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IMPORTANTE
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¡Cuidémonos!
CRÉDITOS

Traducción
4
Mona

Corrección

Clau

Diseño

Bruja_Luna_
ÍNDICE
IMPORTANTE ___________________ 3 16 __________________________ 141
CRÉDITOS ______________________ 4 17 __________________________ 149
LISTA DE REPRODUCCIÓN __________ 7 18 __________________________ 155
NOTA DE LA AUTORA _____________ 9 19 __________________________ 163
SINOPSIS ______________________ 10 20 __________________________ 168 5
PRÓLOGO _____________________ 13 21 __________________________ 179
1 ____________________________ 14 22 __________________________ 187
2 ____________________________ 21 23 __________________________ 196
3 ____________________________ 29 24 __________________________ 202
4 ____________________________ 35 25 __________________________ 210
5 ____________________________ 42 26 __________________________ 216
6 ____________________________ 51 27 __________________________ 222
7 ____________________________ 59 28 __________________________ 231
8 ____________________________ 68 29 __________________________ 237
9 ____________________________ 80 30 __________________________ 244
10 ___________________________ 85 31 __________________________ 251
11 ___________________________ 97 32 __________________________ 258
12 __________________________ 104 33 __________________________ 262
13 __________________________ 117 34 __________________________ 268
14 __________________________ 122 ACERCA DE LA AUTORA _________ 273
15 __________________________ 128
6
LISTA DE
REPRODUCCIÓN
Glass Houses - Bad Omens
Sociopath Detuned - Lucas King
7
In Darkness We Trust - Deadly Circus Fire
AMERICAN HORROR SHOW - SNOW WIFE
Horizons Into Battlegrounds - Woodkid
Chokehold - Sleep Token
Toxic - 2WEI
Last Resort (Reimagined) - Falling In Reverse
Sugar - Sleep Token
My Body Is a Cage - Peter Gabriel
We Are No Saints - Blind Channel
Cursed - Ari Abdul
I’m Coming For It - UNSECRET, Sam Tinnesz, GREYLEE
My Understandings - Of Mice & Men
The Way - Zack Hemsey
Enemies with Benefits - Blind Channel
Criminal - Eric Serra, Mitivai Serra
Seven Devils - Florence + The Machine
Angel - Judas Priest
Adagio for Strings, Op. 11 - Samuel Barber, Leonard Bernstein, New York
Philharmonic
Cold - Jorge Mendez
Devotion - Hurts, Kylie Minogue
A los que hemos aprendido a llevar máscaras, salvaguardando la delicada paz que hemos
construido entre las grietas de lo que solíamos ser, protegiéndola así de la posible agitación del
mundo exterior.

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NOTA DE LA AUTORA
Antes de nada, quiero expresar mi gratitud por haber elegido Pretty Savage
como tu próxima lectura y por darme la oportunidad de introducirte en este nuevo
mundo.
La idea de este libro surgió de forma inesperada, en algún momento entre la
conclusión de Delirium y el comienzo de Velvet & Sins. Si me has seguido en las redes
sociales, puede que me hayas oído decir en broma que este libro marca el comienzo
de una nueva era. 9
Aunque me gusta creer que no es tan oscuro como algunas de mis obras
anteriores, entiendo que la percepción de la oscuridad en los libros es subjetiva. Por
lo tanto, me gustaría advertir que este no es un libro dulce. Los personajes que
aparecen en él no son propensos a perdonar y olvidar fácilmente, y no es apto para
lectores menores de dieciocho años.
Temas como el abuso infantil, los problemas de abandono, los asesinatos
gráficos, el alcohol y el consumo de cigarrillos están presentes. Es evidente que
ninguno de nuestros protagonistas es especialmente feliz, y que luchan contra su
salud mental y su pasado.
El dueto Vasili's Academy se desarrolla en un ambiente gótico, con un asesinato
misterioso y casos de acoso escolar. Aunque la protagonista femenina (FMC) lucha
contra el acoso, yo no lo clasificaría como un típico romance de acoso. Si tuviera que
etiquetarlo, lo describiría como un oscuro romance de enemigos a amantes.
Espero sinceramente que disfrutes conociendo a Adrian y Vega. Si disfrutas
con la historia, por favor, considera dejar una reseña en Amazon. Significaría mucho
para mí.
¡Feliz lectura!
Leila
SINOPSIS
Ella debía destruirlo, pero él la destruyó a ella.

VEGA
Una sombra. 10
Una don nadie.
Eso es lo que fui la mayor parte de mi vida.
Se suponía que era mi última misión.
El último pago de mi deuda.
Pero nunca lo esperé.
Adrian King comenzó como un peón.
Sólo otro hombre sin rostro que se suponía debía destruir.
Yo era una asesina, una asesina profesional, sin tiempo para las emociones.
Pero bastó una mirada, un toque, para que todo mi mundo se hiciera añicos.
Nunca pensé que me robaría el corazón y destruiría todo lo que era.
Y ahora no me dejaría marchar.

ADRIAN
Un monstruo.
Un soldado.
Eso es lo que fui la mayor parte de mi vida.
He contado pacientemente los días, esperando mi momento para el dulce sabor
de la venganza.
Dulce sabor de la venganza, listo para reclamar mi legítimo lugar en el trono.
Pero nunca la esperé.
Vega Konstantinova me hizo sentir.
Y despreciaba cada aspecto de su presencia.
Ella no era parte de mi plan, ni siquiera cerca.
Pero bastó una mirada, un toque, para que los muros que rodeaban mi corazón
se hicieran añicos.
Quería que la dejara ir, pero debería haberlo sabido.
Despertó a la bestia, y ahora Vega Konstantinova era mía.

THE PRETTY SAVAGE es el Libro 1 del oscuro dúo romántico


Enemigos-amantes St. Vasili's Academy con elementos mafiosos.
Este libro termina en un cliffhanger con el libro final que termina con 11
un Felices para Siempre garantizado. La lista completa de
desencadenantes se puede encontrar en el interior del libro, ya que
está destinado a un público maduro.
—La muerte teme a los que la persiguen.
-Race for Glory

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PRÓLOGO
Vega

MI MADRE afirmó una vez que nuestra familia estaba maldita, una profecía hueca
condenada a repetirse a lo largo de los años.
Quizá no debí darles demasiada importancia a las palabras de una mujer que
13
estaba en su lecho de muerte, destruida por la vida que le había tocado vivir, drogada
con medicamentos mientras el cáncer la devoraba pedazo a pedazo, centímetro a
centímetro, hasta que exhaló su último aliento tembloroso delante de mis propios
ojos.
Tal vez tuviera razón; tal vez todos seamos tragedias andantes que esperan su
momento para desvelarse.
Pero había algo que decir sobre los recuerdos que una niña puede llevar a lo
largo de su vida, y esas palabras, por muy locas que fueran, me siguieron a lo largo
de los años que vendrían. Pero la locura vivía en mi sangre, en estas mismas venas, y
en ese momento supe que no había nada que pudiera hacer para cambiar el resultado
de mi vida.
La gente hablaba de vencer a sus demonios, de exorcizarlos de su sistema,
pero yo no podía hacerlo porque los demonios eran lo único que conocía. Los
demonios eran a los que podía volver, la única calidez que había conocido.
Tal vez las cosas habrían ido mejor si aquella fatídica noche de mi quinto
cumpleaños hubiera hecho caso a mi madre y me hubiera quedado dentro, pero yo
era un gatito curioso y los ruidos del patio trasero me hicieron salir. En lugar de
quedarme callada y esconderme cuando vi la escena que tenía delante, corrí gritando
hacia la noche, sellando mi destino.
Y debería haberme callado.
Quizá si lo hubiera hecho no me habrían condenado peor que a mi madre.
Tal vez no habrían reconocido que la sangre demoníaca también corría por mis
venas.
1
VEGA
MIS OJOS SE POSARON en una niña al otro lado de la calle que sonreía a su madre
mientras llevaba en brazos un juguete que parecía un pequeño unicornio, hablando
animadamente mientras la mujer no dejaba de mirarla con cariño. Las coletas de la
niña rebotaban a cada paso que daba, aquellos zapatitos brillaban en la oscuridad, 14
iluminando la zona que las rodeaba, sin saber que los depredadores acechaban en
cada esquina de este planeta olvidado de la mano de Dios.
Mis ojos las siguieron hasta el final de la calle antes de que doblaran la esquina,
contando a los hombres que las miraban con lascivia, sus ojos hambrientos posándose
primero en la hermosa mujer que simplemente paseaba con su hija y luego en la niña
que no podía tener más de seis años. Pero, ¿qué sabía yo? No tenía ni idea de cómo
eran los niños a cierta edad.
Pero a esos hombres... los conocía. Sabía reconocer sus miradas hambrientas
y depravadas y lo que querían hacer. Conocía sus almas tan bien como la palma de
mi mano. Esos hombres, esos depredadores, eran la razón de mi existencia. La razón
por la que la gente como yo vivía en la sombra, y la razón por la que la mayoría de las
veces amaba lo que hacía. Tal vez si la sociedad en la que vivíamos se preocupara de
verdad por los inocentes, si protegiera a los que necesitaban protección condenando
a los monstruos que creían que podían simplemente robar sin pagar nunca el precio,
tal vez yo no necesitaría bailar con las sombras, mientras seguía la línea entre el bien
y el mal.
Pero la sociedad rara vez hacía lo que se suponía que debía hacer, y entonces
tenía la osadía de llorar y quejarse de lo injusto de la situación, pero sólo cuando les
beneficiaba. Lo he visto más veces de las que podría contar: el silencio que se
producía cuando la injusticia se extendía por nuestro mundo, sólo para que esas
mismas personas que mantenían sus sucias bocas cerradas empezaran a hablar
cuando ya era demasiado tarde, expresando cuánto lo sentían, qué pena les daba y
cómo desearían haber podido hacer algo.
Había oído esas patéticas palabras más veces de las que podía contar, y cada
vez las sentía como una nueva puñalada en las tripas, porque podrían haber hecho
algo. Pero decidieron no hacerlo, porque su propia comodidad era más importante
que la vida de los que estaban sufriendo.
Y vi al menos a tres hombres que bebían hambrientos de la mujer que
probablemente rondaría los treinta años, y al menos otros dos hombres y una mujer
que vieron lo que ocurría, pero decidieron apartar la mirada cuando el hombre bajito
que estaba de pie frente a un bar empezó a caminar hacia la desprevenida pareja que
probablemente sólo quería respirar aire fresco antes de que las frías noches de
noviembre hicieran imposible hacerlo.
Aquella pequeña bola de furia que llevaba a todas partes se desplegó en el
centro de mi pecho y movió mi cuerpo incluso antes de que mi mente pudiera
comprender lo que estaba ocurriendo. Me llevó al otro lado de la calle mientras
esquivaba los autos que circulaban en sentido contrario, y justo detrás del hombre
fornido con la cabeza rapada, que ahora seguía a la madre y a la hija. 15
Mis ojos se desviaron hacia la mujer y los dos hombres que ahora tenían la
osadía de parecer preocupados, y esperaba que ninguno de ellos tuviera que temer
nunca por su propia vida, porque no hacer nada como acababan de hacer no los
convertía en inocentes, sino en igual de jodidamente culpables.
Y los monstruos no eran solo los que derramaban sangre, sino también los que
se quedaban de brazos cruzados, permitiendo que se cometieran los crímenes.
Mi ritmo aumentó en cuanto doblamos la esquina, mis ojos escudriñaban a cada
persona que venía en mi dirección, pero nunca perdí de vista al objetivo que tenía
delante. Nunca perdí de vista su asqueroso hedor que flotaba tras él ni el hecho de
que se detuviera cada vez que lo hacían la madre y la hija. No perdí de vista la forma
en que su cabeza seguía subiendo y bajando, sus ojos sin duda bebiendo lo que creía
que tenía derecho a tener. El monstruo desalmado que tenía delante no tenía ni idea
de lo que se le venía encima, y me alegré de ser yo quien le mostrara cuál era el
verdadero significado del sufrimiento y el dolor.
Lo que sentías cuando sabías que no había nadie ahí fuera para salvarte, porque
simplemente no importabas lo suficiente como para que tus gritos invitaran a un
caballero en un caballo blanco a salvarte del demonio que te estaba destrozando.
Cuando toda esperanza abandonaba tu torrente sanguíneo y casi podías saborear la
dulce muerte que se quedaba ahí, desnudándote hasta el alma.
Mis manos se volvieron puños en los bolsillos de mi abrigo largo cuando se
acercó a ellos, justo antes de un callejón oscuro, y la parte táctica de mi cerebro supo
lo que debía hacer. La parte que tomaba el control cada vez que necesitaba planificar,
ser fría, separar mi corazón de mi mente, porque sólo uno de ellos podía tener el
control en esos momentos. Pero ahora mismo era difícil separarlos, con el rugido en
mis oídos que anunciaba el pequeño monstruo que vivía dentro de mi ser, queriendo
despedazar la amenaza que teníamos delante.
Mis largas piernas se comieron el pavimento, acortando la distancia entre
nosotros. Estaba a escasos centímetros de la mujer, con la mano derecha extendida
hacia ella, cuando le rodeé el cuello con el brazo, tirando de él hacia el oscuro
callejón y lejos de los ojos de los curiosos que no habrían hecho nada por ayudar a la
pobre mujer y a su hija.
Ya podía verlo, los títulos en los periódicos “un trágico final para una madre que
paseaba con su hija a altas horas de la noche” como si no tuviera derecho a pasear
cuando le diera la puta gana y seguir sintiéndose segura.
—¿Qué...? —El hombre gruñó, intentando defenderse de mí, pero había una
razón por la que yo era tan buena en mi trabajo como lo era. Había una razón por la
que mi primera misión comenzó cuando apenas tenía once años.
Había una jodida razón por la que no lo dejaría marchar por mucho que se 16
agitara o por mucho que quisiera huir. La razón que quedó grabada para siempre en
mi ADN. El último regalo que me hizo mi madre, y posiblemente mi padre, quien
malditamente fuera. Había una razón por la que yo era uno de los mejores operativos
de la organización, y no tenía nada que ver con el hecho de que pudiera dominar a
hombres más grandes que yo.
Tiré del hombre hacia el interior del callejón, deslizándome en la oscuridad. El
aire olía a nieve y, con cada nueva bocanada de aire, apreté con más fuerza el brazo
que le rodeaba el cuello, deleitándome en el hecho de que se ahogaba lentamente
delante de mí. Su frente chocó con la pared mientras lo apretaba contra la fría y dura
superficie, apoyando mi rodilla en la parte baja de su espalda.
Mi pequeño monstruo se paseaba dentro de mi mente, aburrido, necesitado,
dispuesto a hacer algo en lugar de quedarse sentado y observar a los civiles que
simplemente pasaban. Me hormigueaba la piel, me picaba por la necesidad de
liberarme. Quizá si hubiera sido más alto, esto no habría sido tan fácil ni tan aburrido.
Llevaba siete días en Nueva York, recopilando información sobre mi objetivo antes
de poder entrar y hacer lo que mejor sabía hacer -hacer desaparecer a la gente-, pero
no pasaba nada.
El hombre por el que me enviaron vivía como un puto monje, lo que hacía que
los días fueran largos y las noches aún más.
Pero quizá aún podía divertirme.
—¿Realmente pensaste que sería inteligente ir tras esa pobre mujer y su hija?
—pregunté, respirando lentamente en su cuello, manteniéndolo como rehén. —
¿Pensaste que nadie más se daría cuenta?
—¡Estás loca! —chilló—, su voz me crispaba los nervios al igual que todo su
aspecto—. ¡Yo no hice nada!
—No es lo que hiciste. —Sonreí—. Fue lo que estabas a punto de hacer, y un
pajarito me dijo que no ibas exactamente a ese bar sólo por una cerveza.
Su respiración se aceleró, su pequeño secreto se derramó en el aire, rodando
por mis labios con facilidad, porque los depredadores como él jamás piensan que
serán atrapados. Y había hecho mi misión conocer a todas y cada una de las personas
de esa maldita calle. Y esta escoria resultó ser la más interesante de todas.
—¿Cómo va ese servicio comunitario, Chad? —susurré cerca de su oído,
dejando que mis palabras bañaran su piel con la certeza de que no podía ocultarlo.
Sus antecedentes penales eran más largos que los detalles de mi misión:
innumerables acusaciones de asalto y agresión, acusaciones de violación, pero como
era el hijo de un político local, nadie hizo nada.
Le dejan andar libremente cuando debería estar pudriéndose en la cárcel. Y
habría sido mejor para él que estuviera allí, porque entonces no me habría conocido.
17
—¿Quién eres? —gritó, con todo el cuerpo tembloroso, mientras mi monstruo
se relamía, oliendo el hedor del miedo en su piel—. Yo no he hecho nada. Esos son ...
—¿Mentiras? —pregunté, presionando mi rodilla más profundamente en su
espalda baja—. Creo que María... ¿la recuerdas? ¿Una chica pequeñita, de apenas
veinte años, con grandes ojos marrones y pelo largo? —Sus ojos se cerraron y su
mejilla se hundió más en la pared—. Sí, pensé que lo harías. Ella ha estado yendo a
su terapeuta tres veces por semana, apenas saliendo de su casa para esas citas,
porque tú la destruiste.
—¡Se lo estaba buscando, maldita sea! —se atrevió a decir. Tuvo los cojones de
reírse a carcajadas cuando esas sucias palabras salieron de su boca, y la calma a la
que me aferraba se rompió en un segundo.
Le di la vuelta, presionando ahora su espalda contra la pared, mientras mi mano
envolvía con fuerza su flácida polla de gamba, arrancándole un doloroso gemido. —
¿Quieres repetirlo? —gruñí, aumentando la presión—. ¿Quieres decirme cómo les
hiciste un favor usando este micropene tuyo para destruir su dignidad? Vamos, Chad.
—Me reí—. Cuéntamelo. Dime qué regalo eres para la sociedad. Dime por qué no
debería acabar contigo aquí y ahora. Dime por qué tu vida es más importante que la
paz de esa pobre chica.
—Yo... ¡No te saldrás con la tuya, zorra! —Todavía pensaba que lo tenía todo
resuelto. Todavía pensaba que saldría de aquí ileso, sólo para contarle esta historia a
su padre, que intentaría mover los hilos para hacer justicia por su único hijo. Seguía
pensando que su dinero o su posición en esta sociedad de mierda significaban algo
para mí.
Pensaba que estaba jugando.
—Ah, Chad —murmuré, sacando una daga atada a mi muslo con la mano
izquierda, acercando la hoja a su mejilla sonrosada—. No tienes poder aquí, cariño.
Sus ojos azules se abrieron de par en par, mientras su cerebro del tamaño de
un cacahuete se iba haciendo a la idea.
—No me importa quién seas. —Mantuve la sonrisa en mi rostro, dejando que la
hoja mordiera su piel—. No me importan las reglas de tu pequeña sociedad, ni el
hecho de que ni siquiera tus padres se sientan mal porque te hayas ido. Lo único que
me importa es que eres un animal. Un asqueroso y jodido animal al que nunca se le
debería haber permitido vagar por estas calles. Y sólo puedes culparte a ti mismo por
estar aquí conmigo, porque si te hubieras guardado las zarpas, si te hubieras quedado
quieto en ese bar, no estarías aquí ahora, temblando delante de mí. Ambos sabemos
lo que está por venir.
—¡Estás loca! —bramó—. Te encontrarán. Lo pagarás. ¿Tienes idea de quién
18
soy? ¿Quién es mi familia?
—Sí. —Me encogí de hombros—. Y no me importa.
—¿Cómo te llamas? —Era obvio que seguía negándolo—. Te cazaré. Te...
Las palabras le salían confusas, la boca se le llenaba de sangre justo cuando la
punta de mi cuchillo acababa en su garganta y mi mano lo empujaba más adentro,
atravesando su laringe. Sus ojos azules se llenaron de lágrimas y de incredulidad, y
fue interesante en cierto modo que cada vez que agonizaban les siguiera esa
expresión de asombro en la cara, como si no pudieran creer que yo fuera a hacerlo
de verdad.
Me acerqué más a él, sintiendo la sangre caliente que goteaba por debajo de
la manga larga de mi abrigo y bajaba por mi mano. Mis labios rozaron su oreja y
murmuré lo que él obviamente quería oír. —Soy la hija favorito del Diablo, Chad. —
Sonreí con satisfacción—. Salúdalo de mi parte.
Sus manos se posaron en mis brazos y luego en mis hombros, intentando
apartarme antes de acercarse a la mano que aún sostenía el cuchillo clavado en su
garganta. Con un simple movimiento de muñeca, hice girar la hoja, destrozando
cualquier pequeña esperanza a la que se aferrara, y retiré la mano, limpiando la
sangre de la hoja en mis pantalones.
Cayó al suelo, su cuerpo se desplomó como un saco de patatas, mientras mi
cuerpo rebosaba de energía recién descubierta, llenando las reservas que se fueron
vaciando poco a poco en los últimos siete días. Los ruidos salían de él, mientras
compartía conmigo los últimos segundos en este mundo. La satisfacción que tan
raramente sentía corría por mis venas, porque sabía que no importaba lo salvaje que
fuera esto, lo jodidas que fueran algunas de las cosas que hacía, hice un cambio.
El sonido de mis botas resonó en el callejón mientras las sirenas de una
ambulancia sonaban a lo lejos, tapadas únicamente por el tráfico y la gente que
hablaba en algún lugar de la calle. Mis ojos recorrieron el callejón en busca de un
lugar donde esconder el cadáver hasta que llegara el equipo de limpieza. Los ruidos
de Chad se fueron calmando poco a poco, lo que indicaba que era su fin.
Ya podía oír la voz de Alena gritando por esto y por el hecho de que
abandonara mi puesto, pero tendría que entenderlo. Ella fue la que me envió todos
los detalles sobre Chad.
Volví a atarme el cuchillo al muslo, saqué el teléfono del bolsillo trasero y
marqué el número al que estaba acostumbrada.
—Es demasiado pronto para que me llames —dijo Alena al otro lado de la línea,
con voz cansada y algo que no supe reconocer—. ¿Qué pasó?
—Necesito un equipo de limpieza —me limité a decir. 19
Un suspiro exasperado salió de ella, diciéndome todo lo que necesitaba saber:
no quería lidiar con mi mierda esta noche. —Por supuesto que quieres. Envíame tu
ubicación y veré quién está cerca para enviarlo allí.
—Ya lo hice. Quizá quieras decirles que se den prisa. Es una zona concurrida.
—¡Vega! —amonestó—. Ya hablamos de esto. No puedes ir por ahí matando
gente donde te dé la gana.
—No —me reí entre dientes—. Tú hablaste, yo escuché y decidí que no iba a
funcionar para mí. Además —miré a Chad, cuyos ojos sin vida ahora me miraban
inexpresivos—, éste se merecía que lo sacaran de la calle.
—¿No lo hacen todos? —No era una pregunta, sino una afirmación, y aunque no
sabía mucho de su vida pasada, sabía que los horrores que había visto la habían
moldeado hasta convertirla en la mujer despiadada que era hoy—. Enviaré a alguien.
—De acuerdo. Nos vemos...
—Vega —me detuvo justo cuando estaba a punto de colgar la llamada—.
Necesito que vuelvas al centro de mando. —Mi ceño se frunció—. Ha habido... un
cambio de planes.
—¿Un cambio de planes? —Me quedé muda—. ¿Qué tipo de cambio? —El
silencio me recibió desde el otro lado, su respiración era el único indicio de que
seguía conmigo—. ¿Alena?
—El Maestro quiere verte.
Todo se detuvo.
Mi respiración.
Mi corazón.
Mi tren de pensamiento.
El Maestro rara vez venía al centro de mando, y cuando lo hacía nunca era para
nada bueno.
—Allí estaré —murmuré, colgando la llamada y guardándome rápidamente el
teléfono en el bolsillo trasero, como si fuera a quemarme.

20
2
VEGA
LOS RECUERDOS ERAN A MENUDO el bálsamo que necesitábamos cuando el mundo
se volvía demasiado ruidoso y cuando la presión sobre nosotros era demasiado
fuerte. Nos aferrábamos a ellos con fuerza, temerosos de soltarlos alguna vez, porque
a veces eran lo único que nos ataba al suelo. Para la mayoría, los mejores recuerdos 21
eran los de su primera bicicleta, su primera mascota y aquel cumpleaños realmente
especial que sus padres habían organizado para ellos, pero mi primer momento
memorable era el pasillo oscuro y el centro de mando zumbando de actividad. Mi
primer recuerdo era la imagen de una mujer, no mucho mayor que yo, con el pelo
rubio recogido en una coleta alta y unos ojos fríos que parecía que podían ver lo más
profundo de mi alma. No había calidez allí, ni sonrisas para una niña de siete años,
pero se sentía... bien. Me sentía como en casa, por muy jodido que fuera ese
pensamiento.
Sentía que era un lugar al que podía llamar mío, y ahora, trece años después,
aún puedo recordar el olor de la lluvia que cayó aquel día y las casas que pasaban
mientras mi adiestrador de entonces nos conducía hacia el lugar donde podía pasar
cualquier cosa. Donde podía hacer lo que me diera la gana.
Sólo podía culparme a mí misma por confundir una prisión con un hogar. Tardé
años en darme cuenta de que el hecho de que alguien me hubiera ofrecido una casa
no significaba que tuviera en mente mis mejores intenciones. Las sonrisas falsas, la
cortesía fingida... todo eso estaba en mi mente cada vez que pensaba en nuestro
hogar. Este fue el lugar donde conocí a Alena por primera vez, y a veces temía que
fuera el lugar donde moriría.
Pero ahora, mientras caminaba por el mismo pasillo que una vez me trajo la
paz, no sentía más que pavor, porque era la primera vez que el Maestro interrumpía
una misión. Era la primera vez en años que me llamaba a su despacho, y no tenía ni
idea de por qué.
Desde que salí de aquel callejón, pasando por mi vuelo nocturno a Nueva York,
y hasta esta mañana, mi cerebro no dejaba de darle vueltas a cada escenario. Y
odiaba lo desconocido. Odiaba que me mantuvieran a oscuras, y decir que la llamada
que tuve con Alena me jodió la cabeza sería el eufemismo del año.
—Hola, V —me saludó Thomas, uno de los agentes más veteranos, en cuanto
entré en la sala de control, mientras el resto de la gente se daba la vuelta en cuanto
me veía. Se podría decir que yo, bueno... no jugaba precisamente bien con los demás.
La mayoría de los operativos de nuestra organización tenían compañeros, mientras
que yo prefería trabajar sola.
Todos los compañeros que tuve en el pasado sólo habían conseguido frenarme,
y nada más. Pero, de nuevo, la mayoría de ellos no han vivido en la sombra desde
que eran niños. La mayoría de estas personas se unieron a la organización Schatten
porque estaban hartos del gobierno y porque no les importaba pisar el lado
equivocado de la ley. Algunos la confundían con una organización que realmente
luchaba contra el crimen organizado, y esos sueños siempre se hacían añicos cuando
se daban cuenta de que no éramos los héroes.
Éramos los villanos.
22
Éramos mercenarios, pagados por los que querían más poder, más dinero. Los
que conocían a gente que necesitaba desaparecer. Pero eso no significaba que no
pudiera jugar con ellos a mi manera, lo cual, es cierto, me metía en más problemas
que nadie, pero valía la pena.
Nos pagaban, pero no me interesaban sus normas: yo ya tenía las mías.
—Hola, Thomas —le devolví el saludo, bajando las pequeñas escaleras hasta el
centro de la habitación donde se encontraba—. Encantada de verte aquí.
—Siempre estoy aquí, chica. —Sonrió satisfecho, porque ambos sabíamos que
sólo salía al campo cuando Alena se lo suplicaba. Thomas, un ex SEAL de la Marina,
dio la espalda a todo lo que conocía y se unió a los Schatten sin arrepentirse de nada,
o al menos eso era lo que siempre decía, mintiendo entre dientes. La verdad era
mucho más amarga que la mentira, y no se podía poner un bonito lazo a una verdad
que te comía vivo—. ¿Qué haces aquí? —preguntó, arqueando una ceja—. Creía que
estabas en Nueva York.
—Lo estaba, pero ya no.
—¿Pero el trabajo está hecho? —Hice una mueca, diciéndole todo lo que
necesitaba saber—. Oh —murmuró cuando me negué a decir nada verbalmente—.
Alena mencionó algo.
—Sí. —Algo que no me dejaba dormir y me carcomía por dentro—. ¿Sabes de
qué se trata?
—No tengo ni idea, chica —murmuró, inclinándose más hacia mí—. Pero si está
aquí, entonces es algo grande.
Sí, eso era lo que me temía. El Maestro rara vez venía al centro de control. No
tenía que hacerlo.
Había gente que podía hacer su trabajo sucio, mientras él paseaba por todo el
mundo, fingiendo ser un ciudadano perfecto cuando en realidad dirigía una de las
mayores organizaciones en la sombra del mundo. Siempre me reía cuando veía las
fotos que colgaba en su Storygram, ocultando el monstruo que vivía dentro de él,
bailando con sus hijas, besando a su mujer.
No tenía ni idea de que lo estaba mirando.
Había aprendido por las malas que ninguna de esas personas, por mucho que
pareciéramos querernos, me quería de verdad. Ninguno de ellos recibiría una bala
por mí, y yo no recibiría una bala por ellos. Así que mantenía a mis enemigos cerca,
y a los que parecían ser mis amigos aún más cerca, porque siempre eran los más
cercanos a ti los que te traicionaban si tenían la oportunidad.
—Bueno —di un paso atrás—, voy a buscar a Alena a ver si sabe algo. 23
—No mataste a nadie importante recientemente, ¿verdad? —preguntó con
naturalidad, ya que todos sabíamos cómo era yo—. Si lo hubieras hecho, podríamos
esconderlo juntos, ¿sabes? —Se me escapó una carcajada, que se extendió por la
silenciosa habitación.
—Gracias, Thomas —le apreté el bíceps—. Pero estoy bien. He sido una buena
chica últimamente.
—¿Por qué no te creo?
—Porque me conoces —respondí con una sonrisa, caminando hacia atrás—.
Hasta luego. Espero.
Porque los dos sabíamos que, si no estaban contentos conmigo, probablemente
no habría venido a la reunión. No me habrían traído exactamente para interrogarme.
No, se habrían deshecho de mí, convirtiéndome en un número más en el tablón de
personas presuntamente desaparecidas.
Si el Schatten no estaba contento conmigo, yo estaba muerta.

MI MADRE ERA UN MONSTRUO.


