa interior, en general,
me habían dejado ilesa.

No podía comprender cómo un evento humillante como ese podía


pasar desapercibido.

No tenía sentido para mí.

Nadie mencionó el incidente en el campo ese día.

Era como si nunca hubiera sucedido.

Con honestidad, si no fuera por el persistente dolor de cabeza, habría


dudado que hubiera sucedido.

Los días se convirtieron en semanas, pero el silencio permaneció.

Nunca se me dijo nada.

Nunca más se volvió a mencionar.

Yo no era un objetivo.

Y tuve paz.

Había pasado casi un mes desde el incidente en el campo y me


encontré cayendo en una rutina constante con Claire y Lizzie a mi lado.

Me encontré comenzando a desear ir a la escuela.

Fue el giro más extraño de mi vida, considerando que durante la


mayor parte de mi vida había odiado la escuela, pero Tommen se había
convertido casi en un lugar seguro para estar.

En lugar de la sensación habitual de pavor cuando bajaba del


autobús, todo lo que sentía era un inmenso alivio.

Alivio por alejarme de mi casa.


Alivio de estar fuera del radar de intimidación.

Alivio de alejarme de mi padre.

Alivio de poder respirar durante siete horas del día.

Estaba acostumbrada a enfrentarme sola, a estar sola, a sentarme


sola, a comer sola… me entiendes.

Siempre estaba sola, por lo que mi última situación o, debería decir,


el último desarrollo en mi estado social, fue inesperado.

Dicen que hay solidaridad en los números, y yo era una firme


creyente en esto.

Me sentía mejor cuando estaba con mis amigas.

Tal vez fue una inseguridad adolescente, o tal vez fue el resultado de
mi pasado, pero me gustaba que ya no tenía que caminar sola a clase y
que siempre tenía a alguien con quien sentarme o decirme si tenía algo
en mis dientes.

Su amistad significó más para mí de lo que nunca sabrían,


brindándome un sistema de apoyo que necesitaba desesperadamente y
un amortiguador en momentos de incertidumbre y pánico.

En mi antigua escuela, estaba tan estresada y ansiosa durante mis


lecciones que me atrasaba mucho en clase y tenía que trabajar hasta tarde
la mayoría de las noches para ponerme al día.

Sin la constante amenaza del ataque de mis compañeros, me


mantuve al día en mis clases sin problemas, inhalando mis lecciones
como crack.

Incluso logré aprobar la mayoría de mis exámenes de certificación de


pregrado, con la excepción de Matemáticas y Ciencias de Negocios.

Ninguna cantidad de estudio parecía ayudar con esos temas.


Pero había obtenido mi primera A desde el primer año en Ciencias,
así que eso me consoló.

Durante el almuerzo, tenía chicas con las cuales sentarme, no un


asiento de lástima con mi hermano y sus amigos, sino un grupo real de
personas.

Nunca antes había tenido este nivel de normalidad.

Nunca me había sentido a salvo.

Pero estaba empezando a hacerlo.

Y tenía la sensación de que él tenía algo que ver con eso.

Johnny Kavanagh.

Quiero decir, tenía que hacerlo, ¿verdad?

Yo no tenía ese tipo de poder, así que eso lo dejaba a él.

No fue una coincidencia que todo el evento hubiera sido borrado de


la mente de todos.

Lo había visto muchas veces desde ese día, habiéndolo cruzado


innumerables veces en los pasillos entre clases y en el comedor durante
el descanso, y aunque nunca se acercó a mí, siempre me sonreía al pasar.

Para ser honesta, me sorprendió que me sonriera considerando la


reacción de mi madre hacia él afuera de la oficina del director ese día.

No sabía si disculparme o no por el comportamiento de ella hacia él


o no.

Mamá había reaccionado de forma exagerada hasta el punto de estar


al borde de amenazarlo, pero, por otro lado, las acciones de Johnny
habían resultado en que yo pasara una noche en el hospital y una semana
más en casa con mi padre, así que decidí no disculparme. Además, había
dejado pasar demasiado tiempo.
Acercarme a él ahora, después de que habían pasado casi cuatro
semanas, sería extraño.

A través de mis amigas, y los susurros y rumores de las chicas en el


baño, había aprendido todo tipo de detalles e información sobre Johnny
Kavanagh.

Estaba en quinto año, algo que ya sabía.

Era originario de Dublín; de nuevo, sin sorpresas allí.

Era increíblemente popular, está bien, no lo sabía, pero no hacía falta


ser un genio para darse cuenta de eso, con él rodeado de estudiantes todo
el tiempo.

Tenía un gran éxito entre el alumnado femenino; de nuevo, hasta un


ciego podría darse cuenta.

Y al contrario de su terrible imprecisión con el balón y su flagrante


mutilación de mí, se suponía que era muy bueno en el rugby.

Era el capitán del equipo de rugby de la escuela, y con ese estatus


llegó la popularidad, las chicas y una atracción feroz tanto con los
administrativos como con los estudiantes.

No tenía ni idea de los entresijos del rugby, nuestra familia giraba en


torno a GAA, y me importaban aún menos los rangos de popularidad en
la escuela considerando que generalmente me dejaban en el fondo, pero
la forma en que las chicas de la escuela hablaban de Johnny Kavanagh
no sonaba nada como la persona que conocí ese día.

Según las chicas, era agresivo, intenso y un completo snob, con un


cuerpo para morirse y una actitud horrible.

Lo hicieron pasar por un cabeza de rugby arrogante y rico que estaba


obsesionado con los deportes, jugaba duro en el campo y follaba más
duro fuera de él; evidentemente, lo suyo eran las chicas mucho mayores.
De acuerdo, entonces era muy posible que de hecho hiciera todas
estas cosas, pero era difícil juntar esa información con la persona que
había conocido.

Mis recuerdos de ese día aún estaban nublados, los eventos que
condujeron a mi accidente aún eran confusos, y los que siguieron eran
un revoltijo, pero lo recordaba a él.

Recordé la forma en que me había cuidado.

Cómo se había quedado conmigo hasta que llegó mi madre.

La forma en que me había tocado con manos grandes, sucias y


amables.

Cómo me habló como si quisiera escuchar lo que tenía que decir.

Y luego escuchó mis divagaciones como si fueran importantes para él.

También recordaba las partes embarazosas; las partes que me


mantuvieron despierta hasta altas horas de la noche con las mejillas
encendidas y una mente llena de imágenes desconcertantes y palabras
torpes.

Las partes que no me atrevía a reconocer.

Sin embargo, guardé el sobre, el que había encontrado en mi casillero


la semana que regresé a la escuela, donde estaba garabateado
apresuradamente, «De mi gente para tu gente» en el frente.

Los dos billetes de €50 que le había dado a mamá cuando llegué a
casa de la escuela, pero había metido el sobre en la funda de mi almohada
para guardarlo.

No tenía una explicación de por qué no lo tiré, de la misma manera


que no podía explicar por qué mi cuerpo empezó a sudar frío, mis manos
se pusieron sudorosas, mi corazón latía rápidamente y mi estómago se
retorcía y se hacía nudos cada vez que lo veía.
Bueno, eso no era técnicamente cierto.

Había una razón obvia y perfectamente lógica para mi reacción hacia


él.

Él era hermoso.

Cada vez que lo veía en los pasillos, era como si todos los impulsos,
sentimientos y hormonas retrasados que habían estado dormidos dentro
de mi cuerpo durante los últimos quince años volvieran a la vida.

Era dolorosamente consciente de él; mi cuerpo se ponía en máxima


alerta cada vez que nuestros brazos se rozaban en los atestados pasillos
entre clases.

Pero no fue su apariencia o su enorme y musculosa constitución lo


que había sacado a mis testarudas hormonas de la hibernación.

Fue la forma en que había sido ese día.

Durante un pequeño descanso la semana pasada, cuando Lizzie me


atrapó con las manos en la masa mirando a Johnny Kavanagh, decidió
compartir toda la información que tenía.

Según Lizzy, Johnny Kavanagh nunca estuvo atado a ninguna chica


en particular ni fue calificado como el novio de nadie, aunque hubo que
lidiar con Bella Wilkinson.

La pareja había estado dando vueltas juntos durante mucho tiempo.

Bella era un par de años mayor que él, más experimentada, y por lo
que me había dicho Lizzie, informada por los chicos, chupaba penes
como una Dyson.

Así que sí, era una apuesta segura decir que Johnny había recibido
una gran cantidad de mamadas y Dios sabe qué más de ella.
Estaba agradecida de que tuviéramos una aspiradora Henry en casa y
no una elegante Dyson, así que no tenía arcadas cada vez que limpiaba
mi habitación con esa imagen en particular.

Aunque no me sorprendió nada de eso.

Johnny tenía casi dieciocho años.

Tenía dos hermanos mayores, así que estaba bastante al tanto de lo


que los niños de esa edad en particular hacían detrás de las puertas
cerradas de la habitación.

La información era deprimente, pero la fría dosis de realidad que


necesitaba para fortalecer mi determinación y apagar mis esperanzas.

Fue terriblemente desafortunado desarrollar mi primer


enamoramiento por una persona como él, considerando que sólo
habíamos hablado una vez y él estaba involucrado con una estudiante de
sexto año con boca de succión.

No es que él estuviera ni remotamente interesado en mí si no lo


estuviera.

Me gustaba seguro.

En mi mundo, la invisibilidad equivalía a la seguridad.

Estaba feliz de ser papel tapiz y mezclarme.

Y Johnny Kavanagh era lo más opuesto a invisible que podía


imaginar.

Antes de él, nunca me había interesado el sexo opuesto. Nunca me


había interesado nadie. ¿Pero él?

Me encontré buscándolo en la escuela sólo para poder mirar.

Fue espeluznante y acosador de mi parte, pero honestamente no pude


evitarlo.
Me consolé sabiendo que no tenía intenciones de actuar según mis
sentimientos o perseguir a mi primer y único enamoramiento.

De cualquier manera, estaba perfectamente contenta con mirar desde


la distancia, conformándome con echarle un vistazo furtivo y verlo cada
vez que podía.

Justifiqué mi comportamiento acosador recordándome que no era la


única chica en la escuela que deseaba al delicioso Johnny Kavanagh.

No, sólo era una en una larga lista de muchas, muchas chicas.

Pero era tan interesante de observar.

No actuaba como el resto de los muchachos en la escuela. ¿Parecía


por encima de ellos de una manera extraña? ¿Como si fuera mayor de la
edad que tiene? ¿O aburrido por la forma mundana de la vida escolar?

Era difícil de describir.

Parecía tocar la batería a su propio ritmo. Rezumaba confianza y


tenía una actitud de «no importa una mierda» que era ridículamente
adictiva.

Forjó su propio camino en la escuela y, como la mayoría de los


líderes natos, todos los demás simplemente lo siguieron.

Supongo que esa fue la clave de la popularidad; necesitabas no


quererlo, o que no te importara que lo tuvieras.

El hecho de que fuera hermoso con un cuerpo marcado a la


perfección tampoco perjudicó su causa.

Me puso un poco celosa si era honesta.

No me importaba ser popular. Fue el hecho de que era tan fácil para
algunas personas mientras que para otros, incluida yo misma en el último
grupo, sufrieron terriblemente.
Daba una vibra de «Soy el mejor. Estás jodiendo con los mejores aquí. No
vas a encontrar a nadie mejor que yo. Mala suerte para ti» y caminaba con una
expresión constante de «vete a la mierda» en su rostro.

Era el típico comportamiento de macho alfa de golpearse los puños


en el pecho, lo que supuse que tenía mucho que ver con el motivo por el
cual todas las chicas en un radio de quince kilómetros parecían gravitar
hacia él.

La cuestión era que, cada vez que sus ojos se cruzaban con los míos,
nunca vi nada de ese machismo inventado o su notorio ceño fruncido.

Era difícil describir la mirada que recibí porque, por lo general,


cuando nuestros ojos se cruzaban, era porque Johnny me había
sorprendido mirándolo, ya sea en el comedor o fuera de las aulas, y yo
siempre me alejaba rápidamente, mortificada.

Sin embargo, en las raras ocasiones en que logré armarme de valor y


mirarlo a los ojos, fui recompensada con una curiosa inclinación de
cabeza y una pequeña sonrisa nerviosa.

No estaba realmente segura de qué hacer con eso, o cómo sentirme.

De una manera extraña, me sentía como uno de esos patitos que se


imprimen y apegan a la primera persona que ven al nacer.

Había visto una película sobre esto cuando era niña.

¿Tal vez eso era lo que estaba pasando aquí?

Tal vez me apegué a Johnny porque no sólo fue la primera persona


que vi cuando volví en mí, sino que fue la primera persona que me
mostró una amabilidad genuina.

Me pregunté si eso era algo real que les podía pasar a los humanos
después de sufrir conmociones cerebrales moderadas, pero luego
descarté rápidamente la loca idea.
Pensamientos como ese no eran normales y de ningún beneficio en
absoluto.

Además, yo no estaba apegada a él.

Simplemente disfrutaba admirándolo.

Desde una distancia segura.

Cuando él no estaba mirando.

Sí, eso no era nada saludable.

—¿Quieres venir hoy después de la escuela? —me preguntó Claire


durante el gran descanso del miércoles.

Estábamos sentadas al final de una de las mesas gigantescas en el


lujoso comedor que todavía estaba tratando de aceptar.

En ECB, teníamos una pequeña cantina donde la gente se turnaba


para sentarse en las pequeñas mesas redondas.

Aquí en Tommen, era un salón de banquetes glorificado con mesas


de ocho metros, comidas calientes ofreciéndose y suficiente espacio para
acomodar a toda la escuela.

El comedor estaba a reventar con otros estudiantes gritando y


hablando tan fuerte que tuve que inclinarme sobre la mesa para
responder.

—¿A tu casa?

Claire asintió.

—¿Podemos pasar el rato y ver algunas películas o algo así?


—¿No vas a ir a la ciudad con Lizzie para ver a Pierce? —pregunté.

Al menos, eso es lo que pensé que iban a hacer hoy después de la


escuela.

Eso es todo de lo que Lizzie había estado hablando toda la mañana.

Al parecer, estaba saliendo con un chico de quinto año llamado


Pierce, y habían estado juntos intermitentemente durante meses.

Por lo que había reunido, actualmente estaban juntos de vuelta.

Para ser justos, Lizzie me había invitado a ir con ellos después de la


escuela, pero rechacé porque la ciudad era el último lugar en el que
quería estar.

Mi antigua escuela estaba ubicada en el centro de la ciudad y tendía


a evitar todas las áreas circundantes como si fuera una plaga.

Había demasiadas caras no deseadas que rondaban por allí.

—No, Lizzie está de mal humor —explicó Claire, clavando la


cuchara en su bote de yogur—. Entonces, supongo que tuvieron otra
pelea hoy.

Eso explicaba la notoria ausencia de Lizzie en el almuerzo.

Ella era difícil de entender.

Se contenía mucho y nunca supe realmente lo que estaba pensando


o sintiendo, a diferencia de Claire, que era un libro abierto.

Supongo que por eso siempre había sido más cercana de Claire
mientras crecía.

Amaba a Lizzie, por supuesto, y la consideraba una buena amiga,


pero si tuviera que tener una mejor amiga, sería Claire.
—Además, no me gusta ser la tercera rueda con esos dos —agregó
Claire, poniendo su cuchara en su lonchera—. Entonces, ¿qué dices?
Mamá nos recogerá y te dejará en casa cuando te quieras ir. —Se reclinó
en su silla y me dedicó una sonrisa de megavatios—. ¿O siempre puedes
quedarte a dormir?

Mi estómago dio un pequeño vuelco.

—¿Estás segura de que a tu mamá no le importará?

—Shannon, por supuesto que no le importará —respondió Claire,


dándome una mirada extraña—. Mis padres te aman. —Sonriendo,
agregó—: Mamá está constantemente detrás de mí preguntándome
cuándo volverás.

Una cálida sensación me inundó.

La Sra. Biggs era enfermera en la unidad de cuidados intensivos del


hospital de la ciudad de Cork y era una de las mujeres más agradables
que había conocido.

Claire se parecía mucho a su madre con una naturaleza dulce y un


corazón bondadoso.

Cuando éramos pequeñas y Claire y Lizzie tenían una fiesta de


cumpleaños o una cita para jugar, la Sra. Biggs siempre se ocupaba de
venir a buscarme.

Incluso me invitaron a las fiestas de cumpleaños del hermano mayor


de Claire y, aunque nunca asistí a las fiestas de Hughie, agradecí la
invitación.

Eran las únicas invitaciones que recibí mientras crecía.

—Me encantaría, pero tendré que consultar con mis papás —le dije
y luego saqué mi teléfono y le envié un mensaje de texto a mi hermano
para ver el estado de ánimo en casa.
—Será genial —animó felizmente—. Tengo un bote de helado Ben
and Jerry’s en el congelador y tengo la nueva película de Piratas del Caribe
en DVD. —Moviendo las cejas, agregó—: Johnny y Orlando, ¿qué chica
puede decir que no a eso?

—Tú no. —Me reí.

Claire estaba obsesionada con Johnny Depp.

Él era su fondo de pantalla en su teléfono y su rostro estaba pegado


en todas las paredes de su dormitorio.

—Lo amo —anunció con un suspiro soñador—. Lo hago. Es amor


real y duro, y un día vendrá a Irlanda, me verá e instantáneamente
corresponderá a mis sentimientos. Y luego nos escaparemos juntos y
crearemos adorables bebés piratas híbridos.

—Eso suena como un plan. —Me reí—. Aunque te das cuenta de que
no es un pirata real, ¿no?

—¡Shh! —Claire se rio entre dientes—. No me quites eso. Déjame


disfrutar del visual.

Mi teléfono vibró en mi mano y luego con un mensaje de texto de


Joey.

Joey: Mala idea, Shan. Está en pie de guerra.

Abatida, volví a meter mi teléfono en mi bolsillo y solté un profundo


suspiro.

—No puedo ir.

—¿Tu papá? —preguntó con tristeza.

Asentí.

Claire parecía tan decepcionada como yo, pero no insistió.


En el fondo, creo que ella lo sabía.

Nunca lo verbalicé y ella nunca presionó.

Por eso la amaba.

—Entonces, en otro momento.

Claire me ofreció una gran sonrisa que casi enmascaró la


preocupación en sus ojos marrones.

Casi.

—Lo planearemos mejor la próxima vez, te avisaremos —continuó


rápidamente, acomodando su largo cabello rubio detrás de sus orejas—.
¡Pero nuestra sesión de Johnny y Orlando definitivamente va a suceder!

—¿Cómo te va, Claire-Bear? —preguntó una profunda voz


masculina, distrayéndonos a ambas.

—Oh, hola, Gerard —reconoció Claire en un tono indiferente,


mientras miraba al enorme chico rubio parado al final de nuestra mesa—
. ¿Cómo estás?

—Mejor ahora que estoy hablando contigo —ronroneó mientras se


acercaba y apoyaba su trasero en la mesa, manteniendo su enorme
espalda hacia mí y su atención fija en mi amiga—. Te ves tan hermosa
como siempre.

La mirada de Claire pasó de su rostro al mío y me dio una mirada de


«¿qué mierda?» antes de serenarse rápidamente y decir:

—¿No te escuché decir lo mismo a Megan Crean el miércoles?

Me tragué una risa mientras veía a mi amiga jugar la carta de la


indiferencia como una profesional, a pesar de que estaba claramente
afectada por este chico.
Era alto y bronceado, con el cabello rubio trigueño y despeinado, y
claramente tenía algunos músculos debajo de su uniforme escolar.

No la culpé por verse afectada por un chico que se veía así.

La mayoría de las chicas lo harían.

Simplemente no esta chica.

—¿Estás celosa? —bromeó Gerard, en tono muy coqueto—. Sabes


que eres mi número uno.

—Perdón. —Claire fingió querer vomitar.

—¿Escuché que vienes a Donegal con el equipo? —le preguntó—. Tu


clase obtuvo el visto bueno, ¿no es así?

—Sí, nuestra clase fue elegida para ir —respondió Claire


alegremente—. Sin embargo, mamá no ha firmado la hoja de permiso
para que yo vaya.

La mía tampoco.

El Colegio Tommen tenía un partido fuera de casa contra una escuela


preparatoria de rugby en Donegal el próximo mes después de las
vacaciones de Semana Santa.

Era un partido importante para el equipo, una final de alguna copa


de liga u otra, y mi clase, junto con otra clase de sexto año, habían sido
seleccionadas al azar para asistir.

Debido a que el partido se llevaría a cabo el primer viernes en el que


debíamos regresar a la escuela después de las vacaciones de Pascua, el
autobús escolar salía de Tommen a las 10:45 p.m. el jueves en la noche
para evadir el tráfico y permitir una parada de descanso ya que el norte
de Donegal estaba a ocho horas de viaje desde Cork en autobús.
Según Lizzie, la junta de padres de Tommen era un montón de
tacaños y sólo había asignado fondos para el alojamiento de una noche
para el viaje.

Dormiríamos en el autobús el jueves por la noche, nos quedaríamos


en un hotel el viernes por la noche y luego viajaríamos de regreso a Cork
el sábado.

Lizzie estaba completamente disgustada con la idea de tener que


dormir en el autobús porque los directores de la escuela estaban siendo
tacaños y no iban a soltar los fondos para una noche extra en un hotel.

En lo personal, no le encontré el problema.

Era un viaje con todos los gastos pagados financiado por la escuela y
un día libre aprobado.

Aparte del viaje en autobús de ocho horas con la mayoría de los


pasajeros adolescentes llenos de testosterona, era un ganar-ganar.

Por supuesto, esa parte me aterrorizó hasta la médula, pero estaba


empezando a aprender a manejar mi ansiedad, negándome a permitir
que mis experiencias pasadas arruinaran una oportunidad en un descanso
muy necesario.

Me estaba esforzando mucho por dar un paso atrás, tomarme un


momento y leer situaciones y escenarios con pensamientos claros y
racionales en lugar de la paranoia inducida por el terror que parecía
controlarme.

Independientemente de mi entusiasmo ante la perspectiva de


alejarme de Ballylaggin por un par de noches, no tenía muchas
esperanzas de ir.

Debido a que era un viaje de una noche, la escuela requería que


nuestros padres firmaran formularios de permiso.
Le había dado a mamá los formularios que necesitaban ser firmados
para poder asistir la semana pasada.

Al partir, esta mañana, todavía seguían sin firmar encima de la


panera en casa.

—Ah, tu mami te dejará ir —bromeó el dios rubio, alborotando el


cabello de Claire—. Seguro que el hermano mayor estará allí para
vigilarte, y yo mismo, por supuesto. —Se inclinó más cerca y colocó un
mechón de cabello detrás de su oreja—. Siempre juego mejor cuando sé
que estás mirando.

Ahora me reí de la pura ridiculez de la cursi línea de conversación.

Sabía mucho sobre deportes y aún tenía que conocer a un chico que
jugara mejor gracias a una chica.

Sin embargo, cuando traté de sofocar mi risa, terminó saliendo como


un resoplido.

Golpeando una mano sobre mi boca, miré la expresión horrorizada


de Claire y articulé lo siento detrás de mis dedos.

Como si recién se hubiera dado cuenta de que estaba presente, el


chico rubio se dio la vuelta, probablemente para buscar al culpable que
resoplaba.

Su mirada se posó en mi rostro y el reconocimiento inmediato


parpadeó en sus llamativos ojos plateados/grises.

—¡Hola! Pequeña Shannon —reconoció, sonriendo cálidamente—.


¿Cómo te va?

—Uh, bien —dije con voz estrangulada, mientras lo miraba y me


preguntaba cómo diablos sabía mi nombre.

Miré a Claire, quien se encogió de hombros y me dio una mirada que


me decía que estaba tan confundida como yo.
—No sabía que eras amiga de Shannon —dijo, volviendo su atención
a Claire—. Esa habría sido información útil.

—Eh, ¿no sabía que tú eras amigo de Shannon? —ofreció Claire sin
comprender—. ¿Y útil para qué?

—No lo soy. —Sacudió la cabeza—. Y no importa.

Se volvió hacia mí y sonrió de nuevo.

—Soy Gerard Gibson —se presentó—. Pero todos me llaman Gibsie.

—Yo no —dijo Claire airadamente.

Gibsie se rio entre dientes.

—Está bien, todos menos ella, me llaman Gibsie. —Señaló con el


pulgar a mi amiga, mostrándole una sonrisa indulgente, antes de volver
su atención a mí—. A ella le gusta ser extraña.

—No, Gerard, me gusta dirigirme a las personas por su nombre de


pila —corrigió Claire, mirándolo mal. Volvió su atención hacia mí y
comenzó a explicar—. Gerard es amigo de mi hermano Hugh.
Recuerdas a Hughie, ¿verdad, Shan?

Asentí, recordando claramente al guapo hermano mayor de Claire.

Con cabello rubio claro y ojos marrones, Hugh Biggs era el


equivalente masculino de su hermana, excepto por sus abdominales,
rasgos masculinos y las obvias partes de un niño. Hugh no asistió a la
misma escuela primaria que nosotras, pero siempre había sido amable
conmigo cuando iba a su casa. Él era uno de los pocos chicos aparte de
Joey con los que no me sentía nerviosa. Hughie siempre me dejaba en
paz y lo apreciaba.

—Bueno, han estado en la misma clase desde jardín de infantes, y


este monstruo aquí… —Hizo una pausa para darle un pequeño empujón
a Gibsie antes de continuar—: ha sido un elemento permanente en mi
cocina durante la mayor parte de mi vida. Él vive al otro lado de la calle
de nosotros —agregó—: Desafortunadamente.

—Vamos, Claire-Bear —bromeó—. ¿Es esa alguna forma de hablar


sobre el chico que te dio tu primer beso?

—Ese fue el resultado de un desafortunado juego de hacer girar la


botella —respondió ella, con las mejillas sonrojadas, mientras lo miraba
fijamente—. Y te he dicho un millón de veces que dejes de llamarme así.

—Todo es un espectáculo —me informó Gibsie con una gran


sonrisa—. Ella me ama de verdad.

—Realmente no —replicó Claire, ahora nerviosa—. Lo tolero porque


trae galletas a mi casa. —Se volvió hacia mí y dijo—: La madre de
Gerard tiene una panadería en la ciudad. Sus pasteles son increíblemente
deliciosos.

—¡Gibs! Vamos, muchacho. ¡El equipo te está esperando! —le gritó


alguien desde el otro lado del comedor, haciendo que los tres nos
diésemos la vuelta.

Mi corazón se detuvo por un breve momento antes de dar un salto


mortal en mi pecho cuando mis ojos se posaron en Johnny Kavanagh
parado en el arco del comedor, con su mano gesticulando salvajemente
en el aire y una expresión atronadora grabada en su rostro.

—Cinco minutos —respondió Gibsie.

—El entrenador nos quiere ahora —ladró Johnny con ese fuerte
acento de Dublín que me había acostumbrado a escuchar—. No en cinco
malditos minutos —agregó, sin importarle quién lo estaba escuchando.

Estaba bastante claro que no le importaba si la gente lo miraba o no.

Ignorándolo, Gibsie levantó dos dedos y volvió su atención a Claire.

Empezó a hablarle en voz baja y susurrante, pero no entendí nada.


Toda mi atención estaba en el par de ojos azules que me devolvían la
mirada.

Por lo general, cuando me atrapaba mirándolo, apartaba la mirada o


agachaba el rostro, pero esta vez no pude.

Me sentí atrapada.

Completa y absolutamente atrapada en su mirada.

Johnny inclinó la cabeza hacia un lado, mirándome con una


expresión curiosa, la irritación anterior en sus ojos fue reemplazada por
algo que no pude descifrar.

Mi corazón martilleaba violentamente contra mi caja torácica.

Y luego sacudió la cabeza y miró hacia otro lado, su atención se


movió hacia el reloj en su muñeca izquierda, rompiendo la mirada
extraña, como de trance.

Soltando un suspiro tembloroso, me alejé de él, me incliné hacia


adelante y dejé que mi cabello cayera hacia adelante para ocultar mis
mejillas ardientes.

—Espero ver pompones y las palabras «Amo a Gibsie» en letras de


neón en tus tetas la próxima semana en la final de School Boy Shield. —
Fue todo lo que logré escuchar decir a Gibsie antes de que se despidiera
y se marchara trotando.

—Lo siento por él —dijo Claire, la mirada parpadeando de mi cara a


detrás de mí. Sus mejillas estaban sonrojadas, sus ojos brillaban. Tiró de
una pelusa imaginaria de su jersey escolar antes de agregar—: Es un poco
extraño.

—Él está muy interesado en ti —dije, agradecida por la distracción


de mis pensamientos.
—A Gerard le gustan todos —respondió ella con un profundo
suspiro—. Bueno, todos los que tienen una vagina.

—No lo sé, Claire. Parecía que le gustabas mucho —comencé a decir,


pero rápidamente me interrumpió.

—Bueno, lo sé, Shan —dijo, con las mejillas aún sonrojadas—. Es


un jugador. Un puto y completo mujeriego. Monta cualquier cosa con
una falda —agregó—. Todos ellos lo hacen.

—¿Ellos?

—Los muchachos del equipo de rugby —explicó—. Con la excepción


de Hugh, y posiblemente Patrick.

Arrugué la nariz.

—Oh.

—Sí, oh —respondió Claire, haciendo una mueca—. Y la única


razón por la que Gerard es así conmigo es porque soy la hermana menor
de Hughie y él sabe que no puede tenerme. —Suspirando, agregó—: Es
un juego inofensivo de coqueteo para él que no servirá de nada.

—¿Y qué hay de ti? —pregunté, tono suave—. ¿Qué es para ti?

Claire se mordió el labio inferior durante varios segundos antes de


susurrar:

—Tormento.

Esa fue toda la aclaración que necesitaba para confirmar mis


sospechas.

A Claire le gustaba Gerard o Gibsie, o como se llame.

En ese momento, dada la reciente oleada de hormonas golpeando mi


sistema reproductivo, provocada por la inyección de Johnny Kavanagh
en mi vida, pude relacionarme con mi amiga de la manera más
fundamental.

—Los chicos con ojos bonitos y músculos grandes arruinan todo para
las chicas —resopló Claire.

—Sí —concordé débilmente—. Ciertamente lo hacen.

—¿Cómo somos? —Claire se rio a medias—. A ambas nos gusta lo


peor posible para nosotras.

—¿Yo? —Negué con la cabeza y salté al modo de negación—. No


me gusta nadie.

—Sí, claro —se burló Claire—. Ni siquiera intentes fingir, pequeña


señorita ruborizada. Veo la forma en que lo miras.

—Claire. —Negué con la cabeza y suspiré—. Te estás imaginando


cosas.

—Oh, mira —jadeó, señalando detrás de mí—. Johnny viene hacia


aquí.

—¿Q-qué?

Sorprendida, me giré para descubrir que estaba mintiendo.

—Ja. —Claire se rio—. Lo sabía.

—No tiene gracia —murmuré, acariciando mis mejillas ardientes.

—No te preocupes, Shan —respondió, sonriendo con complicidad—


. Tu secreto está a salvo conmigo.
Azul Medianoche

Johnny
Shannon Lynch tenía ojos de color azul medianoche que no se me
iban a quitar de la cabeza.

Al menos esa es la comparación más cercana que pude encontrar en


las innumerables búsquedas en Internet que había realizado.

Las búsquedas de tablas de colores en Internet eran confusas, pero no


tan desconcertantes como mi jodido cerebro que, como un disco rayado,
parecía estar atascado en repetición.

La pista de elección de mi cerebro: Shannon como el río, con los


hermosos ojos azules, rostro de un ángel y el pasado problemático.

Después de leer su archivo, me tomó varios días absorber el


contenido, y varios más antes de encontrar la moderación que necesitaba
para no conducir hasta ECB y golpear a sus acosadores.

Toda esa primera semana después de las vacaciones de Navidad, me


preocupé por la chica, esperando a ver si mañana sería el día en que
regresaría a la escuela.

Mis niveles de ansiedad estaban por las nubes cuando llegó el viernes
y ella no había regresado.

Me había molestado tanto que pasé por la oficina del Sr. Twomey
para revisarlo.
Fue allí donde supe que, de hecho, le había dado a la chica una
conmoción cerebral despiadada y que ella estaba en casa en reposo en
cama por el resto de la semana.

Cuando Shannon regresó a la escuela el lunes siguiente, me llamaron


directamente a la oficina, donde me recibieron el Sr. Twomey, la Srta.
Nyhan, la directora de tercer año, el Sr. Crowley, el director de mi año,
y la incubadora humana que era la Sra. Lynch.

Allí me explicaron, que si bien, sabían que mis acciones en la cancha


fueron accidentales, lo mejor sería que me mantuviera alejado de ella
para evitar futuros incidentes.

También me fue entregada una bolsa de plástico de su madre con mi


jersey dentro, junto con una disculpa entre dientes por haberme
empujado en el pasillo ese día, obviamente tratando de cubrir su trasero
por haber puesto sus manos sobre un estudiante, y otra severa
advertencia para que me mantuviera alejado de su hija.

Furioso por haber sido acorralado en una jodida e innecesaria


intervención, sin mencionar que me trataron como un villano por un
error honesto, respondí con un agudo «Sin ningún maldito problema», antes
de tomar mi jersey y regresar a clase con toda la intención de hacer
precisamente eso.

No necesitaba ese tipo de problemas en mi vida.

No necesitaba la amenaza de suspensión colgando sobre mi cabeza.


Estropeaba mis planes, y no había ninguna chica por la que valiera la
pena poner mi futuro en peligro.

Siguiendo las reglas, más por mi propio bien que por el de ella, me
mantuve alejado.

No le hablé, y no me acerqué cuando la vi entre clases o en el


comedor durante el descanso.
Me mantuve alejado de esa chica y de las complicaciones que
parecían seguirla.

Pero a pesar de lo enojado que estaba, todavía estaba pendiente de


ella en los pasillos.

Llámalo ser demasiado protector con una chica vulnerable o llámalo


de otra manera, pero mantuve mis oídos abiertos cuando se trataba de
Shannon Lynch y cerré cualquier mierda que pudiera ser un problema,
asegurándome de que tuviera una transición sin problemas a Tommen.

Sin embargo, después de un par de días, rápidamente quedó claro que


no necesitaba la ayuda de nadie.

A Shannon le gustaba Tommen.

A los profesores les gustaba.

A los estudiantes les gustaba.

A mí me gustaba ella.

Ese era el problema.

Además, tenía sus propios pequeños guardaespaldas en forma de dos


rubias que siempre parecían estar flanqueándola dondequiera que fuera.

Reconocí a la más protectora de las dos chicas como la hermana de


Hughie Biggs, el medio apertura de nuestro equipo, y uno de mis amigos
más cercanos.

La otra rubia era la novia intermitente de Pierce Ó Neill, otro


compañero mío.

No podía recordar el nombre de la novia de Pierce, sólo que


recordaba lo jodidamente viciosa que podía ser con su lengua y que
cualquier muchacho en su sano juicio debería mantenerse alejado.
Lanzándome a mi rutina, traté de ignorar y olvidarme de Shannon,
eligiendo concentrarme en el juego e ignorar todas las distracciones a mi
alrededor, siendo el sexo el tipo de distracción más peligroso.

Realmente lo intenté.

Pero entonces uno de los muchachos la mencionaba en una


conversación, o ella me pasaba en el pasillo de la escuela, y yo estaba de
vuelta en el punto de partida.

No podía entenderlo y traté de no pensar demasiado en ello.

Pero eso no impidió que ella apareciera en todas las conversaciones


en las que había estado involucrado desde su llegada a Tommen.

Los muchachos eran unos cabrones y la edad no significaba nada


para la mayoría de ellos.

Demasiados malditos imbéciles de mi año hablaban de ella,


pensaban en ella y conspiraban sobre ella, y me volvía loco.

La semana pasada, por ejemplo, en realidad expresé mis


frustraciones, diciéndole a una mesa de compañeros de clase
sorprendidos que se jodieran, que ella sólo tenía quince años.

No les importaba que sólo estuviera en tercer año, y a mí me


molestaba que me importara cuando en realidad no debería.

Un montón de tercer año anotó con personas de cuarto, quinto y


hasta sexto año.

Yo no.

Nunca yo.

A diferencia del resto de los muchachos que no tenían problemas


para joder con chicas más jóvenes, yo era plenamente consciente de las
implicaciones que podían surgir.
Había recibido más que mi parte justa de sermones de entrenadores
y ex profesionales sobre las repercusiones catastróficas que venían de
follar con la chica equivocada.

Y aunque no estaba particularmente orgulloso de mi


comportamiento hacia las chicas a lo largo de los años, tracé la línea con
cualquiera más joven que yo.

Sabía que eso me convertía en un hipócrita considerando que estaba


más que dispuesto a ir con chicas mayores que yo, pero tenía que estar a
salvo, maldita sea. Tenía un sueño y una visión clara de lo que necesitaba
hacer para lograrlo. Jugar con chicas más jóvenes era peligroso.

Es por eso que esta chica en particular me estaba molestando tanto.

En el momento en que puse los ojos en ella, algo me había golpeado


con fuerza en el pecho.

Algo desconocido y desconcertante.

Había pasado más de un mes y todavía estaba tambaleándome.

Estábamos en febrero y todavía estaba silenciosamente obsesionado


con Shannon como el río.

No me gustaba y ella me gustaba menos por ser la única causa de mi


incertidumbre.

No tenía sentido.

Era una chiquilla diminuta, todo miembros y huesos. No había


curvas en ella, y dudaba que incluso usara sostén si era honesto conmigo
mismo.

¿Ves?

Muy joven.

Demasiado jodidamente joven.


Pero eso no me impidió buscarla entre la multitud.

Y no me impidió observarla cuando la encontraba.

Cuanto más trataba de bloquearla, más la buscaba.

Hasta que la estaba buscando entre cada puta clase.

A veces, la encontraba mirándome de vuelta.

Siempre me daba esta mirada deslumbrada por los faros antes de


agachar la cara.

No estaba seguro de qué hacer con nada de eso.

Reconocí plenamente que estaba teniendo una reacción irracional


hacia la chica.

No era normal.

El problema era que no podía controlarme.

No podía apagar mi cerebro.

Bella era otro problema para mí.

Estaba harta de lo que ella llamaba, «ser irrespetada» y me había


enviado un mensaje de texto hace un par de semanas para llamar la
atención sobre nuestras no folladas.

Sabía que debería haber sentido algo al respecto, había estado


durmiendo con la chica durante casi ocho meses, pero todo lo que sentía
era vacío.

Allí no había conexión y estaba cansado de sentirme utilizado.

No fue como si nos encontráramos para charlar o ir al cine o algo por


el estilo.

Ella no quería eso de mí.


Ni siquiera cuando me ofrecí.

Claro, no había sentimientos involucrados, y nunca había estado


interesado en tener una relación con ella, pero después de pasar seis de
los ocho meses con mi pene dentro de ella, no me opuse a invitar a la
chica a cenar o llevarla a ver una maldita película.

Le había ofrecido en muchas ocasiones y ella había declinado hasta


la última.

Porque eso no era lo suficientemente público.

Porque Bella sólo me quería cuando estaba a la vista en el pub o en


la escuela, donde podía presumirme con todos sus amigos como si fuera
un maldito toro preciado.

Bella me había informado a través de un mensaje de texto que ahora


estaba con Cormac Ryan de sexto año.

Había medio sospechado que algo estaba pasando entre los dos desde
hace un tiempo porque él había estado actuando como una mierda
cuando estaba conmigo.

Cormac había recibido una llamada de La Academia durante el


verano. Había estado en algunas sesiones con los jóvenes y compitió en
varios combates de prueba.

Hasta ahora, Cormac no había tenido éxito en ganar un contrato de


colocación permanente y no estaba conteniendo la respiración por el
tipo.

Ese no era yo siendo un idiota rencoroso.

Era yo declarando hechos.

Era un extremo decente, pero necesitaba sacar algo de magia seria de


la bolsa si quería llegar a la cartelera principal con el club.

Si lo lograba, bien por él.


Si no lo hacía, me importaba una mierda.

Cormac estaba en el año por encima de mí, por lo que nunca


habíamos sido amigos, per se, pero habiendo jugado en el mismo equipo
durante los últimos cinco años, esperaba un poco más de lealtad.

Y si Bella estaba buscando provocarme una reacción al acostarse con


mi compañero de equipo, estaría muy decepcionada porque nunca le
daría la satisfacción.

¿Dolió?

Sí.

¿Me sentí traicionado?

Por supuesto.

¿Significaba eso que la quería de vuelta?

Maldita sea, no.

Porque no podía soportar a los mentirosos, y eso es lo que ella era.

Tampoco lidiaba bien con los juegos mentales, que era exactamente
lo que ella estaba tratando de hacer conmigo.

Romper conmigo, irse con mi compañero de equipo y luego darse la


vuelta e inundar mi bandeja de entrada y decirme que me quería de
regreso fue un excelente ejemplo de los juegos que a esta chica le gustaba
jugar conmigo.

Lo que no entendió fue que no importaba cuántos juegos intentara


jugar o cuántas mamadas prometió darme.

No había vuelta atrás allí.

No para mí.
Tal vez estaba muerto por dentro como Bella había sugerido en el
millón de mensajes de texto que me envió después de que rechacé sus
ofertas de arreglar las cosas.

No lo creía.

Tenía sentimientos.

Me importaban las cosas.

Simplemente no los mentirosos.

—Tengo una confesión que hacer —anunció Gibsie durante el


entrenamiento del miércoles.

Estábamos en nuestra vigésima novena de las treinta vueltas


ordenadas al campo y estaba empezando a desanimarse.

En realidad, yo estaba en mi vigésima novena vuelta.

El resto del equipo estaba en su decimocuarta.

Gibsie estaba en su octava vuelta y el desánimo comenzó en la cuarta.

Ahora, parecía un muchacho que se cae de un club nocturno a las


tres de la mañana con el estómago lleno de cócteles bombas Jager.

Él, junto con el resto de ellos, necesitaban estar juntos porque


teníamos el School Boys Shield para jugar la próxima semana y no tenía
intención de estrellarme contra el suelo si el resto del equipo no estaba
comprometido con la causa.

Estos cabrones tenían diez días para aclararse las ideas.


—¿Estas escuchando? —gruñó Gibsie en un tono sin aliento,
agarrándose de mi hombro con la esperanza de que pudiera tirar de su
trasero perezoso—. Porque esto es serio.

—Estoy escuchando —le dije, aspirando una bocanada de aire y


expulsándola lentamente—. Confiesa.

—Tengo unas ganas locas de patearte en las bolas… —resopló Gibsie


entrecortadamente antes de que terminara con—: Y romper lo que quede
ahí abajo.

—¿Qué diablos? —Sacudiendo su mano fornida de mi hombro por


centésima vez, cambié de posición, trotando hacia atrás para poder mirar
al bastardo—. ¿Por qué?

—Porque eres un fenómeno de la naturaleza, Kav —jadeó,


arrastrándose detrás de mí—. No hay maldita manera de que un tipo en
tu posición… —Me señaló con un dedo y luego se inclinó hacia adelante,
presionando sus manos en la parte posterior de su cabeza—, con un pene
roto pudiera correr tanto tiempo sin caer muerto. —Gimiendo, agregó—
: ¡Mi pene está en perfecto estado de funcionamiento y está llorando por
el esfuerzo, Johnny! ¡Llorando! Y mis bolas han hibernado de regreso a
su posición anterior a la pubertad.

—Mi pene no está roto, imbécil —gruñí, mirando alrededor para ver
si alguien nos escuchaba.

Afortunadamente, el resto del equipo estaba al otro lado del campo.

—Quiero una foto de eso —resolló—. Así puedo mostrárselo al


entrenador y fingir que es mío. Nunca me hará correr de nuevo.

—Sigue hablando de eso y no necesitarás una foto para mostrársela


al entrenador —dije entre dientes—. Te lo cortaré y en su lugar, puedes
dárselo.

Gibsie hizo una mueca.


—¿Todavía es demasiado pronto para hacer bromas?

Asentí rígidamente y luego me di la vuelta, recuperando mi ritmo


anterior, mientras me acercaba a la línea de meta.

—Lo siento, muchacho —jadeó, volviendo a correr cojeando junto a


mí—. Simplemente no es natural moverse con ese tipo de velocidad
cuando estás lesionado.

—¿De verdad crees que esto es fácil para mí? —dije con dientes
apretados.

Si lo creía, entonces estaba jodidamente loco.

Tenía «velocidad» porque pasé la mayor parte de mi infancia y toda


mi adolescencia trabajando en mi cuerpo.

Mientras Gibsie y los muchachos jugaban a golpear, correr y girar la


maldita botella, yo estaba en un entrenamiento.

Cuando perseguían chicas, yo perseguía ganancias.

El rugby era mi vida.

Esto era todo lo que tenía.

Pero el ritmo laborioso que estaba manteniendo hoy estaba tan lejos
de mi estándar habitual que era patético.

Estaba lento y la única razón por la que no se notaba era porque


estaba al nivel de la escuela.

Si arrastrara mi trasero así a La Academia, donde jugué junto a los


mejores jugadores del país, inmediatamente me lo harían notar por eso.

Mi cuerpo estaba en llamas y me movía por pura voluntad.

Todo me dolía hasta el punto en que tuve que respirar por la nariz
para evitar vomitar. Pagaría el esfuerzo con una noche de insomnio
retorciéndome de dolor, media docena de analgésicos y un baño
hirviendo con sales de Epsom.

Pero no podía parar.

Maldita sea, me negaba a ceder.

Si le daba al entrenador Mulcahy un sólo indicio de que no estaba a


la altura, llamaría a los jefes de La Academia.

Y si llamaba a La Academia, estaba jodido.

Disminuí mi ritmo cuando llegué a la zona de anotación, caminando


hacia afuera, manteniendo mis músculos relajados y en movimiento.

Si me detenía en seco, iba a agarrotarme, y tenía la intención de


hacerlo en la privacidad de mi propio automóvil.

Tomé una botella de agua del suelo y caminé por la línea de banda
como un loco durante varios minutos, tratando desesperadamente de
alejarme del dolor.

No me atrevía a realizar un estiramiento posterior a la carrera.

Yo no era tan masoquista.

Cuando mi ritmo cardíaco volvió a la normalidad, esperé a que el


entrenador me diera el visto bueno para salir temprano, luego regresé a
los vestuarios, mi trabajo del día había terminado.

No me había dado cuenta de que Gibsie me había seguido por el


camino hasta que lo escuché dejar escapar un silbido de lobo
ensordecedor.

—¡Te ves bien, Claire-Bear!

Curioso, seguí su línea de visión sólo para encontrar a dos rubias


familiares acurrucadas bajo el toldo fuera del edificio de ciencias.
Una de dichas chicas nos estaba frunciendo el ceño con el dedo
medio dirigido hacia mi mejor amigo.

—¿Mirándome entrenar de nuevo? —gritó Gibsie a través del patio—


. Sabes que me encanta cuando haces eso.

Me tomó unos segundos reconocer a la rubia de piernas largas como


la hermana menor de Hughie Biggs.

—¿Qué fue eso? —le gritó Claire en respuesta, ahuecando su oído


con la mano—. No puedo oírte.

—¡Sal conmigo!

—¡Vete al diablo, Gerard!

—Sabes que quieres. —Gibsie se rio, moviendo los dedos hacia ella
a modo de saludo—. Mi pequeña niña de ojos marrones.

—¡No lo hagas, Gerard! —El rostro de Claire se puso rojo brillante—


. No te atrevas a cantar eso…

Gibs la interrumpió con un verso de Van Morrison.

—¡Te odio, Gerard Gibson! —siseó Claire cuando él terminó de darle


una serenata como un cuervo demente.

—Y yo también te amo. —Se rio, antes de volver su atención hacia


mí y ahogar un gemido—. Jesucristo —gimió para que sólo yo pudiera
escucharlo—. Te lo juro por Dios, muchacho, esa chica me vuelve loco.

—Ya estás loco —le recordé—. No necesitas la ayuda de nadie con


eso.

—Mírala, Johnny —gimió, ignorando mi comentario—. Mira lo


hermosa que es esa chica. Dios, puede que sea ese cabello de sol, pero te
juro que brilla.
—Ni siquiera lo pienses —fueron las palabras que salieron de mi
boca.

—No lo haré, por ahora —respondió Gibs, con los ojos encendidos
con picardía—. Pero tengo la sensación de que me voy a casar con ella.

Su comentario me detuvo en seco.

—¿Qué?

Era demasiado raro.

Incluso para él.

—Siempre y cuando ambos salgamos de nuestra juventud sin ningún


bebé accidental —agregó pensativamente—. Y por supuesto, su hermano
no me corte el pene primero.

—Claire está en tercer año —dije inexpresivamente—. Y es la


hermana menor de tu compañero de equipo. ¿Qué mierda te pasa, Gibs?

—¿Dije que me iba a casar con ella hoy? —respondió Gibsie—. No,
hijo de puta, no lo hice, así que límpiate los oídos. Me refiero a cuando
sea jodidamente viejo y haya terminado de vivir mi vida.

—¿Jodidamente viejo? —Lo miré boquiabierto—. ¿Terminado de


vivir tu vida?

—Sí. —Se encogió de hombros—. Ya sabes, como treinta o algo así.

Puse los ojos en blanco.

—Sí, bueno, una palabra para el sabio, Gibs: disfruta tu vida salvaje,
pero ponte condón. Y mantenla alejada de chicas como esa.

—Oye, no me pongas esos ojos juzgadores —se burló Gibsie—.


Siempre me pongo condón. Y no hay nada de malo en que me guste. Tú
eres el que tiene fobia a las chicas de tu edad, muchacho, no yo.
Consciente de que estábamos teniendo esta conversación
extremadamente jodida en medio del patio, busqué alrededor para ver si
alguien estaba escuchando a escondidas.

Gibsie no era el crayón más brillante de la caja, pero me sentiría


jodidamente desconsolado si Hughie lo escuchara hablar de su
hermanita así y lo asesinara.

Fue en ese momento exacto en que mi mirada se posó en la pequeña


morena, cargada con un montón de libros, saltó los escalones del edificio
de ciencias y se apresuró hacia las rubias.

Una oleada repentina de algo llenó mi pecho cuando reconocí a la


morena como Shannon.

Maldita sea, ¿por qué tenía que verse así?

¿Por qué me atraía cada detalle de esa maldita chica?

No era justo.

En realidad, si era honesto, era francamente cruel.

No tenía ningún sentido para mí encontrarla atractiva.

No se parecía en nada a las chicas con las que solía follar.

Me gustaban las curvas.

Me encantaban las tetas.

Y yo era un fanático de un gran culo.

Ella no tenía nada de lo anterior.

Pero tenía piernas.

Y cabello.

Y una sonrisa.
Y esos jodidos ojos azul medianoche, que no pensé que fuera una
palabra lo suficientemente buena para describir el color.

Deberían haber sido llamados «azul alma» porque eran


condenadamente profundos y absorbían a una persona directamente...

Y luego fue y dejó caer sus libros.

Se esparcieron por el suelo y Shannon se inclinó para recogerlos, lo


que provocó que su falda se levantara demasiado.

Dos muslos suaves y pálidos llenaron mi visión, enviando una oleada


de banderas rojas disparadas en mi cerebro y una ola de calor
atravesando mi cuerpo.

—Ah, mierda —murmuré por lo bajo, tomado por sorpresa tanto por
verla como por la reacción explosiva de mi cuerpo al verla.

Dejando caer mi mirada, inhalé algunas respiraciones


estabilizadoras, tratando desesperadamente de recuperar el control de mi
problemático pene.

—¿Qué ocurre? —preguntó Gibsie, mirando a nuestro alrededor en


busca de la fuente de mi evidente incomodidad.

—Nada —murmuré, irritado pasando una mano por mi cabello—.


Vamos.

Gibsie, al darse cuenta de mi problema obvio, echó la cabeza hacia


atrás ante mi reacción y aulló de risa.

—¿Tienes una… ¡santo cielos, la tienes! —se atragantó con ataques


de risa—. ¡Y te estás sonrojando! —Me dio una palmada en el hombro y
resopló ruidosamente—. Ah, muchacho, me encanta.

—No es mi culpa —gruñí mientras me apresuraba en dirección a los


vestuarios, caminando como el jodido vaquero de diamantes de
imitación—. No puedo controlarlo en estos días.
Me metí en los vestuarios, me quité la ropa y fui directamente a las
duchas con la intención de quemar el dolor y la incomodidad de mi
sistema.

No funcionó.

Mi cuerpo todavía tenía un dolor insoportable y todavía lucía tres


cuartos erecto.

Bajando la cabeza, miré la mitad inferior de mi cuerpo y debatí mis


opciones.

Pero no podía hacerlo.

No podía tocar mi propio maldito pene.

Estaba demasiado asustado.

Los recuerdos vívidos de ese horrible viaje a la sala de emergencias y


las terribles advertencias que los médicos me habían dado en Navidad
me habían jodido oficialmente la cabeza.

Jesús, era un maldito desastre.

Apoyando mi frente contra la pared de azulejos, dejé que el agua


hirviendo me bañara mientras esperaba lo que pareció una eternidad
para que mi problema se resolviera, mordiéndome los nudillos para
enterrar mis gemidos de dolor.

Bueno, si antes no estaba claro que necesitaba mantener la distancia,


ciertamente lo estaba ahora.

Tenía que mantenerme alejado de esa chica.

Cristo…

—¿Te sientes mejor? —Gibsie se rio cuando finalmente regresé al


vestidor, con una toalla alrededor de la cintura.
Todavía estábamos solos aquí, gracias a Dios, ya que el resto del
equipo se estaba poniendo al día con las vueltas.

Ignorando la broma, le di la espalda y dejé caer mi toalla.

Antes de la cirugía, no lo habría pensado dos veces antes de andar


desnudo delante de cualquiera.

Ahora, no tanto.

Porque además de tener que mantener mi problema en secreto, estaba


cohibido.

Era otro sentimiento nuevo e inoportuno.

Siempre había estado orgulloso de mi cuerpo. Fui bendecido con


retención muscular natural y fuerza física, y pagué cada abdomen en mi
estómago con un régimen de entrenamiento extenuante.

Trabajé muy duro para mantenerme en óptimas condiciones físicas,


pero las bolas moradas, el saco hinchado y la cicatriz que supuraba no
era algo que quisiera que nadie viera.

Ni siquiera yo mismo.

Por eso no miré hacia abajo cuando me puse un par de calzoncillos


limpios.

En mi actual estado de pánico frenético, la negación era un río en


Egipto y si seguía enchufando, mejoraría, porque la alternativa no era
una opción.

Ceder no era una opción.

Más tiempo libre no era una opción.

Perderse la campaña de verano con la sub20 no era una opción.


Perder mi puesto en el equipo titular por debilidad no era una maldita
opción.

Jugar y matar era mi única opción porque me negaba a estrellarme y


quemarme a los diecisiete años.

—¿Estás bien, Johnny? —preguntó Gibsie, rompiendo el silencio


acumulado.

Su tono, por una vez, era serio, razón por la cual respondí con un
movimiento de cabeza cortado.

—¿Ya estás listo para hablar de eso?

—¿Hablar acerca de qué?

—Sea lo que sea lo que te ha estado volviendo loco desde que


regresamos de las vacaciones de Navidad.

—Nada me molesta —respondí, subiendo mis pantalones escolares


por mis muslos. Me abroché el cinturón y alcancé mi camisa.

—Tonterías —respondió.

—Estoy grandioso —agregué, rápidamente ajustando mis botones en


su lugar.

—Has sido como un oso con dolor de cabeza desde que regresaste a
la escuela después de Navidad —se quejó—. Y no me digas que es por
tu cirugía porque sé que hay algo más…

Mi teléfono comenzó a sonar entonces, distrayéndonos a ambos.

Metí la mano en mi bolsillo, lo saqué, revisé la pantalla y luego resistí


el impulso de arrojarlo a la pared.

—Maldita Bella —me quejé, cancelando la llamada y tirando mi


teléfono de nuevo en mi bolsillo.
Gibsie hizo una mueca.

—¿Qué está pasando ahí?

—Nada —respondí—. Se acabó.

—¿Bella sabe eso?

—Debería —respondí rotundamente—. Ella es la que terminó.

—¿Sí?

—Sí. —Pellizcándome el puente de la nariz, exhalé un suspiro


tranquilizador antes de agregar—: Está follando con Cormac Ryan
ahora.

—¿Y estás bien al respecto?

—Me importa un carajo si te soy honesto, muchacho —respondí


rotundamente—. Estoy más aliviado que nada.

Gibsie negó con la cabeza.

—¿Estás seguro? Estuviste jodiendo con ella durante mucho tiempo.

—Terminé hace mucho tiempo, Gibs —admití—. Confía en mí,


muchacho, todo lo que quiero que haga es que me deje en paz.

—Bueno, si eso es cierto, entonces es la mejor noticia que he


escuchado en todo el año —declaró Gibsie—. Porque, sinceramente, no
puedo soportar a esa chica. Es una maldita mujer peligrosa. Tenía miedo
de que terminaras dejándola embarazada y nos quedaríamos atrapados
con ella de por vida.

—No hay posibilidad de que eso suceda —le dije mientras reprimía
un escalofrío—. Siempre envuelvo mi mierda.
—Ella es del tipo de perforar un condón, muchacho —respondió
Gibsie—. Y tú eres un faro de luz brillante para esas chicas, con un
enorme letrero de neón de euro colgando sobre tu cabeza.

—Me retiro —respondí—. Siempre.

—¿Cada vez?

—¿Por qué me preguntas sobre mi salud sexual? —digo inexpresivo.

Gibsie hizo una mueca.

—Porque ella es sucia.

—Gibs, no dices una mierda así de una chica —le advertí—. No es


correcto.

—No estoy diciendo eso de cualquier chica. —Se encogió de


hombros y agregó—: Lo digo por esa chica.

—Bueno, estoy bien —dije con dientes apretados—. Me hice las


pruebas el mes pasado y estoy limpio como una patena.

—Gracias a Dios. —Suspiró, luciendo aliviado—. Porque ella…

—¿Podemos no hablar más de ella? —lo interrumpí, completamente


asqueado al pensar en ella—. Estoy cansado de oír hablar de ella, Gibs.

—Está bien, pero déjame hacerte una pregunta más —respondió—.


Sólo una y dejaré el tema por la paz.

Suspiré con cansancio y esperé a que hablara, sabiendo que no


importaba si estaba de acuerdo o no.

Aclarándose la garganta, preguntó:

—¿Estás aliviado de que Bella haya terminado como sea que


llamaran a lo que ustedes dos estaban haciendo porque estabas cansado
de Bella? —Estudió mi rostro por unos momentos antes de agregar—: ¿O
porque te gusta la chica?

Su pregunta me hizo hacer una pausa a mitad de un botón.

—¿La chica?

—Sí, la chica.

—¿Qué chica? —pregunté, fingiendo ignorancia.

—La maldita chica, Johnny —gruñó Gibsie, levantando las manos—


. La que noqueaste. Por la que acepté estar con Dee para poder obtener
su archivo. La que pasas tus días intercambiando ojos pegajosos en la
escuela.

—¿Ojos pegajosos? —Me puse la camiseta sobre el estómago y me


puse los zapatos—. ¿Qué diablos son los ojos pegajosos?

—Ojos desmayados —espetó Gibsie, ahora exasperado—. Miradas


ardientes. Miradas de fóllame. Las señales de «quiero comerme tu
vagina». —Sacudió la cabeza y sacó una lata de desodorante de su bolsa
de equipo—. Como quieras llamarlos.

—Estás loco, Gibs —anuncié, decidiendo desviarme—. En serio,


hombre, a veces realmente me preocupo por lo que está pasando en esa
cabeza tuya.

—No hay nada malo en mi cabeza, Kavs. Tú eres el que tiene el


jodido tic en el ojo cada vez que esa chica anda por el lugar. —Me tiró el
desodorante y lo atrapé en el aire—. No creas que no he entendido lo que
está pasando allí.

—No sé de lo que estás hablando, muchacho. —Pasé debajo de mi


camisa y rocié mis axilas—. Mis ojos están en perfecto estado de
funcionamiento.
—Tu pene también está en perfecto estado de funcionamiento —
respondió él. Se quitó el jersey del colegio por la cabeza y continuó—:
Cuando esa chica anda por ahí.

Me tomé mi tiempo para responderle por dos razones.

La primera es que no quería reaccionar por instinto y hacer un


espectáculo.

La segunda es que no tenía ni puta idea de qué decir.

Permaneciendo en silencio, me concentré en atarme los cordones de


los zapatos.

—¿No vas a responderme? —sondeó Gibsie, sonriendo.

—No hay nada que decir —dije con dientes apretados,


concentrándome demasiado en hacer el nudo perfecto—. No voy a
hablar de ella.

—¿Por qué no? —presionó.

—Porque jodidamente no lo haré, Gibs.

—Porque te gusta ella —dijo Gibsie.

—Porque ella no está en debate —espeté.

—Porque realmente te gusta —corrigió—. Porque la deseas.

Le lancé una mirada sucia y luego volví a mirar mis zapatos.

—Ojalá lo admitieras, muchacho —murmuró Gibsie.

—Y desearía que te metieras en tus propios putos asuntos —ofrecí


sarcásticamente—. Se está haciendo viejo, muchacho. No me escuchas
regañando tu vida amorosa.
En el momento en que las palabras salieron de mi boca y vi que sus
ojos se iluminaban, me arrepentí.

—Ah, ¿así que estás pensando en salir con ella? —exigió Gibsie
emocionado, los ojos bailando con puro deleite—. Joder, lo sabía.

—No —corregí—. No lo estoy.

—¿Por qué no?

—Porque sí.

—¿Porque sí? —presionó.

—Porque no voy a hacerlo, ¿de acuerdo? —ladré—. Ahora déjalo.

—Eres ridículo —anunció Gibsie, tirando toda su mierda de vuelta a


su bolsa de equipo—. Piensas demasiado todo, hombre. Hablas de que
mi cabeza está hecha un lío, pero la tuya debe ser un maldito lugar
horrible para estar, con todo ese análisis excesivo que haces.

—Déjalo, Gibs.

—Simplemente no entiendo cuál es el problema —argumentó—. He


visto la forma en que la miras. Está claro que te gusta Sharon.

—Su nombre no es Sharon. —Le lancé una mirada sucia y luego volví
a empacar mi bolsa—. Es Shannon, y no me gusta.

—Esa fue una pregunta capciosa. —Sonrió—. Y pasaste con gran


éxito.

Gruñí mi respuesta.

Su sonrisa se amplió aún más cuando dijo:

—Y sí, te gusta.

—No, maldición, no me gusta.


—Bueno, creo que deberías invitar a salir a esta chica Shannon —
agregó Gibsie, cargando su bolsa sobre su hombro—. ¿Qué es lo peor
que puede pasar?

—Me podrían arrestar —le ofrecí sarcásticamente—. Tiene quince


años.

—No, no podrías ser arrestado —se burló, rodando los ojos—.


¡Tienes diecisiete, idiota, no setenta!

—Durante tres meses más. —Me puse la chaqueta y me puse de pie—


. Y además, esta conversación es irrelevante. —Recogiendo mi bolsa de
equipo, la arrojé sobre mi hombro antes de agregar—: No invito a salir a
las chicas. —Me acerqué a la puerta del vestidor y la abrí de un tirón—.
No tengo tiempo para esa mierda.

—La novia de Hughie, Katie, está en el año por debajo de él —ofreció


Gibsie, saliendo del vestidor—. Y Pierce O’Neill está en nuestro año y
ha estado jugando con la amiga perra de Claire durante mucho tiempo,
que por cierto está en tercer año.

—Hughie no tiene a La Academia respirándole en el cuello —


respondí rotundamente mientras lo seguía afuera—. Y Pierce O’Neill
puede jugar con quien carajo quiera.

—Relájate. —Gibsie levantó las manos—. Todo lo que digo es que


no sería gran cosa si te gustara.

—No vayas allí.

—Es natural sentirse atraído por una chica hermosa…

—Para.

—A nadie le importaría si la invitas a salir.

—En serio. Dale un descanso.

—Ella también te mira, ya sabes.


—Cállate, Gibsie.

—La he visto hacerlo.

—Cállate, Gibsie.

—En los pasillos y el…

—¡Cállate la boca, Gibsie!

—Bien —resopló, frunciendo el ceño—. No hablaré.

Conté mentalmente en mi cabeza, preguntándome cuánto tiempo


Gibsie podría mantener la boca cerrada, pero sólo llegué a siete cuando
comenzó de nuevo con su mierda verbal.

—¿Cómo te las arreglas con la eyaculación?

Giré mi cabeza hacia él.

—¿Perdón?

—Eyaculando —aclaró Gibsie, con el rostro serio—. Pareces lleno


de frustración reprimida. Me pregunto si está relacionado con el pene.
Te estás masturbando, ¿verdad? Sé que estuviste fuera de combate un
tiempo cuando te serrucharon el saco de bolas, pero eres capaz de volver
a excitarte de nuevo, ¿no es así?

—¿Qué diablos? —Lo miré boquiabierto—. ¿Estas palabras


realmente salen de tu boca?

Me devolvió la mirada con una expresión expectante.

Dulce Jesús, hablaba en serio.

Y él estaba esperando que le respondiera.

Cuando Gibsie se dio cuenta de que no iba a responderle, siguió


divagando.
—Oh, muchacho, fue antes de tu cirugía, ¿no? —Me dirigió una
mirada comprensiva—. No te has corrido en meses. No es de extrañar
que estés tan enojado todo el tiempo —murmuró Gibsie con el ceño
fruncido de preocupación—. Es por eso que te pusiste duro cuando tu
Shannon se inclinó y te dio un poco de acción de culo desnudo. Tu pobre
pene debe haber pensado que era Navidad. —Estremeciéndose,
añadió—: Pobre, pobre bastardo.

—No voy a hablar de esto contigo —le dije mientras entraba al


edificio principal—. Hay algunas cosas en la vida que no compartimos,
Gibs.

—Bueno, demándame por estar preocupado por mi mejor amigo —


respondió, volviendo a ponerse a mi lado—. Vamos, Johnny, lo he visto.
—Refiriéndose a mis partes reproductivas destrozadas—. Puedes hablar
conmigo.

—No quiero hablar contigo —ladré—. Y nunca sobre esto.

—¿Sabes lo perjudicial que puede ser para tus bolas no liberarlas? —


exclamó Gibsie, decidiendo torturarme un poco más—. Es realmente
malo, Johnny. Vi este video en Internet. Fue más que inquietante. Las
bolas del tipo se hincharon hasta el punto de explotar…

—¡Detente! —dije con voz estrangulada—. ¡Por favor, sólo detente!

—Bien. Sólo respóndeme una pregunta y lo dejaré. —Deteniéndome,


Gibsie colocó sus manos sobre mis hombros, me miró fijamente a los
ojos y preguntó—: ¿Te estás masturbando?

Mirándolo, empujé su pecho y siseé:

—¡Jódete!

—¡Lo hago! —siseó Gibsie, con los ojos muy abiertos—. Tres veces
al día. ¿Tú puedes?
—Sí, no voy a escuchar esto —anuncié, tratando desesperadamente
de enmascarar mi pánico mientras imágenes de sacos de testículos
explotando bailaban en mi mente.

Dándome la vuelta, caminé de regreso por el pasillo hacia la entrada.

Maldición, me iba a casa.

Para alejarme del caso de locura mental que era mi mejor amigo.

Y para comprobar mis bolas.

—¡Mejor fuera que dentro, muchacho! —me gritó Gibsie—. La


práctica hace al maestro. Déjame saber cómo te va.
Diarrea Explosiva

Shannon
El sábado era mi día favorito de la semana por muchas razones.

Primero: era el primer día del fin de semana y el más alejado del
lunes.

Segundo: no había escuela.

Tercero y más importante: era el día de GAA.

Joey, Ollie y Tadhg siempre estaban fuera de casa la mayor parte del
sábado con entrenamientos y partidos.

Afortunadamente, eso significaba que mi padre también estaba fuera,


participando en actividades no relacionadas con el consumo de alcohol.

Lo que hizo que este sábado en particular fuera mejor que la mayoría
fue el hecho de que mi padre no sólo estuvo fuera de la casa todo el día
con los niños, sino que se dirigía a la despedida de soltero de su amigo
en Waterford esta noche.

Con este conocimiento, y el permiso de mamá, accedí a ir a la casa


de Claire el sábado por la tarde para pasar el rato con ella y Lizzie.

Tenía todas mis tareas terminadas a las tres en punto, que consistían
en limpiar la casa de arriba a abajo, poner media docena de cargas de
ropa y preparar la cena.
Y aunque casi me da un ataque al corazón cuando su hermano
Hughie apareció frente a mi casa con su novia para recogerme, logré
recomponerme lo suficiente como para subirme a la parte trasera de su
auto y aceptar que me llevara a su casa.

Toda la noche nos habíamos llenado la cara con comida chatarra,


visto repeticiones de One Tree Hill y chismeando sobre tonterías
absolutas.

Fue el mejor sábado que había tenido en años.

A las siete en punto, estaba llena y tirada en la cama de Claire,


sufriendo una sobrecarga de azúcar y escuchando a Lizzie parloteando
sobre cuánto despreciaba a Pierce.

—No sé lo que vi en él —se quejó por centésima vez—. Pero sea lo


que sea, no valió la pena darle mi tarjeta-V.

—¡No puedes estar hablando en serio! —chilló Claire, saltando de su


posición sobre mis piernas para mirar boquiabierta a Lizzie—. ¿Tuviste
sexo con Pierce?

—¿No eres virgen, Lizzie? —Mi boca se abrió—. Pero sólo tienes
dieciséis años.

—No me mires tan juiciosa —se quejó—. Sólo porque nunca has
visto un pene.

—No lo he hecho —ofreció Claire, levantando la mano—. Ni


siquiera la punta.

—Yo tampoco —admití completamente, sacudiendo la cabeza—. Ni


siquiera he besado a un chico.

—Eso es triste, Shan —replicó Lizzie.

Me puse roja remolacha.

—No seas una perra —bromeó Claire—. Cuéntanos sobre eso.


Lizzie se encogió de hombros.

—¿Qué hay que contar?

—¿Cuándo sucedió? —pregunté.

—El jueves.

—¿Y no pensaste en decírnoslo? —chilló Claire—. ¡Dios mío, Liz,


estuvimos en la escuela contigo todo el viernes y nunca mencionaste
nada!

Lizzie se encogió de hombros, pero no respondió.

Claire y yo nos miramos a los ojos antes de que Claire preguntara:

—¿Dónde sucedió?

—En su coche.

—Uf —gemimos las dos con simpatía.

Ninguna chica quería que su primera vez sucediera en el asiento


trasero de un automóvil.

—¿Dónde?

—Los terrenos de la GAA.

—Uf —coreamos de nuevo.

—Sí —dijo Lizzie inexpresiva—. Y un consejo para las sabias, chicas,


no se rindan. —Recostándose en una almohada, Lizzie apoyó la espalda
contra la cabecera y tomó su revista antes de agregar—: Duele, es
decepcionante, hay sangre y el chico se convierte en un imbécil después.

—¿Él rompió contigo? —jadeé.

—Le patearé el trasero —siseó Claire.


—No —respondió Lizzie—. Pero ha estado actuando de manera
distante desde entonces.

—Qué hijo de puta —gruñó Claire.

—Sí —concordó Lizzie.

—¿Te dolió mucho? —pregunté, curiosa.

—Como si te clavaran un atizador caliente en la vagina —respondió.

Claire y yo hicimos una mueca de simpatía.

—¿Estás bien? —pregunté, sintiendo una profunda oleada de


simpatía por mi amiga.

Lizzie era dura como un clavo y rara vez mostraba una pizca de
emoción, pero esto era un gran problema para cualquier chica.

—Siempre estoy bien, Shan —fue su breve respuesta.

—Mira, es exactamente por eso que nada va a meterse dentro de mi


área —declaró Claire con un escalofrío, dejándose caer y apoyando la
cabeza en mis piernas—. Creo que moriría si viera un pene viniendo
hacia mí.

—Claire. —Me reí entre dientes—. Detente.

—Habla en serio —me informó Lizzie—. Le tiene miedo al P.

—Es verdad —dijo Claire sin una pizca de vergüenza—. Sólo he


besado a un chico: Jamie Kelleher. Estuvimos saliendo durante seis
semanas en segundo año, y cuando trató de empujar mi mano por la
parte delantera de sus jeans en la discoteca de la escuela, le grité.

—No lo hiciste —jadeé.

—Oh, lo hizo —respondió Lizzie—. A todo pulmón. Causó toda una


escena en la discoteca.
—Entré en pánico —se defendió Claire, sonriendo tímidamente—.
No quería tocar su pene.

—¿Qué sucedió?

—Me llamó maldita perra y rompió conmigo allí mismo en la pista


de baile frente a toda la escuela —respondió.

—Qué maldito —espeté.

—Está bien —intervino Lizzie—. Claire se vengó de él, ¿no es así?

—No intencionalmente —objetó.

—Oh, déjalo. —Lizzie puso los ojos en blanco—. Sabías


exactamente lo que haría cuando fueras a llorar con él.

—¿Quién? —pregunté—. ¿Qué hiciste?

Lizzie sonrió.

—Fue corriendo hacia su sombra.

Arqueé una ceja.

—¿Quién?

—Gibsie —completó Lizzie.

—Oh, Dios mío. —Mis ojos se iluminaron—. ¿Qué hizo?

—¿Qué crees que hizo? —replicó Lizzie—. Saltó para defender su


honor.

—¡Él no lo hizo!

—Lo hizo —dijo Claire alegremente.

—Le rompió la nariz a Jamie —agregó Lizzie.


Claire suspiró feliz.

—Fue épico.

—Podrías haber venido a mí —dijo Lizzie—. Con mucho gusto le


habría dado un rodillazo a ese idiota en las bolas en tu nombre…

Entonces, la puerta del dormitorio de Claire se abrió,


sobresaltándonos a las tres.

—Oh, Dios mío —gritó Claire, arrojando una almohada al chico alto
y rubio que había invadido su privacidad.

—¡Tengo un problema! —anunció Gibsie, atrapando la almohada en


el aire.

—¡Gerard! —siseó Claire, mirándolo con furia—. ¿Alguna vez has


oído hablar de tocar?

—No hay tiempo —respondió—. Necesito tu ayuda, nena.

—No soy tu nena —se quejó Claire y le arrojó otra almohada—. ¿Y


si hubiera estado desnuda aquí?

—Entonces moriría como un hombre feliz —replicó cuando la


segunda almohada golpeó contra su pecho—. Es el gato.

Ella frunció.

—¿Brian?

—¿Llamaste Brian a tu gato?

Me reí.

—Él no es mi gato —respondió Gibsie—. Ni siquiera me gustan los


gatos.

Fruncí el ceño.
—Entonces, ¿de quién es?

—De mi mamá —respondió Gibsie—. Él es su orgullo y alegría. —


Se volvió hacia Claire y dijo—: Ha tenido un episodio.

—¿Otro? —Saltando de la cama, se ajustó los pantalones cortos del


pijama y caminó hacia él—. ¿Dónde?

—Uh…

Encogiéndose de hombros tímidamente, Gibsie hizo un gesto hacia


la puerta.

—¿Está en mi casa? —chilló Claire.

—¿Por qué está tu gato en su casa? —Lizzie hizo la pregunta en la


mente de todos.

—No se sentía bien —respondió Gibsie—. Lo llevé a dar un paseo.

—¿Llevaste a pasear a tu gato? —Lizzie negó con la cabeza—. El


chico necesita institucionalización.

—No es tan extraño —resopló a la defensiva—. Vivo cruzando la


calle.

—¿Le pusiste una correa?

—Obviamente. —Gibsie la miró como si fuera la cosa más tonta que


había escuchado—. ¿De qué otra manera se suponía que lo acompañaría
hasta aquí?

Lizzie negó con la cabeza.

—Entonces mantengo mi declaración anterior.

—Guau, eres un barril de risas, ¿no? —respondió Gibsie


sarcásticamente—. Pierce es un muchacho afortunado.
Lizzie respondió haciéndole una mueca.

—Concéntrate —espetó Claire, chasqueando los dedos en la cara de


Gibsie—. ¿Dónde está ahora?

—Está en tu baño. —Haciendo una mueca, agregó—: Ha tenido un


accidente.

—¿Qué tipo de accidente? —gruñó Claire.

Se encogió de hombros tímidamente.

—¿Del tipo de diarrea explosiva?

—¡Gerard! —gritó Claire, golpeando su enorme bíceps—. Te dije que


no lo trajeras aquí después de la última vez.

—Estaba preocupado —gimió, frotándose el brazo—. Lo siento.


Pero tienes que ayudarme.

—Pídele a Hughie que te ayude —gruñó, plantando las manos en sus


caderas—. Estoy cansada de rescatarte.

—No puedo —gimió—. Dejará a Katie en casa y recogerá a los


muchachos antes de que salgamos.

—Entonces, ¿por qué sigues aquí? —bromeó Lizzie, mientras


hojeaba una revista.

—Oye —la amonesté en voz baja, pinchando su costilla—. No seas


mala.

—¡Ugh! —gruñó Claire mientras salía de la habitación con Gibsie


pisándole los talones.

—Ese chico es un idiota —murmuró Lizzie, sin levantar la vista de


su página—. Nuestra amiga está enamorada de un idiota de clase A.
—Él no es tan malo —respondí y luego retrocedí rápidamente—.
Espera, ¿crees que Claire está enamorada de Gibsie?

Ahora Lizzie me miró.

—¿No es obvio? —preguntó—. ¿Qué chica en su sano juicio soporta


años de coqueteo y tormento si no tiene sentimientos serios por él?

—¡Gerard! —gritó Claire a todo pulmón, distrayéndonos a ambas—


. ¡Tu gato está cagando en mi bañera!

—Lo sé —gimió Gibsie en voz alta—. Huele tan mal, y no se detendrá.

—Tengo que ver esto. —Me reí, saltando de la cama—. ¿Vienes?

Lizzie negó con la cabeza.

—Nop. He visto más que suficientes de sus payasadas para durarme


toda la vida, muchas gracias.

Sacudiendo la cabeza, salí corriendo de la habitación y crucé el


rellano, llegando a la puerta del baño para ver un enorme, y quiero decir
realmente enorme, gato persa blanco como la nieve balanceándose en el
borde de la bañera de la familia Biggs.

De pie en la puerta, observé su extraña interacción con mi mano


sobre mi boca, en parte por el olor, pero sobre todo porque era muy
divertido.

—¡Brian! —Gibsie estaba rugiendo—. ¿Qué demonios te pasa? —


Abrió el agua y agarró el cabezal de la ducha—. Dios, eso es lo peor que
he olido en mi vida.

—Sí, lo sé, Gerard —siseó Claire, tapándose la nariz y la boca con la


mano mientras usaba la otra para verter lejía en la tina—. Yo también
puedo olerlo, ¿sabes?

—Hizo esto a propósito —le dijo, en tono acusador—. Porque lo eché


de mi habitación anoche. Me está castigando.
—Él te está fulminando con la mirada —le dijo ella.

—Lo sé. —Gibsie se estremeció—. Sólo recógelo y ponlo en el cuarto


de servicio.

—Me está fulminando con la mirada ahora —chilló Claire,


alejándose del gato.

—Está tratando de intimidarte, nena —engatusó Gibsie—. No lo


mires a los ojos.

—Cristo, da más miedo que el Sr. Mulcahy —gimió Claire,


encogiéndose detrás del enorme cuerpo de Gibsie.

—Sólo acércate por detrás y levántalo —instruyó mientras sostenía


la manguera de la ducha frente a ellos como un arma—. Mantén sus
patas lejos de ti, aléjalo de tu cuerpo y corre.

—No voy a recogerlo, Gerard —siseó Claire, con los ojos muy
abiertos—. Parece que está a dos segundos de asesinarme.

—Te protegeré —prometió valientemente.

—¡Le tienes miedo!

—Bien, sostén esto —refunfuñó, pasándole la manguera a mi


amiga—. Voy a sacar al hijo de puta.

—¿Crees que deberíamos lavarlo con la manguera? —preguntó


Claire—. Tiene caca por todo el pelaje.

—Joder, no —exclamó Gibsie—. La última vez que traté de limpiarle


el culo, me mutiló.

Me reí en voz alta.

—No es jodidamente divertido, Shannon —se quejó Gibsie,


sorprendiéndome al recordar mi nombre—. Tuve que vacunarme contra
el tétanos por su culpa.
—Lo siento. —Me reí, poniendo una mano sobre mi boca—. No me
estoy riendo de ti, lo prometo. —Me reí entre dientes—. Más de la
situación. —Estudiando al felino peludo, agregué—: Se parece al gato
del Inspector Gadget.

—Sí, bueno, ciertamente es lo suficientemente malvado —respondió


Gibsie—. Algunas noches me despierto y él está en mi cama, parado a
mi lado con esos ojitos malvados. —Sacudió la cabeza—. Nunca
debieron haberlo castrado. Ha estado con un humor homicida desde
entonces. Habría sido una vida más fácil dejar que el pobre bastardo se
quedara con las bolas.

—Continúa, Gerard —animó Claire, empujando a Gibsie hacia la


bañera—. Puedes hacer esto. Tengo toda la fe en ti.

—¡Ah, joder, está bien! ¡Está bien! —Con los brazos extendidos,
Gibsie merodeó hacia el gato—. Aquí, gatito, gatito —engatusó,
estirando la mano sobre la bañera para sacarlo—. Buen gatito... así es...
amo los gatitos... lo hago... no te haré daño… ¡ahhhhh!

Brian siseó y golpeó con una pata a Gibsie, quien, a su vez, gritó
como una niña y se lanzó detrás de Claire.

—Maldito gato —dijo con los dientes apretados, arrastrando a Claire


lejos del gato que se agitaba, siseaba y escupía a ambos—. ¿Él me arañó?
—exigió, poniendo su mano en su rostro—. Siento que me arañó.

—No lo sé —chilló Claire, empujándolos a ambos hacia la esquina


del baño—. Pero realmente odio a tu gato —exclamó, acurrucándose
bajo su brazo.

—Déjame ayudar —le ofrecí, entrando en la zona de peligro.

Sofocando mi risa, tomé una toalla del pasamanos y me acerqué con


precaución.
—No lo hagas, Shannon —advirtió Gibsie mientras él y Claire se
aferraban el uno al otro, escondiéndose del gato—. Es un bastardo con
tendencias violentas.

—Eso no es cierto —engatusé, agachándome frente a la bañera, con


los ojos fijos en el impresionante, aunque letal, gato—. No eres un
bastardo, ¿verdad, Brian? —pregunté mientras extendía la mano y
acariciaba la cabeza de Brian.

Sorprendentemente, me dejó acariciarlo sin problemas.

—Miau —maulló, con el pelaje erizado.

—Está bien —lo tranquilicé, acariciándolo en un patrón suave—.


Estás bien.

—Jesucristo —dijo Gibsie sin aliento—. Tu chica aquí es como la


encantadora de gatos.

—Shannon —chilló Claire—. Por favor, ten cuidado. Es malvado.


Puede volverse contra ti en un instante.

—Sí, Shannon —coincidió Gibsie—. Ten mucho cuidado. Sólo


permite que mi madre y Kav lo sostengan. Es muy peligroso.

—Shh, chicos, no griten —advertí cuando a Brian se le erizó el


pelaje—. Ustedes dos lo están poniendo nervioso —les expliqué—.
Puede sentir su ansiedad y lo está haciendo arremeter.

Me senté allí durante varios minutos más simplemente acariciando y


acariciando su rostro y orejas hasta que me acerqué y lo levanté.

—Buen chico —susurré cariñosamente, sosteniéndolo contra mi


pecho.

Afortunadamente, fui recompensada con un ronroneo profundo.

Dirigiendo mi mirada a Gibsie, le pregunté:


—¿Qué tan lejos está tu casa?

—Justo al otro lado de la calle —respondió Gibsie.

—De acuerdo. —Seguí acariciando a Brian—. ¿Quieres que te lo


lleve a tu casa?

Él asintió agradecido.

Incliné la cabeza hacia la puerta y dije:

—Guía el camino.

Gibsie se alejó nerviosamente, manteniéndose a una distancia amplia


de mí.

Con cuidado de no molestar al gato en mis brazos, lo seguí fuera de


la lujosa casa de los Bigg y crucé la calle hasta otra impresionante
propiedad de tres pisos.

—Eres una salvavidas, Pequeña Shannon —anunció Gibsie cuando


Brian estuvo a salvo en su casa—. En serio.

—De nada —respondí, sintiéndome tímida ahora que mi misión


estaba completa y estaba sola con un extraño virtual—. No fue gran cosa.

—Lo fue para mí. —Gibsie se rio mientras cerraba la puerta principal
y metía la llave en el bolsillo de sus jeans—. Saldré esta noche para tomar
unas copas de cumpleaños y acabas de salvar mi trasero de aparecer
cubierto de rasguños.

—¿Es tu cumpleaños? —pregunté, poniéndome a su lado mientras


cruzábamos la tranquila calle sin salida de regreso a la casa de Claire—.
¿Hoy?

—Ciertamente así es. —Gibsie sonrió—. El grande uno-siete.

—Oh, bueno, feliz decimoséptimo cumpleaños —respondí—. Espero


que tengas una gran noche.
—Ah, sólo me dirijo a algunos tranquilos con los muchachos —
explicó mientras caminaba por el sendero del jardín—. Las grandes
celebraciones ocurrirán a fines de mayo.

—¿Qué hay en mayo?

—El decimoctavo de mi mejor amigo —me dijo. Sonriendo a


sabiendas, agregó—: Lo conoces, ¿verdad? ¿Johnny Kavanagh?

—Oh. —Mi cara se puso de un brillante tono rojo ante la mención


del nombre de Johnny—. Sí, nos conocimos.

—Ya habrá recibido la llamada para entonces —agregó Gibsie con


orgullo—. Será una celebración doble y una sesión y media esa noche.

¿La llamada?

¿Qué llamada?

Quería preguntarle al respecto, pero me mordí la lengua, sabiendo


que no me haría ningún bien.

No necesitaba agregar más pensamientos obsesionados con Johnny


en mi mente ya llena de Johnny.

—Saldrá con nosotros esta noche —siguió divagando Gibsie, ajeno a


mi sonrojo—. Lo cual es un jodido milagro en sí mismo considerando
que nunca más sale con nosotros. —Abrió la puerta principal de la casa
de los Bigg y me hizo un gesto para que entrara primero—. En realidad,
Hughie está recogiendo a Kav y Feely después de dejar a Katie en casa.
—Mirando el reloj colgado en la cocina, agregó—: Estarán aquí en unos
minutos. Deberías esperar por aquí y saludarlo. —Guiñando un ojo,
añadió—: Apuesto a que le encantaría verte.

¿Estaba bromeando conmigo?

No lo creía.

Pero definitivamente se estaba moviendo.


Simplemente no estaba segura de si era para mi beneficio o no.

De cualquier manera, no me quedaría abajo para saludar a nadie.

—No, está bien —murmuré, sintiendo cada onza de sangre correr por
mi rostro—. Las chicas me están esperando.

—Como quieras, Pequeña Shannon.

Gibsie se rio.

—Feliz cumpleaños. —Ofreciéndole un débil saludo con la mano,


me giré para subir corriendo la escalera—. Que tengas una buena noche.

—Lo haré —gritó.

No tuve que darme la vuelta para ver que estaba sonriendo; podía
oírlo en su voz.
Cumpleaños de Banshes y Vasos
Rotos

Johnny
Los pubs y los bares era una tentación de la cual intentaba
mantenerme alejado tanto como fuera posible.

Con mi horario de entrenamiento, no podía darme el lujo de joder


por ahí como mis amigos lo hacían.

El alcohol no estaba en mi dieta y siempre era más lento los días


después de una sesión.

De cualquier modo, esta noche era el cumpleaños diecisiete de


Gibsie, así que después de las incesantes llamadas y mensajes de texto,
me rendí y estuve de acuerdo en salir a celebrar con él y con algunos del
equipo en Biddies.

Biddies era nuestro local en la ciudad y, al contrario de lo que indica


su nombre, era bastante moderno, con un mínimo de escoria en la barra.

Durante el día, Biddies servía la mejor comida de la ciudad, y por la


noche se convertía en el centro de la generación más joven de la ciudad.

Yo comía mucho allí cuando mis padres no estaban en casa. El


copropietario y jefe de cocina, Liam, era un tipo realmente decente que
no tenía ningún problema en atender mis necesidades dietéticas. Era el
único lugar de la ciudad al que sabía que podía ir y en el que me
garantizaban una comida limpia.

En cuanto a las salidas nocturnas, no bebía allí muy a menudo, eso


era más bien cosa de Gibsie, pero cuando lo hacía, estaba garantizado
que nos servían y nos emborrachábamos.

Era una mala idea teniendo en cuenta que ambos teníamos un


partido en el club mañana por la mañana, pero Gibsie había justificado
nuestra imprudencia repitiendo el sentimiento de que un chico sólo
cumple diecisiete años una vez.

Eso era cierto.

El problema era que no era tan fácil para mí.

Los chicos podían soltarse en una noche de fiesta y volverse locos si


querían.

Nadie, excepto sus madres, los juzgaría por la mañana.

En cambio, si yo metía la pata, mi nombre sería arrastrado


públicamente por el fango, las cabezas del rugby estarían sobre mi caso
y mi puesto en la Academia estaría en peligro.

Lo que hizo que esta noche fuera peor por varias razones.

La primera es que tenía diecisiete años y había cedido a la implacable


presión de Gibsie bebiendo hasta caer en un estado semiparalítico junto
con él.

Y segundo, Bella estaba aquí.

Ambas cosas eran muy malas con un posible final desastroso.

A los pocos minutos de mi llegada al bar Biddies, quedó bastante


claro que Cormac no era la principal prioridad de Bella; en cuanto me
senté en la mesa con los chicos, se dirigió a mi regazo y no se ha ido
desde entonces.
Pasé la mayor parte de la noche tratando de evitar el contacto visual
con la corta falda que llevaba y la visión de ese trozo de encaje negro
entre sus muslos cada vez que se inclinaba sobre la mesa para susurrar
algo al oído de uno de sus amigos.

Me dolía físicamente.

No porque tuviera una reacción cargada de emoción hacia ella ni


nada por el estilo, sino porque me dolían las bolas.

No era que Bella no fuera una chica atractiva.

Para darle crédito, era probablemente la chica más atractiva del bar.

Con el cabello negro peinado en un corte recto, un cuerpo alto y


curvilíneo, y un par de tetas enormes, era una chica muy atractiva.

La cuestión era que yo había terminado.

Había superado lo que fuera que hubiera entre nosotros, y lo había


hecho durante mucho tiempo.

Y no estaba interesado en volver a subir al ring para otra ronda.

A la chica no parecía importarle lo más mínimo porque era como un


perro con un hueso.

Yo era el hueso.

Había perdido la cuenta del número de veces que había ido a la barra
por otra ronda solamente para poder recolocarme en un asiento lejos de
ella.

No funcionaba.

Su culo siempre encontraba el camino de vuelta a mi regazo, y yo


acababa emborrachándome más rápido.
Ninguna cantidad de no o no esta noche o nunca más parecía hacer la
diferencia.

Ella no me dejaba en paz.

Sin embargo, no quería avergonzar o herir a la chica.

No era un completo imbécil.

Por eso estaba tolerando esta mierda.

A la una y media, mi cabeza nadaba; el alcohol en mis venas,


mezclado con la fuerte medicación que aún tomaba, me hacía torpe y
descoordinado.

Como nota positiva, ya no me dolía nada.

No sentía nada.

Súper.

—¿Quieres ir a algún otro lugar? —ronroneó Bella, inclinándose más


cerca de mi oído. Deslizando su mano dentro de la abertura de mi
camisa, frotó sus dedos sobre mi clavícula—. ¿Algún lugar un poco más
privado?

—No. —Sacudí mi cabeza, alejando su mano, la que estaba tocando


mi brazo, y me estiré para alcanzar mi vodka y red bull al que había
cambiado después de ocho pintas.

Mis movimientos eran torpes, provocando que la bebida salpicara


sobre el borde del vaso y en la rodilla de mis jeans.

Toda la puta noche había estado intentando besarme y acariciarme,


y toda la noche, había estado volteando la cabeza y alejando sus manos
errantes.

Yo no era un tipo de demostraciones públicas de cariño y ella lo


sabía.
Sentarse así en mi regazo no sería algo que toleraría en una noche
normal cuando estábamos en buenos términos, y la única razón por la
que no la había echado de mi regazo para este momento era porque
estaba muy borracho y no quería accidentalmente dejarla caer al suelo y
causar algún daño.

Sin embargo, esto no me gustó.

Borracho o no, no apreciaba esta mierda sensiblera.

—Vamos, sexy. —Sin inmutarse por mis acciones, Bella volvió a


agarrar el cuello de mi camisa—. ¿Siempre podemos salir al coche? —
sugirió, abriendo otro botón.

Tenía que ser el cuarto puto botón que conseguía desabrochar.

—No, Bella —refunfuñé, con las palabras arrastradas—. Deja de


hacer eso. —Agarrando su mano, la retiré de mi camisa y la volví a poner
en su regazo—. No estoy de humor.

—Puedo ponerte de humor —bromeó, llevando la mano a la hebilla


de mi cinturón.

—Detente. —Tomé su mano y la puse firmemente en su regazo. De


nuevo—. Todavía me estoy recuperando, y nosotros terminamos.

—¿Oh, de verdad? —Ella deslizó su mano dentro de mi camisa,


ignorando la parte de terminamos—. Puedo cambiar eso también.

—No. —Aparté su otra mano de mi entrepierna, gruñendo de dolor


cuando me tocó bruscamente el pene—. Bella, detente… —Hice una
pausa para sacudirme la mano que me rodeaba la nuca—. Por favor,
detente.

Por Dios, si yo seguía tocándola después de que me dijera que parara,


habría guerra.

Doble moral, carajo.


—¿Detenerme? —chasqueó Bella, mirándome fijamente.

—Sí. —Dejando su mano en su muslo, me moví de debajo de ella—


. Estoy cansado.

—¡Siempre estás cansado, Johnny! —me dijo—. Y ya nunca estás de


humor.

Me pregunto por qué, pensé, pero no hice ningún movimiento para


responderle.

Tenía cuidado con mis palabras con las chicas.

Podían y serían malinterpretadas en su beneficio.

Por muy borracho que estuviera, recordaba exactamente lo que me


habían enseñado en La Academia, y esta chica no iba a conseguir que se
me subiera a la cabeza.

Esta noche no, Satanás.

Encogiéndome de hombros, eché una mirada sombría alrededor de


nuestra mesa.

Nuestros amigos estaban mirando.

Sin sorpresas.

Mi mirada se posó en Gibsie y le lancé mi mejor mirada de «eres un


maldito bastardo».

Su mueca fue de disculpa.

—No me ignores cuando te hablo —exigió Bella, con la voz alta y


aguda, haciéndome saber, incluso en mi estado de embriaguez, que
estaba en peores condiciones.

—No te estoy ignorando —respondí, tratando de mantener la calma


a través de la niebla.
—Sí —siseó, subiendo la voz—. ¡Lo estás haciendo!

—No, Bella. —Solté un suspiro de cansancio—. No lo hago.

—Bien. —Agarrando mi rostro con ambas manos, Bella arrastró mi


cara hacia la suya, presionando su boca contra la mía—. Entonces,
demuéstralo —gruñó antes de aplastar sus labios contra los míos.

Debido al alcohol que corría por mis venas, tardé unos segundos más
en darme cuenta de lo que estaba pasando.

La sensación de su lengua deslizándose por mis labios fue como un


chorro de agua.

Aparté la cabeza de un tirón, pero ella me agarró por el cabello y


mantuvo mis labios sobre los suyos.

Con el temperamento en alza, me levanté bruscamente, golpeando la


mesa en el proceso, y afortunadamente me liberé de su agarre.

Las bebidas cayeron al suelo y los vasos se rompieron a nuestro


alrededor, atrayendo la atención de toda la sala hacia nuestra mesa.

—¡Qué mierda, Johnny! —gritó Bella, mirándome desde su


asiento—. ¿Cuál es tu problema?

—Cuando te digo que no —gruñí, limpiando mi boca con el dorso de


mi mano mientras la fulminaba con la mirada—. ¡Jodidamente quiero
decir que no!

—Sólo quería que me besaras —gritó—. ¿Es mucho pedir?

—¡No quiero besarte, maldición! —le respondí con un rugido,


perdiendo el control de mi temperamento—. No quiero tu boca en la
mía. No quiero tus manos en mi cuerpo. Porque no te quiero, joder.

Me arrepentí inmediatamente de mis palabras.

Pero era demasiado tarde.


Bella rompió a llorar, y por supuesto, fui el bastardo que la hizo
llorar.

Las miradas desagradables de media docena de chicas de la mesa se


dirigieron todas a mí y yo estaba acabado por la noche.

Soltando un gruñido bajo, me pasé la mano por el cabello y me aparté


del camino de la camarera, que me empujó con un recogedor y un
cepillo.

Salí a la calle, saqué el teléfono del bolsillo de mis jeans y pedí un


taxi, aliviado cuando la voz del otro lado dijo que en cinco minutos.

Necesitaba salir de aquí y alejarme de mis malas decisiones.

La más pobre de ellas era la peligrosa y jodida chica con la que me


había enredado.

En este momento, me alegré de que mi cuerpo estuviera roto.

Me alegraba de no haber podido tener sexo desde Halloween.

¿Tal vez era el destino?

Sin mi pene cegando mi habilidad de tomar buenas decisiones en


lugar de una vagina, yo era capaz de ver a través de la fachada de Bella.

Y no era linda.

Saber que preferiría arrancarme la piel antes de volver a tocarla me


reconfortó un poco.

Nunca de nuevo, Johnny.

Jodidamente nunca de nuevo, muchacho.

Apoyado en la pared del bar, dejé que mis pensamientos volvieran a


esos ojos solitarios.
Quería ver esos ojos.

Y a la chica a la que pertenecían.

El alcohol que corría por mis venas me proporcionaba un bloqueo en


la conciencia, lo que me facilitaba obsesionarme con Shannon Lynch sin
sentirme como un pedazo de mierda.

Mañana, cuando me despertara con la cabeza despejada, sin duda


sentiría cada pizca de las implicaciones de mis pensamientos
caprichosos, pero por ahora, mientras estaba temporalmente vacío de
brújula moral, imaginaba todas las terribles fantasías con gran y colorido
detalle.

Era agradable.

Era agradable pensar en ella.

Era jodidamente hermosa.

Su voz.

Su cabello.

Su olor.

La forma en que hablaba.

Cada parte de ella.

Estaba sumido en mis pensamientos, contemplando lo diferente que


habría sido si hubiera sido Shannon quien pusiera su boca sobre mí,
cuando el sonido del bocinazo del taxi me distrajo.

—Johnny, muchacho —me llamó el taxista en tono alegre, cuyo


nombre parecía no poder recordar nunca—. ¿Cómo te va? —Para ser
justos, en la rara ocasión en que nuestros caminos se habían cruzado, yo
había estado borracho hasta las orejas—. ¿Tu amigo no está contigo esta
noche?
Por amigo, se refería a Gibsie.

Porque Gibsie solía ser el responsable de decisiones terribles como la


que tomé esta noche.

—Todavía está dentro —expliqué, usando cada gramo de


concentración para no tambalearme mientras me empujaba de la
pared—. Gracias por venir tan rápido, hombre.

—Como si te fuera a dejar aquí, chico. —Se rio—. No te olvides de


tu viejo amigo Paddy cuando estés en la gran ciudad con los grandes.

Ahora no podía recordar a mi viejo amigo Paddy, pero no iba a


decírselo.

—¡Johnny, espera, muchacho! —gritó Hughie Biggs, mientras salía


a trompicones del pub hacia mí. Agarrándome del brazo, me detuvo—.
Tendrás que llevarnos contigo.

—¿A quiénes? —respondí lentamente—. Si te refieres a esa maldita


chica loca, entonces olvídalo, Hughie. Ella no es mi responsabilidad, y
prefiero cortarme el pene que volver a entrar y lidiar con ella.

—¿Quién… Bella? —Hughie frunció el ceño y sacudió la cabeza—.


No, hombre. Que se vaya a la mierda. Ella ya ha vuelto con Cormac.
Estuvo escondido en el salón toda la noche. No salió hasta que te fuiste,
el muy cobarde. —Me arrastró hasta la ventana y señaló el interior—.
No puedes dejarlos aquí.

Mi mirada pasó de Hughie a Gibsie, que en ese momento estaba boca


abajo sobre la mesa, roncando sin parar, a Patrick Feely, que estaba
siendo molestado por una de las amigas de Bella, a Bella, que se estaba
frotando sobre Cormac Ryan, y luego de nuevo a Hughie.

—¿Por qué yo? —gemí.

—Porque somos tus bebés —anunció Hughie, apoyando su peso en


mí.
—¿Mis bebés? —balbuceé—. ¿Cómo diablos ustedes tres son los
bebés de alguien?

—Tú eres nuestro capitán —dijo Hughie—. Somos algo así como tu
responsabilidad.

—En el terreno de juego, cabrón.

—Vamos, Cap, tú eres el que tiene la casa vacía. Sabes que la madre
de Feely perderá la cabeza si vuelve a casa en estas condiciones, y mi
madre no nos dejará pasar por delante. Y Gibs... —Hizo un gesto con el
pulgar hacia la ventana—. Es prácticamente como tu hermano,
muchacho.

Todas las verdades desafortunadas.

—Son una banda de malditos imbéciles, eso es lo que son —


refunfuñé antes de ceder—. Bien. —Me pasé una mano por el cabello y
suspiré—. Ve por ellos. Ya me voy.

—Eres una auténtica leyenda, Kavanagh —elogió Hughie mientras


volvía tambaleándose al pub a por los chicos.

En cualquier otra ocasión, me habría ofrecido a ayudarle. Gibs era


todo un caso después de la bebida, pero prefería caminar sobre las brasas
que volver a entrar y enfrentarme a Bella.

—Perdona por esto, Paddy —murmuré, acercándome para


apoyarme en el taxi mientras esperaba que los tres malditos chiflados
salieran del bar—. Pensé que estaría solo.

—No te preocupes, muchacho —respondió el hombrecillo


regordete—. Cualquier amigo de Johnny Kavanagh es amigo mío.

—¿Sí? Bueno, mis amigos son unos imbéciles —admití


encogiéndome de hombros.

Y partidarios de vomitar.
En los taxis…

—Paddy… —Rascándome la nuca, me giré para mirarlo, con la


mente puesta en un posible control de daños—. Recuérdame que te deje
un par de entradas para uno de nuestros partidos locales en verano, si te
interesa.

—Jesús, Johnny, ¿hablas en serio? —Los ojos del taxista se


iluminaron—. Estaré encantado, chico. Emocionado. Veo todos tus
partidos. Incluso hago que mi hija transmita en directo los que no se
emiten por la tele. Siempre le digo a mi mujer que el joven Kavanagh es
el mejor que he visto vistiendo la 13 verde.

Me encogí de hombros ante sus palabras, sabiendo que a los diecisiete


años debería sentirme agitado al escuchar a un hombre que me triplica
en edad darme un elogio tan grande, pero había escuchado esas mismas
palabras tantas veces que el cumplido se me escapaba como si fuera
impermeable.

—Te agradezco el apoyo, hombre —respondí—. Tienes mi número


en tu lista de llamadas. Sólo envíame un mensaje para recordármelo
porque ahora mismo estoy completamente borracho y no recordaré ni
una palabra de esto por la mañana.

—Lo haré —respondió Paddy—. Y no es por pasarme de la raya,


pero te has librado bien de esa chica.

Fruncí el ceño y me devané los sesos en busca de algún momento de


la historia en el que hubiera sido lo suficientemente tonto como para
llevarla a casa. Sólo así lo sabría el taxista.

En la niebla de mi mente, recordé vagamente una noche de fiesta


durante las vacaciones de Halloween del año pasado en la que Bella
había montado una enorme rabieta a la salida del pub porque me negué
a llevarla en el taxi a mi casa.

Fue una de las últimas veces que estuve con ella.


—De la que hablaba tu amigo —explicó—. Es una mala noticia para
un chico como tú. —Golpeando su sien, añadió—: Confía en el viejo
Paddy, muchacho. Las chicas como esa son unas aprovechadas.

Tenía razón.

Maldita sea.

Hughie y Feely salieron tambaleándose del bar llevando a Gibsie, que


estaba cantando su propia interpretación de Trust Me I'm A Doctor de The
Blizzard a todo pulmón.

Sacudí la cabeza al verlo.

—Nadie —balbuceé mientras me acercaba y le quitaba el peso a los


chicos—. Y quiero decir nadie, confiaría en que eres médico, Gibs.

—Tu futura esposa me ha salvado hoy de un puto gato —balbuceó—


. Cómprale un anillo, muchacho. —Pasando un brazo por encima de mi
hombro, añadió—: La encantadora de gatos es una para mantener.

Frunciendo el ceño, miré a Hughie, que me devolvió la mirada


confundido.

—¿Cuánto has bebido, muchacho? —le pregunté a Gibsie mientras


luchaba por mantenerlo en su sitio.

Tenía la costumbre de divagar cuando estaba borracho.

—Suficiente —balbuceó Gibsie antes de volver a estallar con el


estribillo de la canción, dando un pisotón en el sendero para enfatizar.

—Sí, sí, cabrón —le dije mientras lo llevaba a medias al taxi—. Eres
un doctor.

—Sin estándares. —Levantó un dedo y declaró antes de caer en el


asiento trasero del coche.
—Nunca pensé que lo tuvieras —coincidí, subiendo a su lado para
abrochar el cinturón de seguridad.

—¿Cómo estás, Paddy? —Gibsie hizo una pausa a mitad de la


canción para agradecer—. A la mansión Kavanagh —añadió antes de
volver a cantar.

Maldito Gibsie.

—¿Cuál es la historia contigo y Bella? —preguntó Hughie.

Estábamos sentados en el porche delantero de la casa, acabando la


noche con una botella de Jameson.

El whisky era una terrible idea para terminar la noche, pero muy
necesaria habiendo pasado las últimas tres horas tomando turnos para
cuidar a Gibsie y su reflujo.

El cabrón había vomitado como un proyectil sobre toda la habitación


de invitados y en este momento estaba en la tina del baño de abajo con
media docena de toallas sobre él.

Afortunadamente, su estómago se había vaciado finalmente y estaba


roncando ruidosamente.

Hughie y yo éramos los únicos que seguíamos despiertos ya que


Patrick se había quedado dormido en el sofá de la sala en el minuto en
que entramos en la casa.

—No hay historia, muchacho —dije, rodando mi vaso medio vacío


entre mis manos.

—Presumo que ¿has escuchado el rumor? —preguntó, su tono


cauteloso y ligeramente arrastrado.
Exhalé pesadamente.

—¿Cuál?

—¿Sobre ella y Cormac?

—No necesito escuchar rumores para saber qué está sucediendo ahí,
muchacho —gruñí—. Lo vi con mis propios ojos esta noche.

—No —dijo Hughie lentamente—. El que habla de que ella se fue a


casa con Cormac la noche de San Stephen. —Hizo una mueca y
agregó—: Y cada fin de semana desde entonces.

—No —dije inexpresivamente—. No sabía.

—Habría dicho algo, pero acababas de salir del hospital. —Suspiró


pesadamente—. No quería joder con tu recuperación.

—No te preocupes por eso, muchacho. —Giré mi whisky alrededor


de mi vaso, mirando fijamente al líquido ámbar y admití la verdad—: Ya
tenía mis sospechas mucho antes de ese momento.

—¿Sí? —Arqueó una ceja—. ¿Por qué no dijiste algo?

—¿Porque quería una vida tranquila? —ofrecí débilmente—. Soy un


puto idiota, muchacho.

—Ryan es un idiota —corrigió Hughie—. Jodiendo a su compañero


de equipo por una chica.

Demasiado borracho para frenar mi impasividad o enmascarar mis


emociones, dejé caer mi cabeza y dejé salir un suspiro pesado.

—Cometí un error con esa chica, Hugh. —Alzando el vaso a mis


labios, bebí el restante líquido ámbar antes de agregar—: Un error de
ocho meses.

—Al menos saliste ileso de eso, Cap. —Alcanzando entre nosotros,


agarró la media botella de whisky y rellenó su vaso—. Podría haber sido
un error de nueve meses —agregó, sosteniendo la botella hacia mí—.
Con un costo de dieciocho años.

—Puedes decirlo de nuevo —murmuré estando de acuerdo, tomando


la botella—. ¿Puedes imaginar lo que Dennehy u Ó Brien me habrían
hecho si llegara a entrenar con un bebé?

—Que se jodan los entrenadores de la Academia —respondió


Hughie—. Imagina lo que tu madre te habría hecho.

—Mierda, muchacho, no conviene pensar en ello. —Llené mi vaso,


colocando la botella abajo y sacudiendo mi cabeza—. Ugh.

—Muchacho, puedes imaginar lo que mi madre diría si camino por


la puerta con Katie y le digo que la embaracé —dijo Hughie con voz
arrastrada—. Ella cortaría mis huevos justo ahí mismo en ese momento.

—Detente, muchacho. —Me estremecí violentamente—. Ni siquiera


hables de ello.

Ambos tocamos la madera del porche para alejar de nosotros la mala


suerte.

Varios minutos pasaron por un silencio en compañía antes de que


Hughie volviera a hablar.

—¿Has hablado con Shannon Lynch después del día del golpe?

Giré mi mirada empañada a él, demasiado borracho para enmascarar


mi curiosidad.

—¿Mi Shannon?

Hughie se rio.

—¿Ahora ella es tu Shannon?

Me encogí de hombros, demasiado borracho para defenderme o


negarlo.
—Tengo que decirlo, muchacho, estaba aliviado cuando llamaste al
equipo sobre el incidente del golpe y los calmaste —dijo Hughie con un
suspiro pesado—. Si no lo hubieras hecho, yo lo habría hecho. La pobre
chica merece un descanso.

Fruncí el ceño.

—¿La conoces?

—Es amiga de mi hermana desde que eran pequeñas.

—Claire —completé, buscando en mi mente la información que


necesité—. La rubia de tercer año.

—Sí, muchacho. —Hughie tomó otro trago de su vaso antes de


decir—: En realidad, ella estaba hoy en la casa.

—¿Qué? —Lo miré—. Nunca lo mencionaste.

Se encogió de hombros.

—¿Por qué lo haría?

Buen punto.

—Encantadora chica —agregó pensativamente—. Familia horrible.

—¿Qué quieres decir?

Hughie negó con la cabeza, pero no respondió.

Eso me molestó por razones completamente diferentes.

No me gustó que él supiera cosas de ella que yo no.

—Voy a ir a revisar a nuestro precioso en el baño —anunció cuando


terminó su vaso—. Y luego voy a descansar por la noche.

—Toma cualquier habitación que prefieras —murmuré, sumido en


mis pensamientos.
Hughie colocó una mano sobre mi hombro.

—Mantén tu mirada en ella, Cap —dijo, apretando mi hombro—.


Dios sabe que alguien necesita hacerlo.

Y luego se había ido.


El Chico va a Brillar

Shannon
En el último viernes de febrero, el Colegio Tommen estaba jugando
contra sus rivales de la Preparatoria Kilbeg en los terrenos de School
Boys Shield.

Porque era uno de las pocas sedes que restaban donde se podían
llevar a cabo partidos en lo que quedaba de la temporada, y una
prestigiosa copa para ganar, todas las clases fueron invitadas para asistir
y apoyar a su equipo.

De acuerdo con Claire, la School Boys Shield que estaba en juego


hoy no era ni de lejos tan importante o lucrativa como la copa de la liga
que el equipo se jugaría el mes que viene en Donegal, pero seguía siendo
una bonita pieza de plata y a Tommen le encantaba la plata.

No me tomó mucho tiempo de estar en Tommen para darme cuenta


de que lo que mi padre había dicho acerca de que el colegio era una
escuela preparatoria de rugby glorificada era cierto.

Era evidente que todo giraba en torno al deporte.

Personalmente, podría haber pensado en un millón de lugares en los


que hubiera preferido estar que viendo a los chicos de gran tamaño de
Tommen abrirse paso entre los chicos de gran tamaño de Kilbeg, pero la
vida tenía una forma curiosa de fastidiar a una persona.
Envuelta en mi abrigo de invierno y un gorro de lana, me senté entre
Lizzie y Claire quienes llevaban los colores de nuestro colegio,
agradecida por haber conseguido un asiento en las gradas.

Otros cientos de estudiantes tuvieron que situarse a ambos lados del


campo.

Pero a ninguno de ellos parecía importarle estar de pie bajo la lluvia


torrencial.

Estaban demasiado ocupados gritando y animando al equipo de


rugby de nuestra escuela.

A los diez minutos del partido, fui testigo de primera mano de todo
el alboroto por Johnny Kavanagh.

Podía sentir literalmente la electricidad que crepitaba en el aire


cuando el balón estaba en sus manos, y por el sonido de los gritos,
también todos los demás.

Parecía estar completamente a gusto en el campo, y cuando el balón


estaba en sus manos…

Se producía la magia.

Sucedían cosas hermosas.

Era tan alto que no tenía sentido que fuera tan ligero de pies.

Era ancho y fuerte, grueso y musculoso.

Pero también era ligero y ágil.

Era casi como si bailara alrededor de la oposición con un elegante


trabajo de piernas y ágiles movimientos corporales.

Tenía una velocidad de locos y la forma en que podía salir corriendo,


era una locura.
Era increíble verlo.

Podías ver los engranajes de su cerebro en movimiento mientras


analizaba cada jugada, pase y ataque con una precisión experta.

Era un jugador inteligente, con un buen ojo para interceptar el juego


y una autodisciplina que parecía rivalizar con la de un santo.

No parecía importar lo mucho que le golpearan o lo atacaran los


rivales y estaba claro que lo atacaban, pero se las arreglaba para mantener
la calma.

Los golpes que recibía, los ataques físicos a su cuerpo, y él


simplemente se levantaba y seguía adelante.

Estaba asombrada.

La forma en que se movía era extraordinaria.

Me quedé embelesada con la forma en que se movía por el campo.

No me extraña que todo el mundo hable de él, pensé.

Estaba claramente por encima de los chicos con los que jugaba y pensé
que merecía estar en un campo de juego más prestigioso.

Si podía jugar así a los diecisiete años, sólo podía imaginar lo que
unos pocos años harían por su juego.

—¡Sí, Hughie! —animó Claire, distrayéndome de mis pensamientos


cuando su hermano, el número 10 de Tommen, pateó el balón por la
banda. El balón logró tocar los dedos del rival antes de salir del juego—
. ¡Sí! —gritó Claire, lanzando un puño al aire—. ¡Buen trabajo, chicos!

—¿Qué pasa ahora? —pregunté, sin saber por qué estaba animando
cuando su hermano obviamente había pateado el balón—. ¿Esto es
bueno para Tommen?
Estaba claro que ella estaba tan metida en el juego como yo, teniendo
en cuenta que se había pasado los últimos cincuenta minutos rotando
entre explicarme las reglas y gritar blasfemias a pleno pulmón.

Esto atravesó completamente mi cerebro, mis nervios estaban


demasiado agotados como para asimilar algo más que lo básico que ya
conocía por ver el Seis Naciones cada año, pero fingí que lo entendía por
ella.

—Esto no es fútbol, Shan. —Se rio—. Es una jugada excelente. Es


nuestro lateral.

—¿Lateral?

—Mira —me animó y luego empezó a gritar como una loca cuando
el número 2 de Tommen lanzó el balón y Gibsie, que llevaba el número
7, fue empujado por sus compañeros y atrapó el balón en el aire.

—¡Sí! —aclamó Claire, aplaudiendo como una foca demente—.


¡Adelante, Gerard!

Sonaba gracioso oír a Claire llamarle Gerard cuando todos los demás
a nuestro alrededor vitoreaban el nombre de Gibsie.

Literalmente, nadie le llamaba Gerard excepto Claire.

El balón salió zumbando del campo y llegó a las manos de Johnny,


y mi corazón dio un salto.

Mi pulso se aceleró al instante al verlo en movimiento.

—¡Oh, Dios mío! —dije, mi corazón latiendo erráticamente en mi


pecho, cuando el número 4 de Kilbeg tacleó a Johnny contra el suelo,
enterrándolo entre una montaña de músculos y peso muerto—. ¿Tienen
permitido hacer eso?
Las extremidades volaban, los botines de fútbol se clavaban en el
montón arrugado que había debajo del melé. Observé cómo se
desarrollaban las payasadas en el terreno de juego.

—Están intentando asesinarlo —grité, sin poder creer lo que estaba


presenciando—. Mierda. —Agarrando los brazos de ambas chicas,
apreté con fuerza—. ¿Es ilegal?

—No me preguntes por eso —respondió Lizzie encogiéndose de


hombros. Se desprendió de mi mano y volvió a hojear su revista—. Se
me ocurren un millón de cosas mejores que podría hacer con mi tiempo
que estar sentada aquí fingiendo que animo un deporte que no me
importa.

Al menos fue sincera.

Había pensado que sentiría lo mismo, sin embargo, él estaba jugando


y estaba hipnotizada, aunque no lo quisiera.

—Está claro que lo tienen en el punto de mira —gruñí, observando


cómo el árbitro hacía sonar su silbato y se acercaba al montón de chicos.

—Por supuesto que lo tienen en el punto de mira —añadió Claire,


apretando mi mano—. Johnny es el mejor jugador de Tommen. Si lo
eliminan, el juego se hace más fácil para ellos —continuó diciendo—.
Serían tontos si no lo intentaran.

Quise gritar ¡Déjenlo en paz! a todo pulmón, pero en su lugar me


conformé con un:

—Eso es horrible. —Mientras una abrumadora preocupación por él


me llenaba el pecho.

—Eso es rugby —coincidió Claire.

—Odio el rugby —dijo Lizzie.


—A nadie le importa lo que odias, señorita pesimista —replicó
Claire—. Vuelve a tus horóscopos.

Claire y Lizzie discutieron durante unos minutos, antes de que Lizzie


se marchara enfadada, murmurando algo sobre la necesidad de ahorrar
sus neuronas, pero yo no estaba escuchando a ninguna de las dos.

Estaba absorta en las payasadas del campo, donde el médico del


equipo se ocupaba de Johnny, pinchándole la cara con gasas y vendas.

Su camiseta a rayas blancas y negras con el número 13 en la espalda


estaba pegada a su piel, los pantalones cortos blancos que llevaba estaban
manchados de hierba y moteados de sangre.

Sus dos rodillas estaban llenas de barro.

Tenía el cabello revuelto y resbaladizo por el sudor.

Uno de sus ojos se estaba poniendo morado y se hinchaba a gran


velocidad, y tenía un rastro constante de sangre que le bajaba por la ceja,
pero no parecía inmutarse lo más mínimo.

La atención de Johnny no estaba en el médico ni en el árbitro que le


gritaba órdenes al oído.

Estaba demasiado ocupado mirándome.

El corazón me golpeó contra la caja torácica cuando me miró sin


reparo y sin vergüenza: los ojos ardían de calor, la expresión era
palpablemente intensa.

Respirando con dificultad, se levantó el dobladillo de la camiseta y


utilizó la tela para limpiarse la sangre de la frente, desmontando los
intentos de la pobre mujer de ponerle un parche y revelando un estómago
de duros abdominales.

El movimiento fue tan primitivo, tan decididamente masculino, que


me golpeó directamente en el pecho.
Mi rostro empezó a arder y sentí que mis hombros se hundían al
ceder bajo el peso de su intensa mirada.

—¿Qué demonios es eso? —siseó Claire, agarrando mi mano—.


Johnny Kavanagh te está mirando fijamente, Shan. En serio, chica, ¡ese
chico te está mirando fijamente!

—Mierda. —Sin saber qué hacer, pero sabiendo que tenía que hacer
algo, giré mi rostro hacia el cuello de Claire y siseé—: Escóndeme.

—¿Qué? —chilló.

—Sólo dime cuando se haya ido, ¿de acuerdo? —le supliqué,


centrando mi atención en la peca de su cuello—. Haz como si estuvieras
hablando conmigo o algo así.

Menos de un minuto después, Claire dijo:

—Está bien, se ha ido.

Exhalando un suspiro, me volví a tiempo de ver a Johnny corriendo


hacia su posición mientras el árbitro pedía un scrum de Tommen.

—¿Qué pasa con ustedes dos? —preguntó—. Creí que habías dicho
que no habías hablado con él desde aquel día en la oficina.

—No pasa nada entre nosotros —respondí, con las mejillas


encendidas—. Y no he hecho.

Claire me lanzó una mirada incrédula.

—Pues a mí esa mirada que te acaba de echar no me ha parecido


nada.

—No fue nada —le aseguré tanto a ella como a mí misma—. En serio,
Claire, ni siquiera conozco al tipo…

Los gritos y abucheos estallaron a nuestro alrededor y ambas nos


giramos para ver que el número 15 de Kilbeg había marcado.
Su número 10 lo convirtió fácilmente, igualando a los equipos.

—Oh, mierda —murmuré, sintiéndome más ansiosa de lo que


debería—. ¿Cuánto tiempo queda?

—Alrededor de un minuto y medio, y no creas que no vamos a hablar


de esto más tarde —me dijo Claire antes de volver a centrar su atención
en el juego y gritar—: ¡Vamos, Tommen! ¡Woo! ¡Kilbeg eres toda una
mierda!

Kilbeg ganó la reanudación, consiguiendo la posesión del balón y


ganando varios metros.

Todos parecían completamente exhaustos, con la excepción de


Speedy González; alias Johnny Kavanagh, que parecía tener un tanque
ilimitado de energía.

Las palmas de mis manos empezaron a sudar profusamente cuando


el número 10 de Kilbeg se colocó en posición entre los postes, cayendo
en el rango de una patada de drop en la meta.

Estaban en diecinueve fases y el marcador estaba empatado a 20


puntos cada uno, al menos eso es lo que dijo Claire.

—Eso es —seguía gritando Claire—. Eso es. Esto es. Oh, Dios. No
puedo mirar.

Contuve la respiración, incapaz de hacer frente a la anticipación.

Finalmente, el número 9 de Kilbeg se había posicionado en el melé,


la palabra que había aprendido para la gran pila sobre el césped.

Con el balón en sus manos, lo lanzó de vuelta al número 10.

Mi corazón se detuvo.

Los animadores en las gradas alrededor de mí se quedaron en


silencio.
Falla.

Falla.

Mete la pata.

Salte de rango.

Todas mis oraciones fueron contestadas cuando el balón dejó su bota


y fue bloqueado por Johnny, enviando el balón hacia arriba en la
dirección de su línea de gol.

El reloj avanzaba, cayendo en rojo.

—¡Sí! —gritó Claire, saltando sobre sus pies, junto con cualquier otro
animador en los lados—. ¡Avanza, Johnny! ¡Vamos, Kavs!

Incapaz de respirar, observé a tres chicos de Kilbeg darle caza.

Sin embargo, no eran lo suficientemente rápidos.

Como un rayo, Johnny escapó de su intercepción, moviéndose más


rápido de lo que cualquier chico de su tamaño debería ser capaz.

Los gritos y los rugidos de aliento surgieron de la tribuna cuando


Johnny pateó el balón hacia adelante, acercándola a la línea de try
mientras corría a toda velocidad tras ella.

—¡Avanza! —gritó Claire con entusiasmo—. ¡Sí! Ya casi has llegado.


Sigue adelante. ¡Mueve esas sensuales piernas!

El balón rodó sobre la línea.

Milisegundos después, Johnny se abalanzó, superando a los zagueros


de Kilbeg que le pisaban los talones.

Fue una ráfaga de movimientos que dio como resultado que Johnny
pusiera el balón en el suelo.
Todo el mundo a nuestro alrededor se volvió loco.

El número 10 de Tommen se colocó frente a los postes y rápidamente


pateó la conversión, asegurando los dos puntos.

Y eso fue todo.

Se acabó.

Tommen había ganado.

Y yo estaba tambaleándome.

—Tienes que dar algunas explicaciones, señorita —chilló Claire


mientras rebotaba en la celebración—. ¡Woohoo! ¡Vamos, Tommen,
vamos!

—¿Explicación? —le respondí—. ¿Sobre qué?

—Sobre por qué ese chico de ahí abajo te mira como si quisiera
comerte —contestó, y luego señaló con un dedo descaradamente obvio
justo a Johnny… que volvía a mirarme fijamente.

—No lo sé —dije con un nudo en la garganta—. No tengo ni idea de


lo que está pasando aquí.

Todos sus compañeros de equipo corrían como locos, saltando y


celebrando, y Johnny parecía distraído.

Estaba literalmente inundado de gente, desde profesores a


estudiantes, pasando por periodistas locales y camarógrafos con
micrófonos frente a su rostro.

Lo que destacaba era su inmaculada compostura.

Nada de esto lo perturbaba.

Ni un poco.
Parecía la personificación de la frialdad, la calma y la serenidad
mientras respondía a los periodistas y daba las gracias a los seguidores
que le aplaudían, pero cada cierto tiempo su mirada volvía a dirigirse a
mí.

No lo entendía.

Peor aún, tener su atención me emocionaba.

—¿Por qué se le echan encima? —pregunté confundida, sintiéndome


mal por los demás chicos del equipo.

Claire puso los ojos en blanco.

—Ah, porque es Johnny Kavanagh.

—¿Y?

No lo entendí.

—Vamos —chilló, y luego me agarró de la mano, arrastrándome


literalmente a través de las gradas y hacia el campo.

Puede que no pareciéramos fuera de lugar, con la mitad de la escuela


en el campo, pero ciertamente lo sentí mientras me arrastraba
torpemente detrás de ella.

—¡Hughie! —gritó Claire, corriendo para abrazar a su hermano


mayor—. Has estado increíble.

—Salud, hermanita —respondió él, dándole palmaditas en la


espalda, mientras buscaba entre la multitud.

Obviamente encontró lo que buscaba en la forma de una pequeña


pelirroja, Hughie dejó rápidamente a su hermana a un lado y se apresuró
en dirección a ella.

—Yo quiero eso. —Claire suspiró, viendo cómo su hermano


levantaba a su novia y la hacía girar—. Obviamente no con mi hermano.
—Hizo una mueca—. Pero lo que tienen. —Volvió a suspirar—. Quiero
eso algún día.

—¡Claire-Bear! —gritó una voz familiar.

Claire se dio la vuelta y juro que toda su cara se iluminó cuando vio
a Gibsie corriendo hacia nosotras.

—¡Lo lograste! —gritó y se lanzó hacia él.

Él parecía tan emocionado como ella y la atrapó.

Los observé durante varios minutos, balanceándose el uno al otro,


completamente atrapados en su propia burbuja mientras hablaban
animadamente sobre diferentes puntos del juego.

O Claire no tenía ni idea, o Gibsie no tenía ni idea, o ambos estaban


tan ciegos como el otro, porque podía sentir, ver y saborear la química
que desprendían.

Sintiéndome incómoda y fuera de lugar, me metí las manos en los


bolsillos del abrigo y me di la vuelta rápidamente, escabulléndome entre
una masa de seguidores de Tommen.

Estaba familiarizada con los días de partido.

Había asistido a bastantes partidos de Joey.

Pero esto era diferente.

Y me sentía como un implante.

—Oye… —Oí una voz dolorosamente familiar que me distrajo de


mis pensamientos—. ¡Espera!

La naturaleza humana básica me hizo girar para ver quién gritaba y


si se dirigía a mí.
Cuando mis ojos se posaron en Johnny corriendo hacia mí, mi
corazón tronó contra mi caja torácica, martilleando violentamente.

Oh, Dios mío.

¿Qué estaba haciendo?

¿Por qué se acercaba a mí?

¿Qué demonios estaba pasando?

—¿Cómo va todo? —preguntó Johnny, cerrando el espacio entre


nosotros, con la voz comprensiblemente sin aliento por el esfuerzo en el
campo.

—Eh, va, ah, va bien —me tropecé con mis palabras, completamente
desorientada al estar de nuevo tan cerca de Johnny—. ¿Va bien para ti?
—añadí patéticamente, y de inmediato me avergoncé—. Debes sentirte
bien. —Suspirando, reprimí el impulso de gemir y terminé con un
murmullo—: Quiero decir: cómo te va…

—Va bien —respondió Johnny con una sonrisa que se profundizó en


dos diminutos hoyuelos en sus mejillas.

Era la primera vez que veía esos hoyuelos y mi memoria se empapó


de ellos como una esponja.

—Eso es bueno —dije sin aliento, luchando por enfocarme.

A diferencia de la última vez que estuve cerca de él, cuando estaba


viendo estrellas, o en los pasillos cuando él era un borrón de movimiento
demasiado lejos para alcanzar a verlo bien, tuve una vista de su rostro,
clara, sin contusiones y sin obstáculos.

Y era una vista que te quitaba el aliento.

Como si, de verdad, fuera sorprendente, dolorosa y distractoramente


atractivo.
Tenía una estructura ósea notable con pómulos altos y una
mandíbula fuerte, labios hinchados y una mata desordenada de cabello
castaño oscuro que estaba afeitado con estilo a los lados, con un poco
más de longitud en la parte superior.

Su rostro tenía las marcas de un niño que había estado en muchas


peleas.

Sobre su ceja izquierda había una cicatriz recién coagulada, su nariz


claramente se había roto una o dos veces, y su pómulo derecho estaba
enrojecido a un ritmo rápido.

—Recuerdas quién soy, ¿verdad? —preguntó, todavía sonriendo,


aunque ahora parecía un poco nervioso, probablemente porque lo estaba
mirando como una acosadora—. Shannon como el río.

Oh, Dios.

—Sí —expresé con un nudo en la garganta, sintiendo cada onza de


sangre en mi cuerpo corriendo por mis mejillas mientras colocaba un
mechón de cabello suelto detrás de mi oreja—. Te recuerdo. —Sin saber
qué más decir o hacer, estúpidamente levanté la mano y saludé—. Hola,
Johnny.

¿Qué estaba mal conmigo?

¿En serio?

¿Acabo de saludarlo?

¿Mientras estaba hablando con él?

Dios…

La sonrisa que lucía se convirtió en una sonrisa completa,


perfectamente derecha, de un blanco perlado.

—Hola, Shannon.
Oh, rayos…

—Bueno, estoy bien —dije, con un tono un poco tenso—. Y tú estás


bien. Entonces, todo está... bien.

—Eso es bueno —respondió, sus labios temblando.

—Sí, todo está bien —respondí, haciendo una mueca por mi torpeza.

Johnny me sonrió.

—Bien.

Mortificada, levanté la vista hacia su rostro y luego aparté


rápidamente la mirada mientras me esforzaba por no volver a pronunciar
la palabra bien.

—Vi tu partido —espeté en su lugar—. Felicidades.

Oh, sí, Shannon, porque eso es mucho mejor.

¡Deberías haberte quedado con el bien, idiota!

—Lo sé —respondió Johnny con una pequeña sonrisa—. Te vi.

Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa para salvarme, pero me
quedé con las manos vacías y me encogí de hombros con impotencia.

—¿Recibiste mi nota? —preguntó Johnny, afortunadamente


salvándome de tratar de formar una oración coherente.

—Sí, y quería agradecerte por el dinero —le dije, en voz baja—.


Simplemente no sabía si debería…

—No te preocupes por eso —interrumpió con una sonrisa—. No


esperaba un gracias.
—Es demasiado, por cierto —agregué rápidamente, acomodando mi
cabello detrás de mi oreja—. Mi madre compró una falda nueva por
treinta euros.

—Espero que te haya conseguido las medias que querías —respondió


con una sonrisa de complicidad.

Oh, Dios mío.

La sonrisa de ese chico era otra cosa...

—Oh, sí. —Me sonrojé escarlata—. Fueron sólo cinco libras. —


Deslizando mis manos en los bolsillos de mi abrigo, miré mis zapatos,
inhalé un suspiro tembloroso y luego lo miré de nuevo—. Puedo
devolverte el resto…

—De ninguna manera —descartó rápidamente Johnny, limpiándose


una mota de barro de la mejilla—. Quédatelo.

—¿Qué me lo quede? —Miré fijamente—. ¿No quieres que te devuelvan


sesenta y cinco euros?

—Te lastimé —respondió, sus intensos ojos azules fijos en los míos—
. Lo jodí. No me vas a devolver nada.

Oh, gracias a Dios porque mis padres nunca me devolverían el dinero.

—¿Estás seguro? —grazné.

Johnny asintió y dijo:

—Sí, por supuesto. —Antes de continuar con—: ¿Cómo está la


cabeza?

Le sonreí.

—Mucho mejor.
—¿Estás segura? —preguntó, sonriendo ahora—. ¿No hay daños
residuales que puedan causarme problemas? No necesito llamar a los
abogados, ¿verdad?

—¿Q-qué? —Me quedé boquiabierta—. No, no. Estoy bien. Nunca


te demandaría…

—Estoy jugando contigo, Shannon. —Johnny se rio. Sacudiendo la


cabeza, agregó—: Estoy muy contento de que estés bien.

—Ah, está bien. —Me sonrojé—. Gracias.

—¡Johnny! —gritó una voz masculina retumbante, distrayéndonos a


ambos.

Giré la cabeza para ver a un hombre corpulento que caminaba hacia


nosotros con una cámara de aspecto impresionante atada a su cuello.

—Danos una foto para el periódico, ¿quieres, hijo?

Estaba bastante segura de haber escuchado a Johnny murmurar las


palabras «vete a la mierda» en voz baja, pero se volvió hacia el fotógrafo y
le hizo un gesto cortés con la cabeza.

—No hay problema.

—Buen hombre —elogió el fotógrafo y apuntó con la cámara a


Johnny, sólo para detenerse y volverse hacia mí—. Apártate del camino,
¿quieres, amor?

—¡Oh, cierto, lo siento! —chillé y me apresuré a salir de la línea de


la lente.

—Estábamos hablando —soltó Johnny. Le lanzó una mirada


mordaz al fotógrafo y luego se acercó a mí—. Sonríe —me instruyó en
voz baja mientras me acercaba a su costado y sujetaba su enorme mano
embarrada en mi cadera.

Aturdida, lo miré fijamente.


—¿Eh?

—Sonríe —repitió Johnny con calma, metiéndome debajo de su


brazo.

Agotada, volví a mirar al fotógrafo e hice exactamente lo que Johnny


me dijo que hiciera.

Sonreí.

El fotógrafo arqueó una ceja y me miró con curiosidad, pero


rápidamente se apresuró a tomar lo que parecían un millón de
instantáneas.

Los destellos de su cámara eran cegadores y cuando se les unieron


muchos más destellos de otros fotógrafos, comencé a temblar de
ansiedad.

¿Qué demonios estaba pasando?

—Está bien, es suficiente —declaró Johnny mientras levantaba una


mano y soltaba mi cadera—. Gracias por venir hoy. Agradezco el apoyo.

—Johnny. ¿Johnny? —gritó una de las mujeres alrededor de


nosotros—. ¿Qué es su relación?

—Privado —le respondió Johnny con frialdad.

—¿Cómo te llamas, cariño? —preguntó el fotógrafo original,


mientras sacaba un bolígrafo del bolsillo de su chaqueta.

Temblando, sólo me quedé ahí de pie, sintiéndome tonta, sintiendo


un millón de pares de ojos curiosos en mi rostro.

—Shannon Lynch —declaró Johnny con un asentimiento, y luego,


ignorando a la mitad de la docena de fotógrafos observándonos, volvió
su atención hacia mí—. ¿Vas a venir a la fiesta después de la escuela?
—¿Qué están haciendo? —pregunté con incertidumbre, incapaz de
centrarme en lo que acaba de decir, porque estaba demasiado ocupada
viendo como el fotógrafo escribía algo en una libreta en su mano y varios
reporteros más acechaban cerca.

—Ignóralos —dijo Johnny sacudiendo su cabeza—. Se irán.

—Te están observando —susurré—. ¿Y creo que me están


observando?

Dejando salir un gruñido de frustración, Johnny se dio la vuelta.

—Estoy en la escuela —declaró con un tono afilado—. En los terrenos


de la escuela. Con una menor.

Afortunadamente, eso pareció funcionar porque lentamente


desaparecieron.

—Eso fue tan extraño —dije con voz estrangulada cuando Johnny
volvió a mirarme.

Me mira con curiosidad.

—¿No te gustan ese tipo de cosas?

—Eso fue horrible —dije—. Toda esa atención por un juego tonto.

Johnny me dio otra mirada curiosa.

Le devolví la mirada, sintiéndome totalmente confundida.

—Entonces, ¿vendrás? —preguntó Johnny.

Cuando lo seguí viendo sin tener idea, aclaró.

—A la fiesta. Hughies está organizando una fiesta para el equipo en


su casa.

—¿Yo?
—Sí, tú —contestó, dándome una mirada peculiar.

Mi corazón se aceleró a un nivel peligroso mientras miraba hacia


arriba a este hermoso chico que me estaba preguntando si iría a una
fiesta.

Espera, ¿me estaba preguntando, o invitando?

Oh, Dios, no sabía.

Frunciendo el ceño, Johnny agregó:

—Eres amiga de su hermana, Claire, ¿verdad?

—Oh. —Sacudí la cabeza vigorosamente—. Oh, ah, no. Quiero


decir, sí. Soy amiga de Claire, pero no voy a la fiesta.

Arqueó una ceja.

—¿Por qué?

—Porque no tengo permitido ir a ningún lado… —Me detuve en


breve y rápidamente busqué en mis palabras una dirección más segura—
. Tengo que ayudar a mi mamá en las noches.

—Está embarazada —declaró en tono pensativo.

—Sí —respondí y luego, como era una glotona para hacer que una
situación fuera incómoda, añadí—: Tiene fecha para agosto.

—¿Felicidades? —ofreció Johnny, moviéndose incómodo.

Buen trabajo, Shannon, siseé mentalmente.

—Gracias —respondí, retorciéndome.

—¿Estás segura de que no quieres venir? —preguntó entonces—. No


voy a beber para poder darte un aventón a casa cuando quieras ir…
—Cap —gritó entonces uno de sus compañeros—. Trae tu culo aquí,
muchacho, y levanta esta puta copa.

—Estoy hablando aquí, Pierce —espetó Johnny, dándose la vuelta


para mirar a quien le llamaba—. Dame un maldito minuto.

—Te llaman tus amigos —me apresuré a decir, sabiendo que


necesitaba alejarme de este chico antes de hacer algo increíblemente
estúpido como aceptar su invitación.

Porque quería hacerlo.

Realmente lo deseaba.

Y si me quedaba aquí y seguía mirándolo, sabía que lo haría.

—Será mejor que me vaya —añadí, saludando a Johnny con otro


gesto tonto—. Que lo pases bien.

No esperé a escuchar su respuesta.

En su lugar, giré sobre mis talones y me alejé a toda prisa con el


corazón martilleando en mi pecho.

—¿Segura que no quieres venir durante una hora? —Oí que Johnny
me llamaba.

—Estoy segura —le dije por encima del hombro mientras me alejaba
a toda prisa—. Adiós, Johnny.

—Sí, eh, adiós, Shannon.

El sonido de los chicos riendo y riéndose detrás de mí llenó mis oídos,


pero no me atreví a mirar atrás.

En su lugar, hice lo más sensato y me alejé de la tentación con las


palabras de Claire resonando en mis oídos.
«Los chicos con ojos bonitos y grandes músculos lo estropean todo para las
chicas».

Qué razón tenía.

Era un poco después de las ocho cuando finalmente llegué a casa de


la escuela.

A unos cinco kilómetros de Tommen y el autobús se había averiado.

Durante dos horas, nos vimos obligados a permanecer en el autobús


mientras otro autobús de la ciudad de Cork salía para llevarnos a casa.

Fue ridículo.

Pasé cada minuto de esas dos horas pateándome mentalmente por no


aceptar la oferta de Johnny.

¿Qué diablos estaba mal conmigo?

Me gustaba.

Realmente me gustaba.

Me preguntó si iba a una fiesta, se ofreció a llevarme a casa desde


dicha fiesta, y me di la vuelta y prácticamente me escapé de él.

No, corrige eso por: sí me escapé de él.

En mi defensa, me había sorprendido por completo.

Ni una sola vez en las semanas que habían pasado desde mi accidente
ninguno de nosotros se había acercado al otro.

Rompió la regla imaginaria que se había impuesto entre nosotros.


Me sacó de balance al hablarme y todavía estaba muy sorprendida
ahora.

Durante toda la tarde mi mente siguió dando vueltas y vueltas al


encuentro hasta que mi cara se puso azul de pensar en ello y estaba
completamente disgustada conmigo misma.

Debería haber ido a la fiesta.

Si lo hubiera hecho, no habría pasado dos horas en un autobús helado


en condiciones semiárticas.

Al menos, si hubiera ido a la fiesta, llegar tarde hubiera valido la


pena.

Porque la mirada en el rostro de mi padre cuando entré en la casa me


aseguró que las dos horas que había pasado sentada sola en un autobús
averiado ciertamente no lo hacían.

—¿Dónde estabas? —exigió papá, mirándome como un halcón desde


su lugar en la mesa de la cocina cuando entré por la puerta.

La familiar oleada de pánico se construyó dentro de mí.

Mi padre era un hombre de aspecto poderoso, con una altura de un


metro ochenta, cabello rubio oscuro y una constitución atlética que se
había mantenido desde sus días de jugador de hurling.

Él también había jugado para Cork, pero a diferencia de mis


hermanos, los méritos y logros de mi padre no eran algo de lo que hablara
abiertamente.

Porque no estaba orgullosa del hombre que me devolvía la mirada.

No estaba segura de si lo seguía amando.

O si alguna vez lo hice.


No cuando me aterrorizaba más que cualquiera de los maltratadores de la
escuela…

—¿Bien? —presionó, tono tenso. Estaba reemplazando la


empuñadura de goma en lo que parecía ser el hurley de Ollie y verlo
sosteniendo el hurley de madera hizo que un escalofrío de pánico me
recorriera la espalda—. ¡Llegas tarde!

De repente me sentí muy agradecida de haberme escapado de Johnny


Kavanagh cuando me invitó a la fiesta después de la escuela.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al pensar en lo que mi padre podría


hacer si hubiera aceptado su invitación.

—El autobús se descompuso —dije mientras colocaba con cautela mi


mochila contra la pared—. Tuvimos que esperar dos horas a que otro
autobús nos recogiera.

Mi padre me dio una mirada dura.

Permanecí exactamente donde estaba, sin atreverme a respirar.

Finalmente, asintió.

—Malditos autobuses —murmuró mi padre, volviendo su atención a


su tarea.

El aire que había estado reteniendo salió de mis pulmones en un


fuerte jadeo.

Está bien, Shannon, me dije a mí misma, no arrastra las palabras, no huele


a whisky y no hay evidencia de muebles rotos.

Pero no fui lo suficientemente tonta como para tentar a mi suerte


cuando se trataba de mi padre y me moví hacia la panera con la intención
de hacer un sándwich de queso para llevar.
Salir de esta cocina y subir a mi habitación sin confrontación era mi
objetivo durante el siguiente minuto más o menos mientras preparaba
rápidamente un sándwich torcido y me servía un vaso de agua del grifo.

—Buenas noches, papá —susurré cuando tuve mi sándwich y agua


listos.

—No vuelvas a llegar tarde —fue todo lo que respondió, sin apartar
los ojos del hurley en sus manos—. ¿Me escuchas, niña?

—Te escucho —grazné y luego subí las escaleras a la santidad de mi


dormitorio.

Una vez dentro, cerré la cerradura y me hundí contra mi puerta,


tratando desesperadamente de controlar mi ritmo cardíaco.

Hoy era viernes.

El viernes era un día seguro.


Es Preferible un Puñetazo en el Rostro
que un Pastel

Johnny
Mi cabeza estaba destrozada.

Mi cuerpo en trozos.

No podía disfrutar el triunfo o verdaderamente celebrar con el equipo


porque estaba enfurruñado.

Malhumorado por algo que no podía entender.

Rechazando la interminable cantidad de botellas de cerveza


empujadas a mi cara, me senté melancólico en el sofá de la sala de estar
de la casa de Hughie, con el trofeo de «El Hombre del Partido» dejado
junto a mí, mi medalla de ganador alrededor de mi cuello, esperando el
momento que pudiera escaparme, conducir a mi casa y hundirme en un
baño de hielo.

Era mi deber estar con mis compañeros de equipo después de un gran


triunfo como este.

Siendo el capitán, se suponía que encabezaría los festejos.

Música dance estaba sonando del estéreo que se encontraba en el


rincón, I’ll Fly with You de Gigi D’Agostino, y sabía que el estúpido duh,
duh do de duh del coro se me pegaría en la cabeza toda la noche.
La casa estaba llena con el equipo y personas de la escuela, todos
bebiendo, comiendo y bailando alrededor del lugar.

En lugar de unirme a las bromas, me estaba poniendo hielo en el


muslo porque poner el hielo en mis bolas no sería socialmente aceptable,
empujando en mi plato un trozo de filete que me había cocinado la madre
de Hughie, Sinead, y pensando en una chica que no podía alejarse de mí
lo suficientemente rápido.

Eso lo demostraba todo allí.

Todos los demás estaban bebiendo y disfrutando, mientras yo me


abastecía de proteínas y me volvía loco por una chica.

¿Así era como se sentía el rechazo?

Si era así, era una mierda.

Nunca sabré qué me llevó a acercarme a Shannon, pero todo el


mundo estaba gritando a mi alrededor, la multitud estaba en mi cara,
necesitaba un respiro, y la vi allí de pie, con los ojos grandes y solitaria,
y algo se movió dentro de mí.

En ese momento tenía sentido acercarme y hablar con ella.

Porque no quería que estuviera sola.

Porque apenas podía concentrarme durante el partido, sabiendo que


ella me estaba mirando.

Porque cuando se dio la vuelta para irse, mis piernas se movieron por
sí solas, desesperadas por interceptarla.

¿Puedo llevarte a casa cuando tengas que irte?

¿Qué carajo?

También podría haberle gritado a la chica, quiéreme, maldición,


quiéreme.
Me sentí como un maldito imbécil.

¿En qué estaba pensando al invitarla a la fiesta?

Peor aún, ¿en qué estaba pensando al esperar que ella dijera que sí?

Yo era un extraño glorificado para ella.

Jesucristo.

Estaba tan decepcionado conmigo mismo.

Por casi dos meses, me había ido tan bien, tan malditamente bien, en
mis intentos de mantenerme alejado de ella.

No podía sacármela de la cabeza, pero maldita sea, estaba


manteniendo la distancia.

Una victoria llena de adrenalina y lo arruiné.

Peor que arruinarlo, la arrastré a una foto conmigo.

Y ella parecía aterrorizada…

—¿Estás bien, muchacho? —preguntó Feely, hundiéndose en el sofá


a mi lado.

Gruñendo como respuesta, arrastré el cojín de mi espalda y lo puse


sobre mi regazo, cubriendo lo púrpura que se extendía por mi muslo
derecho.

Yo seguía con mi equipo de juego, al igual que la mayoría del equipo.

Todavía llevaban los jerseys porque querían presumir, y con razón.

Haber ganado cinco veces seguidas el School Boys Shield era un


nuevo récord para Tommen y la primera vez que algunos de los chicos
más jóvenes probaban la plata.
Yo seguía con mi equipo porque no tenía la energía para quitármelo
después del partido.

Si no resultaba tan atractivo para los cazatalentos, tiraba la toalla en


el equipo de la escuela y guardaba mi cuerpo para los partidos de la
Academia o del club.

—Sabes, Sinead te echaría un vistazo, si se lo pidieras —interrumpió


Feely mis pensamientos diciendo—. Es enfermera, muchacho.

Me giré para mirarlo.

—¿Qué?

Señaló mi pierna.

—¿Te está dando problemas otra vez?

Esforzándome por contener mi irritación, negué con la cabeza y dije:

—No, estoy bien. Recibí una patada en el melé, eso es todo,


muchacho.

Patrick me miró con aprensión, pero no me presionó.

Me gustaba eso de él.

No insistía en nada.

Si no era de su incumbencia, no pedía saberlo.

—¿No vas a beber esta noche? —le pregunté, desviando el tema de


mis fracasos—. Gran victoria para la escuela, muchacho. Deberías estar
celebrando.

—¿Debería estar celebrando? —Patrick sonrió—. ¿Y el propio Sr.


HP? Si alguien debería estar celebrando, eres tú.
Sonreí ante el término Sr. HP (que significa hombre del partido) y
dije:

—Tengo entrenamiento de la academia los sábados. ¿Cuál es tu


excusa?

—No estoy de ánimos —contestó también.

Como antes, él no presionó por información, correspondí el favor.

—En realidad, estoy pensando en retirarme —agregó, poniéndose de


pie—. ¿Me estaba preguntando si podrías darme un aventón a casa?

Como un perro hambriento al que se le presenta un hueso jugoso,


acepté su oferta de inmediato.

Dejando mi plato y el paquete de hielo en la mesa de café frente a mí,


me levanté e inhalé varias respiraciones a través de mi nariz para
contenerme antes de poner peso en mi pierna.

—Listo cuando tú lo estés.

Patrick sonrió, pero no dijo nada sobre mi gran entusiasmo.

Agachándose, agarró mi trofeo del sofá y me lo entregó, gracias a


Dios, porque si tuviera que inclinarme de nuevo no sería capaz de
levantarme de nuevo.

—Whoa, whoa, whoa —gritó Gibsie sobre la música, notando mi


intento de irme—. Sienta tu culo ahí, Cap —ordenó, abriéndose paso
entre la multitud hacia mí—. No vas a ir a ningún sitio todavía.

Abrí la boca para decirle que se fuera, pero dos de los chicos del
equipo, Luke Casey y Robbie Mac, vinieron corriendo hacia mí,
arrastrándome de nuevo al sofá antes de plantarse a ambos lados de mí.

Miré a Patrick, que se encogió de hombros con resignación.


Ambos sabíamos que no íbamos a salir de aquí pronto, no cuando
Gibsie apagó la música y anunció:

—Tengo que dar un discurso.

—Lo siento, Capitán —dijo Robbie Mac con una risita—. Pero tienes
que escuchar esto.

Resistiendo las ganas de rugir por el dolor que me atravesaba la parte


inferior, sacudí la cabeza y agarré mi bolsa de hielo.

—Por el amor de Dios, Gibs.

Con su medalla de campeón todavía colgando del cuello, Gibsie


arrastró la mesa de café hasta el equipo de música y se subió.

Con su camiseta enrollada en la cabeza como un puto pañuelo,


agarró el control remoto del aparato que tenía detrás y se lo llevó a la
boca como si fuera su micrófono personal.

Los chicos del equipo echaron la cabeza hacia atrás y aullaron de risa
mientras él pulsaba el mando y realizaba una prueba de sonido.

Maldito imbécil…

Con una sonrisa engreída grabada en su cara, Gibsie tocó su


«micrófono» y dijo:

—¿Cómo va esta noche? —Miró la medalla que descansaba en su


pecho y sonrió—. Podríamos acostumbrarnos a esto, ¿verdad,
muchachos?

Un ensordecedor estallido de vítores y rugidos de acuerdo surgió de


la sala.

—Muy bien, chicos, Jesús, no hace falta que me griten —se burló—.
¡Por el amor de Dios, estoy en la misma habitación que ustedes!
Su respuesta juguetona atrajo una respuesta aún más ruidosa del
equipo y de nuestros amigos.

—De todos modos —Rio—, yendo al punto, tengo una pequeña


canción que me gustaría cantar, para la persona especial en mi vida.

«Oohs» y «awwws» vinieron de un grupo de chicas en la puerta.

Puse los ojos en blanco al ver la facilidad con la que el guapo


flanqueador podía encantarlas.

Gibsie se aclaró la garganta para dar más efecto y luego dijo:

—Sin las malditas manos mágicas de esta persona especial, no estaría


aquí hoy con esta magnífica pieza de plata. —Sacudió la cabeza y se llevó
una mano al corazón—. ¡Gracias, cariño!

Por las miradas que estaba recibiendo de los chicos, y las risitas
procedentes de Robbie y Luke, me di cuenta de que la pieza de fiesta de
Gibsie iba a ser a mi costa.

—¡No hagas nada estúpido! —le advertí a Gibsie justo cuando se


acercó y pulsó un botón del equipo de música.

Al instante, mis hombros se bloquearon con tensión cuando el sonido


familiar de Walk of Life de Dire Strait comenzó a sonar en los altavoces.

Inmediatamente, supe lo que se avecinaba.

Ese cabrón…

—Johnny, nene —gritó el imbécil de mi mejor amigo con fingida


pasión en su voz, apuntando con sus dedos encintados en mi dirección—
. Esta es para ti —se burló antes de ponerse a cantar, cantando la letra
que se había convertido en la perdición de mi vida desde que entré en un
campo con esos imbéciles en sexto curso.

Los chicos que me rodeaban se unieron a Gibsie en el coro ruidoso y


burlón.
Se lanzaron sillas hacia atrás mientras todos los chicos celebraban
nuestra victoria.

Robbie y Luke me arrastraron fuera del sofá, donde me lanzaron al


aire y me sostuvieron mis compañeros.

Feely, el traidor, estaba inconsolable mientras se moría de risa a mi


costa.

Oh, sí, ahora podían reírse todo lo que quisieran, pero yo iba a
enterrar a esos cabrones en el entrenamiento del lunes.
Momento de Confesión

Shannon
Estaba terminando mi última tarea la noche del sábado cuando
tocaron a la puerta de mi dormitorio rompiendo mi concentración.

Doblando la copia de mi libro, la deslicé dentro de mi libro de texto


de matemática y grité:

—Adelante.

La puerta de mi habitación se entreabrió y mi hermano asomó la


cabeza a través de esta.

—¿Qué pasa, Joe? —pregunté metiendo mis libros de vuelta en mi


mochila.

—Voy a la tienda —anunció mi hermano, dando una mirada rápida


alrededor de mi habitación antes de que volvieran a mi rostro—.
¿Quieres algo?

—¿Dónde está Aoife?

—En mi habitación.

—¿Se está quedando?

—Síp.
Aoife iba a ECB y estaba en sexto con Joey, así que no era raro que
se quedaran en la casa del otro en días de clases y se fueran juntos a la
escuela.

Tenían la edad donde las pijamadas eran permitidas.

O al menos, nadie dijo nada sobre que Joey trajera a una chica a casa.

Había un enorme caso de dobles estándares en esta casa, una casa


que había estado excepcionalmente tranquila este fin de semana.

Mi padre estaba raro.

Se estaba comportando como humano.

Nos trajo comida china para todos anoche y me pasó el control


remoto en lugar de sólo correrme como normalmente lo hacía.

No era lo suficientemente ingenua para creer que la decisión de mi


padre de no romper la casa este fin de semana se debió a que decidió
darle la vuelta a una nueva página.

No, había sido miembro de esta familia el suficiente tiempo para


reconocer su período tranquilo como la calma antes de la tormenta.

Pronto explotaría.

Siempre lo hacía.

Sólo podía tener la esperanza de no estar de pie en el ojo de la


tormenta cuando sucediera.

—¿Quieres algo de la tienda o no? —preguntó Joey, sonando


impaciente—. Cerrarán pronto.

Miré la pantalla de mi teléfono para revisar la hora. 10:45 p.m.

—¿Por qué vas a la tienda tan tarde? —cuestioné—. ¿Qué necesitas


que es tan importante?
Joey sonrió.

—¿Quieres que conteste con honestidad?

—No —gemí, fingiendo querer vomitar cuando lo entendí—. Vete.

—Buenas noches, Shan.

Se rio, cerrando mi puerta.

—¡Cuídate! —le grité—. ¡Soy muy joven para ser tía!

Mi teléfono vibró contra mi muslo, avisándome de una llamada


entrante de Claire.

—¿Hola? —dije, colocándolo en mi oído.

—Hola, chica —dijo feliz—. ¿Qué estás haciendo el próximo fin de


semana?

Subiendo a mi cama, me apuré hacia mi puerta para ponerle seguro.

—Nada —contesté. Como siempre—. ¿Por qué?

—Porque, mi querido amigo, Gerard Gibson pasó su prueba teórica


el viernes en la mañana y algún idiota demente de la oficina de impuestos
decidió darle una licencia de conducir provisional.

—¿De verdad?

Me reí, pensando en Gibsie detrás del volante de un vehículo.

—Oh, sí. —Claire suspiró—. He pasado la última hora y media


intentando echarlo de mi habitación.

—¿Por qué está en tu habitación?

—Para presumir —explicó—. Sacudiendo la pequeña licencia verde


alrededor como si fuera el rey de la colina.
—¿Qué tiene que ver que Gibsie haya conseguido su licencia de
conducir con lo que tenga que hacer el próximo fin de semana?

—Sus padres le compraron, la semana pasada, un coche por su


cumpleaños —explicó—. Quiere que todos nosotros vayamos a una
vuelta con él.

Mis cejas se alzaron.

—¿A quiénes te refieres con todos nosotros?

—El grupo normal —contestó Claire ligeramente—. Yo, Gerard,


Hughie, Katie, Pierce, Lizzie, Patrick, Johnny y tú, por supuesto.

Mi corazón saltó ante el sonido del nombre de Johnny siendo


mencionado.

Y se disparó incluso más alto ante la idea de pasar tiempo real con
él.

—¿Por qué yo? —logré preguntar.

—Duh, porque eres nuestra amiga —contestó.

Negué con la cabeza.

—No, Claire, soy tú amiga. Tuya y de Lizzie.

—Bueno, Gerard me dijo que te invitara.

—¿Por qué? —logré decir con un nudo en la garganta—. No me


conoce.

—¿Lo ayudaste con Brian?

Negué con la cabeza.

—Eso no nos hace amigos.