Una leviatán perfecta que sabía ocultar su verdadera naturaleza al resto del
mundo, hasta que cometía un error. Era el hombre del saco del que otras madres
advertían a sus hijos, pero seguía siendo mi madre. Seguía queriéndome de la única
forma que sabía hacerlo, y seguía asegurándose de que estuviera a salvo.
Pero su naturaleza monstruosa siempre prevalecía, por mucho que intentara
luchar contra ella. O tal vez fuera su instinto de lucha o huida, pero a menudo resultaba
difícil distinguir entre monstruos y víctimas, y yo no tenía ni idea de en qué categoría
entraba mi madre.
Supongo que no me sorprendió que yo también me convirtiera en un monstruo.
Al fin y al cabo, los genes son cosas maravillosas, y llevamos los pecados de nuestros
padres en los huesos, incluso cuando intentamos olvidarlo. El trauma generacional,
el miedo que sintieron, las atrocidades que cometieron, todo ello viajaba con
nosotros, y no podíamos eludirlo.
Y yo era demasiado joven para intentarlo. Nunca conocí una vida sin violencia.
Nunca conocí el color de una alfombra que no tuviera manchas de sangre.
Quizá por eso acepté a los Schatten más fácilmente que otras personas. Quizá 24
por eso me convertí en agente a los diez años, en lugar de a los dieciocho como
muchos otros niños que fueron llevados a la finca Schatten. Después de que la policía
se llevara a mi madre, los trabajadores sociales se apiñaron para llevarme a uno de
los hogares para niños como yo. Pero después de tres familias de acogida fallidas en
dos años, y muchas miradas raras de las señoras que trabajaban en esa casa, supe
que yo era cualquier cosa menos aceptable para ellos. El primer lugar en el que viví
no era más que paredes desnudas y sonidos de llanto que resonaban en las paredes,
diciéndome que nunca encajaría allí.
Aún recuerdo el día en que un hombre y una mujer entraron en la habitación a
la que me llevaron, cuando yo sólo tenía siete años, diciéndome que sólo querían
hablar conmigo. Cinco días después estaba empaquetando las pocas pertenencias
que tenía en la bolsa de plástico negra que me habían proporcionado y
trasladándome al otro extremo del país, a la finca Schatten.
Pero el sentido de pertenencia, la sensación de tener un hogar, era algo que se
me escapaba, por muchas veces que me mintiera a mí misma diciéndome que El
Schatten era mi hogar.
Me mentía a mí misma diciéndome que eran mi pequeña y jodida familia, a
pesar de que no sentía ningún amor por la mayoría de ellos. Quizá porque me eran
familiares, lo único que conocía de verdad, y por mucho que odiara esta vida o por
mucho que quisiera salir de ella, los hábitos eran algo difícil de romper. Mientras
buscaba por las habitaciones a Alena y al Amo, no podía evitar sentir cómo el miedo
iba cobrando vida poco a poco en mi corazón, porque no quería perder lo único que
conocía.
Y el miedo no era algo que sintiéramos a menudo.
Era nuestro enemigo, la emoción que mataban en nosotros desde el momento
en que entrábamos en el entrenamiento. La primera vez que me tembló el labio y me
temblaron las manos, mi adiestrador me dio una bofetada que me hizo ver las
estrellas.
Desearía que eso fuera lo peor que me habían hecho en todo el tiempo que
estuve con ellos.
Ocurrió apenas seis meses después de que llegara a La Finca Schatten,
dándome cuenta poco a poco de lo que estaba ocurriendo aquí. Pero una vez dentro,
ya no había salida, y cegada, con el cerebro lavado y desesperada por amor, acepté
todo lo que me echaron, porque intentaba llenar el vacío dejado por la falta de la
presencia de mi madre.
La primera vez que encontré un conejito en el patio trasero de nuestro orfanato
y lo llevé dentro, mi cuidador lo agarró y cortó con el cuchillo el cuello del conejito,
mostrándome cómo el amor podía hacernos débiles.
25
Y sólo cometí el error de pensar en el amor una vez después de ese día.
Simplemente lo había empujado todo hacia el pequeño cofre oscuro del centro
de mi ser, haciéndome olvidar todas las emociones que no podían beneficiarme.
Ira.
Odio.
Amor.
Dolor.
No importaba lo que fueran, cuando cada una de ellas podía matarme si no
tenía suficiente cuidado.
Al recordar mi estancia en la finca Schatten y todo lo que ocurrió, vi que yo era
un espécimen perfecto para ellos. Un ejemplo perfecto de cómo tu educación puede
convertirte en una máquina que sólo cumplirá las órdenes de otra persona. La muerte
de mi madre sólo les facilitó las cosas.
Elvira Bektić murió el 15 de agosto, justo un año después de que yo llegara a la
finca Schatten. Apenas podía reconocerla, pero con mi cuidador en ese momento, de
pie en la esquina de esa habitación mientras me despedía de la única persona que
alguna vez me quiso, no podía mostrar ninguna emoción. No pude decirle cuánto lo
sentía, y desde ese momento supe que sería algo que me perseguiría el resto de mi
vida.
Entré en la sala ovalada donde solían celebrarse todas nuestras reuniones, mis
ojos se posaron en un enorme cuadro que colgaba sobre la chimenea y que nunca se
utilizaba, y a diferencia de antes, me permití mirar fijamente la imagen que tenía
delante. Mis pasos se ralentizaron a medida que me acercaba a la enorme foto
enmarcada con metal dorado antiguo, mis dedos se arrastraron sobre la parte
superior de la chimenea, esperando a medias ver el polvo acumulado en las yemas
de mis dedos, pero por supuesto, no había ninguno. Alena se aseguraba de que este
lugar estuviera impecable, pasara lo que pasara. Las pretensiones que manteníamos
eran lo que me molestaba más de lo debido.
Hacía tiempo que los santos se habían excusado de estas salas, y el hecho de
que la foto de arriba se tomara en Navidad nunca dejó de divertirme. Más de
cincuenta personas aparecían en esa foto, algunas sonriendo y otras con el ceño
fruncido, vestidas con nuestras mejores galas festivas, pero eran los ojos de cada una
de ellas los que llamaban mi atención cada vez.
Miradas vacías y sonrisas falsas, pero sólo podías verlo si mirabas más allá de
la imitación de felicidad que todos intentábamos mostrar.
—Siempre te encuentro delante de esta foto cada vez que vienes —se oyó una 26
voz detrás de mí, que me hizo girarme y desviar mi atención de la foto. Alena estaba
en el umbral, apoyada en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el
pecho y el pelo castaño oscuro recogido en un moño bajo, como siempre. Su rostro
estaba inexpresivo, sus ojos tan fríos como el día en que llegó al centro de mando,
pero sus labios esbozaron una pequeña sonrisa y me di cuenta de que habían pasado
meses desde la última vez que nos vimos—. Tienes buen aspecto, Vega.
—¿Yo? —pregunté, caminando hacia ella. Llevaba unos pantalones negros
ajustados a las caderas y un jersey rojo oscuro por dentro. Viéndola, uno nunca
esperaría que Alena fuera letal, pero supongo que por eso las dos éramos tan buenas
en lo que hacíamos. No parecía que pudiéramos hacer mucho, y justo cuando menos
te lo esperabas, atacábamos—. Me siento como una mierda, para ser sincera —
murmuré, deteniéndome justo delante de ella.
Mis ojos la recorrieron de arriba abajo: las líneas de su rostro, la tensión de sus
hombros y las botas negras que reflejaban las mías, cruzadas una sobre otra.
—¿Por qué estoy aquí, Alena? —Nunca fui de los que endulzan las cosas y no
iba a empezar ahora. Ella ocultaba algo, a juzgar por la forma en que bajó los ojos,
negándose a encontrar mi mirada, y ella no era de las que rehúyen un desafío. ¿Qué
estaba pasando ahora?—. ¿Alena?
—Intento encontrar la forma correcta de decírtelo, pero no sé cómo. —Levantó
la cabeza y sus ojos se encontraron con los míos—. El Sr. Heinrich está aquí, como ya
sabes.
—Obviamente, si no, no estaría aquí.
—Bien —murmuró, enderezando la espalda. Sus brazos cayeron a los lados,
parecía despreocupada, pero estábamos entrenados para notar los más pequeños
cambios de comportamiento, y el suyo gritaba que era alguien que se sentía
extremadamente incómodo—. Sé que se suponía que era tu última misión y....
—Alena —la corté—. Ve al maldito grano.
—Está aquí para...
—Ah —dijo la voz que odiaba oír desde la primera vez que lo conocí—. Mis dos
chicas favoritas. —Heinrich Schafer estaba de pie detrás de Alena, luciendo esa
sonrisa que todos odiábamos tanto. La llena de suciedad y promesas vacías. La que
llevaba cuando entró en aquella habitación del primer orfanato en el que estuve,
fingiendo ser uno de los buenos, seguido del psicólogo que me vendió a él.
En aquel momento no tenía ni idea de quién era, y ojalá la hubiera tenido. Ojalá
alguien me hubiera advertido que mantuviera la boca cerrada, porque quizá entonces
no habría acabado aquí.
Solía pensar que era mi padre, mi salvador, porque era demasiado joven para 27
reconocer al lobo con piel de cordero.
—Maestro. —Alena le asintió, girando todo su cuerpo para mirar al monstruo,
porque una cosa que habíamos aprendido era a no dar nunca la espalda a tu enemigo,
y Maestro o no, Heinrich Schafer era nuestro enemigo.
—Heinrich —murmuré, negándome a llamarlo por su título autoimpuesto:
Maestro. Sólo los hombres con un ego tan grande como el suyo exigirían que les
llamaran Maestro, como si pudiera controlarnos a todos. Eso le daba poder, una
sensación de importancia, cuando era obvio que no era más que un hombrecillo que
intentaba hacerse grande—. Me alegro de verte. —Estaba mintiendo
descaradamente, y todos lo sabíamos.
Sus ojos se entrecerraron en mí, arrastrándose lentamente sobre el equipo de
combate negro que llevaba y sobre mi largo abrigo de cuero, volviendo finalmente a
mi cara. Odiaba que quisiera una salida, que quisiera dejar de hacer esto, y desde
que saqué el tema hace un par de meses, nuestra relación había sido, como mínimo,
tensa.
Cuando se lo planteé por primera vez, se rió pensando que estaba bromeando,
pero me siguió la corriente cuando se dio cuenta de que iba muy en serio con mi plan.
No tenía ni idea de lo que quería hacer con mi vida, pero trabajar para él no era lo
que había imaginado para mí, eso lo sabía. La única pega era que sabía que no me
dejaría marchar tan fácilmente, aunque me había prometido que sólo tendría que
completar un par de misiones más para saldar mi deuda. Como si tuviera algo que
pagar.
No me enviaron a la escuela con los demás niños y, aunque me proporcionaron
una habitación, ropa y comida, nada de eso era mío y ninguno de los objetos que
había recibido a lo largo de los años llevaba mi nombre. No era más que un camuflaje
para darme una falsa sensación de seguridad. Yo era un estorbo, sabía demasiado y
era consciente de que la única forma de salir de Schatten era en una bolsa para
cadáveres. Pero me libraría de toda esa gente que quería controlarme, aunque fuera
lo último que hiciera.
—Me llamaste —hablé primero después de que pasara un minuto de silencio,
los tres evaluándonos unos a otros, preparándonos para lo inevitable. Heinrich nos
veía como menos que humanos. Como animales entrenados para luchar, para servirle
a él y a su jodida organización, pero nunca pensó en el hecho de que, en algún punto
del camino, creó armas capaces de pensar por sí mismas, y su dominio sobre nosotros
se estaba desvaneciendo poco a poco. Su control estaba disminuyendo lentamente.
Y ahí estaba exactamente el problema. Porque ahora veía que su poder sobre
nosotros era casi inexistente. Porque él sabía que no seguiríamos sus órdenes
ciegamente, recurriría a cosas que probablemente no me gustarían.
28
—Ja —respondió, quedándose en el mismo sitio—. Tengo algo muy importante
para ti.
—¿Para mí? —La última vez que tuvo algo especial para mí fue una pistola que
me había puesto en la mano y mi primera misión con apenas más de diez años—. ¿Qué
es?
Esa sonrisa volvió a su rostro, sus ojos llenos de picardía. —Vamos a mi
despacho. Podemos hablar allí.
No esperó a que ninguna de las dos contestáramos ni se aseguró de que le
seguiríamos cuando empezó a ir hacia su despacho. Así de seguro estaba de su
poder, incluso cuando se le escapaba, de que haríamos todo lo que él quería que
hiciéramos, pasara lo que pasara.
Pero no por mucho tiempo. No por mucho más.
—Cálmate —siseó Alena, rodeándome el brazo con la mano cuando di un paso
adelante—. No dejes que te haga enfadar.
—No estoy enfadada —mentí. Estaba furiosa, pero no podía dejar que lo viera.
No podía dejarle ver que estaba deseando que terminara esta misión, aunque sólo
fuera para librarme de este mundo. Ahora tenía mi propio dinero. Había ahorrado
todo lo que pude a lo largo de los años, y tenía suficiente para empezar una vida
completamente nueva.
El problema era que nunca podría vivir en paz mientras él viviera.
3
VEGA
Alena y yo entramos en el despacho de Heinrich, que estaba sentado detrás de
su gran escritorio de caoba con los labios envueltos en el puro. Alena cerró la puerta
tras de sí y me siguió hacia las dos sillas situadas frente a él.
Los tonos marrones oscuros utilizados en el diseño del despacho lo hacían
29
parecer mucho más pequeño, al igual que el hecho de que el hombre mantuviera
siempre las cortinas cerradas sobre las ventanas, impidiendo que entrara la luz. Este
lugar me había dado claustrofobia desde la primera vez que lo pisé y, a excepción de
algunos libros nuevos, todo lo demás seguía igual.
—¿Quieren tomar algo, señoras? —nos preguntó nada más sentarnos.
¿Veneno, tal vez, para no tener que escucharle hablar más?— ¿Un café para ti, Vega?
Pareces cansada.
Dios, quería borrarle la mirada de suficiencia de la cara, pero en lugar de saltar
por encima de la mesa y hacer precisamente eso, me agarré a los reposabrazos de la
silla y me eché hacia atrás, sonriéndole.
—No, gracias. Preferiría acabar con esto para poder irme a dormir, pero
gracias por preocuparte. Ya que estamos —me incliné hacia delante, fingiendo
preocupación—, estás bastante pálido, Heinrich. ¿Te encuentras bien? ¿Otra vez el
corazón? —Se le fue el color de la cara, el cigarro le quedó suelto entre los dedos, y
en medio de mi pecho se produjo un baile triunfal, porque quería que lo supiera.
Era un monstruo, pero seguía siendo un humano, y su salud... Bueno, digamos
que ya no era un multimillonario de veinte años.
—Si quieres, podríamos entrenar juntos mientras estás aquí. Quiero decir, todo
ese peso extra alrededor de tu vientre no puede ser saludable, ¿verdad? ¿Qué dijo tu
médico? —El tic de su mandíbula empezó a hacerse prominente, aquellos ojos
oscuros y brillantes se entrecerraron ligeramente, y ambos comprendimos lo que
intentaba decir.
Podía intentar hacer de mi vida un infierno. Incluso podía intentar hacerme
desaparecer, pero yo sabía cosas sobre él que nadie más sabía. Sabía cosas porque
me había propuesto conocer hasta el más mínimo detalle de su vida, de su familia, de
sus dos hijas y del hijo con el que apenas hablaba porque había dejado embarazada
a una mujer que no era su esposa. Conocía la ruta de compras de su mujer, Ingrid, y
tenía el horario de clases de su hija menor, Emilia, en la Universidad de Fráncfort.
Conocía la matrícula del auto de Ilse, su hija mayor, y sabía el código para entrar en
su edificio. Sabía más de lo que él jamás podría esperar saber de mí, y la diferencia
entre nosotros dos era que yo ya no tenía nada que perder.
Nos enseñó que el amor y la familia sólo traen dolor y debilidad innecesaria,
pero se olvidó de seguir su propio consejo y se quedó atrapado con una familia que
supuestamente nunca quiso tener.
—Estoy bien —escupió, apagando el cigarro en un cenicero, mientras el humo
flotaba a su alrededor—. Gracias por tu preocupación, Vega. —Traducción: te
explicaste, Vega. Y así fue. Lo dejé malditamente claro, y será mejor que escuche la
advertencia oculta en todas esas palabras.
30
—Si eso es lo que quieres. —Me encogí de hombros, reclinándome en la silla—
. Mi oferta siempre sigue en pie. Sabes que siempre me ha gustado entrenar contigo.
—Así es —murmuró, apoyando los codos sobre la mesa—. Pero el
entrenamiento no es la razón por la que estamos aquí.
Alena se revolvió en su asiento justo a mi lado, pero me negué a mirarla. Tenía
algo para mí, y a juzgar por aquella sonrisa de satisfacción que se dibujaba en su
rostro, era algo grande, de lo contrario no me habría traído aquí.
—Llegó esto para ti. —Agarró un sobre negro en el que no me había fijado
antes y lo tiró al otro lado del escritorio, cerca de mí—. Tuve que mover muchos hilos
para esto, pero....
—¿Qué es esto? —pregunté recogiendo el sobre con la mano derecha, sin
dejar de mirar a Heinrich.
—Ábrelo —me instó.
—¿Qué. Es. Esto? —grité, sin dejar de mirarlo y negándome a abrir el sobre.
Podía sentir algo debajo de mis dedos, grabado en el otro lado, pero no quería mirar.
Tenía una idea de lo que era, porque él no pudo dejar de hablar de ese lugar en
particular durante años, cuando yo era niña. Sólo uno de nosotros fue allí, y nunca
volvió.
—Vamos, Vega. —Se rió—. No seas testaruda. Sólo ábrelo.
Me giré hacia mi izquierda, mirando la expresión aparentemente fría de Alena,
pero sus ojos no podían mentir. Ella lo sabía y no tuvo tiempo de avisarme. Ella sabía
cuánto sufrí cuando la única persona que me importaba en este infierno tuvo que ir
allí. Cuando Tyler, un chico que era como un hermano para mí, fue enviado a la
Academia St. Vasili, sólo para desaparecer ni tres meses después, para nunca ser
encontrado.
Le supliqué a Heinrich que me enviara allí, que me dejara encontrarlo, pero se
negó, diciéndome que no podía hacer nada. Y, además, no era como si fueran a dejar
entrar a un niño. La Academia de San Vasili era una escuela que antes no era más que
una iglesia, donada por Karel Cerny en 1170 a Heinrich der Löwe, príncipe de
Baviera, como regalo de bodas para él y su nueva esposa, Matilde.
Pero diez años después de la Segunda Guerra Mundial, gente como la familia
Schafer, junto con muchas otras organizaciones en la sombra, pensaron que sería una
buena idea tener una escuela para gente como yo: gente entrenada para asesinar, y
gente que algún día heredaría sus imperios del crimen.
Y Tyler, mi dulce, suave y cariñoso Tyler, sólo quería impresionar a Heinrich
para que tal vez algún día pudiera unirse a las Rosas Carmesí. Un escuadrón de
31
soldados utilizados por los gobiernos de todo el mundo para hacer sus sucias
fechorías. Sólo tenía dieciocho años cuando desapareció, y fue la última persona a la
que me permití amar.
Ninguno de los dos sabía que los Schatten ya no eran bienvenidos en la
Academia. Tardé años en averiguar por qué enviaron allí a Tyler, cuando era obvio
que una invitación no podía haber llegado por los cauces regulares, pero nunca
descubrí la verdad.
—Ábrela, Vega —me instó Alena, con ojos suplicantes. Que le siguiera el
juego, que hiciera lo que Heinrich quería siendo un buen soldadito por última vez y
manteniendo la boca cerrada. No quería que comprometiera todo su plan, y yo la
odiaba un poco por eso.
Con manos firmes, di la vuelta al sobre y vi el sello dorado de la Academia San
Vasili, con los dos leones y las hojas de parra a su alrededor, con el corazón
palpitando en mi pecho y el inestable golpeteo resonando en mis oídos.
Lo abrí, destruyendo el sello, y saqué una carta del mismo color que el sobre,
desplegándola lentamente. El sobre cayó sobre mi regazo mientras mis ojos
rastreaban la tinta blanca sobre el papel negro, clavados en la primera frase que leía
una y otra vez.
Estimada Srta. Konstantinova,
¡Felicidades! El comité de la Academia San Vasili ha revisado todos los solicitantes
elegibles para nuestra estimada institución, y nos complace ofrecerle la admisión para
el curso 2023/24.
—Esto es una mierda —murmuré, más para mí que para ellos.
—¿Qué fue eso, Vega? —preguntó Heinrich, con la voz llena de falsa
sinceridad.
—Dije —lo miré—, esto es una mierda. ¿Cómo coño iban a saber de mí?
—¡Vega! —me amonestó Alena, pero no quise mirarla.
—No, en serio. ¿Cómo iban a saber de mí si nuestra misión es mantener a todos
nuestros agentes en la sombra? —Heinrich se agitó en su asiento y sus ojos se negaron
a mirarme. Él movía los hilos, lo entendía, pero el Schatten sólo funcionaba porque
permanecíamos vigilantes y siempre teníamos cuidado de no dejar rastro de ninguno
de nosotros en el mundo. Por no mencionar el hecho de que no podían saber que yo
trabajaba para The Schatten. Si lo supieran, nunca habrían enviado esto.
Vega Konstantinova era el nombre que me dieron en cuanto entré en este
edificio, pero sólo existía en teoría y en ninguna otra parte. No tenía número de
seguridad social, ni historial médico, nada. Entonces, ¿por qué iba a hacer esto?
32
Tyler quería ir a la Academia de San Vasili, y aunque mi cerebro de trece años
no entendía por qué, lo dejé ir, prometiéndole que escribiríamos todo lo que
pudiéramos. Era una apuesta, que él fuera allí, y mira lo que esa apuesta le consiguió.
Lo envió a una muerte prematura, porque no me cabía duda de que su cuerpo yacía
en algún lugar del fondo del lago Valenheim, situado justo debajo del acantilado que
albergaba la Academia.
—¿Qué mentiras les vendiste, Heinrich? ¿Qué les dijiste cuando te preguntaron
quién era y a qué familia pertenecía?
—¡Vega! Detén esto. No es...
—Pero lo es, Alena —la corté, esta vez mirándola—. Hice muchas imprudencias
en mi corta vida, pero todos sabemos que ir a la Academia y mentir a esa gente es
una sentencia de muerte. ¡Vamos, hombre! El comité, como ellos dicen tan
elocuentemente, odia El Schatten. Está controlado por la familia Zylla.
—Exacto —dijo Heinrich, con una sonrisa de oreja a oreja cuando le miré—. Lo
controla la familia Zylla, por ahora.
—¿Qué quieres decir? —Esto no me gustaba. No me gustaba ni un poco.
—La familia Zylla ha estado en la cima de la cadena alimenticia durante muchos,
muchos años —continuó hablando Heinrich, levantándose de la silla y caminando
hacia la estantería situada justo detrás de él, sacando un libro de cubierta marrón
deshilachada, cuyo título no pude ver—. Tienen demasiado poder, demasiada
influencia en nuestro mundo, y esto se acaba ahora. —Se sentó, dejando caer el libro
entre nosotros encima del escritorio—. Esta es su historia, básicamente todo lo que
necesitas saber sobre ellos, hasta hoy.
—No lo entiendo.
—Su hijo, Adrian, va a estar en la Academia este año, y quiero destruirlos desde
dentro. Quiero que Gerard Zylla pierda todo lo que tiene, todo gracias a nosotros. Se
cree mejor que nosotros, más listo que nosotros —siguió despotricando, maldiciendo
a la corporación Zylla y a toda su familia, y me di cuenta de que en esta historia había
más de lo que parecía—. Vega, quería decírtelo antes, pero la familia Zylla, su hijo
mayor.... —Heinrich de repente parecía incómodo—. Sospecho que son los que
mataron a Tyler.
Sus palabras atravesaron los puntos de sutura que había colocado sobre mi
corazón para evitar que se desangrara cuando me di cuenta de que no volvería a ver
a Tyler. Cuando mi última conexión con algo bueno y puro se hizo añicos, me aseguré
de coser mi corazón lo suficientemente bien como para resistir cualquier cosa que se
me presentara en el futuro. Pero sus palabras...
Me había pasado años pensando en las cosas que podrían haber ocurrido. Fui
a Wolfhöle, la pequeña ciudad situada justo al pie de los Alpes, donde se encontraba
33
la Academia, intentando averiguar qué había salido mal, pero nunca descubrí la
verdad. No podía sacar una cara definitiva de la lista de culpables a los que culpaba
de la muerte de Tyler, y eso me molestaba más de lo que me importaba admitir.
Sabía a qué estaba jugando Heinrich. Quería utilizar mi ira para hacer su
pequeño y sucio trabajo, reunir todo lo que pudiera sobre la familia Zylla y destruirlos
como ellos destruyeron a Tyler. Y si hubiera sido cualquier otra situación, cualquier
otra persona, me habría reído en su cara. Le habría dicho que se buscara a otro para
hacerlo porque yo estaba fuera, porque lo había prometido. Lo habría matado en el
acto si hubiera intentado negarme mi libertad, pero no pude.
Hace siete años prometí que encontraría a quien lastimó a Tyler. Le prometí
que, dondequiera que estuviera, me aseguraría de que pagara.
—¿Y mi libertad? —pregunté en lugar de aceptar ciegamente la misión, sin
apartar los ojos del libro que estaba sentado entre nosotros—. Me hiciste una
promesa, Heinrich. Me dijiste que esta misión sería la última.
—Y mentí. —Asintió—. Pero te necesito para esto. Nosotros —miró a Alena—,
te necesitamos para esto. Aquí tengo toda la información. —Sacó una carpeta marrón
y me la entregó—. Tu pasado, quién eres, quiénes son tus padres, de dónde vienes.
Mis amigos de Rusia han respondido por ti y te han añadido a sus registros. Esto será
fácil. Ni siquiera tendrás que quedarte hasta final de año. En cuanto tengas todo lo
que necesitamos, podrás salir de allí y tener tu libertad.
Lo miré a él, luego a la carpeta manila que ahora tenía en la mano, junto con la
carta de la Academia, y después a Alena, que seguía asintiendo lentamente, tratando
de persuadirme para que la aceptara. Todos teníamos nuestras razones para hacer
ciertas cosas, y yo sabía que Alena necesitaba que le siguiera el juego. Necesitaba
que lo hiciera para que al final pudiéramos dar con el tiburón más grande.
Todo formaba parte de nuestro plan, pero los planes podían cambiar e ir a la
Academia no formaba parte del mío. Pero tenía que admitir que el mero hecho de
pensar que podría averiguar qué le había pasado a Tyler y por qué había sucedido,
me hacía feliz.
—De acuerdo —asentí, esperando no haber firmado mi sentencia de muerte—
lo haré.
Y la espeluznante sonrisa que se dibujó en el rostro de Heinrich en el momento
en que esas palabras salieron de mis labios fue un espectáculo que nunca olvidaría.
—Sabes —murmuró Heinrich—. Mucha gente me dijo que era un tonto por
acoger a una niña tan pequeña, pero me alegro de que todos estuvieran equivocados.
Algunas personas llevan la violencia en la sangre, pero tú, querida, eres la
encarnación de la violencia. 34
No tenía ni puta idea.
4
VEGA
HABRÍA PENSADO que trabajar para una organización secreta significaría que
podría volar en un jet privado con todas las demás ventajas de las que tan a menudo
hablaba la gente en los libros que a Alena le gustaba leer. Pues se equivocaban.
No había jets privados ni vuelos directos a Munich, porque Heinrich operaba
35
en un estado paranoico, y nunca quería que fuéramos directamente a los lugares
donde teníamos nuestras misiones. Demonios, la mayoría de las veces tenía que
enlazar al menos dos o tres vuelos sólo para llegar al más simple de los putos sitios,
porque él no quería que nadie averiguara adónde íbamos o de dónde veníamos.
No importaba que virtualmente, Vega Konstantinova no existiera. Yo era un
mito, un monstruo de las sombras, y no había nada que pudiera relacionarme con
Heinrich y su pequeño imperio.
Y no era sólo yo.
Estaba bastante segura de que la verdadera identidad de Alena también había
desaparecido el día que entró en el centro de mando, al igual que la mía. Azra Bektić
murió aquel 9 de noviembre, cuando Heinrich me estrechó la mano y sonrió,
asegurándome que todo iba a salir bien.
Pero nunca nada lo fue.
Sin embargo, aquí estaba yo, haciendo sus sucias fechorías, pero no porque no
supiera hacerlo mejor. No porque sintiera algún jodido sentido de lealtad como
algunos de los otros agentes. No, Heinrich sabía lo que hacía cuando mencionó a Tyler
y la implicación de la familia Zylla en su desaparición. Sabía que no diría que no, por
la promesa que le hice, y caí directamente en su trampa.
Pero no me importaba. Ya no.
Por mucho que odiara tener que volar desde Massachusetts, en medio de la
nada, hasta Frankfurt, y luego agarrar un tren ICE hasta Múnich, para luego abordar
otro tren regional hasta Wolfhöle, me gustaba el tiempo que me daba para revisarlo
todo. No tuve precisamente días para estudiar el contenido del expediente que me
dio Heinrich. En cuanto terminamos nuestra conversación en su despacho, me puse
en marcha: preparé los billetes de avión y tren con Angelique, empaqué mi ropa y
me empapé de toda la información posible sobre mi herencia, porque era la misma
que tenía la Academia.
Según ese expediente, yo era Vega Konstantinova, hija única de Vladimir
Konstantinov, miembro de Chernaya Ruka, una organización dirigida por la familia
Sokolov. Mi madre murió cuando yo era sólo una niña, según el expediente, y no se
me escapaba la ironía, teniendo en cuenta que mi verdadera madre murió realmente
cuando yo era sólo una niña. Pero como cada vez que me atrevía a pensar en la mujer
que me dio a luz, una mujer que nos sacó de nuestro país cuando yo era un bebé y
huyó a Estados Unidos, relegaba cada pensamiento, cada emoción, a la cajita negra
del fondo de mi mente y fingía que nunca había existido.
Era más fácil enfrentarse a la realidad que a mis propios pensamientos, y pasé
la página del expediente, que mostraba todo mi árbol genealógico, desde mis
tatarabuelos hasta mis padres. Heinrich y sus colegas habían pensado realmente en 36
todo cuando prepararon aquello, y era una suerte que yo ya hablara ruso, además de
otros tres idiomas aparte del inglés, pero dudaba mucho que alguien intentara hablar
conmigo en ruso en la Academia.
Diablos, dudaba mucho que alguien me prestara atención, teniendo en cuenta
que no era heredera de un imperio. Yo era simplemente un soldado entrenándose
para formar parte de la Chernaya Ruka, preparándose para reemplazar a mi padre.
Resoplé al pensarlo, recordando lo que me había dicho Alena.
Intenta ser invisible. Todos sabemos que llamas la atención allá donde vas, pero...
Puede que sea más fácil si pasas desapercibida.
Pero incluso cuando esas palabras salieron de su boca, ambas sabíamos que
yo no sería capaz de pasar desapercibida. A veces mi boca era más rápida que mi
cerebro, y una de las cosas que más odiaba era la injusticia, y nunca podría quedarme
al margen mientras otra persona sufría, alguien inocente.
Dios sabía que yo no era una santa. Las puertas del Cielo eran algo que nunca
llegaría a ver, pero eso no significaba que tuviera que destruir vidas inocentes sólo
para poder divertirme un poco. Y lo había visto pasar más veces de las que podía
contar.
Había visto los efectos que este tipo de vida tenía en muchos agentes cuando
perdían la cabeza. Cuando perdían su humanidad porque no podían mantener sus
emociones encendidas después de cometer actos horribles. Después de destruir las
vidas de las personas a las que debíamos matar. Pero yo me aferraba a mi humanidad
con ambas manos, porque me negaba a ser otro asesino sin sentido en el vasto mar
de otros monstruos.
Supe lo que era mi madre desde la primera vez que me encerró en aquel
armario, diciéndome que me callara mientras ella entretenía a su invitado. No sabía
que el armario tenía un agujero en la puerta y que vi cada movimiento de su brazo
mientras levantaba el martillo y se lo clavaba en la cabeza. Quizá por eso me aferré a
mi humanidad, porque nunca quise convertirme en ella.
Pero el hecho de que quisiera aferrarme a mi humanidad no significaba que no
siguiera siendo capaz de hacer cosas que otras personas no verían con buenos ojos,
y en este momento sólo tenía un objetivo en mente: aprender todo lo que pudiera
sobre Adrian Zylla y su familia.
Cerré la carpeta manila que contenía toda la información sobre mí y la metí en
la mochila negra que llevaba, sólo para sacar otra carpeta. La que me entregó Alena
justo cuando estaba a punto de salir del centro de mando. Era más delgada que mi
supuesto expediente de herencia, y supe sin preguntar siquiera de qué se trataba.
37
Esperaba ver al menos una foto de Adrian Zylla, o algo que pudiera ayudarme
a reconocerlo, pero olvidaba que la familia Zylla era aún más paranoica que Heinrich,
y no había ni una sola foto de ninguno de ellos. Lo único que sabíamos era que Gerard
Zylla y su esposa Wilhelmina Zylla tenían dos hijos: Dain Zylla y Adrian Zylla, y que
sólo uno de ellos seguía vivo.
Dain estaba en la Academia al mismo tiempo que Tyler, y poco después de que
mi mejor amigo desapareciera, también lo hizo Dain. Gerard y sus secuaces
difundieron entonces la noticia de que habían matado a Dain en una misión que había
salido mal, y que su hijo pequeño, que entonces sólo tenía diecisiete años, iba a
entrenarse para sustituir a Dain.
Sabía que Heinrich no me lo pondría fácil, pero hojeando las páginas, la única
información que consiguieron reunir fueron los lugares probables donde debían de
estar escondidos... o, bueno, viviendo. Nadie sabía realmente dónde estaba su
centro, nadie sabía exactamente en qué estaban metidos, pero todos sabíamos que
sólo podías llamar a una persona si querías hacer arder el mundo, y ésa era Gerard
Zylla.
Mis ojos recorrieron los datos de los asesinatos supuestamente perpetrados
por la familia Zylla. La influencia que tenían en el gobierno de Estados Unidos, así
como en el del Reino Unido y Francia, pero ninguna de estas informaciones podía
darme los detalles esenciales de quiénes eran en realidad. ¿Qué les gustaba? ¿Se
querían? ¿Se cuidaban?
¿Qué le pasó a Dain?
Ninguno de nosotros sabía cómo había muerto ni cuándo fue el funeral, pero
aún recordaba la cara de suficiencia que puso Heinrich cuando nos llegó esa
información. Estaba demasiado destrozada por lo de Tyler para darme cuenta del
cambio de aires y de las misiones adicionales a las que nos enviaban de repente, pero
todo estaba relacionado, y me preguntaba si Heinrich tendría algo que ver con
aquello.
Se me erizó el vello de la nuca, mis pequeños sentidos arácnidos cobraron vida
cuando me di cuenta de que me estaban observando. Fue una de las primeras
lecciones que aprendí —siempre hay que estar atento a lo que te rodea— y, mientras
vigilaba a la gente que pasaba a mi lado, no me fijé en él.
Debió entrar en la última estación, moviéndose con el resto de la multitud que
entraba en el vagón en el que yo iba, y me reprendí por no haberme fijado en un
desconocido sentado a mi izquierda, un par de filas más allá. Llevaba el pelo oscuro,
casi negro, rapado a los lados, mientras que la parte superior permanecía más larga,
del mismo tono que las arqueadas cejas que no hacían nada por minimizar las duras
líneas de su rostro. Conocía a chicas que matarían por esos pómulos altos y esos
labios carnosos que deberían haber parecido demasiado grandes en su cara, pero de 38
algún modo encajaban. Mis ojos se posaron en los suyos y las oscuras promesas que
albergaban me dejaron sin aliento, provocando una reacción visceral en mi cuerpo.
Me enderecé y me froté la zona del esternón, culpando al bocadillo que me había
comido del ardor que sentía en las tripas, cuando él ladeó la cabeza, con los labios
dibujando una pequeña sonrisa, mientras recorría mi cuerpo con aquellos ojos
oscuros, casi de obsidiana, como si tuviera derecho a hacerlo.
Mis mejillas se sonrojaron y el jersey negro que llevaba se sintió de repente
demasiado apretado sobre mi piel.
Ahora sabía lo que se sentía cuando el veneno se introducía lentamente en tu
organismo, porque cada lento arrastrar de aquellos ojos, cada lamida de su lengua
sobre sus labios, se sentía como una nueva inyección de veneno, dejándome sin
habla. Y rara vez me quedaba muda, sobre todo cuando se trataba de hombres. No
podía importarme menos quiénes eran o qué aspecto tenían, tenían un propósito y
sólo un propósito: eran mi pequeño entretenimiento.
Pero no este tipo. Oh no, este me desequilibró.
Y odiaba estar desequilibrada.
Sólo traía problemas, y pérdida de concentración, lo que no podía permitirme.
Especialmente ahora.
Pero el cabrón simplemente se relajó, observándome abiertamente,
bebiéndome con hambre en los ojos, y olvidé por un minuto dónde estaba y qué se
suponía que estaba haciendo.
Su pulgar se arrastró sobre su labio inferior, los tatuajes de sus dedos casi
parecían vivos bajo la tenue luz del tren, y me permití un momento imaginar cómo
sería si esos dedos recorrieran mi cuerpo, clavándose en mis caderas mientras él
deslizaba su polla por mi canal, volviéndome loca.
—Joder —siseé mientras la carpeta manila caía sobre mi regazo, se desprendía
de la mesita que tenía delante y, en cuestión de segundos, el control que ejercía sobre
mí desaparecía.
Contrólate, Vega. Tienes un trabajo que hacer.
Sacudí la cabeza, intentando eliminar de mi mente los restos de mi ensoñación
inducida por la lujuria, pero fue inútil. Mis ojos volvieron a posarse involuntariamente
en él y me di cuenta de que ya no sonreía. Oh, no.
El hambre que había notado antes estaba ahora en pleno apogeo,
arrastrándome a su órbita como haría un depredador con su presa, y yo era cualquier
cosa menos una presa. 39
Mis ojos se entrecerraron hacia el chico misterioso, mis dedos empujando mi
cabello oscuro con un mechón blanco detrás de mi oreja, diciéndole todo lo que
pensaba con esa sola mirada, pero él no se movió. Si cualquier cosa, pareció
enderezarse aún más, y supe que era alto incluso sin que tuviera que ponerse de pie.
Aquellos hombros anchos no podían pertenecer a alguien diminuto, y casi se me caía
la baba con sólo pensar en arrastrar las uñas por los músculos de sus brazos, que se
tensaban contra la camisa negra que llevaba puesta.
Había visto hombres atractivos antes. Estaba rodeada de ellos a diario, pero
nunca, y quiero decir nunca, había tenido una reacción tan visceral hacia alguien con
sólo mirarlo. ¿Qué fue lo que dijo Alena una vez? ¿Lujuria a primera vista?
Debió de ser eso. Eso y el hecho de que no había tenido ocasión de
desahogarme en meses, desde que volví de Japón, y era evidente que me estaba
afectando la cabeza.
Me encantaba el sexo. Era una transacción que podía hacer sin tener que
mantener una relación con alguien, porque todos en este mundo sabíamos que estar
con alguien significaba firmar su certificado de defunción, y yo no iba a atarme a
alguien que no sería capaz de defenderse si mis enemigos llamaban a nuestra puerta.
Y no era como si pudiera explicar por qué tenía que ausentarme durante meses
y por qué mi trabajo requería que a veces desapareciera en mitad de la noche, sólo
para volver cubierta de sangre que no era mía. Quiero decir, no era como si
tuviéramos una aplicación llamada Killers R Us, en la que pudiéramos encontrar gente
con ideas afines de la misma línea de trabajo, e incluso si lo hiciéramos, ¿quién iba a
decir que no estaban trabajando para una de las otras organizaciones que sólo
buscaba una entrada con The Schatten?
Aquel pensamiento me hizo recuperar la sobriedad lo suficiente como para
apartar los ojos de él, por mucho que me costara, y mirar a través de la ventanilla,
concentrándome en el bosque que atravesábamos. Mi piel seguía zumbando, mi
pequeño monstruo listo para desatarse, pero no por las razones por las que
normalmente quería salir.
No, quería jugar con el oscuro desconocido que ocupaba el asiento a mi
izquierda. Quería lamerle el veneno de los labios, y tuve que contenerme físicamente
para no volver a mirarlo.
Mis ojos se cerraron justo cuando la voz del intercomunicador anunció en
alemán que nuestra próxima parada sería Wolfhöle, y nunca había agradecido tanto
aquel pequeño respiro. Aún me quedaban por lo menos cinco minutos para
levantarme, pero tenía la maleta a mi lado y empujé despacio la carpeta con la
información sobre la familia Zylla hacia la mochila, sin apartar la vista de ella y no del
hombre que, evidentemente, me había irritado.
40
Sólo esperaba no tener que volver a verlo.
Miré la pequeña maleta que llevaba conmigo, esperando que fuera suficiente
ropa hasta que llegaran mis otras cosas. Alena ya había enviado las cajas con todo lo
que necesitaba, pero teniendo en cuenta que la Academia bien podría haber estado
en Narnia, no creía que fuera a llegar tan rápido. Lo que tenía aquí era suficiente para
al menos una semana, pero no tenía ni idea de cómo sería mi horario ni qué clases
tendría que tomar.
No tuve tiempo de leer más sobre la Academia y el plan y programa para los
alumnos, pero esperaba que el equipo de combate que traía fuera suficiente.
—Der nächste Halt —anunció de nuevo la voz robótica por el interfono—.
Wolfhöle.
Levanté la vista justo cuando el desconocido se puso en pie, dejándome la boca
seca al notar los muslos fuertes y musculosos enfundados en unos pantalones negros
de estilo militar, y las botas que hacían juego con el resto del atuendo. Me vio
mirándolo fijamente, sonriendo todo el rato mientras recogía su mochila y empezaba
a caminar hacia mí.
Me empujé hacia atrás, casi desapareciendo en el asiento, cuando él se inclinó,
lo bastante cerca como para sentir su aliento mentolado en mi mejilla, y con una voz
que nunca olvidaría, susurró: —Estás como para comerte, gatita. —Se apartó,
satisfecho con la reacción que había provocado en mí, y tal como había aparecido,
desapareció de mi vista, caminando hacia el otro extremo del tren, justo donde estaba
una de las puertas.
Mi corazón martilleaba en mi pecho, golpeando contra mi caja torácica, como
si intentara llegar hasta él. Me llevé las manos a las mejillas encendidas, odiando el
efecto que tenía en mí, y sólo podía esperar que no volviera a ocurrir. Nunca lo había
hecho, así que ¿por qué coño tenía que pasar ahora?
No era alemán, eso era obvio a juzgar por su acento, y odiaba admitir que
quería saber quién era. Necesitaba saberlo más de lo que necesitaba respirar y, en
cuanto esos pensamientos empezaron a rondar por mi cabeza, los aplasté,
negándome a que mi atención se dirigiera en una dirección que no debía.
—Espabila, Vega —grité para mis adentros mientras me levantaba, recogía mi
largo abrigo de cuero negro y me lo ponía. Seguí con mi mochila y mi pequeña
maleta, dirigiéndome hacia las puertas más cercanas a mí, en dirección opuesta a la
del desconocido, dispuesta a olvidarme de todo este calvario.
Estaba cansada, debía de ser eso. No había dormido bien en veinticuatro horas,
después de haber pasado más de diez horas en el aire, primero volando desde el
pequeño aeropuerto donde se encontraba nuestro centro de mando en Boston y luego
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a Frankfurt, sólo para pasar cinco horas más en el tren en dirección a Munich. No
ayudó el hecho de que, al parecer, todo el mundo y su madre habían decidido estar
también en la estación de tren cuando yo llegara, y no me gustó nada que el tren a
Wolfhöle se retrasara más de media hora.
Así que estaba de mal humor, hambrienta, cansada, y atribuí mi experiencia
extracorpórea a todas esas cosas. En cuanto me diera una ducha y durmiera bien,
estaba segura de que estaría como nueva y lista para enfrentarme a este puto trabajo
una última vez.
Pero mientras estaba en la puerta, esperando a que el tren se detuviera por
completo, no pude evitar mirar hacia el otro lado, sólo para verlo de nuevo,
mirándome fijamente.
5
VEGA
EN EL MOMENTO EN QUE pisé el andén del tren, una fría ráfaga de viento me golpeó
desde la izquierda y la derecha, despertándome de cualquier jodida alucinación por
la que estuviera pasando, recordándome por qué estaba aquí. Cuál era mi misión, y
que ningún tipo, bueno o no, se entrometería en mi vida. 42
Me prometí a mí misma hace mucho tiempo que ningún hombre tendría ese
tipo de poder sobre mí, nunca más. Ya era suficiente con que Heinrich controlara la
mayoría de los aspectos de mi vida, no necesitaba otro cabrón que me jodiera. Tal
vez fueran los problemas con mi padre, tal vez fueran los problemas con mi madre,
pero fuera lo que fuera, no podía confiar en ningún hombre. A menudo sólo pensaban
en sí mismos, y había visto muchas veces lo buenos que eran ocultando su verdadero
yo.
Yo al menos sabía que era un monstruo y nunca lo oculté a los que me
rodeaban, pero ellos... Oh, hombre. Eran maestros fingiendo, haciéndote confiar en
ellos, haciéndote sentir que podías contar con ellos, sólo para que el acto de
desaparición surtiera efecto, o incluso peor, para que te destruyeran mental y
físicamente.
Así que, en lugar de buscar al desconocido, empujé su recuerdo a esa cajita
negra donde vivía todo lo que no quería que recordara, y cerré la tapa, echándole el
cerrojo permanente, antes de ponerme en marcha hacia la salida, donde se dirigía la
mayoría de la gente.
Noté nieve en las montañas mientras viajábamos de Múnich a Wolfhöle, pero
no estaba preparada para la vista frente a la estación de tren.
Una montaña cubierta de nieve se cernía sobre la ciudad, envolviéndola en
sombras junto con el bosque siempre verde que envolvía la zona. El aire olía a lluvia
y las copas de los árboles bailaban al compás del viento.
Era... hermoso.
Hojas rojas, amarillas, naranjas y verdes creaban un lienzo perfecto, rodeando
el pueblo, y mis ojos no dejaban de recorrerlo, fijándose en los rastros de niebla que
se colaban entre los árboles al descender de la montaña. Los relámpagos iluminaban
el cielo mientras todos a mi alrededor corrían hacia sus destinos, pero yo me quedé
inmóvil, contemplando la belleza de la naturaleza que me rodeaba.
A medias esperaba ver la Academia desde aquí, pero Wolfhöle era una ciudad
grande, eso lo sabía, y comprendí que la Academia estaba al otro lado, justo encima
del enorme lago.
Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre mi cara, haciéndome cerrar los ojos
mientras aspiraba profundamente la tormenta que se desencadenaba en el cielo, y en
lugar de correr hacia la calle donde sabía que me esperaba mi chófer, me di unos
segundos para disfrutar de la quietud. No tenía tiempo para estarme quieta con el
trabajo que hacía, y aunque al principio era estimulante, se volvía agotador
demasiado rápido, y el constante movimiento, la acción constante, hacía mella en mi
alma mucho más que en mi cuerpo, que era una de las razones por las que necesitaba
un descanso. 43
Necesitaba alejarme de este puto mundo antes de que consumiera por
completo lo poco de alma que me quedaba.
—¿Señorita Vega? —Una voz masculina me hizo abrir los ojos, sacudiéndome
las gotas de lluvia que tenía pegadas a las pestañas. Lo primero en lo que me fijé fue
en sus amables ojos marrones, rodeados por las líneas del tiempo, que me indicaban
que había vivido. Su chaqueta de traje gris era visible bajo el abrigo marrón que
llevaba, cubierto de restos de la lluvia, y sólo pude suponer que el paraguas que
llevaba en la mano no había hecho realmente su trabajo protegiéndolo de esta
tormenta.
—Sí —respondí—. Esa soy yo. Tú debes de ser Elías. —Le sonreí y extendí el
brazo para estrecharle la mano, que aceptó casi de inmediato. Era de mi estatura y
casi me recordaba a Diego, uno de nuestros agentes que llevaba en la Schatten más
tiempo del que yo había vivido. A menudo era la figura paterna que muchos de
nosotros necesitábamos, y su comportamiento, su naturaleza amable, era casi igual a
la de Elias—. Encantada de conocerte. Siento mucho haberte hecho esperar —dije en
alemán, sorprendiéndolo, a juzgar por el levantamiento de sus cejas cuando hablé.
—No, en absoluto. —Sonrió—. Llegué hace media hora, pero supuse que el tren
llegaría tarde. Casi siempre lo hacen. —Agarró mi maleta antes de que pudiera
protestar, y en cuestión de segundos nos cubrió a los dos con el paraguas—. Vamos.
Deberíamos ponernos en marcha. Dicen que esta noche habrá tormenta y no querrás
que te atrape fuera.
Si él lo decía, pero había algo especial en cada tormenta. Una libertad en la
forma en que la naturaleza se rebelaba contra nosotros, lavando los pecados que
cubrían nuestro mundo, y si no hubiera sido por Elias, habría estado aquí de pie
mucho más tiempo, sintiendo la lluvia sobre mi piel.
—Por aquí —me dijo, guiándome hacia el Audi negro estacionado en la acera
entre otros dos autos—. No quería que caminaras demasiado —añadió, abriéndome
la puerta—. Sé que debes estar cansada del viaje.
No tenía ni idea, pero en lugar de contestar me senté dentro del auto, mientras
él cargaba mi maleta en el maletero, y a los pocos minutos estaba abriendo la puerta
del lado del conductor, subiendo.
—Allá vamos. —Se estremeció—. Hoy hace bastante frío. Espero que lleves
algo de ropa de abrigo, señorita Vega —murmuró, encendiendo el contacto—. Los
inviernos alemanes son duros si no sabes lo que te espera. —¿Y no era la gente igual?
pensé—. ¿Le parece bien la temperatura? —preguntó, poniendo el auto en marcha y
alejándonos de la estación.
—Está perfecto, Elias. —Y lo estaba. Por mucho que me gustara la lluvia y
quedarme allí de pie mientras caía sobre mí, seguía siendo sólo un humano y el frío
que me calaba hasta los huesos después de estas pequeñas acrobacias mías no era
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precisamente cómodo.
Pero los asientos estaban calefactados, lo que ayudaba a mitigar el frío que me
recorría el cuerpo, y me acurruqué más en el mullido cuero, dejando que me
envolviera.
—¿Es la primera vez que viene a Alemania? —preguntó, con la voz apenas más
alta que la suave voz de una mujer que cantaba por la radio.
—No lo es —respondí con sinceridad—. Pero es mi primera vez en Wolfhöle —
mentí, porque nunca se sabía quién podía escuchar y quién trabajaba encubierto para
uno de nuestros enemigos. Si quería vender esta historia de ser un soldado ruso, tenía
que hacerlo bien.
—Esto te va a encantar. Puede que sea más pequeña que esas grandes
ciudades, pero tiene su encanto. Y la gente también es agradable. Si buscas algo que
hacer, deberías visitar la Ciudad Vieja. No está muy lejos de la Academia.
—¿En serio? —Una cosa que mucha gente no sabía de mí era que me encantaba
la historia. La arquitectura, las historias, el hecho de que hubiera siglos a nuestras
espaldas y siempre hubiera algo nuevo que pudiéramos aprender—. ¿Es una ciudad
antigua?
—Ah, sí. —Asintió—. Algunos dicen que existía desde el Imperio Romano, y
que adquirió gran importancia cuando los alemanes tomaron el poder tras la caída
del Imperio. Su posición definitivamente le dio una ventaja contra los ataques.
—Ya lo creo —murmuré, mirando las casas y edificios que pasaban, de aspecto
gris por las nubes que se cernían sobre Wolfhöle—. ¿Trabajas para la Academia o...?
—Oh, no, no —se rió entre dientes—. Contratan a los conductores de nuestra
empresa siempre que nos necesitan. La Academia, bueno... —Sonrió
nerviosamente—. La gente de allí no se relaciona demasiado con el resto de los que
estamos aquí abajo.
Fruncí el ceño. —¿Y eso por qué?
—Hay muchas historias en torno a ese lugar, Srta. Vega. Muchos misterios que
se remontan a la Edad Media, y algunos de los lugareños dicen que el propio edificio
fue maldecido en el momento en que fue regalado a Heinrich der Löwe.
—¿Pero no fue primero una iglesia? —Eso ya lo sabía.
—Sí. —Asintió—. Pero las desapariciones y suicidios llevaron a la gente a
cerrarla. Hasta que, por supuesto, se reabrió como academia después de la Segunda
Guerra Mundial. —Si sólo supiera qué tipo de academia era—. No lo sé. —Se encogió
de hombros—. No quiero asustarte, porque personalmente no creo en la mayoría de
esas historias, pero hace un par de años un joven saltó desde el acantilado donde está 45
la Academia, muriendo en el lago Valenheim en el momento en que su cuerpo
conectó con el agua, así que han empezado a correr rumores de que la maldición ha
vuelto.
—La maldición. —Me reí entre dientes. Yo no creía en maldiciones. Pero sí
creía en la energía negativa, y teniendo en cuenta que Europa tenía una historia
sangrienta, especialmente en esta zona, no me sorprendía que la gente creyera en
eso. Pero era bonito, en cierto modo—. ¿Significa eso que yo también soy uno de los
malditos ahora que voy a asistir a la Academia?
Me miró por el retrovisor sin un ápice de alegría y me contestó sombríamente:
—Sólo si tú quieres.
No lo dijo como una amenaza, ni de una mala manera que me hiciera
prepararme para atacar, pero aquellas palabras... encerraban más verdad de la que
quería admitir, y los dos últimos meses me había preguntado lo mismo: ¿estaba
realmente maldita, o me había dejado maldecir?
Me culpaba de muchas cosas, y una de ellas era el hecho de no haberme dado
cuenta de que los monstruos no sólo vivían fuera de las puertas del centro de mando:
estaban dentro. Eran nuestros jefes, nuestros amigos, y yo había pasado años
viviendo con ellos, convirtiéndome en uno de ellos, porque no lo sabía. Sólo era una
niña que quería una familia, alguien que me quisiera, pero allí no había amor y en el
momento en que ese pensamiento se materializó en mi cerebro, supe que tenía que
salir.
Sólo tenía que ser inteligente.
—¿Cuánto falta para llegar a la Academia? —pregunté, interrumpiendo el
silencio que reinaba entre nosotros.
—Sólo unos veinte minutos —respondió Elías—. Mira —señaló a la derecha—,
ese es el lago Valenheim.
Giré la cabeza para verlo y coincidí con los comentarios que había visto en
Internet: las fotos no hacían justicia a su verdadera belleza. Se extendía por el centro
de la ciudad, tocando las orillas donde una miríada de casitas se erguían orgullosas,
y aunque el tiempo nublado no amplificaba precisamente su belleza, solo podía
imaginar cómo sería durante el verano.
—Ahora no se ve, pero su color no se parece a nada que haya visto antes. Es
casi verde durante el verano, con bastantes barquitos dando vueltas, llevando a los
turistas de un lado a otro de la ciudad.
Tenía tantas palabras en la punta de la lengua, pero no me salía ninguna.
Estaba, a falta de una palabra mejor, hipnotizada. Había estado en muchos lugares
del mundo, pero ninguno se había acercado a la belleza de éste.
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—Hay una vieja historia relacionada con el lago.
—Cuéntame —murmuré, con los ojos clavados en el lago por el que pasábamos
lentamente.
—Los lugareños lo llaman el Lago de las Lágrimas. —Se rió—. Dicen que una
ninfa llamada Araetha vivió aquí hace muchos, muchos años, y se enamoró de un
hombre humano que era soldado en la guerra. Pensaron que podían desafiar al
mundo y permanecer juntos, pero los aldeanos tenían ideas diferentes y lo mataron,
destruyendo su felicidad. —Se me cerró la garganta—. Araetha lloró hasta morir,
lamentando la pérdida del hombre que amaba, y antes de que los viejos dioses la
trajeran ante ellos, gota a gota, esas lágrimas se convirtieron en un lago, inundando
la aldea y destruyendo todas sus cosechas. Fue su venganza contra ellos.
—Jesús —murmuré.
—Lo sé, ¿verdad? Es una historia fascinante, pero presumo que se supone que
debe servir como una especie de recordatorio para no entrometerse en la vida de los
demás y simplemente dejarlos vivir y amar.
Esa era una forma de verlo, pero no era lo que yo entendía de esa historia.
La pena era una herramienta poderosa que podía usarse tanto para el bien
como para el mal, y la ninfa la usaba para vengarse de aquellos que la habían
agraviado. Eso era con lo que podía identificarme.
EL CIELO SE OSCURECIÓ EN EL momento en que empezamos a subir la montaña,
mientras la expectación crecía lentamente en mi interior, sabiendo que pronto
llegaríamos a las puertas de la Academia.
Elías se calló poco después de explicarme dónde estaba el mejor restaurante
de la ciudad, y probablemente fue culpa mía. No me apetecía charlar con él mientras
el cansancio se apoderaba de mí poco a poco. Podía pasar largos periodos de tiempo
sin dormir, pero ahora me estaba forzando, y no ayudaba el hecho de que las últimas
semanas ya habían sido de lo más ajetreadas.
No podía ver los árboles por los que pasábamos, pero sabía que estábamos en
lo más profundo del bosque de hoja perenne que había visto desde la estación de
tren. Con la falta de luz exterior, no podía ver exactamente la carretera ni nada en
47
ella. Al principio me quejé cuando Alena me dijo que habría un conductor
esperándome, porque quería enviar mi moto a Alemania, pero ahora daba gracias
por haber cedido y aceptado la oferta de que me llevara otra persona.
No había forma de que pudiera hacerlo sin estrellarme en algún sitio, por no
mencionar que la lluvia constante que nos seguía desde la ciudad habría hecho aún
más imposible subir la montaña conduciendo.
La presión aumentaba en mis oídos cuanto más subíamos por la montaña.
Odiaba que eso ocurriera, pero cada vez que reventaba la presión sentía que podía
oírlo todo diez veces mejor.
—Mire, señorita Vega —dijo Elías señalando algo que tenía delante. Me
impulsé hacia el centro del asiento trasero, mirando fijamente las puertas iluminadas
no muy lejos de nosotros, entrecerrando los ojos para verlas mejor mientras luchaba
contra el cansancio—. Eso es la Academia.
Cuanto más nos acercábamos, más podía ver la monstruosidad que era.
Las altas torres de estilo gótico asomaban en el horizonte, iluminadas, mientras
que el resto del edificio estaba envuelto en la oscuridad, oculto por los árboles que
se alineaban detrás de las altas puertas de hierro, custodiadas por gárgolas en cada
uno de los pilares, que nos miraban fijamente a medida que nos acercábamos.
Una pequeña cabaña se alzaba a un lado, justo detrás de las puertas, y cuando
Elias redujo la velocidad del auto deteniéndose frente a ellas, un guardia vestido con
equipo de combate se acercó al auto por el lado de Elias, inclinándose mientras éste
bajaba la ventanilla.
—Buenas noches —saluda el guardia con un acento muy marcado, sus ojos
pasan por Elias y luego por mí—. ¿Cuál es su asunto aquí?
—Srta. Vega Konstantinova —dijo Elías, con la voz más temblorosa que antes—
. Empieza hoy.
Los ojos azules del guardia se posaron de nuevo en mí, examinándome de la
cabeza a, bueno, la cintura, ya que no podía ver el resto de mi cuerpo. —
¿Identificación? —preguntó, metiendo la mano por la ventana abierta.
Saqué la cartera de mi mochila, saqué mi pasaporte y se lo entregué,
esperando a ver su reacción. Su rostro permaneció inexpresivo mientras se alejaba
del auto, caminando hacia la cabaña de la que había salido, probablemente
comprobando si yo debía estar aquí.
—Esto es raro —murmuró Elías—. Normalmente nos dejan pasar.
—Eh. —Me encogí de hombros—. Tienen que comprobarlo todo, supongo.
En cuanto las palabras salieron de mi boca, el guardia regresó con mi 48
pasaporte en la mano y me lo entregó en cuanto se acercó al auto. —Puede entrar.
Directamente al edificio de la administración. —Le dijo esto último a Elias, y supuse
que ya sabía adónde tenía que ir—. Buenas noches.
Elías aún parecía agitado cuando empezaron a abrirse las puertas, y yo no
podía apartar la vista de las gárgolas encaramadas sobre nosotros, mirándonos con
sus ojillos brillantes, como si estuvieran siguiendo cada uno de nuestros movimientos.
En cuanto cruzamos la puerta, torcí el cuello y vi que el guardia miraba en nuestra
dirección, siguiendo nuestros movimientos, y me pregunté si habría ocurrido algo
que los había vuelto tan cautelosos.
Su comportamiento hizo que se me erizara el vello de los brazos; no tenía ni
idea de dónde me iba a meter. Me dirigía directamente a la boca del lobo, y sabía lo
que pasaría si alguna vez descubrían que yo no era Vega Konstantinova, la hija de un
soldado raso de la mafia rusa, sino Vega Konstantinova, una asesina de Los Schatten.
Tenía claro que los Schatten y la familia Zylla no se llevaban precisamente bien,
y el hecho de que yo estuviera aquí, lejos de nuestros aliados, no ayudaba en absoluto
a calmar los nervios que iban aflorando poco a poco. Si a eso le añadíamos el hecho
de que nunca había tenido la oportunidad de ir a la escuela con otras personas de mi
edad, sabía que esto no iba a ser tan fácil como pensaba en un principio.
Mi plan de entrar y salir lo más rápido posible probablemente se vendría
abajo, y cuanto más nos adentrábamos en la finca donde estaba la Academia de San
Vasili, más me replanteaba todas mis opciones vitales. Entendía por qué había
elegido hacer esto, por Tyler, por mí, por mi futuro, pero no esperaba que me
resultara tan pesado.
Un trueno rugió sobre la montaña y, antes de que pudiera preguntarle a Elías
cuánto tardaría, estaba girando a la derecha por el camino de grava, sacándonos del
espeso bosque que obviamente rodeaba la Academia y justo delante de un edificio
de aspecto moderno. Me giré en mi asiento y lo vi entonces: el viejo edificio que había
visto en las fotos de internet y las torres que había visto hacía unos minutos estaban
ahora detrás de nosotros, lo que también significaba que tenían varios edificios en la
propiedad.
Elias apagó el motor, y la horrible sensación que había ido creciendo
lentamente en mis entrañas desde que pasamos la verja se hizo un ovillo y se alojó en
mi garganta. Pero, al igual que con todo lo demás, me tragué el pánico que
amenazaba con estallar y me dibujé una sonrisa falsa en la cara.
Abrí la boca, las palabras estaban a punto de salir, pero Elías se me adelantó.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto, señorita Vega? —Mis ojos se abrieron de
par en par, y si no fuera por la preocupación en su voz habría pensado que sabía algo
que yo ignoraba—. Este lugar —negó con la cabeza—, siempre me dejaba ese sabor
agrio en la boca, pero nunca así.
49
—¿Qué quieres decir? —pregunté, procurando mantener la voz uniforme.
—Hay, eh, rumores. —Ah, ya estamos otra vez—. No tengo ni idea de qué tipo
de academia es ésta, ya que la admisión es sólo por invitación al parecer, pero
últimamente se hablaba en el pueblo de que algo siniestro vivía en este acantilado.
Algo maligno, y mi amigo de la oficina del forense de la ciudad me dijo el otro día
que había varias personas desaparecidas que fueron de excursión a la montaña. Cree
que tiene algo que ver con este lugar.
Me entraron ganas de reír, de verdad, pero también comprendí su
preocupación. Este lugar no desprendía precisamente sentimientos cálidos y difusos,
y sólo podía imaginar todas las historias que la gente debía de haber creado a lo largo
de los años para intentar explicarlo.
—No te preocupes, Elías —le dije, apretándole el bíceps—. Ya soy mayorcita.
Puedo cuidarme sola.
Respiró hondo y se volvió lentamente hacia mí. —Mira, voy a darte mi número.
No suelo hacer esto, pero si alguna vez me necesitas, puedes llamarme y vendré a
recogerte. —Sacó una tarjeta de visita blanca y me la entregó con mano temblorosa—
. Llámame cuando quieras, señorita Vega. —Se me cerró la garganta, porque no
estaba acostumbrada a esto.
Siempre desconfié de la amabilidad humana, porque a menudo significaba que
querían algo de mí. Aquellos primeros meses en el orfanato aprendí por las malas
que no había que fiarse de la gente, por muy amables que parecieran. Lo aprendí por
las malas cuando me ataron a aquella mesa, me quitaron mis opciones y me
esterilizaron cuando sólo tenía siete años.
Pero en lugar de cuestionar este simple gesto de un hombre al que
probablemente no volvería a ver, le quité la tarjeta, aunque sólo fuera para aliviar su
preocupación.
—Estaré bien, Elías —añadí por si acaso, pero cuando la luz iluminó la fachada
del edificio de administración, revelando a un hombre alto de pie delante, no estaba
muy segura de creérmelo.

50
6
VEGA
FUI LA PRIMERA en abrir la puerta, seguida poco después por Elías, que
corrió a mi lado con un paraguas, pero yo ya no me centraba en él.
El hombre que vi frente al edificio de la administración caminó lentamente 51
hacia nosotros, cruzando la acera con un paraguas abierto y otro en la mano. Me
quedé helada, esperando a que llegara hasta nosotros, incapaz de concentrarme en
otra cosa.
Cuanto más se acercaba, más podía verle la cara. Sus largas piernas se
comieron la distancia que nos separaba en cuestión de segundos y, antes de que
pudiera pestañear siquiera, estaba de pie frente a nosotros, con sus ojos oscuros
recorriéndome de pies a cabeza, provocándome escalofríos en la piel que nada
tenían que ver con el aire frío que nos rodeaba.
Conocía a hombres como él de toda la vida, los depredadores, los que hay que
temer, y en cuanto habló supe exactamente quién era.
—¿Vega Konstantinova? —preguntó, ganándose una pequeña inclinación de
cabeza por mi parte—. Soy Andries Jansen, decano de la Academia de San Vasili. —
Miró a Elías, que seguía de pie junto a mí, pero yo me adelanté, dejándome llevar por
mis instintos. Elías era un extraño en nuestro mundo, y Andries... Bueno, su reputación
le precedía, y no en el buen sentido.
Puede que ahora tuviera unos cincuenta años, pero todos habíamos oído
historias sobre el hombre que había acabado él solo con todo el linaje de la familia
Quinn, que solía dominar los bajos fondos de Londres hacía más de veinte años. La
gente solía bromear diciendo que era el mismísimo Satanás, la oscuridad a la que
todos deberíamos temer, y por la forma en que aquellos ojos fríos me miraban,
entendí por qué.
—Encantada de conocerle —respondí, estrechando su mano rápidamente. Oí
que Elías se dirigía a la parte trasera del auto, abría el maletero y me llevaba la
maleta—. Gracias, Elías.
—¿Hay algo...? —Elías empezó a hablar, cuando Andries le interrumpió.
—Eso es todo, Elias. Gracias por tus servicios. —Elías me miró fijamente,
asintiendo una vez como si intentara decirme algo, pero en lugar de decir nada me
limité a sonreír, deseando que nunca tuviera que volver aquí, y menos por mí—.
Vega. —Andries desvió mi atención del auto—. Sígueme, por favor. Ya es bastante
tarde y seguro que querrás comer algo e irte a dormir. El viaje hasta aquí no es
precisamente agradable. —No me digas—. Toma —empujó hacia mí el paraguas
extra que tenía—, esto es para ti.
En cuanto le quité el paraguas, empezó a caminar hacia la entrada del edificio,
sin importarle si le seguía o no. Quiero decir, no es que tuviera elección, pero
hombre, me estaba haciendo enfadar.
Mi mano se enredó en el asa de la maleta justo cuando Elias encendió el
contacto del auto, y antes de que mi parte más sensata pudiera convencerme de que
no siguiera a Andries, empecé a andar, abriendo el paraguas a medida que avanzaba.
No es que fuera a cambiar nada.
52
El viento no dejaba de abofetearme con su lluvia y tenía la sensación de que ya
estaba empapada a pesar de haber pasado apenas unos segundos allí de pie y sin
paraguas.
El sonido de las ruedas de mi maleta se abrió paso entre la cacofonía de ruidos
creada por el viento, y antes de que pudiera atravesar las puertas por las que se fue
Andries, una sensación familiar se deslizó por mi cuello, alojándose en lo más
profundo de la base de mi cráneo.
Alguien me observaba.
Me quedé allí, inmóvil, antes de darme la vuelta lentamente y mirar al oscuro
bosque que teníamos detrás.
No había nada allí, nada visible al menos, pero cuanto más tiempo permanecía
frente a la escuela, más difícil me resultaba deshacerme de la incómoda sensación
que sentía en el estómago. Era lo mismo que... que cuando aquel desconocido me
miró, pero mientras sus ojos me hacían sentir que me quemaba por dentro, ahora
sentía que debía huir y no mirar atrás.
—¡Srta. Konstantinova! —La voz de Andries retumbó detrás de mí—. Si no le
importa. —Me giré para verlo en la entrada del edificio—. No tenemos toda la noche.
Puedes comprobar tus alrededores mañana o, diablos, cualquier otro día, pero no
esta noche. —Alguien estaba definitivamente de mal humor, pero mantuve la boca
cerrada. No tenía sentido empezar esto con una pelea con el decano, y, además, ¿qué
se suponía que debía decir? ¿Que sentía que alguien me observaba?
No iba a volar, eso estaba claro.
—Lo siento —murmuré, odiando la palabra en el momento en que salió de mis
labios, y me impulsé hacia delante, moviéndome justo a su lado y hacia el cálido
vestíbulo—. Supongo que estoy más cansada de lo que pensaba.
Resopló, poniendo los ojos en blanco como un puto niño, pero no dijo ni una
palabra más antes de empezar a subir la enorme escalera situada en el centro del
vestíbulo. De las paredes colgaban carteles que indicaban dónde estaban los
despachos con los nombres de personas que aún no conocía, pero tenía la sensación
de que aquí residía la mayor parte del profesorado y del personal.
Andries subió corriendo las escaleras y yo miré el paraguas empapado que
tenía en la mano. Bueno, si era capaz de portarse como un cretino nada más llegar,
supongo que no le importaría que mojara el suelo. Dejé caer el paraguas al suelo y
empecé a subir las escaleras con mi maletita en la mano, pero por mucho que
intentaba concentrarme en seguir la historia que Alena y Heinrich habían inventado
para mí, no podía deshacerme de la espeluznante sensación que se instalaba en mis 53
entrañas, porque ahí fuera, sin duda, alguien me estaba observando.

ANDRIES NO APARECÍA POR NINGUNA PARTE cuando subí las escaleras y agradecí que
las mismas señales que había en las paredes del piso de abajo existieran también
aquí arriba. Siguiéndolas, pude encontrar su despacho en cuestión de minutos, pero
a juzgar por la dura mirada que me dirigió en cuanto entré en la habitación blanca,
aún era demasiado tarde.
—No me gustan las tardanzas, Sra. Konstantinova —dijo, abriendo un
expediente que tenía delante—. Y le agradecería que moderara ese pequeño rasgo
suyo. —La mano se me crispó en el costado, el impulso de sacar la daga que llevaba
atada al muslo más fuerte que nunca.
Pero las palabras de Alena resonaron en mi cabeza, y en lugar de atacar, que
era siempre mi primer instinto, lo rechacé, asintiendo con la cabeza mientras cerraba
la puerta tras de mí. —No volverá a ocurrir, señor Andries.
—Jansen —murmuró—. Puedes llamarme Decano Jansen. Toma asiento. —
Señaló los dos mullidos sillones que había frente a su mesa y, sin decir nada más, dejé
la maleta junto a la puerta y me dirigí hacia ellos—. Te esperábamos hace horas, pero
supongo que esto también está bien. Mañana empiezan las clases, así que lo haré
rápido. Uno de los estudiantes vendrá a llevarte a tu dormitorio, y si tienes alguna
duda puedes preguntarle. Por desgracia, te perdiste la asamblea general que tuvimos
hace dos días, el viernes, pero estoy seguro de que te las arreglarás. —Una sonrisa
como la de una serpiente se dibujó en su rostro, y tuve la sensación de que era uno
de los esnobs que pensaban que sólo las personas que pertenecían a familias
importantes debían estar aquí.
Él mismo pertenecía a una de esas familias importantes, así que no me
sorprendió que me recibiera con tanta frialdad.
—No se preocupe, decano Jansen. —Yo también sonreí, cruzando las piernas
mientras me relajaba en la silla—. Soy bastante ingeniosa. Estoy segura de que podré
resolver las cosas incluso sin la asamblea general.
Mis palabras le irritaron y entrecerró ligeramente los ojos mientras repasaba
los documentos que tenía delante, pero no dijo nada más.
Lo cual me pareció bien. Después de este viaje no quería escuchar a otro hijo
de puta con derechos que pensaba que el sol brillaba en su culo.
Casi podía sentir el agua caliente en la piel cuando me duchara y, como si nada, 54
mi estómago rugió, recordándome que una ducha no era lo único que necesitaba.
Andries me miró con una ceja arqueada, y con cada segundo que pasaba
empecé a darme cuenta de por qué ese hombre no le caía bien a nadie. No me
malinterpreten: no me llevaba precisamente bien con mucha gente, pero Andries
Jansen superaba oficialmente incluso mi nivel de antipatía.
—Aquí encontrarás toda la información sobre la Academia y tus clases —me
dijo, entregándome lo que parecía un cuadernillo con la cubierta negra y el emblema
dorado de la Academia—. La primera clase empieza a las siete de la mañana —me
dijo, casi esperando a que me quejara por tener que levantarme tan temprano.
Pero la broma era para él: casi nunca dormía hasta tarde, así que despertarse
a tiempo para las clases no sería un problema.
—La cafetería está abierta las veinticuatro horas y, cuando acabemos aquí, te
llevarán allí a comer. Si tienen alguna pregunta o duda, tu encargado de planta podrá
ayudarte con ellas. Encontrarás toda la información necesaria al respecto también
dentro.
—Impresionante —murmuré, tomando el libro en mis manos.
Sentí sus ojos clavados en mi cara mientras hojeaba las páginas que contenían
la historia de la Academia, la ubicación del edificio administrativo, los dormitorios, el
foso de combate y el edificio principal del campus, y justo cuando pensaba que se
callaría la boca, empezó a hablar.
—Sabes —murmuró, reclinándose en su silla—, es bastante curioso que dejen
asistir a este lugar a alguien como tú. —Le miré, con una ceja arqueada, y recé a todo
lo sagrado para que no volviera a decir una idiotez—. No tienes precisamente
experiencia. —Casi me eché a reír—. Acabas de empezar con tu padre y, sin
embargo, estás aquí. ¿Por qué?
—No lo sé —me encogí de hombros, sonriendo con satisfacción—. Tal vez
tengo un talento natural.
—Lo dudo mucho —murmuró, enderezándose—. Mira, voy a ser franco contigo
Srta. Konstantinova. —Y aquí vamos—. Me tomo mi trabajo en serio, y la gente que
viene aquí, se toma sus obligaciones aún más en serio, por eso esta institución ha
podido resistir el paso del tiempo y toda la política que ensucia nuestro mundo. No
permitiré que nadie destruya lo que hemos construido con tanto esmero.
—¿Me está amenazando, decano Jansen? —Sonreí dulcemente, apoyando los
codos en el escritorio. Puede que diera miedo en su época, pero debería haber
sabido que no debía subestimar a nadie, y menos a mí. Podía entender que lo
intentara, dado que no tenía ni idea de lo que yo era capaz, pero ese era el error que
cometía mucha gente cuando me conocía.
Ese fue el error que cometió Christian Michaels cuando me recogió en la calle
55
hace nueve años, pensando que podría utilizarme igual que utilizó a todos esos otros
chicos que habían desaparecido. Pero la broma, como siempre, fue para él.
Fue mi primera misión.
Mi primer asesinato.
Había momentos después de mis tareas en los que me sentía culpable por la
vida perdida y por este juego al que jugaba, pero nunca sentí remordimientos por la
muerte de ese hombre. Ese maldito depredador.
Andries Balbuceó, sorprendido por mi repentino cambio de comportamiento.
Las palabras de Alena eran bienintencionadas, pero no me ayudarían a sobrevivir en
este mundo.
—Escuche. —Me reí entre dientes, mirando los archivos que había repartido,
la mayoría sobre mí y mi herencia—. No me conoces, Andries.
—Es...
—No. —Sacudí la cabeza, interrumpiéndole—. Te llamas como me dé la maldita
gana, lo entiendes, ¿verdad? —Lo miré directamente a los ojos, quitando lentamente
la sonrisa de mi cara—. Puede que creas que me conoces. Puede que creas que un
vistazo a esos papelitos que tienes delante te va a dar la imagen completa de quién
soy y de lo que soy capaz, pero puedo decirte ahora —me incliné sobre la mesa,
poniéndome de pie, bajando el tono de mi voz— que soy capaz de cosas con las que
tú sólo podrías soñar, viejo. —Sus ojos se abrieron de par en par, y supuse que no
mucha gente le hablaba así.
Diablos, me aterrorizaba estar aquí, porque no quería meter la pata, pero más
aún, no quería defraudar a Tyler. Entonces este idiota delante de mí tuvo que ir y abrir
su bocota snob, enojándome cuando ya estaba cansada y de mal humor.
Pero no dejaría que nadie, y menos un hombre desaliñado y patético, me
hablara así. Juzgándome antes de conocerme, sólo porque no tengo un apellido
elegante.
—Sabes mejor que nadie que subestimar a tu oponente sólo podría traerles a
ambos un mundo de dolor y una muerte lenta y agonizante.
—¿Me estás amenazando? —preguntó, sorprendido.
—¿Yo? —Fingí inocencia, echándome hacia atrás en la silla—. Yo nunca lo
haría, decano Jansen. Sólo estoy aquí para aprender, para poder ayudar a mi padre y
formar parte por fin de su mundo.
Pero esa mirada calculadora en sus ojos me decía que no creía ni una sola 56
palabra de lo que acababa de salir de mi boca. Quiero decir, ¿por qué Alena y
Heinrich iban a hacer creer que yo no tenía experiencia? Llevaba entrenándome para
esto desde los siete años, mucho más que la mayoría de los presentes, y sería obvio
en cuanto empezáramos con las clases de combate. Si su objetivo era hacerme
parecer inocente y delicada, entonces se habían equivocado de chica, pero bueno,
supongo que ese plan se había esfumado, porque estaba bastante segura de que las
princesitas mansas y delicadas no hablaban así.
—Ahora. —Aplaudí, sonriendo alegremente—. ¿Tienes algo que deba firmar,
o...?
—Eh, sí —respondió escéptico, mirándome como si me viera por primera vez.
Sinceramente, en la foto que habían adjuntado a mi perfil, hecha con uno de sus
programas de lujo, parecía que vomitaba arco iris a diario. La sonrisa, el dulce brillo
de mis ojos, el pelo recogido hacia atrás sin el mechón blanco visible, definitivamente
no se parecía a mí. Para colmo, en esa foto llevaba una camisa rosa, y quizá por eso
Andries Jansen esperaba a alguien mucho menos, bueno, combativo.
Sacó tres papeles diferentes y los colocó delante de mí, explicándome qué era
cada uno de ellos, pero sus ojos no se apartaban de mí en ningún momento. A
diferencia de antes, ahora estaba siendo cuidadoso, y yo esperaba no haber
descubierto ya mi tapadera. Si lo había hecho, tanto Heinrich como Alena me
matarían.
A menos que alguien de la Academia me matara antes de que ellos pudieran.
—Firma aquí. —Señaló el campo en blanco al final del documento en el que se
explicaba que yo comprendía los riesgos y aceptaba participar en todas y cada una
de las actividades aquí en la Academia—. Y aquí. —Señaló otro papel que era una
copia de un contrato que yo ya había recibido. No se me permitía hablar de nada de
lo que ocurría aquí con nadie que no formara parte de la Academia, ni siquiera con
mis padres. Era casi cómico que quisieran mantener la apariencia de normalidad,
cuando este lugar era cualquier cosa menos eso.
Estaba rellenando los datos de contacto de emergencia, por si acaso, cuando
un suave golpe en la puerta desvió mi atención hacia la persona que estaba de pie en
la entrada.
—Ah, Yolanda. —Andries se levantó, rodeando la mesa para ir hacia ella—. Me
alegro mucho de verte. —Apuesto a que sí—. Pasa, pasa —dijo demasiado alegre, y
yo sonreí con satisfacción, feliz de saber que obviamente le aterrorizaba estar aquí
solo conmigo—. Ella es Vega Konstantinova —dijo señalándome. Dejé caer el
bolígrafo sobre el escritorio y me levanté, acercándome a donde él estaba en medio
de la habitación.
La chica que había llegado no podía ser mucho mayor que yo —tal vez de
veintiuno o veintidós— y mientras mi pelo negro y mi ropa negra junto con el ceño
57
permanentemente fruncido de mi cara gritaban que se mantuviera alejada de mí, su
sonrisa brillante, su pelo rubio y perfectamente atado y su ropa tan colorida que
parecía que un unicornio hubiera vomitado sobre ella, gritaban que quería ser amiga
de todo el mundo.
Y por suerte para mí, al parecer era la persona que me acompañaría a mi
dormitorio.
—Vega, te presento a Yolanda Engström —dijo con suavidad, y me pregunté
cómo era posible que nadie hubiera intentado matar a este hombre simplemente por
ser un imbécil—. Va a ser tu encargada de piso este año y, por suerte, también estás
en el mismo piso.
Antes de que pudiera decir nada, Yolanda chilló, abrazándome y
envolviéndome en un aroma a jazmín y algo más igual de dulce e igual de molesto. —
¡Es un placer conocerte! —Su voz ya me estaba molestando, y ni siquiera había
hablado bien todavía—. Me alegro mucho de que estés aquí —dijo emocionada,
mientras yo permanecía abrazada a ella, rígida como una estatua, esperando a que
terminara la tortura.
Yo no era exactamente... una persona mimosa. Odiaba que la gente me tocara,
a menos que realmente me gustaran. No me gustaban los extraños en mi espacio
personal, y esta chica no estaba sólo en mi espacio personal: un paso adelante y
formaría parte de mí.
—Creo que nos vamos a llevar muy bien —anunció mientras daba un paso
atrás, con las manos aun sujetando con fuerza mis hombros—. Es que me encantan tus
ojos —siguió parloteando—. Nunca había conocido a alguien con heterocromía. —
Supongo que una cosa que a la Schatten le disgustaba mucho de mi aspecto eran mis
ojos de distinto color. Con uno verde esmeralda y el otro marrón, no era tan olvidable
como les hubiera gustado, pero no era como si pudiera cambiarlo.
Luché contra el impulso de sacudírmela de encima, y no pasé por alto la forma
regocijada en que Andries me miraba. Estaba disfrutando de mi incomodidad y era
obvio.
—Bueno, damas, es tan agradable ver que se van a llevar bien. —Como si
nada—. Vega, ¿terminaste con la información de contacto de emergencia?
—Sí —respondí rígida, agradecida cuando Yolanda dio otro paso atrás,
esperando junto a la puerta.
—Perfecto. Este tiene tu llave y todas las tarjetas de acceso, así como la clave
Wi-Fi. —Puso un sobre negro en mi mano, y al menos agradecí que no tendría que
permanecer más tiempo en su compañía—. Bienvenida a la Academia de San Vasili, 58
Vega. —Sonrió, pero ambos sabíamos que su sonrisa era tan falsa como la mía.
—Gracias, Andries. —Sonreí cuando su mirada tronó—. Me alegro mucho de
estar aquí.
Y en cierto modo, me alegraba de estar aquí, aunque tuviera que escuchar cada
día la molesta voz de Yolanda y ver la cara de suficiencia de Andries. Me alegraba,
viendo que este era el primer paso que debía dar para cumplir mi promesa.
Averiguar qué le pasó a Tyler hace tantos años y conseguir por fin la venganza que
tanto había buscado.
7
VEGA
NECESITABA encontrar un botón de apagado para Yolanda, ya que no había
cerrado la boca desde el momento en que salimos del despacho del decano hasta
ahora, y el paseo que muy probablemente sólo había durado unos diez minutos más
o menos, parecía horas. 59
—...y entonces le dije, no puedes hacer una fiesta sólo porque es principio de
año. No está permitido. ¿Pero me escuchó? No. —Y así siguió y siguió, hasta el punto
en que yo ya no tenía ni idea de lo que estaba hablando. Y no quería saberlo.
Estaba demasiado ocupada absorbiendo las zonas por las que pasábamos,
pero no se me pasó por alto el hecho de que eludimos completamente el edificio
principal para ir a nuestro edificio de dormitorios.
La lluvia había cesado cuando salimos del edificio administrativo, pero el cielo
tormentoso seguía tronando sobre Wolfhöle, creando una sinfonía de ira con cada
nuevo estruendo. Era más fácil desconectar del resto del mundo y de mi parlanchina
nueva compañera y centrarme en lo que me rodeaba.
Odiaba sentirme paranoica, pero desde mi llegada esta misma tarde y esa
sensación de estar siendo observada, me mantuve alerta para ver si había algo fuera
de lo normal. Pero no notaba nada, y eso me enfadaba, maldición.
El olor a tierra fresca me envolvió como un viejo amigo, empujándome a las
turbias aguas de unos recuerdos que preferiría borrar por completo, pero borrarlos
significaba borrar las últimas partes de lo que realmente era, y no podía hacerlo. Me
negaba a hacerlo cuando ya había perdido tanto de mí misma. Los Schatten se
aseguraron de que los recuerdos que tenía de niña no eran más que producto de mi
imaginación, pero yo sabía la verdad.
Eran reales.
Vivían dentro de mí y, aunque puede que no fueran los mejores recuerdos que
un niño debería tener, me ataban a la realidad, al hecho de que una vez yo también
pertenecí a algún lugar.
Los cuervos graznaban en algún lugar a lo lejos, añadiéndose a la pequeña
montaña de emociones que subía lentamente en mi pecho, mientras luchaba contra
la corriente que intentaba hundirme. En eso se habían convertido los dos últimos
años: en una miseria interminable llena de olas violentas que me recordaban una y
otra vez que no estaba hecha para esta vida. Que sólo porque mi madre se convirtiera
en un monstruo, yo no tenía por qué serlo.
—Vega —la voz de Yolanda me sacó del oscuro abismo sobre el que me
encontraba, y por un momento agradecí aquella distracción. Dios sabía que no
necesitaba pensar en mi vida antes de que mi madre hiciera las maletas y nos
trasladara de Bosnia y Herzegovina a los Estados Unidos de América, tratando de
encontrar una vida mejor... o al menos eso era lo que ella decía. A medida que
pasaban los años, no podía evitar preguntarme qué había de verdad y qué había de
mentira en todo lo que me había contado, y cuántas de esas cosas me había imaginado
realmente—. ¿Estás bien? —preguntó Yolanda, con los ojos llenos de algo parecido a
la preocupación, pero yo sabía mejor que nadie que no debía fiarme ni de ella ni de 60
nadie.
—Estoy bien —murmuré, apretando con fuerza el asa de mi pequeña maleta—
. Sólo cansada. —Lo cual no era mentira, no exactamente.
Mi cuerpo se apagaba lentamente. Sentía como si alguien me hubiera puesto
pegamento en los párpados y cada paso era como si hubiera cruzado un par de
kilómetros, cuando sabía que no íbamos a caminar tanto.
—Ay, pobrecita —dijo Yolanda, su voz ocultando cualquier mala intención que
yo estuviera dispuesta a enfrentar en cuanto me lanzaran esta misión—. Quería
enseñarte algo, pero ahora que lo dices....
—¿Qué querías enseñarme? —Eso me despertó. Tal vez no debería haberlo
hecho. Tal vez quería mostrarme la maldita vista de la ciudad o algo así, pero algo en
su voz, algo en la forma en que sus ojos brillaron cuando dijo esas pocas palabras, me
dio curiosidad.
Miró a nuestro alrededor, como si estuviera comprobando si había alguien en
las inmediaciones, antes de acercarse a mí, poniéndonos una al lado de la otra. —De
acuerdo, probablemente no debería decirte esto ya que acabas de llegar.
—Yolanda —gemí—. Escúpelo o no lo hagas. Averiguaré lo que sea de una
forma u otra. —Sus ojos se abrieron de par en par en cuanto las palabras salieron de
mi boca, pero no tenía tiempo de endulzar nada. Quería salir de la Academia en
enero, y si hacerme amiga de más gente me garantizaba conocer al infame Adrian
Zylla, que así fuera.
Su expediente indicaba que era al menos cinco años mayor que yo, lo que me
hizo sentir aún más curiosidad por saber por qué tenía que estar en la Academia. La
mayoría de nosotros éramos adolescentes o veinteañeros. Los de su edad casi nunca
venían porque no lo necesitaban.
Por desgracia, la vaga información que tenía sobre la familia Zylla hacía que
este trabajo fuera mucho más difícil que los demás, pero me las arreglaría. Lo único
que sabía era que ya estaba aquí, en la academia, y que lo más probable era que nos
viéramos, pero eso era todo. Y quizá hacerme amiga de Yolanda no me vendría mal.
—Vamos, Yo. —Sonreí, poniendo todo mi empeño en que pareciera natural. No
recordaba la última vez que había sonreído porque sí, pero podía hacerlo. Era una
buena actriz, o al menos eso era lo que pensaban todos en la organización, y tal vez
ser una mariposa social me llevaría adonde quería estar—. Prometo que no se lo diré
a nadie. —Carecía de esa inclinación natural a mezclarme con la gente,
principalmente porque no me gustaba estar rodeada de desconocidos, entablar
conversaciones triviales y fingir que me divertía, pero años de observar a los demás
me habían enseñado a hacerlo si alguna vez lo necesitaba. Por supuesto, en ninguno
de mis trabajos anteriores había trabajado con gente de mi edad, por lo que tuve que 61
cambiar de táctica.
Me daba dos meses como máximo para conseguir la información que buscaba
Heinrich y deshacerme de mi objetivo.
—Bueno —resopló, pero sus ojos brillaban de emoción—. Pero de verdad, de
verdad que no puedes decírselo a nadie.
—No lo haré. —Puse una sonrisa en mi cara, y envolví mi mano alrededor de
su codo—. Vamos —empujé—. Dímelo. ¿Qué quieres enseñarme?
—Bueno... —Se mordió el labio inferior, mirándome—. Puede que no sea lo que
piensas que es, pero sólo estudiantes selectos pueden ir allí, y bueno, tengo dos
invitaciones para esta noche.
—Yo, quiero saber —dije con demasiada alegría, haciéndome mentalmente un
gesto con la cara, porque incluso para mis propios oídos mi voz era molesta. Pero
funcionó, por alguna razón, y justo cuando empezamos a caminar de nuevo hacia los
dormitorios, guiados por Yolanda, ella empezó a hablar.
—Poco después de establecerse la Academia, algunos de los estudiantes
pensaron que sería una buena idea crear, bueno, una sociedad secreta. —Se rió entre
dientes, mientras yo escuchaba con atención—. Es una especie de secreto público,
pero sólo algunos alumnos selectos reciben una invitación cada año, y yo por fin
conseguí la mía.
¿Por fin? —¿Qué quieres decir con por fin?
—Qué tonta soy. —Yolanda se echó a reír, aumentando el ritmo—. Este es mi
tercer año en la Academia. Ya sabes que sólo pasamos un año en la Academia, y ya
he suspendido dos veces, así que —se encogió de hombros—, aquí estoy otra vez. Y
este año nos daban pases para un +1. La gente que creemos que encajaría en La
Hermandad. —Bueno, mierda, tal vez ella sería mucho más útil de lo que pensé en un
principio. Por no mencionar que no tenía ni idea de que aquí había una sociedad
secreta, y estaba bastante segura de que La Schatten tampoco tenía ni idea.
Mientras ella seguía caminando, me permití un segundo para contemplar lo
que debía hacer. Pero no tardé en alcanzarla y ponerme la máscara que tendría que
llevar durante mi estancia en la Academia.
—Quiero saberlo todo, y definitivamente quiero ir.
—¿En serio?
—Ah, sí. No tenía ni idea de que existiera una sociedad secreta aquí. —Lo cual
no era mentira—. Y estoy segura de que todos esos tipos buenos de los que tanto he
oído hablar van a estar allí.
—Oh, amiga —se rió entre dientes—. No tienes ni idea. Dios mío, ¿y sabes qué?
—exclamó. 62
—¿Qué?
El tiempo se detuvo mientras me miraba, con una sonrisa de oreja a oreja. —
Adrian Zylla volvió a la Academia.
Jodidamente increíble.