—Bueno, él sabe que eres mi mejor amiga —explicó—. Lo que
significa que cualquier invitación que yo reciba automáticamente
también se extiende a ti.

—Bueno, no podemos caber todas esas personas en un coche.

—Entonces, tal vez puedas ir en el coche de Johnny —respondió


Claire con tono burlón—. Por cierto, te vi con él en el juego del viernes,
pequeña coqueta.

—No estaba coqueteando con él —prácticamente escupí—. Él se me


acercó.

—Aún mejor. —Se rio—. Él era el que estaba coqueteando.

—Nadie estaba coqueteando —dije con voz ahogada—. Sólo


estábamos…

—¿Sólo estaban qué? —provocó Claire.

—Hablando —completé con un encogimiento de hombros


desanimado.

—¿Sobre qué?

—No lo sé —murmuré—. Solo cosas, ¿supongo?

—Y tomándose fotos juntos —agregó con una carcajada—. También


vi eso.

—Oh, Dios —gemí en derrota y me dejé caer sobre mi almohada—.


Fui tomada con la guardia tan baja —dije—. Deberías haberme
escuchado intentando hablar con él —agregué, mordiendo mi labio—.
No podía hablar y literalmente eché a perder toda la conversación,
Claire. Fue completamente humillante.

—No podías hablar porque te gusta —presionó.

Sin molestarme en negarlo, simplemente suspiré.


—Oh, Dios mío —jadeó, emocionada—. ¿Por fin estás admitiendo
que te gusta?

Asentí y luego me di cuenta que no podía verme.

—No creo que haya caso en que lo niegue —susurré, sintiendo mi


rostro arder ante la idea—. Me gusta, Claire, creo que realmente me
gusta.

—Oh, guau, Shan —contestó Claire amablemente—. Esto es algo


grande para ti.

Ella tenía razón.

Era enorme.

Y daba miedo.

Absolutamente aterrador.

—Es ridículo —murmuré con tristeza—. Ni siquiera lo conozco.

—Sí, lo haces —discutió Claire.

—No bien —contesté con un suspiro.

—Bueno —meditó—. Nunca he conocido a Johnny Depp en persona


y eso no me ha detenido para enamorarme locamente de él.

Puse los ojos en blanco ante su respuesta.

—Sí, porque es lo mismo.

—Tengo su número telefónico, sabes —ofreció Claire entonces—.


Puedo dártelo y le puedes mandar un mensaje de texto.

Mis ojos se agrandaron.

—Absolutamente no.
—¿Estás segura?

—Segurísima —dije con voz ahogada—. No hay forma de que en la


tierra verde de Dios pudiera ser el tipo de chica que hace eso. —
Mordiendo mi labio, pregunté rápidamente—. ¿Cómo es que tienes su
número?

—Gerard siempre está tomando prestado mi teléfono —explicó—.


Siempre está llamando a Johnny cuando lo usa. Johnny prácticamente
es su gemelo siamés. Así que guardé el número de Johnny bajo el nombre
de: «Llamar para Sexo». —Riéndose agregó—: Fue tan gracioso. Gerard
estaba tan enojado conmigo, ordenándome saber con quién me estaba
enganchando y por qué no era él quien estaba bajo ese nombre.

—Claire, no puedes decirle a nadie que me gusta —solté,


sintiéndome entrar en pánico por haber dejado salir el secreto—. Por
favor. Ni siquiera a Lizzie y, en especial, no a Gibsie.

—No lo haré, lo prometo —juró—. Pero si le mandas un mensaje de


texto, creo que estará agradablemente sorprendido —agregó—. Sé que
Lizzie te dijo algunas cosas de él, pero con honestidad, la mayoría sólo
es de chismes fabricados. Johnny no es el tipo que todas las chicas de la
escuela pintan.

—Sí —susurré—, he logrado ver eso.

Él era mejor.

Mucho mejor.

—Entonces, ¿vendrás con nosotros el próximo fin de semana? —


preguntó.

—No me dejarán ir.

—Vamos, Shan, no puedes decir que no —gimoteó Claire—. ¿No sin


preguntar al menos?
—No necesito preguntar, Claire —dije—. Ya sé la respuesta.

—Entonces, no preguntes —dijo rápidamente—. Sólo saca una


excusa o algo y ven a mi casa. Ni siquiera tenemos que ir con los
muchachos.

Suspiré pesadamente.

—Claire…

—Podemos cenar en mi casa —se apuró en decir—. Y sabes, si


Johnny simplemente se detiene por aquí, por un mensaje de texto falso
enviado desde mi celular, entonces tal vez ustedes dos pueden ir a mi
habitación y…

—Detente —le advertí, estremeciéndome ante el pensamiento.

Claire se rio a través de la línea.

—Estoy bromeando.

—Será mejor que lo estés —murmuré—. Porque moriría.

—Entonces, ¿quieres hacer eso? —preguntó, calmando su risa—.


¿Vienes a mi casa para cenar y ver una película? ¿O podemos ir al cine?
¿O salir a comer a algún restaurante? Lo que quieras —me dijo—. Es tu
elección y mi premio.

—Te quiero por ofrecerlo —le dije, mordiendo mi labio para evitar
temblar—. Pero sabes que él nunca lo permitirá.

Claire suspiró pesadamente.

—Shan…

—No lo hagas —rogué en voz baja—. Por favor, no digas nada.

Hubo una larga pausa antes de que susurrara:


—No lo haré.

Me hundí con alivio.

—Gracias.

—Estoy aquí para ti —fue todo lo que contestó Claire en un tono


triste—. Siempre.
Acosador y Celestino

Johnny
Cada día desde que comencé en Tommen, me siento precisamente
en la misma mesa en el comedor durante el descanso.

Estaba cerca de la puerta y consistía en una mesa de banquete de


nueve metros, llena de mis compañeros de equipo y algunas de sus
novias.

Siempre me sentaba al final de la mesa, de espaldas a la pared,


mirando hacia el resto de la sala, donde tenía una visión cristalina de
todo lo que ocurría a mi alrededor.

Me gustaba porque tenía espacio para respirar y no tener a las chicas


metiéndome mano y tocándome la espalda cada quince segundos.

Como siempre, Gibs y Feely se sentaban frente a mí, y Hughie se


sentaba a mi derecha.

La diferencia hoy era que tanto Hughie como Feely estaban


castigados, y Gibsie me miraba con el ceño fruncido.

—¿Podrías dejar de mirarla durante cinco putos minutos y fingir que


me escuchas? —siseó Gibsie—. En serio, muchacho. —Arrojando su
sándwich sobre la mesa del almuerzo, levantó las manos en señal de
frustración—. Se está volviendo espeluznante, y me estás apartando de
mi comida.
—No estoy haciendo nada —refunfuñé mientras me recostaba en mi
silla y hacía rodar distraídamente mi botella de agua entre mis manos.

Shannon estaba sentada en el lado opuesto del comedor con sus dos
amigas, sonriendo y riéndose de algo que decía la hermana menor de
Hughie.

Llevaba el cabello recogido en dos largas trenzas que descansaban


sobre sus pequeños hombros, y cada vez que se enrollaba una de esas
trenzas en el dedo, tenía que reprimir un gemido.

En serio, llevaba veinticinco minutos sentado aquí, sin escuchar una


sola palabra de lo que decía Gibsie, porque estaba demasiado ocupado
mirando a una chica que claramente no quería tener nada que ver
conmigo.

Durante todo el fin de semana, Shannon había estado en el fondo de


mi mente… bueno, en primer plano.

Me había pasado días inspeccionando su reacción ante mí en el


campo el viernes, y cómo se alejó de mí a toda prisa.

Cuando se cruzó conmigo en el pasillo esta mañana después de la


primera clase, me sentí demasiado emocionado al verla.

Por supuesto, sonrió tímidamente antes de bajar la cabeza y pasar a


toda prisa junto a mí, pero estaba aquí.

Estaba en mi espacio.

Lo que significaba que tanto mi atención como mis pensamientos


estaban fijos únicamente en ella.

Y lo odiaba.

Me di cuenta de que la deseaba, y que era totalmente inapropiado y


una horrible mala suerte por mi parte, pero la deseaba.

Deseaba a Shannon Lynch.


Y peor que desearla, me gustaba de verdad.

Tenía ese algo dulce en ella, y me gustaba lo que sentía cuando estaba
cerca de ella.

Me gustaba su aspecto, su forma de hablar, su forma de comportarse.

Me gustaba un montón de cosas sobre ella, y curiosamente, mi gusto


por ella no tenía nada que ver con lo que había debajo de su ropa.

Bueno, eso no era del todo cierto.

Pensaba mucho en lo que encontraría debajo de su ropa y me gustaban


mucho esas imágenes.

Pero era más que eso.

Era todo más cuando se trataba de ella.

Pero no estaba en condiciones de dedicarle tiempo a una chica, y


pasar tiempo con esa en particular podría meterme en un mundo de
problemas.

Sabía cómo funcionaban las cosas; si pasaba demasiado tiempo con


una chica, surgían los sentimientos, y donde surgían los sentimientos,
surgía el sexo.

Era una cornisa peligrosa en la que balancearse.

Una en la que no estaba dispuesto a entrar.

—No, no estás haciendo nada —dijo Gibsie con sarcasmo,


moviéndose en su asiento para bloquear mi perfecta visión de ella—.
Sólo la estás desnudando mentalmente en tu cabeza.

—No es así —gruñí, mirándolo desde el otro lado de la mesa.

Lo estaba haciendo.
Maldición, lo estaba haciendo.

Dios, ¿era tan obvio?

—Sí, eres tan obvio —dijo Gibsie, leyendo claramente mis


pensamientos—. Y te diré quién más es obvio —añadió, señalando con
el pulgar a nuestra derecha—. Esa perra malvada.

No necesitaba mirar para saber que estaba hablando de Bella.

Ella estaba en la orilla opuesta de nuestra mesa con algunos de los


muchachos del equipo de sexto año, donde ella había pasado la mayor
parte del almuerzo intentando llamar mi atención.

No funcionó.

No estaba cayendo.

—Ignórala. —Giré la tapa de mi botella y tomé un gran trago de


agua—. No vale el alboroto.

—Muchacho, sé que me estoy repitiendo, pero lo digo honestamente,


no sé cómo es que alguna vez la tocaste —gimió.

—Tampoco yo —admití, mientras volvía a cerrar mi botella y volvía


a mirar fijamente a Shannon.

Se recargó contra su asiento y arqueó una ceja.

—Deberías ir a hablar con ella.

—¿Con Bella? —Fruncí el ceño—. No putas gracias.

—No ese demonio —respondió Gibsie con una mueca—. Shannon.

Negué con la cabeza.

—No.
—Ella es inexperta, ya sabes —dijo Gibsie con indiferencia—. O al
menos lo era. —Me dirigió una mirada mordaz—. No le habrás metido
la lengua en la garganta, ¿verdad?

—No —siseé.

—Bien entonces —reflexionó—. Sigue siendo una inexperta.

Le fruncí el ceño.

—¿Cómo sabes eso?

—Escucho con atención.

Se rio, dándose un golpecito en la sien.

—¿Qué?

—Escuché a las chicas hablar de ello en el dormitorio de Claire hace


un tiempo —admitió—. Esa víbora con la que Pierce se está acostando
estaba hablando de lo terrible que es la actitud de él, y salió a relucir que
Shannon nunca ha besado a un chico. —Frunciendo el ceño, añadió—:
A la víbora realmente no le gusto.

—Por Dios —murmuré—, ¿ahora estás escuchando fuera del


dormitorio de la chica?

Cuando no lo negó, negué con la cabeza.

—Tienes un problema, Gibs. Uno grande.

—Sólo es un problema si lo admites —contestó con una sonrisa


cómplice—. ¿No es así como funciona, Johnny?

—Vete a la mierda —gruñí, sabiendo exactamente lo que quería


decir.

—Vamos, Johnny. Ve allí y habla con ella —me animó—. Puedes


hacerlo.
—No, Gibs —le dije—. Déjalo por la paz.

—¿Por qué no? —exigió en tono exasperado.

—Porque no quiero —espeté.

—Mentiroso.

—¿Sabes qué? Para un tipo que se hace llamar mi mejor amigo, estás
haciendo un trabajo de mierda —gruñí—. Te he dicho que no voy a ir
allí con esa chica. Te he dicho que es demasiado joven para mí.

—Tú eres el que no puede dejar de mirarla —ladró.

—Pues dime que deje de hacerlo —le contesté—. No me digas que


vaya allí.

—Sí te he dicho que te detengas —siseó Gibsie, sonando


exasperado—. Hace como dos minutos. Te dije que dejaras de mirarla
como un acosador, y sin embargo aquí estás, todavía follándola con los
ojos, y todavía pareciendo como si alguien se hubiera cagado en tu
cereal. —Levantó las manos—. ¿Qué se supone que debo hacer contigo?

—Se supone que tienes que recordar que soy el imbécil que casi
muere esta mañana siendo tú el conductor designado para tu culo de
aprendiz —refunfuñé—. Así que en lugar de animarme a tomar malas
decisiones, por qué no intentas apoyarme por una vez.

—¡Soy un buen conductor!

Puse los ojos en blanco.

—Eres un lastre.

—Y no soy nada más que un apoyo para ti —resopló


dramáticamente—. Soy tu puto apoyo número uno, Johnny Kavanagh.
—Se inclinó hacia atrás en su asiento, cruzó los brazos sobre su pecho y
me miró con dureza—. Acabas de herir mis sentimientos.
—¿Herí tus sentimientos? —Enarqué una ceja—. ¿Quién es la perra
con vagina ahora?

—Discúlpate —me ordenó.

—Lárgate de aquí, imbécil. —Me reí.

Me devolvió la mirada fulminante.

—Di que lo lamentas.

—¿Por qué?

—Por herir mis sentimientos —resopló—. Ahora discúlpate.

—Lo siento, Gibs —aplaqué, decidiendo que era más fácil darle al
gran imbécil lo que quería.

—Podrías decirlo en serio —discutió.

—Podrías aprender a no tentar a la suerte —advertí.

Nos quedamos mirando durante quince segundos hasta que sonrió y


dijo:

—Acepto tus disculpas.

—Bien —murmuré—. Me alegro por ti.

—Y ya que pareces necesitar tanto apoyo estos días… —Empujando


hacia atrás su silla, Gibsie se levantó y me guiñó un ojo—. Iré a hablar
con ella por ti.

—No te atrevas… —Me detuve para agarrarlo, pero se zafó de mi


agarre y se alejó—. ¡Gibs!

—Relájate, Kav, yo me encargo —me dijo mientras hacía un gran


alarde de ajustarse la corbata del colegio. Moviendo las cejas, añadió—:
Mira cómo se hace.
Y luego se dirigió a la mesa de las chicas y se sentó.

Por el amor de Dios…

Mis pies se movieron antes de que mi sentido común tuviera la


oportunidad de disuadirme de la cornisa a la que estaba a punto de subir.
Licencias Provisionales

Shannon
Podía sentir los ojos de Johnny en mi rostro desde el otro lado del
comedor el lunes.

Como la acosadora que era, sabía exactamente dónde se sentaba para


almorzar cada día: el último asiento al final de la glorificada mesa de
rugby, en la fila interior, junto al arco de salida.

Durante todo el almuerzo, ignoré obedientemente la sensación de


ardor en las mejillas, el mismo ardor que podía sentir hasta los dedos de
los pies, y me concentré en Claire y Lizzie.

Porque sabía lo que pasaría si volvía a mirarlo.

Me delataría, y él no tenía por qué saber lo mucho que me afectaba.

Me confundió el viernes pasado y me estaba confundiendo de nuevo.

¿Por qué me miraba?

¿Por qué me invitó a esa fiesta?

¿Por qué hizo que mi corazón se acelerara tan violentamente?

No entendía lo que estaba pasando y, en la tormenta de mis


emociones turbulentas, necesitaba aferrarme a alguna apariencia de
control.
Sin embargo, no era fácil y ese control me fue arrebatado en el
momento en que Gibsie se acercó a nuestra mesa, todo cabello rubio y
grandes sonrisas.

—Señoritas —reconoció con ese tono coqueto al que me había


acostumbrado mientras se deslizaba en un asiento al otro lado de
Claire—. ¿Qué tal estamos hoy?

—¿Qué quieres, Gerard? —gruñó Claire, zafándose de su agarre


cuando él le rodeó el hombro con su brazo—. Estamos tratando de comer
aquí.

—Tengo algo que enseñarte —le dijo él, moviendo las cejas.

—No voy a mirar tu pene —siseó Claire—. Así que deja de intentar
enseñármelo.

—Eso no —resopló Gibsie y luego procedió a sacar un juego de llaves


de su bolsillo y a colgarlas en la cara de Claire—. Estas.

—Oh, Dios mío —jadeó Claire, arrebatándole las llaves de las


manos—. ¿Tus padres te han regalado el coche antes de tiempo? Creía
que no te iban a dar las llaves hasta el fin de semana.

—Cedieron —le dijo, sonriendo—. Lo que significa…

—¿Han soltado a un maníaco en las carreteras irlandesas? —


intervino Lizzie.

—Jesús —murmuró Gibsie, frunciendo el ceño a través de la mesa


hacia Lizzie—. Eres un barril de risas.

Lizzie se limitó a hacerle un gesto con el dedo medio y volvió a su


almuerzo.

Sacudiendo la cabeza, Gibsie volvió a centrar su atención en Claire.

—Hay más —anunció, prestándole su única atención—. Se fueron a


Tenerife. —Movió las cejas—. Hasta el lunes.
—¿Te dejaron solo? —preguntó Claire—. ¿A ti?

—Y sabes lo que eso significa, ¿no? —Le guiñó un ojo—. Tiempo de


pijamada.

—¿Tus padres te dejaron a cargo de su casa? —repitió ella, con cara


de asombro.

Él sonrió y le quitó la manzana de la mano.

—Lo hicieron.

—¿Durante toda una semana? —Claire negó con la cabeza, con la


boca abierta—. ¿Solo? Sin supervisión.

Su sonrisa se amplió mientras lanzaba la manzana al aire.

—Pareces sorprendida —añadió, atrapando la manzana sin esfuerzo.

Intrigada por su interacción, me apoyé en la mesa y observé con


interés.

—Porque lo estoy —balbuceó Claire, devolviéndole la mirada—. ¿Te


conocen algo?

—Obviamente no —resopló—. Ahora ve a casa y recoge tus cosas.


—Movió las cejas antes de darle un mordisco a la manzana de Claire—.
Porque te vas a registrar en el Hotel Gibson durante la semana —añadió
a medio mordisco—. Tiempo de diversión.

—¿Ah, sí? —Claire se recostó en su silla y sonrió—. ¿Y el Hotel Gibson


viene con buenas críticas?

—Viene con pene, Claire-Bear —anunció Gibsie, y no en voz baja—


. Un suministro ilimitado de pene de cinco estrellas.

—Dilo más alto —siseó ella, dándole una palmada en el hombro—.


Creo que no todos te escucharon.
—¡Viene con pene, Claire! —se burló él, aceptando su reto sin un
ápice de vergüenza—. Mi pene.

—Que te jodan tu pene —gruñó Claire, pareciendo mortificada.

—Claro que puedes. —Asintió él con una sonrisa—. Pero aquí no es


realmente el lugar.

—No sé por qué soy tu amiga —murmuró Claire, con las mejillas
encendidas—. Eres tan inapropiado.

—Eres mi amiga porque me amas —ronroneó—. Porque soy el único


que hace que tus mejillas se vuelvan rosas… —Hizo una pausa y le
acarició la mejilla con el dedo—, en más de un sentido.

—Cuando tenía once años, Gerard —replicó ella—. ¡Y fue un


maldito beso!

—Estoy preparado para repetirlo —le dijo él—. Di la palabra, Claire-


Bear, dime que estás lista para nosotros, y soy todo tuyo…

—¡Puedes dejar de hacer eso! —ladró Lizzie entonces, mirando a


Gibsie.

—¿Hacer qué?

—Jugar con sus sentimientos —resopló—. ¡No es un juego!

—Lizzie, está bien —empezó a decir Claire, pero Lizzie la cortó.

—No está bien —espetó—. Ha estado haciendo esto desde que


teníamos cuatro años. ¡Está mal!

—No estoy jugando con sus sentimientos —replicó Gibsie, con cara
de confusión—. Ella sabe que la amo.

Claire se puso roja como una remolacha, haciendo que Lizzie


gruñera.
—Sí, imbécil —siseó Lizzie—. La amas mucho, ¿verdad? Por eso vas
por ahí tirándote a la mitad de la escuela, ¿no?

—¿Cuál es tu problema? —gruñó Gibsie, mirando ahora con odio.

—Tú —espetó Lizzie—. Tú y tus amigos de mierda pensando que


son el mejor pene. Yendo por ahí jugando con las chicas como si todo
fuera un gran juego. Son todos unos asquerosos. Hasta el último de
ustedes, cabezas de rugby.

Gibsie se quedó boquiabierto, con cara de afrenta.

—¿Qué te hizo Johnny de todos?

—Sí —preguntó una voz conocida—. ¿Qué hice?

El corazón se me disparó en el pecho al oír ese acento dublinés tan


dolorosamente familiar.

Sobresalía de todos los que nos rodeaban, al igual que él sobresalía


de todos los que nos rodeaban.

—Eres tan malo como el resto —siseó Lizzie, sin perder el arrebato,
mientras dirigía su furiosa mirada a Johnny, que para mi desgracia,
estaba apartando la silla de al lado—. Peor aún. Eres su líder.

—Bueno, eso es nuevo para mí —replicó Johnny con calma.

Se sentó a mi lado y sentí que el trozo de pan que estaba masticando


se me clavaba en el paladar.

Al tragarlo, lo miré, con los ojos muy abiertos y confundida.

Me sonrió.

—Hola, Shannon.

—Hola, Johnny —susurré, devolviéndole la mirada, sintiendo que


mi corazón estaba a dos segundos de salirse de mi pecho.
—¿Cómo estás? —preguntó, con una voz profunda y unos ojos azules
que se clavaban en los míos.

—Estoy bien —dije sin aliento—. ¿Cómo estás tú?

Sonrió.

—Estoy bien.

Maldita sea, ahí estaba esa palabra de nuevo…

—¿Tuviste un buen fin de semana?

—Uh, estuvo bien. —Sentí que me sonrojaba—. ¿Y tú?

—Me pasé la mayor parte del tiempo entrenando. —Sonrió—. Lo


mismo de siempre.

Asentí, sin entender realmente nada de lo que estaba pasando.

—¿Cómo estuvo la fiesta?

—No me quedé mucho tiempo. —Johnny apoyó el codo en la mesa,


giró su cuerpo hacia adentro y me prestó toda su atención—. En realidad,
sólo fui a dar la cara.

—¿Cómo es eso? —dije, ardiendo por estar tan cerca de él.

—Compromisos de entrenamiento —explicó, haciendo vibrar sus


largos dedos contra la mesa, con los ojos azules clavados en los míos—.
Trato de evitar las fiestas durante la temporada…

—Jesús, no también tú —gruñó Lizzie—. Ya es bastante malo que


Thor esté haciendo su mierda con Claire sin que tú te metas con
Shannon.

Johnny volvió sus ojos azules hacia Lizzie.

—¿Perdón?
—Ya me escuchaste —replicó ella.

—¿No se me permite hablar con ella? —cuestionó, arqueando una


ceja—. ¿No te gusta compartir a tus amigas?

—Ya sabes lo que hacen —replicó Lizzie desafiante.

—Tienes razón, Gibs —reflexionó Johnny con un pequeño


movimiento de cabeza. Echándose hacia atrás en su silla, añadió—:
Pierce es un maldito santo.

—Respeto total —replicó Gibsie, apoyando el brazo en la silla de


Claire.

—Ugh —se mofó Lizzie, lanzando una mirada de asco tanto a


Johnny como a Gibsie—. Los odio a todos.

—Cuando dices todos, ¿se aplica sólo a nosotros… —Gibsie señaló


de sí mismo a Johnny—, o a todos los hombres?

—A ti más que a nadie, al gran y rubio imbécil, con tu cabeza en


forma de rugby —espetó Lizzie. Empujando su silla hacia atrás, se
levantó y lanzó una mirada a Johnny—. Y tú estás en segundo lugar,
Capitán Fantástico, por no tener un mejor control sobre ese imbécil.

Dicho esto, Lizzie se dio la vuelta y salió a toda prisa del comedor.

—Guau —dijo Gibsie cuando se fue—. Esa chica me odia en serio.

—Odia a todo el mundo —replicó Claire, dándole unas palmaditas


en el brazo para calmarlo—. No te lo tomes como algo personal.

—Es cierto —decidí ofrecer—. Sólo le gustan dos personas.

—Exactamente —coincidió Claire—. De verdad, no es nada


personal. Lizzie sólo nos protege.

—Sí, bueno, yo no tengo una cabeza con forma de rugby —refunfuñó


Gibsie. Miró a Johnny—. ¿La tengo?
—No, Gibs. —Johnny suspiró—. Tu cabeza no tiene forma de balón
de rugby.

—¿De verdad? —Se tocó la cabeza cohibido—. Porque pesé como


seis kilos cuando nací, y mi mamá siempre se queja con sus amigas de
cómo la destrocé con mi gran cabeza.

—Es una cabeza perfectamente normal, Gibs —le dijo Johnny—.


Muy circular.

—¿No es demasiado grande?

—Creciste —le aseguró—. Ahora te queda bien.

Sin poder evitarlo, me reí al ver a Johnny consolando a Gibsie.

—¿Te estás riendo de mi desgracia otra vez, Pequeña Shannon? —


respondió Gibsie con una sonrisa engreída—. Adelante, desahógate.

Me encogí de hombros con impotencia, sin dejar de sonreír.

Era tan inusual y divertido.

—Ahora, volvamos a los negocios —continuó Gibsie, recostándose


en su silla—. ¿Qué quieres ver esta noche?

Claire frunció el ceño.

—¿Esta noche?

—Vamos a ir al cine —afirmó él con una sonrisa diabólica.

—¿Quiénes son nosotros? —dijo Johnny, tensándose a mi lado.

Gibsie hizo un círculo alrededor de nosotros cuatro.

Me quedé con la boca abierta.

—¿Eh?
—La loba también puede venir —le dijo a Claire—. Si prometes
ponerle un bozal.

—Gibs —dijo Johnny en tono de advertencia, sacudiendo la cabeza.

—Vamos, muchacho —replicó Gibsie—. Puedes perder una sesión


por una noche, necesito un conductor de apoyo hasta que me sienta
cómodo conduciendo solo. —Girándose para mirarme, dijo—: ¿Qué
dices, Pequeña Shannon?

Miré a Claire, que me devolvía la mirada con una confusión


reflejada, y luego a Johnny, que parecía sufrir algún tipo de dolor físico,
antes de decantarme por Gibsie.

Di que sí, Shannon.

Ve con ellos.

Quieres hacerlo.

De verdad, de verdad que quieres.

Pero él te matará.

Eres una chica muerta caminando si lo descubre.

Sacudí la cabeza y balbuceé:

—No puedo.

—¿No puedes? —Gibsie frunció el ceño—. ¿Por qué no?

—Porque yo… no… es… —Sacudiendo la cabeza, exhalé una


respiración entrecortada—. Yo no…

—Ella no puede ir, Gibs —intervino Johnny por fortuna—. Déjalo.

—Pero…

—¡Déjalo!
El timbre sonó entonces, señalando el final del almuerzo, y Johnny
se puso en pie de golpe.

—Vamos, imbécil —gruñó, mirando a Gibsie—. Tenemos cosas que


resolver.

—¿Me pasaré por tu casa sobre las siete? —preguntó Gibsie a


Claire—. ¿Te viene bien?

Claire asintió contenta.

Le dedicó una enorme sonrisa antes de levantarse y alborotarle los


rizos.

—Nos vemos entonces, Claire-Bear.

Mi mirada encontró el camino de vuelta a Johnny, que estaba de pie


en el borde de la mesa con una expresión estruendosa grabada en su
rostro.

—Adiós, Johnny —le dije en voz baja.

Sus rasgos se suavizaron al instante mientras me miraba y sonreía.

—Adiós, Shannon.

—Bueno, eso ha sido lo más extraño que ha pasado en mucho tiempo


—anunció Claire cuando los chicos se fueron.

—Sí —dije—. Muy extraño.


Pausas para el baño y Proposiciones

Shannon
Cuando las personas dicen algo que es demasiado bueno para ser
verdad, generalmente lo es.

Así fue exactamente como me sentí cuando salí del baño el martes por
la tarde después de las clases y choqué con un duro pecho.

Sorprendida de encontrar a alguien de pie fuera del baño cuando el


timbre final hacía tiempo que había desaparecido, dejé escapar un
pequeño chillido.

—¿Cómo te va, Shannon? —preguntó el chico rubio, vagamente


conocido, sonriendo hacia mí.

Los pasillos estaban relativamente vacíos, con sólo unos pocos


estudiantes deambulando por los pasillos, lo que me llevó a creer que
había estado esperándome aquí.

Después de todo, el baño de las chicas era un lugar inusual para que
un chico merodeara fuera de él, en especial uno vestido con un jersey,
pantalones cortos y botines de fútbol.

El pánico, mezclado con una gran dosis de desconfianza, se encendió


en mi interior.

—Ah, bien —respondí, acomodando y volviendo a acomodar mi


cabello detrás de mi oreja, una característica nerviosa—. ¿Cómo estás?
—Mejor ahora que hablo contigo —anunció, confirmando mi peor
pesadilla, mientras se acercaba, con los tacos de sus botas chocando
contra el suelo.

—¿Me estabas esperando aquí fuera? —Me obligué a preguntar,


necesitando la confirmación vocal. No me preguntes por qué, pero
necesitaba aclarar la locura—. En tu… —Señalé su atuendo—, ¿equipo
de educación física?

—Estaba entrenando y me olvidé el protector bucal en mi casillero


—explicó, sin avergonzarse un ápice de nada de esto—. Te vi entrar en
el baño cuando me dirigía a mi casillero, así que pensé en esperar para
hablar contigo. —Encogiéndose de hombros como si su explicación sin
sentido fuera perfectamente aceptable, añadió—: Por cierto, soy Ronan.
Ronan McGarry. Tenemos francés juntos.

Su tono era amistoso, pero sabía que no debía dejarme engañar.

Lo amistoso podía convertirse en maltratador en un nanosegundo.

—Sí. Lo sé. —Dando un paso atrás para recuperar mi espacio


personal, añadí—: Bueno, ha sido un detalle que hayas venido a saludar,
pero tengo que ir a tomar el autobús. Sale pronto y el conductor no quiere
esperar.

—Te vi en el campo ese día, Shannon —ronroneó, con la voz baja y


los ojos encendidos de emoción—. De eso quería hablarte. —Dio otro
paso hacia mí, invadiendo mi espacio una vez más—. ¿En bragas? Esas
piernas asesinas… Te he visto toda.

Mi corazón se hundió.

Cada músculo de mi cuerpo se bloqueó de miedo.

Era esto.

Lo que había estado esperando.


La inevitable burla.

Conocía vagamente a Ronan McGarry, ya que me había sentado


frente a él en la clase de francés las últimas semanas, pero no me había
dado cuenta de que estaba en el equipo de rugby.

No me había fijado en él en el campo la semana pasada, pero


entonces, no me había fijado en nadie más que en Johnny ese día.

Supongo que tenía sentido, con el equipo embarrado que llevaba y el


pómulo magullado.

Pero no tenía nada que decirle, así que me callé y esperé a que
hablara.

Lo haría.

Siempre lo hacían.

—Y tengo que ser sincero, Shannon. —Levantó la mano y tiró de mi


trenza con su mano manchada de barro, no con fuerza, fue más bien en
plan de juego, pero no me gustó la intromisión—. No he podido dejar de
pensar en ti desde entonces.

Finge indiferencia, Shannon.

Finge que no te importa.

Dando un paso hacia un lado para liberar mi cabello de su agarre, me


deshice de sus palabras con un pequeño encogimiento de hombros y
volví a acomodar mi mochila sobre mis hombros.

Me miró fijamente durante un largo rato, con los ojos bailando de


emoción, antes de decir:

—Eres una cosita tímida, ¿verdad?

—No —respondí, con la voz baja, y era la verdad.


No era tímida.

Podía ser tan franca y platicadora como cualquiera cuando estaba


con gente en la que confiaba.

Pero era cautelosa.

Tenía buenas razones para serlo.

Y no me fiaba de él.

—Bueno, tímida o no, eres jodidamente hermosa debajo de esa ropa


—declaró lentamente, mordiendo su labio inferior mientras sus ojos
vagaron sobre mi cuerpo sin vergüenza—. Reamente me encantaría tener
tu teléfono.

Mi boca se abrió.

¿Hablaba en serio?

Me quedé boquiabierta mirando su rostro, tratando de calibrarlo.

Parecía completamente serio.

—Yo, ah, yo, no… —Sacudiendo la cabeza, evité por poco su mano
una vez más cuando intentó tirar de mi trenza de nuevo—. Lo siento,
Ronan, pero no doy mi número a extraños.

Lo último que quería hacer era dar mi número de teléfono a alguien


que no fuera Claire o Lizzie.

Dar mis datos significaba que los acosadores tenían línea directa con
mi psique las 24 horas del día, los 7 días de la semana.

Y aunque ya había cometido ese error una vez en mi antigua escuela,


un nuevo número de teléfono y los restos ardientes de una sabiduría
duramente ganada significaban que no volvería a hacerlo.

Ronan frunció el ceño.


—No soy un extraño.

—Lo eres para mí —respondí, obligándome a mantenerme firme.

—Vamos, Shannon, no muerdo. —Continuó sonriéndome, pero su


sonrisa era más dura, sus ojos un poco más fríos ahora—. Sólo dame tu
número.

—No. —Sacudí la cabeza—. Lo siento, pero no te conozco lo


suficiente como para darte mi número.

—Siempre puedes conocerme —ronroneó, poniendo una mano firme


en mi hombro.

Aunque no podía sentir su tacto a través de mi grueso abrigo de


invierno, retrocedí inmediatamente ante el contacto, pero él no movió la
mano.

—Tengo que tomar un autobús —dije con voz estrangulada,


repitiendo mis palabras anteriores. Mis hombros estaban más rígidos que
el hormigón cuando añadí—: Tengo que irme ahora o lo perderé. —Me
estaba agarrando a un clavo ardiendo, pero quería alejarme de ese
chico—. En serio, el conductor no me esperará.

—Habrá otro autobús —replicó—. No habrá otro yo.

Dios mío, esperaba que no.

—Escucha —insistió Ronan, con un tono coqueto—. Se supone que


estoy en una charla después del entrenamiento con el equipo en el
campo. Al entrenador le gusta reunirnos a todos para hablar de estrategia
después de los entrenamientos.

Me lo dijo como si pensara que me importaba.

No me importaba.

Sólo me importaba que se alejara de mí.


—Pero no tengo que ir. —Su mano pasó de mi hombro a mi codo—
. Podría faltar por ti. —Su mano bajó, recorriendo el dobladillo de mi
falda—. ¿Qué dices? —preguntó, acercándose a mi oído—. ¿Te apetece
volver al baño y conocerme un poco mejor?

—No —espeté, apartándome de su contacto—. No me interesa.

—Vamos, Shannon —exclamó, con un tono acalorado y los ojos


brillando de frustración—. Mira a tu alrededor. —Volvió a ponerme la
mano en el hombro, esta vez sin delicadeza—. Nadie va a vernos…

Ronan no tuvo la oportunidad de terminar esa afirmación cuando fue


sacado, literalmente arrastrado por el cuello, por un chico mucho más
grande, mucho mayor.

—Eres un puto suicida, ¿verdad? —decía el chico en un tono


extrañamente ligero mientras se paseaba por el pasillo con su enorme
mano ahuecando la nuca de Ronan, obligándolo a doblarse y a
contonearse para seguir sus largas zancadas.

Llevaba el mismo atuendo: un jersey de rayas blancas y negras, unos


pantalones cortos blancos y unas botas que hacían ruido contra el suelo
al caminar, con los terrones de tierra y hierba que se desprendían de los
tacos.

El único contraste era un número 9 en la espalda del jersey de Ronan


y un número 7 en la del grandullón.

El reconocimiento inmediato me golpeó.

El número 7.

Gerard «Gibsie» Gibson.

El enamorado de Claire.

El paseador de gatos.

El extraño.
¡Gracias a Dios!

Todos los estudiantes que aún merodeaban por el pasillo dejaron de


hacer lo que estaban haciendo para ver el drama, pero nadie intervino.

Ninguna persona intervino en defensa de Ronan mientras el gigante,


el hombre-niño de cabello rubio le hizo avanzar por el pasillo.

—Quítate de encima, Gibsie —chillaba Ronan, intentando, sin éxito,


liberarse del agarre del monstruo—. Sólo estaba bromeando.

—Sabes que va a matarte, ¿no? —preguntó Gibsie, con un tono de


humor, mientras acompañaba a Ronan hasta la entrada principal y luego
lo arrojaba ceremoniosamente por las puertas dobles de vidrio.

—¡Gibsie! —gritaba Ronan, con el rostro rojo, mientras luchaba con


la perilla de la puerta—. Deja de molestar. Sólo estaba siendo amistoso
con ella.

—Eso no sonó amistoso, chico —se burló Gibsie—. Eso sonó


desesperado y un poco violento.

Ahora mismo, los dos chicos estaban tirando; con Ronan intentando
furiosamente abrir la puerta, y Gibsie cerrándola con razonable facilidad.

—¡Déjame entrar, Gibsie! —rugió Ronan, tirando de la perilla como


un loco. Era un sistema de empujar y tirar y él no conseguía empujarla
hacia dentro—. Necesito mi inhalador.

—No, ni siquiera intentes esa mierda conmigo, McGarry —gritó


Gibsie con una carcajada, sosteniendo la puerta cerrada cuando Ronan
intentó la perilla—. Conocías las reglas y no tienes asma.

—Y, ¿qué? —exigió Ronan, con cara de indignación—.


¿Simplemente vas a dejarme fuera de la escuela porque él ha dicho que
no?

¿Qué?
—Absolutamente.

¿De qué demonios estaban hablando?

—¡No es mi capitán! —gruñó Ronan, presionando su frente contra el


vidrio.

Estaba muy confundida.

—Oh, pero lo es —replicó Gibsie, todavía riendo, y estaba segura de


que la situación le resultaba muy divertida—. Y los perros que no pueden
comportarse con la nueva amiga del Cap se quedan fuera.

—Vas a pagar por esto, Gibs —siseó Ronan—. Te juro por Dios que
si no me dejas entrar, se lo voy a contar a mi tío.

—¿Es así?

—Te echarán del equipo por esto.

—Por la amenaza, me voy a follar a tu madre, McGarry —replicó


Gibsie—. Y luego me voy a correr en todas sus tetas, y a ella le va a
encantar cada minuto. —Con otra risa, dijo—: Ve y cuéntale al tío-
entrenador todo lo que he planeado con su hermana.

—¡Te voy a matar! —gritó Ronan, golpeando sus puños contra el


cristal.

—Chúpame las bolas…

—¿Qué sucede? —retumbó una voz masculina familiar en el aire.

Me di cuenta de inmediato.

Conocía ese acento.

Sin decisión consciente, mis ojos buscaron frenéticamente al dueño


de la voz, y cuando lo encontré, caminando rígidamente fuera del
comedor, sosteniendo una bolsa de hielo en su muslo derecho, mi
corazón martilleó salvajemente contra mi caja torácica.

Al estar a unos seis metros de distancia, estaba en desventaja visual,


pero estaba lo suficientemente cerca como para ver cómo cada
centímetro de la parte superior del cuerpo de Johnny se tensaba contra el
confinamiento de su jersey, desde sus anchos hombros hasta sus bíceps
del tamaño de un tronco de árbol y su largo y delgado torso.

Sus piernas eran largas, sus muslos gruesos y musculosos, todos ellos
cubiertos de hierba y barro. Me fijé en el pequeño desgarro de la manga
de su camiseta, donde su bíceps estaba abultado.

Señor, estaba literalmente reventando la tela.

Iba vestido de forma idéntica a los demás chicos, con el mismo jersey
y los mismos pantalones cortos, pero era incomparablemente diferente
por el gran tamaño de su cuerpo.

Era casi demasiado grande.

Demasiado musculoso.

Demasiado aterrador.

Demasiado guapo.

Demasiado.

Sacudiendo la cabeza para despejar mis pensamientos errantes, me


centré en la acalorada discusión que se producía en el otro extremo del
pasillo.

—¿Qué hizo ahora el pequeño idiota? —ordenó Johnny cuando se


acercó al espacio entre él mismo y Gibsie.

Noté mentalmente que estaba caminando como el mismo ligero


cojeo que había observado en él innumerables ocasiones.
Apenas se notaba, pero si observabas con la suficiente atención,
como constantemente parecía hacerlo yo, era claro que intentaba
mantener su peso fuera de su pierna derecha.

Mi mirada bailó entre los tres; moviéndose de Ronan, que ya no


estaba tirando de la perilla, de hecho, se había alejado algunos pasos de
la puerta, hacia Gibsie quien ahora sonreía como el gato Cheshire, antes
de aterrizar y permanecer en Johnny.

En serio, tan alto como era Gibsie, Johnny lo sobrepasaba.

Había una línea de lodo seco sobre su mejilla que intentó quitar con
el dorso de su mano libre.

Su cabello castaño oscuro estaba levantado en cuarenta direcciones


diferentes.

Probablemente de sudar, noté mentalmente, o de jugar afuera en la


lluvia.

Estaba de pie de tal forma que podía ver su perfil lateral y la forma
en que su ceño se fruncía cuando Gibsie le hablaba en voz baja al oído.

No pude distinguir lo que decían y no quise abandonar el santuario


de mi rincón fuera del baño, sabiendo que siempre podía entrar y
encerrarme en un cubículo del baño y llamar a Joey si esto se ponía feo.

Segundos después, el cuerpo de Johnny se tensó visiblemente.

—¿Qué?

Tirando la bolsa de hielo al suelo, sus manos se cerraron en puños a


los lados mientras se giraba para mirar por el cristal, revelando el número
13 en su espalda.

Dio un paso adelante, deteniéndose justo antes de la puerta cuando


Gibsie le puso una mano en el hombro.
—¡Me estás tomando el pelo! —rugió, reaccionando a lo que su
amigo le susurraba al oído.

La cabeza de Johnny se volvió en dirección a Ronan antes de girar


rápidamente hacia mí.

Sus ojos se posaron en mi cara y, maldita sea, parecía lívido.

Fue sólo una mirada fugaz y rápidamente volvió a centrar su atención


en Ronan.

Esta vez pude escuchar claramente lo que decía.

—Te voy a dar cinco segundos de ventaja, CaradeImbécil —rugió a


través del panel de cristal—. Y luego te voy a cortar el pene y te lo voy a
dar de comer.

—Vete a la mierda, Kavanagh —le gritó Ronan, pero su rostro estaba


mucho más pálido que antes—. No puedes tocarme.

—Uno —ladró Johnny—. Dos, tres, cuatro…

—¿Qué esperas? —gritó Gibsie, agitando las manos en el aire de


forma alentadora—. Corre, Forrest.

¿Realmente iban a pelear?

¿Por mí?

¿Era realmente por mí?

No podía ser.

Ni siquiera me conocían.

De ninguna manera.

No me gustaban los enfrentamientos, no podía soportarlos, y esto


parecía estar a punto de convertirse en una bola de nieve.
Decidí distraerme de la situación, giré sobre mis talones y salí
corriendo hacia el baño, sin detenerme hasta que estuve a salvo en uno
de los baños con la puerta cerrada detrás de mí.

Con manos temblorosas, me quité la mochila de los hombros y lo


dejé caer sobre el suelo de baldosas.

Me dejé caer sobre el retrete cerrado, me incliné hacia delante, apoyé


los codos en mis rodillas y enterré mis manos en mi cabello,
tambaleándome.

¿Qué demonios acababa de pasar?

¿Qué fue eso?

¿Qué habría hecho si Gerard o Gibsie o como se llame no hubiera


venido?

¿Dónde estaría ahora?

Mientras mi adrenalina anterior se desinflaba, las lágrimas goteaban


por mis mejillas, pero no era porque estuviera molesta.

Está bien, sí, estaba molesta, pero mis lágrimas eran de rabia.

En realidad, estaba furiosa.

¿Quién demonios se creía Ronan McGarry?

Es más, ¿quién se creía que era yo?

Invitándome a los baños con él.

Dios, parecía que esperaba que dijera que sí.

Parpadeando, aparté las lágrimas, apreté y luego abrí los puños, con
las rodillas golpeando mientras la ira y la humillación me recorrían.

Odiaba a los humanos.


Eran una gran decepción.

Y pensar que Dios cambió a los dinosaurios por el hombre.

Debía estar furioso.

Me pasé una mano por la cara, me limpié rápidamente las mejillas


húmedas y luché por controlar mis emociones.

Me enfadé conmigo misma por ser el tipo de persona que llora


cuando se enfada.

Quería ser una gritona.

Un gritón era mucho mejor que un llorón.

También estaba disgustada conmigo misma por congelarme.

No tenía derecho a ponerme las manos encima y no hice nada para


impedirlo.

Las palabras no parecían suficientes para ese chico, y en lugar de


darle una patada en su entrepierna o apartar su mano de un manotazo,
me había callado como siempre.

Ya debería haber aprendido que ser una pusilánime no me hacía


ningún favor, y no defenderse tampoco era una opción.

En situaciones como la que acababa de ocurrir, tenía que luchar.

Tenía que dejar de permitir que el miedo se apoderara de mí.

Tenía derecho a defenderme.

No era un problema defenderse a sí misma.

Lo sabía, pero el problema era que, cada vez que me enfrentaba a una
confrontación o a una crisis, mi cuerpo y mi mente reaccionaban siempre
con el mismo instinto roto: congelarme.
La gente hablaba del instinto de lucha o de huida.

Yo no tenía ninguno de los dos.

En lugar de luchar o huir, me congelaba.

Todas las malditas veces.

Respiré con calma unas cuantas veces y exhalé larga y lentamente,


esforzándome por estabilizar mis nervios y los erráticos latidos de mi
corazón.

Me costó tres intentos de sacudir la mano antes de tener la


coordinación necesaria para desabrochar los botones superiores de mi
abrigo y recuperar el teléfono del bolsillo de la camisa bajo el saco.

Temblando, desbloqueé la pantalla sólo para liberar una nueva


oleada de pánico en mi torrente sanguíneo cuando mis ojos se posaron
en el reloj digital de la parte superior de la pantalla.

Eran las 5:47.

Mi autobús salía a las cinco y media en punto.

Lo había perdido.

No habría otro que pasara por la ruta que necesitaba hasta las 9:45
de esta noche.

—Mierda —susurré-lloré, desplazándome rápidamente por mi lista


de contactos para encontrar el nombre de mi hermano.

Al pulsar el botón de llamada, me acerqué el teléfono a la oreja, pero


en lugar del típico sonido de timbre que se produce al realizar una
llamada, me recibió una voz robótica pregrabada que me informaba de
que no tenía suficiente crédito para realizarla.

—¡Maldita sea!
Gimiendo, introduje rápidamente el código que me permitía enviar
un mensaje de texto gratuito de «llámame» a Joey.

Al no obtener una respuesta inmediata, envié otro, y luego envié tres


más por si acaso.

Mamá estaba en el trabajo y no llevaba el teléfono encima, y yo


prefería dormir aquí mismo, en este retrete, que llamar a mi padre para
que viniera a buscarme, aunque ni siquiera vendría si se lo pidiera.

Treinta minutos más tarde, había enviado al menos veinte mensajes


gratuitos más de «llámame» a mi hermano, pero sin éxito.

Evidentemente, o bien no llevaba el teléfono consigo, o bien estaba


en modo silencioso.

Apuesto a que estaba en modo silencioso, ya que Joey rara vez salía
de casa sin él. Probablemente se olvidó de quitarle el modo silencioso
cuando salió de la escuela.

No sabía qué otra cosa podía hacer más que esperar en la escuela
hasta que llegara el próximo autobús.

Sabía que el colegio permanecía abierto hasta tarde para los


programas extraescolares y las clases particulares.

Técnicamente nunca cerraba, ya que también era un internado, pero


la zona principal estaría abierta hasta al menos las nueve de la noche.

Mi estómago rugió con fuerza, rompiendo el silencio.

Comprobando de nuevo la hora, observé que eran las 6:18.

Tenía esas rebanadas de pan guardadas en mi lonchera.

Podía ir a preparar unas tostadas en la zona común mientras


esperaba.
Estaría en serios problemas cuando llegara a casa, pero de ninguna
manera en la tierra de Dios iba a caminar los veinticuatro kilómetros a
casa.

La caminata, estaba segura de que podría manejarla.

Lo que me preocupaba era a quién podría encontrar en el camino.

Me levanté, me metí el teléfono en el bolsillo de la blusa, me abroché


el abrigo, agarré la mochila y salí del baño, deteniéndome para lavarme
las manos antes de abandonar la santidad del baño.

Presioné mi oído contra la puerta y escuché durante un largo rato.

Cuando no llegaron sonidos de violencia y gritos del otro lado, abrí


la puerta y salí.

Como si se tratara de un horrible caso de déjà vu, salí del cuarto de


baño y me topé directamente con un duro pecho de músculos.
Mantén tus manos alejadas

Johnny
Mi ingle estaba en llamas y mi cuerpo estaba hirviendo a fuego lento
con una ira apenas contenida.

Recibir una bota en la entrepierna mientras estaba en el fondo de la


zona de scrum durante el entrenamiento no era mi idea de una sesión de
práctica productiva.

Me tomó cinco minutos enteros de respirar por la nariz mientras


yacía en un montón en el campo antes de que pudiera confiar en que el
contenido de mi estómago se quedara allí y ponerme de pie.

Resistiendo la reacción natural de mutilar y matar al culpable, que


resultó ser un Hughie de aspecto tímido, desperdicié los últimos cinco
minutos de entrenamiento a favor de ir en busca de una bolsa de hielo.

Se acercaba la final de la liga y los idiotas de mis compañeros me iban


a acabar antes de que llegáramos.

Darme rienda suelta el fin de semana pasado estuvo muy bien, y el


escudo fue una pequeña victoria agradable para el equipo, pero mi vista
estaba puesta en la copa y la de ellos también debía estarlo; sin embargo,
al parecer no era así, si la lenta sesión de entrenamiento de ayer y la
actuación descuidada de esta noche era algo en lo que basarme.
Estaba saliendo del comedor con una bolsa de hielo atada a mi
entrepierna y otra presionada contra mi muslo cuando la voz de Gibsie
retumbó en el aire seguida por la molesta voz de Ronan McGarry.

—¿Qué hizo ahora el pequeño idiota? —ladré cuando se hicieron


patentes, de pie a ambos lados de la puerta de entrada de vidrio.

—No pierdas la cabeza —dijo Gibsie en voz baja—. Lo tengo bajo


control.

—¿Qué? —exigí.

Gibsie soltó un suspiro.

—Estaba molestando a Shannon fuera de los baños. —Se frotó la


cara con la mano—. Tratando de hacer que ella vaya al baño con él.

Todo mi cuerpo se tensó cuando una neblina roja nubló mi visión.

Estuve extremadamente enojado con Gibsie por el ardid que provocó


en el almuerzo ayer, pero en este momento, estaba agradecido por su
intromisión.

Lancé la bolsa de hielo al suelo, miré por la ventana y gruñí:

—¡Me estás tomando el pelo!

—Nop. También se puso un poco loco con ella —agregó Gibsie,


mirando a través del cristal a McGarry—. Aparentemente, McGarry
tiene un problema con su audición porque la chica claramente le dijo que
no.

Mis piernas se movieron antes de que mi cerebro tuviera la


oportunidad de ponerse al día.

Le advertí.

Maldita sea, le advertí a esa pequeña mierda que la dejara en paz.


Iba a matar a ese pequeño hijo de puta.

—No lo hagas —me advirtió Gibsie mientras tomaba mi hombro y


me empujaba hacia atrás—. Ella está justo allí, chico.

Me di la vuelta para encontrar a Shannon con los ojos muy abiertos


mirándome.

Parecía aterrorizada.

—Por el amor de Dios —gemí, volviéndome rápidamente para no


ver el miedo en sus grandes ojos azules.

Todo el día, había estado haciendo todo lo posible para mantener la


distancia, pero el jodido McGarry acababa de fastidiarlo.

Lo odiaba.

Era una palabra fuerte, pero precisa al evaluar mis sentimientos hacia
el idiota.

Le advertí que se mantuviera alejado de ella, y él fue y lo hizo de


todos modos.

Tal vez una vez que use mis puños en lugar de mis palabras, me
tomaría en serio.

Si no lo hacía, íbamos a tener un problema aún mayor.

Volviéndome hacia Ronan, siseé:

—Te voy a dar cinco segundos de ventaja, CaradeImbécil. Y luego te


voy a cortar el pene y te lo voy a dar de comer.

—Vete a la mierda, Kavanagh —escupió McGarry—. No puedes


tocarme.

—Uno —gruñí, agarrando la manija de la puerta—. Dos, tres,


cuatro…
—¿Qué esperas? —Gibs se rio entre dientes, haciendo gestos de
despedida con las manos—. Corre, Forrest.

—Cinco —gruñí y luego abrí la puerta.

McGarry salió disparado como un perro escaldado, corriendo a toda


velocidad.

Podía moverse tan rápido como sus piernas se lo permitían y aun así
no podía dejarme atrás.

Herido o no, yo era una maldita bala.

—Lo siento —rugió por encima de su hombro mientras corría por el


patio—. Detente… ¡lo siento! No volveré a acercarme a ella.

—Demasiado poco y demasiado tarde, imbécil —le respondí,


acercándome a él.

Extendiendo la mano, agarré la parte de atrás de su jersey y tiré de él


para que se detuviera abruptamente.

—Quítate de encima de mí —siseó, corcoveando contra mi agarre.

—Ven aquí, pequeña mierda —le ladré mientras lo arrastraba por los
escalones hasta el salón de educación física.

—Detenlo —le gritó Ronan a Gibsie, que nos seguía—. Gibs, vamos,
chico.

—Gran posibilidad de que eso suceda, chico —respondió Gibsie—.


A diferencia de tu estúpido trasero, no soy suicida y no tengo intención
de ponerme en la línea de fuego.

Acechando en el pasillo, marché por el corredor y golpeé mi palma


contra la puerta del vestuario, empujándola para abrirla.

Todo el equipo estaba dentro de la habitación y se volvió para


mirarnos.
—Oh, por el amor de Dios —se quejó Hughie, viéndonos entrar con
una mirada de resignación en su rostro—. ¿Qué hizo ahora?

—Rompió las reglas. —Gibsie se rio—. El chico va a la iglesia.

—Y lo estábamos haciendo muy bien. —Feely suspiró.

—¿Eh, Johnny? —murmuró Cormac Ryan, rascándose la barbilla sin


afeitar—. ¿Deberías estar haciéndole eso al sobrino del entrenador…

—Alégrate de que no seas tú, cara de imbécil —gruñí, manteniendo


un agarre mortal sobre McGarry mientras lo arrastraba hacia las duchas.

—¡Deténganlo! —exigió Ronan—. Muchachos, ¡ayúdenme!

Nadie se movió.

Bien.

Estos muchachos tenían lealtad.

—¿Crees que puedes poner tus manos sobre ella? —siseé cuando
estábamos en las duchas y lejos del equipo. Soltándole el cuello, lo
empujé contra la pared—. ¿Bien?

—Sólo estaba jugando con ella —gruñó, empujándose de la pared—


. Era una broma. Cristo, relájate.

—¿Me veo relajado para ti? —Di un paso hacia él—. ¿Me estoy
riendo, imbécil?

—Retrocede —advirtió McGarry, levantando los puños frente a él—


. Lo digo en serio, Kavanagh. Retrocede.

—Bonitas palabras —gruñí, acercándome a él—. Lástima que no


sepas el significado de ellas.

Me dirigió un golpe y logró darle al costado de mi mandíbula.


Movimiento peligroso.

—Tú, descarado, pequeño hijo de puta. —Cerré el espacio entre


nosotros, agarré su cabeza y enterré mi cabeza en el puente de su nariz.

Un crujido extremadamente satisfactorio llenó mis oídos.

El flujo constante de sangre que corrió por su rostro hizo poco para
saciar la furia que ardía dentro de mí.

—¡Ahhhh, Cristo! —rugió Ronan, desplomándose en el suelo,


tapándose la nariz—. Creo que me rompiste la nariz, Johnny.

—Tu nariz sanará después de un descanso. —Agarrando su jersey, lo


arrastré a una cabina de ducha, golpeé con mi mano la boquilla cromada
circular que sobresalía de la pared y observé cómo el agua helada caía
sobre él—. Pero tu columna no lo hará. —Agachándome frente a él,
sostuve su rostro bajo el agua—. Y eso es exactamente lo que aplastaría
si la miras de nuevo.

—Sólo estaba hablando con ella —soltó, con la cara roja—. Cristo.

—¡Pues no hables con ella! —espeté, mirando fijamente su estúpido


maldito rostro—. No la mires, y no la toques. Ella no es para ti. —Con
gran esfuerzo, me obligué a soltarlo y dar un paso atrás—. ¿Te quedó
claro esta vez?

—Como el cristal —murmuró McGarry por lo bajo.

—Será mejor que lo digas en serio esta vez, chico —dije en un tono
de advertencia—. Porque si me presionas en esto, te mataré.

—Terminé —se quejó—. Maldito infierno.

Le lancé a Ronan una última mirada de muerte antes de regresar al


vestuario.

Como era de esperar, Gibsie estaba sentado en el banco con una


sonrisa engreída grabada en su rostro.
—¿Está vivo?

—Por ahora —dije entre dientes.

Quitándome mis botines de fútbol, agarré un par de pantalones de


chándal de mi bolsa y me los puse sobre los pantalones cortos.

Podría ducharme cuando llegara a casa.

En este momento, necesitaba largarme de este lugar antes de que


explotara del enfdo.

Había demasiados imbéciles cerca de mí, McGarry y Ryan para ser


precisos, y no confiaba en mí mismo.

Irónicamente, la letra de la canción Stuck in the Middle vino a mi


mente.

Sacudiéndome el pensamiento, me concentré en empacar mi bolsa.

Cuando tuve todo cargado en mi bolsa de equipo, salí del vestuario


sin decir una palabra a mis compañeros.

Afortunadamente, Gibsie no me siguió.

Tenía mi bolsa cargado en el asiento trasero de mi auto y estaba


girando hacia el lado del conductor cuando una repentina punzada de
incertidumbre me golpeó en el estómago.

¿Ella estaba bien?

¿Debería volver y ver cómo está?

No, probablemente se había ido a casa.

Yo debería irme a casa.

Pero, ¿y si ella no estaba bien?


No tienes tiempo para esto, imbécil, siseó mi cerebro, tienes una sesión de
PT en una hora.

Sacudiendo la cabeza, abrí la puerta de mi auto sólo para cerrarla


rápidamente y regresar a la escuela.

Sólo vas a ver cómo está, asegurarte de que está bien y luego largarte de ahí,
me dije mientras caminaba por la escuela hacia el baño de chicas. No hay
nada de malo en eso.

Pero lo había.

Había algo seriamente mal con esta imagen.

Estaba parado fuera del baño de chicas, esperando a que saliera una
chica que, para empezar, tal vez no estuviera allí.

Yo era tan malo como McGarry.

Disgustado conmigo mismo, me di la vuelta para irme.

Recorrí un metro y medio antes de volver sobre mis pasos al maldito


baño.

¿Qué diablos pasaba conmigo?

Estaba sumido en mis pensamientos, librando una batalla interna con


mi conciencia, cuando la puerta del baño se abrió de golpe y una
diminuta chica salió corriendo y se estrelló contra mi pecho.

En el momento en que mis ojos se posaron en ella, supe que estaba


en problemas.

Deberías haberte ido a casa mientras pudiste, idiota, siseó mi mente, no hay
forma de irse ahora.

¿No era esa la verdad?


Tienes un Auto Rápido

Shannon
Mi cuerpo chocó contra un duro pecho de músculo, causando que mi
mochila escolar cayera al suelo por el impacto.

Instintivamente, mis manos se lanzaron frente a mi cara, el modo de


autoconservación activado.

Si no estuviera tan asustada, me habría sentido orgullosa del grito que


me desgarró el pecho.

Era progreso.

Dos grandes manos salieron disparadas, capturando mis


extremidades agitadas y estabilizándome.

—Oye, oye, relájate. —Reconocí el indicio de un acento de Dublín de


inmediato—. Shh, relájate. Sólo soy yo.

Relajándome con alivio, miré su rostro, registrando la familiaridad.

—Oh, Dios. —Mis palabras salieron en un jadeo agudo, mientras lo


miraba fijamente, respirando fuerte y rápido—. Casi me das un infarto.

—Mierda, lo siento por eso. —Johnny me soltó y dio un paso atrás,


extendiendo las manos frente a él—. Estuviste en el baño tanto tiempo
que pensé que tendría que llamar a un equipo de rescate o algo así.
Dio otro paso hacia atrás, luego se acunó la nunca con una mano,
luciendo un poco incómodo.

Todavía vestía el mismo jersey con las mangas ligeramente rasgadas


en los bíceps, pero había cambiado sus pantalones cortos por pantalones
de chándal grises y sus botines de fútbol por un par de tenis.

—Sólo quería comprobar que estabas bien. —Encogiéndose de


hombros, dejó caer las manos a los costados y preguntó—: ¿Lo estás?

¿Lo estaba?

—¿Creo que sí? —Mi corazón latía a cien kilómetros por hora y sentí
que estaba a dos segundos de desmayarme por la adrenalina que corría
por mis venas.

Presionando una mano contra mi pecho, respiré profundamente


varias veces para calmar mis nervios agotados antes de poder hablar.

Era mucho más alto que yo, tanto que tuve que estirar la cabeza hacia
atrás para poder mirarlo a la cara cuando le pregunté:

—¿Me estabas esperando?

—Uh, sí. —Metiendo sus grandes manos en los bolsillos de sus


pantalones, Johnny asintió—. Quería asegurarme de que estabas bien.
Gibsie me contó lo que te dijo.

—¿Te lo contó?

—Sí. —Johnny asintió sombríamente—. Ese hijo de puta no volverá


a molestarte.

—¿Ronan?

Asintió, con su mandíbula apretándose.

—Escucha, necesito que confíes en mí cuando te digo que esa


pequeña escena con McGarry tuvo más que ver conmigo que contigo. —
Se movió incómodo y se pasó una mano por el cabello despeinado—. Le
gusta traspasar los límites, los míos más que la mayoría.

¿Traspasar límites?

¿Más que ver con él?

—Oh. —No estaba segura de qué decir a eso.

Estaba tan confundida.

—Gracias —añadí, porque agradecerle parecía lo correcto.

—No hay problema.

—¿Tú, eh, lo atrapaste? —pregunté, luego inmediatamente me


arrepentí de mi pregunta.

¿Por qué estaba conversando con él?

Esa era mi señal para irme.

¿Por qué no me iba?

¿Y por qué mi corazón no dejaba de intentar salir de mi pecho?

¿Iba a pasar esto cada vez que me tropezara con él?

Si era así, necesitaba conseguir una prescripción.

—Ronan —aclaré, cavándome un hoyo más profundo—. Estabas


contando hasta cinco.

—Como dije —respondió Johnny, con la mandíbula apretada—, no


volverá a molestarte.

Mis ojos se agrandaron.

—No lo mataste, ¿verdad?


Soltó una carcajada.

—No, Shannon, no lo maté.

—Ah, de acuerdo. —Solté un pesado suspiro—. Está bien.

Inclinó la cabeza hacia un lado, con una expresión curiosa y voz


suave.

—¿Lo está?

—Bueno, s-sí, sí —dije con voz ahogada—. Supongo que siempre es


bueno evitar un cargo de asesinato.

—Supongo que es cierto —respondió con una sonrisa.

—Bueno, estoy, ah, bien —dije, con un tono un poco tenso—.


Gracias por comprobarlo.

Él arqueó una ceja oscura.

—¿Estás segura?

—Sí.

—Bien.

—Bien.

No hizo ningún movimiento para alejarse y, por extraño que


pareciera, yo tampoco.

Ambos nos quedamos allí, a unos pocos centímetros de distancia,


con él mirándome y yo mirándolo fijamente.

Era difícil explicar lo que sucedía, pero casi se sentía como si


estuviera memorizando cómo me veía.

Al menos, eso es lo que yo estaba haciendo.


Sus ojos azul oscuro estaban en mi cara, moviéndose de mis ojos a
mis labios, y de regreso.

Me estaba contemplando abiertamente y no hizo ningún intento por


ser discreto al respecto.

Era desconcertante y emocionante a la vez.

Mi teléfono vibró contra mi pecho entonces, sorprendiéndome y


afortunadamente dándome un respiro muy necesario de la extraña
tensión que nos envolvía.

Desabotonándome el abrigo, saqué mi teléfono de mi bolsillo, miré


el nombre de Joey parpadeando en la pantalla y rápidamente presioné
aceptar.

—¡Shannon! ¿Qué sucede? —exigió mi hermano en la línea—. ¿Estás


bien? ¿Pasó algo… —Su voz se quebró y gruñó en la línea—… Si uno de
esos bastardos elegantes te hizo algo, perderé mi…

—Estoy bien —solté, interrumpiéndolo en medio de su perorata—.


Estoy bien. Cálmate.

Mis ojos se dirigieron a Johnny, que todavía estaba allí,


observándome con una mirada considerada.

—Perdí mi autobús —continué diciendo, dándole la espalda para


recuperar la compostura que tanto necesitaba—. Y el próximo no es
hasta las el cuarto para las diez de esta noche —expliqué rápidamente,
manteniendo mi voz baja y susurrada—. Ya oscureció y no quiero
caminar por si… —Me detuve antes de terminar esa oración, luego me
apresuré a preguntar—: ¿Estás con Aoife? ¿Pueden venir a buscarme?

Joey tenía su licencia completa, pero no tenía auto.

Su novia, que todavía tenía licencia provisional, tenía un Opel Corsa


de catorce años.
Era viejo y lento, pero funcionaba.

Joey era un conductor designado en el seguro de ella y su conductor


especial la mayoría de los días, y sabía que ella le permitía tomarlo
prestado cuando quisiera.

—Estoy realmente atascado, Joe —agregué, en voz baja—. No te lo


pediría si no estuviera desesperada.

—Ah, mierda, Shan. Trabajo hasta las nueve —se quejó Joey—. Me
llamaron para cubrir a uno de los muchachos, y Aoife trabaja hasta las
diez y media los martes, así que tiene el auto. ¿Probaste con mamá?

—Ella trabaja en el último turno —murmuré—. Y no voy a llamar a


papá.

—¡No! Jesús, no lo llames —estuvo de acuerdo Joey, en tono duro.


Suspiró profundamente al otro lado de la línea y dijo—: Mira, cuelga y
dame unos minutos. Llamaré a algunos de los muchachos, veré si alguien
puede recogerte. Te devolveré la llamada en unos minutos.

—No, no hagas eso —me apresuré a interrumpir, la idea de subirme


a un auto con uno de sus amigos, por muy tolerantes que fueran
conmigo, no era un concepto atractivo—. La escuela permanece abierta
hasta tarde. Puedo esperar aquí hasta que llegue mi autobús.

Un golpe suave en mi hombro desvió mi atención de mi llamada


telefónica.

Dándome la vuelta, miré hacia arriba y miré a los ojos a Johnny.

—Puedo llevarte a casa —dijo, sus ojos azules fijos en los míos.

—¿Eh? —Abrí la boca, pero no salió nada más que balbuceos.

—Mi auto está estacionado afuera. —Inclinó la cabeza hacia la


entrada—. Puedo llevarte a casa.
—Yo, eh, yo… —Negando con la cabeza, respiré hondo y lo intenté
de nuevo—. No, no, está bien. No tienes que hacer eso.

—Sé que no tengo que hacerlo —respondió lentamente—. Me


ofrezco.

—¿Qué sucede? —gritó Joey por la línea—. ¿Shan? ¿Qué ocurre?


¿Con quién estás hablando?

—Oh, ah, sólo este chico de la escuela —le expliqué, con la cara
ardiendo de calor.

Johnny arqueó una ceja.

Me sonrojé de un rosa brillante.

Mi reacción le provocó una sonrisa en sus labios carnosos.

—¿Chico? —exigió mi hermano, atrayendo mi atención de nuevo a


nuestra llamada telefónica—. ¿Qué chico?

—Sólo un chico que conozco —solté, con un tono oscuro.


Mordiéndome el labio inferior, miré a Johnny y dije—: En verdad, está
bien. No tienes que llevarme a casa.

—Espera, ¿quién te lleva a casa, Shannon? —ladró Joey en la línea,


distrayéndome una vez más—. ¿Por qué estás hablando con chicos lo
suficientemente mayores como para llevarte a casa? ¡Tienes quince años!

—Sé qué edad tengo, Joey —respondí con los nervios agotados—.
Mira, relájate. —Presionando mi palma contra mi frente, dije—:
Esperaré aquí hasta que llegue mi autobús.

—Ponlo al teléfono —ordenó Joey.

—¿Qué? —Me quedé boquiabierta—. ¿A quién?

—El muchacho que es sólo un chico que conoces con un auto —espetó,
devolviéndome mis palabras.
Retrocedí.

—¿Por qué?

—Porque quiero hablar con él —respondió Joey con impaciencia.

Miré a Johnny, que me miraba expectante.

Bajando la mirada, susurré:

—¿Por qué quieres hablar con él?

—Porque quiero hablar con el hijo de puta que se ofrece a llevar a mi


hermanita a casa en su auto, por eso.

Dejando escapar un suspiro de impaciencia, Johnny se aclaró la


garganta y extendió la mano.

Miré su mano y parpadeé confundida.

—Dame tu teléfono —instruyó con calma.

—¿Mi teléfono?

—Sí. —Johnny asintió—. Tu teléfono.

Cuando no hice ningún movimiento para dárselo, Johnny me lo


quitó de la mano y lo apretó contra su oreja.

—Hola, soy Johnny —dijo al otro lado de la línea, sosteniendo mi


teléfono de mierda en su oído—. Sí, conozco a tu hermana… —Hizo
una pausa antes de decir—: Kavanagh… sí, soy yo. —Siguió otra pausa
antes de que él asintiera—. Gracias. Fue una gran actuación en general.

Mortificada, me estiré y traté de agarrar mi teléfono, pero era


demasiado alto.

Extendiendo una mano entre nosotros para mantenerme a raya,


Johnny continuó hablando con mi hermano.
—Probablemente —dijo al teléfono—. Sí, es un movimiento
arriesgado. No, las entradas para la gira de verano no salen a la venta
hasta mayo… Sí, veré qué puedo hacer. Sin embargo, sólo juegos
locales… Genial.

¿Qué?

En serio, ¿qué?

Confundida no empezaba a explicar cómo me sentía en ese


momento.

—Estoy muy consciente —dijo Johnny en un tono seco, obviamente


respondiendo a algo que Joey estaba diciendo—. No, no lo hago…
Somos, eh, sí, somos amigos… obviamente… una licencia completa…
sí… —Su mirada parpadeó hacia mi cara—. Diecisiete… lo sé… sí, lo
entiendo… sé la diferencia… no lo haré —dijo Johnny antes de presionar
el final de la llamada y extender mi teléfono para mí.

—¿Qué acaba de suceder? —Retrocedí, mirando la pantalla negra de


mi teléfono—. ¿Qué te dijo?

Johnny se encogió de hombros, pero no respondió a mi pregunta.

En cambio, se abalanzó y agarró mi mochila.

—Vamos. —Lanzando mi mochila sobre su hombro, presionó una


mano en mi espalda y me empujó hacia adelante—. Tu hermano mayor
me dio permiso para llevarte a casa.

—¿Qué hay de tu mochila? —solté, notando que él sólo cargaba la


mía.

—Está en el coche —respondió, sin dejar de guiarme hacia la


puerta—. Vamos.

Como un cordero al matadero, lo acompañé, sabiendo que era una


idea terrible, pero incapaz de detener el movimiento de mis pies.
Sólo había un puñado de estudiantes en los pasillos, pero juro que
sentí cada una de sus miradas a medida que caminaba hacia la puerta
principal con Johnny.

Johnny abrió la puerta de vidrio y esperó a que saliera antes de


seguirme.

No tenía idea de qué hacer, o qué decir.

Estaba tan fuera de mi zona de confort que apenas podía funcionar.

Me sentí un poco mareada si era honesta.

Caminamos uno al lado del otro en silencio a través del patio y


bajamos por la avenida hacia el estacionamiento de los estudiantes.

A pesar de que hoy era el primero de marzo y el segundo mes de la


primavera en Irlanda, estaba oscuro afuera, sin mencionar el frío helado.

No era muy adepta a estar afuera en la oscuridad, y me encontré


pegada a él.

Ya sea que tuviera una conmoción o no, una parte de mi cerebro me


dijo que estaba a salvo con este chico.

Esa era probablemente la parte conmocionada hablando.

—Él no te lastimó, ¿verdad? —preguntó Johnny, rompiendo el


silencio cuando entramos al área de estacionamiento.

—¿Qué? —Volví la cara para mirarlo—. No, no, estoy bien.

—¿Estás segura? —Estaba mirando al frente, así que hice lo mismo,


sintiéndome demasiado expuesta a su alrededor—. ¿Él no puso sus
manos sobre ti?

—Estoy segura. —Metiendo mis manos en los bolsillos de mi abrigo,


mantuve mi mirada en la fila de autos adelante—. Estoy bien.
Johnny se tensó y el movimiento hizo que su brazo rozara el mío.

—Sabes, puedes decirme si lo hizo. —Metió la mano en su bolsillo y


sacó un juego de llaves—. No tienes que tener miedo.

—No lo hizo.

—Está bien, bien —murmuró, presionando un botón en la elegante


llave negra de un auto. Las luces destellaron desde un vehículo cercano
y nos condujo hacia él—. Este es mío.

—Cielos —murmuré cuando estuve lo suficientemente cerca para


distinguir el coche de aspecto impresionante—. ¿Tienes un Audi?

—Así es —concordó, abriendo una de las puertas traseras.

—¿Es tuyo?

—¿Por qué si no lo estaría conduciendo?

Hice una mueca.

—Pensé que podría pertenecer a tus padres o algo así.

—No, es mío —respondió—. Mis padres tienen sus propios


vehículos.

—Oh —susurré, boquiabierta de admiración.

Debido a la oscuridad, no podía describir si el auto era negro o azul


marino, pero Dios todopoderoso, oscuridad o no, podía decir fácilmente
que era elegante.

Y nuevo.

Y rápido.

Y costoso.

No era de extrañar que no quisiera que le devolvieran los €65.


—¿Es un A3? —pregunté, asombrada.

—Sí —respondió Johnny, arrojando mi mochila al asiento trasero


donde se unió a otra mochila y varias bolsas de equipo más, todas con
diferentes escudos del club.

Podía notar una bolsa de deporte a un kilómetro de distancia, después


de haber pasado la mayor parte de mi vida cayéndome sobre ellas.

También estaba dolorosamente consciente del hedor a adolescente que


salía de una de esas bolsas. Era similar al hedor que emanaba del
dormitorio de Joey; un olor distintivo compuesto por una combinación
de sudor, sexo y hombre.

Mirando por encima de su hombro, ignoré el hedor a muchacho y


me maravilló el interior de cuero.

—¿Te gustan los autos o algo así? —preguntó, girando su cabeza


justo a tiempo para atraparme husmeando sobre su hombro.

—De hecho, no. —Retrocedí un paso y me encogí de hombros,


sintiendo una oleada de calor inundar mi rostro y un gran alivio de haber
sido atrapada mirando su auto y no su trasero en esos pantalones.

Porque también lo había mirado.

Era difícil no hacerlo.

Era redondo, firme y…

—Pero a mi hermano Joey sí le gustan, así que conozco muchos de


los tipos al escucharlo —me apresuré a explicar y distraerme de mis
pensamientos peligrosos—. Ese es un auto rápido.

—Sí, es bastante decente por ahora.

—¿Por ahora?
Asintiendo, Johnny cerró la puerta trasera y me dedicó una rápida
sonrisa antes de abrir la puerta del pasajero delantero.

—Ah, mierda —se quejó, mirando consternado—. Lo siento por


esto. No estaba planeando tener a nadie aquí.

Mis ojos se fijaron en la completa masacre que era su asiento


delantero.

Santo infierno.

Era un completo desastre.

—¿Puedo sentarme en la parte de atrás si es más fácil para ti? —


ofrecí, no queriendo molestarlo más de lo que ya lo hice.

—¿Qué… no? —murmuró Johnny, rascándose la mandíbula—. Sólo


dame un segundo.

Se metió en el coche, recogió un brazo lleno de botellas vacías,


calcetines, envases de plástico, paquetes de chicles, latas de desodorante
y toallas, y los arrojó sobre el respaldo del asiento.

Tuvo que repetir este ciclo tres veces más, arrojando la basura del
asiento delantero al trasero, antes de que el espacio estuviera despejado,
deteniéndose a mitad de camino para guardar una billetera negra de la
que me informó había estado buscando.

Finalmente, cuando terminó con la limpieza improvisada, volvió a


salir, sonriendo tímidamente.

—Creo que estamos bien ahora.

Sonreí.

—Gracias de nuevo por ofrecerte a llevarme a casa.

—No hay problema —respondió—. Me imagino que todavía te debo


por la cabeza rota, ¿eh?
—No la rompiste —me apresuré a aclarar—. Sólo me golpeaste el
cerebro un poco.

Johnny hizo una mueca.

—En cierto modo lo hice, ¿no?

—Bueno —reflexioné—. Son veinticinco kilómetros a mi casa. Así


que, entre el dinero, la amenaza de cortarle el pene a Ronan y la vuelta
a casa, creo que podemos dejarlo saldado.

—Él no está en tu clase, ¿verdad? —Johnny exhaló un suspiro de


frustración—. Porque eso también se puede arreglar.

—Sólo tenemos una clase juntos dos veces por semana —expliqué.

La proporción entre hombres y mujeres en tercer año estaba muy


desequilibrada con ochenta chicos y sólo cinco chicas.

Las cinco chicas fueron colocadas en la misma clase, 3A.

Por suerte para mí, Ronan McGarry estaba en 3D, así que, con la
excepción de un par de clases mixtas durante la semana, no tendría que
mirarlo.

—Él nunca me ha dicho una palabra hasta esta noche —agregué.

—Bueno, si te da, aunque sea una pizca de mierda, házmelo saber —


gruñó Johnny—. Y lo arreglaré.

—¿Lo arreglarás? —cuestioné—. Haces que suene como si estuvieras


en la mafia o algo así.

Johnny soltó una carcajada y mantuvo la puerta abierta, haciendo un


gesto con la mano.

—Vamos, Shannon como el río. Sube a mi auto.


Fue tan inesperado, y estaba tan distraída por él, que no sentí ninguna
vacilación.

Simplemente me subí y me abroché el cinturón de seguridad,


observándolo mientras cerraba la puerta y corría alrededor de la parte
delantera del auto hacia su lado.

No fue hasta que estuvo sentado en el asiento del conductor a mi lado


con las puertas cerradas, que sentí que mi corazón se aceleraba y mi
habitual oleada de ansiedad se agitaba.

—Cristo, hace mucho frío —anunció Johnny, frotándose las manos


antes de arrancar el motor.

Tenía razón.

Hacía mucho frío aquí.

—Es tarde para tomar un autobús —agregó, encendiendo la luz del


techo—. La escuela termina a las cuatro.

—Sí, lo sé. —Junté mis manos, mi cuerpo entero era un manojo de


nervios—. Pero el autobús de las cinco y media es el único que pasa por
mi calle.

—Eso apesta.

—No es tan malo —respondí, ajustando mi cinturón de seguridad—


. Por lo general, me las arreglo para hacer la mayor parte de mi tarea
antes de salir de la escuela por las tardes.

Entonces me recorrió un pequeño escalofrío, al que Johnny


respondió automáticamente:

—¿Tienes frío?

Alcanzando la calefacción, la encendió al máximo, luego volvió a


frotarse las manos y tiritar.
—No debería tardar mucho en derretirse —agregó, señalando la fina
capa de hielo en el parabrisas.

—Estoy bien, pero probablemente deberías ponerte un abrigo —


expresé, mirando sus brazos desnudos—. O al menos un suéter. Hace
como 2 grados ahí afuera. Terminarás enfermándote.

—Nah, estoy acostumbrado —me dijo—. Paso la mayor parte de


cada invierno en una cancha bajo la lluvia.

—Jugando al rugby —llené pensativamente.

—Sí. —Ahuecando sus manos cerca de su boca, sopló en ellas y


continuó frotando—. ¿Practicas algún deporte?

—No. —Negué con la cabeza y jugué con un botón de mi abrigo—.


Aunque me gusta mirar.

Inclinando la cabeza hacia un lado, estudió mi rostro.

—¿Miras mucho rugby?

Pude sentir el peso de su mirada en mis mejillas.

Estaban en llamas.

—Ah, no —murmuré—. Quiero decir, vi ese partido la semana


pasada, y veo a Irlanda en el campeonato de las Seis Naciones todos los
años, y a veces sigo el soccer. Pero en su mayoría es GAA: fútbol gaélico
y lanzamiento. —Lo miré—. Mi hermano, Joey, ¿el chico del teléfono?
Juega para Cork.

—¿En serio? —Las cejas de Johnny se dispararon—. ¿Liga mayor?

—No, sólo tiene dieciocho años, así que son las menores por ahora
—respondí—. Pero se habla de que será llamado al equipo de la mayor
la próxima temporada.
—Sabes, ahora que lo pienso, el nombre de Joey Lynch me suena
familiar —reflexionó Johnny. Se giró en su asiento para mirarme, con
una expresión llena de interés—. Él está en ECB, ¿verdad? ¿Un lanzador?

—Sí. —Asentí—. Fue un jugador de uno contra uno durante años,


como la mayoría de la gente, pero cuando lo llamaron al nivel del
condado, dejó el fútbol.

—Agradable. —Johnny dejó escapar un suspiro. Parecía


impresionado cuando se recostó contra la puerta y dijo—: No es fácil
recibir una llamada al nivel del condado en ningún lado, pero
especialmente en Cork, donde la competencia es tan feroz.

—Realmente no lo es. —Mantuve la posición de mi cuerpo al frente,


pero giré la cabeza para mirarlo—. La gente no entiende lo
increíblemente difícil que es jugar a ese nivel y permanecer allí. Asumen
que es fácil para los atletas y que están mimados y tienen derechos, pero
no ven los enormes sacrificios detrás de escena que son hechos a diario
por esos tipos.

—Puedes anotar eso —respondió, asintiendo con la cabeza en


acuerdo.

Apoyando un pie en su asiento, Johnny enganchó su brazo alrededor


de su rodilla, apoyó el otro brazo en el volante y me prestó toda su
atención.

—¿Tu hermano va a aferrarse a esta oportunidad con ambas manos?

—Supongo —respondí, pensando en mi hermano y su actitud ante la


vida.

Era extraño.

Por lo general, no era muy habladora.

Al menos, no alrededor de extraños.


Sin embargo, no se sentía así a su alrededor.

Al menos, no esta noche.

Me sentía extrañamente comunicativa y el interés de Johnny en lo


que tenía que decir me animó a seguir hablando.

Además, mi hermano era un tema seguro.

Todo el mundo amaba a Joey, incluida yo, y sentía un orgullo feroz


por sus logros.

—Pero todavía está en la escuela, haciendo su certificado de


graduación este año, y hay muchas distracciones para él. Nuestro padre
quiere que se concentre en lanzar las 24 horas del día, los 7 días de la
semana, pero Joe es un tipo sociable. Le resulta difícil decir que no a sus
amigos —continué divagando y él siguió escuchando atentamente lo que
estaba diciendo.

»Si soy honesta, Joey tiene el talento y la habilidad para jugar en


cualquier nivel —afirmé sinceramente, apreciando cada asentimiento
que hacía Johnny mientras hablaba—. Mantener la calma es su mayor
problema, y las distracciones están en todas partes. Todo el mundo
quiere un pedazo de ti cuando estás en el ojo público, y Joey tiene
dificultades para mantener los pies en el suelo. —Agité una mano
desdeñosa en el aire mientras hablaba—. Supongo que es difícil
mantener los pies en el suelo cuando eres un adolescente jugando en un
mundo de hombres y cosechando las recompensas por ello… —Hice una
pausa, exhalando un profundo suspiro antes de agregar—: Ya sabes
cómo son las fiestas, chicas, trato especial, y todo eso.

—Sí —respondió Johnny, frotándose la mandíbula casi


distraídamente. Tenía esta extraña expresión grabada en su rostro
mientras me miraba, una que no podía describir—. Lo sé.

—Fue lo mismo para Darren —agregué pensativamente, recordando


cuán similares eran las vidas de mis hermanos a los dieciocho años.
Las cejas de Johnny se fruncieron.

—¿Darren?

Me sonrojé.

—Oh, es mi hermano mayor. Jugó un año en el nivel superior antes


de darse por vencido.

—¿En serio? —Las cejas de Johnny se arquearon—. ¿Por qué se


rindió?

—¿La presión? —ofrecí débilmente, sin querer profundizar en los


problemas de mi familia—. Supongo que el juego lo desanimó.

Hubo una pausa larga y cargada después de eso en la que ninguno de


los dos habló.

Fue inquietante y trajo consigo mis ansiedades anteriores.

—Lo siento —murmuré, colocando mi cabello detrás de mi oreja—.


Probablemente te aburrí casi hasta darte sueño con todo eso. —Tocando
mi trenza con nerviosismo, miré desde el parabrisas ahora libre de hielo
hacia él antes de decir—: Diría que estamos listos para irnos.

Johnny no hizo ningún movimiento para irse.

En cambio, me sorprendió diciendo:

—¿Y qué hay de ti?

—¿Qué hay de mí? —respondí, sintiéndome un poco nerviosa.

—¿Eres una hábil jugadora de camogie? —Me lanzó una sonrisa—.


Dado que claramente corre en tu familia.

—Ah, no —respondí, sonrojándome de un rojo brillante—.


Definitivamente no. Nunca fui buena en eso. Pero me encanta mirar. Me
encanta el aspecto físico del juego.
Johnny asintió, absorbiendo todo lo que le estaba diciendo con
perfecta cortesía, sólo para sorprenderme muchísimo cuando dijo:

—Creo que te gustaría el rugby.

Mis cejas se levantaron ante la extraña declaración.

—Creo que lo que quisiste decir es que podría morir jugando al rugby
—corregí, señalando mi cuerpo—. Si no te has dado cuenta, soy un poco
pequeña.

Una gran sonrisa se extendió por su rostro, sus hoyuelos apareciendo.

—Sí, me he dado cuenta. —Se rio entre dientes—. Quise decir que
creo que disfrutarías viendo rugby. Si disfrutas tanto de GAA, te
encantaría el aspecto físico del rugby.

—Lo disfruto —le recordé—. Cuando juega Irlanda. —No es que tenga
ni idea de lo que ocurre, omití agregar.

—¿Qué hay de los equipos locales? ¿Rugby escolar? ¿Equipos


provinciales? ¿Has estado alguna vez en algún partido antes de la semana
pasada?

Estaba lanzando preguntas más rápido de lo que yo podía responder.

Intenté responderle lo mejor que pude.

—No, no sigo a ningún equipo aparte del equipo internacional, y


nunca he estado en ningún otro juego.

Johnny asintió de nuevo, asimilando todo lo que decía como si fuera


importante.

—Yo juego —dijo finalmente.

—Para Tommen. Sí, lo sé —bromeé—. Te vi, y todavía tengo un


huevo en la nuca para probarlo.
Johnny hizo una mueca.

—No —presionó, en un tono extrañamente serio—. Quiero decir que


juego.

Le devolví la mirada sin comprender.

—¿Eso es… bueno?

Soltó una risa impaciente.

—No tienes idea de lo que estoy hablando, ¿verdad?

—Nop. —Negué con la cabeza—. Si te soy honesta, no.

Consideró esto por un largo momento antes de asentir.

—Me gusta eso.

—¿Te gusta qué?

—Que no sabes de lo que estoy hablando —respondió sin dudarlo—


. Es un poco insultante y muy refrescante.

—Eh, bueno, ¿de nada? —ofrecí, sin saber qué decir a eso—.
Entonces, el rugby es lo tuyo, ¿eh?

Johnny sonrió.

—Podrías decir eso.

Sentí que me faltaba algo aquí.

—¿Y eres bueno?

Pensé que era bueno.

Pensé que era el mejor el viernes pasado, pero no tenía ni idea sobre
el deporte.
Su sonrisa se amplió, sus ojos se arrugaron ligeramente, mientras
repetía sus palabras anteriores:

—Podrías decir eso.

Bien, definitivamente me estaba perdiendo algo.

—¿Voy a estar avergonzada por esto? —pregunté, devanándome el


cerebro buscando información que pudiera ayudarme.

No tuve ninguna.

Claro, sabía que él era el capitán del equipo de la escuela, y esos


fotógrafos y reporteros le estaban pisando los talones, pero supuse que
eso tenía que ver con que él fuera el capitán y el mejor jugador en el
campo ese día.

Sin embargo, no podía quitarme la sensación de que me estaba


perdiendo algo.

—Si te busco en Internet, ¿voy a descubrir que eres una especie de


dios del rugby?

Johnny echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—No —reflexionó—. No soy un dios.

—Entonces, ¿qué? —presioné.

Con una sonrisa arrepentida, Johnny me devolvió el tema una vez


más al decir:

—Entonces, GAA es lo tuyo, ¿eh?

—Bueno, realmente no tengo muchas opciones en el asunto —


respondí, siguiendo su distracción—. Tengo cinco hermanos y un padre
fanático de GAA, así que… —Dejé que mis palabras se apagaran con un
pequeño encogimiento de hombros.
—¿No tienes hermanas?

—No —respondí—. Sólo somos los chicos y yo.

—¿Cómo te va con eso?

Su pregunta me desconcertó y me tomó varios momentos formar una


respuesta.

—Bien, supongo.

Nadie me había preguntado eso antes.

Ni siquiera mis padres.

—Es una vida hogareña ocupada —agregué, sintiendo la necesidad


de dar más detalles—. A veces se vuelve un poco loco.

—Apuesto que sí.

Moviendo su mano del volante a la pierna que había plantado en el


suelo, Johnny comenzó a pasar su mano grande por la parte delantera de
sus pantalones de chándal, deteniéndose para amasar su muslo con los
nudillos.

Me habría asustado mucho el movimiento si no fuera por el hecho de


que parecía estar haciendo esto inconscientemente, como si estuviera
aliviando un dolor.

—¿Son cercanos? —preguntó, distrayéndome de mi mirada.

—¿Cercanos? —Parpadeé rápidamente—. ¿A quién, a mis


hermanos?

Él asintió.

Lo pensé por un momento antes de responder.


—Soy cercana a Joey, ese es el que estuvo antes en el teléfono.
Cumplió dieciocho años en Navidad, por lo que es el más cercano a mí
en edad. Darren no vive en Cork, y los tres menores tienen once, nueve,
y tres, así que no somos muy cercanos.

—¿Él es bueno contigo?

—¿Quién, Joey?

Asintió.

—Sí. —Sonreí—. Es un gran hermano.

—¿Protector?

Me encogí de hombros.

—Algunas veces.

Johnny asintió pensativo antes de decir:

—Entonces, ¿eres la hija del medio?

—Sí, soy la tercera.

—Son muchos niños.

—¿Qué hay de ti? —Dándole la vuelta a las tornas—. ¿Alguna


hermana o hermano?

—No —respondió encogiéndose de hombros—. Soy hijo único.

Vaya.

—¿Cómo es eso?

—Tranquilo —bromeó antes de cambiar el centro de atención de


nuevo hacia mí una vez más—. ¿Has vivido aquí toda tu vida?
—Sí. Nacida y criada en Ballylaggin —confirmé—. Eres de Dublín,
¿verdad? ¿Te mudaste aquí cuando tenías once años?

Sus ojos se iluminaron.

—¿Recuerdas que te dije eso?

Asentí.

—Cristo, estabas tan fuera de ti ese día, no pensé que recordarías


nada de eso —respondió pensativo, rascándose la barbilla.

—Incluso si no lo hubiera hecho, tu acento es un claro indicio.

—¿Sí?

Asintiendo, puse mi acento sureño más elegante y dije:

—Soy de Blackrock, querida.

Johnny se rio de mi intento.

—No se parece en nada.

—Déjame adivinar, ¿te gusta mojar los dedos de los pies en Sandycove
antes de ir a almorzar en D4? —agregué con una risita y otro acento
forzado.

Mis mejillas ardían.

Dios, estaba tan incómoda.

—No hay nada elegante en mí, Shannon —respondió Johnny, con


una sonrisa desapareciendo—. Puede que venga de un área decente, pero
mis padres trabajan duro por todo lo que tienen. Vinieron de la nada y
se desarrollaron.

—Tienes razón.

No sonaba elegante en absoluto.


Mi intento de imitarlo fue un épico fracaso.

Qué idiota…

Avergonzada por mi rara y mal ejecutada broma, jugueteé con mi


trenza y murmuré:

—Lo siento.

—No lo sientas —respondió restándole importancia, sonriendo de


nuevo—. Ahora, mi mamá, por otro lado, tiene un fuerte acento del
norte.

Mis ojos se iluminaron.

—¿Como en Fair City?

Johnny arrugó la nariz.

—¿Ves telenovelas?

—Las amo —admití con una sonrisa—. Fair City es mi favorita.

—Bueno, si escucharas a mi mamá, estarías en tu elemento. —Se rio


entre dientes, ajeno a sus extraños movimientos de mano a muslo—. Mi
papá nació y se crio en Ballylaggin. Entonces, es nativo de Cork como
tú. —Encogiéndose de hombros, agregó—: Supongo que sueno como
una jodida mezcla de ambos.

No sonaba así.

No tenía ni una onza de acento de Cork en él, era cien por ciento
Dub, pero decidí evitar decirle eso y preguntarle en cambio:

—¿Por qué tu familia se mudó aquí?

—Mi abuela paterna estaba enferma —explicó—. Ella quería volver


a casa para, ah, ya sabes, así que nos mudamos para cuidarla. —Dejando
caer sus manos en su regazo, jugueteó con sus pulgares—. Se suponía
que sería algo temporal: estaba inscrito en el Colegio Royce para el
siguiente septiembre. Se suponía que íbamos a ir a casa después del
funeral.

—¿Pero no volvieron a Dublín?

Negó con la cabeza.

—No, mis padres decidieron que les gustaba el estilo de vida


tranquilo aquí, así que pusieron la casa en Dublín en el mercado e
hicieron que la mudanza fuera permanente.

—¿Cómo fue… mudarse a esa edad?

No tenía idea de por qué estaba haciendo estas preguntas.

No podía recordar haber hablado con una persona al azar durante


tanto tiempo antes.

Pero era agradable y Johnny era interesante.

Era diferente.

Me sorprendió lo fácil que era realmente hablar con él.

—Debe haber sido duro.

—Fue un dolor en el culo —murmuró Johnny, claramente pensando


en el recuerdo—. Llegar a una nueva escuela a mitad del año escolar.
Cambiar de club y encontrar mi lugar en un nuevo equipo. Ocupar el
lugar de otro tipo en el equipo y luego lidiar con las consecuencias. —
Sacudió la cabeza y se pasó la mano por el cabello—. Tuve que repetir
sexto por la mudanza, alguna mierda sobre política o algo así.

—¿Dónde?

—Scoil Eoin —ofreció con una mueca—. La escuela primaria


católica para niños.
Mis cejas se dispararon.

—¿Igual que Hughie Biggs?

Asintió, sonriendo.

—Sí, ahí es donde conocí a Hughie, Gibs y Feely.

—¿Esos tipos son tus amigos?

Él asintió, sonriendo ahora.

—Desafortunadamente.

—¿Te importó? —pregunté entonces—. ¿Tener que repetir sexto año


en Scoil Eoin?

—Estaba furioso, Shannon.

—¿Lo estabas? —pregunté, ignorando la forma en que mis entrañas


se estremecieron cuando dijo mi nombre.

De hecho, estaba tratando desesperadamente de ignorar la corriente


eléctrica de calor que pulsaba a través de mis venas.

—Sí, tenía muchas ganas de ir a Royce con mis amigos y los


muchachos del club —explicó—. Cristo, estaba furioso con mis padres
cuando me sacaron y me matricularon en Tommen. —Dejó escapar una
pequeña risa y luego dijo—: Seis años después y todavía estoy enojado
por eso.

—Bueno, parece que te va bien aquí —ofrecí, sin saber qué decir—.
Tienes muchos amigos y sigues jugando al rugby y esas cosas.

—Y esas cosas. —Se rio Johnny, muy divertido por mis palabras.
Estudió mi rostro durante un largo rato antes de preguntar—: ¿Bailas?

—No, ¿por qué lo preguntas?


—No lo sé. —Johnny se encogió de hombros—. Algunas chicas
bailan en lugar de hacer deporte. —Sus ojos me recorrieron por un breve
momento antes de regresar a mi cara—. Parece que podrías ser una de
esas… —agitó una mano alrededor, obviamente buscando una palabra,
antes de terminar con—, ya sabes, una de esas bailarinas con tutú.

Mis ojos se agrandaron.

—¿Crees que me veo como una bailarina?

Él asintió y una risa salió de mis labios.

—¿Qué? —Sonrió tímidamente—. Eres pequeña… —Hizo un gesto


hacia mi cuerpo con la mano antes de agregar—: no es muy difícil
imaginarlo.

—Bueno, no soy una bailarina. —Me reí—. O cualquier otro tipo de


bailarina, para el caso. Sólo soy enana.

Johnny arqueó una ceja divertido.

—¿Enana?

—¿Me has visto? —Hice un gesto hacia mí misma—. Tengo quince


años, apenas un metro y medio, y peso como cuarenta kilos.

—¿Pesas seis piedras 1? —susurró, abriendo mucho los ojos con


incredulidad.

Mientras tanto, mis ojos se agrandaron con incredulidad por lo


rápido que pudo convertir kilos en piedras.

Vaya.

1
Stone o piedras: Unidad de medida que se usa en algunas partes de Reino Unido.
—Jesús, hago banco en el gimnasio con el doble de lo que pesas. —
Johnny me miró antes de preguntar—: ¿En serio mides sólo metro y
medio?

—Si me estiro completamente, así es.

—Cristo, mido uno noventa y dos. —Sacudió la cabeza—. Eres tan


pequeña.

—Exactamente. —Hice una mueca—. Enana.

—Jesús, con razón te doblaste como una silla de jardín cuando el


balón te golpeó —murmuró Johnny, frotándose la mandíbula de nuevo
mientras sus ojos me recorrían—. Podría haberte partido por la mitad.

—Esa es una forma de decirlo —respondí, arrugando la nariz ante la


analogía.

—¿Tu madre todavía está furiosa conmigo?

—¿Mi madre?

—Sí. —Asintió—. Parecía que estaba a dos segundos de arrancarme


la cabeza ese día.

—Mi madre sólo se asustó —murmuré—. Ella vio que estaba herida
y saltó a la primera conclusión.

—¿Y la primera conclusión fue que te golpeé?

Me encogí de hombros incómodamente pero no delaté nada.

—Sucede.

—No de mí, no sucede —señaló, el tono un poco más grueso ahora,


los ojos fijos en los míos—. Nunca de mí.

—Oye, no te apresures a negar. —Intenté bromear—. Acabo de


presenciar cómo amenazaste con cortarle el pene a Ronan.
—Ese pequeño imbécil no cuenta. —Fue su respuesta gruñona—. No
soporto a ese chico, pero su tío es el entrenador de la escuela, así que no
tengo más remedio que tolerarlo. Siempre está presionando mis botones
y portándose mal en el campo, haciendo trucos imprudentes y causando
un drama innecesario. Es como cuidar a un jodido niño pequeño durante
los partidos. Lo juro, es una prueba diaria para mi autocontrol no
estrangular al pequeño idiota.

Sonreí.

—Entonces, ¿no son amigos precisamente?

Johnny se burló de la idea.

—Definitivamente no somos amigos.

—Bueno, todavía es joven —le ofrecí con optimismo—. Así que tal
vez madure con el tiempo.

—¿Como tú?

—¿Eh?

—Quiero decir que estás en el mismo año que él —se apresuró a


explicar—. Pero no actúas como si tuvieras quince años.

—¿No lo hago?

Sacudió la cabeza.

—Pareces mucho mayor.

—Eso es porque soy una mujer de noventa años disfrazada de


adolescente —bromeé.

—Eso es… —Johnny arrugó la nariz—. Un concepto inquietante.

—Sí —murmuré, avergonzada por mi broma de mierda—. Lo es.


—Entonces, ¿qué haces? —me sorprendió al preguntar.

—¿Qué hago? —Había estado medio esperando que terminara la


conversación allí.

—Sí. —Asintió alentador—. En tu tiempo libre.

Hice una pausa y pensé en su pregunta.

—En realidad, no hago nada —dije finalmente—. Supongo que veo


televisión y escucho música en mi tiempo libre, ah, y leo mucho. —
Encogiéndome de hombros, agregué—: Como puedes ver, no soy muy
interesante.

Johnny inclinó la cabeza hacia un lado, estudiándome con intensos


ojos azules.

—¿Qué tipos de libros?

—Autobiografías. Ficción. Crimen. Thrillers. Romance. —Suspiré,


pensando en la pila de libros en mi habitación—. No soy exigente con
los géneros. Sólo me tiene que gustar la sinopsis. Si la contraportada del
libro puede absorberme, entonces estoy vendida.

Johnny me observó mientras hablaba, su mirada intensa y


escrutadora.

—Eres una lectora —dijo finalmente.

No era una pregunta, sonó más como si estuviera guardando esa


información en su mente.

—Eso es realmente bueno.

—¿Tú lees? —le pregunté.

Hizo una mueca.

—No tanto como debería.


—Entonces, ¿no lees para nada? —bromeé.

—Honestamente, no —admitió con una sonrisa torcida.


Acercándose más, dijo—: El último libro que leí que no fue ordenado
por la escuela fue sobre Chicken Licken y el cielo cayendo sobre todos los
animalitos parlantes, ¿sabes cuál?

—Sí. —Me reí, pensando en Johnny leyendo cuentos de hadas para


niños—. Se lo he leído un par de veces a Sean.

—¿Sean?

—Mi hermano menor —expliqué—. El niño de tres años.

—No deberías —advirtió Johnny, reprimiendo un escalofrío—. Ese


libro me asustó muchísimo. No he vuelto a leer por diversión desde
entonces.

Mi boca se abrió.

—¿Hablas en serio ahora?

—Diablos, sí, hablo en serio —replicó Johnny, viéndose


cómicamente herido—. Sólo era pequeño. Era uno de esos libros para
leerlo uno mismo con imágenes en lugar de palabras y toda esa mierda.
Deberían haberlo calificado como PG porque lo juro por Dios, realmente
creía que todo el puto cielo se iba a derrumbar sobre mí. —Sacudió la
cabeza ante el recuerdo—. Dormí debajo, en lugar de sobre, mi cama
durante tres malditas semanas hasta que mi papá finalmente cedió y me
mudó a una de las habitaciones de la planta baja.

—¿Por qué? —Me reí a carcajadas—. ¿De qué serviría cambiarte al


primer piso si el cielo se estaba cayendo?

Johnny sonrió y sus hoyuelos se acentuaron en sus mejillas.

—Ah, verás. —Se rio entre dientes, golpeándose la cabeza con el


dedo índice—. En mi mente ingenua de seis años, estaba pensando que
si el cielo se caía, podría romper el techo, pero no podría romper el techo
del primer piso también. Tendría una mejor oportunidad de
sobreviviendo en el nivel del suelo.

—Eras un chico inteligente, ¿no?

—Era algo —respondió Johnny, riéndose conmigo—. Un maldito


imbécil.

—Guau. —Me reí entre ataques de risa—. Eso es supervivencia en


su máxima expresión.

Me dio una sonrisa voraz.

—Niño explorador original justo aquí.

—¿Estuviste en los niños exploradores?

—Bromeaba —replicó Johnny, riendo más fuerte ahora—. Estaba


bromeando. —Sus ojos bailaban divertidos—. ¿Por qué? ¿Estuviste en las
Brownies 2?

—Ah, definitivamente no. —Negué con la cabeza, ahogando una


risita—. Mis habilidades de supervivencia son terribles.

La voz de Johnny fue un poco más profunda cuando dijo:

—No me parece nada eso.

Su expresión cambió entonces, haciéndose más intensa.

Incapaz de soportar el calor, aparté la cara y miré el reloj en el tablero.

Decía 8:25.

Dios, ¿cuánto tiempo habíamos estado sentados aquí hablando?

2
Brownies: Así es como se le dice a la sección perteneciente a las niñas de los chicos
exploradores.
—Dime algo —me distrajo Johnny al hablar. Todavía estaba
sonriendo, y sus ojos eran cálidos, su tono suave, cuando preguntó—:
¿Por qué te transfirieron a Tommen?

Su pregunta me tomó por sorpresa.

—Yo, eh… —juntando mis manos, me troné los nudillos y exhalé un


profundo suspiro—, necesitaba un cambio.

—¿Un cambio? —Él arqueó una ceja con incredulidad—. ¿A la mitad


de tu tercer año?

—Es complicado y un poco privado… —Mi voz se apagó, y giré mi


rostro para mirar por la ventana, aunque todo lo que podía ver afuera era
oscuridad.

No me sentía cómoda con la dirección que había tomado esta


conversación.

Cada vez que pensaba en mi antigua escuela, una nueva oleada de


terror me envolvía.

Mis razones para estar aquí no eran algo de lo que estuviera dispuesta
a hablar con nadie.

—Oye. —Sentí sus dedos rozar el dorso de mi mano, su voz ahora


más cerca, suave y escrutadora—. ¿A dónde fuiste?

Sobresaltada por el contacto, mi cabeza se echó hacia atrás, mi


mirada vaciló de su rostro a donde su pulgar todavía estaba rozando mi
mano, trazando suaves círculos sobre mis nudillos.

Fue apenas un toque inofensivo destinado a captar mi atención, pero


lo que más me sorprendió fue que no me aparté de inmediato.

La conciencia de que me gustó su toque era inquietante, pero no tan


inquietante como el impulso que tenía de voltear mi mano y entrelazar
mis dedos con los suyos.
—Mierda. —Retirando de su mano, Johnny se movió hacia atrás
para apoyarse contra la puerta, haciendo una mueca por lo que pareció
incomodidad por el movimiento.

Su mano se lanzó automáticamente a su muslo de nuevo.

—Lo siento —gruñó y era un sonido notablemente doloroso.


Aclarándose la garganta, agregó—: No debería haber hecho eso.

—Está bien —susurré, mordiéndome nerviosamente el labio


inferior—. No me molestó.

Exhaló un fuerte suspiro y luego se pasó una mano por el cabello con
la mano libre.

—No, no está bien. —Su mirada se desvió hacia mi boca y exhaló otro
fuerte suspiro—. No está jodidamente bien en absoluto.

—Está bien. —Traté de consolarlo—. No te enojes por eso.

—No estoy enojado —soltó Johnny, con la mandíbula apretada—.


Sólo estoy… ¡joder!

Estaba tan enojado.

Mi mirada se dirigió a su pierna derecha, la que estaba en el suelo, y


luego a donde sus nudillos se habían vuelto blancos por la presión que
estaba usando para amasar su muslo.

Distraída por la vista, solté:

—¿Qué te pasa?

Las cejas de Johnny se fruncieron en confusión.

—¿Qué quieres decir?


—Tenías una bolsa de hielo en la pierna antes en la escuela —afirmé,
haciendo un gesto con la mano hacia donde todavía estaba clavando el
puño en su muslo—. ¿Estás lastimado?

Su mirada siguió la mía hasta su muslo y apartó rápidamente la


mano.

—Jesús —gruñó, luciendo horrorizado—, no me di cuenta de que


estaba haciendo eso.

—Te has estado tocando desde que subimos al auto —anuncié.

—¡Jesucristo! —siseó Johnny, mirándome boquiabierto con horror.

De inmediato me arrepentí de mi elección de palabras y comencé a


retroceder.

—Quiero decir, no tocarte a ti mismo. Obviamente, no te estabas


tocando de tocarte a ti mismo…

—Por favor, deja de hablar —rogó Johnny, levantando una mano.

Cerré la boca y asentí.

Moviendo su cuerpo con cautela, se hundió en su asiento,


estremeciéndose muy levemente ante el movimiento.

Observé en silencio mientras se abrochaba el cinturón de seguridad e


inhalaba profundamente, exhalándolo lentamente.

—Sólo para que quede claro —afirmó después de una larga pausa de
silencio—. En verdad no me estaba manoseando ni nada por el estilo.
Sólo estoy…

—¿Adolorido? —ofrecí, recordando sus palabras de ese día.

Su mirada se clavó en la mía, cautelosa ahora.

—Sí —admitió con un suspiro de dolor.


Asentí con comprensión.

—¿Tienes una lesión?

Johnny miró de mi rostro a su pierna, una expresión de frustración


cruzó sus facciones.

—Muy bien, tengo algo —murmuró en voz baja, y luego soltó otro
suspiro agitado antes de soltar—: Me jodí mi músculo aductor cuando
tenía dieciséis años. Fue brutal. Nada ayudó, y estaba comprometiendo
mi juego. Sentía un dolor constante, Shannon. Constante. La fisioterapia
no estaba funcionando y ya no podía soportar el dolor, así que cedí y me
operaron en Navidad.

Parecía enojado consigo mismo, lo que me presionó a preguntar:

—¿Y por qué estás enojado?

Johnny negó con la cabeza y luego se pasó una mano por el cabello.

Se quedó callado por tanto tiempo que pensé que no me iba a


responder, pero luego murmuró:

—No se está curando.

—¿Tu pierna? —susurré, la preocupación burbujeando dentro de


mí—. ¿O tus puntos?

—¿Ambas cosas? —ofreció con una sacudida de resignación con su


cabeza, luego susurró—: Todo.

Esta fue una admisión extraña entre dos relativamente extraños, y


tuve la clara sensación de que Johnny no compartía demasiado a
menudo.

Parecía molesto consigo mismo, y no estaba segura si era porque


estaba lesionado o porque me lo contó.

De cualquier manera, tenía la mayor urgencia de consolarlo.


—Bueno… —Haciendo una pausa, me giré en mi asiento para
mirarlo y ordené mis pensamientos antes de decir—, por lo general, toma
mucho más tiempo que unas pocas semanas recuperarse por completo
de una operación. No eres una máquina, Johnny. El proceso de curación
requiere tiempo. Un compañero de equipo de Joey se sometió a una
cirugía el año pasado para reparar su tendón de la corva. Pasaron cinco
meses hasta que estuvo en forma.

—Han pasado diez semanas —respondió, su tono adquiriendo un


tono duro, reflejando la frustración en sus ojos—. Mi cirujano me dijo
que estoy en camino de recuperarme por completo, y mi médico de
cabecera me autorizó a jugar después de tres semanas. Se suponía que
era un procedimiento menor, pero se ve jodidamente horri… —Johnny
se detuvo en seco y sacudió la cabeza, exhalando un suspiro frustrado—
. No debería tomar tanto tiempo —reiteró, mirándose el muslo como si
fuera el enemigo—. Es un jodido desastre.

—¿Te dieron el visto bueno para jugar después de tres semanas? —


Fruncí el ceño—. Eso no parece un período de tiempo lo suficientemente
largo para que tu cuerpo sane. —Me escuché responder, en un tono
suave.

—Sí, bueno, lo fue —resopló.

—Johnny —dije en voz baja—. Probablemente apenas deberías


haber vuelto a entrenar ahora.

Negó con la cabeza y murmuró:

—No lo entiendes.

No, definitivamente no entendía, pero eso no me impidió decir:

—¿Dijiste que tus puntos no sanaron?

Me dio una mirada cautelosa pero no respondió.

—¿Puedes mostrarme? —pregunté—. Soy buena con los puntos.


He tenido bastante de ellos.

—Shannon, me operaron el aductor —dijo Johnny con los dientes


apretados, con un tono denso y los ojos llenos de confusión.

—Lo sé —respondí—. Pero he visto un millón de lesiones deportivas


en piernas y rodillas, así que tal vez pueda decirte cuál es el problema. —
Encogiéndome de hombros, agregué—: Probablemente esté tardando
más en sanar porque estás de pie todo el tiempo.

—Mi pierna no es el problema, Shannon.

—Oh, lo siento, sólo supuse porque te vi cojeando —respondí—. ¿Es


tu muslo?

—No —dijo inexpresivo.

Mis mejillas cambiaron de levemente cálidas a calientes como un


horno en el tiempo que tardé en darme cuenta de que la herida de Johnny
estaba mucho más arriba de lo que había pensado en un principio.

Mi boca formó una O cuando imágenes vívidas de partes de niños


desmembradas entraron en mi mente.

—Sí —soltó Johnny burlonamente, luciendo frustrado e incómodo—


. Oh.

—Bueno, yo-yo… —Divagando, negué con la cabeza y lo intenté de


nuevo—, no sé cómo ayudarte con eso.

—Relájate, no iba a dejar que lo examinaras —dijo a la defensiva.

—Lo siento —susurré, completamente mortificada—. Yo no… eh,


me di cuenta de dónde estaba.

—Y, por cierto —agregó, con los ojos entrecerrados—, es mi ingle la


que me operaron, no mi pene, así que te agradecería que tuvieras los
hechos correctos antes de que empieces a soltar la lengua al respecto.
¿Qué?

—¿Soltar la lengua? —Mis ojos se desviaron de su rostro a su


entrepierna, una reacción inevitable al escuchar la palabra «pene» salir
de su boca—. Yo no…

—Sé cómo son las chicas para contar chismes —soltó, flexionando la
mandíbula—. Joder, ¿qué estoy haciendo?

Lo miré boquiabierta.

—¿Contar chismes?

¿Lo decía en serio?

—Mira, sólo olvida que te conté algo. —Resopló—. Se está haciendo


tarde.

Estirándose entre nosotros, cerró una gran mano sobre la palanca de


cambios y cambió la marcha.

—¿A dónde te llevo?

Dejé escapar un suspiro.

—No tengo ni idea.

Se volvió para mirarme.

—¿Qué?

Me retorcí en mi asiento.

—¿Qué?

—Tu dirección, Shannon. —Tamborileó con los dedos contra el


volante con impaciencia—. Tienes que decirme dónde vives para que
pueda llevarte a casa.

—Oh. —Dios—. Lo siento. Um, terraza Elk en Ballylaggin.


Con un breve asentimiento, Johnny salió marcha atrás de su lugar de
estacionamiento y luego puso el auto en marcha hacia adelante antes de
salir por la entrada de la escuela.

Encendiendo el indicador, Johnny redujo la velocidad hasta


detenerse temporalmente cuando llegamos a la entrada, se inclinó hacia
adelante y miró en ambos sentidos, antes de entrar en la carretera
principal a la velocidad del rayo.

Recostándome en mi asiento, levanté una mano y agarré el asidero y


me concentré en contar los autos que nos pasaban en un intento por
distraerme de obsesionarme con el velocímetro en su tablero.

Podía sentir la tensión que emanaba de él, su amabilidad anterior


reemplazada por un silencio sepulcral, nuestra conversación obviamente
fue el catalizador detrás del cambio en su estado de ánimo.

El silencio que nos envolvía en este momento era denso e incómodo,


y esto me decepcionó irracionalmente.

Estaba más que decepcionada.

Estaba dándole vueltas.

Por primera vez en mucho tiempo, me había estado divirtiendo.

Me había relajado, bromeando de un lado a otro sin temor a, bueno,


una reacción violenta.

Y luego arrastró la alfombra justo debajo de mí.

No lo había visto venir y me arrepentía de haber salido del cubículo


del baño.

Cuando Johnny se inclinó sobre la consola y comenzó a cambiar los


CD en su elegante estéreo de automóvil, tuve que sentarme sobre mis
manos para evitar agarrar el volante.
Unos momentos después, se decidió por una canción, la pista número
cinco, y el auto se llenó con una familiar introducción de guitarra, lo que
me distrajo temporalmente de mis pensamientos inquietantes.

Johnny subió el volumen y The Middle de Jimmy Eat World sonó a


través de los parlantes del auto tan fuerte que podía sentir la vibración
del bajo en mis huesos.

Me encantaba esta canción y la consideraba mi himno.

En serio, me ahogaba en las letras todos los días.

Si la música sanaba a la gente rota de corazón, entonces la letra de


esta canción calmaba mi alma.

Estaba en un CD mixto que la novia de Joey le hizo para Navidad.


Obviamente a él no le interesó el CD que Aoife le había hecho porque lo
había robado de su habitación el mes pasado durante una entrada furtiva
de hermana/inspección sorpresa y Joey aún no había descubierto que
faltaba.

En este momento se encontraba en mi discman portátil donde lo


escuchaba repetidamente todas las noches antes de acostarme.

Concentrándome en la letra de la canción que ya me sabía de


memoria, traté de controlar mis nervios, pero el ritmo punk rock sólo
pareció animar a mi conductor designado a enloquecer porque en el
momento en que entramos en la carretera principal, Johnny pisó el pedal
hasta el fondo y aceleró.

Cuando el velocímetro superó los 120 km, cerré los ojos y dejé de
respirar.

Cubriéndose la cara con las manos, miré entre mis dedos, gimiendo
cuando el destello de los faros de los autos en los carriles opuestos pasó
zumbando a nuestro lado.
—¿Qué pasa? —Estirándose, bajó el volumen del estéreo—.
¿Shannon? —Su atención vaciló entre la carretera y mi cara—. ¿Estás
bien?

—Vas demasiado rápido —dije con la voz estrangulada.

—Relájate, vamos al límite —respondió, pero redujo la velocidad del


auto—. Y soy un buen conductor. Estás a salvo conmigo.

—Está bien —murmuré, todavía sintiendo que íbamos mucho más


rápido que 100 kilómetros por hora—. Pero me sentiría mejor si
disminuyes la velocidad.

Exhalando pesadamente, Johnny desaceleró aún más.

—¿Feliz ahora? —preguntó, tocando el tablero.

Inclinándome, miré el velocímetro.

80 kilómetros.

—Sí —susurré, mis músculos tensos se relajaron ligeramente—.


Gracias.

Recostándome en mi asiento, permití que mi mirada vagara sobre él.

Estaba mirando el camino por delante, una mano apoyada en la


palanca de cambios, el otro codo apoyado contra la puerta.

Como si sintiera que lo miraba, Johnny miró de reojo y me atrapó


con las manos en la masa.

Sonreí débilmente.

Me devolvió la mirada acaloradamente, sin sonreír.

Mi sonrisa se desvaneció.

Con un gruñido bajo y frustrado, volvió su atención la camino.


Sacudiendo la cabeza, murmuró algo ininteligible por lo bajo,
apretando la mano alrededor del volante.

Sintiéndome descartada, junté mis manos en mi regazo y miré por el


parabrisas, sin atreverme a mirarlo otra vez.

No hablamos durante el resto del viaje, sólo las canciones que salían
del estéreo interrumpían el espeso silencio.

—Escucha —anunció Johnny, rompiendo el silencio cuando las


luces de la ciudad de Ballylaggin aparecieron a la vista—. ¿Lo que te dije
antes? ¿Sobre mi cirugía? —Su tono era ecuánime, incluso cortés,
mientras miraba al frente, maniobrando a través de las estrechas calles y
callejuelas—. Agradecería tu discreción.

¿Apreciaría mi discreción?

¿Estaba avergonzado por tener una ingle lesionada?

Debería intentar tener un padre inútil cuyos únicos talentos eran


apostar su dinero del subsidio y dejar embarazada a su madre, mientras
se acostaba con cualquiera lo suficientemente estúpida como para
tenerlo.

Frustrada, me volví hacia él y le dije:

—¿A quién le diría, Johnny?

—Tus amigos— respondió y luego, en voz mucho más baja,


murmuró—: mis amigos.

—Bueno, no se lo voy a decir a nadie —dije entre dientes, molesta e


insultada—. No soy una bocona.

Apretó la mano sobre el volante, pero no respondió.

Irritada por la repentina formalidad en su voz, sin mencionar el


hecho de que había pasado los últimos quince minutos ignorándome,
miré el costado de su cara y gruñí:
—¿Por qué me molestaría en decírselo a alguien?

—Porque sí —dijo entre dientes, manteniendo su atención en la


carretera—. Sé cómo son la mayoría de las chicas.

¿La mayoría de las chicas?

Si él me consideraba como la mayoría de las chicas, entonces ¿por qué


pasar todo ese tiempo hablando conmigo?

¿Por qué hacerme todas esas preguntas y hacerme sentir lo


suficientemente cómoda para responderle si me consideraba como la
mayoría de las chicas?

¿Por qué molestarse conmigo en absoluto?

—Estás siendo ridículo —murmuré.

—Estoy siendo cuidadoso —corrigió Johnny con calma—. No debería


haberte dicho nada, fue increíblemente imprudente de mi parte, y ahora
te pido que me hagas un favor y te lo guardes. Tengo mucho en juego
aquí, Shannon, y correr la voz sobre esto realmente podría arruinar las
cosas para mí. Más de lo que nunca sabrás.

Crucé los brazos sobre mi pecho.

—Bien.

—¿Bien? —repitió con cautela.

—Sí —dije inexpresivamente, mirando al frente—. Bien.

—Excelente. —Dejó escapar un profundo suspiro y dijo—: Gracias


—Después de varios segundos, lo continuó con un—: Te lo agradezco.

Siguió el silencio; espeso, pesado e insoportable.

Me sentía dividida por el giro de los acontecimientos.


¿Estaba jugando conmigo?

¿Había sido un gran juego para él?

¿Jugar con mis emociones al ser amable y atarme a una falsa


sensación de seguridad con toda esa conversación sobre llegar a conocernos
en la escuela?

¿Colgando la perspectiva de una amistad en mi cara con toda esa


amabilidad y charla trivial y luego arrebatándomelo todo?

No sería la primera vez que esto sucedía.

Debería haberlo visto venir y estaba decepcionada conmigo misma


por bajar la guardia tan fácilmente a su alrededor.

¡Maldita sea!

—¿Estás bien? —preguntó, rompiendo el silencio.

No respondí porque no podía.

Me estaba concentrando demasiado en no llorar.

—Shannon, yo no… —empezó a decir Johnny, pero se detuvo en


seco. Se frotó la mandíbula y luego dejó caer la mano sobre el volante—
. Yo no… —Se detuvo de nuevo, esta vez sacudiendo la cabeza—.
Olvídalo.

No lo interrogué ni lo presioné para que terminara lo que había


estado tratando de decir.

No quería escucharlo.

Al retractarme de la fuente actual de mi confusión y frustración, que


era mi conductor designado, concentré todos mis esfuerzos en ignorarlo
y mantener mis emociones a raya.
Si pudiera saltar del auto ahora mismo, lo haría, pero él era un
conductor rápido y no me imaginaba mis posibilidades de sobrevivir al
impacto posterior al salto.

—¿En qué piensas? —dijo Johnny finalmente, haciendo un giro a la


izquierda en mi propiedad.

Fue un ascenso profundo y montañoso a mi casa con varios cientos


de casas adosadas alineadas una al lado de la otra a ambos lados de la
calle, la mía en la parte superior.

Muchas de las casas estaban tapiadas, otras estaban en ruinas con


jardines descuidados, incluido la mía, pero en este momento, estaba
demasiado molesta para preocuparme por lo que él pensara.

Giré mi mirada para verlo.

—¿Quieres saber lo que estoy pensando?

Johnny miró de reojo, con los ojos llenos de calor y frustración


apenas contenida, y me dio un breve asentimiento antes de volver su
atención a la calle.

—Bien —espeté, parpadeando para contener el familiar aguijonazo


de las lágrimas mientras procedía a decirle exactamente lo que estaba
pensando—. Creo que estás paranoico con que la gente descubra que estás
lesionado porque sabes que no deberías estar jugando.

Las palabras salieron de mi boca antes de que tuviera la oportunidad


de controlarme.

Pero en lugar de disculparme o tratar de retractarme, seguí adelante,


sorprendiéndome con la emoción en mi tono.

—Creo que estás negando tu proceso de curación y sé que te duele.


Cojeas en la escuela. ¿Sabías eso? Todo el tiempo. Es posible que otros
no lo noten, pero yo sí. Lo veo y tú ¡lo haces todo el tiempo! Entonces,
creo que estás jugando un juego peligroso con tu cuerpo, Johnny. Y creo
que si tus médicos supieran cuánto dolor sientes, no habría forma de que
te hubieran dado el alta y te hubieran dado el visto bueno para jugar.

No tenía idea de dónde venía esto, pero las palabras estaban saliendo
a borbotones de mi boca, así que dejé que se derramaran.

—Creo que fue un terrible error. Nunca debí haber aceptado un


aventón tuyo. Creo que reaccionaste de forma exagerada esta noche.
Creo que te manejaste terriblemente. Y creo que sería mejor si tú y yo no
volviéramos a hablar.

Dejé escapar un gran suspiro, con el pecho agitado por la altura del
esfuerzo vocal.

Mi cara estaba ardiendo por el calor, pero estaba orgullosa de mí por


sacar eso de mi pecho.

No era característico de mí tener un arrebato de esta magnitud con


alguien fuera de mi familia, pero me alegré.

Supongo que decía mucho que me sintiera lo suficientemente


acalorada y extrañamente cómoda con este chico como para perder la
calma, pero estaba demasiado emocionada para profundizar en el
funcionamiento de ese enigma en particular.

Por ahora, me quedaría hirviendo en mi aprensión y decepción.

—Escucha, agradezco tu preocupación —soltó finalmente, haciendo


una pausa por un momento antes de agregar—: Al menos, creo que eso
es lo que fue. Pero no es necesario. Lo tengo manejado…

—Claramente no es así —respondí, interrumpiéndolo.

—¡No tienes ni puta idea de lo que hablas! —espetó de vuelta—.


Entiendo que tienes buenas intenciones, pero conozco mi propia mierda.
Conozco mi propio cuerpo.
—Por supuesto que no tengo idea —murmuré, apartando la cara para
mirar por la ventana del pasajero—. Como la mayoría de las chicas.

—No la tienes —continuó discutiendo—. No me conoces, Shannon.

Ya sin fuerzas, exhalé un suspiro desanimado.

—Tienes razón, Johnny —susurré concordando—. No te conozco.

—¡Para de hacer eso! —espetó, pasando una mano impaciente por su


cabello—. Cristo.

—¿Hacer qué?

—Torcer mis palabras —replicó enojado—. No me das la


oportunidad de explicarte. Es un movimiento estúpido de chica y no
puedo… ¡joder! —rugió, pisando los frenos para evitar una bicicleta que
estaba tirada en medio de la calle—. Por el amor de Dios. ¿Qué diablos
le pasa a la gente? ¿La calle parece un maldito lugar para estacionar una
bicicleta?

—Puedes dejarme aquí —dije inexpresivamente, desabrochando mi


cinturón de seguridad—. Puedo caminar el resto del camino.

Abrí la puerta del auto y estaba fuera de mi asiento antes de que


tuviera la oportunidad de responder.

Cerrando la puerta de un portazo, abrí la puerta trasera y metí la


mano en los montones de basura y ropa sucia para sacar mi mochila.

—Shannon, espera, no te vayas…

—Adiós, Johnny —susurré antes de cerrar la puerta y cruzar a la


acera.

No me volví cuando bajó la ventanilla y me llamó tres veces.


Y no me di la vuelta cuando se detuvo en la acera, eligiendo
deslizarme por el callejón en su lugar, con la cabeza gacha y el aguijón
del amargo arrepentimiento pesando sobre mis hombros.
Reacciones Exageradas y Sueños que
se Desvanecen

Johnny
Estuve furioso todo el camino a casa, apenas podía concentrarme en
el camino con mal genio.

Cuando llegué a la entrada de mi casa, todo mi cuerpo palpitaba de


frustración.

Ella se alejó de mí.

La llamé y ella se fue a la mierda.

No estaba acostumbrado a que me despidieran o me ignoraran, y eso


no significaba que yo fuera un engreído.

Era la verdad.

Tocarla fue un error.

Hacerlo de nuevo era algo que no podía permitirme hacer.

Ella tenía quince años.

¿Qué diablos estaba mal conmigo?


Ya era bastante malo cuando todo lo que habíamos tenido eran un
par de conversaciones, pero ahora que había pasado las dos horas en un
auto con ella, estaba tambaleándome.

Cuando hizo sus preguntas, fueron más profundas que las cosas
habituales que me hacían.

Eso me confundió.

No podía leerla.

No podía entender lo que estaba pensando.

Vivía en una de las urbanizaciones de protección oficial de la ciudad,


la grande que estaba plagada de allanamientos de drogas y perseguida
por la policía, y ese era un pensamiento inquietante.

¿Cómo diablos alguien como ella provenía de un lugar así?

Cuando llegué a mi lugar habitual en la parte trasera de mi casa, mi


estado de ánimo era sombrío y mi temperamento estaba fuera de control.

Apagando el motor, me senté allí durante varios minutos, mirando


por el parabrisas, esforzándome por controlar el horrible sentimiento de
desesperación que se agitaba dentro de mí.

Dejando caer mi cabeza en mis manos, agarré mechones de mi


cabello y simplemente jalé.

Sin embargo, había aprendido una lección valiosa esta noche, y era
nunca preguntarle a una chica lo que estaba pensando si no estabas
preparado para recibir un gran golpe en el ego.

«Creo que estás negando tu proceso de curación y sé que te duele. Creo que
estás jugando un juego peligroso con tu cuerpo, Johnny. Y creo que si tus médicos
supieran cuánto dolor sientes, no habría forma de que te hubieran dado el alta y
te hubieran dado el visto bueno para jugar».

Sus palabras me perseguían.


Probablemente porque ella tenía un punto válido.

Joder, odiaba que tuviera razón sobre mi cuerpo.

Yo era así de terco, por eso me puse tan a la defensiva cuando


básicamente me dijo que me dejara de tonterías.

Sin embargo, de todas maneras, Shannon no me conocía.

Ella no tenía ni idea de la presión bajo la que estaba.

Nadie entendía.

Y ciertamente no ella.

¡Y sin duda alguna no caminaba cojeando!

¡Jesucristo!

Molesto conmigo mismo por darle a la chica más tiempo en mis


pensamientos, rápidamente la aparté y me concentré mucho en no
pensar en nada.

Cuando me calmé lo suficiente, salí de mi auto y cerré de un portazo,


sólo para arrepentirme de inmediato cuando estallaron los ladridos
parecidos a un canto tirolés.

Las luces del sensor automático en el patio estaban encendidas, por


lo que era fácil ver a los dos perros Golden retrievers saltando por el
césped hacia mí, seguidos por un labrador negro mucho más lento y
mucho más viejo.

—Lo siento, chicas —grité, mi temperamento se disipó al verlas—.


No fue mi intención despertarlas.

Metiendo mis llaves en mi bolsillo, rasqué a Bonnie y Cupcake, los


perros de mi madre, en sus cabezas antes de ir directamente al labrador
mayor.
A los casi quince años, el cabello alrededor de los ojos, la nariz y la
barbilla de Sookie se había vuelto blanco. Estaba rígida y cojeaba más en
estos días, pero todavía era un cachorro para mí y siempre sería el mejor
regalo de cumpleaños que un niño de tres años haya recibido.

Sookie se metió en mis brazos y luego se dejó caer sobre mi pie,


moviendo la cola con tanta fuerza que le temblaba la espalda.

—Hola, hermosa. —Me apoyé en una rodilla y envolví mis brazos


alrededor de mi perro—. ¿Cómo está mi mejor chica?

Me recompensó con besos babosos en la cara y un intento plagado de


artritis de darme la pata.

Acunando su rostro entre mis manos, le rasqué las orejas y presioné


mi nariz contra la suya.

—Te extrañé, sí, lo hice.

Dios, amaba a esta perra.

Ella era mi bebé.

No me importaba lo que dijeran los muchachos o lo mal que me


criticaran por su nombre.

Sookie era mi chica, leal hasta el extremo, y la amaba muchísimo.

Era bueno que no pudiera hablar, porque la vieja sabía más sobre mis
cosas que nadie en este planeta. Esos grandes ojos marrones de cierva
siempre me llegaban, y la pequeña barba blanca alrededor de su boca
siempre me conmovía.

No entendía cómo la gente podía lastimar a los animales, pero


especialmente a los perros.

Eran demasiado buenos para nosotros.


Los humanos no merecían el amor y la lealtad que les daban los
perros.

Era un amante de los perros.

Confiaba en ellos.

Había algo en la forma en que un perro te miraba; no les importaba


si eras un jugador de rugby famoso o una persona sin hogar en las calles.

Sólo les importaba cómo los tratabas, y una vez que te elegían como
su humano, tenías un amigo fiel por el resto de sus vidas.

No creía que los humanos fueran capaces de tal compasión y


compromiso.

Bonnie y Cupcake, molestas por la falta de atención que estaban


recibiendo, suspiraban ruidosamente, saltaban y me arañaban la espalda.

Si no hiciera tanto frío aquí afuera, y no estuviera tan jodidamente


dolorido, correría algunas vueltas por el jardín con ellas para cansarlas,
pero me estaba costando mucho mantenerme erguido, así que decidí lo
contrario.

Me tomé el tiempo para darles un masaje en la barriga a las tres,


deteniéndome para darle un masaje extra en las orejas a Sookie antes de
pararme y entrar.

La maleta justo dentro de la puerta trasera me alertó del hecho de que


mi madre estaba en casa.

Si no hubiera visto la maleta, me habría dado cuenta por el


inconfundible aroma del estofado de ternera que flotaba en el aire.

Con mi estómago gruñendo de acuerdo, pasé a través del lavadero,


siguiendo el delicioso olor hasta la cocina.

Encontré a mi madre parada en la estufa.


Estaba de espaldas a mí y llevaba puesto uno de esos trajes pantalón
que usaba para el trabajo. Su cabello rubio estaba retirado de su rostro
con un elegante clip, y se veía como en casa.

Al verla, sentí que se me quitaba un peso de los hombros.

Mi madre trabajaba para una consultora de moda con sede en


Londres.

Viajaba constantemente por trabajo y la había extrañado durante las


últimas tres semanas que había estado fuera.

No me había dado cuenta de cuánto hasta ahora.

—Hola, mamá —murmuré, dando a conocer mi presencia—. ¿Cómo


te va?

—¡Johnny! —Girándose con una cuchara de madera en la mano,


mamá me sonrió—. Estás en casa. —Dejó caer la cuchara en la
encimera, se limpió las manos en el delantal y luego se dirigió
directamente hacia mí—. Ven aquí y déjame abrazarte.

Me acerqué para darle un abrazo rápido que se convirtió en un abrazo


completo de treinta segundos.

—Ma. —Me reí entre dientes, liberándome de su agarre mortal—.


Sigo aquí. Relájate.

—Te extrañé mucho. —A regañadientes, me soltó y dio un paso


atrás, sus ojos me recorrieron con esa extraña mirada maternal que
siempre me daba—. Cielos, creciste treinta centímetros más.

Arqueé una ceja.

—¿En tres semanas?

Mamá respondió a mi sarcasmo con el ceño fruncido.

—No te hagas el inteligente.


—Siempre soy inteligente. —Presioné un beso en su mejilla y luego
la hice a un lado, con la vista puesta en esa olla de estofado—. Estoy
hambriento.

—¿Has estado comiendo?

—Por supuesto.

—¿Adecuadamente?

—Siempre.

—¿Qué tal la escuela?

—Es la escuela.

No preguntó por el rugby. Siempre eran preguntas sobre cosas como


la escuela, mis amigos, mi tarea, mi día y por el amor de Dios, mis
sentimientos.

Pero nunca rugby.

No era que a mamá no le importara mi pasión. Ella siempre se


esforzaba por hacerme saber que se preocupaba por el resto de mí, antes
que nada.

—¿Y Gerard? —Mi madre siempre usaba el nombre de pila de


Gibsie—. ¿Cómo está?

—Es el mismo de siempre —respondí, llenando el estofado en un


tazón antes de ir a la isla—. ¿Ya ha vuelto papá de Dublín?

Mi padre era abogado, bastante prolífico, y pasaba gran parte de su


tiempo rotando entre Cork y su sede en Dublín. Todo dependía del
cliente al que defendía y de la gravedad del caso. Pero básicamente era
así; cuanto mayor es el crimen, mayor es el viaje.
Los compromisos y horarios de trabajo de mis padres significaban
que pasaba mucho tiempo solo cuando ellos viajaban, y así era
exactamente como me gustaba.

Hasta que cumplí los catorce años, nuestra vecina, Maura Reilly,
venía a quedarse conmigo, pero eso era principalmente sólo para
llevarme a la escuela y al entrenamiento. Era lo suficientemente maduro
para quedarme solo y bastante autosuficiente.

Maura todavía pasaba por allí cuando mi madre estaba de viaje de


negocios, pero eso era más para limpiar y cocinar un lote de comidas.

Después de tantos años viviendo de esta manera, sin mencionar la


libertad infinita, no pensé que soportaría tenerlos a mi alrededor las 24
horas del día, los 7 días de la semana.

—No regresará de Dublín hasta mediados de marzo como mucho —


respondió mamá, viniendo a reunirse conmigo en la isla—. Volé a
Dublín esta mañana y almorcé con él antes de conducir —explicó antes
de sentarse frente a mí.

—¿Por qué hiciste eso? —pregunté entre bocados de estofado—.


Podrías haberte quedado con él durante unos días.

—¿Por qué piensas? —Mamá apoyó los codos en el mostrador y


sonrió—. Porque quería ver a mi bebé.

Puse los ojos en blanco.

—No soy un bebé, mamá.

—Eres mi bebé —respondió ella—. Y siempre lo serás. No me


importa si creces hasta dos metros de altura. Seguirás siendo mi pequeño
Johnny.

Jesús.

¿Qué podrías hacer con una mujer así?


Sacudiendo la cabeza, renuncié a mi cuchara y me llevé el tazón a la
boca, vaciando la última gota de sopa hasta el fondo antes de bajar el
tazón y suspirar de satisfacción.

Nadie cocinaba como mi madre.

Ni los chefs de la academia ni los restaurantes de comida para llevar


de la ciudad.

La mujer me había dado a luz y tenía línea directa con mi estómago.

—Veo que tus modales no han mejorado —bromeó mamá,


frunciendo el ceño con desaprobación.

—No puedo evitarlo, mamá —respondí con un guiño—. Soy un niño


en crecimiento.

Moviéndome por unos segundos, llené mi tazón y me paré sobre la


estufa para comer.

No tenía sentido sentarme cuando tenía planes de dejar limpia la olla.

—¿Cómo te fue en tu chequeo la semana pasada? —preguntó—. ¿El


Dr. Murphy está contento con la forma en que te estás recuperando?

No sabría, porque no fui…

Gruñí una respuesta indiferente, demasiado ocupado acabando mi


comida.

—¿Qué hay de los médicos de la Academia? —presionó—. ¿Sé que


no estaban interesados en que regresaras tan pronto?

Una vez más, gruñí mi respuesta porque discutir esto con mi madre
era una discusión de la que podía prescindir esta noche.

Si mentía, ella lo notaría.

Si le decía la verdad, entraría en pánico.


De cualquier forma que esta discusión resultara, mi madre insistiría
en ver mi lesión, es decir, mi pene y mis bolas.

Y de cualquier manera que fuera esta discusión, perdería la calma y


le diría que no.

Entonces ella reaccionaría de forma exagerada y llamaría por


teléfono a mi padre y lloraría por cómo no le mostraría mis «partes
íntimas» y cómo él necesitaba volver a casa para lidiar conmigo porque
probablemente me estaba muriendo de «gangrena en mi pene» o alguna
otra enfermedad horrible y sobredramática.

La distracción y la evasión eran claves para una mamá libre de


lágrimas y un yo libre de traumas.

—Estoy encantado de que estés en casa, mamá, pero voy a ir a mi


habitación y comenzar con mi tarea —decidí decir en su lugar—. El
quinto año se me está haciendo difícil. De hecho, estoy pensando en
conseguir algunas tutorías para gaélico. —Agregué eso último para un
efecto adicional. No necesitaba tutorías para nada. No había obtenido
menos de una B en ninguna prueba o examen desde el tercer año.

De hecho, podría ser yo el que dé las jodidas tutorías. Sin duda


pasaba suficiente tiempo ayudando a los muchachos en mis clases de
negocios y contabilidad.

Pero mi distracción funcionó, desviando las preocupaciones de mi


madre de mis dolencias hacia mi educación.

—Oh, cariño, está bien —anunció rápidamente, en un tono


reconfortante—. Estoy orgullosa de ti por ser lo suficientemente valiente
como para admitir que tienes un problema. Haré algunas llamadas por
la mañana para ver qué hay disponible.

—Sí, eso podría ser una buena idea —acepté con un asentimiento
solemne. Estirando mis brazos sobre mi cabeza, forcé un bostezo.
—Te ves cansado, amor —evaluó mi madre, sus ojos marrones llenos
de empatía—. ¿Por qué no te acuestas temprano y te escribo una nota
para tu tarea?

—Gracias, mamá, estoy destrozado.

Me acerqué y le di un beso en la mejilla, y luego salí corriendo de la


cocina antes de que tuviera la oportunidad de recordar su pregunta
anterior.

—Oh, y antes de que me olvide —gritó, deteniéndome en seco—.


Reservé el taller para un chequeo de tu auto. La fecha más cercana que
pude conseguir fue el lunes en dos semanas, así que te llevaré a la escuela
y podemos recoger tu auto después.

—Ah, mierda —gruñí, girándome en la puerta para mirarla.

—¿Qué?

—Tengo sesiones reservadas de entrenamiento físico en La


Academia todas las noches durante el próximo mes. —Exhalando un
suspiro de frustración, me froté la frente—. Necesito mi auto, mamá. —
La miré con una expresión esperanzada antes de agregar—: A menos
que quieras dejarme y recogerme en la clínica, ¿o prestarme el jeep?

—Perder una sesión no te matará —respondió mamá en un tono


sereno.

No, probablemente no me mataría, si no me hubiera perdido la sesión


de esta noche por Shannon.

—Además —continuó mamá—. Vuelo de regreso a Londres al día


siguiente, y quería pasar el mayor tiempo posible contigo antes de irme.

Sí, sabía que ella diría eso.

La mujer se dedicaba a pasar tiempo conmigo.

Maldita sea.
—Se acerca la final de la liga —discutí, aunque sabía que no tenía
sentido—. Es importante para la escuela. Necesito estar en forma.

—¿Y ahora no estás en forma?

—Claro que lo estoy.

—Entonces, ¿qué hay de la cojera?

Mi boca se abrió.

—¿Qué?

—Tu pierna —respondió—. No estás poniendo tu peso en ella.

Las palabras anteriores de Shannon llenaron mi mente y negué.

—¡No estoy cojeando, maldita sea!

Mamá me miró con enojo.

—¡Cuida tu lenguaje, Johnathon!

—Bueno, no tengo una maldita cojera, ma —respondí a la defensiva.

—¿Por qué te pones tan sensible al respecto? —respondió


tranquilamente—. ¿Son tus testículos, amor? Porque puedes decirme si
les pasa algo.

Abrí la boca para responder, pero rápidamente la cerré.

No tenía sentido discutir con esta mujer. No iba a ganar, y si seguía


insistiendo, ella haría esa maldita cosa astuta que hacían las madres
cuando te hacían revelar cosas sin preguntar.

Jesucristo.

—Buenas noches, mamá —dije con mordacidad y me di la vuelta


para irme.
—¿Una cosa más? —me llamó mamá.

Inhalando para calmarme, me volví hacia ella.

—¿Sí?

—¿Quién es esta? —preguntó ella, con los labios temblando mientras


golpeaba con el dedo el periódico abierto sobre el mostrador.

Fruncí el ceño.

—¿Quién es quién?

Con una gran sonrisa en su rostro, recogió el periódico y lo levantó


para mostrármelo.

—Esta —preguntó ma, ahora con una plena sonrisa, mientras


golpeaba con su uña una gigantesca foto a todo color de mí con Shannon
en el juego del Trofeo de School Boy’s Shield la semana pasada.

—¿Local o nacional?

—Nacional.

A.

La.

Mierda.

Mi.

Vida.

—Dame eso —espeté, acercándome para ver mejor.

Arrebatando el periódico de las manos de mi madre, miré a la chica


que me había estado volviendo loco durante la mayor parte de dos meses.
Jesús, se veía hermosa; con ojos bien grandes y sonriendo mientras
la sostenía contra mi costado.

Su cabello castaño estaba suelto y ondeaba con la brisa.

La parte superior de su cabeza rozaba mi axila, así de pequeña era.

Y luego mi corazón saltó en mi pecho cuando leí el pie de foto.

Johnny Kavanagh, de 17 años, fotografiado con una amiga de


la escuela, Shannon Lynch, mientras celebraban la victoria del
Colegio Tommen sobre Kilbeg en la final del Trofeo School
Boy’s Shield el viernes pasado. Kavanagh fue el capitán de
su escuela en su quinta victoria consecutiva del trofeo,
logrando otra pieza de plata en su impresionante carrera y
acabando con los rumores de lesiones existentes. La linda
colegiala tenía un rostro fresco y radiante para las cámaras
mientras felicitaba a Kavanagh por otra victoria. Cuando se
le pidió un comentario sobre el estado de su relación, Kavanagh
se negó cortésmente, aunque dicen que una imagen vale más que
mil palabras…

—Ella es una chica maravillosa, Johnny —reflexionó mamá,


distrayéndome—. Se ven absolutamente adorables juntos.

—No es así, mamá —murmuré, sabiendo muy bien lo que estaba


insinuando—. Sólo se trata de una amiga.

—Nunca te había visto en los periódicos con amigos que se ven así
antes —bromeó mamá—. Es una foto hermosa, amor. El editor también
debe haberlo pensado, porque te dio una página completa.

—Dirigí a nuestra escuela hasta la final la semana pasada —dije entre


dientes, incapaz de mirarla porque todo mi enfoque estaba en la foto—.
Ganamos. Es importante. Por eso me dieron una página completa.
—Estoy encantada por ti, amor —intervino mamá felizmente—.
Ahora, ¿cuál es su nombre?

—Shannon.

—¿Y?

—Y ese es su nombre —dije inexpresivamente.

—¿Voy a conseguir algo más?

—¿Qué más quieres? —espeté—. Ya te dije que sólo es una amiga.

—Es una amiga. —Mamá se rio, el tono mezclado con sarcasmo—.


Claro que lo es, y yo soy la Virgen María.

—No me hables de tu virginidad —gemí.

—¿Por qué? —respondió mamá—. ¿Prefieres que hable de la tuya?

No.

No.

¡Dulce Jesús, no!

—Me voy a la cama. —Metí el periódico bajo mi brazo antes de salir


de la habitación, y no cojeando.

—Dame mi periódico —me gritó mamá, riéndose—. Quiero


enmarcar esa foto.

—No, no lo harás —respondí con un resoplido.

Cuando llegué a mi habitación, abrí la cerradura de la puerta y dejé


caer el periódico sobre mi cama antes de dirigirme directamente a mi
baño privado.

Quitándome la ropa, abrí la ducha y entré.


Bajando con cuidado al suelo, enganché mis brazos alrededor de mis
rodillas e incliné la cabeza.

No tenía la energía para estar de pie.

Mamá tenía razón.

No estaba en forma.

Sentado bajo el flujo de agua hirviendo, cerré los ojos cuando un


escalofrío me recorrió.

Con una mano, me aparté el cabello de la cara y exhalé un amargo


suspiro mientras todos los miedos y preocupaciones sobre mi futuro
ocupaban un lugar destacado en mi mente.

Mi vida se estaba yendo al infierno.

Mi cuerpo se estaba desmoronando.

Mis sueños se escapaban por la ventana.

Tenía un montón de problemas de los que preocuparme.

Y de todas maneras, no podía sacármela de la cabeza.

Jodidos ojos azules de medianoche y palabras dolorosamente


precisas.

Y ahora era peor porque no sólo estaba en mis pensamientos las 24


horas del día, los 7 días de la semana, sino que tenía una maldita foto de
ella para atormentarme.

Y me atormentaría con esa foto.

Planeaba hacerlo.
Revisiones de Realidad de Última
Hora de la Noche

Shannon
—¿Buenos días? —Fueron las palabras con las que fui recibida
cuando entré por la puerta principal después de mi desastroso viaje en
auto con Johnny.

Ahora, si alguien más en todo el mundo me hubiera hecho esa


pregunta, habría tenido una respuesta, pero este era mi padre de quien
estábamos hablando.

Estaba parado en el pequeño pasillo, con un periódico enrollado


apretado en su mano, preguntándome sobre mi día, y ese era un concepto
aterrador.

—¿Estás sorda, maldita sea? —demandó mientras me miraba, el


blanco alrededor de sus ojos marrones completamente inyectados en
sangre—. Te hice una pregunta, niña.

El hedor a whisky de su aliento atravesó mis sentidos y mi ansiedad


se disparó mientras trataba mentalmente de descifrar esto.

Le pagaban sus prestaciones sociales los jueves.

Ese era el día malo.

No los martes.
Luego pensé en qué día era y mentalmente me abofeteé por no estar
preparada.

Hoy era primero de marzo.

Y era el primer martes del mes.

Día de la asignación de los niños.

El día que el gobierno irlandés hacía su pago mensual en efectivo a


los padres por cada hijo que tenían.

Lo que significaba cientos de euros desperdiciados en las casas de


apuestas y pubs.

Lo que significaba semanas de lucha y esfuerzo a las que nuestra


familia incurriría debido a la incapacidad de mi padre para controlarse.

Se me cayó el alma al suelo.

Murmurando una respuesta rápida, recuperé la llave de mi casa de la


cerradura, la deslicé en mi abrigo y esquivé su enorme cuerpo con la
intención de robar un paquete de galletas del armario de la cocina y luego
ir corriendo al santuario de mi habitación.

Manteniéndome alerta y mi cerebro en alerta máxima, logré llegar a


la cocina, pero como un mal olor, tanto en sentido figurado como literal,
mi padre me siguió.

Papá se apoyó en el marco de la puerta, apretando el periódico en la


mano y bloqueando mi salida.

—¿Cómo estuvo la escuela?

Mantuve mi espalda hacia él, ocupándome de revisar paquetes de


sopa y latas de frijoles cuando respondí:

—Bien.
—¿Bien? —se burló—. ¿Estamos pagando cuatro mil euros al año por
un bien?

Allí estaba.

Allí estaba él.

—Estuvo bien, papá —inyecté rápidamente—. Tuve un día


productivo.

—¿Día productivo? —imitó, en tono burlón y cruel—. No te hagas la


jodidamente inteligente conmigo, niña.

—No lo hice.

—Y llegas tarde —ladró, sus palabras un murmullo de borracho—.


¿Por qué diablos llegas tarde otra vez?

—Perdí mi autobús —solté, presa del pánico.

—Malditos autobuses —gruñó—. Escuela privada de mierda. ¡Eres


un grano en el culo, niña!

No había nada que decir a eso, así que me quedé callada.

La forma en que siempre me llamaba niña, como si fuera una especie


de insulto por ser mujer, ni siquiera me molestó esta noche.

Estaba en modo de autopreservación total, sabiendo lo que tenía que


hacer para salir ilesa de esta habitación: aguantar su regaño, mantener la
boca cerrada y rezar para que me dejara en paz.

—¿Sabes dónde está tu madre, niña? —gruñó.

De nuevo, no respondí.

No era una pregunta real.

Me estaba bombardeando con información antes del ataque.


—¡Rompiéndose la espalda por ti! —rugió papá—. Trabajando hasta
los huesos porque eres una malcriada que se cree mejor que todos.

—No creo que sea mejor que nadie —murmuré, y luego me arrepentí
de inmediato de haberle echado gasolina verbal a su temperamento que
ya ardía.

—Mírate —se burló papá, agitando una mano hacia mí—. Con tu
jodido y elegante uniforme de escuela privada. Llegando tarde a casa.
Pensando que eres un maldito regalo de Dios. ¿Te estabas prostituyendo?
—exigió, dando unos pasos tambaleantes hacia mí—. ¿Es por eso que
llegas tarde otra vez? ¿Tienes un pequeño novio?

Inmediatamente retrocedí, pero no me atreví a abrir la boca para


defenderme.

Él no me creería de ninguna manera.

Nueve de cada diez veces, lo empeoraba.

Y diez de cada diez veces, responderle resultaba en un escozor en la


mejilla.

—Eso es, ¿no? Has estado jugando con uno de esos idiotas elegantes
del rugby con el dinero de los papis en tu precioso Tommen —se burló—.
¡Abriendo tus piernas como la pequeña y sucia vagabunda que eres!

—No tengo novio, papá —solté ahogadamente.

Echó el brazo hacia atrás y me golpeó en la cara con el papel


enrollado.

—¡No me mientas, niña!

—No estoy mintiendo —sollocé, agarrándome la mejilla que ardía.

Ser abofeteada en la cara con un periódico enrollado puede no


parecer algo doloroso, pero cuando el hombre que entregaba el arma
pesaba tres veces más que tú, dolía.
—Explica esto, entonces —exigió mi padre. Abriendo el periódico,
pasó bruscamente las páginas hasta detenerse en la sección de deportes—
. ¡Explícalo a él!

Parpadeando para evitar las lágrimas, miré la página que papá estaba
señalando e inmediatamente sentí que se me helaba la sangre.

Ahí estaba yo, en completo tecnicolor, sonriendo para el estúpido


fotógrafo, con el brazo de Johnny alrededor de mi cintura, toda sonrisas
y mejillas sonrojadas.

No pude pensar en la foto ni preguntarme por qué estaba impresa en


el periódico más grande de Irlanda porque estaba aterrorizada.

Estaba tan asustada que podía saborearlo.

Vas a morir, Shannon.

Esta es la noche en que te va a matar…

—Es el capitán del equipo de rugby —me apresuré a decir, tratando


de inventar una mentira para librarme de la paliza que sabía muy bien
que iba a recibir—. Ganaron un gran partido —divagué, aferrándome
desesperadamente a un clavo ardiendo—. El Sr. Twomey, el director,
nos hizo representar a todos para una foto con él… ¡Ni siquiera lo
conozco, papá, lo juro!

Sabía que debería haber esperado el siguiente movimiento de mi


padre, lo había perfeccionado hasta convertirlo en un arte a lo largo de
los años, pero cuando agarró mi garganta y me golpeó contra el
refrigerador, aun así me tomó por sorpresa.

Apretando con fuerza, siseó:

—Me estás mintiendo…

—No… no lo hago —digo con voz estrangulada, arañando sus


manos—. Papá… por favor… no puedo… respirar…
El sonido de la puerta principal abriéndose y luego cerrándose
rápidamente llenó el aire.

Papá me soltó la garganta y me derrumbé físicamente de alivio.

Jadeando por aire, me alejé de él.

Segundos después, Joey apareció en la puerta, luciendo como un


regalo enviado por Dios con la cara manchada de grasa y el mono
cubierto de aceite.

Joey le dio unas palmaditas en el hombro a papá y luego lo empujó


a un lado con facilidad antes de caminar hacia la cocina, balanceando un
juego de llaves entre sus dedos.

—¿Cómo va, familia?

Parecía relajado y sonaba alegre, pero la tensión alrededor de sus ojos


me aseguró que era todo lo contrario.

Actuar como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo era el


mecanismo de defensa de Joey.

El mío era volverme muda.

—Joey —reconoció papá, luciendo un poco más alerta ahora ante la


presencia del alfa más dominante en la familia.

Nuestro padre puede ser grande y amargado, pero Joey era más grande
y más rápido.

—¿Los chicos están en la cama? —preguntó Joey, agarrando una lata


de Coca-Cola del refrigerador.

Papá asintió pero no me quitó los ojos de encima.

—¿Dónde está mamá? —preguntó Joey, obviamente tratando de


aliviar la tensión. Abrió la tapa, tomó un gran sorbo y luego se limpió la
boca con el dorso de la mano—. ¿Aún en el trabajo?
—Tu madre está en el trabajo y esta de aquí vuelve a llegar tarde a
casa —ladró nuestro padre. Me apuntó con un dedo y arrastró las
palabras—: Al parecer, perdió su puto autobús.

—Lo sé —respondió Joey alegremente, antes de volver su atención


hacia mí.

»¿Cómo te va, Shan?

—Hola, Joe —dije con voz ronca, apretando y aflojando los puños
para evitar que mis manos se movieran hacia mi garganta, mientras
trataba desesperadamente de controlar los latidos de mi corazón—.
Nada. Sólo hambre. Iba a tomar un refrigerio.

Joey se acercó a donde yo estaba, con los pies congelados en el suelo,


y juguetonamente me tocó la mejilla con los nudillos.

Fue una tierna muestra de cariño y una muestra silenciosa de


solidaridad.

—¿Aoife se quedó mucho tiempo cuando te trajo a casa?

Mis ojos se abrieron con confusión.

La mirada que me dio mi hermano decía sígueme la corriente.

Me di cuenta.

Mi hermano me estaba dando una salida.

—Uh, no —dije con voz ahogada, con los ojos fijos en Joey—. Sólo
me dejó y se fue directamente a casa.

Joey me guiñó un ojo de aprobación y luego me rodeó, metiendo su


mano en la parte trasera del armario, el que yo no podía alcanzar sin la
ayuda de una silla.

—Ten. —Sacó un paquete de galletas de chocolate y me las entregó—


. Sin duda, ¿esto es lo que estás buscando?
—No es una casa de transición —balbuceó papá.