POR MUCHO QUE QUISIERA APROVECHAR la oportunidad y dirigirme directamente a


la guarida secreta que Yolanda estaba describiendo, ella tenía razón cuando dijo que
probablemente debería cambiarme o al menos ver dónde iba a estar mi habitación.
Aunque llamarlo habitación era quedarse corto, porque el tamaño de este lugar
era más el de un apartamento que el de una habitación. En cuanto llegamos frente al
edificio de la residencia, comprendí que quienquiera que hubiera diseñado este
lugar, sin duda quería mantener el diseño original del edificio principal, donde se
impartían la mayoría de las clases. El edificio estaba creado en estilo gótico, desde
los altos arcos de las ventanas hasta los pilares y las gárgolas que nos miraban desde
lo alto, y una vez más no pude quitarme de encima la maldita sensación de que alguien
me estaba observando.
Se me erizó el vello de la nuca y me llevé la mano a la pequeña daga que
llevaba en el muslo, oculta por mi largo abrigo. Pero cuando miré a mi alrededor
mientras Yolanda no paraba de hablar de la historia de este edificio y de la idea que
había detrás de su diseño, no pude ver a nadie. Pero no ver una amenaza no
significaba nada en mi mundo, y si alguien me estaba observando desde el momento
en que llegué aquí... Algo en mi instinto me decía que no sería un trabajo fácil.
Esa sensación de inquietud se extendió por todo mi cuerpo, apretándome el
corazón, y casi me perdí la belleza de las paredes viridianas de la zona común, que
fue lo primero que vi en cuanto atravesamos las enormes puertas.
Los tonos verde oscuro y negro se extendían por todo el vestíbulo,
conduciendo hacia la zona de estar, o la zona común como la había descrito Yolanda,
y no pasé por alto las miradas curiosas de las dos chicas y un chico que estaban
sentados en uno de los sofás cuando entramos.
Yolanda no les prestó atención mientras me conducía hacia la gran escalera
situada justo al lado de la zona común, mientras sus ojos nos seguían. Tenía un millón
de preguntas, pero tenía la sensación de que no obtendría ninguna respuesta, al
menos no por el momento. Era obvio que el edificio en el que nos encontrábamos no
63
era tan antiguo como la propia Academia, a pesar del diseño y la oscuridad que se
aferraban a sus paredes. Había tanta historia aquí, tanto dolor, pero no me atreví a
hablar y en su lugar dejé que Yolanda me guiara en silencio.
No había más gente en las escaleras ni en el pasillo por el que habíamos
pasado, pero tuve la sensación de que, incluso con este silencio, los fantasmas del
pasado permanecían en estos pasillos, gritando para que los oyéramos, y me
pregunté si Tyler habría caminado por estos mismos pasillos. ¿Habría quedado
hipnotizado por la belleza de este lugar, tanto que se había perdido los peligros
obvios que acechaban en cada esquina?
—Éste es el tuyo tú —anunció Yolanda al detenerse frente a las grandes puertas
de caoba con el número 1303 escrito en el panel de al lado. Se agitó en su sitio,
mirando a cualquier parte menos a mí, y no podía permitir que se cuestionara su
decisión de llevarme a su pequeña fiesta secreta de esta noche.
—Yolanda. —Le toqué el codo con la mano libre, esbozando una sonrisa—.
Gracias por mostrarme el camino. Es agradable tener una amiga en un lugar nuevo.
—Sí. —Sonrió débilmente—. Una amiga. Uh, escucha, sobre el...
—Si no quieres que vaya, no tengo que hacerlo. —Tenía que hacerlo, pero no
quería asustarla—. Entiendo.
—No, no. —Rápidamente sacudió la cabeza—. No es eso. Es sólo que... tengo
miedo de ir sola, pero son muy estrictos, y me temo que no debería llevarte conmigo
si no te han invitado.
—Pero te dieron una invitación para dos personas, ¿correcto? —¿Quién coño
era esa gente a la que tenía tanto miedo? —Quiero decir, sólo estás haciendo lo que
te pidieron, ¿verdad?
—Sí... no lo sé. Nunca los he conocido, ¿sabes? La carta apareció en mi
habitación hace dos días, y hasta hoy no tenía ni idea de si debía ir o no. Todos hemos
oído historias sobre ellos, sobre las cosas que han hecho a lo largo de los años, y no
estoy segura de si quiero formar parte de eso.
Tampoco estaba segura de querer enredarme en algo así, pero ¿qué otra
opción tenía? No tenía ninguna información sobre Tyler y lo que hizo durante su
tiempo en la Academia, y ni siquiera sabía cómo era Adrian Zylla, y si él iba a estar
allí, entonces definitivamente tenía que ir.
—¿Esto es una iniciación? —pregunté.
—Supongo. —Yolanda se encogió de hombros, con los ojos bajos y los
hombros caídos, y supe que la estaba perdiendo poco a poco.
Y no podía perder mi única conexión con ese lugar. 64
—Mira. —Respiré hondo, insegura de cómo tratar a una chica que estaba
obviamente aterrorizada—. No voy a mentir, pero yo también tendría miedo.
—¿En serio? —Sonrió ante esas palabras, y tuve la sensación de que Yolanda
no era alguien que escuchara eso a menudo de otra persona—. Quiero decir, parece
que no tienes miedo de nada. —Si ella lo supiera—. Y mi hermana mayor suele decir
que tengo miedo hasta de mi propia sombra.
No iba a mentir y decir que sabía lo que se sentía, porque me habían entrenado
para no tener miedo de las cosas que acechan en la oscuridad. Porque yo era una de
esas cosas. Mis miedos no tenían nada que ver con el mundo real y los monstruos que
caminan entre nosotros. Me aterrorizaba la idea de despertarme un día y
arrepentirme de todas y cada una de las decisiones de mi vida.
Me aterrorizaba que me limitara a seguir los movimientos, los hábitos, y me
diera cuenta de que todo lo que hacía, todo lo que creía que era bueno, no sería más
que otra mentira, igual que todo lo demás que había descubierto en los últimos dos
meses.
Pensaba que el Schatten era mi hogar, mi familia, ese lugar en el que no tendría
que fingir, pero las mentiras que había descubierto y que rebosaban bajo esa
superficie aparentemente perfecta fueron las que me hicieron replantearme toda mi
vida. No quería ganarme la vida matando gente, fueran buenos o malos. No era
nuestro trabajo determinar quién merecía vivir y quién merecía morir, y era una
batalla constante en lo más profundo de mis huesos en la que no tenía ni idea de qué
hacer.
Por un lado, quería castigar a los que habían hecho daño a inocentes, como
aquel hombre del callejón, porque sabía que las fuerzas del orden no harían una
mierda por meterlo entre rejas. No merecía ganar, pero esos mismos pensamientos
no me hacían mejor que nadie. Sólo me hacían parecer alguien que jugaba a ser Dios,
y no estaba segura de que me gustara esa versión de mí misma.
Me encantaba la emoción, la persecución, el hecho de que tal vez podría hacer
algo bueno con las habilidades que tenía, pero ahí fuera, en el mundo real, donde la
gente vivía libremente, completamente ajena al hecho de que la oscuridad existía en
cada uno de los poros de nuestra sociedad, yo no era nadie.
Y yo quería ser alguien, maldita sea.
Alguien que importaba.
Alguien que amaba.
Alguien que era amado.
Alguien que pudiera salir a su balcón por la mañana temprano y beber ese
primer sorbo de café y encender ese primer cigarrillo, sin tener que mirar a la gente
65
que pasa por la calle y pensar lo peor de ellos.
Y no tenía ni idea de si alguna vez fuese capaz de entrenarme para no pensar
así. No tenía ni idea de si alguna vez sería capaz de mirar a otro ser humano sin
empezar a analizar sus movimientos, su forma de hablar, sus tics y las pequeñas cosas
que creía que nadie más veía. No tenía ni idea de si alguna vez fuese capaz de salir a
tomar un café con otra persona sin intentar descubrir los esqueletos que había en su
armario.
Y lo más triste era que todos y cada uno de nosotros, por buenos o malos que
fuéramos, teníamos esos esqueletos. No había una sola persona que pudiera decir
que era una santa a lo largo de su vida. Los culpables tenían que pagar por sus
crímenes, pero ¿qué pasaba cuando los culpables no merecían morir?
—Tierra a Vega. —Yolanda me sacó de mi ensoñación, y por un momento no
quise volver. No quería estar en la Academia, donde cada pared, cada cuadro que
colgaba y cada palabra que salía de la boca de Yolanda me recordaban que ese era
el lugar que había destruido la poca inocencia que me quedaba.
Tyler fue la única persona que lo sacaba de mí, porque incluso de niña era
consciente de las sombras que bailaban en la periferia de mis ojos, llamándome por
mi nombre, haciéndome señas para que entrara en su frío abrazo, y cuando él murió,
dejé de luchar contra ellas. Dejé de intentar ser mejor, de intentar ver la situación
objetivamente.
No, me convertí en uno de ellos. Me convertí en el arma para la que Schatten
me estaba entrenando. La asesina despiadada sin remordimientos, y sólo
recientemente había empezado a pensar en todas aquellas vidas que había destruido,
y nunca sabría si eran realmente culpables de los crímenes que El Schatten había
compartido conmigo.
—Lo siento. —Sonreí, tratando de sacudir la niebla de mi mente—. Creo que
viajar tanto tiempo ha empezado a jugar con mi mente.
—Oh, lo entiendo perfectamente. Recuerdo cuando tuve que volar de Australia
a Colombia, y eso no fue divertido. Para nada.
—No, me imagino que no. —Se hizo el silencio mientras la miraba
detenidamente. Llevaba el pelo rubio recogido en una coleta baja y la inocencia que
aún brillaba en sus ojos me decía que no estaba tan hecha para esta vida como su
familia la obligaba a estarlo, pero a veces no teníamos elección. A veces nos
arrebataban esas opciones incluso antes de que pudiéramos decir nuestras primeras
palabras, y nacer en ciertas familias significaba que nuestros destinos se decidían por
nosotros, quisiéramos o no.
Y Yolanda era sin duda una de esas personas que nacieron en la familia
equivocada.
66
No tenía ni idea de por qué, pero quizá no sería tan malo tener una amiga aquí.
Incluso con todas mis pretensiones y todas esas máscaras que tendría que ponerme,
sería bueno tener a alguien con quien hablar, fingir que era una veinteañera normal
con los típicos problemas de chicos y cualquier otra cosa de la que las chicas de mi
edad solían hablar.
—Mira, Yo —empecé—. Si no te parece bien que vaya esta noche, no tengo por
qué hacerlo. Lo último que querría es que te metieras en algún lío, y tengo la
sensación de que no son personas que perdonen tan fácilmente. Además, acabas de
conocerme, así que es comprensible que sientas que aún no puedes confiar en mí.
—Oh, no. —Frunció el ceño—. No es eso en absoluto.
—¿No lo es? —Me estaba confundiendo.
—No, tonta. —Se rió entre dientes—. En el momento en que nos dimos la mano
en el despacho del decano, sentí como si te conociera de toda la vida. Mi madre dice
que nuestra familia tiene un don, o lo que sea, por lo que lee energías incluso cuando
no somos conscientes de ello. Sé que eres peligrosa, Vega. —Su rostro se volvió
serio—. No necesito un expediente tuyo ni saber tu apellido para saber que bien
podrías ser uno de los animales más peligrosos de estos terrenos. —Vaya—. Está en
tus ojos, ¿sabes? Es la mirada perdida, la frialdad, la forma en que has estado
comprobando tu entorno todo el tiempo mientras caminábamos por aquí. No se me
pasó por alto la forma en que te miró nuestro decano cuando te levantaste, ni el miedo
evidente en sus ojos, y ese es el hombre al que todos los demás de por aquí temen.
Reconozco a un monstruo cuando lo veo, Vega. —Ouch—. ¿Y sabes por qué lo sé?
—¿Por qué? —carraspeé, incapaz de decir nada más, cuando no había nada
que decir.
—Porque crecí rodeada de monstruos.
—¿Y todavía quieres que vaya contigo?
—Sí, quiero. —Asintió—. Porque hay dos tipos de monstruos. —Se acercó más
a mí, bajando el tono de su voz—. Los que matan por placer —miró algo por encima
de mi hombro—, y los que matan porque tienen que hacerlo. Depende de ti decidir
cuál eres.
Si me hubiera pegado, me habría sorprendido menos que ahora. Puede que
Yolanda Engström no fuera un monstruo, no como el resto de nosotros, pero tenía la
sensación de que su educación la hacía más perceptiva que la mayoría de la gente, y
eso podía ser una herramienta útil, pero también una maldición.
Por primera vez desde que apareció, pareciéndose a un unicornio con su
personalidad burbujeante, su ropa demasiado brillante y ese pelo rubio, la vi bajo
una luz diferente.
67
—¿Sabes qué, Yolanda? —Sonreí, despojándome de la máscara que seguía
usando a su alrededor, pensando que ayudaría—. Creo que podríamos llegar a ser
muy buenas amigas.
La brillante sonrisa que se apoderó de su rostro en el momento en que extendió
su mano hacia mí probablemente podría iluminar todo este campus, pero nunca lo
diría en voz alta.
—Yo también lo creo. —Sonrió—. Y te veré abajo en una hora. Vamos a hacer
esto, aunque sea lo último que haga.
No esperó mi respuesta antes de empezar a caminar hacia atrás, en dirección
a la gran escalera por la que habíamos venido.
—Esperemos que no lleguemos a eso —murmuré mientras sacaba la llave que
me habían dado y abría la puerta. Esperemos que esta fiesta, o lo que jodidamente
fuera esta noche, no fuera lo último que hiciéramos ninguna de los dos.
8
VEGA
PENSABA QUE estaba preparada para el invierno en Alemania, que sería igual
que en Estados Unidos, pero estaba muy equivocada. Me castañeteaban los dientes
mientras esperaba a Yolanda una hora después de que me dejara sola, congelándome
el culo. 68
El abrigo que siempre llevaba no me protegía del viento feroz que soplaba de
todas partes, y tenía la sensación de que hacía aún más frío ahora que había dejado
de llover. Sabía que técnicamente estábamos situados justo al pie de la montaña, pero
Dios, ¿de verdad tenía que hacer tanto frío?
Normalmente no tenía problemas con ningún tipo de clima, pero tenía que
admitir que en los últimos dos años no tenía que preocuparme por las temperaturas
extremadamente frías, ya que la mayoría de mis trabajos estaban situados en zonas
donde no tenía que vestirme con diez capas de ropa para no congelarme. Y esto me
molestaba.
El aire olía ahora a nieve, y el frío e implacable viento me golpeaba la cara a
cada segundo. Miré hacia arriba, hacia la montaña oscura que se alzaba sobre
nosotros, y me pregunté cuánta historia había visto este lugar. Lo poco que sabía de
este lugar era que había existido durante mucho más tiempo que la mayoría de los
otros lugares en los que había estado, y con la historia, especialmente la europea,
siempre venía el conocimiento de una oscuridad tan grande que tenía tendencia a
sofocar a aquellos que habían conseguido sobrevivir a través de ella.
Y este lugar tenía más fantasmas que los manicomios encantados de América.
Me rodeé con los brazos, arrepentida de no haberme llevado el pañuelo, pero
no tenía ni idea de dónde nos íbamos a meter, y cualquier prenda que pudiera usarse
como arma contra mí era un gran no. Ya me molestaba bastante mi pelo largo y el
hecho de que mis enemigos pudieran usarlo contra mí, pero también agradecía que
el Schatten no me obligara a cortármelo.
Supongo que fue mi único acto de rebeldía cuando aún era demasiado joven
para entender lo que significaba ser rebelde, pero mi pelo era algo de lo que me
sentía muy orgullosa, y nadie iba a tocarlo a menos que yo se lo permitiera. Lo único
que me hice fue un mechón blanco en el lado derecho de la cara, que contrastaba con
mi pelo oscuro.
En el fondo sabía que había algo más, que no dejaba que nadie me tocara el
cabello, y que ese algo tenía todo que ver con mi madre, pero no me permitía pensar
en ella más que unos minutos cada dos meses. Si tenía que empezar a pensar en
Elvira, mi madre, no pararía nunca, y eso era un agujero negro que no quería tocar ni
con un palo de tres metros.
Salí de las sombras donde estaba, mirando hacia la entrada de los dormitorios,
pero Yolanda seguía sin aparecer.
—En serio —le dije a nadie en particular, acurrucándome más contra la pared
mientras retrocedía, intentando hacerme lo más invisible posible. No es que hubiera
visto a mucha gente caminando fuera a esas horas de la noche, pero, aun así. Nunca
se sabía lo que acechaba en los bosques que rodeaban el lugar y no olvidé la
69
sensación punzante cuando acababa de llegar, y de nuevo caminando hacia el
dormitorio, de que alguien me observaba.
Nuestros sentidos eran nuestros mejores aliados, y si no les hacíamos caso,
estábamos muertos. Especialmente con el tipo de trabajos que me encargaban.
Confiaba en mis instintos, en mis sentidos arácnidos, como los llamaba Alena,
más que en mi corazón, y nunca me equivocaba. Yolanda bromeaba diciendo que
podía leer las energías, y quizá fuera eso, pero yo siempre lo sabía de algún modo.
Siempre tenía un presentimiento sobre la gente.
Mirarlos era como mirar dentro de sus almas. Me fijaba en cómo decían las
cosas, cómo inspiraban y espiraban, cómo sus ojos parpadeaban de un lado a otro y
cómo sonreían. Me fijaba en sus pequeños gestos y en cómo se comportaban con los
extraños, o en cómo miraban a los niños, a las mujeres y a otros hombres, y cada una
de estas cosas me ayudaba a crear una imagen de cada una de las personas que había
conocido, y nunca me equivocaba.
Ojalá pudiera decir que este lugar me transmitía sentimientos cálidos y
confusos, sobre todo porque estaba hecho para gente como yo, pero no fue así. En
todo caso, todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo me gritaban que me
largara de aquí. No era seguro, estaba embrujado por el pasado y por el futuro que
se cernía sobre nosotros, pero no podía. Ahora mismo no.
No cuando estaba tan cerca de averiguar qué le había pasado a Tyler. Era lo
más parecido a un hermano que jamás tendría, y me carcomió pedazo a pedazo todos
estos años que nunca pude despedirme. Nunca vi su cuerpo. Nunca pude ver cómo
bajaban su ataúd a la fría tierra. Le hablé al viento, imaginando que era él, esperando
que de alguna manera recibiera el mensaje.
Lloré un río de lágrimas por un chico que podría haber sido grande, que podría
haber sido un salvador. Desde el primer momento en que lo conocí, supe que había
algo bueno en él. Era mejor que cualquiera de nosotros, y había más niños en ese
orfanato de los que quería pensar. Algunos sobrevivieron, otros no, pero él fue el
único que quise conservar en mi vida.
Cuando te quitan todo lo demás, te aferras a las cosas que te hacen sentir bien,
por tontas que parezcan.
Y Tyler... Tyler era eso para mí. Él era el ancla que me mantenía con los pies
en la tierra. Él fue quien lavó la sangre de la primera persona que maté. Él fue el que
me dio mi primer regalo en mi cumpleaños, y él fue el que juntó centavos para
comprarme una camiseta con Stitch en ella que El Schatten no permitía.
No se nos permitía ningún artefacto personal, nada que nos separara de los
demás niños, pero él salió y lo hizo. Me hizo el mejor regalo que jamás podría haber 70
pedido, y no importó que no pudiera ponérmelo. No importó que durante años y años
tuviera que permanecer oculta bajo aquellas tablas del suelo, o que me quedara
demasiado pequeña para ponérmelo cuando por fin tuve mi propia casa.
Fue el primer regalo de verdad que me hicieron, y aún viaja conmigo, vaya
donde vaya.
Me pareció surrealista entrar antes en mi habitación, o bueno, más bien parecía
un apartamento. La sala común no era la única zona que estaba decorada en estilo
gótico, pero donde el verde de ésta era más claro, el de mi habitación me recordaba
a los bosques por los que solía correr de niña, cuando la vida era mucho menos
complicada. Los cálidos tonos marrones y dorados que cubrían las superficies de
madera de la habitación creaban un contraste perfecto con el resto, y aunque no
debería haber funcionado, lo hizo.
Funcionó perfectamente.
Y a diferencia de todo lo demás en este lugar, esa habitación se sentía como
mía.
En la enorme cama tamaño king situada en el centro de la habitación, con el
cabecero apoyado contra la pared entre las dos ventanas que daban a la entrada
principal, cabían fácilmente al menos tres personas. La suave funda nórdica y la manta
negra que la cubría casi me hicieron dormir allí mismo, pero en lugar de tumbarme
en aquella cama, me duché y me lavé el pelo, secándomelo con el secador que me
habían dejado.
Si no lo supiera, habría dicho que estaba en un hotel de cinco estrellas.
Pensaron en todo: pequeños bombones en las almohadas, artículos de aseo en el
baño, un minibar repleto de cosas con una notita que decía que todo era para mí, un
armario enorme con varias prendas diferentes y otra nota que decía que las usara
para mis actividades cotidianas en el campus. En la mesilla de noche había un mapa,
con una carta de bienvenida del cretino que ya había conocido -el decano Andries-,
y al mirarla me di cuenta de que necesitaría algún tiempo para saber dónde estaba
todo. Mi horario estaba impreso en papel grueso de color crema, y mi primera clase
de mañana era táctica ofensiva, lo que significaba que a las siete de la mañana nos
presentarían a nuestro primer instructor.
Pero no podía pasar demasiado tiempo reflexionando sobre la decoración de
la habitación o sobre todo lo que habían colocado dentro para darme la bienvenida.
En lugar de eso, deshice el equipaje lo más rápido que pude, saqué las carpetas que
me habían dado Heinrich y Alena y encontré el lugar perfecto para esconderlas. Me
arrodillé, examiné las tablas del suelo justo al lado de la cama y, cuando una de ellas
se movió con mis manos, tiré de ella para abrirla, revelando un pequeño
compartimento justo debajo. Perfecto para meter en él las dos carpetas.
Tuve la suerte de que técnicamente el semestre aún no había empezado, y
71
había conseguido llegar aquí justo a tiempo para que comenzaran las clases. Pero no
saber los nombres de mis instructores en ninguna de mis clases me dejó un sabor
amargo en la boca, porque me gustaba saber cosas. Me gustaba estar preparada, y
todo lo relacionado con esta situación me desviaba de mi trayectoria habitual.
—¡Ahí estás! —La aguda voz de Yolanda resonó a mi alrededor y, al darme la
vuelta, la vi de pie a unos metros, justo en la esquina del edificio, vestida con lo que
sólo podía describirse como el traje rosa más brillante que jamás había visto.
Yo iba con botas de combate negras, pantalones de cuero negros y una
camiseta térmica de manga larga, pero ella... Digamos que no había forma de que
pudiera perderla entre la multitud.
—Llegas tarde —refunfuñé, acortando la distancia entre nosotros—. Dijimos
una hora.
—Lo sé. —Frunció el ceño—. Y lo siento. Una de las chicas de mi piso tuvo un
accidente y me di cuenta de que no tenía tu número para avisarte que llegaría unos
minutos tarde.
—Yo, unos minutos son tal vez cinco minutos. Llevo aquí de pie cerca de media
hora. —Mis orejas estaban a punto de caerse, mi nariz goteaba, y mis ojos habían
dejado de lagrimear hacía al menos diez minutos, y habían empezado a congelarse
junto con el resto de mi cuerpo.
—Lo siento —murmuró—. Realmente no lo hice a propósito, pero tuvo un
pequeño accidente con una navaja y necesitaba mi ayuda. Todos los demás ya se
habían ido a la fiesta. —Lo que significaba que seríamos los últimos en llegar.
—¿Es el único dormitorio del campus?
—No. —Sacudió la cabeza—. Hay otro en el otro lado, con la mayoría de los
chicos viviendo allí, pero este es bastante mixto.
¿Por qué los separaron de nosotros y por qué era solo de chicos?
—¿Hay alguna razón por la que haya un dormitorio mixto y otro donde sólo
residan chicos? —No pude evitar preguntar.
Yolanda empezó a reírse de, probablemente, mi expresión, pero cuando vio
que no estaba bromeando exactamente se detuvo.
—Espera —siseó—. ¿No lo sabes?
—Ni puta idea. Recuerda, acabo de llegar.
—Sí, pero la mayoría sabemos cosas de la Academia por nuestros padres. Al
menos yo.
—Bueno —me encogí de hombros—, mi madre está prácticamente muerta, ¿y
mi padre? —Solté una risita, pensando en mi falso padre, que supuestamente era un
72
matón ruso—. Digamos que nuestra relación no consistió precisamente en clases de
historia. Me enseñó a lanzar cuchillos, pero no a leer libros de historia sobre la
Academia.
Sus ojos se abrieron de par en par justo cuando se encendió la luz de la entrada
principal y, sin pensarlo, tiré de ella hacia las sombras donde me escondí.
—Oye, ¿para qué fue eso?
—¿Y si nos ve alguien? —pregunté, mirando por encima de su hombro para ver
si alguien pasaba.
—Vega. —Se rió entre dientes—. La fiesta a la que vamos es una especie de
secreto público. Te he hablado un poco de ella, ¿no? Casi todo el mundo en la
Academia lo sabe, y los que no van o no tienen invitación, o ya se las han arreglado
para arruinar sus posibilidades de conocer Los Caídos.
—¿Los Caídos? —Fruncí el ceño. Sinceramente, con tantos nombres me iba a
dar dolor de cabeza—. ¿Qué coño son Los Caídos? —Más bien, quién coño son Los
Caídos.
—Es La Hermandad, tonta —se rió—. ¿La sociedad secreta de la que te hablé?
—¿Y se hacen llamar Los Caídos?
—Bueno —sonrió satisfecha—, cuando veas cómo se mueven, también los
llamarás Los Caídos. Vamos. —Me sujetó de la mano y empezó a caminar hacia el
edificio principal—. Hay demasiadas cosas que tengo que enseñarte antes de llegar
a la fiesta, y no tenemos demasiado tiempo.
Los Caídos, ¿en serio? ¿Quién era tan engreído para llamarse a sí mismo Los
Caídos? ¿Se creían ángeles caídos o algo así? Ni siquiera Heinrich, el hijo de puta más
engreído que conocía, se atrevería a llamarse así. Joder, yo era buena, muy buena,
pero nunca me pondría un nombre así.
Los Caídos -me reí cuando Yolanda empezó a hablar de la historia de la
Academia, pero esa parte ya me la sabía. Ya sabía cómo surgió, quién la construyó y
por qué se creó. Lo que me interesaba no tenía nada que ver con la construcción del
edificio, sino con esos supuestos guerreros de élite que existían en esa escuela.
Y lo averiguaría.

73
CUANDO ya habíamos girado hacia el edificio principal, me enteré de que
Adrian Zylla, Dante Bernardi, Jax Astoria, Ethan Rhodes y Arseniy Morozov eran
leyendas en el campus, y tres de ellos -Adrian, Jax y Dante- eran también los
instructores de este año. Ya sabía de qué familias procedían y, a excepción de Adrian
Zylla, los otros cuatro eran muy conocidos en nuestros círculos.
Todo el mundo sabía que heredarían los imperios criminales que sus padres y,
en el caso de Ethan, sus tíos, dirigían ahora mismo, pero todo el mundo se preguntaba
por qué habían vuelto los tres a la Academia y cuál era su plan. A decir verdad, yo
también sentía curiosidad, pero lo último que quería era que Yolanda notara mi
curiosidad. En lugar de hacer preguntas, mantuve la boca cerrada y caminé en
silencio a su lado mientras ella no paraba de hablar de lo perfectos que eran, y de
cómo su hermana los conoció cuando fueron a la Academia hace un par de años.
Todos ellos eran mayores que nosotros, siendo Adrian el mayor con veinticinco
años, lo que significaba que asistieron a la Academia después de que Tyler llegara
aquí. Pero el hermano de Adrian estaba aquí al mismo tiempo que Tyler, y las cosas
que había dicho Heinrich aún resonaban en mi cabeza. Aquello no era una
coincidencia, y si algo había aprendido a lo largo de los años era que nunca nada era
una simple coincidencia.
También me enteré de que el dormitorio de los chicos existía porque
albergaba sólo a los de las familias prominentes, mientras que el dormitorio común
existía para el resto de nosotros, los campesinos, como dijo Yolanda tan
elocuentemente.
Adrian y sus cuatro mosqueteros fueron los que empezaron a llamarse a sí
mismos Los Caídos, y aún me daban ganas de reírme de tanta audacia. Tendría que
ponerme en contacto con Alena para ver si podía averiguar algo sobre la Hermandad,
pero hasta entonces estaba atrapada aquí sin información y sin saber por qué existían
en primer lugar.
Me hubiera gustado que la información que Yolanda había compartido
conmigo tuviera más carne en los huesos, en lugar de que se limitara a hablar
maravillas de los tres instructores del campus y de lo buenos que estaban, pero tenía
que estar agradecida incluso por la poca información que había compartido.
Yolanda era la hija menor de un magnate sueco que se dedicaba a los negocios
inmobiliarios sobre el papel, pero que a puerta cerrada estaba implicado en el tráfico
de armas, la trata de seres humanos, el transporte de drogas de una ciudad a otra y,
básicamente, tenía a todo Suecia en la palma de la mano. No me pasó desapercibida
la expresión de tristeza de su rostro cuando compartió ese dato de su educación, y el
hecho de que su padre planeaba casarla pronto, razón por la cual no esperaba que se
graduara nunca en la Academia. 74
Estaba aquí para encontrar marido, o al menos eso era lo que su padre le había
ordenado hacer, y la creación de conexiones estaba destinada a asegurar su futuro
como la Zylla del norte. No hacía falta ser vidente para reconocer que ella no quería
tener nada que ver, pero no tenía otra opción.
—Ya casi llegamos —anunció justo cuando las luces empezaban a hacerse cada
vez más visibles—. ¿Estás emocionada? —preguntó Yolanda, con la voz temblorosa
al pronunciar las palabras. Obviamente seguía aterrorizada por lo de esta noche, pero
sabiendo lo que su padre quería que hiciera y cómo veía su futuro, tenía mucho más
sentido por qué quería asistir a aquello.
De ninguna manera aceptaría ir a algo así si no fuera por eso, lo cual, por muy
egoísta que sonara, me venía bien, pero algo en mis entrañas tiraba de mí, de las
cuerdas del corazón que estaba bastante segura de que ya estaban muertas,
diciéndome que tenía que protegerla.
A Yolanda no la educaron como a mí. Diablos, probablemente no fue educada
como la mayoría de los que asistían a este lugar, lo cual era obvio si tenía que volver
a examinarse año tras año. Supongo que yo tuve la suerte de al menos saber
defenderme, pero si Yolanda acababa con un tipo capaz de hacerle daño a ella y a los
hijos que pudiera tener algún día, entonces tenía que aprender a defenderse.
Y yo iba a enseñarle.
—Estoy emocionada —respondí, agradecida de que hubiéramos empezado a
caminar. El viento seguía azotándonos desde todos los lados, y los árboles que
rodeaban el camino que habíamos tomado no ayudaban en absoluto a minimizar el
impacto, pero era mejor que quedarse de pie en un sitio muerto de frío. No sentía los
dedos de los pies, pero al menos el resto de mi cuerpo ya no parecía moribundo—. Y
ya no estoy completamente congelada, así que eso es una ventaja.
—Uno pensaría que vivir en Rusia te habría preparado para este tipo de clima.
—Si ella lo supiera—. ¿No hace frío allí?
—Lo hace —estuve de acuerdo—. Pero no es como si viviera en una montaña
en Rusia, y este maldito lugar está más o menos en una montaña. Quiero decir,
tenemos inviernos bastante agudos, pero nada como esto. En al menos no hace tanto
viento. —Estaba mintiendo. La última vez que visité Rusia hacía un calor de mil
demonios, ya que era mediados de agosto, y nunca tuve que ir allí en invierno—. Pero
me acostumbraré. —O me moriría, y como quería pasar por esta prueba, la segunda
opción no era una opción—. Joder —exhalé cuando el edificio principal de la
Academia se hizo visible.
Pensaba que la arquitectura de nuestra residencia y del edificio de
administración era magnífica, pero esto... no tenía ni jodidas palabras para describir
la enorme estructura que teníamos delante. 75
Las luces del suelo estaban encendidas, iluminando cada arco, cada columna,
ventana y las enormes puertas de la entrada. No tenía ni idea de si lo habían renovado
a lo largo de los años, pero tenía la sensación de haberme transformado en un año
completamente distinto mientras estábamos allí, mientras lo contemplaba.
—Está muy bien, ¿verdad? —Sólo pude asentir. Me faltaron las palabras incluso
cuando Yolanda siguió hablando, sin parar de hablar del estilo arquitectónico y de
los años en que se construyó cada parte del edificio principal, que antes era una
catedral—. Cambiaron bastantes cosas en el interior para adaptarlo a la Academia,
pero ya verás: es tan magnífico por dentro como por fuera. Al parecer, tardaron años
en construirla. Es una pena que esta belleza nunca pueda ser admirada por millones
de personas de todo el mundo, ya que la mayoría ni siquiera sabe que existe.
Pero, espera... —¿No es visible desde el pueblo?
—Un poco, pero no todo. La gente que creó la Academia se aseguró de borrar
de los libros la existencia del resto de los edificios, así que nadie sabe realmente qué
hay aquí, aparte de este edificio principal que solía ser una iglesia. Si preguntas a la
gente del pueblo, te dirán que estos terrenos están encantados. —Y la verdad es que
no podría estar más de acuerdo—. La Academia San Vasili funciona sobre tres pilares.
—Tragó grueso mientras miraba el edificio—. Honor, venganza y —me miró—,
muerte. Esta última fue una constante durante los primeros años. El fracaso no era una
opción, y si alguien como yo hubiera ido a este lugar hace tantos años, no estaría aquí
contándote esta historia. Estaría muerto. Desaparecido. Puf. ¿Sabes lo que las madres
espartanas solían decir a sus hijos?
—Vuelve con tu escudo... o sobre él —murmuré, dándome cuenta poco a poco
de lo que solían hacer.
—Exacto. Así que, si no eras lo suficientemente bueno para graduarte, estabas
como muerto. Ese lago bajo estos acantilados es un puto cementerio, y si la
Hermandad se sale con la suya, volverá a serlo.
—¿Qué quieres decir?
Me miró y empezó a caminar lentamente hacia el lado derecho del edificio,
mirando hacia atrás para ver si la seguía. La alcancé, caminando codo con codo,
cuando empezó a hablar de nuevo. —Se crearon poco después de que la Academia
abriera sus puertas.
—Sí, me lo dijiste antes.
—Lo hice, ¿verdad? —Sonrió débilmente—. Lo que no te dije es que fueron
creados para preservar la pureza de la Academia. Para preservar lo que
representaba. No podían permitir que hombres y mujeres débiles salieran de aquí y
se adentraran en el mundo. O eras el mejor o estabas muerto, Vega, y siguen 76
intentándolo ahora.
—¿En serio?
—Oh, sí. Por eso tengo que graduarme este año. No hay otra opción para mí.
—Pero, ¿nadie hace nada para detenerlos?
—Lo harían si supieran quiénes son los verdaderos miembros. Ni siquiera
saben quién lo dirige. No saben quién está orquestando todo, y déjame decirte algo
—bajó la voz—, hay algo en el aire este año. La gente está inquieta, y sé que no he
parado de hablar maravillas de la presencia de los tres, pero hay una razón para ello.
Algunos dicen que son los que lideran La Hermandad, mientras que otros piensan que
son meros espectadores por ser sus familias.
—¿Y tú qué opinas?
Pasó un segundo antes de que respirara hondo. —Creo que me voy a meter en
un buen lío si no consigo encontrar esposo este año. Morir lentamente es mejor que
morir a manos de alguien a quien realmente no le importo. Al menos si me caso con
alguien podré vivir mi vida, por muy restringida que pueda llegar a ser. Puede que
no sea la mejor opción, pero es la única que tengo.
Y si eso no me partía un poco el corazón, no tenía ni idea de qué lo haría. La
mirada perdida en su rostro me hizo querer hacer algo que nunca había hecho, no
desde Tyler. Quería abrazarla y decirle que no tendría que vivir esa vida. En realidad,
no nos conocíamos, pero una cosa que odiaba más que a Heinrich era el hecho de que
algunos tuvieran que vivir con miedo mientras otros se deleitaban con su hedor,
controlando todos y cada uno de los aspectos de la vida de la víctima. Y Yolanda no
era más que otro nombre en la larga lista de nombres que yo conocía, en la que otra
persona controlaba todo lo que ella hacía en su corta vida.
Era demasiado joven para pensar así, para resignarse a un destino peor que la
muerte, pero quería vivir. Podía verlo, y tenía mucho que dar si tan sólo hubiera
tenido la suerte de nacer en una familia diferente. Supongo que, en cierto modo,
éramos más parecidas de lo que pensé en un principio.
Yo no tenía más remedio que seguir las reglas que el Schatten había
establecido para mí, y ella no tenía más remedio que seguir las reglas que su padre
había establecido para ella.
Se desató una tormenta en mi interior, la ira contra el mundo, contra la injusticia
de todo aquello amenazaba con asfixiarme mientras caminábamos hacia un lado del
edificio, mientras ninguno de los dos hablaba. ¿Y qué había que decir? No podía
contarle cómo era mi vida y que un día ella podría ser libre, cuando yo misma no lo
era. Al menos todavía no.
77
La libertad que tan desesperadamente ansiaba estaba en la punta de mis
dedos, haciéndose más y más real cada día que pasaba, pero aún no podía asirla.
Seguía sin poder respirar sin pensar en la próxima misión. Seguía sin poder relajarme
cuando sonaba el teléfono, porque sabía que eso significaba que el Schatten
necesitaba algo. No tenía amigos ni familia, nadie que me echara de menos si un día
desaparecía, y la posibilidad de que eso ocurriera era mayor de lo que quería pensar.
La gente de mi profesión desaparecía por saber mucho menos, y Heinrich era
consciente de que yo sabía demasiado como para dejarme ir sin más. Sabía que la
información que yo tenía podía costarle todo lo que tenía, y por eso me tenía atado,
controlando todo lo que hacía. Ambos sabíamos que yo era una bala perdida. No me
gustaban las reglas que me imponían. No tenía nada que perder, ni a nadie a quien
quisiera, y la culpa era mía por abrir mi puta bocaza y exigir que me dejaran marchar.
Me cuidaba de no compartir ninguna de mis debilidades, deseos o sueños con
ellos, pero ese desliz, una pequeña frase, y mi destino estaba sellado hasta que él
decidió liberarme. Pero estaba cansada de esperar a que las cosas sucedieran, de
ver la vida como una espectadora mientras los demás experimentaban cosas con las
que yo sólo podía soñar.
Tal vez mi corazón no estaba hecho para el amor y mi vida no era adecuada
para alguien mucho más inocente que yo, pero quería experimentar eso. Saber lo que
se sentía cuando alguien te miraba como si fueras todo su mundo. Cuando te
estrechaban entre sus brazos y lo único que sentías era paz y felicidad, porque por fin
habías encontrado a tu persona. Encontraste a alguien por quien valía la pena morir.
Yolanda sacó un sobre de su bolsillo, sus manos temblaban al extraer la
invitación enviada en un trozo de papel negro, mientras el viento comenzaba a
levantarse, haciéndome esconder en el delgado abrigo que llevaba puesto. Debería
haberme puesto algo más abrigado, de verdad, de verdad que debería haberlo
hecho, pero ya era demasiado tarde para darme la vuelta y volver a mi habitación a
cambiarme.
Mi nueva amiga miraba fijamente el papel que tenía en las manos como si
pudiera darle todas las respuestas del mundo, y tal vez, en cierto modo, éste fuera su
billete para alejarse de su padre. ¿Pero a qué precio? Iba a ir de una prisión a otra
sólo porque pensaba que no era lo bastante fuerte para luchar contra la corriente.
—Yo hablaré —murmuró, con la voz apagada por el sonido del viento—.
Sinceramente, no tengo ni idea de qué esperar, ¿sabes? He oído hablar de estas
reuniones a lo largo de los años, pero nunca he asistido a ninguna, así que, si parezco
un poco perdida, no te preocupes por mí. —Como si eso fuera a suceder. Iba a
seguirla a todas partes como su sombra personal, le gustara o no—. Pero una de las
chicas del año pasado dijo que era divertido, así que ya veremos, ¿no?
Yolanda tenía tendencia a divagar cuando estaba nerviosa, al menos eso se
78
desprendía de las breves interacciones que habíamos tenido hoy. Mientras que yo
prefería callarme y observar a mi alrededor, era evidente que ella encontraba
consuelo en hablar, y no iba a echárselo en cara. Tenía que admitir que cuando la
conocí quería que se callara y me dejara pensar en paz, pero ahora... supongo que
me estaba gustando.
Empezó a moverse de repente y yo la seguí, mirando a nuestro alrededor para
asegurarme de que no había nadie. No me importaba que fuera un secreto público
que la Hermandad existía, seguía sin arriesgarme y en lugares como éste, como la
Academia, los enemigos acechaban en cada esquina. Quizá confundir crueldad con
benevolencia fue lo que le costó la vida a Tyler, y yo no iba a cometer el mismo error.
Descendimos lentamente hacia las viejas escaleras situadas justo al lado del
edificio de la Academia, y si no fuera porque Yolanda sabía adónde debíamos ir,
nunca se me habría ocurrido buscar este lugar. El camino era estrecho, y a medida
que descendíamos más, me di cuenta de que nos acercábamos cada vez más al borde
del acantilado, y no me gustó.
Ni una pizca.
Las alturas no eran necesariamente algo que me gustara, y cada vez que tenía
una misión que implicaba algo relacionado con ellas, me mordía la lengua hasta que
la sangre se derramaba en mi boca, recordándome que aún estaba viva. Podía
hacerlo. Yo era Vega Konstantinova y no la niña que estaba en lo alto de nuestra casa
cuando mi pie resbaló y la gravedad me arrastró en su abrazo, sólo para acabar con
una pierna y un brazo rotos.
Apreté las palmas de las manos contra la pared, igual que Yolanda, notando las
piedrecitas que caían al abismo cubiertas por la niebla, e igual que antes, me mordí
la lengua, dejando que el ardor me distrajera del hecho de que bajábamos por las
escaleras de la muerte.
—¡Creo que ya casi llegamos! —Yolanda gritó, su voz apenas audible a pesar
de que sólo unos centímetros nos separaban.
Esto no era lo que tenía en mente cuando me dijo que íbamos a ir a esta
pequeña reunión.