—Esta es mi comida, viejo —replicó Joey con frialdad, girándose


para mirar a nuestro padre—. Comprado con mi dinero. De mi trabajo.

—¡Esta es mi casa!

—Una casa que te dio el gobierno —respondió Joey con frialdad—.


Debido a nosotros.

—No te hagas el listo conmigo, muchacho —replicó papá, pero su


tono carecía de la fuerza habitual.

Borracho como estaba, nuestro padre era muy consciente de que la


mierda que hizo conmigo no funcionaría con mi hermano.

Habían tenido varias peleas a lo largo de los años, pero la pelea que
más brillaba en mi memoria era la que había ocurrido en noviembre
pasado.

La pelea había sido como de costumbre; infidelidad.

A papá lo habían atrapado con otra mujer, no era nada sorprendente,


y había decidido levantarse y dejarnos por la otra mujer, de nuevo, nada
que nos sorprendiera.

Mamá acababa de enterarse de que estaba embarazada el día que él


se fue y se había aferrado a la cama.

Joey y yo habíamos pasado casi dos semanas cuidando a los niños


más pequeños y limpiando el desastre que habían hecho nuestros padres.

Cuando nuestro padre finalmente cruzó la puerta, diez días después,


apestando a whisky y tirándole mierda a mamá, mi hermano se había
vuelto loco.

Él y papá terminaron peleándose en la sala de estar, destrozando


muebles y adornos mientras se enfrentaban.
Sin embargo, no fue por eso que se destacó.

Se destacó porque la pelea había terminado con mi padre acurrucado


en el piso de la sala en posición fetal mientras mi hermano le daba golpe
tras golpe sin piedad en la cara.

Fue una completa carnicería, y aunque papá había logrado romperle


la nariz a Joey, fue mi hermano quien salió victorioso.

Papá estuvo muy mal después de la paliza que le habían dado y, en


cierto modo, había funcionado a su favor porque mamá había sentido
pena por él y lo había aceptado de regreso.

Por muy deprimente que fuera ese día para nosotros, como hijos de
padres tóxicos, también significó un cambio de poder.

Los eventos de ese día le demostraron a nuestro padre que ya no era


el alfa.

Había un nuevo perro en la ciudad, uno que había recibido


demasiadas palizas de él y estaba preparado para callar su mierda en
cualquier momento.

—Shannon —dijo Joey, tono tranquilo, los ojos fijos en nuestro


padre—. Se está haciendo tarde. ¿Por qué no te vas a la cama?

Joey no necesitó decírmelo dos veces.

Tomando el escape ofrecido como una víctima de ahogamiento


tomaría un chaleco salvavidas, me dirigí directamente a las escaleras,
deteniéndome en seco cuando papá bloqueó la entrada.

—No he terminado de hablar con ella —dijo arrastrando las palabras.

—Bueno, ella ha terminado de hablar contigo —dijo Joey


inexpresivo, viniendo a pararse detrás de mí—. Entonces, apártate de su
camino, viejo. Ahora.
Hubo una firme mirada de treinta segundos entre ellos antes de que
papá finalmente se hiciera a un lado.

Salí rápidamente de la cocina, subí corriendo las escaleras a toda


velocidad, sin detenerme hasta que estuve a salvo en mi habitación con
la puerta cerrada y la cerradura girada.

Apenas tomando tiempo para recuperar el aliento, arrojé las galletas


en mi casillero, me quité el uniforme lo más rápido humanamente
posible y me puse el pijama antes de tirarme a la cama.

Metiéndome debajo de las sábanas, tomé el discman portátil debajo


de mi almohada y me subí las sábanas hasta la barbilla.

Tenía un auricular puesto cuando comenzaron los gritos.

Segundos después, el sonido de muebles estrellándose llenó mis


oídos.

Se me revolvió el estómago y rápidamente me puse el otro auricular


antes de encender el viejo y descolorido discman.

Busqué a tientas los botones, presioné «reproducir» y subí el volumen


al máximo, rezando para que las baterías tuvieran suficiente energía para
bloquear el infierno que era mi hogar.

Al hacer clic en la pista de metal más fuerte y fuerte del CD, me


recosté en la almohada y permanecí completamente inmóvil, con el
cuerpo rígido y enroscado por la tensión.

Cuatro canciones y los latidos de mi corazón volvieron a su ritmo


normal.

Tres canciones más y la capacidad de formar pensamientos


coherentes regresaron.

No siempre era así.


La mayoría de las noches entre semana estaban bien, con la
excepción de los jueves, cuando papá recibía el dinero de la asistencia
social en la oficina de correos.

Los fines de semana podían ser mediocres, pero era fantástico para
evitar la confrontación con mi padre.

Si él estaba bebiendo en un día de semana, yo siempre me ocupaba


de ir a casa de la escuela, cenar y encerrarme en mi habitación a las seis
en punto.

Si bebía los fines de semana, no salía de mi habitación para nada.

Sin embargo, los eventos de hoy me habían desequilibrado y había


cometido un error fatal.

Johnny me había desequilibrado.

Bajé la guardia.

Me olvidé.

El álbum se reprodujo hasta el final y lo volví a encender, repitiéndolo


en un bucle.

Fue sólo cuando escuché el sonido de la puerta de la habitación junto


a la mía cerrándose sobre la música en mis oídos que aflojé mis músculos
tensos.

Él estaba bien.

Exhalando un suspiro tembloroso, bajé el volumen y escuché con


atención.

Silencio.

Sacándome mis auriculares, aparté las cobijas y salí de la cama.


Andando de puntillas hacia la puerta de mi dormitorio, giré la
cerradura y me arrastré hasta el rellano vacío.

Tanteando mi camino hacia la puerta de Joey en la oscuridad, agarré


la manija de la puerta y me deslicé dentro.

—¿Joe? —susurré cuando mis ojos se posaron en él. Estaba sentado


en el borde de la cama en bóxers, llevándose un fajo de papel higiénico a
la boca—. ¿Estás bien?

—Estoy grandioso, Shan —siseó, con un tono agudo, mientras


frotaba el papel contra su labio inferior—. Deberías ir a la cama.

—Estás sangrando —dije con voz estrangulada, con los ojos fijos en
el chorro de papel manchado de sangre.

—Es sólo un labio partido —replicó, sonando un poco irritado—.


Vuelve a tu habitación.

No lo hice.

No podía.

Debo haberme quedado en su puerta durante mucho tiempo porque


cuando Joey me miró, su expresión era de resignación. Suspirando
profundamente, se pasó una mano por el cabello y luego palmeó el
colchón a su lado.

—Vamos.

Acercándome a él, me derrumbé en la cama y envolví mis brazos


alrededor del cuello de mi hermano, aferrándome a él como si fuera lo
único que mantenía mi mundo unido.

A veces, pensaba que eso podría ser cierto.

—Está bien, Shan —susurró, consolándome.


—Lo siento —dije con voz ahogada, apretando mi agarre en su
cuello. Las lágrimas se derramaron por mis mejillas—. Lo siento mucho,
Joe.

—No es tu culpa, Shan.

—Pero lo hice enojar…

—No es tu culpa —repitió mi hermano, en tono severo.

—No quiero estar más aquí, Joe.

—Yo tampoco.

—Estoy harta de sentir miedo todo el tiempo.

—Lo sé. —Me palmeó la espalda y luego se puso de pie—. Un día de


estos, todo estará mejor. Lo prometo.

Caminando hacia su guardarropa, abrió las puertas y sacó el familiar


saco de dormir y almohadas de repuesto.

No tuve que preguntar qué estaba haciendo; no cuando ya lo sabía y


eso hizo que mi corazón se oprimiera con fuerza.

Cuando Joey terminó de colocar la cama improvisada en el suelo, se


dejó caer sobre ella.

Cruzando los brazos detrás de su cabeza, soltó un profundo suspiro.

—Apaga la luz, ¿quieres, Shan?

Obedeciendo, me incliné sobre la cama y apagué su lámpara antes de


subirme a su cama vacía.

—Gracias, Joey —sollocé, limpiándome la nariz con el dorso de la


mano, mientras me acomodaba debajo de las sábanas.

—No hay problema.


Poniéndome de lado, lo miré acostado en el piso de su habitación.

Sus cortinas estaban cerradas, pero las farolas de la acera fuera de la


casa envolvían la habitación en un tono opaco de color desvaído,
iluminando las sombras en el rostro de mi hermano.

—¿Oye, Joe?

—¿Sí?

—¿Me puedes hacer un favor?

Levantó la barbilla, haciéndome saber que estaba escuchando.

—Por favor, no me hagas lo que Darren nos hizo. —Juntando mis


manos bajo mi mejilla, susurré—: No me dejes.

—No lo haré —prometió mi hermano, en un tono lleno de


determinación y sinceridad—. Nunca te dejaré aquí con él.

Dejé escapar un suspiro tembloroso.

—Mamá nunca lo va a dejar…

—Mamá puede hacer lo que quiera —interrumpió Joey,


endureciendo el tono—. Ella hizo su cama cuando lo aceptó de vuelta la
última vez. Ella puede seguir teniendo a su descendencia y aguantando
su mierda por el resto de su maldita vida por lo que a mí respecta. ¿Pero
tú y yo? Nos mantenemos unidos. —Volvió la cara hacia mí y dijo—:
Cuando salga de este agujero de mierda, y saldré, te llevaré conmigo.

Mordiéndome el labio, pregunté:

—¿Qué hay de los chicos?

Joey exhaló con fuerza, pero no respondió.

Nana Murphy, nuestra bisabuela materna, recogía a nuestros


hermanos menores de la escuela todos los días y los dejaba en casa, les
daba de comer, les daba de beber y los vestía para dormir alrededor de
las 8 p. m.

Nana había hecho lo mismo por Darren, Joey y por mí hasta que
pasamos a la escuela secundaria.

Era un arreglo extraño considerando que ella y mis padres apenas


hablaban, y sobre el que le había preguntado a nana. Quería saber por
qué a la edad de 81 años seguía ayudando a mis padres cuando
claramente no la apreciaban.

Ella había criado a mi madre y a su hermana, Alice, cuando sus


padres fallecieron cuando eran niñas, pero jurarías que nana era una
extraña en la forma en que nuestra madre la trataba.

Nana me dijo que no lo hacía por ellos.

Lo hacía por nosotros.

Porque ella nos amaba.

Y no debíamos sufrir por las malas decisiones de nuestros padres.

Ella nos había enseñado a ir al baño a cada uno de nosotros cuando


nuestra madre trabajaba todas las horas que Dios le dio y nuestro padre
no estaba interesado.

Nana Murphy había intervenido cuando nuestra madre y nuestro


padre dieron un paso al costado.

Nana dejó en claro que amaría y cuidaría a todos los niños que
nacieran de su jodida unión porque éramos sus bisnietos.

Tadhg, Ollie y Sean estaban relativamente protegidos del tornado


que fue nuestro padre porque tuvimos la suerte de tener una bisabuela
que nos amaba.

El problema era que Nana estaba empujando en la vida y no podía


hacer esto para siempre.
No podía seguir entrando y salvando el día.

Su salud se estaba deteriorando, la vejez estaba llegando y el dinero


era tan escaso para ella como para nosotros. Nana no tenía dinero para
alimentarnos a nosotros además de a nuestros tres hermanos menores, y
cada vez que acudíamos a ella con otro problema, aparecía otra arruga
en su rostro y se acumulaba otra cita con el médico.

Fue por esas y muchas más razones por las que Joey y yo habíamos
reducido nuestras visitas.

—Son nuestros hermanos —susurré, arrastrándome fuera de mis


pensamientos.

—No soy su padre —gruñó Joey—. Y quién sabe, tal vez mamá
recupere el sentido antes de que los jodan por completo como lo hicieron
con nosotros y Darren. De cualquier manera, no hay nada que pueda
hacer al respecto. No puedo cuidarlos, Shannon. No puedo permitírmelo
y no tengo tiempo. Nos sacaré de aquí. Eso es lo mejor que puedo hacer.

—¿Lo prometes?

Asintió.

—Tan pronto como termine la escuela y me establezca en la


universidad el próximo año, conseguiré un piso. Puede que me lleve
algún tiempo juntar el dinero y ponerme de pie, pero me iré de aquí,
Shannon. Te sacaré de aquí. Puedo prometerte eso.

—Te creo —le dije.

Y le creía.

Me había estado contando este plan desde que Darren salió por la
puerta hace cinco años y nos dejó solos con la ira del whisky de nuestro
padre.
Creía que mi hermano decía en serio cada palabra que decía, cada
promesa que hacía.

El problema era que podía ver los sacrificios inimaginables que


tendría que hacer mi hermano para que esto funcionara para nosotros, y
sabía en el fondo de mi corazón que la probabilidad de que realmente
fructificara era escasa.

De cualquier manera, la niña dentro de mí se aferró a la promesa por


todo lo que valía.

Y promesas como esa para chicas como yo lo valían todo.

—De todos modos, basta de la charla de mierda de padres —dijo


Joey, mirándome a la cara—. Dime cómo conoces a Johnny Kavanagh.

—¿Qué? —Lo miré boquiabierta, sorprendida por el cambio


repentino en la conversación.

No era raro que cambiáramos de tema después de una noche como


esta y habláramos de cosas ridículas. Para otros, podría parecer extraño
que pudiéramos cambiar de una conversación seria y significativa a una
simple charla, pero era la norma para nosotros.

Habíamos estado lidiando con la mierda de nuestro padre toda


nuestra vida.

Cambiar de tema era algo natural para nosotros. Era un mecanismo


de supervivencia que habíamos perfeccionado a lo largo de los años;
desviación y distracción.

¿Pero preguntarme por Johnny?

Eso me desequilibró.

—Kavanagh —confirmó Joey, con ojos agudos y escrutadores—.


¿Cómo conoces al chico?
—Él va a Tommen —expliqué, agradecida por la penumbra para que
mi hermano no pudiera ver lo roja que se había puesto mi cara—. Él está,
eh, en quinto año, ¿creo? —Lo sé—. Y lo he visto un par de veces en la
escuela. Él es quien me noqueó en mi primer día.

La cabeza de Joey se volvió hacia mí.

—¿Fue Kavanagh quien te noqueó?

—Fue un accidente. —Rápidamente repetí las palabras familiares


que había dicho una y otra vez en el último mes más o menos—. Hizo
un mal pase, o pateó mal el balón, o algo así, de todos modos, se disculpó
como un millón de veces, así que está todo bien… —Terminé con un
gran suspiro, sin querer dar más información sobre el asunto—. Todo
listo y terminado.

—Bueno, mierda —reflexionó Joey, rascándose el pecho—. Uno


pensaría que un tipo en su posición no cometería errores de Mickey Mouse
como ese.

—¿Un tipo en su posición? —comenté—. Estoy bastante segura de


que no es la única persona en el mundo que patea una pelota para el culo.

—No… —Joey se encogió de hombros—. Sin embargo, no pensé que


cometieran ese tipo de errores escolares en La Academia.

—¿Academia? —Exhalé un resoplido—. Se llama Colegio Tommen,


Joe. No La Academia.

—No estoy hablando de tu escuela, Shan —dijo Joey—. Estoy


hablando de La Academia, ya sabes; El Instituto de Mayor Progreso. La
Academia es sólo un apodo.

—¿Qué diablos es el Instituto de Mayor Progreso? ¿Y cómo lo


conoces?

—Exactamente como suena; un instituto para mayor progreso —


respondió con sarcasmo—. Y todos saben quién es Johnny Kavanagh.
Yo no.

Estaba desconcertada.

—Entonces, ¿por qué apodarlo La Academia?

—Porque La Academia suena mejor que El Instituto. —Joey soltó una


risa suave—. Realmente no tienes idea de quién es él, ¿verdad?

Cuando no respondí, Joey se rio de nuevo.

—Eso no tiene precio —reflexionó, claramente entretenido—.


Estuviste yendo en su coche esta noche y ni siquiera lo sabías.

—¿Saber qué? —espeté, sintiéndome nerviosa y molesta por mi falta


de comprensión.

Las palabras anteriores de Johnny flotaron en mi cabeza.

«Yo juego… No, quiero decir, juego…».

Maldición, sabía que había estado haciendo el ridículo.

—¿Qué? —exigí—. ¿Es un gran jugador de rugby o algo así?

Joey resopló con fuerza.

—No puedo creer que no lo sepas.

—¡Dime!

—Deberías haber tomado una foto —agregó pensativo—. Oh,


espera, lo hiciste. ¿Cuál es la historia por la que estás en los periódicos
con él? El viejo prácticamente me lo estrelló en la cara.

—No tengo idea, Joe. —Negué con la cabeza y exhalé


pesadamente—. Ganaron una copa el viernes pasado y me sacaron una
foto con él. —Me encogí de hombros con impotencia—. No tenía idea
de que terminaría en los periódicos.
—Acabó en los periódicos porque es Johnny Kavanagh —dijo mi
hermano, enunciando su nombre como si significara algo para mí—.
Vamos, Shan.

Cuando me quedé con las manos vacías, Joey lanzó un suspiro de


impaciencia.

—Es importante en el circuito de rugby. Jesús, sólo tienes que


encender una computadora o abrir los periódicos para leer todo sobre él
—continuó diciendo—. Fue reclutado en la academia de rugby cuando
tenía catorce años o una edad increíblemente joven como esa.

—¿Ese es el lugar del instituto? —Me moví, inclinándome hacia el


borde de la cama para mirarlo—. ¿Eso es importante o algo así?

—Es malditamente importante, Shan —confirmó Joey—. Tienes que


ser elegido personalmente por los mejores cazatalentos de rugby
irlandeses para poder probar. El dinero e influencias no tienen ningún
factor. La selección se basa puramente en el talento y el potencial. Les
enseñan todo lo que necesitan saber sobre una carrera profesional en el
rugby y tienen los mejores entrenadores, fisios, nutricionistas y
entrenadores del país cuidándolos. Ejecutan estos increíbles programas
de acondicionamiento y campos para sus jugadores, y es el mejor lugar
para conocer posibles reclutadores. Es como esta escuela de excelencia
para los futuros jugadores profesionales de rugby, excepto que no es una
escuela. Es una instalación deportiva de última generación en la ciudad.
En realidad, es más como una granja de cachorros donde producen
jugadores de rugby de alto calibre y pura sangre en lugar de perros.

—Asco. —Arrugué la nariz—. Repugnante analogía, Joe.

—Así son las cosas. —Se rio Joey—. Sólo los adolescentes más
prometedores del país tienen la oportunidad de trabajar con La
Academia, e incluso así, es brutal. Tienes que estar hecho de algo
jodidamente especial para superar las pruebas y tener una temporada con
ellos, no importa ser re-seleccionado. Personalmente, puedo respetar
muchísimo a cualquiera con ese tipo de autodisciplina. Tiene que tener
una gran ética de trabajo para desempeñarse a ese nivel en su deporte.

—Entonces, ¿él es bueno?

—Es mejor que bueno, Shan —corrigió mi hermano—. He visto


algunos de los partidos de Kavanagh con el equipo sub18 que se
transmitieron por televisión durante la campaña de verano y te lo digo
ahora, es como un arma cargada en la cancha. Dale una pequeña
oportunidad y él expondrá la defensa y dará en el puto objetivo cada vez.
Mierda, el tipo sólo tiene diecisiete años y esta es su segunda temporada
con el equipo juvenil irlandés sub18, y pasará directamente al sub20 una
vez que cumpla los dieciocho. Después de eso, será el equipo mayor.

Entonces, Johnny no estaba bromeando cuando dijo que jugaba.

—No sabía nada de esto —murmuré, sintiéndome como una idiota.

¿Por qué nadie mencionó esto?

Todo lo que decían las chicas en la escuela era que era increíble en el
rugby y que era el capitán del equipo de la escuela.

Ni siquiera oí hablar de esta cosa de la academia.

—Te estás sonrojando —dijo Joey, sonando divertido.

Era una evaluación completamente precisa, una que negué


furtivamente.

—No lo hago.

Resopló.

—Sí, sin duda te sonrojaste.

—Entonces, está demasiado oscuro para ver eso, ¿cómo sabes que
me estoy sonrojando?
Joey rio suavemente.

—Entonces, ¿lo admites?

—No lo admito. —Reprimí una maldición—. Y no me sonrojé.

Se burló.

—No me vengas con esa mierda.

—¿Qué mierda?

—Dejaste que te trajera a casa.

Me quedé boquiabierta.

—Sí. ¿Y?

—Ni siquiera te subes al auto con Podge, y él ha sido mi mejor amigo


desde los pañales —desafió Joey—. Nunca te he visto ni oído que seas
amiga de muchachos.

—Eso es porque no tengo amigos —gruñí—. O al menos no los tenía.

—Entonces, ¿eres amiga de él?

—No, no soy amiga de él —gruñí—. Perdí mi autobús. Me escuchó


hablar contigo por teléfono y se ofreció a traerme a casa. Lo sabes.

—Sí, bueno, un consejo —respondió despreocupadamente—. No te


hagas ilusiones con él.

—¿Ilusiones?

—Sí. —Joey bostezó perezosamente—. No terminará bien.

—¿Qué estás… ¿Por qué tendría que hacerme ilusiones? —respondí,


nerviosa—. ¿Y esperanzas de qué?
—Cualquiera que sea la mierda en la que se ilusionan las
adolescentes —replicó Joey, bostezando de nuevo—. A riesgo de sonar
como un hermano sobreprotector: es demasiado viejo y tiene demasiada
experiencia para ti.

—No me estoy haciendo ilusiones con nadie —negué


acaloradamente antes de agregar rápidamente—: ¿Por qué me cuentas
todo esto?

—No soy tonto, Shan —respondió Joey—. Soy muy consciente de la


forma en que las jóvenes se obsesionan y se vuelven fanáticas de los
muchachos en su posición. —Se movió en su cama improvisada,
estirándose—. Todo lo que digo es, no leas nada en que él se tome una
foto contigo o te traiga a casa esta noche. Lo más probable es que haga
eso con muchas chicas.

—¡No lo hice! —espeté—. Ni siquiera sabía sobre su posición hasta


que me lo dijiste. —Continué con—: Y soy muy consciente de que
ofrecerme un aventón fue un intento de enmendar la conmoción
cerebral.

—¿Estás segura?

—Por supuesto.

—¿Estás segura de que sabes que eso es todo?

Me resistí con indignación.

—Sí, Joey.

—Bueno, bien. —Suspiró—. Por lo que leí en los periódicos, estará


fuera de aquí después del certificado de salida, por lo que suspirar por él
sería una mala idea. Los clubes ya están clamando por él, incluso en el
hemisferio sur. Es sólo cuestión de tiempo antes de que sea contratado
por el mejor postor.
—¿Y? —Mi tono fue defensivo—. ¿Por qué me importaría? ¡Ni
siquiera me gusta el rugby!

—Cálmate, Shannon. —Joey resopló—. Sólo estaba tratando de


darte un consejo fraternal.

—Bueno, no es necesario —gruñí, con la cara ardiendo—. Y para tu


información, en realidad no es tan bueno —decidí lanzar en un tono
desdeñoso.

Mi altercado anterior con Johnny todavía estaba fresco en mi mente,


y tenía la loca necesidad de derribarlo un par de veces, aunque fuera sólo
con mi hermano.

—Está muy malhumorado y conduce como un maníaco, y su auto es


una desgracia, está tan sucio.

—¿Qué conduce?

—Un Audi A3. —Hice una mueca antes de admitir de mala gana—:
Es tan agradable.

—Por supuesto que sí. Prácticamente arrojan autos de alta gama a


sus jugadores. —Joey resopló y sonó un poco fanático cuando dijo—:
Bastardo con suerte.

Entonces, el silencio cayó a nuestro alrededor, mientras


silenciosamente me tambaleaba a través de mis pensamientos.

Tambaleándome, traté de disolver la información que Joey me había


dado.

Traté de conectarlo con el Johnny que había conocido, pero no pude.

No me parecía un jugador de rugby superestrella.

De acuerdo, claro, físicamente se veía cada centímetro de la


descripción de uno, pero no era… no era…
Negué con la cabeza, los pensamientos estaban torcidos por la
confusión.

Ahora que sabía exactamente lo comprometido que estaba en el rugby,


podía entender su reacción irracional esta noche.

No quería que nadie supiera de sus lesiones porque estaba asustado.

No lo había admitido, pero ahora que sabía lo que estaba en juego


para él, tenía mucho sentido.

Si mi futura carrera en la que había invertido tanto tiempo y energía


estuviera en el aire debido a una lesión, haría lo que fuera necesario para
volver al camino.

¿Pero mentir sobre su recuperación?

Eso me pareció un movimiento arriesgado.

Un movimiento peligroso.

Él mismo lo había dicho; no estaba sanando bien.

Entonces, ¿por qué arriesgar su cuerpo de esa manera?

—¿Qué le sucede a un chico cuando se desgarra el músculo aductor?

La pregunta salió de mi boca antes de que tuviera la oportunidad de


pensarlo.

—¿Qué, como en la ingle?

—Sí. —Asentí—. ¿Qué sucede?

—Depende de la gravedad del desgarro —respondió Joey sin


dudarlo—. Pero dolería un montón por un tiempo. Si fuera malo,
probablemente necesitaría fisioterapia y rehabilitación.
—¿Y si fuera realmente malo? —Me mordí la uña y pregunté—: ¿Qué
pasa si fue lo suficientemente malo como para que tuviera que operarse
allí?

—¡Shannon, detente! —Joey se estremeció visiblemente y ahuecó su


entrepierna—. No quiero pensar en eso.

—¿Sería realmente malo? —Seguí presionando—. ¿Para un chico,


me refiero? ¿Dolería?

—Piénsalo de esta manera —soltó Joey, todavía temblando—.


Prefiero romperme ambas piernas que sufrir ese tipo de trauma en mi
paquete.

—¿Te dolería caminar y esas cosas? —pregunté—. ¿Qué hay de


practicar deportes?

—Shannon, me dolería ir a mear —bromeó Joey—. Ni hablemos de


correr en un campo.

Oh, Jesús.

Con razón Johnny estaba dolorido.

—¿Por qué? —preguntó entonces.

—Oh, sólo me preguntaba porque Lizzie dijo que su novio, Pierce,


se sometió a una cirugía para reparar su músculo aductor en diciembre.
—Encogiéndome de hombros, seguí mintiendo entre dientes. No sabía
el apellido del novio de Lizzie, y mucho menos la condición de sus
músculos aductores—. Lizzie dijo que ha vuelto a jugar al rug… eh,
soccer, pero que todavía siente mucho dolor. Me preguntó si sabía algo
sobre eso ya que juegas al hurling. Le dije que te preguntaría.

—Bueno, puedes decirle que dije que el pobre bastardo merece un


suministro ilimitado de morfina —murmuró Joey—. Y una cama. Y un
suministro interminable de bolsas de hielo para sus bolas.
—¿Sus bolas? —Tragué profundamente, con los ojos muy abiertos—
. ¿Por qué necesitaría una bolsa de hielo para eso?

—Porque cuando los cirujanos te abren para ese tipo de


procedimiento, hacen una incisión justo debajo de tus… ¡ugh! No puedo.
—Sacudiendo la cabeza, Joey espetó—: No puedo ni pensar en eso sin
sentir simpatía por el pobre bastardo.

—Pero, ¿y si…

—¡No!

—Pero yo sólo…

—¡Buenas noches, Shannon! —Dejándose caer de costado de


espaldas a mí, Joey refunfuñó—: Gracias por mis futuras pesadillas.

Dejándome caer sobre mi espalda, acuné la parte superior de mi


cabeza con mis manos y solté una respiración lenta y tranquilizadora,
con la esperanza de calmar mis pensamientos trémulos y hacer que mi
mente se quedara en blanco.

Cuando el sonido de los ronquidos del sueño profundo de Joey llenó


mis oídos, varias horas después, todavía estaba completamente
despierta.

Estaba cansada.

Estaba persiguiendo el sueño, instando a que viniera, pero por mucho


que lo intenté, no pude hacer que mi cerebro se apagara.

Mirando hacia el techo, repasé mentalmente mi propio catálogo


personal de dolores de cabeza.

Era una forma enfermiza de autolesión porque pensar en eso no me


hacía ningún bien, pero aun así, reviví cada discusión, comentario cruel
y recuerdo doloroso que había soportado; desde burlas en el patio de la
escuela a la edad de cuatro años hasta los comentarios hechos por mi
padre esta noche.

Era la forma de masoquismo definitiva y un ritual que siempre


realizaba después de un mal día.

Cerrar los ojos tampoco ayudó.

Cada vez que permitía que mis ojos se cerraran, las imágenes
mentales de Johnny Kavanagh bailaban en mis párpados.

No estaba segura de si lo prefería cuando él era sólo el extraño que


me noqueó y sonreía en los pasillos, o el imbécil malhumorado e
hiperreactivo que había cambiado de ánimos esta noche.

Definitivamente sabía que me arrepentía de saber lo que sabía sobre


él.

Descubrir que Johnny era una estrella de rugby prometedora con una
futura carrera deportiva brillante era deprimente por varias razones, pero
una en particular sobresalió en mi cabeza.

Yo tenía un hermano superestrella propio, un chico guapo que no


puede hacer nada malo a los ojos de nadie que era elogiado por su
desempeño en el campo y recompensado con el reinado libre.

Joey, por muy bueno que fuera conmigo, también era un completo
casanova que había dejado un rastro de corazones rotos desde
Ballylaggin hasta la ciudad de Cork.

Había estado viendo a su novia, Aoife, exclusivamente durante unos


ocho meses, y parecía completamente dedicado a ella, pero el jurado aún
no sabía si estaba completamente reformado de sus viejas costumbres o
no.

La experiencia me decía que los chicos eran perros.

Y padres.
Los padres eran bastardos y no se podía confiar en los hombres.

No todos los hombres, admití a regañadientes, pero la mayoría lo


eran.

Especialmente los atléticos.

Al ser la hermana de uno, tenía una idea de la mente de estos atletas


adolescentes y sabía que era más seguro ser pariente de ellos, amiga
platónica, o simplemente evitarlos como la peste.

Tenían grandes egos, actitudes desbordadas y deseos sexuales muy


cargados. Leales a sus familias, a su equipo y nada más.

Confía en que mis testarudas hormonas adolescentes se descontrolen al ver


uno.

Reconociendo que era la opción más segura, decidí que seguiría


adelante con los eventos de esta noche bloqueando todo lo que había
aprendido sobre Johnny Kavanagh y evitándolo.

Yo era joven pero no estúpida, y sabía que albergar cualquier tipo de


sentimientos, enamoramiento inofensivo o no, por un chico como
Johnny Kavanagh no me haría ningún favor a la larga.

Porque con toda honestidad, desde el día que me noqueó, había


albergado muchas emociones contradictorias hacia él.

Pero la forma horrible en que Johnny manejó su incomodidad esta


noche, junto con la charla de Joey, fue la fría y dura dosis de realidad
que necesitaba para volver a mis cabales.

Necesitaba olvidarme de él.

Y lo haría.

Eso esperaba.
La Madre Sabe qué es lo Mejor… Sólo
en las Películas.

Shannon
Cuando me desperté para ir a la escuela el miércoles por la mañana,
mi madre me estaba esperando.

En mi prisa por salir de la casa, y alejarme de mi padre, casi no la vi.

Sólo cuando me detuve en el pasillo para recuperar mi abrigo la noté


sentada en la mesa de la cocina, sosteniendo una taza de café entre sus
manos.

—¿Mamá? —Fruncí el ceño al verla.

Parecía exhausta, con círculos oscuros debajo de los ojos, tez pálida
y demacrada.

Estaba envuelta en su bata vieja, deshilachada y con lunares, el


último regalo de Navidad que Darren le había dado antes de irse.

Abandonando mi abrigo en el balaustre, entré en la cocina.

—¿Qué haces?

—Shannon —reconoció ella, forzando una débil sonrisa—. Ven y


siéntate conmigo un rato.
Lo hice porque era muy inusual verla a esta hora de la mañana y
sabía que algo andaba mal.

Miré mi reloj, asegurándome de que no me había quedado dormida


accidentalmente o algo así. 05:45.

No, era temprano y definitivamente algo andaba mal.

Arrastrando el respaldo de una silla, me senté en el asiento frente a


ella y le pregunté:

—¿Qué sucede, mamá?

—¿No puedo levantarme para despedirte de la escuela?

No.

En realidad, no.

Para nada.

Mi respuesta silenciosa debe haber dicho mucho porque mamá dejó


su taza y tomó mi mano.

—Shannon —finalmente siguió adelante y dijo—: Sé que sientes que


no, que a veces tu padre no es muy bueno, sólo quiero que sepas que amo
a todos mis hijos por igual, pero tú eres la que siento especial para mí.

Eso era una mentira.

No era su nada especial.

Darren era su favorito y, cuando se fue, mamá nunca volvió a ser la


misma.

En verdad, entre los turnos de trabajo y el cuidado de los niños más


pequeños, apenas me notaba.
Amaba a mi madre, de verdad, pero eso no significaba que no me
molestara su debilidad, que sí me molestaba.

Mucho.

Incómoda, saqué mi mano de debajo de la de ella y le pregunté:

—¿Firmaste mi hoja de permiso para el viaje escolar a Donegal?

Sabía que no lo había hecho.

Todavía estaba encima de la panera, sin firmar.

—No me siento cómoda contigo estando tan lejos de casa, Shannon


—explicó, mordiéndose su labio inferior—. Donegal está muy lejos.

Exactamente.

—Quiero ir, mamá —susurré—. Claire y Lizzie irán y tengo muchas


ganas de ir. Necesito que me entregues la hoja de permiso antes del
viernes; de lo contrario, no me dejarán ir.

Bueno, eso era mentira, tenía hasta después de las vacaciones para
entregar el formulario, pero presionarla era la única oportunidad que
tenía de lograr que firmara esos formularios.

—¿Y si te pasa algo allá? —ofreció mamá—. ¿Qué pasa si alguien te


ataca?

—Hay más posibilidades de que eso suceda en esta casa —murmuré


por lo bajo.

Mamá se estremeció.

—Shannon…

—¿Él te dijo lo que pasó anoche? —solté, sabiendo que esto era de lo
que ella quería hablarme, de lo que quería asegurarse de que no hablara.
Enderezando mis hombros, miré a través de la mesa a mi madre.

—¿Él te dijo lo que él le hizo a Joey?

—Él tiene un nombre —dijo mamá con voz tensa.

—¿Él te lo dijo? —fue todo lo que respondí.

—Sí, tu padre me contó lo que pasó —respondió finalmente.

—¿Y eso es todo? —Me recliné en mi silla y estudié su rostro—. ¿Eso


es todo lo que tienes que decir al respecto?

—Shannon, es complicado. —Mamá suspiró profundamente y bajó


la cabeza—. Todos estamos bajo mucha presión en este momento, con
el nacimiento del bebé en el verano y tu padre sin trabajo. El dinero
escasea, Shannon, y eso afecta a tu padre. Tiene muchas cosas en
mente…

—¡Le partió el labio a Joey, mamá! —Tragué el nudo en mi


garganta—. Por un paquete de galletas. ¡Y si está preocupado por el
dinero, entonces tal vez debería dejar de jugar y beberse el dinero de la
asignación de sus hijos!

Mi madre se estremeció ante mis palabras, pero me alegré de haberlas


dicho.

Era necesario decirlo.

Sólo deseaba que empezara a escuchar.

—Tu padre me dijo que llegaste tarde a casa de la escuela —continuó


diciendo—. Estaba muy molesto por una foto tuya en el periódico…

—¡Era una foto de la escuela!

—¿Con un chico?

—Oh, Dios mío —grité—. No también tú.


—No. —Negó con la cabeza—. Por supuesto que no. Entiendo estas
cosas, pero tu padre estaba muy molesto por eso. Ya sabes cómo se
pone…

—Entonces, ¿es mi culpa que golpeara a mi hermano y tratara de


estrangularme? —Ahogué el sollozo de indignación que amenazó con
escaparse—. ¿Por llegar tarde a casa, o por tomarme una foto de la
escuela, o por cambiarme a Tommen? ¿Cuál, mamá? ¿O todo lo que hago
está mal? ¿Soy yo la culpable de todo lo que sale mal en esta familia?

—No, por supuesto que no es tu culpa, Shannon —rápidamente trató


de retractarse—. No tienes la culpa, y tu padre te quiere mucho. Pero
sabes que tiene miedo de que termines como yo. Y él y Joey tienen una
relación complicada —dijo, tratando de salir de sus responsabilidades
con mentiras—, Joey sabe que no tiene que irritarlo de esa manera…

La interrumpí con un movimiento de cabeza.

—Deja de defenderlo —siseé, manteniendo la voz baja para no


despertar al hombre que había estado arruinando mi vida con éxito todos
los días desde el 13 de marzo de 1989, el día en que entré en este mundo
y en una maldita familia tóxica—. ¡Sólo detente, mamá! Nada de lo que
digas ayuda. Simplemente sigue sucediendo una y otra vez. Así que deja
de disculparte y tratar de explicar su comportamiento. Estamos cansados
de escucharlo.

—Estoy haciendo lo mejor que puedo, Shannon —susurró mi madre.

—¿Para quién, mamá?

Sus ojos brillaron con ira cuando me miró y escupió:

—Para mi familia.

—Para él —murmuré por lo bajo.

Mi madre se estremeció, pero no me retracté de mis palabras.


Eran verdad.

—No puedes hablarme así —espetó—. No tienes idea de lo difícil que


es volver a casa todas las noches a la tercera guerra mundial.

No respondí.

No tenía nada que decir.

Si realmente creía que yo no sabía lo que se sentía vivir en una zona


de guerra, entonces estaba delirando además de ser una madre
negligente.

—Estoy cansada de esto, Shannon —dijo—. Estoy exhausta de vivir


así. Y estoy cansada de ser juzgada por mis propios hijos.

—Bueno, únete al club, mamá —dije entre dientes—. Todos estamos


cansados de vivir así.

—No me provoques —advirtió—. No lo soportaré, Shannon. Te lo


digo ahora, se lo diré…

—¿A mi padre? —llené por ella, con un tono alto y agudo—. Eso es
lo que ibas a decir, ¿no es así, mamá? ¿Vas a delatarme?

—Tienes que mostrarme algo de respeto, Shannon —gruñó—. Estoy


trabajando hasta los huesos para que puedas ir a la escuela, ¡y segura que
no aprecio que me hables como si fuera la mierda en tu zapato!

—Bueno, no me gusta que me llamen puta cada vez que entro por la
puerta principal —dije con voz ahogada, mis emociones desbordándose.

La culpa por molestar a mi madre se revolvía dentro de mí,


mezclándose con el resentimiento, el miedo y la ira de toda una vida.

—Porque así me llama, mamá —dije con voz ronca—. Según mi


padre, no soy más que una puta sucia.
—Estaba preocupado por ti —respondió ella—. No sabía cómo
llegaste a casa anoche.

—¿Estaba preocupado por mí, así que me llamó puta? —Negué con
la cabeza, horrorizada—. Porque eso tiene sentido.

—Porque estabas en esa foto…

—¿Has visto la foto?

—No.

—¡Bueno, si la hubieras visto, verías que no hice nada malo! —Me


sequé una lágrima traicionera, sollocé y dije—: Nunca he estado con un
chico, mamá, y lo sabes. Pero él me llama puta y tú no haces nada.

—Lo hice —se defendió—. Hablé con tu padre al respecto y prometió


no volver a hacerlo.

—Olvídalo. —Empujando mi silla hacia atrás, me puse rápidamente


de pie y me moví hacia la puerta, sin querer escucharla explicar las
acciones de mi padre—. Olvídalo, mamá.

Ya había oído suficiente de esas explicaciones a lo largo de los años.

—Tengo que irme —agregué con voz ronca—. No quiero volver a


perder mi autobús y causar más problemas.

—Detente —me advirtió, siguiéndome—. No he terminado.

—Sí, bueno, yo sí —dije con voz ahogada, quitándome la mano que


puso en mi hombro.

Fue un toque suave, pero dolió más que cualquier bofetada que
pudiera dar.

Ignorando las protestas de mi madre, salí de la cocina.

—¿Cómo llegaste a casa anoche?


Deteniéndome en la puerta principal, me di la vuelta para enfrentarla.

—¿Qué?

—Tu padre cree que Aoife te dejó en casa de la escuela anoche —


dijo, con los ojos llenos de preocupación—. Pero sé que eso no es cierto,
ella trabaja los martes por la noche. Entonces, ¿cómo llegaste a casa?

—¿Que importa?

—Importa porque Tommen está a veinticuatro kilómetros de nuestra


casa, Shannon Lynch, ¡y quiero saber cómo hiciste ese viaje! —exigió—
. ¿Estás teniendo problemas otra vez? ¿Perdiste tu autobús a propósito
para evitar más acosadores?

—No, mamá, no tengo problemas en la escuela —dije entre dientes.

—No sería la primera vez que evitas el autobús, Shannon —


respondió, sus ojos azules fijos en los míos—. Si tienes problemas,
puedes decírmelo. Puedo ayudarte.

—Me encata Tommen, mamá, ¡soy feliz allí! —Las palabras que
salieron de mi boca me sorprendieron porque eran ciertas.

Sorprendentemente, me di cuenta de que, de hecho, amaba mi nueva


escuela.

—Entonces, ¿cómo llegaste a casa? —repitió por tercera vez—.


¡Dímelo!

—Johnny Kavanagh me dejó en casa —dije entre dientes, luchando


contra las ganas de gritar—. ¿De acuerdo? ¿Estás feliz ahora? Él es el
chico con el que estaba en el periódico. Me tomé una foto con él la
semana pasada, y luego fui y me subí a su auto y me dejó en casa anoche,
así que supongo que puedes subir las escaleras y decirle a papá que
siempre tuvo razón y que soy una maldita puta.

El rostro de mamá se puso blanco como la muerte.


—Voy a llamar a la escuela.

—¿Qué? —Mis ojos se agrandaron—. ¿Por qué?

—Se supone que ese chico no debe ir a ningún lado cerca de ti —


espetó.

—¿Por qué no?

—¡Porque te lastimó, Shannon!

—Fue un accidente.

—Voy a llamar al Sr. Twomey.

Mamá se giró para regresar a la cocina a buscar su teléfono y me


encontré persiguiéndola.

—No… ¡Mamá, no lo hagas!

—Dame mi teléfono, Shannon —ordenó mi madre cuando se lo quité


de las manos—. Ahora mismo.

—¡Ni siquiera sabes por qué! —grité, apretando su móvil contra mi


pecho.

—No me importa —ladró mamá y me quitó el teléfono de las


manos—. Él conoce las reglas. Se las explicaron muy claramente. Se
supone que no debe hablar contigo. Se le advirtió, Shannon. En términos
muy claros. Debería haber sido suspendido por lo que te hizo. Para
cuando termine con él, lo estará.

—Johnny no es el problema aquí —dije ahogadamente. Mi corazón


latía con fuerza en mi pecho, la idea de volver a meter a Johnny en
problemas me hizo sentir mareada—. Se disculpó por lo que pasó.
Reemplazó mi uniforme. Me defendió en la escuela cuando un chico me
estaba dando problemas. No ha sido más que bueno conmigo, mamá.
Mi madre no era una mujer grande, pero con un metro cuarenta y
siete y cuatro meses y medio de embarazo, me sentí muy pequeña en ese
momento.

Cuando sus dedos tamborilearon contra el teclado del teléfono, llegué


a mi límite.

—¡Perdí el autobús! —grité, entrando en pánico cuando ella


comenzó a marcar—. Tenía miedo de llegar tarde. Tenía miedo de llegar
tarde a casa con él. ¡Acepté que me trajera porque estaba desesperada!
Porque sabía lo que él haría si esperaba el próximo autobús.

—Shannon —susurró mamá, haciendo una pausa en medio del


marcado—. No tienes que sentir miedo de volver a casa.

—¿No? —Me quité el cabello de la cara y señalé la cicatriz en mi sien.

La que mi padre puso allí cuando casi me mutila con una botella de
whisky cuando tenía once años.

Había muchas más de donde vino esa, pero ella ya lo sabía.

—Te preocupa tanto luchar contra los maltratadores en la escuela,


mamá —sollocé, las lágrimas corrían por mis mejillas—. Cuando el
mayor maltratador de todos vive bajo este techo.

Mi madre se estremeció como si la hubiera abofeteado físicamente.

No lo hice.

Lo que estaba sintiendo en este momento era una dosis fría y dura de
realidad que la golpeaba en la cara.

—¡Tienes que dejar a Johnny en paz! —grité a todo pulmón, con la


voz estridente y furiosa—. ¡No ha hecho nada malo aquí! Absolutamente
nada.

Ya no me importaba.
Si despertaba a mi padre, entonces que se despertara.

Si me pateaba con fuerza, luego me curaría.

Estaba más allá de contenerme, y toda mi preocupación estaba


dirigida al chico que no había hecho nada para merecer ser arrastrado en
medio de mi locura.

—Lo digo en serio, mamá —le advertí, con voz gorjeante—. ¡Llama
a la escuela para causarle problemas a Johnny y les diré todo lo que no
quieres que sepan!

Mamá se agarró el pecho y sacudió la cabeza.

—Shannon.

—Todo —dije con los dientes apretados.

Esta vez, cuando me di la vuelta, no me volví.

—Shannon, espera —fueron las últimas palabras que escuché antes


de cerrar la puerta a mis problemas.

Inclinando la cabeza hacia el cielo tormentoso, cerré los ojos y


absorbí la sensación de las gotas de lluvia cayendo sobre mi piel.

Me quedé justo allí en medio del aguacero torrencial de marzo y recé


por la intervención divina, o al menos, un pequeño respiro del infierno
que era la familia en la que nací.

No deseaba volver nunca a esa casa.

Saber que no tenía otra opción y que tendría que regresar era una
forma especial de infierno.

Por una vez en mi vida, quería un lugar seguro hacia el cual huir en
lugar de huir de él.

Sentí que moría lentamente en esa casa.


En mi casa.

Donde se suponía que debía poner mi cabeza.

Donde se suponía que debía sentirme segura.

La puerta se abrió detrás de mí y cada músculo de mi cuerpo se tensó


con temida anticipación.

Él estaba despierto y yo estaba acabada.

—Shannon. —La voz de mi madre llenó mis oídos, logrando disipar


parte del miedo que amenazó con asfixiarme—. Olvidaste tomar tu
abrigo.

Rígida como un atizador, me volví y encontré a mamá de pie en la


puerta con mi abrigo en las manos.

—Necesitas tu abrigo —explicó en un tono espeso, señalando con


una mano al cielo—. Están pronosticando otra tormenta.

—¿Nunca te cansas de eso, mamá? —pregunté, con la voz


entrecortada. Parpadeando para contener las lágrimas, dije con voz
ahogada—: ¿Nunca te cansas de fingir?

Su expresión se hundió.

—Shannon…

Dio un paso hacia mí y di tres más hacia atrás.

No podía seguir haciendo esto.

No podía seguir viviendo así.

Le entregué mi corazón a mi madre.

Y ella estaba preocupada por un abrigo.


—A la mierda mi abrigo —dije con la voz agarrotada mientras
echaba a correr hacia la parada del autobús, desesperada por poner una
distancia muy necesaria entre mi familia y yo—. ¡A la mierda mi vida!
Cierre

Shannon
Cuando llegué a la escuela, la ira no se había disipado ni un poco.

Estaba tan furiosa que prácticamente podía saborearlo, y de una


manera retorcida, le di la bienvenida a la emoción.

Era mejor que la desesperación y el miedo habituales que me


invadían.

La ira me hizo valiente y me dio el valor como si hubiera bebido, que


era lo que necesitaba para hacer lo que tenía que hacer.

Independientemente de cuánto me dijera mi cerebro que era una


mala idea, sabía que tenía que hacerlo.

Arreglaría algunas cosas con Johnny Kavanagh, y luego me iría con


el corazón intacto y la conciencia tranquila porque no podía, de buena
fe, ignorar lo que mi madre había dicho.

Alimentada por la adrenalina que aún corría por mis venas por mi
discusión anterior con mi madre y el desastre que fue anoche, respiré
profundamente y caminé por el pasillo hacia el área de casilleros de
quinto año.

Cuando vi a Johnny, apoyado contra los casilleros al final del pasillo


de quinto año, hablando con un par de chicos que parecían mayores,
solté un suspiro entrecortado.
La invisibilidad era tanto algo hermoso como una herramienta de
supervivencia necesaria buscada por personas como yo.

Asociarse con una futura estrella del rugby irlandés era como poner
un palo en la rueda.

Haciendo un llamamiento a cada gramo de valentía dentro de mi


cuerpo, caminé directamente hacia él, confiando en la adrenalina
bombeando por mis venas para empujar mis pies hacia él.

Su cabeza se levantó cuando me acerqué, su aguda mirada se centró


en mí, sus ojos azules eran cálidos y cautelosos, pero no me detuve.

No podía.

—Tengo que hablar contigo —anuncié cuando lo alcancé, temblando


de pies a cabeza, mientras el peso de lo que parecían mil pares de ojos
aterrizaban en mi cuerpo.

Esperaba que sucedieran dos cosas en este momento: o Johnny me


enviaba a empacar o accedía a ir a un lugar tranquilo para hablar
conmigo.

Cuando Johnny levantó la barbilla y pronunció la palabra


«Déjenme», me di cuenta de que tenía razón sobre el escenario número
uno.

Mi adrenalina y valentía me abandonaron de golpe y mis hombros se


hundieron.

Asintiendo, me giré para irme, sintiéndome completamente


desinflada, sólo para que una cálida mano me envolviera la muñeca y
me atrajera a su lado.

—Tú no —susurró Johnny en mi oído, colocándome frente a él—.


Ellos. —Su mirada de ojos azules se dirigió a los dos chicos mayores que
nos miraban con expresiones curiosas, y en un tono que no dejó lugar a
discusión, dijo—: Vayan.
Observé con una especie de asombro casi estupefacta cómo los dos
muchachos con los que había estado hablando, junto con los siete o más
estudiantes que holgazaneaban en el pasillo, simplemente se daban la
vuelta y se iban.

—Cielos —susurré cuando estuvimos solos en el pasillo—.


Realmente tienes una gran influencia en la escuela. —Me di la vuelta
para mirarlo y tuve que, una vez más, estirar la cabeza hacia atrás para
ver su rostro—. Eso fue algo épico.

Johnny me recompensó con una sonrisa infantil que rápidamente se


transformó en un ceño fruncido cuando me miró a la cara.

—¿Qué sucedió? —exigió, mirándome fijamente—. ¿Quién diablos


te hizo llorar?

—¿Qué? —susurré, sacudiendo la cabeza—. No estoy llorando.

—Tus ojos están rojos e hinchados —dijo inexpresivo—. Has estado


llorando. —Sus ojos se movieron a mi mejilla—. ¿Qué mierda le pasó a
tu cara?

—¿Qué?

—Tu cara —dijo con los dientes apretados—. Tu mejilla está roja.

—Estoy bien —dije con voz ahogada, dando un paso seguro hacia
atrás de sus ojos demasiado observadores.

Fue entonces cuando me di cuenta de que todavía estaba sosteniendo


mi muñeca.

Obviamente, Johnny también lo notó, porque rápidamente soltó mi


mano y dio un paso atrás, luego se la pasó por su cabello revuelto.

—¿Que le pasó a tu cara?

Mi padre me golpeó con un periódico…


—Uh, no te preocupes por eso —murmuré, limpiando mis mejillas
con el dorso de mi mano para borrar cualquier evidencia residual de
lágrimas.

—Dame un nombre —gruñó Johnny, dejando caer sus manos a sus


caderas—. Y me encargaré de eso.

—¡Qué… no! Estoy bien —respondí rápidamente—. Tengo alergias.

—Yo también. A los pendejos y a las mentiras —gruñó Johnny—.


Ahora, dime quién te hizo llorar y lo arreglaré.

Por una fracción de segundo, debatí nombrar a mi padre sólo para


ver si Johnny cumpliría su palabra y se encargaría de él.

Parecía que podía.

Ciertamente era lo suficientemente grande.

Negando con la cabeza para aclarar mis ridículos pensamientos, lo


miré y dije:

—Necesito decirte algo.

—Sí, así es —respondió—. Un nombre.

—¿Qué? No, sólo detente por un segundo. —Sacudiendo la cabeza,


levanté una mano—. Tengo algo importante que decir y me estás
distrayendo.

Johnny abrió la boca para responder, pero rápidamente la cerró.

Con una vena latiendo en su cuello, asintió rígidamente y dijo:

—Te escucho.

Aquí vamos…
—Al parecer, no se supone que debas hablar conmigo —comencé
diciendo, manteniendo mi tono bajo y silencioso—. Al menos, eso es lo
que dice mi madre, ¿que te advirtieron que te mantuvieras alejado de mí?
De todos modos, lo siento —me apresuré a decir—. ¿Mi madre? ¿Que te
trate así? No tenía idea de nada de eso.

—Creo que las palabras «mantente alejado» fueron las palabras


elegidas por tu madre —bromeó Johnny, metiendo las manos en sus
bolsillos—. Y no te preocupes por eso, Shannon. —Frunciendo el ceño,
agregó—: Soy un niño grande. Puedo cuidarme bien.

—¿Pero de todos modos lo hiciste? —cuestioné, sorprendiéndome


con lo sincera que podía ser con este chico que, para todos los efectos,
era un extraño para mí—. Quiero decir, ¿no te mantuviste alejado?

Él asintió lentamente, con ojos cautelosos e inseguros.

Dejé escapar un suspiro.

—Bueno, quería que supieras que ella no te causará ningún


problema. Le he dejado las cosas claras sobre ti.

—¿Eso es de lo que querías hablar? —Johnny me miró con cautela—


. ¿Tu mamá?

Asentí.

—Eso y le dejaré claro al Sr. Twomey que no hay ningún problema


entre nosotros. —Exhalé profundamente y me obligué a pronunciar las
palabras—: También quería disculparme por la forma en que dejé las
cosas anoche.

Los hombros de Johnny se tensaron por un breve momento y luego


escuché su fuerte exhalación.

—Tenías razón —respondió finalmente—. Exageré y lo manejé mal.


—Tal vez sea así —ofrecí, mi voz apenas más que un susurro—. Pero
entonces no sabía lo que significaba para ti jugar al rugby.

—¿Y ahora lo sabes? —preguntó, en voz baja, con un tono áspero—


. ¿Ahora crees que lo entiendes?

—No, en realidad no. —Me mordí el labio antes de agregar—: Pero


entiendo el miedo, lo que hace que sea más fácil para mí entender por
qué sientes la necesidad de jugar con dolor.

Volvió la rigidez de sus hombros y estuvo tanto tiempo en silencio


que desistí de esperar una respuesta.

—Bueno, eso es todo lo que necesitaba decir —susurré—. Adiós,


Johnny.

Y luego me di la vuelta y me alejé.

Como prometí, no busqué a Johnny Kavanagh después de eso.

Ventilé el aire y me alejé.

Durante todo el día, me mantuve alejada de los pasillos por los que
sabía que él viajaba entre clases, los que había trazado en las semanas
anteriores, y evité el comedor en el gran descanso.

Se sentaba con una gran multitud de jugadores de rugby justo en la


entrada, por lo que no era cuestión de poder ignorarlo allí.

Fue una evasión innecesaria de mi parte, porque en las pocas


ocasiones en que nuestros caminos se habían cruzado durante el día,
Johnny me había ignorado obedientemente; sin sonrisas, sin contacto
visual, y yo, a su vez, había fingido que no me importaba.

No debería importarme.
Lo sabía.

Todavía lo sabía, sin embargo…

Como la masoquista que era, me entregué a la curiosidad por él e


investigué durante la clase de computación esa tarde.

Las búsquedas en Internet en la sala de computadoras, sin mencionar


el boca a boca de mis amigos, sólo habían solidificado lo que Joey me
dijo.

Johnny Kavanagh era importante.

Centrándome en mi trabajo escolar, traté de bloquear todos los


pensamientos sobre él, pero era algo difícil de hacer, ya que él era el tema
en la punta de la lengua de la mayoría de las personas en la escuela.

Parecía que no podía escapar de él.

Cuando le confesé a Claire que Johnny me había dejado en casa


durante el almuerzo, sus pupilas se habían dilatado tanto que pensé que
estaba a punto de sufrir un derrame cerebral.

Fue una confesión de la que me arrepentí al instante, considerando


que ella no había dejado pasar el asunto.

Si no me hacía preguntas sobre lo que hablamos, nada de lo cual


divulgué, lo estaba señalando en los pasillos, o garabateando S.L. quiere
a J.K. en nuestros diarios de tareas.

Afortunadamente para mí, tenía el don de la distracción y la


negación, y después de unas horas de no morder el anzuelo, había
renunciado a sacarme más información.

Me alegré porque no quería que nadie supiera lo mal que estaba por
dentro.

Sabía que me gustaba y eso ya era bastante malo.


El único lado positivo de toda la terrible experiencia fue el hecho de
que Ronan McGarry ni siquiera había mirado en mi dirección en todo el
día.

Durante francés, en lugar de sentarse detrás de mí, se sentó al otro


lado del salón y obedientemente me ignoró como si yo no existiera.

Me pareció perfecto.

No quería la atención de nadie, mucho menos de él.

Sin embargo, noté los moretones recientes debajo de su ojo izquierdo


o el labio partido que lucía.

Un labio roto que sabía en mi corazón había sido proporcionado por Johnny.

Dejar mi abrigo en casa me pareció una idea estúpida en el camino a


la parada del autobús después de la escuela, especialmente porque cada
prenda que tenía puesta estaba empapada.

No. Negué con la cabeza. Pensándolo bien, prefiero ahogarme.

Era mejor que tomar la patética ofrenda de paz de mi madre que


había llegado en forma de mi abrigo.

Otros días era chocolate o una taza de té, o un nuevo par de ligas
para el cabello, o alguna otra forma de soborno dado con la intención de
callarme.

Sabía muy bien que el mensaje de texto que había recibido de ella en
un pequeño descanso diciendo «No le causaré problemas al chico» había sido
enviado con la esperanza de recibir un mensaje de texto recíproco de mi
parte diciendo lo mismo.

No respondí por dos razones.

Una, no tenía crédito.

Dos, no merecía que la tranquilizaran.


¿Por qué debería hacerlo por ella, cuando pasé toda mi vida en un
estado de constante inquietud?

La había inquietado al amenazar con decírselo al director.

Ella no fue la única desconcertada por mi reacción errática.

Me había sentido como un animal enjaulado, acorralado.

Nunca antes había devuelto el golpe de esa manera.

Nunca me había sentido tan fuertemente acerca de algo.

Mi pequeño acto de desafío era inútil porque sería yo quien


probablemente terminaría enfermando, pero si soy sincera, si hubiera
tomado mi abrigo esta mañana, hubiera sido lo mismo que hacer la vista
gorda ante lo que había sucedido.

Y me negaba a hacer eso.

Cuando entré por la puerta principal, ignoré obedientemente a mi


padre que estaba dando vueltas en la cocina y me dirigí directamente a
mi habitación, sabiendo que preferiría morirme de hambre antes que
poner un pie en esa cocina y enfrentarlo.

Sobrio esta noche o no, lo detestaba con cada fibra de mi ser.

De vuelta en la casa del dolor, cerré la puerta de mi habitación y


rápidamente me quité la ropa mojada antes de ponerme pijama.

Por el rabillo del ojo, noté un sobre en mi cama con el escudo del
Colegio Tommen grabado en el frente.

Alcanzándolo, agarré el sobre y lo abrí.

Mis ojos se abrieron mientras miraba la hoja de permiso.

Mi madre lo había firmado.


Con la hoja de permiso agarrada con fuerza en mi mano, me dejé
caer en mi cama y solté un suspiro entrecortado.

Iba a Donegal.
Tiempo Prestado

Johnny
Todos los sábados desde la edad de seis años, pasaba el día en un
campo con un balón de rugby en mis manos y sueños vívidos destellando
frente a mis ojos.

A medida que crecía, esos sábados evolucionaron de lanzar un balón


con mi padre, jugar con los minis, ejercicios y partidos con mi club, a
entrenar en el Instituto Nacional de Rugby para Progresión Posterior,
también conocido como La Academia, cuando cumplí catorce años.

La rutina cambió, los lanzamientos variaron, pero el sueño siguió


siendo el mismo.

El objetivo era siempre el mismo.

Jugar por mi país.

Y ser el mejor.

Este sábado fue diferente.

Porque estaba en problemas.

Porque me equivoqué en el entrenamiento de la academia.

Mostré mi debilidad y estaban sobre mí.


Fui lento y distraído, metiendo la pata a la izquierda, a la derecha y
al centro toda la mañana hasta que el entrenador me sacó del campo y
me llevó a la oficina.

Exigió saber qué me pasaba.

Mi problema era simple.

No podía moverme bien.

Mi cuerpo se estaba desmoronando.

Y mi cabeza estaba ensimismada en una chica.

Mintiendo entre dientes, me las arreglé para salir de la zona de


peligro y evitar más escaneos y pruebas, pero aun así terminé siendo
expulsado del entrenamiento temprano y me dijeron que volviera la
próxima semana con la cabeza despejada.

Improbable.

Deprimido y desmoralizado, conduje durante horas, tratando de


controlar mi cabeza.

Respecto a mi cuerpo no podía hacer nada al respecto, ¿pero mi


cabeza?

Necesitaba poner mi cabeza en el juego.

El problema era que la dejé con Shannon Lynch.

Todos mis grandes planes de olvidarme de ella volaron por la ventana


en el momento en que marchó con su pequeño trasero hacia mí en la
escuela el miércoles pasado y exigió hablar.

Estaba tan jodidamente abrumado que no pude hacer nada más que
quedarme allí, boquiabierto como un imbécil ante la diminuta chica que
tiraba de cada uno de mis hilos.
Si eso no fuera suficientemente malo, ella fue y voló mi maldita
mente en pedazos al disculparse conmigo.

No me lo esperaba y no lo merecía.

No era tonto.

Sabía que lo había manejado mal con ella.

Sabía que exageré.

Si me hubiera dado medio minuto para resolver mis pensamientos,


se lo habría dicho.

Pero no lo hizo.

En cambio, se alejó de mí, otra vez, y no había mirado en mi


dirección en la escuela desde entonces.

Una parte de mí pensó que podría ser lo mejor.

Si ella seguía evitándome, como sabía que necesitaba evitarla,


entonces tal vez podría superar esta extraña fase y olvidarme de ella.

Pero luego sentí una punzada lacerante de amargo arrepentimiento


en mi pecho cuando ella pasó junto a mí en el pasillo sin mirarme dos
veces, su champú con aroma a coco golpeó mis sentidos como una bola
de demolición, y supe que eso no iba a funcionar para mí.

No había nada olvidable en la chica, y me encontré gravitando hacia


ella, queriendo encontrarla mirándome, y luego frustrándome cuando no
lo hacía.

Saber que escucharía lo que tuviera que decir, cuando quisiera


decirlo, sin importar el tiempo o la inconveniencia, fue un concepto
aterrador.

Durante toda la semana, me encontré yendo deprimido por el lugar,


sin escuchar una sola palabra de ninguno de mis maestros.
No podía concentrarme en nada, y todo era culpa de ella.

Furioso conmigo mismo por ser tan estúpido y dejar que una virtual
extraña me jodiera de esta manera, me obligué a ponerla en el fondo de
mi mente, puse el estéreo de mi auto al máximo y traté de ahogarla.

Cuando llegué a casa después del entrenamiento, Gibsie estaba


sentado en el porche trasero esperándome e inmediatamente me
arrepentí de haberle enviado un mensaje de texto de cuatro páginas sobre
chicas alucinantes anoche.

—Vamos de copas —anunció en cuanto salí del auto.

—No. —Sacudiendo su mano cuando llegué a la puerta trasera, la


abrí y me hice a un lado para que pasara—. No lo haremos.

—Sí —discutió, entrando tranquilamente en mi casa—. Lo haremos.

Sosteniendo la puerta trasera abierta, dejé escapar un silbido y esperé


a que mi chica viniera corriendo.

Saliendo del garaje, Sookie corrió hacia mí.

—Buena chica —arrullé, animándola a que se apresurara antes de


que los otros dos se dieran cuenta.

Agachándome, la ayudé a subir el escalón antes de cerrar


rápidamente la puerta de nuevo.

—En verdad no estoy de humor para eso esta noche —expliqué,


caminando por la cocina hacia el pasillo con Sookie entre mis piernas—
. Pero eso no quiere decir que no puedas ir. Me quedaré aquí.

—No vas a pasar otra noche de sábado solo en la mansión —discutió


Gibsie, siguiéndome—. Vas a salir conmigo.

Gibsie se refería a mi casa como la mansión, lo había hecho desde


que nuestra jodida amistad se formó en sexto grado de la escuela
primaria y lo traje a mi maldita casa para jugar PlayStation.
Sabía que me molestaba muchísimo, así que siguió haciéndolo.

Era una gran propiedad de ocho habitaciones en el campo, con


césped y jardines que se extendían a lo largo de varios acres, todos los
cuales estaban cercados para que los perros de la familia pudieran
deambular libremente sin restricciones.

Los dueños anteriores solían operar un centro equino desde la


propiedad, por lo que estaba lleno de establos y cobertizos de vivienda
sin usar, y el único acceso a la propiedad era a través de la entrada con
portón electrónico en el frente.

Mamá a menudo hablaba de comprar un caballo para los establos,


pero afortunadamente mi padre la convenció de que bajara de esa cornisa
en particular.

Ella no tenía remedio cuando se trataba de animales.

El problema era que viajaba mucho, así que no era práctico ni justo.

Mi padre trazó la línea en tres perros.

Mis padres habían convertido uno de los garajes en un gimnasio en


casa para hacer ejercicio.

Apoyaban mi estilo de vida y alentaban mis sueños, incluso si no


siempre estaban de acuerdo con mis métodos para alcanzarlos.

También construimos una letrina separada hace varios años que


contenía un jacuzzi y una sauna. Fue un salvavidas después de los
partidos.

Nuestros vecinos más cercanos vivían a más de dos kilómetros por la


carretera, por lo que estaba bastante aislado, y la casa estaba orientada al
sur, por lo que constantemente capturaba el sol.
Aunque echaba de menos el ruido y el bullicio de Dublín y pasé dos
años completos tratando de acostumbrarme a la tranquilidad, no podía
negar que el lugar donde vivía ahora era jodidamente hermoso.

No era una mansión, simplemente un lugar agradable para vivir.

—Vamos, Johnny —suplicó Gibsie—. Has estado de un humor


horrible por semanas.

—Me pregunto por qué —me quejé—. Escucha, amigo, sé que tienes
buenas intenciones… —Hice una pausa para apretar los dientes cuando
un dolor del nervio me subió por la pierna—, pero no voy a salir esta
noche.

—¿Por Bella? —preguntó Gibsie, apoyándose contra la barandilla—


. ¿O por Shannon?

—Por mí —espeté, enfadado—. Porque me muero de sueño.

Obligándome a no cojear, llegué a la escalera, respiré hondo y


presioné mis piernas a obedecer y que no me decepcionaran.

Como lo hicieron antes.

—Estás cojeando, Johnny —reconoció Gibsie en voz baja mientras


me seguía a mi habitación.

—Baja tu maldita voz —siseé, empujando la puerta de mi habitación


para abrirla—. Mi mamá está en su oficina.

—Bueno, cojeas —respondió en un tono extrañamente serio—.


¿Estás bien?

—Sufrí una caída en el entrenamiento… —Hice una pausa para


levantar a Sookie a mi cama—, nada que una noche de sueño no pueda
arreglar.
—¿Estás seguro de que eso es todo? —preguntó Gibsie, hundiéndose
en uno de los pufs junto a la televisión: «su» puf—. Si no quieres que tu
madre lo sepa, puedo llevarte al hospital para que te revisen…

—Estoy bien. —Caminando hacia el puf junto al suyo, me hundí a su


lado, sólo para sisear cuando un dolor agudo se disparó por mi pelvis—.
Absolutamente y jodidamente bien.

Gibsie negó con la cabeza y tomó el control remoto,


afortunadamente manteniendo sus pensamientos para sí mismo por una
vez.

Encendiendo la televisión, comenzó a navegar por los canales.

—¿Qué quieres ver?

—Puedes ir —le dije, estirando las piernas frente a mí—. No te estoy


reteniendo.

—Nah. —Poniéndose de pie, se acercó a la PS2 y la encendió antes


de volver a sentarse a mi lado—. Sólo intentaba sacarte de la casa.

—Te lo agradezco —murmuré, tomando el control que me tendió—


. Pero no esta noche.

—Vas a formar parte de ese equipo, Johnny —murmuró mientras


organizaba un juego de FIFA 05—. Lo sabes, ¿verdad?

Exhalando una respiración tranquilizadora, aplasté el pánico que


amenazó con engullirme de nuevo y me concentré en la pantalla frente a
mí.

—Lo harás —añadió en voz baja.

—Eso espero —dije entre dientes, enfocándome demasiado en el


control en mi mano—. En verdad lo espero, Gibs.

De lo contrario, iba a perder la cabeza.


—¿Quieres emborracharte? —ofreció entonces—. Aquí… con el
whisky de tu papá y sin chicas siguiéndote y atormentándote.

Lo pensé por un minuto y exhalé un profundo suspiro.

—Sí, amigo —respondí con un asentimiento—. En verdad quiero.


Negativas de Exes y Diablos

Johnny
La volví a ver hoy.

Nos cruzamos no menos de cinco veces en el pasillo, y cada vez ella


agachó la cabeza y pasó junto a mí sin siquiera mirar hacia atrás.

Por supuesto, esto no era algo nuevo.

Shannon me había estado ignorando como si fuera invisible durante


más de una semana.

Nueve días para ser precisos.

Ser ignorado no me sentaba bien.

Era un territorio desconocido para mí y rápidamente aprendí que no


me gustaba ni un poco.

Especialmente cuando la persona que me ignoraba era la misma que


atormentaba todos mis pensamientos despiertos, mis sueños también.

Así es; en realidad, estaba soñando con la chica ahora.

¿Qué tan loco era eso?

Anoche, por ejemplo, soñé que Shannon me miraba jugar.


Excepto que en lugar de estar en el campo de la escuela, estábamos
en el Estadio Aviva en Dublín.

Y en lugar de usar el blanco y negro de Tommen, vestía verde y


blanco.

Shannon vestía una camiseta irlandesa a juego, con mi nombre y


número en la espalda, y me animaba desde las gradas.

Me lanzaron el balón, pero cuando lo atrapé, Shannon comenzó a


llorar.

De verdad, su cara estaba contorsionada por el dolor y me estaba


señalando.

Fue entonces cuando se volvió realmente perturbador porque cuando


miré hacia abajo, mis piernas no estaban.

En su lugar había dos tocones.

Entonces comencé a encogerme, empequeñeciendo como el tipo


espeluznante en los libros de Harry Potter.

La cara angustiada de Shannon fue lo último que vi antes de


despertarme.

Fue jodidamente horrible.

Me desperté bañado en sudor y pasé cinco minutos completos


acariciando mis piernas para asegurarle a mi mente aterrorizada que
seguían allí.

No pude evitar la sensación de que era una señal de advertencia.

De qué, no tenía idea, pero tenía esta horrible sensación de pavor en


la boca del estómago que no desaparecía.

Ese sentimiento se había quedado conmigo todo el día.


Parecía que no podía quitármelo de encima.

No podía quitármela de encima.

Nada de esto tenía ningún sentido para mí, y no tenía ni idea de por
qué ella era la persona a la que quería ir.

No Gibs.

No mi mamá.

No mis entrenadores.

Estaba enloqueciendo por dentro, preocupándome casi hasta la


muerte por el campamento de verano, y era una chica que apenas
conocía, con profundos ojos cándidos, en quien quería confiar.

Porque algo me decía que podía.

Porque en algún lugar muy dentro de mí, sentí que ella me conocía.

¿Como si pudiera salvarme?

Jesús, estaba perdiendo mi maldita mente...

Después de una última clase desastrosa el viernes, en la que no retuve


ni un ápice de lo que el profesor había estado hablando, estaba saliendo
del edificio principal hacia el salón de educación física para alcanzar al
entrenador, cuando escuché una voz familiar pronunciando mi nombre.

Por una fracción de segundo, debatí fingir que no la había escuchado


y salir por la puerta, pero luego me agarró la mano y tiró de mí hacia
atrás, y los modales ganaron.

Inhalando una respiración tranquilizadora, mentalmente me recordé


a mí mismo ser amable, antes de darme la vuelta para mirarla.

—Bella —reconocí con un breve asentimiento.


Se veía tan bien como siempre, con su cabello negro peinado en una
melena estilizada y rostro lleno de maquillaje.

Era alta y curvilínea y llenaba su uniforme escolar en todos los


lugares correctos.

Afortunadamente, no me afectó en absoluto.

—Hola, Johnny —respondió Bella con una enorme sonrisa. Era alta,
pero todavía tenía que estirar la cabeza para mirarme—. ¿Cómo estás?

Las palabras «como si te importara una mierda» estaban en la punta de


mi lengua, pero bajé el tono de mi impaciencia y dije en cambio:

—¿Qué pasa?

—Oh, ya sabes, lo de siempre —respondió, acomodando su cabello


oscuro detrás de sus orejas.

En realidad, no lo sabía.

No sabía nada de ella y ella aún menos de mí.

No hablábamos.

Follábamos.

Y esa había sido su decisión más que la mía.

—Estaba saliendo de la oficina y te vi caminando afuera —continuó


diciendo Bella, pasando su pulgar por mi muñeca—. Entonces, pensé en
venir a saludar.

Liberando mi mano de la de ella, metí mis manos en mis bolsillos y


me balanceé sobre mis talones.

—Hola.

—Siento que no hemos hablado en mucho tiempo —agregó.


La miré.

—Hablamos hace unas semanas.

Cuando estabas tratando de imponerte sobre mí.

Y no nos olvidemos del millón de jodidos mensajes de texto y de voz que me


has dejado.

—¿Lo hicimos?

Entrecerré los ojos.

—Sí, Bella, lo hicimos.

—Oh, Dios. —Se rio, actuando tímidamente—. Estaba


completamente perdida esa noche —agregó—. Apenas recuerdo nada.
—Dio un paso más cerca—. Definitivamente no recuerdo haberte visto
esa noche.

Retrocedí.

—Bueno, lo hiciste.

No estaba creyendo esta conveniente mierda de falta de memoria.

Ella había jugado esa carta muchas veces conmigo.

—De todos modos, eso no es lo que quise decir. —Se colocó el


cabello detrás de la oreja y me sonrió—. Estaba hablando de la última
vez que nos encontramos. Tiene que haber sido antes de Navidad,
¿verdad?

Más como Halloween, pensé para mí mismo, pero estaba ansioso por
escapar, así que no me opuse a sus fechas. En lugar de eso, asentí y dije:

—Sí, eso suena bastante correcto. —Mientras deseaba saber la


etiqueta apropiada para usar al tratar con chicas vengativas con las que
había sido lo suficientemente tonto como para meter mi verga.
—Entonces —dijo ella en un tono entrecortado—. ¿Cómo has
estado?

—Ya me preguntaste eso —respondí tranquilamente, tratando de


enmascarar mi impaciencia por la plática sin sentido—. Estoy bien.

—Oh, sí, bueno, yo también estoy bien —-respondió Bella,


exhalando un fuerte suspiro—. Quiero decir, supongo que estoy un poco
aburrida.

Sí, bueno, yo también estaba aburrido.

Con esta conversación.

—Ya sabes cómo es —dijo por segunda vez, y por segunda vez la
miré sin comprender.

No.

No tenía ni idea de qué carajo estaba hablando.

—¡Oh, Dios mío! —espetó entonces, agarrando mi mano una vez


más—. Me olvidé por completo de preguntar, ¿cómo está tu pierna?

Bella no sabía los entresijos de mi cirugía, sólo que me habían hecho


un procedimiento en Navidad.

Cuando le dije que estaría fuera de juego por un tiempo, su mayor


preocupación había sido qué tan pronto volvería a la cancha, si podría o
no seguir jugando para Irlanda en el verano y cuándo quería follar de
nuevo.

Además de todo eso, no confiaba en ella de esa manera.

Tener sexo con ella era una cosa, pero confiar era otra muy distinta.

—Mejor —respondí en un tono plano antes de reclamar mi mano.


—Esas son noticias fantásticas, cariño —respondió, sonriendo
ampliamente—. He estado muy preocupada por ti.

No, ella no lo había estado.

Si en algún momento Bella hubiera estado realmente preocupada por


mí, me habría preguntado algo más que «¿estás listo para encontrarnos? » o
«apúrate, estoy caliente» en los miles de mensajes de texto que me había
enviado.

No me habría jodido como lo hizo con uno de mis compañeros de


equipo.

—Apuesto a que lo estuviste —dije arrastrando las palabras,


escuchando el sarcasmo en mi propia voz.

Ahora, entendí que en ningún momento durante el tiempo que Bella


y yo habíamos estado saliendo habíamos sido algo remotamente serio,
pero todavía me sentí traicionado por el asunto de Cormac.

A mis ojos, era muy turbio por ambas partes, y nunca me iría con una
de sus amigas.

Tenía suficiente respeto por ella para mostrarle esa decencia.

Obviamente, Bella no tenía el mismo nivel de respeto por mí.

Miré por encima de su hombro hacia la puerta y luego mi reloj antes


de preguntar:

—¿Necesitas algo más? Tengo que hablar con el entrenador sobre un


juego.

—Oh, sí —susurró—. Tienes el partido de los playoffs acercándose,


¿no?

Asentí con rigidez.


Desafortunadamente, debido a que habíamos perdido un par de
partidos a principios de la temporada, y el Colegio Royce de Dublín
había ganado su juego la semana pasada, nos igualó en puntos y nos
colocó en el segundo lugar conjunto en la liga, detrás de Levitt.

Fue un giro inesperado de los acontecimientos y un dolor de cabeza


porque Royce debería haber perdido su último juego, lo que nos habría
facilitado la vida teniendo en cuenta que la final ya se había organizado
entre Levitt y Tommen.

Su victoria había puesto una llave inglesa en las obras de Tommen


porque Royce era un jodido grupo incómodo y se negaba a permitir que
el desempate se llevara a cabo en Cork. Habíamos viajado los últimos
tres partidos de liga, así que nos tocaba jugar de locales, pero ellos no
querían.

Ya se habían retirado de otras dos fechas propuestas para el


desempate: una en Cork y otra en Dublín.

Era un truco alucinante que estaban haciendo con la esperanza de


hacernos tropezar y chocar con los horarios de los partidos.

Disputaban todo, desde la hora del saque inicial, hasta el día de la


semana en que debía celebrarse el partido, pasando por el color del jersey
de visitante.

Cambiar de día, adelantar los partidos y cambiar de lugar estaba


dentro del derecho de Royce, pero era una escoria y pocas escuelas se
comportaban de esa manera.

El entrenador de Royce estaba siendo difícil, discutiendo sobre dónde


debería llevarse a cabo el partido, y criticando y quejándose de la
legitimidad de que el equipo de Tommen tuviera un jugador
internacional en el equipo.

El imbécil se estaba aferrando a un clavo ardiendo porque yo era


juego limpio.
Tommen era mi escuela y el entrenador estaba en todo su derecho de
jugar conmigo.

Habría sido el jugador internacional de Royce si mis padres se


hubieran quedado en Dublín, y ese era el verdadero problema aquí.

Fue por eso que el entrenador quería hablar conmigo pronto.

Quería revisar mi próxima agenda porque necesitaba acordar una


fecha.

Nos separábamos de la escuela el próximo viernes para las


vacaciones de Pascua, por lo que esto tenía que suceder más temprano
que tarde.

Tenía la campaña de verano en la que centrarme y los cazatalentos a


los que impresionar, así que abril y mayo no me servirían.

El entrenador de Royce también lo sabía, y por eso estábamos


paralizados.

Podría encontrar la liga escolar aburrida y sin desafíos, pero odiaba a


los malditos perdedores.

Fue con eso en mente que tenía planes de enterrar al Colegio Royce
lo antes posible.

—¿Cuándo van a jugar con ellos? —preguntó Bella.

—Lo antes posible.

—Vas a jugar contra tus antiguos compañeros de equipo y amigos,


¿no? —preguntó—. Se suponía que ibas a ir a Royce, ¿no?

—Estoy aquí ahora, ¿verdad? —dije arrastrando las palabras.

—¿Te preocupa jugar con tus viejos amigos?

Sí.
—No.

—Entonces, ¿estás listo para eso?

La miré fijamente.

—Estoy siempre listo.

—Sé que lo estás —ronroneó, en tono coqueto.

Ugh.

Sacudiendo la cabeza, me di la vuelta para irme, pero ella volvió a


hablar.

—También quería hablar contigo sobre otra cosa —agregó,


acercándose un paso.

—¿Oh? —Retrocedí—. ¿Qué es?

—Nosotros, Johnny —ronroneó, mirándome con sus grandes ojos


azules.

—No hay un nosotros, Bella —respondí, frunciendo el ceño—.


Nunca lo hubo.

—Entonces, ¿qué diablos estuvimos haciendo el año pasado,


Johnny? —espetó, la inocente máscara de colegiala se deslizó.

Esto era genial.

De todos modos, sabía lo que había debajo.

Ella no necesitaba hacer una actuación frente a mí.

Era muy consciente de sus verdaderos colores.

—No lo sé, Bella —respondí en un tono plano—. Pero sea lo que sea,
está en el pasado.
—¿Me estás jodiendo? —exigió, plantando sus manos en sus
caderas—. Estoy tratando de arreglar las cosas aquí.

¿Estaba bromeando?

—Tú lo terminaste —dije inexpresivamente—. Te estás follando a mi


compañero de equipo, Bella. Tú misma me lo dijiste. —Con gran detalle
en un mensaje de texto—. Te reuniste con él en Biddies. Justo en frente
de mí. Te sentaste con él en el almuerzo. En lo que a mí respecta, no hay
nada que arreglar entre nosotros.

—No es serio.

—No me importa.

—Pensé que nos estábamos tomando un descanso.

—Así es —confirmé—. Uno permanente.

—No tengo que estar con él —ofreció, agitando sus largas pestañas
hacia mí—. ¿Podemos arreglarnos?

—No, gracias —respondí en un tono plano.

—Vamos, Johnny —gimió—. Lo pasamos bien juntos.

—Sí, así fue —concordé—. ¡La mitad del cual te lo pasaste corriendo
a mis espaldas con mi maldito extremo!

Su boca se abrió.

—¿De qué estás hablando?

—Cormac.

—Estoy con él ahora. —Resopló—. No entonces.

—No te molestes en mentir —le dije—. Ya sé que lo estabas


montando cuando estabas conmigo.
—Eso es mentira —respondió—. ¿Quién te dijo eso?

—Todo el mundo lo sabe, Bella —respondí, luego solté un suspiro de


cansancio—. Lo sé desde hace un tiempo.

Simplemente elegí bloquearlo…

—Y no fuiste muy discreta —decidí lanzar porque, francamente,


quería hacerlo.

—Bueno, no era tu novia, Johnny. No éramos exclusivos —defendió


sus acciones diciendo—. Y te saliste completamente del mapa. Nunca
quisiste salir o quedar.

—¡Porque me estaba recuperando de una cirugía! —dije con los


dientes apretados.

—¿Por meses? —exigió, tono acusador—. Sí, claro, Johnny.

—Lo estaba —ladré.

Aun lo estoy.

—¿Y antes de eso? —exigió—. ¿Qué pasa con las otras seis largas
semanas antes de tu cirugía cuando te negaste a reunirte conmigo?
Cuando me ignoraste. ¿Cuál es tu excusa para eso?

—No te estaba ignorando.

—¡Sí, lo hacías!

—No, joder, no lo hice. Simplemente no podía conseguir… —


cerrando la boca, negué con la cabeza y me obligué a contener la lengua.

No pelees con las chicas, me recordé.

Nunca ganarás.

Tergiversarán tus palabras.


—No me estabas dando lo que quería —continuó diciendo para
atormentarme—. ¡No me estabas prestando suficiente atención! Todas
esas ceremonias de premiación y bailes en Dublín el año pasado y nunca
me invitaste a ir —dijo entre dientes—. Nunca me quisiste allí.

—Porque nunca fuiste mi novia —respondí, arrojándole sus palabras


anteriores.

—Porque nunca me pediste que fuera tu novia, Johnny —espetó ella.

—No, Bella, porque nunca me quisiste —respondí—. Sólo querías la


parte brillante de mi vida. La fama. Nunca te interesó la parte real. Mi
verdadero yo.

—¡Eso no es cierto! —discutió.

—¿Por qué no lo dices directamente, Bella? —siseé, perdiendo el


control de mi temperamento—. Te follaste a Ryan porque pensaste que
no iba a estar en forma para el partido. Te diste cuenta de que estaba
lesionado, pensaste que no regresaría a tiempo para la campaña de
verano, así que buscaste al siguiente mejor sólo para estar segura.

Se sonrojó.

¡Lo sabía!

—Pídemelo ahora —instó, cerrando el espacio entre nosotros—.


Pídeme que haga todas esas cosas y lo haré.

—No quiero pedírtelo —dije con los dientes apretados,


desenganchando sus brazos de mi cuello.

—Johnny, vamos. —Suspiró—. No seas así.

—Regresa con Cormac —dije inexpresivamente, completamente


disgustado—. Y reza para que ascienda en las filas de la Academia para
que pueda llevarte a todas esas elegantes fiestas de premiación a las que
quieres asistir. Ahora sólo tienes una oportunidad de llegar allí, Bella,
porque hemos terminado.

—Me dolió, Johnny —soltó ella—. Me metí con Cormac porque


quería lastimarte de vuelta.

—¿Lastimarme de vuelta? —negué—. ¿Por qué exactamente? ¿Por


lesionarme? ¿Estar atrapado sobre mi espalda durante semanas mientras
montabas a mi amigo a mis espaldas? ¿Arruinar tus posibilidades de
cenas elegantes? —Negué con la cabeza y me burlé de ella, lamentando
haberla tocado con cada fibra de mi ser—. Jesús, soy un bastardo horrible
y desconsiderado.

—Por ignorarme —siseó, sus mejillas sonrojándose—. Por usarme.

—¿Yo te usé? —Me resistí—. Sí, porque eso es lo que estaba pasando.

—¡Así es como me hiciste sentir, Johnny!

—¡Entonces, lo siento! —respondí bruscamente, esforzándome por


tener paciencia en el ojo de esta tormenta de mierda inducida por chicas
y daño psicológico.

—Tienes que sentirlo para arrepentirte, Johnny —replicó ella—. ¡Y


no tienes corazón!

Mantén la cordura.

Acéptalo.

Y luego aléjate de ella.

Inhalando un aliento tranquilizador, exhalé lentamente antes de


decir:

—Bella, lo siento si en algún momento te hice sentir ignorada o


utilizada. Esa no era mi intención. Me disculpo sinceramente por mi falta
de corazón y sentimientos y te deseo nada más que lo mejor para todos
tus esfuerzos futuros con mi compañero de equipo. Ahora, si no te
importa, estoy cansado de dar vueltas en círculos contigo y tengo muchas
cosas que hacer.

Me moví hacia la puerta, pero ella agarró mi mano de nuevo, tirando


de mí hacia atrás.

—Espera, ¿estás con alguien más? —exigió, apretando mi mano—.


¿Ese es tu problema? —Sus ojos se agrandaron—. Oh, Dios mío —
exclamó—. Lo estás, ¿no es así?

Jesús.

¿En qué diablos había estado pensando al meterme con esta chica?

—No, Bella, no estoy con nadie más. —Liberando mi mano, negué


con la cabeza y solté un suspiro de frustración—. Pero tampoco estoy
contigo. Y nunca más estaré contigo.

—¡He oído rumores, Johnny! —presionó Bella, ignorando mis


palabras—. Sobre ti y la chica nueva en tercer año. Escuché que golpeaste
a Ronan McGarry por ella. Y vi esa foto tuya con ella en el periódico.

—Eso no es asunto tuyo —dije entre dientes mientras luchaba por


controlar mi temperamento.

—Vamos, Johnny —desafió—. Nunca me tuviste en ninguna foto


contigo para los medios y soy la relación más larga en la que has estado.
¿Cuál es la historia con ella?

—No es asunto tuyo —espeté, sin paciencia—. Cristo.

—¿Por qué estabas peleando con McGarry por ella? —exigió—. ¿Por
qué me dijo Cormac que le advertiste a todo el equipo que la dejaran en
paz?

—No voy a hacer esto contigo —advertí, sacudiendo la cabeza—. Ya


no.
—Deja de esquivar la pregunta, Johnny —siseó—. Si estás con otra
chica, entonces tengo derecho a saberlo.

—Ya te di una jodida respuesta —espeté, harto de toda esta mierda—


. Tú eres la que parece que no puede escuchar.

—¡Estás mintiendo! ¡Puedo verlo en tus ojos! —gritó, lo


suficientemente fuerte como para despertar a los muertos—. Está escrito
en toda tu cara, Johnny. Algo sucede con esa chica.

—Tienes que controlarte —le dije, en un tono mezclado con


disgusto—. Esto es patético.

—Bien —se burló Bella, luciendo completamente enfurecida—. Si no


me lo dices, le preguntaré a ella. —Sonriendo sombríamente, agregó—:
Shannon, ese es su nombre, ¿verdad?

Sí, a la mierda eso.

—Te mantendrás alejada de ella —susurré entre dientes, consciente


de que estábamos dentro del alcance auditivo de la oficina.

Si bien Dee no me causaría ningún problema, no me imaginaba mis


posibilidades si el Sr. Twomey salía y veía que estaba teniendo problemas
con otra chica.

—Lo que sea que esté pasando entre nosotros no tiene nada que ver
con Shannon.

—¿Qué pasa? —se burló, presionando cada uno de mis botones—.


¿Temes que descubra algo que no quieres que descubra?

—Lo digo en serio, Bella —gruñí, sintiendo una oleada de ira crecer
dentro de mí—. No lo digo en broma. Mantén tu distancia de ella.

—Bien —reflexionó ella, con los ojos entrecerrados—. Mira quién


está mostrando emoción ahora.

Ella tenía toda la razón.


Estaba mostrando emoción.

Porque me importaba.

Me importaba mucho más una chica que apenas conocía que Bella.

Era retorcido, confuso y completamente jodido, pero así era.

En lugar de admitir este nuevo desarrollo aterrador, dije:

—Déjala en paz.

Y luego hice lo que debería haber hecho la primera vez que la vi.

Me alejé de Bella Wilkinson.

—Voy a hacer que te arrepientas mucho de alejarte de mí —dijo


detrás de mí.

—Créeme, ya me arrepiento —respondí—. Me arrepiento haber ido


allí en primer lugar.

Furioso, me alejé de la chica que parecía estar empeñada en hacer de


mi vida un infierno.

Cargado con amargos remordimientos y una ira ardiente, doblé la


esquina del edificio principal sintiéndome como si estuviera a dos
segundos de romper algo.

Desafortunadamente para mí, ese algo resultó ser una chica.

No cualquier chica.

Shannon.
Te Llevaré a Casa

Shannon
Siempre sabía cuándo se avecinaba una tormenta en casa.

Siempre podía sentirlo.

Era como un sexto sentido de algún tipo, advirtiéndome y alertando


a mi cuerpo del peligro y el dolor.

Todo el día durante la escuela el viernes, tuve la sensación de pavor


más desgarradora alojada en la boca del estómago.

Esa sensación de pavor me persiguió durante todo el día, y por más


que respirara hondo o hiciera ejercicios relajantes pudo sacarlo de mi
corazón.

Fue tan severo, tan potente y transparente, que tuve miedo de irme a
casa.

Los acontecimientos del miércoles por la noche no habían ayudado


en nada.

Fue una noche en la que mis padres se gritaron tan fuerte que la
policía llamó a la puerta al recibir una llamada anónima sobre un
disturbio en la paz.

Mi paz.
Porque yo hice la llamada.

Porque tuve miedo de que la lastimara.

Furiosa con mi madre o no, no podía soportar la idea de que él la


golpeara por las escaleras mientras yo me escondía en mi habitación
como la cobarde que era.

Joey se estaba quedando una vez más con Aoife, y yo no era lo


suficientemente grande o lo suficientemente valiente como para salvarla.

Afortunadamente, mi padre no le había puesto un dedo encima a


mamá, y una vez que convenció a los policías de que su esposa estaba
teniendo una rabieta relacionada con el embarazo, se fue a dormir.

Por supuesto, regresó ayer por la mañana con un ramo de flores y la


promesa de no volver a hacer lo que diablos había hecho esta vez.

Funcionó.

Ella lo abrazó y lo besó, y estaba bastante segura de que si no


estuviera ya embarazada, lo habría estado después de pasar la mañana
encerrada en su habitación con él.

La odiaba.

A veces más de lo que lo odiaba a él.

Ayer fue uno de esos momentos.

Cuando regresé a la escuela el viernes por la mañana, estaba con


dolor en el cuello y una grave falta de esperanza.

Ah, sí, porque a pesar de que papá y mamá estaban enamorados de


nuevo, yo seguía siendo su objetivo favorito.

Al parecer, él todavía no había superado esa foto mía con Johnny.


Algo que se me recordó anoche cuando tontamente bajé a buscar
comida a la cocina y me enredé en su berrinche de whisky.

Añadió nuevos moretones a los viejos y pasé una buena parte de la


noche contemplando los peores pensamientos posibles.

Cuando terminó la última clase del día, mi cuerpo estaba tan


apretado por la tensión que apenas podía hacer que mis pies caminaran
en línea recta desde el edificio de ciencias hasta el edificio principal al
que tenía que llegar.

Sabía que tenía que volver allí y la idea me estaba paralizando.

No quería que llegara el fin de semana y ahora estaba aquí,


mirándome a la cara.

Era una perspectiva aterradora.

Tuve un dolor horrible y persistente en el estómago todo el día que


estuvo al borde de lo insoportable.

Mi mente estaba tan sobrecargada, repasando una lista tras otra de


posibles problemas que podría enfrentar cuando cruzara la puerta
principal, que no presté atención a la lluvia que caía sobre mí ni a los
estudiantes que pasaban rápidamente.

No estaba prestando atención a nada.

Porque lo sabía.

Solo sabía en el fondo de mi corazón y de mi alma que se acercaba el


peligro.

No sabía dónde, ni cuándo, ni cómo podría desarrollarse.

Pero sabía que vendría.


Sin embargo, el peligro que estaba pronosticando llegó
prematuramente cuando doblé la esquina del edificio principal y choqué
con un firme pecho masculino.

Estaba tan desprevenida para el contacto, tan profundamente absorta


en mis propios pensamientos, que no tuve tiempo de estabilizarme o
amortiguar mi caída.

Me doblé como una baraja de cartas, no era rival para la persona con
la que me había estrellado, y me derrumbé sobre mi trasero en el suelo
frío y húmedo.

—Oh, mierda… lo siento mucho —dijo una voz profunda y familiar


desde arriba de mí.

Sin embargo, no necesitaba mirar hacia arriba para saber con quién
me había topado.

Reconocería su voz en cualquier parte.

—Shannon, ¿estás bien? —preguntó Johnny mientras dejaba su


mochila en el suelo y se agachaba para ayudarme a levantarme.

—Estoy bien —murmuré, apartando su mano.

No necesitaba que me tocara.

Ya estaba demasiado afectada por él.

Manteniendo mis ojos fijos en el concreto, me giré sobre mis manos


y rodillas y me levanté.

—Lo siento mucho —continuó diciendo.

—Está bien —susurré, limpiando mi falda hacia abajo—. Estoy bien.

—¿Lo estás?

Asentí, pero mantuve la mirada baja.


No podía mirarlo.

No quería que me viera.

No así.

—¿Shannon?

—Tengo que irme —dije con voz ronca, y luego lo rodeé,


moviéndome hacia el edificio principal.

Con la cabeza gacha, me apresuré al edificio principal y me dirigí


directamente al área de casilleros de tercer año.

Respira.

Deja de entrar en pánico.

Sólo respira.

Cuando llegué al área de casilleros de tercer año, que


afortunadamente estaba vacía, dejé caer mi mochila de mis hombros y
presioné mi frente contra el frío y duro metal, inhalando fuertes y
audibles respiraciones.

Temblando, apoyé mis antebrazos contra el casillero y sólo sostuve


mi cabeza, tratando desesperadamente de controlar este ridículo terror
que amenazaba con poseerme y evitar que mi cuerpo entrara en modo
vómito.

Me temblaban tanto las piernas que sabía que no llegaría al baño a


tiempo, así que mi única esperanza era calmarme antes de vomitar.

Demasiado tarde, pensé para mis adentros mientras mis piernas se


doblaban debajo de mí.

Me tiré al suelo sobre mis manos y rodillas, mientras mi estómago se


vaciaba allí mismo en medio de la escuela.
Para empezar, no tenía mucho en el estómago, nunca solía tenerlo,
pero el agua y la media barra de chocolate que comí en el almuerzo
reaparecieron de manera gloriosa.

El sonido de pasos golpeando por el corredor llenó mis oídos y gemí


para mis adentros, sabiendo que nunca en un millón de años superaría
esto.

Momentos después, sentí una mano en mi espalda cuando alguien se


arrodilló a mi lado y me apartó el cabello de la cara.

—Está bien. —La voz de Johnny llenó mis oídos mientras frotaba
suaves círculos sobre mi columna con su gran mano—. Shh, estás bien.

Oh, Dios, no.

¿Por qué hizo eso?

¿Por qué me siguió?

Se suponía que no debía hablar conmigo.

Ese era el plan.

Tuve arcadas durante dos minutos más antes de que mi estómago


finalmente se calmara, y todo el tiempo estuvo arrodillado a mi lado,
apartando mi cabello de mi vómito y frotando mi espalda.

—¿Estás bien? —preguntó Johnny, cuando estaba respirando de


nuevo y no boquiabierta.

Asentí débilmente y luego sentí su mano todavía en mi espalda.

Me tensé por instinto.

—¿Qué es esto? —Lo escuché preguntar momentos antes de que sus


dedos rozaran mi cuello, justo encima del cuello de mi blusa de la
escuela—. Tu cuello está magullado.
El pánico se apoderó de mi corazón cuando lo sentí apartar más de
mi cabello y tocar mi cuello de nuevo.

—¿Shannon? —repitió Johnny—. ¿Cómo conseguiste esto?

—Es viejo —dije con voz ronca, todavía jadeando por aire.

—No parece viejo —respondió, tocando mi cuello.

—Bueno, lo es —dije con voz ahogada, sacudiéndome de su toque.

Afortunadamente, obedeció y se alejó de mí.

Débil y mortificada, me quedé exactamente donde estaba sobre mis


manos y rodillas, mirando al suelo mientras una ola de humillación
absoluta me invadía.

—¿Shannon? —dijo en un tono suave, con la mano en mi espalda


una vez más—. ¿Estás bien?

Asintiendo débilmente, volví a arrodillarme, con las manos en mi


regazo y la mirada baja.

—Espera aquí, ¿de acuerdo? —ordenó Johnny mientras se ponía de


pie—. Iré a buscar al conserje.

—No, no —dije con voz ahogada, mortificada—. Yo lo limpiaré.

—No, no lo harás —discutió—. Está bien. Sólo espérame aquí y


vuelvo enseguida.

En el momento en que escuché sus pasos alejándose, me puse de pie,


agarré mi mochila y corrí al baño más cercano en esta ala de la escuela.

Me apresuré a entrar, fui directamente al lavabo, abrí el bolsillo


delantero de mi mochila y recuperé el cepillo de dientes y la pasta de
dientes de tamaño viajero que religiosamente llevaba conmigo.

Era una persona ansiosa y mi ansiedad me daba nauseas.


Sucedía en los lugares más inapropiados e inconvenientes,
generalmente en la escuela, como hoy, por lo que siempre estaba
preparada.

Temblando de la cabeza a los pies y con lágrimas quemándome los


ojos, rápidamente me lavé los dientes, con arcadas cuando el cepillo me
atravesó la parte posterior de la garganta.

Cuando terminé de limpiarme la boca, enjuagué el cepillo de dientes


y lo volví a meter dentro de la pequeña bolsa con cierre hermético con la
pasta antes de volver a guardarlo en mi mochila escolar.

Estás bien, me convencí mentalmente mientras me lavaba las manos


y me echaba agua en la cara, todo va a estar bien.

Sin embargo, sabía que no iba a estarlo.

No importaba cuánto intentara mentirme, nada estaba bien en mi


vida.

Sollozando, acomodé mi mochila escolar a mi espalda, empujé una


de las puertas del cubículo del baño y agarré una botella de desinfectante
escondida detrás de la cisterna.

Volviendo al lavabo, saqué un par de docenas de toallas de papel del


dispensador y regresé a la escena del crimen.

Pero había desaparecido.

Borrado por el conserje que deambulaba por el pasillo con un


trapeador y un balde detrás de él.

—Te dije que me esperaras —vino una voz familiar de cerca.

Dándome la vuelta, encontré a Johnny apoyado contra los casilleros.

—Tuve que cepillarme los dientes —solté, sollozando.

Arqueó una ceja.


—¿En la escuela?

—Sucede mucho —dije con voz ahogada.

Frunció el ceño, mirándome con esos intensos ojos azules.

—¿Te sientes mejor ahora?

Asentí, mortificada.

—Estoy bien.

—Bien. —Empujándose de los casilleros, Johnny se acercó a donde


yo estaba y me quitó el desinfectante y las toallas de papel de las manos.

Tambaleándome, observé cómo abría la puerta del baño de chicas y


arrojaba el desinfectante y las toallas de papel adentro.

—Te llevaré a casa ahora —dijo mientras deslizaba mi mochila de


mis hombros y la colgaba sobre su hombro izquierdo.

Mis ojos se agrandaron.

—No, no, no tienes…

—Te llevaré a casa —repitió, sus ojos azules fijos en los míos—.
Vamos.

—¿Por qué? —carraspeé.

Johnny frunció el ceño.

—¿Por qué qué?

—¿Por qué me ayudas?

Me miró por un momento más largo antes de exhalar un profundo


suspiro.

—Porque quiero.
—¿Quieres?

Él asintió.

—¿Tienes un abrigo?

—¿Un abrigo? —dije con voz ronca, sintiéndome impotente mientras


miraba a este hermoso chico.

—Sí, está diluviando afuera.

—Yo, eh… —Presioné mi mano en mi frente, esforzándome por


ordenar mis pensamientos—. Está en el perchero —logré decir
finalmente—. En el edificio de ciencias.

Con los ojos como platos, observé cómo Johnny desabrochaba el


abrigo negro que llevaba puesto y lo colgaba sobre mis hombros.

—Vamos —dijo en un tono persuasivo mientras envolvía un brazo


alrededor de mis hombros, me ponía contra su costado y me sacaba de
la escuela—. Me ocuparé de ti.
Problema

Johnny
Sin querer, lastimé a Shannon Lynch.

Otra vez.

La golpeé y cayó de culo en la escuela.

Otra vez.

Y luego se fue y casi me da un infarto.

Si soy sincero, nunca sentí miedo como cuando la vi colapsar en el


suelo junto a su casillero.

Sabía que era una idea estúpida seguirla de regreso a la escuela, pero
necesitaba ver cómo estaba.

Para ser honesto, tenía miedo de que Bella la interceptara.

Encontrarla en el suelo así fue más que aterrador.

Mi corazón literalmente se agarrotó en mi pecho cuando la vi y sólo


comenzó a latir cuando llegué a ella y me di cuenta de que estaba bien.

Estaba mortificada, pero estaba bien.

No me importaba el vómito.
Todos vomitaban.

Incluso las chicas.

Al parecer, esta chica lo hacía mucho.

Recordé exactamente lo que estaba escrito en el archivo.

Ella vomitaba mucho.

Eso me preocupó.

Más de lo que debería.

Lo que más me preocupaba era la razón por la que sucedía esto.

Shannon claramente vomitaba por ansiedad.

Era tan bueno como estaba escrito en su expediente escolar.

Por el amor de Dios, traía un cepillo de dientes a la escuela.

Estaba ardiendo con mi propia forma de ansiedad por la necesidad


de saber qué la había molestado.

Sin embargo, no quería probar mi suerte o empeorar la situación, así


que mantuve la boca cerrada.

Ponerla en mi auto probablemente no fue mi mejor idea, dado el


hecho de que ella no parecía querer hablarme más, pero no la dejaría
aquí para tomar un autobús de mierda.

No me dijo una sola palabra en todo el camino a su casa, con la


excepción de disculparse un millón de jodidas veces por algo que
obviamente no podía controlar.

No sabía qué hacer o decir para tranquilizarla.

Seguí diciéndole que estaba bien, pero ella no me escuchaba.


Era como si estuviera atrapada en su propia cabeza, preocupándose
hasta morir por algo que no podía ver.

Me sentí impotente.

Quería ayudarla, pero era algo imposible de hacer cuando no podía


ver a quién se enfrentaba.

—Lo siento —me dijo Shannon cuando estacioné frente a su casa,


después de pasar cinco minutos completos tratando de persuadirla para
que me dijera cuál era la suya—. En verdad lo si…

—No tienes nada por lo que disculparte —le dije antes de apagar el
motor y girarme para mirarla.

Jesucristo, ¿qué sucedía?

¿Alguien la había insultado en la escuela?

¿Alguien la estaba molestando de nuevo?

Parecía aterrorizada.

—Johnny, yo, eh… —Sus palabras se apagaron mientras miraba


hacia la pequeña casa adosada al final de la calle y luego de nuevo hacia
mí—. Por favor, no lo digas —dijo finalmente, con voz pequeña, los ojos
muy abiertos y llenos de lágrimas no derramadas.

Fruncí el ceño, sintiendo mi corazón acelerarse.

—¿Decir qué, Shannon?

Se metió el cabello detrás de las orejas y exhaló un suspiro


tembloroso.

—Lo que hice en la escuela.

Mis manos se retorcieron en el volante mientras luchaba contra el


impulso de ponerla en mi regazo y abrazarla.
—No le voy a decir nada a nadie —dije en un tono tan gentil como
pude reunir.

—¿Lo prometes? —graznó.

Asentí.

—Lo prometo.

Shannon exhaló otro suspiro irregular.

—Lo siento… es sólo que… sucede cuando me asusto.

Se me heló la sangre.

—¿De qué tienes miedo, Shannon? —Me sorprendí a mí mismo por


lo tranquilo que soné cuando estaba a dos segundos de perder la cabeza
aquí mismo en este auto—. ¿Pasó algo?

—¿Pasar? —susurró, mordiéndose el labio inferior.

—¿En la escuela? —Asentí lentamente—. ¿Alguien te estaba


molestando?

Cerró los ojos y se mordió aún más fuerte el labio, tan fuerte que
estiré mi mano y lo saqué de sus dientes.

—No hagas eso —persuadí.

Sus ojos se abrieron.

—¿Eh?

—Te harás daño —le dije, retirando mi mano a pesar de que era lo
último que quería hacer.

—Lo siento —susurró ella.

—No tienes que sentirlo —respondí en un tono grueso.


Shannon bajó la mirada para mirar sus manos entrelazadas y,
después de una dolorosamente larga pausa de silencio, asintió para sí
misma.

—Será mejor que entre ahora —dijo finalmente, en voz baja—.


Gracias por el aventón.

Observé mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad y abría la


puerta y el pánico estalló dentro de mi estómago, lo cual no tenía sentido
porque no sabía de qué mierda me estaba preocupando.

—Me lo dirías, ¿verdad? —llamé cuando estuvo fuera de mi coche—


. ¿Si algo te estuviera pasando? —Me incliné sobre el asiento del pasajero
para mirarla, sabiendo que estaba haciendo un embrollo de esto, pero
necesitaba decirlo de todos modos—. ¿Me dirías si alguien te estuviera
dando problemas en la escuela?

Shannon se quedó con su mano agarrando la puerta de mi auto por


un momento más largo, con sus grandes ojos azules fijos en los míos.

Finalmente, asintió.

Sentí mi cuerpo hundirse de alivio.

—Adiós, Johnny —susurró y luego cerró la puerta.

—Adiós, Shannon —murmuré para mí mismo mientras giraba la


llave del motor.

Necesitaba salir de aquí antes de hacer algo realmente estúpido,


como volver a ponerla en mi auto y llevarla a casa conmigo.

Porque una jodida molestia en mi cerebro me decía que hiciera


precisamente eso.

Dejarla se sentía mal.

Vete, Johnny.
Da la vuelta al coche y vete.

Ella está bien.

Está perfectamente bien.

Concéntrate en el juego, Kav.

Tienes entrenamiento.

No necesitas perder la cabeza por una chica.

Sacudiendo la cabeza, puse el coche en marcha y me obligué a


controlarme y simplemente conducir.

No funcionó.

Porque no pude irme.

Poniendo el auto en neutral, abrí la puerta de mi auto y salí.

—¡Espera!

Shannon se dio la vuelta y me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Eh?

¿Qué estás haciendo Kav?

¿Qué diablos haces?

—Ven conmigo. —Las palabras salieron de mi boca antes de que


tuviera la oportunidad de detenerme o retirarlas.

—¿Ir adónde contigo? —susurró Shannon, mirando de mí a la casa


al final de la calle.

No lo sé, Shannon.

No tengo ni puta idea.


No tengo ni puta idea de lo que sucede conmigo.

Solo sé que mi instinto me dice que no te deje en este momento.

—¿A cualquier sitio? —ofrecí, y luego me aclaré la garganta antes de


agregar—: ¿Podemos ir a dar un paseo? ¿O ir a comer algo?

Jesús, ¿qué me ocurría?

Entonces vi algo pasar por sus ojos, algo que se parecía mucho a un
alivio.

—¿Quieres que vaya? —preguntó Shannon en voz baja—. ¿Vaya


contigo?

Asentí con incertidumbre.

—Sí, Shannon. —Mi voz era espesa—. Quiero que vengas conmigo.
El Chico es un Héroe

Shannon
Estaba de vuelta en su coche.

No tenía idea de adónde íbamos, o por qué Johnny me había pedido


que fuera con él en primer lugar después de llevarme a casa, pero en este
momento, no me importaba.

No me importó que hiriera mis sentimientos la semana pasada.

Y no me importó que pudiera meterme en problemas por estar con


él.

Cuando abrió la puerta del pasajero de su auto y me ofreció un escape


temporal del infierno que era mi hogar, lo acepté.

Hice más que aceptarlo.

Prácticamente me sumergí en ese asiento.

Cuarenta y cinco minutos después, me encontré sentada frente a él


en un bar de la ciudad llamado Biddies, con un tazón de sopa a medio
comer frente a mí, una botella de Coca-Cola y el corazón acelerado.

En el momento en que cruzamos la puerta del bullicioso pub, todos


los que estaban adentro se dieron la vuelta y se concentraron en Johnny.
Fue increíblemente intimidante sólo verlo tratar de lidiar con la
atención que se le dirigía.

Estaba abrumada, así que no podía imaginar cómo sería para


Johnny.

Sólo tenía diecisiete años.

Al igual que ese día en la cancha con los reporteros, Johnny fue más
que profesional, aceptando apretones de manos y palmadas en el hombro
mientras esperábamos en la barra a una de las camareras.

Estaba tan distraída por la atención que recibía y la mano que


mantenía en mi espalda baja mientras hablaba, que sólo asentí cuando
se acercó a mi oído y me preguntó si tenía hambre.

Pasaron cinco minutos más de hablar con personas al azar antes de


que finalmente nos sentáramos en la única mesa vacía en el bar.

Me sentí absolutamente mortificada de que me hubiera comprado


comida, y hubiera protestado y ofrecido pagar, pero no tenía dinero.

No tenía nada que ofrecerle a este chico.

Nada en absoluto.

—¿Cómo te sientes ahora? —preguntó Johnny, sacándome de mis


pensamientos.

Mi cabeza se levantó de golpe de donde había estado mirando mis


manos, y lo encontré observándome desde el otro lado de la pequeña
mesa redonda.

Ese familiar ardor se encendió dentro de mi vientre cuando me


obligué a mirarlo a los ojos. Tenía su abrigo bien envuelto alrededor de
mí, pero eso no me impidió temblar.

—Estoy, eh, me siento mucho mejor ahora —respondí,


sonrojándome por el peso de su mirada—. Gracias.
—Bien. —Johnny se recostó en su silla, con los ojos todavía fijos en
mí, y golpeó distraídamente un posavasos de cerveza sobre la mesa—.
Me alegro.

—Gracias por la cena —agregué, sintiéndome tímida e incómoda y


un millón de otras emociones—. Realmente lo aprecio.

Por alguna razón, mis palabras provocaron una gran sonrisa en


Johnny.

—¿Consideras que un plato de sopa es la cena? —preguntó,


sonriendo tan ampliamente que sus hoyuelos aparecieron.

—Bueno, fue un tazón enorme —ofrecí encogiéndome de hombros—


. Entonces, sí, lo consideraría la cena.

—Es sopa, Shannon. —Johnny se rio—. Es prácticamente agua.

—¿Por qué? —Observé el plato y el tazón vacíos frente a él—. ¿Sigues


con hambre?

No podía ser.

Acababa de verlo inhalar un tazón gigante de sopa, antes de


continuar con una montaña de verduras y pollo.

Era físicamente imposible tener hambre después de consumir ese


volumen de comida.

Johnny resopló.

—Esto fue un bocadillo.

—¿Un bocadillo? —Apoyé mis codos en la mesa y pregunté—: ¿Estás


planeando tener otra cena cuando llegues a casa?

—Probablemente comeré al menos cuatro veces más antes de irme a


la cama —me dijo.
Mi boca se abrió.

—Pero son las cinco en punto.

—Lo sé. —Sacudió la cabeza, sonriendo con tristeza—. Deberías ver


de lo que me atiborro a diario. Probablemente te sorprendería.

—Bueno, no estás gordo para ser un tipo que come tanto —solté e
inmediatamente me arrepentí de mis palabras.

Johnny rio suavemente.

—No, no lo estoy.

Me puse del color carmesí.

—Lo siento mucho —dije con voz ahogada—. No fue mi intención


llamarte…

—No te disculpes —me dijo, todavía sonriendo—. Entreno. Duro.


Necesito el combustible para bombear mi cuerpo.

—¿Por el rugby? —pregunté, acomodando mi cabello mojado por la


lluvia detrás de mis orejas.

Johnny asintió.

—Necesito consumir 4.500 calorías diarias cuando estoy entrenando.

Mi mandíbula cayó de nuevo.

—¿Cómo es eso humanamente posible?

Johnny sonrió.

—Hago que funcione.

—¿Cómo? —pregunté, completamente intrigada ahora.


—Espaciando mis comidas —explicó—. Como las cosas correctas en
el momento correcto. —Se encogió de hombros antes de agregar—: Por
lo general, como cada dos o tres horas. Mi nutricionista dice que es lo
mejor para mi cuerpo.

—Entonces, ¿tienes un horario de alimentación? —Riendo por lo


bajo, agregué—: Como un bebé.

Johnny me dedicó una sonrisa indulgente y tomó un largo trago de


su naranja diluida.

Ignorando el ruidoso grupo de chicas en una mesa cercana, me


concentré en el chico frente a mí.

—Entonces, ¿no puedes comer nada bueno?

—¿Define bueno?

—Coca-Cola. Chocolate. Helado. Papas fritas —canté una lista corta


de mis delicias favoritas—. Gelatinas gaseosas. Cereal. Pizza.
Hamburguesas con queso. Frituras. Comida china. Donas…

—Estoy en medio de una temporada —interrumpió Johnny,


dándome una mirada ofendida—. Lo único que ingresa a mi cuerpo es
orgánico, sin procesar y cargado de proteínas.

Lo miré boquiabierta.

—¿Ni siquiera una rica galleta de té?

Johnny negó con la cabeza.

—¿Por qué…? ¡Oh, Dios mío! ¿Es porque te meterías en problemas


con esa gente de la academia de rugby? —Mis ojos se agrandaron ante la
injusticia—. Mi hermano Joey me contó cómo preparan a los niños
pequeños como si fueran cachorros. —Horrorizada, pregunté—: ¿Te dan
una lista de alimentos prohibidos y luego te castigan si los comes?
—No —dijo Johnny lentamente, frunciendo el ceño ahora—. ¿Qué
mierda de lugar crees que es La Academia?

—Si no se te permite comer golosinas, entonces un lugar terrible —


respondí solemnemente.

—Comer sano es mi elección —explicó, mirándome con una


expresión desconcertada—. No estoy obligado a hacer nada. Mi vida está
en mis términos. Y no llenarme la cara con mierda procesada y cargada
de azúcar se llama estar saludable y ejercer el autocontrol.

—Pero, ¿todo el tiempo? —cuestioné—. ¿Las veinticuatro horas del


día toda la semana?

—Tengo una actitud de todo o nada —respondió—. O me


comprometo con algo o no voy a desperdiciar mi tiempo. No tiene
sentido hacer algo a medias.

—Bueno, me siento triste por ti —anuncié—. No sabes lo que te


pierdes.

Deslizando mi mano en el bolsillo de mi falda, saqué la barra de


chocolate a medio comer, mi marca favorita, eché un vistazo rápido para
comprobar que la camarera no me estaba viendo traer comida al local,
antes de colgarla frente a su cara.

—El olor es la mejor parte —le dije—. Y también obtienes endorfinas


de estos.

Sus labios se torcieron.

—Entreno seis horas al día, Shannon. No necesito complementar las


endorfinas con una barra de chocolate.

Arrancando el envoltorio, lo sostuve frente a su nariz por unos


momentos.
—Huélelo —alenté, sintiéndome extrañamente a gusto con él—.
Adelante.

—Quítalo de ahí. —Johnny se rio, apartando suavemente mi mano.

—Tú te lo pierdes —dije encogiéndome de hombros, luego mordí un


trozo de chocolate, gimiendo cuando la deliciosa bondad chocolatosa
golpeó mi lengua.

—Tú ganas —se burló, mientras hacía girar un trozo de hielo en su


vaso.

—Cielos. —Resoplé, deslizando el chocolate de nuevo en mi


bolsillo—. Si yo fuera una chica más rolliza, podrías haber herido
seriamente mis sentimientos.

—¿Qué? —El pánico brilló en su rostro—. ¡Joder, no! Fue una


broma. —Se inclinó hacia adelante en su asiento—. No quise decir… No
te estaba llamando gorda… Eres la cosa más pequeña que he… Mierda,
eres tan pequeña que podría…

—Relájate. —Me reí—. No estoy ofendida.

Johnny me miró fijamente durante un largo rato y luego soltó un


profundo suspiro.

—Dios mío, casi me da un ataque al corazón allí. —Frotándose el


pecho, sonrió con picardía—. Sé lo chifladas que pueden llegar a ser la
mayoría de las chicas con su peso.

—Bueno, no soy como la mayoría de las chicas —respondí con una


mueca y me señalé—. Como puedes ver.

—No —confirmó Johnny en voz baja, sus ojos siguiendo los


movimientos de mi mano—. No, no lo eres.

Hubo una pausa larga e incómoda en la que ambos nos miramos


fijamente.
El silencio era desconcertante, pero no tan desconcertante como la
intensidad de sus ojos azules.

Eran demasiado afilados.

Observaban demasiado.

Demasiado.

—¿Quieres otra Coca-Cola? —preguntó Johnny, rompiendo la


tensión.

—Uh… —Miré mi reloj y luego de nuevo a él—. No lo sé.

Johnny frunció el ceño.

—¿No lo sabes?

Sí.

No.

Vete a casa antes de que tu padre se entere de que estás en un pub y te mate.

No, quédate aquí con él.

Dios…

Me encogí de hombros con impotencia.

—Bueno, ¿tienes sed? —preguntó—. ¿Crees que te gustaría otra


bebida?

—Yo… —Miré alrededor nerviosamente, sólo para encontrar


docenas de pares de ojos fijos en nuestra mesa.

Los latidos de mi corazón se dispararon.

No me gustaba esto.
Ni un poco.

—¿Shannon? —dijo Johnny, capturando mi atención una vez más.


Me miraba expectante, billetera en mano—. ¿Te consigo otra bebida?

—Uh… —Acercándome más, me incliné sobre la mesa y le hice un


gesto a Johnny para que se acercara.

Frunciendo el ceño, lo hizo.

—Johnny —le susurré al oído—. Siento que estamos siendo


observados.

Retrocediendo, miré alrededor de nuevo y noté que la mesa de las


adolescentes de alguna manera se había acercado a la nuestra. Mis ojos
se posaron en los suyos y asentí vigorosamente.

—La gente definitivamente nos está mirando, Johnny.

Johnny parecía increíblemente irritado cuando exhaló con fuerza y


se pasó una mano por el cabello.

—Lo siento por esto.

—¿Es por el rugby?

Me dio un asentimiento de aspecto resignado.

—Lo siento. Sólo ignóralos.

—¿Cómo? —grazné, sintiéndome muy expuesta en este momento.

Johnny me miró por un largo momento, sin hablar, antes de empujar


su silla hacia atrás y ponerse de pie.

—Vamos —anunció, tendiéndome la mano—. Te conseguiré otra


bebida y nos sentaremos en el salón.

—¿El salón?
—Es más tranquilo. —Miró a su alrededor y murmuró en voz baja—
: Tal vez tengamos un poco de paz y tranquilidad.

A él tampoco le gustaba esto.

Podría actuar como si no le molestara.

Pero esto no era algo con lo que se sintiera cómodo.

Fue con esta comprensión que me encontré tomando su mano


extendida.

Abrumada, seguí a Johnny al bar donde nos pidió más bebidas, antes
de atravesar una puerta al costado del bar y entrar a una habitación con
poca luz.

Esta habitación tenía un ambiente más juvenil, con mesas de billar y


tableros de dardos en las paredes, y una máquina de discos sonando en
la esquina.

Noté a varios adolescentes que vestían una variedad de diferentes


uniformes escolares del distrito local holgazaneando.

Como cuando entramos al bar principal, todos se giraron para


mirarlo, pero después de unos cuantos asentimientos con la cabeza y
«¿cómo te va, Kav?», volvieron a su compañía.

Johnny me llevó a una mesa en la esquina más alejada del salón, pero
esta vez en lugar de tomar uno de los taburetes del bar al otro lado de la
mesa, dejó nuestras bebidas y se sentó en el banco de cuero a mi lado.

Desde aquí, teníamos una vista perfecta del resto de la habitación,


con la ventaja de estar un poco escondido.

Deberías irte a casa, Shannon, me ordenaba mi sentido común, no


deberías estar aquí.

—¿Mejor? —preguntó Johnny, sentándose a mi lado.


Asentí y alcancé mi coca, con los ojos fijos en lo que sucedía a mi
alrededor.

Pude ver a varios niños en el otro extremo de la sala vistiendo


uniformes ECB, y eso me dio ganas de ir debajo de la mesa y
esconderme.

Estaba tan nerviosa que tuve que usar ambas manos para evitar que
la botella temblara.

Ver a Ciara Maloney, mi mayor torturadora de mi antigua escuela, y


la causante de la cicatriz de mi párpado, sentada entre ellos hizo que todo
mi cuerpo se encogiera de miedo.

Como si pudiera sentir que la miraba, Ciara volvió la cara en mi


dirección.

Genial.

Simplemente genial.

En el momento en que me reconoció, ese destello familiar de


intenciones maliciosas brilló en sus ojos durante unos dos segundos antes
de que su mirada se moviera hacia Johnny, que estaba sentado a mi lado.

Su boca se abrió visiblemente y comenzó a empujar a la chica sentada


a su lado, Hannah Daly, su mejor amiga y otra de mis maltratadoras.

Estábamos siendo observados de nuevo.

Pero ahora, tenía más que ver con que me odiaran a mí que con que
él fuera la celebridad local.

Presa del pánico, bajé la mirada hacia la botella de vidrio que sujetaba
entre mis manos.

Respira, Shannon.

Sólo respira…
—Eres una pequeña puta mentirosa —gruñó Ciara mientras me
inmovilizaba contra la pared detrás de la escuela y me miraba con odio—. Lo
estabas mirando.

Sabiendo que era más seguro no decir nada, mantuve la boca cerrada y me
preparé mentalmente para la paliza que sabía que recibiría.

—¡Contéstame, perra! —gruñó, golpeando mis hombros contra el concreto,


causando que el aire saliera de mis pulmones en un fuerte gemido de dolor.

Varias de las chicas que estaban a nuestro alrededor se rieron y se burlaron


cuando un gemido salió de mi garganta.

Ya me dolía más de lo que cualquiera de estas chicas podía comprender (la


última rabieta de whisky de mi padre era la causa de mi dolor) y ellas disfrutaban
de mi evidente incomodidad.

No era nada nuevo para mí.

Estaba acostumbrada a que se rieran de mí.

Estaba acostumbrada a ser el saco de boxeo.

Y me odié por aceptarlo.

Cuando Ciara me empujó contra la pared de nuevo, me obligué a contener el


sollozo que amenazó con estallar en mi garganta, obligándome a pronunciar las
palabras:

—No miré a tu novio. Él me miró.

Esa era la verdad.

Su novio tenía la horrible costumbre de mirarme fijamente.


Mi explicación me valió una bofetada en la cara y un puñado de mi cabello
siendo jalado tan bruscamente que me tambaleé hacia adelante, sintiéndome débil
e impotente.

—Voy a destruirte, maldita seas —susurró en mi oído antes de rasgar sus


uñas por un lado de mi mejilla.

Adelante, pensé para mis adentros.

Pero no puedes destruir lo que ya está roto…

—Relájate —susurró Johnny en mi oído, distrayéndome de mis


recuerdos—. Estás a salvo conmigo.

Sus palabras me desconcertaron y volteé mi rostro para mirarlo.

Dios, era tan hermoso, era doloroso.

Todo sobre Johnny Kavanagh era pura perfección.

Era grande, fuerte, ¿y su rostro?

Oh, Dios, su rostro era el mejor rostro que jamás había visto.

—¿Por qué no estaría a salvo? —Era una pregunta defensiva hecha


por desesperación porque este chico me estaba desequilibrando como
nadie lo había hecho antes.

No podía descifrar nada de esto, y mi pobre corazón estaba


trabajando a toda marcha para mantenerse al día con los sentimientos
que bombardeaban mi cuerpo debido a su proximidad.

El miedo, la incertidumbre, la lujuria y el pánico me estaban


pateando el trasero.
—Sólo te estoy haciendo saber que lo estás —respondió, sus ojos
azules fijos en los míos—. ¿De acuerdo?

Exhalando un suspiro irregular, asentí y me moví más cerca de él.

Si pudiera, me subiría a su regazo y enterraría mi cara en su pecho en


este momento, pero él era un virtual extraño para mí y eso estaría
socialmente mal visto, así que me conformé con acercarme sigilosamente
a él.

Supe que probablemente pensó que estaba loca, pero estaba a dos
segundos de tener un ataque de pánico y su presencia me estaba
manteniendo cuerda.

Johnny me miró con ojos curiosos antes de dirigir su atención a la


mesa de sexto año de ECB.

Lo vi entonces, una chispa de reconocimiento iluminó los ojos de


Johnny antes de que su rostro adquiriera una expresión endurecida.

—¿Podemos irnos ahora? —susurré, el corazón me latía rápidamente


mientras resistía el impulso de enterrarme en su costado—. ¿Por favor?

—Nos iremos cuando estemos listos para irnos —dijo en una voz tan
baja y suave que apenas era audible—. Levanta la cabeza, Shannon como
el río. —Momentos después, pasó su brazo por encima de mi hombro y
me atrajo hacia su costado—. Nadie te va a hacer daño.

Aliviada, me acerqué, demasiado cerca para que unos extraños se


sentaran así, pero no me importó.

Era grande, fuerte y tuve la clara sensación de que me estaba diciendo


la verdad.

Le creí cuando me dijo que estaba a salvo con él.

—¿Esas chicas? —preguntó, inclinando su rostro hacia abajo para


mirarme mientras hablaba—. ¿Cuál es la historia?
—No hay historia —dije con voz ronca, agarrando mi botella con
fuerza.

—¿Por qué me resulta tan difícil de creer?

Me encogí de hombros y agaché la barbilla, dejando que mi cabello


cayera hacia adelante, deseando tener la capa de invisibilidad de Harry
Potter envuelta alrededor de mi cuerpo para poder escapar de esta
situación sin más dolor.

No podía soportar más.

—Mírame.

No lo hice.

—Mírame —repitió, en tono tranquilo y persuasivo.

No podía.

Lo sentí moverse a mi lado y luego sus dedos estaban en mi barbilla,


inclinando mi cara hacia la suya.

—Estás a salvo —susurró, tomando mi mejilla en su mano, sus ojos


taladrando agujeros directamente a través de mi alma—. Lo prometo.

Esas palabras.

Dios.

Esas simples palabras me rompieron.

Todo era demasiado.

Mi vida.

Esas chicas.

Mi padre.
Y en medio de todo, solo podía verlo a él.

Este chico.
Conservar la Cabeza

Johnny
Lo que me poseyó para llevar a Shannon a Biddies, nunca lo
entendería del todo, pero ella estaba aquí ahora, y parecía más alterada
que cuando la encontré vomitando en la escuela hace una hora.

Yo también.

Estaba tratando de enmascarar mi furia, pero juro por Dios que


estaba cerca de matar a alguien.

Verdaderamente.

En serio.

Absolutamente.

Shannon estaba petrificada por estas chicas.

Su cuerpo temblaba.

Temblaba.

Razón por la cual estaba actualmente acurrucada contra mi costado


con mi brazo envuelto con fuerza alrededor de sus frágiles hombros.

Sabía que estaba cruzando las líneas con esto, pero me negaba a
dejarla huir de estos hijos de puta.
Sabía que no debería tocarla, pero ¿cómo diablos no iba a hacerlo?

¿Cómo podía dejarla sentada ahí, luciendo tan asustada e insegura?

No podía.

Para ser honesto, era bueno que me estuviera tocando porque estaba
a unos dos segundos de hacer estallar los motores y que arrojaran mi culo
a la calle.

Este no era yo.

Yo no era un reactor.

Pensaba todo a conciencia.

No cuando se trata de esta chica…

La rubia con el uniforme de la ECB al otro lado del salón volvió a


llamar mi atención y sonrió.

Encontré su sonrisa con una mirada fría y dura y me deleité con una
especie de placer enfermizo cuando su sonrisa se desvaneció y el miedo
llenó sus ojos.

Ten miedo, pensé para mis adentros, no tienes idea de con quién te
estás metiendo.

Podía arruinar a esta gente.

Quería hacerlo.

Cada célula de mi cerebro no proyectaba nada más que rabia y


venganza, exigiendo que recuperara lo que le quitaron a Shannon.

Que tomara su orgullo como ellas tomaron el de ella.

Asustarlas como la asustaron.

Infligirles dolor como la habían torturado.


Podía saborear mi ira.

Era jodidamente potente.

Maldición, necesitaba controlarme, pero cada vez que lo intentaba,


seguía pensando en su archivo.

¿Fue una de estas perras la que le cortó la cola de caballo?

Tenía un mal presentimiento sobre la rubia.

Otro problema que estaba teniendo y que me iba a hacer perder la


puta cabeza era la forma en que estos imbéciles la miraban.

Con anhelo.

Necesitaban apartar sus malditos ojos de esta chica porque no podía


manejarlo.

No necesitaban estar mirando en su dirección.

Jamás.

Tenía mi brazo alrededor de ella, por el amor de Dios.

Tomen una maldita indirecta.

Con razón la rubia estaba enojada, pensé para mis adentros. El idiota de
cabello oscuro claramente estaba saliendo con ella y, sin embargo,
miraba a Shannon como si fuera la cena.

Mi cena, cabrón, quise rugir.

—Estoy lista para irme ahora —dijo Shannon, sacándome de mis


pensamientos y de mi mirada fija con el idiota de cabello oscuro
mirándola boquiabierto desde el otro lado del salón.

Dejó su botella vacía sobre la mesa y me miró con esos grandes ojos
azules.
—¿Si eso está bien?

Cálmate, corazón.

Cálmate de una puta vez.

Forcé una sonrisa.

—Sí, Shannon, está bien.

Por razones obvias, mantuve mi brazo alrededor de ella mientras


pasábamos junto a la mesa de imbéciles de su antigua escuela. No pasé
por alto la forma en que sus dedos se retorcieron en mi saco, o cómo todo
su cuerpo se puso rígido cuando una de las chicas hizo un comentario
ambiguo sobre putas persiguiendo penes de ricos.

Manteniendo la cabeza, la acompañé fuera del salón y luego la


detuve en la barra.

—¿Me puedes hacer un favor?

Shannon me miró con los ojos muy abiertos y asintió.

—Sí, por supuesto.

Saqué mi billetera y las llaves de mi bolsillo y se las di.

—¿Puedes arreglar las cosas con la camarera e ir a esperarme en el


auto?

Su rostro se puso pálido.

—¿Por qué?

—Necesito hablar con uno de mis amigos —mentí, sonriéndole—.


Ya saldré.

Me miró con cautela durante un largo momento antes de soltar un


suspiro.
—Claro —dijo finalmente, sonando aliviada—. Puedo hacer eso.

—Gracias —respondí.

Esperé hasta que Shannon se movió hacia el bar antes de girar sobre
mis talones y regresar al salón, sin parar hasta que estuve de pie frente a
la mesa de los imbéciles.

—Ahora —me burlé, mirando sus rostros—. ¿Quién quiere llamar


puta a mi novia en mi cara?

Lancé la palabra novia para que el efecto máximo se alineara con el


daño máximo que estaba a punto de causar.

Varias cabezas se volvieron en mi dirección y no me importó ni un


bledo.

Alguien iba a pagar por su dolor.

—¿Bien? —exigí, mirando a la rubia—. ¿Tú? —pregunté antes de


dirigir mi mirada a la pelirroja sentada a su lado—. ¿O eres tú?

—Escucha, no sé lo que te dijo —comenzó a decir la rubia, pero la


interrumpí con un movimiento de cabeza.

—¿Este es tu novio? —pregunté, inclinando mi cabeza hacia el idiota


de cabello oscuro que estuvo comiéndose a Shannon con los ojos hace
menos de cinco minutos, pero ahora se había vuelto convenientemente
callado—. ¿Lo es?

El rostro de la rubia enrojeció y asintió.

—Es bueno saberlo —reflexioné, y luego me estiré por encima de la


mesa, agarré su jersey escolar y le di un puñetazo en la cara.

—¿Qué diablos estás haciendo? —gruñó el muchacho, doblándose.

—Estoy siguiendo las reglas, imbécil —le espeté mientras lo


arrastraba sobre la mesa y lo golpeaba de nuevo.
Ambas chicas comenzaron a gritar y agitarse.

Uno de sus amigos hizo un movimiento hacia mí.

—Joder, te desafío —gruñí, mientras continuaba golpeando a su


amigo.

Dio un paso seguro hacia atrás y levantó las manos.

Puse los ojos en blanco.

Maldito cobarde.

Había perdido la cuenta de la cantidad de peleas en las que Gibs se


había metido en mi nombre a lo largo de los años, y viceversa.

Este imbécil necesitaba tener mejores amigos.

—¡Para! —gritó la rubia cuando continué golpeando mi puño en la


cara de su novio—. ¡Lo estás lastimando!

—Oh, te das cuenta de eso, ¿verdad? —espeté—. ¿Así que eres capaz
de distinguir el bien del mal?

—¿Cuál es tu problema? —gritó—. ¡No te hicimos nada!

—Estoy seguro de que le hiciste algo a ella —gruñí—. Y cuando te


metes con ella, te metes conmigo.

La rubia palideció y solté a su novio.

Se hundió en el suelo, ahuecando su rostro y gimiendo como un


gatito.

Ella se movió directamente hacia él.

—¿Te gustó eso? —pregunté, mirando al idiota cuya cara acababa de


reorganizar—. ¿Eso fue agradable?
—Jesús, muchacho —gimió el tipo, tapándose la nariz para detener
la sangre—. Yo no te hice nada.

—No —gruñí—. Y mi chica… —señalé la puerta del salón—, no le


hizo nada a tu chica, pero eso no impidió que la aterrorizara. —Miré a
la rubia—. ¡De cortarle el pelo y darle una paliza!

El rostro de la rubia se puso escarlata.

Lo sabía.

—Por el amor de Dios, Ciara —gimió el chico de cabello oscuro


mientras se apartaba de la mano de la rubia—. ¿Qué le hiciste ahora?

—Nada —discutió Ciara—. Ni siquiera la he visto desde Navidad,


cariño.

—¿Te gusta que te aterroricen? —le pregunté, dando un paso más


cerca—, ¿cómo se siente no tener poder?

—Lo entiendo, amigo —gimió el muchacho, agitando una mano


frente a mí—. Fuerte y claro.

—Asegúrate de que tu novia lo entienda —siseé, mirándolo con el


ceño fruncido—. Porque si ella no lo entiende… —Hice una pausa para
señalar tanto a la rubia como a la pelirroja antes de continuar—, si ella o
cualquiera de sus amigas putas vuelve a mirar a mi novia, iré por ti.

Me quedé allí durante un largo minuto, mirando a cada una de esas


escorias de ECB y esperando una respuesta.

Cuando no obtuve una, como sabía que no lo haría, me di la vuelta


y me alejé, sólo para detenerme en la puerta.

Llámalo infantil, pero no pude evitar volver a su mesa y tirarla de


lado.

Sintiéndome ridículamente satisfecho cuando sus bebidas se


derramaron y se estrellaron contra el suelo, giré sobre mis talones y salí.
—¡Johnny! —ladró Liam, el dueño, mientras rodeaba la barra
principal—. ¿A qué diablos estás jugando, niño?

Por el amor de Dios.

Inhalando un aliento calmante, me giré para mirarlo.

—Lamento haber causado problemas en tu bar. No volverá a


suceder.

—¿Problemas? —Él arqueó una ceja—. Te vi en las cámaras. Podrías


haber matado a ese chico.

Agitado, pasé una mano por mi cabello.

—Esos imbéciles le estaban haciendo pasar un mal rato a mi novia


—dije con los dientes apretados—. Lamento haber resuelto el problema
en tu bar y pagaré por los vasos rotos o los daños que causé, pero esta
será la última vez que invierta dinero en tu bar.

Liam se mostró reacio.

—Jesucristo, relájate, Johnny, no te voy a echar.

—No me asocio con la escoria, Liam —le dije en un tono tenso.


Señalando la puerta del salón, agregué—: Y esos cabrones son lo más
asqueroso que puedes encontrar. Así que adelante y sigue sirviéndoles, y
yo seguiré adelante y encontraré un nuevo bar para mi equipo.

—Johnny, muchacho, espera…

—No, no lo creo —siseé, sacudiendo su brazo mientras caminaba


hacia la puerta—. Tengo una reputación que mantener y no puedo
hacerlo en un lugar que sirve a la escoria.

—Esta será su última vez aquí —dijo Liam detrás de mí—. ¿Tendré
lo de siempre listo para ti mañana?

Me detuve en la puerta y me volví.


—Volveré cuando la clientela no consista en malditos maltratadores
viciosos.

Y luego me di la vuelta y salí.

Shannon estaba sentada en el asiento del pasajero de mi auto cuando


me subí.

—Lo siento por eso —le dije mientras cerraba la puerta y me ponía
el cinturón de seguridad—. Me quedé atrapado hablando.

—No, no —se apresuró a decir Shannon con esa vocecita suya—.


Está completamente bien. No tienes que disculparte conmigo.

Sí, tenía que hacerlo.

La dejé aquí en un coche helado durante media hora.

No fue lo suficientemente bueno.

No para ella.

—¿Estás bien? —pregunté, girándome para mirarla.

—Sí, y muchas gracias por pagar —dijo y vi cómo sus mejillas se


volvían de un brillante tono rosado—. Realmente lo aprecio.

¿Hablaba en serio?

¿En verdad me estaba agradeciendo por eso?

Dios, esta chica no se parecía a ninguna de las demás.

—Eso no es problema, Shannon —respondí, mirándola con ardiente


curiosidad—. Fueron sólo un par de botellas de Coca-Cola y un tazón de
sopa.

—Bueno, significa mucho para mí, así que gracias —susurró,


acomodando su jodidamente hermoso cabello detrás de su oreja.
Sus ojos quemaron agujeros tan profundos en mí que tuve que apartar
la mirada antes de perderme por completo en la chica.

Era demasiado.

Ella era jodidamente demasiado.

—Uh, aquí están tus cosas —dijo, colocando suavemente mis llaves
y mi billetera en mi muslo izquierdo.

Mi muslo bueno, me di cuenta.

Mierda, esta chica era demasiado.

—Puedes contarlo aquí si quieres —agregó Shannon—. Tu billetera,


quiero decir. —Se colocó otro mechón de cabello detrás de la oreja—.
No me sentiré insultada.

¿Qué demonios?

La miré.

—¿Qué?

Shannon se sonrojó.

—Bueno, yo sólo… pensé que podrías…

—Confío en ti —le dije—. No voy a contar nada. Ni siquiera se me


pasó por la cabeza, ¿de acuerdo?

—¿Estás seguro? —susurró, matándome con esos grandes ojos.

Asentí y resistí el impulso de inclinarme y besar con fuerza esos labios


hinchados.

—Estoy completamente seguro.

La sonrisa que iluminó su rostro entonces fue tan llamativa que hizo
que mi corazón se acelerara imprudentemente.
La miré fijamente durante un momento más largo, preguntándome
cómo diablos llegué aquí y cómo diablos iba a salir.

—Será mejor que te lleve a casa —dije finalmente mientras empujaba


mi llave en el encendido y arrancaba el motor.

—Por supuesto —respondió Shannon, todavía sonriéndome.

Tuve que apartar la mirada.

No podía arriesgarme a mirarla otra vez.

No esta noche.

Aleja tu trasero de esta chica antes de que hagas algo estúpido como perder el
corazón además de la cabeza, siseó mi cerebro mientras salía corriendo del
estacionamiento, los nervios disparados.

Demasiado tarde, idiota, se burló mi corazón.

—O… —Me escuché decir, cediendo a la urgente necesidad que tenía


dentro de mí de mantener a esta chica aquí conmigo.

Shannon me miró con ojos brillantes.

—¿O?

No lo hagas, Johnny.

No te pongas en el camino de la tentación.

—¿Podríamos ir a ver una película? —ofrecí, sabiendo que estaba


jodido en el momento en que las palabras salieron de mi boca.

—¿Una pe-película? —soltó Shannon.

Oh, Jesús.

Asentí con incertidumbre.


—¿Si tú quieres?

—¿En el cine? —preguntó, con las mejillas sonrojadas.

Me encogí de hombros.

—O en mi casa.

Estúpido hijo de puta.

—Yo… yo no… no tengo exactamente… —Hizo una pausa para


acomodar su cabello detrás de sus orejas antes de decir—, permitido ir.

—¿No tienes permitido ir a dónde? —pregunté, sintiendo una gran


punzada de decepción instalarse en mi estómago.

—Uh, ¿a cualquier lugar? —ofreció con un encogimiento de hombros


impotente—. Mis padres son un poco protectores.

Comprensible.

Si estuviera en su lugar, también la protegería, dado lo que le había


pasado a Shannon en su antigua escuela.

Demonios, ahora yo era el protector.

—Pero quiero hacerlo —agregó, sonriéndome tímidamente—. De


hecho, me encantaría… ¿si tú quieres?

Bueno, mierda

Cielos.

¿Qué demonios se suponía que debía hacer ahora?

Mi madre estaba en casa por lo que eso quedaba fuera.

Obligándome a concentrarme en el camino frente a mí y no en la


chica sentada a mi lado, encendí mi indicador y me detuve en la vía de
acceso a la ciudad.
—Será el cine —respondí en un tono tan despreocupado como pude,
mientras por dentro ardía como un infierno.
Padres Sustitutos

Shannon
Pasé todo el sábado cuidando a mi hermano menor, Sean, que era la
norma cada vez que Nana decidía hacer un viaje a Beara para visitar a la
tía Alice y su familia, y mamá trabajaba.

La diferencia este fin de semana fue que nuestro padre se había ido y
nuestra madre estaba desaparecida.

Sabía que se estaba gestando una tormenta.

Mi instinto siempre tenía razón.

Después de que Johnny me dejó en casa anoche, hubo una pelea


ardiente que resultó en que mi padre me dio una paliza, principalmente
por ese estúpido recorte de periódico que todavía no dejaba de
mencionar. Mamá lo arrastró lejos de mí, ganándose una bofetada en la
cara por sus problemas. Ella le ordenó que se fuera y nunca más volviera.

Papá procedió a llenar el auto de la familia con todo lo que poseía,


nos llamó a mí y a mamá una manada de prostitutas y se alejó a toda
velocidad borracho.

Mamá salió corriendo de la casa una hora más tarde con una bolsa
de viaje, subió a un taxi y no la habíamos visto desde entonces.

No era raro que nuestra madre se fuera furiosa después de una


discusión.
Sin embargo, era raro que no volviera.

Sabía que volvería.

Sólo era cuestión de cuándo.

También sabía que mi padre volvería.

No me dio consuelo verlo irse anoche.

Esa no era la primera vez que le decían que se largara.

Y no era la primera vez que me golpeaba hasta convertirme en pulpa.

Tarde o temprano, regresaría, prometiendo el cielo y entregando el


infierno.

Nada cambiaría.

Nunca cambiaba.

Tadhg, Ollie y Sean podrían creer que se había ido para siempre, pero
Joey y yo lo sabíamos mejor.

Sin la presencia de nuestros padres, nos tocaba a Joey y a mí velar


por nuestros hermanos menores.

Cuando no hubo señales de ninguno de nuestros padres esta mañana,


Joey sacrificó su propia sesión de entrenamiento con el equipo de Cork
para poder llevar a Tadhg y Ollie a un partido de fútbol en el que ambos
estaban jugando.

Me quedé con Sean, que había pasado la mayor parte del día gritando
por mamá.

Fue un desastre.

Innumerables llamadas telefónicas a nuestra madre no habían sido


contestadas, así que había renunciado a tratar de comunicarme con ella.
Poniéndome a trabajar en la interminable lista de trabajos que se me
asignaban semanalmente, limpié la casa de arriba a abajo, lavando los
zócalos y cambiando todas las sábanas sobre la marcha.

A las ocho de la noche del sábado, había lavado cuatro cargas de


ropa, había preparado el almuerzo y la cena para mis hermanos, había
bañado y vestido a Sean para acostarse, y había limpiado la casa hasta el
último centímetro de mi vida.

No había durado, por supuesto.

Tan pronto como los chicos atravesaron la puerta principal, el caos y


el desorden se reanudaron.

Sosteniendo un tazón de cereal en una mano y una botella de leche


en la otra, usé mi cadera para abrir la puerta de la sala de estar y entré.

—Aquí tienes, Sean.

Dejando el tazón y el vaso antiderrame en la mesa de café frente a mi


hermanito, alboroté sus mechones rubios y rizados, luego me puse de pie
y estiré la espalda.

—Cómelo todo antes de acostarte —agregué, gimiendo de alivio


cuando sentí que los músculos de mi espalda volvían a su lugar.

Tenía tanto dolor que era difícil caminar en línea recta.

—Quiero a mami —respondió Sean, haciendo un puchero ante su


cereal—. Mami se ha ido.

—Mami está en el trabajo, Sean —repetí la misma frase que le había


dicho cincuenta veces hoy. Haciendo un esfuerzo por tener paciencia,
agregué—: Estará en casa pronto. —Y luego salí corriendo de la
habitación antes de que tuviera la oportunidad de preguntar cuándo.

No tenía una respuesta para él y odiaba mentirle.

La verdad era que no sabía cuándo volvería mamá.


Con los hombros caídos, volví a la cocina y me acerqué a la tetera.

Necesitaba té.

Mucho té.
Chaquetas de Cambio

Johnny
Mi día de entrenamiento en la academia el sábado cayó como un
balón de plomo.

Estaba débil y eso se notó en el campo.

Me llamaron a la oficina del entrenador a media mañana, donde


recibí algo que consideraría similar a la maldita Inquisición española por
parte del entrenador Dennehy.

Luego, me enviaron directamente al médico del equipo para otro


examen, seguido de un chequeo con Janice, la fisio.

Como había predicho mi entrenador, fallé tanto en las pruebas


médicas como en las físicas que me hicieron.

Dolorido y desmoralizado, me dieron una charla severa sobre los


peligros de no revelar el dolor antes de enviarme a casa con otra maldita
receta y una carta formal que decía que estaba temporalmente exento de
todo entrenamiento y deberes de la academia hasta mi próxima prueba
de condición física en tres semanas.

Si fallaba en mi próxima ronda de pruebas, estaría nuevamente bajo


el quirófano y fuera de acción durante otras cuatro a seis semanas.

Eso significaba que sería a mediados de mayo antes de que volviera


a ver una cancha.
Eso significaba que perdería mi oportunidad.

No había forma de que estuviera en forma en dos o cuatro semanas


para formar parte del equipo de los sub20.

Así que sí, era seguro decir que estaba realmente jodido.

Mi único consuelo era que todavía podía participar en un


entrenamiento ligero con mi escuela y mi club; no había nada que
pudieran hacer para detener eso, pero no era mucho a lo que aferrarse
con esperanza.

No cuando era una garantía de que tanto mis entrenadores en


Ballylaggin RFC como Tommen recibirían la misma carta.

Había pocas posibilidades de conseguir tiempo de partido ahora con


el club.

No había forma de que el entrenador Mulcahy me dejara en la banca,


no podía permitírselo, pero eso era sólo una mierda colegial.

Furioso por haber sido eliminado de los próximos juegos juveniles,


estaba hirviendo de tensión cuando llegué esta tarde a una casa,
afortunadamente, vacía.

Mamá se había ido a Dublín a pasar el fin de semana con mi padre,


así que no tenía que afrontar el interrogatorio paternal durante unos días.

Quería llorar, no lo haría, pero joder, deseaba hacerlo.

Debería haber trabajado a través del dolor.

Nunca debí haberme sometido a esa puta cirugía.

Si no lo hubiera hecho, todavía tendría la oportunidad de formar


parte del equipo titular para la campaña europea sub20 en junio.

El sub20 era un gran salto desde Sub18 y yo estaba en camino de dar


el salto.
Ahora no.

Si no podía arreglar mi mierda, nadie me querría.

No con un cuerpo roto.

Pasé el resto de la tarde en el gimnasio de mi casa, trabajando mi


cuerpo hasta los huesos, desesperado por borrar la horrible sensación de
desesperación que amenazaba con apoderarse de mí.

Este último contratiempo fue la guinda del año infernal.

Para ser honesto, me estaba arrepintiendo de haber vuelto a la escuela


después de las vacaciones de Navidad.

Debería haberme quedado en mi maldita cama y pedirle a mi madre


que me escribiera tres meses de notas por enfermedad o alguna mierda.

Todo se había ido al infierno para mí desde entonces.

Mi cuerpo.

Mi cerebro.

Mi secuencia de ideas.

Estaba desconcentrado.

En medio de mi crisis personal, mi mente seguía enfocándose en la


única persona en la que no tenía que pensar.

Shannon como el río, con esos ojos azul medianoche…

—Tienes un problema, Kavanagh, y estoy organizando una


intervención. —La voz de Gibsie perforó mis pensamientos, lo que me
hizo perder momentáneamente la concentración y casi me golpeo con la
barra de 125 kilos.
—Cristo —dije con voz estrangulada, bloqueando mis músculos en
su lugar justo a tiempo para salvarme de una asfixia segura—. No te me
acerques sigilosamente de esa manera, maldito imbécil. —Levanté la
vista de mi posición elevada para encontrar a mi mejor amigo de pie en
la puerta de mi garaje—. Podría haberme matado.

—Sí, podrías haberlo hecho. —Descruzando sus brazos, Gibsie


caminó hacia donde yo estaba y agarró la barra. Dejándola en el suelo,
tomó una toalla del soporte y la dejó caer sobre mi pecho antes de decir—
: No vuelvas a hacer esto solo. —Señaló la barra apilada con expresión
de desaprobación—. Es muy irresponsable.

Hundido, dejé caer la cabeza sobre el banco y respiré


entrecortadamente antes de intentar hablar.

—¿Me estás dando un sermón sobre responsabilidad? —Exhalando


una risa sin aliento, agarré la toalla de mi pecho y me sequé—. Jesús, el
hipócrita en ti hoy está listo, amigo.

—No intentes sacarme de mi misión con tus bromas de mierda —


respondió—. Tengo planes para ti.

—No sé de qué estás hablando, Gibs. —Sentándome, tomé otras


pocas respiraciones para estabilizarme antes de ponerme de pie—. Pero
sea lo que sea, no estoy en forma.

—Sea como fuere —respondió Gibsie felizmente—. De todos modos


vamos a salir. —Me siguió hasta el refrigerador en la esquina del
gimnasio de mi casa y robó una lata de Coca-Cola—. Así que ve a cagar,
a darte una ducha y a afeitarte porque los muchachos se reunirán con
nosotros en Biddies a las ocho y media.

Desenroscando la tapa de una botella de agua, me bebí el contenido


antes de responder.

—No —susurré, empapado en sudor y sintiéndome como una


mierda—. No lo haremos.
Liam me había llamado no menos de tres veces ayer para tratar de
calmarme, así que esa no era la razón por la que no quería salir.

Mi problema era que estaba cerca de mi punto de ruptura.

Estaba a una conversación de perder la maldita cabeza.

—Lo haremos —respondió Gibsie—. Recibí tu mensaje de texto


sobre que tu entrenador te envió a casa hoy, y tengo que ser honesto
contigo, amigo, estoy aliviado de que estén comenzando a ver a través
de tu farsa de «Estoy bien, no me duele».

—Guau. —Arqueé una ceja—. Muchas gracias, amigo.

—No me vengas con esa mierda —respondió Gibsie—. Sabes que


quiero que entres en ese equipo en junio más que nadie, pero no a riesgo
de un daño permanente. —Sacudió la cabeza—. Es un precio demasiado
alto que pagar.

—No lo entiendes —murmuré, lamentando el mensaje de desahogo


que le había enviado antes.

—Honestamente, no, probablemente no lo entiendo —respondió


Gibsie—. Nunca he estado involucrado en nada como tú con el rugby,
pero veo lo que te estás haciendo. Lo veo, Johnny.

—Sí, bueno —me quejé—. A menos que pueda lograr un milagro y


arreglar mi mierda, está acabado.

—Que es exactamente por lo que vas a salir conmigo —discutió—.


Necesitas relajarte y dejar de pensar en el rugby. —Sonriendo, se señaló
a sí mismo y dijo—: ¿Y qué mejor hombre para ayudarte a hacer eso?

—No lo sé, Gibs. —Tirando la botella vacía en el contenedor


cercano, pasé una mano por mi cabello y suspiré—. Estoy muy agotado.

Esa era la verdad.


El agotamiento era la norma para mí y especialmente últimamente.
Me sentía extremadamente adolorida y esto no ayudaba a mi mal humor.

—Probablemente me voy a desmayar frente a la tele por la noche.

—Eres un puto robot, eso es lo que eres —replicó Gibsie—. Bueno,


no esta noche.

Poniendo una mano en mi hombro, me empujó hacia la puerta


abierta del garaje.

—No tienes sesiones matutinas mañana ni ninguna de esas tonterías


de la academia que te impidan disfrutar de una noche de fiesta con tus
amigos.

Le permití que me llevara afuera por una singular razón; estaba


demasiado cansado para clavar los talones.

—Esta noche iremos a beber y… —me apretó el hombro para


enfatizar y me guio en dirección a mi casa—, vas a ser humano. Mañana
puedes volver a ser robot y aburrido como el agua de lavar los platos.

—Estoy demasiado dolorido —me quejé.

—Por supuesto que estás dolorido —replicó—. No le estás dando


tiempo a tu cuerpo para que se repare, nunca descansas y no has tenido
sexo en meses. —Guiñando un ojo, agregó—: Es hora de quitar las
pelotas del hielo y ponerte tu chaqueta de cambio.

—¿Ponerme mi chaqueta de cambio? —Una sonrisa atravesó mi mal


humor—. ¿Qué tenemos, trece otra vez y dirigiéndonos a la discoteca
para menores de edad?

—Voy a usar mi camiseta de cambio —respondió con orgullo,


flexionando sus bíceps para enfatizar—. Tiene una tasa de éxito del cien
por ciento.

Arqueé una ceja.


—Probablemente porque la etiqueta en la parte posterior dice que es
para niños de 12 a 13 años.

—Ya basta. —Gibsie sonrió ampliamente—. No estés celoso de mi


espectacular forma.

—Tu espectacular tontería más bien.

Quitándome de encima su mano cuando llegamos a la puerta trasera,


la abrí y me hice a un lado para que él pasara y luego me dirigí a mi parte
favorita de mi casa; el refrigerador.

—Ese es el plan —dijo Gibsie. Paseando por mi cocina como si fuera


la suya propia, y bien podría haberlo sido por la cantidad de tiempo que
pasaba aquí, se acercó a los armarios y agarró una bandeja para rebanar
y un cuchillo del cajón antes de sacar un taburete de la isla central y
sentarse—. Y no me vas a dar ninguna excusa de mierda esta noche.

—¿Quién va?

—Hughie y Katie se reunirán con nosotros… —Hizo una pausa y


luego dijo—: Y Pierce y Feely podrían mostrar sus rostros.

—¿Alguna de las chicas de la escuela va?

—Katie —respondió Gibsie con un tono de voz que decía «obvio».

—Además de Katie —espeté.

Katie era un hecho.

Hughie rara vez se apartaba del lado de la chica.

—No. —Gibsie me frunció el ceño—. ¿Por qué irían?

Lo miré fijamente con una expresión de qué diablos.

—Porque siempre aparecen.


—¿Importa si aparecen?

—No estoy de humor para tratar con ellas.

—Quieres decir que no estás de humor para lidiar con la loca —


corrigió Gibsie con una mueca.

—No, no lo estoy —respondí, hurgando en el refrigerador—. No voy


a tratar con ella este fin de semana. —Con mis brazos cargados con
suministros para sándwiches, caminé hacia la isla y los arrojé sobre la
encimera de mármol negro—. Necesito un descanso, Gibs.

Gibsie negó con la cabeza y alcanzó el pan.

—¿Qué sucedió? —Quitándome un cuchillo y el paquete de jamón


cocido y preguntó—: ¿Te está llamando de nuevo?

—¿Cuándo no me llama? —dije con los dientes apretados mientras


cortaba lentamente un tomate—. Es un flujo constante de mensajes y
llamadas telefónicas.

Todo el maldito tiempo.

Dejé de leer los mensajes de Bella hace semanas, pero todavía me


volvía loco cada vez que mi teléfono se iluminaba porque nueve de cada
diez veces, era ella en otra línea.

—Debes ser jodidamente increíble en la cama —reflexionó Gibsie—


. Si ella te persigue así.

—No es el punto, Gibs —gruñí—. No significa no, muchacho.

—Puedes cambiar tu número —ofreció.

—¿Cuál es el punto? —gruñí—. Sólo encontrará una manera de


conseguir mi número nuevo.

—Sé que siempre lo digo, pero realmente tengo que decirlo una vez
más, muchacho. —Untando dos rebanadas de pan con mantequilla,
Gibsie puso una capa de queso, arrojó media docena de rebanadas de
carne encima y luego procedió a doblar su sándwich por la mitad y
metérselo en la boca antes de continuar—: No sé cómo pudiste poner tu
pene dentro de esa chica.

—Perdí mi jodida mente —dije con los dientes apretados,


concentrándome demasiado en untar la mantequilla uniformemente en
mi rebanada—. Así es cómo.

—Puedes decir eso otra vez —respondió Gibsie, preparándose otro


sándwich—. Te cegaron las grandes tetas —agregó entre enormes
bocados de jamón y queso—. Y un coño de chica rica.

—Sí. —Lancé el cuchillo sobre el mostrador, cubrí mi pan de manera


uniforme con rodajas de tomate y luego agregué algunos trozos de pollo
fresco antes de doblarlo—. Bueno, ya no estoy cegado. —Recogiendo mi
sándwich, le di un gran mordisco, mastiqué y tragué antes de agregar—:
Ahora veo todo claramente.

—Necesitas conseguirte una novia, amigo —declaró Gibsie—. Es la


única forma en que vas a quitarte de encima a Bella.

—No quiero tener una novia —espeto—. Estoy demasiado


jodidamente ocupado para una novia, Gibsie. Lo sabes.

—¿Incluso para la Pequeña Shannon? —soltó con una sonrisa.

Mi corazón saltó en mi pecho al escuchar su nombre.

Cristo…

—¿Qué te dije sobre ella? —espeté, arrojando el resto de mi sándwich


en mi plato, sin apetito—. ¿Qué diablos te he estado diciendo durante los
últimos dos meses?

—No es lo que estás diciendo —respondió con una risita—. Es cómo


actúas.
—No te voy a hacer caso —gruñí—. Lo he dicho cien malditas veces.

—Y puedes decirlo cien más —respondió Gibsie con una carcajada—


. Y todavía no te creeré.

Jesucristo.

—Te gusta la chica —continuó burlándose—. Tal vez incluso estás


enamooooo…

—Si acepto ir a Biddies, ¿dejarás de hablar de eso? —pregunté,


desesperado por hacer que pare antes de que entrara completamente en
modo Gibsie y me volviera loco—. ¿Dejarás el tema?

Mi mejor amigo asintió con entusiasmo.

—Por supuesto.

—Bien. —Suspiré derrotado y me moví hacia la puerta—. Tomaré


una ducha.

—Buen chico —me llamó Gibsie—. Pediré un taxi para nosotros.

Me giré hacia atrás para enfrentarlo.

—Puedo llevarnos…

—No, no puedes —interrumpió Gibsie, sosteniendo su teléfono en la


oreja—. Vamos a ir a beber. Los dos.

Con los hombros caídos, me di la vuelta y me dirigí a mi habitación.

Maldito Gibsie.
Nos las Arreglaremos

Shannon
—¿Cómo está tu cara, Shan? —preguntó Joey cuando entré en la
cocina un poco después de la medianoche.

Él y Aoife estaban sentados a la mesa con tazas de café frente a ellos


y tenían miradas de preocupación a juego.

—Jesús —murmuró, estremeciéndose al verme.

—Estoy bien, Joe. —Forcé una sonrisa para consolarlo—. Se ve peor


de lo que se siente.

Era una mentira.

Mi cara me estaba matando.

Cada centímetro de mi cuerpo estaba en agonía.

Estaba negra y azul de pies a cabeza.

Por suerte, la única evidencia visible de anoche era un pequeño


moretón en mi pómulo.

Era el resto de mi cuerpo el que se había llevado la peor parte de su


furia.
Lo único que me salvó fue que hacía frío y podía ocultar mis
moretones con pantalones de chándal holgados y camisetas de manga
larga.

Sin embargo, mi mentira no pareció consolar a mi hermano.

Sólo me devolvió la mirada, viéndose roto y derrotado.

—Lo siento tanto, Shan —soltó mi hermano, dejando caer la cabeza


entre sus manos—. Debería haber estado aquí.

Joey había ido al cine con Aoife anoche y me alegré.

Si hubiera estado aquí, sabía en mi corazón que alguien habría dejado


esta casa en una bolsa para cadáveres.

—No es tu culpa —le dije bruscamente—. Nada de lo que pasó


anoche fue culpa tuya. Tienes derecho a tener una vida, Joey.

—¿Conseguiste que Sean se durmiera? —preguntó Aoife,


sonriéndome con tristeza mientras afortunadamente cambiaba de tema.

—Por fin. —Suspiré pesadamente—. Tadhg y Ollie están fuera de


juego. Pero Sean… Dios, está muy mal por mamá. —Metí mi cabello
revuelto detrás de mis orejas y me apoyé contra la encimera de la
cocina—. Estuvo llorando a todo pulmón durante horas. Terminó
llorando hasta quedarse dormido.

—Malditos cabrones —murmuró Joey entre dientes.

—Joey —persuadió Aoife—. No digas eso.

—¿Decir qué, nena? —respondió acaloradamente—. ¿La verdad?


Porque eso es lo que son. Una manada de cabrones de mierda.

—Sigue siendo tu madre —respondió Aoife con tristeza.

—Y ella es peor que él —replicó mi hermano—. Dejar a esos niños


aquí solos. —Se pasó una mano por el cabello rubio y gruñó—. Ella
podría tomar el teléfono y hablar con los chicos, pero no, como siempre,
huye y entierra la cabeza en la arena.

A diferencia de Aoife, no me estremecí ante las palabras de mi


hermano.

Puede que sean difíciles de escuchar, pero no contenían nada más


que la verdad.

La novia de Joey era absolutamente deslumbrante con una figura que


provocaba envidias, cabello largo y rubio y un hermoso rostro, pero esta
noche se veía conmocionada.

Aoife estaba enamorada de mi hermano, así que supuse que eso


explicaba la expresión de horror en su rostro y la forma en que acariciaba
constantemente con los dedos el dorso de su mano.

—Veamos a qué nos enfrentamos —dijo Joey con un suspiro.

Metiendo la mano en el bolsillo de sus jeans, sacó su billetera, la


arrojó sobre la mesa y luego volvió a buscar el cambio suelto que
resonaba en sus jeans.

—No me pagan de nuevo hasta el próximo jueves —murmuró más


para sí mismo que para nosotros mientras volcaba el contenido de su
billetera sobre la mesa y comenzaba a contar—. Lo que nos deja
exactamente… —Hizo una pausa para apilar algunas monedas—.
Ochenta y siete euros con treinta centavos para los próximos seis días.

—Eso es bueno, ¿verdad? —ofreció Aoife con optimismo forzado.

Joey asintió con cautela.

—Debería bastar.

—Sabes que ayudaría si pudiera —dije con voz ronca, sintiéndome


como un peso muerto alrededor del cuello de mi hermano—. Pero él no
me deja conseguir un trabajo…
—Detente —ordenó Joey—. Ni siquiera pienses en asumir la culpa
por esto, Shan.

Pero lo hacía.

Me sentía increíblemente culpable.

Había algo en mí que causaba todo este dolor.

Si no estuviera en esta casa, estaba bastante segura de que mi familia


no tendría la mitad de los problemas que tenían.

Mamá recibió una paliza de mi padre por mi culpa.

Porque él me odiaba.

Yo era el problema.

Joey exhaló pesadamente.

—Revisa el refrigerador por mí.

A regañadientes, hice lo que me dijo.

Abriendo el refrigerador de un tirón, sostuve la puerta para que Joey


la viera por sí mismo.

—Malditos cabrones —gruñó una vez más, observando los estantes


casi vacíos dentro del refrigerador.

—Los armarios están igual —decidí completar antes de que me


pidiera que los abriera también—. Mamá suele hacer las compras los
sábados.

—-Suele hacerlo —dijo Joey amargamente.

—Ella no se iría así, Joe —susurré—. Nunca nos dejaría sin las
compras.
—Bueno, lo hizo —espetó—. Y es magnífico, Shan. Nos las
arreglaremos.

—Está bien —gruñí.

Joey se pasó una mano por el cabello, dejó caer los codos sobre la
mesa y murmuró algunas palabrotas incoherentes para sí mismo antes
de decir:

—Le llamaré a Mark por la mañana. Tiene un trabajo en el


conservatorio de la ciudad la próxima semana. Le preguntaré si necesita
un trabajador.

—De ninguna manera, Joey. No puedes faltar a la escuela —advirtió


Aoife—. Es el certificado de salida.

—No, nena —respondió Joey con cansancio—. No puedo dejar que


los niños pasen hambre, y sólo Dios sabe cuándo volverá esa perra.

—Puedo ayudarte con…

—No voy a aceptar tu dinero, Aoife —la interrumpió Joey diciendo—


. Así que, por favor, no ofrezcas.

—Joey, quiero ayudarte.

—Y te amo por eso, pero no aceptaré limosnas de mi novia.

—¿Sabes dónde está? —preguntó Aoife entonces, dirigiendo la


pregunta hacia mí.

Estaba claramente desesperada por consolarlo y no sabía cómo.

Quería decirle que no podía, que estábamos demasiado dañados,


pero me mordí la lengua y abordé su pregunta.

—Supongo que fue a buscarlo.


Era un pensamiento deprimente, pero lo más probable era que fuera
verdad.

—Chicos —dijo Aoife en un tono nervioso—. No me salten a la


yugular por esto, pero ¿deberían pensar en llamar a las autoridades?

Joey la miró boquiabierto como si le hubieran crecido tres cabezas.

El pánico estalló dentro de mi pecho.

Aoife, al notar nuestras reacciones, se puso rojo brillante.

—Él no puede seguir haciéndoles esto —explicó rápidamente—. Y


ambos están aquí solos cuidando a tres niños pequeños… No es correcto
ni justo para ninguno de ustedes.

—No, no es correcto ni justo para nosotros —espetó Joey—. Pero


Shannon y yo hemos recorrido ese camino antes y no hay manera de que
volvamos allí.

—¡Joey! —siseé, sacudiendo la cabeza.

—Míranos, Shan —gimió—. Ella ya puede ver lo jodidos que


estamos.

Lo sabía, pero seguí negando con la cabeza.

Ignorando mis protestas silenciosas, Joey se puso a despotricar por


completo, revelando nuestro mayor miedo, el que nos mantuvo en
silencio la mayor parte de nuestras vidas.

—Cuando éramos pequeños. Antes de que nacieran los niños,


cuando sólo éramos Darren, Shannon y yo, los tres estuvimos bajo
cuidado durante seis meses.

Los ojos de Aoife se agrandaron y ahogué un gemido.

—Nunca me lo contaste.
—No es algo de lo que ande hablando, nena —respondió
bruscamente—. Además, sólo tenía seis años en ese momento. —Inclinó
la cabeza hacia mí y dijo—: Shan sólo tenía tres años. Mamá nos puso
en cuidado voluntario; dijo que estaba demasiado enferma para
cuidarnos en ese momento. Nos dejó y se marchó. Shannon y yo tuvimos
suerte. Nos colocaron juntos con una familia agradable. —Exhalando
con fuerza, agregó—: Darren tenía once años en ese momento y no tuvo
tanta suerte.

Las lágrimas llenaron mis ojos porque sabía lo que Joey iba a decir a
continuación.

—Joe, por favor, no lo hagas —supliqué.

—Lo enviaron a un hogar donde le sucedieron cosas —dijo Joey con


voz ahogada—. Cosas que se supone que no deben pasarles a los niños.

Aoife se tapó la boca con la mano.

—¿Estás diciendo…

Joey asintió rígidamente.

Las lágrimas llenaron sus ojos.

—Oh, cariño.

—No —susurró, sacudiendo la cabeza—. No me pasó a mí.

—Lo sé —dijo Aoife con la voz en un hilo, alcanzando su mano—.


Yo sólo… es horrible.

—De todos modos, cuando la salud de mamá mejoró, ella fue a la


corte y logró recuperarnos —se apresuró a decir—. Todo salió a la luz en
la corte sobre lo que sucedió en ese hogar, y debido a que ella nos había
entregado voluntariamente debido a «problemas de salud», de alguna
manera se le otorgó la custodia. —Joey miró sus manos unidas por un
largo momento antes de continuar—. Darren nunca volvió a ser el
mismo, y tampoco nuestro padre.

Con un suspiro de cansancio, agregó:

—En realidad, no era tan mal tipo antes de eso. Pero después de que
todo salió a la luz sobre Darren, el viejo perdió la cabeza. No podía
superarlo y recurrió a la bebida. Tenía esta ridícula noción de mierda en
su cabeza de que lo que le pasó a Darren de alguna manera lo había
convertido.

Joey negó con la cabeza y soltó un suspiro de frustración.

—Si nos hubiera prestado una pizca de jodida atención mientras


crecíamos, lo habría sabido mejor.

—No sé qué decir —susurró Aoife, mirando de mí a Joey.

—No está bien lo que sucede en esta casa, pero es mejor que lo que
sucede en algunas de esas casas —afirmó Joey—. No hay manera de que
deje que mi hermana y mis hermanos estén en un hogar de acogida,
cariño. De ninguna manera. Al menos cuando están aquí, están todos en
un solo lugar y puedo mantenerlos a salvo.

—¿Tienen a alguien a quien puedan llamar? —preguntó ella, sus ojos


llenos de preocupación—. ¿Un pariente o un amigo de la familia?

—Nana tiene ochenta y uno —susurré, secándome las lágrimas—.


Ella es demasiado vieja y frágil para…

—Shannon y yo nos tenemos el uno al otro —interrumpió Joey,


gesticulando con un dedo entre nosotros—. Eso es todo.

—Ya no —le dijo Aoife a mi hermano—. Me tienes. —Estirándose


sobre la mesa, cubrió su mano con la suya y sonrió débilmente—. Todos
ustedes.
Los hombros de Joey se hundieron visiblemente cuando ella levantó
su mano y presionó sus labios en sus nudillos.

—Cristo, te amo —le dijo, en voz baja y ronca.

Me di la vuelta porque era demasiado difícil de ver.

Me agradaba Aoife Molloy.

Realmente amaba a la chica como a una hermana.

Pero también me sentía resentida hacia ella.

Porque sabía exactamente lo atractivo que era el amor incondicional,


el afecto y la seguridad para alguien como Joey.

Era lo mismo para mí.

Y porque sabía en mi corazón y en mi alma exactamente cómo


resultaría esto.

De ella, Joey estaba recibiendo una forma de amor que le había sido
negada toda su vida.

Y si esa chica saltaba, él saltaría junto con ella.

No lo culparía.

Si tuviera la oportunidad, yo también saltaría.

Pero saber que su tiempo en esta casa estaba llegando a su fin me


dificultaba respirar.

Lo podía sentir bajando por las vías como un tren de carga.

Nuestro padre regresaría.

Siempre regresaba.
Y, sinceramente, no podía imaginar a mi hermano quedándose una
vez que lo hiciera.

Había soportado dieciocho años de palizas y abusos.

No estaba segura de que pudiera aguantar mucho más.

—¡De acuerdo! —Aoife juntó las manos y se levantó. Sollozando, se


secó las lágrimas de las mejillas y forzó una brillante sonrisa—. Me
muero de hambre y sé que ustedes dos también. Entonces, voy a correr
a buscar comida para llevar de la tienda, yo invito.

Joe negó con la cabeza.

—Aoife, te dije…

—Yo invito, cariño —interrumpió, dándole a mi hermano una


mirada dura—. Ahora, ¿vienes conmigo?

—Sí, iré —murmuró Joey, poniéndose de pie—. No vas a conducir


sola por la ciudad en medio de la noche.

—¿Estarás bien por tu cuenta, Shan? —preguntó Aoife, sonriendo


con tristeza.

Asentí.

—Estaré bien.

—¿Qué te gustaría comer?

—Nada, gracias —respondí, forzando un bostezo—. Me voy a ir a la


cama.

—¿No me digas que eres tan terca como tu hermano y no aceptas una
maldita bolsa de papas fritas? —Aoife frunció el ceño—. Estás
demasiado delgada, chica —agregó, con preocupación en sus ojos de
nuevo—. Tenemos que poner algo de carne en esos huesos.
Sonreí ante su expresión sonrojada.

—Honestamente, estoy demasiado cansada para comer.

—¿Si estás segura? —No parecía convencida.

—Lo estoy.

—No tardaremos mucho, Shan —gritó Joey por encima de su


hombro mientras sacaba a Aoife de la cocina.

—Tómense su tiempo —respondí—. Los chicos están bien y estaré


en la cama.

Esperé hasta que escuché la llave girar en la cerradura antes de


caminar de puntillas hacia la cama.

Deslizándome dentro de mi habitación, no me molesté en encender


la luz.

No mentí cuando dije que estaba cansada.

Subiendo a mi cama, me metí debajo de mi edredón y me acurruqué,


sabiendo que dormiría mejor esta noche ahora que mis padres se habían
ido que en meses.

Así de jodida estaba mi vida.


Perras y Aliento de Hamburguesa

Johnny
En el momento en que puse un pie dentro de Biddies, supe que había
cometido un terrible error.

Tacha eso: en el momento en que dejé que Gibsie abriera esa botella
de whisky de mi papá, supe que había cometido un terrible error.

Después de mi ducha, traté de persuadirlo para que tomara unas


copas conmigo en casa en lugar de salir, pero el whisky me había vuelto
obediente.

Me convirtió en un agradable y maldito idiota.

Que era exactamente cómo Gibsie se las había arreglado para


sacarme de mi mal humor, para que me pusiera lo que él llamaba mi
«chaqueta de cambio» y para que me sentara en el asiento del pasajero
de su auto.

Debería haberlo sabido mejor cuando no se puso a beber conmigo.

Cabrón.

Darme de beber Jameson era la razón por la que estaba en ese


momento de pie en la puerta del Bar Biddies, con tres tragos un poco más
que feliz y deseando estar en cualquier otro lugar que no fuera este
maldito pub.
No sólo estaban dentro la mitad de las chicas de sexto año.

También estaba Bella.

En el momento en que Bella nos notó, agarró a un Cormac que


parecía nervioso y pegó su rostro al de él.

Cualquiera que sea la apariencia de entusiasmo que había acumulado


para que esta noche fuera un poco de diversión, había volado por la
ventana al verla.

No tanto porque estaba enrollándose con Cormac delante de mí,


aunque eso no ayudó, sino porque todavía estaba hirviendo de ira por la
forma en que se comportó ayer en la escuela.

Todo lo que quería que hiciera era que se fuera.

Que sólo se fuera y me dejara en paz.

Si era sincero, no pensé que fuera mucho pedir.

—Ignóralos —murmuró Gibsie en mi oído.

—Un poco difícil, considerando todas las cosas —respondí,


señalando donde mi antigua-lo-que-demonios-fuera atacaba la cara de
mi extremo a menos de tres metros de mí.

Instantáneamente sentí que mi cerebro cobraba vida y comenzaba el


proceso de sobriedad porque sabía exactamente lo peligrosa que era esta
chica, y maldita sea, necesitaba estar en pleno uso de mis sentidos para
defenderme.

—Comprensible —dijo Gibs estando de acuerdo—. Al menos sabes


que la escena es para tu beneficio.

—No quiero que sea para mi beneficio. Quiero que se vaya a la mierda
—gruñí, reprimiendo un escalofrío ante la vista—. Por favor, dime que
nunca me comporté así con ella.
—Bueno, no sé cómo te comportaste detrás de las puertas cerradas
del auto —respondió Gibs—. Pero nunca te avergonzaste así en público.

—Gracias a Dios —murmuré.

—Vamos, Johnny. —Poniendo una mano en mi hombro, Gibsie me


condujo hacia la mesa en la que solíamos sentarnos—. Siéntate. Pediré
una ronda de pintas.

—Vodka, Gibs —corregí, sabiendo que iba a necesitar algo


muchísimo más fuerte que la cerveza que estaba disponible para pasar
esta noche—. Un vodka doble y un red bull, y un montón de chupitos.

A la mierda ponerse sobrio.

Iba a darlo todo.

Gibsie podría cuidar de mí por una vez.

—Estoy en ello, amigo. —Gibsie se rio antes de desaparecer entre la


multitud.

Ignorando la mesa de chicas de la escuela que se habían colocado


convenientemente en la mesa contigua a la nuestra, una mesa que incluía
a Bella y Cormac, me desplomé junto a Hughie y su novia, Katie
Wilmot.

—Hughie —murmuré a modo de saludo.

Observé la botella de 7up con una pajilla que sobresalía del borde que
la novia de Hughie estaba agarrando y mis labios se torcieron.

—¿Estás bien, Cap? —Hughie reconoció con una sonrisa relajada—.


¿Cómo estuvo el entrenamiento?

Gruñí mi respuesta, demasiado dolorido e incómodo para hacer un


esfuerzo y mentir.

Fue una mierda.


Todo fue una mierda.

Mi mundo se iba a la mierda.

Y el espectáculo de esta noche fue la guinda de todo.

—¿Feely sale esta noche?

Hughie negó con la cabeza.

—Nah, amigo. Surgió algo.

—No me sorprende —respondí a sabiendas.

—Ni me lo digas —respondió Hughie con un suspiro de cansancio.

Patrick era un pez callado, y aunque éramos amigos desde hacía siete
años, no sabía mucho sobre él aparte del hecho de que era evasivo,
callado y tenía tendencia a echarse atrás de los planes en el último
minuto.

Después de ponerme al día con Hughie, incliné mi cabeza hacia la


linda y pequeña pelirroja acurrucada en su costado.

—Katie.

—Hola, Johnny —dijo Katie con una sonrisa tímida mientras se


acurrucaba bajo el brazo de Hughie.

No es de extrañar que te estés acurrucando, pensé para mis adentros.

Yo también me acurrucaría si fuera una chica tímida de dieciséis años


sometida al horrendo sexo de boca en la otra mesa.

Katie era demasiado joven para estar en un bar, todos lo éramos, pero
bien hecho a mi amigo por tener la decencia de no llenarla con alcohol.

No es que pensara ni por un minuto que lo haría.


Por alguna razón desconocida, Hughie estaba obsesionado con la
diminuta pelirroja que tenía debajo del brazo.

Lo había estado desde que ella entró por las puertas de Tommen
como una nueva cara de primer año.

Estábamos en segundo año cuando Hughie lanzó sus cartas con


Katie Wilmot.

En ese momento, yo (junto con todos nuestros amigos y compañeros


de equipo), había pensado que Hughie era un lunático y había expresado
mis pensamientos en voz alta con regularidad.

Pero ahora que tenía la edad y la experiencia de mi lado, tenía que


admitir que su situación parecía muchísimo más atractiva que la mía.

La devoción tenía que sentirse mejor que ser usado.

—Te ves bien esta noche, Katie —le dije, porque era la verdad y ella
solía sentirse insegura.

Conocía este dato porque su novio a menudo me confiaba su


relación.

Probablemente sabía mucho más sobre su relación de lo que Katie se


sentiría cómoda, pero me llevaría esos detalles a la tumba.

Katie sonrió tímidamente y se acurrucó más cerca del costado de


Hughie.

—Gracias.

Hughie me lanzó una mirada de agradecimiento.

No necesitaba agradecerme por una mierda.

Su novia era hermosa.


Gibsie rodeó la mesa unos momentos después, distrayéndome con
una bandeja repleta de vasos.

—Hasta el fondo, Cap —anunció, bajando la bandeja frente a mí.

—Salud. —Sin molestarme en preguntar qué se ofrecía esta noche,


sabiendo que bebería gasolina con el estado de ánimo en el que estaba,
agarré dos vasos de chupito de la bandeja y los apuré.

Y luego, por si acaso, tomé otros cuatro tragos antes de decidirme


por mi vodka y red bull.

Lo necesitaba porque ver el espectáculo de piso que se desarrollaba


en la mesa contigua a la nuestra no era divertido.

Desde donde estaba sentado, tenía una vista perfecta de Bella sentada
a horcajadas sobre Cormac.

Él tenía sus manos debajo de su falda, y las piernas de ella estaban


envueltas alrededor de su cintura.

Bien podrían estar desnudos y follando, estaban siendo tan obvios.

Apoyándose en el taburete frente a mí, Gibs afortunadamente


bloqueó mi vista.

—Soy más bonito a la vista —anunció con un guiño y luego procedió


a beberse eso chupitos como para no quedar atrás.

Siempre podía contar con este hijo de puta.

Granizo, lluvia o nieve, Gibsie me cubría las espaldas.

Esa era una idea reconfortante.

—Ryan es un payaso —dijo Hughie, leyendo mis pensamientos, en


voz alta—. Ella está haciendo esto a propósito para sacarte de quicio, y
él está dejando que lo use para hacerlo.
—Por suerte te escapaste, Johnny —coincidió Katie con una sonrisa
comprensiva.

Me encogí de hombros y alcancé otro trago.

—Ella puede hacer lo que quiera. —Presionando el vaso contra mis


labios, eché la bebida y tragué rápidamente—. Ambos pueden.

Lo dije en serio.

No la quería de vuelta.

Nunca volvería allí.

Pero eso no significaba que esto fuera fácil de ver.

Porque no lo era.

Fue un ataque intencional y dolía.

Sobre todo, porque Cormac le seguía el juego.

—Sí, pero restregártelo en la cara de esta manera es repugnante —


respondió Katie, frunciendo el ceño a la pareja—. Si el zapato estuviera
en el otro pie, y lo hicieras con una de las amigas de Bella justo en frente
de ella, perdería la cabeza.

—Cierto —coincidieron Gibs y Hughie al unísono.

Durante el siguiente par de horas, ignoré a Bella y Cormac,


enfocando mi atención en mis amigos y la banda en vivo tocando en la
esquina del bar.

Traté de relajarme y soltarme uniéndome a la conversación, mientras


bebía trago tras trago, pero no me resultó fácil.

Estaba demasiado estresado.


Cuando no estaba tratando activamente de evitar a Bella y Cormac,
mi mente regresaba a la preocupación persistente en la que me esforzaba
tanto para no pensar.

Mi salud.

El problema era que el alcohol que corría por mis venas me impedía
bloquear mis miedos.

¿Qué pasaría si no podía poner mi mierda en orden?

¿Qué pasaba si mi cuerpo no se curaba?

¿Qué carajo se suponía que debía hacer con mi vida?

Cada huevo teórico que alguna vez había poseído estaba firmemente
ubicado en la canasta etiquetada como «carrera en rugby».

En este momento, esa canasta se estaba derrumbando y era incapaz


de detenerlo.

En otras palabras, estaba completamente indefenso y jodido.

—Está bien, amigos, la siguiente canción es de Reckless Kelly —


anunció el cantante principal por el micrófono, distrayéndome de mis
pensamientos ebrios. Tocó su guitarra y luego agregó—: Wicked Twisted
Road.

Inclinándome hacia delante, puse los codos sobre la mesa y me


esforcé por escuchar la letra por encima del ruido de la multitud.

Un verso y me enganché.

Borracho como estaba, sabía que necesitaba recordarlo.

Necesitaba escucharlo de nuevo.

Las palabras se dispararon directamente a través de mí.


Las sentí duras y profundas, relacionando algo feroz con cada línea
de cada verso.

Como era de esperar, pero aun completamente hecho un lío, fue la


cara de Shannon la que revoloteó en mi mente mientras la letra se abría
paso en mi cerebro lento.

Shannon de los ojos solitarios.

Toda una vida esforzándome por ser el mejor.

El miedo a no ser lo suficientemente bueno.

Y la constante y hundida sensación de temor en la boca de mi estómago.

Sacando mi teléfono del bolsillo de mis jeans, escribí un mensaje


rápido, con la esperanza de estar escribiendo el nombre de la canción
correctamente antes de salir de mis mensajes, dejando el texto en mis
borradores.

Con mi teléfono en mis manos, reflexioné sobre lo que haría si tuviera


el número de teléfono de Shannon.

Fue bueno que no lo tuviera.

Nunca en mi vida había sido partidario de marcar borracho, pero en


este momento tenía un impulso ardiente de marcar su número ausente.

¿Ella contestaría el teléfono?

Si contestaba, ¿qué le diría?

¿Me hablaría?

Joder, quería escuchar su voz al otro lado de esa línea.

Esta chica es diferente, cantó mi estúpido cerebro de mierda. Esta es para


siempre.
Quería estar de vuelta en mi habitación, con mi teléfono pegado a mi
oído, escuchándola tropezar con sus palabras mientras me contaba cada
uno de sus pensamientos.

Quería volver a estar aquí con ella, verla sonrojarse y sonreír y


mirarme a través de esas largas y espesas pestañas.

Quería estar sentado en ese cine oscuro con ella, sin prestar atención
a la proyección de la película, mientras le robaba miradas secretas y ardía
de calor cuando encontraba sus ojos puestos en mí.

Solo la quería.

Podrías amar a esta chica toda tu vida, el loco pensamiento persistía


dentro de mi cerebro una y otra vez, si te lo permitieras.

Un fuerte codazo en mis costillas hizo que mi cabeza se levantara


bruscamente.

—¿Qué diablos? —Dirigí mi mirada a Hughie, molesto por ser


distraído de mi lugar feliz—. ¿Por qué fue eso?

—Tenemos compañía —murmuró, inclinando la cabeza.

—Oh, Dios, aquí vamos —murmuró Katie en voz baja.

Con los ojos nublados, seguí su movimiento, mi mirada aterrizó en


Cormac Ryan justo cuando rodeaba nuestra mesa, la cara sonrojada y
lápiz labial corrido por su boca.

Pisándole los talones estaba una Bella de aspecto engreído.

—¿Todo bien, amigos? —saludó Cormac, metiendo sus manos en sus


bolsillos—. ¿Cómo va?

Recostándome en mi asiento, les di a ambos una mirada impasible.

Hughie le dio a Cormac un fuerte asentimiento, pero no hizo ningún


movimiento para entablar una pequeña conversación con él.
Katie ni siquiera lo miró.

Gibsie lo estaba mirando; una expresión asesina reemplazando su


habitual sonrisa torcida.

—Johnny. —La mirada cautelosa de Cormac se posó en mí—.


¿Puedo tener una palabra, amigo?

Me tomé mi tiempo para mirarlo de arriba abajo antes de decir:

—Si eso es de lo que quieres hablar conmigo… —Le hice un gesto a


Bella, que estaba de pie detrás de él con una sonrisa en su rostro—,
entonces no hay necesidad. Tus acciones hablaron claramente por ti esta
noche.

—Escucha, Johnny, no quiero ningún problema —respondió


Cormac, pasando una mano frustrada por su cabello negro—. Todo lo
que quería hacer era aclarar las cosas y asegurarme de que no haya
resentimientos entre nosotros. —Encogiéndose de hombros, agregó—:
Tenemos que jugar juntos y no quiero mala sangre.

—El período de tiempo para hablarme de esto fue hace meses —


respondí en un tono desinteresado—. Y considerando que estábamos
jugando juntos cuando decidiste joderme, lo encuentro difícil de creer.

—No fue así, amigo —respondió Cormac, nervioso—. Pensé que


ustedes dos no estaban saliendo en ese momento.

—Honestamente, no me importa —le dije—. En lo que a mí respecta,


ella es tu problema ahora.

—Johnny, vamos…

—Ahora, vete —interrumpí, despidiéndolo—. Y buena suerte con


esa… —Le lancé a Bella una mirada mordaz—. Porque la vas a
necesitar.
—¿Esa? —espetó Bella—. ¿De quién diablos crees que estás
hablando, Johnny Kavanagh?

—Estoy hablando de ti —le respondí con una mueca—. Y me


pregunto qué diablos me poseyó para poner mi pene dentro de algo tan
jodidamente venenoso.

Un coro de risitas estalló alrededor de la mesa junto a nosotros.

Gibsie se rio a carcajadas.

También Hughie y Katie.

Me habría sentido mal por el comentario, pero el alcohol que corría


por mis venas era como una poción de la verdad.

—Sí, bueno, fuiste una completa mierda —me gritó Bella—. Y nunca
te volveré a tocar.

—Alabado sea el maldito Jesús —respondí sarcásticamente—. Esa es


la mejor noticia que he escuchado en todo el año.

—Oye, ¡no seas así! —advirtió Cormac, tomando una postura


protectora frente a ella—. Bella es mi novia ahora, y no permitiré que le
hables así.

Arqueé una ceja.

—¿Tu novia?

—Así es —siseó Bella, sonriendo—. Soy su novia.

—Ah, Cristo. —Me pasé una mano por la cara y gemí—. Casi siento
pena por ti, Ryan, porque claramente no tienes idea de con quién estás
tratando.

—Sé exactamente quién eres, Kavanagh —gruñó—. Se todo sobre ti.

—No me refiero a mí, imbécil —gruñí—. ¡Ella!


Cormac me fulminó con la mirada y su rostro se puso rojo brillante.

—¿Qué se supone que significa eso?

—Significa que mantengas un ojo en tus compañeros de equipo,


amigo —le respondí—. Porque esa no es material de novia.

Sus ojos se entrecerraron.

—Ven afuera y dime eso en la cara.

—Te lo estoy diciendo aquí mismo —dije inexpresivamente—. A tu


cara.

—Con una mesa frente a ti y tus amigos a tu lado —se burló—. Eres
un gran hombre. Sal afuera y habla mierda de ella en mi cara.

—No —respondió Gibsie por mí, alcanzando otro vaso—. No va a


pasar. Entonces, puedes seguir tu camino, interesado, porque no va a
morder.

—Vete a la mierda, Gibs. —Cormac lo miró con enfado—. No estaba


hablando contigo.

—Tal vez no —respondió Gibs, apurando su bebida—. Pero yo,


maldita sea, sí hablo contigo. —Empujó su taburete hacia atrás, se puso
de pie y se enfrentó a Cormac—. Ahora date la vuelta y lleva a tu
pequeña novia de vuelta al agujero del que ambos salieron.

—¿O qué? —gruñó Cormac, presionando su frente contra la de


Gibsie.

Mala jugada por parte de Ryan.

—No hay ningún contrato colgando sobre mi cabeza como el suyo,


imbécil —gruñó Gibsie, empujándolo hacia atrás con la frente—. No
tengo ningún maldito problema en intervenir en nombre de Kav y darte
una golpiza amorosa a tu trasero pendenciero.
Con un metro ochenta y dos, ambos muchachos tenían la misma
altura, pero Gibsie superaba en peso a Cormac por unos buenos catorce
kilos porque en el campo, Cormac era un corredor hábil y Gibs era un
ariete muy cargado.

—Oh, por el amor de Dios —se quejó Hughie, expresando mis


pensamientos en voz alta—. Él tuvo que presionar.

—Sí —concordó Katie con tristeza—. Claro que sí.

Gibsie tenía una naturaleza tranquila, pero dale un par de tragos y


una razón para pelear y estaba dispuesto a hacerlo.

—No tengo ningún problema contigo, Gibsie —ladró Cormac—. Mi


problema es con Kavanagh.

—Bueno, eso es una lástima, porque tengo un maldito problema


contigo —gruñó Gibsie—. ¿Quién diablos te crees que eres, viniendo
aquí con ella, tratando de causar drama?

—Estaba tratando de aclarar las cosas —soltó Cormac, con la


mandíbula apretada.

—No, estabas tratando de sacarlo de quicio —corrigió Gibsie,


gruñendo—. Estabas tratando de arruinar su temporada. —Empujó a
Cormac en el pecho y reclamó el espacio cuando se tambaleó hacia
atrás—. Porque eres un pequeño idiota celoso y la Academia no te
quiere.

—Empújame una vez más y te romperé las piernas —gruñó Cormac,


empujando a Gibsie hacia atrás.

Sin inmutarse por la amenaza, Gibsie continuó con su alboroto.

—Tú y esa perra estaban tratando de ganarle porque él no la quiere, y


tú no puedes hacerlo donde cuenta. —Presionando su frente contra la de
Cormac, siseó—: En el campo.
—No queremos ningún problema aquí esta noche, muchachos —
gritó la camarera por encima de la multitud—. ¡Termínenlo!

—¿Problema? —Gibsie se rio sin humor, y luego movió su puño,


golpeando a Cormac directamente en la mandíbula—. Voy a arrancarle
la cabeza a este hijo de puta —rugió, abalanzándose contra él.

Varios gritos agudos surgieron de las chicas a nuestro alrededor


cuando ambos muchachos aterrizaron en una mesa cercana, enviando
sillas volando y vasos estrellándose contra el suelo.

Me levanté de mi asiento y me acerqué a mi amigo en segundos.

—¡Gibs! —rugí, arrastrándolo lejos de Cormac, quien estaba


recibiendo algunos golpes propios.

—Aléjate, amigo —le ordené en voz baja mientras ponía una mano
en su hombro y lo atraía hacia mí—. Esta no es tu pelea.

—Y un carajo si no lo es —gruñó, lanzándose hacia adelante con


tanta fuerza que tuve que redoblar mis esfuerzos para mantenerlo a
raya—. Eres mi mejor amigo y este imbécil te ha estado faltando el
respeto durante meses.

—Déjalo —respondí con calma, captando la atención de Hughie y


haciéndole un gesto para que trajera su trasero aquí pronto—. No me
importa, y a ti tampoco.

—Oh, me importa —gruñó Gibsie, con los ojos fijos en Cormac.

—Quítame a este loco o lo mataré —dijo Cormac enfurecido,


limpiándose un rastro de sangre de la boca—. Eres un maldito lunático,
Gerard Gibson.

—No harás nada —gruñí, mirando con enojo a Cormac, mientras


tomaba una postura protectora frente a Gibsie.
Bella, que había estado gritando a un lado, decidió que era el
momento perfecto para rodearme y pararse frente a Gibsie.

—Cabrón —gritó ella, abofeteándolo en la cara—. No te atrevas a


tocarlo.

—Sal de su vista —le advertí, empujando a mi mejor amigo detrás de


mí—. Ahora.

—¿O qué? —siseó, abofeteándome en la cara—. ¿También pondrás a


tu perro guardián sobre mí?

—¿Disfrutaste eso? —dije enfurecido, sin siquiera estremecerme—.


Porque esa es la única forma en que volverás a poner tus manos sobre
mí.

Ella retrocedió y me abofeteó de nuevo.

Me reí en su cara.

—Adelante. Sigue. Golpéame toda la maldita noche. No cambiará


nada.

—Detente —ordenó Cormac, empujándola detrás de su espalda—.


No le pegues.

—Se lo merece —gritó ella.

—¿Porque no te quiero? —respondí y me reí—. Oh, sí, porque así es


como funciona la vida.

—¡No me hagan llamar a la policía por ustedes! —chilló la mujer


mayor detrás de la barra—. Manada de pequeños idiotas.

—No hay necesidad de eso, Mags —anunció Hughie, luchando para


interceptar el puño de Gibsie con su mano.

—Sácalo de aquí —ordené, arrastrando a Gibsie una vez más.


—¿Tu casa? —preguntó Hughie.

—A cualquier sitio. —Me pasé una mano por el cabello con


exasperación—. Sólo mantenlo a salvo.

Hughie asintió y dirigió su atención a Gibsie.

—Vamos, Rocky Balboa —dijo alegremente—. Antes de que nos


metas a todos en el cuartel para pasar la noche.

—Él lo pidió —balbuceó Gibsie—. Pedazo de mierda.

—Lo sé, amigo —engatusó Hughie—. Vamos. —Envolviendo su


cuerpo alrededor del de Gibsie, lo empujó con fuerza hacia atrás fuera
del bar.

—¿Vienes, Johnny? —preguntó Katie, mirando nerviosamente entre


Cormac y yo.

—Adelántense —le dije y volví mi atención a Cormac.

—¿Estás seguro? —insistió Katie—. Deberías venir con nosotros…

—Adelante, Katie —le ordené, dándome la vuelta para captar su


atención—. Llegaré por mi cuenta a casa.

—Si estás seguro.

—Lo estoy.

Esperé hasta que Katie hubo seguido a Hughie y Gibsie fuera del bar
antes de volver mi atención a Cormac.

—¿Quieres hablar conmigo? —gruñí, señalando hacia la puerta—.


Entonces vamos.

Sin esperar una respuesta, me abrí paso a través del bar abarrotado
hacia la salida, recibiendo varias palmadas en los hombros y discursos
de «Gran partido, Johnny» y «Espero verte de verde en junio» mientras hacía
mi mejor esfuerzo para caminar en línea recta.

Lo dudo, pensé dentro de mí. Muy jodidamente dudoso.

Cuando llegué a la puerta del pub y salí a la calle, me sentí aliviado


de no encontrar a los muchachos afuera esperándome.

Unos minutos más tarde, la puerta se abrió y salió Cormac.

—Ella no —ladré, señalando con un dedo a Bella, que salió detrás de


él—. Que ella se mantenga alejada de mí.

—Es un país libre —respondió Bella, mirándome con dagas—.


Puedo ir a donde quiera.

—O ella se va o yo me voy —gruñí, dirigiéndome a Cormac—. Tú


eliges.

Bella abrió la boca para decir algo más, algo rencoroso, sin duda,
pero Cormac habló primero:

—Vuelve adentro —le dijo—. No tardaré mucho.

—Pero yo…

—Necesito hablar con él —insistió Cormac—. Ve adentro.

Con lo que parecía mucha reticencia, Bella volvió adentro,


dejándome solo en la calle con Cormac.

—Listo —gruñó, girando los hombros—. Hagámoslo, Kavanagh.

Arqueé una ceja, divertido por la postura de pelea que Ryan había
tomado.

Si pensaba que iba a tirar mi carrera por la borda por darle un


puñetazo por Bella, estaba muy equivocado.
Shannon, absolutamente, pero ¿Bella? De ninguna manera.

—Guarda tus puños, maldito imbécil —ladré—. No voy a tocarte.

Me observó durante varios momentos, con los ojos llenos de


desconfianza, claramente esperando a que me abalanzara.

Fue casi cómico.

Casi.

—Lo creas o no, Johnny —finalmente rompió la tensión diciendo—


. Realmente estaba tratando de despejar el aire entre nosotros.

—¿Cuando ambos estamos llenos de bebida?

—Tienes razón —concedió—. Pero no quise que eso sucediera.

—¿Qué es lo que no querías que pasara exactamente? —pregunté,


apoyando mi hombro contra la pared del bar para mantener el
equilibrio—. ¿No quisiste joderme, o no quisiste golpear a mi mejor
amigo y a tu compañero de equipo?

El aire de la noche me había golpeado como una maldita bola de


demolición y sabía muy bien que sin la pared como apoyo, me
balancearía como la torre de Pisa.

—Gibs me golpeó primero —espetó Cormac y luego levantó las


manos—. Estaba en mi cara.

—Porque tú estabas en la mía —respondí con calma—. Porque te


dijeron que te fueras y no lo hacías, y porque soy su capitán y eso significa
algo para él.

Cormac hizo una mueca ante mis palabras.

Bien.

El hijo de puta necesitaba sentirlas.


—Y no fue mi intención joderte —agregó, con las mejillas
enrojecidas—. Pensé que ustedes dos no estaban saliendo. En verdad me
gusta la chica, Johnny, siempre me ha gustado.

—Entonces todo lo que tuviste que hacer fue levantar el teléfono —


respondí, arrastrando las palabras a pesar de mis mejores esfuerzos—. Y
escucharlo de mi propia boca.

—Debería haberlo hecho —admitió finalmente.

—Sabes cuál es el problema —reflexioné, expresando mis


pensamientos en voz alta—. Es que si me hubieras dicho que te gustaba,
habría retrocedido. —Cruzando mis brazos sobre mi pecho, lo miré—.
Te habría respetado muchísimo por ser un hombre al respecto, y me
habría alejado. Bella y yo nunca tuvimos algo serio. No tenía una
relación con ella. Pero tenía una contigo. Y me traicionaste.

—Cap…

—No, cállate y déjame decir esto. —Exhalando con fuerza, dije—:


No es que ella fuera a mis espaldas con mi compañero de equipo. Es que
mi compañero de equipo fue a mis espaldas con ella.

Cormac gimió en voz alta.

—Johnny, amigo, no fue mi intención que…

Levanté una mano, mantuve a raya su mierda.

—No me digas que no tenías la intención de que sucediera. He tenido


sexo, Cormac, muchas veces, y ambos sabemos que cuando metes la
verga dentro de una chica, siempre tienes la intención de que suceda. No
sucede sin previo aviso para ti.

—Tienes razón —admitió después de una larga pausa—. Mierda,


amigo, tienes razón.

—Sé que la tengo —respondí, con un tono entrecortado.


—¿Y en verdad terminaron? —Me miró con una expresión
cautelosa—. ¿No la quieres de vuelta?

Negué con la cabeza y exhalé un suspiro de frustración.

—No sé de cuántas maneras puedo decirlo, Ryan; no quiero tener


nada que ver con esa chica. Entonces, sigue adelante y haz lo que quieras
con ella. Sólo mantenla lejos de mí, mantén tus demostraciones de afecto
fuera de mi cara, y estaremos bien.

—¿Estás diciendo eso para salvar las apariencias? —presionó.

—Creo que ya sabías que soy una persona que habla con franqueza
—gruñí—. Cuando te digo que terminé, lo digo en serio.

—¿Eso es todo?

—Sí. —Asentí—. Eso es todo.

—¿Por qué no estás más enojado conmigo? —preguntó, dándome


una mirada desconfiada.

—Porque siento pena por ti —le dije y sorprendentemente era la


verdad.

Sentía pena por Cormac.

También estaba decepcionado de él.

Sentía muchas cosas, pero no estaba enojado.

Al menos, no en este momento.

Era un peón en uno de los juegos de Bella y, aunque estaba borracho,


podía verlo tan claro como el agua.

—Escúchame —comencé, esforzándome por no arrastrar las


palabras mientras trataba de darle algunas verdades que aprendí con
esfuerzo—. He estado en este juego por mucho tiempo y sé lo que sucede
aquí. Bella te está usando para llegar a mí y la estás dejando hacer un
idiota contigo.

Sólo Dios mismo sabía por qué le estaba dando consejos después de
apuñalarme por la espalda, pero continué:

—Ella ya no puede tenerme y tú eres la siguiente mejor opción —dije


arrastrando las palabras—. Se trata de dinero para esa, Ryan. Dinero y
estatus. —Negando con la cabeza, agregué—: Pelear con tu compañero
de equipo por una jodida chica es el principio del fin. Sigue ese camino
y se acabará para ti antes de que siquiera haya comenzado.

Incluso en mi estado de ebriedad, sabía que estaba haciendo una


maldita declaración hipócrita.

Justifiqué mis razones sabiendo que Shannon valía la pena.

Bella no lo valía.

Cormac me dirigió una mirada de enfado.

—Crees que eres mejor que yo.

¿Hablaba en serio?

¿Eso fue todo lo que tomó de mi esfuerzo por ayudarlo?

—Soy mejor que tú —espeté, frustrado porque no me estaba


escuchando—. Si quieres estar a mi nivel, sube a la cancha. Trabaja más
duro. Entrena más duro. Sé jodidamente mejor. Y abre tus malditos ojos
al peligro. Porque esa supuesta novia tuya te desangrará, muchacho.

—Ella es mi novia —gruñó—. Así que no hables así de ella.

Dios, dame fuerzas…

—Bien. —Levanté las manos—. Mantén a tu novia alejada de la mía


y estaremos bien.
—No tienes novia —respondió lentamente, con una expresión llena
de confusión.

—De mí —corregí, nervioso cuando se me escapó la palabra—.


Mantenla alejada de mí y no tendremos ningún problema.

—¿Qué pasa ahora? —preguntó Cormac, con el rostro contraído en


una mueca de dolor—. ¿Vamos a tener problemas para jugar juntos
después de esto?

—No.

—No. —Sus cejas se dispararon—. ¿Por qué no?

—Porque no soy lo suficientemente estúpido como para dejar que


una chica así me joda la cabeza —dije—. Eres un extremo decente y el
equipo te necesita. Sería un bastardo egoísta si permitiera que mis
problemas personales afectaran al equipo.

—¿Y Bella? —preguntó Cormac después de una larga pausa—. ¿Vas


a causar problemas con ella?

—¿Porque estás con ella? No —le dije—. ¿Si se mete con Shannon?
Absolutamente.

—¿Shannon?

—Sí, Shannon —dije con los dientes apretados, con un tono duro
ahora.

Cormac miró fijamente.

—¿Quién es Shannon?

—Shannon es la razón por la que terminarás con la mandíbula rota.

—¿Qué demonios?
—Bella estuvo amenazando con ir tras ella —gruñí—. Si eso sucede,
te voy a joder.

Él palideció.

—¿Por qué yo?

—No puedo golpear a una chica, lo que significa que iré por la
siguiente mejor opción —le expliqué—. Entonces, ten en cuenta que cada
vez que tu Bella decida hacer una amenaza, difundir un rumor
desagradable o meterse con mi Shannon, te devolveré el favor en tu cara.
Cada, maldita vez.

Cormac palideció visiblemente y la imagen, aunque un poco borrosa,


fue extremadamente satisfactoria.

—Bien —gruñí, sacando mi teléfono de mi bolsillo para llamar a un


taxi—. Me alegro de que nos entendamos.

Sacudiendo la cabeza, parpadeé un par de veces para aclarar mi


visión mientras abría mi directorio telefónico y marcaba el número
llamado Gordo Paddy.

Maldito Gibsie.

Debí haberlo pensado mejor antes de dejar mi teléfono a solas con él


cuando fui a darme una ducha.

La última vez que se apoderó de mi teléfono, renombró a mi madre


Tetas Dulces y a Bella Vagina del Diablo.

Fue todo risas hasta que Tetas Dulces me envió un mensaje de texto
en medio de la noche, exigiéndome que bajara y abriera la puerta
principal porque ella estaba parada afuera y quería entrar.

Sin saber quién diablos me estaba enviando mensajes de texto,


respondí con más blasfemias de las que quería pensar antes de amenazar
con llamar a la policía, a mi propia maldita madre.
Hablando de un montón de malentendidos.

—¿Quieres estrechar manos? —preguntó Cormac, distrayéndome de


mi misión de llevar mi trasero borracho a casa, mientras extendía su
mano hacia mí.

—Aleja esa maldita cosa de mí. —Fruncí el ceño a su mano mientras


ponía mi teléfono en mi oído—. Sé dónde ha estado.

Su expresión se oscureció, pero tuvo el buen sentido de no tentar a su


suerte esa noche.

Con un asentimiento rígido, Cormac se dio la vuelta y regresó al


interior del bar.

Cuando sonó el número de Gordo Paddy, lo intenté cinco veces más


antes de rendirme.

Los taxis de por aquí apagaban sus teléfonos los sábados por la noche
cuando estaban ocupados, y por el gran volumen de gente en las calles
esta noche, sabía que estaría esperando mucho tiempo para llegar a casa.

Frustrado, volví mi atención a mi teléfono y me desplacé a través de


mis contactos, buscando el nombre de Hughie.

—Ese pequeño idiota —maldije cuando me di cuenta de que Gibsie


había cambiado una vez más el nombre de todos los contactos de mi
lista.

Tetas Dulces y Vagina del Diablo estaban una vez presentes en mis
contactos, junto con otros nuevos como Gran Papi G, Solapas Chistosas,
Llamar si eres arrestado, No llamar si eres arrestado, y mi favorito personal:
Judas Iscari-diota.

Al hacer clic en ese contacto en particular, reconocí el número como


el de Cormac.

Podría quedarse así.


Vagina del Diablo, también.

Pasé una cantidad ridícula de tiempo tratando de encontrar el


número de Hughie porque no podía averiguar quién diablos era quién en
mi teléfono.

Después de marcar accidentalmente el contacto de Sexo Casual y


escuchar la voz del entrenador Mulcahy en la otra línea, colgué
rápidamente.

Cancelando otra llamada entrante de Rey del Clítoris, porque quién en


su sano juicio contestaría un número listado como ese, apagué mi
teléfono y lo metí de nuevo en mi bolsillo.

Malhumorado, crucé la calle hasta la tienda de papas fritas y pedí


media docena de hamburguesas con queso y dos bolsas de papas fritas.

No tenía necesidad de cuidar mi dieta ahora.

No cuando mi cuerpo estaba empeñado en darse por vencido


conmigo.

Desplomándome en una pared fuera de la tienda, devoré todo y lo


bebí con una botella de agua.

La grasa me supo extraña y supe que lo pagaría mañana, pero por el


momento no me importó.

—¿Johnny Kavanagh? —me llamó una voz vagamente familiar por


mi nombre—. ¿Eres tú?

Levanté la vista para ver a un muchacho alto de mi edad mirándome


expectante.

Tenía el brazo colgado sobre el hombro de una atractiva rubia.

¿Fanático o amigo?

¿Amigo o fanático?
Intenté ubicar la cara y no pude, así que me decidí por fanático.

—Nada de fotos esta noche, chicos —dije con los dientes apretados,
arrastrando las palabras—. Johnny está en un tiempo fuera.

El tipo se rio pero no hizo ningún movimiento para ponerme una


cámara en la cara, lo cual estaba bien considerando mi condición actual.

En lugar de eso, me sorprendió mucho al decir:

—Hablé contigo por teléfono la otra semana. Conoces a mi hermana,


Shannon. La llevaste a casa de la escuela.

Mi cabeza se levantó de golpe y me encontré concentrándome mucho


más en el muchacho frente a mí.

—Eres el jugador de hurling… —Hice una pausa y me devané los


sesos por su nombre—. ¡Joey! —solté, orgulloso de mí mismo por
haber logrado recuperar esa información en mi estado—. Joey el
jugador de hurling y Shannon como el río.

—¿Como el río? —La chica se rio—. Dios, ¿cuánto has tenido que
beber?

—Una carga de río por lo que parece —dijo Joey con ironía,
mirándome con curiosidad—. ¿No crees que deberías ir a casa, hombre?
—añadió—. Te ves como una cuba.

—Lo haría si pudiera —admití con un gruñido—. No tengo taxi.

—Claro que podemos darte un aventón, ¿verdad, nene? —anunció la


chica, señalando calle abajo—. Sólo estamos estacionados al final de la
calle.

Abrí la boca para protestar pero, en su lugar, solté:

—Eso sería genial, gracias.


—Sí, claro, no hay problema —estuvo de acuerdo Joey, luciendo un
poco sorprendido. Se movió incómodo por un minuto y luego inclinó la
cabeza—. Vamos.

Me las arreglé para ponerme de pie, pero me costó mucho trabajo


mantenerme erguido.

Golpeando mi hombro contra la pared, logré mantener el equilibrio


mientras los seguía.

Afortunadamente, la chica que supuse que era la novia de Joey no


estaba bromeando cuando dijo que sólo estaban estacionados en la calle.

Otro tropiezo y llegamos al Opal Corsa rojo.

Al menos, eso es lo que pensé que era.

Era difícil saberlo porque mi cabeza daba vueltas y el auto era un


balde de óxido.

Sin embargo, a la mierda, no estaba en condiciones de cuestionar sus


métodos de viaje.

Estaba más que agradecido de que me llevaran.

—Soy Aoife Molloy, por cierto —anunció la chica, dándome una


brillante sonrisa antes de dirigirse al lado del pasajero del auto—. La
novia de Joey el jugador de hurling. —Se rio por lo último antes de subirse
al asiento delantero.

—Encantado de conocerte —respondí, manteniendo mi peso contra


la pared mientras Joey abría la puerta del lado del conductor y luego
movía el asiento hacia adelante.

—Tres puertas —dijo a modo de explicación—. Vas a tener que


subirte a la parte de atrás.

—Está bien, amigo. —Me aparté de la pared y apoyé mi peso contra


el coche antes de meterme en el diminuto espacio.
Mis esfuerzos fueron tan efectivos como navegar en un barco de
papel porque Joey tuvo que empujarme en la espalda para meterme
dentro.

—Cristo —murmuré cuando finalmente entré.

Hundiéndome en el medio del asiento, tuve que torcer mi cuerpo


hacia un lado, mis piernas mirando hacia la ventana lateral, para que
Joey pudiera empujar su asiento hacia atrás.

—¿Estás bien, Kavanagh? —gritó cuando subió y empujó su asiento


hacia atrás otros doce centímetros.

—Todo bien —grazné, con el cuerpo aplastado entre el respaldo de


su asiento y el mío—. Gracias de nuevo por llevarme.

—No te preocupes —respondió Joey. Se inclinó y presionó un beso


en los labios de su novia antes de abrocharse el cinturón de seguridad—
. ¿A dónde nos dirigimos?

Directo a tu casa porque me quiero follar a tu hermana, pensé para mí


mismo, sonreí ante la idea fabulosa, y luego perseguí el loco pensamiento
con un movimiento de cabeza.

Probablemente la ame también, medité para mis adentros, jodidamente


mucho, antes de empujar esa locura también.

¡Cuídate, imbécil!

—A unos seis kilómetros del otro lado del Colegio Tommen —dije
arrastrando las palabras.

Traté de encontrar mi cinturón de seguridad, pero mis manos torpes


no cooperaron.

—Dirígete a la carretera principal de la ciudad. —Renunciando a


encontrar mi cinturón, dejé caer mi cabeza contra el respaldo y suspiré—
. Te diré los desvíos cuando lleguemos a ellos.
—No te molestes.

Arrancó el motor y acababa de salir a la calle cuando sentí que el


coche frenaba de repente.

—¿Qué diablos? —ladró Joey segundos antes de que dos manos


golpearan el capó de su auto—. ¡Bájate de mi auto, imbécil!

—Me estás robando mi Centro —-rugió Gibsie en la ventana


mientras se inclinaba sobre el capó del auto—. Devuélvemelo. —Sus ojos
se lanzaron de Joey a mí, con un destello de reconocimiento—. Hola,
Cap. —Sonrió, con la cabeza colgando hacia un lado—. ¿Cómo te va?
Te he estado buscando por todas partes.

—¿Y este payaso es? —preguntó Joey, en tono burlón, con la


atención fija en Gibsie, quien estaba teniendo una conversación
unidireccional conmigo a través del parabrisas de su auto.

—Él es mi Ala —gruñí antes de volver mi atención al hombre-niño


que abrazaba el capó—. ¡Gibs! ¡Qué diablos estás haciendo, amigo! —
ladré, mirando por el parabrisas—. ¿No se suponía que te habías ido a
casa con Hughie?

—Los policías lo detuvieron por impuestos y seguros —gritó a través


del parabrisas como si eso respondiera a mi pregunta.

Me quedé boquiabierto.

—¿Y? Hughie está en regla.

—Él me miró, Johnny, iluminó su gran jodida linterna justo en mis


ojos —respondió—. Entré en pánico y salté del auto. —Encogiéndose de
hombros, agregó—: He estado corriendo por el lugar desde entonces. —
Entrecerró los ojos—. ¡Traté de llamarte pero me cortaste!

Lo miré con enfado.

—¿Eres el Rey del Clítoris?


—Oh, sí. —Gibsie se rio—. Me olvidé de eso.

—¿Cómo se llama Hughie?

—Vello Púbico Rojizo —respondió como si fuera la cosa más obvia.

No lo era.

—Es rubio —gruñí.

—Su novia no lo es.

—Jesucristo —gemí, frotándome la frente.

—¿Qué quieres que haga con él? —preguntó Joey.

Me encogí de hombros y contemplé decirle que pasara por encima


del desgraciado molesto, pero luego supe que me sentiría terriblemente
solo sin él.

Y con toda justicia, había recibido algunas bofetadas defendiendo mi


honor esta noche.

—Probablemente debería llevarlo de vuelta a mi casa —admití a


regañadientes—. O un hospital psiquiátrico.

Joey murmuró algo incoherente por lo bajo y salió.

Sonaba algo como «Será mejor que ustedes dos, hijos de puta, no vomiten
en este coche».

No podía prometerlo.

Mi amigo era un proyector.

Tirando del asiento, Joey lo arrastró hacia adelante y le indicó a un


Gibsie ebrio que se subiera.

Lo hizo.
Pero en lugar de subirse o arrastrarse adentro, el bastardo se lanzó al
asiento trasero.

—¡Mierda! —rugí, doblándome de dolor cuando su codo aterrizó en


mi entrepierna.

Ahí va tu última oportunidad justo ahí…

—Mierda, hombre, ¿te pegué en la verga? —dijo Gibsie arrastrando


las palabras mientras intentaba pasar por encima de mí sin éxito—.
Traeré hielo para tus bolas cuando lleguemos a casa.

—Quítate de encima —dije con voz estrangulada, bastante seguro de


que me estaba poniendo morado por el dolor, mientras se subía al
asiento, me clavaba y me golpeaba con los codos y rodillas.

Finalmente, logró arrastrar su trasero hacia el otro lado del asiento.

—Cristo —reflexionó, sentándose a mi lado—. Ese es el agujero más


estrecho en el que he estado en meses.

Joey volvió a subir y encendió el motor antes de salir rápidamente


por la calle.

—Espero que no haya más de ustedes —dijo—. El coche está pesado


en la parte trasera.

—Lo siento —comencé a decir, pero Gibsie me interrumpió.

—Es su culpa, el gordo bastardo —anunció. Volviéndose hacia mí,


agregó—: Oye, ¿tu pene está bien, hombre? En verdad lo siento. Espero
no haberte aplastado las bolas.

Lo miré entrecerrando mis ojos.

—Vete a la mierda, Gerard.

—Lo decía con sinceridad, Johnathon —replicó, herido—. Por eso,


puedes obtener tu propio maldito hielo esta noche, ¡espera!
Agarrando la parte delantera de mi camisa, me arrastró hacia él y me
olió la boca.

—¡Traidor! —dijo con voz ahogada, viéndose cómicamente


horrorizado—. ¡Fuiste a la tienda de papas!

—Sí, lo hice —respondí, alejándome de él—. Y estaba jodidamente


delicioso, y no me arrepiento.

—¿Que pediste?

—Unas cuantas hamburguesas con queso y unas papas al curry.

—¿Qué tal sabían?

—Mejor que el sexo.

—¡Se supone que debemos estar a dieta! —siseó Gibsie en un tono


horrorizado antes de preguntar rápidamente—: ¿Me trajiste algo?

—Sí, te compré una hamburguesa.

—Gracias, Johnny.

—Y luego me dio hambre, así que me la comí.

—Eres un monstruo.

—Ustedes dos son tan raros. —Aoife se rio—. ¿No son divertidos,
Joey?

—Estoy de acuerdo en que son algo —respondió el hermano de


Shannon.

—Oye. —De repente, al darse cuenta de que estaba en compañía de


extraños, Gibsie se inclinó en medio de sus asientos y preguntó—:
¿Quién diablos son ustedes?

—Johnny es amigo de la hermana de mi novio —explicó Aoife.


—¿Hermana? —La palabra pareció confundir a Gibsie, quien me
miró fijamente durante varios momentos.

Lanzando una oración al cielo para que pudiera controlarse, asentí y


dije:

—Shannon.

Gibsie se recostó a mi lado y frunció el ceño.

—¿Shannon?

—Sí, Shannon. —Lo miré.

Los ojos de Gibsie se abrieron como platos, y de repente se dio cuenta


de ello.

—¡Oh, Shannon! —exclamó—. Ah, sí, la Pequeña Shannon de tercer


año. —Sonriendo, me dio un codazo en las costillas—. Johnny tiene una
gran debilidad por tu hermana.

—¿Es cierto? —respondió Joey firmemente.

Oh, mierda.

—Sí, siempre la está cuidando en la escuela —agregó Gibsie con un


guiño—. Asegurándome de que no se meta en ningún lío.

Reprimí un gemido y resistí el impulso de envolver mis manos


alrededor de su cuello y ahogarlo hasta matarlo.

Para ser justos, podría haber sido peor.

Gibsie era capaz de decir cosas mucho peores.

—Eso es encantador —intervino Aoife, y noté la forma en que colocó


una mano sobre la rodilla de su novio—. ¿No es amable de su parte, Joe?
—¿Por qué? —exigió Joey, tono duro y suspicaz—. ¿Tú qué sacas de
esto?

Suspiré profundamente y traté de pensar en algo creíble.

—Porque me la jodí…

—¿Tú qué? —rugió Joey, golpeando los frenos.

La repentina sacudida del auto deteniéndose hizo que Gibsie y yo


nos abalanzáramos hacia adelante.

Dándose la vuelta, Joey me miró con enfado.

—Será mejor que estés bromeando ahora mismo, Kavanagh, porque


juro por Cristo que te…

—¡Al golpearla! —Me apresuré a explicar, arrastrándome de vuelta


al asiento—. La jodí al golpearla en su primer día. La avergoncé en el
campo cuando la noqueé.

Pero quiero follármela…

Deseo tanto a tu hermana que no lo creerías…

Las cosas que me imagino haciéndole te sorprenderían…

Esperé a que la mirada homicida en sus ojos se desvaneciera antes de


continuar.

—Pensé que estaba en deuda con la chica, así que me mantuve al


tanto de las cosas, me aseguré de que se acomodara bien. No es fácil
comenzar una nueva escuela. —Encogiéndome de hombros, agregué—:
No quería que ella recibiera ninguna mierda innecesaria.

Era un tonto esperando que su hermano diera el siguiente paso.

Si Joey me pegaba, no le devolvería el golpe.


No tomaría represalias.

Eso era lo aterrador de esta situación.

Sentado en su coche, borracho hasta la médula, sabiendo que era más


que capaz de sacarle la mierda a golpes, pero sabiendo que no lo haría.

Por ella.

Porque él era importante para ella.

Porque si lo golpeaba, la lastimaría.

Y lastimarla era malo.

Lastimarla me hacía querer lastimar algo más fuerte.

Esa noción era más confusa y complicada de lo que mi culo borracho


podía comprender.

Joey no respondió, pero dirigió su atención a la calle y comenzó a


conducir de nuevo.

Solté un suspiro de alivio.

Volviéndome a Gibsie, articulé las palabras «mantén la boca cerrada».

Él respondió con un teatral movimiento de cremallera cerrada en su


boca.

Cuando llegamos al desvío a mi casa, media hora más tarde,


murmuré algunas instrucciones breves.

Joey respondió con un breve asentimiento y giró a la derecha,


dejando el camino principal por el desvencijado camino secundario que
conducía a la entrada de la propiedad.
Me sentía más lúcido ahora, supongo que el roce cercano con la
muerte a manos del hermano de Shannon me había hecho entrar en
razón y me había dejado sobrio.

Deseaba poder decir lo mismo de Gibsie, que estaba desmayado a mi


lado, roncando como un oso pardo.

Cuando Joey se detuvo frente a las puertas de la propiedad, dije:

—Puedes dejarnos aquí, hombre.

—¿Ahí es donde vives? —preguntó el hermano de Shannon,


hablando por primera vez desde el casi desastre que fue nuestra falta de
comunicación.

Su atención estaba clavada en las enormes verjas de hierro con las


feas águilas en cada pilar.

—¿Qué tan lejos está ese camino de entrada a tu casa? —preguntó.

—Alrededor de cuatrocientos metros.

—Nunca lograrás que él camine tanto —murmuró—. Te llevaré


hasta la puerta.

—310587 —le dije el código, que resultó ser mi fecha de


nacimiento—. Simplemente presiona eso en el teclado de allí y se abrirán
para ti.

Joey tecleó el código y esperó a que las verjas se abrieran hacia


adentro.

—De nuevo, aprecio esto —sentí la necesidad de mencionar—. Sé


que está lejos de tu camino.

—Sólo te devuelvo el favor —respondió, conduciendo por la estrecha


callejuela hacia la casa.
—Este lugar es increíble —dijo Aoife con un suspiro soñador—. Mira
todos los árboles y, ¡oh, Dios mío! Mira el tamaño de esa casa —chilló
cuando la casa apareció a la vista, iluminada como un maldito árbol de
Navidad.

Mamá estaba jodidamente paranoica con los ladrones potenciales


que pensaban que la casa estaba vacía, así que instaló sensores
automáticos e iluminación temporizada en todas partes.

En el patio.

En la casa.

En el césped.

Era ridículo, pero mi yo borracho estaba agradecido por la


iluminación.

Joey apagó el motor y salió, ajustando su asiento lo más adelante


posible.

Estaba mucho más firme sobre mis pies cuando salí que cuando subí.

—Otra vez, gracias—dije antes de llegar a la parte trasera y sacar a la


bella durmiente del auto—. Te debo una.

Envolviendo un brazo alrededor de la cintura de Gibsie, quien


todavía estaba medio dormido, lo arrastré hasta la puerta principal y
luché para sacar mis llaves.

Al no poder sacarlas del bolsillo de mis jeans, lo dejé caer sobre su


trasero y luché con mis jeans por un largo momento antes de finalmente
recuperar mis llaves.

—Detente, ¿quieres? Soy sensible —gimió Gibsie antes de


acurrucarse y volver a roncar.
—Dame —anunció Joey cuando logré apuñalar el marco de madera
con la llave, fallando al ojo de la cerradura por unos buenos diez
centímetros—. Déjame echarte una mano.

Agradecido por la intervención, entregué mis llaves y dirigí mi


atención a mi amigo.

—Levántate —gruñí, empujándolo con mi pie—. Estamos en casa.

El hijo de puta no se movió.

—¡Gibsie! —ladré.

Nada más que ronquidos.

Maldita sea.

Soltando un suspiro de frustración, me agaché y agarré sus hombros


e intenté levantarlo del suelo.

Joey, que tenía la puerta abierta, vino y me ayudó a levantarlo.

No estaba en posición de rechazar su ayuda, así que cada uno de


nosotros tomando un lado, arrastramos su trasero de peso muerto a la
casa.

—Déjalo aquí —instruí, haciendo un gesto hacia la sala de estar.

—¿Estás seguro? —preguntó Joey, encendiendo la luz—. Ese sofá es


blanco, hombre.

—Es de cuero —murmuré, demasiado cansado y adolorido para


preocuparme por el sofá de tres secciones de mi madre. Arrastrándonos
hacia el sofá, arrojamos a Gibsie—. Si vomita, lo lavará él por la mañana.

—Está bien —respondió Joey encogiéndose de hombros antes de


darse la vuelta y dirigirse a la puerta.

Lo seguí, sin saber muy bien qué decir.


Esta noche había pasado de ser deprimente a exasperante y
francamente confusa en cuestión de horas.

—Escucha —dijo Joey cuando salió a la grava—. Sobre Shannon.

Aquí vamos, pensé para mis adentros.

Había estado esperando esto desde que me subí a su auto de mierda.

Compórtate, Kav, mantén la boca cerrada.

—¿Qué pasa con Shannon? —pregunté, apoyándome en el marco de


la puerta.

—Ella es frágil —soltó y dijo—. Vulnerable.

—Sí. —Mi voz fue ronca, así que me aclaré la garganta y lo intenté
de nuevo—. Yo, eh, ya lo adiviné.

Joey asintió y metió las manos en sus bolsillos.

Mantuve la boca cerrada, esperando a que continuara.

—Lo que estoy tratando de decir aquí es que aprecio que cuides de
mi hermana —dijo finalmente—. Ha tenido unos años difíciles y
Tommen parece hacerle bien. Entonces, supongo que espero que
continúes cuidándola en la escuela, ya sabes, asegurándote de que nadie
la moleste.

Mis cejas se alzaron.

—Ah, sí, claro. Eso no es problema.

Asintió de nuevo, sus palabras salieron más rápido ahora.

—Parece estar acomodándose en Tommen, y sigue diciéndome que


los chicos son amables con ella, pero estoy en ECB, así que no tengo
forma de saber si está bien o no, y nunca le dice a nadie lo que sucede en
esa cabeza suya hasta que es demasiado tarde.
Fruncí el ceño.

—¿Demasiado tarde?

—Cosas de chicas malas —explicó—. Mi hermana ha tenido un


objetivo en la espalda desde que estaba en pañales.

—Eso es horrible —murmuré, ya sabiendo todo esto, pero teniendo


el buen sentido de no decirle eso a su hermano.

—Los niños son crueles —decidió.

—Claro que lo son —murmuré.

Me miró fijamente durante mucho tiempo antes de decir:

—¿Me lo vas a contar?

Oh, Jesús.

¿Qué?

¿Qué diablos quería que le dijera?

Me devané los sesos y no encontré nada acto para todo público, así
que mantuve la boca cerrada.

—El novio de Ciara Maloney —completó Joey, dándome una


mirada extraña—. Un tipo de Tommen le dio una paliza ayer en el
pueblo.

—¿Oh? —Arqueé una ceja y crucé los brazos sobre mi pecho—. ¿Es
así?

Joey sonrió.

—Sí, lo es.
—Bueno, espero que lo haya jodido —dije arrastrando las palabras,
sintiendo mi cuerpo vibrar de ira al recordar a esas jodidas chicas
desagradables—. Escuché que su novia es una perra.

—Escuché que él estaba mal —respondió Joey—. Nariz rota.


Algunos puntos.

—Qué horrible —dije arrastrando las palabras.

Joey me miró durante otra larga pausa antes de negar con la cabeza.

—De todos modos, sólo quería que supieras que aprecio que mi
hermana tenga a alguien que la cuide. Cuando yo no puedo.

Se dio la vuelta para irse sólo para regresar.

—Amigo. —Su palabra contenía cierta mordacidad en ella—. Mi


hermana necesita un amigo, Kavanagh —aclaró—. No necesita tener
esperanzas en un chico que se irá en el verano.

Escuché su advertencia fuerte y claro.

Mi jodido cerebro podría no prestar atención a la advertencia, pero


definitivamente la escuché.

Sin otra palabra, Joey se dio la vuelta y se alejó, dejándome de pie en


la puerta, mirándolo con solo dos cosas en mente.

La primera: encontrar una bolsa de hielo para mis bolas.

La segunda: fantasear con todas las cosas terriblemente inapropiadas


que anhelaba hacer con su hermana.
Días Libres y Hermanos Demonios

Shannon
—Creo que necesitas comprarle a esa chica un anillo, Joe —anuncié
mientras leía y luego volvía a leer la nota que Aoife había dejado al
costado de la mesita de noche de mi hermano la mañana del domingo—
. Es un tesoro.

—Sí —murmuró Joey, rascándose la mandíbula—. Debe realmente


amarme.

—Uh, ¿lo crees? —Puse los ojos en blanco—. Ella te adora.

—Pero no entiendo por qué haría esto por mí.

—Yo tampoco —bromeé—. Especialmente cuando luces tan


parecido a Shrek.

—Maldita descarada. —Se rio entre dientes, jugando a empujarme—


. Déjame darle una mirada de nuevo a esa nota.

La sostuve para él, la misma nota que ya había leído al menos una
docena de veces, y luego me pegué sobre la mesa de la cocina con mi
taza de té.

Tomando asiento, miré a mi hermano leer de nuevo la nota, cejas


fruncidas con confusión.
—¿Por qué hizo esto, Shan? —Sacudiendo la cabeza, caminó de
puerta en puerta de la alacena, abriendo y cerrándolas—. Debe haberse
quedado hasta el amanecer para hacer esto. —Abrió el refrigerador,
revelando una pila pesada de comestibles metidas adentro—. Debió
costarle una fortuna.

Joey tenía razón.

Aoife tuvo que haberse levantado temprano para hacer esto,


considerando que sólo eran las once en punto.

También tenía razón acerca de que le costó una fortuna.

Había encontrado el recibo de compra con el monto de €143.67.

—Aquí dice que ella regresará a eso de la una en punto con los chicos
—añadió, leyendo de nuevo la nota que había estado mirando con
anhelo desde que despertó—. Van a ir primero al parque y luego a la
cancha para jugar hurling después de eso.

—¿Viste esto? —pregunté mientras señalaba con el pulgar a través de


siete pulcros sobres apilados, ordenados por los días de la semana.

Sacando uno de los pequeños sobres marrones en mi mano, sonreí


cuando escuché el sonido de monedas resonando.

—Tu novia asignó tu dinero en paquetes diarios de presupuesto.

Joey jadeó hacia mí.

—¿Qué?

—Sip. —Me reí, poniendo el sobre de Martes de regreso a la pila.

—De ninguna jodida manera —murmuró mientras caminaba hacia


donde estaba y recogía un puñado de los pequeños sobres rectangulares.

—Y puso pequeños corazones en ellos para ti. —Sonreí—. Es tan


tierno.
—¿Es normal estar enojado con una persona porque te ama? —
preguntó mi hermano, ojeando los sobres con confusión. Giró sus ojos
verdes hacia mí y preguntó—: ¿Es normal?

—¿Por qué me lo preguntas? —Me encogí de hombros incómoda—.


No tengo experiencia en esta clase de cosas.

—Oh, mirarías esto —dijo con un suspiro, apuntando hacia la nota


de €20 pegada debajo de las llaves de auto de Aoife y la nota adhesiva
que decía: Fondo de desayuno para Joey y Shannon.

En letras mayúsculas debajo de eso estaban las palabras: Alimenta a


tu hermana, cariño. Ella está muy delgada.

—Mi novia me dejó dinero. —El tono de Joey estaba mezclado con
sarcasmo—. Jesucristo, Shan.

—No te enojes con ella —le dije—. Está tratando de ayudarnos.

—Lo sé. —Se pinchó el puente de su nariz y exhaló con fuerza—. Y


no estoy enojado. Es sólo que no sé cómo manejarlo.

—¿Tal vez sólo con decir gracias? —ofrecí—. ¿Y te amo, también?


¿O flores? Esas son buenas también.

Joey sonrió.

—Estás llena de ideas, ¿no es así?

Le sonreí de vuelta y luego suspiré, obligándome a abordar al elefante


en la habitación, o la falta de él.

—¿Crees que mamá volverá a casa pronto?

La luz en los ojos de mi hermano se oscureció.

—Realmente me importa una mierda lo que ella haga, Shan —


respondió con fuerza—. Siempre y cuando ese imbécil se mantenga
alejado de esta casa.
Él regresará, Joey.

Sabes eso.

Deja de mentirte.

—Sí. —Me mordí la uña, contemplando su respuesta por un


momento antes de decir—: ¿Qué vamos a hacer si mamá no regresa, Joe?

Ahí era donde mis preocupaciones estaban.

Con mi madre.

Porque nunca nos había dejado por toda la noche así antes.

—Nos las arreglaremos, Shan —respondió Joey, su manzana de


Adam subiendo—. Como siempre lo hacemos.

—¿Y la escuela? —susurré.

—Nana vendrá de Beara esta noche —dijo Joey en un tono serio en


la voz—. Ella preparará a los chicos de la misma manera que siempre lo
hace con la escuela y toda esa cosa. —Frotó una mano sobre su cabeza
antes de añadir—: Todo lo que tenemos que hacer es mantener la casa,
pagar las cuentas, empacar el almuerzo en las mañanas, y estar aquí en
la noche cuando Nana los deje.

—Se suponía que iba al viaje de la escuela después de la Pascua, pero


si ella no está en casa lo cancelaré…

—No —ladró—. No lo harás.

—Joey. —Suspiré—. Si mamá no regresa para entonces, no puedes


encargarte de los niños tú solo.

—No lo haré —respondió—. Ya te dije que Nana ayudará, Aoife,


también. No hay forma de que te pierdas ese viaje. Necesitas salir de este
hoyo de mierda, Shan. Más que ninguno de nosotros.
—¿Estás seguro? —dije.

Él asintió.

Inhalando un aliento lento, dije:

—Sé que no digo esto muy seguido, pero quiero que sepas que te amo
y estoy tan jodidamente agradecida de que seas mi hermano mayor.

Joey hizo una mueca.

—¿Te estás poniendo blanda conmigo, hermanita?

—No. —Me sonrojé—. Sólo quiero que sepas que eres importante
para nosotros. Y apreciamos todo lo que haces por nosotros.

No nos dejes.

Por favor, no me dejes nunca.

—Bueno, igualmente, pequeña —respondió, luciendo un poco


incómodo.

—Serás un gran padre algún día —decidí bromear y ponerlo incluso


más incómodo.

Joey resopló.

—Sí, maldición, eso nunca sucederá.

Parpadeé.

—Nunca digas nunca, Joe.

—Créeme, he tenido más que suficiente jugando al papi de los niños


de otro hombre como para que me dure toda la vida —dijo en
respuesta—. Ahora, sube las escaleras y ponte algo de ropa y vamos al
Deli por un pollo enrollado.

—El refrigerador está lleno ahora —le informé.


—Sí. —Sonrió—. Pero mi novia me dejó órdenes directas y no soy
tan tonto de ignorarlas.

No había comido nada desde ayer y mi estómago gruñó con


anticipación.

—Croquetas de papa —prácticamente ronroneé mientras pensaba en


lo que iba a tener—. Y algo de gelatina y una lata de Coca-Cola.

Saltando fuera de la silla, me apresuré por las escaleras con la comida


en mente.

—Espera, Shan. Casi me olvido… —deteniéndose a media oración,


Joey entró en la cocina, regresando unos momentos después con un
pequeño regalo envuelto en un paquete en sus manos.

Joey me pasó el regalo y luego se frotó el cabello.

—Felices dulces dieciséis, Shan.

—Gracias, Joey. —Sonreí, agarrando lo que ya sabía que era un CD


debajo del envoltorio rosa.

—Te conseguiría más si pudiera —me dijo con un encogimiento


avergonzado—. Y me olvidé de conseguir una tarjeta…

—Detente —le dije mientras me sentaba en el escalón de la escalera


y desgarraba el papel sólo para seguirlo con entusiasmo—. ¡El álbum de
McFly! —Con los ojos bien abiertos con entusiasmo, miré hacia el CD en
mi mano y sonreí—. Realmente deseaba este.

—Lo sé —bufó—. Eres toda una chica. —Deslizando la mano en el


bolsillo de sus pantalones, sacó otra caja de su regazo—. Este es de Aoife
—explicó.

Encantada por recibir dos regalos, arranqué el papel de envoltorio de


puntos de colores y jadeé cuando vi lo que había adentro.
—Guau —susurré, jadeando con la botella de perfume de diseñador
en mis manos—. Esto debe haberle costado una fortuna.

—Debe amarte también —bromeó Joey.

Puse los ojos en blanco.

—Ajá.

—Apúrate y cámbiate —ordenó, moviéndose hacia la puerta


frontal—. Estaré en el auto.

Apresurándome a mi habitación con mis presentes en mano, los


coloqué cuidadosamente en mi mesita antes de sacarme el pijama.

Poniéndome un jersey y pantalones de chándal, abrí la caja que


contenía mi nueva botella de perfume, me rocié toda, y luego me
apresuré hacia Joey.

Metiendo los pies en mis zapatos para correr en el pasillo, agarré mi


bufanda y me apuré afuera hacia el auto.

Al minuto que subí al asiento de pasajero, el olor a alcohol asaltó mis


sentidos.

—Jesús, Joey. —Tosí mientras bajaba la ventaba—. Huele a


destilería aquí.

—Lo sé —respondió Joey mientras encendía el motor y nos sacaba


de la entrada—. Puedes culpar a tus amigos de Tommen por eso.

—¿Mis amigos? —Negué con la cabeza y miré hacia su perfil de


costado—. ¿De qué estás hablando?

—Johnny Kavanagh —declaró Joey—. Terminamos dejándolo en su


casa desde el bar anoche.

—Oh.
Espera.

¿Qué?

—¿Dejaste a Johnny en casa? —Odié la manera en que mi voz salió


toda alta y chillona—. ¿Cuándo… Cómo… Por qué?

—Anoche cuando estábamos recogiendo nuestro pedido para llevar


—explicó Joey mientras se detenía en la estatal y tomaba hacia la calle
principal—. Él estaba desplomado contra una pared afuera de la tienda
de la ciudad. Estaba en un estado lamentable.

—¿En serio?

Oh, Dios.

Preocupación llenó mi pecho.

—¿Qué sucedía con él?

—Estaba borracho hasta las tetas —gruñó Joey—. El que lo


acompañaba estaba peor.

—¿El que lo acompañaba? —pregunté, con cuidado de enmascarar


la emoción en mi voz—. ¿Su… novia?

—Nah, algún maldito rubio enorme —corrigió Joey y mentalmente


me hundí con alivio—. Creo que su nombre era Gussie o Gillie o algo
así.

—Gibsie —confirmé bajo, pensando acerca de cómo esos dos


estaban unidos por la cadera en la escuela.

—Ese es —asintió Joey, luego soltó una risa baja—. El maldito idiota
se lanzó encima del auto, exigiendo que le regresara a su centro. —
Riendo, añadió—: Parecía que hablaba en serio también. Como si
genuinamente estuviera secuestrando a Kavanagh.

Mis cejas se fruncieron.


—¿Por qué Gibsie le dice a Johnny su centro?

—La posición de Johnny es centro exterior en rugby —explicó—. Es


el número 13.

Oh, sí, sabía eso.

Recordaba su jersey.

—Así que, ¿los dejaste a los dos en casa? —pregunté, sintiendo


calidez—. ¿En la casa de Johnny?

—Sip —confirmó mi hermano—. Tuve que ayudar a Kavanagh a


cargar a ese tipo Gibsie a la casa. Sus piernas no funcionaban, Shan. Un
buen jodido lío. Lo dejamos en la sala de estar.

—¿Estuviste adentro de la casa de Johnny?

Mi cerebro estaba dando tumbos, tratando de digerir todo lo que mi


hermano me estaba diciendo.

Él estuvo con Johnny anoche.

Estuvo en su casa.

Estuvo dentro de su casa.

Quise preguntar si preguntó por mí, pero me las arreglé para no dejar
que esa pregunta saliera de mis labios.

—Sí, Shan, y Jesucristo, por el aspecto de su propiedad, su familia


debe ser rica. —Joey dejó salir un aliento—. Nunca había visto nada tan
lujoso en mi vida…

El sonido de un teléfono sonando cortó a través del aire,


distrayéndonos a ambos.

Ambos palmeamos nuestros bolsillos.


—No es el mío —dijo Joey.

—El mío tampoco —murmuré, mirando hacia el parabrisas y luego


al piso a mis pies.

El sonido se cortó y luego empezó unos segundos después, vibrando


en alto.

—Revisa el asiento trasero —instruyó Joey mientras se detenía a un


costado de la vía y encendía las luces intermitentes.

Desabrochando mi cinturón, me agaché entre los asientos y me lancé


al asiento trasero, mis ojos buscando en los asientos por el sonido.

—¿Algo? —preguntó Joey, metiéndose al tráfico.

—No.

Bajando entre los asientos eché un vistazo debajo del asiento del
conductor.

—Oh, espera, ¡está aquí! —exclamé, ojos clavados en las líneas


brillantes del teléfono encendido y vibrando contra el piso—. Lo veo.

El sonido se cortó de nuevo y metí la mano, recuperando el teléfono.

Metiéndome de nuevo en el asiento, rápidamente me abroché el


cinturón, ojos pegados al teléfono.

—¿Este es de Aoife? —Miré hacia abajo al dispositivo costoso—.


¿Consiguió un nuevo teléfono para navidad?

—No —respondió Joey—. Sus padres le dieron planchas de cabello


para Navidad.

El teléfono empezó a sonar de nuevo, la pantalla iluminándose con


el nombre de Rey del Clítoris brillando.

—Ew, Joe —gemí—. Eso es asqueroso.


—¿Qué?

—Quien sea que llame a este número está guardado como Rey del
Clítoris.

Mi hermano echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—Eso no es gracioso —amonesté, mirando la pantalla volverse


blanca de nuevo cuando la llamada terminó—. Eso es bastante
perturbador.

—Es ese hombre, el tipo Gibsie. Escuché a Johnny molestarlo sobre


cambiar sus contactos anoche. —Joey se rio entre dientes—. Él es el Rey
del Clítoris.

El teléfono se iluminó de nuevo, vibrando en mis manos y sonando


en alto.

—Bueno, responde —instruyó mi hermano, con el tono


impaciente—. Probablemente lo esté buscando.

—No quiero. —Poniendo las manos entre los asientos, traté de darle
el teléfono a mi hermano—. Responde tú.

—¿Cómo mierda se supone que voy a responder? —siseó Joey,


batiendo las manos lejos—. Estoy conduciendo, Shannon. Sólo responde
el teléfono.

—No —me rehusé, negando con la cabeza—. Pensarán que lo


robamos.

—No, no pensarán que lo robamos —dijo Joey de mal humor. El


sonido paró y Joey dejó salir un gruñido—. Cuando suene de nuevo,
¡responde la maldita cosa!

Como coordinado, el teléfono sonó cinco segundos después.

Temblando, presioné el botón y puse el teléfono en mi oreja.


—Uh, ¿hola?

—Bueno, mierda, no estaba esperando que alguien respondiera —


respondió la voz al otro lado de la línea—. Tienes el teléfono de mi
amigo.

—Sí, lo sé. —Cerrando los ojos, presioné la base de mi mano en mi


frente y exhalé pesado—. Él lo dejó en el auto de mi hermano anoche.

—Anoche está un poco confuso —dijo Gibsie arrastrando las


palabras en la línea—. Así que, podrías necesitar refrescar mi memoria
al decirme ¿quién es tu hermano?

—¿Joey Lynch? —dije con un chillido, tratando de no hiperventilar


frente a mi hermano—. Él y su novia Aoife los dejaron en casa desde la
ciudad anoche. El teléfono estaba debajo de su asiento. —
Retorciéndome incontrolablemente, lancé una rápida advertencia al
decir—. Lo acabo de encontrar hace sólo dos minutos.

—Nop —respondió Gibsie después de una larga pausa—. No tengo


recuerdo de que eso haya sucedido.

—Bueno, claramente sucedió —dije de regreso, nerviosa—.


Considerando que el teléfono de tu amigo está en el auto de mi hermano.

—¿Pequeña Shannon? —Gibsie sonó divertido—. ¿Eres tú?

—Uh, sí. —Me puse roja—. Soy yo.

—¿Está tu hermano ahora contigo? —preguntó.

—Sí, pero está conduciendo, así que no usará el teléfono.

—¿Él recuerda en dónde nos dejó anoche?

—Espera, le preguntaré… —Haciendo pausa, cubrí el dispositivo


para mirar hacia Joey—. Ellos quieren saber si recuerdas en dónde está
la casa.
Joey asintió y regresé a la llamada.

—Sí, recuerda.

—¿Me puedes poner en altavoz?

—Lo intentaré. —Presionando unos botones, sostuve el teléfono


hacia la oreja de Joey—. De acuerdo, estás en altavoz ahora.

—Hola, hombre, ¿qué tal? —La voz de Gibsie salió mucho más alta
ahora, a pesar de que estaba notablemente ronco.

—Mejor que tú, por lo que se escucha —bromeó mi hermano—.


¿Qué necesitas?

—¿Podrías dejar el teléfono de Kav? —preguntó—. Siento ponerte en


esto, hombre, pero está perdiendo la mierda aquí. Se comporta
jodidamente raro cuando se trata de su información personal.

—¿Qué hay para mí? —disparó Joey, sin perder un segundo.

—Joey —susurré en siseo.

Me lanzó una rápida sonrisa.

—Mierda, hombre, no lo sé —murmuró Gibsie—. ¿Un sándwich de


lonja y una taza de té? No tengo mucho en las líneas de trueque.

Horrorizada, negué con la cabeza y articulé no, pero Joey dijo:

—Sí, genial. Llegaremos en treinta.

—¡Joey! —grité.

—Un millón de gracias —respondió Gibsie, sonando aliviado—.


Eres una buena persona.
—No hay problema —respondió Joey, tomando el teléfono fuera de
mi mano—. Y me gustan mis lonjas crujientes —añadió antes de cortar
la llamada y soltar el teléfono en el asiento a su lado—. Desvío.

—¿Qué estás haciendo? —balbuceé, con ojos abiertos—. ¡No vamos


a ir allí!

—¿Cuál es el problema? —cuestionó—. ¿Pensé que eran amigos?

—Lo conozco de la escuela, Joey —dije con voz ahogada—. ¡Eso no


significa que sea su amiga!

—Relájate, sólo vamos a dejar el teléfono del tipo.

—¡Y vas a tener el desayuno!

—Bueno, difícilmente voy a conducir tan lejos de mi camino por


nada. —Joey se rio—. Además, tengo hambre.

—Sí, por un rollo de pollo —le recordé.

—He cambiado de idea.

—¿Qué hay de Aoife? —demandé—. ¿Y los chicos?

—Aoife y los niños no regresarán hasta la una —respondió—. Ella


misma lo dijo.

—Joey, no podemos ir allí —supliqué—. Por favor.

—Shannon Lynch —dijo Joey en un tono de broma—. ¿Te estás


sonrojando?

—No —gruñí.

—Sabes que está bien para mí si te gusta, ¿lo sabes? —Joey se rio
entre dientes—. No soy ese tipo de hermano. Todo lo que quiero es que
tengas cuidado. Te he dicho a lo que está dispuesto. Se irá para el verano
así que está en ti si quieres salir temporalmente o algo.
—No quiero —mentí, mortificada—. Así que déjalo.

—Me parece bien —meditó Joey—. Entonces no deberías tener


problema al parar por algo de comida.

—Tú puedes hacer lo que quieras. —Enfurruñada, envolví los brazos


sobre mi pecho y bufé—. Yo no me voy a bajar de este auto.

Media hora de tenso silencio después, nos detuvimos afuera de un


par de gigantes puertas de acero pintadas de negro, y Joey bajó la
ventana, estiró el brazo afuera, y presionó algo en el panel.

Unos momentos después las puertas se abrieron hacia adentro.

Me quedé boquiabierta.

—¿Tienes la contraseña de su puerta?

Mi hermano se rio en respuesta.

Unos momentos después, las enormes puertas se balancearon hacia


adentro y continuamos por el largo y sinuoso camino rodeado a cada
lado por enormes árboles.

Una casa apareció a la vista unos minutos después e inhalé con


fuerza.

Oh, Dios.

¿Aquí era donde vivía?

Por supuesto que lo era.

—Guau —susurré para mí misma, atrapando la vista de la enorme


mansión estilo Victoriano con millones de ventanas y la puerta más
gigante que había visto nunca.

—Lo sé —estuvo de acuerdo Joey con mi impresionada vista.


Presionando la mejilla en la ventana, miré fijo al extenso césped y
jardines mientras el sonido de la gravilla crujiendo debajo de las llantas
llenaba mis oídos.

Era de un color gris piedra, pero estaba envuelto en tanta hiedra que
lucía casi majestuosa.

—Luce como seis veces nuestra casa a cada costado —susurré,


mirando hacia la propiedad—. Hay como, doce ventanas sólo en el nivel
superior.

Joey se detuvo afuera en la puerta frontal y apagó el motor antes de


saltar fuera.

—Deberías verlo desde adentro —dijo a la vez que alargaba la mano


y agarraba el teléfono—. Jodidamente increíble.

Mi mirada siguió a Joey a medida que se deslizaba hacia la puerta


frontal, tocó una vez, y luego entró.

Santo cielo.

Mi hermano acaba de entrar a la casa de Johnny Kavanagh.


El Rey del Clítoris es un Lastre

Johnny
Estaba en el proceso de tirar el colchón de mi cama cuando Gibsie
entró en mi habitación, silbando para sí mismo.

—Localicé tu teléfono, Kav —anunció con orgullo.

—Gracias a Cristo. —Me incliné hacia adelante con alivio y dejé caer
mi colchón sobre la base—. ¿Dónde estaba?

—En el coche de Joey.

Mis cejas se dispararon.

—¿Joey el jugador de hurling?

Gibsi asintió.

—Al parecer.

—Eres un tonto —me quejé—. Esto es tu culpa.

—Lo sé —dijo alegremente—. Pero lo va a traer para ti.

—¿Sí? —Suspiré aliviado—. Juego justo.

Agarré mi edredón del suelo, lo tiré sobre la cama y luego levanté a


Sookie con cuidado.
—Buena chica —la engatusé, sintiéndome terrible por molestarla en
primer lugar.

—Eso es seriamente antihigiénico, Johnny —dijo Gibsie con el ceño


fruncido—. ¿Dejarla dormir en tu cama así? —Se estremeció—.
Jodidamente repugnante, muchacho.

—Mira quién habla de falta de higiene —gruñí, dándome la vuelta


para mirarlo—. Ella es más limpia que tú. —Le lancé una mirada
desagradable antes de agregar—: Al menos Sook no se vomita mientras
duerme y rueda sobre éste en el sofá de mi mamá.

—Prometiste que no volverías a sacar el tema —dijo voz ahogada,


luciendo herido—. Rompe promesas.

—Gibs —espeté, esforzándome por tener paciencia—. Estoy


cansado. Estuve levantado toda la noche cuidando tu trasero borracho.
Pasé la mitad de la noche volteándote de lado para que no te ahogaras
con tu vómito, y quedándome contigo como un maldito bebé, y la otra
mitad la pasé limpiando tu vómito. Destrozaste la sala de estar. Llenaste
el baño de abajo con vómito. Casi me asfixias con tus pedos Guinness
cuando te traje aquí. Dame unas horas para superarlo primero antes de
pedirme que no lo mencione.

—Bueno, al menos lavé todos los trozos con manguera —respondió


Gibsie tímidamente—. Y la sala de estar, el pasillo y el baño han vuelto
a su antigua gloria.

—Bien —ladré—. Y, deberías. Es tu maldito vómito.

—¡Me hiciste dormir en el piso, Johnny! —resopló—. Eso fue malo.

—Porque no se puede confiar en ti con cosas bonitas.

—¿Ni siquiera una cama?

—Sí, Gerard, ni siquiera una cama.


—Sí, bueno, soy tu mejor amigo y me pusiste en el suelo —respondió
con un resoplido—. El perro se queda a los pies de tu cama y yo con el
puto suelo.

Arqueé una ceja.

—¿Estás diciendo que quieres dormir a los pies de mi cama?

Gibsie me devolvió la mirada durante varios segundos antes de reírse.

—Sí, está bien, no tengo idea de a dónde iba con eso.

—Yo tampoco, amigo —murmuré con un movimiento de cabeza—.


Yo tampoco.

—Por cierto —dijo Gibsie con una sonrisa traviesa—. Le dije a tu


hombre Joey que le haría unas fritangas por sus problemas.

—Bien. Sólo mantenlo ordenado. Mi mamá regresará en la mañana


—respondí, demasiado cansado para contemplar la terrible idea de tener
a Joey Lynch en mi casa cuando él era claramente escéptico de mis
intenciones hacia su hermana.

Y con razón…

Gibsie me miró expectante.

—No me mires así —le dije—. Ya sabes dónde está la cocina. No voy
a cocinar para ti.

—No estoy acostumbrado a la de gas. —Gibsie se encogió de


hombros con impotencia—. Tenemos estufa eléctrica en casa.

—Tu madre es panadera —espeté—. ¿Cómo es que no sabes cómo


hacer funcionar una maldita estufa?

—Y la tuya es una llamativa diseñadora de moda —respondió—.


Pero no te veo brincando por el lugar con abrigos de piel y bolsos Prada.
—Eres un bebé, ¿lo sabías? —gruñí—. Eres como un bebé de gran
tamaño del que me han dado la custodia para cuidar.

Pasé junto a él y bajé las escaleras a la cocina.

—Saca la sartén y lo que sea que estés planeando hacer —ordené—.


Y no voy a cocinar para ti —me quejé mientras me acercaba a la estufa
y encendía el gas—. Eres más que capaz de hacerlo por ti mismo.

—Esperemos que sí. —Gibsie se rio entre dientes, arrastrando los


pies hacia mí con los brazos llenos de productos de cerdo y una bandeja
de huevos.

—¿Crees que puedes arreglártelas sin quemar la casa? —bromeé


mientras me alejaba de la estufa.

—Bastante seguro —respondió Gibsie mientras se ponía a trabajar,


inclinándose precariamente cerca de la llama desnuda.

Lo miré con cautela, sin estar convencido.

—No te quemes.

—Está bien, papá —se burló antes de preguntar—: ¿Tienes bollos? —


Volviéndose hacia mí, agregó—: Me encantaría uno de los bollos de tu
mamá con mi té.

Negué con la cabeza y me mordí la lengua, decidiendo dejar que la


locura flotara sobre mi cabeza.

—Puede haber un lote en el congelador; primero tendrás que


calentarlos en el horno.

—Lo sé —se burló.

—¿Lo sabes? —murmuré por lo bajo.

Él era un lastre.
Un lastre grande, tonto y leal.

—¿Alguna vez te conté sobre la vez que tu chica me salvó de Brian?


—preguntó Gibsie mientras rompía un huevo en la sartén,
distrayéndome de mis pensamientos.

—¿Brian? —pregunté, pensando en el malvado gato bastardo de la


Sra. Gibson—. ¿Shannon te salvó de Brian?

—Claro que sí —reflexionó. Agarrando una espátula del estante, la


giró en su mano mientras hablaba—. Me encanta cómo ya ni siquiera
niegas que es tuya, amigo.

—Vete a la mierda —me quejé. La curiosidad se apoderó de mí


entonces y puse mi trasero en un taburete en la isla y lo miré—.
Cuéntame.

Gibsie se rio de mi respuesta.

—Fue el día de mi cumpleaños el mes pasado —explicó, arrojando


media docena de salchichas en la grasa chisporroteante—. Llevé a Brian
a dar un paseo a la casa de Hughie, ya sabes cómo se pone cuando se
queda solo demasiado tiempo.

—Sí. —Asentí, sin pestañear ante esta información.

Hubo al menos nueve ocasiones en los últimos dieciocho meses


cuando llegó a mi casa con el gato parecido al del Inspector Gadget.

—Se había vuelto loco, amigo —dijo—. Muy loco. Se soltó la correa
y se dirigió al baño. Cagó en la bañera.

—Como su dueño —bromeé.

—Mi madre nunca ha cagado en la bañera de nadie —gruñó Gibsie.

—No tu mamá —repliqué—. Tú.


Gibsie frunció el ceño e inclinó la cabeza hacia un lado, claramente
devanándose los sesos por el recuerdo.

Decidí ayudarlo.

—¿Partido de visitante contra esa escuela en Tipperary en tercer año?

El reconocimiento se mostró en sus rasgos.

—Oh, sí. —Se rio—. Eso no fue un baño. Fue una cabina de ducha
en los vestuarios de su escuela y esos bastardos se lo merecían. Y en mi
defensa, sólo tenía catorce años.

—En defensa de Brian, sólo es un gato —respondí.

—Ese hijo de puta sabe exactamente lo que está haciendo —se quejó
Gibsie—. De todos modos, destruyó la choza, Johnny, y fue por nosotros
cuando tratamos de recogerlo. Shannon simplemente entró y recogió al
pequeño hijo de puta peludo y lo llevó a casa. ¿Y sabes lo que le hizo? Él
ronroneó. Estaba en su maldito elemento, amigo. Encantado de la vida
acurrucado con ella.

Brian afortunado.

—¿Por qué escucho sobre esto apenas ahora? —pregunté, tratando


de mantener mi tono neutral.

—Lo siento. —Gibsie se rio—. No sabía que tenía que consultarte


cada vez que hablo con la chica.

—No tienes que consultarme —murmuré—. Sólo…

El sonido de golpes en la puerta principal llenó mis oídos momentos


antes de que una puerta al cerrarse llenara el aire.

—¿Kavanagh? —gritó una voz profunda.


—¡Entra! —llamó Gibsie, respondiendo por mí. Volviéndose hacia
mí, me guiñó un ojo y dijo—: El mejor comportamiento, amigo. El
hermano mayor está aquí.

Brillante.

Jodidamente perfecto.

—Jesucristo —dijo Joey Lynch cuando estábamos en la cocina unos


momentos después él con mi teléfono en la mano y luciendo un hermoso
moretón debajo de su ojo derecho que había estado demasiado borracho
para notar anoche.

A la clara luz del día, me encontré evaluando a este tipo.

Era alto, pero yo tenía unos buenos siete centímetros más que él,
como la mayoría de los muchachos de nuestra edad.

Obviamente, también estaba en buena forma, pero tenía ese físico


típico de lanzador con músculos magros y definidos, creado para la
agilidad y la velocidad, en lugar de acumular músculos serios.

—Deberías tener un guía turístico en la puerta principal —agregó,


mirando alrededor de mi cocina antes de fijar su mirada en mí—. Esta
casa es como un museo.

—Eso es. —Gibsie se rio—. Es una mansión.

Empujándome del taburete, cerré el espacio entre nosotros y lo


saludé.

—Gracias por esto —dije, tomando mi teléfono de él—. Agradezco


que hayas conducido todo el camino con él.

—Sí, bueno, el Rey del Clítoris fue muy persuasivo —respondió con
una sonrisa. Volviendo su mirada hacia Gibsie, arqueó una ceja
expectante—. ¿Cómo va mi comida, chef?
—Más rápido que una puta en un burdel, buen señor —gritó Gibsie
por encima de su hombro—. ¿Huevo?

—Amigo —reflexionó Joey, caminando hacia donde Gibsie estaba


agachándose y esquivando salpicaduras de grasa—. ¿Eres lo
suficientemente mayor para usar la cocina sin tu mami?

Cristo, este tipo tenía un par de bolas al entrar a mi casa y exigir


comida.

Curiosamente, me agradó.

Joey Lynch parecía una persona directa.

Respetaba eso en una persona.

—Lo dudo —respondió Gibsie con una sonrisa—. Es mi primera vez.

Gibsie jugueteó con las perillas de la estufa y una enorme llama voló
hacia arriba, chamuscándole la ceja.

—¡Jesucristo! —rugió Gibsie, abofeteándose la cara—. Estoy


prendido.

—Dame esa cosa antes de que te lastimes —ordenó Joey,


arrebatando la espátula de la mano de Gibsie y acercándose para voltear
las lonjas y los huevos.

Ajustando la estufa a fuego medio, Joey agarró el paño de cocina del


hombro de mi mejor amigo y comenzó a limpiar las salpicaduras de
grasa.

—Malditos chicos de escuela privada —murmuró en voz baja—.


Acostumbrado a que todo lo hagan por ustedes.

—Mierda, Kav. —Gibsie se rio, dando un paso atrás de la estufa—.


Me equivoqué. Este hijo de puta de aquí es el papá.
—Hazme un favor, Kav —dijo Joey por encima de su hombro—. Ve
a ver a mi hermana, ¿quieres?

Mi corazón saltó en mi pecho.

—¿Shannon?

Joey asintió y agarró un plato de la encimera. Después de poner


varios trozos de tocino en el plato, agregó:

—Ella está afuera en el auto.

—¿Por qué la dejarías en el auto? —exigí, con mi tono tenso—. Está


helando fuera.

—Porque ella no vendría —disparó Joey en lo que sonaba como un


tono de «duh»—. Puedes intentar hacer que venga dentro si quieres, pero
no cederá.

No necesitó preguntármelo dos veces.

O darme permiso una vez, para el caso.

Ya estaba de pie y me dirigía a la puerta principal.


Vapuleada por Perros y Sentimientos

Shannon
Sintiéndome conmocionada, me senté en el asiento trasero del auto
de Aoife y miré hacia la casa de Kavanagh, debatiendo mis opciones.

¿Debería entrar?

¿Debería esperar aquí?

¿Debería hacerme un ovillo y fingir que no estaba aquí?

¿Estaba su madre dentro?

¿Estaba su padre allí?

Estaba mortificada por lo que pasó el viernes, y aunque había estado


bien cuando estuvimos juntos en el pub y el cine, pasé las últimas dos
noches despierta y ahogándome en la humillación por vomitar frente a
Johnny.

Este chico me desconcertaba, y estar en su espacio personal era algo


que no sabía cómo manejar.

No estaba segura de poder manejar mis sentimientos por él.

Mi proceso de pensamiento fue interrumpido cuando dos pares de


enormes patas amarillas golpearon contra la ventana.
Sorprendida, giré mi mirada para encontrar dos perros idénticos con
collares de color rosa brillante que me miraban, gimiendo en voz alta,
con la boca abierta y la lengua colgando hacia un lado.

Sin pensarlo dos veces, deslicé el asiento de Joey hacia adelante y salí
del auto.

En cuanto mis pies tocaron la grava, fui asaltada con besos y gritos
mientras ambos perros intentaban escalar mi cuerpo.

—¡Hola, muchachos! —Me agaché y los froté a ambos.

Mi afecto sólo pareció animarlos porque uno de los perros saltó hacia
mí, sus patas golpeando con fuerza mi pecho.

—Guau.

Perdiendo el equilibrio, me derrumbé sobre mi trasero con un fuerte


ooof.

En el momento en que estuve en el suelo, ambos se lanzaron hacia


mí, babeándome por toda la cara y el cuello.

Riendo, traté de agachar la cara, pero fue inútil, porque estos perros
eran persistentes con su amor.

Lo que no noté en el auto fue que ambos perros claramente se habían


revolcado en estiércol de vaca últimamente porque sus pelajes no sólo
estaban enmarañados con barro, sino que apestaban mucho.

Después de una batalla infructuosa para ponerme de pie, terminé


boca arriba sobre la grava empapada por la lluvia, mientras me
olfateaban, pateaban y básicamente lamían cada centímetro de piel
expuesta.

—Son un par amistosos. —Me reí, renunciando a cualquier intento


de escapar. Podía sentir la humedad filtrándose en mi ropa, pero no hice
ningún movimiento para levantarme.
No podría si quisiera.

—Hola. —Me reí, sonriendo a quien había decidido que mi estómago


era el hogar perfecto para su trasero.

Tenía sus patas presionadas firmemente sobre mis hombros mientras


me lamía la cara.

—Eres una chica encantadora, ¿verdad? —arrullé, mientras me


agachaba y esquivaba una lengua a la boca.

Fue bastante inútil considerando que el otro estaba parado junto a mi


cabeza, luchando por llamar la atención.

—Cuidado —le advertí al que estaba junto a mi cabeza—. Mi cara es


sensible.

—¡Bonnie! ¡Cupcake! Suéltenla —ordenó una voz familiar desde


cerca, pero ninguno de los perros escuchó.

En cambio, parecieron aumentar sus esfuerzos de amarme hasta un


coma canino.

Unos momentos después, un par de manos se engancharon debajo


de mis axilas.

Sobresaltada por el contacto repentino, mis extremidades se cerraron


con fuerza por su propia voluntad cuando fui levantada del suelo.

Johnny me puso de pie y luego rápidamente me empujó detrás de él


mientras los perros se abalanzaban sobre nosotros.

—¡No! —ordenó. Manteniendo un brazo alrededor de mí, extendió


el otro en señal de advertencia—. Bonnie —gruñó—. Eres una chica
mala. —Sus ojos se dirigieron al otro perro que se acercaba
sigilosamente—. Cupcake, ni siquiera pienses en hacer esa mierda.

Metiendo la mano en su bolsillo, sacó una pelota de tenis y la agitó


frente a los perros, captando su atención al instante.
—Sí, lo ven, ¿no? —engatusó Johnny y luego lo arrojó al otro lado
del patio.

Aterrizó en algún lugar fuera de la vista y los dos perros corrieron tras
esta.

Aproveché la oportunidad de su distracción momentánea para


quitarme el lazo del cabello y colocarlo sobre mi hombro izquierdo,
ocultando el lado de mi cara de su vista.

—Lo siento por ellos —dijo Johnny una vez que los perros se
perdieron de vista. Volteándose para mirarme, me dio una mirada rápida
e hizo una mueca—. Jesús, te destruyeron.

Estaba tan aturdida al verlo, tan completamente insegura de qué


hacer o decir, que me tomó unos momentos aclarar mi mente y darme
cuenta de que estaba hablando… a mí.

—¿Eh?

—Tu ropa —explicó, gesticulando hacia arriba y hacia abajo.

Me miré y contuve un gemido.

Sí, tenía razón.

Fui destruida en una combinación de lodo, lluvia, mechones de pelo


y baba de perro.

—Oh, ah, sí. —Mortificada, intenté limpiarme las manos en los


pantalones de chándal azul marino, pero la baba se me pegó a los
dedos—. Sí, lo estoy —ofrecí, forzando una pequeña risa, cuando todo
lo que quería hacer era hundirme en la parte trasera del auto de Aoife y
desaparecer.

—Perdón por ellas —se disculpó Johnny, luciendo un poco


avergonzado—. Son dos salvajes.

Sacudiendo la cabeza, exhalé un profundo suspiro y dije:


—No, está bien. No me importó. Bonnie y Cupcake son muy lindas.

—Bonnie y Cupcake están sin entrenar —corrigió Johnny con una


mueca. Metiendo las manos en los bolsillos de sus pantalones de chándal
grises que llevaba puestos, agregó—: Son los perros de mi mamá. Ella
los trata como si fueran humanos, así que ellos creen que lo son.

—¿Tus padres están en casa? —pregunté, sintiéndome


increíblemente nerviosa ante la idea de que mi hermano estuviera
encerrado con cualquiera de sus padres.

Joey hablaba con franqueza y era partidario de decir lo que tenía en


mente.

Era muy posible que hablara sobre el incidente de la conmoción


cerebral.

—No, están en Dublín —me dijo Johnny—. Mi papá está trabajando


allí en este momento.

Mis ojos se agrandaron.

—¿Estás solo en casa?

Sonrió.

—No tengo cuatro.

—Lo sé —respondí, sonrojándome.

—Mis padres viajan por trabajo —explicó, teniendo piedad de mí—.


Normalmente estoy solo.

Por alguna razón, esas palabras me molestaron.

Normalmente estoy solo.

Esa era una declaración dolorosa.


Frunciendo el ceño, Johnny se estiró y ahuecó, sí, literalmente
ahuecó, mi barbilla en su mano.

—¿Qué diablos es eso? —exigió, la voz mortalmente tranquila,


mientras sus ojos azules ardían con fuego.

—¿Qué? —solté, presa del pánico.

Levantando mi barbilla, apartó mi cabello de mi hombro y soltó un


gruñido bajo.

—Eso —gruñó, arrastrando su pulgar sobre mi pómulo—. Y eso —


añadió, rozando la curva de mi ojo.

El contacto fue tan suave que me hizo saltar de los nervios en lugar
del dolor.

Dejó caer la mano de mi cara, pero permaneció exactamente donde


estaba, tan cerca que pude ver la vena latiendo en su cuello mientras abría
y cerraba la mandíbula.

—Shannon, ¿qué le pasó a tu cara?

—Oh, ¿eso? —Riendo nerviosamente, puse mi cabello detrás de mi


oreja.

Inmediatamente me arrepentí de la acción cuando sentí la baba como


un moco chapoteando entre mis dedos y cabello.

No era lo suficientemente malo parecer una persona sin hogar, tenía


que ir y agregar el cabello empapado de baba a la ecuación.

—Sí, eso —dijo Johnny, mirándome la mejilla—. ¿Quién te hizo eso?

—Nadie. Me caí sobre la torre de Lego de mi hermano anoche y casi


me mato con la mesa de la cocina. —La línea que había ensayado a la
perfección para la escuela mañana se derramó de mi boca con la
precisión experta necesaria para sonar creíble.
Había estado mintiendo durante tanto tiempo sobre el origen de los
cortes y moretones en mi cuerpo, que la mentira brotó sin esfuerzo de
mis labios.

—¿Esperas que crea eso? —Me sorprendió Johnny al decir.

Le fruncí el ceño.

Esa era una buena línea.

Era una línea creíble.

¿Por qué no lo estaba creyendo?

—Sí —dije con voz estrangulada, nerviosa por su franqueza—.


Porque eso es lo que pasó.

Arqueó una ceja.

—¿En verdad intentas decirme que te hiciste a ti misma un ojo


morado?

Me encogí de hombros sin comprometerme.

—Sucede.

—Normalmente no —soltó—. Debes haber estado corriendo a toda


velocidad para aplastarte así —agregó, mirándome a los ojos con
incredulidad—. ¿Estabas corriendo? —preguntó—. ¿De algo? —Se
acercó más—. ¿O alguien?

La autopreservación rugió a la vida dentro de mí; los rostros de mis


tres hermanos pequeños la fuerza impulsora detrás de mis siguientes
palabras.

—¿Qué estás tratando de decir exactamente?

—No estoy tratando de decir nada aquí, Shannon —respondió


acaloradamente—. Te estoy pidiendo que me digas la verdad.
—Te estoy diciendo la verdad —espeté, con la voz entrecortada—.
Deja de presionarme. —Las lágrimas escocieron en mis ojos y
rápidamente las aparté—. ¡Dios!

Me sentí terrible por mentirle a él sobre todo, pero no podía


exactamente darme la vuelta y decir «Oh, sí, cuando mi papá está lleno de
bebida, le gusta golpearme y arrojarme como un muñeco de trapo».

Fue en ese momento exacto que los cielos decidieron abrirse sobre
nosotros, lanzando una avalancha de lluvia torrencial de marzo y
empapándonos a ambos.

Agradecida por el aguacero, me di la vuelta y me apresuré a regresar


al auto.

—No hagas eso —me gritó Johnny—. No vuelvas al maldito auto.

Negué con la cabeza y abrí la puerta de un tirón.

—Lo siento, ¿de acuerdo? —Johnny me rodeó y cerró la puerta del


coche de nuevo—. No te presionaré. —Dándome la vuelta para mirarlo,
dijo—: No diré una palabra más al respecto.

Extendió la mano para tocarme la cara, pero rápidamente desvió sus


movimientos, ahuecando su nuca en su lugar.

—¿De acuerdo?

Asintiendo, solté un suspiro irregular.

—De acuerdo.

Johnny exhaló pesadamente, su expresión llena de alivio.

—Ahora, ¿quieres entrar conmigo?

—Probablemente debería esperar en el auto —murmuré, apenas


capaz de mirarlo a los ojos—. No quiero importunar, a diferencia de mi
hermano idiota que aparentemente no tiene reparos en entrar a las casas
de extraños y comer su comida.

—En primer lugar, no soy un extraño para ti, y no me estás


importunando —corrigió Johnny bruscamente mientras la lluvia caía
sobre ambos—. En segundo lugar, te invito a mi casa —agregó, pasando
una mano por su cabello ahora empapado—. Te estás empapando. —Su
mirada me recorrió una vez más antes de inclinar la cabeza hacia la
casa—. Quiero que entres.

—¿Estás seguro? —grazné.

Él asintió lentamente.

—Absolutamente.

—Eh, está bien —susurré con incertidumbre—. ¿Si estás seguro de


que estás seguro?

—Estoy seguro de que estoy seguro —bromeó Johnny—. Vamos.

Johnny se dio la vuelta y se apresuró hacia la puerta principal, sólo


para darse la vuelta y correr de regreso a donde yo estaba clavada en el
suelo.

Puso sus manos sobre mis hombros y me acompañó a la casa.

—¿Ves? —me convenció cuando ambos estuvimos adentro con la


enorme puerta cerrada detrás de nosotros—. Eso no estuvo tan mal,
¿verdad?

Negué con la cabeza.

Johnny se sacudió como lo haría un perro, haciendo que las gotas de


lluvia salpicaran por todas partes.

—¿Te estás riendo de mí, Shannon como el río? —bromeó, notando


mi sonrisa.
Negué con la cabeza de nuevo.

Sonrió con una de esas grandes sonrisas con dos hoyuelos que hacían
que mi corazón se desbocara antes de hacerme un gesto para que lo
siguiera por el largo vestíbulo de entrada y entrar en un vestíbulo
espacioso con dos arcos enormes a cada lado de la habitación, que
llevaban a Dios sabe dónde.

Con cuidado de mantener mis labios apretados, y de no dejar que mi


boca se abriera como quería, miré la enorme escalera que ocupaba el
centro del escenario, con sus intrincados balaustres de madera con
pequeñas cabezas de león talladas en la parte superior.

Mi mirada se arrastró hacia arriba hasta la parte superior de la


escalera donde ambos lados del rellano eran claramente visibles a través
de los pasamanos de madera que eventualmente se unían a la pared a
ambos lados.

—Es una casa antigua —dijo Johnny a modo de explicación—.


Como ciento cincuenta años o algo así. —Parecía incómodo mientras
hablaba—. Mi madre no quería cambiar demasiado el diseño original
cuando la compramos. Renovamos la mayoría de las habitaciones y
pusimos una cocina nueva, pero mamá quería conservar algunas de las
piezas originales. —Encogiéndose de hombros, agregó—: Ella dice que
el lugar tiene carácter o alguna mierda por el estilo.

—Ella tiene razón —susurré, dando un giro completo de 360 grados


para poder contemplar los techos ridículamente altos y los candelabros
de cristal—. Creo que podrías acomodar toda mi casa en este pasillo.

—¡Johnny! —La voz de Gibsie retumbó desde el arco de la


izquierda—. La comida ya está.

—¿Tienes hambre? —preguntó Johnny mientras me conducía por el


largo pasillo hasta la puerta del final—. Conociendo a Gibsie, quiere freír
el contenido del refrigerador.
Sacudí la cabeza, mis brazos se movieron para envolver mi cuerpo
casi protectoramente, mientras lo seguía.

—Estoy bien.

En el momento en que Johnny abrió la puerta de la cocina, nos bañó


la luz del sol y el delicioso aroma de las lonchas cocinadas.

—Hola, es la Pequeña Shannon— gorjeó Gibsie, girándose desde su


posición en una estufa de aspecto impresionante para sonreír y agitar una
espátula hacia mí—. ¿Se las arregló Johnny para convencerte de que
entraras, o fue el olor de mi increíble cocina lo que te atrajo?

—Está lloviendo —murmuré, conteniendo un escalofrío cuando la


humedad de mi ropa comenzó a filtrarse en mi piel.

—Cocinaste un huevo, Gibs, bajo mi supervisión —intervino Joey,


que estaba sentado en un taburete en la isla central—. Tú no eres Darina
Allen.

—Gracias por eso, Lynchy. —Con la sartén en la mano, Gibsie


caminó hacia donde estaba sentado mi hermano y puso un huevo en su
plato—. Me gustan mis partes masculinas.

Estirándose a través del mostrador, Joey recuperó la tetera tapada y


sirvió dos tazas de té antes de balancear la tetera en nuestra dirección.

—Shan, Kavs, ¿té?

¿Gibs?

¿Lynchy?

¿Kavs?

Esto era típico de Joey: entablar una amistad tan fácilmente como
podía chasquear los dedos.
Una repentina sacudida de celos ardió dentro de mí, la injusticia de
lo fácil que era la vida para mi hermano me hizo sentir mal.

Ese matiz de celos se disipó rápidamente por el enorme tsunami de


culpa que me envolvió.

Joey no lo tuvo nada fácil.

Sacaba lo mejor de cada situación.

Sólo estaba tratando de sobrevivir como el resto de nosotros.

—¿Puedo traerte una toalla o algo? —ofreció Johnny en un tono bajo,


su mirada arrastrándose sobre mí. Frunciendo el ceño, añadió—: Estás
empapada.

—Maldición —ladró Joey entonces, sorprendiéndome—. ¿Qué en el


nombre de Jesús te pasó?

Dejando la tetera, se puso de pie y caminó hacia mí.

Inclinándose más cerca, Joey me olió y luego retrocedió


rápidamente.

—Jesucristo, Shannon —dijo con arcadas—. ¿Sobre qué rodaste…


Mierda de perro?

Guau, vaya tacto, hermano mayor, muchas gracias…

—¡No! —negué y luego traté de olfatearme discretamente—. No


apesto.

—¿No apestas? —replicó Joey burlonamente—. Estás tan


desagradable que mis ojos están llorosos.

¡Dios, Joey!

—Mis perros la vapulearon —intervino rápidamente Johnny,


pasándose otra mano por el cabello. Gotas de agua seguían goteando
desde sus anchos hombros hasta las baldosas del suelo mientras
hablaba—. La tiraron y rodaron sobre ella.

—Eh —dijo mi hermano—. Es curioso cómo mi hermana siempre


parece ser vapuleada y golpeada cuando estás cerca de ella, Kavanagh.

La mandíbula de Johnny se apretó, pero no respondió.

Volviendo su atención hacia mí, Joey dijo:

—Tienes que quitarte esa ropa mojada, Shan, antes de que te dé


neumonía.

Abrí la boca para responder, pero mi hermano continuó sin darme


oportunidad.

—¿Tienes algo que ella pueda ponerse? —preguntó Joey, mirando a


Johnny—. ¿O un poco de lejía para enmascarar ese maldito olor?

Johnny asintió lentamente.

—Sí, puedo encontrar algo…

—¿O simplemente podemos irnos? —ofrecí, mirando a mi hermano,


rezando para que entendiera la indirecta—. Deberíamos irnos a casa,
Joey.

—No vas a subir al auto de mi novia oliendo así —replicó Joey.

—No seas un imbécil —gruñí—. Llévame a casa.

—Ustedes no pueden irse a casa todavía. No hemos tenido té ni


charlas —dijo Gibsie—. Y tengo bollos horneando en el horno.

—¿Horneaste bollos? —pregunté, momentáneamente distraída—.


¿Tú?

—Sí, yo —respondió Gibsie, luciendo levemente herido—. Quiero


que sepas que soy un panadero maravilloso.
—Lo siento —respondí rápidamente, sin querer ofenderlo—.
Simplemente no me pareces un panadero.

—Relájate, te estoy tomando el pelo. —Se rio—. No tengo ni idea de


lo que estoy haciendo. —Señaló la estufa y dijo—: Por lo que sé, esos
bollos podrían ser asesinos.

—¿Bollos asesinos? —Arrugué la nariz ante el concepto—. Entonces


espero que no te importe si paso.

Gibsie se rio entre dientes.

—Me gustas. —Miró por encima de mi cabeza y dijo—: Me gusta —


antes de volver a prestarme atención—. Pero no el olor. —Se tapó la
nariz con los dedos y agregó—: Tu hermano tiene razón, tienes que
cambiarte.

—Está bien, me voy a casa… —comencé a decir, pero una vez más
fui interrumpida, esta vez por Gibsie.

—Johnny, ella puede tomar una ducha aquí, ¿no?

Se me salieron los ojos de las cuencas.

—¿Qué?

—Uh, sí, supongo —respondió lentamente Johnny, que todavía


estaba parado detrás de mí—. ¿Si ella quiere?

Joey, que había regresado a su lugar en la isla, asintió con la cabeza.

—Buena idea, Gibs —concordó entre bocados de huevo y


salchicha—. Lávate ese olor a perro mojado antes de que tengamos que
conducir a casa en espacios reducidos.

—No apesto —murmuré.

—Apestas —dijeron Gibsie y Joey al unísono.


—Váyanse a la mierda y déjenla en paz —intervino Johnny, sonando
molesto—. Ella no huele mal en absoluto.

—No lo hueles porque eres inmune —replicó Gibsie. Dirigiéndose a


Joey, dijo—: Él deja que el chucho duerma en su cama todas las noches.

—Vuelve a llamar chucho a mi perro y usarás esa sartén de sombrero


—advirtió Johnny.

—Mis más sinceras disculpas, amigo. —Gibsie levantó las manos en


señal de retirada—. Nunca quise insultar a tu precioso galgo.

Ignorando las risitas y las bromas, me giré y miré a Johnny.

—Lo siento mucho por esto.

Su atención pasó de los chicos a mí y se quedó allí.

—Está bien, Shannon. —Su voz era impasible, pero sus ojos ardían
con algo que tenía miedo de descifrar porque tenía la clara sensación de
que en ese momento, mis ojos reflejaban los suyos—. Puedes lavarte en
mi baño.

—No, honestamente, está bien. —Mi cara ardía de vergüenza—. No


tengo que ducharme en tu casa.

—Ah, sí que tienes —gritó Joey—. Hablaba en serio cuando dije que
no te subirías al auto de Aoife de esa manera. Podría hacer que corrieras
con el estado en el que te encuentras.

—Por el amor de Dios —espetó Johnny.

Abrió la puerta de la cocina, me tomó de la mano y prácticamente


me arrastró por el pasillo.

—Vamos —ordenó—. Te cuidaré.


—Uh, está bien —dije con voz estrangulada, porque con toda
honestidad, ¿qué esperanza tenía de decir que no cuando un jugador de
rugby gigante me estaba arrastrando por su casa?

—Para que conste —gritó Johnny por encima de su hombro mientras


tiraba de mí escaleras arriba, girando a la derecha cuando llegamos al
rellano de arriba—. No creo que huelas tan mal.

—Eh, ¿gracias? —dije con la voz tensa, insegura de la respuesta


apropiada a un chico que te dice que no hueles tan mal, y demasiado sin
aliento para pensar en algo mejor.

Se movía rápido, mi mano aún envuelta en la suya, y tuve que correr


para seguir sus largas zancadas.

No dejó de moverse hasta que llegamos al final del rellano y nos


paramos frente a una puerta cerrada.

Me di cuenta de que habíamos pasado al menos media docena de


otras puertas en esta sección del rellano, pero estaba demasiado mareada
por tratar de seguirle el paso para hacer un balance real de mi entorno.

Soltando mi mano, Johnny empujó la puerta hacia adentro y entró,


haciéndome un gesto para que lo siguiera.

Lo hice, y fue como entrar en una versión de dormitorio del salón de


la fama.

La habitación era enorme, las paredes eran azules y la enorme cama


con dosel ocupaba el centro del escenario.

Había un centro de entretenimiento frente a la cama que parecía un


cine en miniatura, pero ninguno de esos detalles que lo que se destacó en
mi mente.

Fueron las filas y filas de trofeos y medallas que se ordenaban en las


paredes lo que atrajo mi atención inmediata.
Jerseys enmarcados cubrían las paredes, junto con varias gorras de
aspecto peculiar y carteles del equipo de rugby irlandés.

Había un enorme escritorio de roble instalado en el espacio de la


pared del fondo entre dos ventanas.

Encima del escritorio había una computadora portátil de aspecto


costoso y montones de libros escolares y exámenes.

Encima colgaba una enorme pizarra de corcho, fijada a la pared.

Pegadas a la pizarra había innumerables fotografías de diferentes


atletas famosos.

Todas en las cuales, Johnny estaba parado al lado de ellos en las fotos.

—Entonces —dijo Johnny encogiéndose de hombros—. Esta es mi


habitación.

Caminó hacia su cama y pateó varias prendas debajo de ella.

—Es una linda habitación —respondí, mordiéndome el labio


mientras miraba alrededor.

Al estilo típico de un adolescente, era un completo desastre con los


carteles obligatorios de chicas semidesnudas con enormes pechos que
adornaban las paredes.

La ropa estaba esparcida por todas partes, y los controles y juegos de


PlayStation estaban esparcidos por el suelo junto al televisor junto a un
par de pufs de cuero.

—Puedes ducharte aquí —dijo Johnny entonces. Sacudiendo la


cabeza, entró en acción, moviéndose hacia una puerta en la esquina
izquierda de su habitación, cerca de su cama.

—¿Si estás seguro? —solté, sintiéndome increíblemente intimidada


por estar de pie en su espacio personal y potencialmente quitarme toda
la ropa.
Éramos virtualmente extraños.

Parecía mal estar en su espacio.

Parecía mal, pero se sentía tan bien…

—Sí, no hay problema —respondió rápidamente, abriéndome la


puerta. Asomó la cabeza dentro por un breve momento antes de volver
a salir—. Hay toallas limpias en el estante. Usa lo que quieras.

Santo cielo.

Esto era una locura.

Era demasiado surrealista.

Salí de mi casa esta mañana para comprar papas fritas y una lata de
Coca-Cola, y ahora estaba parada en la habitación de Johnny Kavanagh,
a punto de tomar una ducha en su baño privado.

¿Cómo estaba pasando esto?

—¿Quieres que eche tu ropa a la secadora mientras estás en la ducha?


—preguntó, sorprendiéndome de vuelta al presente.

—¿Mi ropa? —Mis manos se movieron a mi centro y rápidamente


negué con la cabeza—. Eh, no, está bien.

Asintió rígidamente y lo vi patear varias prendas más debajo de su


cama.

—Te daría algo de mi madre, pero ella cierra su cuarto de ropa


cuando viaja.

—¿Su cuarto de ropa?

—Sí, ella, eh, mi mamá trabaja con ropa. —Johnny se movió


incómodo—. Si me preguntas, es más un jodido guardarropa gigante de
una habitación, pero ella lo llama su oficina. —Sonrió entonces,
claramente pensando en algo divertido—. Gibs entró allí una vez y
destrozó una pieza importante para una nueva línea en la que estaba
trabajando, así que ahora la mantiene cerrada cuando está en Londres.

—¿Tu mamá diseña ropa?

—Sí.

Mis ojos se agrandaron.

—¿Como una diseñadora de moda?

Johnny asintió.

—¿En Londres?

Otro asentimiento.

—¿En serio?

—Sí.

Guau…

—¿Qué hace tu padre? —murmuré—. ¿Es doctor?

—No, es abogado— respondió sin pestañear.

Jesús.

Su madre era diseñadora de moda y su padre un maldito abogado de


clase alta.

Bueno, al menos eso explica la mansión en la que estoy parada.

La mirada de Johnny se dirigió rápidamente a su casillero junto a la


cama y luego se apresuró y abrió el cajón superior antes de barrer el
contenido de arriba en el cajón.
—Iré a buscarte algo mío en lo que puedas cambiarte —murmuró,
con las mejillas ligeramente rosadas, mientras cerraba el cajón y pateaba
un montón de papeles que se habían caído de su casillero debajo de la
cama—. Dejaré algo de ropa en la cama en caso de que quieras… Sólo
elige lo que quieras.

Dudé, dando un paso adelante y tres pasos atrás, antes de respirar


hondo y caminar hacia la puerta del baño.

Johnny se hizo a un lado para que pasara, pero era tan grande que
aun así logré rozarlo.

—Gracias, Johnny —susurré antes de apresurarme a entrar en su


baño con un caso de hormonas al rojo vivo y el corazón desbocado.

—De nada, Shannon —lo escuché decir justo antes de cerrar la


puerta.

Oh, Jesús.

¿Qué demonios estaba pasando?


Respuestas

Johnny
—Tengo una pregunta, Joey el jugador de hurling —gruñí cuando volví a
entrar en la cocina, habiendo depositado a su hermana desnuda en mi
ducha.
—Ve por ello, Sr. Rugby —respondió Joey, imperturbable.

Giré mi mirada hacia Gibsie y señalé la puerta.

—Necesito un minuto, Gibbs.

Mi mejor amigo debió ver la furia en mis ojos porque, por una vez en
su vida, no hizo un comentario inteligente ni soltó un chiste.

Sólo se levantó y salió de la cocina, cerrando la puerta tras de sí.

—Ahora —dije cuando estuvimos solos, con los ojos fijos en Joey—
. ¿Quién carajos está poniendo sus manos sobre tu hermana?

Las cejas de Joey se dispararon.

—Sí, me escuchaste —gruñí—. La encontré de manos y rodillas en


la escuela el viernes, vomitando sus tripas. —Me pasé una mano por el
pelo, furioso y más que agitado—. Algo le está sucediendo y quiero saber
qué es.

—¿Por qué?
—Porque quiero arreglarlo.

—¿Por qué?

—Porque nadie debería poner sus malditas manos sobre ella —solté.

—¿Qué te ha dicho ella? —preguntó calmadamente.

—Que se cayó sobre Legos —dije.

Se cayó sobre Legos, mi culo.

Cayó en un puño más bien.

Joey me estudió con sus afilados ojos verdes durante mucho tiempo
antes de asentir.

—Si Shannon dice que eso es lo que pasó, entonces eso es lo que
pasó.

—¡No, no! No me vengas con esa mierda —siseé, frustrado—. Está


no es la primera vez que la veo con marcas. —Recuerdo claramente una
marca roja en su rostro un par de semanas atrás, y esa marca en su nuca
el viernes—. ¿Qué le está pasando?

Joey se recostó en su taburete, mirándome con una puta expresión de


superioridad que odié.

Él sabía algo que yo no, y me estaba volviendo loco.

Sí, ya no estaba seguro de que me gustara tanto Joey el jugador de hurling.

—¿Quién le está haciendo daño a tu hermana? —repetí.

Tenía que darme algo antes de que sacara conclusiones y le diera una
patada en el culo.

—¿Son esas idiotas de tu colegio?

¿Se desquitaron con ella por lo que hice en el bar el viernes?


—¿Fueron ellas? —exigí— ¿Esas chicas?

Joey permaneció en silencio.

—¿Se está haciendo daño a sí misma? —pregunté.

Siguió mirándome fijamente.

—¿Tú la estás lastimando?

Arqueó una ceja.

—Muchacho, será mejor que empieces a hablar, porque hermano o


no, te patearé el puto culo.

—Necesitas hablar con Shannon —dijo—. No puedo darte las


respuestas que quieres.

—Sí, puedes —grité—. Sólo debes abrir tu boca y hablar.

—No. —Sacudió su cabeza—. No puedo y no lo haré. Sí ella confía


lo suficiente en ti, te contará. Si no lo hace, no lo hace. De cualquier
manera, no es mi decisión.

—¿Qué carajos se supone que significa eso? —exigí, furioso—. ¿No


es tu decisión?

—Exactamente como suena —replicó Joey—. Significa que no es mi


decisión. Pero te puedo asegurar que nunca he tocado a mi hermana —
añadió, lanzándome una dura mirada—. Ni a ninguna otra mujer, de
hecho.

—Quiero saber qué está pasando aquí, Lynch —espeté, luchando por
cada pieza de control que podía reunir— Si está siendo intimidada o algo
así, entonces puedo ayudar. Puedo arreglar esto si me lo dices.

Sus cejas se alzaron.

—¿Puedes arreglar esto?


—¿Para ella? —Asentí con determinación—. Absolutamente.

—Te gusta. —Arqueó otra ceja hacia mí e inclinó la cabeza hacia un


lado—. Tal vez incluso más que gustar.

No me molesté en negarlo.

No a él.

No se trataba de Gibsie, ni de uno de los chicos de la escuela que


intentaba sacarme de quicio.

Este era su hermano.

Sabía que no debía soltar tonterías en este momento.

—Quiero saber que está sucediendo —fue todo lo que respondí—. Lo


necesito.

—Escucha, me encantaría decírtelo —dijo finalmente Joey con un


fuerte suspiro—. No tendría ningún maldito problema en exponerlo todo
para ti. No tengo nada que esconder. Pero ella… —Señaló la puerta
detrás de mí—, no querrá que lo haga. Se moriría si pensara que alguien
conoce sus asuntos. Después de toda la mierda que le cayó encima en
ECB, quiere ese borrón y cuenta nueva en Tommen. También quiero eso
para ella.

—Entonces, ¿ella está siendo intimidada? —Mi corazón se hundió—


. ¿Alguien de Tommen? —Sí alguien de mi escuela le hizo eso a su rostro
entonces iba a quemar la maldita escuela—. ¿O alguien de su antigua
escuela?

Me costaba creer que esos asquerosos del bar fueran tan estúpidos
como para volver a hacer una jugarreta con ella.

Llámame engreído, pero el viernes les di un susto de muerte.

Joey me miró fijamente durante mucho tiempo antes de negar con la


cabeza.
—Escucha, Kavanagh —dijo finalmente—. Si quieres saber lo que
pasa dentro de su cabeza, lo debes merecer.

—¿Merecer? —Fruncí el ceño ante sus palabras—. ¿Merecer qué?

—Eres un tipo inteligente —respondió—. Ya te darás cuenta.

Sacudí la cabeza.

—Yo no...

Mis palabras fueron cortadas por el sonido del teléfono de Joey al


sonar con fuerza.

Tan calmado como una brisa, levantó un dedo y sacó el teléfono del
bolsillo, echó un vistazo a la pantalla y murmuró una retahíla de
maldiciones antes de acercarlo a su oreja.

—¿Qué carajo quieres? —espetó.

Levantándose del taburete, Joey se acercó a la cocina y me dio la


espalda mientras hablaba en voz baja.

—No, ya te lo han dicho… no hay vuelta atrás… me importa una


mierda cuánto lo sientas… no… ¿Dónde está?

Vi como todo el cuerpo de Joey se ponía rígido.

Me esforcé por oír a la persona de la otra línea, pero era imposible.

—¿Cuándo pasó eso… y el bebé… está bien… no… qué diablos


quieres que te diga... por qué iba a estar triste… es un maldito alivio eso
es lo que es… bien… sí, estaré allí… acabo de decir que estaría allí, ¿no?

Joey miró detrás de sí y me atrapó mirándolo.

Arqueé una ceja, sin importarme una mierda que supiera que estaba
escuchando a escondidas.
Eso es lo que estaba haciendo.

No iba a negarlo.

—Estaré allí —dijo Joey en un tono bajo—. Voy para allá

Terminó la llamada y se metió el teléfono en el bolsillo.

—Tengo que irme —dijo con su tono tranquilo y sereno.

—¿Irte? —Me quedé boquiabierto—. ¿Adónde?

—Tengo que ir a un sitio —fue lo único que respondió y se dirigió


hacia la puerta.

—Espera un momento —ordené, interponiéndome en su camino—.


Tu hermana está en la ducha.

—Sí. —Se frotó la mandíbula y dijo—: Voy a necesitar que te quedes


con ella.

—¿Quedarme con ella? —Sacudí la cabeza, intentando comprender


qué carajo estaba pasando—. ¿Quieres que me quede con tu hermana?

—Eso es lo que dije, ¿no? —replicó Joey con fuerza.

—No estás diciendo nada —gruñí—. Ese es el problema. No me estás


diciendo una mierda.

—Te lo he dicho —espetó—. Te dije que le preguntaras a Shannon.

—Entonces, ¿vas a dejarla aquí? —pregunté—. ¿Por cuánto tiempo?

—No lo sé —respondió Joey.

—¿No lo sabes?

—Sí, no lo sé, joder —espetó—. ¿Es eso un problema?


—No es un problema que esté aquí —gruñí—. Es un problema que
la dejes aquí y no tenga ni puta idea de qué decirle.

—Bien —espetó Joey, mirándome con sus ojos verdes ardientes—.


Dile a mi hermana que nuestro padre acaba de llamar. Nuestra madre tuvo
un aborto espontáneo el viernes por la noche, y ahora está de camino a
casa desde el hospital con ella.

—Mierda —murmuré.

—No tienes ni puta idea —me dijo Joey mientras me empujaba y se


iba furioso por el pasillo.

—¿Quieres que la lleve directamente a casa? —pregunté, sin tener ni


puta idea de cómo afrontar la situación. Lo seguí, sintiéndome
completamente perdido—. O que la lleve al hospital…

—Quiero que no la dejes —rugió Joey. Se detuvo en la puerta


principal, giró sobre sí mismo y me fulminó con la mirada—. ¿Puedes
hacer eso, Johnny Kavanagh? ¿Puedes cuidar a mi hermana por mí?

—Sí —espeté, sin que me gustara su tono, pero sabiendo que debía
de sentir algún tipo de pena—. Puedo hacerlo.

—Bien —espetó—. Llamaré cuando pueda arreglar lo de recogerla.


Quédate con ella hasta que te llame, ¿de acuerdo?

¿Arreglar lo de recogerla?

¿Qué carajo se creía que era su hermana?

¿Un maldito paquete?

Sabiendo que debía de estar pasando por un infierno, asentí,


introduje mi número en el teléfono que me tendía y se lo devolví.

—¡Gussie! —ladró Joey, deslizando su teléfono de nuevo en su


bolsillo—. Me voy ahora por si quieres dar una vuelta por la ciudad para
recoger tu coche.
Gibsie asomó la cabeza por la puerta del salón.

—¿Está todo bien? —preguntó, mirando entre nosotros con


confusión.

—Ve —le dije a Gibsie, haciéndole un gesto para que siguiera a Joey,
que se dirigía a su coche por el camino de entrada.

—¿Estás seguro?

Asentí con rigidez.

Por suerte, Gibsie tuvo la sensatez de no hacer preguntas.

En lugar de eso, me saludó y se apresuró a seguir al hermano de


Shannon.

Exhalando un suspiro entrecortado, me acerqué a la puerta y la cerré


en silencio.

¿Qué carajo iba a hacer?


Malas Noticias

Shannon
Tardé un tiempo ridículo en conseguir la temperatura adecuada en la
ducha de Johnny, porque, al parecer, le gustaba incinerarse la piel al
ducharse.

Cuando por fin conseguí bajar la temperatura a un calor soportable y


sentí cómo los chorros de agua bañaban mi cuerpo, me costó mucho
salir.

En serio, su ducha era increíble.

Era una combinación de bañera y ducha, y yo tenía que estar de pie


en una bañera ovalada con una cortina cruzada, pero juro que eso
contribuyó a que me diera el baño más placentero de mi vida.

Usar su champú y su jabón me pareció extrañamente inapropiado,


como si no debiera hacerlo, pero estaba sucia y olía fatal, así que me
enjaboné el cuerpo con muestras de todos los frascos de aspecto elegante
que había en el estante.

Cuando por fin estuve limpia y olía a gel de baño para chicos (y no a
perro mojado), salí, me envolví en una toalla limpia e hice un ovillo con
la ropa sucia.
El olor que desprendía mi ropa era tan asqueroso que enseguida dejé
caer el fardo y tuve que respirar por la boca durante unos instantes para
evitar las arcadas.

Joey y Gibsie tenían razón.

Realmente apestaba.

No había forma de volver a ponerme nada de lo que tenía sin


vomitar.

Apoyé la oreja en la puerta y escuché atentamente para asegurarme


de que su dormitorio estaba vacío antes de abrir la puerta y salir.

Al ver que estaba vacío, exhalé un suspiro de alivio y me acerqué de


puntillas a su cama, donde había un montón de ropa amontonada en el
borde del colchón.

Recogiéndome el pelo húmedo sobre un hombro, empecé a ordenar


el montón de ropa que él me había dejado.

Rebuscando entre media docena de camisetas, agarré la más


pequeña, que resultó ser la talla XL.

Era azul, suave al tacto y olía a Johnny.

Me la puse rápidamente.

El dobladillo me llegaba a medio muslo y las mangas me llegaban


hasta los codos, haciéndome saber que yo era prácticamente un hobbit
en comparación con él.

Temblando de frío, me puse a rebuscar entre los pantalones, y mi


ansiedad aumentaba con cada pantalón de chándal enorme que
levantaba.

Apreté un par contra mi cuerpo y solté un sollozo frustrado cuando


me llegaron al pecho.
Mis ojos se posaron en el par de bóxers blancos tirados en medio del
montón y exhalé un suspiro.

¿Quería dejarlos ahí?

¿Eran para mí?

¿Era raro?

Joder, ¿eran de Calvin Klein?

Al mirarlos más de cerca, confirmé que, efectivamente, eran


calzoncillos de diseñador.

Mis bragas venían en un paquete de siete por cinco libras.

En ese momento, fui plenamente consciente de nuestras diferencias


sociales.

Su madre era diseñadora de moda, por el amor de Dios.

La mía era limpiadora.

Su padre era abogado.

El mío también pasaba mucho tiempo en los tribunales, al otro lado


de la ley.

Su casa apestaba a dinero y lujo.

La mía apestaba a whisky y dolor.

Miré los pantalones de chándal que tenía en las manos y luego los
bóxers de cintura elástica que había sobre la cama.

Si algo que pertenecía a Johnny iba a quedarme remotamente bien,


serían esos.

Intentando no pensar demasiado en ello, agarré los bóxers, me los


puse y me los subí.
Supuse que eran los bóxers ajustados, pero a mí me quedaban sueltos
y holgados, aunque se mantuvieron en mis caderas.

¿Qué haces?

¿Qué demonios estás haciendo?

El pene de Johnny ha tocado estas cosas.

Y ahora tu vagina también.

¡Prácticamente estás teniendo sexo con él!

La incertidumbre se apoderó de mí y me los quité de un tirón antes


de volver a agarrar los pantalones de chándal y ponérmelos.

Como había previsto, me quedaban enormes, me llegaban al pecho,


y en cuanto solté la cintura se me cayeron hasta los tobillos.

Volví a subírmelos, me los agarré a la cintura y entré torpemente en


el baño, intentando no tropezar con las piernas.

Recuperé la goma del pelo que había dejado en el estante de la ducha,


hice un nudo flojo en el lateral de los pantalones y los aseguré.

Funcionó por unos dos segundos, hasta que volvieron a caer al suelo.

Malhumorada, volví a ponerme los bóxers, ignoré la voz de mi


cabeza que me decía que aquello estaba mal, saqué la goma del pelo del
chándal traidor y le hice un nudo firme a los calzoncillos.

Sin saber qué hacer a continuación, volví a su habitación y empecé a


doblar la ropa desechada.

No tenía ni maldita idea de por qué lo hacía, pero tenía la sensación


de que él no lo haría y no quería que se quedara con la ropa arrugada por
haberla sacado toda de su armario en mi beneficio.
Estaba doblando la última camiseta sobre la cama de Johnny cuando
noté que algo sobresalía de debajo de su cama.

Algo que se parecía a mí.

Me agaché, agarré el periódico con manos temblorosas y me quedé


mirando la foto de nosotros.

La guardó.

En su habitación.

Debajo de su cama.

Mi corazón saltó contra mi pecho.

No significa nada.

Es una foto bonita.

Eso es todo.

No le des importancia.

Estaba completamente absorta en mis pensamientos cuando se oyó


un gemido grave procedente de algún lugar cercano.

Dejé caer el periódico al suelo, me quedé completamente quieta y


escuché con atención.

Unos segundos después, el gemido volvió a sonar.

¡Procedía de la cama!

Asustada, agarré con fuerza una camiseta doblada al azar y bajé la


cara hasta donde estaba el edredón hecho una bola a los pies de la cama.

Estaba segura de que de ahí provenían los gemidos.

—¿Hola? —susurré, con los ojos clavados en el edredón.


Se movió en respuesta, el edredón se movía hacia adelante y hacia
atrás rápidamente.

—Dios mío —grité, tambaleándome hacia atrás.

Dejé caer la camiseta de Johnny al suelo, me llevé una mano al pecho


y observé la cama como si fuera una escena sacada de Poltergeist.

—¿Hay alguien ahí? —pregunté cuando recuperé la voz.

Tenía que estar imaginándomelo.

En realidad, no se había movido.

Sólo estaba hiperalerta.

Estaba perdiendo la maldita cabeza.

—¿Hola?

El edredón se movió de nuevo.

—¡Oh, Dios mío!

El edredón empezó a levantarse.

¡A la mierda!

Esta vez grité con todas mis fuerzas y me lancé lejos de la cama.

Al golpearme contra la cómoda que tenía detrás, perdí el equilibrio y


caí de bruces al suelo, rozándome la barbilla con la madera.

Sin inmutarme, me puse en pie, pero me caí al suelo cuando mis pies
se atascaron en unos pantalones gigantes que había olvidado recoger.

Liberé el pie de una patada y, sin dejar de gritar, me levanté del suelo
y salí disparada hacia la puerta del dormitorio.
Se abrió al mismo tiempo que yo tiraba del picaporte y me encontré
con un Johnny de mirada desconcertada.

—¿Qué pasa? —preguntó, con los ojos brillantes de preocupación—.


Shannon, ¿qué carajo pasó?

—¡Hay algo en tu habitación! —grité, abalanzándome sobre él—.


Dios mío —medio sollocé/medio grité mientras me arrastraba por su
enorme cuerpo y le rodeaba con los brazos y las piernas—. ¡Tienes que
salvarme!

—¿Qué quieres decir con que hay algo en mi habitación? —preguntó


Johnny mientras me rodeaba la cintura con sus brazos—. ¿Shannon?

Intentó apartarme de él, pero yo me agarré con más fuerza, apretando


los muslos y los brazos todo lo que pude.

Exhalando con fuerza, me frotó la espalda con una mano y preguntó


en un tono mucho más suave:

—¿Qué pasó?

—Hay algo en tu cama.

Cerré los ojos y me aferré a su cuerpo con todas mis fuerzas.

—Bajo las sábanas —dije mientras me recorría un enorme


escalofrío—. No estoy bromeando. Lo vi moverse… ¡dos veces! —Enterré
la cara en su cuello y dije con voz ahogada—: ¡Creo que tienes un
fantasma en tu cama!

—Shannon, no tengo un fantasma en mi cama —respondió Johnny,


sonando divertido ahora.

—Sí, lo tienes —espeté, estremeciéndome de nuevo—. Lo he visto, y


no te rías de mí.

—No me río de ti —me dijo, mientras se reía—. Vamos, te


demostraré que aquí no hay ningún fantasma.
Se dispuso a entrar en la habitación y mis manos salieron disparadas,
agarrándose al marco de la puerta para detenerlo.

—Llévame a casa —supliqué, con los ojos muy abiertos y


horrorizada—. Por favor. No me metas ahí. Estoy aterrorizada, Johnny.

Me hizo volver de todos modos, marchando hacia la habitación


conmigo agarrada a su alrededor como un mono bebé.

—Mira tu fantasma, Shannon. —Se rio cuando llegamos a la cama.

—No puedo. —Cerré los ojos y negué con la cabeza, volviendo a


enterrar la cara en el pliegue de su cuello—. No quiero verlo. —Olía tan
bien que la colonia que llevaba me llegaba a la nariz, así que al menos
podía morir oliendo algo maravilloso.

Un ladrido llenó mis oídos, deteniéndome a mitad de la crisis.

—Hola, bebé —dijo Johnny—. Le has dado un susto de muerte a mi


amiga.

¿Bebé?

Lentamente, levanté la cabeza y me volví hacia la cama.

Un labrador negro se asomaba por debajo del edredón.

Me invadió un tsunami de alivio, seguido de una generosa dosis de


realidad.

El perro salió de debajo de las sábanas meneando la cola con tanta


fuerza que golpeó el colchón.

—Shannon, esta es Sookie. —Johnny se rio—. Tu fantasma.

—Oh. —Desbloqueando mis brazos y piernas, me deslicé por su


cuerpo, cada centímetro de mi piel ardiendo de vergüenza—. Oh, eso
tiene más sentido.
Mareada, me hundí en el borde de su cama, me llevé la mano al
pecho y exhalé un suspiro tembloroso.

—Tu perro —jadeé, respirando con dificultad—. Duerme en tu


cama.

No era una pregunta.

Intentaba atar cabos.

—Dije hola y movió la cola. Pensé que era un…

—¿Fantasma? —ofreció Johnny, sonriendo.

Negué con la cabeza.

—No hagas bromas —susurré, todavía temblando mientras la


adrenalina dentro de mí se disipaba lentamente—. Todavía no.

Sookie tocó con su húmeda nariz mi muslo desnudo y lo acarició


suavemente, distrayéndome.

—Mírate —susurré, prestándole atención.

Por el pelo blanco de su cara estaba claro que era una perra vieja.

—Eres tan dulce. —Me acerqué, le puse la mano en la cabeza y la


acaricié suavemente.

—Esta sí que es dulce —dijo Johnny—. Es mía, y se porta mucho


mejor que las otras dos.

—Bueno, Sookie, casi me provocas un infarto con tus impresionantes


habilidades para esconderte —añadí, sintiendo que mi corazón volvía
lentamente a su ritmo natural—. Pero sigues siendo muy dulce.

—¿Estás bien? —preguntó Johnny, ahora con tono serio.


Sentí que el colchón se movía a mi lado, pero no levanté la vista de
su perro.

—Debería haberte avisado que estaba aquí —añadió—. Estoy tan


acostumbrado a ella que me olvidé por completo. Puede pasarse horas
desmayada aquí arriba.

—Está bien —susurré, manteniendo la atención en Sookie.

—¿Está bien o tú estás bien?

Me mordí el labio y me lo pensé un momento antes de decir:

—Está bien y estaré bien.

Dejando caer la cabeza entre las manos, solté un gemido bajo.

—Dios, qué vergüenza. ¿Me han oído gritar en la cocina?

—En realidad, sólo fui yo —respondió—. Iba a subir a hablar contigo


cuando te oí gritar.

Mi corazón se aceleró.

—¿Hablar conmigo?

—Sí, tu hermano tuvo que irse mientras estabas en la ducha.

—¿Joey se ha ido? —balbuceé, sintiendo una repentina oleada de


pánico recorrerme—. ¿Ocurre algo?

Johnny asintió y juntó las manos, apoyando los codos en sus enormes
muslos.

—¿Qué pasa? —espeté—. ¡Dímelo, Johnny!

—Es, ah, es tu mamá, Shannon —dijo finalmente, con tono ronco.

—¿Mi mamá? —susurré—. Oh, Dios mío, ¿está muerta?


—No, no, joder, no —se apresuró a decir Johnny. Volviéndose hacia
mí, exhaló un suspiro dolorido, tomó mi mano temblorosa entre las
suyas, grandes y cálidas, y dijo—: Tuvo un aborto espontáneo.

Tuvo un aborto.

Tu madre ha perdido al bebé, Shannon.

¡Siente algo!

¡Siente algo, maldita sea!

Estaba muerta por dentro.

Tenía que estarlo.

Eso o estaba completamente mal.

No había otra explicación.

Sentir alivio por la pérdida de un embarazo era el crimen más


repugnante, horrible e imperdonable sobre la faz del planeta.

Y eso fue lo primero que sentí cuando esas palabras salieron de la


boca de Johnny.

Una abrumadora oleada de alivio inundó mi cuerpo durante


brevísimos instantes, mientras mi cerebro registraba la gratitud que
embargaba mi corazón al saber que otro niño no nacería en este infierno.