79
9
VEGA
ESTABA BASTANTE segura de que, en algún lugar, mientras bajaba las escaleras
de la muerte, había muerto. Mi pie resbaló de la escalera, y el pánico que se apoderó
de mi cuerpo, congelándome en el acto, me habría enviado a la muerte de no ser
porque Yolanda me agarró del brazo y me mantuvo en mi sitio. 80
Pero en cuanto llegamos a tierra firme, a una especie de entrada, me desplomé,
respiré hondo y calmé mi errático corazón antes de enderezarme y mirar a mi nuevo
amigo.
Su cara se contrajo, la disculpa evidente en sus ojos, cuando dijo: —No pensé
que sería tan malo. —Y lo admito, no podía culparla exactamente por guiarnos hasta
aquí, pero joder, el descenso parecía haber durado un siglo, y cuando saqué mi
teléfono, me di cuenta de que no podían haber pasado más de diez minutos.
—Lo sé —refunfuñé, sin querer disgustarla ni asustarla—. Es que odio las
alturas.
—Podría verlo —murmuró—. ¿Quieres que te de otro minuto o...
—Estoy bien —dije. Porque lo estaba. Estaba de una pieza, de pie,
respirando... No importaba que mi corazón siguiera acelerado, haciéndose a la idea
de que estábamos bien, al menos por ahora—. Deberíamos irnos. Ya se está haciendo
tarde.
Si pensaba que la luz de las escaleras era mala, era jodidamente brillante
comparada con la oscuridad casi total en la que empezamos a caminar después de
que fulminara con la mirada a Yolanda cuando abrió la boca para decir
probablemente alguna idiotez, como que estaba pálida. Probablemente tenía un
aspecto horrible, y el sudor que se me había pegado a la piel mientras caminábamos
hacía que se me pegara el pelo a la nuca, pero no tenía por qué mencionarlo. No
quería que se preocupara por mí.
Así que, en lugar de decir nada, se encaminó hacia la entrada de la cueva,
conmigo pisándole los talones, directa hacia la oscuridad. Unas lámparas de pared
apenas encendidas se encendieron cuando entramos, iluminando el camino todo lo
que podían, y tardé un momento en fijarme en la puerta que había al final de lo que
sólo podía describir como un pasillo, encajada entre dos enormes pilares tallados en
la piedra de la montaña.
Aunque me encantaban la historia y la arquitectura, no podía fijarme en las
inscripciones de los pilares para reconocer el estilo, pero sólo había visto algo
parecido una vez, cuando me permití hacer turismo en Atenas, donde fui a uno de los
templos de Atenea. Las tallas de los pilares del templo eran casi idénticas a las de
aquí.
Mis ojos absorbieron las tallas apenas iluminadas de la pared, las runas de
aspecto extranjero cada vez más grandes cuanto más nos acercábamos a la enorme
puerta que se cernía ante nosotros. Yolanda se acercó lentamente, con las manos
visiblemente temblorosas, aferrándose a la invitación que había sacado del sobre, y
antes de que pudiera sugerirle que probablemente deberíamos dar media vuelta y
regresar, llamó tres veces, y el sonido de sus golpes resonó a nuestro alrededor. 81
Tenía un mal presentimiento, y odiaba tener malos presentimientos cuando no
había salida. Estábamos haciendo esto me gustara o no.
El sonido de la puerta al abrirse me produjo escalofríos en los brazos, el
chirrido se clavó en lo más profundo de mi mente, recordándome el grito angustiado
de una mujer que oí una vez durante una misión en Bucarest. Una tenue luz apenas
iluminaba el lugar donde se encontraba Yolanda y, por instinto, mi mano se dirigió al
cuchillo que tenía apretado contra el muslo, esperando un ataque de quienquiera que
abriera la puerta. Pero en lugar de un ejército de gente que nos mataría por estar
aquí, apareció un hombre bajo y fornido, mucho mayor que nuestros apenas veinte
años, mirando de arriba abajo la figura de Yolanda antes de que sus ojos oscuros y
brillantes se posaran en mí, estrechándose en mi brazo congelado y en el lugar del
muslo que me tocaba por encima del abrigo.
—¿Nombre? —ladró, su voz áspera y fuertemente acentuada no hizo nada por
apaciguar los nervios que causaban estragos en mi cuerpo, pero sus ojos no se
apartaron de mí.
—Yolanda —respondió—. Yolanda Engström —repitió orgullosa, con una
pequeña sonrisa en los labios, y supe lo que era un mecanismo de defensa cuando lo
vi. Yolanda ocultaba sus verdaderas emociones tras sonrisas falsas, intentando
apaciguar a las masas y demostrarles que era tan inofensiva como ellas, y ahí radicaba
exactamente su fuerza.
—Tú no —ladró, frunciendo el ceño—. Es con ella. —Inclinó la cabeza en mi
dirección y su mirada depredadora recorrió mi cuerpo de un modo que me erizó el
vello de la nuca.
—Vega Konstantinova —dije en voz alta, dejando que mi voz resonara por toda
la cueva, viendo cómo la confusión bañaba sus facciones—. Encantada de conocerte,
pero...
—Tú no estás en la lista —refunfuñó—. Ella está en la lista, pero tú no.
—Es mi invitada —dijo Yolanda, acercándose a mí—. Tengo una invitación para
dos personas y dice que puedo in...
—No —dijo el hijo de puta—. No está en la lista. Si no está en la lista, no puede
entrar.
—Pero...
—No, Sra. Engström. Hay que seguir las reglas. No en la lista. No aceptada. Ella
no puede...
—Déjalas pasar. —Mi cabeza giró en dirección a la puerta, intentando ver a la
persona que hablaba. Su voz grave me produjo un escalofrío de miedo y entrecerré
los ojos para intentar verlo mejor cuando salió a la luz, con los ojos fijos en nosotros. 82
Sus ojos azul oscuro se posaron primero en Yolanda, arqueando una ceja ante
la temblorosa chica que estaba a mi lado, mientras yo me tomaba un momento para
mirarlo de verdad. La tenue luz que lo iluminaba no disimulaba sus impresionantes
rasgos, ni unos ojos que me recordaban a una tempestad sobre el mar, amenazando
con destruirlo todo a su paso. Llevaba el pelo rubio oscuro peinado de forma
desordenada, con los rizos cayéndole sobre la frente, pero eso realzaba su belleza.
Me recordaba a un modelo que vi en la portada de una revista no hace mucho, y
cuando mis ojos se dirigieron a la pobre e inmóvil Yolanda, me di cuenta de que él
no sólo se la estaba bebiendo, sino que ella estaba haciendo lo mismo.
Una camiseta de manga corta le abrazaba con fuerza el pecho, haciendo fuerza
contra los músculos de sus brazos, y me hizo pensar en aquella vez que intenté
ponerme la camiseta con la que dormía cuando era sólo un niño, pero ya no me cabía,
casi se rasgaba debido a mi cuerpo mucho más grande por aquel entonces, y me eché
a reír.
Los ojos abiertos de Yolanda se posaron en mí, el pánico que obviamente
estaba experimentando amplificado por mi pequeño arrebato.
—Lo siento —me reí entre dientes—. Pero es divertidísimo que alguien te envíe
una invitación, te diga que traigas un acompañante, y cuando lo haces, no te dejan
entrar a tu acompañante.
El hombre alto que estaba en la puerta miró con el ceño fruncido al portero,
cuyo rostro palidecía visiblemente.
—Creo que podemos dejar que entren las dos esta noche, ¿no te parece,
Maurizio? —dijo el gigante rubio, con voz dura y cara de piedra mientras miraba al
bajito.
—Pero, señor, las reglas...
—Las reglas se hicieron para romperlas. —El gigante sonrió, acercándose a
nosotros. Parecía enorme desde lejos, pero cuanto más se acercaba, más me daba
cuenta de que sobresalía por encima de Yolanda y de mí, y ninguna de las dos éramos
precisamente bajitas.
Yolanda llevaba botas de tacón, pero la parte superior de su cabeza apenas le
llegaba a la barbilla. Se detuvo frente a ella y, como si estuviera viendo una película
a cámara lenta, levantó la mano con cuidado tomando la suya y llevándosela a los
labios. No me prestó atención y era obvio que no le importaba quién era ni lo que
dijeran algunas normas, pero también era obvio que era lo suficientemente poderoso
como para ignorarlas también.
El fuerte jadeo de Yolanda penetró en la cueva cuando sus labios presionaron
su piel, y escondí la risita que amenazaba con estallar cuando vi lo rojas que estaban
sus mejillas.
83
—Pido disculpas por la grosería de Maurizio —murmuró—. Espero que puedas
perdonarnos.
—Yo... —balbuceó—. Sí, por supuesto. No hay ningún problema.
Podría haberme quedado aquí toda la noche mientras los dos se ponían esos
ojitos de corazón, pero aún no tenía ni idea de quién era y no iba a pasarme las
próximas dos horas aquí de pie, cuando quería saber qué estaba pasando dentro.
—¿Y tú eres? —pregunté, rompiendo la pequeña burbuja en la que estaban
atrapados—. Quiero decir, no me malinterpretes, me encantaría quedarme aquí toda
la noche y congelarme el culo mientras intentas encandilar a mi amiga —murmuré
sarcásticamente—, pero preferiría mucho más entrar y ver de qué va todo este
alboroto.
Sus ojos tormentosos se cruzaron con los míos, y toda la amabilidad que había
grabado en su rostro para con Yolanda desapareció por completo. Si fuera menos
mujer, habría bajado los ojos y dejado que el miedo se deslizara por mis venas por la
fuerza del enfado que destilaba, pero estaba rodeada de gente como él a diario, y no
iba a enseñarle la barriga solo porque me mirara como si quisiera matarme.
—Vega Konstantinova —murmuró, alejándose de Yolanda—. Nunca he oído
hablar de ti. —Ouch.
—Si nunca has oído hablar de mí, eso significa que soy muy buena en mi
trabajo. —Sonreí satisfecha. Dos podían jugar a este juego y no quería que esta gente
supiera mi nombre. Por algo trabajaba para una organización llamada Schatten, que
literalmente significaba La Sombra. Por algo era el mejor en lo que hacía.
Nadie sospechaba que una chica como yo podía matar a hombres que la
doblaban en tamaño y desaparecer sin dejar rastro. Me echaron un vistazo y me
metieron en la categoría de “Damiselas en apuros” cuando yo era cualquier cosa
menos eso.
—¿En serio?
—Sí, de verdad. —Di un paso adelante y le tendí la mano—. Entonces,
intentemos esto de nuevo, ¿sí? Me llamo Vega. —Levanté una ceja cuando se quedó
parado, dejando que mi mano colgara entre nosotros—. Vega Konstantinova. ¿Y tú
eres?
Los ojos de Yolanda nos miraron a los dos y, a juzgar por su expresión, la
situación no era nada agradable. Pero no iba a permitir que esa gente me intimidara.
No iba a dejar que me trataran como a un ser inferior sólo porque no tuviera un
apellido elegante o porque mis padres no fueran de la realeza mafiosa.
Agité la mano en el aire, mis ojos le atravesaron, y si las miradas matasen, 84
habría muerto hace al menos cinco minutos. Pero como dice el refrán, si les
demuestras tu fuerza y que no les tienes miedo, los matones suelen ceder y empiezan
a tratarte como a un igual.
Sus largas piernas acortaron la distancia que nos separaba y sus largos dedos
rodearon los míos, apretando su agarre como si quisiera demostrarme el dominio que
ya tenía a raudales. No necesitaba que me recordara su fuerza, ni quería enemistarme
con alguien que era obviamente poderoso, pero una chica tenía que hacer lo que
tenía que hacer.
Lo sujeté con más fuerza y su ceja izquierda llegó a su frente justo cuando la
comisura de su boca se levantó, sonriéndome.
—Creo que vamos a ser buenos amigos, Vega.
—Lo dudo mucho —dije, estrechando su mano durante más tiempo del
habitual—. Pero estoy dispuesta a participar en esa pequeña fantasía tuya.
—¡Vega! —exclamó Yolanda, tratando de ocultar la sonrisa que afloraba en su
rostro—. Juega limpio.
—Esta soy yo haciéndome la simpática —le dije—. Pero sigues sin decirme tu
nombre, y no puedo ser amiga de gente que está tan poco dispuesta a decirme quién
es.
—Esto es... —empezó, sólo para ser interrumpida por el intrigante hombre que
estaba frente a mí.
—Jax —dijo, sonriendo ampliamente—. Jax Astoria. —Y fue el momento de que
mis ojos se abrieron de par en par—. Bienvenido al Foso, Vega. —La mirada diabólica
en su rostro me dijo todo lo que necesitaba saber.
Estaba en la entrada del infierno.
10
VEGA
TANTO YOLANDA como yo nos mantuvimos calladas mientras Jax nos conducía al
interior, y tuve que admitir que el interior de este lugar no se parecía en nada a lo que
había imaginado.
Las palabras de Jax no dejaban de resonar en mi cabeza, el nombre que tan
85
acertadamente utilizó para este lugar realmente encajaba, pero donde yo esperaba
suelos empapados de sangre y altares de sacrificio, el mármol negro se extendía por
el pasillo por el que nos condujeron, mezclándose con las piedras de color rojo
sangre que cubrían el suelo de la sala principal, justo donde estaba colocado el
enorme anillo.
Las mismas inscripciones que había en las paredes de fuera se colocaron
también en las de dentro, y quienquiera que construyera este lugar también se
aseguró de mantener intactas las paredes de la cueva. Levanté la cabeza hacia el
techo cubierto de pintura, muy probablemente no de este siglo, que mostraba una
caída de ángeles, y me pregunté para qué se había hecho inicialmente esta sala,
porque era imposible que existiera algo así antes de que abrieran la Academia.
—Hay más de cien túneles bajo la Academia —nos informó Jax, volviendo a
centrar mi atención en él mientras caminábamos hacia la mesa alta situada justo a la
derecha de la entrada a la sala principal—. Nunca hemos podido explorarlos todos.
—Y se utilizaron durante la Segunda Guerra Mundial, ¿verdad? —intervino
Yolanda, mi pequeña friki, con los ojos brillantes de interés mientras miraba a Jax—.
He leído al respecto. Sobre la época en que esto era sólo una catedral, utilizada para
los refugiados y los partisanos.
—Sí. —Jax miró por encima del hombro, sonriéndole—. Ellos fueron los que los
utilizaron, pero los túneles estaban aquí mucho antes que ellos, y nadie sabe
realmente si se crearon cuando se construyó la iglesia o si siempre estuvieron aquí.
Pero sea cual sea su historia, demostraron ser útiles.
—Entonces, ¿hay todo un laberinto de túneles a nuestro alrededor? —
pregunté, observando a la gente que estaba de pie a nuestro alrededor, de espaldas
a nosotros, y desde el punto elevado en el que nos encontrábamos, ninguno de ellos
podía vernos realmente. Podía ver la enorme escalera que bajaba hacia el foso, y
supongo que de ahí venía el nombre.
—Sí —dijo Jax, deteniéndose a un lado de la mesa, cogiendo algo de su
superficie—. Me temo que tendrás que ponerte esto si quieres participar. —Mis ojos
se clavaron en las dos máscaras blancas que tenía en las manos, al estilo de El
fantasma de la ópera.
—¿Muy dramático? —dije, quitándole una. El material era más suave, mucho
más suave de lo que parecía en un principio, y aunque nos cubría la mitad de la cara,
no podía ocultar quiénes éramos en realidad.
—Sólo un poco —rió Jax, entregándole la segunda máscara a Yolanda—. Sólo
mantenemos la tradición.
—Tradición, claro —refunfuñé, dando un paso atrás. Me coloqué la máscara 86
entre los muslos, sujetándola mientras me agachaba y dejaba caer el pelo, sólo para
atármelo en una coleta alta. No tenía sentido intentar peinármelo con la máscara
puesta, y no era como si me importara si alguna de estas personas me encontrara sexy
o no. Estaba aquí para ver cuál era el propósito de todo esto, no para mezclarme—.
Lo próximo que sabré es que estarás sacrificando vírgenes y ofreciéndonos la vida
eterna si nos unimos a algún club secreto.
—Puede que sí —dijo—, pero me temo que los sacrificios se detuvieron en
algún momento de 1985. Demasiada sangre, ¿sabes? —Luché contra la sonrisa que
amenazaba con brotar en mi cara mientras me apretaba el lazo del pelo y me
enderezaba, justo para ver a Yolanda luchando con su máscara.
—¿Necesitas ayuda? —pregunté, pero antes de que pudiera hacer nada, Jax se
puso detrás de ella, atando las cuerdas conectadas a la máscara en la parte posterior
de su cabeza, dejando que su mano arrastrara por su pálido cabello—. De acuerdo
entonces, supongo que no —murmuré, colocándome mi propia máscara en la cara y
atándola por detrás—. ¿Y ahora qué? —pregunté, poniendo las manos en las caderas,
con la expectación creciendo en el centro de mi pecho.
—Ahora, pequeña Vega. —Sonrió con satisfacción, mirándome—. Ve a jugar.
Tenía demasiadas preguntas para él, pero nunca llegué a hacerle ninguna
porque en el momento en que esas palabras salieron de su boca, agarró otra máscara
de la mesa, con el mismo diseño que la nuestra, pero de color negro intenso, y bajó
las escaleras, perdiéndose entre la multitud.
Yolanda me miró como si yo tuviera todas las respuestas sobre lo que debíamos
hacer a continuación, pero yo no tenía ni puta idea. Se me daba bien seguir órdenes,
la mayoría de las veces, y se me daban bien las situaciones que conocía de antemano,
pero esto era tan nuevo para mí como para Yolanda.
—No me mires así —murmuré, acercándome a ella—. No tengo ni idea de lo
que se supone que tenemos que hacer ahora.
Lanzó una mirada a la multitud que estaba de pie alrededor de un ring cuando
las fuertes notas de un piano irrumpieron entre los murmullos de la gente que hablaba
entre sí, acallando sus voces. No tenía ni idea de cómo se llamaba la canción, pero al
entrar en el estribillo, voces masculinas y femeninas mezclándose, la música de
sonido épico que seguía a sus palabras removió algo en lo más profundo de mi alma.
Un violín tomó lentamente el relevo justo cuando el ritmo aumentaba, y me
encontré acercándome a las escaleras, mirando a todos los que estaban allí abajo. El
abrigo me asfixiaba y, antes de que Yolanda pudiera preguntarme qué estaba
haciendo, me lo quité, colgándomelo del brazo. La misma sensación que tenía cuando
acababa de llegar a la Academia se apoderó de mi cuerpo.
Alguien me observaba.
87
Miré a la gente que se arremolinaba a mi alrededor, pero ninguno me prestó
atención. Mi sangre cobró vida cuando la voz femenina empezó a tocar las notas altas,
su tono angelical contrastaba completamente con el resto de la canción, pero me
avivó, me hizo sentir más poderosa de lo que quizá era en ese preciso momento, y sin
esperar a Yolanda, empecé a bajar las escaleras, intentando encontrar al culpable
que no dejaba de observarme.
La penumbra hacía casi imposible reconocer a nadie o lo que estaban
haciendo. Al final de las escaleras había una pareja abrazada, con la cabeza de ella
sobre el hombro de él y el brazo de él alrededor de la cintura de ella. Pero no me
prestaron atención cuando pasé junto a ellos, perdidos en su pequeño mundo.
Levanté la barbilla cuando la sensación de ser observada se hizo más fuerte, y
al mirar a mi izquierda, donde lo que parecía un bar iluminaba la zona a su alrededor,
lo vi.
La máscara que llevaba no se parecía en nada a la mía ni a la de Jax. Los cuernos
que salían de la parte superior, enroscándose en el extremo, me hicieron abrir la
boca, pero fue el diseño esquelético de la máscara lo que me hizo detenerme en mis
pasos. Sus ojos estaban clavados en mí, bajando por mi cuerpo y volviendo a subir,
hasta llegar a mi rostro semicubierto.
Ladeó la cabeza mientras sus labios se curvaban en una sonrisa diabólica, y lo
sentí en lo más profundo de mi ser. Estaba de pie con otros dos hombres y reconocí
a uno de ellos como Jax, gracias a la máscara, pero no tenía ni idea de quién era el
desconocido. El corazón me retumbaba en el pecho, me empujaba a acercarme a él,
pero no tenía intención de hacer nada de eso.
Había algo malvado en esa mirada, algo venenoso con promesas de dolor tan
severas que nunca me recuperaría de ellas. Conocí la maldad cuando era sólo un
niño, pero este hombre... Este hombre era algo completamente diferente.
Me creía un villano, pero era un ángel comparado con la energía que podía
sentir irradiar incluso desde esta distancia.
Se enderezó y se llevó a los labios el vaso con hielo que tenía en la mano,
sorbiendo el líquido ámbar mientras me observaba, y no había nada de inocente en
la forma en que arrastraba sus ojos sobre mí, como si yo fuera algo que pudiera
poseer. Conocía la posesividad, la había visto antes, pero nunca había sentido la
necesidad insana de saber quién era, aunque me costara la vida.
Podía perderme en la oscuridad que se arremolinaba en aquella mirada oscura
y, aunque no podía verle bien los ojos, no me cabía duda de que encerraban
promesas de proporciones impías.
88
Una mano me rodeó la parte superior del brazo y, sin pensarlo, giré sobre mí
misma, tirando a la persona al suelo y rodeándole la garganta con la mano, justo
cuando profirió un fuerte grito ahogado.
—¡Qué coño, Yolanda! —grité por encima del volumen de la música, soltándola
mientras sus ojos azules me miraban fijamente, llenos de un miedo que no quería
ver—. No puedes acercarte a mí así, maldita sea.
—Lo siento —balbuceó, aún tumbada en el suelo. Mi abrigo cayó junto a
nosotras y cerré los ojos, deseando calmarme.
Yo no era así. Yo no era alguien que se pusiera nervioso fácilmente por un
extraño que no significaba nada para mí.
Estás bien.
Respira.
Eres Vega Konstantinova.
Eres una sombra.
—Lo siento, Yolanda —grité, esperando que pudiera oírme justo cuando tomé
su mano entre las mías, tirando de los dos hacia arriba—. Pensé que eras otra persona.
Aún estaba nerviosa, con el cuerpo bloqueado, pero no dio un paso atrás. Sus
ojos llenos de lágrimas me molestaban y odiaba haber sido yo el causante.
—Lo siento mucho —le dije, acercándome a su oído—. ¿Perdóname, por favor?
—No pasa nada. —Su sonrisa era temblorosa—. ¿Dónde...? —Se aclaró la
garganta, antes de inclinarse hacia mi oído—. ¿Dónde aprendiste a moverte así? Eras
tan rápida.
—De vuelta en casa. —Sonreí, contenta de ver que volvía su habitual
jovialidad—. Puedo enseñarte.
—¿Puedes? —exclamó—. ¿De verdad?
—Sí. —Asentí—. De verdad. Puedo enseñarte a defenderte. Nunca se sabe
cuándo puedes necesitarlo.
—Pero no soy muy buena luchadora.
—No hace falta. —Me encogí de hombros—. Pero sí tienes que ser capaz de
defenderte de cualquiera y de cualquier cosa. El mundo en el que vivimos no es
precisamente el más bonito, así que.... —Me interrumpí y me pasé una mano por el
cuello, esperando que desapareciera la sensación de sus ojos clavados en mí—.
Podemos programar algo, las dos solas.
—Me encantaría. —Sonrió, juntando las manos—. ¿Quieres tomar algo? —
preguntó, mirando por encima de mi hombro, y yo realmente, realmente no quería ir 89
a donde estaba parado.
Su presencia me inquietaba, y odiaba sentirme así.
—Uh...
—Vamos. —Me agarró de la mano justo cuando levantaba el abrigo del suelo—
. Todo irá bien.
Me dio la vuelta, ahora de cara al bar, pero cuando mis ojos se posaron en el
lugar donde estaba el desconocido, ya no estaba allí. Algo parecido a la decepción
nació en mi pecho y, antes de que pudiera extenderse por todo mi cuerpo, lo aplasté,
sin querer siquiera pensar en ello.
Yolanda se dirigió al bar como si fuera la dueña del lugar, y por un segundo vi
a la verdadera princesa de la mafia sueca, acostumbrada a conseguir lo que quisiera,
al menos por fuera. No creía que se diera cuenta de lo gruesa que era su armadura y
de lo mucho que distorsionaba la imagen real de quién era, pero supongo que la única
forma de sobrevivir en este mundo era llevar una máscara frente a los enemigos, y al
igual que ella, yo llevaba la mía todos los días.
La única diferencia era que yo no tenía a nadie ni nada y a menudo olvidaba
que mi máscara no era quien yo era en realidad.
Dejé de prestar atención a Yolanda mientras pedía las bebidas para nosotros y
miré a mi alrededor, intentando reconocer a la gente que caminaba por allí, pero con
las máscaras puestas, incluso mostrando sólo la mitad de sus rostros, era imposible
identificarlos. La carpeta que me dio Alena contenía información sobre casi todos los
alumnos que habían pasado por la Academia, tanto los de antes como los de ahora,
junto con sus fotos y cualquier información adicional que pudiéramos conseguir, cosa
que agradecí.
Me encantaba saber en qué me metía, y aunque Alena y yo no éramos
precisamente amigas, ella sabía cómo prefería que se hicieran las cosas. Venir a la
Academia ya estaba jodiendo todos mis planes, pero aguantaría.
Siempre lo hacía.
No había otro camino para mí.
—Aquí tienes —dijo Yolanda, dándome un vaso lleno de líquido rojo y hielo
suficiente para congelarme las cuerdas vocales.
—¿Qué es esto?
—Vodka con arándanos. —Ella sonrió—. No sabía qué te gustaría tomar, así
que opté por lo más seguro.
—¿Y el vodka era la opción más segura? —le pregunté, arqueando una ceja.
—Bueno... —La sonrisa se le escapó de la cara mientras intentaba encontrar las 90
palabras—. Eres rusa, ¿verdad? —Y yo que pensaba que tal vez la gente de este lugar
no tendría los mismos prejuicios que el resto del mundo.
—Sí —dije—. Pero no a todos los rusos les gusta el vodka, y no todos estamos
de acuerdo con los estereotipos que circulan.
—Dios mío —jadeó, tapándose la boca con la mano—. Lo siento mucho. No
quería decir eso. Es que...
—Lo sé —dije sombríamente, antes de dejar que la risa que mantenía
fuertemente encerrada brotara de mi pecho—. Sólo estoy bromeando contigo. Me
encanta el vodka con arándanos. —No es que bebiera a diario, pero era una bebida
lo suficientemente básica y con la cantidad de hielo que usaban en estas cosas que
conseguían aguarla, era capaz de mezclarme y seguir lo suficientemente sobria como
para mantener el control—. Salud. —Golpeé mi vaso contra el suyo y di un sorbo a la
bebida.
El alcohol era apenas perceptible con el sabor del arándano explotando en mi
boca, y le agradecí que me empujara a tomar esto.
No había muchas situaciones en las que pudiera relajarme y disfrutar, y
permitirme este momento en el que podía hacer algo así me recordó por qué estaba
haciendo esto. Por qué acepté la misión cuando podría haber dicho que no, o al
menos, podría haber desaparecido.
El arte de ocultarse en las sombras no era algo que todo el mundo llegara a
dominar, y por eso Heinrich se aferró desesperadamente a mí todos estos años,
cuando demostré que podía hacerlo mejor que la mayoría.
—¡Salud! —Yolanda se rió, sacudiendo la cabeza hacia mí y dando un sorbo a
su bebida.
—¿Qué es eso? —pregunté, señalando el brebaje rosa en su mano—. Parece
un maldito veneno.
—Es un martini francés —soltó una risita, relamiéndose los labios—. ¿Quieres
probarlo?
—Oh no, gracias. —Di un paso atrás—. Prefiero esto. —Levanté mi vaso.
—Pero esto está sabroso. —Frunció el ceño, tomando otro sorbo—. Deberías
probarlo.
—Oh, no, gracias. —Yo era un animal de costumbres. Aunque me gustaba
probar cosas nuevas, la mayoría de las veces me quedaba en mi pequeño carril,
donde estaba perfectamente a salvo y no me arriesgaba a una intoxicación
alimentaria y dolor de estómago. Además, lo seguro era bueno. Me ha mantenido vivo
todos estos años, y prefiero que me llamen aburrido a estar a dos metros bajo tierra 91
por haber decidido ser imprudente una vez en la vida.
—Como quieras. —Yolanda se encogió de hombros, concentrándose en la
creciente multitud frente a nosotros, con las cejas fruncidas al ver a todo el mundo
reunido—. Hay tanta gente —casi susurró, y la única razón por la que pude oírla fue
porque no dejaba de inclinarse hacia mí, hablándome directamente al oído—. Te juro
que no sabía que había tanta gente en la Academia.
—No todos son de la Academia —habló una voz femenina desde nuestra
derecha, y ambos nos giramos para ver a una despampanante morena apoyada en la
barra con cara de aburrimiento. A diferencia de nosotros, ella no llevaba máscara
para ocultar su verdadera identidad y yo no podía reconocerla en ninguna de las fotos
que había visto hasta entonces—. Lo siento. —Sonrió, mostrando una línea de dientes
perfectamente blancos—. No he podido evitar escuchar. Soy Gabriela —dijo,
apretando la palma de la mano contra el pecho.
El vestido negro que llevaba abrazaba sus curvas, con un escote pronunciado
que dejaba ver un tatuaje de serpiente en el esternón que decía todo lo que
necesitaba saber.
Sólo había una familia que utilizaba esa serpiente como emblema y ninguna de
ellas asistía a la Academia, al menos no oficialmente.
—Encantada de conocerte —dijo Yolanda, esquivándome y acercándose a
Gabriela—. Soy Yolanda. Yolanda Engström. Y ella es...
—Vega. —La saludé con la mano, pero ya sabía que debía ser cautelosa.
Gabriela Barone.
La Viuda Negra.
Una asesina de veintitrés años de la familia Barone. Era una princesa de la
mafia, custodiada por al menos tres hombres en todo momento, como si los
necesitara. Su padre, Domenico Barone, era una leyenda en nuestros círculos, y
aunque rara vez tenía que tratar con la mafia italiana, sabía quién era.
Diablos, todo el mundo sabía quién era.
Ella sola acabó con la familia Greco en el sur de Italia, después de que se
atrevieran a atacar el funeral de su difunto padre. No tenía ni idea de lo que estaba
haciendo aquí, pero no había forma de que alguien como ella necesitara asistir a la
Academia. Y tampoco era posible que su presencia aquí fuera una visita social casual.
No, Gabriela Barone nunca hacía nada por accidente, y mentiría si dijera que
no admiro a la mujer que consiguió luchar contra todos esos prejuicios machistas
contra las mujeres en este negocio y ascender al trono que le correspondía por
derecho.
—¿Tú también vas a la Academia? —preguntó mi pobre e inocente Yolanda, 92
charlando con Gabriela como si fueran viejas amigas.
Unos ojos oscuros se posaron en mí, estrechándose ligeramente al ver que yo
ya estaba mirando, antes de sonreír a Yolanda. —No —respondió Gabriela—. Me
convocaron —dijo con amargura, volviendo a centrarse en la multitud que teníamos
delante—. Pero no voy a mentir —rió entre dientes, enderezándose—, me alegro de
estar aquí. —Me miró de nuevo, dando un paso más cerca—. Tengo la sensación de
que esta noche va a ser divertida.
Había un significado más profundo en sus palabras, pero no sabía lo suficiente
sobre La Hermandad y La Fosa como para diseccionar todo lo que decía e intentar
descifrarlo.
—Sinceramente, no sé qué va a pasar esta noche —dijo Yolanda—. Pero estoy
emocionada por verlo todo.
—Ya verás. —Gabriela rió entre dientes, llevándose una copa de champán a
los labios. Sus uñas largas y cuidadas me llamaron la atención y me pregunté cómo
conseguía mantenerlas tan largas, teniendo en cuenta lo que hacía.
Muchos la subestimaban por ser mujer, pero Gabriela no era alguien a quien
quisieras joder. No necesitaba a sus guardaespaldas para protegerla ni para hacer su
trabajo. Era más que capaz de poner de rodillas a hombres hechos y derechos, y
mujer o no, era jodidamente buena en lo que hacía.
Por eso muchos deseaban verla caer. Querían verla de rodillas, pero algo me
decía que eso no iba a suceder.
La música se detuvo de repente, dejando que la sala se llenara con los
murmullos de la multitud, sus voces cada vez más altas hasta que uno de los hombres
que había estado antes con el desconocido entró en el ring, su máscara al viejo estilo
veneciano, sus labios dibujados en una sonrisa permanente mientras nos miraba
como si fuéramos campesinos esperando sus instrucciones.
Y puede que lo fuéramos, pero una mirada a Gabriela, a mi lado, me dijo que
lo conocía. Tenía la cara de piedra, los ojos clavados en el hombre del ring, pero no
se dirigía a él con suavidad. En todo caso, sus rasgos estaban llenos de tanto odio que
casi podía saborearlo en la lengua.
—Espero que todo el mundo se esté divirtiendo —habló el hombre, su
profunda voz penetrando a través del aire—. Y todos esperamos que estén listos para
el resto de la noche.
La multitud vitoreó, expresando lo felices que estaban de estar aquí, pero las
tres permanecimos en silencio, mirando todo lo que se desarrollaba frente a nosotros.
—Algunos ya saben lo que va a pasar a continuación —dijo, justo cuando 93
Gabriela murmuró: —Allá vamos.
—Pero tenemos algunos recién llegados —añadió, y sus palabras me
atravesaron. Esto no me gustaba. No me gustaba nada—. Y aquellos de ustedes que
han estado aquí antes, ¡espero que estén listos para un espectáculo!
El público se volvió loco, gritando y chillando, y tardé un momento en darme
cuenta de lo que estaban coreando.
Ofrendas.
Pedían ofrendas.
—¡Eso es, soldados! —gritó—. Estamos listos para la primera pelea de la noche.
—¿Pelea? ¿Qué maldita pelea?
—¿Qué está pasando? —preguntó Yolanda a nadie en particular.
—Esta es la siguiente parte, Yolanda —dijo Gabriela—. Si quieres entrar, tienes
que luchar por ello.
Una mirada a Yolanda y supe que no se lo esperaba. Su tez, ya de por sí pálida,
se volvió cada vez más blanca hasta parecer un fantasma. Sus ojos se clavaron en los
míos y en ellos se reflejaron las mil emociones que intentaba ocultar.
Si tuviera que luchar, no sobreviviría.
—Nuestra primera ofrenda de la noche es... —el hombre siguió hablando, y yo
recé a la fuerza que fuera para que no dijera el nombre de Yolanda—. ¡Aisling
Brennan!
El público la aclamó y, cuando miré hacia el escenario, una chica no mucho más
alta que yo entró en el cuadrilátero, sonriendo de oreja a oreja con los brazos en alto,
empujando al público a volverse loco por ella.
—Muchos de ustedes ya saben quién es Aisling —se rió entre dientes el
moreno, manteniendo su sitio en el centro del cuadrilátero—, y esta es su única
oportunidad de formar parte de algo más grande. Algo de lo que hablarían los libros
de historia. —Oh, vamos, dame un jodido respiro—. ¿Están listos para la próxima
ofrenda?
Esta gente estaba loca.
Todos sabíamos ya que no todos los alumnos de la Academia tenían las
habilidades necesarias para vencer en la batalla, y aunque algunos de los que venían
aquí ya estaban entrenados para convertirse en las armas letales que sus familias
necesitaban, otros no, y algo me decía que Yolanda no era la única aquí que no sabía
luchar ni siquiera después de un par de años en la Academia.
—Lucharán hasta la muerte —dijo Gabriela, sus palabras me helaron hasta los
huesos. 94
—Oh, no —gimoteó Yolanda, tragándose el contenido de su vaso más rápido
de lo que debería—. Voy a vomitar.
—Estarás bien —le dije—. Ya lo verás.
—Voy a morir, Vega —gritó, sus ojos me suplicaban—. Las dos sabemos que
voy a morir si subo a ese ring.
—No morirás. —Sobre mi maldito cadáver.
—¡Y nuestra próxima ofrenda! —Se rió a carcajadas, pero ya no importaba. Si
decían el nombre de Yolanda subiría. Tenía que subir.
De ninguna manera iba a dejar que esta pobre chica muriera esta noche.
—Yolanda Engström.
Yolanda estuvo a punto de caer de rodillas, y si no llega a ser porque Gabriela
la sostuvo, tuve la sensación de que se habría desplomado como un saco de patatas.
—No tienes que subir —dijo Gabriela, sus ojos escudriñando el rostro pálido
de Yolanda, pero incluso mientras decía eso, sabía que no subir significaría un destino
peor que la muerte—. Puedes decir que no.
—No puedo —gritó Yolanda—. Todos sabemos que no puedo.
No esperé a que pasara ni un segundo más, porque sabía que Yolanda subiría,
aunque aquello acabara con ella muerta. Ella no podía luchar, pero yo sí.
Le di mi abrigo a Yolanda y me abrí paso entre la multitud congregada
alrededor del ring y salté hacia arriba, atravesando las cuerdas, parpadeando
rápidamente contra la luz cegadora que colgaba sobre el cuadrilátero.
El hombre que hablaba por el micrófono lo bajó y me miró con ojos oscuros.
—Tú no eres Yolanda —me dijo.
—No. —Sacudí la cabeza—. No lo soy.
—Creo que no sabes cómo funciona esto, pequeña.
—Sé exactamente cómo funciona esto, viejo. —Si nos íbamos a insultar
mutuamente, más le valía a él recibir sus propios insultos. No creía que fuera mucho
mayor que yo, pero bueno... Obviamente pensaban que llamarme niñita me ofendería
de un modo u otro—. Quieres tener un espectáculo, ¿no? Quieres ver quiénes de
nosotros somos dignos. —Se quedó en silencio frente a mí, preguntándose si debía
dejarme hacer esto o no—. Bueno, yo soy lo mejor que tienes aquí.
—¿Lo eres ahora? —Sonrió satisfecho, pensando que iba de farol.
—Oh, lo soy. —Sonreí, quitándome la máscara que llevaba en la cara. No iba a
esconderme ni a arriesgarme a que me hicieran más daño con este artilugio en la
cara. Cayó al suelo, justo al lado de mis pies, y la pateé en su dirección. Se agachó y
recogió mi máscara—. ¿Vamos a hacer esto o qué?
95
La multitud enmudeció mientras el hombre frente a mí consideraba sus
opciones. Se dio la vuelta, mostrándome la espalda, y tardé un segundo en darme
cuenta de a quién miraba.
Un hormigueo recorrió mi piel cuando mis ojos se cruzaron con los del
desconocido que me había tumbado antes. Tenía cara de asesino, no muy contento
de verme aquí arriba, pero eh, yo no estaba precisamente contenta de pasar la noche
así, pero haciendo lo que había que hacer y toda esa mierda.
Asintió con la cabeza al hombre que tenía delante, y esa pequeña acción
impulsó el resto de la velada.
—Bueno —sonrió el cabrón condescendiente que tenía delante—, supongo que
lo haremos.
—Buen chico —me reí entre dientes, ganándome otra de esas miradas
mortecinas que tenía. Pero si ellos podían insultarme, yo también.
—¿Cómo te llamas?
—Vega Konstantinova —dije con orgullo, manteniendo la barbilla alta.
Se acercó el micro a los labios. —Tenemos un cambio de planes, todo el
mundo. —Me atreví a mirar al desconocido una vez más, viéndole con los brazos
cruzados sobre el pecho, mirándome con la promesa de la muerte en los ojos. Le
guiñé un ojo, apretándome la coleta y remangándome la camisa mientras me
colocaba en la esquina opuesta a Aisling, que me miraba con curiosidad en los ojos—
. ¡Vega Konstantinova!
En cuanto rugió mi nombre, el público enloqueció, coreando con él y
animándome. Pero como todas las otras veces, los aparté de mi cabeza.
Sus gritos.
El sonido de mi nombre.
El extraño cuyos ojos ardían intensamente en mi piel.
Y al abrir los ojos, miré a mi oponente, ladeando la cabeza.
¿Querían un espectáculo? Estaba a punto de crear todo un circo en esta pista.