Ya era bastante malo haber nacido en esta vida.

—Lo siento muchísimo, Shannon —dijo Johnny, apretándome la


mano—. Odio haberte tenido que decir esto.

—¿Ella está bien? —balbuceé, cuando las palabras me encontraron.

Johnny asintió.
—Tu hermano dijo que ella está bien, y que tuvo el aborto
espontáneo el viernes, aunque probablemente sabías que ella estaba en
el…

—Sí —mentí rápidamente para encubrir la carnicería, sintiendo que


las lágrimas me punzaban los ojos mientras el asco y el odio a mí misma
se apoderaban de mí—. Sabíamos que había un problema.

¿Fue eso lo que pasó?

¿Fue allí adonde fue?

¿Estuvo sola en el hospital todo el fin de semana y ninguno de


nosotros lo sabía?

Nos quejábamos de que era una mala madre y ella estaba en una
cama de hospital, perdiendo a su bebé.

Oh, Dios.

—Por supuesto. —Johnny asintió y exhaló otro fuerte suspiro—.


Joey me ha dicho que te diga que tu padre va a recogerla en el hospital y
que los dos estarán pronto en casa.

Se me heló el cuerpo.

El pesado dolor y la temerosa expectación se posaron sobre mis


hombros como la mano de un viejo amigo.

Así de familiarizada estaba con la sensación de miedo.

Mi corazón no podría haberse hundido más aunque le atara unas


pesas y lo arrojara al océano.

Él había vuelto.

¿Por qué había vuelto?

¿Por qué no podía irse para siempre?


—Tu hermano quiere que te quedes aquí por un tiempo. Dijo que te
llamaría cuando pudiera venir a buscarte… —Johnny hizo una pausa
antes de añadir—, pero puedo llevarte a casa cuando quieras, ¿está bien?

—Joey no debería haberte puesto en esa situación —balbuceé,


luchando por mantener a raya mis emociones—. Siento mucho todo
esto. —Me levanté para irme—. Puedo irme ahora.

—Shannon. —La mano de Johnny se estiró y me rodeó la muñeca—


. No quiero que te vayas —dijo bruscamente, tirando de mí hacia abajo
a su lado—. Te quiero aquí. —Apoyó una mano en la cama, justo detrás
de mi espalda, y se inclinó hacia mí—. Quiero que te quedes conmigo.

Negué con la cabeza, incapaz de articular palabra.

Tenía un sabor horrible en la boca.

Coincidía con el que sentía en la boca del estómago.

Perdición inminente, reconocí.

Eso era lo que estaba saboreando y sintiendo ahora mismo.

Mi padre había vuelto.

Una vez que saliera de esta casa y volviera a la mía, el círculo vicioso
e interminable continuaría.

De repente, no quería salir de esta habitación.

No llores, Shannon Lynch, me advertí a mí misma. ¡No derrames ni una


lágrima más!

Bajé la cabeza y parpadeé como una loca, intentando


desesperadamente contener las lágrimas que amenazaban con
derramarse por mis mejillas en grandes y gruesas gotas.

No lo conseguí.
Una lágrima resbaló por mi mejilla, seguida en rápida sucesión por
otra y luego otra.

—Voy a abrazarte —me susurró Johnny al oído—. Dime si no te


parece bien.

Moqueando, me volví hacia él y enterré la cara en su costado,


respondiendo a su pregunta con hechos.

Los brazos de Johnny me rodearon, acercándome, y apreté su camisa


en mi mano, apretando la tela con fuerza, mientras los sollozos me
recorrían el cuerpo.

—Estoy aquí para ti —me dijo, con voz ronca y gruesa, mientras su
mano se movía lentamente en círculos sobre mi espalda—. Si necesitas a
alguien con quien hablar —me acercó más—, aquí estoy.

No podía dejar de llorar y no estaba segura de si era el miedo a


enfrentarme a mi padre lo que me estaba llevando al límite, o el aborto
de mi madre, o las emociones que se acumulaban en mi interior por culpa
de aquel chico en cuyos brazos me encontraba.

Incapaz de controlarme y buscando desesperadamente el consuelo y


la seguridad que rezumaba de él en oleadas, hice algo increíblemente
imprudente.

Me subí a su regazo.

Johnny se tensó y sus manos se apartaron de mi cuerpo, pero no me


detuve.

No pude.

Con las rodillas a ambos lados de sus muslos, lo rodeé con los brazos
y enterré la cara en su cuello.

—¿Qué quieres que haga, Shannon? —preguntó Johnny—. Dime


qué tengo que hacer aquí.
—Abrázame —sollocé, enterrando mi cara en su cuello—. No me
sueltes.

—Está bien. —Su gran mano me acarició la nuca y la otra se movió


hacia mi espalda mientras me estrechaba contra su pecho, meciéndome
lentamente sobre su regazo—. No lo haré —susurró, estrechándome
entre sus brazos.

Temblorosa, me aferré a su cuerpo y le rogué que fuera mi fuerza en


ese momento, porque ya no podía seguir así.

No podía vivir así.

Estaba tan sola.

Toda mi vida.

Tenía tanto miedo.


Es tu Cumpleaños

Shannon
Paso veinte minutos completos envuelta en los brazos de Johnny
mientras intento desesperadamente controlar mis emociones.

Al fin, cuando no sentía que me quedaran más lágrimas en mi


cuerpo, me alejé para mirarlo.

Sus ojos azules ardían con simpatía mientras me observaban


cuidadosamente.

—Hola —sollocé, sintiéndome apenada.

—Hola —dijo Johnny con voz gruñona mientras acariciaba mi


cabello húmedo fuera de mi rostro y sobre mi hombro.

—Gracias —dije, resistiendo a la urgencia de presionar mi mejilla en


su mano.

—¿Por qué? —preguntó con voz espesa, colocando mechones de


cabello suelto detrás de mis oídos.

—Por sostenerme y no dejarme ir —ofrecí débilmente.

Sonrió con tristeza.

—Cuando quieras.
—¿Quieres que me vaya ahora? —pregunté, sintiéndome insegura—
. ¿Ahora que he empapado tu camiseta y tu cuello?

Johnny negó con la cabeza y repitió las mismas palabras de antes:

—Quiero que te quedes conmigo.

—¿Lo haces? —esnifé, apretando mi agarre en su cuello.

Asintió lentamente.

—Sí, lo quiero.

—Está bien —susurré, mi corazón latiendo violentamente.

—¿Quieres hablar de ello? —preguntó entonces, ojos azules


quemando hoyos en los míos.

Rápido negué con la cabeza, sabiendo que quería bloquear todo y


concentrarme en la única cosa buena en mi vida.

Él.

Johnny me miró raro.

—¿Estás segura?

—Quiero olvidarme de ello —confesé—. No quiero pensar en ello.


Para nada… al menos hasta que tenga que ir a casa y enfrentarlo.

—Si eso es lo que quieres, entonces eso es lo que haremos —contestó


Johnny en voz baja.

Suspiré de alivio.

Este chico.

Dios.
—¿Tienes hambre? —ofreció entonces, soltando mis caderas, y
removiendo la sensación reconfortante de sus manos en mi piel.

Mi estómago gruñó ante su oferta y sin querer bajé de su regazo.

—Tomaré eso como un sí —dijo Johnny con una pequeña risa.

Sacudiendo su cabeza, se puso de pie y ayudó a Sookie a bajar de la


cama antes de girarse para sonreírme.

—Vamos, Shannon como el río. —Inclinó su cabeza hacia la puerta—


. Déjame alimentarte.

Con piernas temblorosas, seguí a Johnny y a Sookie, deambulando


por el largo pasillo hasta la enorme escalera.

Tuve que luchar contra la sonrisa que amenazaba con escaparse


cuando Johnny se detuvo en lo alto de la escalera para recoger a Sookie
y luego procedió a bajar a la enorme labradora de treinta y cinco kilos
como mínimo como si fuera un bebé acunado en sus brazos.

Sonriendo, los seguí.

—Artritis —explicó en tono avergonzado cuando me sorprendió


mirándolo—. Vejez. —La dejó en el suelo con cuidado al llegar a la
planta baja y la vio alejarse por el pasillo antes de añadir—: Pero es joven
de corazón.

En cuanto mis pies descalzos tocaron las frías baldosas, di un grito y


salté de nuevo al escalón con alfombra.

—Dios —chillé, temblando—. El suelo está muy frío.

—Espera —dijo Johnny, y luego subió de un salto la escalera para


volver unos minutos después con un par de calcetines.

Me los dio y me senté en el escalón para ponérmelos.


—Gracias —susurré mientras me ponía los enormes calcetines
negros en los pies.

Para mi sorpresa, eran calcetines de la marca Nike.

Y no eran falsos.

—No hay problema —respondió Johnny, mirándome. Rascándose


la mandíbula, añadió—: No sé por qué no pensé en los calcetines.

—No pasa nada —le aseguré, subiéndomelos hasta las pantorrillas


antes de ponerme de pie—. Yo… —Me encogí de hombros con
impotencia y señalé mis piernas desnudas, cubiertas sólo en los muslos
por su bóxer—. No pude mantener tus pantalones arriba.

Sus labios se movieron divertidos.

—¿No?

Negué con la cabeza, con las mejillas encendidas.

—Soy demasiado pequeña.

—Está bien —respondió gruñón—. Me gusta.

—¿Te gusta?

—Quiero decir… —Sacudió la cabeza y exhaló un suspiro—. Quiero


decir que no me importa.

—¿A tus padres les importará? —Me acomodé el cabello detrás de la


oreja, nerviosa—. Quiero decir, no pensarán…

—No —contestó Johnny pero sonaba distraído.

—¿Estás seguro?

Su mirada me recorrió entonces, haciendo que mi piel se inundara de


calor.
—No, está, eh, bien.

Mis cejas se alzaron.

—¿Bien?

Se sonrojó, haciendo que yo me sonrojara mucho más.

Oh, Dios…

—Estamos solos —añadió tosiendo—. Mamá no volverá hasta por


la mañana.

—Oh, está bien.

—Entonces, ¿qué te apetece? —preguntó Johnny, afortunadamente


desviando el tema hacia la comida.

—No soy exigente —murmuré, siguiéndolo por un largo pasillo hasta


la puerta del fondo.

Me quedé en el umbral, admirando la hermosa cocina de diseño


moderno que tenía delante.

No se parecía en nada al resto de la casa, que era tradicional y


majestuosa.

—Gracias a Dios —respondió Johnny, llamando mi atención hacia


donde él estaba de pie junto a una enorme isla de mármol negro,
revisando su teléfono—. Porque mis habilidades en la cocina son
jodidamente básicas, y Gibsie vació el refrigerador hace un rato.

—¿Puedo cocinar? —me ofrecí tímidamente.

—¿Qué…? No —descartó rápidamente, dándome una sonrisa


apenada—. Eres mi invitada. No vas a cocinar para mí.

—No me importa —respondí.


—Pues a mí sí —me dijo mientras dejaba su teléfono sobre la
encimera y me dedicaba toda su atención—. ¿Te apetece un sándwich
tostado?

Sonreí alegremente.

—Me parece estupendo.

—Buena elección. —Se rio entre dientes—. Porque era sándwiches o


cereales.

—Podemos tomar sólo cereales —le ofrecí—. No me importa.

Johnny guiñó un ojo y dijo:

—Vamos a ir duro y tener las dos cosas.

No protesté.

Estaba más que feliz de comer lo que me pusieran delante.

—¿Bebes té?

—Sólo a cubos —respondí con una sonrisa—. Barry’s Teabags con dos
de azúcar y una gotita de leche.

Se rio entre dientes.

—Así que eres una chica de té, no de café.

Sentí arcadas.

—Ugh. Odio el café.

Johnny sonrió y señaló la gran isla de mármol que había en medio de


la cocina.

—Siéntate —me indicó mientras se acercaba a los armarios y


empezaba a rebuscar—. Pondré los sándwiches en la tostadora y
podemos tomar los cereales mientras esperamos.
—Gracias por esto —dije en voz baja.

—¿Por qué? —preguntó mientras preparaba los sándwiches en un


tiempo récord.

—Por cocinar para mí —respondí, observando la espalda de Johnny


mientras trabajaba.

Llevaba una camiseta gris y la tela de la camiseta se extendía


gloriosamente sobre el ancho de su espalda.

—Yo no llamaría cocinar para ti a un pan tostado de jamón y queso


—replicó Johnny con una sonrisa lobuna.

—Bueno, nadie cocina nunca para mí, así que te lo agradezco —le
dije, todavía rondando por la puerta—. Yo cocino casi todo en casa.

—¿Sí? —Parecía sorprendido—. ¿Por qué?

—Porque soy la única mujer —murmuré—. Y la mayoría del trabajo


en la casa recae sobre mis hombros.

—¿Y? —contestó Johnny, todavía su espalda hacia mí—. Tener una


vagina no te ata automáticamente a una estufa, o una puta aspiradora.
—Negó con la cabeza—. Cristo, si siquiera pensara en sacar esa mierda
sexista con mi mamá, ella me cortaría los huevos.

—Esa es una forma sana de ver la vida —le dije, emocionada por sus
palabras.

—Esa es la única forma de ver la vida —corrigió—. Estamos en el


siglo veintiuno —agregó—. No en mil ochocientos.

Colocó los sándwiches en la tostadora y se giró para estar de frente a


mí.

—Puedes sentarte, Shannon —dijo amablemente—. Está bien.


—Uh, ¿bien? —Aproximándome a la isla, me acerqué a uno de los
taburetes sólo para encenderme con vergüenza cuando no podía
subirme.

Lo intenté de nuevo y fallé de manera miserable.

—¿Hay alguna forma de hacerlo más bajo?

Sabía que yo era pequeña, pero esto sólo era ridículo.

El asiento de piel del taburete me llegaba a las costillas.

—¿Eh? —me dijo Johnny sobre su hombro mientras revisaba a través


del refrigerador con una caja de cereal debajo de su brazo.

—El taburete —contesté, con mi rostro rojo—. No alcanzo.

Me dio una rápida mirada sobre su hombro y sonrió cuando notó mi


predicamento.

—La había —explicó, caminando hacia mí. Colocó la caja de


Cheerios y la leche sobre la isla—. Pero Gibsie tiene el hábito de
descomponer todo lo que toca.

Sin advertencia, Johnny agarró mis caderas y me levantó sobre el


taburete.

—A él le gusta fingir que es un cohete espacial despegando —agregó,


inconsciente de lo afectada que estaba por su toque.

Caminando hacia otro armario, sacó dos tazones y luego abrió un


cajón y agarró dos cucharas.

—El cabrón rompió los seis taburetes en menos de una semana de


que mi mamá los había comprado. —Colocó las cucharas y los tazones
en la isla y me sonrió—. Están atascados en lo más alto.

Arqueé una ceja.


—¿Te estás burlando de mí?

Johnny sonrió.

—Nunca lo haría. —Empujando un tazón y una cuchara hacia mí,


agregó—: ¿Cheerios están bien para empezar? ¿Tengo Rice Krispies si los
prefieres?

—Cheerios está bien.

Johnny se sentó en el taburete junto a mí y agarró la caja de cereal.

Su brazo rozó contra el mío mientras sirvió el cereal en ambos


tazones y me estremecí de nuevo.

—¿Tienes frío? —preguntó, girándose para mirarme.

Negué con la cabeza.

—Estoy bien.

—¿Estás segura? —preguntó, sirviendo la leche de nuevo en ambos


tazones.

Asentí.

—¿Estás seguro que a tus padres no les importará que esté aquí?

Frunció el ceño.

—¿Por qué les importaría?

—No lo sé —me apresuré a decir.

—Está bien —me aseguró—. No les importará.

—Sí, está bien. —Incapaz de soportar el calor en su mirada, bajé mi


mirada a mi tazón—. Supongo que están acostumbrados a que tengas
chicas aquí.
—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó, su tono un poco
afilado.

—Nada. —Me sonrojé, agarré mi cuchara, la hundí y la llevé llena


de Cheerios a mi boca.

—¿Shannon? —preguntó Johnny, sus ojos aun fijos en mi rostro.

Me encogí de hombros impotente.

—No traigo chicas aquí.

—¿No lo haces?

—No —confirmó—. No lo hago.

—¿Qué sobre Bella? —Las palabras estaban fuera de mi boca antes


de que tuviera oportunidad de retenerlas.

—¿Qué sobre Bella? —preguntó frunciendo el ceño.

—¿No tienes, como, algo con ella?

El ceño fruncido de Johnny se profundizó.

—Eso está en el pasado.

—Lo siento. —Agarré otra cucharada llena de cereal, mastiqué y


luego tragué antes de agregar—: Ustedes dos salieron por tanto tiempo
que sólo asumí que ella habría estado en tu casa.

Johnny se giró para darme una expresión en blanco.

—¿Lo hicimos?

Fruncí el ceño.

—¿No lo hicieron?

Se encogió de hombros y devolvió su atención a su tazón.


—No.

—Oh, está bien —murmuré, completamente confundida.

—No estuvimos juntos así, Shannon —explicó Johnny antes de


meterse una enorme cucharada de cereales en la boca.

—Entonces, ¿cómo fue? —le pregunté—. ¿Tú y ella?

Sabía que debía dejar de buscar información, pero no podía evitarlo.

Tenía que saberlo.

Johnny se metió otra cucharada de cereales en la boca, la masticó un


momento y luego tragó antes de volverse para mirarme.

—¿Siendo honesto?

Asentí.

—Fue físico —admitió, pareciendo incómodo—. Fue sólo sexo,


Shannon.

—Sólo sexo —repetí, mis palabras eran apenas más que un susurro.

—Sí —respondió—. Y antes de que lo digas, sé cómo suena eso. Pero


es la verdad, y a ella le pasó lo mismo. Así que tampoco vayas pensando
que yo soy el malo y que ella quería algo más de mí, porque en absoluto
lo quería.

—¿Y lo sabes con seguridad?

—Sí, lo sé —replicó ahora un poco a la defensiva—. Ella no estaba


interesada en mí como persona. Estaba contenta con lo que yo podía
hacer en el campo y bajo su falda. Fue puramente físico. Y cuando no
pude darle lo que quería, se pasó a mi compañero de equipo.

—Eso es bastante terrible —susurré, con las mejillas encendidas.


—Sí, bueno, a veces las cosas no son todo color de rosa —
refunfuñó—. A veces follar es sólo follar.

—Ya puedes dejar de hablar de eso —susurré, apartando mi tazón.

—Tienes razón —gimió, dejando caer la cuchara de nuevo en su


tazón—. No necesitas estar escuchando esto. Sólo tienes quince años,
por el amor de Dios. —Sacudió la cabeza—. ¿Qué coño estoy pensando
hablando de esta mierda contigo?

—Tengo dieciséis años —le informé—. Y no soy una niña.

Johnny giró la cabeza hacia mí, con expresión cautelosa.

—Tienes quince años.

—No, no los tengo —lo corregí—. Tengo dieciséis.

Johnny frunció el ceño.

—¿Desde cuándo?

—Desde hoy —respondí.

Johnny me miró boquiabierto.

—¿Es tu cumpleaños?

Me encogí de hombros.

—¿Por qué no has dicho nada?

—No lo sé. —Volví a encogerme de hombros—. ¿Se me olvidó?

—Shannon, vamos.

—Porque no es para tanto —me apresuré a decir—. Es sólo otro día.

Un mal día.
Un día terrible.

Iluminado sólo porque estoy contigo…

—No, Shannon —discutió Johnny, como si estuviera completamente


perdido—. Es una gran cosa.

—Johnny, hoy es mi cumpleaños —solté, avergonzada—. Ya está.

—Ojalá lo hubiera sabido antes —refunfuñó—. Te habría comprado


un regalo.

—No necesito un regalo —le dije, con el corazón agitado—. No seas


tonto.

Johnny sacudió la cabeza y murmuró:

—Sí, bueno, si me lo hubieras dicho, podría haberte regalado algo


mejor que un tazón de unos malditos Cheerios.

—Y un sándwich tostado —ofrecí débilmente.

Johnny suspiró pesadamente.

—Y un sándwich tostado.

—¿No deberían estar listos ya? —pregunté.

—¡Mierda!

Empujando su taburete hacia atrás, Johnny se apresuró hacia la


sandwichera y los sacó.

—Todavía no están incinerados —anunció con el ceño fruncido—.


Pero van por buen camino.

—No pasa nada —le aseguré mientras saltaba del taburete—. Me


gustan crujientes.

Levantando los dos tazones, me acerqué al fregadero para limpiar.


—Ni se te ocurra —me advirtió Johnny mientras emplataba nuestros
sándwiches.

—¿Qué no se me ocurra qué? —pregunté, confundida.

—No vas a limpiar nada en tu cumpleaños —afirmó, sosteniendo un


plato en cada mano.

—No me importa…

—Y tu cara. —Sacudió la cabeza—. Y tu mamá. Cristo, es tu


cumpleaños…

—Dijiste que podíamos olvidarlo —dije con voz estrangulada,


sintiendo que mi voz temblaba, mientras el pánico se apoderaba de mí.

No quería pensar en ello.

Sabía lo que se avecinaba cuando dejara esta casa.

Y deseaba olvidar.

Por un par de horas más, quería fingir que ese infierno no me estaba
esperando al otro lado de la puerta principal.

Johnny parecía querer pelear conmigo, pero sacudió su cabeza y


exhaló un gruñido.

—Tienes razón. Lo lamento —dijo al fin—. Deja los tazones en el


fregadero y ven conmigo. Me encargaré de ellos más tarde.

Iba en contra de mi naturaleza dejar un desastre tras de mí, pero acaté


las instrucciones de Johnny y le seguí por el pasillo hasta llegar a un gran
salón con un fuego crepitante ardiendo en la chimenea.

Sin pensarlo, me dirigí directamente hacia él, gimiendo de alivio


cuando el calor me acarició las piernas y las manos desnudas.
Johnny dejó los platos en la mesa de cristal frente al fuego y arrastró
el sofá desde la pared, colocándolo justo delante de la chimenea.

—No tienes que hacer eso por mí —me apresuré a decir.

—Está congelando —me explicó—. Y esta casa es tan grande que


tarda una eternidad en calentarse. —Agitando una mano delante del
sofá, dijo—: Siéntete como en casa. Vuelvo enseguida.

Sin decir nada más, Johnny se marchó, dejándome sola en su enorme


salón.

Demasiado aturdida para hacer otra cosa que mirar, me quedé junto
al fuego, calentándome la espalda y controlando mis emociones.

Cuando Johnny regresó unos minutos después, llevaba dos tazas de


té.

—Dos de azúcar y una gotita de leche —anunció con un guiño,


dejando las tazas junto a nuestros platos.

—Gracias —susurré, abrumada por su amabilidad.

Johnny se sentó entonces en un extremo del sofá y me miró


arqueando una ceja.

Tras un par de minutos de debate interno, lo seguí con cautela y me


senté en el otro extremo del sofá, dejando un espacio entre nosotros.

Johnny agarró el control remoto y encendió la televisión que estaba


instalada en la pared, encima de la chimenea.

Era enorme.

Al menos 80 pulgadas.

—¿Alguna preferencia? —me preguntó, desplazándose por la guía de


canales de la pantalla.
Negué con la cabeza.

—Lo que tú quieras.

—La cumpleañera elige.

Me sonrojé.

—Sorpréndeme.

Johnny miró la televisión y luego sonrió tímidamente.

—Dentro de un rato juega Irlanda en el Campeonato de las Seis


Naciones. —Encogiéndose de hombros, añadió—: Pensaba verlo.

—Pues ponlo —lo animé.

Levantó las cejas.

—¿No te importa?

—Es tu televisión —respondí—. ¿Por qué iba a importarme?

—Si te aburres, dímelo —murmuró mientras encendía el partido, con


la atención inmediatamente pegada a la pantalla—, y podemos poner
otra cosa.

Cuando la selección mayor irlandesa saltó al campo para cantar el


himno nacional, a Johnny se le iluminó toda la cara.

Sus ojos bailaban de emoción mientras golpeaba el sofá con la mano.

Parecía muy joven.

Y adorable.

Esperé a que Johnny agarrara su sándwich antes de alcanzar el mío


y darle un pequeño mordisco.
El sabor del jamón y el queso fundido goteó en mi lengua y gemí
antes de apresurarme a devorarlo.

—Algún día estaré allí —afirmó Johnny, ladeando la cabeza en


dirección a la tele—. Uno de estos días voy a ser yo, Shannon.

—Lo sé —respondí, creyendo cada palabra. Mordiéndome el labio,


me volví hacia él y le dije—: No te olvides de mí cuando seas un jugador
de rugby rico y famoso.

—Nunca se sabe —dijo con una sonrisa burlona—. Puede que te lleve
conmigo para que me animes en las gradas.

Por favor, hazlo.

Por favor, llévame contigo.

—Estás muy seguro de ti mismo —dije en su lugar.

—Puedes llevar mi número y gritar «Johnny, Johnny» desde las


gradas. —Se rio entre dientes antes de volver a acomodarse para ver el
partido.

No me tientes…

Sentada en el sofá del salón de sus padres, con la chimenea


crepitando y la lluvia cayendo a cántaros desde el enorme ventanal, sentí
que mi cuerpo se relajaba poco a poco mientras intentaba seguir el
partido.

No estaba forzando la conversación para romper silencios


incómodos porque no los había.

En este momento, estar aquí con él era tan fácil como respirar.

Era una reacción extraña al estar tan cerca de Johnny, pero así era.

Estaba disfrutando de estar con él.


No me presionaba para que hablara y eso me gustaba.

Se limitó a sentarse a mi lado, con un enorme cojín entre los dos y


Sookie a nuestros pies, mientras ladraba órdenes a la televisión.

Cuando Johnny estiró las piernas encima de la mesita, esperé unos


diez minutos antes de intentar hacer lo mismo, pero fracasé
estrepitosamente cuando los dedos de los pies apenas tocaron la esquina
antes de caer al suelo.

Johnny se rio por lo bajo y acercó la mesa al sofá.

Avergonzada, mantuve los pies en el suelo.

Menos de un minuto después, Johnny se acercó, levantó mis piernas


y las colocó sobre la mesa.

Me volví para mirarlo, pero su atención había vuelto a la pantalla.

De vez en cuando, Johnny paraba el partido para poner carbón o


bloques en el fuego antes de volver a acomodarse en el sofá.

Después de la tercera vez que lo hizo, quité el cojín fuera de su


camino cuando se sentó y lo sostuve contra mi pecho.

Para el final del partido, nuestros hombros se estaban tocando.

No me alejé.

Él era grande, firme y cálido y me gustó la sensación de él junto a mí.

Un ratito después, cuando mis ojos comenzaron a cerrarse, alzó su


brazo, y no me estremecí cuando rodeó mi hombro.

En lugar de eso, acomodé mi mejilla contra su costado y cerré mis


ojos, permitiéndome dormitar sin un gramo de miedo en mi corazón
porque no podía existir dentro de mí, no cuando este chico tenía su brazo
alrededor de mí.
Era su Cumpleaños

Johnny
Hoy era el cumpleaños número dieciséis de Shannon.

Y estaba pasando el tiempo conmigo.

Estaba feliz.

¿Qué tan loco era eso?

Esta chica que antes de Navidad era una completa extraña, y desde
Navidad, no podría imaginar pasar un día sin pensar en ella.

No quería devolverla.

Algo dentro de mí me decía que, si lo hacía, ella regresaría con otro


moretón.

Al menos, si la mantenía conmigo, estaría a salvo.

Había algo bastante jodido acerca de su vida.

Algo que me hacía querer arrebatarla y llevarla conmigo, a donde sea


que fuera.

No era estúpido.

Sabía que alguien le había puesto esas marcas en su rostro.


Y en sus muslos.

Y en sus brazos.

Y estaba bastante jodidamente seguro de que, si desnudaba a la chica,


podría encontrar bastantes más.

No sabía qué sucedía, o quién la estaba molestando, pero lo


averiguaría.

Aunque preguntarle directamente estaba fuera de cuestión.

Ella era tan reservada que era casi imposible penetrar las barreras que
construyó alrededor suyo.

Pensé que podría haber estado haciendo un buen trabajo, pero si


presionaba mucho más fuerte y muy rápido entonces podría retraerse a
su caparazón.

Quería destrozar ese maldito caparazón y a los bastardos


responsables de hacerla esconderse allí en el primer lugar.

Ella era adorable.

Jodidamente adorable.

No tenía que esconder nada de su brillo detrás de esas malditas


persianas.

Shannon entonces se estremeció y el movimiento me distrajo.

Eran pasadas las diez de la noche y no había abierto los ojos ni una
vez desde que se durmió temprano esta tarde.

—Shh —susurré cuando lloriqueó en su sueño.

Ni siquiera traté de evitar acariciar su cabello.

Iba más allá de la ayuda cuando se trataba de ella.


Estaba más allá de jodidamente parar.

Todo dentro de mí estaba cambiando, centrándose en esta pequeña


chica.

Acariciando su mejilla contra mi muslo, Shannon se acurrucó más


cerca, curvándose en la más pequeña bola que alguna vez haya visto en
una persona de su edad, contorsionándose.

Como el obsesivo raro que era, me permití aterrizar mi mirada sobre


su mejilla morada por millonésima vez esta noche.

Sabía que no debía mirar.

Hacía que mi cuerpo vibrara con rabia.

Y aun así, no podía detenerme.

Miré hacia la marca en su rostro hasta que estuve lo suficientemente


lleno con suficiente ira para acabar con el pueblo completo, y luego giré
mi atención hacia los morados en sus muslos.

Entonces mi teléfono vibró en mi bolsillo, y la sensación me sacó de


mis pensamientos asesinos.

Sacando el teléfono, miré fijo a la pantalla, no reconociendo el


número brillando frente a mis ojos.

Con cuidado de no despertar a Shannon, me deslicé debajo de ella y


esperé a que se acomodara.

Sacándome la sudadera, la envolví en sus piernas desnudas y luego


me deslicé fuera de la habitación para tomar la llamada.

—¿Sí? —dije cuando estuve parado en el pasillo.

—¿Cómo está? —La voz de Joey Lynch vino de la línea.


—Está dormida —respondí, manteniendo el tono bajo porque si se
despertaba y pedía ir a casa, honestamente no sabía que haría. No podía
rehusarme, pero ciertamente no quería—. Ha estado dormida todo el día.

—Bien —respondió con un suspiro—. Ella lo necesitaba.

—¿Qué sucede, Lynch? —Moviéndome de la puerta frontal, la abrí y


caminé hacia el frío aire de la noche—. ¿Qué mierda está sucediendo con
tu hermana?

—Ya te lo dije —espetó—. Pregúntale a ella.

—Te lo estoy preguntando a ti —gruñí.

—Estaré en tu casa en cinco minutos. —Fue todo lo que Joey


respondió antes de cortar la llamada y dejarme sin idea como siempre.

Furioso y completamente perdido, paseé por el pasillo, sabiendo que


necesitaba calmarme, pero no encontrando la moderación para hacerlo.

Exactamente cinco minutos después, un pequeño golpe vino del otro


lado de la puerta frontal.

Como el lunático furioso que era, estuve parado allí esperando por
él.

Abriendo la puerta, abrí la boca, listo para soltar la mierda en Joey


Lynch, cuando la voz de Shannon vino detrás de mí.

—¿Joe? —dijo en una voz soñolienta cuando flotó por la puerta de la


sala de estar.

Me moví para ir hacia ella, para decirle que fuera a mi habitación y


se quedara allí, pero su hermano la interceptó antes de que pudiera.

—Es hora de irse, Shan —anunció Joey.

—¿Lo es? —Sus ojos se agrandaron con pánico por el más breve
momento antes de cambiar a resignación—. De acuerdo.
—Sí. —Exhaló un aliento pesado—. Mamá necesita una mano con
los niños.

—Ella se puede quedar —me apresuré a decir.

Miré hacia Shannon y añadí:

»Te puedes quedar.

—No, tenemos que irnos —estableció Joey mientras envolvía un


brazo protector alrededor del hombro de Shannon y la llevaba fuera de
mi casa—. Gracias por tu ayuda, Kavanagh.

Agitado, los seguí a ambos.

—Gracias, Johnny —susurró Shannon, mirándome hacia atrás con


ojos tristes mientras su hermano la llevaba afuera—. Por todo.

—Shannon, no tienes que…

—Vamos, Shan —me interrumpió diciendo Joey—. Tenemos que ir


a casa.

—¿Mamá está bien? —preguntó Shannon cuando su hermano la


llevó alrededor hacia el asiento de pasajero y abrió la puerta.

—Ella estará bien —le dijo Joey—. Pero tenemos que ir a casa.

No tenía jodida idea por qué mis piernas se movieron hacia el asiento
de pasajero del auto, pero eso fue lo que sucedió.

Sintiéndome impotente, miré mientras su hermano la metía en el


asiento del pasajero antes de rodear el auto hacia el asiento del
conductor.

—Adiós, Johnny —susurró Shannon mientras Joey encendía el


motor.
Ella se movió para cerrar la puerta del auto, pero mi mano se metió,
deteniéndola de cerrarla.

Alzó la mirada hacia mí con esos enormes ojos azules.

Quédate.

Quédate conmigo, Shannon.

Puedo mantenerte a salvo…

—Adiós, Shannon —le dije en cambio, y con una renuencia que


bordeaba al arrepentimiento, cerré la puerta.

Los neumáticos del auto de su hermano patinaron con la fuerza de


su conducción por el camino de entrada.

Parado en la lluvia torrencial, lo observé alejándola de mí.


Malas y peores noticias

Shannon
—¿También lo estás sintiendo? —dijo Joey a través de los dientes
apretados, agarrando con tal fuerza el volante que sus nudillos se
pusieron blancos, a medida que nos alejábamos de la casa de Johnny
Kavanagh.

—¿Sentir qué? —digo con voz estrangulada.

Joey me dio una mirada directo a los ojos que me hizo sentir un poco
menos sola en mi desgracia cuando dijo:

—¿Alivio?

Asentí, odiándome por siquiera pensarlo, peor lo sentí.

Y también él.

—¿Ella está bien? —dije con voz ahogada, cuando las palabras me
encontraron de nuevo.

Joey asintió rígidamente.

—Se supone.

—¿Eso es lo que sucedió? —susurré, sintiendo mis lágrimas escocer


en mis ojos mientras el disgusto y autodesprecio se hacían cargo—. ¿Ella
estuvo en el hospital todo el fin de semana y no lo sabíamos?
Mi hermano volvió a asentir rígidamente.

—Oh, Joey —sollocé—. Ella estaba sola.

—Ella lo tenía a él —dijo entre dientes apretados, con la mandíbula


fuertemente cerrada—. Él estaba con ella, y él está en casa ahora.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunté, necesitando que tenga las


respuestas que yo no tengo—. ¿Joe?

—No lo sé —dijo finalmente, su voz quebrándose—. Ya no sé qué


hacer, Shannon.

—Está bien —me obligo a decir—. No tienes que saberlo. Sólo tienes
dieciocho años.

—No puedo estar ahí, Shan —dijo al fin, su rostro lleno de culpa—.
No puedo seguir viviendo así.

—Lo sé —dije sin aliento, sintiéndome débil de escuchar esas


palabras salir de su boca.

Había escuchado esas palabras antes.

De Darren.

—Creo que debemos considerar lo que dijo Aoife —agregó Joey, su


voz espesa con emoción.

—¿Qué dijo Aoife? —digo, horrorizada.

—Terminar esto.

—Debes estar bromeando —digo sin emoción.

Joey me miró con ojos culpables, pero no respondió.


—No voy a ir a un hogar temporal —espeté, sintiéndome
traicionada—. Estás bien. Vivirás tu propia vida y te alejarás. ¡Yo seré
puesta en un hogar!

—Shannon, estuvimos hablando anoche sobre mi futuro, y ella sonó


muy lógica…

—Tu futuro —dije inexpresiva.

Joey gimió en voz alta.

—No sólo yo, Shannon. Todos…

—¡No puedo creer que siquiera pensarías en ello después de lo que le


sucedió a Darren! —grité perdiendo todo control de mis emociones—.
¿Cómo puedes pensar en hacernos eso a nosotros, Joey?

Mi padre me aterrorizaba.

Vivía con miedo constante.

Pero nunca me ha tocado así.

Nunca me violó.

Eso es exactamente lo que le sucedió a Darren en repetidas ocasiones


por meses y meses, una y otra vez hasta que casi lo matan.

Leí los reportes años después de que sucedió.

Sabía de todas las cirugías que tuvo que tener para reparar el daño
que esos bastardos le causaron.

¿Y ahora Joey está contemplando arriesgarnos a eso?

Regresa.

Da vuelta al coche y regresa a él.

Regresa a Johnny.
Dile.

Dile y permítele ayudarte.

Dijo que lo haría.

No, idiota, él no puede ayudarte.

Nadie puede.

¡Tu propio hermano se está rindiendo contigo!

—¡Si te quieres ir, vete! —grité mientras lágrimas calientes corrían


por mis mejillas—. Vete y déjanos. Ve a estar con Aoife y tengan una
maravillosa vida juntos. Yo protegeré a los niños.

—¡Ni siquiera te puedes proteger a ti misma! —rugió Joey—. Yo


estoy haciendo eso, Shannon. Yo. Soy el que está intentando menguar
los golpes y sólo siguen llegando.

—Entonces tal vez tú y papá tengan suerte y él terminará conmigo la


próxima vez —siseé mientras un gran sollozo me recorrió—. Te ahorrará
la preocupación y a él la energía.

—¡Jodidamente no digas eso, Shannon! —gritó Joey, golpeando su


mano contra el volante.

—¿Por qué no? —dije con voz estrangulada entre jadeos—. Es la


verdad.

—Shannon, respira —ordenó Joey en un tono más suave mientras


estiraba su mano para frotar mi espalda—. Respira.

No podía.

Joder, no podía respirar.

Inclinándome hacia adelante, intenté de forma desesperada inhalar


aire en mis pulmones.
—Buena chica —persuadió Joey mientras manejaba con una mano y
la otra frotaba mi espalda—. Agradable y lento.

Para el momento en que regresamos a la casa, había logrado


calmarme hasta el punto donde en realidad podía llevar aire a mis
pulmones.

Por algunos minutos, sólo nos sentamos afuera de la casa, mirando


fijamente el auto de nuestro padre estacionado en el camino de entrada.

No quería entrar en esa casa.

Y tampoco Joey.

Ambos estábamos completamente jodidos.

No, tú estás jodida. Él estará bien…

—¿Shannon? —La voz de Joey irrumpió en mis pensamientos.

No lo miré.

Tampoco respondí.

—¿Me estás escuchando? —me preguntó.

Asentí débilmente, manteniendo mis ojos fijos en el coche.

—La próxima vez que él te ponga una mano encima, quiero que
pelees.

Me puse rígida.

—¿Me estás escuchando?

Asentí.

—Si te vuelve a tocar, Shannon, entonces quiero que agarres el


cuchillo más filoso que puedas, y quiero que lo apuñales en el corazón.
Tensa, me giré para verlo.

—No regresarás, ¿verdad?

Joey sólo me miró fijamente, ojos llenos de lágrimas.

—No puedo —susurró al tiempo que una lágrima cayó por su


mejilla—. Si vuelvo a entrar a esa casa, los mataré a ambos.

Observé su rostro, registrando la verdad que me estaba diciendo, y


entonces me desabroché el cinturón de seguridad y abrí la puerta.

—Adiós, Joey —susurré entumecida, y entonces caminé y entré.


Líneas y Arrasar

Johnny
Estaba de un humor horrible el lunes por la mañana que fue
impulsado en parte por el dolor terrible que sentía, pero sobre todo
atribuido al hecho de que no había cerrado un ojo anoche.

Toda la noche, había dado vueltas y vueltas por Shannon.

Toda la maldita noche, me quedé despierto con sólo mis


arrepentimientos para hacerme compañía, y esa maldita foto del
periódico.

Debería haberla detenido.

No debería haber dejado que se la llevara.

Por qué, no tenía ni idea, pero había una voz dentro de mi cabeza
que me gritaba que la protegiera.

Quería hacerlo.

Simplemente no sabía de qué necesitaba protegerla.

O quién.

Estaba completamente despistado, armado y listo para ir a la guerra


por una chica que no conocía, contra un enemigo del que nadie me
hablaría.
Jesús, estaba tan jodido de la cabeza por ella.

Se estaba saliendo de control.

Ella estaba interrumpiendo mi forma de vida perfectamente


satisfecha, y no sabía cómo lidiar con eso.

La chica jodió con mi cabeza y me hizo débil y tambaleante.

No estaba bien, y ella no tenía por qué entrar en mi vida en este punto
crucial.

Era como un tornado que nunca vi venir.

El único problema que no preví al hacer mis planes.

La única persona que podría arruinar todo mi arduo trabajo.

Y lo más angustiante de todo era que me gustaba.

Me gustaba el hecho de que estaba girando mi vida sobre su eje y


fomentando nociones y sentimientos nunca antes vistos dentro de mí, y
luego odiaba que me gustara.

Era completamente adicto a cada detalle de la chica y no tenía nada


que ver con el físico, y el físico era jodidamente perfecto.

Lo más importante, ella no me miraba como si yo fuera un boleto de


comida.

Miraba a través de toda la mierda.

Viéndome.

Viéndome sólo a mí.

Y eso me hizo querer mover algo de mierda y colocarla a ella en


medio de mi mundo.

Sabía que necesitaba controlarme.


Excepto que no podía.

Porque ella era adictiva.

Y yo estaba obsesionado.

Había perdido la cuenta de la cantidad de chicos con los que había


jugado al rugby a lo largo de las temporadas que habían abandonado o
perdido la forma por una chica.

No podía permitirme que eso me pasara.

Había demasiado en juego.

Todo estaba en juego.

Antes de Shannon, nunca tuve problemas para concentrarme.

Antes de ella, nunca había estado inseguro acerca de nada.

Sabía exactamente quién era, de dónde venía y hacia dónde iba.

¿Y ahora?

Ahora yo era un desastre.

No necesitaba esto.

No necesitaba este maldito estrés.

Tenía exámenes de condición física en menos de tres semanas en los


que necesitaba concentrarme.

Exámenes que si no aprobaba ponían en peligro todo mi futuro.

Eso es en lo que necesitaba concentrarme.

Mi carrera.

No una chica.
Cuando llegué a la escuela, estaba distraído, desequilibrado y
enloquecido.

Me pasaba algo muy malo y necesitaba una intervención inmediata.

—Necesito un favor —fueron las primeras palabras que salieron de


mi boca cuando encontré a Gibsie afuera del salón de carpintería antes
de la primera clase—. ¡En serio! —Exhalando un fuerte suspiro, lo
empujé por el pasillo hacia el área común de quinto año—. Tienes que
ayudarme.

—Está bien, pero tengo clase en dos minutos —se quejó Gibsie,
arrastrando los pies frente a mí.

—Yo también, Gibs —espeté, llevándolo a la, afortunadamente, sala


común vacía—. Doble contabilidad con Moggy Dan. Pero esto es mucho
más urgente que yo balanceando hojas de cálculo y tú diseñando una
jodida mesa de café para tu mamá.

—Está bien, muchacho, relájate —engatusó. Liberándose de su


agarre, caminó hacia una de las mesas y sacó una silla. Dejando su
mochila en el suelo, se sentó y me miró—. Soy todo oídos.

Cerrando la puerta de golpe detrás de nosotros, agarré un sillón de


cuero y lo empujé contra la puerta antes de dejarme caer en la silla.

—Tenías razón, Gibs —gemí—. Estoy tan jodido.

—¿La tengo? —Sus cejas se alzaron con sorpresa—. ¿Sobre qué? —


Antes de que tuviera la oportunidad de responder, sus ojos se abrieron
con cómica conciencia—. ¿Acerca de que te masturbes? —O al menos,
habría sido cómico si no fuera tan jodidamente deprimente—. Mierda,
Johnny. ¿No lo has hecho o no puedes?

—Lo intenté, fallé, no lo he intentado desde entonces, así que ahora


estoy bastante seguro de que no puedo —decidí decir.

No tenía sentido tratar de evadir la pregunta.


No iba a dejarlo pasar, y yo tenía problemas más grandes en este
momento que mi testosterona temperamental.

—¿Cuánto tiempo ha pasado?

—Antes de Navidad —respondí rápidamente antes de decir—, pero


ese no es el problema aquí.

—Jesús, Kav, diría que es un problema muy grande, muchacho. —


Gibsie dejó escapar un silbido bajo—. ¿Has probado el lubricante?

—¿Qué… ¡no! Deja de hablar de mi pene —ladré, luego pasé una


mano frustrada por mi cabello—. Es ella, hombre. Tenías razón. Estoy
completamente jodido de la cabeza, y necesito que me detengas de hacer
algo estúpido con esa chica.

—¿Cuál chica?

—¿Qué chica crees, pendejo? —gruñí—. Shannon.

—Oh, esa chica. —Gibsie se rio entre dientes—. La


resurreccionadora.

—Deja de reírte. No es gracioso. Necesito tu ayuda —espeté,


nervioso—. Y resurreccionadora no es una palabra.

—Sí, lo es —desafió Gibsie—. Jesús resucitó. Fue una resurrección


realizada por Dios: el resurreccionador. Similar a Shannon: la
resurreccionadora de tus pelotas ese día afuera del salón de educación
física. —Riendo por lo bajo, añadió con voz profunda—: Ella aparecerá
y él se alzará.

—Lo que hizo a Dios un resucitar y/o un resucitador —gruñí—. En


ninguna parte del idioma español se le llamó un maldito
resurreccionador.

—Estoy hablando de la Biblia, no del diccionario.

—Estás hablando desde tu agujero —repliqué.


—El terminador se llama el maldito terminador, imbécil —respondió
Gibsie—. No el maldito terminista.

—Terminista —reflexioné—. Otra palabra que no es una palabra.

—Bueno, resurreccionador es una palabra.

—No, no está bien. —Negué con la cabeza, agravado—. No es


fonética o gramaticalmente correcto.

—¿Gramaticalmente correcto? —me contestó Gibsie—. Mírate, señor


español de alto nivel, pensando que lo sabes todo con tu Gran Gatsby y
Shakespeare. Bueno, esta vez no. —Se golpeó la sien—. Esta vez, yo soy
el inteligente.

—Se llama comprensión básica, Señor Nivel Básico Español, y ahora


te digo que te equivocas.

Se rascó la cabeza.

—Concéntrate, Gibs —ordené—. Necesito tu ayuda aquí, hombre.

—No puedo —se quejó, las cejas en un ceño profundo—. Sé que


tengo razón, Johnny, voy a misa todos los domingos, ¿sabes?

—Bien por ti —me burlé—. Tal vez deberías orar a Jesús por un poco
de sentido común. —Mis palabras se me cayeron de la lengua cuando
acechó y arrastró mi asiento fuera del camino—. ¡Maldita sea, Gibs! —
ladré—. ¿A dónde diablos vas?

—A la biblioteca —respondió, abriendo la puerta de un tirón—. Estás


equivocado. Lo voy a buscar en Google. Y luego lo voy a imprimir y
publicarlo en toda la maldita escuela —agregó mientras salía de la
habitación—. Mírame resucitar la verdad.

—Bien —murmuré con cansancio—. Ve por ello.

Menos de diez minutos después, Gibsie regresó con una expresión


tímida.
—No es una palabra —anunció, caminando de regreso a través de la
puerta.

—Lo sé —dije inexpresivamente—. Ahora que tienes eso resuelto en


tu sistema, ¿crees que puedes ayudarme?

—Simplemente no lo entiendo —gimió Gibsie, dejándose caer en el


sillón frente al mío—. ¿Cómo no es una palabra?

—¡Gibsie, por favor!

—Sólo quiero la palabra, Johnny.

—Bien, es tu palabra —estuve de acuerdo, exasperado—. Puedes


tenerla. Llama al diccionario de Oxford y registra la maldita palabra para
lo que me importa. Sólo ayúdame.

—Sí, bueno, podría hacer eso —resopló Gibsie, pasándose una mano
por su cabello rubio—. Bien, cuéntame sobre tu problema.

Exhalé un pesado suspiro.

—Ella me gusta.

—Está bien —dijo arrastrando las palabras—. ¿Dime cuál es el


problema?

—Ese es mi problema —dije entre dientes apretados—. Me gusta,


Gibs. Creo que realmente me gusta, hombre. Me gusta mucho. Mucho
más que jodidamente. ¡Cristo!

Se encogió de hombros.

—Todavía no veo el problema aquí, muchacho.

—Yo. No. Quiero. Que. Me. Guste. —Lo deletreé para él, ahora sin
paciencia.

—¿Porque ella tiene quince años y tú diecisiete?


—Ella tiene dieciséis años —admití con un gemido—. Su
cumpleaños fue ayer.

—Entonces sabes que la edad es una mierda, ¿no? —respondió


Gibsie—. Te estás aferrando a un clavo ardiendo, muchacho. El asunto
de la edad es una gran excusa porque tu Shannon te tiene agitado y estás
entrando en pánico porque nunca te has sentido agitado un día en tu
vida.

—Estoy agitado —admití sin dudarlo—.Jodidamente agitado por


completo.

—Esto es brillante. —Gibsie se rio alegremente, disfrutando por


completo de mi rara crisis nerviosa.

—No es un asunto de risa —espeté.

—¿Me estás tomando el pelo? —resopló—. Es lo más divertido que


he escuchado en mucho tiempo.

Al darse cuenta de mi expresión asesina, dejó de reír y me hizo un


gesto para que continuara.

Echándome hacia delante, ignoré el dolor en la ingle y apoyé los


codos en los muslos.

—La llevé a casa la otra semana, muchacho. Perdió su autobús por


ese truco que McGarry hizo fuera de los baños, y no podía dejarla allí…

—¿Y sólo me lo dices ahora? —acusó.

Me encogí de hombros con impotencia.

—Sé que debería haberme alejado, pero no lo hice. La puse en mi


auto y hablamos, durante horas. Y no sólo sobre rugby, Gibs. Sobre todas
las tonterías sin sentido que deberían haberme aburrido hasta las
lágrimas. No fue así. Fue como ese día cuando la noqueé y pasé una hora
afuera de la oficina de Twomey hablando con ella, excepto que mejor
porque estaba en su pleno sentido. Es tan jodidamente fácil hablar con
ella, Gibs. No lo creerías. —Lancé un profundo suspiro y dije—: No
quería dejarla ir, muchacho.

Gibsie se frotó la mandíbula.

—Mierda.

—Exactamente. —Inclinándome hacia adelante, junté mis manos sin


apretar y miré a mi mejor amigo—. En todos los años que me conoces,
Gibs, ¿cuándo me ha pasado eso?

—Definitivamente es la primera vez para ti —estuvo de acuerdo, con


expresión pensativa.

—Se pone peor —me quejé.

—¿Peor? —Él frunció el ceño—. ¿Cómo?

—Le conté sobre mi cirugía.

Las cejas de Gibsie se dispararon.

—¿Hablas en serio?

—Como un infarto. —Dejé escapar un suspiro de frustración—. Le


conté todo y luego perdí mi mierda con ella.

—¿Por qué?

—Entré en pánico, Gibs —respondí a la defensiva—. Se me escapó y


entré en pánico. Sabes lo que sucedería si los entrenadores de la sub20 se
enteraran de que no estoy completamente en forma.

No es que importara mucho ahora, pensé con amargura. Si no me


calmaba, mis sueños se iban por el desagüe.

—¿Y crees que ella hablaría? —preguntó.


—Honestamente, no, hombre. No creo que sea el tipo de chica que
habla de nadie —le dije—. Pero siempre soy tan cuidadoso, y perdí la
cabeza y me asusté. Estaba más molesto conmigo mismo que con
cualquier otra cosa y reaccioné de forma exagerada. —Bajando la
cabeza, avergonzado, agregué—: Estoy bastante seguro de que la hice
llorar.

—Entonces, ¿te jodiste a ti mismo?

—Lo pensarías —murmuré—. Pero luego se acercó a mí en la escuela


a la mañana siguiente y me pidió disculpas.

—¿Por qué?

—A la mierda si lo sé, muchacho.

—¿Lo aclaraste con ella?

—No pude, se fue antes de que tuviera la oportunidad —murmuré—


. Y luego lo hice de nuevo el viernes.

—¿Hiciste qué?

—Ponerla en mi coche —admití.

—Bueno, mierda.

—Y luego fui uno más allá.

—¿Cómo? —Gibsie me miró con cautela—. ¿Qué hiciste, Johnny?

—La dejé en casa. —Expulsando otro suspiro de frustración, me


desplomé en mi asiento y gemí—. Pero luego la arrebaté de vuelta.

—¿Qué diablos?

—Lo sé —ladré—. Lo sé.

—¿Cómo arrebatas a una chica, Johnny?


Me encogí de hombros con impotencia.

—Joder si sé, pero lo hice.

—¿Por qué?

—Porque no podía dejarla ir —admití con sinceridad, evitando la


parte de que Shannon estaba enferma—. No podía dejar que me dejara,
muchacho.

—¿La montaste?

—¿Qué te acabo de decir sobre mi pene?

—Está bien, ¿trataste de montarla?

—¿Qué? ¡No! —ladré—. La llevé a Biddies, imbécil.

—¿Se supone que eso significa algo para mí? —respondió Gibsie—.
Soy yo con quien estás hablando, muchacho. Soy jodidamente
consciente de lo que sucede en el lugar. —Riéndose por lo bajo, agregó—
: Por lo general, estoy en el medio.

—No, jodidamente no la monté. Y no digas montar.

—¿Por qué no?

—No sobre ella. —Inclinándome hacia atrás, me pellizqué el puente


de la nariz y suspiré—. Sólo… no sobre ella, ¿de acuerdo?

—Está bien, ¿le hiciste el amor dulcemente? —se burló—. ¿En el


estacionamiento? ¿O en los baños? ¿O en ese lugar agradable en la parte
de atrás del salón?

—Eres un imbécil —gruñí—. Un completo y absoluto pendejo.

—¡Oh, mi Jesús! —Gibsie se encogió y se tapó la boca con una


mano—. Oh, no —gimió—. No funcionaría, ¿verdad?
—¡Mi pene funciona, Gibs! —espeté—. Me pongo duro, imbécil. Me
duele cuando…

—¿Cuándo qué? —preguntó, con los ojos muy abiertos.

—No puedo terminar —murmuré.

—¿No puedes correrte? —Se atragantó—. ¿Nada en absoluto?

—Quiero decir, supongo que podría si lo intentara. —Suspiré


abatido—. Pero la última vez que lo intenté fue tan doloroso que vomité
y casi me desmayo.

—Jesús. ¿Cuándo fue la última vez que lo intentaste?

—Noche de San Esteban.

—Mierda —jadeó Gibsie—. Johnny, eso fue hace meses. Tienes que
correrte, muchacho.

—¿No crees que lo sé? —dije con dientes apretados—. No es como si


estuviera disfrutando esto, Gibs.

—Eso es antinatural.

—Sí, Gibs, es mi pene. Soy muy consciente de lo anormal que es.

—Con razón estás cojeando —murmuró—. Tus bolas están tan


llenas de esperma que te están pesando.

—No es gracioso, Gibs.

—Oh, Jesús. ¿Qué pasa si te cosieron mal? —siseó, con los ojos
desorbitados—. Joder, muchacho, ¿y si cortaron un cordón de esperma
cuando estaban jugando cerca de tu saco de bolas?

—¿Un cordón de esperma? —Lo miré boquiabierto—. ¿Qué mierda de


drogas estás tomando?
—Leí sobre ese procedimiento, ¿sabes? —dijo, luciendo
horrorizado—. Muchas cosas pueden salir mal…

—No. —Negué con la cabeza, enterrando mi terror—. No pueden.

—Sí, muchacho —se atragantó—. De verdad pueden jodidamente.


Te cortaron tan cerca de tu…

—¡Puedes parar! —ladré, temblando ahora—. Jesucristo, no puedo


oír esto.

—Lo lamento. —Sofocando una mueca, agitó una mano hacia mí y


dijo—: Termina de contarme lo que pasó con Shannon.

—Yo no la toqué. —Moviéndome incómodamente, murmuré—:


Pero quería. —Dejé caer mi cabeza entre mis manos y gemí—. Después
de Biddies, sabía que tenía que llevarla a casa, pero no pude, Gibs. Joder,
no pude. Así que la llevé al maldito cine. Sólo… necesitaba más tiempo
con ella, ¿sabes? Como, no fue suficiente. Necesitaba más…

—¿Más? —Él arqueó una ceja—. ¿Más de qué, Johnny?

—Más de ella —respondí sombríamente—. Todo es más cuando se


trata de ella. —Negué con la cabeza y suspiré profundamente—. Jesús,
la deseo tanto que no puedo pensar con claridad, Gibs.

—Bolas —reflexionó Gibsie.

—Y le di una paliza a un imbécil de su antigua escuela en el bar —


admití.

—Maldito idiota —espetó Gibsie—. ¿Alguien vio?

—Liam —murmuré, tirando de mi cabello—. Perdí el control,


muchacho. Dijeron algo sobre ella, y perdí total y absolutamente el
control de mis sentidos.

—Tienes suerte de que Dennehy no se enterara —señaló.


—Sí, Gibs —me quejé—. Soy muy consciente de lo cerca que estuve
de joderme a mí mismo.

No necesito que nadie más me lo diga…

—¿Y ayer? —preguntó—. ¿En tu casa? ¿Qué fue eso?

Negué con la cabeza y me hundí en mi silla.

—Su mamá tuvo un aborto espontáneo.

—Mierda.

—Sí.

—¿Ella se encuentra bien?

—No lo sé. —Me encogí de hombros con impotencia—. Él me la


quitó.

—¿Quién se la llevó? —Joey, el

jugador de hurling.

—Bueno, él es su hermano, muchacho —ofreció Gibsie—.


Obviamente iba a volver por ella.

—Me importa una mierda —espeté, pensando en su rostro


magullado—. No quería que se fuera, Gibs, y simplemente me la quitó.
¡Y yo lo permití!

—Sabes que no se te permite quedarte con humanos como mascotas,


¿no? —preguntó en un tono irónico—. Sabes que eso es sólo perros y
gatos, ¿verdad?

—Jodidamente. Retrocede —gruñí.

—Relájate —murmuró—. Estaba jugando contigo.


—Bueno, no es jodidamente divertido, Gibs —le respondí—. Nada
de esto es divertido. Necesité todo de mí para dejarla ir con su hermano
anoche. A la mierda con todo.

—Bueno, muchacho —dijo Gibsie finalmente, soltando un suspiro—


. En una nota brillante, al menos finalmente puedes admitir que te gusta.

—Pero yo no quiero que me guste —dije entre dientes—. Ese es el


punto. No tengo tiempo para que me guste. No puedo dejar que ocupe mi
cabeza, Gibs. Sabes lo que está en juego para mí. Necesito mantenerme
en mi camino, y esa chica me hace desviarme tanto del camino trillado
que es ridículo.

Ya estoy en problemas.

—Bueno, es obvio que no tienes ningún control sobre eso —


respondió Gibsie en un tono extrañamente serio—. No puedes evitar
quién te gusta, Johnny. Así es la vida.

—No mi vida —argumenté débilmente—. Así no es como funciono.

—Así es como funcionamos todos —corrigió.

—La cuestión es que Shannon no es sólo una chica al azar, Gibs —


dije con voz ahogada—. Es diferente. No es un ligue, o una follada y
tirada, o una aferrada que busca subir. No puedo follarla para sacarla de
mi sistema. Ni siquiera sabe quién soy, muchacho. Ella no tenía ni puta
idea. Y era genuino. Ella no se lo estaba actuando. Y he conocido
suficientes busconas como para que me dure una vida y pude notar que
ella no tiene idea. —Negué con la cabeza y me desplomé contra el
cuero—. Y aparte de todo eso, ella es frágil.

—¿Frágil?

—Frágil —confirmé, sin querer dar más información.

—¿Es por lo que sea que leíste en ese archivo?


Lo fulminé con la mirada, tensándome.

—Relájate —engatusó, levantando las manos—. Nunca lo leí. Sólo


se lo devolví a Dee.

Exhalé pesadamente y asentí.

—Sólo créeme cuando te digo que esa chica es una línea que no
puedo cruzar.

—Entonces no lo hagas —respondió Gibsie después de una larga


pausa—. Si ella te está fastidiando tanto cuando apenas la conoces,
entonces es mejor que te alejes ahora, muchacho.

—Esa es la cosa, muchacho… No sé si pueda —admití con voz


ronca—. Sabes cómo soy cuando se me mete algo en la cabeza. Pierdo
el control de mí mismo y voy con todo.

—Claro que sí. —Gibsie se río—. Tú arrasas. Todo y todos los que
se interponen en tu camino.

—¡Bueno, detenme!

—Detenerte. —Gibsie resopló—. Flexiona ese famoso autocontrol.


—Sonriendo, agregó—: Has tenido mucho últimamente.

—No lo entiendes, Gibs. Anoche casi me mata. Lo juro, pasé toda la


noche completamente despierto, mirando mis llaves y obligándome a
quedarme en mi cama y no conducir hasta allí y traerla a casa conmigo
—admití con tristeza—. No tengo ni un gramo de autocontrol cuando se
trata de ella, por eso necesito tu ayuda.

—Entonces, ¿qué me pides que haga aquí, Johnny? —preguntó,


sonriendo—. ¿Estás diciendo que quieres que sea tu corta rollos?

—Estoy diciendo que si me ves arrasando cualquier línea, hazme


retroceder —dije—. No confío en mí mismo cerca de ella.
—¿Te das cuenta de que las líneas que existen entre ustedes dos son
las que has dibujado en tu cabeza?

—No puedo ir allí con ella, Gibs, y no lo haré.

—¿Vas en serio?

Asentí.

—Ella es jodidamente peligrosa para mí.

—¿Porque?

—¡Acabo de decirte! —espeté.

—No. —Sacudió la cabeza lentamente—. Básicamente andabas


dando vueltas en círculos, muchacho. —Encogiéndose de hombros,
agregó—. Sigo sin escuchar un argumento decente en su contra.

No le respondí por tres razones.

Primero, no lo entendería.

En segundo lugar, no me creería.

Tercero, no estaba seguro de creerme yo mismo.

—Entonces, ¿estás feliz de dar un paso atrás y ver a McGarry o algún


otro payaso en la escuela hacer un movimiento? —preguntó Gibsie
entonces—. ¿Estás completamente bien con eso?

La forma en que mi cuerpo se enroscó automáticamente con tensión


fue suficiente respuesta.

—Ella es una chica hermosa, Johnny, con mucho interés dirigido a


ella —dijo Gibsie con calma—. No se puede tener las dos cosas,
muchacho. —Se encogió de hombros—. O la quieres o no la quieres. O
lo haces o retrocedes.
—No —gruñí, tensándome.

Fue todo lo que pude decir.

Simplemente no.

—¿Y estás seguro de que no quieres probar todo el asunto de la novia


con ella? —preguntó.

—No funcionaría —gemí—. Aparte del hecho de que soy demasiado


mayor para ella, y probablemente ella no sienta lo mismo, estoy
demasiado ocupado y demasiado poco disponible para comprometerme
con algo que se asemeje ni remotamente a una relación.

—¿Según quién?

—Sabes cómo es mi vida, Gibs. —Exhalé otro pesado suspiro—.


Sabes por qué estoy solo. Es demasiada presión y no puedo permitirme
perder la concentración. No tengo una hora libre en el día, y una vez que
llegue el verano, me iré de aquí. —Me encogí de hombros con
impotencia—. ¿Cómo es eso justo para cualquier chica?

—Cierto —reflexionó Gibsie—. Pero claramente no es una chica


cualquiera.

—Exacto —gruñí—. Ella es demasiado… más… demasiado…


mejor… importante… —Interrumpiéndome, me pasé una mano por mi
cara—. Nunca funcionaría —dije finalmente, con tono cansado—.
Terminaría yéndome, escribirían un montón de mierda en los periódicos
y en línea como siempre lo hacen mientras yo no estoy, ella se pondría
paranoica, yo me enojaría, ella terminaría lastimada, y ambos
terminaríamos completa y jodidamente miserables.

—Vaya —dijo Gibsie sin aliento—. Has pensado mucho en esto, ¿no?

Cada minuto del día desde que la vi por primera vez.

Asentí con tristeza.


—Entonces sé su amigo —ofreció.

Levanté la cabeza.

—¿Su amigo?

—Sí, pendejo, su amigo —dijo Gibsie con sarcasmo—. ¿Eres


consciente del concepto de amistad? Lo creas o no, en realidad eres
bastante bueno en eso. Y si algo más está fuera de opción y no puedes
mantenerte alejado de ella, entonces la tarjeta de amistad es tu mejor
apuesta.

—Pero ella es una chica, Gibs.

Puso los ojos en blanco.

—Sí, Johnny, lo sé.

—No tengo ninguna chica que sea mi amiga.

—Bueno, entonces, ella puede ser tu primera.

Reflexioné sobre el pensamiento.

¿Podría ser amigo de Shannon?

¿Podría ser simplemente su amigo?

—Amigos —repetí, levantando mi mirada hacia la suya—. ¿Supongo


que podría darle una oportunidad?

—Ahora estás hablando —alentó Gibsie con una sonrisa complacida.

Podría ser su amigo.

Yo sería un buen amigo para ella.

Podría hacerle la vida más fácil.

Quería hacer eso por ella.


—¿Pero y si ella no quiere ser mi amiga? —pregunté, sintiendo esa
desconocida oleada de incertidumbre que parecía acompañar cualquier
pensamiento que tuviera sobre esa chica.

—Sigue con esa patética cháchara y no querré ser tu amigo, gran


vagina. —Gibsie resopló—. ¿Qué pasa si ella no quiere ser mi amiga? —se
burló y luego resopló—: Ve a casa y encuentra tus huevos, recuerda quién
diablos eres, y mientras estás en eso, jala de tu pene. Incluso si te
desmayas por el dolor, tener un orgasmo tiene que valer la pena.

—Entonces, ¿me ayudarás? —pregunté, eligiendo ignorar su última


burla.

—¿A tener un orgasmo? —respondió Gibsie con un movimiento de


cabeza—. Te amo, muchacho. Pero no lo suficiente como para excitarte.

—Vete a la mierda —me quejé.

—Relájate. —Se rio—. Estoy bromeando.

—Sí, mi vida es una jodida gran broma para ti, ¿no es así? —espeté.

—No seas tan susceptible. —Se rio.

—Gibs —le advertí—. No estoy jodiendo por aquí. Necesito que me


ayudes con esto.

Dejó escapar un pesado suspiro.

—¿Si es lo que realmente quieres?

No.

—Tiene que ser —gruñí.

—Bien, muchacho, te ayudaré —respondió Gibsie con un suspiro—


. Aunque nunca funcionará, estás condenado al fracaso, y lo más
probable es que termine dando el discurso de padrino en tu boda a una
edad ridículamente joven porque habrás arrasado con todo, pero por
ahora, te ayudaré absolutamente a enterrar tu cabeza en la arena.

—Eso no es gracioso, Gibs —espeté, erizado.

—Lo sé —respondió, mientras se partía de risa—. Es hilarante.

—Ni siquiera un poco —gemí.


Bloquearlo

Shannon
Pasé la siguiente semana en casa después de la escuela, cuidando a
mis hermanos y a mi madre, quien, como sospechaba, no me hablaba.

Ella no estaba hablando con ninguno de nosotros.

Excepto con él.

Él estaba de vuelta.

Justo como sabía que lo estaría.

El aborto espontáneo había sido la oportunidad perfecta para que mi


padre regresara a las frágiles emociones de mi madre.

Cuando volvió esa noche, Joey se fue.

Se alejó y no volvió a casa durante tres días.

Esos tres días, había vivido aterrorizada, temiendo que nunca


regresaría a casa.

Finalmente lo hizo.

Pero sabía que no sería para siempre.

Uno de estos días, Joey iba a salir por la puerta principal como lo
había hecho Darren y nunca regresaría.
Mamá volvió a trabajar el sábado siguiente.

Como un robot, se vistió con su bata de limpieza, bajó las escaleras,


se preparó una taza de café, se fumó siete cigarrillos y luego se fue al
trabajo.

Sabía que mamá no debería estar trabajando en su condición,


claramente no estaba en el estado de ánimo adecuado, pero cuando traté
de decírselo, todo lo que hizo fue mostrarme una sonrisa acuosa,
besarme en la mejilla y salir por la puerta.

Pasé todo el día preocupándome por mi madre y escuchando a mi


padre decirme que fue mi culpa que ella perdiera al bebé.

Yo era la puta.

Yo le hice perder los estribos.

Yo tenía la culpa de que me pusiera las manos encima.

Y yo fui la razón por la que empujó a mamá cuando ella trató de


quitármelo esa noche.

Yo era la razón por la que la abofeteara.

Todo era mi culpa.

Porque yo era una puta.

Así es, yo era una chica de dieciséis años que nunca había besado a
un chico, pero para mi padre, yo era una vagabunda.

Cuando rompió su promesa de sobriedad a mi madre anoche, ni


siquiera me sorprendió.

Cuando usó mi cuello como juguete para apretar, ni siquiera me


estremecí.

Estaba tan cansada.


Una parte de mí rezaba para que acabara con esto de una vez.

A pesar de que Joey había bajado corriendo las escaleras y me había


quitado a papá de encima, el daño ya estaba hecho.

Añadió nuevos moretones a los viejos y pasé una buena parte de la


noche contemplando los peores pensamientos posibles.

No había respiro de esto.

No tenía salida.

No en esa casa.

No en un hogar de acogida.

Estaba atrapada.

Cuando bajé del autobús y atravesé las puertas de Tommen esta


mañana, el alivio que había inundado mi cuerpo fue tan potente que
podía saborearlo.

Regresar después de una semana en el infierno se sintió como la


mayor recompensa por sobrevivir.

Ver a Claire y Lizzie de nuevo, y saber que me amaban, que me


dijeran que me amaban, ayudó a reconstruir algo dentro de mi cuerpo.

Cuando me regalaron un pastelito de cumpleaños tardío y regalos en


el almuerzo, casi lloré.

Cuando les di la versión apta para todo público de lo que le pasó a


mamá, me conocían lo suficientemente bien como para dejarlo.

No quería hablar de ello, pensar en ello o que me lo recordaran.

Nunca más.

Claire y Lizzie lo sabían y respetaron mis deseos.


Haciendo todo en piloto automático, fui a todas mis clases y borré a
mi familia de mi mente durante las siguientes siete horas.

Fue maravilloso.
Atrapando Zapatos y Sentimientos

Shannon
Mi última clase del lunes era doble educación física, y a causa de la
lluvia torrencial cayendo afuera, el Sr. Mulcahy se había apiadado de
nosotros y nos puso a jugar fútbol soccer en la cancha de basquetbol en
el interior.

El Sr. Mulcahy era el entrenador de rugby de la escuela y era bastante


evidente por la forma en que se acomodó en una silla al costado de la
cancha, sus ojos fijos en un portapapeles en su mano, que no estaba
preocupado por nuestra educación física.

Además, me las arreglé para echar un vistazo a dicho portapapeles


cuando intenté y no pude dejar de jugar, y estaba cubierto de garabatos
y jugadas relacionadas con el rugby.

Acabé siendo reclutada en el equipo con Claire, gracias a Dios, y un


par de las otras chicas, mientras que Lizzie se las arregló para dejar de
participar y pudo ir a la biblioteca en su lugar.

Ojalá fuera tan persuasiva como ella.

En lugar de eso, estaba luciendo un pechero amarillo e intentando


correr y no ser aplastada por los chicos.

Con Lizzie en la biblioteca, sólo quedaban cuatro chicas en la cancha


para jugar con los otros dieciocho chicos de 3A.
Yo era de lejos la peor.

Shelly y Helen, las otras dos chicas de mi clase, no eran mucho


mejores, pero tenía la sensación de que tenía más que ver con su
desinterés general en el juego que con su falta de habilidad.

Claire era increíble en los deportes, la mejor chica de la cancha, y los


muchachos la trataban con el respeto que se merecía pasándole el balón
cada vez que lograba liberarse.

Hasta ahora, había marcado dos veces.

Para ser justos, mis compañeros de equipo habían intentado eso


conmigo antes en el juego, pero después de hacerme tropezar y costarle
un gol a nuestro equipo, me evitaron.

Pensé que podría ser lo mejor.

—¿Te estás divirtiendo? —preguntó Claire, corriendo hacia mí


cuando uno de los chicos de nuestro equipo anotó de nuevo.

Llevaba la misma camiseta negra, pantalones cortos blancos y


pechera amarilla que yo, pero a diferencia de mí, su ropa de
entrenamiento realmente le quedaba bien a su cuerpo.

Su cola de caballo larga, rubia y rizada se movía de un lado a otro


mientras se movía.

Sus mejillas estaban sonrojadas, sus ojos brillaban de emoción.

Ella era asquerosamente impresionante.

—¿No es esta la mejor manera de terminar el día?

—¡Eh, sí, seguro! —Fingí una sonrisa y le di dos pulgares entusiastas.

—Odias esto, ¿no? —Ella se rio y apoyó su codo en mi hombro. El


hecho de que ella pudiera hacer eso con facilidad sólo me hizo
comprender lo pequeña que era—. No te preocupes. Sólo quedan otros
diez minutos.

—El fútbol soccer no es realmente mi… —Hice una pausa para


agacharme, evitando por poco un balonazo en la cara—. No es lo mío
—comencé a decir, pero Claire ya estaba persiguiendo el balón, gritando
a nuestros compañeros de equipo que estaba «abierta».

Momentos después, una estampida de adolescentes vino corriendo


por la cancha hacia mí, persiguiendo el balón de fútbol.

Entonces, hice lo que haría cualquier persona cuerda de metro y


medio en mi posición; corrí hacia la pared y aplasté mi espalda contra
esta.

Esquivando por poco otro pisoteo, decidí que ya tenía bastante de


educación física por un día. Había tenido un dolor horrible y persistente
en el estómago todo el día y correr no ayudaba en nada.

Mi cuerpo estaba hecho pedazos.

Tenía tanto dolor que apenas podía soportarlo.

Para ser honesta, tenía la sensación de que el dolor de estómago que


estaba sufriendo era inducido por la ansiedad y relacionado con mi
padre.

Estábamos terminando de ir a la escuela el viernes para un descanso


durante dos semanas enteras, y cada vez que me permitía pensar en todos
esos días atrapada en mi casa con mi padre, el dolor era peor.

La mayoría de la gente estaba deseando irse de vacaciones.

Mientras tanto, yo era un desastre tembloroso.

Agotada, me quité la pechera y busqué por el pasillo al Sr. Mulcahy,


para preguntarle si podía irme temprano y sentarme en el vestuario.
Mi corazón dio un vuelco en mi pecho cuando lo encontré parado en
la entrada del salón, hablando nada menos que con Johnny Kavanagh.

Oh, Dios.

¿Cuánto tiempo había estado parado allí?

Ciertamente el tiempo suficiente para ver mi patético intento de


evadir la muerte.

Todo el día, sentí que me miraba.

Dondequiera que iba, juro que podía sentir ojos sobre mí.

Sabía que quería hablar conmigo, razón por la cual había pasado el
día agachándome y esquivándolo.

Tendría preguntas sobre la semana pasada.

Él querría saber.

Y no creería mis mentiras.

Eso era aterrador.

Porque era demasiado inteligente para que una chica en mi posición


anduviera con él.

Cuando estaba con él, me olvidaba de mentir y esconderme.

Me olvidaba de todo.

El Sr. Mulcahy estaba golpeando el portapapeles en su mano,


enfrascado en una conversación con Johnny, cuya atención oscilaba
entre lo que había en ese portapapeles y, bueno, yo.

Estaba exactamente frente a él, con la cancha entre nosotros, pero


juro que podía sentir el calor de su mirada hasta los dedos de mis pies.
Cada vez que cambiaba su atención del portapapeles a mí, me
golpeaba con una mirada tan acalorada y llena de intensidad que no
podía entender lo que estaba viendo.

¿Era ira?

¿Frustración?

¿Era algo más?

No sabría decir.

No tuve que pensar mucho en eso, porque unos segundos después, el


Sr. Mulcahy hizo sonar su silbato e instruyó a nuestra clase a salir de la
cancha y empacar.

El entrenador y Johnny permanecieron en la entrada, enfrascados en


una discusión, mientras nuestra clase pasaba junto a ellos hacia los
vestuarios.

Sintiendo que era la opción más segura, me dirigí directo hacia


Claire, enganché mi brazo con el de ella y le hice un montón de preguntas
sin sentido sobre el juego que acabábamos de jugar, bueno, el juego que
ella acababa de jugar.

Mantuve mis ojos en su rostro, escuchando atentamente sus


respuestas, cuando los pasamos.

No fue hasta que estuve a salvo en el vestuario de las chicas que solté
el trémulo aliento que había estado conteniendo.

—Auch, Shannon, ¿qué diablos te pasa? —exigió Claire en el


momento en que la puerta del vestuario se cerró de golpe detrás de
nosotras.

—¿Eh?

—¿Mi brazo? —dijo Claire—. ¿Estás tratando intencionalmente de


cortarme la circulación?
Mi mirada se disparó a su brazo, más específicamente a donde mis
dedos se clavaban en su piel.

—¡Oh, Dios mío! —Soltándola, puse una mano sobre mi boca—. Lo


siento mucho.

—¿Qué pasa? —Dio un paso más cerca, la preocupación se dibujó en


su rostro—. Te ves realmente asustada.

—Nada —respondí rápidamente—. Estoy bien. Es sólo que… —


Negué con la cabeza y solté un suspiro entrecortado—. No esperaba que
él estuviera ahí afuera.

—¿Johnny?

Asentí lentamente.

Sus ojos se abrieron entonces.

—¡Oh, Dios mío! —Apuntándome con un dedo a la cara, susurró y


gritó—: ¡Me mentiste! Algo pasó la otra semana, ¿no?

—No. —Negué con la cabeza, mis mejillas ardiendo—. No pasó


nada.

—Él te estaba mirando fijamente allí atrás, como si te mirara a los


ojos por completo —siseó, luciendo un poco mareada—. ¿Pasó algo? Por
favor, dime que pasó algo…

—Te prometo que no pasó nada entre nosotros —solté


ahogadamente, arrepintiéndome de haberlo mencionado—. Y no me
estaba mirando.

—¿Pero tú querías que lo hiciera?

Abrí la boca para negarlo, pero Claire me interrumpió.

—¡Ja! Ni siquiera mientas, puedo ver a través de ti. —Se rio—.


Incluso tus oídos están sonrojados.
—Claire, por favor, ¡no puedes decirle a nadie! —solté, mortificada.

—Ya te prometí que no lo haría.

Me derrumbé de alivio.

—Gracias.

—Pero deberías saber que él te estaba mirando, Shan. Como si, en


serio, te estuviera mirando. —Claire juntó las manos, chillando en voz
alta—. Oh, Dios, esto me hace tan feliz.

—No, él no lo estaba, y yo no, no puedo, yo sólo… —Ahogándome


con mis palabras, inhalé un aliento tranquilizador y lo intenté de
nuevo—. Tuvimos una pelea esa noche en su auto.

—¿Una pelea? —Las cejas de Claire se dispararon—. ¿Acerca de qué?

—No importa —murmuré, sonrojándome—. Y yo…

—¿Tú qué?

—Me dejó en casa de nuevo el viernes antes de mi cumpleaños.

Todo su rostro se iluminó.

—¡Oh, Dios mío!

—Y luego vomité frente a él —admití con tristeza—. Posiblemente


sobre él.

Estuvo muy cerca de la zona de peligro.

Mientras él sujetaba mi cabello.

Claire se encogió de simpatía.

—¿En su coche?

—No —respondí débilmente—. En la escuela. Frente a mi casillero.


Ella sonrió con tristeza.

—¿Y te dejó en casa después?

—Y luego yo…

—¿Tú qué, Shan?

—Fui al pub con él.

—¿El pub? —chilló—. ¿Qué pub?

Lo pensé por un momento antes de recordar el nombre.

—¿Biddies, creo?

—Oh, Dios mío —jadeó—. Ese es su pub.

—¿Qué? —Mis ojos se abrieron—. ¿Su familia es dueña?

No me sorprendería.

—No, no —se apresuró a decir Claire—. No les pertenece, pero es


como su pub. Su lugar. Su… su… cuartel general.

—¿Y eso que significa?

—Ahí es donde van todos —dijo Claire—. Todos los chicos del
equipo. Biddies es su lugar de reunión.

—Oh. —Respiré, nerviosa—. Bueno.

—Entonces —reflexionó ella—. ¿Qué hiciste en el pub?

—Él me compró la cena —confesé.

—Espera, ¿por qué te llevó a Biddies si estabas enferma?

Me encogí de hombros.
—Me llevó a casa, pero cuando llegamos a mi casa, me pidió que
fuera a dar una vuelta con él. —Frunciendo el ceño, agregué—: Y me
llevó al cine después de Biddies.

—No puedo creerlo —chilló.

—Y en mi cumpleaños, terminé yendo a su casa.

—¿Qué? —Claire en realidad gritó—. ¿A su casa?

—Fue culpa de Joey. Pero yo estaba allí… y me duché… y luego él


cocinó para mí… y me quedé dormida en su… —Rápidamente cerré la
boca cuando la puerta se abrió y Shelley y Helen entraron de repente en
la habitación.

Claire levantó las cejas hacia mí, pero no dijo nada más.

Sin embargo, una mirada a su rostro y estaba claro que esta


conversación estaba lejos de terminar para ella.

Tomé eso como mi oportunidad para recoger mi uniforme del banco


y deslizarme en una de las duchas para cambiarme.

No era una mojigata ni nada por el estilo, pero me faltaba mucho en


comparación con estas chicas.

Ahorrándome una humillación innecesaria, siempre me cambiaba en


uno de los cubículos con una cortina corrida alrededor de mis copas A.

Cuando me puse el uniforme y mis nervios estaban bajo control,


regresé con las chicas justo a tiempo para escuchar el último drama de
Shelly y Helen.

Shelly era una morena alta con el tipo de curvas en las que sólo podía
esperar crecer algún día. Helen era la versión pelirroja de Shelly, más
baja y un poco menos curvilínea.
Eran grandes chismosas y pasaban sus días soldadas una al lado de
la otra, susurrando y riéndose disimuladamente, pero me había
encontrado con cosas mucho peores que ellas.

De hecho, me gustaban las dos en una forma de «son completamente


inofensivas si no les dices lo que haces».

—¡Dios, él es un paseo! —siguió chillando Shelly.

Estaba de pie en sostén y bragas, completamente a gusto con su


cuerpo, y haciendo gestos animados con las manos a su mejor amiga.

—Lo juro por Dios, Hells, treparía a ese chico como un desagüe. —
Se pasó la larga cola de caballo por encima del hombro y fingió
desmayarse—. Él también sería increíble en eso.

—No mientas, Shell —respondió Helen con una risita—. Si te mirara


lo suficiente, te desmayarías.

—Podría —concordó Shelly con una risa—. Pero entonces podría


revivirme… —Moviendo sus cejas finamente formadas, agregó—: con
su lengua.

—¿De quién estamos hablando, chicas? —intervino Claire con una


sonrisa amistosa. Estaba sentada en el banco, abrochándose la blusa de
la escuela—. ¿Alguien interesante?

—¿Quién crees? —bromeó Shelly con una gran sonrisa—. El


mismísimo señor sexo-en-piernas.

—¿Lo viste mirándonos? —agregó Helen emocionada, mordiéndose


el labio inferior—. Lo estaba. Lo vi. Nos estaba observando totalmente
cuando estábamos en la cancha.

—Ojalá. —Shelly suspiró/se desmayó—. Dios, ¿por qué los


muchachos de nuestro año no pueden parecerse a él?
—Lo sé. —Helen asintió soñadoramente—. Ese chico es cien por
ciento de cosecha propia, la sensualidad de Cork.

—Él no es de cosecha propia —me escuché interponer—. Es de


Dublín.

—No… —desafió Helen con una expresión confusa grabada en su


rostro—. Es de Ballylaggin.

—Si están hablando de Johnny Kavanagh, entonces Shannon tiene


razón —intervino Claire—. Honestamente, chicas, si fueran y hablaran
con el chico, sabrían de inmediato que es un Dub.

—Él no es un Dub —intervino Shelly, luciendo levemente


horrorizada—. Es de Cork.

—Siento decepcionarte, pero Johnny es un gran Dub azul —


respondió Claire, sonriendo—. Dios, chicas, en el momento en que abre
la boca, es tan obvio.

—Bueno, su padre es de Cork, por lo que es medio corkoniano —se


quejó Shelly—. Y vive en Cork.

—Y nació y se crio en Dublín, lo que lo convierte en un Dub. —Claire


se rio—. Pregúntale qué colores usará en el último día de All Ireland —
agregó—. Te prometo que no será rojo.

Shelly claramente se tomó muy en serio la rivalidad deportiva de


Cork y Dublín porque parecía terriblemente angustiada por la noticia.

—No sabes eso —desafió—. Se mudó aquí cuando era pequeño.


Probablemente ahora apoya a Cork y Munster.

—En realidad, lo sé —respondió Claire, sonriendo—. En septiembre,


Hughie invitó a todos los muchachos del equipo a ver la final de hurling
y adivina quién era el único que vestía de azul en un mar de camisetas
rojas.
—Bueno, no me importa. —Helen suspiró—. El acento sólo lo hace
más sexy.

—Exactamente. —Shelly alzó la nariz—. Todavía lo treparía como


un desagüe.

—Entonces será mejor que te des prisa en escalar, Shell. —Riendo,


Claire continuó echando sal en las heridas rebeldes de Shelly y agregó—
: Porque se irá de aquí después de que termine la escuela. Una vez que
termine con La Academia y los Jefes Irlandeses le ofrezcan un contrato,
recuerda mis palabras cuando te digo que no se quedará en Cork.
Regresará directamente a Dublín y lo recibirán con los brazos abiertos.
Porque es de ellos, no nuestro.

—¿Cómo es que sabes todo esto? —preguntó Helen, mirando a Claire


como si le hubieran crecido dos cabezas.

—Porque paso mi tiempo rodeada de chicos que juegan al rugby con


él —respondió Claire—. Escuché a Hughie y Gerard hablar sobre cómo
Johnny sólo se quedará en Irlanda durante un par de años. Los
muchachos creen que lo más probable es que juegue en el extranjero
durante algunos años mientras el centro actual de su equipo termina y
Johnny adquiere experiencia de juego de alto nivel. La apuesta de mi
hermano es Francia: los clubes de allí tienen mucho dinero para tirar.
Luego lo traerán a casa como un jugador de clase mundial con la
experiencia del mundo en su haber y la juventud aún de su lado.

—Dios —murmuré, sintiéndome un poco mareada por esta


conversación—. Lo haces sonar como un pedazo de carne.

—Porque eso es lo que él es en su mundo, Shan —respondió Claire,


dirigiendo su atención hacia mí—. Un pedazo grande, gordo y jugoso de
bistec premium.

—No puedo comenzar a imaginar lo que se siente estar bajo tanta


presión —susurré, mis pensamientos inmediatamente regresaron a esa
noche en su auto.
No es de extrañar que reaccionara tan mal.

Había visto la atención que la gente le daba cuando salíamos.

Toda la vida de Johnny se jugaba frente al país.

Todo el mundo hablaba de él.

Todo el tiempo.

Creo que si yo fuera él, me arrastraría debajo de mi cama y me


escondería.

Una enorme oleada de simpatía llenó mi pecho, toda dirigida a él.

—Pobre chico —murmuré, pensando en lo desesperado que debe


sentirse por tener que ocultar su herida.

—¿Pobre chico? —se burló Helen e hizo un sonido de «pffft»—. Johnny


Kavanagh no tiene nada de pobre, Shannon. El hermoso, hermoso paseo
de un chico va directo a los profesionales. Ya aparece en blogs y revistas
de rugby populares. ¿Te parece alguien pobre?

—Deberías ver las multitudes y los medios de comunicación en sus


juegos locales —agregó Helen con un suspiro de ensueño—. Es una
locura.

Lo sé.

Lo vi.

Tal vez fuera a los profesionales o tal vez no.

No pensé que fuera de nuestra incumbencia hablar de él de esta


manera.

Esta era su vida, que estaba siendo discutida abiertamente y no me


sentía cómoda.
—Estás terriblemente callada, Shannon —dijo Shelly mientras sus
ojos me evaluaban con gran interés—. Ni siquiera finjas que no es el
chico más hermoso que jamás hayas visto.

Lo era, por mucho, el chico más hermoso que jamás había visto en
persona.

Sin embargo, tuve la clara sensación de que sin el encanto de la fama


y el dinero que lo acompañaban, estas chicas no estarían tan
obsesionadas.

Por otra parte, tal vez lo estarían.

Mientras tanto, no podría importarme menos qué forma de balón


pateaba en un campo.

El rugby era un deporte.

Era un juego.

No era todo lo que él era.

Era sólo una parte de él.

Aparentemente, la única parte que les importaba a estas chicas.

Era repugnante y me negué a unirme a una conversación que me


recordaba mucho a las conversaciones que las chicas tenían sobre Joey.

—Supongo. —Me encogí de hombros sin comprometerme—. Es un


muy buen jugador.

Ambas chicas se rieron.

—Está totalmente sonrojada —bromeó Shelly—. Mira, ni te


molestes, Shan.

Fruncí el ceño.
—¿Molestarme con qué?

—Gustarle —respondió ella—. Johnny ni siquiera mira de soslayo a


las chicas de su propio año, y mucho menos a las chicas de tercer año.

—En realidad, eso no es cierto —dijo Claire maliciosamente—. Él la


llevó a casa desde la escuela. —Me lanzó una sonrisa traviesa—. Dos
veces.

Sonrojándome, hice una nota mental de nunca decirle a Claire una


maldita cosa de nuevo.

Ambas chicas giraron sus miradas hacia mí.

—Perra con suerte —dijo Shelly sin aliento, con los ojos muy
abiertos.

—¿Estuviste en su auto? —exigió Helen.

Me encogí de hombros, sintiéndome muy expuesta en este momento,


pero no respondí.

—Y ella salió en los periódicos con él —agregó Claire—. Hughie me


lo mostró. Todos los muchachos hablaban de eso porque Johnny nunca
sale en fotos con chicas.

—Nunca sale en los periódicos con chicas —acusó Helen—.


¿Cuándo pasó esto?

—Antes de salir a cenar con él a Biddies —ofreció Claire con una


gran sonrisa—. Y al cine. Ah, y después de que ella pasó su cumpleaños
en su casa.

—¡Oh, Dios mío! —Ambas chicas jadearon al mismo tiempo.

—¿Marcaste con él? —preguntó Helen; en realidad, era más una


demanda—. Oh, Dios mío, ¿montaste a Johnny?

Claire me miró con expresión expectante.


—¡No! Dios, por supuesto que no —me atraganté, balbuceando mis
palabras—. ¿Por qué siquiera preguntarías eso?

—Ah, porque él es Johnny Kavanagh. —Shelly puso los ojos en blanco


con sarcasmo—. Y tú estuviste en su casa. Cualquier chica en su sano
juicio querría montarlo.

—No Lizzie. —Claire agitó una mano en el aire—. Ella desprecia a


los jugadores de rugby.

—Eso es porque Lizzie está peleando con Pierce. Le encantarán los


jugadores de rugby la semana que viene cuando él la tranquilice de nuevo
—replicó Shelly, y rápidamente volvió su atención hacia mí—. ¡Oh, Dios
mío! —Con las manos en las caderas, chilló—: ¿Viste su dormitorio?
¿Cómo es? ¿Tiene una cama enorme? Apuesto a que es enorme. ¿Te va
a llevar a casa desde la escuela otra vez? ¿Es por eso que está aquí? Dios,
¿ustedes dos son pareja?

—Oh, Dios, Bella se va a enojar —intervino Helen—. Golpeará el


techo cuando descubra que estás detrás de su novio.

—Johnny no es el novio de Bella —resopló Claire—. Ella, en cambio,


es la chica de todos.

—En realidad —intervino Shelly, levantando un dedo—. Escuché a


algunas de las chicas de sexto año en el baño el otro día hablando de que
Bella está con Cormac Ryan ahora. —Arqueando una ceja, agregó—: Al
parecer, lo ha estado follando desde hace mucho tiempo.

—¿Mientras ella estaba con Johnny? —jadeó Helen.

—Ajá —dijo Shelly—. Chica estúpida, ¿eh?

—Bueno, Cormac es un tipo bien parecido —respondió Helen con el


ceño fruncido—. Pero él no es Johnny Kavanagh.

—Lo sé, ¿verdad? —concordó Shelley.


Claire hizo una media reverencia dramática.

—Y ahí lo tienes —dijo—. La chica de todos.

—Aun así, sin embargo. —Helen se mordió la uña, mirando a la


mía—. Bella no estará feliz contigo.

—Ella no es su dueña —se burló Claire—. Nunca fueron una pareja


real, e incluso si lo fueran, Bella no puede hablar. Todo el mundo sabe
que ella ha estado montando la mitad de la escuela a sus espaldas durante
meses.

—Sí, pero él es su caballo en la carrera —razonó Helen—.


¿Operación Amarrar al Trece?

—Uf, esas chicas son tontas —se quejó Claire—. Pensé que esa
estúpida competencia se eliminó el año pasado.

—Lo hizo —dijo Shelly en un tono malhumorado—. Bella ganó.

—¿Operación Amarrar qué? —grazné.

—Amarrar al Trece —repitió Helen, mirándome como si no tuviera


ni idea.

En este caso, era correcto.

—¿Y eso qué significa?

—Las chicas de quinto y sexto año tuvieron esta estúpida


competencia el año pasado para ver quién podía quedarse con Johnny
—se quejó Claire—. Lo llamaron Operación Atrapar al Trece porque son
completamente tristes y poco originales. —Hizo una mueca antes de
agregar—: Aparentemente, Bella ganó.

—No lo entiendo —admití, mortificada.

—El número de la camiseta de Johnny es el trece —explicó Claire,


luciendo completamente disgustada—. Y la unión es una referencia de
rugby para participar en un scrum, aunque estoy bastante segura de que
esas chicas se referían a involucrarse con Johnny en una posición
completamente diferente.

—¿Qué, por qué le harían eso?

—Porque es imposiblemente quisquilloso —gruñó Shelly—. Y rara


vez mira a ninguna de las chicas de aquí. Es un completo snob cuando
se trata de con quién está.

—Supongo que puede darse el lujo de estar con el tipo de mujeres de


las que está rodeado en esas giras —insinuó Helen.

—Cierto —dijo Shelly con tristeza—. ¿Viste a esas chicas en su


última gira?

—¿La modelo? —preguntó Helen y asintió con resignación—. Tenía


como veintisiete años.

—Estaban por todo Internet. —Shelly suspiró.

—Bella no estará contenta con la competencia —ofreció Helen con


una mueca—. Shan, deberías mantenerte alejada de él, porque ella te
sacará los ojos.

—Ella es una perra —concordó Shelly—. No importa si se están


tomando un descanso en este momento o no. Ella se volverá loca
contigo.

—No van a tomar nada porque nunca tuvieron una relación —se
quejó Claire—. Eran follamigos glorificados, chicas. Difícilmente fue el
romance del siglo.

—No importa —respondió Helen—. Sabes cómo es ella, Claire. A


los ojos de Bella, ella y Johnny están en un descanso, y perderá la cabeza
si alguien se interpone en su camino.
—Yo no estaba con él —me atraganté, el miedo de que alguien de
sexto año me sacara los ojos haciendo que mi estómago se revolviera
violentamente. No sería la primera vez, y todavía tenía una leve cicatriz
en mi párpado derecho para probarlo—. Lo juro.

—Shannon, relájate —intervino Claire, viniendo a pararse a mi


lado—. Nadie te va a tocar.

—Yo no estaría tan segura de eso —intervino Helen, luciendo


preocupada—. Bella puede ser una verdadera perra cuando quiere serlo.

—Oh, ¿sí? —replicó Claire, poniendo una mano en mi hombro—.


Bueno, yo también puedo.

—¿Q-qué? —susurré, sintiendo como si mi estómago estuviera a


punto de salirse de mi trasero—. Pero yo no estaba… no estoy… yo no
hice nada…

El sonido de la campana de la escuela sonando llenó mis oídos,


interrumpiéndome, y en lugar de tratar de explicar mi salida de esta
conversación desordenada, agarré mi bolsa de equipo y corrí hacia la
puerta.

—¡Shannon, espera! —gritó Claire—. ¡Solo espérame!

No esperé.

En su lugar, salí corriendo a toda velocidad del salón de educación


física, empujando a los muchachos que salían del vestuario de los chicos
y tropezando por los escalones en mi intento de alejarme lo más posible
de una posible confrontación.

No podría enfrentar esto.

Hoy no.

No podía aceptar otra discusión.

Ni con mis padres, ni con Bella Wilkinson, ni con nadie más.


Simplemente no podía hacerlo.

Era demasiado.

Llegué al callejón que conducía a la salida de la escuela, con los pies


todavía golpeando contra el concreto, cuando el tacón de mi zapato se
atascó en una grieta en medio del camino y casi me hizo caer de cabeza
sobre el asfalto mojado.

Afortunadamente, logré enderezarme a tiempo para salvarme de otra


conmoción cerebral.

Consciente de que varios estudiantes estaban observando


abiertamente mi mini crisis, reduje la velocidad a un paso rápido.

Cojeando hacia la acera, esperé a que pasara una gran multitud de


chicos antes de empezar a caminar varios metros detrás de ellos.

Jesús.

¿Helen y Shelly tenían razón?

¿Bella vendría tras de mí?

¿Porque Johnny me dio un aventón a casa?

Oh, Dios, mi corazón, mi pobre y agotado corazón estaba golpeando


mi caja torácica.

Mi estómago estaba dando vuelcos.

Sentí que iba a vomitar.

No, reformula eso a iba a vomitar.

Salté la cerca baja que separaba el camino de un área boscosa, corrí


hacia los arbustos, dejé caer mi mochila en la hierba mojada, me agaché
detrás del árbol más cercano y vomité violentamente.
Había muy poco en mi estómago, pero la manzana que había comido
antes salió de manera gloriosa.

Temblando de repugnancia, permanecí en una posición agachada,


inhalando varias respiraciones tranquilizadoras, mientras intentaba
calmarme.

Todo mi cuerpo temblaba violentamente, y no estaba segura si era


por la lluvia que caía sobre mí o por el puro terror en mi corazón.

Sospechaba de ambos.

Varios minutos después, cuando estuve segura de que podía


moverme de nuevo, me levanté con cautela y me limpié la boca con el
dorso de la mano.

Presionando una mano contra mi estómago, exhalé un suspiro


entrecortado y miré a mi alrededor.

Por fortuna, había logrado colocarme fuera de la vista desde el carril.

Esta vez.

Metí la mano en mi mochila para sacar mi botella de agua sólo para


darme cuenta de que, en mi prisa, había tomado la bolsa equivocada.

Mi mochila escolar estaba de vuelta en el salón de educación física.

—Mierda —gruñí.

Con los hombros caídos, me colgué la bolsa de equipo a la espalda y


regresé al camino.

No me molesté en correr esta vez.

No tenía energía.

Se había terminado todo.


Si Bella quería lastimarme, entonces ninguna cantidad de correr
cambiaría eso.

Ella encontraría una manera.

Siempre lo hicieron.

Lo preocupante era que no sabía qué aspecto tenía.

No sabía de quién cuidarme.

Todos, insistió mi cerebro. No confíes en nadie.

Con la lluvia cayendo sobre mí, filtrándose a través de mi ropa,


caminé lentamente hacia el salón de educación física con la cabeza gacha
y mi modo de vuelo desactivado.

Había un flujo constante de agua que fluía rápidamente por el camino


y el dique cubierto de hierba a la izquierda del camino estaba bajo el agua
que tuve cuidado de evitar cuando crucé hacia el edificio de educación
física.

A diferencia de antes, cuando había estado corriendo y sin prestar


atención al clima, ahora estaba dolorosamente consciente de mi entorno,
y del clima de mierda irlandés.

Dios, si no dejaba de llover pronto, el pueblo estaría bajo alerta de


inundación.

No era algo raro en Cork en el invierno y, a veces, a principios de la


primavera.

Demonios, incluso podría inundarse en el verano en Cork.

Sin la protección del abrigo que había dejado en mi casillero, mi ropa


estaba completamente empapada.

Mis pies estaban mojados, mis calcetines empapados de correr


tratando de encontrar un lugar en el bosque para vomitar. La sensación
de mi uniforme mojado pegado a mi piel igualmente mojada me hizo
sentir tanto asquerosa como fría.

Todos se habían ido cuando finalmente regresé al salón, el ruido y el


bullicio de mis compañeros de clase estaban notablemente ausentes.

Agradecida por el refugio temporal del monzón afuera, fui


directamente a los vestuarios de las chicas y respiré aliviada cuando vi
mi mochila en el banco donde la había dejado.

Todavía me estaba acostumbrando a que mis cosas no fueran tocadas


en esta escuela.

Me acerqué a mi mochila y la recogí, sólo para notar que una página


arrancada de un cuaderno cayó al suelo.

Lo ignoré.

Empapada hasta los huesos, agarré mi bolsa de emergencia, caminé


hacia el baño y rápidamente me cepillé los dientes, con arcadas cuando
el cepillo me atravesó la parte posterior de la garganta.

Cuando terminé de limpiarme la boca, enjuagué el cepillo de dientes


y lo volví a meter dentro de la pequeña bolsa con cierre hermético con la
pasta y regresé a buscar mi bolsa.

Miré mi reloj y noté que eran las 4:25.

Aparte de mis pantalones cortos, mi camiseta y unos juegos de ropa


interior limpia, algo que siempre llevaba encima, no tenía una muda de
ropa extra en la escuela, así que tendría que sufrir hasta llegar a casa.

Mi autobús tardaría una hora más, pero sabía que prefería esperar en
la parada de autobús a que llegara que correr el riesgo de tropezarme con
Bella dentro de la escuela.

Aunque no sabía cómo se veía Bella, no estaba preparada para


ponerme a ese nivel de preocupación.
Ni siquiera por mi abrigo que aún estaba en mi casillero.

La lluvia valió mi tranquilidad.

Volví a meter mi bolsa de emergencia en el bolsillo delantero de mi


mochila escolar, la puse en mi espalda y coloqué las correas de mi
mochila sobre mis hombros, antes de alcanzar la nota.

Shan,

Debería haberme callado la boca. Realmente no quise molestarte. Pensé


que estábamos bromeando y quedé atrapada en las bromas. A veces, me olvido
de todas las cosas horribles que esas chicas te hicieron. Es difícil porque
pareces tan feliz aquí… ¿y diferente? Diferente en el buen sentido.

Y no hagas caso de Shelly y Helen. Son completas putas del drama. Bella
no te pondrá un dedo encima. Lo prometo.

De todos modos, lo siento mucho y, por favor, envíame un mensaje de texto


cuando llegues a casa.

Con amor, Claire. x.x.x.

Leí la nota tres veces más antes de meterla en el bolsillo de mi falda.


Luego metí mi bolsa de equipo debajo del banco junto al de Claire antes
de salir del vestuario.

No estaba enojada con Claire.

Sus bromas eran perfectamente normales.

Fue mi reacción a las bromas lo que me enloqueció.

Mi constante reacción exagerada a todo.

Necesitaba trabajar en mí misma.

Necesitaba dejar de tener miedo todo el tiempo.


Sin embargo, era difícil cuando pasaba la mayor parte de mis horas
de vigilia en un estado constante de paranoia y ansiedad.

Joey me dijo que tenía que defenderme.

Lo dijo de nuevo anoche cuando me frotaba la espalda mientras


intentaba respirar durante un ataque de pánico.

Me dijo que, si alguna vez volvía a ponerme las manos encima,


debería agarrar un arma.

Aunque tenía miedo de hacerlo.

Estaba aterrorizada de desatar algo que tal vez no pudiera controlar.

Fue por mi falta de acción que mi hermano terminó recibiendo una


paliza anoche.

Sabía que Joey no me culpaba por su nariz rota, pero el mensaje de


texto que había recibido de él antes, haciéndome saber que pasaría la
noche con Aoife, hizo que la perspectiva de ir a casa fuera aterradora.

Se estaba recuperando y no lo culpaba.

Si tuviera un lugar seguro donde quedarme, me lanzaría hacia él.

Eso es lo que Aoife era para mi hermano.

Joey tenía a Aoife y yo no tenía a nadie.

Sumida en mis pensamientos, estaba al final de los escalones fuera


del edificio de educación física cuando el sonido de mi nombre se disparó
por el aire.

—Shannon.

Al darme la vuelta, observé cómo Johnny bajaba corriendo los


empinados escalones del edificio, levantándose la capucha de su
chaqueta azul marino a medida que avanzaba.
No reacciones de forma exagerada y corras, ordené en silencio mientras
mis pies temblaban debajo de mí. Sólo saluda.

Al darme cuenta de que estaba asintiendo físicamente con mis


afirmaciones mentales, me aclaré la garganta y ofrecí un débil:

—Hola, Johnny.

—Hola, Shannon —resopló, deteniéndose frente a mí—. ¿Cómo


estás?

—Estoy bien —solté mientras trataba de mantener mis rasgos


impasibles. Era una hazaña imposible cuando cada onza de sangre en mi
cuerpo corría hacia mi cara, alentada por los latidos atronadores de mi
corazón—. ¿Tú, eh, estabas en el salón?

—Sí. —Johnny asintió—. Tenía algunas cosas que necesitaba repasar


con el entrenador. —Una pequeña sonrisa tiró de sus labios—. No
estabas bromeando cuando dijiste que no practicabas ningún deporte,
¿eh?

Ardí de vergüenza.

—Ah, no, no bromeaba.

—¿Cómo está tu mamá? —preguntó, ojos azules agudos e


inquisitivos.

—Oh, ella está uh… —Hice una pausa para colocar un mechón de
cabello empapado detrás de mi oreja—, está mucho mejor ahora.

—Eso es bueno —dijo, y sonaba como si realmente lo dijera en


serio—. ¿Estabas en casa ayudándola la semana pasada? ¿Es por eso que
no viniste a la escuela?

—Um, sí, ella necesitaba algo de ayuda después del, eh, el… —
Negué con la cabeza antes de agregar—, mi mamá está bien ahora. Ha
vuelto al trabajo y todo.
Las cejas de Johnny se dispararon.

—¿Tan pronto?

Usted es el indicado para hablar, Sr. Aductor...

Me encogí de hombros.

—Eso es lo que ella quería.

—¿Qué pasa contigo? —preguntó entonces Johnny.

Fruncí el ceño.

—¿Qué hay de mí?

Sus ojos azules quemaron agujeros en los míos cuando dijo:

—¿Estás bien?

—Estoy bien —dije con voz ronca, sintiéndome increíblemente


nerviosa por estar tan cerca de él otra vez.

—Ya sabes —reflexionó—. Realmente me está empezando a


disgustar esa palabra.

—Bueno, lo estoy —dije con voz ahogada—. Estoy bien, me refiero.

—Eso es bueno —dijo—. ¿Y tu familia…

—Realmente no quiero hablar de eso —dije en voz baja. Nunca más—


. Nos estamos recuperando de eso, así que prefiero que no me lo
recuerden —agregué—. ¿Si eso está bien?

—Mierda, sí —murmuró—. No diré una palabra más al respecto.

Me derrumbé de alivio.

—Yo también lo siento mucho —gruñí—. Por la forma en que nos


impusimos en tu casa ese día.
—¿Qué? —Johnny frunció el ceño—. No te impusiste.

—Realmente lo hice —admití, avergonzada—. Y Joey también.

—Shannon, no me siento así —me dijo, en tono áspero—. Yo no…


así que no pienses así. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. —Asentí—. Bueno, probablemente debería irme


ahora. —Sonriendo débilmente, le ofrecí un pequeño saludo con la mano
y antes de girar sobre mis talones y alejarme, dije—: Adiós, Johnny.

¡Mira, progreso!

No estaba corriendo.

—Espera —gritó Johnny, su voz venía de cerca detrás de mí—. ¿Vas


a caminar a casa?

Irracionalmente afectada por su proximidad, agarré las correas de mi


mochila y asentí, pero no dejé de caminar.

—¿En este clima? —preguntó, poniéndose a mi lado.

—No, sólo voy a caminar hacia la parada del autobús —le expliqué
en voz baja, manteniendo mis ojos fijos en el sendero que tenía delante,
con cuidado de evitar el desbordamiento del agua de lluvia que parecía
salir burbujeando de todos los desagües.

No fue una hazaña fácil, con mi corazón tratando de estallar fuera de


mi pecho.

Esa era otra cosa en la que necesitaba trabajar: controlar la reacción


de mi cuerpo alrededor de este chico.

Caminaba a mi lado y cada vez que daba un paso, su brazo rozaba el


mío.
Claramente fue accidental, dudé que siquiera lo notara, y era tan
grande que estaba segura de que no podía evitarlo, pero eso no
significaba que mi cuerpo no reaccionara al sentirlo.

Al menos yo estaba ardiendo ahora.

Ayudó con la humedad.

—¿A qué hora pasa tu autobús? —preguntó Johnny, con voz


profunda y grave.

Temblando, me limpié una gota de lluvia del labio con la lengua


antes de responder:

—Tomo el autobús de las cinco y media todos los días.

—Eso es más de una hora a partir de ahora.

No respondí.

Seguí caminando.

—¿Estás planeando quedarte bajo la lluvia durante una hora? —


preguntó, parándose frente a mí y deteniéndome en seco.

Ambos éramos como ratas empapadas por el aguacero, y tuve que


desviar la mirada para evitar admirar la forma en que su cabello mojado
se pegaba a su frente.

Tenía un cabello precioso.

También tenía un olor delicioso.

Uno que no podía dejar de inhalar mientras estaba demasiado cerca


de mí para sentirme cómoda.

Desodorante Lynx, hierba recién cortada y chico, todo en uno.

¿A quién estaba engañando? Tenía un todo precioso.


Cuando arrastré mis pensamientos de regreso al presente y me encogí
de hombros, Johnny dejó escapar un gruñido de impaciencia, sus
penetrantes ojos azules quemaron agujeros a través de mí.

—Vamos —dijo bruscamente—. Te llevaré a casa.

Oh, no.

Dulce niño Jesús, no.

—No. —Rápidamente negué con la cabeza—. Estoy bien.

Él arqueó una ceja, metiéndose en mi espacio personal con su


gigantesco cuerpo.

—¿Por qué no?

—Porque me dejaste en casa —respondí, dando un paso seguro hacia


atrás.

—¿Y? —respondió, dando otro paso hacia mí.

—Y, eso es suficiente. —Metí la barbilla en mi pecho y traté de pasar


a su alrededor—. Gracias de cualquier manera.

Una vez más, Johnny bloqueó mi camino, enjaulándome con su


enorme cuerpo.

Y al igual que antes, tuve que estirar el cuello para mirarlo.

—¿Prefieres pararte bajo la lluvia durante una hora que dar una
vuelta conmigo? —preguntó, ojos salvajes y acalorados—. ¿Por qué?

Porque tu novia intermitente puede querer o no causarme graves daños


corporales.

Porque la primera vez que me subí a un auto contigo, terminó mal.

Porque la segunda vez que me subí a un auto contigo, casi te cuento secretos.
Y sobre todo, porque la forma en que me haces sentir me asusta.

Cuando no respondí, porque sinceramente no podía, Johnny dejó


escapar otro gruñido, pero este sonaba como si estuviera frustrado.

—¿Estás enojada conmigo?

—¿Enojada contigo? —Negué con la cabeza, con los ojos muy


abiertos—. No, no, por supuesto que no.

—Entonces, ¿por qué estás siendo así?

—¿Siendo cómo?

—Evitándome —dijo en voz baja.

—No lo estoy —mentí—. Yo sólo… yo sólo…

—¿Sólo qué, Shannon?

Me encogí de hombros, sin palabras.

Negó con la cabeza, dejó caer su mochila al suelo y luego se inclinó


hacia delante, quitándome la mochila de los hombros, ambos hombros,
y con un mínimo esfuerzo.

Conmocionada, observé cómo arrojaba mi mochila al suelo junto a


la suya antes de bajar el cierre de su chaqueta de diseñador y quitarse la
chaqueta.

—¿Q-qué haces? —dije con voz estrangulada, castañeteando los


dientes por el frío.

—¿Qué crees que estoy haciendo? —me respondió mientras


alcanzaba mi espalda y colocaba la capucha de su chaqueta en mi cabeza
y la envolvía alrededor de mis hombros—. Te estás empapando aquí.

—Pero no tendrás una chaqueta —solté.


—Pero tú sí —replicó—. Ahora, ¿vas a poner tus brazos en las
mangas, o tendré que hacerlo yo por ti?

Cuando fallé en ayudarlo, francamente, estaba demasiado aturdida


para hacer algo más que mirarlo boquiabierta. Johnny agarró ambos
extremos de la chaqueta y me subió la cremallera hasta la barbilla,
dejando mis manos atrapadas a los costados, las mangas vacías
balanceándose a mis costados.

Tiró de la capucha hacia adelante, cubriendo mi cabello de la lluvia,


y luego se agachó y agarró nuestras dos mochilas.

—Ahora —dijo, asintiendo con aprobación, mientras arrojaba una


mochila sobre cada hombro—. Vamos. Te llevaré a casa. Probablemente
mamá esté esperando junto a las puertas.

—¿Tu madre? —dije con voz ahogada.

—Sí —respondió—. Mi auto está en el taller para un servicio.

—Pero no conozco a tu madre —solté. Traté de agitar mis brazos


para enfatizar, pero la chaqueta con cremallera me dejaba poco espacio
para hacerlo.

—Tú me conoces —fue su respuesta.

Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa, pero Johnny se alejó por
el sendero con mi mochila.

—Mueve las piernas, Shannon —gritó por encima de su hombro, sin


mirarme—. Antes de que ambos suframos neumonía.

Estaba tan atónita por sus acciones que hice exactamente lo que
Johnny me dijo.

Moví las piernas.

Corriendo tras él, sorteé los charcos de lluvia y las grietas en el


pavimento.
Ya era bastante difícil seguirle el ritmo con mis tacones de cinco
centímetros, y casi imposible mantener el equilibrio con los brazos
atrapados a los costados.

—Mierda —chillé cuando calculé mal un salto y aterricé en el charco


helado.

Tampoco era un charco normal.

No, esto era un charco irlandés, que consistía en unos buenos diez
centímetros de agua de lluvia fangosa, lodosa y helada.

Inmediatamente, el agua comenzó a llenar mis zapatos, haciéndome


insoportable caminar.

Saltando sobre un pie, luché con un brazo debajo de la chaqueta y


me quité el zapato.

Poniéndolo hacia abajo, observé consternada cómo se derramaba un


chorro de agua.

Mi pobre calcetín estaba empapado.

Mis pantorrillas estaban salpicadas de hojas y aguanieve marrón.

Gemí consternada cuando deslicé mi pie en mi zapato, luego procedí


a vaciar el otro zapato.

—¿Qué estás haciendo? —gritó Johnny desde delante de mí.

—Hay agua en mi zapato —respondí, mientras murmuraba una


retahíla de malas palabras, todas dirigidas al clima irlandés—. No puedo
caminar con ellos así. Sólo dame un segundo, espera…

Mi zapato se me escapó de las manos y me abalancé sobre él.

Mala idea considerando que me balanceaba sobre un pie y mis brazos


estaban atrapados.
Sintiéndome como un fideo, logré enganchar mi zapato en el aire,
sólo para perderlo nuevamente cuando no pude encontrar mi equilibrio.

Mi zapato salió volando de mi mano y me sacudí hacia atrás,


intentando y fallando en mantenerme erguida.

Sabiendo que era una causa perdida, renuncié a la batalla y preparé


mi cuerpo para el impacto que seguramente sentiría.

Caí hacia atrás, mi trasero rozó el concreto por un breve momento,


antes de que me levantaran.

Con una mano cerrada en la parte delantera de la chaqueta que


llevaba puesta, Johnny literalmente me sostuvo flotando sobre el suelo
como si mi cuerpo fuera algo obscenamente minúsculo e ingrávido.

No lo era.

Pesaba cuarenta kilos, pero no lo hubieras adivinado por la forma en


que me agarraba con un solo brazo.

—Buena captura —dije finalmente sin aliento, mirando su rostro con


una mezcla de asombro y admiración, mientras sostenía todo mi cuerpo
con una mano.

Sus labios se torcieron.

—Gracias.

—Bueno, definitivamente eres mejor atrapando que lanzando.

Sonriendo, Johnny me arrastró para ponerme de pie antes de abrir la


cremallera de la chaqueta y liberar mis manos.

—¿Mejor? —preguntó, sus manos posándose en las ligeras curvas de


mi cintura.
No realmente porque podía sentir el calor de sus manos en mi cuerpo,
y aunque una capa completa de ropa separaba su toque de mi carne,
todavía lo sentía hasta los dedos de mis pies.

Esto era malo.

Esto no era tan bueno.

Con la cara roja y sonrojada, me aferré a sus antebrazos,


balanceándome sobre mi único pie calzado, y solté lo único que podía
pensar en ese momento:

—No quiero que me peguen.

Sus manos se apretaron en mi cintura mientras miraba fijamente mi


rostro.

—¿Quién te pegaría?

—Tu novia.

—No tengo novia —respondió lentamente, con la cautela y la


confusión grabadas en su rostro—. Tú lo sabes.

—Bella.

—¿Ella te dijo algo? —exigió Johnny, su tono duro, expresión


enojada.

Negué con la cabeza.

Él arqueó una ceja.

—¿No?

—No —confirmé en voz baja.

—¿Estás segura de que no te ha dicho nada? —sondeó.


—Estoy segura —respondí—. Pero no quiero darle una razón para
hacerlo.

Johnny me miró fijamente y repitió su declaración anterior con


algunos ajustes.

—Ella nunca fue mi novia, Shannon.

—Sí, bueno, un par de chicas de mi clase decían que tenían un…

—¿Estabas hablando de mí? —interrumpió, un borde duro en su


tono—. ¿Con ellas?

—No. —Negué con la cabeza—. Ellas estaban hablando de ti. A mí.

Johnny arqueó una ceja, indignado.

—¿Hay una diferencia?

—Sí. —Asentí—. Una grande. —Tragué profundamente y negué con


la cabeza—. Escucha, Johnny, no necesito… no puedo entrar en más…
—Exhalando un suspiro entrecortado, me obligué a mirarlo—. No
quiero que me lastimen porque me hablaste. —Mis palabras salieron
rápidas y entrecortadas—. No necesito ese tipo de problemas en mi vida.
No soy una luchadora. Necesito mantener la cabeza baja y pasar la
escuela sin drama.

Hubo una larga pausa de silencio en la que ninguno de los dos habló.

—¿Crees que dejaría que alguien te lastimara? —preguntó Johnny


finalmente, sus ojos oscuros e intensos y enfocados únicamente en mi
rostro—. ¿Crees que dejaría que te pasara algo malo, Shannon como el
río?

Lo miré fijamente, insegura de qué decir e insegura de mis


sentimientos.

Cuando no respondí, Johnny soltó un gruñido bajo y sacudió la


cabeza, provocando que gotas de lluvia salpicaran mi rostro.
—Porque no lo haré —respondió a su propia pregunta diciendo—.
Nada malo te va a pasar —agregó, sus ojos azules oscuros y fijos en los
míos—. Porque no permitiré que nadie te haga daño, ¿de acuerdo?

Asentí con incertidumbre.

—¿De acuerdo?

Me observó cuidadosamente, sus ojos ardientes y fijos en los míos.

—¿Me crees?

—Quiero hacerlo —dije sin aliento mientras mis dedos se clavaban


en los duros planos de sus hombros, la reacción impotente de mi cuerpo
a sus palabras.

Dios, quiero…

—Bien —respondió bruscamente, acercándose, apretando las manos


en mi cintura—. Yo también quiero eso.

Una extraña pesadez se apoderó de nosotros mientras el ciclo


interminable de lluvia continuaba cayendo.

Como una sensación de presión.

Como si el aire se hubiera adelgazado a nuestro alrededor.

Me miraba fijamente, luciendo molesto y emocionado.

Era una mirada confusa.

No sabía qué hacer con eso.

Una enorme SUV Range Rover negra se detuvo junto a nosotros,


rompiendo la extraña tensión y salvándome de soltar algo peligroso.

La ventanilla polarizada se bajó y la cabeza de una mujer asomó.


—¿Johnny? —gritó la mujer dentro de la Range Rover. Era rubia y
hermosa y parecía levemente horrorizada mientras nos miraba—. ¿Qué
le estás haciendo a esa pobre chica?

—Esa es mi mamá —murmuró Johnny, mirando brevemente a su


madre antes de volver su atención a mí—. Vamos.

—¡Espera! —grité, agarrando sus brazos antes de que pudiera irse,


aun balanceándose sobre un pie—. ¿Qué pasa con mi zapato?

Johnny miró a mis pies y luego a mi espalda.

Soltando un profundo suspiro, enganchó un brazo alrededor de mi


cintura, me jaló a su lado, me levantó del suelo y nos llevó hasta el jeep.

Abrió la puerta trasera de un tirón con una mano y me depositó en el


asiento trasero con la otra antes de correr de regreso a la acera para
recuperar nuestras mochilas desechadas.

—Estoy empapada —le advertí, sintiéndome avergonzada ante la


idea de arruinar la costosa tapicería del auto—. En serio, Johnny —
agregué con un escalofrío cuando regresó a la puerta con nuestras
mochilas—. Estoy empapada a través de mi ropa.

Sus labios se torcieron por un breve momento y luego sacudió la


cabeza como si rechazara un pensamiento no deseado que se le había
ocurrido.

—Ma, esta es mi, ah… esta es Shannon —reconoció, luciendo


claramente incómodo. Me lanzó una mirada nerviosa y luego se volvió
hacia su madre, aclarándose la garganta dos veces antes de agregar—:
Ella es mi eh… es nueva. —Me empujó aún más en el asiento trasero del
jeep de su madre y luego arrojó ambas mochilas junto a mí—. Le dije
que la dejaríamos en casa.

—Hola, Shannon —dijo su madre, girándose en su asiento para


mostrarme una gran sonrisa.
—Shannon, esta es mi mamá —anunció bruscamente—. Yo, ah, iré
a buscar tu zapato.

Entonces cerró la puerta del coche, me encerró dentro con su madre


y salió corriendo.

Mortificada, me desplomé en el asiento trasero de la Range Rover de


su madre.

Bueno, esto no era incómodo.

Esto no era incómodo en absoluto.

Tratar de no hiperventilar con una incomodidad ardiente fue


sorprendentemente difícil teniendo en cuenta que estaba segura de que
se estaba iniciando una hipotermia en toda regla.

—En-encantada de conocerla, Sra. Kavanagh —parloteé, las rodillas


golpeando inquietamente, mientras frotaba mis manos arriba y abajo de
mis brazos.

Estaba tan increíblemente fuera de mi zona de confort que no tenía


ni idea de qué hacer.

Saber que estaba goteando agua por todo el interior de cuero de esta
amable dama tampoco estaba ayudando.

—G-gracias p-por el a-aventón.

—Es Edel, amor —respondió ella, sonando distraída mientras


miraba por la ventana—. En el nombre de Jesús, ¿qué está haciendo ese
jovencito mío ahora?

Murmurando varias blasfemias para sí misma, la Sra. Kavanagh


presionó un botón en la puerta y bajó la ventanilla.

—¡Johnny! —gritó—. ¿Qué haces corriendo bajo la lluvia, maldito


imbécil? ¡Entra!
—Está buscando un zapato —señalé, con las mejillas encendidas—.
Mi zapato, se me cayó. —Más bien lo arrojé—. Está tratando de
encontrarlo para mí.

La Sra. Kavanagh se dio la vuelta para sonreírme, pero su sonrisa


vaciló y su expresión se transformó en un ceño fruncido de preocupación.

—Oh, Dios —jadeó—. Mírate temblando. Debes estar muerta.

Yo estaba muerta.

Estaba más que muerta.

Mi cuerpo se sacudía violentamente mientras la humedad de mi ropa


continuaba asaltando mi piel.

La madre de Johnny encendió la calefacción al máximo y gemí de


alivio cuando una ola de calor golpeó mi rostro.

Se quitó de los hombros el cárdigan grueso tejido que llevaba puesto


y me lo pasó por las piernas.

—Ahora, cariño —dijo en un tono tranquilizador—. Te


calentaremos en poco tiempo.

—M-muchas gracias —respondí mientras me marchitaba lentamente


por dentro. Su pequeño acto de bondad fue abrumador para mí—. No
quiero ensuciar tu cárdigan.

—Para eso están las lavadoras —respondió ella, y me devolvió la


sonrisa.

Vaya, la madre de Johnny era hermosa.

Y muy bien vestida

En serio, su ropa era como «guau».

Todo hacía juego, desde sus pendientes hasta su cinturón.


Diseñadora de moda, recuerda, siseó mi cerebro, por supuesto que se verá
bien.

Con cabello rubio y ojos marrones, la Sra. Kavanagh no se parecía


mucho a su hijo, pero definitivamente había heredado su estructura ósea
y sus labios carnosos.

Sin embargo, Johnny tenía razón sobre su acento de Dublín; era


marcado y mucho más distintivo que el suyo.

—Parece que tienes un fanático —agregó la Sra. Kavanagh,


señalando el lugar donde Johnny estaba corriendo de un lado a otro de
la acera, recorriendo el suelo y los diques en busca de mi zapato perdido.

Mierda, esperaba que no hubiera flotado en el agua del desagüe.

Papá se volvería loco si llego a casa con otro gasto.

—Ha hecho un trabajo terrible al mantenerte callada —agregó la Sra.


Kavanagh con una sonrisa—. Te vi en los periódicos con él la otra
semana. Hermosa foto, amor. Los dos se ven absolutamente
impresionantes juntos.

¿Ella pensaba…

—¿Qué? ¡Oh, no, no! —Me sonrojé con un tono feo de rojo
remolacha—. No es así.

—Oh, ¿no? —Sonrió—. Pensé que tal vez Johnny se había


conseguido una novia mientras yo estaba fuera.

—Mmm, no. —Me retorcí de la incomodidad—. Sólo somos…

—¿Amigos? —bromeó la Sra. Kavanagh, una pequeña sonrisa tiró de


la comisura de sus labios—. Eso he oído.

¿Éramos amigos?

No estaba segura.
Tal vez todavía estaba tratando de hacer las paces.

Asentí y dije:

—Sí, sólo somos amigos.

—Ah, es una pena —respondió ella después de una larga pausa—.


Por un momento, pensé que habías logrado hacer lo imposible.

—¿Lo imposible?

—Distraerlo del rugby.

—Oh. —Junté mis manos, sin saber cómo responder a eso—. Bueno,
no lo he hecho. —Fue todo lo que se me ocurrió, seguido de—: Sólo
somos amigos.

Cuando la Sra. Kavanagh volvió a hablar, tenía el ceño fruncido por


la preocupación.

—Amo a mi hijo con todo mi corazón, pero a veces desearía que


recordara tener diecisiete años y se dejara llevar un poco. Divertirse.
Enamorarse. Romper las reglas. Ser un adolescente en lugar de…

—¿Una máquina? —ofrecí en voz baja.

—Sí —concordó su madre, asintiendo con entusiasmo—. Su ingesta


de alimentos, el entrenamiento, los viajes, los patrocinadores, todo eso…
da miedo. —Ella suspiró de nuevo, arrugando las cejas—. Sólo quiero
que se suelte de vez en cuando. Sé cómo suena eso viniendo de una
madre, pero él es muy controlado. Cada parte de su vida está
completamente estructurada y planificada. Es abrumador para mí, como
su madre, verlo. No puedo imaginar cómo se siente tener diecisiete años
y vivir de esa manera, día tras día. Pero todo es rugby, rugby y más rugby
con Johnny. Come, duerme y respira el maldito deporte.

Abrí la boca para decir algo, cualquier cosa, pero la Sra. Kavanagh
continuó:
—Se despierta y entrena. Va a la escuela y entrena. Llega a casa y
entrena. Y luego se acuesta y repite todo el ciclo al día siguiente.

—Suena agotador —estuve de acuerdo, sintiéndome un poco


incómoda por la repentina y profunda visión que me estaba dando de su
vida.

—Ciertamente es agotador verlo. —Con un pequeño suspiro, se tocó


la frente y dijo—: Ojalá pudiera encontrar una salida para la frustración
o la ira o lo que sea que se haya acumulado dentro de él. Tengo miedo
de que uno de estos días explote.

No tenía idea de qué decir en respuesta.

Mi cerebro luchaba por registrar toda la nueva información sobre


Johnny.

—Y me acabo de dar cuenta de que estoy divagando —dijo entonces


la Sra. Kavanagh, riendo suavemente—. Lo siento. Mi esposo siempre
me lo está diciéndolo.

—Está bien —respondí mientras un pequeño escalofrío recorría mi


cuerpo—. No me importa.

Y no me importaba.

Me sentí extrañamente a gusto escuchándola hablar.

La madre de Johnny era agradable y amistosa y todo lo contrario al


tipo de padre con el que me iría a casa.

—Entonces, dime cómo tú y Johnny se conocen —preguntó—.


¿Están en la misma clase? ¿Cómo se hicieron amigos?

—Uh, no, estoy en tercer año —respondí, moviéndome en mi


asiento.

—¿De verdad? —Los ojos de la Sra. Kavanagh se abrieron como


platos—. Pensé que eras mucho mayor.
Sonreí por el cumplido, al menos lo estaba tomando como un
cumplido.

No era frecuente que alguien me confundiera con ser mayor de lo que


era.

—Tengo dieciséis años. Debería estar en cuarto año —le expliqué,


encantada conmigo misma por parecer mayor—. Pero me retrasé en la
escuela primaria.

—También Johnny —me dijo la Sra. Kavanagh con una cálida


sonrisa.

—En sexto —respondí con un pequeño asentimiento—. Él no estaba


feliz.

—No. —Se rio—. Ciertamente no lo estaba. —Sonriendo, agregó—:


Deben conocerse bien si te contó la historia de «mis padres arruinaron
mi vida cuando me mudaron aquí».

—No tan bien —me encontré explicando—: Honestamente, Johnny


ofreciéndose para llevarme a casa probablemente sea sólo otra de sus
formas de tratar de compensarme por noquearme 3 en el campo.

—¿Disculpa? —balbuceó la señora Kavanagh, con los ojos


desorbitados.

—Fue un accidente —interrumpí rápidamente—. Él no tenía la


intención de que sucediera. Si alguien tiene la culpa, entonces yo la
tengo. No debería haber pasado por allí. Lo distraje. Pero me cuidó bien
después. —Solté un suspiro antes de agregar—: Fue muy amable.

—¿Y cuándo ocurrió este accidente?

3
Knocking me up: En español puede traducirse como noquear, pero en inglés también puede
significar, dejar embarazada.
—En enero —expliqué, mi mano se movió automáticamente para
ahuecar la parte posterior de mi cabeza—. Los médicos del hospital
dijeron que todo estaba bien y que el bulto desapareció hace mucho
tiempo, pero Johnny ha estado tratando de compensarme desde que
sucedió.

—¿Lo ha hecho ahora?

—Creo que todavía se siente responsable de que sucediera —dije


encogiéndome de hombros—. Ambos sabemos que no fue su intención
que sucediera. Ninguno de nosotros la tuvo. Fue un completo accidente.
Pero ya está todo solucionado.

—¡Y entonces debería sentirse responsable! —El rostro de la Sra.


Kavanagh se volvió de un blanco mortal cuando siseó—: Voy a castrar a
esa pequeña mierda…

—¡Oh, Dios mío, no! —chillé.

Pensando en mis palabras, de repente me di cuenta de lo mal que le


debió haber sonado a la Sra. Kavanagh y, desesperada por borrar la
expresión de terror de su rostro, aclaré rápidamente:

—Me desmayé. Johnny me noqueó. No me embarazó.

Oh, Dios mío, déjame morir.

—Me desmayé —enfaticé por enésima vez—. El bulto estaba en mi


cabeza.

—¿Cómo te lastimó? —preguntó su madre, luciendo preocupada y,


sin embargo, enormemente aliviada.

Suspiré pesadamente.

—Con sus bolas.

—¿Con sus bolas? —repitió ella, viéndose horrorizada—. ¿Johnny te


noqueó con sus bolas?
—Balón —enfaticé, retorciéndose en mi asiento—. Sólo una pelota…
—Dejé de hablar, sabiendo que estaba haciendo un lío de cosas.

—¿Bolas? ¿Bulto? ¿Noqueada? —La Sra. Kavanagh exhaló un


pesado suspiro—. Shannon, amor, por favor, explícame esto antes de que
tenga un derrame cerebral.

—¡No estoy embarazada ni nada! —solté, sintiendo la necesidad de


dejar eso claro—. Nunca he estado embarazada —agregué para
aclarar—. Ni por su hijo ni por nadie más.

—Es bueno saberlo —respondió su madre, en un tono un poco


menos áspero—. Ahora, dime qué pasó.

—Oh, Dios… —Presioné mis manos contra mis mejillas ardientes e


inhalé un aliento tranquilizador antes de intentarlo de nuevo—. Me
transfirieron a Tommen después de las vacaciones de Navidad. Era mi
primer día y llegaba tarde a una clase, así que tomé un atajo por el campo
donde estaban teniendo una práctica de rugby. Johnny pateó el balón y
me golpeó en la parte posterior de la cabeza. Me caí por la orilla de la
cancha y me golpeé la cabeza contra el suelo. Debo haber golpeado una
roca o algo cuando aterricé porque me desmayé. Todavía está bastante
confuso, pero Johnny me ayudó a llegar a la oficina y esperó conmigo
hasta que mi madre llegó a la escuela. Mamá me llevó al hospital para
que me revisaran. —Solté un suspiro tembloroso y agregué—: Eso es
todo.

La Sra. Kavanagh me observó durante un largo e incómodo


momento, obviamente evaluándome.

Supuse que se dio cuenta de que le estaba diciendo la verdad porque


su voz estaba teñida de preocupación cuando finalmente preguntó:

—¿Y estabas bien?

—Sí. —Asentí, aliviada de haber aclarado la desastrosa falta de


comunicación—. Fue sólo una conmoción cerebral moderada.
—Oh, Jesús —jadeó—. Shannon, amor, lo siento mucho.

Alcanzando la consola, agarró un bolso de diseñador del suelo y lo


abrió.

—Tus facturas del hospital —comenzó a decir, con un tono distraído


mientras rebuscaba en su bolso—. ¿Sabes cuánto fue? Maldita sea, dejé
mi bolso en el mostrador de la cocina. Necesitaré el número de teléfono
de tu madre. —Continuó hurgando en su hermoso bolso de diseñador—
. ¿Por qué la escuela no me contactó?

—¿Qué? —Me quedé boquiabierta y negué con la cabeza—. No, no,


Sra. Kavanagh. Está bien. No hubo factura. Tengo seguro médico.

Me miró durante varios latidos largos antes de finalmente sacar la


mano de su bolso.

Me alegré de que lo hiciera porque tenía un agarre firme en la manija


de la puerta y estaba a dos segundos de salir corriendo de este jeep, con
zapatos o sin zapatos.

—Bueno, lamento mucho lo que te pasó, Shannon —dijo finalmente,


dejando su bolso en el piso del lado del pasajero—. Pero aún me gustaría
hablar con tus padres para disculparme. Tal vez pueda hacerlo cuando
te deje en casa…

—No hay necesidad —solté, sintiendo mi pecho contraerse con


pánico mientras la sangre en mis venas se convertía en hielo—. Mi madre
trabaja todo el tiempo, así que no estará en casa y mi padre no está… él
no… por favor, no llame… él no está… —Mis palabras se ahogaron en
mi lengua y exhalé un suspiro entrecortado y estranguló las palabras—.
No es necesario.

La Sra. Kavanagh se mordió el labio inferior con incertidumbre


mientras estudiaba mi rostro.

Sus ojos marrones estaban llenos de una preocupación tácita, su


expresión coincidía.
—Shannon, amor, yo no…

Fue en ese momento exacto que la puerta del pasajero delantero se


abrió, sorprendiéndonos a ambas y haciendo que la Sra. Kavanagh,
afortunadamente, dejara de hablar.

—¡Joder, hace mucho frío ahí fuera! —anunció Johnny mientras


saltaba dentro y se sacudía, causando que el agua salpicara por todas
partes—. Diría que es hora de cerrar las escotillas y sacar los botes de
goma, chicas. El tiempo se ha ido a la mierda.

—Dice el genio corriendo en una tormenta durante la última maldita


media hora —bromeó su madre—. Estamos en alerta naranja por
inundaciones, ¿sabes? La cuarta en un mes.

—Sabes que no me rindo, mamá —replicó Johnny, levantando mi


zapato en señal de triunfo.

Girándose en su asiento para mirarme, arqueó una ceja y dijo:

—¿Consejo para la próxima vez que hagamos esto? —Su tono era
serio pero sus ojos bailaban con picardía, mientras el agua goteaba de su
cabello alisado por la lluvia sobre su frente—. Mantén tus zapatos en tus
pies.

Guiñando un ojo, arrojó mi zapato en mi regazo antes de darse la


vuelta y alcanzar su cinturón de seguridad.

—Lo siento —murmuré, con la cara roja.

Recogiendo el zapato viscoso de mi regazo, de mala gana deslicé mi


pie dentro, estremeciéndome por la sensación de chapoteo.

—Gracias por salvar mi zapato.

—Sí, bueno, agradéceme aprendiendo a caminar con ellos —


respondió Johnny en tono burlón.

Me sonrojé de rojo remolacha.


—Um, sí, está bien.

—Cristo, esa es una cierta cantidad de lluvia para marzo.

—Cuida tu lenguaje —lo regañó la Sra. Kavanagh mientras


arrancaba el motor y aceleraba—. ¿Y qué es eso que escuché acerca de
que noqueaste a Shannon?

Johnny se dio la vuelta y me miró fijamente, la expresión de su rostro


decía «¿en serio?».

Me hundí en mi asiento.

—¿Bien?

—¡Por el amor de Dios, mamá!

—¿Qué te he dicho sobre tu lenguaje? —espetó la Sra. Kavanagh—.


Cálmate, Johnny.

—Cristo. —Johnny se dejó caer contra el reposacabezas y gimió—.


Ya tuve encima a Twomey, Lane, el Entrenador y la mamá de Shannon.
Por favor, no tú también.

—¿Bien? —preguntó la Sra. Kavanagh, lanzando una mirada rápida


a su hijo antes de volver a concentrarse en el camino—. ¿No pensaste
que deberías haberme dicho?

—Lo siento —logré decir, juntando mis manos con ansiedad—. Tu


mamá pensó que yo era tu… que éramos… que me… con tus bolas de
embarazo… ugh —Aclarándome la garganta, susurré—: Lo siento.

Johnny se volvió hacia mí y sonrió.

—¿Mis bolas de embarazo?

—No, mi embarazo y tus bolas —balbuceé y luego me encogí ante


mis palabras—. No importa.
Ignorando mis divagaciones, Johnny se volvió hacia su madre y dijo:

—Fue un accidente. Ella estaba en la cancha durante el


entrenamiento. Ni siquiera la vi hasta que el balón la golpeó en la cabeza.

—Sí, ahora lo sé. Shannon lo explicó —respondió la Sra.


Kavanagh—. Espero que te hayas disculpado con ella, Johnny.

—Por supuesto, me disculpé con ella —resopló Johnny, con los


hombros rígidos.

Desde mi posición en el centro del asiento trasero, observé cómo se


pasaba la mano por el muslo, el muslo lesionado.

Negando con la cabeza, Johnny exhaló un suspiro de frustración y


murmuró:

—Me he estado disculpando desde entonces.

—Aun así, me hubiera gustado que me hubieran dicho sobre esto


cuando sucedió.

—Bueno, ahora ya lo sabes —soltó—. Fue un accidente. No quise


que sucediera, y no voy por ahí golpeando a las chicas por mierda y
risitas.

—No te pongas a la defensiva, Johnny —respondió ella, suavizando


el tono—. Nadie te está acusando de hacerlo a propósito, amor.

—Sí, jodidamente bien —murmuró—. Sólo déjalo, mamá.

Parecía agitado, no, era más que eso.

Sonaba como si tuviera dolor.

Lo cual era más que probable.

Mis recuerdos de nuestra conversación en su auto flotaron en mi


mente con gloriosos detalles de colores.
No se está curando lo suficientemente rápido.

Es un maldito desastre.

Estoy adolorido.

No le digas a nadie.

La preocupación cobró vida dentro de mí y me pregunté si su madre


sabía cuánto dolor tenía.

Lo dudaba.

Basada en mi interacción limitada con la mujer, no me pareció el tipo


de persona que a sabiendas permitiría que su hijo se pusiera en peligro.

—Vas por el camino equivocado —dijo Johnny cuando la Sra.


Kavanagh giró a la izquierda en la intersección en lugar de dirigirse
directamente a la autopista—. Shannon vive en la ciudad de Ballylaggin,
al otro lado.

—Oh, lo sé, amor —gorjeó la Sra. Kavanagh—. Pensé que sería una
buena idea invitar a Shannon a tomar el té.

—¿Té? —grazné.

Johnny suspiró pesadamente.

—Mamá.

—¿Bebes té, Shannon, amor? —preguntó la Sra. Kavanagh.

—Eh… ¿sí?

—Mamá —siseó Johnny en voz baja—. ¿Qué estás haciendo?

—Las niñas están en la peluquería de la ciudad y deben ser recogidas


a las siete —explicó la Sra. Kavanagh—. Son casi las cinco ahora. No
tiene sentido conducir hasta Ballylaggin con Shannon, sólo para
conducir de regreso por los perros.

—Entonces recógelos ahora —siseó, tensándose.

—No puedo —respondió la Sra. Kavanagh alegremente—. He


dejado la cartera en casa.

—Mamá, no —dijo Johnny en un tono de advertencia mientras


sacudía lentamente la cabeza—. Ella quiere irse a casa.

—A Shannon no le importa si vamos a casa durante una hora antes


de dejarla en su casa —respondió la Sra. Kavanagh.

—Ni siquiera le preguntaste —soltó Johnny.

—¿Shannon? —me habló la Sra. Kavanagh—. ¿Te importa, amor?

Di no, Shannon.

Dile que te importa.

Si él se entera, te matará.

Sabes que esto está mal.

Este chico no es seguro para ti…

—No me importa —dije ahogada, desgarrada por el miedo dentro de


mi corazón y la ardiente curiosidad en mi cuerpo—. Está bien por mí.

—¿Ves ahora? —bromeó su madre, acariciando la mejilla de


Johnny—. A Shannon no le importa, amor.

Johnny se volvió y me dirigió una mirada de disculpa.

No sabía qué decir o hacer, así que me encogí de hombros y le sonreí


débilmente.
Me miró fijamente durante un largo rato antes de exhalar un fuerte
suspiro y volverse a mirar hacia el parabrisas.

Oh, Dios.

Oh, Señor.

Oh, dulce y misericordioso niño Jesús…

Respira, Shannon, solo respira…

Permanecí en silencio, viendo a Johnny y su madre interactuar, y


hablando sólo cuando me hacían una pregunta directa.

Fue extraño, incómodo, y estuve dolorosamente consciente de su


presencia todo el tiempo, mi cuerpo en alerta máxima.

Por qué, no tenía ni idea.

Pero cada vez que estaba cerca de él, me costaba respirar.

Después de unos minutos de viajar por una estrecha carretera


secundaria, nos detuvimos frente a las familiares puertas de hierro negro.

La Sra. Kavanagh bajó la ventanilla, estiró el brazo y tecleó el código


en el teclado.

Y al igual que cuando vine aquí con Joey hace poco más de una
semana, las enormes puertas se abrieron hacia adentro.

Concentrándome en mi respiración, traté de no concentrarme en lo


hermosa que era su casa y lo inferior que me sentía al estar, una vez más,
a punto de entrar en ella.

—Ahora —anunció la Sra. Kavanagh, estacionándose frente a lo que


parecía ser una puerta de dos metros y medio de altura—. Lleva a tu
amiga adentro, amor, y consíguele algo cálido y seco para cambiarse.

Apagó el motor y se desabrochó el cinturón de seguridad.


—Debo hacer una llamada rápida al trabajo y luego les prepararé
algo de comer.

—Ma… —comenzó a decir Johnny, pero la Sra. Kavanagh salió del


auto y se apresuró a abrir la puerta principal.

Aturdida, no pude hacer nada más que ver como la Sra. Kavanagh
desaparecía dentro de la casa, dejándonos solos en su Range Rover.

—Lo siento mucho por esto —anunció Johnny, distrayéndome de mi


confusión interna. Se giró en su asiento para mirarme—. No tengo ni
puta idea de lo que estaba pensando.

—Está bien —respondí, juntando mis manos con fuerza—. Tu mamá


es realmente agradable.

—Ella está bien —murmuró Johnny en voz baja mientras miraba por
encima del hombro hacia la casa—. ¿Qué pasa con tu mamá?

Mis cejas se dispararon.

—¿Qué hay de ella?

—¿Necesitas estar en casa? —preguntó, encogiéndose un poco de


evidente incomodidad—. ¿Ayudándola o algo así?

—Ella está en el trabajo —respondí en voz baja.

—Mierda, sí, ya dijiste eso —murmuró, pasando una mano por su


cabello empapado—. ¿Estás bien?

Asentí.

—Y ya dijiste eso también —murmuró con un movimiento de


cabeza—. Mierda, me dijiste que no hablara de eso.

—Lo sé —susurré.

—Está hecho —prometió—. No lo mencionaré de nuevo.


Sonreí débilmente.

—Gracias.

Me miró por un largo momento, como si estuviera tratando de


resolver algo en su cabeza, antes de exhalar un profundo suspiro.

—Bien. Será mejor que entremos.

—No tengo que hacerlo —ofrecí rápidamente, sintiéndome


incómoda e insegura—. ¿Puedo esperar aquí si lo prefieres?

—¿Qué? ¡No! —Salió y abrió mi puerta—. No quiero eso.

—¿Estás seguro? —susurré, sintiendo mi corazón acelerarse


inestablemente en mi pecho.

Johnny asintió, pero parecía tan inseguro como yo.

—Quiero que entres, Shannon.

—¿Quieres?

—Sí.

Inhalando una respiración profunda y tranquilizadora, salí del auto


y lo miré a la cara, sintiéndome muy pequeña y muy perdida.

Él necesitaba que tomara la iniciativa aquí.

Este era un territorio desconocido para mí.

No sabía cómo abordar esto.

—Vamos —dijo finalmente Johnny, por fortuna tomando el control


de la extraña situación en la que nos habíamos encontrado, mientras me
tomaba del codo y nos sacaba de la lluvia.

Cuando entramos en la casa, Johnny me soltó el codo y cerró la


puerta detrás de nosotros.
Mientras tanto, me quedé de pie en el enorme vestíbulo de entrada e
hice todo lo posible por no mirar fijamente la antigua mesa del vestíbulo
que recubría la pared o el costoso perchero justo detrás de la puerta, y
definitivamente traté de no quedarme boquiabierta ante el enorme reloj
de pared, que sonaba fuerte marcando el tiempo, o las innumerables
pinturas que recubrían las inmaculadas paredes color marfil.

Cuando Johnny se quitó los zapatos, lo copié automáticamente, no


queriendo ensuciar los mosaicos perfectamente pulidos con dibujos en
blanco y negro.

Estuve en este mismo salón hace poco más de una semana, pero
estaba demasiado nerviosa para ver lo que me rodeaba.

Seguía estando nerviosa.

Tal vez incluso más nerviosa.

Pero hoy era diferente.

No estaban ni Joey ni Gibsie para distraerme.

Solo éramos Johnny y yo.

Y su madre.

Oh, Dios…
Madres Entrometidas

Johnny
Había algo muy malo en mí.

Correr durante veinte minutos bajo la lluvia torrencial en busca de un


zapato era un buen indicio de que aquella chica me estaba haciendo
perder la cabeza.

En cuanto vi a Shannon correteando por la sala de educación física,


una oleada monstruosa de proteccionismo surgió dentro de mi cuerpo al
verla intentando protegerse de ser pisoteada, y supe que mi problema era
mayor de lo que me había dado cuenta.

Me entraron unas ganas locas de entrar en la pista y decirles a sus


compañeros que se alejaran de ella.

Durante toda la semana pasada, me había comportado como un


acosador desquiciado, vigilándola por los pasillos y poniéndome cada
vez más nervioso cuando no aparecía.

Estuve al pendiente con la esperanza de aplastar cualquier mierda


que pudiera estar pasando sin mi conocimiento, dejando claro que
cualquiera que se metiera con ella, se metía conmigo.

Gracias a Dios que hoy ha vuelto a la escuela, porque tenía pensado


ir en coche esta tarde si no lo hacía.
Cada minuto de cada día desde el día en que su hermano se la llevó
lejos de mí, había estado plagado de preocupación.

No sabía por qué me comportaba así.

Sólo sabía que algo dentro de mí me exigía protegerla.

No tenía ni puta idea de qué era ese algo ni por qué lo sentía, pero
era tan fuerte que prácticamente podía saborearlo.

No tenía ni idea de cómo manejar el aborto de su madre.

No tenía ni idea de cómo consolarla sin ser demasiado duro.

Parecía tener la costumbre de hacerlo cuando se trataba de esta chica.

Sabía que tenía que dar un puto paso atrás.

Pero no podía.

Mi reacción hacia ella sólo se intensificó cuando la vi alejarse bajo la


lluvia, toda pequeña e insegura, y me lancé a por ella.

Estaba claro que no quería que la llevara a casa, pero insistí de todos
modos.

Hice algo más que insistir: la metí físicamente en la parte trasera de


la Range Rover de mi madre, demasiado enfadado y agitado por mis
sentimientos como para dar un paso atrás y escuchar.

Sí, fue una estupidez.

No debería haberle puesto las manos encima.

Útil o no, no era la forma correcta de actuar con esta chica.

Lo peor era saber que si mi madre no hubiera aparecido cuando lo


hizo, había una gran posibilidad de que la hubiera besado.

Lo deseaba.
Muchísimo.

Y eso era aterrador.

Peor aún era el hecho de que mi entrometida madre me hubiera


jodido y traído a Shannon a casa.

Se dejó el bolso en casa, mi culo.

La mujer tenía una tarjeta de crédito en su bolsillo trasero en todo


momento.

Lo hizo a propósito.

Lo sabía.

Mamá lo sabía.

La única que no lo sabía, gracias a Dios, era Shannon.

Ahora estaba aquí, de pie en mi casa, mirándome con esos ojos


grandes y solitarios, esperando a que hiciera algo, y yo estaba
completamente desquiciado.

—¿Quieres subir a mi habitación? —le pregunté, porque,


francamente, ¿qué otra cosa podía hacer con ella?

¿Llevarla a la cocina y dejar que mamá le hiciera cincuenta


preguntas?

Por supuesto que no.

Si estaba aquí, estaba aquí conmigo.

Era mía y no quería compartirla.

—Umm, ¿está bien? —respondió nerviosa, aunque sonó más como


una pregunta—. ¿Si quieres?

Jesús, tenía que dejar de preguntarme qué quería que hiciera.


Si seguía así, podría ser lo bastante estúpido como para decirle la
verdad.

Y entonces ambos estaríamos jodidos.

Decidí que era más seguro no responder a eso, simplemente hice un


gesto hacia la escalera y empecé a caminar, sólo llegué al tercer escalón
cuando me di cuenta de que no me seguía.

Cuando me volví, encontré a Shannon exactamente donde la había


dejado, observándome con expresión nerviosa.

Llevaba los brazos envueltos alrededor de sí misma, con el largo y


castaño cabello empapado por la lluvia y pegado a la cara en mechones
húmedos, y en toda mi vida no había visto nada tan hermoso.

Jesús.

¿Cómo iba a manejar esto?

¿Cómo iba a manejarla?

—¡Johnny! —Escuché a mamá llamar desde el pasillo—. ¿Le trajiste


algo a Shannon para que se cambie? La pobre está como una rata
ahogada por la lluvia.

—Estoy bien, Johnny —se apresuró a decirme Shannon—. De


verdad, lo estoy.

La miré con inquietud.

Estaba temblando como una loca y a su alrededor se estaba formando


un pequeño charco por el agua que goteaba de su ropa.

Dios…

—Vamos, no pasa nada —le dije, volviendo sobre mis pasos—.


Cuidaré de ti.
Y entonces tomé su mano entre las mías y la llevé escaleras arriba,
sabiendo que era una idea terrible, pero resignado a hacerlo de todos
modos.

Estaba completamente jodido.


Así que, Esta es mi Habitación… Otra
vez

Shannon
Johnny Kavanagh me tenía tomada de la mano.

Me tomaba de la mano y me llevaba arriba.

Otra vez.

A su habitación.

Otra vez.

Donde dormía.

En su cama.

Probablemente con muy poca ropa.

Oh, Dios…

A diferencia de la última vez que hice este viaje con Johnny, él


caminó a mi ritmo, dándome la oportunidad de asimilar la absoluta
maravilla que era su hogar. Quiero decir que era difícil expresar con
palabras lo impresionante que era.

A diferencia de la enorme y moderna cocina a la que me había


llevado la semana pasada, esta ala de la casa era tradicional y casi, ¿regia?
Todo el rellano del piso de arriba estaba compuesto por suelo de
madera teñida y un precioso papel pintado estampado tan limpio y
brillante que parecía de seda.

Por lo que yo sabía de telas y diseños, podría haberlo sido.

Toda la casa y el chico que me tomaba de la mano apestaban a


dinero.

Mucho, mucho dinero.

Era aterrador.

El suelo crujió un poco bajo nuestros pies mientras caminábamos por


el ala derecha de la casa, pasando por no menos de otras cinco puertas,
hasta que llegamos a la puerta que yo sabía que era la suya.

Johnny empujó la puerta hacia dentro y nos acompañó a su


habitación, todavía agarrando mi mano, todavía haciendo que mi
corazón diera violentos saltos.

Deprimentemente, me soltó la mano unos instantes después, y la falta


de contacto me hizo sentir extrañamente despojada.

—Así que, ésta es mi habitación —dijo con una sonrisa de


satisfacción, agitando una mano alrededor de la habitación todavía
desordenada—. Otra vez.

—Y sigue siendo una bonita habitación —le ofrecí con una tímida
sonrisa.

Él sonrió.

—No soy la mejor ama de casa.

Puedo notarlo.

Sintiéndome dolorosamente incómoda por estar de pie en medio de


su habitación, me acerqué a la pila de DVD junto a su televisión, con la
esperanza de conocer alguno de los títulos para poder entablar
conversación en lugar de quedarme aquí parada como una tonta.

Me ardió la cara de calor cuando leí el título en la caja del DVD que
estaba encima de la pila: Placer Coño XXX.

—Joder —murmuró Johnny cuando se dio cuenta de dónde estaba


mirando. Se apresuró a acercarse y tiró el porno detrás de la televisión—
. Eso es… —Se interrumpió, exhaló un fuerte suspiro y se restregó la cara
con la mano—. Lo siento. No traigo chicas aquí. —Frunció el ceño un
momento antes de añadir—: Excepto a ti.

Retorciéndome incómoda, respondí:

—No te preocupes.

—Entonces —musitó.

—Entonces —susurré.

—Esto es jodidamente extraño —murmuró Johnny.

—Sí. —Asentí mientras una pequeña sonrisa se dibujaba en mi


rostro.

Johnny notó mi sonrisa y me la devolvió.

—Apuesto a que no pensabas pasar la noche aquí encerrada, ¿eh?

—La verdad es que no me importa —le dije, y sorprendentemente, lo


decía en serio.

Estar aquí retrasaba ir a casa a otra noche de drama.

Y estar aquí con Johnny era un buen tipo de aterrador.

Quería estar aquí con él.

Lo quería a él, punto.


—Entonces —dijo Johnny de nuevo, moviéndose inquieto mientras
se pasaba una mano por el muslo—. ¿Qué quieres hacer?

—No me importa —respondí—. ¿Haré lo que tú quieras hacer?

—Joder. —Johnny cerró los ojos y gimió.

—Oh, Dios, ¿estás bien? —me apresuré a preguntar, muy consciente


de que le dolía.

—Todo bien —me aseguró en tono tenso.

—¿Estás seguro? —pregunté, insegura de nuevo.

Sus ojos azules estaban desorbitados y llenos de incertidumbre


cuando dijo:

—Estoy un poco fuera de mi zona de confort aquí, Shannon.

—¿Quieres que me vaya?

Negó con la cabeza.

—¿Estás seguro?

Asintió lentamente.

—Quiero que te quedes.

—De acuerdo —dije.

Inhalando con calma, me rodeé la cintura con los brazos y me


acerqué a su enorme escritorio, donde había montañas de libros de texto
sin abrir.

—¿Eres un buen estudiante? —pregunté, echando una mirada por


encima de mi hombro.

—Soy decente —contestó Johnny, siguiéndome.


—¿Ningún ejemplar de Chicken Licken?

Johnny soltó una sonora carcajada.

—No. —Viniendo a colocarse detrás de mí, se rio entre dientes—.


Definitivamente, nada de Chicken Licken.

Con la cara encendida, mantuve la atención en su escritorio, pasando


el dedo por encima de los papeles de los exámenes y los libros mientras
mi mirada se desviaba hacia la pizarra de corcho que había encima del
escritorio.

—Vaya, has conocido a mucha gente famosa —susurré, con la


mirada pasando de foto en foto de Johnny con una serie de celebridades
y atletas diferentes—. ¿Cuál de estos tipos es tu héroe?

Supuse que uno lo era.

Era un adolescente.

Todos tenían héroes.

Johnny me rodeó y sacó una de las fotos de la pizarra.

La chincheta que la sujetaba cayó sobre su escritorio.

—¿Ves ésta? —preguntó mientras se colocaba detrás de mí con el


brazo estirado alrededor de mi cuerpo para que pudiera ver.

Respira, Shannon, respira…

Me obligué a concentrarme en su pregunta y no en cómo reaccionaba


mi cuerpo ante su proximidad.

—La veo —susurré, mirando la única fotografía en la que no parecía


haber ningún famoso.
Inmediatamente reconocí a la despampanante rubia tumbada en la
manta de picnic sobre la hierba como una versión más joven de la Sra.
Kavanagh.

Llevaba unas enormes lentes de sol cubriéndole los ojos y un gran


sombrero blanco de ala ancha posado en la cabeza mientras sonreía a un
hombre.

El hombre en cuestión (un hombre guapísimo que parecía una


versión mayor de Johnny) estaba de pie junto a ella y sobre sus hombros
se sentaba un niño pequeño de cabello oscuro de no más de cinco o seis
años.

El niño iba vestido con un jersey de rayas blancas y azules y unos


pantalones cortos blancos.

Llevaba el cabello en cuarenta direcciones distintas, sostenía con


orgullo un balón de rugby por encima de la cabeza y esbozaba una
enorme sonrisa desdentada con doble hoyuelo.

—Esta es mi foto favorita —dijo Johnny, sacándome de mis


pensamientos. Dio un golpecito a la foto—. Y él es mi héroe.

—¿Tu papá? —susurré, con los ojos clavados en la foto—. ¿Ese eres
tú con tus papás?

—Sí —respondió Johnny—. En toda nuestra gloria.

—¿Y es tu foto favorita porque es de ti y de tus padres?

Johnny se encogió de hombros y el movimiento hizo que su duro


pecho rozara mi espalda.

—En parte por eso es mi favorita.

Me estremecí involuntariamente.

—¿Cuál es la otra parte? —susurré.


—Porque es real.

—¿Real?

—Inocente. Buena. Pura. Antes de los focos —explicó—. Cuando


todo lo que me importaba era un balón y mis padres.

—Oh —dije sin aliento, mirando a lo que parecía el niño más feliz
del mundo—. Bueno, eras un niño precioso.

—¿Era? —bromeó Johnny—. ¿Como que ya no lo soy?

—Eh, no… quiero decir sí, claro… yo no… eh, ahora tienes todos los
dientes —balbuceé, sintiéndome nerviosa y tonta por haber expresado
mis pensamientos en voz alta.

Johnny se rio ante mi respuesta.

—Sólo bromeo contigo, Shannon.

Avergonzada, dejé la foto sobre el escritorio y lo rodeé, necesitando


poner algo de espacio entre nosotros.

No podía pensar cuando estaba tan cerca de él.

—¿Juegas al GTA? —le pregunté, mirando emocionada la caja de la


PlayStation que había en el suelo.

—Sí. —Johnny me miró con curiosidad—. ¿Tú juegas?

Asentí.

—Soy increíble.

Arqueó una ceja.

—Ah, ¿sí?
—Ajá. —Se me daban fatal casi todas las cosas de la vida, pero era la
mejor en GTA—. Joey tiene Vice City y San Andreas y he pasado los dos
juegos.

Sus cejas se alzaron.

—En una semana.

Se quedó con la boca abierta.

—No.

—Oh, sí. —Asentí, sonriendo con orgullo—. Soy la mejor.

Johnny inclinó la cabeza hacia un lado, dedicándome una sonrisa


curiosa.

—¿Quieres jugar a algo?

Sonreí con satisfacción.

—¿Si quieres?

Sonrió.

—¿Crees que eres tan buena?

—Sé que lo soy —respondí, y por una vez en mi vida, tuve la


confianza de decir eso.

No decía mucho de mí como persona cuando en lo único que


destacaba en la vida era pateando culos en GTA, pero era mejor que
nada.

—Bueno, niñita, será mejor que pongas tu dinero donde está tu boca
—respondió Johnny con una sonrisa burlona—. Porque yo soy el mejor.

Resoplé.

—Ya está, niñito.


Johnny sacudió la cabeza, claramente divertido con mis insultos, y
se apresuró a preparar el juego.

—Nada de tarjetas de memoria —dijo por encima del hombro—.


Empezamos de cero, y la persona que complete más misiones antes de
morir es el ganador… y las chicas primero.

—Esa seré yo —respondí, aceptando el control que me tendía.

—¿Porque eres una chica?

—Porque soy la mejor.

—¿Tú…? —Johnny se rascó la cabeza y señaló su cama—. ¿Quieres


hacerlo aquí?

—¿En tu cama? —chillé.

Se encogió de hombros, tan inseguro como yo.

—¿O en los pufs, si lo prefieres?

—Sí, está bien —respondí. Me acerqué a los sacos de piel que había
uno al lado del otro, pero dudé y me eché hacia atrás para mirarlo—. Si
quieres que…

—Siéntate, Lynch, para que pueda derrotarte —me interrumpió


Johnny, con un tono divertido.

Me hundí en uno de los puf y le puse mi mejor expresión de «vas a


caer».

—Deberías ponerte cómodo —le dije cuando se tumbó en el puf


contiguo al mío—. Vas a estar mirando un rato. —Entré en el juego,
pulsé el control, con la atención fija en su enorme pantalla de televisión,
murmuré—: Un buen rato.
—¡Sin trampas! —ladró Johnny una hora después—. Eso es una puta
trampa.

—No, no lo es. —Me reí mientras tecleaba otro código de trucos para
llenar a mi chico de vida—. Nunca dijiste nada sobre códigos de trucos.

—Sí, jodidamente lo hice —resopló Johnny a mi lado.

—Sin tarjetas de memoria. Comenzar desde cero, y la persona que complete


la mayor cantidad de misiones antes de morir es la ganadora —imité su voz—
. Nunca dijiste nada sobre códigos de trucos.

—Eres peligrosa —se quejó Johnny—. Y astuta.

—Soy la mejor. —Me reí mientras completaba otra misión—. Traté


de advertirte.

—Sí, bueno, no esperaba que fueras el maldito Bill Gates de Grand


Theft Auto, ¿verdad?

Me reí en voz alta, sintiéndome completamente a gusto con él en este


momento.

—¿Porque soy una chica?

—Porque pensé que eras dulce —replicó Johnny, y no tuve que mirar
para saber que estaba haciendo pucheros.

Había estado haciendo pucheros durante casi una hora.

Me reí para mis adentros.

—Ahora lo sé mejor —resopló Johnny—. Eres un pequeño demonio.

Mordiéndome el labio para evitar reírme de su rabieta, me concentré


aún más en evadir a los policías que me perseguían.
—¿Cómo haces esto? —exigió Johnny entonces, claramente
indignado. Saltando hacia delante, agitó la mano hacia la pantalla—.
Tienes cinco malditas estrellas. Cinco. Y todavía no estás muerta.

Haciendo una pausa en el juego, me giré y le di toda mi atención.

—¿Es usted un mal perdedor, señor «soy una gran estrella de rugby»?

El rostro de Johnny se volvió de un hilarante tono rojo.

—¿No te gusta cuando una chica te derrota? —continué bromeando,


usando las mismas burlas que enloquecían a Joey cuando jugábamos
juntos—. ¿No puedes tomar tu paliza como un hombre?

—Tienes tanta suerte en este momento de ser una chica —me dijo
Johnny, con los labios contraídos.

—¿Por qué? —Me reí—. ¿Prefieres perder con los chicos?

—Dame ese maldito control —gruñó Johnny y luego se abalanzó


sobre mí—. El poder se te está subiendo a la cabeza.

—¡No! —grité/reí, girando sobre mi costado para proteger el


control—. No he terminado… ¡Ahhhh!

—Dámelo. —Johnny se rio mientras trataba de deslizar su mano


debajo de mi brazo.

—Nunca —declaré entre risas—. Es mío… detente, por favor…


Ahhhh, tengo cosquillas…

—Ahora, Shannon, amor, lo siento mucho. Mi llamada de trabajo


tomó más tiempo de lo esperado —anunció la Sra. Kavanagh mientras
entraba en la habitación de Johnny sin llamar, lo que me hizo saltar del
puf y Johnny gimió de desesperación.

—Ve al baño y cámbiate esa ropa mojada —instruyó la Sra.


Kavanagh mientras colocaba una pila de ropa doblada a los pies de su
cama—. Pondré tu uniforme en la secadora y estará listo antes de que te
vayas.

—No, no —me apresuré a decir, empuñando el control de PlayStation


frente a mí como si de alguna manera pudiera evitar su amabilidad—.
Estoy bien como estoy… gracias.

—Tonterías, amor —dijo la Sra. Kavanagh con un gesto


desdeñoso—. No puedes estar sentada con la ropa mojada. Te atraparás
la muerte.

—Mamá —dijo Johnny con un suspiro de dolor. Se puso de pie y


exhaló un suspiro de frustración—. Déjala en paz, ¿quieres?

—No seas tan grosero, Johnny —advirtió la Sra. Kavanagh—. Lleva


a la pobre chica al baño y tráeme su ropa para que se seque.

—De verdad estoy bien —dije ahogadamente, mirando a Johnny


suplicante—. Me estoy secando.

No lo estaba.

Estaba húmeda y con frío, pero me había divertido tanto que me


olvidé por completo de mi uniforme empapado.

Literalmente me había olvidado de mis problemas; mi ropa mojada,


mis padres, mi todo, durante la última hora.

En el momento en que mi cerebro registró la humedad filtrándose en


mis huesos, me estremecí por dentro.

Maldita sea.

—Ella acaba de decirte que está bien, mamá —gimió Johnny,


mirando a su madre con horror—. Déjala en paz. Por favor.

Haciendo caso omiso de las protestas de su hijo, se volvió hacia mí,


sonriendo.
—Una buena ducha caliente te calentará, amor.

—¿Q-qué? —grazné—. No puedo ducharme en su casa. —De nuevo.

¿Por qué la gente siempre me decía que me duchara en la casa de este chico?

¡Dios!

—Por supuesto que puedes —respondió ella con la sonrisa más cálida
que jamás había visto.

—Mamá, ¿puedes irte? —dijo Johnny entre dientes apretados—.


¿Ahora? Estábamos en medio de algo aquí.

Ella le dirigió una mirada dura.

—¿En medio de qué?

Agité el control hacia ella.

—Ganándole en PlayStation.

—No —corrigió Johnny—. Ella no me ganó en nada… —Johnny


hizo una pausa para mirarme—. Todavía no has ganado… —Y luego se
volvió hacia su madre y agregó—: Ella simplemente empujó la barra.

—Al espacio —murmuré por lo bajo.

—Escuché eso —respondió, sonriendo.

La Sra. Kavanagh miró entre nosotros y luego sonrió.

—Es un terrible perdedor, ¿no?

—¡Joder, no!

—Lo sé. —Me reí.

—Su padre es igual —agregó la Sra. Kavanagh—. Deberías verlo si


pierde en la corte. Sin hablar durante horas.
—Mamá —espetó Johnny—. ¿Puedes dejarnos en paz? ¿Por favor?

—Lo haré —respondió ella—. Una vez esa pobre chica tenga una
ducha caliente y algo de ropa seca sobre ella.

—Ella no quiere una…

—¿Sabes qué, Shannon, amor? —añadió, una vez más ignorando a


su hijo—. Puede que tenga algo en mi oficina que te quede bien. —Me
miró de arriba abajo y se tocó el labio antes de decir—: ¿Eres talla 6 del
Reino Unido?

Sorprendida, me quedé allí mientras la Sra. Kavanagh me rodeaba,


con el ceño fruncido en concentración.

—¡Mamá! —dijo Johnny cortante—. Retrocede.

—No, no —reflexionó la Sra. Kavanagh, ignorando a su hijo.

Frunciendo el ceño, se acercó y tiró del dobladillo de mi falda y


frunció los labios.

—Eres un pequeño cuatro. —Sus ojos se arrastraron sobre mí—. Con


la estructura ósea más increíble. Shannon, amor, es una pena que no seas
más alta. Serías la más hermosa mod…

—Jesucristo, mamá —ladró Johnny, pasando una mano por su


cabello, exasperado—. Ella no es una maldita muñeca.

Los ojos de su madre se abrieron de emoción cuando dijo:

—¿Te gustaría venir a ver si podemos encontrar algo para que te


pongas en mi…

—No, ella no lo haría —interrumpió Johnny mientras interceptaba a


su madre y la acompañaba a la puerta—. Ella no es un proyecto, mamá,
o una maldita percha.

—Bien —resopló la Sra. Kavanagh.


—Gracias —gruñó Johnny.

Volviéndose hacia su hijo, susurró:

—Puerta abierta, Johnathon —Y lo miró fijamente antes de salir de


su habitación, tarareando suavemente para sí misma.

Johnny la vio caminar por el pasillo y perderse de vista antes de cerrar


la puerta y girar la cerradura.

Exhalando pesadamente, se giró para mirarme.

—De nuevo, lo siento mucho por ella. —Johnny se encogió de


hombros con impotencia—. No sé qué le pasa a esa mujer hoy.

—Está bien —me apresuré a calmarlo—. Ella es, eh, ella es muy
amigable.

—Sí —murmuró—. Sólo alégrate de que no te haya arrastrado a ese


cuarto de ropa. —Estremeciéndose, agregó—: Nunca saldrías de allí.

—¿De verdad?

—Oh, sí —murmuró.

—Oh.

—Lo siento de nuevo por todo el asunto de ella evaluándote —dijo,


luciendo mortificado—. Ella quería una niña; en realidad, les dijeron que
iban a tener una hija. —Sonriendo tímidamente, agregó—: Ella me tuvo
a mí.

—Un hijo de un metro ochenta y siete jugando al rugby —reflexioné,


devolviéndole la sonrisa—. Puedo ver por qué podrías haberla sacado de
balance.

—Sí. —Se rio entre dientes y luego se pellizcó la nariz en un acto de


vergüenza—. Ella y mi papá querían un montón de niños, pero no
funcionó de esa manera para ellos. —Entonces arrugó la nariz,
obviamente pensando en algo personal—. Les llevó un montón de
intentos de FIV o alguna mierda así. —Se encogió de hombros y se
señaló a sí mismo—. Esto es lo que su dinero les consiguió.

—Tú —le ofrecí con una sonrisa.

Me dio una sonrisa lobuna.

—Qué afortunados, ¿eh?

Sí.

Afortunados.

—Ella está fuera por trabajo la mayor parte del tiempo —continuó
diciendo—. De hecho, vuela de regreso a Londres por la mañana durante
unas semanas. Pero cuando está en casa, le gusta involucrarse en mi vida.

—Es agradable —le dije—. Tienes suerte de tener una madre como
ella.

—Sí —respondió sarcásticamente—. Claro que tengo suerte.

La tenía.

Johnny no se dio cuenta, pero en el espacio de una hora o dos, su


madre se había interesado más en mí que mi propia madre en meses.

Tal vez incluso años.

—Escucha, será mejor que te duches y me des tu ropa —dijo Johnny


con un suspiro—. De lo contrario, volverá y seguirá insistiendo sobre la
neumonía y toda esa mierda.

¿Hablaba en serio?

¿De verdad se suponía que debía tomar una ducha en su casa otra
vez?
—Hablo en serio —murmuró Johnny, leyendo mis pensamientos—.
Y lo siento.

—Oh. —Sonrojándome, junté mis manos frente a mí y me encogí de


hombros con incertidumbre—. Um, ¿está bien?

Me miró fijamente durante un momento más largo antes de sacudir


la cabeza.

—Ven aquí.

—¿Ir a dónde?

—Aquí —me indicó, haciéndome un gesto para que lo siguiera a su


baño privado.

Como un potro bebé, corrí tras él, toda piernas temblorosas y torpes.

Revoloteando en la puerta de su lujoso baño, observé cómo se


acercaba a la bañera y abría la ducha.

—Tú, eh, dijiste que tuviste un problema con eso la última vez —
murmuró encogiéndose de hombros.

—¿Lo mencioné?

—Uh, sí —respondió, moviéndose incómodo—. Estabas


murmurando en sueños que mi ducha te escaldó.

Me puse rojo remolacha.

—Oh, Dios, lo siento —me atraganté, sintiéndome nerviosa de


nuevo.

—Detente —advirtió con una sonrisa—. Fue lindo.

—¿Lindo? —salió, prácticamente hiperventilando.


—Uh, sí, sacaré algo de ropa para ti otra vez. —Las mejillas de
Johnny se sonrojaron cuando me rodeó y se apresuró a regresar a su
habitación—. Igual que la última vez.

—¿Dónde pondré mi ropa?

—Sólo tíramelos cuando estés desnuda… ah, cuando estés lista —


murmuró bruscamente—. Las pondré en la secadora —agregó antes de
cerrar la puerta y dejarme sola en su baño.

Temblando, me hundí en la tapa cerrada del inodoro y exhalé un


suspiro entrecortado.

Oh, Dios.
Soy Virgen

Johnny
Estaba en tantos jodidos problemas.

Por una sola vez, mis problemas no tenían nada que ver con mi
aductor y todo que ver con la chica desnuda en mi baño.

—¿De qué demonios se trató eso? —siseé cuando encontré a mi


madre en la cocina.

—Hola, amor —respondió mi madre, mientras continuaba cortando


zanahorias, claramente inconsciente de mi ira.

—¿Hola? —dije frustrado—. ¿Eso es todo lo que tienes que decir?

Bajando el cuchillo en la tabla de picar, giró su rostro hacia mí.

—Esa chica es frágil, Johnny. —Mamá mordisqueó su labio, cejas


fruncidas en preocupación—. Hay algo en ella que me provoca querer
envolver mis brazos a su alrededor y arrullar la tristeza fuera de sus ojos.

Sí, conozco el sentimiento.

Conocía esa sensación bastante jodidamente bien.

—Entonces, ¿la forzaste a que viniera aquí? —siseé—. ¿Dime cómo


fue eso una buena idea?
—Oh, Dios —dijo mamá con voz ahogada—. No la molesté, ¿no es
así?

—No, ella está bien —dije—. Pero yo no.

Estaba muy lejos de estar bien, que la palabra era un problema en mi


radar.

—¿Qué está mal, bebé?

—¿Qué está mal? —prácticamente espeté—. Mamá, ¡me acabas de


engañar! ¿Qué estabas pensando al traerla aquí?

—Estabas divirtiéndote allí arriba —dijo mamá con una sonrisa—.


Ella te estaba venciendo en PlayStation, ¿eh?

Sí, lo estaba.

Shannon me estaba pateando el trasero en GTA y arruinando otras


partes de mi anatomía.

No tenía idea de cómo terminé teniendo pateado el trasero por una


chica de tamaño pequeño, pero eso fue lo que sucedió.

Mirarla dominando por completa el PlayStation fue tan jodidamente


caliente.

En serio, sus habilidades con el control, y su habilidad para patear mi


trasero como lo hizo, sólo la volvió infinitamente más sexy.

Ella era jodidamente perfecta.

Estaba tan embelesado que podía haberme sentado allí toda la noche,
sólo estando con ella.

Y entonces mi mamá tenía que ir y destrozarlo y volverlo todo


incómodo y tenso de nuevo.

Jesús, ella estaba desnuda en mi habitación.


Desnuda.

No podía manejarlo.

No cuando todo lo que quería hacer era estar desnudo con ella.

Yo sólo tenía diecisiete.

Esta era una tentación que dudaba que un hombre que me doblara la
edad pudiera resistir.

Negué con la cabeza y expulsé un aliento de frustración.

—Por qué, mamá… ¿por qué en el nombre de Dios me hiciste esto?


Y esto… —Sostuve en alto la sudadera de Shannon y la sacudí—. ¿Por
qué hiciste que se duchara aquí?

—¿Tuvo una ducha?

—Actualmente está en mi ducha.

—Oh, eso es bueno.

¿Bueno?

—¿Qué estás tratando de hacerme, mamá? —demandé—. ¿Por qué


harías esto?

—¡Ella estaba mojada! —defendió mamá—. Y tú también —añadió


con una mirada preocupada—. Ve y cámbiate de ropa antes de que
atrapes una neumonía.

—Lo haré —gruñí—. Cuando me digas ¿por qué me jodiste?

—No te jodí, Johnny —respondió—. No seas tan dramático.

—Sabías que tenía una sesión de terapia física a la que tenía que ir
esta tarde.
Desde que había estado prohibido de la cancha, Jason, mi entrenador
personal, quería mi trasero en la piscina cada tarde por el resto de la
semana.

¿Y ahora?

Ahora estaba tratando de averiguar cómo salir de esta situación que


sólo tenía un resultado favorecedor.

Shannon desnuda en mi cama.

Conmigo desnudo encima suyo.

Preferiblemente dentro de ella.

Si mi jodido pene podía soportarlo.

Detente, idiota.

¡Detén esos pensamientos!

—Sabías que necesitaba que me llevaras porque no tengo mi maldito


auto —siseé, frustrado—. ¿Y ahora? Ahora, tengo a una chica desnuda
en mi habitación, mamá. Una jodida chica desnuda y estoy sosteniendo
sus malditas ropas.

Caminando hacia ella, solté el uniforme mojado de Shannon en la


encimera y la miré fijo.

—¿Qué clase de madre le hace esto a su hijo?

—Bueno, estás aquí abajo conmigo —respondió calmada,


palmeando mi mejilla—. Así que, te crie bien.

—Mamá —gruñí.

—Pensé que podría venirte bien un descanso —resopló—. Lucías tan


cansado, cariño.
Dame fuerzas…

—Y estabas divirtiéndote tanto —añadió con una sonrisa triste—. No


te había visto relajado así en años.

Cierto.

Pero no es el punto.

—¿Y mi auto? —demandé—. ¿Qué se supone que haga sin mi auto?

—Tu padre lo recogerá en su camino a casa esta tarde —respondió,


teniendo una maldita respuesta para todo—. Ha habido algunos
contratiempos con su caso, así que estará en casa esta noche y me llevará
al aeropuerto en la mañana. —Revisó su reloj y suspiró con felicidad—.
Debería estar en casa en cualquier minuto, dejó Dublín hace cerca de tres
horas.

Por lo general, cuando mi madre presiona mis botones, mi padre


calmaría las cosas, pero no esta vez.

No, porque por tan encantado que estaba de escuchar que papá
estaría en casa en la noche, mamá había ido demasiado lejos esta vez.

Se había entrometido en algo en lo que no quería que nadie se


entrometiera.

Se metió con Shannon.

—¿Por qué hiciste esto? —repetí.

—Porque creo que ustedes dos están haciendo líneas juntos a


escondidas —dijo con una sonrisa—. Lucen lindos juntos.

—¿Haciendo una línea? —jadeé hacia mi madre—. ¿De qué estás


hablando? ¡Sabes que no tomo drogas! Soy testeado todo el maldito
tiempo.
—No, cariño. —Mamá se rio entre dientes—. Haciendo una línea
juntos como a viéndose en secreto juntos. —Encogiéndose de hombros,
ella agregó—: Estaba tratando de hacerte saber que estaba bien con que
tuvieras una novia, y estaba tratando de hacer sentir a Shannon
bienvenida.

Dios.

Esta mujer.

—Bueno, te puedo asegurar que no estoy haciendo líneas con nada,


ni cocaína o chicas —espeté—. Nosotros sólo somos amigos.

—Es una chica adorable, Johnny —ofreció mamá—. Parece que le


gustas mucho. —Se giró para mirarme cuando dijo—. Podrías hacerle
mucho daño a una chica agradable como ella.

—Sí, bueno, no la veo de esa manera.

Mentira.

Mentira.

Mentira descarada.

—Es sólo una amiga.

Más mentiras.

—Eso es todo, mamá.

—¿Honestamente piensas que puedes venderme esa mierda, Johnny


Kavanagh? —disparó de regreso, torciendo los labios—. Soy tu madre.
Te traje a este mundo, y conozco cada vez que me dices una mentira.

—No estoy mintiendo —mentí.

—Me estás mintiendo en este momento.


—Jodidamente no.

—Está bien si lo haces, amor —dijo con un tono seguro.

—Somos amigos —dije con mordacidad—. Eso es todo.

—¿Pero te gusta? —preguntó después de una larga pausa de silencio.

Me giré para mirarla.

—¿Qué?

—Shannon —dijo mamá con un tono gentil y de halago—. Te gusta.

Negué con la cabeza y exhalé pesado, no haciendo movimiento para


responder.

Esta conversación iba más allá de lo perturbador.

—Sólo trátala con cuidado y trátala con paciencia. Ella es más joven
que tú, y estoy segura de que estás más que consciente, de que tienes que
moverte a su paso.

—Mamá, por favor. —Incliné la cabeza atrás y suspiré—. Sólo dame


un respiro.

—Todo lo que estoy tratando de decir es que tengas cuidado —


respondió mamá—. No la rompas, Johnny. —Acunó mi mejilla y sonrió
con tristeza—. No cuando ya parece que ha sido rota.

—No te preocupes —murmuré—. No tengo intenciones de ir allí con


ella.

—¿Ir allí con ella? —cuestionó—. ¿En dónde es allí?

—Una relación —dije—. Sentimientos y mierdas.

—Oh, allí. —Mamá estuvo callada por un largo tiempo antes de


decir—. ¿Estás seguro de que no estás allí ya, cariño?
Cristo, esperaba que no.

Por el amor de todos los santos.

—Ella tiene quince años —decidí lanzar allí, reacio a dejar mi enojo
de lado por su intromisión—. Entiendes, ¿no es así?

Los ojos de mamá se abrieron.

—¿Pensé que ella tenía dieciséis?

—No, mamá, tiene quince —siseé.

—No, Johnny —respondió, cejas fruncidas—. Estoy bastante segura


de que tiene dieciséis.

Mi boca cayó abierta.

Mierda.

Ella tenía razón.

Maldición.

—Eso es mucho peor entonces —ladré, nervioso—. Hay una chica de


dieciséis años desnuda en la habitación de tu hijo de diecisiete ahora
mismo, una que tú pusiste allí, ¡podría añadir!

—Johnny, amor, tienes que relajarte…

—¿Y cómo propones que haga eso? —demandé—. ¿Cuando pones a


una adolescente desnuda en mi habitación?

—Oh, amor —murmuró mamá, mordiéndose su labio—. Creo que


es hora de que tengamos una charla.

—¿Una charla? —jadeé hacia ella—. Estamos charlando. Estamos


teniendo una muy importante jodida charla, mamá. Acerca de la falta de
límites en esta familia. ¡Acerca de la necesidad de que respetes mis límites!
—Acerca de ti y Shannon.

—¿Qué hay de mí y Shannon?

—Acerca de tus sentimientos.

La miré boquiabierto.

—¿Mis sentimientos?

—Y tus intenciones, cariño —respondió.

—¿Mis intenciones?

¿Qué mierda?

—Sé que son las primeras etapas y lo que estoy a punto de hablarte
está muy lejos para ustedes dos, pero es importante que sepas acerca de
eso.

La miré con cautela.

—¿Acerca de qué?

—Acerca del sexo, cariño.

Mi boca cayó abierta.

—¿Por qué no me estás escuchando? ¿Por qué nadie me escucha más?

—Sé que tu padre habló contigo hace algunos pocos años acerca de
los pájaros y las abejas. —Colocó una mano en mi hombro y me guio
hacia la isla de la cocina, obvio y jodidamente no escuchando de nuevo—.
Pero considerando este último desarrollo, pienso que sería una buena
idea que nosotros hablemos acerca de eso. Sólo para que estemos todos
claros de lo importante que es tomar las cosas con calma.
—¿Último desarrollo? —Me hundí en la silla y abrí la boca hacia
ella—. No estoy teniendo ningún jodido desarrollo. No necesitamos
hablar de nada.

—Aun así… —Encogiéndose, mamá se sentó en la silla a mi lado y


me palmeó el muslo—. No hará daño refrescar tu memoria.

—Sinceramente espero que estés jodidamente bromeando, mamá —


dije con voz estrangulada.

—Tal vez debería llamar a Shannon para que baje, así puedo hablar
con los dos acerca de esto…

—Malditamente no te atrevas —dije—. Déjala en paz.

¡Ya la has traumatizado suficiente!

—Está bien, entonces —respondió—. Hablaré contigo acerca de esto.

—Por favor, no…

—El sexo es una cosa hermosa, cariño —dijo en ese tono materno
que por lo general me hacer querer clavar lápices en mis orejas—.
Cuando es entre dos personas que se aman y están comprometidas la una
a la otra.

Alcé una mano.

—Sólo somos amigos.

—Aja —bromeó con una sonrisa sin creer—. Eso es lo que siempre
dicen.

—Esa es la maldita verdad —espeté—. Eso es todo lo que somos.

Jesús, incluso tu madre puede ver a través de ti…

—Es completamente normal querer experimentar placer con tu


compañera —continuó diciendo, ignorando mis súplicas—. Cuando los
dos sean lo suficientemente mayores para completamente entender el
acto del amor.

—Jesucristo —gruñí—. Por favor, detente.

—Pero, sé cómo las cosas pueden ir. No todos esperan sin importar
lo importante que es esperar… —Hizo una pausa para mirarme con
conocimiento—. Cuando suceda, lo que espero que sea en un largo, largo
tiempo desde ahora, entonces es necesario usar condón —presionó—.
¿Sabes cómo enrollar uno apropiadamente, cariño? ¿Tu padre te explicó
cómo funciona? Tienes que asegurarte que el eje de tu parte privada
esté…

—No puedo escuchar esto —gruñí desesperado—. En serio, mamá.

—El sexo en la vida real no es nada como sucede en esas películas


cochinas que Gerard te da —continuó—. Es importante saber que una
mujer tiene sus necesidades. En la vida real, no todas las chicas gritan y
actúan como una estrella porno. Y tienes que respetar el cuerpo de una
chica todo el tiempo…

—Por favor. —Presioné los puños en mis ojos con tanta fuerza que
estaba viendo estrellas—. Sólo detente.

—Estoy tratando de ayudarte, amor, así sabes qué esperar.

—Sé qué esperar, mamá —gemí mientras contemplaba bañarme en


lejía—. No soy un maldito niño.

La cabeza de mi mamá se disparó hacia mí, los ojos abiertos.

—Entonces no eres…

—No, mamá. —Solté la cabeza en mis manos y luché con la urgencia


de jodidamente llorar—. No soy virgen.

—Oh, cariño… está bien. Eso está bien, amor. Está perfectamente
bien —divagó, el tono forzado—. Sólo presumí que, ya que nunca has
traído una chica a casa antes, o hablado acerca de novias, que no estabas
buscando ninguna compañera amorosa…

—Sigue hablando y voy a saltar por la ventana —le advertí—. No


estoy bromeando. Subiré las escaleras y me tiraré del maldito techo.

—Sé que es incómodo, pero puedes hablar de ese tipo de cosas


conmigo, hijo —presionó mamá—. Fui una adolescente una vez,
también, sabes —añadió, estirando una mano para palmear mi
hombro—. Entiendo todas las urgencias por el que tu cuerpo está
pasando, y desde una perspectiva femenina puede ser de ayuda.

—¿Cómo algo de esto es de ayuda? —me ahogué, horrorizado—.


Pensé que me amabas.

Mamá se rio suavemente.

—Por supuesto, te amo.

—¿Entonces por qué me estás haciendo esto? —dije con voz


ahogada—. ¿Por qué te estás entrometiendo en mi vida?

—Porque, no estoy ciega, Johnathon —respondió mamá,


nombrando mi nombre completo y dejándome saber que hablaba en
serio con eso—. Veo cómo miras a Shannon, y la manera en la que ella
te mira.

—Sólo somos amigos —dije con dientes apretados.

—Están enamorados.

Mi mandíbula cayó abierta.

—¡Malditamente no!

La mirada que mi madre me dio fue una de incredulidad.

—¿Estás llevando las cosas a su paso?


—Es en serio, mamá —disparé—. Sólo somos amigos. No la he
tocado.

Mamá se hundió visiblemente en alivio.

—Entonces, no lo han hecho, uh, vamos a llamarlo el acto, con


Shannon…

—¡Jesucristo, no, mamá! —ladré, interrumpiéndola antes de que


provocara un trauma permanente en mi cerebro.

—Oh, eso es bueno. —Mi madre respiró—. Eres un buen chico.

¿Un buen chico?

¿Era yo un maldito perro?

Y no había nada bueno acerca de lo que quería hacer con Shannon


Lynch.

—Sin embargo, gracias por automáticamente asumir que soy un


bastardo, mamá —espeté—. Realmente aprecio la falta de fe que mi
propia madre tiene en mi brújula moral.

—Bueno, soltaste la bomba de que no eres virgen el mismo día que


trajiste a tu novia a casa —bufó—. La primera chica con la que alguna
vez te he visto, podría añadir. ¿Qué se supone que piense? Estaba
tratando de prepararte para el futuro.

—En primer lugar, por la última jodida vez, Shannon no es mi novia


—espeté, nervioso—. En segundo lugar, no he sido virgen desde el
primer año. Y en tercer lugar, puedo rodar un condón en la oscuridad
con una mano atada detrás de mi maldita espalda, así que no necesito la
charla del sexo, o consejos, o cualquiera de esa mierda.

Mamá jadeó en horror y mentalmente me pateé.

—Estoy mintiendo —le dije—. Soy virgen.


—Primer año —sollozó—. ¡Primer año!

—No, no, no —me apresuré a asegurarle—. Soy virgen, ma. Lo soy.

—No —lloró, sacudiendo la cabeza—. No lo eres.

¿Qué mierda se supone que debía hacer ahora?

Cristo, ¿en dónde está mi papá cuando lo necesitaba?

—Sólo tenías catorce en primer año —continuó lamentándose.

—Trece —murmuré bajo el aliento mientras la sostenía contra mi


pecho y palmeaba su espalda.

—Santa Madre de Dios —sollozó con más fuerza, claramente


escuchando.

Mierda.

Los cojones.

—Soy virgen —continué diciendo una y otra vez mientras mi mamá


lloraba en mi sudadera—. Me estoy guardando para el matrimonio,
mamá.

—Es el rugby —sollozó, empuñando mi sudadera—. Culpo al


maldito rugby por esto.

—¿Por qué?

—¡Por ti perdiendo la inocencia! —siseó mamá. Alzó la mirada hacia


mí y luego rompió en llanto—. Esos chicos con los que juegas, son
demasiado mayores para ti y obviamente te llevaron por el mal camino.

No, mamá, mi pene me llevó por el mal camino cuando mi pubertad llegó…

—Y ella está en tu habitación. —Mamá sollozó, soltando la mano


contra mi pecho de nuevo—. Oh, querido Dios.
—Porque tú la trajiste aquí, mamá, no yo —respondí mientras
continuaba frotándole la espalda—. Vamos a decir, como para terminar
la discusión, ¿que estoy con Shannon? Lo cual no estoy —aclaré
rápidamente—. Pero si lo estuviera y tú estuvieras preocupada acerca de
mí haciendo nada bueno, entonces ¿por qué en el infierno la traerías
aquí?

—Porque todavía estaba bajo la impresión de que eras virgen cuando


la trajiste aquí, ¿no era así? —bufó, golpeando mi pecho—. Pensaba que
estabas teniendo tu primer enamoramiento. Yo pensé que te estaba
agarrando a tiempo.

Punto válido.

—Mamá, casi tengo dieciocho. —Traté de consolarla al decir—. Tú


te casaste con papá para cuando tenías dieciocho.

—Eso es diferente —sollozó.

—¿Cómo?

—Porque tú eres mi bebé. —Mamá esnifó—. Oh, Dios, mi bebé es


sexualmente activo.

—No, no lo soy —engatusé, abrazándola—. Lo prometo, no estoy


teniendo sexo. —En este momento—. No lo estoy, mamá.

—¿Al menos te estás cuidando? —se ahogó, mirando hacia arriba


con grandes ojos marrones llenos de lágrimas.

—Estoy jugando al jodido PlayStation con la chica —dije ahogado—


. ¿Eso no te diría lo cuidadoso que estoy siendo?

—Eso es verdad. —Mamá asintió y esnifó.

Suspiré.

—Gracias.
—Entonces, ¿no tengo que preocuparme, no es así? —añadió—. ¿Te
estás cuidando? —esnifó— ¿Usando… oh, querido Dios, condones…?

—No, mamá, no te tienes que preocupar porque no estoy teniendo


sexo. —Me apegué a la historia al decirlo, y la jalé hacia mi pecho de
regreso—. Así que sólo relájate.

¿Cómo demonios me metí en esta situación?

¿A dónde estaba llegando mi vida?

En el espacio de un día, había molestado a no menos que tres


mujeres.

La que me creó, al decirle que ya no seguía siendo inocente.

La que me usó, al decirle vía mensaje de texto que se fuera a la


mierda.

Y la que me volaba la jodida cabeza.

Jesucristo, mi pene tenía mucho a lo que responder.

Para ser honesto, no creo que en realidad molestara a Shannon hoy,


pero aún era temprano, y estaba teniendo mucha mala suerte, así que mis
oportunidades de lograrlo en esta gloriosa cita de juego sin joderla eran
pocas.

—Mamá —dije después de unos constantes diez minutos de ella


sollozando contra mi pecho—. Voy a tener que regresar con Shannon
ahora.

—Está bien, cariño. —Esnifó—. No harás nada…

—No, mamá —dije bajo, liberándome de su agarre y poniéndome de


pie—. No pondré un sólo dedo encima de ella porque sólo somos amigos,
y soy virgen.
—Sé que no lo eres —graznó—. Pero estoy confiando en que harás
lo correcto.

—Puedes confiar en mí, porque nada está sucediendo entre nosotros


—repetí por millonésima vez—. Pero necesito tomar una ducha porque
estoy jodidamente empapado, así que voy a usar tu baño, ¿está bien? —
Me moví hacia la puerta para girarme y decir—: Llámame cuando sea
hora de recoger a los perros dementes.

—Acerca de eso. —Mamá esnifó.

—Mentiste, ¿no es así? —Le di una mirada acusadora—. No tienes


que recoger a Bonnie y Cupcake en toda la noche, ¿no es cierto?

Por supuesto, ella mintió.

Una vista a su expresión vergonzosa y fue fácil de ver.

—Tú entrometida —acusé.

—Tú sexual —disparó en un tono igual de acusador.

Por el amor de Dios.

No iba a ganar aquí.

Sosteniendo las manos en alto rindiéndome, me apresuré fuera de la


cocina antes de que me ahogara en un nuevo baño de lágrimas.
Las Consecuencias de Besar a Chicos
en los Dormitorios

Shannon
Al igual que la última vez que me duché en el glorioso baño de
Johnny, me tomó una gran cantidad de tiempo.

No pude evitarlo.

Culpé a los chorros.

Y su gel de baño.

Y el olor de él.

Dios, estaba perdiendo la cabeza.

Cuando finalmente salí de la bañera, me envolví en una de las toallas


blancas, grandes y esponjosas que colgaban de su perchero y suspiré
cuando la lujosa tela rozó mi piel.

Johnny nunca entendería la suerte que tenía de crecer en un hogar


como este, con padres como los suyos y toallas tan suaves.

Durante mucho tiempo, me quedé de pie en medio de su baño, sin


escuchar absolutamente nada.

Sin voces gritando.


Sin pisadas fuertes.

Sin traqueteo de las manijas de las puertas.

Sin sentimientos de fatalidad inminente.

Sólo paz.

Cuando el frío finalmente se apoderó de mí, me sequé y me volví a


poner el sostén.

Usar un sostén era una pérdida de tiempo considerando que no tenía


mucho que ocultar y lo que tenía era respingón y se mantenía en su lugar
sólo.

Ciertamente no coincidían con los senos que las modelos en la pared de su


dormitorio mostraban con orgullo…

Sin embargo, diez segundos después de usar mi sostén, rápidamente


me lo estaba quitando con un escalofrío.

Estaba empapado, junto con mi ropa interior.

Pasé una cantidad excesiva de tiempo doblando mi ropa interior en


la bola más pequeña que pude antes de envolver mi sostén alrededor de
ellos.

Avergonzada de no tener mi mochila para meterlos dentro, me paré


como una tonta en medio de su baño, presa del pánico.

La lógica me decía que estaba siendo tonta, pero la idea de que


Johnny viera mi ropa interior me hizo sentir un poco mareada.

Me rendí y decidí meterlos en mis mallas escolares enrolladas antes


de envolverme en una toalla y regresar a su habitación.

Esta vez, cuando salí del baño, estaba preparada para Sookie y la
encontré dormitando en la cama.
Sin embargo, no estaba preparada para ver el culo desnudo de
Johnny.

Estaba de pie frente a su cómoda, de espaldas a mí, con una toalla en


el suelo a sus pies, y estaba subiéndose su bóxer hasta los muslos.

Dios, incluso tenía músculos en su trasero.

¿Cómo era eso posible?

Y entonces Johnny miró por encima del hombro y me atrapó con las
manos en la masa.

—¿Te gusta lo que ves? —bromeó, arqueando una ceja.

—Oh, Dios —chillé y luego aparté la mirada de su culo redondo y


apretado—. Lo siento mucho. —Dándome la vuelta, me mordí el labio
y contuve un gemido—. No esperaba que hubiera nadie aquí.

—Está bien, Shannon. —Se rio—. No te preocupes por eso.

Déjame morir.

Querido Dios, abre el suelo y déjame caer a través de él.

—Yo, eh… —Sacudiendo mi cabeza, apreté mi toalla—. Eso es…


eh…

—Me duché en el baño de mis padres —explicó Johnny—. Sólo venía


a buscar algo de ropa.

—Oh. —Dejé escapar un suspiro irregular y me moví de un pie a


otro—. Está bien, sí, eso tiene sentido.

—Está bien, Shannon —dijo Johnny en un tono amable—. Todo está


bien.

—Lo sé —solté, presa del pánico.


Se rio suavemente.

—Entonces, ¿por qué sigues de cara a la pared?

Maldita sea.

Inhalando un aliento tranquilizador, me di la vuelta y lo miré.

Mi mirada automáticamente lo recorrió y mi ritmo cardíaco se


disparó.

Por una vez, la cara de Johnny no era la razón de mi pulso acelerado.

No, eso dependía del resto de él.

El resto casi desnudo de él.

Llevaba un par de boxérs blancos ajustados y eso era todo.

Sin camiseta.

Sin pantalones.

Sin pantalones de chándal.

Sin calcetines.

Sólo un par de Calvin Klein que colgaban bajos en sus caderas


marcadas en forma de V, idénticos al par que había usado de él la semana
pasada.

El par con el que había estado durmiendo por las noches.

Dios, era patética.

Todo lo que había imaginado desde el momento en que lo vi estaba


justo frente a mí.

Y con esta vista sin obstrucciones me di cuenta de que tanto mi


imaginación como mi memoria visual apestaban.
Ya sabía que tenía un buen cuerpo.

Recordaba su pecho de ese día.

O al menos pensé que lo recordaba.

Aparentemente no, porque Santa María Madre de Dios, de cerca, era


otra cosa.

Su pecho estaba desnudo y sus pectorales estaban tonificados, su


estómago estaba marcado.

Quiero decir, estaba seriamente marcado.

No como el paquete de seis que lucía mi hermano o cualquiera de los


muchachos que había visto intercambiar camisetas después de los
partidos de Joey.

Todo su cuerpo era una masa sólida de duro músculo cincelado.

Contuve la respiración mientras permitía que mis ojos vagaran sobre


él, absorbiendo la vista de los abdominales ondulados, la piel dorada y
besada por el sol, el oscuro rastro de vello debajo de su ombligo y esa
increíble forma en que olía.

Como jabón y hierba y Johnny.

No era justo darle tanta belleza a una sola persona.

Podrían haberlo repartido por toda la escuela y seguiría siendo


perfecto.

—¿Que pasó aquí? —preguntó Johnny entonces, distrayéndome de


mi mirada, mientras se acercaba a donde yo estaba y acariciaba mi
mejilla con el pulgar.

Confundida y agotada, dejé escapar un suspiro tembloroso y lo miré.

—¿Eh?
—Tienes una marca roja —murmuró Johnny, frunciendo el ceño—.
No me di cuenta antes.

Mis cejas se elevaron.

—¿La tengo?

Él asintió, sus ojos azules fijos en los míos.

—Sí, Shannon, la tienes.

Deslizándome alrededor de él, entré al baño para mirarme en el


espejo.

Efectivamente, mi mejilla derecha estaba roja y manchada mientras


que el resto de mí estaba pálido como una botella de leche.

Ese sería el dorso de la mano de mi padre, pensé.

—¿Bien? —preguntó Johnny, apoyándose en la puerta.

Me incliné hacia delante, estirándome sobre el lavabo para verme


mejor en el espejo.

Johnny caminó hacia donde yo estaba parada.

Y luego procedió a cernirse detrás de mí, su pecho desnudo rozando


mi espalda, mientras miraba mi reflejo en el espejo, con el ceño fruncido.

No pensé que se diera cuenta de que lo estaba haciendo, rozando su


cuerpo contra el mío.

Su atención se había movido de mi mejilla a mi cuello.

Su expresión era oscura, la cara se volvió de un tono oscuro de color


púrpura.

—¿Qué diablos es esto? —siseó.


Seguí su mirada hasta las tenues huellas dactilares de color púrpura
que recubrían mi cuello.

La conciencia se apoderó de mí.

Mi papá.

Anoche.

Oh, Dios.

—No lo sé —respondí, fingiendo confusión, decidiendo que era más


seguro ceñirme a la historia original.

Si retrocedía ahora, Johnny olería una rata.

—¿No sabes? —preguntó en voz baja, sus ojos fijos en los míos en el
espejo.

Sacudiendo la cabeza, dejé caer los hombros.

—Ni idea.

—¿Alguien te está haciendo daño, Shannon? —preguntó con una voz


tranquila como la muerte.

—Nadie me está haciendo daño, Johnny —susurré, con los ojos


pegados a los suyos en el espejo.

Mi corazón latía tan fuerte que temía que pudiera estallar.

Era una mezcla terrible de miedo, incertidumbre y lujuria, todo


mezclado en una complicada bola de emociones en la boca del estómago.

Levantando una mano, Johnny ahuecó mi barbilla y usó su mano


libre para retirar suavemente mi cabello de mi cuello.

No pidió permiso si podía tocarme.

Él simplemente lo hizo.
Luego sus dedos estaban recorriendo las huellas dactilares dejadas
por mi padre, su toque ligero como una pluma hizo temblar todo mi
cuerpo.

—Alguien te tocó —susurró Johnny en mi oído, poniendo sus dedos


en las marcas—. Quiero saber quién.

El aire escapó de mis pulmones en un jadeo audible.

Incapaz de detenerme, me derrumbé contra su pecho, con los ojos


pegados a nuestro reflejo en el espejo mientras él me miraba fijamente,
sus ojos azules abrasaban agujeros en mi alma, esperando una
explicación que nunca podría darle.

—Dime quién te puso las manos encima —me engatusó, mientras


estaba de pie detrás de mí, mi cara en su mano y sus dedos en mi
garganta—. Y lo haré mejor.

Piensa, Shannon, piensa…

—¿Bien?

Date prisa…

—¿Shannon?

—Me aplastaron en educación física —fue todo lo que se me ocurrió.

Johnny no respondió.

Continuó mirando mi cuello con una expresión oscura.

Presa del pánico, me apresuré a agregar a mis mentiras:

—Fue mi culpa. Me interpuse en el camino de los chicos durante el


fútbol y cuatro de ellos terminaron estrellándose contra mí.

Deslizándome alrededor de Johnny, regresé a su habitación,


poniendo un poco de espacio entre nosotros.
—Terminé en el fondo de un choque múltiple. Sucedió justo antes de
que entraras. —Sacudiendo la cabeza, forcé una pequeña risa—. Fue una
carnicería total.

Johnny rondaba por la puerta del baño, expresión tensa, ojos agudos
e inteligentes.

—Entonces, ¿la mano de uno de los muchachos de tu clase aterrizó


en tu cuello? —preguntó, el tono mezclado con incredulidad—. ¿Sus
dedos simplemente apretaron tu garganta?

Este no es tonto, pensé para mis adentros. Miente mejor, Shannon.

—No se sentía así en ese momento. —Le di un encogimiento de


hombros débil y me senté en el borde de su cama—. Pero supongo que
eso es lo que pasó.

—¿Supones? —repitió, cruzando los brazos sobre su pecho.

El movimiento hizo que sus enormes bíceps se hincharan.

Él era realmente enorme.

Increíblemente intimidante.

Pero sabía que no me haría daño.

Era una de las pocas cosas en mi vida de las que estaba absolutamente
segura.

Este chico nunca pondría sus manos sobre mí con ira.

Inhalando un aliento tranquilizador, agregué:

—Tal vez me atrapó cuando estaba tratando de ponerse de pie.

—Tal vez —reflexionó Johnny, asintiendo.

Me derrumbé de alivio.
—O tal vez fueron esos Legos otra vez.

Mi corazón se hundió.

—¿Lo fueron? —exigió Johnny—. ¿Te caíste con los mismos Legos
que te dejaron esas huellas dactilares en la garganta de cuando te
rompiste la cara en tu cumpleaños?

—Johnny…

—¿Y qué hay del moretón en la parte de atrás de tu cuello la vez


anterior? ¿O la marca roja en tu cara la vez anterior otra vez? ¿O los
moretones en tus muslos? ¿Y tus brazos? ¿Y el resto de ti? —Él me
miró—. ¿También fueron esos molestos Legos?

—¿Crees que mi uniforme ya está listo? —Cambié de tema


preguntando—. Probablemente debería irme a casa.

Sí, necesitaba salir de aquí.

Y rápido.

—No. ¡No! No hagas eso —me desenmascaró Johnny en mi


distracción—. No intentes ignorarme —gruñó—. Quiero saber qué te
pasó, Shannon.

—Quiero ir a casa. —Sollozando, rápidamente limpié mi cara con el


dorso de mi mano—. Ahora, por favor.

Se pasó una mano por el pelo húmedo y suspiró.

—¡Cristo, Shannon, no llores!

Descruzó los brazos y se movió hacia mí, pero negué con la cabeza y
levanté una mano para advertirle.

Johnny se detuvo en seco y se pasó una mano por el pelo.

—Puedo ayudarte —suplicó—. Deja que te ayude.


—Entonces ayúdame consiguiendo mi ropa —sollocé—. Esa es la
única ayuda que necesito de ti.

Exhalando un gemido de dolor, Johnny cerró el espacio entre


nosotros y se agachó frente a mí.

—Quiero ayudarte. —Puso sus manos en la parte exterior de mis


muslos y me miró, sus ojos azules muy abiertos y sinceros. Apretó mis
muslos suavemente—. Todo lo que tienes que hacer es decirme lo que
está pasando, ¿de acuerdo? —Estirándose, colocó un mechón de cabello
húmedo detrás de mi oreja—. Sólo dime quién te está lastimando y haré
que desaparezca.

No puedes ayudarme.

Nadie puede.

Recibí esa paliza por hablar contigo.

Por tomarme una puta foto contigo.

Eres la última persona que puede ayudarme.

—Estoy bien, Johnny —dije con voz ronca, sintiendo las lágrimas
acumulándose en mis ojos—. No es necesario que me ayudes.

—Me estás mintiendo —gruñó, luciendo furioso—. Me estás


mintiendo y no puedo soportarlo.

—Por favor, llévame a casa —dije con voz estrangulada, alejándome


de él—. Sólo llévame a casa y no tendrás que soportarme.

Johnny gimió.

—Shannon, vamos. No tergiverses mis palabras. Sabes que eso no es


lo que quise decir…

—Quiero irme a casa, Johnny —me atraganté—. Si no quieres


llevarme, llamaré a Joey para que venga a buscarme.
—Está bien. —Johnny suspiró con resignación—. Bien. —
Soltándome, se puso de pie y levantó las manos—. Voy a buscar tu ropa
y te llevaré a casa.

Exhalando un suspiro tembloroso, asentí.

—Gracias.

Me miró durante un largo momento antes de sacudir la cabeza con


resignación.

—Vuelvo enseguida, ¿de acuerdo?

Asintiendo, lo vi salir de la habitación, esperando hasta que se fue


antes de desplomarse en su cama.

—Dios —lloré, furiosamente sacudiéndome las traicioneras


lágrimas—. Recomponte, Shannon.

Ni siquiera pienses en decirle nada.

Su padre es abogado.

Ya sabes cómo son esos tipos.

Ellos se involucrarán y todos ustedes serán separados y puestos bajo cuidado.

Como Darren…

La perra de Johnny se acercó más a mí, distrayéndome de mi colapso,


y dejó caer su cabeza en mi muslo.

—Hola —sollocé, dejando caer mi mano sobre su cabeza.

Sookie acarició mi mano con su hocico y lamió mis dedos.

Su afecto sólo me hizo sentir peor.

No me lo merecía.
Acababa de mentirle a su humano.

—Ojalá tuviera un perro —le susurré, enfocando toda mi atención en


ella, desesperada por bloquear mis pensamientos—. Uno como tú —le
dije mientras subía los pies a la cama y giraba mi cuerpo para mirarla—
. Si alguna vez tengo un perro, será uno que se parezca a ti, porque eres
muy bonita. Sí, lo eres.

Recompensó mi atención subiéndose a mi regazo, o al menos lo


intentó.

Era una labrador adulta y probablemente yo pesaba menos que ella.

—¿Qué deseas? —susurré, rascándole el cuello con ambas manos—.


¿Eh? —Haciéndole cosquillas en las orejas, presioné un beso en su
nariz—. ¿Quieres que te dé amor?

Su cola se movía como loca y me asfixiaba con besos húmedos de


perro por toda la cara.

Fue una distracción bienvenida y ahogué una carcajada ante su


entusiasmo.

—Qué buena chica —susurré, cayendo en un juguetón juego de lucha


libre con ella—. Así es. Eres la mejor chica. Lo eres.

Animada por mi respuesta, Sookie se subió sobre mí, empujando


todo su peso sobre mi pecho y haciendo que me desplomara sobre las
almohadas.

—¿Qué? —Me reí entre lágrimas mientras le revolvía las orejas—.


¿Te gusto?

Ella gimió profundamente en su garganta, su aprobación era obvia


cuando se estiró encima de mí y me acarició la cara con su nariz húmeda.

—Gracias —la elogié cuando me golpeó el hombro con la pata—.


Eres una chica tan educada, dándome la pata.
—Tu uniforme todavía está húmedo, pero lo traje de todos modos…

Sorprendida por la voz de Johnny, traté de sentarme, pero no pude


porque Sookie todavía estaba en modo de juego con toda su fuerza.

—Sookie, abajo —ordenó Johnny en un tono tenso de voz, con los


ojos pegados a los míos.

Obediente, Sookie inmediatamente se bajó de mí y torpemente saltó


de la cama, sus patas resbalaron sobre el piso de madera.

—Fuera —ordenó Johnny mientras sostenía la puerta abierta, sin


dejar de mirarme.

Sookie salió de la habitación y rápidamente cerró la puerta, con una


expresión estruendosa.

Dios…

—Lo siento —dije con voz ronca, levantándome sobre mis codos—.
Sólo estaba, eh, jugando con tu perro.

—No lo sientas —respondió Johnny con voz tensa mientras se


acercaba a la cama, dejaba caer mi uniforme y luego se sentaba en el
borde.

De espaldas a mí, Johnny se inclinó hacia adelante, sus músculos se


flexionaron bajo su piel dorada, apoyó los codos en sus muslos e inhaló
lo que sonaron como varias respiraciones tranquilizadoras.

Y luego hizo algo por lo que sabía que perdería incontables años de
sueño: se dio la vuelta para mirarme, agarró ambos lados de mi toalla y
la cerró.

Para cubrirme, me di cuenta.

Porque obviamente me había estado mostrando.


Porque seamos realistas, ese fue exactamente el tipo de suerte que
tuve.

—Lo siento mucho —dije ahogada, mortificada.

—Está bien —me dijo con un tono grave de voz.

—¿Yo… viste mi…?

Él asintió.

¡Oh, Dios!

—Lo siento mucho.

—Deja de decir lo siento —respondió, con voz tensa—. No hay nada


que lamentar.

—Lamento que hayas tenido que ver eso —dije con voz
estrangulada.

Johnny negó con la cabeza y volvió a darme la espalda.

—No me pidas disculpas por verte —gimió, dejando caer la cabeza


entre sus manos—. ¡Joder!

Mi corazón latía tan fuerte en mi pecho en este momento que me


encontré respirando más rápido, exhalando en respiraciones cortas e
hinchadas.

¿Qué se suponía que debía hacer?

¿Correr?

¿Irme?

¿Esconderme?

¿Arrojarme a él?
No lo sabía.

No tenía idea de qué hacer.

Sólo sabía que mi cuerpo estaba arraigado a su colchón, los ojos


pegados a su musculosa espalda.

—Te llevaré a casa ahora —dijo finalmente Johnny en voz baja, con
la cabeza aún entre las manos.

—Sí, está bien —susurré mientras el sonido de mi pulso martilleaba


en mis oídos.

—Eso es lo que voy a hacer —agregó, aunque no estaba seguro de si


estaba hablando conmigo o consigo mismo—. Te llevaré a casa —
repitió, pero no hizo ningún movimiento para ponerse de pie.

Pasaron varios segundos donde permaneció completamente inmóvil.

Incapaz de soportar la tensión que se acumulaba dentro de su


dormitorio, alargué la mano y toqué su omóplato.

—¿Johnny?

Un pequeño temblor recorrió su enorme cuerpo.

Y luego se dio la vuelta para mirarme.

—No puedo estar a solas contigo así —susurró, con los ojos fijos en
los míos—. Yo… —Exhaló un suspiro entrecortado—. No aquí… no
cuando te ves así.

Sus ojos estaban calientes y llenos de incertidumbre y vagaban


salvajemente por mi cuerpo.

Su pecho subía y bajaba a un ritmo rápido, reflejando el mío.

Lo miré a los ojos, sintiendo que mi corazón se apretaba tanto que


era difícil respirar.
En una mirada, sentí como si hubiera chocado con él.

Fue instantáneo e impactante.

Mis sentimientos explotaron dentro de mí, absorbiendo al chico y


todo lo que era como una esponja que estaba desesperada por agua.

Estaba desesperada por él.

Todo de él.

Cada pieza y parte.

Las hormonas enfurecidas, alentadas por mis emociones agotadas,


anularon mi sentido común en ese momento, lo que me hizo hacer algo
completamente fuera de lugar.

Soltando un suspiro inestable, me estiré, agarré el cuello de Johnny y


acerqué su rostro al mío.

Y luego lo besé.

No tenía idea de qué hacer a continuación, mi valentía me abandonó


en mi momento de necesidad, mientras me arrodillaba en su cama y
sostenía su rostro entre mis manos.

Los ojos de Johnny estaban muy abiertos y fijos en los míos,


claramente aturdido, mientras presionaba mis labios contra los suyos.

Pero él no me estaba devolviendo el beso.

De hecho, estaba bastante segura de que no respiraba.

Mis acciones lo habían convertido en piedra en mis manos.

Mis ojos estaban muy abiertos y saltones en mi cabeza cuando rompí


el beso y lo miré fijamente con horror.

—Lo siento mucho —espeté, mortificada.


—Está bien —me dijo, respirando con dificultad.

—No. —Negué con la cabeza furiosamente—. No, no está bien.

—Shannon, está bien…

—¡Oh, Dios mío! ¿Qué hice?

—Shannon —engatusó Johnny, ahora con un tono más firme—.


Detente. Está bien…

—No está bien —dije con voz estrangulada mientras saltaba de la


cama y retrocedía, golpeando su cómoda en el proceso—. Yo sólo…
¡Oh, Dios!

Tambaleándome hacia atrás, negué con la cabeza y extendí una


mano para advertirle cuando dio un paso hacia mí.

—Lo siento mucho.

—Shannon, está bien —dijo Johnny mientras levantaba las manos—.


Sólo deja de moverte por un segundo y háblame, ¿quieres?

No dejé de moverme.

Y no me detuve a hablar.

Porque no podía.

Estaba en modo de pánico con toda su fuerza y, por una vez, mi


instinto de vuelo se había activado.

—Tengo que irme —anuncié, mortificada.

—No, no tienes —respondió con calma—. Podemos hablar de esto.

—¡No! —Sacudiendo la cabeza, me deslicé alrededor de Johnny y


agarré mi ropa de la cama—. Tengo que irme —agregué antes de entrar
corriendo al baño y encerrarme dentro.
—Shannon, vamos —gritó Johnny, llamando a la puerta—. Abre la
puerta.

Sin palabras, me tambaleé hacia el inodoro, empujé la tapa hacia


abajo y me desplomé encima.

—Oh, Dios —susurré, mientras dejaba caer mi cabeza entre mis


manos.

¿Qué diablos acabo de hacer?

No sólo me mostré a Johnny Kavanagh, sino que fui más allá y lo


besé.

Mi primer beso.

La primera vez que puse mis labios sobre un chico.

Y él no correspondió.

Oh, Dios mío…

¿En qué demonios estaba pensando?

¿Por qué sentía que mi corazón se rompía en un millón de pedazos?

Y lo más importante, ¿cómo iba a salir de este baño?

Porque no había forma de que pudiera enfrentar a Johnny ahora.

De hecho, estaba bastante segura de que nunca podría enfrentarlo de


nuevo.
Niñas Llorando y Corazones Ardientes

Johnny
Alguien le puso las manos encima.

Ese tipo de marcas no se producían en un maldito ruck 4, y mucho


menos durante un partido de fútbol en educación física.

Era ridículo, y ella era ridícula por decirme eso.

¿Qué se creía que era, un imbécil que no sabía distinguir entre un


moretón accidental y el juego sucio?

Juego rugby.

Me había pasado toda la vida curando lesiones y noqueando a chicos.

Conocía la maldita diferencia entre daño accidental y daño


intencionado.

Alguien le apretó la garganta, y lo hizo tan fuerte que le dejó las putas
huellas dactilares.

Si estaba siendo intimidada en Tommen, entonces iba a averiguarlo.

4
Ruck: Término de rugby para referirse al despeje de los miembros del equipo contrario para
conseguir que el balón se levante del suelo y llegue a un lugar en el que pueda ser utilizado
ventajosamente.
Si era McGarry, iba a terminar en una celda.

Si eran esos cabrones de ECB, entonces también podrían encerrarme


con una camisa de fuerza.

Me faltaron unos diez segundos para ponerme en plan CSI, pero


entonces sus grandes ojos azules se llenaron de lágrimas y me lanzaron
otra bola curva.

No tenía ni idea de cómo manejar las lágrimas de las chicas.

Y las lágrimas de esa chica en particular me afectaron muchísimo.

Y ahí estaba mi trifecta…

En contra de todos mis instintos, porque tenía el juicio nublado por


la necesidad de consolarla, había cedido a sus súplicas de que la vistiera
y la llevara a casa.

Pero entonces la vi (la vi entera, joder) tirada en mi cama, con mi


perro encima y la toalla abierta, y mi cerebro se desconectó y mi cuerpo
tomó el control.

Y entonces ella fue y destrozó mi mundo cuidadosamente construido


poniendo su boca en la mía.

Shannon me besó y me quedé paralizado.

Me ahogué por completo, atacado por todas las emociones y


sensaciones anormales y extrañas que se le puedan ocurrir a una persona.

No me lo esperaba.

No me la esperaba.

Todo me golpeó como una colisión frontal en ese preciso instante y


me callé, sintiéndome más expuesto y vulnerable en ese momento que
en toda mi vida.
Al contrario de lo bien que mi cuerpo se sentía al tener sus labios en
los míos, o de lo mucho que mi corazón tenía que trabajar cuando ella
estaba cerca, mi cabeza sabía que no era así.

No estaba bien.

No estaba nada bien.

Necesité cada gramo de autocontrol que tenía en mi cuerpo para


contenerme.

Especialmente cuando todo dentro de mí me exigía hacer lo


contrario.

Pero lo sabía.

Sabía que si cedía a la ardiente necesidad de mi interior y le devolvía


el beso, eso sería todo.

Estaría completamente jodido.

Y también Shannon.

Porque mi estancia aquí era temporal y esa chica apestaba a


permanencia.

Lo mejor que podía ofrecerle era amistad, aunque era lo último que
quería.

—¿Shannon? —Apoyando la frente en el marco de madera, seguí


llamando—. ¿Quieres salir, por favor? —Se había encerrado en mi baño
hacía treinta minutos y no había salido desde entonces—. ¿Por favor?

Silencio.

Exhalando fuertemente, volví a llamar.

—Sólo abre la puerta y podemos hablar de ello.


Nada.

—Por favor, Shannon —gruñí, resistiendo el impulso de golpearme


la cabeza contra el marco—. Sal de ahí. Ni siquiera tienes que hablarme
si no quieres. Te llevaré a casa y no diré ni una palabra si…

Dejé que mis palabras quedaran suspendidas cuando sonó el


chasquido de la cerradura.

Momentos después, la puerta de mi cuarto de baño se abrió hacia


dentro y allí estaba ella, completamente vestida con su uniforme
húmedo, con los ojos hinchados y las mejillas manchadas.

Joder.

La había hecho llorar.

Otra vez.

—Estoy lista para irme a casa —me dijo en voz baja, sin mirarme a
los ojos—. ¿Si te parece bien?

—Sí, por supuesto que está bien —respondí con voz gruesa.

—Gracias. —Con la cabeza gacha, Shannon me rodeó y se acercó a


la puerta de mi habitación.

Parecía tan vulnerable e insegura que lo único que quería era


envolverla en mis brazos.

Me ardía el corazón.

Contrólate, Kavanagh.

No hagas nada estúpido.

No la beses.

Sabes que no podrás parar.


Con gran esfuerzo, no me acerqué a ella y caminé hacia mi armario.

—Dame un segundo, ¿de acuerdo? —le dije.

Asintió y bajó la mirada a sus manos entrelazadas.

Suspiré, abrí el armario y me puse rápidamente una camiseta, un


pantalón de chándal y una sudadera con capucha.

Agarrando un par de calcetines de la cómoda, me tumbé en la cama


y me los puse antes de calzarme unas zapatillas.

Durante todo ese tiempo, Shannon permaneció en silencio junto a mi


puerta con el cabello mojado cayéndole hacia delante, ocultando su
rostro.

Parecía tan sola en ese momento que me dolía físicamente mirarla.

Porque sabía que yo era el responsable de esa mirada.

Y mi corazón me exigía que lo arreglara.

Quería hacerlo.

Pero no sabía cómo hacerlo sin hacernos daño a los dos.

—Toma —dije, agarrando una chaqueta de los pies de mi cama—.


Póntela.

Sus ojos nerviosos se desviaron hacia la chaqueta que le tendía e


inmediatamente empezó a sacudir la cabeza.

—No, no, no —balbuceó—. Estoy…

—Estás bien. Sí, lo sé —respondí mientras me levantaba y cerraba el


espacio entre nosotros—. Pero afuera sigue lloviendo a cántaros y no me
parece bien que te enfermes. Póntela.

—¿Estás seguro? —preguntó, extendiendo la mano vacilante.


Cristo, esta chica me estaba matando…

—Sí. —Le di la chaqueta y me dirigí a la puerta, con cuidado de no


rozarla, sabiendo que mi pobre pene no aguantaría la presión.

Esperé a que se pusiera la chaqueta y salí de mi habitación, sabiendo


que estaba conmigo, aunque se quedara atrás.

Esto se sentía de mierda, como si fuera lo contrario de lo correcto, lo


cual no tenía ningún sentido porque ahora estaba pensando con el
cerebro y no con mi pene.

—Necesito las llaves de mamá —le dije cuando estábamos en el


vestíbulo de la planta baja—. Dame un segundo, ¿sí?

—Um, sí, de acuerdo —respondió Shannon mientras deslizaba sus


manos en mi chaqueta que la inundaba—. ¿Espero aquí?

¿Me lo estaba preguntando?

Parecía que sí.

No estaba seguro porque no me miraba.

No podía saber cómo se sentía porque la ventana a sus emociones


eran sus ojos, que estaban fijos en sus pies.

Era una mierda, pero sabía que tenía que darle espacio en ese
momento.

El problema era que cuanto más nos acercábamos a la puerta, más


deprimido me sentía.

Mi pene estaba devastado.

Me ardía el pecho.

Mi cerebro dudaba.
Yo estaba completamente jodido.
Estás Bien

Shannon
No había palabras para explicar la turbulencia de emociones que me
recorría el cuerpo.

Tratando de controlarme, me concentré en respirar lenta y


profundamente.

No sabía qué hacer.

Pedir disculpas no parecía suficiente.

Además, ya lo había hecho.

Me planteé decirle que había perdido temporalmente el control de


mis sentidos, pero pensé que ya lo sabría.

Completamente mortificada por mis acciones, miré por el parabrisas


hacia el cielo cada vez más oscuro e ignoré al chico que estaba sentado a
mi lado en el asiento del conductor.

—¿Vamos a hablar de ello? —preguntó por fin Johnny tras varios


minutos de tenso silencio.

Negué con la cabeza, con las mejillas encendidas por la vergüenza, y


seguí mirando por la ventanilla a la nada.
—¿Vas a hablar conmigo? —preguntó entonces, con voz baja y
ronca.

Volví a negar con la cabeza, demasiado avergonzada para mirarlo.

—Entonces, ¿qué? —exigió—. ¿Vas a ignorarme por completo?

Me encogí de hombros con impotencia.

Sabía lo que me esperaba si hablábamos.

Iba a darme la charla.

Y ahora mismo, con mis emociones crispadas y el estómago revuelto


por la ansiedad, sinceramente no creía que pudiera escuchar esa charla.

No podía soportar su rechazo.

—Shannon —gruñó Johnny, claramente frustrado.

Encendió las luces intermitentes, se apartó a un lado de la carretera


y apagó el motor.

Oh, no.

Oh, por favor, Dios, no.

—Shannon. —Se giró en el asiento, empujó hacia arriba el


reposabrazos que nos separaba y giró el cuerpo para mirarme—.
Tenemos que hablar de lo que pasó allí.

—Lo siento —hablé primero y lo dije. Con el corazón


martilleándome en el pecho, me giré en mi asiento y lo miré de frente—
. Lo siento mucho.

—No quiero que lo sientas —respondió, con sus ojos azules clavados
en los míos—. ¿Lo que pasó en mi habitación? —Sacudió la cabeza y
soltó un gruñido de dolor—. No me lo esperaba, no te esperaba. —Su
aliento me acarició la cara mientras hablaba, haciendo que mi cuerpo se
estremeciera involuntariamente—. No me arrepiento —añadió—. Y no
me arrepiento de que lo hicieras…

—¿Pero? —completé, manteniendo los ojos fijos en mis manos


cruzadas sobre mi regazo, sabiendo muy bien que venía un pero.

—Pero me voy en un par de meses, Shannon —dijo Johnny


finalmente—. Cuando llegue el verano, me iré de aquí y no volveré hasta
que empiece el colegio.

—Lo sé —susurré, juntando las manos con fuerza.

Joey me lo contó todo.

Se iba para ser una gran estrella.

—Así son las cosas para mí —añadió Johnny bruscamente—. Y sólo


va a empeorar: temporadas más largas fuera. Más viajes. Mudanzas
permanentes. Eso es lo que me espera. Eso es lo que sucederá. No sería
justo por mi parte no revelarlo ahora. —Suspiró cansado y se pasó una
mano por el pelo completamente despeinado—. Tienes que saber que no
voy a estar aquí mucho más tiempo.

—Lo sé —susurré, sintiendo el dolor ardiente en mi pecho—. Y sé


que no debería haberte besado —dije con voz ahogada y desgarrada—.
¿Está bien? Lo sé. Estuvo mal. Lo comprendo. Yo sólo… yo sólo…

—¿Sólo qué, Shannon? —alentó.

—Creía que te gustaba —dije con la voz tensa.

—Por Dios —gimió Johnny, dejando caer la cabeza entre sus


manos—. Claro que me gustas. —Se tiró del pelo y suspiró—. Creo que
es jodidamente evidente que estoy loco por ti. —Exhalando un gemido
dolorido, añadió—: Pero cumpliré dieciocho en mayo, Shannon.

—Tengo dieciséis —susurré.


—Lo sé, Shannon, joder, lo sé —gimió, con la voz desgarrada—.
Pero estoy intentando hacer lo correcto.

Mi corazón aleteó inseguro.

No sabía qué pensar ni cómo sentirme.

Me estaba rechazando y diciéndome que le gustaba, todo en un sólo


aliento, y era demasiado para mi corazón.

—¿Para quién? —balbuceé.

—Para los dos —soltó Johnny con la voz ahogada—. Mi carrera está
despegando y necesito mantenerme centrado. Y tú te mereces a alguien
que te dé prioridad. —Volvió a pasarse una mano por el cabello, parecía
estresado y cansado—. No puedo hacer eso. —Me miró a los ojos y me
dijo—: Quiero, de verdad que quiero, joder. Pero no estoy en condiciones
de hacerlo por ti. —Exhalando fuertemente, añadió—: No puedo darte
una relación, Shannon, y sería egoísta por mi parte pedirte algo que no
puedo cumplir.

Ahí estaba.

El rechazo que había estado esperando.

—No te pedí una relación, Johnny —dije con voz estrangulada,


completamente humillada—. Nunca te pedí nada. Así que no te
preocupes por soltarme el rollo de rechazarme con sensibilidad porque
es innecesario.

Johnny soltó un gruñido frustrado.

—No estoy tratando de rechazarte, Shannon, estoy tratando de


resolver esto contigo…

—Escucha, Johnny, estoy muy cansada —susurré, volviéndome


hacia la ventana—. Sólo quiero irme a casa ahora.
—Vamos, Shannon —gimió, el tono agitado ahora—. No puedes
evitar esto.

Tenía toda la intención de evitarlo por el resto de mi vida.

Planeaba empezar a evitarlo tan pronto como saliera de este coche.

—Shannon, háblame.

Permanecí en silencio.

—Shannon, vamos —suplicó Johnny—. No seas así.

No creí que hubiera otra forma de serlo dadas las circunstancias.

Lo besé.

Me rechazó.

Me ofrecí a él.

Me rechazó.

Fue mi culpa.

Cien por cien.

Aceptaba la responsabilidad de mi imprudencia.

Pero eso no significaba que fuera lo suficientemente fuerte como para


escuchar las dolorosas repercusiones verbales de mis acciones.

—Háblame de una puta vez —exigió Johnny, poco dispuesto a


dejarlo pasar.

—¿Qué hay que decir? —balbuceé, dándome la vuelta para mirarlo,


cediendo a su implacable insistencia—. No me quieres. Te oí. Recibí el
mensaje.
—Está claro que no, si eso es lo que has sacado en claro —replicó,
furioso.

Cuando no respondí, Johnny literalmente gruñó.

—Bien, si no quieres discutirlo, no diré ni una palabra más —


anunció, levantando las manos—. ¿Es eso lo que quieres, Shannon?

—Eso es lo que quiero, Johnny —susurré.

—Como quieras —dijo, arrancando de nuevo el motor—. Me rindo.

Con sus palabras de rechazo resonando en mis oídos y mis emociones


revueltas, cerré los ojos y recé para que el tiempo se acelerara.

Sentía el peor de los dolores en el estómago junto con el dolor


palpitante en el pecho, que parecía florecer y arder con cada kilómetro
que él marcaba en el reloj.

Cuando Johnny se detuvo en mi calle, mentí como cada vez que me


dejaba en casa y le dije que mi casa era la que estaba al otro lado de la
calle, sabiendo perfectamente que si mi padre me veía salir de su coche,
estaría muerta.

Sin embargo, no preveía que pudiera volver a apagar el motor, que


fue exactamente lo que hizo.

—¿Estás bien? —me preguntó, girándose en su asiento para mirarme.

—Sí —balbuceé.

Asintió lentamente.

—Shannon, escucha…

—No tienes que decir nada más —lo detuve rápidamente


diciéndole—. No volverá a ocurrir.

Frunció el ceño.
—No, eso no es lo que estaba…

—Lo siento —solté y luego agarré la manija y empujé la puerta para


abrirla—. De verdad que lo siento mucho. —Me desabroché el cinturón,
salí del jeep y cerré la puerta antes de que pudiera decir otra palabra.

No podía aguantar más.

Esta noche no.

Mortificada, me quedé fuera del muro del jardín de mi vecino hasta


que quedó claro que Johnny estaba esperando a que yo entrara antes de
marcharse, y entonces hice lo único que podía hacer: agaché la cabeza y
corrí por el sendero hasta mi verdadera casa, sin atreverme a mirarlo.

Entré, cerré la puerta y exhalé una bocanada de aire antes de registrar


rápidamente el piso de abajo.

La casa estaba vacía.

Ollie, Tadhg y Sean iban a casa de Nana Murphy los días laborables,
excepto los viernes, cuando Nana los dejaba directamente en casa
después del colegio porque los fines de semana iba a Beara a visitar a su
nieta y no volvía hasta las ocho por lo menos.

Joey y mamá trabajaban los lunes, y mi padre mantenía caliente un


taburete en la casa de apuestas casi todas las tardes.

Nada cambió.

Aborto espontáneo o no, mi jodida familia seguía como siempre…

Agradecida por haber evitado otro enfrentamiento inútil, me quité


los zapatos de una patada y me apresuré a subir las escaleras para
quitarme la ropa húmeda.

Teníamos una secadora de segunda mano en el lavadero que se


suponía que no debía usar por lo costosa que era con la electricidad, pero
iba a usarla esta noche.
No tenía elección.

De vuelta en la casa del dolor, cerré la puerta de mi habitación y me


quité rápidamente la ropa mojada antes de ponerme pijama.

Estaba a medio camino de la escalera con el uniforme hecho un ovillo


entre las manos cuando llamaron a la puerta principal.

Me detuve a medio paso, entrecerré los ojos e intenté distinguir quién


podía ser la sombra alta que había tras el cristal esmerilado.

Volvieron a llamar, esta vez más fuerte, así que bajé los escalones que
me quedaban y abrí la puerta de un tirón, para encontrarme a Johnny de
pie bajo la lluvia, con aspecto de ángel medio ahogado.

Al instante, el corazón se me aceleró en el pecho y empezó a latir tan


fuerte que casi me dolía.

¿En serio, Dios?

¿Por qué?

—Hola —susurré, agarrando la puerta con fuerza. El escalón de


nuestra casa tenía por lo menos medio metro de altura, pero aun así me
encontré mirándolo fijamente.

—Hola —respondió Johnny, con los ojos azules clavados en los


míos—. Vives en el 95.

Asentí, mortificada.

—Creía que tu casa era el número 81. —Frunció el ceño—. ¿Ahí es


donde te he estado dejando?

Me encogí de hombros sin saber qué hacer.

—Bueno, te has dejado la mochila en el coche. —Se quitó la bolsa


del hombro derecho y me la tendió.
—Lo siento —murmuré, sintiendo que mis mejillas se sonrojaban de
nuevo—. Tu chaqueta está en mi habitación. Iré a buscarla. —Me di la
vuelta para subir corriendo las escaleras, pero me detuvo con una mano
en la muñeca.

—No te preocupes —me explicó, retirando rápidamente la mano—.


Te la pediré en el colegio o algo así.

—Está bien.

Metiendo las manos en sus bolsillos, Johnny se balanceó sobre sus


talones, contemplándome por un breve momento antes de exhalar un
suspiro.

—¿Estás bien?

—Sí —susurré, sin sentirme ni un poco bien.

—Shannon, no quiero que pienses que no te quiero…

—Por favor, no digas nada —supliqué, más que mortificada a estas


alturas—. Por favor.

—Las cosas están complicadas para mí en este momento…

—Johnny, por favor, olvida lo que pasó.

Me miró fijamente durante un largo y doloroso instante antes de


asentir con rigidez.

—Si eso es lo que quieres.

Me hundí ligeramente.

—Lo es.

Su mirada se desvió hacia mi cuello y su expresión se ensombreció al


instante.
—Tengo que entrar —dije, temerosa de que volviera a empezar
donde lo había dejado.

—Claro —dijo moviendo un poco la cabeza—. Por supuesto, sí, y


será mejor que me vaya.

—De acuerdo.

—Supongo que te veré mañana —dijo Johnny, y luego se dio la


vuelta y se alejó de mí.

Sintiéndome despojada, me mordí el labio mientras lo veía alejarse.

—Adiós, Johnny.

—Adiós, Shannon —respondió él, lanzando una rápida sonrisa por


encima de su hombro.

Oh, Dios.

Con el corazón agitándose en mi pecho, cerré la puerta y subí las


escaleras.

Necesitaba tumbarme un momento para procesar mis pensamientos.

Volví a entrar en mi pequeña habitación y me dirigí directamente a


mi cama individual con la intención de tirarme de bruces sobre el
colchón, pero me detuve en seco cuando mis ojos se posaron en la
chaqueta de Johnny, que estaba tirada sobre la cama.

Como lo acosadora que era, me hundí a los pies de la cama, tomé su


chaqueta y me la llevé al pecho.

Su olor estaba por todas partes.

En su chaqueta.

En mí.
Sujeté la tela empapada, inhalé profundamente el olor familiar de su
desodorante y me reprendí mentalmente por ser tan rara.

¿Qué estaba haciendo?

¿Por qué me permitía sentir esas emociones?

Eran peligrosas.

Tenía que parar.

Él no te quiere.

Nadie te quiere.

Con el estómago revuelto por el arrepentimiento y la ansiedad, aparté


las mantas, me metí en la cama y me hice el ovillo más pequeño que
pude.

Me dolía todo.

El cuerpo.

El cerebro.

El corazón.

Respirando lentamente, intenté liberar mi mente de todos los malos


pensamientos que me asaltaban.

Cada recuerdo vergonzoso y destructor del alma de lo ridículamente


estúpida que me había comportado.

No duró mucho.

Quince minutos después de mi silencioso duelo, el sonido de la


puerta de entrada llenó mis oídos.

No menos de tres minutos después, la puerta de mi habitación se


abrió de golpe.
—¿Dónde está la cena?

Permaneciendo inmóvil, me aferré al edredón mientras mi cuerpo se


retorcía de ansiedad.

—Se me olvidó.

—Pues sal de esa puta cama y baja las escaleras —gruñó papá desde
el umbral de mi puerta—. Tienes trabajo que hacer en esta casa, niña, y
eso incluye poner la cena. Ya es hora de que te ganes tu sustento.

—Me siento mal —balbuceé.

No era mentira.

Tenía calambres en el estómago.

—Te sentirás mucho peor si no sacas tu agujero inútil de esa cama —


me advirtió mi padre—. Enferma. Tu madre está jodidamente enferma y
está trabajando para pagar tus bastardos gastos escolares, puta
desagradecida.

Sabía que hoy no había bebido, pero mi padre sobrio seguía


aterrándome.

—Tienes cinco minutos para bajar esas escaleras, niña —añadió—.


No me hagas volver a subir.

Cerró la puerta de mi habitación de un portazo y, mientras lo oía


bajar las escaleras, me debatía entre mis opciones.

¿Quedarme donde estaba y recibir una paliza, o hacer lo que me pedía


y arriesgarme a recibir una de todos modos?

No había elección.

Nunca la había.

Al menos, no para mí.


Apartando las sábanas, salí de la cama y bajé al infierno.

—¿Sigues hablando conmigo? —Fueron las primeras palabras que


salieron de la boca de Claire cuando respondí a su llamada esa misma
noche.

Estaba terminando de fregar el suelo de la cocina antes de acostarme,


después de haber preparado la cena y lavado todos los platos.

Con el teléfono entre la oreja y el hombro, tiré el agua del cubo de la


fregona por el fregadero y la guardé rápidamente en el lavadero.

—Teniendo en cuenta que acabo de responder a tu llamada, diría que


es bastante obvio que sigo hablando contigo —respondí en voz baja.

Eran más de las once de la noche, pero mi padre seguía en la sala


viendo algún partido en la televisión, y yo sabía que no debía molestarlo.

—Lo siento mucho —gimió Claire por la línea—. No pretendía


avergonzarte hoy, lo juro. Es que estaba harta de escuchar a esas dos
hablando sin parar sobre Johnny y quería ponerlas en su sitio.

—No te preocupes. —Agarré la chaqueta de Johnny de la secadora,


apagué la luz de la cocina y salí—. No estoy enfadada —añadí, mi voz
apenas más que un susurro.

—¿Puedes hablar ahora? —me preguntó.

—Sí —susurré, arrastrándome hacia la escalera—. Sólo dame dos


segundos.

—Está bien —respondió.

Sujetando el teléfono contra mi pecho, subí la escalera de puntillas,


evitando cada crujido con experta precisión.
—Está bien, ya volví —le dije en un tono más audible una vez estuve
a salvo dentro de mi dormitorio con la puerta cerrada.

—¿Segura que no estás enfadada conmigo?

Negué con la cabeza y me tumbé en la cama.

—De verdad que no.

—Oh, gracias a Dios. —Claire suspiró con fuerza—. He sido un


desastre toda la noche preocupándome por eso. Mañana no iré a clase y
temía que no contestaras cuando te llamara.

Se me encogió el corazón.

—¿No vienes mañana a clase?

—Tengo ese bombardeo de hockey con la escuela —explicó—. Pero


Lizzie estará allí.

Al menos está eso.

—Bueno, no estoy enojada.

—¿Estás segura?

—Tengo buenas noticias —dije, decidiendo cambiar de tema. De lo


contrario acabaríamos yendo y viniendo toda la noche—. Olvidé
decírtelo la semana pasada, pero creo que te gustará.

—Suéltalo, Lynch.

—Mamá firmó los formularios. Los entregué la otra semana. —


Exhalando fuertemente, dije—: Puedo ir a Donegal contigo después de
Pascua.

Tuve que apartar el teléfono de la oreja unos instantes mientras Claire


chillaba de emoción.
—Es la mejor noticia de mi vida —exclamó—. No sabes lo feliz que
me has hecho. Creía que iba a quedarme atrapada en un condado
extranjero durante dos días con Lizzie y Pierce —continuó diciendo—.
Y ya sabes lo jodida que es su relación.

—Un condado extranjero —solté una risita, y luego gruñí cuando un


dolor agudo me rebotó en el costado.

—¿Estás bien?

—Sí, es sólo mi estómago —respondí, acariciando la curva de mi


vientre—. Me ha estado molestando todo el día. —Mordiéndome el
labio, añadí—: Espero que no me esté dando algo.

—Entonces será mejor que te tomes un paracetamol y se te pase —


replicó Claire con sorna—. ¡Porque nos vamos a Donegal, nena! ¡Yujú!

—Después de Pascua —le recordé.

—¿Y? —replicó—. Sigue siendo la mejor noticia del mundo.

Me reí de su entusiasmo porque, sinceramente, ¿cómo no iba a


hacerlo?

Era contagioso.

—¿Ya sabes cómo vas a pasar cuarenta y ocho horas con Gerard? —
le pregunté con tono burlón, agradecida por la distracción de mi vida.

Claire gimió con fuerza.

—Me vuelve loca, Shan.

—Le gustas —le dije—. Y antes de que me calles y me digas que le


gusta todo el mundo, quiero decir que tú le gustas de verdad, Claire. Es
obvio cuando están juntos que le gustas.

En verdad era obvio.


En la escuela, se miraban constantemente.

Él siempre se acercaba a ella, gastándole bromas y entablando


conversaciones sin sentido.

Se comportaban como un viejo matrimonio cuando estaban juntos,


con bromas ingeniosas y réplicas rápidas, y no podía entender por qué
no eran ya una pareja.

Parecía tan inevitable.

—Que me trate así no es un cumplido —refunfuñó Claire cuando se


lo conté. Resoplando, añadió—: Cualquier chica que pase por delante de
ese chico le gira la cabeza.

—Sí, pero no sólo has hecho que gire la cabeza, Claire —le dije—.
Creo que le has dado un vuelco en el corazón.

—No puedes hacer que algo que no está ahí gire, Shan —replicó ella,
con tono triste.

—No lo creo —repliqué.

—Eso es porque no lo conoces como yo —fue todo lo que respondió.

—Bueno, creo que Gibsie y tú juntos tienen sentido —insistí—.


Mucho más que Lizzie y Pierce.

—Eso no sería difícil. —Claire se rio—. El Sr. Mulcahy y yo tenemos


más sentido que esos dos.

—Cierto —reflexioné.

—Entonces, esto es lo que haremos —dijo entonces—. Puedes


mantenerme centrada y alejada de Gerard cuando estemos en Donegal,
y yo haré lo mismo por ti con Johnny.

Exhalé un suspiro tembloroso.


—Sobre eso…

—Continúa —me instó.

Cerrando los ojos, solté:

—Me volvió a dejar en casa.

—¿Qué? —gritó Claire.

Solté un suspiro.

—Lo sé.

—Dios mío, Shan, ¿de qué va esto?

—De verdad que no lo sé. —Gemí, restregándome la cara con la


mano—. Estoy tan confundida.

—¿Confundida?

Decidida a contárselo todo, susurré:

—No sólo me dejó en casa, Claire. Fui a su casa otra vez.

—No inventes —jadeó.

Asentí y gemí en mi mano.

—Y lo besé.

—¡No inventes! —repitió, ahora más alto y en un tono mucho más


excitado—. ¿Dónde ocurrió?

—En su dormitorio —confesé, y luego añadí de mala gana—: En su


cama.

—Oh, Dios mío —chilló—. ¡Oh, Dios mío, Shan!

—No me devolvió el beso —admití, haciendo una mueca.


—Ese maldito idiota —gruñó, el tono cambió al instante.

—Yo soy la idiota, Claire —me apresuré a decir, sintiéndome tan


mortificado ahora como lo estuve en su coche en el camino de la
vergüenza a casa—. ¿En qué demonios estaba pensando?

—¿Fue malo contigo? —exigió—. Porque le patearé su gran culo


amante del rugby si fue malo contigo…

—No fue malo conmigo, Claire —balbuceé—. Fue… encantador.

—No, Shannon, tú eres la encantadora. Él es un idiota —me corrigió


Claire enfadada—. Porque sólo un completo idiota lleva a mi mejor amiga
a su casa, la sube a su dormitorio y luego, cuando ella se expone por
primera vez en su vida, va y la rechaza.

—Yo lo besé, Claire —susurré—. No al revés.

—Y está claro que no se merecía tu beso —me espetó Claire—. Eres


demasiado buena para ese imbécil.

—Creía que te caía bien Johnny.

—Me caía bien —aceptó enfadada—. En tiempo pasado pensaba que


era un buen tipo. En tiempo pasado pensaba que era mejor que su
reputación —gruñó—. Ahora ya no.

—Es culpa mía, Claire.

—No, Shan —gruñó ella—. Te dio falsas esperanzas, y te mereces


algo mucho mejor que un imbécil con cabeza de rugby te haga eso.

—Realmente no lo hizo —admití—. Fui yo.

—No me importa —espetó—. Es un tonto.

—¿Qué hago ahora? —pregunté, sintiéndome insegura.

—¿Qué quieres decir?


—Tengo su chaqueta —confesé—. Tengo que devolvérsela.

—¿Por qué tienes su chaqueta?

—Me la dio… —Hice una pausa antes de añadir—: En realidad, es


la segunda que me da. También me dio su abrigo después del colegio,
pero ese estaba empapado por la lluvia, así que me dio otro.

—Ahí tienes —espetó—. ¡Dándote falsas esperanzas!

—No creo que fuera eso lo que estaba haciendo —discutí


débilmente—. Sólo estaba siendo amable, Claire. —Exhalando con
fuerza, añadí—: Es un muy buen chico.

—Bien —susurró, cediendo un poco en su enfado—. Sólo devuélvele


su abrigo mañana en la escuela y termina con el gran simio.

—De acuerdo —respondí, triste ante la idea.

—Es un tonto, ¿sabes? —añadió—. Eres preciosa, amable, dulce,


leal, y un millón de otras cosas brillantes que nunca encontrará en putas
como esa Bella Wilkinson.

—Gracias —respondí, apreciando su intento de consolarme. No era


cierto, por supuesto, pero sus palabras me ayudaron—. Pero no tienes
derecho a odiarlo por esto.

—¿En serio? —se quejó—. ¿En serio?

—No ha hecho nada malo, Claire —insistí—. En verdad. No pudo


haber sido más amable conmigo.

—Entonces, ¿por qué no te devolvió el beso? —preguntó.

—Porque no me quiere —solté—. Obviamente.

—Entonces está loco —refunfuñó—. Si tuviera pene o me gustaran


las chicas, te querría.
—Gracias —medio sollocé/medio reí—. Si tuviera pene o me
gustaran las chicas, también te querría.

—Entonces, ¿de verdad no vamos a odiarlo?

—No —respondí—. De verdad que no.

—Ugh. —Claire gimió—. Bien.

—Eres una gran amiga, Claire —le dije—. No sé qué haría sin ti.

—¿Soy lo suficientemente buena amiga como para que me cuentes


los detalles?

—¿Qué tipo de detalles? —pregunté nerviosa—. ¿Qué quieres saber?

—Todos los detalles —respondió.

Uf.

—Es tan embarazoso —susurré—. De hecho, humillante.

—De acuerdo, lo siento —respondió rápidamente—. No tienes que


hablar de ello.

—Es guapo —susurré tras una pausa.

—Sí, sí —refunfuñó—. Eso ya lo sabe todo el mundo.

—No, Claire —la insté—. Quiero decir que en verdad es muy guapo.
—Cerrando los ojos, susurré—: Debajo de la ropa.

—¡Dios mío! —me gritó al oído—. ¿Cómo sabes lo que hay debajo
de su ropa?

—Porque se duchó y estaba a medio vestir cuando salí…

—¿Saliste de dónde?

—De su ducha.
—¡Espera! —Claire chilló—. ¿Te duchaste con Johnny Kavanagh?

—¿Qué? ¡No! —Sacudí la cabeza—. Me duché en su baño.

—De acuerdo, tienes que volver al principio porque estoy perdiendo


el hilo de mi sucia imaginación.

—Los dos estábamos empapados por la lluvia —expliqué con un


suspiro cansado—. Su madre bajó mi ropa para secarla. Yo usé la ducha
de su cuarto de baño. Él se duchó aparte. Y luego acabamos los dos en su
habitación.

—¿Sin ropa?

—Llevaba bóxers —respondí, resistiendo el impulso de contarle lo


que vi antes de que llevara los calzoncillos puestos—. Eso es todo.

—¿Y tú? —insistió.

—Sólo una toalla. —Me mordí el labio, sintiendo que mi cara ardía
de calor—. Creo que le enseñé mi… ya sabes… y no sé muy bien cómo
pasó, pero acabamos los dos en su cama —me apresuré a decir,
manteniendo la voz baja—. Y entonces él estaba justo ahí, como si su
cara estuviera muy cerca de la mía… —Exhalando un suspiro
entrecortado, añadí—: Y perdí la cabeza y lo besé.

—Dios —jadeó Claire—. Es como ver un choque de trenes, excepto


que en vez de verlo, lo estoy escuchando.

—Lo sé —gemí—. Y entonces entré en pánico y me encerré en su


baño. —Me encogí al recordarlo—. Y fue tan amable conmigo, Claire.
Podría haberse vuelto loco y haberme echado, pero no dejaba de
hablarme desde el otro lado de la puerta, intentando convencerme de
salir…

—Ugh, no puedo —gimió—. Me duele demasiado el corazón.


—Me prometió que no hablaría de ello si salía —continué hablando
a pesar de sus protestas, necesitaba desahogarme—. Por supuesto,
mintió. Cuando volvimos a su coche, me dio la charla…

—La charla no —soltó—. Por favor, dime que no te dio la charla.

—Lo hizo —dije con voz estrangulada—. Y luego siguió diciéndome


que no tenía que sentirlo y creo que lo decía en serio, pero estoy tan
avergonzada por todo. Juro que nunca volveré a exponerme así por
nadie.

—Maldita sea. —Claire suspiró—. Ojalá no tuviera ese estúpido


evento mañana. No quiero que estés sola en la escuela mientras te sientas
así.

—Yo también. —Asentí cabizbaja—. Al menos Lizzie estará allí.

—Quizá no se lo menciones a Liz —intervino Claire—. Le cortará el


pene.

—Nadie puede enterarse de esto, Claire —susurré—. Nadie.

—De acuerdo.

Me agarré el estómago cuando otro dolor punzante me atravesó,


haciéndome gruñir de dolor una vez más.

—Oye, quizá deberías tomarte mañana libre —me dijo preocupada—


. No pareces estar muy bien.

—Estaré bien —susurré.

Y lo estaría.

Eso esperaba.
La Cagué

Johnny
—Buenos días —reconoció Gibsie, hundiéndose en el asiento del
copiloto de mi auto el martes por la mañana—. ¿Cómo te fue ayer en el
entrenamiento?

—¡La cagué! —solté.

—¿La cagaste? —Gibsie arqueó una ceja mientras se abrochaba el


cinturón—. ¿En el entrenamiento?

—No. —Negué con la cabeza—. No fui.

—¿Por qué no?

—¡Porque la cagué!

—¿Cómo?

—Joder. —Gimiendo, metí la marcha y me alejé de su casa—. Tan


jodidamente malo. —Apretando las manos en el volante, solté un
gruñido de dolor—. Tan jodidamente, jodidamente malo, Gibs.

—¿Vas a decir algo que no sea la palabra «joder»? —dijo mientras


sacaba un CD virgen de su mochila y lo deslizaba en mi reproductor—.
Por cierto, anoche grabé esto para ti —añadió con una sonrisa burlona—
. Creo que te gustará.
—Gracias —refunfuñé, demasiado distraído para concentrarme en
otra cosa que no fueran mis furiosos pensamientos.

—Ahora —dijo Gibsie, sacando una caja de cigarrillos. Se puso uno


entre los labios y lo encendió—. ¿Vas a contarme cómo la cagaste?

—Baja la ventanilla —refunfuñé—. Sabes que no soporto el olor de


esas cosas.

—Supongo que esta cagada tiene algo que ver con la Pequeña
Shannon —me ofreció mientras bajaba la ventanilla y exhalaba una nube
de humo por ella.

Volví a asentir, sintiendo pánico.

Toda la noche había estado esperando para quitarme esta mierda de


encima.

Apenas podía respirar con la presión que sentía en el cuerpo… eso, y


mis remordimientos, y el olor de ella en mis sábanas.

Ni siquiera pude disfrutar de una cena con mi padre, algo que no


habíamos podido hacer desde el día de Año Nuevo por culpa del
conflicto de horarios.

Durante toda la cena de anoche, estuve demasiado perdido en mi


propia cabeza.

Estaba demasiado atrapado por ella.

«Pensé que te gustaba».

Bueno, joder, casi se me parte el corazón cuando dijo esas palabras.

—¿Qué hiciste, Johnny? —presionó Gibsie, sacándome de mis


pensamientos.

—Lo hice otra vez —admití.


Me miró con recelo.

—¿La llevaste a casa otra vez?

Asentí y solté un gemido estrangulado.

—Excepto que esta vez, fui más allá y la obligué a dar una vuelta a
casa después de clase.

—Johnny…

—Literalmente la recogí y la metí en el puto coche, Gibs. —


Expulsando otro aliento frustrado, me hundí en mi asiento y gemí—.
Con mi mamá.

Se rio.

—Eres un idiota.

—Lo sé —gemí—. Y entonces mamá hizo lo que mejor sabe hacer.

—Se entrometió —añadió Gibsie con conocimiento de causa.

—La trajo a casa.

Las cejas de Gibsie se alzaron.

—¿A tu casa?

—Oh, sí —siseé, aun sintiéndome amargado—. Luego fue y me dio


la charla.

Gibsie se estremeció.

—Oh, Jesús.

—Lo sé, muchacho. —Sacudí la cabeza, obligándome a


concentrarme en la carretera—. Fue brutal.

—¿Dónde estaba Shannon cuando ocurrió esta charla?


—Esa es la peor parte —respondí con una mueca, mientras indicaba
hacia el interior de la escuela—. Mamá decidió que sería una idea
maravillosa hacer que Shannon tomara una puta ducha. —Le lancé una
mirada enojada—. Otra.

—¿Me estás tomando el pelo? —Gibsie se rio.

—Claro que no —le dije, girando hacia el familiar camino de


Tommen—. A mamá también le pareció una puta idea fabulosa tomar
su ropa y meterla en la secadora.

—Para. No puedo. Esto no tiene precio. —Echó la cabeza hacia atrás


y aulló riendo—. ¡Mami Kavanagh es mejor compinche que yo!

—¡Concéntrate, Gibs! —ladré mientras entraba en el


estacionamiento—. Estuvo mal. Jodidamente mal.

—¿Qué tan malo? —preguntó.

Conduje hasta mi plaza de estacionamiento habitual y apagué el


motor.

—¿Qué tan malo, Johnny? —insistió Gibsie.

Exhalando un gruñido de dolor, me giré en el asiento para mirarlo.

—Me besó.

Los ojos de Gibsie se iluminaron.

—¿Sí?

Asentí.

—En mi cama. En toalla. Parecía un puto sueño húmedo. Ella sólo


puso su puta boca sobre mí, Gibs.

—¿En una toalla?


—Mamá tenía su ropa, ¿recuerdas? —dije con la voz estrangulada—
. Estaba envuelta en una toalla y nada más.

Gibsie sonrió.

—¿Nada más?

—Nada más —repetí, enunciando la palabra nada.

—¿Viste…?

—Sí —espeté y luego gemí con fuerza—. Joder.

—¿Y?

—Perfecta.

—Joder.

—Sí.

—Bueno, mierda, muchacho —musitó Gibsie, con expresión


pensativa mientras se rascaba la mandíbula—. Nunca hubiera imaginado
que ella daría el primer paso. —Volviéndose para mirarme, preguntó—:
¿Qué hiciste?

—Me quedé paralizado —admití con una exhalación de dolor—. Me


quedé completamente helado, muchacho. Y entonces entró en pánico y
se encerró en el baño. Fue un maldito desastre. Tardé siglos en sacarla e
incluso entonces, no me dirigió más de tres palabras en el camino de
vuelta a su casa.

—Eso… —Gibsie sacudió la cabeza—, es un desastre.

—Del más alto nivel —acepté cabizbajo—. Intenté hablarlo con ella,
pero no quiso, muchacho. No quería oír ni una palabra de lo que tenía
que decir.

—¿Qué intentaste decirle?


—¿La verdad? —ofrecí con cansancio—. Que me voy en un par de
meses y no puedo comprometerme con ella.

—Eres un poco estúpido para ser un genio, ¿no? —musitó Gibsie.

Me volví para fulminarlo con la mirada.

—¿Perdona?

—La llevas a casa varias veces, la llevas al pub, al cine, la llevas a tu


casa, dos veces, y luego te besa y tú la rechazas —replicó—. ¿Qué
esperabas que hiciera? ¿Sentarse y escucharlo?

—No la rechacé, joder —espeté—. ¡Nunca la rechazaría!

—Oh, de acuerdo. —Gibsie se rio—. Claro que no lo hiciste.

—Y tú eres el que me dijo que fuera su amigo —acusé.

—Pues me equivoqué —repitió—. No puedes hacerlo. Nunca


funcionará. Ríndete ya.

—Sí, funcionará —siseé—. Tiene que funcionar.

—¿Por qué tiene que funcionar? —preguntó.

—Porque necesito que… —Sacudí la cabeza y exhalé otro suspiro


frustrado—. Porque quiero tenerla en mi vida.

—Quieres tenerla, y punto —replicó Gibsie—. Porque estás


perdidamente enamorado de esa chica.

—Basta —le advertí.

—Bien. —Levantó las manos—. No diré nada más al respecto.

Nos sentamos en silencio durante un largo rato mientras Gibsie


fumaba otro cigarrillo antes de que finalmente lo rompiera diciendo:
—¿Sabes que es increíblemente buena con la PlayStation? Como una
maldita buena jugadora.

Gibsie me miró sorprendido.

—No me digas.

Asentí.

—Me pateó el culo, muchacho. Nunca he visto a nadie despejar


misiones tan rápido como ella.

Exhaló otra nube de humo y tiró el cigarrillo por la ventanilla.

—¿Llevaba una hoja de trucos?

—No la necesitaba —murmuré mientras pulsaba un botón y subía las


ventanillas—. Se sabía de memoria todos los códigos.

—Oh, Dios —gimió Gibsie—. Eso es tan jodidamente sexy.

Señalé la puerta del copiloto.

—Sal de mi auto.

—No pienso en ella así. —Se rio mientras abría la puerta y salía.

Sí, claro que iba a hacerlo.


Fugas del Período y Chicos Héroes

Shannon
Cuando me desperté el martes por la mañana, tardé un tiempo
ridículo en arrastrarme fuera de la cama.

Sentía tanto dolor que lo único que quería era enterrar la cabeza bajo
el edredón y quedarme allí.

Saber que quedarme en casa significaba pasar todo el día en la misma


casa que mi padre fue un incentivo suficiente para ir a la escuela.

Pero la idea de tener que enfrentarme de nuevo a Johnny me lo


impedía.

No me sentía bien.

La mente me daba vueltas y el cuerpo me dolía.

Cuando me bajé del autobús en Tommen, sentía que mi cuerpo


intentaba destrozarse desde dentro y empezaba por el estómago.

Tenía la chaqueta de Johnny lavada, seca y envuelta en una bolsa de


plástico en el bolsillo delantero de mi mochila, lista para serle devuelta,
como habíamos discutido Claire y yo.

Tenía la intención de devolvérsela y salir corriendo.

Mejor aún, si veía a Gibsie, podía dársela y acabar de una vez.


Durante toda la mañana estuve pendiente de él en los pasillos, pero
nunca nos cruzamos.

Un millón de pensamientos ridículos y preocupaciones llenaban mi


mente.

¿Estaba herido?

Ya sabía que estaba herido.

¿Pero era peor?

¿Era su aductor?

¿Estaba en el hospital?

¿Estaba enfermo?

Dios, era patética.

Habría pensado aún más en su ausencia si no fuera por el terrible


dolor de estómago que reclamaba toda mi atención.

Tenía cólicos en el estómago, cada uno de mis músculos abdominales


se contraía agónicamente como un ataque de cuchillas que me cortaban
desde dentro hacia fuera.

Esto no era inducido por la ansiedad.

No, esto era definitivamente otra cosa.

El dolor era tan intenso que apenas podía concentrarme en mis


deberes, y no tenía a las chicas para distraerme, porque Claire estaba en
el partido del equipo femenino de hockey de visitante y Lizzie no se había
presentado hoy.

Conociendo mi suerte, Lizzie estaba enferma con vómitos y yo


estaba incubando lo mismo.
Siguiendo mi rutina, fui a todas mis clases, me senté sola, intenté
mezclarme con el empapelado y recé para no desmayarme.

Cuando llegó el gran descanso, ya había tenido bastante de clase por


un día y estaba dispuesta a hacer cosas moralmente cuestionables por un
par de paracetamoles y un vaso de agua.

Sin embargo, mi día dio un giro predominantemente hacia lo peor


cuando una chica de sexto curso me apartó en el pasillo y pronunció las
palabras que toda adolescente sobre la faz del planeta temía oír en el
colegio.

—Perdona, cariño, pero creo que te has manchado.

Como era yo, mi cerebro tardó varios segundos en comprender lo que


decía, y varios más en entender lo que quería decir.

En cuanto lo hice, quise que el suelo se abriera y me tragara entera.

Tacha eso; quería estallar en llamas y desintegrarme en el aire porque


el hecho de que una chica de sexto año te señalara que estabas manchada
en medio de un pasillo de la escuela tenía ese efecto en una chica.

Mortificada, corrí al baño de chicas para investigar.

Por suerte, cuando entré, el baño estaba vacío.

Dejé la mochila en el suelo, me puse de espaldas al espejo y giré la


cabeza.

—¡Oh, Dios, no! —sollocé cuando mi mirada se posó en la mancha


de sangre de la parte trasera de mi falda gris del colegio.

No era una mancha pequeña.

Claro que no.

Hablábamos de mí, y nunca pasaba vergüenza a medias.


Así era esto.

Hoy era el día en que la madre naturaleza decidía hacerme una visita.

Nueve días después de mi decimosexto cumpleaños.

Más vale tarde que nunca.

En medio de la escuela.

Oh, Dios mío.

Bueno, al menos los insoportables cólicos estomacales tenían sentido


ahora.

En mi defensa, ¿cómo demonios iba a saberlo?

Nunca en mi vida me había encontrado con una punzada pélvica tan


desgarradora.

Porque era mi primera menstruación propiamente dicha.

Agarré mi mochila y un puñado de toallitas de papel, me metí en uno


de los lavabos y cerré la puerta tras de mí.

Me quité la falda, las medias y las bragas, llorando cuando la sangre


me manchó las piernas.

Oh, Dios.

No te asustes, Shannon.

No te asustes.

Inspirando tranquilamente, me puse rápidamente a limpiarme con


un sólo pensamiento en la cabeza.

Huir.
En cuanto tuviera un aspecto razonablemente respetable, me iría
directa a casa a enterrar la cabeza bajo las mantas y morirme de
vergüenza en paz.

Saqué mi teléfono y le envié «llámame» a Joey porque, como de


costumbre, no tenía ningún maldito crédito y, también como de
costumbre, necesitaba que viniera a salvarme.

No respondió.

Rebuscando en mi mochila, busqué el tampón que sabía que no


encontraría porque, ¿por qué demonios iba a encontrar uno?

Era como si la madre naturaleza hubiera decidido agraciarme con


tres años de dolores menstruales y vergüenza en ese mismo momento.

Dios.

Gruñendo con dificultad, me agarré el estómago y me quedé quieta,


esperando encontrar algo de alivio.

No lo encontré.

También busqué el dinero que no tenía para comprar compresas que


no podía permitirme en la máquina del baño.

Dos euros.

Todo lo que necesitaba era una patética moneda de dos euros y ni


siquiera tenía eso.

Por suerte, encontré unas bragas de repuesto, así que me hice una
compresa improvisada con toallitas de papel mientras las lágrimas
corrían por mis mejillas.

Era consciente de que no tenía por qué llorar.

Era perfectamente normal.


Pero estaba molesta, avergonzada y desprevenida.

Por una vez en mi vida, deseé que las cosas me salieran bien.

Estaba harta de que mi vida fuera como un tren.

Necesitaba un respiro.

Me limpié la falda lo mejor que pude antes de volver a ponérmela.

Luego me quité el saco de un tirón y me lo até a la cintura para ocultar


la mancha de vergüenza.

Tenía las piernas desnudas, los brazos sin mangas y un aspecto


totalmente fuera de lugar para el mes de marzo.

Resoplando, rebusqué en mi mochila sin propósito, con los dedos


posados en la bolsa de plástico que contenía la chaqueta de Johnny.

Saqué la chaqueta de la bolsa de plástico, metí rápidamente mis


medias y la ropa interior en la bolsa y las enterré en el fondo de mi
mochila.

Salí del cubículo, me dirigí al lavabo, dejé la mochila y la chaqueta


en el suelo y me lavé las manos con abundante jabón, incapaz de
contener las estúpidas lágrimas que me caían por las mejillas.

—¿Estás bien? —me preguntó una voz femenina, sobresaltándome.

Sollozando, me giré para ver a una chica con un uniforme a juego


salir del retrete situado al final del cuarto de baño, el que tenía el cartel
de fuera de servicio.

Una espesa nube de humo la rodeaba, sin que la alarma de incendios


del techo la detectara.

Había estado tan absorta en mi crisis personal que no me di cuenta


de que había alguien más aquí.
—Lo siento —murmuré—. No sabía que había alguien más aquí.

—Afuera sigue lloviendo a cántaros —anunció sacudiendo una caja


de cigarrillos que tenía delante—. No me apetecía quedarme fuera bajo
la lluvia para fumar.

Mi uniforme era lo único que tenía en común con la chica que tenía
delante.

Era mucho mayor que yo y mucho más guapa.

Llevaba el cabello negro recogido en uno de esos elegantes cortes bob


que lucían todas las famosas y su rostro era impecable.

Era alta y tenía una figura de reloj de arena, con unas tetas enormes
que sobresalían de la tela de su saco azul marino.

Se acercó a donde yo estaba y se apoyó en el lavabo junto al mío.

—¿Por qué llorabas?

—Oh, estoy bien —me desentendí rápidamente—. No ha sido nada.

—No parecía nada —musitó, con los ojos azules clavados en los
míos—. Estabas berreando como un bebé.

Me encogí de hombros, sintiendo que se me encendía la cara de


vergüenza.

—¿Un mal día?

Más bien mala vida…

Exhalé pesadamente.

—Podría decirse que sí.

—He tenido unos cuantos de esos —respondió.

Lo dudé.
Parecía demasiado perfecta para haber tenido un mal día en su vida.

Inclinó la cabeza hacia un lado, estudiando mi cara.

—Eres la chica nueva.

Asentí.

—¿De la escuela pública?

Se me encogió el corazón.

El miedo me erizó la piel.

Pero me las arreglé para asentir y permanecer impasible.

—¿Cómo te llamas?

—Eh, es Shannon —respondí, con un hilillo de voz—. Shannon


Lynch.

—Shannon. —El reconocimiento brilló en sus ojos, y no estuve


segura de que me gustara.

Me sentí incómoda, la rodeé, me acerqué a la calefacción y me sequé


las manos durante tres segundos antes de agarrar mis cosas.

—Soy Bella —anunció, apartándose del lavabo—. Y eso… —me


arrebató la chaqueta de las manos—. No te pertenece.

Se me cayó el alma a los pies.

—¿Cómo la conseguiste? —me preguntó. Su tono seguía siendo


ligero, pero su expresión era atronadora—. ¿Te la dio Johnny?

—Oh, no, lo siento —respondí patéticamente, acomodándome la


mochila sobre los hombros—. La habré agarrado del perchero por error.

—No mientas —me advirtió—. ¿Cómo conseguiste su chaqueta?


—Me la dio —susurré mientras un ligero temblor me recorría el
cuerpo.

Ella arqueó una ceja finamente depilada.

—¿Johnny te dio su chaqueta?

Asentí y tragué hondo.

—¿Cuándo?

—Ayer.

Entrecerró los ojos.

—¿Por qué?

—Estaba lloviendo.

—¿Y qué? Es Irlanda. —Se puso una mano en la cadera y me miró


con desprecio—. Siempre llueve.

Me moví incómoda.

—Sólo estaba siendo amable.

—Johnny no es amable, y menos con desconocidos —espetó.

Me encogí de hombros y traté de pasar a su lado, pero ella me cerró


el paso con una mano.

Me aparté.

—Espera —ordenó, pasando la mirada de la chaqueta que tenía en la


mano a mi cara—. No terminé de hablar contigo.

Si te pega, devuélvele el golpe, Shannon, repetí mentalmente una y otra


vez el consejo de mi hermano. No eres el saco de boxeo de nadie. No dejes que
nadie te mangonee.
—Un pajarito me dijo que has estado dando vueltas en su coche con
él.

No parecía una pregunta, así que no contesté.

Tenía suficientes altercados con chicas como Bella en mi haber como


para saber que cualquier cosa que dijera podría y sería utilizada en mi
contra.

Era más seguro permanecer en silencio.

—¿Sabes quién soy? —preguntó finalmente.

Asentí.

—¿Sabes quién es él?

Asentí.

—Ahora, ¿sabes lo que eres?

Me encogí de hombros.

—Una don nadie —dijo Bella en voz baja—. No eres nadie, pequeña.
Ni para él. Ni para mí. —Se acercó y tuve que obligarme a no
estremecerme—. Así que, sea cual sea el juego al que estás jugando,
tienes que dar un paso atrás porque… —Hizo una pausa para apartarme
un pelo del hombro, sonriéndome dulcemente—: Cualquier pequeño
drama que hayas tenido en el baño palidecerá en comparación con el
infierno que te impondré si se te ocurre ir tras él.

—No lo quiero —dije en voz ahogada, a punto de desmayarme.

Y él no me quiere.

Bella echó la cabeza hacia atrás y se rio.

—Todo el mundo lo quiere —respondió finalmente, todavía riendo


sin humor—. Y una advertencia: no eres nada especial. Johnny sólo es
amable contigo porque fuiste una estúpida zorrita que se enredó en una
de sus sesiones de entrenamiento y le causó un montón de problemas.

Mi corazón se hundió.

—¿Pensabas que no sabía nada de tu pequeña exhibición en el campo


aquel día? —Arqueó una ceja—. Sé todo lo que pasa por aquí.

—Fue un accidente —susurré, sintiendo que se me llenaban los ojos


de lágrimas.

—Claro que lo fue —se burló—. Buscabas su atención y la


conseguiste.

—No —murmuré—. Para nada fue así.

—Por favor —siseó—. Desde que apareciste aquí, no le has causado


más que problemas. ¿Pelearse con Ronan McGarry? —Arqueó una
ceja—. Apuesto a que eso te encantó, ¿verdad?

Negué con la cabeza, mortificada.

—Espero que sepas que es amable contigo porque no le queda más


remedio —añadió, mirándome con odio—. Porque tu mami ha
intentado que lo suspendan y tiene que mantener la nariz limpia para la
Academia.

Me quedé con la boca abierta.

—¿Creías que tampoco lo sabía? —Se rio suavemente—. Lo sé todo


sobre ti. Todos tus secretitos. Todos los esqueletos de tu armario.

—No… no tengo… No es…

—Ahórratelo —espetó Bella—. Tu numerito de pobre víctima no


funcionará conmigo. Te hago saber que lo que te hicieron esas chicas de
ese colegio de mierda del que vienes te parecerá un paseo por el parque
en comparación con lo que haga si no te apartas. —Me miró con dureza
antes de añadir—: Estoy siendo amable, Shannon. No seré tan amable si
tengo que decírtelo otra vez.

—No tendrás que hacerlo —solté con la voz estrangulada.

Sin darle oportunidad de responder, la esquivé y salí corriendo del


baño.

Tenía que largarme de aquí y rápido.

Como era la hora de comer y llovía, los pasillos estaban llenos de


estudiantes que se resguardaban del mal tiempo.

Con el corazón martilleándome rápidamente en el pecho, maniobré


entre la multitud con la cabeza gacha y la mente puesta en la salida.

Sólo había llegado a metro y medio de la puerta del baño cuando me


estrellé contra una pared de músculos duros.

El impacto me hizo rebotar hacia atrás y aterrizar en el suelo.

—Cielos, mierda —gruñó una voz familiar—. Lo siento.

Dos manos grandes me rodearon los brazos y me levantaron.

—No te vi, Pequeña Shannon. —Gibsie se rio mientras me ponía de


pie—. ¿Estás bien?

Había averiguado lo suficiente como para saber que dondequiera que


estuviera Gerard Gibson, Johnny Kavanagh nunca andaba muy lejos, y
viceversa.

Era un concepto preocupante teniendo en cuenta la guerra que


acababan de declararme.

Asentí una vez e intenté esquivarlo.

El problema fue que Gibsie interceptó mi movimiento y me cerró el


paso.
—Oye —me dijo, con un tono repentinamente serio—. ¿Estás bien?
¿Te lastimé o algo?

—Estoy bi-bien —resoplé, tratando desesperadamente de contener


los sollozos.

No lo conseguí.

En cuanto se agachó y me miró a los ojos, un sollozo enorme me


recorrió el cuerpo.

—Mierda —murmuró, mirando a su alrededor con nerviosismo—.


Te lastimé.

—No, no lo hiciste. Sólo n-necesito v-volver a casa —balbuceé,


llorando como un bebé delante de él—. Ahora mismo.

Era demasiado para mí.

La sangre.

Las amenazas.

El pánico.

Era demasiado y me estaba volviendo loca.

—¿Debería abrazarte?

Sacudí la cabeza.

—¿Te llevo a casa?

Me encogí de hombros con impotencia.

—¿Ahora mismo?

Resoplé como respuesta.


—Sí, eh, de acuerdo —respondió Gibsie, con un tono de confusión—
. Te llevaré a casa ahora.

—¿Shannon?

El sonido de mi nombre siendo gritado, seguido unos momentos


después por Johnny viniendo a pararse al lado de Gibsie, sólo confirmó
mi teoría acerca del par viajando en manada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Johnny, mirándome con preocupación.


Se volvió hacia Gibsie—. ¿Qué le hiciste?

—Nada, muchacho —respondió rápidamente Gibsie, levantando las


manos—. Lo juro.

—Está llorando, Gibs —gruñó Johnny, acercándose a su amigo—.


Está claro que hiciste algo.

El pánico rugió en mi interior, impulsado por la visión de Bella de


pie junto a la puerta del baño, observando nuestra interacción con
expresión sombría.

Conocía bien esa mirada.

Venía acompañada de una promesa de dolor.

—Shannon —gruñó Johnny, volviendo su mirada hacia mí—. ¿Qué


pasó?

—Por favor, no me hables —dije con los dientes apretados antes de


esquivarlo.

Los reflejos de Johnny eran mucho más rápidos que los míos, porque
su mano salió disparada y sus dedos rodearon la curva de mi codo.

—¿Shannon?

—¡No me toques! —siseé, presa del pánico, y tiré de mi brazo.


Johnny retrocedió como si lo hubiera golpeado.

—¿Cuál es tu problema?

—Johnny, muchacho —intervino Gibsie, siguiéndonos—. Tal vez


deberías escucharla…

—Gibsie, tal vez deberías irte a la mierda y dejarnos solos —


respondió Johnny acaloradamente—. Esto es privado.

—Como quieras, Arrasador —dijo Gibsie antes de marcharse.

—Shannon, ¿qué pasa? —repitió Johnny, toda su atención en mi


cara—. ¿Es por lo que pasó anoche? Porque no necesitas…

—No —solté con voz ahogada, rogando al Señor que se apiadara de


mí y no dejara que Johnny sacara a colación lo de anoche en medio de
la escuela—. No es por lo de anoche.

—Entonces, ¿qué pasa? —preguntó—. ¡Háblame!

—Sólo necesito que me dejes en paz —solté, moviéndome para


rodearle de nuevo.

—Lo haré… —Johnny volvió a agarrarme del brazo cuando intenté


esquivarle y tiró de mí antes de terminar—: Cuando me digas qué
demonios sucede…

Mi mirada se desvió hacia Bella, que me lanzaba dagas con su


mirada.

Me estremecí al ver su expresión amenazadora y Johnny se dio


cuenta.

Giró la cabeza y todo su cuerpo se tensó visiblemente.

—Por Dios —gruñó, pasándose una mano por el pelo en lo que


parecía una evidente frustración—. ¿Qué hizo?
Negué con la cabeza.

—Nada.

—Shannon, dime qué te ha dicho. —Me miró con dureza—. Sé que


te dijo algo.

Como no le contesté, Johnny negó con la cabeza.

—Bien —gruñó, dándome la espalda—. Lo averiguaré por mi


cuenta.

—Espera… —Agarrando por la espalda la sudadera con capucha


azul marino que llevaba sobre el uniforme, lo arrastré de nuevo hacia
mí—. Por favor, no digas nada.

—¿No digas nada? —Johnny me miró boquiabierto—. Shannon, si ella


te está insultando entonces definitivamente voy a decir algo. —Se volvió
para mirar a Bella—. Un montón de putas cosas.

—¡No lo hizo! —mentí, desesperada por calmar la situación y evitar


que esto explotara—. Lo juro.

—Ni se te ocurra volver a mentirme —respondió Johnny, furioso—.


Estás llorando y hay una chica ahí con una venganza contra mí
disparándonos puñales. —Entrecerrando los ojos, dijo—: Estoy
haciendo cuentas, Shannon, y dos más dos es igual a una mala puta.

—No, te equivocas, sólo… —Mis palabras se interrumpieron y gruñí


mientras un dolor agudo rebotaba por mi vientre.

—Mierda. —Su mano salió disparada y me agarró el codo,


estabilizándome—. ¿Estás bien?

—Sí —solté, respirando por la nariz, mientras me agarraba el


costado—. Estoy bien.

—Por Dios —exclamó Johnny, mirándome con expresión


horrorizada—. ¿Te golpeó?
—¿Qué…? ¡No! —balbuceé, presa del pánico.

Su mirada se ensombreció.

—¿Es ella? ¿Te ha estado maltratando? —Levantó la mano y me tocó


el cuello—. ¿Fue ella?

Negué con la cabeza.

—No me mientas, Shannon —gruñó—. Odio a los mentirosos.

—¡No te estoy mintiendo!

—Entonces dime qué sucede —exigió, pasándose una mano por el


pelo. Exhalando un gruñido frustrado, añadió—: Por favor, dímelo antes
de que pierda la cabeza y explote.

Oh, Dios.

Mortificada, le hice señas a Johnny para que se acercara y, cuando lo


hizo, me puse de puntillas y le susurré al oído:

—Estoy teniendo la regla.

Cerré los ojos al decir esto, pateándome mentalmente por haberle


dicho esto.

—Es la primera —me apresuré a decir, observando atentamente su


perfil lateral mientras lo complacía con mi peor pesadilla—. Y me duele
mucho.

Me balanceé sobre mis talones al bajar, exhalé temblorosamente y lo


miré a la cara, esperando que se diera la vuelta y saliera corriendo.

Johnny parecía ciertamente horrorizado, y todo su cuerpo se había


congelado, pero no corrió, y la mano que tenía en mi codo tampoco se
movió.

Se tensó.
Me quedé clavada en el sitio y lo miré aterrorizada mientras él me
imitaba.

—¿Vienes, Kav? —gritó uno de sus amigos.

Johnny hizo un gesto con la mano, indicando que estaba ocupado.

—¿Johnny?

—Vete a la mierda, Feely —gruñó—. Estoy hablando aquí.

—Está bien, muchacho, pero vamos a la ciudad a almorzar…

—¡Dije que estoy hablando aquí! —gruñó Johnny—. Vete de una


puta vez.

—Probablemente no debería haberte dicho eso —terminé


rápidamente, dando un paso atrás, poniendo algo de espacio entre
nosotros, con las mejillas ardiendo de un poco favorecedor tono
escarlata—. Ve con tu amigo. Estoy bien.

—¿Eso es lo que te pasa? —preguntó, ignorando mis palabras, los


ojos azules escudriñando los míos—. ¿Por eso lloras?

—Sí —susurré.

—¿Te duele?

Me mordí el labio y forcé otro pequeño asentimiento.

Exhaló un suspiro.

—Tengo ibuprofeno en la bolsa por mi aductor. —Me miró con


expresión esperanzada—. ¿Ayudarían?

—Dios, sí —susurré, sintiendo que una oleada de gratitud me


inundaba al pensar en el alivio del dolor.
—Mi bolsa está en el vestuario de la sala de educación física —dijo,
señalando hacia la entrada—. Ven conmigo.

Miré insegura hacia donde Bella seguía mirándome y debatí mi


próximo movimiento antes de decidirme a ir con Johnny.

Necesitaba la medicina y él me estaba lanzando un salvavidas al


ofrecerme una escapatoria temporal.

¿Vergüenza o dolor, Shannon, vergüenza o dolor?

Vergüenza, decidí, y me puse a su paso.

—¡Zorra! —gritó Bella, lo suficientemente alto como para atraer la


atención de todos.

Gemí internamente.

—Así es —siseó cuando mi paso vaciló—. ¡Estoy hablando de ti,


zorra!

—No lo hagas —le supliqué cuando sentí que se ponía rígido a mi


lado—. Johnny, por favor, no hagas nada…

Johnny no me dio la oportunidad de terminar antes de darse la vuelta


y dirigirse furioso hacia donde estaba Bella.

—¡Mira quien habla!

Congelada en el punto mortal, observé su acalorada interacción,


sabiendo que era mi oportunidad perfecta para huir, pero incapaz de
hacer que mis piernas corrieran.

Estaba agotada de huir y, en algún lugar profundo de mi mente, me


preguntaba si este chico era el indicado para anclarme.

Así me lo pareció cuando le oí rugir blasfemias a una chillona Bella.


Una gran multitud se estaba reuniendo alrededor para ver, y no
parecía inmutar a Johnny ni un poco.

—Déjala en paz, joder —ladraba—. Ella no es asunto tuyo.

—Tú eres asunto mío —le gritó Bella.

Johnny levantó las manos.

—Estás delirando.

—¿Supongo que me mentías cuando decías que no pasaba nada? —


gruñó ella.

—Tómatelo como quieras, Bella. Me importa un carajo lo que


pienses —respondió él en voz alta—. Sólo déjala fuera de tus
maquinaciones de mierda.

Me estaba defendiendo.

No mi hermano.

No Claire.

No Lizzie.

No un profesor.

No, este chico que hacía que mi corazón se desbocara en mi pecho a


intervalos regulares y que mi sentido común se paralizara, estaba de pie
en medio del pasillo de la escuela, defendiendo mi honor.

Anoche me había rechazado y hoy se enfrentaba a mis maltratadores.

Mi mente daba vueltas, me sentía tan confusa.

—¿Ella, Johnny? —siseó Bella, lanzándome una mirada mordaz—.


¿En serio?
—Aléjate de ella —advirtió en tono amenazador—. Sigue
presionando en esto y no te gustarán los resultados.

—¿Me estás amenazando? —siseó—. ¿Qué crees que dirán de eso tus
entrenadores en La Academia?

—¿Por qué no los llamas y lo averiguas? —espetó antes de girar sobre


sus talones y volver acechante hacia donde yo estaba.

Su expresión era tan estruendosa que sentí que me encogía.

—Vamos —ordenó Johnny cuando llegó hasta mí. Me puso una


mano en la parte baja de mi espalda y me instó a caminar—. Nos vamos.

Insegura, dejé que me guiara lejos de la multitud que me miraba


fijamente.

—¿Adónde vamos? —susurré, apresurándome a seguir su ritmo.

—Lejos de aquí —dijo entre dientes, apretando la mandíbula.

—¿Por qué?

—Porque si me quedo aquí y ella te dice algo, perderé la cabeza. Si tú


te quedas aquí y ella te dice algo, perderé la cabeza —explicó en tono
tenso—. Por lo tanto, tengo que irme —hizo una pausa para abrir la
puerta de cristal y acompañarme fuera—, y tú tienes que venir conmigo
—terminó, guiándome hacia la lluvia.

—Yo, ah, sí, de acuerdo —susurré mientras me apresuraba a su lado.

Mis emociones se agolpaban en mi interior mientras me guiaba a


través del patio.

—Me mentiste, Shannon —dijo Johnny en voz baja mientras nos


dirigía hacia la sala de educación física—. Ella te dijo algo.

—No quería causar problemas —admití.


—Esa no era tu decisión —replicó—. ¿También mentiste sobre que
te había pegado? ¿Sobre por qué te duele?

—No —balbuceé—. Esa parte era verdad.

Lamentablemente.

—¿Y tu cuello?

—No fue ella —fue todo lo que contesté.

Johnny se quedó callado un largo rato.

—No vuelvas a mentirme —dijo finalmente en tono tranquilo,


mientras me lanzaba una mirada de reojo—. No puedo soportarlo.

—No lo haré —le dije, odiando la mentira mientras caía de mis


labios.

Llegamos a la sala de educación física y nos apresuramos a entrar,


ambos contentos de salir de la lluvia.

Me arrastré detrás de él, esta zona de la escuela era más su fuerte que
el mío.

Mantuve los ojos fijos en su espalda, caminando tras él.

Dudé cuando entró en el vestuario de los chicos, pero entonces me


abrió la puerta y me indicó que entrara con una mirada expectante.

Como un potro asustadizo, me apresuré a entrar y salté de sorpresa


cuando la pesada puerta se cerró tras nosotros.

Lo primero que percibí fue el penetrante olor a adolescente.

El hedor a sudor, desodorante y fluidos corporales era tan fuerte que


tuve que contener las ganas de vomitar.
No era un olor con el que no estuviera familiarizada (¿alguien se
acuerda de Joey?) pero este hedor en particular me hizo lagrimear,
intensificado por el hecho de que unas cuarenta personas del sexo
opuesto utilizaban esta habitación en un momento dado.

Sintiéndome completamente fuera de lugar, y con mis fosas nasales


completamente violadas, vi a Johnny acercarse a un banco en el lado
derecho de la habitación.

Se sentó en el banco, sacó una bolsa de debajo de sus piernas y la


abrió rápidamente.

—Ven aquí —ordenó mientras rebuscaba en el interior de la bolsa,


sacando calcetines, botes de desodorante y botellas vacías de Lucozade
sport—. Ven aquí, Shannon —repitió con calma.

Así que lo hice.

Caminé hacia donde él estaba.

Johnny apartó con un codazo una mochila cualquiera del banco y


señaló el espacio que había hecho.

—Siéntate.

Miré el banco con recelo.

Johnny sacudió la cabeza y tomó mi mano.

—Siéntate —me dijo, tirando de mí hacia el banco que había a su


lado.

Nuestros hombros se rozaron y me alejé unos centímetros antes de


rodearme el estómago con los brazos.

Era grande, fuerte y de una belleza intimidante.

Me sentía muy pequeña a su lado.


Muy joven.

Muy insegura.

Muy rechazada.

Me intimidaba, no porque diera miedo, no lo daba, o al menos a mí


no me daba miedo. Estoy segura de que aterrorizaba a los chicos con los
que jugaba, pero eso no era lo que pasaba aquí.

No para mí.

No, me intimidaba porque él tenía ese aspecto y yo era infinitamente


inferior.

Cualquier chispa de esperanza que tuviera en mi corazón se apagó.

Él nunca me miraría cuando podía tener a su disposición a alguien


como Bella.

Encajaban.

Él era adecuado con ella.

Alguien que parecía un modelo de página tres.

Alguien que parecía una mujer digna de eso.

Yo era una adolescente con un caso grave de lujuria.

—Por fin, joder —murmuró Johnny, sacando una caja rectangular


de ibuprofeno del bolsillo lateral de su bolsa.

Sacó dos pequeñas pastillas del envoltorio de aluminio y me las


tendió.

Torpemente, intenté agarrar las pastillas de sus dedos, pero no lo


conseguí.
Sonrojada, lo intenté una y otra vez, fracasando estrepitosamente,
hasta que conseguí tirarlas de sus manos.

—Cálmate —animó, agachándose para recoger las pastillas. Vi cómo


las limpiaba en la parte delantera de su sudadera con capucha y entonces
me dejó boquiabierta con tres palabras—: Abre la boca.

Jadeé.

—Puedo hacerlo.

—Obviamente no puedes —replicó, sonriendo—. Abre la boca.

Me quedé perpleja durante varios segundos antes de abrir la boca.

Dejó caer las dos pastillitas sobre mi lengua y me guiñó un ojo.

Metió la mano en el bolsa, me puso una botella de agua con tapón y


me dijo:

—Bebe.

Y lo bebí.

Como un perro bien adiestrado, hice exactamente lo que me dijo.

Molesta conmigo misma por ser tan obediente, y aún más molesta
por estar enfadada con un chico que claramente estaba dedicando tiempo
de su pausa para comer a ayudarme, me tragué las pastillas y suspiré.

Esperé a que Johnny se levantara y me dijera que tenía que volver


con sus amigos, pero no lo hizo.

Se quedó sentado conmigo mientras el analgésico hacía efecto.

No se burló ni huyó.

No reaccionó como la mayoría de los chicos.

Tomó el control de la situación.


Allí supe que era excepcionalmente especial y que no tenía nada que
ver con sus capacidades deportivas.

También era excepcional por dentro.

—¿Necesitas volver para comer? —balbuceé—. Estaré bien en un


rato…

—Me encantaría quedarme —me interrumpió rápidamente Johnny.


Se frotó el cuello con la mano y dijo—: Me gusta la paz y la tranquilidad.

Entonces, nos sentamos.

Nos sentamos y no dijimos nada.

Ni una sola palabra.

Ahora mismo estaba sintiendo multitud de emociones, que iban


desde la vergüenza a la mortificación pasando por el miedo, pero con
cada minuto que pasaba, me iba calmando poco a poco.

Pasaron varios largos minutos de silencio tácito entre nosotros


cuando Johnny finalmente lo rompió aclarándose la garganta.

—¿Qué tal ahora?

—No tan mal —susurré, aliviada por la rapidez con que estaba
haciendo efecto la medicación—. Ya no me siento como si me estuvieran
clavando mil cuchillos romos.

Frunció el ceño horrorizado y sacudí la cabeza, molesta conmigo


misma por haberle revelado de nuevo demasiada información.

—No sé una mierda de lo que le pasa a tu, eh, cuerpo —añadió, con
las mejillas sonrosadas—. Pero espero que se vaya a la mierda pronto.

Sus palabras, tan vulgares y aniñadas, pero sinceras y cariñosas,


provocaron una pequeña carcajada a través de mi nerviosismo.
—No creo que funcione así —respondí, obligándome a mirarlo a los
ojos—. Pero gracias por ayudarme.

—Tengo que decir que es la primera vez para mí. —Frunció el ceño
antes de murmurar—: Gracias a Dios.

—Oh, Dios, lo siento. —Me levanté de un salto para irme, pero me


agarró de la mano y me volvió a sentar en el banco.

—No quiero que lo sientas —dijo bruscamente—. No hay nada que


lamentar. Sólo quería decir que no tengo hermanas, así que esta mierda
me resulta extraña.

—Estoy segura —murmuré, avergonzada.

¿Me consideraba una hermana?

Ciertamente parecía que sí.

Reaccionó a mi beso como si lo pensara.

¿Me había convertido en una hermana?

—Deja de darle tantas vueltas —me dijo Johnny en tono persuasivo,


distrayéndome de mi batalla interna—. Todo está bien.

Me giré para mirarlo.

—¿Qué te hace pensar que le estoy dando vueltas?

Se encogió de hombros, sonriéndome con esa increíble sonrisa


infantil.

—¿Me equivoco?

No.

No, claro que no.

Pensar demasiado era mi especialidad.


Maldita sea.

—No puedo evitarlo —admití, sintiendo que se me calentaba la


cara—. Está en mi naturaleza. Soy una preocupona nata.

—Bueno. —Suspiró—. De lo que no tienes que preocuparte es de


Bella.

En cuanto oí su nombre, empecé a preocuparme automáticamente.

Preocuparme y darle vueltas al asunto.

¿Qué diría ahora?

¿Qué haría?

¿Me iba a dar una paliza la próxima vez que me encontrara en los
baños?

¿Debería huir ya?

—Para —ordenó Johnny, interceptando mi pánico—. No tienes que


preocuparte por ella. —Se apoyó en la pared y juntó las manos sobre su
regazo—. Si se le ocurre acercarse a ti otra vez, lo sabré y lo solucionaré.

—Tiene tu chaqueta —solté—. La lavé y la traje para devolvértela,


pero ella… me la quitó.

—Tengo muchas más chaquetas —respondió—. Sólo lamento que


ella te haya echado mierda sobre mí. Eso no debería haberte pasado. Te
diría que es una psicótica, pero seguro que ya te has dado cuenta por ti
misma.

—Está loca por ti, Johnny —le dije, con la voz pequeña.

Y yo también…

—Está loca por mi estilo de vida —corrigió con un fuerte suspiro—.


Ella ni siquiera me conoce, Shannon.
—¿Qué quieres decir?

—Soy un premio para ella. Un trofeo brillante —murmuró en voz


baja—. Eso es todo lo que soy para la mayoría de la gente.

—Para mí no —le dije.

Johnny me miró.

Me obligué a no apartar la mirada.

—¿No? —En sus ojos azules brillaban la frustración y la esperanza.

—No —confirmé en voz baja.

—Bueno, es bueno saberlo —respondió, con los ojos azules clavados


en los míos, su tono ronco.

—Siento mucho lo que hice anoche —susurré, forzándome a abordar


el elefante de la habitación.

—Shannon. —Johnny se inclinó hacia delante, apoyó los codos en


sus muslos y suspiró pesadamente—. No hay nada que lamentar.

—Lo hay —murmuré—. No debería haberlo hecho. —Sacudí la


cabeza y resistí las ganas de salir corriendo, prefiriendo comportarme
como una adulta al abordar la situación. Cosa difícil de hacer dada mi
edad y mis emociones desenfrenadas en torno a este chico, pero lo hice—
. No volverá a ocurrir.

—No quiero que lo lamentes, Shannon —respondió bruscamente.

Exhalé temblorosamente.

—¿No quieres?

Negó lentamente con la cabeza.

—No.
Y sin más, el aire cambió a nuestro alrededor.

—Probablemente debería irme —susurré, rompiendo rápidamente la


tensión.

Me puse de pie antes de hacer algo estúpido, como besarlo.

Oh, espera, ya lo había hecho.

Ugh…

—Hay un autobús que hace mi ruta a las dos con mi nombre.

Y si llego a casa antes de las seis, no tendré que vérmelas con papá.

Johnny frunció el ceño.

—¿No vas a volver a clase?

Negué con la cabeza.

—No, necesito ir a casa y… arreglarme.

—Sí, claro —murmuró—. Por supuesto. —Miró su reloj y dijo—:


Son las dos menos cuarto —antes de volver a mirarme—. Te llevaré.

Abrí la boca para negarme, pero Johnny se adelantó.

—Quiero llevarte a casa —me dijo—. Necesito asegurarme de que


estás bien.

—¿Por qué?

—Porque sí. —Levantándose, Johnny agarró mi mochila y se la echó


al hombro antes de volverse para mirarme—. Déjame llevarte a casa,
Shannon.

No lo hagas, Shannon.

No vuelvas a ponerte en esa posición.


Y no te atrevas a hacerte ilusiones.

Exhalé un suspiro entrecortado.

—Sí, de acuerdo.
Perdiendo el Sentido de Mí Mismo

Johnny
Shannon estaba en mi coche otra vez.

Hasta ahí llegó lo de no arrasar.

Bien podrían ponerme una pegatina de retroexcavadora en la frente


y encender mis intermitentes, parecía que lo hacía mucho cuando estaba
con esta chica.

Y estaba nervioso, tanto que mi estúpido corazón podría haber sido


un firme aspirante al oro olímpico en boxeo, de tan fuerte que me latía
en el pecho.

Maldita Bella.

Necesitaba tener una maldita vida y dejar de interferir en la mía.

Necesitaba dar un maldito paso atrás y dejarlo por la paz.

No toleraría que se metiera con Shannon.

Esperaba que hoy recibiera el mensaje alto y claro, porque no


bromeaba.

No cuando se trataba de la chica sentada a mi lado.


—¿Te sientes bastante cálida? —Echarle la calefacción a la cara
probablemente no fue mi mejor idea, pero no sabía qué hacer.

Tenía cero experiencia con el jodido funcionamiento del cuerpo


femenino.

Sólo conocía las partes divertidas.

Ya le había puesto la sudadera por la cabeza y le había metido


pastillas por la garganta en mi patético intento de ayudarla.

Quería que mejorara.

Quería hacer lo correcto.

De la forma que ella necesitara.

Pero no sabía cómo.

Cualquier cosa que necesitara de mí, estaba más que dispuesto a


dársela.

Ese fue un pensamiento aleccionador.

Jesucristo, me había abierto al peligro con esta chica.

—Estoy bien —respondió Shannon mientras se acomodaba en el


asiento del copiloto de mi coche.

Apartó su largo cabello castaño del cuello de mi sudadera y se lo echó


sobre el hombro.

—Gracias de nuevo —añadió tímidamente—. Te prometo que te


devolveré esta.

—De nada. —Apretando la mandíbula, me obligué a mantener los


ojos en la carretera y no en la forma en que su falda se ocultaba bajo el
dobladillo de mi sudadera y en lo alto que ésta subía por sus muslos
desnudos cuando estaba sentada—. Quédatela.
—¿Perdona?

—La sudadera. —Me aclaré la garganta y apreté el volante para no


cometer una imprudencia—. Quédatela.

—¿Por qué?

Podía sentir sus ojos azules clavados en mí, sabía que sonaba denso,
pero podía, y la sensación hizo que se me pusieran los brazos de gallina.

Me encogí de hombros.

—Porque te queda bien.

¡Johnny, maldito imbécil!

—¿Te encuentras mejor? —me apresuré a preguntar, y a distraerla—


. ¿El ibuprofeno te ayudó?

La miré y reprimí un gemido.

Era tan jodidamente bonita que resultaba doloroso, con esos grandes
ojos azules que me miraban inocentes y llenos de incertidumbre.

No necesitaba la tentación de estar tan cerca de ella.

El problema era que cada vez que corría, me encontraba


persiguiéndola, desesperado por estar con ella.

—Estoy bien, Johnny —respondió en voz baja—. Me ayudaste. —


Sonrió tímidamente—. Otra vez.

Volví a mirar a la carretera y luché por controlar mi cuerpo.

—No hay problema. —No tenía ni idea de lo que esta chica me estaba
haciendo, pero me estaba quemando—. Cuando quieras.
—Me gusta tu música —dijo entonces Shannon, dándome una
bienvenida distracción de mis pensamientos caprichosos—. Tienes buen
gusto.

—Vamos —la animé cuando sus dedos se movieron hacia el equipo


de música. Alargando mi mano, agarré el iPod del salpicadero que estaba
conectado al equipo de música y se lo di—. Busca algo que te guste.

—¿Estás seguro? —me preguntó con voz entrecortada e insegura.

Asentí y sonreí, tratando de tranquilizarla.

Debió de funcionar, porque susurró:

—Me encantan todas. —Mientras empezaba a escuchar una canción


tras otra—. Tienes un gusto increíble.

—Gracias. —Me moví incómodo, sintiendo un extraño cosquilleo en


la boca del estómago—. Me gusta la buena música.

Pasar incontables horas entrenando solo me dio la oportunidad de


ampliar mis gustos.

—A mí también —coincidió—. Y tu música es épica.

No es que no estuviera acostumbrado a recibir cumplidos.

Sólo que normalmente giraban en torno al rugby.

Estaba claro que a Shannon no le impresionaba mi papel.

Era a la vez un alivio y una preocupación.

No sabía cómo manejarlo.

Me estaba confundiendo.
—No te habría tomado por un fan de los Beatles —reflexionó
Shannon, deteniéndose en una vieja canción—. ¿Here comes the sun? —
preguntó, arqueando una ceja—. ¿Te gusta esta?

—Es mi favorita —le dije, con las palmas de las manos sudorosas
bajo su mirada.

—La mía también —dijo en voz baja—. Mi bisabuela Murphy me la


cantaba cuando era pequeña.

La miré.

—¿Sí?

Shannon asintió en señal de confirmación.

—Sí, siempre que me asustaba o me ponía nerviosa, me sentaba en


su regazo y me cantaba esas letras al oído. —Suspiró contenta—. Y
siempre funcionaba.

Por alguna razón desconocida, tomé nota mental de ese dato y lo


guardé para futuras consultas.

Shannon se quedó en silencio, claramente inmersa en la canción.

Mientras tanto, yo agarraba el volante con fuerza, tratando


desesperadamente de concentrarme en la carretera y no en la chica que
estaba sentada a mi lado, arruinando mis planes.

—¿Tienes un iPod? —pregunté cuando me detuve frente a su casa,


esta vez su casa de verdad.

Lo estaba retrasando, no quería que se bajara del coche.

La punzada de decepción que sentí cuando llegamos a nuestro


destino fue la misma que me consumía cada vez que ella se iba, y eso era
increíblemente desconcertante.

—¿Podría ponerle algo de mi música para ti? —ofrecí—. ¿Si quieres?


—¿Para mí? —Shannon se sonrojó y negó con la cabeza—. Eh, no,
nunca podría permitirme uno de esos. —Se desabrochó el cinturón—.
Uso un viejo CD discman de Joey para escuchar música.

Asentí despreocupadamente mientras mentalmente me daba una


paliza por ser tan tonto.

—¿Te gustan los clásicos? —solté, sintiendo pánico cuando se acercó


a la manilla de la puerta.

—Sí —respondió, volviéndose hacia mí con los ojos brillantes de


emoción—. ¿Y a ti?

—Me gustan muchas cosas —le dije.

Sobre todo tú.

—¿Shake it off baby?

Levanté las cejas.

—¿Cómo dices?

—Shake it of baby. —Shannon me miró inocente y linda—. ¿Te gusta?

Tardé unos segundos en darme cuenta de que no me estaba llamando


baby y que se refería a una canción.

—Quieres decir Twist and Shout —corregí bruscamente—. Sí, esa es


buena.

—¿Te gusta Reckless Kelly? —preguntó entonces.

Negué con la cabeza.

—Creo que nunca oí hablar de ellos.

—Sacaron una canción nueva que se llama Wicked Twisted Road —


explicó—. ¿Seguro que no la has oído?
Se me paró el corazón.

Esa canción del pub.

La que me jodió la cabeza.

Jesús…

—Deberías —continuó diciendo Shannon—. Me refiero a que


deberías escucharla. —Sus mejillas se sonrosaron cuando dijo—: Me
recuerda a ti.

Aturdido.

Esta chica me había aturdido.

En parte porque yo me había relacionado con la letra de esa canción,


pero sobre todo porque ella me había relacionado con la letra de la
canción.

Sus labios rojos y sus mejillas sonrosadas eran jodidamente hermosos


y tuve que tomarme un momento antes de poder formar una frase
coherente y no sonar como un jodido imbécil.

—Lo haré —fue todo lo que se me ocurrió.

—Bueno, gracias por salvarme —susurró. Su mirada pasó de mis ojos


a mi boca varias veces antes de inclinarse y presionar sus labios contra
mi mejilla—. Otra vez.

Fue el beso más pequeño, más breve, el menos sexy, pero había salido
de sus labios y eso lo cambió todo.

Igual que la noche anterior lo había cambiado todo.

Profundizó todo lo que había estado intentando negar


desesperadamente.

Las señales de las que me había estado escondiendo.


Se dispararon como carteles de neón en los costados de los edificios.

Esta chica me había desequilibrado.

Aturdido, no pude hacer otra cosa que mirarla fijamente y murmurar


las palabras:

—De nada.

Con las mejillas enrojecidas, Shannon empujó la puerta del coche y


se dispuso a salir.

—¡Espera! —exclamé con pesar, alargando una mano para agarrarla


por la muñeca.

Shannon me miró con los ojos muy abiertos.

Déjala ir, idiota.

Deja que la chica se vaya.

No puedes hacer lo correcto con ella.

—Toma… —Metí la mano en la guantera, saqué un estuche de cuero


y pasé rápidamente un montón de CD mixtos, deteniéndome cuando
encontré el que quería—. Escucha la pista nueve. —Prácticamente le
metí el CD en la mano y me encogí de hombros—: Me recuerda a ti.

—Oh, está bien —contestó, sujetando el CD con cuidado—. La


escucharé.

—Bien.

—Gracias.

—De nada.

—Adiós, Johnny —susurró antes de cerrar rápidamente la puerta y


alejarse a toda prisa.
—Adiós, Shannon —respondí bruscamente, observando todos sus
movimientos mientras se alejaba de mí.

Problema.

Estaba metido en un buen problema.

Conduje todo el camino de vuelta a casa en piloto automático, con


la cabeza dándome vueltas, las hormonas desbocadas y la vida
lanzándome un pequeño giro argumental de cabello castaño.

Estaba tan absorto en mis pensamientos que no me di cuenta de que


su mochila seguía en el coche hasta que estacioné en mi plaza habitual.

Gruñendo, apoyé la cabeza en el volante y recé por una intervención.

La necesitaba.

Porque esta chica iba a arruinarme.

Media hora más tarde, me encontraba ante la puerta de Shannon con


las palmas de las manos sudorosas y el corazón acelerado.

¿Qué demonios estaba haciendo aquí?

Esto era una locura.

Deja la mochila en el suelo y sal volando de aquí, me ordenó mi parte más


sensata.

Pero, por supuesto, no hice caso.

No, porque tuve que llamar a la puerta.


Al otro lado de la puerta se oyó un ruido de pasos en la escalera,
seguido de una llave que giraba en la cerradura, y entonces ella estaba
allí, de pie frente a mí, anulando cualquier idea de irme.

—Hola, Johnny —dijo Shannon con voz entrecortada, mirándome


fijamente con ojos muy abiertos y letales—. Volviste.

Sí, volví.

Como un puto mal olor que parecía seguirla a todas partes.

—Eh, sí, volví. —Sacudiendo la cabeza, me saqué su mochila del


hombro y se la tendí—. Te volviste a olvidar esto en mi coche.

—Lo siento mucho. —Se sonrojó con el tono rosa más adorable—.
¿Estuviste golpeando mucho tiempo? —Alcanzó su mochila y lo metió
en la casa—. Estaba en la ducha.

Sí, pude notarlo.

Llevaba el cabello largo suelto, rizos húmedos que le caían por el


cuerpo, usaba un chaleco blanco y los pantalones cortos de pijama más
pequeños que había visto en mi vida, y todo lo que mi cerebro podía
registrar era piel desnuda, demasiada piel desnuda.

—No lo sientas —dije ásperamente, intentando concentrarme en mis


palabras y no en mis pensamientos caprichosos—. Y no, acabo de llegar.

—Bueno, gracias por traérmela —dijo Shannon, arrastrando mi


atención de nuevo a su cara—. Ni siquiera me había dado cuenta. Habría
entrado en un gran pánico por la mañana.

—De nuevo, no es molestia —respondí y luego procedí a mirarla


fijamente como un maldito tonto.

Bueno, esto no era incómodo en absoluto.

Mueve los pies, Johnny.


Deja a la chica en paz.

—¿Tienes entrenamiento esta tarde? —preguntó.

Sí.

—No.

—¿Quieres entrar? —me ofreció nerviosa.

Levanté las cejas.

—¿Entrar?

Se mordió el labio inferior y se encogió de hombros.

Parecía insegura.

Como si no debiera invitarme a su casa.

—¿Quieres que entre? —pregunté frunciendo el ceño.

Ella asintió tímidamente y abrió la puerta hacia dentro.

—¿Si quieres?

No lo hagas, muchacho, me advirtió mi cerebro, no te pongas en el camino


de la tentación.

En contra de mi buen juicio, entré.

Metiendo las manos en mis bolsillos, vi cómo Shannon volvía a


cerrar la puerta rápidamente.

Centré mi atención en ella y no en mi deteriorado entorno.

La casa estaba ordenada, pero las paredes necesitaban un revoque y


una mano de pintura.
—No habrá nadie en casa hasta la noche —anunció mientras me
conducía por el corto pasillo hasta la cocina.

No era una buena información.

Nada buena.

—¿Quieres una lata de Coca-Cola? —Abrió el refrigerador, sacó dos


latas y sonrió—. Joey es adicto y siempre compra la de marca auténtica.

Me tendió una lata y negué con la cabeza.

—No puedo beber eso —respondí, y entonces me sentí como un


tonto cuando se le borró la sonrisa.

—Oh.

—Quiero —le aseguré rápidamente—. Pero estoy entrenando.

—Oh, sí —murmuró, colocando una de las latas de nuevo en el


refrigerador—. Me había olvidado lo del rugby.

Reprimí una sonrisa.

—Sí, lo del rugby.

Me miró fijamente, tan insegura como yo.

—¿Quieres subir a mi habitación?

Mis cejas se alzaron, al igual que mi corazón se aceleró.

—¿Tu habitación?

Sonrojada, se recogió el pelo detrás de la oreja y se apresuró a decir:

—Es que normalmente no me quedo aquí abajo... Quiero decir que


lo hago, pero no… porque… —Su voz se quebró y suspiró
pesadamente—. No importa, fue una estupidez…
—De acuerdo.

Sus ojos se agrandaron.

—¿De acuerdo?

Asentí.

—Te sigo.

Esperé a que Shannon se diera la vuelta para golpearme la frente


contra la base de mi mano.

Era tan jodidamente estúpido.

Esto era peor que entrar.

Estaba mal.

Sabía que lo estaba.

Y aun así, la seguí por una estrecha escalera, esquivando Legos


rebeldes y pisando juguetes infantiles en el ascenso.

La habitación a la que Shannon me condujo en la parte delantera de


la casa era un trastero glorificado.

Me rodeó, lo que no era fácil en un espacio tan pequeño, y giró la


cerradura de la puerta antes de dar los cuatro pasos necesarios para llegar
a su cama.

Mientras tanto, me quedé de pie como un tonto en su diminuto


dormitorio, sin saber qué demonios se suponía que tenía que hacer
ahora.

La cama individual pegada al otro extremo de la habitación ocupaba


todo el ancho de la pared. Había una mesita de noche al lado, una
cómoda pegada a la pared opuesta y no mucho más.
—Es una casa pequeña para una familia de ocho —reconoció
Shannon en voz baja, al darse cuenta de que la miraba fijamente. Dejó
la Coca-Cola en la mesilla de noche y se encogió de hombros—. Soy la
única chica, así que me toca la habitación más chica.

—Es una linda habitación —respondí mientras me acercaba a su


cama y me sentaba.

Ya me encontraba en la zona de peligro.

Más me valía estar cómodo.

—No mientas —dijo con una sonrisa triste—. Es una pocilga.

—No —la corregí—. Es linda.

Eché un vistazo a su pequeño dormitorio pintado de morado en


busca de una televisión y no encontré nada.

No tenía.

Tampoco tenía equipo de música.

Pero tenía libros.

Muchos libros.

—No bromeabas cuando dijiste que te gustaba leer —reflexioné,


observando varias pilas de libros cuidadosamente apilados en el suelo de
su habitación, bajo el alféizar de la ventana. Me volví hacia ella y
sonreí—. ¿Te gusta leer, Shannon Lynch?

—Créeme, ojalá pudiera llamarme a mí misma una nerd —respondió


con una mueca—. Me encanta leer, pero no soy académicamente
inteligente.

Fruncí el ceño mirándola con incredulidad.

—Tonterías.
—No, la verdad es que no lo soy —contestó negando con la cabeza—
. Tengo que esforzarme mucho para estar al día en mis clases, y la
mayoría son asignaturas de nivel ordinario.

—¿Qué asignaturas te dan más problemas? —pregunté, relajándome


en la conversación.

Esto podía manejarlo.

Saber más de ella alimentaba a la bestia y distraía a la otra bestia.

—Negocios —contestó Shannon, frunciendo la nariz ante la idea—.


Y matemáticas, soy terrible con los números.