96
11
VEGA
PUNTOS NEGROS DANZABAN en la periferia de mi visión mientras me balanceaba
sobre mis pies, mirando a la gimiente muchacha a mis pies. Perdí la cuenta después
de que la quinta ofrenda, como tan elocuentemente las llamaban, pisara el
cuadrilátero, mientras aún me zumbaban los oídos por el golpe que me había 97
propinado el larguirucho contra el que luché justo antes de aquella cuarta chica.
Desde el momento en que nuestro anfitrión, o lo que coño fuera, anunció mi
nombre, el público no dejó de gritar. Había intentado no prestarles atención, ignorar
el ruido y el hecho de que no tenía ni idea de por qué estaba luchando, pero con cada
oponente que pasaba me resultaba más y más difícil mantenerme en pie, y tenía la
sensación de que no podría hacerlo durante mucho más tiempo.
El sabor amargo de la sangre me llenó la boca mientras me pasaba la mano por
los labios, pensando que era sudor lo que me estaba limpiando, pero las vetas rojas
de mi mano me decían que el golpe con el que la chica que ahora estaba a mis pies
me había agraciado me había roto la piel. O algo así.
En algún rincón lejano de mi mente sabía que pagaría cara aquella noche y que
no podría funcionar durante al menos dos días mientras me recuperaba, pero
rendirme no era una opción. No me atreví a mirar en dirección a donde había dejado
a Yolanda, pero no podía dejarla luchar. No había forma de que sobreviviera a la
crueldad de algunas de esas personas.
Una saña que me sorprendió incluso a mí cuando empezaron a luchar sin honor,
sin jodido orgullo, tratando de encontrar los puntos débiles de mi cuerpo. Mi lado
izquierdo se entumeció hace tiempo por la cantidad de puñetazos que recibí allí, y
estaba bastante segura de que el sonido que oía provenir de mi hombro derecho no
indicaba nada bueno.
—¿Seguro que quieres seguir? —me preguntó el hombre que antes había
llamado a Yolanda y había intentado decirme que no podía hacerlo, de pie, cerca de
mí, y no me pasó desapercibida la expresión de preocupación de su rostro cuando
sus ojos se posaron en mí. ¿Tan mal aspecto tenía? —Podemos...
—Estoy bien —grité, sonriéndole ampliamente—. Podemos continuar.
Su rostro se estremeció mientras daba un paso más hacia mí. —Vega —
murmuró, alejando el micrófono de nosotros—. Necesitas atención médica, ragazza,
no otra pelea.
—Estoy bien. —Y yo era terca como una mula, pero podía hacerlo.
Tal vez fuera una idiotez estar aquí y esforzarme al máximo, cuando ya podía
sentir la debilidad en mis muslos mientras la fatiga me rodeaba lentamente,
esperando la oportunidad perfecta para atacar. Pero de ninguna maldita manera
dejaría que esta gente ganara, y menos en una pelea a puñetazos.
No había muchas reglas mientras nos preparábamos para luchar, aparte de una
muy simple: no morir. Lo cual, debo decir, me confundió, ya que tenía la impresión 98
de que se trataba de una lucha a muerte, o al menos eso había dicho Gabriela. Pero
no me habría sorprendido que hubieran decidido cambiarlo en el último momento.
Supongo que fuera cual fuera la razón de estas peleas, no nos querían muertos.
Nos necesitaban para algo, a cada uno de nosotros, y yo no era tan idiota como
algunos de los otros. Estaban poniéndonos a prueba, viendo quién podía resistir la
lucha y quién sería lo suficientemente bueno para ellos.
Para, sin duda, un ejército que estaban creando. Sólo que no tenía ni idea de
para qué.
—Piccola —el hombre empezó a hablar de nuevo—. Escúchame, por favor. Ese
fuego en tus entrañas sólo puede llevarte hasta cierto punto. Te vas a matar.
Giré la cabeza hacia un lado y mis ojos se cruzaron con los suyos. —Trae. Al.
Siguiente. —dije apretando los dientes. No quería seguir escuchándolo ni escuchar
todas las razones por las que no debía hacer esto.
Empezó como una forma de proteger a Yolanda, pero ahora que estaba aquí,
rodeada de tanta gente que se ganaba la vida haciendo lo mismo que yo, me sentía...
¿libre? Por primera vez podía soltarme y dejarme llevar por el instinto. No tenía que
seguir las reglas establecidas por el Schatten.
Había estado intentando recordar la última vez que me sentí así de libre, así de
despreocupada, sin el ruido sofocante en mi mente que siempre estaba ahí, hiciera lo
que hiciera.
El anfitrión, como le llamaba en mi cabeza ya que no sabía su nombre, dio un
paso atrás y luego otro, yéndose a la esquina opuesta a donde yo estaba, mientras
dos tipos entraban en el cuadrilátero, yendo directamente hacia la chica que gemía.
Mis ojos se fijaron en las salpicaduras de sangre en el suelo, que contrastaban
fuertemente con la superficie blanca, y no vi al recién llegado que entró en el
cuadrilátero, pasando junto al anfitrión y viniendo directamente hacia mí.
Pensaba que tenía un aspecto imponente y peligroso cuando estaba de pie
junto a aquella barra, pero eso no era nada comparado con la furiosa energía que
emanaba de su cuerpo cuando cruzó el cuadrilátero, agarrándome por la parte
superior del brazo, para empezar a tirar de mí hacia la esquina donde se encontraba
nuestro anfitrión con una sonrisa de satisfacción en la cara.
—Estás acabada —gritó el desconocido enmascarado, cuyo tacto se sentía
como un fuego abrasador en mi brazo—. ¡Dante! —gritó, mientras mi cerebro
intentaba atar cabos y averiguar qué estaba pasando—. Busca otra. Está acabada.
¿Acabada? ¿Con qué?
Y entonces caí en la cuenta. 99
—¡No! —troné, zafándome de su agarre y retrocediendo a trompicones. Su
brazo salió disparado, manteniéndome en pie, mientras sus ojos oscuros se
entrecerraban, haciéndome retorcer en su agarre—. Suél-ta-me. —Solté, odiando el
tono inestable de mi voz y el cosquilleo que me recorría todo el cuerpo por un simple
contacto.
—¿Intentas suicidarte? —preguntó, y por primera vez odié la máscara que
llevaba. Quería verle la cara, enterrarme en el calor abrasador que me ofrecía tan
gratuitamente. En una eternidad de oscuridad, me pareció una luz cegadora, y lo
odié.
Este extraño no era lo que necesitaba. No tenía ninguna duda de que debía
alejarme de él.
—Tal vez. —Sonreí, dando un paso atrás de él—. No es asunto tuyo.
—Jesucristo —gimió—. ¡Dante! —El anfitrión, cuyo nombre era obviamente
Dante, corrió hacia nosotros—. Hay sangre en sus dientes.
—Lo sé. —Dante asintió, con una sonrisa de oreja a oreja. Desapareció la
preocupación que había mostrado antes por mí, sustituida por algo que no podía
precisar—. Es una luchadora. Va a ser...
—No —respondió el cabrón. ¿No? ¿Cómo que no? —Ella no lo hará.
—¿Perdón? —exclamé, sintiendo el frío calarme hasta los huesos, justo cuando
Dante dijo al mismo tiempo—: ¿Por qué no?
—Ella no es pura. —El cabrón me miró como si no mereciera su tiempo—. Sólo
mírala. —Sólo. Mí-ra-la.
Sus palabras rebotaron en mi cabeza, catapultándome a una época que creía
haber olvidado. Ya no era una veinteañera sino una niña de seis años, de pie frente a
la monja de un orfanato mientras la familia que me acogió apenas unos meses antes
Le explicaba que yo no encajaba bien.
No era lo bastante buena.
No era lo suficientemente feliz.
No era lo suficientemente pura.
Una rabia sin igual comenzó desde la punta de mis pies, extendiéndose por mi
cuerpo como un incendio forestal, quemando los recuerdos en los que intentaba no
pensar. Mi cuerpo se movía por sí solo, ignorando el dolor cegador de mi costado
izquierdo y la tensión de mi hombro. Ya había leído sobre la experiencia
extracorpórea, pero mientras me movía más rápido que nunca, mirándome las manos
mientras se convertían en puños, me di cuenta de que no me importaba.
Nadie, y quiero decir nadie, me hablaba así. Nunca más. 100
Un rugido brotó de mis pulmones justo cuando mi puño conectó con la mejilla
del imbécil que, obviamente, se creía mejor que yo sólo por pertenecer a alguna
familia elegante y tener un apellido elegante. Un crujido sonó en algún lugar de mi
mente y supe que me había jodido la mano incluso antes de que el dolor empezara a
asentarse, pero estaba demasiado enfadada, con la adrenalina corriendo por mis
venas, como para registrarlo inmediatamente.
Dante dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos, rebotando entre mí y el hijo
de puta que simplemente estaba delante de mí, llevándose una mano a la mejilla que
yo había atacado. Mi pecho subía y bajaba con respiraciones profundas, mis ojos
clavados en la máscara sesgada que casi colgaba de su cara.
—Maldito seas —dije con calma, dejando que me invadiera, pero sabía que
tenía que gastar esa energía extra en algún sitio, y él era tan bueno como el que más.
Sus movimientos fueron lentos, metódicos, mientras se quitaba la máscara,
lanzándosela a Dante que consiguió atraparla en el último momento, alejándose de
nosotros.
Unos ojos castaño oscuro se posaron en mí, la ira que sentía evidente en el
oscuro abismo que me devolvía la mirada. Pero no fueron los ojos los que hicieron
que me diera un vuelco el corazón. Era la cara que no podía olvidar, aunque quisiera.
—Tú —le espeté acusadoramente, recordando el momento en que me miró por
primera vez. ¿Sabía ya quién era y adónde me dirigía?
El desconocido del tren cuya mirada me hacía palpitar la sangre estaba frente
a mí, enfadándome cada vez más. El hormigueo desapareció de mi cuerpo, sustituido
por un profundo odio hacia el imbécil egocéntrico que me miraba.
Tenía el mismo aspecto que antes, vestido de negro, igual que en el tren. No
me pasó desapercibido el hecho de que llevábamos atuendos similares, los dos
mirándonos fijamente mientras ninguno de los dos se movía.
—No quieres hacer esto, Bambi —gruñó, con las manos crispadas a los
costados, mientras la promesa del dolor le recorría los ojos—. De verdad, de verdad
que no quieres hacer esto.
¿Bambi? —No me llamo Bambi, imbécil. Es...
—Sé cómo te llamas, Bambi. —Sonrió con satisfacción, ladeando la cabeza—.
Si hubiera sabido quién eras en el tren, no te habría mirado dos veces. Mi gente no
se mezcla con los de tu clase. —Cada palabra era como una flecha en el centro de mi
ser, y odiaba que supiera qué botones apretar para desequilibrarme.
Era un secreto que llevaba escondido detrás de las costillas, en lo más oscuro
de mi corazón. La certeza de que nadie me quería me quitó el sueño durante tanto 101
tiempo que, cuando por fin los Schatten vinieron a buscarme, los acogí con el corazón
abierto porque, estúpidamente, creí que serían la familia que tanto deseaba.
Era la debilidad que más odiaba: el hecho de anhelar que alguien me quisiera,
me deseara, me necesitara en su vida. Era la debilidad que encerraba tras puertas de
hierro, fingiendo que no era una huérfana más buscando su lugar en el mundo.
Y destruyó esas puertas en cuestión de segundos.
Rara vez me importaban las opiniones de los demás, pero algo en él, algo en la
forma en que dijo todo aquello, había despertado las partes de mí que creía
desaparecidas. La niña que lloró por su madre cuando se la llevaron en aquel coche
de policía aún quería pertenecer a algún sitio, y era una puta mierda.
Pero no iba a dejar que me desarmara así. No iba a demostrarle lo mucho que
esas palabras me habían sacudido hasta lo más profundo.
Así que en lugar de lanzarme hacia él como quería, me enderecé, dejándome
abierta a un ataque. Él ya sabía demasiado, y yo no iba a poner en peligro mi misión
sólo para demostrar a un imbécil pomposo que yo era digno de su tiempo. Él no
importaba.
Nada de esta noche importaba excepto mi nueva amiga Yolanda y su
supervivencia.
—¿Qué pasa, Bambi? —Sonrió satisfecho—. ¿Qué pasó con ese coraje que
tenías hace cinco minutos?
—Todavía está aquí. —Sonreí una vez más—. Simplemente no quiero malgastar
mi energía en hombres como tú. Tengo mejores cosas que hacer.
—¿Ahora sí? —murmuró, dando un paso más hacia mí—. ¿Y qué son esas cosas,
si no te importa que te pregunte?
¿No le gustaría saberlo? —No es asunto tuyo, cariño. —Arrastré los ojos por su
cuerpo, fingiendo desinterés y tragándome el deseo que se agolpaba en mis
entrañas, porque aquel hombre parecía un sueño húmedo. Lástima que fuera un
imbécil de proporciones épicas.
Los puntos negros empezaron a hacerse más grandes, apareciendo justo al
lado de su maldita cara bonita, y supe que tenía que moverme. Tenía que hacer algo,
de lo contrario acabaría en el suelo, indefensa ante esa gente.
—¿Vas a seguir mirándome toda la noche o vas a pelear? Me estás haciendo
perder el tiempo, niño bonito.
—¿Chico bonito? —Sus ojos brillaron y una pequeña sonrisa apareció en su
rostro—. Me halaga que pienses que soy guapo. Ojalá pudiera decir lo mismo de ti.
—Oh, no era un cumplido —contesté, disfrutando de su sonrisa vacilante—. De 102
donde yo vengo, los chicos bonitos sólo sirven para una cosa.
—¿Y qué es eso? —gritó.
—¿No te gustaría saberlo? —Sonreí ampliamente, esperando, rezando para
que simplemente se largara del ring, pero al igual que todo lo demás esta noche, sus
acciones sacudieron los cimientos sobre los que estaba parado.
Apareció frente a mí en cuestión de segundos, con sus largos dedos rodeando
mi garganta, apretando suavemente, sólo lo suficiente para advertirme. —Bambi,
Bambi, Bambi —murmuró, arrastrando su nariz por mi mejilla—. La luna siempre sabe
lo que esconde el sol —susurró—. Recuérdalo, Bambi.
—¿Por qué coño me llamas Bambi? —me atreví a preguntar, ignorando la
amenaza bien enlazada que me dirigía.
Se apartó ligeramente, manteniendo su mano alrededor de mi cuello, sus ojos
ardiendo con algo que no pude descifrar. —Porque, como en los dibujos animados
de Bambi, eres una huérfana a la que nadie quería.
La rabia que me hervía en las entrañas me hizo arder y, antes de que pudiera
volver a abrir su sucia boca, le aparté la mano del cuello, sorprendiéndolo
momentáneamente, pero no tardó en recuperar el equilibrio.
Era alto, mucho más que yo, y se me torció el cuello al mirarlo. —No soy
huérfana. Tengo...
—No tienes a nadie —me dijo, cortándome el alma con esas palabras. No tienes
a nadie.
Y no lo tenía.
Sólo me tenía a mí misma y tenía que recordarlo.
Me abalancé sobre él, dispuesta a luchar, aunque él no quisiera, pero
subestimé el estado de mierda en que me encontraba y cuánta energía necesitaría
para luchar contra alguien como él.
Evadió mis puñetazos, y cuando mi puño conectó con sus duros abdominales,
su mano salió disparada, envolviéndome el cuello una vez más, y antes de que
pudiera intentar apartarlo de mí de nuevo, me tenía en el aire, golpeándome poco
después contra el suelo, cortándome el oxígeno.
Mis piernas se agitaban, golpeándolo desde cualquier ángulo que pudiera,
pero él no me soltaba. Las manchas negras empezaron a apoderarse de mí,
haciéndose cada vez más grandes, y tenía que saberlo. —¿Quién eres? —Luché
contra él, pero necesitaba saberlo.
—¿No los oyes? —Sonrió, mostrándome dos filas de dientes perfectos,
goteando veneno con cada palabra. Sus palabras se registraron en mi mente,
concentrándome en la multitud salvaje fuera del ring.
103
—¡Zylla, Zylla, Zylla, Zylla! —gritaron todos, y mi mente tardó un segundo de
más en atar cabos.
—Tú...
—Adrian Zylla, Bambi —murmuró, agachándose sobre mí sin esfuerzo, su
aliento caliente bañando mi oreja—. Y jodiste con el tipo equivocado, schatz.
Joder.
Joder, joder, joder, joder...
El último pensamiento que tuve mientras miraba la oscuridad que se
arremolinaba en sus ojos no fue que probablemente moriría. No, fue saber que ese
hombre, ese puto monstruo que tenía delante, podía destruir todos los muros, todas
las barreras que tanto me había esforzado en crear.
Su mano se alzó por encima de mi cara, algo parecido al arrepentimiento
recorriendo sus apuestos rasgos, y antes de que pudiera moverme o hacer nada para
esquivar el golpe, su puño conectó con mi mejilla, enviándome a las fosas de la
oscuridad que recibí con los brazos abiertos.
12
VEGA
LOS COPOS DE NIEVE SE POSARON en mi cara cuando salí de la casa que mi madre
alquilaba desde hacía un par de meses. Mi lengua salió disparada, atrapándolos en su
superficie, tal y como mamá me enseñó el otro día. Casi se me escapa una risita, que me
trago con un fuerte grito ahogado cuando oigo el estruendo de algo que viene de la 104
parte trasera de la casa.
Mamá me decía que me quedara siempre en casa si ella no estaba, pero yo tenía
que salir a ver la nieve. Parecía mágica, los blancos copos de nieve aterrizando
suavemente en el suelo, creando un cuento de hadas a partir de nuestro mundo. Mamá
se iba a enfadar, pero yo tenía que ver la nieve. Tenía que tocarla.
Pero ahora que el grito de un hombre atravesaba la noche, sentía que algo me
oprimía el corazón, algo que mi madre llamaba miedo.
Bajé al porche, mirando a izquierda y derecha para ver si alguno de nuestros
vecinos estaba fuera, pero no había nadie. La casa del lado izquierdo de la nuestra
estaba envuelta en la oscuridad, y yo sabía que la señora Jackson, que vivía en el lado
derecho de la nuestra, se iba a dormir temprano por la noche. Se lo contó a mi madre
cuando ésta le pidió que me cuidara una noche porque tenía que trabajar.
Respiré hondo, poniéndome los pantalones de niña grande, como decía mi madre
tan a menudo, y empecé a caminar junto a la pared de nuestra casa, yendo hacia la parte
de atrás, cuando el grito fuerte y angustiado de mi madre hizo que todo se detuviera por
un segundo, y entonces eché a correr.
Corrí hacia ella, hacia la zona donde probablemente se encontraba.
Mi madre estaba en peligro.
Estaba sola.
Dijo, dijo... Algo sobre ayuda si algo así pasaba. Pero yo podía ayudarla. Ya era
una niña grande. También me dijo que me quedara dentro, pero no podía dejarla sola.
No le gustaba estar sola.
—¡Mamá! —grité justo cuando me detuve en el claro detrás de nuestra casa,
viendo a mi madre en el suelo con un hombre enorme encima de ella, inmovilizándola
contra el suelo.
—¿Mamá? —preguntó el hombre que estaba encima de ella, con la cara que
ponía mi madre cuando no entendía algo—. Estúpida puta de mierda —le espetó,
manteniendo las manos alrededor de su garganta—. ¿Estabas embarazada cuando
huiste?
Mi madre me miró, mientras las lágrimas corrían por su rostro, moviendo la
cabeza de un lado a otro, como si quisiera negar sus palabras.
—¿Lo hiciste? —rugió el hombre, haciéndome saltar en el acto—. ¿Le robaste a
su hijo?
¿El hijo de quién? No entendí lo que intentaba decir. Yo era la única niña aquí.
Mamá no robó nada. 105
—¡Suéltala! —grité, corriendo hacia ellos, justo cuando mi madre gritó—, ¡Ne!
Me detuve, mirándola con confusión. Pero le estaba haciendo daño. Yo sólo
quería ayudarla.
—Ven aquí, pequeña —arrulló el hombre que estaba sobre ella, sus ojos pálidos
parecían de hielo—. No te haré daño.
—Estás lastimando a mi mamá. —Me temblaba el labio inferior y no quería llorar,
pero le estaba haciendo daño a mi madre. Eso no me gustaba. No me gustaba la gente
que lastimaba a mi mamá—. No me gustas.
—No pasa nada. —Sonrió, pero no era una sonrisa agradable como las que tenía
mi madre. Parecía extraña, fea—. Puedo llevarte con tu papá.
—¡Ne! Azra, ne! —volvió a gritar mi madre, con los ojos redondos, llenos de
miedo. Rara vez hablábamos en bosnio, sólo cuando estábamos las dos solas, y yo sabía
que no era una buena situación. No como cuando venía su novio, me traía chocolate y
jugaba conmigo. Este hombre no era un buen hombre.
—No tengo padre —dije, dando un paso atrás—. Sólo tengo a mi mamá.
El hombre miró a mi madre, fulminándola con la mirada antes de que sus ojos se
dirigieran a mí. —Tienes un padre, y le gustaría conocerte.
—¡No! Estás mintiendo. ¡No tengo padre!
—Azra, slušaj me —empezó a hablar mamá, pero el hombre levantó la mano y le
dio una bofetada.
—¡No!
—Jebena kuja —escupió, y yo sólo entendí una de esas palabras. Kuja era un
perro hembra, ¿no? —Začepi gubicu, Elvira, da ti je ja ne bi začepio.
No tenía ni idea de lo que me había pasado, pero mis ojos se posaron en el gran
ladrillo que había en el suelo, y mientras él miraba a mi madre, asfixiándola, yo lo cogí,
y sin pensármelo dos veces, me abalancé hacia él, golpeándole en toda la espalda con
él. —¡Suéltala! —grité, sorprendiéndolo lo suficiente para que soltara a mi madre.
—¡Joder! —El hombre gimió, empezando a enderezarse, y sólo entonces me di
cuenta de lo grande que era—. Vas a pagar por eso, pequeña.
Mis ojos estaban concentrados en él y no vi el momento en que mi mamá se
levantó, ahora sosteniendo el ladrillo que se me cayó de la mano una vez que lo golpeé.
—Vas a... —Pero no llegó a terminar la frase. Mi madre saltó sobre su espalda,
sosteniendo el ladrillo en la otra mano, mirándome como siempre hacía.
Con amor.
Con tanta tristeza.
106
—Bježi, Azra. ¡Bježi! —Quería que corriera, que me fuera.
No había tiempo para pensar, ni para discutir con ella, y cuando su mano se
levantó, aquel ladrillo en el aire, eché a correr.
Corrí y corrí y corrí mientras el sonido de un cuerpo cayendo al suelo llegaba a
mis oídos, mientras el grito de mi madre rasgaba la noche. Corrí, bajando por la calle,
y tardé un segundo en darme cuenta de que no era mi madre la que gritaba.
Era yo.
—¡Vega! —Una voz familiar desgarró mi subconsciente y, al igual que en el
sueño, salté en la cama, gimiendo mientras el dolor acuchillaba mi propio ser, mis
ojos se posaron en Yolanda al borde de la cama, sus ojos redondos llenos de
preocupación—. Por Dios, Vega.
Joder.
Hacía meses que no soñaba con mi madre, y de todos los días para que se
colara en mis sueños, tenía que ser hoy. O, bueno, esta noche, a juzgar por la
oscuridad que se veía fuera cuando miré por la ventana.
Tenía la boca seca, la garganta como papel de lija, y mi cerebro aún intentaba
hacerse a la idea de que ya no era una niña de cinco años que huía mientras mi madre
mataba a sangre fría a un hombre por intentar secuestrarme. Un asesinato que
destruyó su vida, o al menos eso creía yo hasta que desenterraron otra docena de
cadáveres de nuestro patio trasero.
—¿Quién es Azra? —preguntó Yolanda, su voz finalmente parpadeando en mi
mente—. Has estado diciendo ese nombre una y otra vez y...
—Nadie, Yo —gemí—. ¿Me das un poco de agua, por favor? —Se quedó
sentada, mirándome como si de repente fuera a romperme en pedazos delante de sus
propios ojos—. Ahora —ronqué, forzándome a sonreír, pero sentía la piel tirante y el
dolor me palpitaba desde la ceja hasta el pómulo. Levanté la mano y me presioné la
mejilla con el dedo, pero siseé de dolor—. ¡Joder!
—¡No toques eso! —gritó Yolanda—. Apenas pude detener la hemorragia.
Apenas podía mover el hombro derecho y sentía las costillas del lado izquierdo
como si estuvieran rotas por diez sitios distintos, pero sabía que, de ser así, no habría
estado aquí, respirando y pudiendo sentarme.
—¿Qué coño pasó? —pregunté, bajando la mano y tratando de concentrarme
en su cara.
Yolanda se movió inquieta en su sitio, mirando a cualquier parte menos a mí.
—Me salvaste la vida —dijo en voz baja, y sus ojos se llenaron de lágrimas al conectar 107
con los míos—. Dios, Vega, ¿en qué coño estabas pensando? —No estaba pensando,
y ese era el problema. Alena me reprendió suficientes veces como para que no
pudiera salvar a todas las personas, pero diablos, podía intentarlo. Y si tuviera otra
oportunidad, seguiría haciendo lo mismo—. Creí que habías muerto cuando te dio el
puñetazo —gimoteó, y odié el agarre que sus palabras tenían en mi corazón.
Por la razón que fuera, se preocupaba por mi bienestar, y quizá fuera una
idiotez encariñarse con una persona nada más conocerla, pero algo me decía que
Yolanda me necesitaba, y quizá, sólo quizá, yo también la necesitaba a ella.
—No puedo creer que te enfrentaras a Adrian Zylla, ganso tonto —murmuró,
rodeando mi muñeca con su mano—. No vuelvas a hacerlo. —Entonces, ¿no me lo
imaginé?
Trozos y pedazos flotaban lentamente por mi conciencia, recuerdos de
hombres y mujeres yaciendo a mis pies, derrotados tras nuestras peleas, sólo para
catapultarme al momento en que el puto Adrian Zylla bailó un vals hacia mí, diciendo
que no era lo bastante buena.
Pensé que la rabia que sentía desaparecería después de una noche, pero me
molestaba, joder, y odiaba que me molestaran cosas que ni siquiera importaban. ¿A
quién coño le importaba si Adrian Zylla pensaba que yo no era lo suficientemente
buena para su pequeño club? No estaba aquí para convertirme en su jodida mejor
amiga. Estaba aquí para averiguar qué hacía en la Academia y qué planeaba su padre.
Ni más ni menos.
—Pensé que iba a matarte —dijo Yolanda, frotando su pulgar sobre mi brazo—
. Cuando te vi caer, cuando vi que te daba un puñetazo en la cara y luego te sacaba
de La Fosa, pensé que no volvería a verte. —¿Me sacó? ¿Por qué me sacó? —Gabriela
lo detuvo cuando empezaba a subir las escaleras.
—¿Desde fuera? —Me estremecí. No había forma de que fuera capaz de cargar
conmigo y subir aquellas escaleras de la muerte.
—No, hay una entrada a La Fosa desde el interior de la Academia. Dios, Vega,
se veía aterrador cuando Gabriela le dijo que no fuera más pendejo y que te
entregara.
—Bueno, obviamente me entregó.
Yolanda puso cara rara, antes de volver a hablar. —Quiero decir, él te trajo
aquí. Dante se metió, él y Gabriela discutieron todo el camino, pero Adrián no quería
dejarte ir. Deberías haber visto la expresión de su cara, Vega. Nunca había visto a
nadie tan peligroso.
—Probablemente estaba enfadado porque no conseguiría matarme después
de todo. 108
—Sí —sonrió—, no lo sé. En cuanto te dio el puñetazo, el público enmudeció.
Te estaban animando de verdad, les caías bien.
—No. —Sacudí la cabeza—. Lo estaban animando a él, no a mí.
—Fue una mezcla, nena. ¿Tienes idea de lo que hiciste anoche?
—¿Peleé?
—No, Vega. Luchaste contra siete personas, y ganaste todas las veces. No tengo
ni puñetera idea de cómo lo hiciste, o qué te entró, pero parecías un ángel de la
muerte ahí arriba, con la sangre goteando de tus nudillos, incapacitando a cada uno
de tus oponentes.
—Hasta el maldito Adrian Zylla.
—Sí. —Ella hizo una mueca—. Hasta él. Pero sinceramente, no tenía ni idea de
cómo te las arreglabas para mantenerte erguida después de tantos golpes. Quería
estrangularte y animarte al mismo tiempo, porque era obvio que estabas luchando,
pero no te rendías.
¿Qué pensaría Yolanda si le dijera que la de anoche no fue mi primera pelea
de ese tipo? ¿Qué pensaría si le dijera que mi primera iniciación en el Schatten
significó tener que luchar contra gente mayor y más experimentada, y que fue una
auténtica lucha a muerte?
—Estoy bien —murmuré, tendiéndole la mano cuando un dolor agudo me
atravesó el costado izquierdo, haciéndome estremecer momentáneamente.
—Ya está —resopló, levantándose—. Tenemos que llevarte al médico.
—No. —Me negué a ir al médico. La última vez que estuve en el hospital, mi
madre... No importa—. Nada de médicos, Yolanda.
—Nena. —Me miró con el ceño fruncido—. Probablemente tengas al menos una
costilla rota y me sorprendería que no hubiera hemorragia interna. Tenemos que
hacerte un chequeo. Adrian quería llevarte anoche, pero...
—Adrian Zylla puede comer mierda, Yolanda —refunfuñé—. No voy a ir a un
puto médico, así que deja de insistir. —Me habría dado cuenta si me hubiera roto
algo. El dolor habría sido insoportable y mientras pudiera seguir en pie, estaba bien.
Me acerqué al borde de la cama, apoyando los pies en el frío y duro suelo,
reprimiendo el gemido que amenazaba con escaparse mientras mi cuerpo se movía,
recordándome todos los lugares en los que me habían golpeado la noche anterior.
—Joder —gemí, cerrando los ojos cuando el dolor palpitante de mi hombro se
hizo demasiado insoportable.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Yolanda, el sonido de sus pies acercándose a
mí resonando en mi mente. 109
Necesitaba ayuda, pero no quería pedirla.
—Estoy bien —murmuré, ignorando el resoplido que salió de ella.
—No pareces estar bien.
—Estoy. Bien —dije, mirándola a ella y el ceño fruncido en su cara—. Puedo
hacerlo.
—Vega...
—Puedo hacerlo, Yolanda. —Una pequeña herida no me mataría. Eso lo sabía.
Pero pedir ayuda sí—. Puedes volver a tu habitación si quieres. Yo estoy bien.
Necesitaba que se fuera. Necesitaba ir al baño y mirar los desperfectos,
revolcarme en la autocompasión sólo un par de minutos antes de ponerme la máscara
que tan expertamente llevaba. Las palabras de Adrián de la noche anterior seguían
picando en la costra de heridas que arrastraba desde niña, y no importaba lo que
hiciera, no importaba cuántas veces me dijera a mí misma que no me importaba su
opinión, mi alma, mi mente y mi corazón se negaban a escuchar.
Fue como si accionara el interruptor, dejando al descubierto las cicatrices que
nunca se habían curado bien, haciéndolas sangrar de nuevo.
—No voy a ninguna parte —dijo, negándose a moverse de su sitio—. Me
salvaste la vida, ahora yo te salvo la tuya.
—¡No necesito que me salves! —rugí, respirando agitadamente mientras la
miraba—. Puedo cuidarme sola.
—Pues mala suerte, caramelito —se burló, bajando hasta que su cara quedó
alineada con la mía—. Estás atrapada conmigo, y quieras o no admitirlo, me necesitas.
Necesitas ayuda y, como no quieres ir al médico, hoy estás con la enfermera Yolanda.
Todavía no te has visto, pero parece que acabas de salir de una pelea con un oso
pardo y no hay manera de que yo pudiera vivir conmigo misma si algo te pasara
mientras estás en este estado.
Ella seguía y seguía, balbuceando, repitiendo una y otra vez que no se iba, y
ocurrió lo más extraño. Algo húmedo resbaló por mi mejilla y, antes de que Yolanda
pudiera verlo, bajé la cabeza, dándome cuenta de que era una lágrima.
Estaba llorando.
Al darme cuenta de ello, se abrió un dique en mi pecho y no pude evitarlo.
Había tanto que desentrañar, tanto que había estado ocultando en lo más profundo de
mi alma, que un pequeño acto de bondad, una persona que demostró que se
preocupaba por mí a su manera, me hizo añicos delante de sus ojos.
No me entrenaron para esto.
No tenía ni idea de cómo afrontarlo. 110
Las emociones no eran algo que pudiera permitirme. Amor, felicidad,
amistades, esas eran las cosas que nunca podría tener por lo que hice, pero aquí, con
Yolanda, probablemente mi primera amiga después de Tyler, no sabía qué hacer. ¿Le
mostraba quién era realmente o seguía fingiendo?
—¿Vega? —murmuró, empezando a agacharse, y supe que no podía dejar que
viera las lágrimas en mis ojos.
—Estoy bien —murmuré, cerrando los ojos—. Déjame ir al baño y darme una
ducha. Me siento como si me hubiera bañado la muerte. —Reí forzadamente, y no
tenía ni idea de si ella me creía. Pero no me atreví a mirarla. No me atreví a levantar
la cabeza mientras me levantaba lentamente, intentando ignorar el dolor de mi
cuerpo, y caminaba hacia el baño.
Sólo un par de pasos más.
Sólo...
—¿Quieres que te ayude? —preguntó Yolanda cuando llegué a las puertas—.
Si quieres...
—No. —Sacudí la cabeza—. Si quieres, puedes irte, de verdad. Estaré bien.
—Ya te lo he dicho, nena, no va a pasar. Estaré aquí fuera, esperándote. Pero
si sientes que no puedes hacerlo, llámame. Sólo grita, por favor.
Obviamente, no se podía discutir con ella, porque Yolanda era tan testaruda
como yo; quizá incluso más.
No me resultaban familiares los sentimientos que evocaba en mí. No recordaba
la última vez que alguien se había preocupado por mí o la última vez que alguien se
había quedado conmigo mientras me recuperaba de las heridas que me infligieron
durante una misión.
Me gustaba pensar que tenía una especie de relación amistosa con Alena, pero
esa amistad surgió de la necesidad, de la necesidad de tenerla en mi círculo porque
yo no podía confiar en ella y ella no podía confiar en mí. La vida que habíamos llevado
no era feliz. Cuando vives lleno de paranoia e incertidumbre, tienes que elegir con
mucho cuidado a las personas de las que te rodeas.
Y Yolanda definitivamente no fue elegida cuidadosamente. Demonios, tenía la
sensación de que me había adoptado desde el momento en que salimos del despacho
del decano y, por alguna razón, me gustaba. Tal vez fuera la parte enferma y
depravada de mí que ansiaba la cercanía con otras personas de cualquier forma que
pudiera conseguirla, pero tener una amiga, cualquiera en realidad, que se
preocupara por mi bienestar, que luchara con uñas y dientes por permanecer a mi
lado cuando yo era literalmente una perra furiosa, era algo que nunca había tenido...
y lo deseaba, maldita sea. 111
Dios, casi podía saborearlo en mis labios, esta posesividad corriendo por mis
venas, porque no podía confiar en que Yolanda seguiría siendo mi amiga si se
enteraba de lo que hacía. Y sabía que estaba mal a más de un nivel, pero no quería
dejarla ir. No quería volver a la existencia en la que casi nadie sabía mi nombre.
La niña que aún se escondía en algún lugar de mi interior, la niña dañada que
había perdido demasiado y nunca había descubierto lo que era realmente el amor,
quería tener a alguien a quien pudiera llamar suyo.
Quería un hogar.
Al mirar a Yolanda, con la expresión desafiante en su rostro mientras cruzaba
los brazos sobre el pecho, supe que habría estado mejor sin mí en su vida. Parecía
que ya tenía suficiente mierda incluso sin mí añadiendo todos mis secretos y todas
mis cagadas, pero yo quería desesperadamente un amigo, por patético que sonara.
Había mantenido un férreo control de mis emociones durante mucho tiempo, y
mi llegada a la Academia parecía estar echando por tierra todos esos muros que había
levantado para protegerme del mundo exterior. No necesitaba un psiquiatra para
comprender que lo hacía porque tenía problemas de abandono, o porque temía que
en el momento en que dejara entrar a alguien se aprovechara de mí y me jodiera,
dejándome en un montón de cenizas de lo que solía ser mi corazón.
—¿Vega? —La suave voz de Yolanda se coló entre los fragmentos de mi mente,
devolviéndome a la realidad—. Pareces... ¿perdida? ¿De verdad estás bien? —Me
tomó la mano—. Quiero decir, sé que estás muy malherida, pero casi parece como si
hubiera algo más.
No indagaba, no preguntaba qué era ese algo más, y yo deseaba -Dios, cómo
deseaba- poder contárselo todo.
Ojalá pudiera decirle que casi todas las noches me despertaba sudando frío,
acribillada por pesadillas de una existencia sin amor y sin vida. Ojalá pudiera decirle
que la imagen que veía en el espejo cada día era la de un monstruo, una sombra,
porque ya no sabía quién era en realidad.
No tenía ni idea de lo que me gustaba y lo que no. No tenía ni idea de los
alimentos que prefería ni de los dulces que me apetecían.
Los Schatten me crearon. Crearon una persona que consideraban digna para
sus misiones, y yo era demasiado joven para luchar contra ello, para intentar construir
mi propia mente de forma que fuera capaz de tomar mis propias decisiones. Odiaba
seguir luchando contra el hecho de que no tenía órdenes y ahora intentaba hacer lo
que era mejor para mí.
Tardé meses en hablar y decirle a Heinrich que quería marcharme, y sólo lo 112
hice después de que uno de nuestros operativos volviera en una bolsa para cadáveres
en lugar de por su propio pie.
Pero lo peor... Lo peor fue que tardé años en empezar a pensar por mí misma,
y una vez que lo hice fue como salir del agua turbia, inhalando aire fresco por primera
vez. Pero desde que eso ocurrió parecía haber más problemas en mi mente que
resoluciones, y no tenía ni idea de qué camino tomar.
Sabía por qué había aceptado esta misión. Sabía que los Schatten no me
dejarían marchar si intentaba huir. Me perseguirían hasta el fin del mundo,
haciéndome pagar por mi desobediencia, y ¿quién me iba a decir que no me traerían
de vuelta e intentarían lavarme el cerebro una vez más para que cumpliera sus
órdenes?
No conocería la paz ni la vida que quería tener, así que lo acepté. Me quedé.
Haría lo que querían que hiciera, pero me bastaron dos días de estar aquí para
empezar a replantearme toda esta estrategia.
El archivo que me dio Alena tenía instrucciones claras sobre lo que debía
hacer: recopilar información y neutralizar la amenaza. Pero ¿y si lo que estaba
haciendo era absolutamente erróneo? ¿Y si había que dejar en paz a la familia Zylla y
Adrian Zylla no merecía morir?
Odiaba a aquel tipo y su actitud pomposa, pero ¿merecía morir por intentar
humillarme delante de los demás?
—Estás completamente ida, nena. Es jodidamente aterrador.
—Lo siento —murmuré, sacudiendo la cabeza—. Sólo estoy pensando.
—Bueno, estás pensando muy alto.
Probablemente lo estaba, pero no sabía cómo parar.
¿Debería quedarme aquí y hacer lo que me pidieron, e intentar vengarme de
Tyler, o debería recoger mi mierda y desaparecer para siempre?
Esta ira constante, este dolor constante, era jodidamente agotador, y ni siquiera
me di cuenta de cuánto hasta que Adrian Zylla me dio un puñetazo en la cara,
enviándome al olvido y hacia el sueño de mi madre.
Había olvidado muchas cosas sobre ella, o tal vez las había bloqueado porque
era más fácil pensar en ella como un monstruo que como un ser humano que hacía
todo lo posible por protegerme, y era obvio que me protegía de algo.
El sueño que tuve anoche no me había ocurrido antes, y ese hombre... Me
estremecí al pensarlo. Ese hombre obviamente me deseaba, mencionando a mi
padre, pero cada vez que intentaba pensar en el hombre que sería mi padre, las
palabras de mi madre se deslizaban en mi mente, recordándome que ella dijo que
estaba muerto. Pero, ¿lo estaba realmente?
113
Precisamente por eso odiaba soñar con ella o recordar las cosas de aquellos
cortos años que pasé con ella, porque siempre me traían más problemas, y problemas
era exactamente lo que no necesitaba ahora.
—Vega —siseó Yolanda—. Si no te metes en la ducha ahora mismo y se te quita
esa cara rara, voy a llamar a un médico. Empiezo a pensar que tienes una conmoción
cerebral o algo peor, porque sigues teniendo esa mirada distante en los ojos y no me
gusta un carajo.
Ella tenía razón. —Estoy bien. No te preocupes. —Sonreí, casi inmediatamente
haciendo una mueca de dolor cuando un dolor agudo me cortó el labio inferior—.
Joder.
—Joder es la palabra correcta. Estás sangrando... otra vez.
—¿También me estropearon el labio?
—Eh... —Ella se inquietó—. ¿Sí?
Mis ojos se entrecerraron ante ella. —¿Por qué respondes a mi pregunta con
una pregunta?
—¿Por qué? —Sonrió, ganándose una mirada mía.
Me di la vuelta, resoplando, y entré en el cuarto de baño, donde me detuve en
seco frente al espejo y vi mi cara por primera vez.
El lado izquierdo de mi cara estaba hinchado, con tonalidades azul oscuro que
marcaban todo el costado y un corte que me atravesaba la ceja, donde se me había
roto la piel. Mi ojo izquierdo estaba inyectado en sangre, haciendo que el verde de
mi iris fuera mucho más prominente. Mi ojo derecho, de color marrón claro, no estaba
en tan mal estado, pero era obvio que había pasado por un infierno a juzgar por mi
aspecto.
La sangre rezumaba lentamente de mi labio inferior, cayendo en cascada hacia
mi barbilla, y olvidé lo mucho que podían sangrar los labios cuando acababan en ese
estado.
—Jesús —gemí, sacando una toalla de mano del perchero y apretándomela
contra el labio—. No sabía que era tan malo.
—Creo que podría ser peor, en realidad —dijo Yolanda desde su lugar en la
puerta—. Todavía no has visto los moratones en las otras partes de tu cuerpo, y ellos,
bueno... No tienen muy buena pinta. —Francamente, no quería verlos, pero tenía que
evaluar los daños.
Si no podía luchar, era imposible que acabara la Academia en dos o tres 114
semanas, como había planeado inicialmente. Y conocer a Adrian anoche me demostró
que no era un oponente que debiera ser subestimado.
Pensaba que tenía muros colocados alrededor de mi mente y mis emociones,
pero él era casi ilegible, y tenía la sensación de que la única razón por la que era
capaz de ver algunas de esas emociones era porque él me lo permitía. No había nada
blando y seguro en ese hombre, y joder, por mucho que odiara admitir que otro era
mejor que yo en una pelea, esta vez tenía que hacerlo.
Era rápido.
Por supuesto, yo ya estaba herida y a punto de quedar incapacitada, pero él no
se inmutó, no se detuvo, ni siquiera pensó en sus movimientos o en lo que debía hacer
a continuación. Atacó, golpeándome contra el suelo.
Tenía la sensación de que sabía que le daría un puñetazo en la cara, y no pude
evitar preguntarme por qué me dejaría hacerlo. ¿Por qué arriesgarse a ser atacado
cuando podía salir ileso de la pelea?
—Lo estás haciendo otra vez —intervino Yolanda—. Estás empezando a
asustarme, Vega.
—Honestamente estoy bien. —¿Tan bien como podía estar después de haber
sido golpeada repetidamente hace un par de horas? —¿Qué hora es? —pregunté
mientras la miraba—. ¿No se supone que debemos ir a clases o algo así?
—Sólo son las seis de la mañana, pero no creo que sea buena idea que vayas a
ninguna parte hoy.
—No, tengo que hacerlo —argumenté—. Es el primer día y...
—Y apenas te mantienes en pie —replicó ella—. Podemos decir que te caíste
o...
—¿Y qué? —Le fulminé con la mirada—. ¿Aterricé en mi cara? El decano ya me
odia. —No es que me importara, pero no quería que sospechara más. Ya tenía sus
dudas sobre mi presencia aquí y no quería darle munición contra mí—. Voy a ir, Yo,
y eso es todo.
—Eso es todo, dice —refunfuñó Yolanda, poniendo los ojos en blanco—. Y
cómo crees que te las arreglarás para pasar por las clases de ataque y defensa que
tienes preparadas para hoy, ¿eh? Quiero decir, te veo capaz de repasar historia
universal y algunas de esas clases menos físicas, pero las dos primeras... no creo que
sea buena idea.
—Me las arreglaré. —Tenía que hacerlo. Mi mente seguía confusa, llena de más
confusión que claridad, y si me quedaba en mi habitación durante el día, estaba
segura de que me volvería loca—. Necesito conocer a las otras personas y revisar los
terrenos.
115
—¿Quieres decir que tienes que volver a ver a Adrian Zylla y decirle lo que
piensas de él?
Bueno, tal vez eso también, pero en realidad no quería verlo. Demonios, no
quería hablar con él si no era necesario. Sus palabras me atravesaban con la fuerza
de mil espadas, y si no tuviera que oír ni una sola palabra suya el resto de mi vida,
sería una persona feliz.
Pero no. Tenía que explorar los terrenos. Tenía que revisar la Academia y
empezar a investigar la desaparición de Tyler. Tal vez vine aquí por todas las razones
equivocadas, pero saber lo que le pasó era algo que tenía que hacer. Su desaparición
me había perseguido durante años y ahora que por fin estaba aquí tenía la
oportunidad de descubrir la verdad.
No se preocupaban por él, igual que no se preocupaban por mí, pero yo lo
quería. Era el mejor de todos nosotros, y odiaba que nadie hablara nunca de él
durante los años que pasaron. Era como si fuera un número más en la pizarra que no
merecía ser mencionado, igual que yo. Como todos nosotros.
Heinrich prefiere sacrificar a todos los operativos para salvar su propio culo
que hacer algo por nosotros. Nos vendieron una historia de unidad familiar a una edad
temprana, pero en realidad se centraron en los niños que nadie más quería y los
utilizaron para crear soldados perfectos que cumplieran sus órdenes.
Cuando creces sin mucho, cualquier tipo de amor, por muy jodido que fuera,
te calienta el corazoncito y no quieres perderlo porque ya has perdido demasiado.
Al menos, así fue para mí.
—Sinceramente, no quiero volver a verlo si no es necesario —gruñí,
arremangándome la camisa—. Pero sé que tendré que hacerlo, así que —me encogí
de hombros—, es lo que hay.
—¿Qué te dijo cuando te habló allí arriba? —preguntó Yolanda, mirándome con
ojos inquisitivos—. Mantuviste la calma durante todo el asunto, durante todas esas
peleas, y estoy segura de que la mayoría de esa gente peleó sucio y habló mal. Pero
en cuanto abrió la boca, te pusiste rabiosa.
—Nada importante —dije, negándome a mirarla y concentrándome en cambio
en respirar superficialmente mientras me palpitaban las costillas por el dolor. Sólo
consiguió destruir todo lo que yo era con unas pocas palabras.
Y odiaba que una parte de mí pensara que tenía razón.
—Voy a darme una ducha —dije, bajándome la camiseta antes de echar un
vistazo a los daños. Tenía la sensación de que necesitaría desnudarme 116
completamente para echar un vistazo a todo—. A menos que quieras verme desnuda,
quizá quieras salir. —Sonreí, mirándola.
—Oh, no, no. Me agradas, pero no tanto.
Dio un paso atrás y cerró la puerta suavemente, dejándome sola. Y mientras
volvía a mirarme en el espejo, contemplando a la extraña que había allí, me pregunté
si sería capaz de sobrevivir a este lugar o si me tragaría entera.
13
ADRIAN
EL VIENTO EMPEZÓ A ARRECIAR cuando estaba frente a mi cabaña, jugando con las
hojas caídas en el suelo, creando tornados en miniatura a su paso, recordándome mi
propia vida.
117
Había monstruos en este mundo que caminaban libremente entre hombres y
mujeres normales, disfrazándose de miembros normales de la sociedad, siguiendo a
sus presas de un lugar a otro sin que se enteraran nunca. Podían ser tus amigos, tus
profesores, tus agradables vecinos que parecían tenerlo todo controlado, que
sonreían cada vez que pasaban a tu lado y te saludaban con palabras bonitas, y todo
el tiempo te estaban vigilando, observando y registrando información sobre ti.
Yo lo sabría porque fui uno de ellos.
Pero nunca me molestó, esta comprensión que tenía, este conocimiento de que
nunca encajaría en el mundo normal si alguna vez vieran mi verdadero rostro. Nunca
me molestó que las tormentas se desataran a lo largo de mi vida, porque sabía para
qué había nacido, para qué me habían entrenado y cuál era mi propósito.
Si tenían que llamarme monstruo, que así fuera, pero no me disculparía por las
cosas que había hecho para terminar el trabajo. Mi padre me exhibía como un pavo
real, el pequeño hijo perfecto que construyó desde los cimientos, cumpliendo todas
sus órdenes. Pero lo que él no sabía era que los monstruos no se podían controlar. Te
daban una falsa sensación de seguridad hasta que te atacaban directamente a la
yugular, arrancándote todo lo que eras.
Y no tenía ni idea de lo que se le venía encima.
A veces deseaba que las cosas fueran diferentes y que tuviera una relación con
él como algunos de mis compañeros de la universidad tenían una relación con sus
propios padres, pero lo único que teníamos era una familia perfecta que escondía sus
pecados a puerta cerrada, sonriendo al mundo y poniéndose esas sucias máscaras en
la cara.
La Academia, este era el único lugar donde no tenía que preocuparme por
cometer un desliz. Este desierto era el único lugar de la Tierra donde los monstruos
eran bienvenidos, alabados y recompensados por su depravación.
Entonces, ¿por qué coño me molestó tanto la mirada de esa chica?
No tenía tiempo para emociones o conexiones con otras personas. No eran
importantes en el gran esquema de las cosas, y con la excepción de mis amigos, mi
círculo cercano, no me importaba si el resto vivía o moría.
Pero en el momento en que entró en el ring, demonios, en el momento en que
entró en La Fosa, la recordé del tren. Aquellos labios que quería morder y oír los
suaves sonidos que creaba solo para mí; aquellos ojos que encerraban tanta
oscuridad que podían rivalizar incluso con los míos.
Pensaba que no volvería a verla y me parecía bien, por mucho que los
monstruos que vivían dentro de mi pecho se revelaran queriendo reclamarla, llamarla
nuestra, porque sabía que sólo sería una distracción que no necesitaba ahora mismo,
y podía encontrar una hembra dispuesta a follar si eso era lo que necesitaba.
118
Creí que podría controlarlo, esa sensación de locura que se extendía por mi
cuerpo cuando mis ojos conectaron con los suyos en aquella cueva oscura. La ignoré,
moviéndome hacia el otro lado de la habitación, pero en el momento en que entró en
el cuadrilátero... Joder.
Apenas podía quedarme quieto.
Tuve que hacer acopio de toda mi fuerza de voluntad para no cargar contra el
ring y llevarla lejos, muy lejos de allí. Lejos de esa gente que sólo quería hacerle
daño, sólo para reclamar su lugar en la Hermandad. Todos ellos pensaban que sólo
se estaban convirtiendo en parte de la Sociedad que había existido desde casi el
principio de la Academia, pero deberían haber preguntado antes de entregar sus
vidas a nosotros.
Pero ella... Mi ángel oscuro, mi obsesión, no debería haber estado allí.
Todavía tenía hendiduras en forma de medialuna en las palmas de las manos
por las uñas que me clavé mientras ella luchaba allí arriba, derribando a todos y cada
uno de sus oponentes como si no merecieran su tiempo. Se movía con tanta precisión,
tan suavemente, y hasta que Jax me dijo que la estaba mirando fijamente no me di
cuenta de que me estaba concentrando tanto en ella.
Me hipnotizó, esa pequeña bruja. Me hacía desear cosas que nunca había
querido tener, y joder si no era eso lo que necesitaba. No podía necesitarla. No quería
necesitarla.
Quería sacarle el desafío cuando se atreviera a decirme que no. A mí. A la
persona que podía acabar con su vida en cuestión de segundos. Se atrevió a decir
que no. Se atrevió a discutir verbalmente conmigo, y mi polla nunca había estado más
dura en mi vida.
Podía tener a cualquier mujer de este campus y no me costaba mucho
conseguir ligues de una noche cuando quería, pero mi cuerpo la deseaba a ella. Mi
alma tomó la decisión antes de que la parte racional de mí pudiera siquiera
argumentar en contra.
Pero lo que más me molestó fue el hecho de que en el momento en que mi puño
conectó con su cara, porque sabía que no iba a salir de allí de buena gana, me odié
un poco más. Me sentí mal al herirla, porque en ese momento sentí como si me
estuviera arrancando parte de mi propio corazón.
Pero no podía decirle nada de esto. No podía mostrarle que algo en mí ansiaba
su cercanía como un adicto ansía su próxima dosis, porque confiar en la gente en esta