—Esas son mis mejores asignaturas —reflexioné, rascándome la


mandíbula—. Estoy estudiando Negocios y Contabilidad para el examen
de fin de carrera del año que viene.

—¿Qué más vas a estudiar? —preguntó, sonando realmente


interesada.

—Irlandés, inglés, matemáticas, contabilidad, negocios… —Me


moví hasta apoyar la espalda contra la pared antes de continuar—:
Historia y francés.

—¿Por qué francés?

Porque hay muchas probabilidades de que me mude allí cuando acabe el


colegio.

—Necesito un idioma para la universidad —dije en cambio—. El


francés me venía muy bien.

—¿Nivel superior? —preguntó Shannon, impresionada.

Asentí.

—¿En serio? —Sus ojos se agrandaron—. ¿Cuáles?


—Todas ellas.

—¿Por qué no me sorprende? —bromeó Shannon mientras metía las


piernas debajo de ella y se sentaba frente a mí—. Y me llamaste «nerd».

—La escuela nunca ha sido un problema para mí —admití


frunciendo el ceño.

—Qué suerte tienes —susurró—. Yo apenas pasé el Pre.

—Puedo echarte una mano. —Oí ofrecerme sin pensarlo.

—¿Qué…? ¿Ahora? —chilló.

—O después. —Me encogí de hombros, fingiendo indiferencia—.


Cuando quieras.

—¿Es algo que haces? —preguntó Shannon, mirándome con sus ojos
grandes e inseguros—. ¿Das clases particulares a otros alumnos?

Te daría tutorías.

—Tienes tu examen junior en junio, ¿verdad? —le pregunté.

Shannon asintió.

—Ya lo he pasado —expliqué, tratando desesperadamente de


mantener un tono impasible y ligero—. Si necesitas que alguien te
acompañe en el cursado, dímelo.

—¿Harías eso por mí? —preguntó con voz suave.

Haría casi cualquier cosa por ti.

—Sí —respondí, incapaz de evitar que mi tono suene ronco—. Lo


haría.

—Pero estás muy ocupado.

—No importa.
—¿Por qué siempre intentas ayudarme, Johnny? —susurró, sus ojos
azules quemándome por dentro.

Ahí estaba la pregunta del millón.

Y no tenía ni puta idea de cómo responderla.

—Porque quiero —dije finalmente, decidiéndome por la verdad—.


Quiero ayudarte, Shannon.

—¿Quieres? —susurró.

—Sí, quiero. —Apartando mi mirada de ella antes de hacer algo


estúpido, me moví para ponerme cómodo en su cama diminuta y dije—
: Ahora, ve a por tus libros y me enseñas dónde tienes más problemas.

—Sí, está bien —contestó Shannon mientras se levantaba de la cama


y corría hacia la puerta—. ¿Estás seguro? —Se detuvo en la puerta para
preguntarme.

No.

—Siempre estoy seguro, Shannon.

Sonriendo, asintió y se apresuró a bajar las escaleras para agarrar su


mochila.

—Joder. —Saqué el teléfono de mi bolsillo y escribí un mensaje de


emergencia a Gibsie, que borré antes de enviarlo.

Exhalando un suspiro de frustración, escribí otro mensaje, este a


Jason, haciéndole saber que no llegaría a la sesión de hidropiscina de esta
tarde y luego apagué rápidamente el teléfono antes de que pudiera
llamarme para soltarme una letanía de improperios.

Ya sabía que me estaba equivocando.

Me había perdido la sesión de ayer y dos más un par de semanas


atrás.
Por culpa de ella.

Porque cuando saltaba, me tiraba por el risco tras ella.

No necesitaba que mi entrenador me dijera algo que ya sabía.

Me decía que tenía que volver a concentrarme en el juego.

Me gritaba y me decía que me centrara en mi futuro, en la próxima


prueba de aptitud física que necesitaba aprobar más que respirar.

El problema era que no podía concentrarme.

Porque mi cabeza se había ido.

Se había ido a la mierda.

Perdida dentro de la chica en cuya habitación estaba sentado.

Estaba regresando mi teléfono en el bolsillo de mis pantalones de la


escuela cuando Shannon regresó con su mochila.

—Creo que negocios no sería tan difícil si pudiera manejar la parte


matemática —dijo en un tono un poco jadeante mientras arrastraba su
mochila sobre la cama.

La dejó caer al suelo, corrió hacia la puerta y la cerró rápidamente


antes de volver a colocarse en la cama, con las piernas cruzadas y de cara
a mí.

—En mi escuela anterior me costaba concentrarme —añadió


mientras rebuscaba en su mochila—. Me las arreglé para seguir el ritmo
de las clases de lengua, pero dejé de lado las matemáticas.

Ya lo sabía.

Lo había leído todo en su expediente.

—Es comprensible —le dije, asintiendo.


Shannon me miró con expresión recelosa.

—¿Por qué es comprensible?

Mierda.

Joder.

—Porque tienes que cursar un número disparatado de asignaturas


para el examen junior —me tiré un farol. Encogiéndome de hombros,
añadí—: No puedes ser buena en todas ellas.

—Apuesto a que tú lo fuiste —contestó ella, volviendo a centrar su


atención en la mochila, con el desastre evitado. Sacó su libro de
matemáticas y lo dejó caer sobre la cama, entre los dos—. Déjame
adivinar, ¿también tomaste todas las asignaturas de nivel superior para
el examen junior?

—Dame ese libro —refunfuñé, avergonzado.

—¿Todos sobresalientes? —bromeó.

—No —respondí, hojeando las páginas de su libro de texto—. Saqué


un suficiente en ciencias de nivel ordinario —dije y luego suspiré antes
de admitir—: El resto fueron sobresalientes de nivel superior.

—¿En serio?

Asentí, sintiéndome acalorado e incómodo.

—¿Eres listo?

Me encogí de hombros.

—Bueno, saqué mi único sobresaliente en ciencias —reflexionó—.


Es mi única asignatura de nivel superior.

—Bueno, me quito el sombrero ante ti —murmuré—. Porque detesto


las ciencias.
—Para. —Se rio entre dientes—. Las ciencias no son tan malas.

Arqueé una ceja.

—Oh, como las matemáticas, ¿verdad?

Hizo una mueca.

—Está bien, tienes razón.

—Vamos —dije con una sonrisita, volviendo a centrar mi atención


en el libro que tenía en las manos—. Saca tu cuaderno y te enseñaré.

—¿Me enseñarás? —Se rio y Cristo, fue un sonido encantador.

Shannon no se reía lo suficiente.

Me devané los sesos pensando en otras cosas que podría hacer para
repetir ese sonido.

Tenía un montón de ideas, ideas terribles y horribles.

Concéntrate, Kavanagh…

Así lo hice.

Durante la hora siguiente, más o menos, repasé su trabajo con ella,


observando atentamente cómo intentaba cada problema.

No bromeaba cuando dijo que le costaban las matemáticas.

Shannon tenía serios problemas con la asignatura.

Al verla tener dificultades, me entraron ganas de lanzarme y


presionar, que era exactamente lo que parecía estar haciendo mientras
estaba tumbada de lado, con mis largas piernas colgando de su cama,
desmenuzando todas las sumas, ecuaciones, fracciones y porcentajes que
se nos presentaban.
Uno de sus mayores problemas era que no sabía utilizar la
calculadora con eficacia.

Rápidamente descubrí que no tenía ni idea de seno, coseno y


tangente.

Fingía que sabía lo que hacía, cuando era evidente que no.

Cuando por fin cedió, me tiró la calculadora al regazo y admitió que


no tenía ni la más remota idea de lo que estaba haciendo, acabé pasando
otros cuarenta y cinco minutos repasando con ella los métodos básicos.

Cuando por fin empezó a resolver los problemas sin que yo estuviera
encima de su cuaderno con una goma de borrar, sentí como si me hubiera
apuntado un tanto, estaba muy orgulloso de ella.

Era ridícula la satisfacción genuina que sentí cuando esos grandes


ojos azules se iluminaban cuando resolvía un problema.

Justo cuando empezaba a pensar que Gibsie tenía razón y que podía
conseguir que seamos sólo amigos, me enfrenté a mi propio problema.

Tontamente, dejé que mis ojos se desviaran del cuaderno en el que


Shannon estaba garabateando furiosamente y los dirigí hacia su cuerpo.

Seguía sentada con las piernas cruzadas y de cara a mí, pero estaba
inclinada hacia delante, trabajando duro en una suma, lo que hizo que
la camiseta de tirantes que llevaba se cayera, dándome una gloriosa vista
de sus tetas sin sujetador.

Dios santo.

Me encantaban las tetas.

Y las tetas de esta chica eran aún más atractivas.

Eran pequeñas y turgentes, con los pezones sonrosados.

Era jodidamente hermosa.


Me puse duro al instante.

—¿Estás bien? —preguntó Shannon, colocando su pequeña mano en


mi antebrazo.

—¿Eh? —Dirigí mi mirada a su cara, totalmente atrapado.

—¿Estás bien? —repitió, con los ojos azules clavados en los míos,
expresión inocente.

No estaba para nada bien, es más, no podía estar más lejos de estarlo.

Pero por su bien, asentí y dije:

—Sí, tengo un poco de hambre.

¿Qué demonios, Johnny?

—¿Puedo traerte algo? —preguntó rápidamente—. ¿Qué te gustaría


comer?

A ti.

Me gustaría comerte, Shannon.

—Probablemente deberíamos pensar en terminar con esto —dije


ásperamente—. Se está haciendo tarde.

Hice un gran esfuerzo para comprobar mi reloj sólo para fruncir el


ceño cuando me di cuenta de que en realidad se estaba haciendo tarde.

—Mierda —murmuré—. Son las seis y media.

¿Habíamos estado en su habitación durante cuatro horas?

¿Dónde demonios se había metido el tiempo?

Nunca me perdí una comida.

Ni siquiera me sentía dolorido.


No podía recordar la última vez que pasé cuatro horas sentado.

No había pasado.

Jesús, esta chica me estaba haciendo perder la noción de todo.

—Eh, sí, claro… por supuesto —murmuró Shannon, cayendo sobre


sus palabras de esa manera adorable que hacía cuando estaba nerviosa.

No te preocupes, nena, pensé, yo también estoy nervioso.

—Te agradezco mucho que me hayas ayudado —añadió, cerrando


los libros y metiéndolos de nuevo en la mochila—. Me ayudaste mucho.
—Exhala un suspiro antes de añadir—: Otra vez.

—Podemos repetirlo —dije—. Si quieres.

Se le iluminó la cara y se acercó más a mí.

—¿De verdad?

Asentí lentamente y resistí el impulso de acercarme y tocarla.

—¿No te importaría? —preguntó Shannon, con los ojos muy


abiertos, mientras se acercaba tímidamente hasta que sus rodillas tocaron
mi muslo izquierdo.

—No, Shannon. —Fallando miserablemente, me acerqué y le pasé


un mechón de pelo por detrás de la oreja—. No me importaría.

Basta, Johnny.

¡Basta ya!

Lo intenté.

De verdad, sinceramente, intenté que mi cuerpo saliera de su cama,


pero ella estaba ahí, estaba ahí mismo, joder, y no pude encontrar ni una
pizca de determinación dentro de mí.
Me quedé allí sentado, sabiendo lo que se avecinaba, sabiendo que
era lo peor que podía permitir que pasara, y de todos modos deseándolo
más que mi próximo aliento.

—Tal vez en la biblioteca la próxima vez. —Finalmente encontré las


palabras que decir—. O en la escuela.

Su pequeña cara en forma de corazón asintió de arriba abajo.

—De acuerdo.

—Porque no debería estar aquí —añadí débilmente—. En tu


habitación.

—Lo sé —respondió ella, con voz pequeña e insegura.

—Es que, eh… —Tragué saliva—. Probablemente debería irme a


casa ahora.

—¿Johnny? —susurró.

—¿Sí?

—Hola —susurró, acercándose.

—Hola —balbuceé, apretando su edredón con tanta fuerza que


estaba seguro de que iba a rasgar la tela.

—¿Johnny? —susurró Shannon de nuevo.

—¿Sí?

—Ahora voy a abrazarte. —Ella enganchó su pierna sobre la mía—.


¿Te parece bien?

No lo hagas.

Nunca superarás a esta chica.


—Sí. —Exhalé un suspiro entrecortado, sintiendo mi corazón chocar
contra mi caja torácica, mientras ella se cernía sobre mí—. Está bien.

—Gracias por lo de hoy —me susurró al oído mientras se sentaba a


horcajadas sobre mí.

—De nada —respondí bruscamente, aferrándome a mi autocontrol


con todas mis fuerzas.

No le pongas las manos encima.

Demasiado tarde.

Mis manos se movieron por sí solas, saliendo disparadas para sujetar


sus caderas.

La sensación de tenerla encima era demasiado.

Era jodidamente demasiado.

—Debería irme —gemí, mientras la arrastraba sobre mi regazo,


incapaz de impedirme empujar hacia arriba.

A la mierda el dolor en mi ingle.

Estaba ardiendo por esta chica.

Shannon me rodeó los hombros con los brazos y balanceó las caderas
sobre mí en el mejor y más jodido abrazo que jamás había recibido.

—No quiero que te vayas —gimió, en verdad gimió en mi oído.

Gimiendo, me senté hacia delante y la atraje contra mí, abrazándola


y meciéndome sobre ella, y perdiendo la cabeza.

Juegas con fuego.

Esta chica te va a arruinar.

Joder.
—Debería irme —seguí diciéndole mientras enterraba la cara en su
precioso cuello y rezaba para que la intervención divina me detuviera
antes de que le quitara algo que no pudiera devolverle.

Antes de que ella me quitara algo que nunca podría recuperar.

Porque nunca había sentido tanto por nadie.

Y fue con ese conocimiento que supe que nunca podría ser egoísta
con ella.

—Shannon, realmente tengo que irme a casa ahora —le dije, en tono
grueso y grave—. De verdad.

—Oh… por supuesto. Lo siento mucho —susurró mientras se bajaba


de mi regazo—. ¿Si eso es lo que quieres? —añadió, retirándose a la
esquina más alejada de su cama.

No.

No, eso no era lo que quería.

Pero era lo correcto.

¡Maldita sea!

Con un autocontrol que no sabía que poseía, bajé de la cama y me


puse de pie.

De espaldas a Shannon, me acerqué a la ventana y fingí mirar hacia


afuera mientras me acomodaba discretamente el enorme problema que
tenía en los pantalones.

Sabía que probablemente estaba asustando a Shannon al quedarme


parado así, pero no podía irme hasta que me hubiera calmado.

Sentía dolor y estaba cachondo.

Era una combinación terrible.


Inspirando varias veces para calmarme, cerré los ojos y me esforcé
por controlarme, y pensé en todas las cosas poco sexys imaginables,
desde mi abuela muerta, que Dios bendiga su alma, hasta Gibsie
travestido.

Cuando Shannon volvió a hablar, ya me había calmado.

—¿Johnny? —dijo en voz baja desde su posición en la cama—. Lo


siento.

—No lo sientas —respondí, con tono grueso y ronco, confiado en que


no la traumatizaría cuando me diera la vuelta—. Está todo bien. Sólo…
me voy a casa ahora.

—De acuerdo. —Ella asintió tímidamente y se bajó de la cama—. Te


acompaño.

Me mantuve alejado de su cuerpo mientras la seguía, sabiendo que si


no lo hacía era muy probable que la llevara de nuevo a ese dormitorio y
lo estropeara todo sin remedio.

Como cada vez que me alejaba de esta chica, cuanto más cerca estaba
de irme, más deprimido me sentía.

—Entonces, ¿supongo que te veré mañana? —dijo Shannon cuando


me paré fuera.

—Sí. —Metiendo la mano en mi bolsillo, saqué las llaves del coche—


. Claro que sí.

—Gracias de nuevo por lo de hoy.

—Gracias por mostrarme tu habitación —contesté, encogiéndome


internamente por el estúpido comentario.

—Oh, no hay problema. Puedes verla cuando quieras —respondió


Shannon, sonriendo.

Sonreí ante su metedura de pata verbal.


—Oh, Dios. —Se tapó la boca con una mano, con los ojos
desorbitados—. Yo no…

—Cálmate. —Me reí entre dientes—. Sé a qué te referías.

Di un paso adelante, porque era un bastardo masoquista aficionado


a torturarme y le di un beso en la mejilla.

—Adiós, Shannon.

—Adiós, Johnny —susurró ella, temblando en el umbral.

Entonces me di la vuelta y caminé directamente hacia mi coche, sin


atreverme a volver a mirarla.

Masoquista o no, si me volvía y miraba de nuevo aquellos ojos azul


noche, iba a ahogarme en ellos.
Rudo Despertar

Shannon
—¿Qué haces levantada? —ladró papá cuando entré en el salón más
tarde esa noche para agarrar mi teléfono, que había olvidado tontamente
en el sofá cuando estaba haciendo una limpieza de emergencia después
de que Johnny se fuera.

—Dejé mi teléfono aquí abajo —expliqué rápidamente. Había estado


tan distraída con Johnny que tuve que hacer todas mis tareas en un
tiempo récord.

—Entonces agárralo y vete —ordenó papá—. El United está


jugando.

No era propio de mí dejar cosas tiradas por la casa, pero tenía la


cabeza en las nubes.

Nube Johnny, para ser precisa.

Sabía que había jugado una peligrosa partida de ruleta rusa


llevándolo a mi dormitorio esta tarde.

Si mi padre hubiera llegado a casa, me habría matado.

El problema era que, si se presentaba la oportunidad, sabía que


volvería a hacerlo.
Tenerlo así en mi espacio, aunque sólo fuera por un rato, era
maravilloso.

Era personal.

Y me sentía segura.

Como si nada pudiera tocarme cuando él estaba cerca.

En cierto modo, ¿puede ser que lo haya hecho a propósito?

Como si esperara que mi padre volviera a casa para ver al chico


enorme que sabía que no le dejaría hacerme daño.

Era un pensamiento loco.

Me estaba volviendo loca.

Pensar en Johnny sentado en mi cama, ofreciéndose a darme clases,


hizo que mi corazón golpeara contra mi caja torácica.

Era tan inteligente.

De verdad, era increíblemente inteligente, paciente y un millón de


cosas increíbles.

Cuando se marchó, me pasé el resto de la noche con una sobrecarga


emocional, pensando en lo imprudente que había sido.

No tenía ni idea de lo que estaba pensando cuando me subí así a su


regazo, pero no me importó porque Johnny me devolvió el abrazo.

Me estrechó contra su cuerpo y me abrazó tan fuerte que aún


temblaba por el contacto.

Y luego me dio un beso de despedida.

De acuerdo, fue en la mejilla, pero aun así.

Sus labios habían tocado mi cuerpo sin coacción.


Ahora ni siquiera me importaba Bella.

Al menos, no esta noche.

Era difícil pensar en lo negativo cuando me acababa de pasar algo


tan increíblemente positivo.

Entendía que él no me viera como yo lo veía a él, y entendía que esto


nunca llegaría a ser nada más que amigos, pero no me importaba porque
él parecía quedarse cerca.

Parecía decidido a ayudarme.

No estaba segura de lo que estaba pasando, pero fuera lo que fuera,


no quería que se detuviera.

Me alegraba de ser su amiga.

Sólo quería mantenerlo en mi vida.

De cualquier manera que pudiera.

Quería que se quedara…

—¿Estás sorda? —La voz arrastrada de mi padre penetró en mis


pensamientos, devolviéndome a la realidad con un golpe deprimente.

—¿Eh?

—Dije que te quites de en medio, maldita sea —ladró papá,


lanzándome el control remoto—. ¡No puedo ver el partido contigo!

El control remoto me golpeó la cadera y cayó al suelo, con lo que las


pilas salieron volando y rodaron debajo del sofá.

—Lo siento. —Me apresuré a apartarme del televisor y a recuperar


las pilas y volver a ponerlas en el control.
—¿Por qué actúas así? —preguntó entonces papá, mirándome con
sombría desconfianza.

Exhalando lentamente, dejé el control en la mesita y agarré el celular


antes de girarme para mirarlo.

—¿Actuar cómo, papá?

—Actuando de forma extraña —me acusó, mirándome fijamente—.


Sonriendo para tus adentros.

Me encogí de hombros, sin saber qué responder.

—¿Qué sucede? —gruñó, observándome como un halcón, con sus


ojos marrones duros e inflexibles.

—No pasa nada —respondí en voz baja.

Empujó su sillón hacia abajo y se levantó.

El movimiento provocó un tsunami de terror que inundó mi cuerpo


y me escabullí hacia atrás.

—Dame eso —me indicó tendiéndome una mano.

Levanté las cejas.

—¿Mi teléfono?

—Sí, tu teléfono —se burló—. Dámelo.

Temblando, me acerqué a él y se lo puse en la palma de la mano.

Inmediatamente, empezó a hojear mis mensajes y mi lista de


llamadas.

No entendí por qué, teniendo en cuenta que se balanceaba tanto que


dudaba que pudiera leer en su estado.
Pero no me atreví a moverme, sabiendo que si me iba, esto podría
volverse turbio.

—¿Dónde está su número? —exigió, agarrando mi teléfono con su


enorme mano.

—¿El número de quién, papá? —balbuceé.

—El muchacho que anda husmeando cerca de ti —gruñó—. El pez


gordo de los periódicos.

Se me encogió el corazón.

—¿Qué?

Su mirada pasó de mi teléfono a mí.

—Fran, la vecina, dijo que vio a un chico de tu escuela conduciendo


por aquí —balbuceó—. Dijo que lo vio dejarte en casa hoy. —Volvió a
centrar su atención en mi teléfono—. ¿Dónde está su número? ¿Dónde
están sus mensajes? ¿Con quién diablos estás saliendo? ¿Es él? ¿Ese
imbécil del rugby? ¿El idiota de Kavanagh?

¡Maldita sea, Fran!

—Nadie, papá —mentí entre dientes—. Hoy estuve enferma en la


escuela y Claire y su hermano Hughie me trajeron a casa.

—¿Hughie Biggs? —siseó papá, balanceándose de nuevo sobre sus


pies—. ¿Ese idiota creído? ¿Por eso andas por ahí con una enorme
sonrisa en la cara?

—¿Qué…? ¡No! —Sacudí la cabeza y retrocedí—. No estoy con


Hughie. No estoy con nadie.

—No te creo —gruñó.

—No estoy mintiendo —dije con voz ahogada—. No tengo novio.


—No hace falta tener novio para que andes de puta —siseó—.
Pregúntaselo a tu madre.

—No estoy saliendo con nadie —dije con voz ahogada, asustada—.
¡Juro por Dios que no!

Extendió la mano, me la puso en el hombro y apretó con fuerza.

—Si me estás mintiendo…

—No, papá —grité, doblándome bajo la fuerza de su contacto—. Por


favor…

Mis palabras se interrumpieron cuando el puño de mi padre conectó


con mi mejilla, golpeándome tan fuerte que mi cabeza se echó hacia atrás
por la fuerza.

Defiéndete, Shannon.

Agarra algo.

Cualquier cosa.

Haz algo.

El dolor me quemó la cara, las lágrimas me llenaron los ojos y, aun


así, no hice nada.

No me defendí.

No intenté correr.

Me quedé allí de pie.

—Ven aquí —gruñó. Con la mano en mi hombro y sus dedos


clavados en mis huesos, papá me llevó a la cocina, sin detenerse hasta
que llegamos al fregadero.

—Abre el agua —me ordenó.


Sin dudarlo, me acerqué y abrí el grifo.

—Llénalo —ordenó, tirando un vaso de medio litro del escurridor a


la pila del fregadero.

Por suerte, no se rompió y me apresuré a llenar el vaso, resistiendo el


impulso de agacharme y rodar para liberarme de su agarre.

—¿Ves esto? —siseó mientras dejaba caer mi teléfono al agua—. ¿Lo


ves, chica?

Inmóvil, asentí, viendo cómo el teléfono se hundía en el fondo del


vaso.

—Si descubro que me estás mintiendo, no será tu teléfono lo que


ahogue —gruñó, clavándome los dedos tan fuerte en el hombro que mi
espalda se arqueó sin que mi cerebro lo permitiera—. ¿Me oyes?

—Te oigo —gemí, temblando de pies a cabeza.

—Tampoco vayas corriendo a contarle historias a tu hermano —me


siseó al oído. Apartándome de un empujón, añadió—: O los mandaré a
ambos a la calle.

Ojalá lo hicieras, me contuve de decir.

Porque, ¿qué sería de Tadhg, Ollie y Sean si nos íbamos?

Tadhg era el siguiente en la línea sucesoria a mí, por lo tanto se


llevaría la peor parte de la ira de mi padre.

Aquel concepto me resultaba aborrecible.

Levanté la mano, me froté la mejilla y me obligué a no llorar.

Me dirigió una última mirada antes de negar con la cabeza.

—Vamos, desaparece de mi vista.


Sin decir nada más, salí a toda prisa de la sala con los ojos llenos de
lágrimas.

¡Te odio! grité en silencio mientras corría hacia mi habitación, ¡Te odio
con todas mis fuerzas!

Subí corriendo a mi habitación, tomé la decisión consciente de pasar


de puntillas por delante de la habitación de Joey, obligándome a no hacer
ruido, y luego me encerré rápidamente en mi habitación.

Apagué la luz, me metí en la cama, me tapé con las sábanas y agarré


el discman.

Menos de dos minutos después, llamaron suavemente a la puerta de


mi habitación.

—¿Shan? —La voz de Joey llegó desde el otro lado del marco—.
¿Está todo bien?

Debatí no contestarle, pero decidí no hacerlo, sabiendo que el sacaría


automáticamente la conclusión correcta y todo el infierno se desataría.

Acababa de volver de casa de Aoife esta noche.

No quería que se fuera otra vez.

En vez de eso, le dije:

—Estoy bien, Joe. Sólo cansada.

Hubo una larga pausa antes de que volviera a hablar.

—¿Estás segura?

—Sí —balbuceé, apretándome el labio inferior con los dedos para que
no me temblara la voz.

—No pareces estar bien —replicó mi hermano.


Maldita sea.

Me aclaré la garganta y añadí:

—Tengo problemas femeninos.

—¿Problemas femeninos? —replicó confuso.

—Tengo la regla.

—Por el amor de dios, no necesitaba saberlo, Shan —gimió Joey, y


me lo imaginé estremeciéndose al otro lado de la puerta.

Poco después, el sonido de la puerta de su habitación al cerrarse llenó


mis oídos.

Solté un suspiro entrecortado y me limpié las lágrimas ardientes que


me quemaban las mejillas.

Uno de estos días, iba a irme de esta casa.

Y cuando lo hiciera, no volvería jamás.

Con ese pensamiento, esa pequeña brizna de esperanza y el CD de


mezclas de Johnny sonando en mis oídos, me quedé dormida.
Regalos Pegajosos

Johnny
Desde los seis años, me había centrado exclusivamente en el rugby.

Creía en mí mismo y en mis habilidades.

Había algo dentro de mí que cobraba vida, una sensación casi


danzante que revoloteaba sobre mi piel, cuando tenía el balón en las
manos.

Sabía que iría a La Academia, y cuando llegué allí no me sorprendió


lo más mínimo.

Así de seguro estaba de mi futuro.

Me negaba a aceptar cualquier otro camino en mi vida.

Una carrera en el rugby profesional era mi meta, mi propósito, mi


puto destino, y me estaba aferrando a él con ambas manos.

No era impulsivo.

Era firme.

Orientado a objetivos.

Motivado.

Decidido.
Probablemente también tenía muchos otros rasgos negativos, pero
sólo me centraba en mis puntos fuertes.

Las únicas debilidades que me interesaba conocer eran las que


afectaban a mi juego.

Una vez descubiertas, trabajaba como un loco para corregirme.

Era una persona bastante decidida.

No le daba vueltas a mis decisiones ni nada de eso.

Tomaba una decisión y me ceñía a ella.

Como cuando tenía seis años y decidí que haría una carrera de mi
pasión.

Resuelto.

O cuando decidí que estudiar Negocios era la opción perfecta para


mí.

Sencillo.

Tomaba una decisión y la mantenía.

Tenía que ser muy cuidadoso con mis elecciones porque una vez que
tomaba una decisión, una vez que me decidía por algo, o peor, mi
corazón, estaba en mi naturaleza seguirlo con un hambre obsesiva.

No había marcha atrás, ni dudas, ni cambios de opinión.

Lo más probable es que mi personalidad tuviera mucho que ver con


mi indecisión.

No conectaba con la gente porque sí, y nunca con las chicas.

Era consciente de que tenía una personalidad obsesiva.

Era la razón por la que llegué a mi posición tan pronto en mi carrera.


Sabiendo esto, mi situación actual era aún más deprimente.

En cuestión de meses, había perdido la cabeza por una maldita chica.

¿Y mi corazón?

Joder, el trozo de piedra funcionaba después de todo, y me había


lanzado una bola curva uniéndose a una escuálida de tercer año con
coletas castañas y ojos azules que me abrasaban el alma.

Debía tener mucho cuidado con mi próximo movimiento, porque


una vez que decidiera que ella era la chica para mí, eso sería todo.

Una vez que me comprometiera, una vez que mi corazón la


reclamara, bien podría ponerme una etiqueta en la frente que dijera: «Soy
tuyo, por favor, sé amable conmigo porque estoy aquí para quedarme».

Lo más aterrador de todo era saber que me estaba conteniendo por


los pelos, y que la zambullida me parecía más atractiva cada vez que la
miraba.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Gibsie cuando entró en mi


habitación sin llamar el martes por la noche, distrayéndome de mis
pensamientos.

—¿Qué parece que estoy haciendo? —Dejé caer mi bolígrafo sobre el


escritorio, me giré en mi silla giratoria y lo miré fijamente—. La tarea.

No era raro que Gibsie llegara a mi casa a cualquier hora del día o de
la noche.

Me alegré de que esta vez no lo acompañara el puto gato.

Era más que una posibilidad con él.

—Muchacho, eres como un nerd. —Gibsie tiró su mochila junto a


mi escritorio y luego se arrojó en mi cama, cruzando los brazos detrás de
su cabeza—. ¿Recibiste un mensaje del entrenador?
—Efectivamente —respondí, terminando un problema de
trigonometría que estaba resolviendo cuando él irrumpió:

—Esperemos que esta vez consiga que alguien que no sea la Sra.
Moore vaya de acompañante.

Gibsie se estremeció.

—Esa mujer está chiflada.

—Sí, lo está —asentí.

El entrenador había enviado un mensaje de texto al grupo hacía una


hora, haciéndonos saber que Royce finalmente había aceptado jugar
contra nosotros.

Este viernes.

En Dublín.

En los terrenos de su escuela.

Con la condición de que yo no jugara.

Sonreí para mis adentros, feliz de haber tenido tal efecto en esos
entrenadores.

—Malnacidos de Dublín —refunfuñó entonces Gibsie—. Haciéndole


la vida imposible a todo el mundo.

—¿Hola, imbécil? —dije—. ¡Soy un malnacido de Dublín!

—Tú no —respondió, con cara de vergüenza.

—Lo que tú digas, campesino, estiércol de las montañas —refunfuñé


mientras garabateaba la respuesta a la pregunta B.

—Sabes que eso no es socialmente aceptable —replicó Gibsie—.


Llamarme campesino.
—También lo es llamarme Jackeen —repliqué—. Sin embargo, lo
haces a diario.

—Eres un Jackeen —discutió.

Puse los ojos en blanco.

—Y tú eres un puto apestoso campesino como ningún otro.

—Que te jodan, chico de ciudad.

—Que te jodan a ti también, chico de campo.

—Idiota mayúsculo.

—Mancha rebelde de paja.

Gibsie se rio.

—¿Cómo somos amigos?

—Llevo años preguntándomelo, muchacho —respondí, con la


mirada fija en mi trabajo—. Es uno de los mayores misterios sin resolver
de la vida.

—Tengo tarea —anunció entonces.

—Lo sé —respondí, sin perder el ritmo—. Me encanta la forma tan


poco sutil en que has dejado caer tu mochila en mi escritorio.

—No puedo hacerlo —gimió.

—No —corregí con calma—. Puedes hacerlo. —Saqué la


calculadora, calculé la fórmula que necesitaba y garabateé los
resultados—. Es que eres demasiado vago.

—Es difícil —se quejó.

—La vida es difícil, Gibs —afirmé—. Saca tus libros. No voy a volver
a hacerlo por ti.
—Pero lo haces mucho mejor que yo —gimió.

—Lo dice el tipo que hace cinco minutos me acaba de llamar «nerd»
—respondí.

—Sabes que eso es un cumplido —argumentó—. Vamos, Johnny…

—De acuerdo, pero estoy cansado y tengo que ir a la piscina antes de


ir al colegio por la mañana, así que sólo voy a hacer una asignatura —
espeté, terminando mi propia tarea—. Elige tu asignatura.

—Inglés —me dijo asintiendo—. Tengo una redacción para mañana.

Exhalando un fuerte suspiro, abrí la cremallera de su mochila y saqué


su libro de inglés.

—¿Sabes que el año que viene tendrás que leer los libros antes de los
exámenes? —añadí—. Toda la tarea del mundo no te servirá de nada si
entras ahí sin estudiar.

Gibsie sonrió.

—Te prometo que me pondré al día durante las vacaciones de


Semana Santa, papá.

—No me vengas con esa mierda de papá —refunfuñé mientras me


apresuraba a terminar su tarea—. Tienes que empezar a bajar la cabeza,
Gibs —añadí antes de ponerme manos a la obra—. Nos vamos de la
escuela el viernes, muchacho. Tienes que aprovechar esas dos semanas
libres para ponerte al día.

—Lo haré —refunfuñó.

—Más te vale —advertí.

Gibsie me dejó trabajar en silencio unos veinte minutos, todo un


récord para él, antes de desconcentrarme y preguntarme:

—¿Arreglaste lo de Bella por lo que hizo en el colegio?


—Joder, claro que sí —gruñí, enfadado al instante al recordarlo—.
Le envié un mensaje de texto para recordárselo.

—¿Shannon estaba bien? —preguntó—. ¿Qué le dijo?

—Nada bueno —murmuré, terminando un párrafo—. No quiso


decírmelo, muchacho, pero tú y yo sabemos lo venenosa que tuvo que
ser si salió de la boca de Bella.

—Ugh —gimió—. No sé cómo pudiste tocarla.

—Yo tampoco —admití con un estremecimiento.

—¿Por cierto? —musitó Gibsie, distrayéndome una vez más—.


Volviste a arrasar.

Me volví para fulminarlo con la mirada.

—No lo hice.

—Sí, muchacho, lo hiciste. —Se rio entre dientes—. Intenté


detenerte, después de tu perorata de la otra semana «sálvame, Gibsie, por
favor, sálvame de mí mismo», y tú seguiste adelante y arrasaste como un
tren de mercancías.

—Bueno, ¿qué demonios se supone que tenía que hacer? —dije,


tirando el bolígrafo—. ¿Simplemente quedarme atrás y no hacer nada
mientras Bella la llamaba zorra delante de la mitad de la puta escuela por
mi culpa?

—¿Bella llamó zorra a Shannon? —Gibsie frunció el ceño, ahuecando


una almohada—. Mira quién habla.

—Lo sé —refunfuñé—. Eso es lo que dije.

—Así que desapareciste del colegio con Shannon y no volviste


después de comer —añadió, arqueando una ceja—. ¿La volviste a meter
en tu coche?
—Tal vez —dije.

—¿Hiciste algo además de llevarla a casa?

—¿Cómo qué?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. ¿Invitarte a tomar el té o


algún truco típico de Johnny como ese?

Bajé la cabeza.

—Arrasar. —Gibsie se rio.

—Cállate —murmuré, apartándome de mi escritorio.

Había terminado por esta noche.

La concentración que tenía se había esfumado.

—Eso de ahí es un sobresaliente —le dije, señalando su redacción de


cinco páginas, pulcramente escrita—. Da las putas gracias.

—Estoy agradecido —me aseguró con una sonrisa radiante antes de


decir—: Y creo que tienes que revisar la noción de amigo. Te dije esta
mañana y te lo repito, que nunca funcionará.

—No. —Negué con la cabeza—. Te equivocas. Puedo hacer lo de ser


su amigo.

—Está claro que no puedes. —Gibsie se rio—. Chico enamorado.

—Hoy la ayudé —dije entre dientes, tensándome—. Eso es lo que


hacen los amigos por los amigos.

—Por cierto, Robbie Mac me preguntó si podía sacarle su número a


Claire durante la comida —afirmó Gibsie en tono impasible.
Incorporándose para apoyarse en los codos, me miró y añadió—: Dijo
que le encantaría llevar a la Pequeña Shannon al cine el fin de semana.
—¡Espero que le dejaras las cosas claras a ese cabrón! —siseé—.
Gibs, será mejor que no le hayas dado su número a ese imbécil.

Volvió a tumbarse en la cama y se rio.

—Te estoy tomando el pelo. Robbie no es un suicida. Todos los


chicos te oyeron alto y claro aquel día, Cap.

Lo fulminé con la mirada.

—Eso no tiene gracia.

—Es muy divertido. —Se rio—. Eres una causa perdida con esa
chica. —Sonriendo, añadió—: Será mejor que te pongas las pilas,
muchacho. Ninguna chica quiere un pene roto.

—No te… —Hice una pausa, me pellizqué el puente de la nariz y


apelé a toda la paciencia que llevaba dentro antes de continuar—: No
voy a ir allí con ella, y mi pene y mis pelotas son asunto mío.

—Sólo te estoy cuidando —respondió Gibsie—. Oh, casi lo olvido…


—Metió una mano en el bolsillo de sus jeans y sacó un frasco tamaño
viaje—. Toma —dijo, lanzándome la botella al otro lado de la
habitación—. De mis bolas a las tuyas.

La atrapé en el aire y leí la descripción de la botella.

—¿Lubricante? —ladré—. Jesús, Gibs.

—Oye, no lo critiques hasta que lo pruebes —se burló—. Hice un


gran esfuerzo buscando en una docena de farmacias diferentes para
conseguirlo para ti. —Meneando las cejas, añadió—: El farmacéutico me
dijo que es de tacto sensible.

Lo miré fijamente.

—Está medio vacío.

Se encogió de hombros.
—Tenía que probarlo antes de recomendártelo.

Inmediatamente dejé caer el frasco al suelo de mi habitación.

—Eres un puto asco —gemí, limpiándome las manos en los muslos—


. Cristo.

—No seas mojigato. —Gibsie se rio—. Es perfectamente normal.

—El lubricante es normal —acordé—. Tú, en cambio, no lo eres.

—No veo cuál es el problema —resopló—. Te compré un regalo. No


tiene nada de raro. Deberías agradecerme que me interese por tu vida.

—Muchacho, acabas de comprarme un regalo para mi pene —dije


indiferente—. No hay nada más raro que eso.

—Lo que tú digas, muchacho. —Se encogió de hombros, sin


inmutarse—. Me da igual lo que piensen los demás.

—Sí, Gibs —respondí—. Creo que ya dejamos claro eso.

—Pero, ¿sabes a quién le importará? —musitó, sonriendo—. A tu


Shannon.

—Ella no es mi Shannon —ladré.

—¡Y nunca lo será si no solucionas tu puto problema! —replicó.

Jesucristo…

—Nada ha cambiado —dije en el tono más paciente que pude


reunir—. No puedo, no quiero y nunca iré allí.

Mentiras.

Mentiras.

Mentiras.
Mi mejor amigo me miró fijamente durante un largo momento antes
de preguntar:

—¿Estás seguro de eso, Johnny?

Ni siquiera un poco.

—Absolutamente.

—Como te parezca —respondió Gibsie.

—Gracias.

—Pero para que lo sepas —añadió—, ella siempre ha sido tu


Shannon.
Corrector

Shannon
—No preguntes —advertí cuando encontré a Claire parada afuera del
baño de chicas en la mañana del miércoles, con una expresión
horrorizada en su rostro.

Envolviendo mi brazo a través del suyo, la metí en el baño.

—Sólo ayúdame a esconderlo.

—Shannon, yo… yo… —Claire negó con la cabeza y me miró fijo—


. Shan…

—Por favor —espeté, soltando la mochila en el piso del baño y


atrapando sus manos—. Ayúdame.

Se le llenaron los ojos de lágrimas.

—No hagas esto —rogué, apretando sus manos—. Sólo ayúdame.

Continuó mirándome por un largo momento con casi una expresión


en trance antes de finalmente despabilarse.

—Está bien —sollozó y luego me ofreció una sonrisa brillante—.


Justo tengo el truco.

Exhalé un enorme suspiro de alivio.


—Gracias.

Veinte minutos después, miré mi reflejo en el espejo y difícilmente


me reconocí.

—Tuve que ir con la sombra ahumada por completo, tipo ojo de gato
para coincidir con la sombra que usé para cubrir tu… —Su voz se rompió
y se aclaró la garganta varias veces antes de añadir—. Bueno, ¿qué
piensas?

—Guau —susurré, tocando mis labios pintados de rojo—. Mis labios


son enormes.

—Sí, lo son. —Claire estuvo de acuerdo—. Las mujeres pagan miles


de euros por labios como los tuyos y tú ni siquiera los aprecias.

—Y mis ojos. —Giré la cabeza y jadeé, revoloteando las pestañas con


admiración—. Guau, esos son…

—¿Preciosos? —ofreció Claire, viniendo a pararse a mi costado—


Porque eres enfermizamente preciosa.

—Es el maquillaje —le aseguré, avergonzada.

—Es la chica —corrigió Claire mientras deslizaba un brazo alrededor


de mi hombro.

Me encogí por el contacto, todavía dolorida por el arrebato de mi


padre, y el rostro de Claire se desanimó.

—Shannon, no puedo…

La puerta del baño se abrió y Lizzie entró, haciendo que Claire cierre
la boca de golpe y que yo me hundiera de alivio.

—Vamos, chicas —dijo, moviendo una mano hacia nosotras—.


Llegamos tarde a clases.
Nunca en mi vida había estado más agradecida por verla de lo que
estaba en este momento.

—Voy a matar a esa perra —siseó Lizzie más tarde ese día durante el
almuerzo.

Las palabras se habían esparcido en la escuela acerca del incidente


con Bella ayer y mi amiga estaba reventando en ira.

—En serio —añadió Lizzie, mirando hacia la mesa al lado opuesto


del pasillo del almuerzo en donde estaban sentados al menos quince
estudiantes, uno de ellos siendo Bella Wilkinson.

—Si mira hacia acá una vez más, voy a ir allá y arrancar esas
pequeñas nuevas y brillantes extensiones de su cabello.

—Son bastante malas —concordó Claire con una sonrisa.

—¿Malas? —espetó Lizzie—. Luce como si se hubiera pegado un


alga marina negra en su cabello. —Murmurando algo en voz baja,
añadió—. Es un trol.

—Sólo ignórala —supliqué, eligiendo mantener los ojos pegados a


mi sándwich y no en la mesa de la que estaba recibiendo miradas
asesinas.

Era más seguro mantener la cabeza gacha.

Durante todo el día, en todas partes que iba, ojos curiosos me


seguían.

No sabía cómo manejar este tipo de atención.

Necesitaba no llamar la atención.


Y pasar tiempo con Johnny era tan bueno como zozobrar.

Me había topado con él en no menos que tres veces entre clases hoy,
y en cada ocasión me había esbozado esa hermosa sonrisa de doble
hoyuelo, preguntado cómo iba mi día, y contándome que me alcanzaría
más tarde.

Podía sentir sus ojos en mí ahora mismo desde el otro lado del salón.

Y me aterrorizaba.

Por primera vez en mi vida académica, me había sido dada la


hermosa capa de invisibilidad en Tommen.

Johnny Kavanagh amenazaba con quitarme eso y no era ni lo


suficientemente valiente como para dejar que lo hiciera.

Todo lo bueno de anoche había sido alejado por las amenazas de mi


padre y el temor de la ira de Bella.

Ahora, tenía miedo de nuevo.

De Bella.

De mi padre.

De las otras chicas en esta escuela.

De mis sentimientos.

De Johnny.

De mi propia maldita sombra.

—Y tuvo el descaro de decirte zorra —continuó Lizzie quejándose,


conmigo y Claire mirando con impotencia—. Ella es la que está a
horcajadas sobre Cormac Ryan por allí.

—No importa —le dije rápidamente, rogando que lo dejara ir.


—Sí importa, Shannon —espetó Lizzie—. Nadie puede hacerte esto.
No aquí. ¡No de nuevo!

—Liz —dijo Claire en un lento tono de advertencia—. Déjalo ya,


¿bueno?

—Vamos a irnos de vacaciones el viernes —susurré, más para mí que


para las chicas, como si desesperadamente tratara de calmarme—. Dos
semanas sin Bella.

—Exactamente —ofreció Claire con gentileza—. Todos se habrán


olvidado de esto para cuando regresemos.

—No puedo creerte —espetó Lizzie, mirando hacia Claire—. ¿Cómo


puedes estar bien con esa perra hablando mierdas acerca de tu mejor
amiga?

—No estoy bien con ello —repitió Claire igualmente—. Sólo sé que
hacer una escena es la última cosa que alguien necesita.

—¿Sabes lo que todos están diciendo? —demandó Lizzie, y luego


continuó antes de que alguna tuviera la oportunidad de responder—.
Todos están diciendo que Shannon está teniendo sexo con Johnny
Kavanagh.

—Genial —gemí y dejé caer la cabeza entre mis manos.

Claire pasó una mano suave sobre mi hombro.

—Bueno, no es cierto.

—Sé eso. —Lizzie bufó—. Pero Bella ha estado por ahí diciendo que
Shannon es la razón por la que ella y Johnny terminaron —siseó
Lizzie—. Por esa perra y sus mentiras, todos en la escuela están hablando
de nuestra amiga y diciendo que debe tener una vagina de oro para hacer
girar la cabeza de ese gran idiota…

—¡No! —siseó Claire—. No lo repitas.


—Me voy a casa —solté, empujando atrás mi silla, lista para salir
volando.

—No —repitió Claire calmada, empujándome de regreso en mi


silla—. No te vas.

—Como el infierno que te vas a casa —gruñó Lizzie—. No hiciste


nada malo.

Malo o no, no me iba a quedar aquí.

Sacudiendo la mano de Claire, eché mi silla hacia atrás y me puse de


pie.

—Lo siento —dije con voz ahogada, mirando hacia mis amigas—.
Pero no puedo hacer esto de nuevo.

—Iremos contigo —dijo Claire detrás de mí—. Shan, sólo no


huyas…

—No, está bien —murmuré—. Ustedes quédense. Yo sólo… me voy


a ir ahora. —Girándome, pasé por las mesas y sillas bloqueando mi
camino y me apresuré hacia la salida.

No obstante, no anticipé la mano que salió de la mesa de rugby en la


puerta y que agarró mi muñeca, tirándome a una parada abrupta.

—¿Qué sucede? —Johnny estaba sentado en su silla, con su mano


envuelta alrededor de mi muñeca, mirándome hacia arriba con una
expresión preocupada—. ¿Shannon?

Sacudiendo la cabeza, tiré de mi mano, pero Johnny no la dejó ir.

En su lugar, me jaló más cerca suyo, haciéndolo todo mucho peor.

—¿Qué sucede? —preguntó.


—Yo, uh, necesito ir a casa —dije con voz tensa, mirando alrededor
con nerviosismo y encontrando varios pares de ojos pegados a mi cara.
Girando de regreso a Johnny, susurré—: Necesito irme ahora.

—¿A casa? —Johnny frunció el ceño—. ¿Por qué?

—Mira alrededor, Señor Jodido Caliente —siseó Lizzie, viniendo a


pararse a mi costado—. O mejor dicho, abre los oídos.

—Mis ojos están abiertos —respondió Johnny mientras liberaba mi


mano y giraba su atención hacia Lizzie—. Y mis oídos están justo aquí.

—Lizzie —gruñí, negando con la cabeza—. Sólo déjalo.

—No, si ella tiene algo que decirme, entonces que lo diga —dijo
Johnny arrastrando las palabras—. Sigue.

—Bien —gruñó Lizzie, tomando un agarre en mi mano que Johnny


había liberado—. Tú malvada perra novia está esparciendo mentiras
acerca de mi amiga, y te estoy poniendo en completa responsabilidad
tanto por enderezar los hechos como por ponerla en su lugar.

—¿De qué está hablando? —preguntó Gibsie, que estaba sentado al


otro lado de la mesa de Johnny.

—Ni idea —dijo Johnny entre dientes.

—Estoy hablando acerca de que la reputación de mi amiga ha sido


empañada porque tú fuiste lo suficientemente estúpido de pegar tu pene
dentro de esa chica —espetó Lizzie.

—¿Qué chica? —Hughie Biggs giró la cabeza desde donde estaba


olfateando el cuello de su novia para preguntar—. ¿En dónde metiste tu
pene, Cap?

—Vete a la mierda, Hughie —espetó Johnny, sus ojos moviéndose


hacia mí.

Me sonrojé de escarlata y bajé la mirada de él.


—Oh, Jesús —preguntó otro chico que salía con ellos entonces.
Patrick Feely, creo que recordaba que Claire lo llamó una vez—. ¿Qué
hiciste ahora, Gibs?

—No fui yo, Feely. —Gibsie se rio.

—Sí —murmuró Patrick—. Por primera vez.

—¿Pueden dejar de distraerme? —gritó Lizzie—. Estoy tratando de


resolver algo aquí.

—Cariño —dijo un chico con la cabeza rapada desde unos pocos


asientos en la mesa grande—. ¿Qué estás haciendo?

—Métete en tus propios asuntos —disparó Lizzie de regreso.

—Cariño…

—Estamos en una pelea ahora mismo, Pierce Ó Neill, así que ni


siquiera me mires.

Liberando lo que sonó como un gemido de dolor, Pierce echó su silla


hacia atrás y rodeó la mesa hacia nosotros.

—Santo —dijo Gibsie tosiendo falsamente, aplaudiendo con las


manos mientras él pasaba.

—Lo siento —anunció Pierce, manos al aire mientras se acercaba a


su novia con precaución—. Todo es mi culpa.

—¿De qué te estás disculpando? —le preguntó ella.

—¿Por todo? —respondió Pierce, aunque sonó más como una


pregunta—. ¿Por lo que sea que quieras que me disculpe?

—¿Hubo algún sentido a tu gran discurso justo allí? —preguntó


Johnny, llamando la atención de todos de regreso a él.

—Sí —dijo Lizzie con acidez, enviándole dagas con la mirada.


—Entonces, llega al punto —contraatacó con frialdad.

—Bien —siseó Lizzie—. Estaba hablando acerca de Bella diciéndole


a todos que la razón por la que terminaron es porque estás montando a
Shannon. Estaba hablando acerca de que todos dicen que mi amiga debe
ser una fantástica follada para hacer girar tu estúpida cabeza de rugby.

—Su cabeza no tiene forma de balón de Rugby —se burló Gibsie—.


También dijiste eso sobre mi cabeza.

—Ahora no, Gerard —amonestó Claire mientras se hundía en la silla


al lado de él.

—Ella está mintiendo —espetó Johnny, erizándose con tensión.

—Obviamente —se burló Lizzie, sacando las manos de Pierce


mientras trataba de ponerlas en sus hombros—. Así que ahora quiero
saber, ¿qué vas a hacer al respecto?

—Nada —dije—. Él no va a hacer nada acerca de esto porque ¡no


hay nada que hacer!

—Es tu culpa, Johnny —continuó Lizzie hablando sobre mí—. Esto


depende de ti. Ella es tu ex loca. Así que, resuélvelo.

Johnny permaneció completamente inmóvil por cerca de cinco


segundos, ojos fijos en Lizzie, sin decir una sola palabra, antes de entrar
en acción.

Echó su silla hacia atrás y se puso de pie, ojos fijos en mí.

—Vamos.

—¿Q-qué? —dije con voz ahogada, mirándolo boquiabierta.

—Ven conmigo —ordenó, extendiendo la mano hacia mí—. Vamos


a resolver esto, ahora.
Miré hacia Lizzie, quien tenía las manos envueltas alrededor de su
pecho y una expresión de satisfacción en su rostro, hacia Gibsie que lucía
eufórico, hacia Claire que estaba encogida, a los otros chicos que sólo
lucían en completa confusión, antes de finalmente poner mi mirada en
Johnny.

Quien lucía furioso.

Y expectante.

—No —dije con voz ahogada, negando con la cabeza—. De ninguna


manera. No voy a ir allí.

—Ella va a disculparse contigo en público —me dijo—. Va a poner a


todos en su lugar, ¡públicamente! —Miró fijo alrededor del salón antes
de añadir—. Y yo voy a poner en su lugar a cada cosa de mierda que
salga de sus mentiras, ¡públicamente!

—No. —Mis ojos se abrieron con horror—. Está bien. No quiero una
disculpa.

Exhaló un aliento de frustración.

—No está bien, Shannon…

—No voy a ir hacia allá —repetí, temblando con el pensamiento—.


No quiero.

—Bien —gruñó Johnny, dando un paso alrededor de mí. Pateó una


silla fuera de su camino, haciendo que Pierce y Lizzie se apartaran de su
camino como el Mar Rojo antes de rodear la mesa—. Resolveré esto yo
mismo.

—No… —Me apresuré hacia él, atrapé la manga de su sudadera y


clavé mis talones—. Por favor, no lo hagas.

Johnny me arrastró por cerca de un metro y medio antes de


finalmente vacilar.
—Entonces, ¿qué quieres que haga? —demandó, girando para
encararme.

—¡Nada! —espeté, todavía clavada a su manga—. Absolutamente


nada.

—No puedo hacer eso. —Se pasó una mano libre a través de su
cabello, claramente agitado—. Ellos están hablando acerca de ti.

—No importa. —Negué con la cabeza, ignorando las miradas que


sabía que estaba recibiendo, y apreté su manga—. No me importa.

Johnny me miró con fuerza por un largo momento antes de sacudir


la cabeza.

—Sí, bueno, a mí sí —dijo finalmente—. ¡Jodidamente me importa!

—¿Por qué no nos largamos jodidamente todos de aquí por el resto


del día? —interceptó Gibsie, cuando prácticamente cayó de su silla en un
intento por interceptar a Johnny—. Nos damos un respiro del drama —
añadió mientras aplaudía las manos en los hombros de Johnny—. Y
tenemos un poco de diversión.

Johnny miró hacia él.

—¿De qué estás hablando?

—Buen plan, amigo —ofreció Hughie mientras se deslizaba sobre la


mesa y se movía para pararse al lado de Gibsie.

—Estoy dentro —intervino Claire.

Gibsie le envió una mirada agradecida.

—Tu mamá ha regresado a Londres, ¿no es así? —preguntó,


quitando la mirada de Claire para mirar hacia su amigo, con las manos
todavía palmeando en sus hombros—. ¿Tienes una casa vacía?
Johnny asintió lentamente, su mirada moviéndose entre Gibsie,
Hughie, y la mesa detrás de ellos.

—Ella se fue ayer en la mañana.

—Entonces nos iremos a la tuya y pasaremos el rato por una hora —


estableció Gibsie con calma antes de girar sus ojos grises hacia mí—.
¿Qué piensas, Pequeña Shannon? —Me dio una mirada significativa—.
¿Te apetece salir de aquí antes de que Kav convierta el salón de almuerzo
en una escena de Juego de Tronos?

Me encogí con el pensamiento, habiendo leído todos esos libros.

—En realidad, Thor tiene sentido por primera vez —dijo Lizzie,
expresando su opinión. Se giró hacia mí y dijo—. Hagámoslo.

¿Hagámoslo?

¿Hagamos qué?

—Uh… ¿está bien?

—¡Perfecto! —Gibsie hizo un pequeño retumbar de tambores en el


pecho de Johnny antes de deslizar un brazo sobre su hombro y llevarlo
hacia la salida—. Vamos —llamó sobre su hombro antes de desaparecer
a través del arco—. Ahora.

No tenía idea de qué estaba sucediendo, pero seguí los pasos de los
otros mientras caminábamos tras Johnny y Gibsie.

—Probablemente estén yendo a algún lugar en donde ella pueda


chuparle la verga —dijo una horrorosa voz suficientemente alta para una
vez más atrapar la atención de todos—. Ya conoces a esas de Elk
Terrace. Están dispuestas a todo.

—Oh, jodidamente no —gruñó Johnny mientras se liberaba de


Gibsie y pasaba como una tormenta junto a nosotros—. Esto se va a
resolver ahora —rugió cuando rodeó la mesa y caminó hacia Bella.
—Por el amor de Dios —gruñó Hughie.

—Tú sólo no puedes evitarlo, ¿verdad? —rugió Johnny, apuntando


un dedo a la cara de Bella.

—No hice nada. —Bella se rio—. Excepto decir la verdad.

—¿La verdad? —siseó Johnny, claramente lívido—. No sabrías la


verdad ni aunque estuviera puesta en tu cara.

No tenía idea de qué parte de mi cuerpo de repente se llenó de


valentía, pero vino con fuerza y rápido, y propulsé las piernas hacia él.

—Johnny, no —dije con voz ahogada mientras lo perseguía.

Por primera vez en mi vida, estaba feliz de ser pequeña.

Me permitió deslizarme en el pequeño espacio entre Johnny y la


mesa sobre la que estaba inclinado.

—Johnny —susurré, presionando con fuerza en su pecho—. Aléjate.

Él no me miró.

—Johnny —repetí, alzando la mano y tocando su cara.

Disparó su furiosa mirada en mí.

—Aléjate —ordené, alzando la mirada fija con el corazón en la


boca—. Por favor.

Una vena palpitó en la sien de Johnny mientras me miraba, luciendo


más enfurecido de lo que alguna vez lo había visto.

No me atreví a respirar mientras lo miraba tomar su decisión.

Finalmente, liberó un furioso gruñido y asintió tenso.

Exhalé un aliento irregular.


Gracias a Dios…

—Mantén su nombre fuera de tu jodida boca —espetó, el pecho


alzado, mientras me permitía empujarlo hacia atrás lejos de la mesa.

—Ella es una sucia, puta de la casa del ayuntamiento —repitió Bella


con malicia—. No hay mentira en eso.

—Será mejor que cuides tu jodida boca —espetó Johnny,


pasándome.

Mi corazón se hundió.

Lo intenté y fallé.

—¿Por qué? ¿Qué vas a hacer si no lo hago, Johnny? —siseó Bella,


saltando fuera de su silla y golpeándole el pecho—. ¿Golpearme?

—No… —Johnny hizo una pausa para jalar a quien Lizzie había
llamado Cormac Ryan fuera de su silla—. Voy a golpearlo a él.

Y entonces golpeó el puño en la cara de Cormac Ryan.

A diferencia de ayer, no esperé para ver qué vino.

En su lugar, giré sobre mis talones y salí corriendo del salón de


almuerzo.

Porque sabía que esto podría ir de una o dos maneras.

De cualquier manera que fuera, yo perdería.

Había presenciado incidentes así como este, en donde Joey saltaría


para defender mi honor.

No había diferencia para chicas como ellas.

Yo siempre perdía.
Tranquilízate

Johnny
—¿Qué rayos están haciendo? —gruñí cuando Gibsie y Hughie me
arrastraron fuera del comedor antes de que tuviera la oportunidad de
darle un segundo golpe a Cormac.

—Evitar que hagas algo realmente estúpido —explicó Gibsie con


calma mientras me conducía fuera del edificio principal—. Otra vez,
arrasador.

—¿En qué estabas pensando? —exigió Hughie cuando llegamos al


patio y estuvimos fuera de la vista de la oficina—. ¡Sabes en cuántos
problemas estarías con La Academia si supieran que estás peleando en
la escuela!

—Que se joda La Academia —gruñí, sacudiendo sus manos—.


Estaba tratando de defenderla.

—Bueno, todo lo que terminaste haciendo fue avergonzar a la chica


—gritó Hughie—. Felicitaciones, Cap. Como si ella no tuviera suficiente
mierda con la que lidiar. Sólo la convertiste en el objetivo de cada una
de tus pequeñas fanáticas.

Furioso, pasé una mano por mi cabello para evitar lanzarle un


puñetazo a uno de mis amigos.
—Escuchaste lo que ella dijo ahí atrás —siseé, sintiendo mi cuerpo
vibrar con rabia—. ¿Qué esperabas que hiciera?

—Ella no quería que la defendieras, muchacho —agregó Gibsie—.


Te lo dijo eso.

—Bueno, ella estaba equivocada —espeté.

—Bueno, ahora se ha ido —me dijo Gibsie—. Así que, tranquilízate.

¿Se fue?

Eso me dio que pensar.

Dándome la vuelta, vi a Claire, la víbora y Kate de pie al lado de


nosotros, pero no a Shannon.

—Sí, definitivamente se ha ido —agregó Feely mientras caminaba


hacia nosotros con las manos metidas en sus bolsillos.

—¿Estás con la chica nueva, Cap? —preguntó Pierce, uniéndose al


interminable círculo de jodidas molestias—. Mantuviste eso en secreto.

—¿Qué…? No —murmuré, exhalando un hondo suspiro mientras la


ira se disipaba de mi cuerpo—. Ya no sé lo que soy. No sé qué carajos
me está pasando.

—Bueno —intervino Lizzie—. Acabas de ganarte una gran cantidad


de puntos a mi parecer. —Ella palmeó mi brazo—. Y confía en mí, no
los doy a menudo.

—No lo hace —dijo Pierce con una mueca de complicidad.

—¿Todavía nos dirigimos a tu casa? —preguntó Feely—. Parece


inútil volver a entrar ahora.

Negué con la cabeza, necesitando un maldito minuto para trabajar


en mis pensamientos.
¿Qué demonios acababa de pasar?

¿Cómo me permití perder el control de esa manera?

¿Y adónde diablos se fue ella?

¿Estaba bien?

Iba a matar a alguien.

Podía sentir la ira creciendo dentro de mí al pensar en la expresión


resignada de Shannon.

Sí, se veía jodidamente resignada.

Debería haber estado furiosa.

En lugar de eso, simplemente lo aguantó.

Esa podría haber sido la manera en que las cosas funcionaron para
ella en ECB, pero no era así como iban a ser las cosas en Tommen.

Ella no era el maldito objetivo de nadie, y me iba a asegurar de eso.

—¿Johnny?

El sonido de mi nombre siendo llamado me sacó de mis


pensamientos.

—¿Qué? —Levanté los ojos y miré a mis amigos, sintiéndome


completamente perdido.

—¿Nos vamos? —preguntó Hughie, dándome una mirada extraña.

—¿Ir adónde? —espeté, molesto, sin gustarme este tipo de atención


en lo más mínimo.

Me sentí como si estuviera parado aquí desnudo con mis jodidos


sentimientos a la vista, dándoles a los siete un vistazo de algo que ni yo
mismo entendía.
—Debería buscarla —me dije a mí mismo más que a nadie.
Asustado, me di la vuelta después, haciendo un giro completo de 360—
. Debería ver cómo está.

—No —dijo Hughie calmadamente—. Deberías ir a casa y calmarte.


Obviamente, ella no quiere venir con nosotros, chico. Es por eso que se
fue.

Volví mi mirada enojada hacia él.

—¿Cómo carajos sabes lo que ella quiere?

Las cejas de Hughie se alzaron con sorpresa.

—Dame las llaves de tu casa, Cap —ordenó Gibsie entonces,


parándose frente a mí.

Sin cuestionarlo, saqué mis llaves de mi bolsillo y se las entregué.

—Los alcanzaremos —dijo Gibsie a nuestros amigos mientras le


lanzaba las llaves a Hughie y luego pasaba un brazo por encima de mi
hombro, llevándome de vuelta al salón de educación física.

Fui con él porque mi mochila estaba en el pasillo y no tenía idea de


qué más hacer.

—¿Estás bien? —preguntó Gibsie cuando entramos al vestuario


vacío.

—¡No! —rugí—. Estoy tan lejos de estar bien, ya no sé qué significa


la maldita palabra.

—Sé que ahora no es el momento de decirlo, pero lo voy a decir de


todos modos —dijo Gibsie—. Te lo dije. Te lo dije en cuarto año cuando
ella comenzó a meter las narices que era una mala noticia.

—No necesito que me lo recuerden —espeté mientras me acercaba al


banco y agarraba mis cosas—. Sé que la cagué.
—Lo hiciste —estuvo de acuerdo, sin molestarse en mentir, mientras
tomaba su propia bolsa—. Viste un par de bonitas tetas, una vida fácil, y
dejaste que tu pene pensara por ti. —Encogiéndose de hombros, arrojó
su bolsa sobre su hombro y dijo—: Este es el resultado. Otra pegajosa
que jodidamente no te dejará.

—Bueno, mi pene ya no es el que está a cargo —solté.

—Gracias a Dios. Y si sirve de algo, yo también habría perdido mi


mierda —me dijo—. Si alguna perra hablara así de Claire, habría
reventado diez cabezas.

—Es mi culpa lo que le pasó a ella —gruñí—. Bella está tras Shannon
por mi culpa.

—No —corrigió Gibsie y luego negó con la cabeza—. Está bien, sí,
está tras ella debido a ti, pero eso no es culpa tuya, muchacho.

—Ella no me dejará en paz, Gibs. —Exhalando un suspiro irregular,


pasé una mano por mi cabello y gruñí—. Ella no se detendrá.

—¿Podrías hablar con tu papá sobre obtener, no sé, una orden de


restricción o algo así?

—¿Por qué razón, Gibs? —repliqué, agitado—. ¿Por ser molestado


en la escuela?

—Y seguirte en los bares —intervino.

Negué con la cabeza.

—No, la única restricción que debió haber sido puesta era contener
mi pene.

Gibsie se rio mientras salíamos del vestidor.

—Contener tu pene.
—No es divertido —ladré—. No he tenido sexo con ella desde
Halloween. Estamos en marzo, Gibs. Maldito marzo. Uno pensaría que
ya lo dejaría pasar.

—Deberías haber detenido las cosas en ese entonces. —Abrió la


puerta del vestíbulo y ambos salimos a la rara luz del sol de la tarde—.
Lo dejaste pasar en enero, Johnny.

—Sí, bueno, tenía muchas cosas en la cabeza —resoplé, bajando los


escalones—. Y ella lo terminó, así que no tengo ni maldita idea de por
qué ella no lo deja ir.

—Sabes por qué no se va, chico —respondió Gibsie, dándome un


codazo en el hombro mientras caminábamos hacia el estacionamiento.

Suspiré pesadamente.

Sí, lo sabía.

Maldito rugby.

—¿Puedes prometerme algo? —dijo entonces, mientras sacaba las


llaves de su auto y abría su nuevo y reluciente Ford Focus.

—Sí, muchacho. —Suspiré, arrojando mis cosas en el maletero del


coche.

—Prométeme que nunca volverás allí, no importa cuán jodidamente


tentador eso sea.

Me opuse a él.

—Gibs, no volvería allí, aunque ella fuera la última chica en este


jodido planeta.

Se rio de mi respuesta y se subió al asiento del conductor.

—Hablo en serio —le dije, hundiéndome en el asiento del pasajero—


. No volvería a tocar a esa chica si fuera la única cura para mi pene que
no puede venirse… —Hice una pausa para abrocharme el cinturón de
seguridad—. Preferiría caminar por el resto de mi vida con las bolas
azules y el pene arrugado que volver a poner mis manos sobre ella. Así
es cuánto me causa repulsión.

—Bueno, bien por ti. —Gibsie encendió el motor—. Porque esa chica
tiene tantas ganas de atarte el culo que da miedo.

—No habrá nada que me ate a nadie —le respondí—. Y


especialmente no ella.

Arqueó una ceja.

—¿Estás seguro de eso?

—Sólo cállate y ponte el cinturón de seguridad —instruí, mirando a


mi alrededor en busca de algo que pudiera lastimar—. Y revisa tus
espejos.

—Sí, papá —murmuró Gibsie, cumpliendo con mis órdenes.

—Está bien, puedes arrancar ahora, despacio y con cuidado —le dije
cuando estaba seguro de que podía salir de su lugar de estacionamiento
sin causar daños corporales graves, lo cual era muy capaz de hacer—.
Despacio, Gibs.

—Amarrar al Trece. —Gibsie se rio mientras arrancaba demasiado


rápido para ser cómodo—. La Pequeña Shannon ganó completamente.

—Reduce la velocidad —ladré, resistiendo el impulso de agarrar el


volante—. ¿Y qué diablos significa amarrar al trece?

—¿No sabes nada de eso?

Negué con la cabeza.

—Obviamente no, por eso te lo estoy preguntando.

—Eso es lo que dicen, muchacho —explicó Gibsie.


—¿Quienes? —exigí mientras agarraba la manivela de «Oh, Jesús» y
lanzaba unas cuantas Avemarías al hombre de arriba.

No dejes que este hijo de puta me mate.

—Las chicas en la escuela. —Se rio entre dientes, entrando en la


carretera principal sin mirar en ambos sentidos y esquivando por poco
una camioneta de lácteos—. Eso es lo que dicen de ti.

Oh, Jesús.

Iba a morir en este auto.

Él iba a quitarme mi maldita vida.

Saludando tímidamente al lechero mientras este nos sacudía el puño,


me giré para mirar a Gibsie.

—¿Ellas me llaman amarrar al trece? —Negué con la cabeza—. ¿Por


qué? No lo entiendo.

—No es como te llaman —corrigió—. Es lo que quieren hacer


contigo.

—¿Qué?

—Eres el número 13. —Se rio—. Y quieren amarrarse contigo. —Se


volvió para mover las cejas hacia mí—. Estilo Scrum.

—Eso es… tan jodidamente espeluznante —gruñí,


estremeciéndome—. ¡Mantén tus ojos en la carretera!

—Cien por ciento. —Gibsie se rio, volviendo su atención al


parabrisas—. Claire me lo contó el año pasado. Dijo que escuchó a un
grupo de estudiantes de sexto año hablando sobre algo llamado
«Operación Amarrar al Trece» en el baño.

—Jesucristo —gruñí.
—Justo en el momento en que empezaste a estar con Bella —
completó—. Haz los cálculos.

No tuve que hacerlo.

Ya lo había descubierto.

—Oh, por el amor de Dios —gemí.

—Sí —coincidió Gibsie con una mueca—. Alégrate de haber salido


de eso, Johnny. Alégrate mucho.

Lo estaba.

Más de lo que las palabras podrían expresar.

—¿Qué voy a hacer, Gibs?

—¿Sobre Shannon?

Asentí con tristeza.

—Ríndete —respondió sin dudarlo.

—No puedo —gruñí.

—Puedes —me aseguró—. Sólo tienes miedo.

Sí, estaba asustado.

Estaba jodidamente aterrorizado de mis sentimientos por ella.

—Ya ni siquiera siento que tengo otra opción —confesé—. Estoy


perdiendo la cabeza, Gibs.

—No, tu mente sigue ahí. —Gibsie se rio, palmeando mi hombro—.


Es tu corazón el que estás perdiendo, muchacho.

—Maldición —dije con voz ahogada, mordiéndome el labio mientras


el terror se apoderaba de mi pecho.
—Sip —estuvo de acuerdo—. Terriblemente inconveniente, ¿no es
así?

—Sin ninguna duda —murmuré.


Amenazas Malintencionadas

Johnny
El jueves no volvió a la escuela.

Lo sabía porque la busqué en los pasillos entre todas mis clases.

Nunca apareció.

No me sentó bien saber que había una gran posibilidad de que


Shannon faltara a clase por lo que había pasado en el comedor.

No me sentó bien porque sabía que era mi culpa.

No pude concentrarme una mierda en todo el día.

Todas las lecciones, palabras y órdenes se me pasaban por la cabeza,


porque dejé mi cabeza con ella.

¿Estaba bien?

¿Estaba enfadada conmigo?

¿Debería ir allí?

¿Debería dejarla sola?

No lo sabía.

Y ni siquiera tenía su número de teléfono para llamar y comprobarlo.


Mañana nos íbamos de vacaciones durante dos semanas.

Mañana tenía un partido en Dublín.

¿Y si no la veía antes?

¿Y si ella no volvía a la escuela?

¿Qué carajo iba a hacer entonces?

Dios mío, me estaba volviendo loco.

Usando cada gramo de autocontrol que tenía dentro de mí, me


obligué a apartarla de mi mente, mientras me dirigía a entrenar después
de clase.

Porque no necesitaba esto, no necesitaba estos sentimientos, jodiendo


mi juego.

—¿Estás con ella? —preguntó Bella cuando llegué a la entrada de la


sala de educación física, sacándome de mis pensamientos.

Sacudiendo la cabeza, seguí caminando con toda la intención de


ignorarla, pero me agarró del brazo y siseó:

—Contéstame.

—Métete en tus putos asuntos —espeté, reprimiendo el impulso de


estremecerme ante su contacto—. Y mantente alejada de mi vida.

Necesitaba que hoy no se me acercara.

Me salpicaba la rabia y mi lengua no era algo que creyera poder


controlar si ella me presionaba.

—Responde a la puta pregunta, Johnny —siseó Bella en tono de


advertencia.
—¿Y si es así? —respondí, mirándola con desprecio—. ¿Y a ti qué te
importa?

—Entonces eres un puto idiota —siseó, con los ojos brillando con
una mezcla de dolor y rabia—. Porque esa chica tiene escrito virgen por
todas partes.

—No todo es sexo, Bella —repliqué, soltando mi brazo con fuerza—


. Y no vuelvas a ponerme las manos encima —añadí, con un tono de
desdén—. Tu toque no es bienvenido.

—¿No todo es sexo? —se burló—. Ja. Te daré un mes con la frígida
antes de que te aburras y te alejes.

—Me aburrí de ti después de una noche —me burlé.

—Entonces, ¿por qué volviste por más? —preguntó.

—Porque era perezoso y más fácil no podías ser. —Perdí los nervios
y siseé—: Estabas a una llamada de distancia, Bella, un mensaje rápido
para mojarme el pene. Eso es todo lo que siempre fuiste para mí.

Esperaba la mano que golpeó mi mejilla.

Me merecía una bofetada.

Ninguna chica merecía que la llamaran fácil, por muy cierto que
fuera.

Fue un golpe bajo y me encontré disculpándome por ello.

—No quise decir eso —solté—. Fue una mierda decir eso.

—Sí, Johnny, lo fue —resopló, cruzando los brazos sobre su pecho.

—Lo sé —espeté, sin encontrar ni una pizca de paciencia dentro de


mí para tratar con esta chica—. Por eso dije que lo era.
—¿Por qué te pones así? —preguntó Bella, con un tono más suave—
. ¿Por qué estás siendo cruel conmigo?

—No estoy siendo nada contigo —espeté—. Sólo quiero ir a


entrenar, y me estás impidiendo el paso.

—Porque quiero hablar contigo —replicó acalorada.

—No tenemos nada que decirnos, Bella —le dije sacudiendo la


cabeza—. Ya no.

—¿Me has visto? —preguntó entonces, claramente provocándome—


. ¿Con tu compañero de equipo?

—Me importa una mierda lo que hagas con mis compañeros de


equipo —respondí con calma.

—No lo quiero.

—Eso es asunto tuyo.

—Te quiero de vuelta.

—No puedes tenerme de vuelta.

—Johnny.

—Bella.

—¡Vamos!

—Ni loco, gracias.

Bella me miró fijamente durante mucho tiempo antes de gritar y dar


un pisotón.

No miento, realmente dio un pisotón.

—¿Por qué eres tan irrazonable? —siseó—. Siento haber ido a tus
espaldas, ¿está bien? ¡Lo siento!
—Está bien, estás más que perdonada —espeté, pasándome una
mano por el pelo de pura frustración—. Ahora vete a la mierda con
Cormac o con quien carajo quieras. No me importa. ¡Déjame en paz!

—¿De verdad estás diciendo que te parece bien que esté con Cormac?
—exigió, bloqueando la puerta cuando intenté pasar a su lado—. Me
pidió salir, ¿sabes? Ahora soy su novia. ¿No te sientes celoso en absoluto?

—Me. Importa. Una. Mierda —solté—. No sé qué más puedo hacer


o decir para que te quede más claro.

—¿De verdad crees que esa zorra es mejor que yo? —preguntó—. ¿En
serio, Johnny? Hablando de bajar de categoría. ¿Acaso tiene un par de
tetas?

—No hables mierda de ella —advertí—. Di lo que te dé la puta gana


sobre mí, pero mantén su nombre fuera de tu lengua.

—Es la verdad —escupió—. Es una aguja glorificada. —


Encogiéndose de hombros, añadió—: Parece anoréxica.

—Y tú pareces y suenas como una zorra de corazón frío. —


Reprimiendo el impulso de perder la cabeza aquí mismo, fuera del
vestíbulo, reuní toda la calma que pude y siseé—: Si vuelves a meterte
con ella, te arruinaré.

Me fulminó con la mirada.

—Me gustaría verte intentarlo.

—Te arruinaré —repetí, con voz mortalmente fría—. Tu reputación.


Tu estatus. Tus amigos. Tus futuras relaciones. Todo. Si vuelves a
meterte con Shannon Lynch, te lo quitaré todo.

Sus ojos se abrieron de par en par.

—Johnny…
—Sabes que puedo —añadí, manteniendo la voz baja—. Al contrario
de lo que crees, tengo más cosas a mi favor que una camiseta trece y un
pene.

—¿Y si te dijera que estoy embarazada? —dijo con voz ahogada—.


¿Qué dirías entonces?

Eché la cabeza hacia atrás y me reí.

—Eres increíble.

—Deja de reírte —sollozó fingidamente—. No tiene gracia.

—Te diría que fueras a hablar con Cormac porque no te he tocado en


cuatro meses y medio. —Con una mueca de disgusto, añadí—: Además,
estoy bastante seguro de que ya lo habrías usado contra mí. Estoy
jodidamente seguro de que también se te notaría.

—No necesariamente —dijo con los dientes apretados.

—¿Estás diciendo que te dejé embarazada, Bella? —dije


inexpresivo—. Ten mucho cuidado con la siguiente respuesta.

Ella sabía quién era mi padre.

Sabía a dónde la llevarían sus mentiras si continuaba con esa idiotez.

Bella me miró fijamente durante un largo rato antes de refunfuñar:

—No, no estoy embarazada.

—Lo sé —me burlé.

—Era una pregunta hipotética —replicó a la defensiva.

—No —corregí—. Fue una manipulación fallida.

—Te amo —sollozó—. Siento haber querido que funcionara.


—Bueno, pues no me ames —grité, agitado—. ¡Porque no te amo ni
te amaré nunca! —Girando de lado, la esquivé y me dirigí al salón—. A
partir de ahora, mantente alejada de mí.
Excursiones Inesperadas

Shannon
El miércoles no volví a mis tres últimas clases y el jueves me quedé
en casa sin ir al colegio.

Sabía que estaba mal faltar a clase, pero no podía afrontarlo.

Era demasiado.

Bella, Johnny, las miradas, los susurros.

Era demasiado.

Me sentía emocionalmente agotada y físicamente maltratada, y


necesitaba algo de tiempo para pensar las cosas antes de volver.

Mi intento de tomarme un respiro fue un completo desastre que


consistió en que mi padre perdió la cabeza conmigo anoche por haber
quemado la cena y acabó con un puñetazo en la cara.

Por lo visto, no sabía cocinar espaguetis a la boloñesa ni de broma.

Y al parecer, eso fue delito suficiente para ganarse otro infame


ahorcamiento.

Me sentía como una absoluta mierda esta mañana, pero me habría


arrastrado sobre mis manos y rodillas fuera de esa casa si hubiera tenido
que hacerlo.
Nada de lo que Bella me hacía en el colegio se acercaba a lo que era
capaz de hacerme él en casa.

Cuando por fin llegué al colegio, con más de una hora de retraso
porque me quedé dormida sin la ayuda de la alarma de mi teléfono, el
Sr. Mulcahy, nuestro profesor de Educación Física, casi me arrancó la
cabeza por retrasar el programa.

—¿Qué programa? —pregunté, porque sinceramente no sabía qué


demonios estaba pasando.

Al parecer, no me consideraron lo suficientemente digna de esa


información porque, en lugar de explicarme lo que estaba pasando, el Sr.
Mulcahy me había metido a empujones en un autobús escolar
abarrotado y me había ordenado que buscara un asiento y rápido.

Lo que me llevó a mi situación actual de terror inducido, ya que


estaba de pie en la parte delantera del autobús, completamente perdida
en cuanto a lo que estaba pasando o por qué estaba siendo forzada a
subirme a un autobús escolar lleno de caras desconocidas.

—¡Shan! —gritó Claire, haciéndome señas para que me acercara.

Presa del pánico, mis ojos la buscaron en la tercera fila de adelante,


con Lizzie sentada a su lado.

Todas las chicas del autobús parecían estar sentadas adelante, cerca
del conductor.

Sólo había cuatro chicas más en mi clase, y Shelly y Helen estaban


emparejadas en el asiento detrás de mis amigas.

Varias chicas más de sexto curso estaban sentadas cerca de ellas,


entre ellas una Bella de expresión enfadada y un enorme chico moreno
que la rodeaba con el brazo y le acariciaba el cuello.

Me obligué a no mirar a Bella y corrí hacia Lizzie y Claire.


—¿Qué sucede? —siseé cuando las alcancé.

—Es el día del juego —me dijo Claire, con su sonrisa


desapareciendo—. ¿Te acuerdas?

Me quedé mirándola sin comprender.

—¿El día del juego qué?

Claire abrió mucho los ojos.

—Oh, Dios mío —susurró-siseó—. Me enviaron un mensaje el


martes por la noche.

—¿Un mensaje? —balbuceé—. No recibí ningún mensaje.

—Es nueva, así que probablemente no esté en el sistema —murmuró


Lizzie.

No, no recibí el mensaje porque mi teléfono estaba flotando en el agua el


martes por la noche.

—¿Qué sucede, chicas? —dije con voz ahogada, aterrorizada ahora.


Miré a mi alrededor, nerviosa.

—El desempate es hoy —me explicó Lizzie—. Entre Tommen y


Royce.

Me quedé mirándola sin comprender.

—¿Eh?

—Por el amor de Dios, Claire —gimió Lizzie—. ¡No puedo creer que
no se lo hayas dicho!

—¡Creí que lo sabía! —respondió Claire, con la cara roja—. Lo


siento, Shan. Pensé que sabías que el juego era hoy.
—No, no, no —balbuceé—. El juego de Donegal no es hasta después
de las vacaciones. —Que se suponía que empezaban hoy—. ¿Recuerdas?

—El Colegio Royce ganó sus tres últimos juegos —me dijo Lizzie,
con un tono cargado de simpatía.

Al parecer, yo parecía tan perpleja como petrificada, porque Lizzie


no repartía miradas de simpatía en vano.

—Ganar su último juego colocó al Colegio Royce segundo en la tabla


con Tommen —se apresuró a explicar—. Royce y Tommen juegan hoy
un desempate para ver quién se enfrenta a Levitt en la final.

Me pellizqué la nariz, esforzándome por comprender lo que me


decían.

—¡Pero se supone que íbamos a ir a Donegal después de Pascua!

—No habrá viaje a Donegal si los chicos no ganan hoy —me explicó
Claire.

—¿Por qué no me lo habían dicho?

—No sabíamos con seguridad cuándo se celebraría el juego.

—¿Por qué?

—Porque Royce estaba dándole vueltas —ofreció Lizzie—.


Haciéndole la vida imposible a Tommen con la esperanza de que Johnny
no estuviera disponible.

—¿Qué?

—Tiene un horario —explicó Claire—. Todo lo que hace relacionado


con el rugby tiene que pasar por La Academia. —Encogiéndose de
hombros, añadió—: Supongo que esperaban atrapar a Tommen en un
bucle.

—Cosa que no hicieron —se burló Lizzie—. Mala suerte para ellos.
—Oh, Dios —balbuceé, nerviosa—. ¿Dónde está pasando esto?

—Dublín. —Claire hizo una mueca.

—No me dejan ir a Dublín. —Mis ojos se abrieron de par en par—.


Si mi padre se entera…

—Es sólo una excursión de un día —me interrumpió para decir—.


Directo ir y volver. Estaremos en casa a las diez.

—¿A las diez? —gemí—. ¿Esta noche?

Oh, Dios.

Estaba muy muerta.

—Chicas, no puedo ir —balbuceé, entrando en pánico al pensar en


lo que diría mi padre si llegaba a casa a las diez de la noche—. No tengo
dinero y mis padres no saben…

—¡Srta. Lynch! —rugió el Sr. Mulcahy, interrumpiendo a Claire y


atrayendo la atención de todo el mundo en el autobús hacia nosotras—.
¡Siéntese!

—Me moveré —intervino Lizzie, levantándose—. Shannon, puedes


sentarte aquí…

—Siéntese, Srta. Young —espetó el Sr. Mulcahy—. La Srta. Lynch


es la que nos está desviando del horario con sus malas dotes de
cronometradora. Puede buscarse un asiento.

—Está bien —dije con voz ahogada, mortificada—. Encontraré un


asiento.

—Hoy sería estupendo —refunfuñó.

Con la cabeza gacha y la voz impaciente del Sr. Mulcahy en el oído,


tuve que hacer el temido paseo de la vergüenza, arrastrando los pies por
el pasillo central con la mochila en mi espalda, mirando a un lado y a
otro para ver si había un sitio libre.

No lo había.

Acabé teniendo que caminar hasta la parte trasera del autobús, donde
se refugiaba el equipo.

Cuanto más retrocedía en el autobús, mayor era el bullicio.

Quería dar la vuelta.

Quería bajarme del autobús y volver a casa a pie.

No, me armé de valor. No. Ya no más huir.

Estás bien.

Estás bien.

A quién le importa si te están mirando.

No te conocen.

Sólo respira.

Finalmente, cuando llegué a la parte trasera del autobús y vi la última


fila, mis mejillas estaban tan calientes que estaba segura de que irradiaba
fuego.

Sinceramente, si alguien me hubiera acercado una rasqueta a la cara,


habría chisporroteado.

Toda la fila de atrás estaba llena de miembros del equipo de rugby.

Oh, Jesús.

Estaba en la zona de peligro.


Por el rabillo del ojo, me di cuenta de que el asiento de la ventana a
mi derecha, justo delante de la última fila, estaba libre.

Sintiéndome aliviada, me aferré con fuerza a las correas de la mochila


y giré el cuerpo para deslizarme hasta la fila, pero me detuve en seco al
ver quién estaba en el asiento del pasillo.

El corazón me dio un vuelco en el pecho.

Johnny llevaba los auriculares puestos, y la música que emitían


estaba tan alta que podía distinguir claramente el sonido de Jay-Z
cantando sobre tener noventa y nueve problemas.

Te escucho, Jay-Z…

No me miraba.

No miraba a nadie.

Toda su atención se centraba en el iPod que tenía en las manos.

Encima del asiento de al lado, el único que quedaba en todo el


autobús, había un montón de bolsas, obviamente del equipo.

Oh, Dios mío.

Me aclaré la garganta y señalé el asiento.

No levantó la vista.

Su cabello perfectamente peinado era la única parte de su cabeza que


podía ver mientras miraba el iPod que tenía en las manos.

El motor del autobús rugió, vibrando bajo mis pies, y una gran dosis
de pánico se apoderó de mí.

Alargué la mano y le toqué el hombro antes de retirarla rápidamente.


Johnny levantó la cabeza y el gesto de fastidio de sus facciones se
transformó rápidamente en una expresión de sorpresa al mirarme dos
veces.

—¿Shannon?

—Tengo que sentarme —le dije con voz ahogada, mortificada por los
gritos y comentarios insinuantes del resto de los chicos.

Durante las dos últimas noches, había luchado con mis emociones
sobre él, apenas durmiendo, y ahogándome en el pánico y la duda.

Ahora que me enfrentaba a la inesperada perspectiva de pasar varias


horas junto a Johnny, podía sentir cómo perdía el valor por dentro.

En serio, se me revolvía el estómago y estaba casi segura de que si no


me sentaba pronto, iba a vomitar.

Dios…

Con las cejas fruncidas, Johnny continuó mirándome, mientras yo


seguía balbuceando.

—No queda ningún otro asiento en el autobús y el conductor se


marcha ya, así que necesito que me dejes entrar… —Miré de él a la horda
de gente que nos observaba y luego al asiento libre—. ¿Puedes empujarte
en el asiento o mover las bolsas para que pueda subir, por favor?

—Lo siento —dijo Johnny en tono de disculpa. Se levantó y se quitó


los auriculares—. No escuché nada de lo que dijiste.

Los chicos de la fila de atrás soltaron una carcajada.

Me puse colorada, señalé la pila de bolsas que había en el asiento de


al lado y susurré:

—No tengo dónde sentarme.


—Mierda, sí, lo siento —contestó Johnny y rápidamente empezó a
tirar las bolsas al suelo junto a mis pies—. Dame un segundo para
recogerlas.

—¡Por el amor de Dios, Lynch, siéntate ahí atrás! —ladró el Sr.


Mulcahy desde la parte delantera del autobús—. ¡Y agárrate!

Avergonzada, miré hacia Claire en busca de ayuda, pero me encontré


con una enfurecida Bella.

Oh, maldición.

Te va a matar, Shannon.

Bella Wilkinson va a matarte.

Si tu padre no lo hace antes…

Mortificada, me lancé hacia el asiento, tratando de pasar entre las


piernas demasiado largas de Johnny, al mismo tiempo que él se estiraba
para depositar otra bolsa.

El resultado final no fue bonito.

Hubo un montón de sacudidas, miembros enredados y una de mis


rodillas impactando de lleno con su nariz y un coro de «oooohhs» y «oh,
mierda» de los chicos que nos rodeaban.

—Jesucristo —siseó Johnny. Apoyándose en el reposacabezas, se


acunó la cara y gruñó—. ¡Maldita sea, Shannon!

Me tapé la boca con una mano, con los ojos muy abiertos.

—¡Lo siento mucho!

—¡Vamos, Johnny! —gritó uno de los chicos desde la última fila—.


¡Levántate!

—Vete a la mierda, Luke —espetó Johnny.


Se tocó la nariz dos veces, buscando sangre, y cuando se aseguró de
que no había, soltó lo que sonó como un gruñido molesto.

—No quería hacer eso —dije con apenas voz, mortificada, mientras
intentaba desesperadamente desenredarme de entre sus muslos.

No fue fácil con la mochila en mi espalda.

Llevaba un día entero de libros en la mochila, ya que no había podido


ir a mi casillero antes de que me metieran en el autobús, y el peso atado
a la espalda me desequilibraba.

Agarrada a la parte trasera del reposacabezas de Johnny, levanté una


pierna e intenté pasar por encima de la suya, pero mi pie debió de
acercarse peligrosamente a su zona, porque Johnny sacó una mano y me
agarró el tobillo, sujetándome el pie y haciendo que se me subiera la
falda.

—¡Cuidado! —ladró mientras sus ojos brillaban de preocupación—.


Deja de moverte.

No lo culpaba por estar preocupado.

Yo era un estorbo.

Sacudiendo la cabeza, Johnny exhaló un fuerte suspiro, soltó mi


tobillo y se puso de pie. Fue un movimiento terrible que hizo que
nuestros cuerpos quedaran aplastados sin un centímetro de espacio libre.

—Yo me habría movido, ¿sabes? —explicó Johnny, con los ojos


clavados en mí. Estábamos tan cerca que podía oler su colonia—. Si me
hubieras dado media oportunidad.

Abrí la boca para responder, pero todo lo que salió fue una bocanada
de aire.
Era imposible formar palabras cuando estaba completamente
encajonada entre su pecho y el asiento de delante, mi estúpida mochila
escolar impidiéndome escapar.

—¿Van a montarse o qué? —gritó alguien.

—Eso parece, joder. —Se rio otro.

—¿Qué demonios está pasando ahí atrás? —rugió el Sr. Mulcahy a


todo pulmón—. ¡Kavanagh! ¡Lynch! Dejen de besuquearse y tomen
asiento.

Todo el mundo en el autobús estalló en silbidos y risas.

Mientras tanto, me morí por dentro.

—¡Lo estamos intentando, joder! —rugió Johnny—. Denos un


maldito minuto, ¿quiere?

—¿Tan difícil es sentarse en un maldito asiento, Kavanagh? —


preguntó el profesor.

—Mucho, por lo visto —murmuró Johnny en voz baja antes de


volver a centrar su atención en mí.

—Ve a la izquierda a la de tres —ordenó—. Uno, dos…

Mis ojos se abrieron de par en par.

—¿Mi izquierda o tu izquierda?

—Jesús. —Murmurando una retahíla de maldiciones en voz baja,


Johnny refunfuñó—: No importa, ven aquí. —Y procedió a agarrarme
por la cintura, acercar mi cuerpo al suyo, como sea que eso fuera posible,
y girarnos de lado.

Me soltó la cintura y prácticamente me dejé caer en el asiento de la


ventanilla, con la cara encendida y el cuerpo tembloroso.
En cuanto nos sentamos, el autobús empezó a moverse bajo nuestros
pies.

—Gracias —murmuré mientras me apretaba contra el asiento, con


los hombros caídos.

—No hay problema —murmuró Johnny mientras se acomodaba y se


tocaba el puente de la nariz—. Dios, eres un poco desgarbada, ¿verdad?

—Ah, sí —me las arreglé para responder, aunque mi voz fue jadeante
y aguda—. Siento mucho haberte dado un rodillazo en la nariz.

Me quité la mochila de los hombros, la empujé al suelo y me


desplomé hacia atrás.

Johnny se volvió para mirarme, con una pequeña sonrisa en los


labios.

—¿Estás segura de que no estabas siendo astuta e intentando


conseguirme para el baile?

—¿Qué…? ¡No! —exclamé, negando con la cabeza—. Claro que no.


De verdad que no pretendía…

—Tranquila, Shannon. —Se rio entre dientes—. Sólo estoy


bromeando.

Sí, ciertamente estaba bromeando.

Con mi capacidad de respirar, por ejemplo.

Con mis latidos erráticos otra.

Johnny se movió en su asiento, obviamente tratando de encontrar la


posición cómoda que tenía antes de que yo lo molestara.

—Odio viajar en autobús —explicó cuando por fin se acomodó.


Estiró las piernas e inclinó la izquierda de tal manera que se apoyó
en mi rodilla.

No movió la pierna, prefiriendo dejarla allí, mientras yo me obligaba


a no estremecerme.

Estaba claro que no lo hacía a propósito.

Medía 1,90 y era demasiado grande para el poco espacio que le


habían asignado.

Sin embargo, estaba demasiado cerca.

Estaba demasiado cerca.

Había demasiada cercanía.

—Estás en mi lado —susurré, golpeando su muslo con mi rodilla,


rezando por un indulto.

No llegó.

No movió la pierna.

En lugar de eso, enarcó una ceja y respondió:

—Estás en mi autobús.

Mis mejillas se sonrojaron.

Agachando la cabeza, me concentré en tirar de un hilo invisible de


mi saco escolar, el único saco escolar que estaba a la vista en todo el
autobús.

El memorándum de no llevar uniforme era otro que no había


recibido.

Dios…

—Bromeaba —dijo Johnny, sacándome de mis pensamientos.


—Lo sé —respondí, aunque no lo sabía.

No podía leerlo.

Estaba confusa.

Me sentía nerviosa.

Y quería salir de este autobús.

—Entonces, ¿eligieron a tu clase para venir al juego? —preguntó,


ofreciendo algo de conversación.

Asentí y traté de ignorar la sensación de su pierna sobre la mía.

—Eso parece.

Arqueó una ceja.

—¿Eso parece?

Solté un fuerte suspiro.

—Ni siquiera sabía nada de este estúpido juego hasta que entré en la
escuela y me metieron en este autobús.

—¿Estúpido juego? —se burló—. Gracias por eso.

—Lo siento.

—No te preocupes por eso —respondió—. Entonces, ¿en serio no


tenías ni idea del juego?

Negué con la cabeza.

—Ni idea.

—Mierda —murmuró—. Entonces, ¿no llevas nada contigo?


—Tengo todos los libros que necesito para las nueve clases de hoy —
ofrecí débilmente, con los hombros caídos.

—Si se hace tarde, puede que tengamos que quedarnos a dormir —


dijo frunciendo el ceño.

—¿Qué? —balbuceé—. Por favor, no digas eso.

Johnny se encogió de hombros disculpándose.

—Son cosas que pasan.

—Dios —susurré.

—¿Quieres correr a casa y agarrar una bolsa? —preguntó—. Puedo


hablar con el entrenador y pedirle que pase por tu casa…

—No —dije con voz ahogada—. Dios, no, está bien.

—¿Segura?

Asentí.

—Escucha, te llevaré a casa después del juego de esta noche —dijo


Johnny frunciendo el ceño—. ¿Si es eso lo que te preocupa?

—¿Preocupada? —Negué con la cabeza—. No estoy preocupada.

—Pareces preocupada —dijo en voz baja, con los ojos fijos en los
míos.

—Es que… —Luchando contra una oleada de ansiedad, pregunté—


: ¿Me prestas tu teléfono, por favor? —Retorciéndome incómoda,
añadí—: Tengo que avisarle a mi hermano de que llegaré tarde a casa.

Y luego tengo que pedirle a Joey que ponga en marcha los preparativos de mi
funeral porque soy una muerta andante…
—Sí, no es molestia —respondió Johnny. Metió la mano en su
bolsillo y sacó su teléfono de aspecto lujoso antes de entregarme el
brillante aparato negro.

—Um. —Me quedé mirando la pantalla, despistada—. ¿Puedes


desbloquearlo?

—Mierda, sí, lo siento —murmuró mientras se acercaba y


desbloqueaba la pantalla.

Cuando seguí tanteando el teléfono, me lo quitó de las manos y me


indicó que llamara al número.

—Gracias —susurré, tomando el teléfono de su mano.

Pulsé el botón verde de llamada, me lo llevé a la oreja y recé para que


Joey contestara.

Varios timbres después, me conecté a su contestador automático.

—Hola, soy Joey. Ya sabes lo que tienes que hacer…

—Joe —solté, agachando la cara—. Soy yo, Shannon. Estoy de


camino a Dublín con la escuela. No volveré hasta la noche. ¿Puedes
decírselo a mamá? Él tiene mi teléfono, así que no llames, ¿bien? No
podrás localizarme, pero estoy bien, Joe. No te preocupes por…

El teléfono emitió un pitido, haciéndome saber que se me había


acabado el tiempo.

Terminé la llamada, le devolví el teléfono a Johnny y exhalé


temblorosamente.

—Gracias.

—¿Quién tiene tu teléfono? —preguntó Johnny, guardándose el


teléfono en el bolsillo.

—Mi padre —murmuré.


—¿Por qué?

Me encogí de hombros pero no respondí.

—Eso es diferente —dijo entonces.

Me quedé mirándolo sin comprender.

—¿Eh?

Se acercó y me tocó la mejilla.

—El maquillaje.

—Oh. —Agaché la cara, sintiéndome increíblemente agradecida por


la bolsa de maquillaje que Claire me había dado el miércoles por la
mañana. Era cien por cien necesario—. Lo sé.

Johnny se movió en su asiento, obviamente intentando ponerse


cómodo.

Bajé la cabeza y me concentré en tirar del mismo hilo invisible de mi


saco del colegio.

—¿Estás enfadada conmigo?

Su pregunta me desconcertó y levanté la vista hacia unos penetrantes


ojos azules.

—¿Enfadada contigo?

Johnny asintió lentamente.

—¿Por lo que hice en el comedor?

Mi corazón martilleó violentamente, mientras evaluaba su pregunta.

Estaba avergonzada.

Estaba insegura.
Tenía miedo.

Pero no estaba enfadada con él.

—No —respondí finalmente—. No estoy enfadada contigo.

—No volviste —dijo, con voz baja.

Me encogí de hombros y bajé la mirada.

—Estaba enferma.

—¿Ya estás mejor?

—Supongo —respondí, con un hilillo de voz.

—¿Te vino la regla? —Johnny me dejó boquiabierta al preguntarlo


directamente.

Dios.

—Eh… sí. —Con la cara roja, me moví incómoda—. Pero ya estoy


bien.

—No hagas eso —dijo Johnny frunciendo el ceño.

—¿Que no haga qué?

—Estar avergonzada. —Me dio un codazo en el hombro con el


suyo—. Es natural, Shannon.

Oh, Dios.

Estaba más que avergonzada.

A estas alturas, me tambaleaba hacia una humillación que alteraría


mi vida.

—¿De acuerdo? —solté.


Sacudió la cabeza y sonrió.

—¿Escuchaste la pista nueve?

Volví a sentirme avergonzada.

—Sí —susurré.

—¿Te gustó?

—Um. —Me encogí de hombros, sin saber qué decir.

—¿Qué te pasa?

—De hecho, ¿no sé qué pensar?

Frunció el ceño, esperando una explicación.

Me moví incómoda antes de decir:

—¿Follármela suavemente?

Johnny me miró boquiabierto.

—¿Qué?

—¿La pista nueve del CD? —Me encogí de hombros—. Era «Fuck Her
Gently» de Tenacious D.

—Maldita sea.

—No, esa es Blink 182 y era la pista cuatro —respondí.

—Joder.

—No —corregí—. «FACK» de Eminem era la pista diez.

—¿Qué…? ¡No! —Johnny sacudió la cabeza y gimió—. Jesús, ¿qué


más había?
Me lo pensé un momento antes de decir:

—«Pretty Fly for a White Guy», «The Ballad of Chasey Laine», um, «Stacey’s
Mom», «The Bad Touch», «Pony» y algunas otras que no recuerdo.

Johnny gimió de nuevo.

—Te di el CD equivocado.

—¿Te equivocaste?

Asintió lentamente.

—Esa era de Gibsie.

—¿Cuál querías darme?

Johnny tenía una expresión tensa cuando dijo:

—Una canción de Maroon 5.

—¿Ah? —Levanté la vista hacia él—. ¿Cuál?

Se movió incómodo.

—«She Will Be Loved».

Oh.

Oh, cielos.

Cuando no respondí, porque francamente no podía, Johnny me hizo


unas cuantas preguntas más al azar, claramente intentando suscitar
conversación.

Cuando todo lo que le di a cambio fueron un par de respuestas de


una sola palabra, se acomodó en su asiento con su brazo rozando el mío
y volvió a sacar su iPod.
Jugueteó con los botones de la elegante pantalla, escuchando una
canción tras otra, hasta que finalmente se decidió por «Daughters» de John
Mayer.

—Pregúntame si quieres volver a usar mi teléfono, ¿sí? —se ofreció


antes de ponerse los auriculares en las orejas—. O si necesitas algo más.

Puso el volumen de su iPod tan alto que no necesité sacar mi Discman


para entretenerme, no cuando podía oír claramente cada palabra desde
mi asiento.

Agradecida por haberme librado de su intensidad, exhalé un suspiro


tembloroso e intenté controlar mis nervios.

Pero no era fácil.

No con la raíz de toda mi ansiedad sentada a mi lado.

Y la letra de esa canción atormentándome.

Si él supiera lo cierta que era la letra, pensé.

Si supiera…
¿Dónde Está mi Cabeza?

Johnny
Acabo de preguntarle por su período.

¿Qué demonios está mal conmigo?

¿Cómo siquiera se supone que le preguntes a una chica sobre su


período?

No tengo una puta idea.

Cristo, necesito que los doctores me hagan un escáner de mi cerebro,


así como de mis bolas porque hay algo que se ha soltado ahí dentro.

Shannon estaba sentada justo junto a mí, su olor estaba en mi nariz,


su brazo rozando el mío, y apenas podía formar una frase coherente.

En serio, esto no era normal.

Había pasado mi vida entera mostrándose, como un espectáculo de


malditos ponys, y nunca nada me desconcertó.

Pero ella lo hizo.

Esta chica justo aquí, lo hizo.

Tal vez lo dejé por tanto tiempo que volví a ser virgen, porque con
certeza me siento como si hubiera regresado a mi estatus de virgen.
Ningún chico de mi edad que se precie, con mi experiencia vital,
temblaba por una chica.

Joder, temblaba.

Y, sin embargo, aquí estaba yo, intentando que mi cuerpo se calmara


de una maldita vez para poder fingir al menos que era medio normal y
no asustarla de vuelta al caparazón en el que le gustaba esconderse.

Las preguntas que se me escapaban de la boca eran más que


embarazosas, pero no conseguía controlarme.

Estaba maquillada.

Un rostro lleno de maquillaje que me daba ganas de llorar.

Era hermosa sin ponerse nada en la cara, pero saber que lo llevaba
delante de todos mis compañeros me inquietaba.

Sabía que la estaban mirando.

Sólo en la última media hora, había tenido que fulminar a Luke con
la mirada para que dejara de mirarla desde su posición al otro lado de la
fila.

Estaba tan fuera de lugar que me encontré moviéndome en mi asiento


sólo para poder bloquear su vista y la de todos los demás.

Gracias a Dios por la Sra. Moore, que había sido obligada a ayudar
al entrenador como acompañante del viaje.

La orientadora de Tommen estaba locos como una cabra, pero había


planeado un montón de juegos y ejercicios de unión de equipo para las
tres horas y media de autobús.

Incluso tenía una bolsa de putos huevos de Pascua y pequeñas tablas


de premios plastificadas como premios.
Lo hacía cada maldita vez que nos acompañaba a un partido fuera
de casa, y yo solía ignorarla hasta que se daba por vencida y me dejaba
en paz.

Siempre me sentaba solo para que no pudiera emparejarme con la


persona que tenía al lado y obligarme a hacer esos ejercicios de malditos
sentimientos (y, Dios no lo quiera, tiempo de reflexión) que tanto le
gustaban.

Pero, ¿hoy?

Hoy me encontraba participando en los aburridísimos concursos de


preguntas y respuestas y en los juegos de charadas, por no hablar del
jodido espía.

Sabía que Gibsie, Hughie y Feely se estaban riendo a carcajadas de


mí desde el fondo del autobús, ellos sabían que nunca participaba en esos
juegos, pero me importaba una mierda porque jugar a esos juegos
significaba que Shannon tenía que hablar conmigo.

Cada vez que ganaba, la chica de al lado sonreía.

Cada vez que le entregaba otro huevo de Pascua o un estúpido


premio, salía de su caparazón.

Eso valía la bronca que iba a recibir de mi equipo.

Ella lo valía todo.


Susurros Silenciosos y Colores
Verdaderos

Shannon
Sentarse en un autobús con Johnny Kavanagh fue inesperadamente
brillante.

Cuando la Sra. Moore, nuestra chiflada orientadora, llamó la


atención de todos y empezó a repartir pruebas y juegos para que
jugáramos, esperaba que Johnny la ignorara, porque, admitámoslo, era
una maldita estrella del rugby.

Pero no fue eso lo que hizo.

No, Johnny jugó.

Como estábamos sentados juntos, formamos equipo para los juegos


y las tareas, y conseguimos trabajar juntos en una extraña especie de
armonía, completando nuestros juegos y actividades con facilidad.

Los juegos que nos propusieron eran tontos e infantiles, pero al cabo
de una hora me sentí completamente relajada con él.

Además, mi compañero parecía ser un genio que, cuando le dieron a


cada pareja un cubo de Rubik para resolver, completó el nuestro con
facilidad en menos de diez minutos.
Fue realmente impresionante, teniendo en cuenta que ninguna otra
persona del autobús había resuelto su cubo.

Ganamos todas las pruebas que nos hicieron o todas las


competiciones contra las otras parejas.

Bueno, Johnny ganó.

Pero era mi compañero de equipo, así que eso significó que yo


también gané.

Nunca había ganado tantas competiciones sin sentido en mi vida, o


huevos de Pascua.

De hecho, nunca antes de hoy había ganado algo.

Teníamos una pila de doce huevos de chocolate en el suelo porque el


chico parecía brillar y destacar en todo lo que se proponía.

Doce huevos.

Tadhg, Ollie y Sean iban a estar encantados.

Era tan divertido estar con Johnny, y me sumergí tanto en el juego


con él, que no tuve tiempo de preocuparme.

Curiosa e intrigada a la vez, lo estudié durante nuestras sesiones de


reflexión (que era algo que a la Sra. Moore le gustaba hacer), absorbiendo
cada pequeño detalle, tomando nota de la variedad de canciones que
escuchaba, de la forma en que cronometraba sus ingestas de comida y de
cuántas veces se pasaba el dedo por el muslo, que era constantemente.

Parecía tranquilo, calmado y sereno, pero si mirabas bajo la


superficie podías ver que era como un animal enjaulado dentro del
autobús.

Johnny era demasiado grande para el asiento, demasiado confinado


dentro de las diminutas filas, demasiado ancho para estar realmente
cómodo, y se rebelaba despatarrándose en cualquier oportunidad, sin
importarle si me tocaba o no.

Estaba segura de que lo hacía porque necesitaba estirar sus largas


piernas.

Durante nuestra primera sesión de reflexión, a los cuarenta minutos


de viaje, Johnny metió la mano en su mochila y sacó un frasco de aspecto
caro, cuyo contenido se bebió en cuestión de segundos.

Durante la siguiente sesión, comprobó su reloj y se comió una


banana.

En la siguiente, volvió a mirar el reloj y devoró una barrita de


proteínas.

Estaba demasiado pendiente de él, pero era imposible no estarlo.

Cuando el conductor del autobús paró en una gasolinera a las dos


horas de viaje, el resto del equipo y los estudiantes se apresuraron a ir al
baño y comprar provisiones, pero Johnny no bajó del autobús.

—¿Quieres entrar en la tienda? —preguntó, ofreciéndose a moverse


por mí.

Negué con la cabeza.

—No, está bien, no tengo hambre.

Y no tengo dinero.

—¿Estás segura? —preguntó, bajando de nuevo a su asiento, con las


piernas rozando las mías en el proceso—. Puedo traerte algo si…

—No, no, no necesito nada —le interrumpí rápidamente—. Gracias


por ofrecérmelo.

—¿Si estás segura?


—Lo estoy.

Johnny rebuscó en su interminable bolsa de provisiones y sacó un


recipiente hermético y un tenedor.

Vi por el rabillo del ojo cómo quitaba la tapa y dejaba al descubierto


una selección de verduras al vapor, cuatro pechugas de pollo sin piel y
un par de sobres de pimienta negra molida.

—¿Vas a calentar eso? —Me oí preguntar, mi boca indagando sin el


permiso de mi cerebro.

—¿Por qué? —Se volvió para sonreírme—. ¿Tienes un microondas


en la mochila?

—No, pero puede que tengan uno en la tienda —afirmé,


obligándome a no apartar la mirada—. Sabrá mejor si está caliente.

—Nah, estoy acostumbrado —contestó y se metió un bocado en la


boca—. Además, como por combustible, no por sabor.

—Eso suena fatal —solté.

Johnny sonrió entre bocado y bocado.

—Es lo que hay.

—¿Quieres ir a sentarte con ellos a comer? —Señalé por la ventana


hacia donde un grupo de compañeros de Johnny estaban sentados
alrededor de una mesa de picnic fuera de la tienda, picoteando y
charlando—. No me importa —añadí, no quería que sintiera que tenía
que quedarse aquí conmigo cuando sus amigos estaban todos juntos allí.

—Estoy bien aquí —se apresuró a decir.

—¿De verdad nunca te dejan comer comida normal? —No pude


evitar preguntar, recordando lo que me dijo aquel día en el pub—. Sé que
estás entrenando… —Arrugué la nariz ante la idea antes de añadir—:
Pero, ¿en serio nunca puedes tomarte un día libre?
Ahora Johnny se volvió para mirarme.

—¿No consideras que el pollo y las verduras son comida normal?

—Bueno, sí, claro que sí —murmuré, reprimiendo mi malestar—.


Pero todos los demás chicos de tu equipo comen filetes de pollo y comida
rápida. Y tú comes comida precocinada.

—Sí, bueno, todos los demás chicos del equipo no tienen una
nutricionista hija de puta con la que lidiar —me explicó entre bocado y
bocado—. O un camión lleno de entrenadores y reclutadores respirando
en sus cuellos.

Uh.

Me lo pensé un momento.

—¿Te molesta? —pregunté.

Sonrió con satisfacción.

—No, nena, no me importa.

En mi pecho, mi corazón se detuvo.

La cara de Johnny se sonrojó y negó con la cabeza.

—Quiero decir…

—Está bien —susurré—. Está bien.

Me miró con expresión de dolor y luego exhaló pesadamente.

Sacudió la cabeza, volvió a meter la caja de almuerzo en la bolsa y se


frotó la frente.

Desesperada por romper la pegajosa tensión que nos envolvía, solté:

—Enséñame de rugby.
Johnny me miró sorprendido.

—¿Quieres que…? —Su voz se entrecortó y arqueó una ceja—. ¿Por


qué?

—Me están obligando a veros jugar otra vez —respondí—. Debería


saber lo que estoy viendo. —Encogiéndome de hombros, añadí—: Por
ejemplo, ¿en qué posición juegas en el equipo?

—Juego de central —explicó, mirándome todavía con expresión


perpleja—. De segundo centro es donde me siento más cómodo.

—Está bien. —Asentí, asimilando la información—. Entonces, ¿te


metes en los scrums y esas cosas?

Johnny resopló.

—¿Qué? —le contesté a la defensiva—. Sólo vi uno de tus juegos y


las reglas y las posiciones no me han quedado claras. Ya te dije que soy
una chica de la GAA.

—Lo sé. —Riéndose, levantó las manos y dijo—: No estoy juzgando.

—Pero te estás riendo —amonesté.

Me miró fijamente durante un largo rato antes de preguntar:

—¿De verdad quieres que te enseñe?

Asentí.

—Quiero saber.

Johnny exhaló un suspiro y asintió.

—¿Por qué no? —meditó—. Así pasaremos el tiempo antes de la


próxima tarea de mierda que nos dé la loca.
—Creo que se tratará de meditar una vez que volvamos a la carretera.
—Me reí entre dientes.

—Para. —Johnny se estremeció—. ¿Tienes papel y bolígrafo en la


mochila?

Fruncí el ceño, pero no le pregunté.

En lugar de eso, metí la mano en el bolsillo delantero de mi mochila,


saqué un pequeño cuaderno y un bolígrafo, y se los entregué.

—¿Qué carajo es esto? —preguntó Johnny, mirando la bola rosa y


esponjosa que colgaba del bolígrafo de bienvenida a Tommen que Claire
me había comprado—. Dios mío. —Acarició la bolita, haciéndola
brillar, y luego dirigió su mirada acusadora hacia mí—. ¿Podrías no ser
tan chica?

—Dijiste que no juzgarías —murmuré, sintiendo que me ardían las


mejillas—. Y soy una chica.

—Cierto. —Sacudiendo la cabeza, dirigió su atención a mi


cuaderno—. Hagámoslo —anunció, aclarándose la garganta—.
Prepárate para recibir una lección. —Me dedicó una sonrisa indulgente
antes de añadir—: Otra vez.

Sonreí.

—Soy toda oídos.

Johnny abrió mi cuaderno por una página en blanco y empezó a


dibujar una cuadrícula con quince casillas pequeñas, explicando
mientras trabajaba.

Dentro de cada casilla, garabateó palabras como tercera derecho,


talonador, ala derecho, ala izquierdo, y luego explicó cada posición.

Al lado de cada casilla asignó un número.

Al lado de la casilla segundo centro escribió 13.


—Segundo centro… ¿eres tú, verdad? —pregunté—. ¿Eres el 13?

Johnny asintió.

—Mala suerte para algunos —reflexioné.

—No para mí —respondió con una sonrisa.

—Y ahí se acaba tu oportunidad de fingir modestia.

—No tiene sentido —respondió encogiéndose de hombros con


indiferencia—. Soy lo que soy y no me disculpo por ello. —Me dio un
ligero golpecito con el bolígrafo en la nariz—. Ahora, concéntrate.

Así que lo hice.

—Tienes tus delanteros: números del 1 al 8. Son los dos puntales, los
dos terceros línea, el talonador, los dos segundos línea y el número 8.
Estos jugadores suelen ser los más grandes y pesados —explicó mientras
garabateaba unas notitas.

La letra de Johnny era sorprendentemente pulcra para tratarse de un


hombre; pequeña, no toda junta y fácil de leer.

Guardé ese fragmento de información en mi mente para tenerlo a


buen recaudo.

—Y luego tienes la línea de tres cuartos —anunció, atrayendo de


nuevo mi atención hacia él—. Números del 9 al 15. Son el medio-melé,
el apertura, los dos centros, los dos alas y el zaguero. Son los jugadores
más pequeños, más ligeros y generalmente más rápidos del equipo. —
Con un suspiro de satisfacción, agitó una mano delante de la página—.
Y ahí lo tienes; las quince posiciones que componen un equipo de rugby.

—Entonces, ¿estos son los delanteros? —pregunté, señalando los


números del 1 al 8. Johnny asintió con la cabeza.

Johnny asintió.
—Exacto.

—¿Como en el fútbol soccer?

—No, como en el fútbol no —prácticamente se atragantó con las


palabras, horrorizado—. Para nada como en el fútbol soccer.

—¿Gaelic?

—No —refunfuñó, pellizcándose el puente de la nariz.

—¿Hurling?

—¿Qué? ¡No! Deja de hablar. —Molesto, se pasó una mano por el


pelo y gruñó—. Olvídate de otros deportes un rato y escucha.

—La otra noche no fuiste un profesor tan mandón —refunfuñé.

—Y tú tampoco fuiste una alumna tan desafiante entonces —replicó,


golpeando el bolígrafo contra el cuaderno—. Ahora, concéntrate. —
Exhalando un suspiro frustrado, dijo—: En el rugby, la línea de tres
cuartos se colocan detrás de los delanteros al comienzo del juego. Es la
norma. Así es como se juega.

—Entonces, ¿todos estos tipos de aquí forman el scrum? —pregunté


señalando los números del 1 al 8—. ¿Los delanteros? —Frunciendo el
ceño, agregué—: ¿Y se unen, fijan y se enfrentan con el otro equipo
cuando el árbitro pide un scrum?

—Sí —aceptó, asintiendo alentadoramente.

—¿Qué es «Atrapar»? —pregunté, recordando lo que Claire, Helen y


Shelly me habían contado sobre la competición de las chicas de sexto
año.

—Atrapar es cuando tu primera fila conecta con la primera fila del


contrario —explicó Johnny.

—¿Como chocar? —pregunté—. ¿Conectando por la fuerza?


—Es un poco más complicado y técnico que eso, pero sí —respondió,
arrugando la nariz ante la idea—. Por el bien de nuestra lección,
llamémoslo así.

Fruncí el ceño ante la idea, que no me pareció nada atractiva, antes


de preguntar:

—¿Y el medio scrum lanza el balón al scrum?

—Exactamente.

—¿Y el balón tiene que jugarse hacia atrás y detrás de los jugadores
en todo momento? ¿Un pase hacia delante o un lanzamiento supone un
penalti?

—Sí. —Se le iluminaron los ojos—. Eso está muy bien, Shannon.

Me sonrojé por el elogio.

Animada, lo escuché atentamente.

El rugby parecía ser su vida y quería saberlo todo sobre ello.

Cada pequeño, minúsculo e insignificante detalle.

Era patético a todos los niveles, pero me consolé diciéndome que era
una forma inofensiva de pasar el tiempo.

Johnny siguió hablando, tratando de enseñarme las reglas del juego


y las funciones de cada jugador, por no hablar de las diferentes jugadas
y formaciones.

Para ser sincera, tenía que asimilar una enorme cantidad de


información y gran parte de ella me sobrepasaba, pero cuando empezó a
explicarme el papel de un centro, lo escuché atentamente.

—En un equipo hay dos centrales: el primer centro y el segundo.


Jugar de central significa que mi trabajo consiste en romper la línea
defensiva contraria —explicó—. También tenemos que mantener nuestra
propia línea defensiva, leer el juego del rival, anticipar la dirección del
balón, saber cuándo hacer un ataque defensivo y saber cuándo no.

—Eso suena increíblemente complicado —admití, sintiéndome un


poco abrumada y asombrada.

—No es una posición fácil de la que ser responsable —convino


Johnny—. Todo el mundo habla del apertura, pero los dos centros son
primordiales para jugar. Supongo que se puede decir que son el centro
del campo de un equipo de rugby.

—Pero dijiste que eras de la línea de tres cuartos.

—Soy de la línea de tres cuartos.

—Pero acabas de decir que eras mediocentro.

—Lo soy.

—¿Cómo?

—Jesús, por favor, deja de hacer preguntas y escúchame. —Johnny


se pellizcó el puente de la nariz y murmuró varias palabrotas en voz
baja—. Te lo explico lo mejor que puedo, Shannon.

—Lo siento —murmuré—. No te enfades conmigo por eso.

—No me enfado contigo. Estoy intentando… —Johnny se detuvo en


seco e inhaló profundamente antes de volver a intentarlo—. Aparte de
los 9 y los 10, que suelen controlar el juego, la velocidad y la dirección
del juego, los centros son los creadores de juego —explicó, con un tono
más suave ahora—. Protegemos al apertura, cuidamos al medio scrum,
aguantamos el embate de los delanteros rivales, que son jodidamente
más grandes que nosotros. Somos más pequeños, más rápidos y más
ágiles que los delanteros. Tenemos que serlo para jugar rápido y enlazar
y ayudar a otros miembros de nuestro equipo.
—Pero… —Levanté la mano y esperé a que me diera el visto bueno
antes de continuar—: Te vi jugar. Eres el más grande del equipo.

Johnny negó con la cabeza, moviendo los labios.

—Es rugby escolar. La mayoría de los chicos de las ligas escolares


juegan por diversión. En el rugby profesional y competitivo, no soy el
más grande.

—¡Pero si eres enorme! —exclamé.

—Soy alto —corrigió antes de continuar rápidamente—. La


velocidad es vital para un centro. Tengo que ser ágil con los pies y
acelerar con todo cuando llega la oportunidad.

Pensaba que Johnny era inmenso, pero ¿qué sabía yo?

Al parecer, no mucho.

—Mantener y defender, ese es mi trabajo como 13 —dijo—.


Mantener la línea y defenderla. Competir en el suelo o anular un ruck.
Eso también es cosa mía —añadió—. El 12 y el 13 juegan cerca el uno
del otro.

—¿Quién es tu 12 en el equipo del colegio?

Johnny inclinó la cabeza hacia el grupo de chicos.

—Patrick Feely.

—Oh. —Asentí—. Y son buenos amigos, ¿verdad?

Asintió.

—Sí, es un buen amigo. Cuido constantemente a Feely y viceversa.


Si tiene el balón, tengo que estar encima de él, listo para quitarle el pase
y sacar provecho enlazando con uno de los alas.

—¿Los alas?
—El 11 y el 14 —explicó.

Asentí.

—Claro. 11 y 14 son los alas.

—Exactamente. Ahora, hay una confianza necesaria entre tus dos


centros, 12 y 13 —explicó—. Tienen que tener una puta fe total el uno
en el otro, conocer a su pareja como la palma de su mano, leer sus
jugadas, sus lenguajes corporales… demonios, a veces tienen que leer sus
pensamientos.

—¿Por qué?

—Porque si me llevo a la oposición por afuera, dependo del 12 para


controlar el interior y viceversa. Si uno de los dos la caga, el otro sufre,
con el consiguiente sufrimiento de todo el equipo. —Exhaló un suspiro
pesado y dijo—: Es una asociación estrecha que necesita una
comunicación transparente.

—No podrías haberte hecho la vida un poco más fácil, ¿verdad? —


susurré, sintiéndome intimidada—. Tenías que elegir el puesto más
difícil del equipo.

—Todas las posiciones son desafiantes —dijo—. Como los radios de


una rueda, si uno cae todos caemos.

—¿Das patadas?

Johnny se encogió de hombros.

—Puedo, y lo hago cuando lo necesito, como patadas en línea o


algún que otro grubber, pero no es una gran parte de mi juego.

—¿Grubber?

—Una patada en el campo para perseguir.

—¿Pero no lo haces a menudo?


—No tan a menudo.

—¿Por qué no?

—Porque normalmente estoy ocupado compitiendo por el balón y


defendiendo la línea. Necesito ser capaz de enfrentarme al rival tanto en
ataque como en defensa. Mi cuerpo tiene que estar preparado para los
golpes que recibo, y recibo muchos putos golpes, Shannon.

—¿Por qué lo haces?

—¿Qué quieres decir?

—El rugby —le expliqué—. ¿Por qué lo haces?

—Me encanta —respondió simplemente—. Todo lo que tiene que ver


con él. La forma del balón. Lo físico del juego. La adrenalina. La presión.
La recompensa. El esfuerzo. Presionarme. Amo este puto deporte.

Te amo, estuve a punto de soltar, pero contuve las dos aterradoras


palabras justo a tiempo.

¡Oh, Dios mío!

¿De dónde había salido eso?

No amaba a Johnny.

Ni siquiera lo conocía.

Al menos, no bien.

Y claro, las partes que conocía de él eran partes buenas, partes


decentes, partes bonitas, pero eso no significaba en absoluto que sintiera
algo más profundo por Johnny que una evidente atracción física y un
enamoramiento adolescente.

Era ridículo.
Yo era ridícula.

Deja de mentirte, siseó mi cerebro, lo amas con cada pedazo de tu


fracturado corazón…

Sobresaltada y desorientada por aquel inquietante pensamiento,


tardé unos instantes en darme cuenta de que seguía hablándome.

—… te han asignado un montón de idioteces extra con las que no


voy a entrar en detalles ni aburrirte. —Logré oírlo decir.

Se estaba moviendo de nuevo, con las piernas estiradas en un ángulo


incómodo.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Sí. —Se llevó la mano al muslo, pero enseguida la quitó y me miró


con recelo—. Odio estos viajes largos en autobús —dijo a modo de
explicación—. Voy demasiado apretado.

—Entonces, ¿por eso prefieres sentarte solo? —ofrecí—. ¿Por el


espacio para las piernas?

—Sí. —Johnny asintió, con los ojos brillando de alivio—. Con el


tamaño que tengo, es más fácil.

—¿También te sientas solo en tus clases?

Asintió.

—Sí, lo prefiero así.

—¿Por qué?

—Porque soy ancho —respondió—. Y esos escritorios son un asco


de estrechos.

Era ancho.
Era enorme.

Y hermoso.

Johnny me miró de reojo, sonriendo, y dijo:

—No obstante, me sentaría contigo.

El corazón me dio un vuelco.

—¿Lo harías?

Sonrió.

—Eres tan pequeña que no cuentas.

Exhalé un suspiro.

—Sigo contando.

—Ya sabes lo que quiero decir. —Se rio en voz baja—. No hay que
pelearse por el espacio para las piernas. —Bajó la mirada hacia mis pies,
con la sonrisa aún firmemente pegada, y bromeó—: ¿Tus pies tocan
siquiera el suelo?

—Por supuesto —confirmé, y luego palpé rápidamente el suelo con


los dedos de los pies para ver si estaba en lo cierto—. ¿Ves? —repliqué,
feliz de descubrir que, de hecho, tenía razón. Es cierto que los dedos de
los pies apenas tocaban el suelo, pero había un claro contacto de
puntillas—. Ja, ja.

—¿Ja-ja? —Johnny echó la cabeza hacia atrás y se rio—. ¿Tienes


cuatro años?

—Lo dice el que se burla de mi estatura —repliqué, lanzándole mi


mejor mirada indignada.
—Sólo expongo los hechos —replicó inocentemente. Una sonrisa
pícara se dibujó en su rostro antes de añadir—: Esperaba a medias que
trajeras un asiento elevado en el autobús.

En contra de mi buen juicio, esbocé una sonrisa ante su comentario.

Había algo en su tono que me aseguraba que no se trataba de un


comportamiento vengativo.

Sólo Johnny jugando.

Era extraño, inesperado y sorprendentemente bienvenido.

—Decidí dejarlo en casa. —Me impresioné replicando—. Menos mal


que lo hice, porque apenas hay sitio aquí con tu ego.

—Shannon Lynch hace bromas. —Johnny se echó hacia atrás,


sonando y pareciendo impresionado a regañadientes—. ¿Quién lo habría
adivinado?

—Bueno, obviamente tú no. —Le sonreí dulcemente, ignorando el


revoloteo de mi estómago cuando dijo mi nombre, mientras mi cuerpo
se relajaba lentamente y mi sentido del humor se asomaba por encima
de mis altísimos muros protectores, intrigada por el persuasivo
engatusamiento de este chico.

—Bueno, mierda. —Johnny sonreía ahora—. Eres una cosita


sarcástica cuando quieres, ¿verdad?

Sintiendo un repentino arrebato de jocosidad, me encogí de hombros


y dije:

—Sé que lo eres, pero ¿qué soy yo?

—Ahora te estás haciendo la bufona.

—Sé que lo eres, pero ¿qué soy yo? —repetí sonriendo.


—Palos y piedras me romperán los huesos —bromeó, siguiéndome
la corriente—. Pero las chicas nunca me harán daño.

—Son las palabras las que nunca me harán daño —corregí,


encontrándome reflejando su sonrisa—. No las chicas.

—No en mi mundo —respondió con una risita baja.

—Mentiroso, mentiroso —solté—, cara de oso.

Soltó un sonoro bufido.

—Supongo que ahora me soltarás el rollo de que «perra significa


perro, perro significa naturaleza y naturaleza significa belleza».

—Depende —reté, sintiéndome a la vez a gusto y nerviosa a su lado.

Empezaba a darme cuenta de que cada vez que estaba con él me


embargaba una turbulenta oleada de emociones.

Una oleada de emociones que me hacía sentir nerviosa y excitada a


la vez.

Para mí no tenía sentido.

Pero sus sonrisas eran adictivas.

Cuantas más me ofrecía, más ansiaba.

Johnny se inclinó más hacia mí, con los ojos brillantes de emoción.

—¿De qué?

—De si me estás llamando perra o no —completé.

—Ni se me ocurriría —replicó Johnny en tono sarcástico—. Además,


si lo hiciera, probablemente se lo contarías a mi madre.

—Sabes que no pretendía hacer eso —protesté—. Nunca quise


meterte en problemas con nadie.
—Claro que sí —insistió Johnny, lanzándome un guiño burlón—.
Siempre que estás cerca de mí, los problemas no tardan en llegar. —
Sonrió, mostrando los hoyuelos de sus dos mejillas—. Si no te conociera
mejor, pensaría que disfrutas metiéndome en líos con la autoridad.

No era tan ingenua como para no reconocer el hecho de que esta


conversación estaba desdibujando la línea entre la broma y el coqueteo.

Al menos así lo sentí yo.

Johnny probablemente ni siquiera lo pensaba así.

Pero no importaba, porque cuando me miraba así, todo sonrisas y


ojos interesados, no podía evitar seguirle el juego.

Forcé un sonrojo y respondí:

—Eso no es cierto.

—¿Ah, no? —Me lanzó otro guiño burlón antes de añadir—: ¿Y


ahora quién es la mentirosa con cara de osa?

—Sigues siendo tú —respondí—. Y no voy de rosa.

Frunció el ceño, confundido.

—¿Eh?

—Rosa para que los chicos te guiñen el ojo 5 —aclaré, sintiéndome


satisfecha de haberle hecho tropezar en este jueguecito al que parecíamos
estar jugando—. Llevo azul, no rosa. No hace falta que me guiñes el ojo.

Con una sonrisa diabólica grabada en la cara, Johnny se inclinó hacia


mi oído y me susurró:

5
Frase que pierde el sentido al traducirla: Pink to make the boys wink. Literal, el rosa hace que
los chicos te guiñen.
—Creo que puedo hacer que esas bonitas mejillas tuyas se pongan
rosadas.

Me puse escarlata.

—¿Qué?

—Demasiado fácil. —Se rio, completamente encantado consigo


mismo.

Consciente de que llevaba las de ganar, pero sin encontrar una


respuesta decente a una afirmación desgraciadamente acertada, recurrí a
sacarle la lengua.

La mirada de Johnny bajó a mi boca y sus ojos bailaron con picardía


cuando dijo:

—Sigue sacándome la lengua y te la voy a agarrar.

Volví a meter la lengua y lo miré boquiabierta.

—Sí, claro.

—Inténtalo —me desafió, sonriendo—. Vamos.

Mis ojos se agrandaron y di un respingo.

No confiaba en que no siguiera con la amenaza.

Mi reacción sólo hizo que Johnny se riera más.

—Deja de mirarme así —ordenó, llevándose una mano al costado


para evitar reírse.

—¿Así cómo? ¡No estoy haciendo nada! —repliqué, incapaz de evitar


que la sonrisa se dibujara en mis labios—. Eres tú quien amenaza con
atrapar mi lengua.
—Es esa mirada nerviosa que tienes con los ojos muy abiertos —me
explicó Johnny, que seguía riéndose para sus adentros—. No te
preocupes —musitó, sonriéndome—. No te robaré la lengua.

Fingí incredulidad.

—No estoy segura de creerte.

—Me crees —me aseguró en tono confiado.

—¿Ah, sí? —Arqueé una ceja—. ¿Por qué estás tan seguro?

—Porque confías en mí —respondió con una enorme sonrisa de


megavatio.

—No confío en nadie, Johnny —enmendé en voz baja, sintiendo que


mi despreocupación se evaporaba en el aire, sustituida por la familiar
pesadez de la desesperación que se cernía sobre mi cabeza como un
nubarrón constante.

Johnny guardó silencio durante un largo rato, reflexionando sobre


mis palabras.

—¿Por algo que pasó? —preguntó finalmente—. ¿En tu pasado?

—Por muchas cosas. —Fue todo lo que respondí, incapaz y sin ganas
de darle más.

—¿Cosas malas? —insistió, con voz grave y penetrante.

—Cosas personales —balbuceé, sin que me gustara el giro repentino


y serio que había tomado la conversación. Me aclaré la garganta y
añadí—: Cosas privadas.

—Cosas que dificultan la confianza en la gente —dedujo finalmente


Johnny, observándome atentamente.
—No. —Sacudiendo la cabeza, junté las manos con fuerza y exhalé
un fuerte suspiro—. Cosas que hacen que confiar en la gente sea
imposible.

—¿Quieres hablar de ello?

Negué con la cabeza.

—Ya sabes lo que dicen de un problema compartido —insistió.

—No siempre —susurré.

Me estudió durante un largo momento, obviamente reflexionando


sobre mis palabras.

—¿Quieres saber lo que pienso? —preguntó finalmente.

—¿Qué es?

—Creo que no quieres confiar en nadie —afirmó, sin dejar de


insistir—. Pero confías en mí a pesar de ti misma.

Abrí la boca para negarlo, pero me detuve en seco, perpleja ante sus
palabras.

¿Tenía razón?

¿Confiaba en él?

Tal vez sí, a mi peculiar manera.

Quiero decir, confiaba en que no intentaría hacerme daño o


sabotearme intencionadamente.

Confiaba en que era una buena persona con un corazón amable y una
mente hermosa.

¿Pero todo lo demás?

¿Las partes que daban miedo?


¿Los sentimientos aterradores que me provocaba y que no me atrevía
a interpretar por miedo a lo desconocido?

No estaba tan segura.

—Porque puedes, Shannon. —La voz de Johnny irrumpió en mis


pensamientos—. Puedes confiar en mí. —Su mirada se clavó en la mía,
sus sorprendentemente intensos ojos azules quemando agujeros dentro
de mí—. No te haré daño.

—No te tengo miedo —repliqué a la defensiva, sintiéndome


desconcertada por su inquietante y acertada apreciación.

—Bien —respondió Johnny con calma, con los ojos clavados en los
míos—. No quiero que lo tengas.

—Bueno, no lo tengo.

—Me alegro.

Sintiéndome increíblemente expuesta y vulnerable, me quedé allí


sentada, incapaz de formar una frase coherente, mientras miraba
fijamente al chico que había hecho pasar mi corazón por el aro desde
aquel primer día.

Te defraudará, argumentó la parte defensiva de mi cerebro. Te hará


más daño que todos los demás.

—No lo haré —afirmó Johnny, aparentemente capaz de leer mis


pensamientos—. A quienquiera que estés acostumbrada —continuó
diciendo, con los ojos clavados en los míos—. O a quienquiera que estés
acostumbrada. El que sea responsable de esa mirada triste en tus ojos…
—Hizo una pausa para rozarme el pómulo con su pulgar—. Ese no soy
yo, no soy así, y no te haré eso.

—¿Lo prometes? —susurré, y luego me reprendí rápidamente.

Cuando estaba ansiosa, siempre pedía una promesa.


Era un hábito terrible que tenía por haber pasado años de mi vida
viviendo en un estado constante de ansiedad incierta.

Por lo general, le pedía promesas a mi hermano, y Joey me las


proporcionaba en abundancia para mitigar el estrés.

Tanto si mi hermano pretendía cumplir esas promesas como si no, la


pequeña afirmación, por imposible o ridícula que fuera, apaciguaba algo
dentro de mí durante un rato, haciendo la vida un poco más llevadera.

—Te lo prometo. —Me sorprendió Johnny diciéndome.

En ese momento, y con esas dos pequeñas palabras, Johnny


Kavanagh, sin saberlo, hizo un agujero limpio en el muro que rodeaba
mi corazón.

—Por favor, no hagas eso —susurré/supliqué, mientras intentaba


frenéticamente reparar el agujero que había dejado en mí con facetas de
información como: no te encariñes porque pronto se estará yendo, y
experiencias pasadas como la noche en que me hizo daño, o peor aún, la
noche en que me rechazó.

Johnny frunció el ceño.

—¿Hacer qué?

—Hacer promesas —susurré, con el corazón golpeando contra mi


caja torácica—. Por favor, no lo hagas.

—Acabo de hacerlo —me dijo sin disculparse—. Ya lo solté, y no


voy a retractarme.

Se me revolvió el estómago.

Se me aceleró el corazón.

Me tembló todo el cuerpo.

Esto no es seguro, advirtió mi cerebro.


Bloquéalo.

Protégete.

No lo dejes entrar.

—No me retracto de mi palabra, Shannon —agregó Johnny—. Así


que tendrás que aceptarlo.

Luego dejó de prestar atención al cuaderno que aún tenía en las


manos y empezó a garabatear furiosamente algo en su interior antes de
devolvérmelo un minuto más tarde, más o menos.

—¿Qué me dices? —preguntó con una sonrisa burlona.

Miré la página y solté una carcajada.

Las palabras estaban escritas en mayúsculas: Shannon como el río.


¿Quieres ser mi amiga?

Debajo del texto había dos recuadros dibujados a mano.

En uno había un sí y en el otro un no.

La casilla del sí tenía una cara sonriente.

La casilla del no tenía una cara triste.

Al final de la página figuraban las palabras: Firmado por junto a una


línea ligeramente torcida con su firma garabateada. Debajo de la línea
con el nombre de Johnny había una línea vacía para mi nombre y él había
fechado la nota el 10 de enero de 2005, mi primer día en Tommen.

Una nota al margen que decía: PD: Shannon promete no demandar a


Johnny cuando haya firmado para los profesionales por cualquier lesión que
pueda o no haberle causado en la fecha mencionada. Este es un descargo de
responsabilidad válido, te reto a que digas que no, ocupaba las últimas líneas
de la página.
Era ridículo, adorable, y no podía borrar la estúpida sonrisa de mi
cara.

—Para ser justos, creo que somos amigos desde hace tiempo —dijo
Johnny con una sonrisa infantil—. Sólo lo estoy poniendo por escrito
para que dejes de evitarme en la escuela.

—No te he estado evitando en la escuela —negué rápidamente…


demasiado rápidamente.

Johnny arqueó una ceja y la mirada que me dirigió gritó: mentira.

—Bien, te he estado evitando en el colegio —admití, mortificada.

—Me gusta la sinceridad —me animó con un tono burlón en su


voz—. Es la base de una amistad sólida.

Me reí y sonreí ante la nota.

—¿Y de verdad quieres que firme esto?

—Hice un gran esfuerzo de imaginación redactando eso —replicó


Johnny—. Me sentiría insultado si no lo hicieras.

Sacudí la cabeza y reprimí una sonrisa.

—Eres ridículo.

—Pero te lo advierto. —Rio entre dientes—. No tengo hermanas y


nunca he sido amigo de una chica, así que si meto la pata o digo algo
equivocado, tendrás que tener paciencia conmigo.

—Bueno, tengo muchos hermanos —repliqué—, así que estoy


acostumbrada a que los chicos digan cosas equivocadas.

Marqué la casilla del sí, firmé con mi nombre en la página y luego la


arranqué de mi cuaderno antes de devolvérsela a Johnny.
La sonrisa con la que Johnny me recompensó fue amplia, genuina e
impresionantemente hermosa.

Dios, parecía otra persona cuando sonreía.

Toda su cara se transformaba.

Sus ojos se iluminaban.

Se le veían los hoyuelos de las mejillas.

Era sencillamente hermoso, y estuve a punto de decírselo.

Por suerte, me detuve justo a tiempo y en su lugar le dije:

—Te ves estupendo.

Johnny levantó las cejas, con expresión inquisitiva, y me hundí aún


más en mi asiento.

—¿Me veo estupendo? —preguntó mientras me observaba con interés,


con una pequeña sonrisa en los labios.

—En condiciones brillantes —corregí rápidamente y luego carraspeé


varias veces, ganándome algo de tiempo para buscar una mentira, antes
de encontrar una y añadir—: teniendo en cuenta que arrastras una herida
tan grave.

Un destello de pánico iluminó sus ojos durante un breve instante


antes de que cerrara la persiana.

Y así como así, la versión juguetona y tierna de Johnny había


desaparecido.

—No vayas por ahí, Shannon —advirtió, con los labios sonrientes
aplanados en una fina línea, mientras todo su cuerpo se tensaba
visiblemente. Miró a su alrededor, observando la fila de estudiantes que
se amontonaban en el autobús, antes de volver a centrar su atención en
mí—. Y menos aquí.
Su reacción fue como una bofetada en la cara.

—¿Estás bien? —pregunté, odiando lo insegura que sonaba—. Sabes


que no pretendía…

—Estoy bien —terminó por mí—. Y lo sé. Está bien. Es sólo que…
no puedo… por favor, olvídalo.

El rechazo y el despido nunca son sentimientos agradables de


soportar, que era exactamente lo que me pasaba cada vez que me abría
tontamente a este chico.

Tenía el don de animarme con palabras, sonrisas y falsas esperanzas,


sólo para aplastarme con el silencio.

Me dolía más de lo que debería.

Me aplastaba.

Varios estudiantes volvieron a subir al autobús y su ruidoso parloteo


nos distrajo a los dos.

—Ya era hora —murmuró Johnny en voz baja.

Apartándome de su repentino cambio de humor, me concentré en la


fila de estudiantes que volvían a subir al autobús.

Varios chicos del equipo pasaron junto a nuestro asiento y se


detuvieron para darle una palmada en el hombro a Johnny.

Los ignoró a todos, manteniendo la atención pegada a la hoja de


papel que tenía en las manos.

—¿Intercambiando cartas de amor? —se burló Gibsie mientras


descendía hacia la parte trasera del autobús—. ¡Qué romántico!

—Que te jodan, Gibs —replicó Johnny, sonando irritado, mientras


doblaba la nota y se la metía en el bolsillo—. Hoy no estoy de humor
para tus mierdas.
—Sí, bueno, te diría lo mismo, pero veo que ya lo tienes resuelto —
replicó Gibsie riendo.

Su comentario recibió mucha atención por parte de otros estudiantes


que decidieron subirse al carro y lanzar comentarios sugerentes.

—¿Lo ven, chicos? Se quedaron en el autobús cuando estábamos


dentro.

—No tenía hambre de lo que tenían en la tienda.

—¡Arre eso!

—¡Gowan, chico Johnny!

—¡Entra ahí, chico!

Ansiosa, me estiré para hacer señas a Claire y Lizzie, rezando para


que una de ellas cambiara de asiento conmigo, pero me hundí
rápidamente en mi asiento cuando mis ojos se posaron en Ronan
McGarry, dos filas más arriba, en el lado opuesto del autobús. Otra
docena de filas más arriba estaba Bella.

Me sentí atrapada y miré a Johnny, que se había girado en su asiento


e intercambiaba insultos con los chicos de la fila de atrás.

—Marca en el campo, marca en el autobús. ¿Cuántos intentos has


clavado en su línea de gol, Johnny?

Me avergoncé y bajé la cabeza, aprendiendo rápidamente que pasar


cualquier cantidad de tiempo con Johnny significaba recibir mucha
atención.

Atención no deseada.

No me enteré de lo que dijeron a continuación, pero Johnny saltó de


su asiento y se dirigió a la parte trasera del autobús, así que supuse que
se trataba de algo explícito.
No me atreví a mirar.

En lugar de eso, mantuve la cabeza gacha y la mirada fija en mis


manos temblorosas.

—¿Qué carajo dices de ella?

—Estaba bromeando… ¡ah, maldición, para! ¡Jesús, relájate! Fue


una broma.

—¿Me estoy riendo, Robbie?

—Relájate, Cap.

—¿Me estoy riendo, imbécil?

—No. Dios… ¡ay! Para.

—¿Crees que se está riendo?

—No.

—No. —Johnny resopló—. No me empujes de nuevo, pequeño tonto


culchie.

—Lo siento.

—Dilo otra vez.

—Lo siento, Johnny…

—¡A ella! —rugió Johnny, lo suficientemente fuerte como para


llamar la atención de todo el autobús—. Discúlpate con ella. Ahora.

—Lo siento, Shannon —gritó un coro de voces masculinas.

—Eh, ¿está bien? —respondí, porque ¿qué otra cosa podía hacer?

—Malditos imbéciles —gruñó Johnny cuando recuperó su asiento a


mi lado un minuto después.
Me dio un empujón en la pierna y atrajo mi atención hacia él.

—No les hagas caso —dijo en voz baja—. Se trata de mí, no de ti,
¿bien?

Asentí, exhalé un suspiro tembloroso y me volví para mirar por la


ventana.

Me hizo daño.

Me rechazó.

Y luego se lanzó a defender mi honor.

¿Y ahora?

Ahora estaba tan confundida que me dolía el cerebro.

Unos minutos más tarde, el autobús volvió a rugir y nos pusimos en


marcha.

La Sra. Moore llamó entonces la atención de todos y anunció la hora


de reflexión.

Nunca me había sentido tan aliviada al oír esas palabras.

Sentada en silencio, intenté elaborar mis emociones desbocadas.

—Shannon, lo siento.

Sobresaltada, me volví para mirar a Johnny, preguntándome si


estaba oyendo cosas, sólo para encontrarme con que me devolvía la
mirada con expresión expectante.

—¿Qué?

—Soy un idiota. —Johnny sacudió la cabeza y exhaló un suspiro


frustrado—. ¿Te digo que confíes en mí y luego me doy la vuelta y actúo
así? —se apresuró a explicar, sólo para tropezar con su siguiente
obstáculo de palabras—. No debería… Es sólo que… Normalmente
nunca… Yo no… Eres la única chica a la que he… —Exhaló un suspiro
y señaló entre nosotros antes de decir finalmente—: No soy bueno en esto,
Shannon.

—¿No eres bueno en qué? —Ahora me tocó a mí poner cara de


confusión—. ¿Hablar? Porque no tienes que hablar de ello. No te lo pedí.

—No me estás oyendo —espetó, y luego sacudió la cabeza, con cara


de fastidio consigo mismo—. No. No lo estoy diciendo bien.

—¿Diciendo bien qué?

Johnny se pasó una mano frustrada por el pelo y expulsó un suspiro


áspero.

—Exageré —dijo finalmente.

—Sí —respondí rotundamente—. Eres bastante bueno en eso.

Decepcionada, crucé los brazos sobre mi pecho y me volví hacia la


ventana, pero él me agarró del brazo, jalándome para que estuviera frente
a él.

—No hagas eso —me dijo en voz baja y ronca, sin soltarme el brazo.

Solté un suspiro tembloroso, obligando a mi cuerpo a no volverse


loco por el contacto, y pregunté:

—¿Hacer qué?

—Bloquearme.

—Le dijo el comal a la olla —espeté, girando la cara.

—No puedes ignorarme —insistió Johnny, tratando de ser


gracioso—. Tenemos un contrato de amistad.

No me reí.
—Entonces rómpelo —le dije, luego jalé para liberar mi brazo.

—Shannon, déjame explicarte.

—Déjame en paz.

—Shannon, vamos…

—No.

—Mírame.

Crucé los brazos sobre mi pecho.

—No.

Johnny suspiró.

—Shannon, por favor.

—¡Dije que no! —espeté—. Me hiciste esto en tu auto y lo estás


haciendo de nuevo ahora. Eso es un patrón. No me gustan ese tipo de
patrones. Así que, ¡no!

Johnny soltó un gruñido frustrado.

Segundos después, sentí su mano en mi cuello mientras se inclinaba


sobre mi asiento y giraba mi cuerpo de lado para mirarlo.

Atónita, no pude hacer otra cosa que mirarlo fijamente.

—¿Qué haces?

Los ojos de Johnny estaban desorbitados y acalorados, asustados e


interesados, mientras parpadeaban de mis ojos a mis labios.

Por un breve instante, pensé que estaba a punto de besarme.

Pero no lo hizo.
Claro que no lo hizo.

En lugar de eso, soltó un suspiro entrecortado, acunó un costado de


mi cuello y tocó mi mejilla con la suya.

Presionó sus labios contra mi oído y, con una voz apenas más que un
susurro, dijo:

—Tengo miedo, Shannon.

—¿Miedo?

Sentí que asentía con la cabeza y que su mejilla sin afeitar rozaba la
mía.

—¿De qué?

—De ti.

—¿De mí? —El corazón me dio un vuelco en el pecho—. ¿Por qué?

—¿Lo que te conté aquella noche? —susurró, agarrando suavemente


el lateral de mi cuello con su enorme mano—. ¿Toda esa mierda sobre
mi operación y lo mucho que me duele? Estoy furioso conmigo mismo
por perder la cabeza y contarte algo que puede ser usado en mi contra.
Te di poder sobre mí y ahora me entra el puto pánico, ¿de acuerdo? Perdí
la calma contigo en el auto porque tocaste un nervio. Porque me
regañaste por mis mentiras. Porque tenías razón.

—¿Tenía razón?

Asintió y el movimiento hizo que su mejilla rozara la mía.

—No soy tonto —continuó susurrando—. Sé lo que arriesgo


jugando, pero lo tengo todo en juego por los próximos quince meses…
de que mi cuerpo aguante. Es mi carrera —me dijo con voz apenas
audible.
Sus palabras eran tan graves y rápidas, mezcladas con un acento
dublinés cada vez más marcado, que era difícil seguirle el ritmo.

—Es mi futuro y no soporto ver cómo se me escapa de las manos.


Trabajé demasiado duro para llegar a este puesto como para dejarlo
escapar. Van a hacer que tome una prueba, Shannon. No se lo he dicho
a nadie. Y si no la paso, si descubren que no estoy al cien por cien, me
sacarán y estaré fuera meses, Shannon. Meses. Puede que a ti no te
parezca gran cosa, pero para mí, es mi vida. Me perderé mi oportunidad
con la sub20 en junio. Me perderé todo. Lo perderé todo. Eso no puede
pasar, maldita sea.

Sus labios rozaron el lóbulo de mi oreja mientras hablaba.

No fue un movimiento intencionado ni remotamente coqueto, estaba


claramente agitado, pero aun así tuve que reprimir un escalofrío ante el
contacto.

—¿Y tú sabiendo todo esto? ¿Yo contándotelo? ¿Sabiendo que podía


ser puesto en mi contra? —Johnny suspiró pesadamente, su cálido
aliento abanicando la curva de mi mandíbula—. Yo no hago eso,
Shannon. No me dejo vulnerable ante nadie. Nunca. —Sus dedos
temblaban contra mi cuello mientras hablaba—. Y me da mucho miedo
haberte entregado ese tipo de poder.

—Entonces, ¿por qué lo hiciste? —pregunté, mientras un pequeño


escalofrío me recorría la espalda.

Inclinándome hacia atrás para poder mirarlo a la cara, pregunté:

—¿Por qué me lo contaste?

Parecía tan impotente que se encogió de hombros.

—Llevo mucho tiempo haciéndome la misma pregunta y aún no


tengo respuesta, Shannon —expresó con voz ronca, con sus
atormentados ojos azules clavados en los míos—. No entiendo lo que
sucede entre nosotros.
Me di cuenta de que estaba presenciando un raro momento de
vulnerabilidad por parte de Johnny, y mi corazón apenas podía soportar
la presión.

Verlo así, tan expuesto y desprotegido…

Me hizo algo.

Me hizo sentir protectora.

Como si tuviera que cuidarlo o algo así, lo cual era una locura,
porque con sólo mirarlo era obvio que no necesitaba la protección de
nadie.

Pero aun así lo sentí.

Lo observé durante un largo rato, absorta en su expresión derrotada


y en la forma en que me miraba, casi esperanzada, como si yo tuviera las
respuestas a todas sus preguntas.

No las tenía.

Lo correcto sería consolarlo con palabras tranquilizadoras.

No lo hice.

En lugar de eso, le susurré mi verdad.

—No quiero que juegues. —Tirando la cautela al viento y


moviéndome por instinto, metí las piernas debajo de mí, me acerqué más
y apreté los labios contra su oreja—. Hoy no y mañana tampoco. No
quiero que salgas y te pongas en peligro, Johnny. No quiero que te hagas
daño. Quiero que pares. Quiero que descanses tu cuerpo. Quiero que te
cuides.

—Shannon…

—Déjame terminar —susurré.


Asintió con rigidez.

Temblando, levanté la mano y acuné su mandíbula.

—Lo dije en serio cuando te dije que no se lo diría a nadie.

Sentí que su cuerpo se ponía rígido, pero no me aparté, la necesidad


de consolarlo me empujó hacia delante.

—No estoy de acuerdo con tus decisiones —balbuceé—. Pero respeto


que sean tuyas.

Algo dentro de este chico me llamaba.

No tenía ni idea de qué era ese algo, pero me hizo valiente.

Me hizo querer salir de mi zona de confort y ayudarlo, incluso si eso


significaba hacer lo incorrecto.

—Puedo guardar un secreto, Johnny Kavanagh —susurré,


acariciando su mejilla con mis dedos—. Y te prometo que guardaré el
tuyo.

Con su mano todavía en mi cuello, Johnny exhaló un fuerte suspiro


y dejó caer la cabeza hacia delante, rozándome el cuello con su cabello.

—Me duele mucho, Shannon —confesó, con un tono grueso y


áspero—. Todo el tiempo —añadió, cubriendo mi mano con la suya—.
Me duele tanto que apenas puedo dormir por la noche. No puedo
concentrarme una mierda en la escuela. Soy un asco en el campo. En los
entrenamientos. Todo se va al carajo, y la única persona con la que
puedo hablar de ello es una chica que apenas conozco. —Exhalando un
fuerte suspiro, me acercó más—. Eres lo único que me distrae, en lo
único que puedo concentrarme, y ni siquiera te conozco. Me siento más
cerca de ti que de mis propios compañeros de equipo. Te cuento cosas
que no le contaría ni a mi mejor amigo. ¿Cómo de jodido es eso?
—No es jodido. —Mi corazón martilleaba tan fuerte contra mi caja
torácica que me hacía respirar fuerte y rápido—. Está bien.

—No está bien —refutó Johnny, enterrando su cara en mi cuello—.


Ni una maldita cosa de lo que sucede en mi vida ahora mismo está bien.

En un momento, tenía su cara enterrada en mi cuello y al siguiente


se había ido.

—Maldición —gruñó Johnny, apartándose de mí como si lo hubiera


quemado—. ¡Maldición! —repitió pasándose una mano por el pelo—.
Lo volví a hacer. Lo volví a hacer, maldición.

Atónita, permanecí de rodillas, observando cada uno de sus


movimientos.

—¿Hay alguna posibilidad de que olvides todo lo que acabo de decir?


—preguntó en un tono desganado, mientras me miraba, con los ojos
ardiendo de desesperación.

Incapaz de articular palabra, le devolví la mirada, negando con la


cabeza.

No podía fingir.

Ya no.

—No. —Johnny asintió cabizbajo y se frotó la cara con la palma de


la mano—: No lo creo.

El razonamiento detrás de mi siguiente afirmación se basó en el


instinto básico y humano más que en el pensamiento, alentada por la
necesidad desesperada que tenía dentro de mi pecho de evitar que este
chico sufriera.

—Me acosaban —solté, sorprendiéndonos a ambos con la confesión.

Quería tranquilizarlo, y la única forma que se me ocurría era


confesarle algo profundamente íntimo.
—Mucho —aclaré, con la voz apenas más que un susurro.

Los ojos de Johnny se clavaron en los míos.

—¿En tu antiguo colegio?

—Sí. —Asentí y luego negué con la cabeza—. No sólo en ECB.


Ocurría en todas partes.

—¿En todas partes? —repitió Johnny lentamente, con las cejas


profundamente fruncidas.

—En todas partes —confirmé, mordiéndome mi labio para que no


temblara.

—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó finalmente, volviendo a girar


el cuerpo para mirarme.

—Toda mi vida —admití cansada, obligándome a mantener el


contacto visual—. No recuerdo ninguna época en la que no me odiara
todo el mundo.

—¿Qué? —exclamó, sonando horrorizado—. ¡No! Shannon, no


deberías pensar así…

—Es la verdad, Johnny —me apresuré a aclarar—. Soy desagradable.


Es un hecho. Simple y llanamente.

—Eso es mentira —gruñó—. No eres desagradable.

—No es mentira —repliqué—. Soy desagradable.

—Me gustas —replicó Johnny sin vacilar un ápice.

¡Bueno, te amo, Johnny Kavanagh!

Aunque te vayas.

Aunque no sientas lo mismo.


Aunque amarte me va a romper el corazón.

Te amo con todo lo que tengo.

Y probablemente siempre lo haré.

—Bueno, eso te convierte en uno de muy pocos. —Exhalé un suspiro


tembloroso—. ¡Fui odiada mientras crecía, Johnny! Me odiaban mucho.
Nadie quería jugar conmigo. Nadie me quería en su equipo de educación
física, ni sentarse conmigo en clase, y nunca me invitaban a las fiestas de
cumpleaños de los demás niños. Me molestaban constantemente. Por mi
pelo. Por mi tamaño. Por mi ropa. Mis libros de segunda mano. El auto
de mi familia. Del lugar del que vengo. Por respirar. No importaba lo que
hiciera o cuánto me esforzara por llevarme bien con los otros niños,
siempre encontraban un defecto en mí. —Sacudí la cabeza y suspiré con
cansancio—. He tenido dos amigas toda mi vida. Eso es todo.

—¿Claire Biggs y la novia de Pierce Ó Neill? —preguntó Johnny, con


voz ronca.

—Lizzie Young —confirmé con un movimiento de cabeza—. Sí,


fueron a mi escuela primaria y, sinceramente, si no fuera por ellas, me
habría quedado completamente sola.

—¿Pero se cambiaron a Tommen después de la primaria?

—Así es.

—¿Y tú fuiste a ECB?

—Sí —balbuceé.

El desconcierto estaba grabado en la cara de Johnny, como si le


costara entenderlo.

Y para un tipo como él, probablemente así era.

No le faltaban amigos ni chicas que lo adoraran.


Era popular y una gran estrella.

No tenía la menor idea de lo que se sentía estar en el otro lado del


espectro de la popularidad.

Donde yo residía.

El tono de Johnny fue cuidadoso cuando preguntó:

—¿Te pasó lo mismo allí?

—No. —Inspirando tranquilamente, seguí abriéndome al peligro—.


Fue peor.

Johnny guardó silencio un largo rato antes de preguntar:

—¿Te hicieron daño allí?

Reprimiendo un escalofrío, asentí.

—¿Shannon?

—Todos los días —confesé.

—Dios —gruñó mientras se pasaba una mano por el pelo—. No me


extraña que tu madre se enfadara conmigo aquel día.

Suspiré pesadamente.

—No fue el primer viaje del colegio a urgencias.

—Jesús. —Exhaló un fuerte suspiro y me acercó—. ¿Hasta qué punto


fue grave?

Me encogí de hombros con impotencia, incapaz de pronunciar las


palabras, o tal vez simplemente no estaba dispuesta a verbalizar el
trauma.

Quería que desapareciera de mi memoria.


Quería que esa parte de mi vida se borrara para siempre.

—¿Shannon? —insistió Johnny, con un tono dolorosamente suave,


mientras me acercaba tanto que mis rodillas tocaron su muslo.
Manteniendo un brazo enganchado alrededor de mi espalda, se inclinó
más cerca y repitió su pregunta anterior—. ¿Hasta qué punto llegó?

Hasta el punto en que deseé morir.

—Hasta el punto en que mi madre tuvo que enterrarse en deudas para


transferirme a Tommen —admití, con voz apenas audible—. Y el punto
en que dejé que lo hiciera —añadí, obligándome a mirarlo y odiando la
expresión de compasión que encontré en su cara.

—¿Esas chicas? —preguntó entonces—. ¿En el pub?

Asentí.

—Ciara fue la peor.

Sus ojos se ensombrecieron.

—La rubia.

Asentí débilmente.

—No podía volver a ECB después de Navidad. Habían pasado


demasiadas cosas y se me estaba yendo de las manos.

—¿Se te estaba yendo de las manos? —Johnny me miró fijamente—


. Seguro que se te estuvo yendo de las manos desde hacía años.

—Oh, lo sé —acordé—. Pero estaba empezando a afectar de verdad


a mi hermano y mis padres estaban preocupados.

—Tu hermano —respondió Johnny rotundamente.

—Sí. —Asentí—. A Joey lo suspendían constantemente por pelearse


por mí. Ya tenía cuatro suspensiones por mi culpa en Navidad, y mamá
estaba petrificada de que fuera a conseguir que lo expulsaran en su último
año de preparatoria. Papá estaba furioso porque pensaba que el
comportamiento de Joey le costaría su plaza en los menores. Fue una
auténtica pesadilla. —Encogiéndome de hombros, exhalé un fuerte
suspiro y dije—: Al final, mamá convenció a nuestro padre de que sería
mejor para Joey que me sacaran de ECB.

—¿Y tú? —preguntó Johnny, con los ojos azules clavados en los
míos—. ¿Fue mejor para ti?

—Fue la mejor decisión que se tomó para mí —respondí sin vacilar.

—¿Y Tommen? —insistió Johnny, con toda su atención puesta en


mí—. ¿Qué tal eso para ti?

—Aparte del problema con Ronan, no he tenido ningún problema en


Tommen —respondí honestamente, las mejillas ardiendo bajo su aguda
observación—. Ah, y Bella amenazándome con la guerra por hablar
contigo.

—¿Y esto? —Me pasó los dedos por el cuello, con sus ojos azules
abrasándome—. Necesito saberlo.

Me estremecí cuando me tocó.

—Te lo dije.

—No me mientas —insistió.

—Entonces no me obligues —le supliqué, sabiendo que se lo estaba


dando todo (mi corazón, mis secretos, mi confianza) y que era incapaz
de parar—. Por favor, no me obligues.

—Shannon… —empezó y se detuvo rápidamente. Me miró


fijamente durante un largo rato antes de asentir—. Por ahora.

Me sentí aliviada.

—Gracias.
—Pero voy a averiguarlo —susurró—. Me lo digas o no. —Me
acarició la mejilla con su pulgar—. Lo averiguaré y los haré sufrir.

El corazón se me detuvo en mi pecho.

Lo sabía.

No iba a dejarlo pasar.

Pude verlo en sus ojos esa noche en su habitación.

Johnny Kavanagh estaba empeñado en sacar a la luz mis secretos.

—Y Bella no hará una mierda —continuó Johnny, con tono ronco,


ojos acalorados e intensos—. Si entra en guerra contigo, entonces
también entra en guerra conmigo.

—No me gustan las guerras ni los enfrentamientos —repliqué


nerviosa, presa del pánico al pensar en su aterradora ex y en el daño que
era capaz de causarme—. No quiero que me odie, Johnny. No hice nada
malo.

—Se siente amenazada por ti —dijo bruscamente—. Su reacción


hacia ti se basa en los celos.

—¿Amenazada por mí? —Negué con la cabeza—. ¿Por qué?

—Porque eres hermosa —afirmó, haciendo que mis mejillas se


sonrojaran de un tono rosado intenso.

Nunca un chico me había llamado hermosa.

No así.

No con tanta franqueza.

No con tanta sinceridad.


Sin embargo, Johnny lo dijo y mi corazón aleteó en mi pecho como
un pájaro enjaulado y demente, luchando por escapar.

Se aclaró la garganta, parecía un poco incómodo, y por un momento


pensé que iba a retirar el cumplido, pero entonces endureció sus
facciones, me colocó un mechón de cabello suelto detrás de la oreja y
susurró:

—Por dentro y por fuera.

Esas palabras de más hicieron el truco.

Esas palabras me arruinaron.

Sentí que mi cuerpo temblaba cuando volví mi mirada hacia la suya,


nuestros ojos encontrándose.

—¿Sí?

Asintió lentamente.

—En todas partes.

Oh, Dios.

Mi corazón.

No podía con esto.

No podía con él…

Presa del pánico y de la incertidumbre por mis sentimientos, me


apresuré rápidamente:

—Ahora estamos en igualdad de condiciones. Conozco tus secretos


y ahora tú conoces los míos, así que puedes estar seguro de que no
anunciaré tu lesión a todo el mundo —le dije, sintiéndome vulnerable y
expuesta a la vez—. No cuando tienes tus propios trapos sucios sobre mí.
—Sí, supongo que sí —respondió Johnny en tono pensativo, antes de
dar marcha atrás rápidamente—. Espera… ¿me contaste todo eso para
que tuviera influencia sobre ti?

Me encogí de hombros.

Johnny frunció el ceño.

—¿Por qué hiciste eso?

—Intentaba que te sintieras seguro —solté.

—¿Quieres hacerme sentir seguro? —No pude descifrar la expresión


de la cara de Johnny mientras me miraba fijamente con ojos azules
tormentosos—. ¿Por qué?

—Porque te asusta que yo sepa lo de tu, eh… —Señalé su


entrepierna, con las mejillas encendidas, y luego exhalé un suspiro—:
Está claro que te molesta y quería que te sintieras mejor. Quería dártelo
para que no te sintieras acorralado.

—No lo entiendo. —Johnny sacudió la cabeza con evidente


confusión—. Quiero decir, me alegro de que me lo contaras, me siento
jodidamente honrado, pero ¿que me contaras algo tan extremadamente
personal como eso con la expectativa de que lo usara en tu contra y me
sintiera bien por ello? ¿El hecho de que estuvieras de acuerdo con eso,
que pensaras que yo estaría de acuerdo con eso? —Exhaló un suspiro—
. Esa es la parte que no entiendo.

—Quizá tenías razón en que confiaba en ti a pesar de mí misma —


susurré, sintiendo un torrente de calor y hielo chocar dentro de mi pecho.

Sus cejas se alzaron.

—Así que sí confías en mí.

Me encogí de hombros con impotencia, porque así era exactamente


como me sentía en ese momento: desarmada y totalmente indefensa.
—Palabras, Shannon —insistió, con tono áspero—. Necesito
palabras.

—¿Qué quieres que diga? —balbuceé.

—Dime por qué confías en mí.

—Porque cuando estoy contigo, siento…

—¿Te sientes?

—A salvo, ¿sí? —confesé con voz ahogada—. Cuando estás cerca,


me siento segura.

—Porque lo estás —confirmó Johnny en tono ronco—. Ya te dije que


no voy a hacerte daño, y espero de verdad que también te lo haya
demostrado.

Exhalé un suspiro entrecortado y agaché la cara, desesperada por


ocultar lo profundamente que me afectaban aquellas palabras.

—Shannon, mírame.

Sacudí la cabeza, rechazando su petición.

No podía.

Era demasiado.

Él era demasiado.

—Mírame —repitió, con un tono suave y persuasivo.

Como no hice ademán de obedecerle, Johnny me levantó la barbilla


con su mano, obligándome a mirarlo a sus ojos azules, que se clavaron
en los míos.

—Estás a salvo —dijo, pronunciando cada palabra con dolorosa


lentitud, mientras me pasaba la yema del pulgar por la barbilla—. Sea lo
que sea lo que te pasó en tu antiguo colegio —dijo, traspasando las
barreras una vez más—. No te seguirá hasta Tommen. —Con los ojos
azules encendidos de sinceridad y determinación, añadió—: No dejaré
que te ocurra nada malo aquí. —Presionó su frente contra la mía y exhaló
un suspiro dolorido—. Y si me dices dónde más tengo que mantenerte a
salvo, también lo haré.

—¿Por qué? —Era una pregunta cargada de tantos pensamientos y


nociones tácitas, pero era todo lo que se me ocurría.

Johnny dudó un momento y luego dijo:

—Porque me importas.

—¿Por qué?

—Sólo porque sí. —Se encogió de hombros con impotencia—. No


puedo evitarlo.

—Fuiste tú, ¿verdad? —susurré—. ¿Eres la razón por la que nadie me


molestó por el incidente del campo? ¿Me has estado protegiendo?

Me miró con recelo, pero no respondió.

—Vamos, Johnny. —Suspiré—. No soy tonta. Sé que tuviste algo


que ver. Estaba medio desnuda delante de un campo de chicos. Vomité
fuera de mi casillero, por el amor de Dios. Un chisme así no se evapora
en el aire.

—Te dije ese día fuera de la oficina de Twomey que no dejaría que
nadie te hiciera daño —admitió finalmente.

Sí, lo dijo.

Lo prometió.

Y lo cumplió…

—Bueno, gracias por preocuparte —susurré.


—Gracias por merecerlo —respondió Johnny, con su mano aún en
mi mejilla.

Temblando por el contacto, me incliné hacia él, buscando más.

Intentaba controlarme, pero era prácticamente imposible cuando


tenía sus manos sobre mi cuerpo.

Quería arrastrarme hasta su regazo y al mismo tiempo huir lejos de


él.

Para mí no tenía sentido.

Estaba increíblemente confundida.

Mis sentimientos me aterrorizaban.

Sus palabras.

Sus ojos.

Sus acciones.

Me estaba desconcertando.

Me estaba perdiendo.

—¿Cómo están los tortolitos? —retumbó una voz familiar cerca de


mi oído.

Sobresaltada, miré por encima del hombro de Johnny y me encontré


con un Gibsie sonriente.

—Hola, Pequeña Shannon —dijo Gibsie con un guiño travieso—.


No te preocupes por mí. Sólo necesito que me prestes a mi colega un
segundo.

Oh, Dios.

Mortificada, retrocedí rápidamente, rompiendo el contacto.


Johnny murmuró una serie de palabrotas ininteligibles en voz baja
antes de darse la vuelta.

—Más vale que sea importante —espetó, con los hombros tensos.

—Depende —respondió Gibsie con indiferencia.

—¿De qué? —ladró Johnny.

—¿De si todavía quieres que te recuerde eso que me pediste que te


recordara?

—¿Cosa? —Johnny sacudió la cabeza—. ¿Qué cosa? ¿De qué diablos


estás hablando?

—Líneas y arrasar, amigo mío —le respondió Gibsie con una mirada
significativa.

No tenía ni idea de a qué se refería Gibsie, pero estaba claro que


Johnny sí, porque exhaló un fuerte suspiro, expulsando con él la palabra
«mierda».

—De nada —respondió Gibsie, dándole una palmada en el hombro


a Johnny antes de volver a su asiento.

—¿Qué ha sido eso? —pregunté cuando volvimos a estar


relativamente solos.

—¿Hmm? —respondió Johnny, obviamente distraído.

No paraba de girarse para mirar a su amigo.

—¿Estás bien? —susurré.

—¿Qué? Sí, sí, estoy genial. —Me lanzó una rápida mirada y luego
volvió a hablarle de otra cosa a Gibsie.

No entendía muy bien lo que se decían.


Parecía que se comunicaban a través del lenguaje corporal, aunque
era bastante fácil entender lo que Johnny quería decir cuando le hizo un
gesto con el dedo a Gibsie.

Sacudiendo la cabeza, renuncié a intentar descifrar el código de su


conversación tácita y volví mi atención al iPod de Johnny, algo que me
había dado para escuchar durante uno de nuestros descansos para
reflexionar.

Me coloqué los auriculares en los oídos, me desplacé con cuidado por


sus listas de reproducción y casi me da un infarto cuando mis ojos se
posaron en la que se llamaba «Canciones para Shannon».

Con el corazón acelerado, eché un rápido vistazo a Johnny, pero


seguía inmerso en un vulgar lenguaje de signos con Gibsie.

Exhalando una pequeña bocanada de aire de mis pulmones, presioné


la lista de reproducción y me desplacé rápidamente por la lista de
canciones.

Coldplay – Yellow

Guns N’ Roses – Sweet Child O’ Mine

Goo Goo Dolls – Iris

The Fureys – When You Were Sweet Sixteen

Howie Day – Collide

Declan Ó Rourke – Whatever Else Happens

The Offspring – Want You Bad

Busted – Fall At Your Feet

Aerosmith – Crazy

Counting Crows – Colorblind


David Gray – This Year's Love

Bon Jovi – In These Arms

Westlife – World of Our Own

Eagle-Eye Cherry – Save Tonight

Metallica – Tuesday's Gone.

Snow Patrol – Run

The Verve – Lucky Man

HIM – Wicked Game

The La’s – There She Goes

Eran canciones de amor.

Todas eran canciones de amor.

Guardadas en una lista de reproducción con mi nombre.

¿Por qué?

¿Por qué haría esto?

¿Él…?

No. No, no podía.

Por supuesto que no podía.

Entonces por qué…

—Shannon, ¿podemos hablar? —La voz de Johnny penetró en mis


pensamientos, sobresaltándome y haciendo que se me cayera el iPod.

Por suerte, aterrizó en mi regazo y no en el suelo del autobús.


Me giré hacia él, sintiendo que el corazón se me aceleraba
violentamente en el pecho.

—¿Hablar?

—Sí. —Johnny asintió lentamente, con los ojos azules oscuros y


ardientes—. Necesito hablar contigo de algo.

—Eh, sí, claro… —Limpiándome las palmas de las manos en la


falda, exhalé un suspiro tembloroso antes de añadir—: ¿De qué quieres
hablar?

—Aquí no —dijo Johnny, mirando alrededor del autobús—. Esta


noche —añadió, volviendo a clavar sus ojos en los míos—. Después del
partido. ¿Te llevo a casa y hablamos en mi auto?

—Eh… —Me mordí el labio, sintiendo pánico ante la idea de tener


que esperar tanto—. ¿Si eso es lo que quieres?

—Probablemente sea lo mejor —respondió bruscamente.

Oh, Dios.

¿Era malo?

¿Me iba a decir algo terrible?

—No estés tan asustada —dijo Johnny, distrayéndome una vez más
de mis pensamientos—. No te haré daño. —Se acercó, me levantó la
barbilla con el dorso de la mano y me dedicó una pequeña sonrisa—. Te
lo prometo.

Estaba tan perdida en este chico que apenas podía respirar.

—Muy bien, se acabó el tiempo de reflexión —dijo la Sra. Moore,


aplaudiendo para llamar la atención de todos—. Sólo nos quedan
cuarenta minutos antes de llegar a Dublín, así que propongo otro
concurso.
—Por el amor de Dios —gimió Johnny, dejando caer su mano—. No
otro maldito concurso.

Me reí entre dientes ante su reacción.

—¿De qué te ríes? —preguntó, sonriéndome—. ¿No me digas que


realmente disfrutas con estas cosas?

Disfruto estando contigo.

—Estoy en el equipo ganador —bromeé, dándole un codazo en el


hombro con el mío—. Claro que disfruto con esto.

—Cierto —coincidió Johnny con una sonrisa ladeada. Sacó de su


mochila la pila de certificados que habíamos recogido a lo largo de las
tareas del día, los dejó sobre mi regazo y dijo—: Formamos un equipo
bastante bueno, Shannon como el río.

Sí.

Sí, así era.

Esperé a que todos los demás bajaran del autobús antes de deslizarme
fuera de mi asiento.

—Buena suerte hoy —dije mientras rondaba por el pasillo,


observando a Johnny mientras rebuscaba entre las bolsas desechadas en
la parte trasera del autobús, claramente buscando la suya.

—¿Eh? —contestó Johnny, obviamente distraído, mientras


murmuraba en voz baja algo sobre bastardos desordenados.

Parecía estresado.
Cuanto más nos acercábamos al Colegio Royce, más agitado se
ponía.

Ahora que estábamos aquí, Johnny vibraba de tensión.

Entendía por qué.

Se suponía que vino al colegio aquí, lo que significaba que muy


probablemente jugaría contra sus viejos amigos y compañeros de equipo.

Eso era mucha presión.

Y él ocultaba una lesión.

—El partido —aclaré—. Espero que ganes. —Le hice un pequeño


gesto con la mano antes de apresurarme por el pasillo hacia la salida,
desesperada por poner un poco del tan necesario espacio entre Johnny
Kavanagh y mi corazón.

—¿Shannon? —me llamó Johnny.

Me detuve en la puerta y me giré para mirarlo.

—¿Sí?

Sus ojos azules quemaron agujeros en mi interior cuando dijo:

—Gracias.

—¿Por qué? —susurré.

Johnny sonrió.

—Por no ser como los demás.

—Eh, ¿de acuerdo?

—Nos vemos en un rato, ¿sí?

Asentí.
—Adiós, Johnny.

Sintiéndome desorientada, me apresuré a bajar del autobús, donde


fui interceptada inmediatamente por Shelly y Helen.

Engancharon sus brazos del mío y me llevaron fuera del autobús.

—Chica, tienes que dar algunas explicaciones —dijo Shelly


entusiasmada.

—Y queremos todos los detalles —aceptó Helen asintiendo con la


cabeza.

—¿Detalles? —pregunté, sonrojada por la emboscada—. ¿Sobre qué?

—Ni se te ocurra —advirtió Helen—. Acabas de pasar tres horas muy


cerca de Johnny.

—No tuve elección —respondí—. El asiento junto al suyo era el


único que quedaba.

—¿De qué hablaron? —preguntó Shelly, con los ojos bailando de


emoción—. ¿Qué te dijo?

—No lo sé. —Me encogí de hombros, sintiéndome incómoda—. Sólo


cosas.

—¿Sólo cosas? —balbuceó Helen.

—Shannon, estoy intentando vivir a través de ti. Tienes que darme


algo más que «sólo cosas» —resopló Shelly.

—Atrás, buitres —ladró Lizzie—. Vayan a buscar otro cadáver por


el que pelearse.

Estaba apoyada en la parte trasera del autobús, con un chico enorme


de pie frente a ella.

Al instante lo reconocí como Pierce.


Decidí que tenían que haber vuelto cuando vi las manos de ella en la
cintura de él y cómo le acariciaba el cuello.

Claire, Gibsie, Hughie, el entrenador Mulcahy y Patrick Feely


estaban cerca, aunque no nos prestaban atención.

De hecho, todos parecían debatir sobre algo mientras rodeaban al


entrenador Mulcahy.

—¡Lizzie! —Se quejó Shelly—. Sólo estaba preguntando.

—Si quieres saber de qué habla Johnny Kavanagh, entonces ve y


pregúntale a Johnny Kavanagh —replicó Lizzie—. A Shannon no.

Volviendo su mirada hacia mí, dijo:

—Vamos, Shan. Estamos aquí.

Agradecida por su interrupción, me escabullí entre las chicas


chismosas, las saludé con la mano, ignoré sus expresiones de decepción
y me apresuré a acercarme a mis amigas.

Cuanto más me acercaba a mis amigas, más fuerte parecía hacerse la


discusión entre los demás.

—Va a jugar, entrenador —gruñía Hughie—. No pueden hacer esto.

—Estoy de acuerdo, Biggs —respondió el entrenador con un teléfono


en su oreja—. Esta mierda no se sostiene…

»Hola, sí, me gustaría hablar con el director. —Con el celular pegado


a su oreja, el entrenador se apresuró a ladrar órdenes al teléfono.

—Menuda panda de maricones —espetó Gibsie con rabia.

—Cobardes —estuvo de acuerdo Hughie.

—Para ser justos —reflexionó Patrick Feely—, el equipo parece


dispuesto a jugar. El problema es su entrenador.
—¿El problema? —pregunté, acercándome a Claire porque la boca
de Lizzie estaba ocupada por la lengua de Pierce—. ¿Qué pasa? ¿Se
canceló el partido?

—El entrenador de Royce se niega a permitir que su equipo juegue si


el entrenador juega con Johnny —explicó Claire, pareciendo tan
enfurecida como todos los demás.

—¿Qué? —La miré boquiabierta—. ¿Por qué?

—¿Porque son una panda de putos cobardes demasiado asustados


para jugar contra él? —ofreció Gibsie, con un tono cargado de
sarcasmo—. Cobardes.

—Entonces, ¿qué? ¿Intentan castigarlo por ser un buen jugador? —


pregunté, francamente sorprendida.

—Creo que tiene más que ver con ser un jugador con quince
internacionalidades con Irlanda, Shan —respondió Hughie.

—¿Internacionalidades con Irlanda?

—La cantidad de veces que ha jugado para su país —se apresuró a


explicar.

—¿Y qué? —respondí a la defensiva—. Se ganó todas. No se las


dieron.

—No voy a discutir contigo —replicó Hughie, riendo entre dientes—


. Es que intimida a algunos entrenadores.

—¿Qué sucede? —La voz de Johnny llenó mis oídos, momentos


antes de que viniera a ponerse a mi lado.

Su brazo rozó el mío y, aunque había varias capas de ropa entre


nosotros, la piel se me puso de gallina.

—La mierda de siempre —le informó Gibsie—. No jugarán si tú


juegas.
Johnny se encogió de hombros con indiferencia.

—Ah, bueno.

Me volví para mirarlo, atónita por su falta de respuesta.

—Esto pasa a menudo —explicó Johnny rápidamente al darse cuenta


de mi expresión—. El entrenador lo arreglará. —Antes de volverse hacia
los chicos y decirles:

»Reúnan a los chicos en el vestuario. Salgan y empezaremos a


calentar.

Asintiendo, Hughie y el otro chico salieron corriendo en dirección a


la sede del club, llamando a sus compañeros de equipo a medida que
avanzaban.

—Johnny, muchacho, esto podría tardar horas en aclararse —gimió


Gibsie.

Con todos los rastros de su vulnerabilidad anterior desaparecidos,


Johnny dijo:

—Entonces tendremos horas de práctica. Ahora mueve el culo.

—Reza por mí —le dijo Gibsie a Claire. Luego se lanzó hacia ella y
le dio un sonoro beso en la mejilla antes de alejarse corriendo.

—¡Ew, Gerard! —gritó Claire tras él, limpiándose la mejilla


sonrojada con la manga.

—Pierce —espetó Johnny, dirigiendo su atención al chico de cabeza


rapada con la lengua en la garganta de mi amiga—. Sepárate de la chica
y entra en el campo.

Murmurando en voz baja algo sobre el capitán corta rollos, Pierce


apretó un último beso en los labios de Lizzie antes de salir corriendo
hacia el equipo.
Johnny inclinó la cabeza hacia mí.

—¿Estás bien?

Asentí.

Levantó la mano y me acomodó un mechón de cabello detrás de la


oreja, luego susurró:

—Nos vemos luego. —Y luego se dio la vuelta y salió corriendo para


unirse a sus compañeros de equipo.

Guau, pensé, la determinación corre por las venas de ese chico con la misma
fuerza que el terror corre por las mías.

—¿Johnny? —grité tras él, incapaz de contenerme.

Cuando dejó de correr y se volvió para mirarme, me apresuré a cerrar


el espacio que nos separaba, sin detenerme hasta que estuve justo delante
de él.

—¿Qué pasa? —preguntó, frunciendo el ceño, confundido.

—Nada, es que… —Sacudiendo la cabeza, me acerqué a su cuello,


acercando su cara a la mía. Poniéndome de puntillas, le susurré al oído—
: Necesito que estés a salvo ahí fuera, ¿sí? —Resistiendo el impulso de
plegarme a él, solté su cuello y di un paso atrás—. Ten cuidado. —Di
otro paso atrás, con mis ojos clavados en los suyos—. ¿De acuerdo?

Johnny asintió lentamente, con los ojos azules encendidos.

—De acuerdo.

—Adiós, Johnny —susurré y me di la vuelta.

Johnny tomó mi mano y tiró de mí hacia él.


—¿Vendrás a casa conmigo esta noche? —preguntó bruscamente,
con los ojos ardiendo de calor, mientras jugueteaba con aquel mechón
de pelo rebelde mío—. ¿Todavía quieres hacerlo?

—Sí —susurré, acercándome, incapaz de resistir el impulso de


envolver mis dedos en su camisa—. Sí quiero.

—Shannon, estoy tan… —Exhaló un suspiro agudo y sacudió la


cabeza—. Esta noche. —Su mano pasó de mi pelo a mi mejilla—.
Hablaremos esta noche.

—Está bien, Johnny —susurré, apoyando mi mejilla en su gran


palma.

Sin decir nada más, se inclinó y me dio un beso en la frente.

Luego se dio la vuelta y se marchó.

Estupefacta, lo miré hasta que desapareció en el club y luego volví


con mis amigas.

Confundida era poco para describir cómo me sentía.

La profundidad de lo que sentía por él era insana.

La adoración, la lujuria, el auténtico encaprichamiento que sentía por


él… era una locura.

Nunca había sentido tanto.

Nunca me había sentido tan consumida.


La Llave al Cuello de Cupido

Johnny
Si los sentimientos eran objetos, entonces me encontraba al borde de
un gran precipicio, y si las chicas eran armas, entonces Shannon Lynch
era la mayor arma de destrucción masiva a la que jamás había estado
expuesto mi corazón.

Porque estaba jodido.

Ya no me molestaba en negarlo.

No tenía sentido.

Nunca había sentido tanto por otra persona en toda mi vida.

Me costó cada gramo de autocontrol que tenía dentro de mi cuerpo


alejarme de ella en ese momento.

Especialmente cuando todo dentro de mí me exigía arrebatársela al


mundo y quedármela para mí solo.

«Necesito que estés a salvo ahí fuera, ¿sí?»

Sí, en esta etapa, era seguro decir que estaba completamente jodido
cuando se trataba de esa chica.

No podía seguir haciendo esto.


No podía luchar contra mis sentimientos.

Al igual que ese juego en la PlayStation, ella me estaba pateando el


culo.

Cuando me contó lo del acoso, algo que lamentablemente ya sabía,


sentí que algo se rompía dentro de mí.

Sentí cómo se evaporaba el último trozo de mi determinación.

La vulnerabilidad que había visto en sus ojos cuando expuso sus


secretos en mi beneficio fue mi punto de ruptura.

Las chicas que conocía no hacían eso.

No actuaban como Shannon.

Si Gibsie no hubiera venido, la habría besado.

Sabía que lo habría hecho.

Ya sabía cómo se sentían esos labios.

Deseaba tanto volver a probarlos.

Los probaría de nuevo.

Estaba hambriento de ella y de todo lo que era.

Cada parte de ella.

Por dentro y por fuera.

Quería librar todas sus batallas. Quería ser quien le diera todas sus
sonrisas y hacerla reír y arrebatársela al resto del mundo y quedármela
para mí solo.

Sólo la quería a ella.

Para siempre.
Sabía que era increíblemente egoísta por mi parte, y sabía que
probablemente iba a acabar jodiéndolo todo y rompiéndole el corazón,
pero el problema era que mi corazón también estaba implicado.

Necesitaba hablar con ella esta noche porque necesitaba exponerlo.

No podía pasar otro día sin desahogarme.

Meses de quererla, desearla y suspirar por ella me habían dejado en


un punto en el que ya no podía ver bien.

Porque había desarrollado sentimientos por Shannon.

Sentimientos enormes.

Permanentes.

Sabía que era demasiado mayor para ella.

Sabía que ella era demasiado dulce y pura para ser arrastrada al
centro de atención que venía con mi vida.

Y sabía que estaba demasiado rota para que un tipo como yo se


enredara con ella.

Pero ya sentía que me ahogaba con ella.

Así de consumido estaba por esta chica.

Eso es lo mucho que la amaba.

Maldición.
Respira, Shannon, Sólo Respira

Shannon
Todos los del Colegio Royce apestaban.

En serio, eran patéticos.

El partido se retrasó más de dos horas porque los entrenadores de


Royce se enfadaron públicamente porque Johnny jugaba.

Fue vergonzoso.

Dos horas de pie bajo la lluvia, mientras los entrenadores de Royce


intentaban por todos los medios que Johnny fuera retirado de las tarjetas.

Despotricaban de lo injusto que era que un internacional irlandés


jugara en la liga.

Se trataba de un partido de rugby escolar.

Johnny era un estudiante de una de las escuelas.

Era menor de edad.

Tenía derecho a jugar si quería.

Tommen no estaba infringiendo ninguna regla.

Finalmente, después de varias llamadas telefónicas a la junta, una


vergonzosa y muy pública publicación del reglamento e innumerables
discusiones a gritos entre el entrenador Mulcahy y el entrenador de
Royce, los equipos salieron al campo a las seis y media, con Johnny
entrando en el campo con su camiseta número 13 y una sonrisa de
satisfacción en la cara.

Al principio del juego, quedó claro por qué el entrenador del Royce
estaba tan en contra de dejar jugar a Johnny.

Su equipo era terrible.

Bueno, tal vez no terrible, pero no eran rival para un equipo de


Tommen emocionado.

Cómo se las arreglaron para empatar con Tommen en el segundo


puesto de la tabla fue algo que no entendí, porque realmente no había
competencia.

El volumen de orgullo que rugió dentro de mí al verlo enfrentarse a


sus antiguos amigos y patearles el trasero fue aterrador.

Estaba ridículamente enamorada de ese chico y me vi gritando y


animándolo desde el lateral, ignorando las miradas asesinas que recibía
de Bella y sus amigas.

No me importó.

Estaba muy orgullosa de él.

En el descanso, Tommen ganaba 48-3.

Faltaban cinco minutos para el final del partido y todo parecía aún
peor para Royce, ya que Tommen había conseguido tres tries más en la
segunda mitad.

Todo iba a favor de Tommen hasta la última jugada del partido.

A menos de un minuto para el final, Johnny le quitó el balón a uno


de los delanteros de Royce.
Parecía ser lo suyo: asestar el golpe definitivo en el último minuto del
partido.

Con una velocidad inigualable, Johnny se lanzó al ataque en busca


del último tanto del partido.

Fue una ráfaga de movimientos que acabó con él en el suelo segundos


antes de que una estampida de jugadores rivales lo aplastara.

Se concedió el try.

El equipo empezó a celebrarlo.

Pero él no volvía a levantarse.

Hughie, el hermano de Claire, se colocó delante de los postes y pateó


rápidamente la conversión, asegurando la victoria, antes de correr hacia
Johnny, que seguía sin levantarse.

—Claire —murmuré, aferrándome al brazo de mi amiga mientras


observaba horrorizada cómo nuestros compañeros y colegas celebraban
a nuestro alrededor—. ¿Se mueve?

Todos los de nuestro colegio aplaudían, los chicos del equipo se


abrazaban para celebrarlo, pero Johnny seguía desplomado boca abajo
detrás de la línea del try.

Hughie, junto con varios jugadores del Colegio Royce, estaban


arrodillados a su lado.

Uno de ellos agitaba la mano hacia los entrenadores en la línea


lateral.

Otro le gritaba al árbitro.

Hughie llamaba al entrenador Mulcahy.

—Claire —repetí, presa del pánico—. ¿Qué sucede?


—¡No lo sé! —dijo con voz ahogada, sonando igualmente
aterrorizada ahora.

Una multitud de camisetas blancas y negras corrió entonces en su


dirección, acudiendo a su capitán.

Me levanté de un salto, con mis pies moviéndose por sí solos, y me


abrí paso entre la multitud.

—¿Está muerto? —grité con la mano entrelazada en la de Claire, que


me seguía de cerca—. Dios mío, Claire, ¿está muerto?

—No, no, no —repetía, pero no parecía segura.

—¡Claire!

—No lo sé, Shannon —gritó.

No llegamos muy lejos, sólo alcanzamos el borde del campo antes de


ser engullidas por la multitud de estudiantes.

Saltando, intenté ver por encima de sus hombros, pero era demasiado
baja.

Pensé rápido, me arrodillé y miré entre sus piernas.

Johnny seguía en el suelo.

Boca abajo.

Inmóvil.

Por el rabillo del ojo, vi a dos hombres con peto amarillo que
entraban corriendo en el campo con una camilla a cuestas.

El tiempo pareció detenerse cuando vi que se arrodillaban junto a


Johnny y se ponían a trabajar para trasladarlo a la camilla.
Los gritos y los vítores se habían convertido en murmullos mientras
todos observaban.

Mi corazón, que parecía haberse detenido en mi pecho durante los


últimos minutos, golpeó violentamente contra mi caja torácica cuando
Johnny se incorporó lentamente.

Tenía los ojos abiertos, movía el pecho y, aunque parecía sufrir


mucho, estaba vivo.

Sacudía la cabeza y se negaba a que lo subieran a la camilla.

No pude oír lo que decía, pero sus labios se movían a gran velocidad
mientras seguía sacudiendo la cabeza y ladrando algo a los médicos.

Finalmente, los hombres desistieron de intentar ayudarlo y


retrocedieron.

La multitud, tanto los partidarios de Tommen como los de Royce,


empezaron a aplaudir mientras Johnny se ponía en pie.

Hughie y Gibsie le colgaron los brazos de los hombros y salió


cojeando del campo con la cabeza inclinada.

Prácticamente lo llevaron a cuestas del campo.

Por un momento, me quedé arrodillada allí sobre la hierba embarrada


y respiré, dejando que un tsunami de alivio me invadiera mientras lo veía
irse.

No entendía mi reacción y no me importaba.

Él estaba bien.

Se encontraba bien.

Y por fin pude volver a respirar.


Se Acabó, Amigo

Johnny
—¡Esto se acaba, Johnny! —me siseó Gibsie al oído mientras me
ayudaba a salir de la ducha y subirme a la cama plegable en la que el
médico de urgencias me había estado pinchando y cosiendo durante una
hora.

—¿Puedes bajar la maldita voz? —siseé, mirando hacia la puerta que


nos separaba del resto del equipo—. No quiero que nadie se entere.

—Demasiado jodidamente tarde para eso —espetó Gibsie—. Dejaste


un rastro de sangre desde la sede del club hasta el campo.

—Jesús —dije con voz ahogada, temblando.

—Esto se acaba ahora mismo, Johnny —volvió a advertirme


mientras me subía un par de calzoncillos por los muslos, con cuidado de
no tocarme en la ingle—. Se acabó el entrenamiento —gruñó,
ajustándome la cintura en las caderas—. Se acabó lo de ocultar el dolor.
—Se acercó al banco y agarró una toalla—. Se acabaron las mentiras. —
Me limpió una mancha de sangre del muslo—. ¡Se acabó, maldita sea!

—Estaré bien —dije con voz ahogada, temblando de pies a cabeza.

—¿Bien? —espetó Gibsie, deteniéndose a medio paso para mirarme


con enfado—. Oh, sí, porque te ves jodidamente bien ahora mismo,
sangrando de tu puto mini-Johnny por toda la cama.
—Para…

—Te estás matando. Te das cuenta de eso, ¿verdad? Entiendes que


estás poniendo toda tu vida en juego por una puta camiseta verde que no
significa una mierda a largo plazo.

—Gibs, detente, amigo —supliqué—. No puedo escuchar esto ahora.

—¡Oh, vas a oírlo!

—Maldición, no puedo oír esto —dije con la voz entrecortada—. ¿Sí?


No puedo…

—¡Mírate! —exigió Gibsie, clavando un dedo en mi entrepierna—.


Mira en qué estado estás.

La sangre rezumaba por el corte de la pierna donde me habían


cosido.

—Eso debería haberse curado hace semanas —siseó—. Estamos en


marzo, Johnny. Puto marzo, y tú andas por ahí con la pierna medio
abierta.

—Él me desgarró con los tacos de sus botas —dije


entrecortadamente—. Podría haberle pasado a cualquiera.

—Sí, bueno, ¡no habría podido abrirte así si hubieras dejado que tu
cuerpo se curara bien en primer lugar! —rugió Gibsie en mi cara—. Estás
débil. Tu cuerpo no se cura. Y casi te pene-capitaste a ti mismo.

Gruñendo, dejé caer la cabeza sobre la cama plegable y solté un


suspiro de dolor.

—No es tan grave.

—¿No es tan grave? —prácticamente gritó con una expresión furiosa


grabada en el rostro—. Amigo, ¡tu pierna parece estar a cuatro horas de
una septicemia total!
—Gibs…

—¡No, Johnny! —espetó, negando con la cabeza—. Escuchaste lo


que dijo el médico. ¡Oíste lo grave que dijo que pudo haber sido!

—Lo escuché, Gibs —balbuceé, cubriéndome la cara con el brazo.

Claro que oí lo que dijo.

¿Cómo diablos pude no haberlo escuchado cuando hizo volar mi


mundo en pedazos?

Cirugía.

Más puta cirugía.

Inmediatamente.

Lo que significaba más tiempo.

Tiempo que no me sobraba.

Se había acabado.

La campaña de verano.

La sub20.

Podía sentir cómo se me escapaba de las manos.

Me lo estaban quitando todo.

Y no podía lidiar con ello.

—El entrenador llamó a Dennehy en La Academia. —Exhalando un


suspiro entrecortado, dio un paso atrás y levantó las manos—. Y yo ya
llamé a tu madre.

—Jesucristo —dije con la voz estrangulada, sintiendo que se me


llenaban los ojos de lágrimas.
—Va a tomar el próximo vuelo a Dublín —añadió—. También llamó
a tu padre. Se reunirá con nosotros en el hospital.

Sacudí la cabeza, incapaz de asimilar lo que estaba oyendo.

Incapaz de respirar por la absoluta devastación que me desgarraba.

—Volverás a jugar, Johnny —dijo Gibsie en un tono más tranquilo—


. Sólo que no será ahora.

—Ahora mismo es cuando importa —dije casi sin voz—. Ahora


mismo es cuando todo importa.

—No, amigo —corrigió—. Lo único que importa es que estés sano.

—¿Qué voy a hacer, Gibs? —me ahogué, manteniendo mi mano


sobre mi cara—. Es toda mi vida.

Lo escuché exhalar con fuerza y luego su mano estaba en mi hombro.

—Lo resolveremos, Johnny. —Apretó mi brazo—. Descansa aquí un


rato y deja que los medicamentos hagan efecto. La ambulancia no
tardará mucho, muchacho.

—No quiero salir ahí fuera. —Sacudí la cabeza—. No quiero que lo


vean.

—Nadie sabe ningún detalle —me aseguró—. Sólo que te caíste y


quedaste inconsciente.

—No lo cuentes —supliqué—. Por favor… no puedo…

—No lo haré —prometió.


Ups, lo Hice de Nuevo

Shannon
No tenía explicación racional de por qué había pasado la última hora
y media parada afuera del club en la lluvia torrencial.

No quería pensar mucho en ello tampoco.

Mis sentimientos me estaban preocupando, pero no tanto como lo


que estaba sucediendo dentro del vestuario.

Debería haber regresado al autobús con Claire y Lizzie y todos los


demás de nuestra escuela, pero no pude.

No pude hacer que mis pies se movieran en la dirección del sentido


común.

En su lugar, esperé.

Y me preocupé.

Y desesperadamente luché con la urgencia de dirigirme a los


vestuarios de los visitantes.

Merodeando afuera en la oscuridad, esperé mientras los jugadores


tanto de Royce y Tommen salieron en fila del club, seguidos por los
entrenadores, el Sr. Mulcahy, y el doctor encargado.

Nadia pareció notarme y no me sorprendió.


Todos esos chicos parecían ser al menos sesenta centímetros más
altos que yo.

Eso fue, hasta que Gibsie salió.

—Hola, Pequeña Shannon —dijo, notándome de inmediato—. ¿Qué


estás haciendo parada aquí afuera en la lluvia?

—Oh, sólo estaba… quería… él estaba… y yo… —Moviendo las


manos con impotencia, me rendí y me encogí de hombros—. Estaba
preocupada.

—¿Por Johnny?

Mis hombros se hundieron y asentí con derrota.

—¿Es malo?

Gibsie frunció el ceño, luciendo inseguro.

—Vamos, Gibsie —supliqué—. Sólo dime.

—Él está bien, Pequeña Shannon…

—No me mientas —dije con la voz estrangulada—. Por favor. —


Exhalando con aliento irregular, continué—. Necesito saber.

—Está en mal estado —admitió en voz baja—. Dependiendo de lo


que los doctores digan cuando llegue al hospital, estará bastante tiempo
fuera del juego. —Exhalando pesadamente, pasó una mano a través de
su cabello—. Se quedó fuera de las finales, con seguridad.

—No quiero saber si puede o no jugar rugby —chillé en una ola de


culpa tragándome—. Quiero saber si ¡él está bien! Él. ¡Johnny! La
persona. ¡No el jodido jugador de rugby!

Gibsie inclinó la cabeza a un costado, estudiándome con una mirada


curiosa.
—Vaya si no eres un tesoro —bromeó finalmente, en tono bajo.

—¿Qué?

—No importa. —Gibsie sacudió la cabeza y exhaló pesado—.


Escuché al entrenador llamar a hoteles para ver si en algún lugar nos
pueden alojar por la noche. —Sonriendo, añadió—: Cree que Johnny
será llevado directamente a cirugía esta noche.

Oh, Dios.

Se me encogió el corazón.

Sabía que no debió jugar.

Sabía que estaba lastimado.

Lo sabía y no hice nada.

Debería haberle dicho algo a su madre.

Debería haberle dicho algo al entrenador.

Sabía que estaba jugando lastimado.

Como siempre, no hice jodidamente nada.

—Esto es mi culpa —dije con voz ahogada.

—¿Porque lo sabías? —susurró Gibsie.

Dejé caer mi cabeza en vergüenza.

—Entonces también es mi culpa —me dijo—. Entra, Pequeña


Shannon —añadió, dándome una pequeña sonrisa—. Él está ahí solo,
esperando que llegue su carro en el niinoo niinoo.

—Uh, tal vez no debería…

—Deberías —interrumpió mis palabras.


—¿Debería? —pregunté, incierta.

Gibsie asintió.

—Deberías.

Y sin otra palabra, se alejó caminando en la dirección del


estacionamiento hacia el autobús escolar.

Me paré allí por otros cinco minutos tratando de convencerme de que


bajara de la cornisa en la que amenazaba con lanzarme.

No funcionó.

Nada parecía tener algo de sentido.

Nada excepto encontrarlo.

Temblando de pies a cabeza, me zambullí y me apresuré dentro del


edificio y bajé por el corredor de concreto, sin parar hasta que estuve de
pie afuera de la puerta blanca con las palabras Visitantes grabadas en ella.

Inhalando un enorme y calmante aliento, empujé la puerta hacia


adentro y entré al vacío vestuario, sólo para de inmediato ser asaltada
por el hedor del Deep Heat.

Fue tan potente que provocó que mis ojos se humedecieran.

Vapor estaba flotando de un arco que presumí llevaba al área de


duchas.

La mayoría de los vestuarios tenían la misma forma: gran sala,


paredes de ladrillo blanco, bancos de madera alineados a cada costado
de la habitación, y duchas situadas al fondo.

Él está en la ducha, idiota.

¿Qué estás haciendo?


Sal.

¡Sal ahora!

Avergonzada, me giré y salí corriendo hacia la puerta, sólo para


detener mis pasos cuando Johnny llamó mi nombre.

—¿Shannon?

Mortificada, me giré para encararlo.

—Hola —dije con voz ahogada, obligándome a respirar a pesar de


que sentía mi corazón acelerado en mi pecho al verlo.

Johnny tenía una toalla envuelta alrededor de su hombro, estaba


agarrando una muleta de metal con su mano, y llevaba una expresión de
dolor en su rostro. Estaba, una vez más, usando un par de Calvin Klein.

Esta noche eran negros.

—Hola —respondió Johnny, distrayéndome de mis pensamientos


peligrosos—. ¿Qué haces aquí adentro?

—Quería ver cómo estabas —solté, desesperadamente tratando de no


mirar fijo a los músculos de su estómago contrayéndose cuando se dirigió
hacia el banco, poniendo todo su peso en la muleta—. Estaba
preocupada.

Él estaba cojeando de nuevo, descaradamente obvio ahora, y estuve


al instante alerta.

Alerta y preocupada.

—Estoy preocupada—murmuré.

—Uno de esos idiotas de Royce me rasgó con su bota —se quejó


Johnny.
Se sentó cautelosamente, descansó la muleta a su costado, y colocó
la toalla sobre su muslo derecho.

—¿Te rasgó? —dije en un hilillo de voz, horrorizada.

Oh, Dios.

Exhalando pesado, Johnny se inclinó hacia atrás y descansó la


cabeza contra la pared de baldosas a su espalda.

—Imbéciles.

—No te levantaste, Johnny —susurré, mordiéndome el labio. Mi


mirada se dirigió a su muslo—. Por un largo rato.

—Me desmayé del dolor —admitió de mala gana.

—¿Te van a enviar al hospital? —ofrecí, obligándome a permanecer


en dónde estaba y no correr hacia él como desesperadamente quería—.
¿Para exámenes?

—Es un protocolo, dadas las circunstancias. —Exhalando


pesadamente, se reclinó y apoyó la cabeza contra la pared de baldosa a
su espalda—. Es una jodida broma.

Mentiroso.

Sé que vas a tener una cirugía.

—¿Qué tan malo es, Johnny? —me obligué a preguntar.

Disparó su mirada hacia mí, ojos azules llenos de calor.

—Estoy bien, Shannon.

Más mentiras.

Podía escuchar cuánto dolor sentía por la forma en la que apretaba


las palabras mientras hablaba.
Estaba herido.

Y tenía miedo.

—¿Estás seguro? —presioné.

Me miró, los ojos llenos de calor.

—¿Tú lo estás?

—No lo sé. —Me encogí en un gesto de impotencia—. Tengo tanto


miedo por ti.

Johnny arqueó una ceja con mi respuesta y me sonrojé bastante.

—Debería dejarte. —Uní las manos y tragué profundamente—.


Esperaré, uh, voy a esperar en el autobús.

Me giré y me apresuré hacia la puerta.

—¿Puedes quedarte conmigo?

Mis pies se detuvieron y mi corazón se aceleró.

Me giré para mirarlo.

—¿Eh?

—Por favor —expresó Johnny con voz ahogada—. No quiero estar


yo solo.

Se me oprimió el corazón en mi pecho, haciendo imposible respirar.

—¿Puedo ir y buscar a Gibsie? —ofrecí débilmente.

Johnny negó con la cabeza.

—Sólo te quiero a ti.

Sabía que debía irme.


Debería salir de esta habitación y tomar asiento en el autobús.

Sería lo correcto por hacer.

Lo sensato.

Pero no lo haría.

Porque no podía dejarlo.

Torpemente, me moví hacia adelante hacia él, no parando hasta que


estuve sentada a su lado.

Mi cerebro estaba desconfiado y cauteloso, pero mi corazón no, y mi


cuerpo estaba más que feliz de sobre compensarlo por los dos.

Estaba físicamente atraída a él, emocionalmente conectada, y


mentalmente aterrorizada.

Era un terrible campo de batalla de angustia dentro de mí.

La preocupación por este chico estaba desenfrenada dentro de mí.

No lo entendía, y en este momento, no me importaba.

El alivio que sentí cuando entré caminando por esa puerta y lo vi vivo
y respirando todavía era abrumador para mí. Sabía que estaba
aterrorizado sobre sus posibilidades de jugar rugby, pero todo en lo que
podía pensar era de que estuviera en una sola pieza.

Fue esa sensación abrumadora de alivio y preocupación fluyendo a


través de mis venas que provocó el siguiente movimiento.

—Está bien —prometí, tomando su mano grande en la mía—. Vas a


estar bien.

Johnny se congeló, pero no quitó su mano de la mía.

Tampoco lo dejé ir.


Sólo tiré de su mano hacia mi regazo y la sostuve con fuerza.

—Me duele, Shannon —confesó, dejando caer la cabeza—. Estoy tan


jodidamente aterrado.

—Sé que lo estás —susurré, moviéndome más cerca, nuestros dedos


entrelazándose con la urgencia que sentía dentro por verificar el daño
que estaba escondiendo debajo de la toalla—. ¿Te dieron algo para el
dolor?

Johnny exhaló un aliento roto.

—Sí, el doctor me dio una inyección de algo, un relajante muscular,


creo.

—¿Está ayudando?

Negó con la cabeza.

—Apuesto a que desearías no haber desperdiciado ese ibuprofeno en


mí ahora, ¿eh? —bromeé, tratando de distraerlo de la obvia incomodidad
que sentía—. Vendrían bien a la mano ahora mismo.

—Un tranquilizador sería de ayuda —replicó triste, sus grandes


hombros hundiéndose.

—Déjame verte —instruí suavemente.

Manteniendo mi mano derecha envuelta alrededor de la suya, usé la


izquierda para estirarla y girar su barbilla.

—Esos hijos de puta —gruñí, mirando el hematoma morado al


costado de su mejilla, y esa cortada por encima de su ceja que una vez
más se estaba coagulando—. Tu pobre cara.

Entonces Johnny se rio entre dientes.

—¿Qué es gracioso? —pregunté, encantada por escuchar ese sonido


saliendo de él.
—Es raro escucharte decir hijo de puta —explicó con una sonrisa
cansada.

—Soy bastante parcial para maldecir, sabes —le conté, desesperada


por tratar de distraerlo del dolor.

—No, no lo eres —respondió brusco, demasiado inteligente para su


propio bien—. Sólo lo estás diciendo para distraerme.

—¿Está funcionando?

Asintió rígido.

—No pares.

Devanándome la cabeza por algo que decir, dejé que mi mirada lo


recorriera, absorbiendo cada muesca y borde duro hasta asentarse en su
mano envuelta en la mía.

Su mano era grande y masculina, sus nudillos de una rara forma de


lo que presumí eran años que valieron por jugar duro. Sus dedos eran
largos, sus uñas estaban cortadas, y tenía una larga cicatriz cruzando el
dorso de su mano izquierda.

Alcé una ceja hacia eso.

Rozando la punta de mis dedos sobre la línea áspera en la parte


posterior de su mano, pregunté:

—¿Qué sucedió aquí?

—Tacones de botines —explicó, bajando la mirada a nuestras manos


unidas—. Un pisotón de mano ilegal en un ruck durante la semi final
hace dos años, resultando en siete puntos y una infección de tétano.

Hice una mueca.

—Auch.
Soltó un aliento áspero.

—Sí.

—¿Tienes más?

—Tengo algunos —respondió, mirándome con curiosidad.

—¿Puedo verlos?

Johnny me miró por un largo momento antes de asentir lentamente.

—Si quieres.

—Quiero —respondí, queriendo mantener su mente ocupada


mientras esperaba que la ambulancia llegara.

—Me he quebrado ésta más veces de las que recuerdo —me contó
Johnny, apuntando a su nariz—. La peor fue el anterior verano. —Hizo
una mueca antes de añadir—: Tuvieron que limar el hueso y volver a
romperlo para ponerlo en su lugar.

Mis ojos se agrandaron.

—¿Ponerlo en su lugar?

—Sí. —Sonrió—. Estaba caminando por el lugar con mi nariz


tocando mi mejilla.

—Dios —gemí, mi estómago dando un vuelco—. Eso es bárbaro.

—Así es el rugby. —Se rio y luego gruñó en voz alta, estremeciéndose


en dolor.

—¿Qué más? —me apresuré a preguntar.

Soltando un suspiro de dolor, Johnny me dio un resumen detallado


de su apéndice reventada cuando tenía trece y luego su estómago
girándose cuando se estaba recuperando, resultando en otro
procedimiento antes de enviarme a una interacción cercana y personal
con su cicatriz en el vientre.

Vientre era una palabra estúpida de usar para describirlo.

Era demasiado suave, demasiado inocente en términos para describir


lo que él poseía.

Lo niños tenían vientres.

Era bastante claro que Johnny ya no era un niño.

Esos abdominales y ese trazo de oscuro vello debajo de su ombligo


atribuían a eso.

Johnny entonces se inclinó adelante y apuntó hacia un pedazo


asqueroso de piel raída por encima de su rodilla derecha.

—Esta de aquí me puso en mi trasero por el verano entero.

—¿Qué sucedió? —chillé—. ¿Rugby?

—Por primera vez, no. Esta sucedió fuera del campo cuando tenía
diez —respondió—. Algunos chicos mayores en mi escuela me
desafiaron a saltar del acantilado en Sander’s Point…

—¿Sander’s Point?

—Es un acantilado de una caída de quince metros en el agua en la


que solíamos pasar el tiempo en mi casa —explicó Johnny—. Yo era un
pequeño bastardo loco en ese entonces, enfrentándome a los chicos
mayores, pensando que era el increíble jodido hulk. —Negó con la
cabeza y sonrió con afecto—. Resultó que no lo era y tengo rayos X y
una semana en el hospital para probarlo.

—Jesús —dije con voz ahogada—. ¡Sólo tenías diez! Podrías haber
muerto.
—Soy más grande ahora. —Sonrió con tristeza—. Más difícil de
romper.

—Sí. —Apreté su mano con fuerza—. Lo eres.

Johnny me mostró varias heridas más de batalla, riéndose entre


dientes cada vez que yo gemía o tenía arcadas.

La conversación pareció distraerlo de su dolor y yo estaba feliz.

Sus hombros casi ya no estaban tan tensos, y cuanto más


hablábamos, más de su rigidez se evaporaba de su cuerpo.

—Oh, y me fracturé el hueso de mi mejilla cuando tenía catorce. —


Johnny inclinó la cara más cerca a la mía—. ¿Lo ves allí? —Apuntó hacia
una delicada línea plateada a lo largo de la parte alta de su mejilla
izquierda—. Apenas puedes verla ahora, pero eso dolió como una perra.

—Oh, sí —medité, inspeccionando la fina cicatriz—. Nunca la noté


antes, hasta ahora. —Moví los ojos hacia sus cejas. Incapaz de
detenerme, estiré la mano y pasé mi pulgar sobre su ceja de nuevo—.
¿Por qué esta siempre sangra?

—No ha tenido la oportunidad de sanar —explicó, quedándose


perfectamente quieto mientras lo tocaba inapropiadamente—. Se cerrará
con propiedad una vez que la temporada termine.

—Oh —susurré, buscando en su rostro por más heridas de batalla


escondidas.

Cuando mis ojos llegaron a los suyos de nuevo, lo encontré


mirándome, sus ojos azul oscuro calientes y fijos en los míos.

—¿El jugador de los Royce te lastimó allí? —Incliné la cabeza en


donde la toalla estaba envuelta sobre su muslo—. ¿Fue por eso que te
desmayaste?

Johnny asintió de mala gana.


—¿Puedo verlo? —pregunté, mi voz apenas más que un susurro.

Se tensó.

—¿Por favor?

Negó con la cabeza lentamente.

—Shannon, no creo que sea una buena idea.

—¿Por favor? —repetí, viéndolo nerviosamente—. Ya sé que está allí


y me has mostrado otras.

—Es fea, Shannon —repitió brusco—. Créeme, no quieres verla.

—Puedes confiar en mí —susurré—. No lo contaré.

Johnny me miró fijo por el más largo momento, ojos fijos en los míos,
antes de exhalar con fuerza.

Sus hombros se hundieron, soltó las manos a sus costados, pero no


hizo movimiento para mostrarme.

—¿Puedo? —pregunté.

Cerró los ojos y asintió rígidamente.

Me estaba dando las riendas, me di cuenta, para hacer lo que deseaba.

Con manos temblorosas, levanté la toalla y miré hacia abajo en lo


que lucía como una cicatriz cocida recientemente en su muslo interno
derecho.

Su muslo estaba hinchado, de color morado, y la cicatriz punzante


de aspecto malo estaba parcialmente cocida escondida en la tela de sus
calzoncillos.

—Oh, Dios, Johnny —comenté con voz ahogada, deslizándome


fuera del banco y hacia el piso para tener una mejor vista de ello.
—No me lastimes —advirtió en un tono vulnerable de dolor.

—No lo haré —prometí mientras me arrodillaba entre sus piernas y


esperaba que él me asintiera para seguir.

Asintiendo con rigidez, Johnny inclinó la cabeza y cerró los ojos, la


mandíbula apretada con fuerza.

Con gentileza, estiré la mano hacia el dobladillo de la pierna de su


bóxer y cuidadosamente levanté la tela de su carne, sólo para jadear con
la vista.

Su muslo no tenía vello a excepción del parche de piel de quince


centímetros.

Y ese parche particular de quince centímetros de piel estaba


hinchado, de aspecto malo, y de un horrendo color marrón, amarillento.

—Está rezumando —susurré, alisando mis dedos sobre los trazados


desiguales en donde lo habían cocido. Las frágiles y apenas sanas
puntadas se habían claramente desgarrado por la bota del jugador de
Royce que había conectado con su ingle. La pus brotando de su herida
era de un color rojo amarillento—. Johnny, esto está mal.

—Lo sé —dijo con brusquedad, sus ojos todavía cerrados con


fuerza—. El doctor me lo contó.

Gentilmente, tracé la cicatriz y rodeé el morado con mis dedos.

—¿Duele cuando te toco así?

—Duele —repitió, con tono ronco.

Exhalando un aliento pesado, acaricié su muslo y luché contra la


urgencia de presionar un beso en su corte.

—Por una razón completamente diferente —graznó.


Y ahí fue cuando noté lo que estaba haciendo, lo que había estado
haciendo por el último minuto o algo así.

Estaba sentada de rodillas entre sus piernas, acariciando su muslo


interno, tratando de calmar su dolor.

Mis ojos se movieron hacia la zona de peligro y mi boca se quedó


seca.

Así que es por eso que las personas se refieren a eso como una tienda
de campaña.

No estaba segura si este estatuto aplicaba a esta casta particular de


chico adolescente porque Johnny no sólo estaba haciendo una tienda de
campaña en esos bóxers, él estaba levantando una carpa.

Liberando un lento gemido, empujó lejos mi mano y se movió para


cerrar sus muslos, pero lo detuve.

Yo lo detuve.

—No —murmuré, la voz entrecortada y suave.

Podía sentir el calor de su mirada en mi rostro.

Él se movió para cerrar las piernas de nuevo y negué con la cabeza.

Sus ojos se abrieron de nuevo, sus pupilas estaban oscuras y


dilatadas.

—¿Qué estás haciendo? —susurró, mordiendo su labio inferior


hinchado.

No sabía lo que estaba haciendo.

No sabía en lo que estaba pensando.

No podía hablar.
Apenas podía respirar.

Estaba perdiendo la cordura aquí de rodillas en medio de un


vestuario en Dublín.

Y era todo culpa de él.

Un desliz temporal de cordura provocó que me inclinara hacia


adelante y presione un beso en su muslo.

El sonido que desgarró del pecho de Johnny fue un gruñido gutural


de dolor.

—Shannon, por favor…

Lo besé de nuevo.

—Mierda —gimió, las piernas sacudiéndose ahora—. No puedo…

La tercera vez que lo besé, empuñó mi cabello y jaló mi cara hacia la


suya.

—Shannon —gimió Johnny, sonando tanto adolorido y sin aliento,


mientras presionaba gentilmente su frente contra la mía—. No
podemos…

Silencié lo que sea que estaba a punto de decir al poner mis labios
sobre los suyos.

Y justo como antes, se volvió de piedra.

—Lo siento —dije con voz estrangulada, alejándome—. Lo hice de


nuevo.

—Está bien —me dijo, respirando con fuerza, así como antes.

—No, no, no —dije con un nudo en mi garganta mientras me ponía


de pie y me abalanzaba hacia la puerta—. ¡Estás lastimado! Estás
esperando para ir al hospital por el amor a Dios, y yo acabo de… ¡oh
Dios! Lo siento tanto.

—Shannon, espera —llamó Johnny mientras se movía hacia su


muleta—. ¡Espera!

No esperé.

En su lugar, hice lo que debería haber hecho más temprano.

Me alejé de Johnny Kavanagh.

Apresurándome hacia la puerta, la abrí.

Se abrió por unos centímetros antes de cerrarse de golpe de nuevo, la


palma presionada contra ella fue la razón, sin duda.

—Espera —ordenó, parado tan cerca de mí que podía sentir su pecho


alzándose y cayendo contra mi cuello.

Con mi corazón martilleando en mi pecho, me giré y miré fijo hacia


Johnny mientras me enjaulaba con su gran cuerpo.

—Lo siento tanto —susurré, incapaz de quitar mis ojos de los


suyos—. Yo sólo… yo… —Negando con la cabeza, exhalé un aliento
roto y susurré—: No debí haber hecho eso.

Él negó con la cabeza y usó su muleta para acercarse más,


presionando su cuerpo contra el mío.

—Yo también —respondió brusco, la mirada moviéndose de mis ojos


a mi boca.

—¿Por qué te disculpas? —susurré, temblando de la cabeza a los pies.

Acunó mi mejilla con su mano libre e inclinó mi barbilla.

—Porque no debería hacer esto —susurró.


Y entonces me besó.

En el momento que sus labios aplastaron los míos, una feroz


explosión de calor recorrió mi cuerpo, encendiendo un dolor delicioso
de calor en mi vientre.

Incapaz de pensar bien, mucho menos respirar, hice la única cosa que
podía hacer dada la circunstancia: alcé la mano y agarré sus antebrazos
y le regresé el beso.

Este era mi primer beso verdadero, restando el desastre en la


habitación de él, y no tenía idea de qué estaba haciendo.

Sólo sabía que no quería que parara nunca.

Cuando sentí una de sus manos bajar por mi brazo y asentarse en mi


cadera, perdí la cordura.

Completa y absolutamente se llevó mis sentidos.

Estremeciéndome incontrolablemente, apoyé mi espalda contra el


marco de la puerta mientras mis caderas se movían más cerca de él.

Me estaba ahogando en mis sentimientos mientras se chocaban a


través de mí como una bola demoledora.

Cuanto más me besaba, más mi cuerpo temblaba incontrolable.

Buscaba más.

Gemí en su boca cuando sentí la punta de su lengua hacer un trazo


contra mi labio inferior.

Dándome cuenta que él estaba esperando que abriera la boca, abrí


los labios y aguanté la respiración cuando sentí su lengua deslizarse
dentro de mi boca.

Con gentileza, tocó su lengua contra la mía en unos trazos lentos y


pacientes.
Oh, Dios.

Oh, dulce niño Jesús.

Estaba besando a Johnny Kavanagh.

Johnny Kavanagh estaba devolviéndome el beso.

Tenía su lengua en mi boca, su mano en mi cabello, y mi corazón en


su bolsillo.

Esto era…

Esto era…

Todo lo que nunca había esperado y más.

Insegura, tentativamente deslicé la lengua afuera y tracé la suya.

Johnny me recompensó con un lento gruñido de aprobación que vino


de alguna parte profunda de su pecho.

Temblando, envolví los brazos alrededor de su cintura y lo apreté


más cerca, insegura de qué estaba haciendo, pero sabiendo que mi cuerpo
necesitaba más.

Mi confianza creció con cada roce de nuestros labios, con cada duelo
de masaje entre nuestras lenguas, hasta que estuve ronroneando en sus
brazos, meciendo mi cuerpo contra el suyo impacientemente, mientras
nos movíamos con torpeza hacia la banca más cercana.

¿Cómo estaba sucediendo esto?

¿Por qué estaba sucediendo esto?

No lo sabía.

No sabía y no me importaba.
Johnny se tambaleó hacia atrás y se sentó con fuerza en la banca de
madera.

El impacto hizo que un gruñido de dolor saliera de su pecho, pero


nunca sacó sus labios de los míos mientras tiraba la muleta lejos y me
metía entre sus piernas.

Sus manos se movieron de mi rostro a mi cintura, sujetándome con


fuerza, y el movimiento hizo que un gemido saliera de mi garganta.

Él respondió a mi pequeño jadeo de sorpresa de placer con un bajo


gruñido de aprobación.

—¿Estás bien? —susurré contra sus labios mientras me sostenía en


sus hombros.

—Sólo sigue besándome —dijo con voz estrangulada—. Te deseo


tanto.

Me estremecí violentamente.

—¿Lo haces?

—Jodidamente tanto —gimió contra mis labios, y luego sus manos


estuvieron en mis muslos, sus dedos subiendo mi apretada falda hacia
arriba para amontonarse en mis caderas antes de bajarme a su regazo,
animándome a montarlo a horcajadas.

Consiente de su herida, enganché un muslo en cada lado suyo y me


cerní en su regazo, manteniendo mi peso fuera de él, mientras acunaba
su hermoso rostro entre mis pequeñas manos y lo besaba de nuevo con
todo lo que tenía.

Johnny se estremeció con mi toque, pero no se alejó.

No pude evitarlo.

Quería tocar su cara.


Quería tocarlo por todos lados.

—¿Lo estoy haciendo bien? —mascullé contra sus labios,


sintiéndome dolorosamente consciente de mi inexperiencia.

—Más que bien —me aseguró, reclamando mi boca una vez más.

—Este es mi primer bezo —gemí contra sus labios.

—Eres jodidamente perfecta —me aseguró, llenando mi boca son su


lengua caliente.

Cayendo en un profundo y drogadicto beso, me permití relajarme y


absorber las sensaciones saltando a través de mí.

Él se sentía tan bien.

Sus labios eran tan suaves.

Su cuerpo era tan duro.

Olía tan bien.

Sabía tan dulce.

Me estaba ahogando en mis sentimientos.

Incapaz de parar, pasé una mano a través de su cabello mojado y tiré.

Él recompensó mi valentía con un lento gruñido mientras sujetaba


las manos en mis caderas y me llevaba abajo a su regazo al mismo tiempo
que mecía sus caderas hacia arriba.

Jadeando en su boca, bajé de mala gana, demasiado consumida en la


deliciosa sensación embriagadora de su cuerpo presionado contra el mío
para contemplar que esto podría estar lastimándolo.

Él claramente lo estaba disfrutando.

Podía sentir su gozo mientras se apretaba contra mí.


Descansando entre mis piernas, Johnny no empujó más.

En cambio, continuó besándome con calientes y revoltosos


movimientos de su lengua, arruinándome sólo con su lengua.

Me estaba poniendo caliente y adolorida en todas partes.

Perdiendo la cordura, y buscando presión, maullé en su boca y me


hundí con fuerza en su regazo.

Johnny gruñó en mi boca y me congelé, de repente consciente de su


herida.

—¿Te estoy lastimando? —pregunté contra sus labios.

—Sólo si te detienes. —Enredó su mano en la parte posterior de mi


cabello y profundizó el beso.

Creo que estoy enamorada de ti.

Creo que me estoy enamorando.

Por favor, no me lastimes.

Por favor, nunca me lastimes.

Mi mente estaba corriendo como loca, inducida por los pensamientos


lujuriosos dirigidos a Johnny.

Parecía no poder evitar caer por el borde del suicidio emocional.

Estaba hambrienta de él.

Voraz.

Necesitaba a este chico.

Estaba desesperada por él.


Me dolía y anhelaba, y admitía eso ahora, con una mente abierta y
un corazón vulnerable.

Cuanto más me mecía contra él, él más me animaba a moverme,


tirando de mis caderas, frotando juntos nuestros cuerpos.

Estaba tan atrapada en nuestro beso que no escuché la puerta del


vestuario abrirse y cerrarse, y sólo estuve vagamente consciente de
alguien aclarándose la garganta.

Cuando el Entrenador Mulcahy dijo:

—Veo que te estás sintiendo mejor. —Fue que la realidad me aplastó


con un enorme bang.

—Mierda —gimió Johnny en mi boca.

Sorprendida, rompí el beso y traté de salir del regazo de Johnny.

Traté siendo la palabra apropiada porque Johnny se sostuvo de mi


mano y me regresó hacia él.

Cuando bajó las manos y me ajustó la falda, empujándola abajo, casi


morí en mi lugar mortal.

—Comportamiento inapropiado en áreas de la escuela, Kavanagh —


espetó el Entrenador Mulcahy, pasando una mirada a los dos—. ¿Qué
demonios está mal contigo?

Mi mirada aterrizó en la mirada divertida de los dos paramédicos


parados detrás del Entrenador y lloriqueé en voz alta.

—No estamos en terrenos de la escuela, Señor —respondió Johnny


con calma mientras me jalaba hacia abajo para sentarme a su lado.

—Estás en horario de escuela —ladró el Entrenador.

—En realidad, no lo estamos —discutió Johnny, tomando mi mano


en la suya.
Estaba increíblemente agradecida de su toque en este momento.

Hacía que me plantara, me estabilizaba y me detuvo de vomitar por


la ansiedad.

Algo por lo que era conocida.

—Son pasadas las nueve de la noche —añadió Johnny con un


encogimiento—. Estamos pasada las horas escolares.

—Es un comportamiento inapropiado —bramó el Entrenador,


dando una mirada furiosa hacia nosotros dos—. No me des tecnicismos.
Ambos son menores de dieciocho años. —Claramente furioso, añadió—
: Tendré que reportar esto al Sr. Twomey y a sus padres.

—Oh, Dios —dije con un nudo en la garganta, en pánico—. Por


favor, no les diga.

—¿Un beso? —Johnny resopló, apretando su agarre en mi mano


temblorosa—. ¿Va a reportar un jodido beso? —Se rio con humor—.
Dese un paseo por el pasillo de ese autobús, entrenador. Estoy bastante
seguro de que se encontrará con cosas peores que besos sucediendo.

—Eres un estudiante menor que estaba sólo con una compañera menor
en un vestuario —respondió el profesor acaloradamente—. En una
posición extremadamente comprometedora. —El Entrenador se giró
hacia mí entonces—. ¿Es ese el tipo de reputación por la que quiere
empezar en Tommen, Srta. Lynch? —demandó—. ¿Quiere ser ese tipo
de chica?

Lágrimas picaron en mis ojos y rápidamente negué con la cabeza.

—Oiga, no le hable así —espetó Johnny, inclinándose hacia


adelante, escudándome de la vista del Sr. Mulcahy.

—¡Vamos, Johnny! —gruñó el entrenador con impaciencia—. Piensa


en cómo se ve esto.
—Me importa una mierda cómo se ve —espetó Johnny. Se puso de
pie solo para rápidamente tambalearse hacia atrás y colapsar en la banca
con un gruñido de dolor—. No hable así de ella —dijo con los dientes
apretados, con las fosas nasales abiertas—. Nadie habla de ella de esa
forma.

—¡Mírate! —exigió el entrenador, apuntando hacia la mitad inferior


de Johnny—. Mira en la condición en la que estás.

Johnny no miró, pero yo sí.

Miré y dejé salir un jadeo estrangulado ante la vista.

Sangre estaba rezumando de lugar donde el jugador de Royce lo


había abierto con los tacos de sus botines.

—Johnny —dije con voz ahogada, buscando su mano de nuevo.

Oh, Dios, su mano estaba temblando.

Me giré para mirarlo.

El cuerpo entero de Johnny estaba temblando.

Su cara estaba contorsionada en dolor.

Estaba temblando de los pies a la cabeza.

—Estás herido, chico —espetó el entrenador—. ¿Me escuchaste? Tu


cuerpo se está derrumbando y tú estás aquí ¡haciendo el puto tonto con
una chica!

—Está bien, todos solo cálmense —ordenó el hombre paramédico


mientras marchaba hacia Johnny y se arrodillaba frente a él—. ¿Qué
tenemos aquí, hijo?

—Ya le dije al doctor —dijo Johnny con los dientes apretados,


sacudiéndose con violencia ahora.
—Ilumíname —respondió el paramédico.

—Desgarre de aductor. —Exhalando un aliento roto, Johnny se tiró


atrás y cerró los ojos—. Tuve una cirugía el 20 de diciembre —explicó,
sonando completamente vencido—. No ha sanado.

—Porque no le ha dado a su cuerpo la oportunidad para sanar —


intercedió el entrenador—. Sus compañeros y amigos me dijeron que
esto ha sido un problema en curso que él nos ha estado escondiendo.

—Como si te importara una mierda —espetó Johnny, ojos mirándolo


con furia—. Tienes tus trofeos y tu final asegurada, ¿no es así?

—Por supuesto, me importa una mierda, tú pequeño desgraciado —


espetó el entrenador—. Me importan una mierda bastantes cosas de ti,
¡aunque el por qué está más allá de mí!

—Recibimos un reporte de que te desmayaste por varios minutos


durante el partido de rugby —preguntó la otra paramédico, escribiendo.

—Del dolor —admitió Johnny bruscamente—. No hubo herida de


cabeza.

—Todavía —dijo el entrenador entre dientes—. Aún hay tiempo para


eso.

—Jodidamente inténtelo —gruñó abatido Johnny. Su cabeza se tiró


ligeramente y lanzó la cabeza atrás, todavía temblando.

—Oye… Oye, está bien —susurré, acunando su cara para calmarlo—


. Estás bien.

Sacudió la cabeza de nuevo, sus ojos luciendo ligeramente vidriosos


antes de enfocarse en mi cara.

—Lo siento —graznó, la voz arrastrándose un poco.

—¿Por qué?
—Por no… —cerró los ojos, exhaló un gemido de dolor—,
devolverte el beso esa noche.

—No te preocupes por eso —susurré, agarrando su cara entre mis


manos—. Ni siquiera pienses en eso ahora mismo, ¿de acuerdo?

—Quería —gruñó, cerrando los ojos con fuerza cuando un enorme


estremecimiento rodó a través de su cuerpo—. Lo prometo.

—Johnny, está bien —dije con un graznido, apartando las lágrimas


con un pestañeo.

Lucía como si sintiera bastante dolor y apenas podía manejarlo.

—Necesita que lo revisen por completo —ladró el entrenador, el tono


atado con preocupación—. Exámenes de sangre. Rayos X. Escaneos. Lo
que sea que él les diga, ignórenlo. Es una pequeña mierda que no les dirá
cuando hay un problema.

—Entendido —meditó la paramédico con la tabla.

—Él está bajo contrato con La Academia de Rugby Irlandesa —


añadió el entrenador, frotándose la cara con la mano—. Todas sus notas
están en Cork, pero necesita ser envuelto en algodón…

—Entendido —respondió el paramédico. Volviéndose hacia Johnny,


guiñó un ojo—. No eres el primer cachorro académico que he tratado.

—Tal vez tu novia pueda apartarse, Johnny —sugirió la paramédico.

La respuesta de Johnny a su petición fue un agarre más apretado en


mi mano.

Dios, él estaba temblando tanto que todo mi cuerpo estaba vibrando


por el contacto.

—Sí. —El entrenador asintió y giró su atención hacia mí—. Srta.


Lynch, le sugiero que vaya a tomar su asiento en el autobús —ladró el
entrenador, descartándome.
—¿Estás bien? —pregunté, girando mi mirada hacia Johnny.

Él no lucía bien.

Lucía como un animal acorralado.

Lastimado y desesperado.

Me miró fijo por un largo momento, ojos azules batiéndose con


ansiedad, antes de asentir con resignación y liberar mi mano.

—¿Me puedo quedar? —susurré, insegura si dejarlo era lo correcto o


no—. ¿O esperar afuera?

No se sentía bien o correcto dejarlo.

En realidad, se sentía todo mal.

—Estaré bien —me dijo Johnny, dándome un guiño antes de gruñir


de dolor cuando el paramédico pinchó su muslo—. ¡Mierda!

—Afuera, Srta. Lynch —ladró el entrenador, empujándome hacia la


puerta.

—¿Puedo ir con él? —me escuché preguntar—. ¿Por favor?

—Puedes ir de regreso al autobús como te dije —ordenó—. ¡Ahora


fuera!

Vergüenza, culpa, y responsabilidad llenaron mi cuerpo mientras me


movía hacia la puerta.

—Adiós, Johnny —susurré, cerniéndome en el marco de la puerta,


luchando contra la urgencia de regresar corriendo hacia él.

Sus ojos llenos de dolor aterrizaron en los míos.

—Adiós, Shannon.

Te amo.
Estoy tan enamorada de ti.

Por favor, recupérate.


El Juego de Esperar

Shannon
—¿Shan? —me susurró Claire al oído—. ¿Sigues despierta?

—Estoy despierta —balbuceé mientras me tumbaba de lado,


completamente inmóvil, y miraba por la ventana las luces de la capital.

No me había movido de esa misma posición desde que Claire, Lizzie,


Shelly y Helen me habían empujado a la habitación del hotel hacía varias
horas y una agotada Sra. Moore me había dicho que no me moviera.

Hacía tiempo que las chicas se habían dormido, Lizzie en la cama


individual contigua a la nuestra y Shelly y Helen en la cama de
matrimonio del lado opuesto de la habitación.

Pero yo no.

No había cerrado ni un ojo.

Me ahogaba en mi preocupación.

De vez en cuando, miraba la hora en el reloj analógico de la mesita


de noche.

05:38 era su lectura más reciente.

Johnny estaba en alguna parte, tumbado en uno de esos grandes


hospitales iluminados, con Dios sabe qué hecho en su cuerpo.
No sabía lo que sucedía.

Nadie me decía nada.

No tenía su número de teléfono, y aunque lo tuviera, no tenía un


teléfono que usar.

El corazón se me heló en el pecho.

Un miedo como ningún otro que hubiera experimentado antes me


golpeaba.

Estaba aterrada por él.

—¿Crees que ya habrá salido del quirófano? —preguntó Claire.

Me encogí de hombros, sintiéndome entumecida hasta los huesos.

Claire se puso de lado en la pequeña cama individual que


compartíamos y me rodeó con el brazo.

—Se lo iban a llevar alrededor de la medianoche, ¿no fue eso lo que


dijo Gerard?

Volví a encogerme de hombros con impotencia.

No tenía ni idea.

—Se va a poner bien, Shan —susurró, apretándome con fuerza—.


Estoy segura de ello.

—Siento que no puedo respirar —confesé mientras lágrima tras


lágrima caían de mis pestañas—. Claire, tengo tanto miedo por él, y mi
cuerpo está helado.

—Es comprensible —replicó ella, frotándome el brazo con tono


tranquilizador.
—¿Lo es? —susurré con la voz estrangulada, luchando contra las
ganas de gritar—. Porque no tengo ni idea de por qué siento que me estoy
muriendo. —Respiré entrecortadamente, desesperada por controlar mis
emociones—. Nunca he estado tan asustada en toda mi vida.

—Shan —susurró Claire suavemente—. Te sientes así porque Johnny


te importa.

Asentí, cerré los ojos y tensé el cuerpo para detener los temblores que
me sacudían.

—¿Y tal vez porque lo amas?

Exhalando un suspiro entrecortado, rodé sobre mi espalda y giré la


cara para mirar a mi mejor amiga.

—Estoy muy enamorada de él, Claire —confesé, y entonces rompí a


llorar—. Lo amo tanto que la idea de que no esté bien me está matando.

—¿Sabe Johnny cómo te sientes?

Sacudí la cabeza y lloré más fuerte.

—No debería haberlo dejado —sollocé—. Debería haberme quedado


con él.

—No podías —dijo en tono amable—. El Sr. Mulcahy nunca te lo


habría permitido.

—Parecía tan asustado, Claire —dije con voz ahogada mientras mi


cuerpo se sacudía por los sollozos—. No lo viste, pero estaba muy
asustado. Y luego se lo llevaron en esa ambulancia. Lo vi irse. Vi cómo
se lo llevaban. ¿Y ahora? Ahora no sé dónde está ni si está solo…

—Está bien —dijo, envolviéndome en sus brazos—. Shh, está bien.


Todo va a salir bien.

—¿Y si le pasa algo? —sollocé, aferrándome a ella con todas mis


fuerzas—. ¿Y si algo va mal en el quirófano?
—No —interrumpió, su voz era un susurro severo—. Se va a poner
bien…

Un suave golpe en la puerta me sobresaltó y nos hizo saltar a las dos


sobre la cama.

Miré a las tres chicas dormidas y luego a Claire.

Me miró con los ojos muy abiertos.

—Chicas —llegó una voz familiar y apagada desde el otro lado de la


puerta de la habitación del hotel—. Déjenme entrar.

Claire levantó una mano, indicándome que me quedara donde


estaba, antes de bajarse de la cama y cruzar la habitación de puntillas.

—¿Gerard? —susurró, pegando la oreja a la puerta.

—Sí, soy yo, nena —llegó la voz de Gibsie desde el otro lado.

Gracias a Dios.

Me levanté de la cama y corrí hacia la puerta justo cuando Claire la


abría.

Las dos nos estremecimos cuando la luz del pasillo casi nos cegó.

—Hola —dijo Gibsie, que estaba en la puerta envuelto en un abrigo


y una gorra—. Pensé que estarías levantada.

—¿Qué pasa? —le preguntó rápidamente Claire—. ¿Escuchaste algo?

—¿Johnny está bien? —pregunté—. ¿Ya salió del quirófano?

—¿Hablaste con sus padres? —preguntó Claire—. ¿Está su madre con


él?

—¿Está bien? —repetí, levantando la voz.


—Una a la vez, chicas, Cristo —murmuró Gibsie mientras volvía al
pasillo y nos hacía un gesto para que lo siguiéramos.

Las dos fuimos sin dudarlo.

—Acabo de hablar por teléfono con su padre —declaró Gibsie


mientras se apoyaba en la pared, pálido y agotado—. Esto no va más allá
de nosotros tres —añadió, lanzándonos a ambas miradas de
advertencia—. ¿Está claro?

Las dos asentimos.

Gibsie, a su vez, asintió cansado.

—Salió del quirófano; todo salió bien —añadió rápidamente,


mirándome—. Tu chico está bien, Pequeña Shannon. Respira hondo.

—Gracias a Dios —susurré, llevándome la mano al pecho.

El alivio que inundó mi cuerpo fue tan fuerte que tuve que retroceder
un par de pasos y apoyarme en la pared opuesta.

—Cuando lo abrieron, encontraron una adherencia enorme de donde


le operaron del aductor en Navidad —explicó—. Al parecer, era bastante
grave.

—¿Qué tan grave? —susurré, presa del pánico de nuevo.

Gibsie hizo una mueca.

—Según su padre, estaba bloqueando el cordón espermático de


Johnny o alguna puta catástrofe horrorosa por el estilo. —
Estremeciéndose, añadió—: Podría haber dañado seriamente sus
posibilidades de tener una familia más adelante.

—¿Eso es lo que le causaba tanto dolor? —balbuceé, devastada al


pensar que sufría tanta agonía—. Oh, Dios.
—No sólo eso —dijo Gibsie con un suspiro—. Tiene una grave
infección en la pierna y John padre dijo que tenían que realizar algo
llamado cirugía concomitante porque Johnny tenía algo llamado
Pubalgia Atlética que no detectaron en sus últimas pruebas y escáneres…

—¿Qué demonios es eso? —jadeó Claire.

—No tengo puta idea, nena —le dijo Gibsie—. No soy médico, y no
tengo ni remota idea de qué diablos significa nada de eso, pero sea lo que
sea, lo estaba incapacitando.

—Es una hernia deportiva —susurré, recordando haber leído sobre


eso una vez en un artículo en la escuela.

—Es bastante malo, ¿verdad? —preguntó Claire.

—Es insoportable —expresé en un hilo de voz, palideciendo al pensar


en el dolor que Johnny tuvo que haber soportado estos últimos meses—
. Debió de dolerle mucho jugar con ese tipo de lesión.

Gibsie asintió sombríamente.

—Los médicos le dijeron a su padre que no saben cómo caminaba


con el dolor, y mucho menos cómo seguía jugando al rugby.

—¿Está despierto? —preguntó Claire con expresión esperanzada.

Gibsie negó con la cabeza.

—No, sigue en recuperación. Lo tienen tan drogado que está que


vuela, así que estará fuera de combate un rato más.

—¿Vas a verlo? —pregunté.

—Diablos, sí, voy a verlo —refunfuñó Gibsie—. Y tú vienes


conmigo.

—¿Yo?
—Sí, tú, Pequeña Shannon —contestó Gibsie—. Querrá verte.

—¿Querrá?

Asintió.

—Ve a vestirte. Llamaré a un taxi.

—¿Y el Sr. Mulcahy? —añadió Claire, mordiéndose su labio—. Él y


la Sra. Moore han dicho que no podemos salir de nuestras habitaciones.

—El entrenador puede besar mi culo blanco como la azucena —


replicó Gibsie sin vacilar—. Se trata de mi mejor amigo tumbado en una
cama de hospital, nena.

—Pero, Gerard, sólo son las seis de la mañana —añadió Claire,


sonando preocupada—. Y no quiero que te metas en líos… —Hizo una
pausa para mirarme—, ninguno de los dos.

—En palabras del difunto gran Freddie Mercury: no me detengas ahora


—le dijo—. Vuelve a la cama y te mando un mensaje en un rato.

—Shannon, no vayas —me dijo Claire, con los ojos llenos de


preocupación—. Si te atrapan y se lo cuentan a tu padre…

—Iré —balbuceé, deteniéndola antes de que pudiera terminar la


frase.

Sabía lo que pasaría.

También sabía que ocurriría a pesar de todo.

Estaba aquí, en Dublín, cuando se suponía que debía estar en casa.

Iba a matarme de todos modos.

Tenía que ir.


Volví corriendo a la habitación, me puse de nuevo el uniforme (nada
fácil en la oscuridad y con mis compañeras durmiendo) y salí
rápidamente al pasillo, donde Claire seguía de pie con Gibsie.

—Cuida de ella, Gerard Gibson, ¿me oyes? —siseaba—. No la dejes


sola en ningún momento y por ningún motivo. Y si te atrapan, te llevas
la culpa, ¿sí? No me importa lo que tengas que hacer, pero piensa en algo
para que no la culpen de esto…

—Pequeña Shannon —anunció Gibsie, dando un codazo en el


hombro de Claire para alertarla de que yo había vuelto y podía
escucharlos.

—Hola —susurré, alisándome el abrigo.

—¿Lista para salir de la cárcel? —añadió con una sonrisa.

Miré a Claire, que se mordía su labio y negaba con la cabeza antes


de volver a Gibsie.

Aparté de mi mente la imagen del rostro de mi padre, exhalé un


suspiro entrecortado y asentí.

—Estoy lista.
Encontré A La Chica

Johnny
Cuando abrí los ojos, estaba en una habitación oscura y oía los
pitidos de los monitores.

Como no sabía dónde diablos estaba, empecé a asustarme y a


arrancarme los cables que tenía adheridos al pecho y los brazos.

También tenía algunos metidos por la nariz y los golpeé para intentar
liberarme.

Sentía las manos extrañas, como si no me pertenecieran.

Lo mismo sentía en mi cabeza.

Los globos oculares me daban vueltas en la cabeza.

En serio, no podía controlarlos.

Intenté concentrarme y comprender lo que me rodeaba, pero los ojos


me daban vueltas y la habitación giraba.

¿Estaba drogado?

¿Gibsie me había drogado?

Ese hijo de puta…


—Johnny… está bien, hijo. —La voz de mi padre llegó desde cerca—
. No tires de la intravenosa. Te harás daño.

—¿Papá?

—Estoy aquí, hijo.

El sonido de una silla raspando las baldosas llenó mis oídos.

—Papá —balbuceé, calmándome al sentir su cálida mano cubriendo


la mía—. ¿Dónde estoy?

No podía verlo, pero sabía que estaba cerca.

Su voz estaba junto a mi oído, haciéndome sentir seguro.

Su mano me tocó la frente y me apartó el cabello, como solía hacer


cuando era pequeño.

—Estás en la sala de recuperación, hijo.

Dios mío, ¿lo estaba?

Apenas recordaba el trayecto en ambulancia hasta el hospital.

Todo estaba borroso.

Y sin dolor.

No tenía dolor.

Nada.

—Te operaron, hijo —me explicó mi padre.

—Diablos —balbuceé—. ¿Sigue ahí mi pene?

—Sigue ahí. —Papá se rio suavemente.

—¿Y mis pelotas?


—También —musitó—. Todo en orden.

Exhalé un suspiro entrecortado.

—Gracias a Dios.

—¿Recuerdas el partido de anoche? —preguntó—. Estabas muy mal,


hijo.

—Recuerdo a la chica —balbuceé—. ¿Por qué todo está oscuro?

—Porque se supone que estés durmiendo —dijo mi padre—. Son las


seis de la mañana. Todavía está oscuro fuera.

—Entonces, ¿no hay luces en ningún sitio? —pregunté, confundido—


. ¿Se fueron todas?

Oí su risa tranquila.

—No habrá luces hasta dentro de unas horas, Johnny.

—¿Seguro que mi pene sigue ahí? —Pateé mis pies, pero no estaban
siendo cooperativos—. Me gusta mucho mi pene, papá. Lloraré si se va.

—A la mayoría de los chicos les gusta esa parte de su anatomía,


Johnny. —Papá se rio—. Y te prometo que sigue ahí.

—Compruébalo por mí —murmuré, sintiéndome muy mareado—.


Sólo para asegurarme.

Oí a mi padre suspirar pesadamente y luego sentí que me quitaba las


mantas del cuerpo.

—Está ahí, chico —me aseguró antes de volver a taparme.

—Ya no va a funcionar, papá —gemí, sintiendo que una enorme


oleada de devastación llenaba mi cuerpo—. Lo rompí.

—Los médicos lo arreglaron —me explicó—. Ya vuelve a funcionar.


—¿Puedo volver a jalarme mi pene?

—Sí, Johnny. —Se rio—. En unas semanas, podrás jalártelo tanto


como quieras.

—Tengo la cabeza confundida, papá —balbuceé—. Todo está


caliente y hormigueante… y me siento todo atontado.

—Es la medicación, Johnny. Te está dando sueño —me dijo—.


Vuelve a dormir y te sentirás mejor en un rato.

—¿Cómo le va? —preguntó una voz desconocida, trayendo consigo


un pequeño destello de luz y el sonido de una puerta haciendo clic.

—Hablando por el culo —le dijo mi padre a la voz.

—Ah, será la morfina —musitó la voz, acercándose—. Intenta que


se duerma. Volveré en una hora para hacer las observaciones.

—Papá, hay una chica —anuncié cuando la puerta volvió a sonar.

—Lo sé, Johnny —dijo papá con calma—. Era tu enfermera.

—No, no, no —balbuceé, sacudiendo la cabeza—. Hay una chica,


papá. Una chica.

—¿Dónde, hijo?

—Hay una chica en el autobús —balbuceé—. Necesito que la


encuentres.

—No hay ninguna chica, cariño —me dijo papá—. Tampoco hay
autobús. Estás drogado con morfina.

—Oh, maldición —gemí—. ¿Me estoy muriendo o algo así?

—No, Johnny, amor, no te estás muriendo.

—Gracias a Dios —gemí—. Porque quiero volver a ver a esa chica.


—Está bien, Johnny. Relájate, amigo.

—No, no, no, papá, hablo en serio —balbuceé—. Creo que amo a
esa chica.

—Bueno, ¿quién es esa chica?

—Ella es un río. —Suspiré y cerré los ojos—. Voy a quedármela,


papá.

—De acuerdo, hijo —persuadió—. Quédate con la chica.

—Ella hace que mi corazón esté como loco.

—¿Ah, sí? —reflexionó.

—Tanto, papá. —Suspiré—. Pum, pum, puto pum. —Sacudí la


cabeza—. Todo el tiempo.

—¿Está despierto? —La voz de mi madre llenó mis oídos, seguida de


otro destello de luz y el sonido de otra puerta haciendo clic.

—Está algo bien. —Se rio papá.

—Johnny, amor, soy mamá.

—Mamá —balbuceé, sintiendo su mano tocar mi mejilla—. No te


enfades.

—Estoy más que enfadada. —Sollozó—. Podrías haber muerto.

—¿Está llorando, papá? —balbuceé, golpeando algo que tocaba mi


nariz—. Es porque me acosté con ella. —Sonriendo, añadí—: Mucho
sexo. —Me reí para mis adentros, pero sonó gracioso—. Sólo bromeaba,
mamá… nada de vaginas para mí.

—Edel, amor, está tan drogado que vuela como una cometa. —Oí
decir a mi padre—. No recordará ni una palabra de esto. Mejor esperar
a darle la charla hasta que vuelva en sí.
—La charla —gemí en voz alta—. Todas las putas charlas.

—Johnny, amor…

—El sexo es algo hermoso —balbuceé—. Cuando es entre dos


malditos, bla, bla.

Mamá se rio.

—Así que me escuchas.

—¡Mamá! —exclamé—. ¡Conoces a la chica!

—¿Qué chica, amor?

—Mi chica. —Me di una palmada en la nariz, picándome la rascada,


o rascándome el picor.

Ya no sabía nada de nada, pero me sentía genial.

—¿Ves, papá? —Me di una palmada en el pecho—. Pum, puto pum,


pum.

—¿De qué está hablando, John?

—Sólo Dios lo sabe —respondió mi padre, sonando completamente


divertido—. Pero es el mejor entretenimiento que he tenido en años.

—Mi pene funciona de nuevo, mamá —dije entre dientes—. Papá lo


comprobó. Mis pelotas también están ahí.

—Oh, Jesús —murmuró mamá.

—Está bien —arrullé, apretando los labios—. Ella ya tiene dieciséis


años y yo… —Me di una palmada en la frente—. Diecisiete.

—¿De qué estás hablando, Johnny?

—Las fracciones, mamá —gemí—. Se están acercando.


—¿Fracciones de qué, amor?

—No hay que esperar mucho más. —Suspiré—. Menos mal, porque
estoy enamorado.

—¿Estás enamorado?

Asentí feliz.

—Y ella es un río.

—Bueno, eso es… encantador, cariño —elogió mamá, sonando


confundida—. Buen chico.

—Voy a navegar con mi barco por su río. —Me reí—. Mi barco pene.

—¿Pueden volver a dejarlo inconsciente? —refunfuñó mamá—. Me


va a dar un ataque con esta charla.

—Está bien, mamá —la engatusé—. También me voy a quedar con


ella. Hacer todos mis bebés con ella porque mis pelotas funcionan… y
papá dice que puedo jalar mi pene de nuevo. ¡Yuju!

—¡John! —Mamá jadeó—. ¿Qué le has estado diciendo a nuestro


hijo?

Papá se rio.

—Tiene diecisiete años, Edel. Es lo primero que va a preguntar


después de una operación así.

—Oh, querido Jesús —gimió mamá.

—Y voy a comprarle un anillo… y un perro… y navegar en barco…


y voy a mirarle las tetas porque puedo. —Suspiré satisfecho—. Tiene las
mejores tetas, papá.

—Toc, toc —gritó una voz familiar, seguida de más luz y más clics
de puertas—. ¿Cómo está el paciente?
—Gerard —susurró mamá con alegría.

—¡Gibs! —grité, buscando a mi mejor amigo por la habitación y sin


encontrar nada—. Gibs, amigo. ¿Qué mierda de drogas me pasaste?

—Está muy… drogado ahora mismo, Gibs —explicó papá—. No


hagas caso de lo que dice.

—¿En serio? —Gibsie se rio entre dientes—. Hola, amigo. ¿Cómo te


va?

—Me arreglaron el pene, Gibs. —Con mucho esfuerzo, conseguí


mantener un pulgar en alto y agitar la mano sin rumbo—. Días felices.

—Yoohoo —vitoreó Gibsie, agarrando mi mano—. La mejor noticia


que he oído en todo el año. —Me apretó la mano—. Sabes lo que eso
significa, ¿no?

—Cambio de chaqueta —balbuceé.

—Exacto. —Gibsie se rio—. En cuanto te recuperes, te sacaré a las


baldosas.

—Chicos —reprendió mamá—. Gerard, no lo alientes.

—Lo entiendes, Gibs —balbuceé feliz—. Me entiendes.

—Te entiendo, amigo —animó, apretándome la mano—. ¿No


deberían estar pasando los efectos?

—Debería —respondió mi padre, sonando divertido—. Pero el


muchacho es fuerte como un buey.

—Soy un toro —balbuceé.

Gibsie soltó una risita.

—¿Eres un toro?
Asentí.

—Con grandes pelotas.

Gibsie se rio.

—Grandes pelotas que funcionan.

—Voy a usar ese lubricante, Gibs —grazné, girándome para


encontrarlo—. Eh, ¿dónde fuiste?

—Estoy aquí —me dijo, dándome una palmadita en la cabeza—. Y


te compraré una cesta grande cuando lleguemos a casa.

—Eres mi mejor amigo —le dije, pero parecía una almohada—. Me


encanta tu gran cabeza de balón de rugby.

Mamá gimió.

—Oh, Johnny.

—Escucha —dijo Gibsie en tono serio—. Te traje a un amigo a verte.

—Tú eres mi amigo —respondí con un suspiro—. Mi amigo favorito


y jodido.

—Sé que lo soy, amigo —persuadió Gibsie, apretándome la mano—


. Y tú eres el mío.

—¿Un amigo? —cuestionó mamá.

—Sí, ella está justo afuera.

—¡La encontraste, Gibs! —exclamé—. Menos mal. Creí que la había


perdido.

—Lo hice, amigo. —Gibsie rio suavemente—. Te devolví a Shannon.

—Shannon como el río —susurré satisfecho.


—¿Shannon Lynch? —exclamó mamá—. ¿Es de ella de quien está
divagando?

—Ah, sí —musitó Gibsie.

—¿Qué pasó con lo de ser amigos, Johnny? —preguntó mamá.

—Mentí. —Solté una risita—. He estado mintiendo todo el tiempo.

—Oh, Johnny. —Mamá suspiró—. Nunca tuviste que mentir,


cariño. Me agrada esa chica.

—Es mía —gruñí—. No puedes tenerla.

Gibsie soltó una sonora carcajada.

—Todo el mundo lo sabe, Cap.

Girando la cabeza, traté de encontrar a mi padre.

—¿Papá?

—Sigo aquí mismo —me aseguró papá, apretándome la mano


derecha.

—Ella es la elegida —susurré, tratando de mirarlo en la oscuridad—


. Con las tetas perfectas.

—¿Le viste las tetas? —preguntó Gibsie.

Asentí feliz.

—Sí.

—¿Cuándo?

—Cuando ella estaba jugando con mi calculadora —balbuceé—. La


amo, Gibs. Muchísimo. Hasta las pelotas.
—Ya lo sé —musitó Gibsie, dándome una palmadita en el hombro—
. Arrasador.

Me encogí de hombros.

—Y ni siquiera lo lamento.

—Gerard, tal vez no deberías traer a Shannon aquí —dijo mamá,


sonando preocupada—. Es parcial que diga algo ahora mismo.

—No, no, no —refunfuñé, no sintiéndome feliz ahora—. Quiero


verla.

—Johnny, amor, ella puede venir de visita cuando seas más tú


mismo…

—¿Shannon? —rugí, gritando su nombre a todo pulmón—.


¿Shannon?

—Deja entrar a la chica, Edel —reflexionó papá—. Si no, va a


destrozar el lugar a gritos como un niño pequeño.

—¡Shannon!

—¡Oh, Jesús, bien! —murmuró mamá—. Será mejor que te


comportes, Johnathon.

El sonido de tacones altos haciendo clic en las baldosas llenó mis


oídos, y luego me cegó la luz.

Pasaron unos instantes entre susurros.

Y entonces oí esas dos palabras.

—Hola, Johnny.

—Pum, pum, puto pum, papá —gemí, dándome una palmada en el


pecho—. Estoy acabado.
No Te Dejaré

Shannon
—Shannon, cariño —reconoció la Sra. Kavanagh cuando salió de la
habitación de Johnny en el hospital y me encontró merodeando por el
pasillo—. Es un placer volver a verte.

—Hola, Sra. Kavanagh —balbuceé, sintiéndome increíblemente


insegura.

Llevaba más de diez minutos merodeando fuera de la habitación de


Johnny, obligándome a no entrar a empujones por la puerta.

Sabía que sus padres estaban allí y eso debería haberme aterrorizado,
pero no fue así.

Porque necesitaba ver a ese chico más de lo que necesitaba tener


miedo.

Apartándome de la pared, junté las manos y pregunté:

—¿Johnny está bien?

—Bueno —dijo, mordiéndose su labio—. Está un poco fuera de sí


ahora mismo, cariño.

Oh, Dios.

La preocupación estalló dentro de mí.


—¿Puedo verlo? —Me obligué a ser valiente y preguntar.

La Sra. Kavanagh frunció el ceño.

—¿Por favor? Será muy rápida —supliqué, esperando que su madre


se apiadara de mi frágil corazón—. Sólo necesito verlo… eh, quiero
decir, necesito comprobar que está… bien.

Con un fuerte suspiro, la Sra. Kavanagh asintió y me hizo un gesto


para que entrara.

Con pies inseguros, entré en la oscura habitación, iluminada sólo por


las luces de la ciudad que brillaban desde el otro lado del cristal de la
ventana.

Mis ojos se dirigieron inmediatamente a la cama que había en medio


de la habitación.

Había un hombre sentado en una silla a la derecha de Johnny, y


Gibsie estaba de pie a su izquierda.

Al instante reconocí al hombre como el de la fotografía que había en


la habitación de Johnny aquel día.

El héroe.

Su padre sostenía la mano de Johnny, sentado junto a su cama, y se


parecía a su hijo treinta años en el futuro.

Mientras tanto, me quedé allí, en medio de su habitación de hospital,


con el corazón martilleándome en el pecho y los ojos clavados en su
cuerpo desplomado.

—Hola, Johnny —dije, con la voz apenas más que un susurro.

—Pum, pum, puto pum, papá —balbuceó Johnny, agarrándose el


pecho—. Estoy acabado.
Sus palabras provocaron una sonora carcajada de Gibsie y un gemido
de desesperación de la Sra. Kavanagh, que se había reunido con
nosotros.

—Vuelve a encender las luces, papá —ordenó Johnny, arrastrando


las palabras—. Ilumina el mundo. Tienes que ver a esta chica.

—Johnny —dijo su madre en tono de advertencia—. Compórtate.

—Quiero verla, mamá —gimió—. No puedo verla.

El corazón me dio un salto en el pecho.

—¿A mí? —chillé.

—Siempre tú —gimió Johnny—. Malditas pelotas.

—No es él mismo, Shannon —se apresuró a decir la Sra. Kavanagh—


. No hagas caso de nada de lo que salga de su boca.

—Eh… —La miré y asentí insegura—. ¿De acuerdo?

Su padre encendió entonces una pequeña luz superior, bañando la


habitación en un suave resplandor.

Con el corazón acelerado, vi a Johnny conectado a una máquina que


emitía pitidos junto a su cama.

Tenía cables atados a su pecho desnudo y uno que salía del brazo
conectado a un gotero.

Por una vez, me las arreglé para no contemplar su pecho desnudo,


concentrándome en su hermoso, magullado y cansado rostro.

—¿La ves, papá? ¿La ves? ¡Es jodidamente hermosa! —afirmó


Johnny—. Se los dije.

Oh, Dios…
—Oh, Johnny —susurró su madre.

—Déjalo en paz, Edel. —Su padre se rio—. Ahora no puede evitarlo.

—Shannon —balbuceó Johnny, sonando terriblemente aturdido—.


Está demasiado lejos.

—Estoy aquí, Johnny —balbuceé.

—¿Estás aquí? —Asintió, más para sí mismo que para nadie—. No


vuelvas a dejarme.

Mi corazón se apretó en mi pecho y mis palabras salieron en un


pequeño soplo.

—No lo haré.

Me sentí increíblemente incómoda, teniendo a sus dos padres en la


habitación, pero rechacé esos sentimientos e hice que mis piernas
caminaran hacia él.

—¿Cómo te sientes? —pregunté, cerrando el espacio entre nosotros,


eligiendo venir alrededor del lado de Gibsie de la cama—. ¿Estás bien?

—Acércate —ronroneó Johnny, con sus ojos sombríos fijos en mi


cara, mientras meneaba el dedo hacia mí—. Quiero mostrarte algo.

—Uh, ¿de acuerdo?

Rodeando a Gibsie, me acerqué a su cama.

—¡No te atrevas! —ladró la Sra. Kavanagh, haciéndome retroceder


y a Johnny gemir.

—Aguafiestas —resopló Johnny.

—John, mete las mantas debajo del colchón —ordenó antes de


fulminar a su hijo con la mirada—. No me importa lo drogado que estés,
Johnathon Robert Kavanagh Jr., te la cortaré si se te ocurre enseñárselo.
—¿Enseñarme qué? —pregunté nerviosa.

—Mi pene —anunció Johnny, girándose para mirarme—. ¿Quieres


verlo? —Me sonrió perezosamente—. Ya está mejor.

Gibsie echó la cabeza hacia atrás y aulló de risa.

El Sr. Kavanagh se le unió.

—Ay, por Dios —sollozó la Sra. Kavanagh.

—Está drogado, Pequeña Shannon —explicó Gibsie, todavía riendo


a carcajadas—. Como una puta cometa.

—Oh, bueno, está bien —susurré, sintiendo mis mejillas arder de


vergüenza.

—Tómame la mano —indicó Johnny, extendiendo una mano hacia


mí.

Miré a su madre, insegura de si le importaría que tocara a su hijo en


ese estado.

La Sra. Kavanagh se limitó a suspirar y asentir.

—Estaba preocupada por ti —le dije, tomando su gran mano entre


las mías—. Me diste un susto horrible.

—Y yo estaba preocupado por ti —respondió Johnny, con los ojos


muy abiertos y sincero—. Siempre estoy preocupado por ti.

Dio un fuerte tirón y me arrastró a la cama.

—¡Johnny!

—Está bien —le aseguré al Sr. Kavanagh antes de tomar asiento


insegura en el borde de su cama.

No tenía elección.
Era sentarme en el borde de la cama de Johnny o dejar que me tirara
encima de él porque no me iba a soltar.

—No sabía dónde estabas —continuó diciéndome Johnny mientras


sacudía la cabeza, todo nervioso y sonando confuso—. Pensé que te
había perdido… ¿y mi cabeza? Mi cabeza está taaaaaan drogada como
las pelotas, nena.

Te llamó nena.

Te llamó nena otra vez.

—Ya estoy aquí —susurré, sin poder evitar sonreír por lo adorable
que era en ese momento—. Y vas a estar bien.

—Te amo, Shannon como el río —balbuceó.

Se me paró el corazón.

¿Acaba de decirlo?

No.

No, claro que no.

—Maldición, te amo —dijo Johnny otra vez.

Oh, Dios.

Lo dijo.

Absolutamente.

Dos veces.

Está drogado, Shannon.

No sabe lo que dice.

No te lo tomes a pecho.
—¿Gibs?

—¿Sí, muchacho?

—Mi cordón espermático no se rompió. —Johnny suspiró feliz—.


Sin explosiones de bolas.

Gibsie soltó una risita.

—Es bueno saberlo, Cap.

—Ves, mamá —dijo Johnny en un arrastrado grogui—. Ella tendrá a


mis bebés… —Giró la cabeza de un lado a otro hasta que encontró mi
cara. Y entonces sonrió.

»Tendrá a mis bebés, ¿verdad?

—Yo… —carraspeé y exhalé un suspiro entrecortado—. Yo…

—Shannon, lo siento mucho —exclamó la Sra. Kavanagh con voz


estrangulada.

—Dilo —gimió Johnny, agarrándome la mano—. Dime que tendrás


a mis bebés.

—Johnny…

—Sólo dime que lo harás —suplicó en voz alta—. ¡Dilo, Shannon!


¡Por favor! No puedo soportarlo.

—¿Seguro? —balbuceé, sintiéndome débil—. Lo que quieras,


Johnny.

—Gibs —gritó Johnny alegremente—. ¿Oíste eso, muchacho?

—Claro que sí, Arrasador.

—¿No lo hice bien, papá? —continuó desvariando—. ¿Ves? ¡La


encontré!
—Hiciste un gran trabajo —dijo el Sr. Kavanagh.

—Lo siento, amigos, pero al Sr. Kavanagh sólo se le permite que un


familiar se quede con él fuera de las horas de visita —expresó una
enfermera desde la puerta, sobresaltándome a la vez que me ahorraba
tener que responder a la afirmación de Johnny—. Si todos son familia,
pueden rotar —añadió—. Hay una habitación familiar en el tercer piso,
pero tendré que pedirles a tres de ustedes que se vayan.

—Me quedaré —anunció la Sra. Kavanagh—. John, puedes llevar a


Shannon y a Gerard a desayunar. Te llamaré en un par de horas.

—Escucha, tengo que irme —susurré, volviendo a centrar mi


atención en Johnny, con el corazón aun martilleándome en el pecho—.
Intentaré volver más tarde, antes de que se vaya el autobús, ¿sí?

—No, no, no —gimió Johnny, aferrándose a mi mano con las dos


suyas—. Dijiste que no me dejarías.

Oh, Dios.

—Johnny, lo sé, pero tengo que irme —susurré, nerviosa—. Es sólo


para la familia.

—Es mi esposa —anunció entonces, haciéndome explotar la cabeza.

—Johnathon Kavanagh —espetó su madre—. ¡Para ahora mismo!


Vas a asustar a la chica.

—¿De qué estás hablando? —balbuceó Johnny—. No la voy a


asustar. La amo.

—Johnny, volveré —aseguré, exhalando una respiración


temblorosa—. Te prometo que volveré, ¿sí?

Intenté soltar mi mano de la suya, pero no me soltó.

Sacudía la cabeza y me miraba con ojos grandes, anchos, drogados.


—Tengo que irme —repetí, sintiéndome completamente
desgarrada—. Lo siento mucho.

—Iré contigo —anunció, y luego procedió a usar una mano para


arrancar sus cables.

—Deja eso —ordené, atrapando su mano rebelde con la que tenía


libre—. Te harás daño.

—Te quiero —gimió, tirando de mis brazos—. Sólo a ti.

Sin saber qué hacer, miré a sus padres, que estaban observando
nuestro pequeño combate.

El Sr. Kavanagh se limitó a negar con la cabeza y sacó de la


habitación a Gibsie, que se reía a carcajadas.

—Me iré —le prometí a la Sra. Kavanagh—. Sólo necesito… —Mis


palabras se interrumpieron cuando Johnny rodeó mi cintura con sus
brazos y se aferró a mí—. Eres un raro —murmuré desesperada,
sintiendo los ojos de su madre en mi cara.

—Apaga las luces y quédate conmigo, Shannon como el río.

—Siento mucho todo esto —solté con voz estrangulada mientras


intentaba y no conseguía liberarme de su agarre—. Sólo será un
minuto…

—Quédate con él.

Levanté la mirada.

—¿Eh?

—No tiene sentido agitarlo —dijo en voz baja, con la mirada clavada
en su hijo, que en ese momento se acurrucaba contra mi estómago—. Si
te sientes cómoda quedándote con él, Shannon, entonces puedes
quedarte.
No quería dejarlo.

No cuando estuvimos en el vestuario de Royce.

Ni ahora.

Ni nunca.

Asintiendo lentamente, susurré:

—Cuidaré de él.

—De acuerdo, entonces. —La Sra. Kavanagh suspiró


pesadamente—. Volveré en un rato.

Se dio la vuelta y salió de la habitación.

—Estás en problemas conmigo —le dije a Johnny una vez que la


puerta se hubo cerrado, dejándonos solos—. Cuando vuelvas en ti,
hablaremos de lo que acabas de hacer.

—No me importa —balbuceó drogado—. Conseguí lo que quería.

—¿Y qué era? —pregunté—. ¿Avergonzar a tu madre?

—A ti —balbuceó—. Te tengo a ti.

Oh, Dios.

Mi corazón.

—Johnny, estás diciendo cosas extrañas ahora mismo —susurré.

Y tienes que parar.

Porque duele.

—Mira esa cara —susurró, mirándome fijamente con una expresión


peculiar—. Voy a quedarme contigo.
—Bien. —Cediendo a su locura, lo engatusé para que se recostara en
la almohada—. Puedes quedarte conmigo.

Sentada a su lado, me incliné hacia delante, apoyé un brazo a un lado


de su cabeza y le acaricié la mejilla con mi mano libre.

Sus manos seguían rodeando mi cintura, pero ya no con tanta fuerza.

—Cierra los ojos —le dije suavemente—. Estaré aquí cuando


despiertes.

—Dime que me amas —suplicó.

—Johnny…

—Dímelo.

Inspirando tranquilamente, susurré:

—Johnny, te amo.

—Maldición, gracias —gimió, exhalando con fuerza.

—No recordarás esto —añadí temblorosamente—. Pero yo sí.

Que era la única razón por la que le estaba diciendo mi verdad.

—Me encantan tus tetas —me informó entonces.

—No las has visto.

Asintió solemnemente.

—Sí las he visto.

Negué con la cabeza.

—No, debes estar pensando en otra persona.

—Sólo pienso en ti —respondió—. Sólo en ti.


Mi corazón.

Mi pobre, pobre corazón.

No tenía ninguna oportunidad con este chico.

—Y en tu vagina. —Cerró los ojos y gimió—. También vi eso.

Sí.

Sí, la vio.

Oh, gracias a Dios que no dijo eso delante de sus padres…

—Es mía.

—¿Qué es tuyo? —pregunté.

—Tú. —Suspiró y me agarró con más fuerza—. Y tu vaginita


perfecta.

—Johnny —susurré—. No puedes decir cosas así.

—Tócame el pene.

—No, Johnny, no te voy a tocar el pene.

—¿Estás segura?

Me reí entre dientes.

—Estoy segura.

—Pero lo harás, ¿verdad? —preguntó con cara de desamparo—.


¿Algún día?

—Algún día —susurré en su oído—. Lo prometo.

Me sonrió con esa adorable expresión de borracho.


—Dame un beso —ronroneó.

Sacudiendo la cabeza, me incliné hacia delante y presioné mis labios


contra los suyos.

—No me dejes —gimió entonces, con la cara contorsionada por el


dolor—. Ya no sirvo… ¿pero no te vayas?

—¿Qué?

—Estoy… roto.

Sacudí la cabeza.

—No estás roto.

Johnny gimió como si le doliera.

—No más… rugby —balbuceó y luego sacudió la cabeza.

—No importa.

Asintió solemnemente.

—Sí que importa.

—Mírame… —Incliné su cara hacia la mía—. Johnny Kavanagh,


abre los ojos y mírame.

Con mucho esfuerzo, lo hizo.

Esperé varios segundos a que se concentrara en mi cara antes de


continuar.

—Vales mucho más que el rugby. —Besé sus labios porque,


francamente, tenía un problema con los besos inapropiados cuando se
trataba de este chico—. Si no volvieras a agarrar un balón de rugby el
resto de tu vida, no me importaría.

—Creo que te necesito para siempre —balbuceó.


—Creo que yo también te necesito —confesé.

—Eres tan bonita —dijo—. Ese primer día. Boom.

—¿Boom? —Solté una risita.

Asintió solemnemente.

—Boom.

—Escucha, voy a ir a sentarme en la silla que hay junto a tu cama —


persuadí mientras intentaba desenredarme de sus cables y sus manos
resbaladizas—. Así podrás dormir un poco.

Johnny negó con la cabeza y me acercó.

—Duerme conmigo.

—Johnny, acabas de salir de una operación. —Suspiré—. Necesitas


descansar.

—Si esto es amor, entonces eres tú —replicó, arrastrándome hasta


tumbarme a su lado.

—¿Eh? —pregunté mientras me ponía de lado e intentaba por todos


los medios no tocarle las piernas.

—Tú —murmuró somnoliento, pasándome un pesado brazo por los


hombros.

—¿Yo qué? —susurré mientras le ponía la mano en el estómago y me


acurrucaba a su lado.

—Eres amor. —Suspiró satisfecho—. Quédate conmigo.

Siempre.

—Me quedaré contigo —susurré, sintiendo más en este momento de


lo que podía soportar.
—¿Quién te pone triste? —preguntó entonces, con la voz arrastrada
y somnolienta—. Dímelo, nena.

—Nadie, Johnny.

—Mientes y hace que me duela el corazón —gimió, apretándome


con más fuerza—. Todas esas marcas. Duele cuando sé que alguien está
lastimando a mi Shannon.

—Johnny…

—¿Quién te hace daño, nena? —balbuceó somnoliento. Bostezó


ruidosamente y luego suspiró—. Lo arreglaré.

—Es un secreto —susurré, sintiendo que mi cuerpo temblaba.

—No lo contaré —susurró.

Inhalando un suspiro tembloroso, cerré los ojos y presioné los labios


contra su oreja.

—Mi padre.

Esperé varios segundos a que dijera algo.

No lo dijo.

Cuando abrí los ojos y lo miré a la cara, comprendí por qué.

Johnny estaba dormido.


Plan B

Johnny
Me dolía todo.

Las pelotas.

Las piernas.

El pene.

La cabeza.

Me sentía como si me hubiera arrollado un tren de carga.

Sentía una presión en el pecho.

Algo no estaba bien.

¿Y podía oler coco?

Y entonces recordé.

Se había acabado.

Todo mi duro trabajo.

Todos los años de implacables y agotadoras sesiones de


entrenamiento habían sido en vano.
Porque mi cuerpo me abandonó.

Y ahora estaba roto.

Me desperté de un tirón y abrí los ojos de golpe, presa del pánico y al


borde de un ataque de nervios.

Durante unos instantes, me quedé mirando al techo, absorbiendo la


devastación que inundaba mi corazón como un maremoto de
destrucción.

Respiré hondo varias veces y traté de incorporarme, pero volví a caer


al suelo cuando vi el pequeño cuerpo acurrucado en la cama a mi lado.

Mierda.

—¿Shannon?

—¿Hmm?

—Shannon —balbuceé, dándole un empujoncito con mi mano—.


Despierta.

Bostezando en silencio, se arrastró fuera de donde había estado


acurrucada en el pliegue de mi brazo.

—Estás despierto —dijo sonriéndome.

Asentí con cautela.

—¿Recuerdas dónde estás?

Volví a asentir.

—¿Recuerdas el partido?

—Recuerdo por qué yo estoy aquí —balbuceé, con la boca seca y


ronca—. No recuerdo por qué estás tú aquí.
Shannon me miró durante un largo momento y luego sus ojos se
abrieron de par en par y se apartó rápidamente de la cama.

—Querías que me quedara contigo —explicó en tono tranquilo,


juntando las manos.

Fruncí el ceño.

—¿Quería?

No me acordaba.

Todo era un borrón.

Shannon asintió.

—Sí, vine a verte con Gibsie esta mañana, bueno, eran como las seis
de la mañana así que supongo que, ¿podrías llamarlo anoche? No sé…

—¿Cuánto tiempo? —la interrumpí preguntando.

Me sentía demasiado desesperado como para escuchar divagaciones.

Shannon me miró sin comprender.

—¿Eh?

—¿Cuánto tiempo estaré fuera? —dije con los dientes apretados.

Consultó su reloj.

—Son las 11:45, así que casi seis horas.

—No. —Sacudí la cabeza y solté un gruñido frustrado—. ¿Cuánto


tiempo estaré fuera?

Ella negó con la cabeza.

—No lo entiendo.
—¡Cuánto tiempo estaré fuera por lesión! —siseé, apretando las
sábanas mientras la devastación se instalaba en mi hotel del desamor.

—Johnny, no importa…

—Importa, Shannon —solté, con la voz entrecortada—. Me importa.

Se me quedó mirando con esos ojos grandes llenos de miedo,


preocupación y compasión.

No podía aceptarlo.

Ahora no.

No quería que me viera derrumbarme.

No podía soportarlo.

—¿Puedes pasarme eso, por favor? —Señalé el historial que colgaba


de los pies de mi cama—. Necesito verlo.

Se mordió el labio y miró mi historia con nerviosismo.

—Johnny, quizá deberías esperar a un médico…

—Necesito ver el puto historial —dije con voz ahogada—. Necesito


verlo por mí mismo.

Shannon se estremeció y me sentí peor que nunca.

—Por favor. —Exhalé un fuerte suspiro—. Pásame el historial.

Sin decir nada más, me pasó el portapapeles.

—Gracias.

Dejó caer la cabeza y moqueó.

Joder.
¡Joder!

—¿Puedes ir a buscar a mi papá? —pregunté, tratando


desesperadamente de contener mis emociones.

Me miró sola y dolida.

—¿Si eso es lo que quieres?

Reprimí un gemido y asentí.

—Eso es lo que quiero.

—¿Y tu mamá?

—No, sólo mi papá —le advertí—. Sólo mi papá.

—Eh, bien —susurró Shannon, mirando insegura hacia la puerta.

Contuve la respiración, desesperado por no derrumbarme delante de


ella.

—¿Iré? —dijo, pero era más bien una pregunta.

Asentí con rigidez, resistiendo el impulso de rogarle que se quedara,


me abrazara y me hiciera promesas que ninguno de los dos podría
cumplir.

Ella no podía arreglar esto por mí, y me aterrorizaba perder más de


lo que ya tenía.

Sabía que era frágil y no quería asustarla. Si ella se quedaba en esta


habitación, eso era exactamente lo que yo iba a terminar haciendo.

Si lo hacía, si veía mi lado feo, mi debilidad, también la perdería.

No podía perderla a ella también.

Con el corazón martilleándome, la vi abrir la puerta y detenerse en el


umbral.
—Adiós, Johnny —susurró, mirándome por última vez.

Tragué hondo antes de decir con dificultad:

—Adiós, Shannon.

Esperé a que la puerta se cerrara tras ella para quitarme las sábanas
de encima y comprobar los daños.

Jesucristo.

Dejé caer la cabeza sobre la almohada, mordí mi puño y ahogué el


llanto.

Cuando mi padre entró en la habitación treinta minutos después,


estaba solo.

—Buenos días, semental —me dijo con una sonrisa burlona.

—Papá —solté, con las lágrimas corriendo por mis mejillas.

En cuanto papá vio mi expresión, se le borró la sonrisa.

Dejó el vaso de plástico en la mesita, se sentó en el borde de la cama


y me abrazó.

—Johnny —susurró—. Desahógate, hijo.

Y fue justo ahí cuando lloré como un puto niño sobre el hombro de
mi padre.

—¿Qué me espera? —solté cuando las palabras me encontraron.

—Seis semanas mínimo —me dijo con esa honestidad que yo


respetaba de él.

—Papá, se acabó. —Sacudí la cabeza y resistí el impulso de rugir—.


La campaña de verano… La sub20… ¡Se acabó para mí!

—No se acabó —me aseguró—. Escaso, pero no imposible.


—Escaso —expresé con la voz estrangulada, sintiendo que el corazón
me latía tan fuerte que pensé que se me pararía del todo—. Maldición.

—No olvides quién eres. —Se levantó y me ayudó a sentarme al


borde de la cama—. Eres mi hijo —añadió, bajando mis pies al suelo—.
Y eres un luchador.

Dejé caer mi cabeza.

—No me siento un puto luchador.

—Has sido un luchador desde que naciste —corrigió, levantándome


la barbilla y obligándome a mirarlo a los ojos azules—. Nunca dejaste
que nada se interpusiera en el camino de tus objetivos, y te aseguro que
no vas a dejar que seis semanas te detengan.

—¿Y si no lo consigo? —dije con voz ahogada, expresando mi mayor


temor—. ¿Y si para entonces no estoy en forma?

—Entonces no lo conseguirás —respondió simplemente.

Sacudí la cabeza y solté un sollozo de dolor.

—Papá, no puedo soportarlo…

—Si no lo consigues este verano, entonces no lo consigues este verano


—repitió—. Sigues siendo Johnny Kavanagh. Sigues siendo un
estudiante de honor. Sigues siendo un buen hombre. Y sigues siendo mi
mejor decisión.

Por millonésima vez en mi vida, me encontré mirando al hombre que


me había criado y pensando: ¿seré alguna vez tan fuerte como tú?

Observé a mi padre mientras acercaba una silla y la colocaba frente a


mí.

—Ahora —dijo mientras se sentaba y se aflojaba la corbata—.


Seamos realistas, hijo.
Oh, mierda.

—¿En serio? —balbuceé.

Papá asintió.

—Digamos que no vas a la sub20 en junio…

—Papá, no puedo…

—Escúchame —dijo con calma.

Cabizbajo, asentí.

—Digamos que no lo consigues en junio —siguió diciendo papá,


expresando en voz alta mi peor pesadilla—. Es devastador. Tu madre y
yo lo entendemos. Puede que creas que no, pero nosotros te trajimos a
este mundo, y en cada momento doloroso de tu vida que pasas, y en cada
obstáculo con el que tropiezas, estamos ahí, Johnny. Estamos justo
detrás de ti, sintiéndolo todo. Tu dolor, tu frustración y tus miedos. Todo
se refleja en nosotros. Tus logros son los nuestros y tu dolor es el nuestro.
Porque eres todo lo que tenemos, Johnny. Sólo a ti. Eso es todo.

Ahora me sentía peor que cuando desperté.

—Pa…

—Cuando seas mayor y tengas tus propios hijos, un hijo propio,


entenderás lo que quiero decir —añadió, tranquilo como siempre—.
Pero por ahora, tendrás que creer en mi palabra.

Asentí, sintiéndome como una mierda y sabiendo muy bien lo que


venía a continuación.

—¿Qué hiciste, Johnny? —dijo papá—. ¿El peligro en que te pusiste?


—Sacudió la cabeza y exhaló un suspiro tembloroso—. No hay palabras
para comprender lo desolados que quedamos al recibir esa llamada
anoche. —Se inclinó hacia delante en su asiento y juntó las manos—.
Saber que nuestro hijo estuvo arriesgando así su salud y su futuro, y que
llevaba meses así.

Mis hombros se hundieron de vergüenza.

—Lo siento, papá.

—No necesito una disculpa —replicó papá sin una pizca de enfado
en el tono—. Necesito que lo entiendas. Que des un paso atrás de este
sueño que has estado persiguiendo y te des cuenta de que tu vida ya está
sucediendo.

—Es que lo deseo tanto, papá —confesé mordiéndome el labio—.


Tan jodidamente mal.

—Y lo deseo para ti —me dijo—. Quiero que persigas tus sueños,


Johnny. Quiero que los hagas realidad. Quiero que te ocurra todo lo que
quieres de la vida. Pero necesito que hagas todo eso con la cabeza fría.
—Se reclinó en su silla y me miró fijamente durante un largo momento
antes de volver a hablar—. Hasta los mejores se caen a veces, hijo. Lo
que hagas después, con pensamiento claro, calculado y lógico, es lo que
te definirá.

Sí.

Lo entendía.

Lo había escuchado.

Exhalando un pesado suspiro, me pasé una mano por la cara y


pregunté:

—Entonces, ¿cuál es el plan?

Papá sonrió satisfecho.

Le fruncí el ceño.

—¿Por qué me miras así?


Ladeó la cabeza, sin dejar de sonreír.

—Sólo estoy mirando a mi hijo y sintiéndome agradecido de volver


a ver el fuego en sus ojos.

Me encogí de hombros sin poder evitarlo.

—¿Se había ido?

—No por mucho tiempo —me dijo—. Y el plan es recuperación y


reposo en cama. De 7 a 10 días.

Exhalé un suspiro entrecortado.

—Jesús, papá…

—Ese es el plan, hijo —dijo papá con severidad—. A partir de ahí,


seguiremos adelante con la rehabilitación.

—¿La Academia? —Tragué hondo—. ¿Se puso en contacto contigo


el entrenador Dennehy?

—Están furiosos contigo —respondió papá, sin pelos en la lengua—


. Lo cual es de esperar cuando el centro número uno del país casi pone
fin a su carrera antes de cumplir dieciocho años.

Gemí.

—Dios, no lo digas así.

—La verdad siempre es mejor que la mentira —replicó con una


sonrisa cómplice—. Más dolorosa, pero mucho más beneficiosa a la
larga.

—Eres abogado —resoplé—. Te pagan una puta fortuna por mentir.

—A ti no —respondió papá con una sonrisa—. Mis servicios son


gratuitos y cien por cien sinceros. —Sonriendo, añadió—: Si quieres que
alguien te apacigüe, entonces deberías tener esta charla con tu madre.
—Sí, bueno —murmuré—. Podrías suavizar un poco los bordes,
papá. Esto escuece.

—Los escozores te endurecerán —me dijo—. Hay un mundo grande


y malo ahí fuera, hijo. Todo tiene bordes afilados.

—¿Qué pasa con mi contrato en la academia? —me atreví a


preguntar.

—Sigue muy vigente.

Exhalé un enorme suspiro de alivio.

—No te sorprendas —musitó papá—. Eres brillante. Un idiota


descuidado, testarudo y suicida con una mente brillante para el rugby y
el talento para llevarte a cualquier nivel al que desees llegar. Ellos lo
saben, Johnny. No te dejarán ir.

Cuando me dijo esto, supe que no era mentira.

No me mentiría.

—¿Crees que lo lograré, papá? —pregunté entonces, mirando


fijamente la cara de mi padre—. ¿Crees que puedo hacerlo?

—Sí —respondió sin vacilar.

El corazón me dio un vuelco.

—¿De verdad?

Mi padre asintió.

—Sí, Johnny. De verdad.

Con esas palabras, sentí que una pequeña raíz de esperanza brotaba
dentro de mí.

Podía alejarme del precipicio.


Podía hacerlo.

Mi padre creía que podía hacerlo.

—Pero estás relevado de tus funciones —añadió papá.

Suspiré pesadamente.

—Era de esperarse.

—Y el Entrenador Dennehy tendrá una acalorada conversación


contigo.

Hice una mueca.

—También era de esperarse.

—Y tendrás que pasar tres evaluaciones distintas antes de volver a


pisar un terreno de juego, ya sea de la academia, del club o del rugby
escolar —repitió—. Y esos pies deberán permanecer firmemente alejados
del césped hasta mayo.

—Encantador. —Me pasé una mano por el pelo y suspiré—. Jesús.

—Que no cunda el pánico —dijo con calma—. Ya conoces el plan.


Lo tienes ahí. Justo delante de ti. Parte de volver al equipo es la curación.
Descansar tu cuerpo ahora mismo es tan crucial como cualquier otro
entrenamiento o compromiso de rugby.

Entendí eso.

—Es una mierda —murmuré.

—Míralo de esta manera —ofreció papá con una sonrisa burlona—.


Tendrás tiempo ilimitado para pasarlo con Gibsie.

—Oh, Jesús.

Papá se rio.
—Que supongo que nunca te dejará olvidar lo de anoche.

—No. —Hice una mueca—. Probablemente no lo hará. —Entonces


lo miré y le pregunté—: ¿Cuánto tiempo voy a estar en el hospital?

—Un par de días más —contestó papá—. Entonces te llevaremos a


casa y podrás empezar la rehabilitación.

—¿De verdad crees que puedo darle la vuelta a esto, papá?

Papá asintió.

—Si empiezas a seguir las normas, claro que podrás darle la vuelta a
esto.

Volví a negar con la cabeza.

—¿Por qué carajo no hablé contigo hace meses?

—Porque soy un padre adicto al trabajo que debería haber dedicado


más tiempo a mantener a mi hijo fuera de peligro que a mantener a los
hijos de otros padres fuera de la cárcel —respondió.

—Papá, para —advertí—. No es culpa tuya. Ni de mamá.

—No, es tuya —convino, volviendo a aguijonearme con la verdad—


. Pero eres joven, novato y testarudo, y se supone que yo debo estar ahí
para controlarte. Estaré ahí, Johnny —añadió entonces—. Más.

—No te culpo por amar tu trabajo —respondí—. A mí me pasa lo


mismo.

Sonrió con satisfacción.

—Sé que así es. He despejado mi agenda para el resto de las


vacaciones de Semana Santa.

Levanté las cejas.


—¿Vienes a casa?

—Así es, hijo.

—¿Y mamá?

Mi padre se rio.

—Oh, Johnny, si por ella fuera te volvería a meter en un cochecito y


te empujaría con ella. No te va a perder de vista.

—Maldición.

—Tienes que ganártela de nuevo, hijo.

—¿Confianza?

Papá asintió.

—Así es.

—Entonces, ¿dónde está? —gruñí, pensando en la cantidad de llantos


que iba a tener que afrontar por parte de mi madre.

—Volverá en un rato —dijo papá—. Fue a buscarte algo de ropa.

—¿Y Gibsie?

—Está en la cafetería —respondió con una sonrisa—. La chica que


está detrás del mostrador quiere llamarle la atención.

—Apuesto a que sí —murmuré.

Maldito cachondo.

—Gibsie se quedará con nosotros hasta que te llevemos a casa, a


Cork —dijo entonces papá—. Y probablemente se enfrente a una
suspensión cuando vuelva de las vacaciones de Pascua. —Sonriendo,
papá añadió—: Deberías haber oído cómo llamó a tu entrenador cuando
vino antes al hospital; por eso tardé tanto en volver contigo. Gerard se
negó en redondo a volver al autobús. Al parecer, se escapó del hotel para
venir a verte esta madrugada. Tiene serios problemas con tu director.
Tuve que telefonear al colegio y a sus padres antes de que el Entrenador
Mulcahy accediera a que se quedara con nosotros.

—Oh, por Dios santo —gemí—. No puedo llevarlo a ninguna parte.

—Es un amigo leal a ti, Johnny —replicó papá—. Tienes suerte de


tenerlo.

Sabía eso.

—¿Y Shannon? —balbuceé, estremeciéndome al recordar lo


horriblemente que había reaccionado con ella cuando recobré la
conciencia por primera vez—. ¿Está bien? ¿Está en la cafetería con Gibs?
—Tragué hondo, sintiéndome increíblemente expuesto en ese
momento—. ¿Puedes ir a buscarla, papá? Necesito hablar con ella.

Papá suspiró pesadamente.

—Shannon se fue a casa, Johnny.

Mi corazón dio un vuelco.

—Me dejó —balbuceé.

Era todo.

Este era el principio.

Yo no valía una mierda sin el rugby.

—No. Se quedó contigo —me corrigió papá—. Cuando estabas loco


de remate y cualquiera en su sano juicio habría salido corriendo, esa
chica se quedó junto a tu cama, escuchándote hablar como un loco.

—Sí, bueno, ahora se fue, ¿no? —murmuré, sintiendo una maldita


lástima por mí mismo.
—Anoche, cuando estabas entre la espada y la pared, ¿quién se sentó
aquí contigo?

Lo miré fijamente.

—¿Quién te tomó de la mano, Johnny?

—Papá…

—¿Quién esperó a la ambulancia contigo?

—Papá, para…

—¿Quién vino a verte cuando peor estuviste?

Lo miré fijamente.

¿Él…?

—Sí, soy muy consciente de lo que pasó entre ustedes dos en aquel
vestuario. —Papá sonrió satisfecho—. Tu entrenador me lo contó todo
sobre la comprometedora posición en la que los encontró a Shannon y a
ti.

—Ese maldito traidor —refunfuñé.

—Es tu profesor, Johnny. Tiene que informar de incidentes de esa


naturaleza. No tiene elección en el asunto. Es obligatorio.

—¿A sus padres?

—Supongo que están al tanto de la situación.

Sacudí la cabeza.

—Por el amor de Dios.

Suspiró pesadamente antes de añadir:


—Sospecho que ella misma tiene bastantes problemas por haberse
colado aquí.

—Maldición. —Dejé caer la cabeza entre mis manos e ignoré el dolor


punzante que me subió por las piernas—. Maldición, papá, fui un
completo imbécil con ella cuando me desperté.

—Pues arréglalo —respondió con calma.

—No lo entiendes —dije con la voz estrangulada, sintiéndome el


peor pedazo de mierda del planeta—. Entré en pánico y reaccioné sobre
ella, pero es frágil, papá. Ella es tan… Y yo estoy tan…

—¿Enamorado de ella? —Papá sonrió satisfecho—. Sí, todos lo


sabemos, Johnny. Lo gritaste desde el tejado anoche.

—Mierda —gemí—. ¿Se asustó?

—Tu madre sí que lo estaba. —Papá se rio—. Cuando le dijiste que


Shannon sería la madre de tus hijos.

—Jesucristo —gemí—. ¿Por qué no me lo impediste?

—No pudimos —respondió—. Sólo te conformabas con Shannon.


Te quedaste dormido en sus brazos.

Ugh.

Dios.

—Voy por un café, y a ver cómo está ese mejor amigo tuyo —anunció
papá mientras se levantaba de la silla—. Pero, ¿puedes hacerme un favor?
Cuando tu madre venga más tarde, ¿puedes tranquilizarla? —Sonriendo,
añadió—: Algunas de las cosas de las que despotricaste anoche
estremecieron a la pobre mujer.

—No me acuerdo de nada —gruñí—. Todo está borroso.


—Puede que no te acuerdes. —Papá se rio mientras se acercaba a la
puerta y la abría—. Pero ella lo recordará el resto de su vida.

Esperé a que papá saliera de la habitación para agarrar mi celular.

Mi padre.

Mi padre.

¿Por qué carajo estaba oyendo a Shannon decir esas palabras?

¿Y por qué mi corazón me decía que era vital?

Jesús, deben haberme noqueado con alguna droga fuerte de primera


clase.

Concéntrate, Johnny.

Recuérdalo.

Busqué entre mis contactos con la intención de llamarla para


disculparme, pero me desplomé consternado al recordar que no tenía su
número.

Y aunque lo tuviera, no podría llamarla.

Porque su padre le había quitado el teléfono.

Mi padre.

Mi padre.

¿Qué me estaba perdiendo?


Temores Frustrados

Shannon
No deseaba volver a casa.

Pero sabía que tenía que hacerlo.

No quería que me pegaran.

Pero sabía que lo harían.

En una manera retorcida, acepté mi destino.

Sabía que no había otra salida.

Por eso no me sorprendió que lo primero que me recibiera al cruzar


la puerta principal el sábado por la noche fuera el puño de mi padre.

La fuerza del golpe me dejó sin aire en los pulmones y caí de rodillas
al suelo del vestíbulo.

—¡Lo sabía! —gruñó papá mientras se alzaba sobre mí, con los ojos
desorbitados y apestando a whisky—. Sabía que andabas de puta —
rugió—. Se lo dije a tu madre y no me creyó.

No tuve oportunidad de responder ni de defenderme antes de que me


agarrara por el pelo y me arrastrara hacia el interior de la casa.
—Suéltame —grité, arañando su mano que se clavaba dolorosamente
en mi cuero cabelludo—. ¡Para!

Es todo.

Este es el día de tu muerte.

—Eres una zorra —gruñó mi padre, sin parar hasta que estuvimos en
la cocina.

Literalmente me arrastró hasta ponerme de pie para luego arrojarme


como una muñeca de trapo.

Me golpeé la cara contra la esquina de la mesa con un ruido sordo y


me desplomé en el suelo, cayendo con fuerza sobre las frías baldosas de
la cocina.

—¡Llamaron de tu maldita escuela! —rugió papá, arrastrando las


palabras mientras cerraba el espacio entre nosotros—. ¡Me dijeron lo que
tu profesor te atrapó haciendo, sucia putita!

—¡No hice nada! —grité mientras mis mejillas se llenaban de


lágrimas calientes—. Estoy sangrando —sollocé, agarrándome un lado
de la cara mientras la humedad resbalaba por mis dedos.

—¡Sangrarás mucho más cuando acabe contigo! —rugió papá en mi


cara.

Me agarró del brazo y me sacudió tan fuerte que mi cabeza se movió


violentamente de un lado a otro.

—Pequeña zorra, teniendo sexo en los putos vestuarios.

—¡No lo hice! —grité, intentando zafarme de su agarre—. ¡Suéltame!

—¿Quieres acabar como tu madre? —se burló—. ¿Es eso? —Me


sacudió con más fuerza—. ¿Quieres quedarte embarazada con un bebé a
los dieciséis años?
—¡Suéltala! —gritó una voz.

Mis ojos se posaron en mi hermano de once años, que estaba en la


puerta, y se me encogió el corazón.

—No, Tadhg —solté entrecortadamente—. Vuelve arriba.

—Vete al carajo, chico —ladró papá, soltándome—. Si sabes lo que


te conviene.

—Deja en paz a mi hermana —gruñó Tadhg, dando un paso hacia la


cocina.

—Tu hermana es una puta —espetó papá, centrando su atención en


mi hermano pequeño—. ¿Vas a defender a una puta, chico?

—Ollie —gritó Tadhg con valentía—, pide ayuda.

Por el rabillo del ojo, vi a mi hermano de nueve años acobardado en


el pasillo con Sean, de tres, metido bajo su brazo.

Los tres niños eran reencarnaciones de nuestro padre, con su cabello


rubio arenoso y grandes ojos marrones, y los tres niños en este momento
miraban a nuestro padre con horror.

—Suban sus culos por la escalera antes de que los deje rojos —gruñó
papá.

Sean corrió hacia la escalera y Ollie se lanzó hacia la puerta principal.

Pero Tadhg se quedó donde estaba.

—No puedes hacerle eso —desafió, mirando a nuestro padre con la


barbilla levantada—. Joey dice que no le pegamos a las chicas.

Temblando, me puse en pie y me apresuré a interceptar a Tadhg antes


de que lo hiciera nuestro padre.
—Ve a la casa de Fran y llama a Joey —supliqué, mientras trataba
de empujarlo fuera de la cocina y fuera de peligro.

Aunque sólo tenía once años, ya era más alto y fuerte que yo. Pero
era mi hermano pequeño y lo protegería con mi vida.

—Por favor, Tadhg —le supliqué—. Sólo vete.

Tadhg no cedió.

—Te protegeré —me dijo antes de girarse para mirar a nuestro padre.

Oh, Dios, no…

—¡No te tengo miedo! —siseó, adoptando una postura protectora


frente a mí—. ¡Te crees muy duro, pero no eres más que una basura
alcohólica que va por ahí pegando a chicas!

Nuestro padre se acercó un paso amenazador y mi corazón se llenó


de pavor.

Presa del pánico, abracé a mi hermano pequeño y me preparé para el


impacto.

El golpe me llegó en medio de los omóplatos, arrancándome el aire


de los pulmones y las piernas.

Caí al suelo y me hice el ovillo más pequeño que pude mientras la


bota de mi padre me golpeaba la espalda una y otra vez.

—¡Para! —gritaba Tadhg, golpeando con los puños la espalda de


nuestro padre—. La estás matando.

—Tadgh, corre… —Jadeando, intenté ponerme en pie, pero papá me


agarró de la coleta y me levantó del suelo.

—Eres una puta mentirosa —gruñó segundos antes de que su puño


conectara con mi cara—. Una sucia puta.
—¡Shannon! —gritó mi hermano pequeño, agitándose impotente—.
¡Shannon!

—Lo siento —solté, tosiendo cuando la sangre chorreó por mi


garganta—. Por favor, para…

Otro puñetazo en la cara hizo que los dientes me rechinaran tan


fuerte en la boca que mis piernas cedieron una vez más y me desplomé
en el suelo, sintiendo cómo un trozo de mi pelo se desprendía de mi cuero
cabelludo.

—Déjala en paz —sollozó Tadhg, rodeándome con los brazos—. Por


favor, no le hagas daño.

Oí el grito de mi hermano pequeño justo cuando lo arrastró lejos de


mí.

—Papá —jadeé, intentando desesperadamente llevar aire a mis


pulmones—. Papá, por favor…

Su bota me golpeó la cara y perdí la concentración.

Mi cabeza cayó.

Mis ojos se pusieron en blanco.

Va a acabar contigo.

Se acabó.

Temblando, me acurruqué todo lo que pude y cerré los ojos con


fuerza.

Estás de regreso en esa habitación con Johnny.

Te está diciendo que te ama.

Estás bien.
Patada tras patada tras patada.

Balbuceando y resollando, intenté desesperadamente aferrarme a la


imagen de su cara.

Se estaba desvaneciendo.

El cuerpo ya no me dolía tanto.

Ya no sentía las patadas ni los golpes.

No podía escuchar los gritos de mis hermanos.

Todo era cálido.

Cálido y ligero.

Te estás muriendo.

Cierra los ojos y ríndete.

Cierra los ojos, Shannon, y todo terminará pronto…

—¡Ya viene! —oí gritar a mi otro hermano pequeño, Ollie, mientras


el sonido de la puerta de entrada llenaba mis oídos—. ¡Deja a mi
hermana!

Usando cada gramo de energía que quedaba dentro de mi cuerpo, me


obligué a cubrirme la cabeza con las manos y protegerme de los golpes
de mi padre.

Permanece despierta.

Aún no ha terminado.

No vas a morir en esta casa.

Hoy no.

Entonces pude oír voces: las de mamá y de Joey.


Joey.

Podía oír a Joey.

Estaba aquí.

Y de repente el dolor desapareció.

Las patadas cesaron.

La sensación de dos pares de manos rodeando mi cuerpo llenó mis


sentidos, lo que quedaba de ellos, y abrí los ojos al ver a mis hermanos
pequeños intentando proteger mi cuerpo con el suyo.

Tadhg estaba sangrando.

Al menos, eso creía.

Tenía la mejilla manchada de sangre roja y brillante.

Quizá era mi sangre.

Ya no lo sabía.

Jadeando, me esforcé por meter aire en mis pulmones, mientras la


vista se me nublaba durante varios segundos antes de volver a enfocarla.

Mi madre estaba de pie en medio de la cocina.

Mi padre se había retirado a varios metros de mí, mirando


cautelosamente hacia la puerta.

Mamá nos echó un vistazo a mí, a Ollie y a Tadgh, acurrucados en


el suelo, y rompió a llorar.

Joey, que estaba congelado en la puerta, tuvo una reacción diferente.

Dejó caer su mochila al suelo y se abalanzó sobre papá, lanzándolo


al suelo.
—Maldito bastardo —gruñó mientras enterraba sus puños en la cara
de nuestro padre—. ¡Maldito animal sucio!

Se echó hacia atrás, dio un puñetazo a nuestro padre y luego se puso


en pie de un salto.

—Pégame —exigió, arrastrando a papá del suelo—. Vamos, imbécil.


—Empujando su pecho, le hizo un gesto a papá para que le pegara—.
Pégale a alguien de tu puto tamaño.

—¡Joey! —gritó mamá—. Por favor, no…

—¡Cierra la puta boca! —le rugió Joey—. Eres la excusa más patética
para una madre que jamás haya pisado la tierra.

—Pequeña mierda. —Papá levantó el puño y golpeó la mejilla de mi


hermano—. ¡Ya te enseñaré modales, muchacho!

—¿Viste eso? —preguntó Joey, dirigiendo su pregunta a mamá—.


¿Lo viste pegarme? —Esquivando otro puñetazo de nuestro padre, Joey
retrocedió y le propinó un puñetazo en la cara—. ¿No ves lo que le está
haciendo a tus hijos?

La sangre salpicó por todas partes.

Papá se tambaleó hacia atrás, cayendo al suelo, y Joey se le echó


encima.

—Joey —dije entrecortadamente, agarrándome el pecho, sintiendo


como si mi esternón estuviera a punto de colapsar dentro de mi cuerpo—
. ¡Detente! No vale la pena ir a prisión por él.

Joey no se detuvo.

Siguió golpeando.

—Suéltalo —gritaba mamá—. Joey, detente, ¡vas a matarlo!


—¡Bien! —rugió Joey mientras se sentaba a horcajadas sobre nuestro
padre y continuaba golpeándolo.

Sus puños se movían tan rápido que apenas podía mantener la


concentración.

—Joey… —Escupiendo una bocanada de sangre, me puse a cuatro


patas y arrastré mi cuerpo destrozado hasta mi hermano, desesperada
por evitar que hiciera algo de lo que no podía retractarse—. Lo
prometiste —balbuceé mientras intentaba débilmente tirar de su brazo.
Sintiéndome mareada, sacudí la cabeza y volví a intentarlo, obligando a
mis manos a obedecer mientras me aferraba a su antebrazo—. Prometiste
que nunca me dejarías.

Mis palabras parecieron calar en mi hermano porque exhaló un


suspiro derrotado y se echó hacia atrás.

Asintiendo rígidamente, Joey dejó caer los brazos a los costados y se


bajó de papá.

—Teddy —sollozó mamá, sacudiendo la cabeza. Agarrándose el


estómago, se arrodilló junto a nuestro padre—. Oh, Dios, Teddy, ¿qué
hiciste?

Entumecida, corrí hacia donde Ollie estaba sentado con la espalda


pegada al refrigerador, llorando desconsoladamente.

Tadhg, por su parte, miraba a nuestro padre con una expresión


aterradora.

Conocía esa mirada.

Era la misma mirada que tenía Joey.

—Está bien —susurré, tratando y fracasando miserablemente de


consolar a Ollie—. Shh, está bien.
—Creí que ibas a morir —sollozó, rodeándome con sus brazos y
haciendo que me estremeciera de dolor.

—Ollie —ladró Joey, volviéndose hacia nosotros—. Sube a buscar a


Sean.

—¿Por qué? —lloriqueó nuestro hermano pequeño.

—¡Porque nos vamos! —dijo Joey secamente—. No nos quedaremos


en una casa con ese pedazo de mierda ni un día más.

Sin decir nada más, Ollie se zafó de mis brazos y salió corriendo hacia
las escaleras.

—Tadhg —dijo Joey, haciendo una mueca al notar la expresión de


odio en el rostro de nuestro hermanito—. Ve con Ollie.

—Pero yo…

—Por favor —espetó Joey, pasándose una mano por su cabello rubio
y manchando los mechones de rojo—. Sube y haz las maletas, niño.

Tadhg miró a Joey con dureza antes de asentir y salir de la


habitación.

Volviendo su atención hacia mí, Joey caminó hasta donde yo estaba


desplomada en el suelo y se arrodilló a mi lado.

—Estás bien —me susurró al oído, estrechándome entre sus brazos—


. Estoy aquí… estoy aquí, Shan.

Entumecida hasta los huesos, me quedé allí sentada, desplomada


contra su enorme cuerpo, con las manos colgando sin fuerza a mis
costados, mientras mi hermano intentaba consolarme.

Toda mi atención se centraba en nuestros padres.

—Estás sangrando —decía mamá con voz ahogada mientras


limpiaba la cara de papá con la manga de su jersey—. Oh, Dios, Teddy.
Sus palabras hicieron que Joey se tensara.

—¿Estás jodidamente ciega? —rugió.

Girándose hacia ellos, me apartó suavemente el pelo de la cara y me


señaló.

—Ella está sangrando —gruñó Joey, señalando mi cara—. Shannon.


¡Tu hija!

—Shannon —dijo mamá llorando mientras se encogía de horror—.


Oh, cariño, tu cara.

Ya no me importaba mi aspecto.

No importaba.

Porque mi madre acababa de terminar con mi mundo.

Ella fue a él.

A él que nos golpeaba.

A él que nos aterrorizaba.

A él que nos torturaba.

Y ella fue a él.

Ella lo eligió.

Nuestra propia madre.

—No te atrevas a decirle «oh, cariño» —gruñó Joey mientras se ponía


en pie y me ayudaba a levantarme. Me rodeó los hombros con el brazo,
me acercó a la mesa y me sentó en una silla—. Estás bien —susurraba, y
no estaba segura de si me lo decía a mí o a sí mismo—. Estás bien. Estoy
aquí. Estoy aquí, Shan.
Joey tomó un paño de cocina del escurridor, se acercó a mí y me lo
puso en la cara mientras permanecía sentada, mirando fijamente a las
personas que nos habían traído al mundo.

—Shannon —balbuceó papá, sacudiendo la cabeza como si estuviera


despertando de un sueño profundo—. No pretendía…

—¡No te atrevas a hablarle, maldito! —rugió Joey, dando un paso


amenazador hacia él—. Te mataré —gritó, con un tono frío y
aterradoramente sincero—. ¿Me oyes? Te cortaré el puto cuello si vuelves
a mirar a mi hermana.

Ollie, Tadhg y Sean se apresuraron a entrar en la cocina con las


mochilas en sus espaldas.

Los tres fueron directamente a Joey.

Porque él era nuestro protector.

Él era la razón por la que todos estábamos de una pieza.

Él era nuestro héroe.

—Ahora, así es como va a ir esto —gruñó Joey, de pie frente a


nosotros cuatro, protegiéndonos de nuestros padres—. O tú —señaló a
nuestra madre—, encuentras algo de instinto maternal en lo más
profundo de ese jodido y frío corazón tuyo y echas a ese bastardo para
siempre, o me llevo a estos niños de esta casa y no volverán jamás.

—Joey —sollozó mamá—. Lo siento tanto…

—No te disculpes —espetó mi hermano—. Protege a tus hijos y


échalo.

—Joey, yo…

—Elige, mamá —gruñó Joey mientras miraba a nuestra madre—. ¿Él


o nosotros?
Los sentimientos de Shannon por Johnny se profundizan: The
Chainsmokers – Don’t Let me Down

Johnny mientras sus sentimientos por Shannon se profundizan:


Dean Lewis – Lose My Mind

Shannon y Johnny en los vestuarios de Dublín: James Last – Here


Comes the Sun

En la habitación de Johnny, cuando Shannon está llorando:


Imaginary Future – Here Comes the Sun

Los sentimientos de Joey por Aoife: Walking on Cars – Flying High


Falling Low

Gibsie y Johnny en la mayoría de sus escenas: Chester See & Ryan


Higa – Bromance

Los enfrentamientos de Joey con su padre: The Red Jumpsuit


Apparatus – Face Down

Johnny rindiéndose ante Shannon: Jamie Lawson – Ahead of Myself

Johnny cuando se da cuenta que se está enamorando de Shannon:


The Killers – Mr. Brightside

Cuando Shannon sube a la habitación de Johnny por primera vez:


The Fray – I'll Look After You

Johnny con su padre, después de su cirugía: X Ambassadors –


Unsteady.
Shannon en la escena final: Raign – Knocking on Heaven's Door
Chloe Walsh es la autora más vendida de la serie Boys of Tommen,
que explotó en popularidad en TikTok, Goodreads y Amazon. Lleva una
década escribiendo y publicando novelas románticas contemporáneas
para adultos y nuevos adultos. Sus libros se han traducido a varios
idiomas. Amante de los animales, adicta a la música y a la televisión, a
Chloe le encanta pasar tiempo con su familia y es una apasionada
defensora de la concienciación sobre la salud mental. Chloe vive en Cork
(Irlanda) con su familia.
Keeping 13

Su primer, último y único amor verdadero siempre ha sido el rugby.

Hasta ahora.

Tras una devastadora lesión que lo ha dejado fuera de juego y


despojado de su querido número 13 en la espalda, Johnny lucha por
aferrarse a sus sueños. Perdido, inseguro y buscando desesperadamente
consuelo, se propone desentrañar el misterio de la chica de los ojos azul
medianoche. Con su mejor amigo, Gibsie, a su lado, Johnny se embarca
en la búsqueda de los secretos que rodean a la chica que asecha sus
pensamientos cada hora.
Guardar secretos nunca ha sido un problema para Shannon. La vida
en la que nació no exige menos. Ella sabe que los demonios y los
hombres malvados no sólo existen en los cuentos de hadas. También
existen en su mundo. Traumatizada sin remedio tras su regreso de
Dublín, y desesperada por proteger a sus hermanos pequeños, Shannon
se encuentra cayendo en el mismo encubrimiento de siempre,
manteniendo a duras penas la cabeza fuera del agua, mientras su futuro
se deshace ante sus ojos. Golpeada y rota, sus muros se levantan y su
confianza se tambalea. Sólo un chico tiene la capacidad de escalar esos
muros. El chico que posee su corazón.

Los secretos salen a la luz y las vidas cambian para siempre en


Keeping 13, la explosiva secuela del libro más vendido, Binding 13. Sigue
a Johnny y a Shannon mientras intentan abrirse camino a través de las
secuelas de aquel fatídico partido de rugby en Dublín.

Enamorarse fue la parte fácil, lo que viene después es la prueba...

La amistad, el primer amor, la fama creciente, los horribles secretos


y el dolor, se unen cuando dos adolescentes de orígenes opuestos chocan
en «Keeping 13», la historia final de Johnny y Shannon.

Boys of Tommen # 2

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