línea de trabajo significaba mostrar debilidad, y yo me enorgullecía de ser un hombre
fuerte. Tenía que serlo para hacer lo que tenía que hacer por mi familia.
119
Mi padre era una comadreja sin carácter que no era capaz de llevar a la familia
adonde tenía que ir, y a mí me tocaba hacer lo necesario. Tenía que irse, de un modo
u otro, pero Gerhard Zylla tenía un ejército que yo no tenía, y por eso estaba aquí.
Pero ella no podía formar parte de ese ejército. Preferiría morir antes que
tenerla tan cerca de mí. Ya era bastante malo que cada parte de mí se hubiera sentido
intranquila desde que la había bajado a su cama, dejándola atrás, porque quería
quedarme. Necesitaba quedarme, maldita sea.
Alejarme de ella fue como arrancarme un pedazo de mí, y en cuanto la perdí
de vista, quise volver. Tuve que luchar contra mí mismo y mis instintos y caminar a la
sala de entrenamiento, sólo para encontrar a Jax allí.
Jax, que ya sabía todo lo que había que saber sobre Vega Konstantinova, si es
que se llamaba así.
Quien la puso aquí era bueno, pero nosotros éramos mejores.
Mi pequeña mentirosa tenía secretos, y yo quería descubrir cada uno de ellos,
pero no podía. No podía perder el tiempo con alguien como ella, y en lugar de
demostrar lo mucho que me molestaba que la hirieran, ataqué, como siempre hacía.
Ataqué, hiriéndola con mis palabras antes incluso de atacarla físicamente. Y joder,
cómo me odié cuando vi el dolor grabado en su cara cuando dije eso.
Definitivamente era huérfana, eso era cierto si los informes que le llegaban a
Jax servían de indicio, pero todo lo demás... ¿Era siquiera rusa?
Tuve que llamar a Arseniy para comprobar más sus antecedentes. Tal vez no
tenía que hacerlo, porque en pocas palabras, ella no era importante. Dante la quería
en La Hermandad, y yo ya veía que eso sería un problema porque no había forma de
que la dejara entrar.
No porque mintiera sobre quién era, sino porque me hacía sentir.
Me hizo sentir como la puta mierda por primera vez desde que mi hermano
desapareció, cortesía de mi padre, y odié cada segundo.
Vega Konstantinova.
El sabor de su nombre mezclado con el humo que inhalé al llevarme el
cigarrillo a los labios me recordó que ella era tan tóxica como los vapores que
inhalaba.
Pero no podía parar.
No quería parar.
Me estremecí ante la sola idea de salir de aquí y dirigirme directamente a su
habitación, reclamarla como mía, mostrarle por qué no debería estar aquí, por qué
todo este lugar estaba diseñado para destruir a las personas -cuerpo, mente y alma-
y por qué nunca le permitiría unirse a La Hermandad. 120
Pero acudir a ella significaría admitir que las escasas interacciones que hemos
tenido significan más para mí que toda una vida de interacciones con otras personas.
Significaría admitir que alguien que bien podría ser mi enemigo significaba más que
cualquier otra cosa en este mundo.
Por supuesto, rara vez me preocupaba por los demás.
Mi familia me enseñó que preocuparse por los demás sólo podía acabar con tu
muerte, así que me mantuve alejado, encerrando el afecto, el amor, la felicidad,
cualquier cosa que pudiera hacerme vulnerable. Pero nadie le dijo nunca al joven
Adrian que encerrarlos acabaría conmigo olvidando cómo se sentían. Ignorar los
sentimientos me hacía sentir poderoso, más fuerte que nadie porque no me
importaban esas cosas, y no tenía ni idea de si quería estrangular a Vega o follármela
por hacerme sentir así. Por despertar todos esos sentimientos monstruosos en mis
entrañas.
Su olor se coló en mi mente anoche, y no importaba lo que hiciera, no
importaba lo mucho que intentara borrarlo de mi memoria, seguía pegado,
dominando incluso el fuerte olor de la nicotina. Normalmente pasaba las noches en
vela en el gimnasio, aprovechando el tiempo para hacer al menos algo útil, pero
anoche no pude.
Lo único que podía ver mientras estaba tumbado en la cama, mirando al techo
oscuro, eran los colores de aquellos ojos y el dolor que destellaba en ellos mientras
seguía atacándola verbalmente, odiándome más y más con cada nueva frase. Pero
desde el primer momento supe que era un lastre que no podía permitirme, así que
tuve que apartarla.
Simplemente tendría que evitarla y si Dante realmente la quería en La
Hermandad, tendría que lidiar con ella. No quería verla. No quería tocarla, porque
cada roce de su cuerpo contra el mío se sentía como una tortura, y sabía que nunca
podría ser mía, aunque cada terminación nerviosa gritara que me pertenecía.
Volví a llevarme el cigarrillo a los labios, dando la última calada de humo,
cuando sonó mi teléfono en el bolsillo trasero. Solo había un puñado de personas en
el mundo que tuvieran ese número y, sin demora, lo saqué al mismo tiempo que
arrojaba la colilla al suelo, mientras mis ojos seguían el humo del sauce que
desaparecía en el aire.
El nombre de Jax parpadeó en la pantalla y me llevé el aparato a la oreja,
contestando sin palabras.
—Ve al edificio principal —dijo mortalmente serio, con la voz apagada por los
gritos de fondo—. Ahora, Adrian. Ha habido... —se interrumpió—. Ha ocurrido algo.
—Escuché con atención por si me explicaba con más detalle lo sucedido, pero sólo
se oía el sonido de su respiración y los gritos de la gente—. Puede que tengamos un
121
problema.
Y con eso colgó la llamada, diciéndome sin palabras que pasara lo que pasara
era grande si me llamaba.
No tenía ni idea de en qué momento de mi vida empecé a confiar en Jax más
que en casi nadie, y sabía que a él le pasaba lo mismo. A los dos nos educaron para
temer a las otras familias, para no bajar la guardia, pero como Jax solía bromear, fue
el destino el que nos unió, y cuando mi mejor amigo llamaba, no importaba dónde
estuviera ni lo que estuviera haciendo, yo respondía y ayudaba en todo lo que podía.
Volviéndome hacia la pequeña cabaña que tuve la última vez que estuve en la
Academia, cortesía de mi padre y del poder que tenía aquí, miré hacia el cielo gris,
inhalando profundamente, antes de abrir la puerta del único lugar que sentía como
mío, a pesar de lo tonto que sonaba eso.
Pero no tenía tiempo para pensar en el pasado y en lo que me había llevado
por ese camino. Agarré mi chaqueta y las llaves y salí, en dirección al edificio
principal, como me había indicado Jax.
14
ADRIAN
EL CAMINO desde mi cabaña hasta el edificio principal solía durar unos quince
minutos, pero con la cantidad de gente que había en los alrededores, me llevó más
bien veinte.
Los estudiantes se arremolinaban alrededor, susurrando, adivinando, algunos
122
de ellos aterrorizados, los otros con miradas alegres en sus rostros, felices por lo que
sea que hubiera sucedido. Al menos los gritos que había oído por teléfono habían
cesado, pero la energía mortífera que sofocaba el aire solo se hacía más fuerte cuanto
más me acercaba a la entrada principal de la Academia.
Me abrí paso entre la multitud, más molesta que curiosa a estas alturas,
buscando a Jax o al menos intentando averiguar qué había pasado. No conseguía
entender de qué hablaba nadie con tantas voces superpuestas y sin sentido.
Asesinato, dijo alguien.
Espantoso, murmuró la otra persona con la que me crucé.
Yo era más alto que la mayoría de ellos, pero aún no podía ver lo que estaba
pasando, hasta que lo hice.
Había visto muchas cosas en mi corta vida y, aunque estaba lejos de ser un
santo, tenía una regla sencilla: una muerte honorable. Mientras que algunos de mis
amigos eran muy teatrales con las cosas que hacían, yo prefería una muerte limpia.
Ver muertos rara vez me molestaba, pero incluso a mí se me revolvió el estómago
cuando vi a una chica, una chica muy desnuda, colgando de una cuerda atada en algún
lugar en lo alto de la Academia, con algo tallado en su vientre plano, manchado por
toda la sangre que sin duda corría de sus heridas.
Su pelo rojo fuego bailó al viento, haciéndola parecer viva por un momento,
pero cuando el viento apartó los mechones rojos de su cara, comprendí lo que tenía
a todo el mundo tan conmocionado.
Tenía la piel de la cara completamente arrancada, dejando atrás los músculos
de color carmesí y los fragmentos visibles del cráneo donde le habían cortado la
carne. La sangre le corría por el pecho, sobre el cuerpo, seca y siniestra, y enseguida
comprendí que quienquiera que lo hubiera hecho debía de haberla degollado.
—¡Santa maldita mierda! —exclamó alguien detrás de mí mientras yo me
quedaba clavado en el sitio, intentando entender qué había pasado.
—¡Qué mierda! —gritó una chica, más alto que el resto, pero no fue su voz la
que me hizo girarme tan rápido que casi derribo a la pareja que estaba a mi derecha.
—Cálmate, Yo —dijo la razón de mi agitación, y cuando mis ojos se cruzaron
con los suyos, viéndola de pie no muy lejos de mí, pude ver el resentimiento brillando
en esas profundidades—. Estoy segura de que hay una buena explicación para esto
—dijo con calma, sin apartar los ojos de los míos, y la forma en que se mantenía, la
calma que la invadía incluso cuando la mayoría de los demás se asustaron, me
asombró.
La mayoría, si no toda la gente en esta línea de trabajo, rara vez se estremecía
ante la visión de la muerte, pero la visión de monstruosidades... Eso era otra cosa. Sin
embargo, ella estaba allí, tranquila y serena, con unos putos y feos moratones en un
123
lado de la cara, aún más visibles cuando se recogió el pelo en una coleta, burlándose
de mí con las marcas que yo le había puesto allí.
Y nunca me había odiado tanto.
—¿Una explicación? —La chica frente a ella, Yolanda algo, giró sobre sí misma,
su voz se volvió más que irritante—. Hombre, hay una chica desnuda colgando de una
cuerda delante de la Academia. Quiero decir, hemos tenido alguna mierda jodida en
el último par de años, pero nada como esto.
Vega -mi fría y pequeña Vega- se limitó a encogerse de hombros, como si lo
que estaba ocurriendo no le molestara. Y puede que no lo hiciera, no como a los
demás, pero vi un destello de preocupación en sus ojos y, al igual que la noche
anterior, me perdí en su profundidad. Uno de sus ojos era verde esmeralda, el otro
marrón claro, y en cualquier otra persona habrían parecido desparejados, tal vez
incluso poco atractivos, pero en ella... Dios, en ella la hacían parecer una diosa,
enviada para destruirnos a todos.
Caminaba con la cabeza alta, pero había mucho más en ella que la ira con la
que me disparaba constantemente o la indiferencia que intentaba aparentar.
Quizá por eso me había sentido tan atraído por ella, tan enamorado de la chica
que no conocía. Puede que mis monstruos reconocieran los suyos y quisieran jugar.
—¡Adrian! —La voz de Jax se oyó por encima del murmullo de la multitud que
rodeaba la zona, y me di la vuelta, mirando a mi mejor amigo mientras me saludaba
desde el lugar justo al lado de la entrada principal, con el rostro tenso, la
preocupación grabada en cada una de sus líneas.
—Disculpen —murmuré, abriéndome paso entre la multitud y dirigiéndome
hacia él, sin dejar de sentir los ojos de Vega en mi espalda y la ira que me dirigía.
Pero lidiar con ella tendría que esperar, porque Jax no me habría llamado para que
viniera si no fuera algo serio.
El viento implacable me azotó por ambos lados cuando llegué al pequeño
círculo formado por los guardias de la Academia, que mantenían a la multitud alejada
de la escena del crimen. Asentí a uno de ellos mientras acortaba la distancia entre Jax
y yo.
Si la palabra alivio tuviera una imagen en el diccionario, habría sido la cara de
Jax cuando por fin me detuve frente a él. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y
sus ojos no dejaban de parpadear sobre la multitud como si esperara que se
produjera otro ataque en cualquier momento.
A Jax no le gustaba hablar de su educación ni de su familia, pero no hacía falta
ser psicólogo para saber cuándo una persona había pasado por algo traumático por
la forma en que se comportaba en ese tipo de situaciones. Toda su familia fue
124
asesinada cuando él era sólo un niño, dejándole sólo cicatrices, tanto visibles como
invisibles, que llevar a lo largo de su vida.
—Estás hecho una mierda —fue lo primero que me dijo.
—Yo también me alegro de verte, botón de oro. —Sonreí, dándole la espalda
a la creciente multitud—. ¿Quieres decirme qué está pasando?
Miró a su derecha, luego a su izquierda, antes de inclinarse más hacia mí. —
Esta chica estuvo anoche en La Fosa —murmuró, sólo lo suficientemente alto para que
yo lo oyera—. Es un problema.
—¿Por qué es un problema? —Fruncí el ceño, mirando a la chica atada que aún
colgaba de la cuerda—. ¿Y por qué sigue ahí arriba?
—Andries está tratando de averiguar qué hacer con ella.
—Lo que siempre hacemos cuando alguien muere. Enterrarlo o enviar el
cuerpo a su familia. ¿Qué hay que averiguar?
—Adrian —gimió Jax, frotándose los ojos—. Hay más en esto de lo que parece,
confía en mí.
—Entonces empieza a hablar, Jax —dije impaciente—. Me llamaste sonando
como si la Tercera Guerra Mundial estuviera a punto de estallar. Se supone que las
clases empiezan pronto, y no estoy de humor para lidiar con Andries y su culo
incapaz.
Jax me miró, dándose cuenta del estado de ánimo en que me encontraba. Sabía
que mi mal genio y la falta de paciencia para lidiar con esto hoy tenían mucho que ver
con la pequeña zorra que se había apoderado de mi mente, pero la mayor parte era
que estaba en el cuarto día sin dormir nada, y era un problema. Normalmente podía
dormir al menos una o dos horas por la noche, pero esto se estaba volviendo
insoportable.
—¿Cuándo fue la última vez que dormiste bien, Adrian? —preguntó,
afortunadamente sólo murmurando, ya que ninguno de los dos necesitaba que el resto
de la Academia supiera que tenía insomnio, o que en cuanto cerraba los ojos
empezaban las pesadillas—. ¿Adrian? —insistió cuando no respondí.
—Cuatro días. —Frunció el ceño—. Tal vez cinco.
—Maldita sea, hombre —mordió—. Hablamos de esto. Tienes que decirme
cuando esta mierda empiece a pasar. La medicación...
—No está haciendo nada, Jax, y ambos lo sabemos —grité—. Además, estoy
bien.
—No estás bien. Parece que estás a punto de desmayarte. Tienes mal genio, y 125
ni siquiera quiero saber qué más está pasando en ese gran cerebro tuyo. Tú. No.
Estás. Bien.
Tenía razón.
No estaba bien.
Los adolescentes en Internet hacían parecer un logro cuando tenían problemas
para dormir, pero ninguno de ellos tenía problemas reales. Mi cuerpo ansiaba
dormir, el descanso, ese restablecimiento que solo podía llegar tras una buena noche
de sueño, pero no recordaba la última vez que había sido capaz de pasar toda la noche
sin que mi mente me despertara.
Las pesadillas, los hombres y mujeres sin rostro que me perseguían,
acusándome, intentando llegar a mi alma, era lo que me mantenía despierto al
principio. Y cuando dejaron de existir, fue el pasado del que había intentado huir lo
que me tenía jadeando en mitad de la noche cada vez que me permitía dormir.
Al principio no quería cerrar los ojos. No quería ver los horrores detrás de
ellos, ni los recordatorios de las debilidades que una vez tuve. Pero cuanto más
tiempo pasaba, menos podía dormir. Jax fue quien me llevó al hospital después de
aquella primera vez cuando llevé mi cuerpo al límite, después de no poder dormir
durante siete días seguidos. Los médicos del hospital de Londres no tenían ni idea de
cómo seguía vivo, y tras una serie de pruebas decidieron que tenía insomnio del
bueno, como si necesitara un término médico para nombrar aquello que me jodía la
vida diaria.
Jax me hizo prometer que tomaría la medicación que me recomendaran los
médicos, pero no acepté las sesiones de terapia a las que querían que asistiera. ¿Qué
se suponía que debía decirles? ¿Tengo pesadillas con la gente que he matado, pero no
te preocupes, no te mataré? O tal vez debería hablarles de mi infancia.
Ninguna de esas opciones me resultaba atractiva, así que simplemente seguí
con los fármacos que me recetaban, pero ya no funcionaban. Nada funcionaba.
—Ya se me ocurrirá algo —retumbó mi voz, mientras mis ojos se centraban en
la chica que teníamos encima—. ¿Cuándo la van a bajar?
—No cambies de tema, Adrian —le espetó Jax—. Sabes tan bien como yo que
no podrás funcionar en menos de un día si esto sigue así. ¿Recuerdas lo que pasó la
última vez?
¿Cómo podría olvidarlo?
Alucinaciones, irritabilidad, falta de concentración, todo eso casi me mata.
Quizá por eso estaba tan enganchado a Vega.
Tal vez no tenía nada que ver con ella y todo que ver con mi falta de sueño y la
mierda jodida que mi cerebro empezaría a hacer porque no tenía suficiente descanso. 126
—He dicho —le miré—, que lo resolveré. —Quería a Jax como a un hermano,
pero él tenía otras cosas de las que preocuparse, e intentar resolver mis problemas
no nos acercaría a lo que queríamos—. Deberíamos reunirnos más tarde.
—Definitivamente deberíamos, pero primero tienes que saber qué más
encontramos en la entrada de la Academia esta mañana —dijo, el cansancio
marcando sus palabras—. Quienquiera que haya hecho esto —señaló a la chica—,
dejó una nota.
—¿Qué tipo de nota?
—De las que no tienen puto sentido, salvo el nombre de la chica. Y algo más —
murmuró vagamente—. Quienquiera que haya hecho esto es un puto maníaco. —
Sonreí al oír eso, porque no hacía mucho me había llamado lo mismo—. No sonrías,
hombre —refunfuñó Jax—. Esa chica de ahí arriba luchó contra Vega anoche.
Eso llamó mi atención.
—Sí, ya veo que eso despertó tu interés.
—¿Cuál era ella? —pregunté, fingiendo desinterés.
—La que aporreó a Vega hasta romperle las costillas. —Hice una mueca de
dolor—. Al menos, eso es lo que parecía.
Vega no tenía costillas rotas, lo comprobé yo mismo. Sus amigas estaban
demasiado ocupadas gritándome como para darse cuenta de que le tocaba los
costados mientras enterraba la cara en mi cuello. Me preocupaba haberla
despertado, pero una mirada me dijo que estaba fuera de combate. Pero eso no
significaba que hoy no sintiera mucho dolor, lo que explicaba la forma en que se
sostenía antes.
—En fin —continuó Jax—. Parece que nuestra pequeña Vega... —La miró al otro
lado del campo, sus ojos se entrecerraron, y un pensamiento que nunca había tenido
antes, no cuando se trataba de Jax, cruzó mi mente: no quería que él la mirara. No
quería que nadie la mirara, y eso era un problema en sí mismo—. Tiene un admirador
—terminó, y sus palabras me recordaron lo que había dicho.
—¿De qué estás hablando? —Fruncí el ceño—. ¿Estás diciendo...
—Digo que quienquiera que haya hecho esto —miró a la chica—, lo hizo porque
hirió a Vega, y entre los dos... —se interrumpió—. No estoy tan seguro de que no
fuera la propia Vega la que mató a esta chica.
—No. —Sacudí la cabeza—. Eso es imposible. Estaba inconsciente cuando la
llevé a su habitación. Es imposible...
—Adrian. —Jax puso su mano en mi hombro, deteniendo mi divagación—. ¿A
quién conocemos que utilice esta técnica exacta para enviar un mensaje a sus 127
enemigos?
Mi mente estaba congelada, mi respiración entrecortada, trabajosa, el nombre
de la organización se sentía como veneno que se extendía por mi cuerpo,
destruyendo la poca cordura que tenía.
—La Schatten —susurré, incapaz de apartar los ojos de Vega, y al darme la
vuelta, buscándola entre la multitud, me di cuenta de que ahora estaba de pie en
primera línea. Su rostro estaba libre de cualquier emoción mientras miraba a la chica
colgada mientras los labios de su amiga no dejaban de moverse.
—Exactamente —confirmó Jax—. La Schatten. No tengo ni idea de cómo llegó
aquí o cuál es el trato con ella, pero voy a averiguarlo. Quiero decir, no estoy seguro
de que ella es la que trabaja con ellos, pero si ella es…
—Déjamelo a mí —le dije, entrecerrando los ojos. Si trabajaba para Schatten,
para la única organización que deseaba ver caer más que destruir a mi padre, no era
alguien a quien quisiera en mi cama.
Era alguien a quien necesitaba incinerar.
Era una serpiente, y las serpientes no estaban permitidas en mi Jardín del Edén.
15
VEGA
ME QUEDÉ MIRANDO a la chica que colgaba de la cuerda mientras la mayoría de
la gente que se había reunido alrededor empezaba a dispersarse. Y me quedé
mirando, hasta que el dolor de cabeza empezó a avisarme de que tenía que moverme
y mirar a otro sitio, y posiblemente comer y seguir con mi día, pero no podía 128
moverme.
Se me daba bien montar un espectáculo, una cara, una máscara reservada para
el resto del mundo, pero en cuanto vi el estado de la pobre chica, la forma en que
estaba atada con las manos a la espalda y las rodajas sobre el estómago, me sentí mal.
Yolanda seguía enloqueciendo y yo sabía que era mi deber calmarla, pero no podía
calmar la tempestad dentro de mi propio corazón.
Ya había visto este tipo de cosas antes. Me habían entrenado para este tipo de
cosas con Los Schatten, pero me negaba a participar en sus jueguecitos cuando
querían enviar mensajes a sus enemigos.
Había oído decir a otras personas que se trataba de Rebecca Aberron, una de
las chicas con las que luché ayer y gané. La que se abalanzó sobre mí como si su vida
dependiera de ello, y aunque no la conocía personalmente, sentí el dolor por la
pérdida de su vida. Puede que no fuera inocente -ninguno de nosotros lo era, al menos
no en la Academia-, pero quien la mató lo hizo de la forma más inhumana posible,
dejándola colgada y expuesta.
No tenía ni idea de si lo había hecho Schatten o si era otra persona imitando la
técnica, pero me dejó una sensación de inquietud en la boca del estómago. Ya tenía
los nervios de punta y no podía quitarme la sensación de que me observaban, como
tantas otras veces después de llegar aquí.
Esperaba con impaciencia el comienzo de las clases, la posibilidad de husmear
y aprender más sobre este lugar. Quería saber más sobre el tristemente célebre
Adrian Zylla, que Yolanda me había descrito, con todo lujo de detalles, como el más
aterrador de todos. Y podía entender por qué la aterrorizaba, pero no era el mayor
monstruo con el que había tenido el placer de toparme.
Sin embargo, quienquiera que haya hecho esto... Esa persona era un monstruo.
—¿Vienes? —preguntó Yolanda, acercándose lentamente a mí después de
haber estado de pie durante los últimos diez minutos con una pareja que no conocía,
hablando en voz baja—. Va a haber una asamblea general y parece que las clases se
cancelarán por hoy. —Exactamente lo que no quería.
—Sí. —Asentí distraídamente—. Primero tengo que ir al baño —dije, mirándola
justo cuando los guardias empezaban a bajar a la chica, acabando por fin con su
alma—. ¿Puedes mostrarme dónde ir?
—Sí —murmuró, mirando por encima del hombro hacia la entrada, donde los
tres guardias empezaban a meter el cuerpo de Rebeca en una bolsa negra—. Vamos.
No quiero que lleguemos demasiado tarde.
Empezó a caminar delante de mí, dirigiéndose directamente a la entrada
principal, con los ojos firmemente clavados en la puerta, evitando ver el cadáver y la 129
sangre seca del suelo. Yo, por mi parte, no pude evitar mirar.
A Rebecca le faltaban los ojos y la piel de la cara, por lo que parecía sacada de
una película de terror. Yo debería haber estado acostumbrada a toda la muerte y los
horrores teniendo en cuenta lo que hice, y tal vez hasta cierto punto, estaba
acostumbrada, pero había una enorme diferencia entre matar como parte de su
trabajo y torturar a alguien y humillarlos de esta manera.
Yolanda iba unos pasos por delante de mí, llegando ya a la puerta, cuando mis
ojos se posaron en la inscripción tallada en el vientre de Rebeca, haciendo vacilar mis
pasos.
En las sombras vivimos, se leen los largos y furiosos tajos que marcan su pálida
piel. Pero no fue su visión lo que hizo que mi corazón latiera con fuerza, amenazando
con salirse de mi pecho. Era el significado de esas palabras.
Las mismas palabras que nos hicieron jurar cuando nos unimos a The Schatten,
prometiendo que nos pegaríamos a las sombras y nos haríamos invisibles.
Prometiendo que obedeceríamos todas y cada una de las órdenes de nuestros
superiores y nos esconderíamos del resto del mundo.
—Joder —exhalé, sabiendo sin lugar a duda, que quienquiera que hubiera
hecho esto tenía algún tipo de conexión con El Schatten. ¿Pero quién? ¿Y por qué
enviarían a otra persona aquí cuando ya me tenían a mí?
Sobre todo, ¿por qué matarían a Rebecca?
Rebusqué en mi cerebro, intentando recordar de qué familia era, y cuando por
fin lo recordé seguía sin tener sentido. Su familia estaba vinculada a la mafia italiana,
pero no eran peces gordos. Más bien soldados rasos que cumplían las órdenes de
una de las familias guardando las apariencias y teniendo negocios más o menos
legales.
¿Por qué matarla?
—¿Vega? —Yolanda me llamó—. Tenemos que darnos prisa si necesitas ir al
baño.
—Ya voy —balbuceé, sin dejar de mirar a Rebecca mientras cerraban la
cremallera de la bolsa negra y se dirigían hacia la puerta. El dolor de mi cuerpo no
era nada comparado con la agitación de mi corazón ante la visión de esta mañana.
Yolanda no dejaba de revolotear sobre mí como mamá gallina, asegurándose
de que estaba bien para ponerme de pie, pero fue como si todo mi cuerpo se
congelara en el momento en que mis ojos se posaron en Rebecca, haciéndome olvidar
por completo el dolor y el hecho de que con cada respiración mis costillas gritaban
de dolor.
130
Me estremecí al llegar a la puerta donde estaba Yolanda, sintiendo el tirón de
mis músculos doloridos, sobre todo en el hombro, pero no quería mostrárselo.
Fiel a su palabra, nadie me miró siquiera dos veces cuando empezamos a
caminar hacia el edificio principal. Bueno, nadie excepto él.
Adrian Zylla se había quedado de pie en medio de la multitud, con cara de
aburrimiento mientras contemplaba a la chica colgada, mirando a todos a su
alrededor como si no fueran más que una mancha en la suela de su zapato, hasta que
sus ojos se posaron en mí.
El fuego lamió mis entrañas en el momento en que esos ojos oscuros se
conectaron con los míos, y al igual que ayer, al igual que anoche, no pude evitar la
reacción que mi cuerpo estaba teniendo al verlo. Mi mente lo odiaba, pero mi cuerpo
obviamente no estaba en la misma onda.
Y me enojó.
Oh, chico, eso me enfureció.
Había desaparecido con Jax, el chico que conocimos anoche cuando llegamos
a La Fosa, hacía aproximadamente media hora, y me aborrecí por esperar
constantemente a que volviera. Pero no iba a volver y en lugar de malgastar mi
energía en el chico que no merecía mi tiempo, un chico por el que me habían enviado,
me centré en la chica colgada, devanándome los sesos con todas las posibilidades y
diferentes escenarios sobre lo que podría haber pasado.
El Schatten no era precisamente venerado en esta parte del mundo, ni siquiera
entre la gente que hacía exactamente lo mismo. Tal vez fuera porque el Schatten no
tenía código ni honor, que era exactamente lo que Heinrich quería. No se detendría
ante nada para conseguir lo que quería y se aseguró de que sus agentes fueran
entrenados de la misma manera.
Incluso los monstruos tenían un corazón, pero los salvajes que Heinrich creó no
tenían nada en su cuerpo. Había un agujero enorme donde deberían haber estado
nuestros corazones, y me alegré de ser una de las pocas que había conseguido
despertar del profundo letargo: el control que tenía sobre mí.
Ignorando los pensamientos que se arremolinaban en mi mente, seguí a
Yolanda al interior del edificio, sin prestar atención a los hombres y mujeres reunidos
en torno a lo que parecía un gran vestíbulo, y en su lugar me concentré en mis pasos
y en mantener el cuerpo erguido.
Odiaba admitirlo, pero Yolanda tenía razón: no estaba en condiciones de
entrenar hoy ni de participar en ninguna de las clases más físicas, y me alegraba que
las cancelaran todas. Tal vez fuera el hecho de que la chica había sido asesinada de
la misma forma que solían utilizar los Schatten, pero la mera idea de entrenar sin
sentido y fingir que era Vega Konstantinova, la hija de un hombre que trabajaba para
131
la mafia rusa, no me sentaba nada bien.
Había lobos escondidos tras estos muros, y tenía que estar más alerta de lo que
pensaba en un principio si quería sobrevivir.
—El baño está al final del pasillo. Tendrás que girar a la izquierda cuando
llegues al final —dijo Yolanda, señalando el pasillo que se adentraba en el edificio,
justo debajo de la gran escalera que conducía al primer piso—. ¿Quieres que te
acompañe? —me preguntó, escudriñándome la cara con los ojos, pero no quería que
me viera derrumbarme. Sólo necesitaba un momento a solas para ordenar mis
pensamientos, para tratar de averiguar qué demonios estaba pasando aquí.
La muerte de Rebecca no fue un accidente, y tenía la sensación de que estaba
más metida en la mierda de lo que me habían contado Alena y Heinrich.
—No. —Sacudí la cabeza, intentando no mover demasiado el hombro con la
acción—. Creo que lo tengo. Guárdame un sitio, ¿quieres? —murmuré, poniendo una
mano en su hombro y haciendo todo lo posible por esculpir una sonrisa en mi rostro.
Pero en cuanto intenté mover los labios para sonreír, la piel de mi cara se tensó,
haciéndome estremecer, lo que probablemente hizo que mi sonrisa pareciera más
una mueca que algo que pudiera calmar sus nervios.
Yolanda respiró hondo y se acercó a mí. —Realmente desearía que te hubieras
quedado en tu habitación hoy. Definitivamente no estás bien, Vega.
—Estoy bien —repetí. Ni siquiera sabía a qué momento de hoy me estaba
refiriendo, y quizá si lo repetía suficientes veces, empezaría a creerme—. He tenido
cosas peores —grité, por primera vez diciendo la verdad.
Éramos prescindibles, los agentes del Schatten, y allí fuera, en el campo, no
importaba lo herido que estuvieras. Si no podías hacer tu trabajo, estabas muerto. ¿De
qué les serviríamos si no pudiéramos soportar un poco de dolor?
—No me mires así. —Fruncí el ceño cuando sus ojos empezaron a llenarse de
lágrimas—. Estoy bien, de verdad.
—No es eso —susurró, mirando a su alrededor a la multitud que se hacía más y
más ruidosa a cada segundo que pasaba—. Tengo miedo —admitió Yolanda, con voz
apenas audible—. Antes tenía miedo de este lugar, pero ahora —se estremeció—,
estoy aterrorizada, y el hecho de que ni siquiera sepa cómo defenderme hace que me
paralice de miedo.
Me había olvidado por completo de ese pequeño detalle, y si eso no me decía
que mi mente estaba más jodida de lo que pensaba, entonces no tenía ni idea de qué
lo haría.
—Yo —murmuré, apretando su hombro—. Te enseñaré a luchar. Demonios, no
te perderé de vista si eso te hace sentir mejor, pero vas a sobrevivir en este lugar.
Además —me acerqué un paso más a ella, acercando mis labios a su oído—, mataré
132
a toda persona que se atreva a tocarte. Tenemos esto.
Un escalofrío la sacudió y, antes de que pudiera retroceder, me rodeó por el
medio con los brazos, manteniéndolos flácidos. —Gracias, Vega —resopló, con la
barbilla apoyada en mi otro hombro—. Nunca he tenido un amigo aquí, y me alegro
de tenerte a ti.
Tal vez fuera una idiotez acercarme a una persona de la que no sabía nada,
aparte de los datos que cualquiera podía averiguar, pero me sentía bien. Sentí que
estaba haciendo algo bueno, algo importante. Juré que siempre ayudaría a los
necesitados, por mucho que el Schatten intentara decirme que no me correspondía,
pero me negaba a quedarme de brazos cruzados mientras alguien sufría porque no
tenía a nadie.
Y era obvio que Yolanda me necesitaba, y nadie más en toda mi vida me había
necesitado.
—Lo tenemos —repetí, dándole una palmadita en la espalda antes de
alejarme—. Pero ahora sí que necesito ir al baño. —Me reí entre dientes y ella se secó
las lágrimas rápidamente, sustituyéndolas por una sonrisa elegante que me di cuenta
de que utilizaba como arma defensiva—. Estarás bien una vez que todos entren. No
creo que nadie intente hacer nada en una habitación llena de gente.
O al menos, intenté creerlo. No tenía ni idea de a qué nos enfrentábamos, y sólo
esperaba que Andries y el resto del personal que veía pululando por allí tuvieran
alguna idea. Mis ojos seguían recorriendo a la gente reunida alrededor, buscando a
la única persona que necesitaba tener a la vista en todo momento, pero Adrian no
aparecía por ningún lado y Jax tampoco.
Aún no había visto a Dante, pero si los otros dos estaban aquí, probablemente
él también.
—Te veré enseguida —le dije a Yolanda antes de dirigirme al pasillo que había
mencionado, abriéndome paso entre la multitud de gente. Mi cuerpo no estaba
preparado en absoluto para que tanta gente me empujara, haciéndome estremecer a
cada paso que daba, pero una vez que por fin conseguí atravesarlos a todos, exhalé
lentamente, sintiendo alivio.
No era claustrofóbica, en realidad no, pero odiaba las aglomeraciones masivas
de gente. Me parecía bien durante un par de minutos, pero habíamos estado
rodeados de demasiados idiotas que asistían a esta escuela y no confiaba en nadie
cuando se trataba de mi seguridad, y bueno, de la de Yolanda.
Caminando despacio por el pasillo, me concentré en las fotos que colgaban de
la pared, en las que aparecían las generaciones pasadas que se graduaron en la
Academia. Nadie sonreía, ni una sola persona, y de alguna manera me hacía sentir
más feliz, mejor que aquella puta foto en la sede de La Schatten en la que todos
133
parecíamos felices, pero se podía reconocer la miseria en nuestros ojos. Al menos no
estaban fingiendo, y si este lugar no estuviera lleno de psicópatas que sólo se
portaban bien porque sus padres les decían que tenían que hacerlo, tal vez no hubiera
sido un lugar tan malo para gente como nosotros.
Pero supongo que no podrías vivir en nuestro mundo si no estuvieras al menos
un poco desquiciado.
Doblé la esquina a la izquierda, dejando atrás el murmullo de las voces en el
gran vestíbulo, y me sentí más tranquila en cuanto entré en el aseo de señoras,
sintiendo que la tranquilidad me invadía con cada respiración. Mis ojos se posaron en
el espejo del interior, justo encima del lavabo, y Yolanda tenía toda la razón: me veía
fatal.
También me sentía como una mierda, pero ver mi cara amoratada y mis ojos
inyectados en sangre eran tan chocantes como lo eran esta mañana. En todo caso,
sólo empezó a parecer peor cuando los moretones poco a poco se convirtieron de
rojo furioso en un color azul oscuro, estropeando el lado de mi cara. Quería
estrangular a Adrian por hacerme esto, porque al menos con las otras heridas de
anoche podía fingir que no estaban ahí.
Pero ésta me hacía estar abierta a cualquier tipo de ataque y sabía que en
cuanto empezáramos las clases, todos mis compañeros de sparring irían a por mi
cara. Era mi único punto débil visible, y no hacía falta ser un genio para darse cuenta
de que era tan doloroso como parecía.
Abrí el grifo y dejé correr el agua antes de acunarla con ambas manos y
llevármela a la cara. El frío helado se sentía como una quemadura en mi magullada
cara, pero era necesario. Sabía que no había mucho que pudiera hacer ahora mismo,
pero las preguntas seguían amontonándose en mi mente y no tenía respuestas.
También tenía la sensación de que no obtendría respuestas pronto. El decano
Jansen no querría que cundiera el pánico en el campus, y aunque la mayoría de
nosotros éramos asesinos entrenados, aún quedaban los que no podían defenderse,
como Yolanda. Y por no hablar de los que pertenecían a las familias que destruirían
todo este lugar si algo les ocurriera a sus preciados príncipes y princesas.
Y justo cuando apareció el pensamiento, la puerta detrás de mí se abrió,
revelando a la única persona que no quería ver.
Mis manos se posaron encima del lavabo, manteniéndome erguida mientras
seguía sus movimientos a través del espejo.
—¿Qué coño estás haciendo aquí? —Mordí, sin importarme como pudiera
sonar o que pudiera enfadarlo.
Adrian Zylla era uno de esos príncipes que tenían todo lo que podían desear, y 134
yo no iba a ponerme boca arriba y enseñarle la barriga. Había dejado claro lo que
pensaba de mí y de mi pasado, así que no iba a jugar limpio si consideraba necesario
buscarme así.
Se quedó un segundo en la puerta, inmóvil, con el rostro indescifrable,
mientras sus ojos recorrían mi rostro magullado y mi forma temblorosa. El tiempo se
detuvo mientras se acercaba lentamente a mí, acechándome, sus ojos ardiendo con
algo que no podía reconocer, deteniéndose justo detrás de mí.
Esperaba ver la arrogancia en aquellos orbes oscuros, o al menos la
satisfacción al ver mi cara jodida, pero no apareció ni una de esas. En lugar de eso,
se limitó a observarme, inquietándome con sus movimientos.
—Te hice una pregunta —dije, odiando el tono entrecortado de mi voz.
Mi agarre al lavabo aumentó cuando un nuevo pensamiento irrumpió en mi
mente.
No le tenía miedo. No como Yolanda y probablemente la mayoría de los demás.
No tenía nada que perder ni nadie a quien cuidar si él decidía que yo no era lo
bastante buena para seguir respirando.
No, no me asustaba que pudiera hacerme daño. Estaba aterrorizada porque
podía destrozarme el corazón, dejándome entre los añicos de lo que podría
pertenecerle.
Durante esos momentos antes de que abriera su puta boca pensé que había
reconocido un alma gemela. Alguien que tal vez entendería lo que he vivido. Pero eso
fue antes de saber quién era y antes de que decidiera decorarme la cara con un par
de moratones nuevos.
Pero, aunque mi mente le odiaba, no podía negar la atracción que sentía.
Incluso ahora que estaba de pie detrás de mí, inmóvil como una estatua, no podía
engañarme pensando que este temblor en mi cuerpo tenía algo que ver con la chica
muerta o mis heridas y no con su cercanía.
Rara vez pensaba en alguien a quien pudiera llamar mío. Alguien que me
mirara un día y supiera que yo era la persona que había estado esperando. Esos eran
sueños reservados para chicas con vidas corrientes, que pensaban que lo peor era no
conseguir un nuevo ascenso en su trabajo. Los sueños no tenían cabida en mi mundo,
y por un momento anoche, cuando Adrian me agarró de la mano, me olvidé de mí
misma.
Olvidé dónde estaba y lo que debía hacer. Ese fue el efecto que tuvo en mí.
Así que cuando empezó a arrastrar el dedo por mi hombro jodido, el
estremecimiento de todo el cuerpo que me recorrió no tuvo nada que ver con el aire
gélido que nos rodeaba.
135
Su tacto ardía, dejando un rastro de fuego tras de sí mientras se acercaba a mi
cuello, apretando lentamente su cuerpo contra el mío. La parte superior de mi cabeza
apenas llegaba a su barbilla, y odiaba lo pequeña e insignificante que me hacía sentir.
Me parecía bien que el resto de la gente pensara que no era más que la suciedad de
sus zapatos, pero con él... Algo dentro de mí quería que me viera, por muy jodida que
fuera toda esta situación.
Era mi enemigo.
Era mi maldito objetivo.
Sin embargo, seguía deseándolo.
Las ojeras deberían haberlo hecho ver más feo, o al menos un poco menos
atractivo, pero el cabrón tenía tan buen aspecto como ayer cuando lo vi en el tren,
con los rastros de una barba oscura que ahora crecía lentamente en su cara.
Sus fríos dedos me rodearon la garganta, presionándome el punto del pulso, y
supe que podía sentir lo rápido que se me aceleraba el corazón. Tronó contra mis
costillas, magullándome aún más desde dentro, deseando salir de mi cuerpo porque
también sabía el daño que este hombre podía infligirme.
La toxicidad de esta situación no me sorprendió.
Siempre me inclinaba por los que tenían la oscuridad arremolinada en los ojos,
pensando que tal vez serían capaces de entender las sombras que nunca me dejaban
en paz. Quizá por eso tuve una reacción tan visceral hacia él en aquel tren, algo que
nunca me había ocurrido.
En el pasado tuve relaciones ocasionales con personas que me parecían
atractivas, pero ninguna de ellas me hizo querer clavarles los dientes en el cuello y
negarme a dejarlas marchar. Ninguno de ellos me hizo sentir tan posesiva, tan
desquiciada y dispuesta a hacer cualquier cosa para mantenerlos conmigo.
Y tenía que ser este hombre.
Los ojos de Adrian se centraron en sus dedos en mi cuello, aumentando la
presión lentamente, como si quisiera ver hasta dónde podía llegar. Hasta dónde le
dejaría llegar.
Y Dios, mi cuerpo temblaba de necesidad por él, y no tenía ni idea de si eso
me convertía en masoquista o en loca, pero anhelaba algo más que su tacto. También
me aterrorizaba que en cuanto abriera la boca sucumbiera a los oscuros
pensamientos que había intentado borrar de mi mente desde la noche anterior,
diciéndome que no era lo bastante buena.
Pero la forma en que me miraba, la forma en que me acariciaba, nada de eso
gritaba que él pensara que yo no era lo suficientemente buena. Nada de eso me hizo
sentir como si él no quisiera estar aquí conmigo.
136
Pero, ¿por qué estaba aquí? ¿Por qué vino por mí?
Agachó la cabeza, enterró la cara en el pliegue de mi cuello, su nariz recorrió
lentamente mi piel hipersensible, inhalando mi aroma como un puto animal, y dejé
que el gemido que intentaba reprimir se deslizara por mis labios, avergonzada de
que alguien como él pudiera hacerme sentir así.
Mis bragas estaban empapadas, mi coño se apretaba, vacío y necesitado de
algo que sólo él podía proporcionarme.
Sus ojos brillaron con un fuego que no había visto antes, conectando con los
míos en el espejo, justo antes de que sus dientes se hundieran en la suave piel entre
mi cuello y mi hombro. Mi cuerpo se convulsionó, mi culo apretándose contra él,
necesitando más y más y más y...
—¿Qué voy a hacer contigo, mi pequeña mentirosa? —Su voz áspera rompió el
silencio, sólo un poco más fuerte que el sonido de mi propio corazón palpitando en
mis oídos. Su otra mano rodeó mi cintura, acercándonos, hasta que no tuve ni idea de
dónde empezaba él y dónde acababa yo—. ¿Qué me estás haciendo, Vega?
Tuve la sensación de que no quería que se le escapara esa pregunta, a juzgar
por el ceño fruncido que tenía, pero ya era demasiado tarde para retractarse. Guardé
esa pregunta en lo más profundo de mi mente, saboreándola en mis labios al igual
que su nombre.
Pero me quedé muda.
No me quedaban palabras para describir lo que sentía y lo que intentaba no
sentir.
Su energía oscura amenazaba con asfixiarme, y cuanto más me acariciaba el
cuello, lamiendo el lugar que había mordido hacía unos segundos, más me perdía en
la bruma de un deseo tan potente que tenía la sensación de que ya estaría en el suelo
si no fuera porque su mano me mantenía pegada a su cuerpo.
Me soltó los dedos del cuello, dejando tras de sí un escalofrío que no quería
sentir, y antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, dejé escapar un gemido
de protesta, apretándome contra él como una perra en celo, sintiendo su dura polla
rozándome el trasero.
Era más que evidente que yo le afectaba tanto como él a mí, y ambos lo
odiábamos. Ambos luchábamos contra nuestros deseos, y a esa parte enferma y
retorcida de mí le encantaba verlo luchar contra eso tanto como a mí.
—Eres un maldito cabrón, Adrian —exhalé, con voz apenas audible, mientras
él pasaba los dedos por los moratones de mi mejilla. Esperé a que se desatara el
dolor, a que me agarrara y me torturara o me gritara como la noche anterior, pero
nada de eso ocurrió.
137
Me acarició, su tacto apenas se percibía en mi mente, pero estaba ahí. Lo que
también estaba allí era una expresión de agotamiento absoluto en su rostro, mezclada
con ira mientras arrastraba su dedo desde mi mejilla hacia mi ceja y de vuelta.
—Nunca dije que no lo fuera —murmuró, apretándome más—. No soy alguien
con quien debas meterte, mi pequeña mentirosa. —Se rió entre dientes, con esa
oscura promesa en sus palabras—. La única razón por la que estás aquí es porque
eres casi interesante. Casi. —Puso énfasis en la última palabra, dejando entrever su
acento.
Supongo que no era la única que mentía.
—¿Es eso cierto? —Sonreí con satisfacción, creyendo tontamente que esto
podría ser diferente a lo de anoche.
Su mano volvió a rodearme la garganta en cuestión de segundos, cortando la
entrada de oxígeno a mis pulmones y haciéndome forcejear contra él. Su otra mano
se deslizó sobre mi estómago, hacia el botón de mis pantalones, abriéndolo con un
suave chasquido.
—No eres más que un juguete que puedo usar, Vega —se rió entre dientes,
deslizando su mano por debajo de mis pantalones, hasta mi ropa interior, apartándola
mientras sus dedos llegaban a mi coño, separando mis labios y arrastrando sus dedos
por mis pliegues empapados—. Y como cualquier juguete, vas a hacer lo que yo te
pida.
—Vete. A. La. Mierda —jadeé, odiando lo bien que se sentía. Lo bien que se
sentían sus dedos mientras se arrastraban lentamente sobre mi clítoris, bajaban hacia
mi abertura y volvían a subir.
Odiaba que mi cuerpo traicionara a mi mente, apretando su mano, buscando la
liberación que él me ofrecía.
—Bueno —se rió, presionando contra mi clítoris—, eso no va a pasar. No me
gustaría ensuciar mi polla con alguien como tú.
Me perforaba el corazón una y otra vez, y como una masoquista, me quedé allí,
dejándole hacer lo que le diera la puta gana. Mis caderas giraban, mis labios se
entreabrían, mientras él frotaba su polla contra mi trasero.
Cuando estabas privada de caricias, de pequeñas caricias sólo compartidas
entre amantes familiarizados el uno con el otro, aprendías a aceptarlas de la más
jodida de las maneras, dejando que un hombre al que odiabas, un hombre que
obviamente te odiaba, te tocara como si fuera tu dueño.
Lo detestaba, pero lo necesitaba ahora mismo, y por mucho que mi mente se 138
revelara, por mucho que mi alma gritara que esto no era lo que queríamos, el resto
de mí se negaba a escuchar. Y como un robot descerebrado, dejé que me tocara, me
frotara, me mordiera y me besara con fuerza castigadora mientras sus dedos me
hacían caer en el olvido que tan desesperadamente ansiaba.
—Eso es, Vega —dijo, arrastrando los dientes por mi mejilla intacta—. Eres una
niña tan buena. Tan buena putita.
Y lo perdí.
No tenía ni idea de lo que eso decía de mí, pero en el momento en que
empezaron las alabanzas, en el momento en que las sucias y asquerosas palabras
brotaron de sus labios, empecé a entrar en erupción. Todo mi cuerpo se estremeció
con la fuerza de un orgasmo que se coló de la nada, mientras la mano de Adrian me
apretaba el cuello hasta el punto de desmayarme.
Pero no me importaba. En algún lugar de mi mente sabía que esto no estaba
bien. No era bueno, ni para mí ni para la misión, pero no podía contenerme.
Gruñó, restregándose contra mí, escondiendo la cara en el pliegue de mi cuello
mientras sus dedos me acariciaban el clítoris con pericia, prolongando mi orgasmo
hasta que no pude aguantar más. Me temblaban las rodillas, me pesaban los párpados
y me hundí contra él, necesitándolo como apoyo.
Pero debería haberlo sabido.
Su mano se apartó de mis pantalones y, en cuestión de segundos, se apartó de
mí sin previo aviso, dejándome caer al suelo. Gruñí cuando mi hombro malo chocó
con el lavabo al que estaba agarrada, y mis rodillas se llevaron la peor parte de la
caída.
Y él se reía, mientras yo no deseaba otra cosa que desaparecer.
Levanté la vista hacia él, esperando una mirada de suficiencia, pero no estaba
allí. Se estaba riendo, pero el sonido hueco no tenía el efecto deseado.
—Luces bien de rodillas —dijo en su lugar, enmascarando aún más esas
emociones tras las feas palabras que me lanzaba sin importarle nada—. Deberías
recordar que este es tu lugar en este mundo, Vega. Nunca serás más que un soldado
de infantería, nacido y criado para servir a gente como yo.
Quería hacerme daño, me di cuenta.
Quería que le odiara.
No paraba de llamarme mentirosa, como si supiera algo que yo ignoraba, y yo
quería diseccionar esa información, averiguar qué sabía él. Pero ahora no estaba en
condiciones de hacerlo.
No cuando todo mi cuerpo seguía temblando y no cuando él seguía allí, tan 139
regio como siempre, mientras yo permanecía de rodillas, mirándolo.
—Y ahora —se agachó, su índice presionó bajo mi barbilla, levantando mi
cabeza—, me perteneces. En cuerpo, mente y alma.
Una nueva oleada de ira me recorrió los miembros y, por primera vez en los
últimos minutos desde que entró, mi entrenamiento se puso en marcha,
recordándome quién era.
Le rodeé la nuca con la mano y tiré de él para que se arrodillara. Sus ojos se
abrieron de par en par, la sorpresa evidente en su rostro, y si pensaba que sería el
único que podría jugar a este juego, estaba muy equivocado.
Con la adrenalina recorriéndome, lo puse a mi mismo nivel, apretando mi
cuello contra el suyo, hasta que nuestras caras quedaron a escasos centímetros la una
de la otra.
—Tal vez sea cierto, Adrian. —Me reí entre dientes, odiando lo vacío que
sonaba—. Pero recuerda que yo no comparto y si te pertenezco como tu juguete
personal —murmuré contra sus labios, deleitándome con los destellos de deseo en
sus ojos—. Entonces tú también me perteneces. —Mordí su labio inferior, arrancando
un gemido de algún lugar profundo de su cuerpo, atravesando la piel hasta que el
sabor metálico de su sangre llenó mi boca, haciéndome sonreír como una maníaca en
el momento en que lo solté.
—Cuerpo. Mente. —Me incliné más cerca, lamiendo la sangre derramada de
su barbilla—. Y alma, Adrian.
Salió disparado del suelo como si lo hubiera quemado, y no confundí la mancha
húmeda de sus pantalones antes de que se diera la vuelta y saliera corriendo del
cuarto de baño, dejándome en el suelo con pensamientos confusos rondándome por
la cabeza.
Adrian Zylla era un matón, pero debería haber sabido que yo no me echaría
atrás. Además, me gustaba más la idea de que él me perteneciera a mí que la idea de
que yo le perteneciera a él. Y si él tenía un problema con eso, entonces debería
haberlo pensado bien antes de amenazarme e intentar destrozarme el corazón.
Porque antes de que pudiera destruir mi corazón, juré que conseguiría el suyo
en su lugar.
O moriría en el intento.

140
16
ADRIAN
—¿QUÉ SE METIÓ POR EL CULO? —La molesta voz de Dante se filtró en mi mente, y
las ganas de tirar el vaso de piedra que había estado sosteniendo durante la última
media hora nunca habían sido mayores.
Jax, que estaba sentado frente a mí en la mesa que siempre ocupábamos
141
cuando íbamos a Nightshade, un bar de la ciudad, se limitó a mirarme, ignorando la
pregunta de Dante tanto como yo. Fue idea de Jax escaparnos de la Academia por una
noche, y aunque en aquel momento me pareció una buena idea, ahora no estaba tan
jodidamente segura.
Todo en mí gritaba por volver a St. Vasili y verla, sentirla, tocarla de nuevo.
Pero todos esos pensamientos sólo me daban ganas de estrellar el vaso contra la
pared a espaldas de Jax, y eso no podía ser.
—Sí que parece que vas a matar a alguien —añadió Dante, apoyando los codos
en la mesa—. ¿Quieres hablar de ello?
—No sabía que veníamos aquí a compartir nuestros traumas más profundos y
oscuros, a pintarnos las uñas y a hablar de chicas —refunfuñé, dando un sorbo al
whisky que apenas registró mi lengua. Luché contra el impulso de volver a llevarme
los dedos a la nariz, de olerla, de recordar cómo se sentía entre mis brazos—. Creía
que estábamos aquí para hablar de nuestros próximos pasos y de lo que tenía que
pasar. Pero si quieres que te haga una trenza, dilo.
—Bien —resopló Dante, poniendo los ojos en blanco—. Me gustabas más
cuando mantenías la boca cerrada.
—Créeme, no tengo ganas de charlas triviales, no después del fiasco de hoy —
repliqué, colocando el vaso encima de la mesa.
Los ojos de Jax iban y venían entre Dante y yo, y aunque los quería a los dos,
no tenía ningún deseo de estar aquí. El dolor de cabeza que se había estado gestando
desde que dejé a Vega en aquel baño estaba en su punto álgido, martilleándome la
cabeza, y sabía que tendría que conseguir alguna droga para dormirme o hacer algo
más drástico.
Aún me palpitaba el labio de cuando me mordió, sorprendiéndome con aquel
movimiento, y no sabía si quería estrangularla o follármela allí mismo. Así que hice lo
mejor que se me ocurrió: salir corriendo.
Las palabras que dejé escapar en su presencia me molestaban, y por alguna
razón quería que ella creyera que no significaba nada para mí. Quería que me odiara,
porque tal vez entonces no me miraría con esos grandes ojos, mostrándome lo mucho
que me deseaba. No sólo mi cuerpo, sino mi alma.
Y temía que la estuviera conquistando poco a poco, pieza a pieza.
—Andries no estaba contento con esa nota —dijo Jax, alejándonos de la tensión
que empezaba a gestarse—. Ni siquiera un poco.
—¿Lo has visto? —preguntó Dante, mirando a cualquier parte menos a mí. Era
evidente que mi amigo, uno de mis hermanos, desconfiaba de mí, y yo culpaba a Vega
de mis repentinos cambios de humor y de que no pudiera quedarme quieto, haciendo 142
rebotar la rodilla mientras los dos hablaban.
Andries compartió alguna historia de mierda durante la asamblea, diciendo a
los alumnos que estaban investigando lo que le había ocurrido a Rebecca e ignorando
el millón de preguntas que surgieron en cuanto dejó de hablar. Les aseguró que
estaban a salvo... menuda sarta de malditas pendejadas.
Nadie estaba a salvo en ese lugar. Mi hermano no estuvo a salvo cuando asistió
a aquel infierno y tampoco lo estuvieron otros incontables que simplemente
desaparecieron, para no volver a ser encontrados. La gente del pueblo siempre decía
que la Academia estaba maldita, y quizá tuvieran razón.
Nada parecía salir bien.
En cuanto Andries terminó con la asamblea general, dando la bienvenida a los
recién llegados y saludando a los que renovaban su año en la Academia por no haber
aprobado la última vez, corrió a su despacho, citándonos a los tres y compartiendo la
nota que encontramos con el cuerpo de Rebeca, temblando en su puto asiento.
Todavía no tenía ni idea de lo que mi padre veía en aquel mierdecilla sin carácter,
pero cuanto más se sentaba allí, discutiendo todas las formas en que quería interrogar
a Vega sobre la nota, más ganas me daban de estrangularlo, sin importar las
consecuencias.
Pero lo último que quería era que alertaran a mi padre sobre Vega. Él no sabía
que no podía dejar de pensar en ella. No podía saber que había pirateado las cámaras
del campus, que la seguía a cada paso, ni que algo cálido se había instalado en mi
pecho cuando por fin se retiró a su habitación justo antes de que nos fuéramos a la
ciudad. No me gustaba esto, esta pequeña obsesión mía, pero no era lo bastante
fuerte para luchar contra ella por mucho que despreciara admitirlo.
Jax sabía que algo no iba bien, aparte de lo de la falta de sueño, pero no quería
hablar de ella con él. No quería que lo supiera.
Confiaba en Jax con mi vida. Demonios, yo también confiaba en los demás,
pero contarles algo sobre Vega iba a suscitar algunas preguntas, y aún no estaba
preparado para responder a nada hasta que yo mismo pudiera averiguar qué me
estaba pasando.
—Tenemos que mantener a Vega lejos de Andries —dijo Dante con seriedad,
ignorando la mirada que le dirigía. Incluso el sonido de su nombre saliendo de sus
labios fue suficiente para hacerme caer en el oscuro abismo del que estaba tratando
de escapar, y eso no era bueno. No era nada bueno—. La quiero en nuestro equipo.
—No —me limité a decir, sacando mi teléfono—. Ella no puede ser parte de La
Hermandad. No podemos arriesgarnos.
—¿Por qué coño no? —Frunció el ceño, mirando a Jax en busca de ayuda—.
Viste lo que yo vi anoche. Ella es letal. Maldición, si tuviera que elegir, sería a ella a 143
quien llamaría para que me defendiera del puto Diablo en persona, por no hablar de
la gente normal.
—Dije que no, Dante. No me presiones.
—Pues vete a la mierda, Adrian —soltó, con los ojos encendidos cuando lo
miré—. A menos que vayas a contarme la razón de ese pequeño no tuyo, yo digo que
le enviemos una invitación. Fue mejor que cualquiera de las otras candidatas que
hemos tenido a lo largo de los años. Es rápida, letal y sabe moverse en el ring. Derribó
a hombres que la doblaban en tamaño, cuando ya estaba maltrecha y magullada.
No debería haber añadido eso, porque en lo único que podía pensar ahora era
en una Vega de aspecto inestable de pie en aquel ring, sangrando en el puto suelo,
mientras los demás la aporreaban. El corazón me retumbaba, recordándome los
pensamientos dementes que me atormentaban mientras la observaba allí arriba.
Quería protegerla, esconderla de ellos, y luego quería azotarla por atreverse a
hacerse daño de aquella manera.
—Ella no es quien dice ser —respondió Jax en vez de yo, porque ambos
sabíamos que, si intentaba siquiera formular una respuesta, acabaría lanzándole de
verdad esta bebida a Dante—. Sus registros muestran que es rusa, con un padre vivo
y sin madre, pero eso es mentira. Arseniy investigó a fondo y descubrió que, aunque
el hombre que figuraba como su padre tiene una hija, definitivamente no es Vega. Así
que no tenemos ni idea de quién es.
—Entonces eso es aún mejor —sonrió Dante—. Podemos vigilarla y averiguar
quién es y quién la envió.
—¡No! —troné, golpeando con la mano encima de la mesa, ganándome unas
cuantas miradas temerosas de una mesa no muy lejos de la nuestra.
—Adrian —advirtió Jax—. Cálmate.
Tenía razón, y yo sabía que no debía montar una escena ahora, pero no podía
dejar de pensar en sus movimientos, en el hecho de que estaba mintiendo a todo el
mundo y en esa maldita chica que encontramos colgando de lo alto del edificio
principal.
—Se movía como una asesina profesional, Dante —gruñí, levantando
lentamente la cabeza para mirarlo—. Sabía lo que hacía con cada una de esas
personas, y la última vez que vi a una persona moverse así fue cuando los Schatten
intentaron asesinarme. Enviaron a ese chico por mí, pensando que podría hacer el
trabajo.
—¿Un chico? —Dante frunció el ceño.
—El Schatten arrebata a los niños no deseados de los orfanatos, entrenándolos
desde muy pequeños para convertirse en asesinos profesionales. Les lavan el 144
cerebro, convirtiéndolos en soldaditos descerebrados.
—¿Y crees que Vega forma parte del Schatten? —Frunció el ceño—. ¿Por qué
coño la enviarían a la Academia? No tienen nada que ganar aquí.
—Nada, excepto yo —murmuré y me bebí el resto de la copa antes de pedirle
otra a la camarera—. Heinrich, el líder de los Schatten, se peleó con el resto del
Consejo hace más de veinte años. Yo era sólo un niño cuando ocurrió, pero aún
recuerdo el frenesí que se apoderó de todos, porque Heinrich tenía asesinos que
podían destruir a nuestras familias en un abrir y cerrar de ojos. Juró que nos destruiría
a todos, y a lo largo de los años ha ido eliminando a las familias más pequeñas,
escalando lentamente hacia los peces más gordos.
—Es decir, tú —añadió Dante, comprendiendo—. Pero, ella ya habría intentado
matarte. Habría hecho algo. —Oh, ella ha estado haciendo algo muy bien.
Jugando con mi cabeza.
Haciéndome sentir cosas que prometí que nunca me permitiría sentir.
—¿Por qué ahora? —Dante frunció el ceño.
—Ya sabes por qué —dije en tono directo—. No es exactamente un secreto que
soy el siguiente en la línea de sucesión para heredarlo todo, y bueno —me reí entre
dientes, dando las gracias a la camarera mientras colocaba el nuevo vaso frente a
mí—, no estamos siendo muy sutiles con nuestro reclutamiento, ¿verdad?
—No, la verdad es que no. —Dante sonrió—. Pero no encuentran nada
concreto, al menos de momento. Estoy seguro de que a mi padre le va a dar un
aneurisma cerebral de tanto pensar últimamente. Está intentando descubrirme, pero
le he estado eludiendo a cada paso. Sus pequeños secuaces creen que tienen algo
contra nosotros, pero todo son mentiras que nos cascamos.
—Pero todo eso sigue sin responder a mi pregunta. ¿Por qué no ha intentado
matarte todavía si enviaron para eso? ¿Por qué asistir a la Academia? ¿Por qué todas
las mentiras cuando ella podría haber encontrado fácilmente tu cabaña y sacarte?
Quiero decir, no me malinterpretes, eres un gran hijo de puta y sé que sabes luchar,
pero esa chica... —Sacudió la cabeza, obviamente enamorado de su forma de luchar,
y yo intenté no mostrar lo mucho que me molestaba ese pequeño detalle—. Es una
jodida máquina, hombre. Puedo ver por qué alguien la querría en su organización,
pero, aun así.
—La respuesta sigue siendo no, Dante —refunfuñé—. No puede formar parte
de esto. No confío en ella. Creo que nunca lo haré. —Mentiroso—. Además, tenemos
suficientes candidatos buenos como para no necesitarla.
—Espera —interceptó Jax, obviamente sumido en sus pensamientos—. Tal vez
Dante tiene razón.
145
—Oh, vamos —gemí, cerrando los ojos por un segundo—. ¿Et tu, Brute?
—Escucha, Adrian —mi mejor amigo entrecerró los ojos—. Veo que hay algo
en ella que te molesta más de lo que dices, y eso está bien. Pero puede que la
necesitemos. Dante tiene razón: es una luchadora muy buena y necesitamos gente
como ella si queremos acabar con los líderes de nuestras familias sin demasiadas
bajas. Y si ella está trabajando para los Schatten, ¿no es mejor mantenerla cerca de
nosotros, en lugar de mantener nuestra distancia?
Maldita sea, odiaba cuando tenían razón, pero aun así no me gustaba. No me
gustaba el hecho de que tendría que verle la cara, no sólo durante las clases, sino
durante las reuniones que habíamos planeado para los que habían pasado la
iniciación. Era obvio que no podía confiar en ella.
Se suponía que el día de hoy no iba a salir como salió. Quería acorralarla,
obligarla a decirme quién era en realidad, y en lugar de eso le froté el coño como si
mi vida dependiera de ello, casi corriéndome en los pantalones de solo ver su cara
mientras se corría en mi mano.
Así que uno podría pensar que no tenía control cuando se trataba de ella.
—Te entiendo —murmuré—, pero sigue sin gustarme.
—No tiene por qué gustarte. —Dante se encogió de hombros—. No me gustó
especialmente que invitaras a Gabriela a la quedada de anoche, y sin embargo aquí
estamos. —Me reí entre dientes. Gabriela Barone era el punto débil de Dante y,
aunque no tenía ni idea de lo que pasaba entre ellos, sabía que se odiaban con
pasión—. Necesitamos a Vega, y también necesitamos vigilarla. Así podríamos matar
dos pájaros de un tiro, y ella no se daría cuenta. Déjala entrar y a ver qué hace.
Además —sonrió el hijo de puta—, estaré encantado de entrenarla si no te apetece.
—¡Claro que no, maldita sea! —rugí, temblando de rabia, intentando borrar las
imágenes de Vega y Dante juntos, sudorosos, preparándose en las habitaciones
oscuras, jodidamente solos—. Yo la entrenaré.
Jax enarcó las cejas como si no pudiera creer lo que acababa de decir. Odiaba
entrenar a otras personas. Lo detestaba con pasión, y la única razón por la que acepté
el puesto de instructor de técnicas ofensivas y defensivas este año fue porque los tres
necesitábamos estar aquí en la Academia para que las cosas empezaran a moverse.
Arseniy y Ethan no podían acompañarnos, al menos de momento, y yo estaba
deseando que llegaran a la Academia después de Nochevieja. Para entonces ya
tendríamos casi todo preparado, listo para tomar las riendas cuando fuera necesario.
Andries pensaba que mi padre me había obligado a venir aquí, y yo les estaba
haciendo creer a ambos que tenían algo que decir sobre lo que yo hacía y cómo lo
hacía. No era culpa mía que mi padre no pudiera controlar a sus amigos en el Consejo,
ni que cada año que pasaba fuera perdiendo más y más.
146
Su vida era una que tomaría con gusto, pero eso no significaba que no pudiera
jugar con él un rato.
—Entonces está decidido. —Dante prácticamente brillaba de satisfacción—.
Vega recibirá una invitación.
—Sí —refunfuñé, intentando ocultar lo mucho que me asustaba y me excitaba a
la vez. Estaría a mi merced, haciendo todo lo que yo quisiera que hiciera, y el mero
pensamiento hizo que mi polla se endureciera detrás de mis pantalones,
recordándome que la había ignorado después de escapar de Vega—. Pero seré yo
quien la maneje.
—Estoy seguro de que la manejarás muy bien. —Dante sonrió y se bebió el
resto de la copa—. Ahora —continuó mientras dejaba caer el vaso sobre la mesa—.
Los dos recibieron el mensaje de Arseniy, ¿verdad?
A juzgar por la cara que puso Jax, a los dos nos la dieron y a ninguno de los dos
nos gustó.
Entre los cinco, no tenía ni idea de cuál había tenido una educación más jodida,
pero Arseniy... Él tenía la peor. Su padre, Oleksandr Morozov, era un tipo especial de
monstruo que no sólo le gustaba torturar a los que se atrevían a ir en contra de él, sino
a su propio hijo también. No hubo lágrimas cuando Arseniy empujó el cuchillo hasta
la empuñadura, clavándolo en el corazón del hombre, ni hubo sorpresas cuando tomó
el relevo, limpiando el desastre que había dejado su padre.
Era un hombre desquiciado, sin conciencia, y había que ser tonto para ir contra
Oleksandr. Pero Arseniy lo hizo, y a veces tuve la sensación de que mordía más de lo
que podía masticar. Pero no hablábamos de ello. Tampoco hablábamos del hecho de
que Arseniy no hablaba, o bueno, al menos yo nunca le oía hablar. Tenía la sensación
de que tenía algo que ver con el hecho de que su propio padre intentara matarlo
cuando sólo tenía doce años, rebanándole la garganta con un cuchillo de cocina
porque Arseniy se atrevió a decir que no.
Aquel incidente le dejó las cuerdas vocales dañadas y toda una serie de
problemas de los que nunca hablamos. Pero todos teníamos un acuerdo: no
hablaríamos de las cosas que nos molestaban, a menos que afectaran a nuestras
operaciones cotidianas. Y hasta ahora funcionaba.
Hasta ahora.
Me preocupaba Arseniy y la loca búsqueda de su hermana. Una hermana que
ni siquiera sabía que existía, hasta que uno de los soldados que trabajaba para su
padre le confesó que, años atrás, su padre había tenido una amante, una esclava,
durante su estancia en Bosnia-Herzegovina. Una mujer que consiguió escapar a
Estados Unidos, sólo para dar a luz a una niña que Arseniy nunca había conocido.
147
Ni que decir tiene que aquella información lo estremeció hasta la médula. Lo
que le estremeció aún más fue el hecho de que su padre enviara a sus asesinos tras la
mujer, que consiguió matar a todos y cada uno de ellos, hasta que el último la llevó a
la cárcel, sólo para que muriera de cáncer un par de años después.
Pero la niña estaba perdida y no tenía ni idea de adónde había ido. Su madre
no tenía familia, nadie que pudiera llevarse a la niña, y todos los registros sobre su
paso por un orfanato estaban herméticamente sellados, como si alguien no quisiera
que la encontráramos.
—Cree que está en la Academia —murmuró Dante, atormentado por su propio
pasado y el fantasma de la hermana que había perdido gracias a esta jodida vida que
todos llevábamos—. Yo no estoy tan seguro. La gente de la Academia es de las
familias que los envían aquí. Si nunca tuvo contacto con nuestro mundo, ¿por qué iba
a estar aquí?
—No lo sé. —Jax se encogió de hombros—. Pero sus informantes le dijeron que
ella estaba aquí, pero no pudieron decirle nada más. No tiene ni idea de si es verdad
o no, pero quiere que estemos atentos. Quiere que la encontremos si podemos. Pero
no quiero decepcionarlo —añadió Jax con un suspiro—. Ha pasado mucho tiempo en
esta cacería salvaje, y me preocupa qué pasará si no la encuentra.
—No le gustará, eso es seguro —observó Dante—. Y no sé si será capaz de
perdonárselo si se entera de que ella... —masculló—. ¿Sabes?
—¿Murió? —pregunté—. Lo sé. Se culpa por no haber sabido de ella antes. Han
pasado tres años desde que empezó a buscarla, y hasta ahora no ha salido nada.
Ninguna pista nueva, nada suficiente que le apunte hacia ella, y si esto va a ayudarlo,
entonces vamos a buscarla en la Academia. Él vendrá aquí el 5 de enero, así que tal
vez si la encontramos, él sea capaz de poner todo este asunto a descansar y,
finalmente, empezar a centrarse en otras cosas.
—Ha estado obsesionado con encontrarla —murmuró Dante, jugueteando con
su vaso vacío.
No hablábamos de ello, no teníamos por qué decirlo en voz alta, pero Arseniy
se centraba en todo lo que tenía a mano menos en sus propios problemas. Pensaba
que, si encontraba a la chica, por fin tendría la familia con la que siempre había
soñado. Su madre se escapó cuando él era sólo un niño, sólo para que su cabeza fuera
traída de vuelta por uno de los hombres de su padre, dejándola caer justo a los pies
de Arseniy. Su padre lo utilizó como enseñanza para mostrarle que nunca podría tener
una vida normal y para asustarlo lo suficiente como para que nunca intentara huir.
Así que se quedó, soportó las monstruosidades de ese hombre, hasta que fue
lo suficientemente fuerte como para destruirlo.
—No sé, chicos —habló Jax, mirando al techo—. Es como perseguir a un
fantasma. Demonios —gruñó—, ¿cómo dijo que se llamaba? ¿Su nombre de
148
nacimiento?
—Azra —murmuré—. Su nombre de nacimiento era Azra Bektić. —Y esperaba
que fuéramos capaces de encontrarla.
17
ADRIAN
Cuando volvimos a la Academia, estaba agotado y, al mirar el reloj, me di
cuenta de que ya eran las tres de la madrugada. Dante decidió quedarse en la ciudad,
yendo a uno de los clubes a los que iba con frecuencia, pero a mí no me apetecía
nada. Ahora mismo no. 149
No tenía ni idea de si Jax sólo venía conmigo porque notaba que me estaba
deshaciendo en las costuras, pero rechazó la oferta de Dante de ir a Pandämonium,
un club de sexo a las afueras de Wolfhöle. Dio las gracias al conductor mientras
salíamos del auto, justo delante del edificio de administración donde Jax decidió
alojarse durante su estancia en la Academia, rechazando mi oferta de ir a la cabaña.
Me quedé mirando el cielo oscuro, o al menos lo intenté. La niebla descendía
sobre la montaña, dificultando la visión del cielo o de cualquier cosa. Las luces que
bajaban por el sendero hacia la entrada del edificio principal estaban apagadas, y el
sonido de los búhos ululando en algún lugar a lo lejos hacía que todo pareciera mucho
más siniestro de lo que realmente era.
No olvidé que teníamos un asesino entre nosotros, pero mi cerebro cansado
tampoco podía pensar en eso. Quería —no, necesitaba— dormir, pero sabía que no
lo conseguiría, aunque fuera a mi camarote inmediatamente y me tumbara en la cama.
—¿Estás bien? —preguntó Jax mientras se paraba a mi lado, sus ojos en mi
perfil—. Parecías irritado esta noche.
—Lo sé. —Exhalé lentamente—. Probablemente tendré que disculparme con
Dante en algún momento, pero hoy no fue un buen día.
Jax no dijo nada, pero yo casi podía ver las ruedas girando en su cabeza. —
Sabes —empezó—. Hay un médico en la ciudad. Podríamos ir y...
—No, Jax. Creo que podré dormir esta noche. Quizá salir de aquí haya sido una
buena idea y, teniendo en cuenta lo agotado que estoy, no creo que tarde mucho en
dormirme. —Estaba mintiendo descaradamente y ambos lo sabíamos. Pero él no hizo
ningún comentario. No intentó convencerme de nuevo para que fuera a ver al médico.
En lugar de eso, dio un paso hacia el edificio, girándose ligeramente hacia mí.
—Si necesitas algo, dímelo.
—Lo haré. —Asentí.
No hicieron falta más palabras y cuando el cuerpo de Jax fue tragado por la
niebla que nos rodeaba mientras caminaba hacia la entrada, me di la vuelta,
empezando a caminar hacia mi camarote, sólo para detenerme cuando no habían
pasado ni cinco minutos.
Me odiaba por lo que estaba a punto de hacer. Odiaba no poder dejar de
pensar en la zorra morena que se apoderaba de mi mente, pero no podía luchar
contra ello. Estaba demasiado cansado para luchar contra ello. Demasiado cansado
para discutir conmigo mismo, y en lugar de continuar hacia mi cabaña, giré a la
izquierda y comencé a caminar directamente hacia su edificio.
Estaba situado en el lado opuesto del campus, y cuanto más me acercaba a ella,
más me tronaba el corazón, anticipando la visión de ella. Esperaba que estuviera
150
dormida, porque no había forma de explicar este repentino deseo de verla o de estar
con ella.
Ya sabía que no podría dormir, pero la visión de ella estaba destinada a calmar
el tormento de mi mente.
La visibilidad era atroz mientras caminaba por el campus, la urgencia de mis
pasos casi risible, teniendo en cuenta que me dirigía a la única persona que
probablemente no quería verme. Demonios, yo tampoco quería verla, al menos la
parte racional de mi cerebro no quería verla, pero el resto... El resto de mí ansiaba
su cercanía y, en lugar de darle demasiadas vueltas, decidí dejarlo estar. Permitirme
tener este secreto, esta cosa que normalmente me haría salir corriendo.
Metí las manos en los bolsillos del abrigo, lamentando la decisión de no
llevarme el sombrero y la bufanda cuando salimos hacia la ciudad, pero ya podía ver
el edificio donde se encontraba su habitación, y la expectación no hacía más que
aumentar.
No podía atravesar la entrada principal si quería mantenerme fuera de la vista
de los demás. No podía explicar exactamente por qué estaba en el edificio que
albergaba a la mayoría de nuestros alumnos a esas horas de la noche, y que me
condenaran si le daba a alguien algún tipo de munición contra mí. Mientras que a
Andries le importaba un bledo si alguno de los instructores se acostaba con los
alumnos, a mí me importaba, porque demostrarles que Vega significaba algo para mí
significaría poner una diana en su espalda.
Y aunque sospechaba que me había puesto una diana en la espalda, no me
importaba. No ahora, cuando el único pensamiento que se repetía en mi mente era
llegar hasta ella. Verla. Tocarla. Simplemente inhalar su aroma.
Me dirigí a la parte trasera del edificio, donde estaba la entrada de servicio,
que ya casi nunca se utilizaba, y abrí la puerta con mi llave maestra, rodeado de
oscuridad. De mis excursiones anteriores a este edificio y a través de esta entrada,
recordé que estaba en una especie de almacén, y sacando mi teléfono para iluminar
la zona, me di cuenta de que estaba en lo cierto.
Estanterías llenas de papel higiénico, toallas, sábanas y otras cosas se
alineaban en las paredes del lado opuesto, con la puerta justo frente a mí. Caminé
apresuradamente hacia la salida, la abrí lentamente y salí, observando mi entorno.
Pero en la primera planta reinaba un silencio sepulcral, y esperaba no ver a nadie en
los pasillos mientras subía.
Me dirigí hacia la salida de incendios y subí dos peldaños cada vez hasta llegar
a su piso. La puerta crujió con fuerza, haciéndome estremecer momentáneamente
mientras me asomaba al exterior, rezando para que la mayoría de la gente estuviera
dormida o simplemente fuera demasiado ignorante para comprobar qué era aquel
151
ruido. Esperar cinco minutos me pareció una eternidad aquí de pie, esperando a ver
si salía alguien, y cuando me di cuenta de que nadie lo haría, corrí hacia el
departamento que tenía asignado Vega.
Mi mano rodeó la manilla de la puerta, probándola, y mis labios se dibujaron
en una sonrisa cuando me di cuenta de que la había cerrado desde dentro.
Mi chica lista.
Saqué mi llave maestra una vez más y abrí la puerta, entrando lentamente y
cerrándola tras de mí.
Se me cortó la respiración y me sudaron las palmas de las manos cuando mis
ojos se posaron en su cuerpo dormido, tendido sobre las mantas. La escasa luz de la
luna iluminaba su rostro, dejándome entrever los moratones que tanto odiaba, pero
no podía culpar a nadie más que a mí mismo. Quería disculparme, decirle que tenía
que noquearla por su propio bien.
Quería decirle que algunas de las personas de la multitud de anoche no eran
estudiantes y que seguían cada uno de nuestros movimientos, y que si me insultaba
podría tener graves consecuencias.
Pero las palabras adecuadas me fallaron, como al parecer siempre lo hacían
cuando se trataba de ella, y en lugar de explicarle nada, sólo empeoré las cosas.
Ahora mismo no quería que me odiara.
Ahora mismo quería hundirme en la cama junto a ella y abrazarla hasta que
todos los demonios de mi mente se callaran, dejando solo a nosotros dos, silenciando
el resto del mundo. Pero eso no era posible. Nunca podría tenerla, eso lo sabía. No
había espacio para alguien como ella en mi vida, y yo sabía mejor que nadie lo que
significaba tener a alguien que fuera realmente tu debilidad.
No podía hacerle eso, y no quería hacérmelo a mí mismo.
Así que esto tendría que ser suficiente, estas miradas robadas y las discusiones.
Las palabras duras y las caricias prohibidas. Eso tendría que ser suficiente para seguir
adelante.
Caminé despacio hacia el sofá de la esquina de su habitación, me quité el
abrigo y lo dejé caer al suelo. Se revolvió en sueños justo cuando me senté, apoyando
los codos en las rodillas y bebiéndola como un adicto.
Odiaba esta versión de mí mismo, pero no quería parar. Ella era como el primer
rayo de sol en mi existencia, por lo demás oscura, y me negaba a dejarla marchar,
aunque eso significara torturarme así. Nunca podría tenerla, al menos no de la forma
en que ella quería a juzgar por esas miradas que veía cuando dejaba que algo más
parpadeara a través de esos ojos fascinantes. Nos estábamos mintiendo,
152
hundiéndonos cada vez más en esta depravación, pero tenía la sensación de que ella
no quería parar.
Quizá fue repentino, quizá estaba predestinado, pero en dos días esta chica me
hizo sentir como si la conociera de toda la vida. Cada vez que sus ojos se posaban en
los míos era como una bocanada de aire fresco. Como una gota de agua tras una
eternidad de sequía, y yo estaba cansado de luchar contra las cosas que mi corazón
deseaba.
Esta pequeña obsesión mía no era sana, pero había llegado para quedarse.
No dejé de notar la forma en que se cernía sobre su amiga, protegiéndola
incluso cuando no había peligro inminente. No dejé de reconocer el sacrificio que
hizo cuando se pronunció el nombre de Yolanda, librando una batalla que no le
correspondía librar.
Todo eso debería haberme desanimado. Debería haberme mostrado que era
un poco masoquista, un poco mártir, pero todas esas cosas sólo me hicieron levitar
más cerca de ella.
Lo más probable es que fuera mi enemiga.
Era estudiante aquí.
No era para mí.
Sin embargo, la deseaba sin importarme las consecuencias.
No tenía ni idea de cuánto tiempo estuve allí sentado, quieto como una estatua,
contemplando su bonito rostro y su esbelta figura, cuando gritó, su voz rompió el
silencio de la noche.
—¡No! —bramó, y yo me puse alerta de un salto, con el cuerpo preparado para
la lucha—. Por favor —sollozó—. Por favor, no. —Me acerqué a la cama, con el
impulso de consolarla, de hacer cualquier cosa para que dejara de gritar, llevándome
a la miseria—. Por favor —lloró y lloró y lloró, hasta que no pude soportarlo más.
Me quité las botas y me subí a la cama, justo detrás de ella.
—¡No! —Se revolvió en la cama, mientras yo la acercaba a mí.
—Shh —murmuré, frotando mis manos sobre sus brazos, abrazándola con
fuerza—. Te tengo. Estás bien. Estás a salvo.
Gimoteó entre mis brazos, todo su cuerpo temblaba mientras las lágrimas caían
en cascada por su rostro.
—Te tengo, Bambi. Te tengo.
Sus manos se apretaron contra mi pecho y su cara se hundió en mi cuello, como
si intentara ocultarse. 153
—Por favor —murmuró una vez más—. Por favor, ayúdame.
Su voz se quebró, miles de emociones se mezclaron en esas simples palabras,
y surgió el impulso de protegerla, de destruir a cualquiera y a todo lo que se atreviera
a agraviarla. Que se atreviera a provocarle pesadillas que la hicieran temblar y
suplicar.
—Estoy aquí, Vega —susurré, apretando los labios contra su frente húmeda—.
Nadie llegará hasta ti. Estás a salvo.
Su respiración era agitada y, por mucho que intentara calmarla y le pasara las
manos por los hombros, el cuello y la espalda, seguía temblando. Me incorporé,
intentando taparla con las mantas, cuando sus brazos se colaron alrededor de mi
cuello, agarrándome con fuerza a ella, dificultándome el levantarme.
—¡No me dejes! —gritó, aferrándose a mí como un mono araña.
—No me voy —murmuré, frotándole la espalda—. Estoy aquí, Vega. Ahora
estás bien. Estás a salvo. —Me recordé al loro mascota que Jax tuvo hace un par de
años, que sólo sabía un par de palabras y no paraba de repetirlas, pero no tenía ni
idea de qué más decir.
No tenía ni idea de qué iba su pesadilla, y a una parte enferma y primitiva de
mí le gustaba que se aferrara a mí. Me encantaba su cuerpo pegado al mío, buscando
consuelo en mi abrazo. Pero cuando la miré, tratando de encontrar la mejor manera
de calmarla, sus ojos estaban abiertos, mirándome fijamente.
No había ira en ellos, ni odio, ni la crueldad a la que estaba tan acostumbrado
en ella. En cambio, estaban llenos de un anhelo que podía reconocer. La necesidad
de tener a alguien a quien llamar tuyo. De tener a alguien que te cuidara cuando no
pudieras cuidarte a ti mismo.
—Estás aquí —susurró, como si temiera que hablar más alto me hiciera
desaparecer—. Eres igual en mis sueños —afirmó Vega, y en cuestión de segundos
me di cuenta de que debía de pensar que estaba soñando—. Pero no me odias en mis
sueños. —Frunció el ceño y esa pequeña afirmación me atravesó el corazón de un
disparo.
¿Cómo podía explicarle que la necesitaba y que también odiaba el hecho de
necesitarla? Que fuera cual fuera el hechizo que me había lanzado, funcionaba y no
quería soltarla.
—No te odio —dije, diciendo la primera verdad de la noche—. Nunca podría
odiarte.
—Estás mintiendo. —Sonrió tristemente—. Me odiarás cuando te enteres.
—¿Enterarme de qué? —Fruncí el ceño, mirándola, pero sus ojos ya estaban
cerrados, sus miembros relajados—. Vega —murmuré contra su oído, esperando que 154
respondiera—. ¿Enterarme de qué?
—Todo —contestó somnolienta, dejándome solo una vez más, reflexionando
sobre sus palabras.
Pero en lugar de intentar despertarla, me las arreglé para echarnos las mantas
por encima, abrazándola con fuerza mientras dormía, hundiendo la nariz en su pelo y
fingiendo que no éramos dos personas que tenían la muerte colgando sobre sus
cabezas, sino dos individuos que se cuidaban mutuamente.
Y mientras su suave respiración me hacía cosquillas en la garganta, me atreví
a cerrar los ojos y quedarme dormido por primera vez en días, abrazándola como si
mi vida dependiera de ello.
18
VEGA
LO PRIMERO QUE noté cuando mi mente se despertó, desprendiéndose del oscuro
abismo de mis sueños, fue el calor que me envolvía, abrazándome con fuerza. Lo
segundo fue un cuerpo duro detrás de mí y los fuertes brazos que me rodeaban por
el medio. 155
Por mi cabeza aparecían flashes de recuerdos nebulosos mientras mis ojos
parpadeaban, intentando deshacerme de la somnolencia que aún me atenazaba tras
la larga noche de sueño. No recordaba la última vez que había dormido tan bien. Me
pesaban los miembros, tenía la cabeza descansada por primera vez en no sé cuánto
tiempo, y luché contra el impulso de atribuir esta sensación de paz a la persona que
estaba tumbada detrás de mí, su aliento haciéndome cosquillas en el cuello con cada
nueva exhalación.
Sabía que era Adrian incluso sin darme la vuelta. Pensé que había soñado con
él, que de alguna manera se había colado en mis sueños la noche anterior, cuando las
pesadillas sacudieron mi alma, recordándome el pasado. Pero realmente estaba aquí,
y no tenía ni idea de por qué.
Se revolvió en sueños, enterró la cara en el pliegue de mi cuello mientras sus
brazos me rodeaban por la cintura, haciéndome estremecer cuando me presionaban
contra los moratones de las costillas. Pero no me atreví a moverme.
Habría sido fácil, matarlo ahora mismo, liberar a este mundo de un monstruo,
pero... Pero no pude hacerlo. Por la razón que fuera, no podía hacerlo, maldita sea, y
no tenía ni idea de si odiaba la idea de que estuviera aquí o si lo deseaba más que
nada. Me aterrorizaba que en el momento en que dejara que esos pensamientos se
enconaran en mi mente olvidaría por completo por qué estaba aquí y qué era lo que
me habían enviado a hacer.
Y toda mi existencia dependía de esta misión.
Todo mi futuro dependía de encontrar información sobre Adrian y su familia,
de lo contrario sabía que no tendría ningún futuro.
El Schatten no era exactamente el lugar al que quería volver, pero al menos era
el infierno que conocía. Me resultaba familiar en las paredes del complejo y en los
ojos de la gente que lo frecuentaba. Conocía a Heinrich y su forma de actuar, pero
Adrian Zylla... no tenía ni idea de quién era.
Todo lo que me había mostrado hasta entonces no había sido más que
monstruoso y la forma en que me hablaba como si yo no fuera nada me decía que no
podía confiar en él. En todo caso, tenía el poder de destruirme desde dentro. Los
Schatten podían matarme, hacerme desaparecer, pero no podían apoderarse de mi
alma y estrujarla entre sus manos. No podían destruir la esencia misma de mi ser,
pero él sí.
Su palma se posó en una parte desnuda de mi piel, justo en la parte inferior de
mi estómago, y su pulgar empezó a dar vueltas, despertando mi cuerpo de la forma
que sólo él podía hacerlo. Nunca había tenido este tipo de reacción con ningún otro
hombre. Nunca había sido capaz de desconectar la mente lo suficiente como para
olvidar dónde estaba y quién tenía delante, pero él me desenredó, sacó las partes 156
necesitadas de mí que ocultaba desesperadamente a todos los demás, porque sabía
que podían usarlas en mi contra.
Sin embargo, le permití verme, sentirme, tocarme sin oponer resistencia, y si
me quedaba aquí en su abrazo, sabía que no sería amable. Usaría su afilada lengua
para infligir el tipo de daño que sólo se puede sentir, pero nunca ver.
Así que cerré la tapa de las emociones que amenazaban con desentrañarme, y
lentamente retiré sus brazos de alrededor de mí, deslizándome fuera de la cama
lentamente, con cuidado de no alertarle de mis movimientos. Y para ser alguien que
siempre parecía estar alerta, Adrian ni siquiera se movió. Protestó en sueños cuando
me moví, pero en cuanto estuve fuera de su abrazo, enterró la nariz en mi almohada,
durmiendo tan profundamente como antes.
Me quedé allí, junto a la cama, observándole durante un momento demasiado
largo. Cada vez que lo veía estaba de todo menos relajado, pero aquí... Casi parecía
más joven de lo que realmente era. Relajado. Cómodo, y sofoqué el pensamiento que
se deslizaba dentro de mi mente de que todo tenía que ver conmigo.
Él no me conocía, y yo no lo conocía.
Era un error buscar la salvación en los brazos de la persona de la que no sabías
nada o, en mi caso, de la persona a la que te habían enviado a destruir. Llevaba en
este negocio el tiempo suficiente para saber lo que significaba “utilizar cualquier
medio necesario” en ese archivo que me dio Alena. No necesitaban decirme que
estaba aquí con ese propósito.
Heinrich dijo que estaba aquí para recabar información, pero siempre había un
significado oculto en todo lo que decía, y esta vez no fue diferente.
Estaba aquí para matar a Adrian Zylla.
Y no tenía ni puta idea de cómo iba a hacerlo.
PRÁCTICAMENTE SALÍ CORRIENDO de mi habitación, dejando atrás a Adrian
mientras me escabullía, en dirección al edificio principal donde se impartían nuestras
clases. No fue mi momento de mayor orgullo, pero algo en él me hizo querer
quedarme. Me hizo querer ser una persona diferente en un camino diferente, pero
esos sueños pertenecían a una chica que no vivía la vida como yo.
Esos sueños pertenecían a los que tenían un buen trabajo de nueve a cinco, una
157
familia numerosa que los mantenía y un hogar cálido al que volver.
Yo no tenía nada de eso.
Lo que sí tenía era una carga de equipaje llena de oscuros secretos que jamás
podría compartir con nadie, y menos con alguien como Adrian, y este tipo de
pensamiento sólo iba a conseguir que me mataran y nada más. Tenía que deshacerme
de la extraña idea de que Adrian era mi salvador, que de alguna manera podría
ayudarme a salir de las garras de los Schatten.
Era como todos los demás, mirando por sí mismo y por los que quería. No había
lugar en mi vida para otra decepción, y menos cuando mi corazón parecía quererlo
demasiado. Tenía que dejar de pensar en esas tonterías y centrarme en lo importante.
Yolanda me explicó ayer que en la Academia todo el mundo vestía
prácticamente igual: camiseta negra ajustada, pantalones o leggings negros y lo que
nos diera la puta gana de llevar en los pies. Sabía que los campos de entrenamiento
estaban dentro, pero me maldije por no haberme puesto algo más abrigado encima
de la camiseta negra, porque mientras caminaba por los campos me di cuenta de que
el viento era tan implacable como los habitantes de este lugar.
Me golpeaba por todos lados y el olor de la inminente nieve en el aire no
mejoraba en nada mi ya de por sí agrio humor. Mi largo abrigo ondeaba al viento,
recordándome que no estaba hecho para inviernos como éste, sino para un tiempo
lluvioso. Pero que me jodan si lo cambio por algo más voluminoso.
Llevaba años con este abrigo de cuero, y no lo cambiaría por nada. Estaba
desgastado en algunas partes, el cuero se desconchaba y parecía dañado, pero era
lo más fácil para luchar, sobre todo porque no me gustaba congelarme todo el tiempo
al entrar en misiones. Quizá después de todo esto lo cambiaría y lo jubilaría por algo
diferente, ya que no le daría más uso, pero por ahora me quedaba con él.
La gente corría a mi lado, siguiendo el mismo camino que yo hacia el edificio
de combate situado justo al lado del edificio principal, y aunque sabía que no estaría
en condiciones de hacer nada extenuante durante nuestras clases ofensivas y
defensivas, me entusiasmaba ver lo que nos iban a enseñar.
Estaba emocionada por ver quién nos iba a enseñar.
No tuve la oportunidad de conocer a muchos otros instructores, pero con
Adrian, Jax y Dante en la Academia, tenía la sensación de que no estaban aquí
precisamente para hacer el trabajo administrativo. Hubiera facilitado mucho las cosas
si lo estuvieran, pero en estos últimos tres días, contando el de hoy, había aprendido
más de lo que podía imaginar e iba a descubrir todos los secretos que guardaban.
La Hermandad era sólo una tapadera para ellos, y yo quería entrar. Quería
saber más, pero sabía que no podía preguntar. Todo el mundo mantenía la boca 158
cerrada sobre La Fosa y, lo peor de todo, todo el mundo parecía mantener la boca
cerrada también sobre Rebecca, la chica que encontraron colgada de la cuerda ayer
mismo. No tenía ni idea de si realmente estaban investigando lo que había pasado o
no, pero me daba la extraña sensación en las tripas de que no era el final.
Quienquiera que le hiciera eso a Rebecca no había terminado, y era otro
misterio más que necesitaba desvelar. ¿Por qué alguien utilizaría los métodos de Los
Schatten en un lugar en el que no eran bienvenidos en absoluto? ¿Por qué arriesgar a
la organización, si realmente era alguien de Schatten?
Además, si habían enviado a alguien aquí, ¿por qué no me lo habían contado
Alena y Heinrich? ¿Era porque odiaba trabajar con otros agentes o había algo que no
me estaban contando?
Demonios, con el cariz que estaba tomando todo esto tendría que empezar a
poner por escrito todas estas teorías y tratar de abordarlas una a una. Pero la primera
en la agenda era entrar en la Hermandad, y cuando vi a Dante de pie en la entrada
del edificio de combate, simplemente mirando a los estudiantes que pasaban, una
idea se formó en mi cabeza y supe que él era la persona que podía ayudarme.
No me malinterpretes, sabía que los tres eran letales, pero mientras Adrian
obviamente me odiaba por alguna razón y Jax se mantenía alejado de mí, Dante
parecía ansioso por dejarme luchar más esa primera noche, y sabía que podría
ayudarme.
—Hola —grité cuando me acerqué lo suficiente, saqué la mano del bolsillo y lo
saludé con la mano. Sus cejas oscuras se fruncieron, sus ojos se entrecerraron al
mirarme, pero no había nada malicioso en la forma en que me miraba. Demonios,
tampoco había nada cálido, pero era mejor opción que cualquiera de los otros—.
Dante, ¿verdad? —pregunté, fingiendo inocencia mientras acortaba la distancia que
nos separaba, manteniendo la sonrisa en mi rostro incluso cuando el dolor palpitaba
en mi mejilla, recordándome que no estaba tan curada como creía—. Soy Vega —
murmuré, extendiendo la mano en su dirección, esperando que la estrechara. Pero
seguía mirándola como si contuviera veneno, y mi impulso de buen humor se rompió
más rápido de lo que llegó—. Ya veo —murmuré, alejándome de él—. No eres más
que otra marioneta, ¿verdad?
—No soy una marioneta —refunfuñó, mirando por encima de mi hombro como
si esperara que alguien apareciera justo detrás de mí.
—Lo que te sigas diciendo para dormir mejor por las noches. —Me encogí de
hombros—. Reconozco una marioneta cuando la veo, pero esperaba equivocarme
contigo. —Lo miré directamente a los ojos—. Supongo que no.
La irritación apareció en su rostro y, antes de que pudiera moverme, estaba
justo delante de mí, unos centímetros por encima de mi cuerpo. Más bajo que Adrian, 159
pero tenía la sensación de que igual de letal.
—No tienes ni idea de lo que estás hablando, Vega —dijo, lo suficientemente
alto como para que sólo yo lo oyera—. Y esa conversación que quieres tener no se
puede mantener aquí.
—¿Cómo sabes de qué quiero hablar? —le pregunté, desafiándolo con la
mirada, abriéndome para él. Sus dedos me rodearon la nuca y me acercaron a él
mientras sus labios me susurraban al oído lo que necesitaba oír.
Y por un enfermizo segundo deseé que su tacto me pusiera la misma piel de
gallina que la de Adrian, pero no ocurrió nada. Ninguna reacción, nada en absoluto,
y el odio que sentí hacia mí misma en ese momento fue mayor que el odio que sentía
hacia Adrian.
—Eres muy lista, bambina —susurró, riéndose—. Reúnete conmigo después de
clase. Entonces hablaremos de todo. Hay un cementerio al otro lado del campus —
murmuró—. Te esperaremos allí, junto al Viejo Templo de Atenea. No llegues tarde.
Santo cielo, esto estaba funcionando. Estaba sucediendo.
La mano de Dante me apretó la nuca justo antes de soltarme y alejarse. Mis ojos
se fijaron en la sonrisita que tenía en la cara, pero no iba dirigida a mí. Oh, no, estaba
mirando a alguien detrás de mí y, cuando me di la vuelta, la sangre se me heló y se
me congeló en el sitio.
Adrian marchó hacia nosotros con una mirada en su rostro que nunca había
visto antes. Al menos no en él.
Era mezquino en el mejor de los casos durante nuestras conversaciones
anteriores, pero ahora parecía dispuesto a matar a alguien, y sus ojos no estaban
clavados en mí, sino en Dante, que seguía de pie detrás de mí, riéndose a carcajadas.
—Aquí viene el peligro —murmuró Dante, riendo cada vez más fuerte con cada
paso que daba Adrian, ignorando por completo el hecho de que el peligro se dirigía
hacia nosotros. No tenía ni idea de lo que estaba pasando ahora ni de por qué Adrian
parecía dispuesto a matar a alguien, pero no quería estar aquí cuando por fin nos
alcanzara.
Sólo había visto un toro enfurecido en la televisión, y Adrian era lo más
parecido a uno que un ser humano puede llegar a ser. Sus ojos eran dos pozos oscuros
de peligro, llenos de promesas igualmente oscuras que no quería ver cumplidas.
Di un paso atrás, alejándome de Dante, cuando su mano rodeó mi muñeca,
manteniéndome en mi sitio.
—Oh no, no, bambina. —Se rió el maníaco—. Te vas a quedar aquí. No querrás
perderte el espectáculo.
—¿Qué espectáculo? —grité, mirando de él a Adrian, que se acercaba cada vez 160
más, mientras los estudiantes se apartaban de su camino, sintiendo el aura oscura que
emanaba de él—. Como que realmente amo mi vida, Dante —susurré—. Y no quiero
morir hoy.
—No te preocupes. —Sonrió—. No te vas a morir. Yo, en cambio...
El golpe surgió de la nada, aunque no tenía ni idea de por qué me sorprendió
tanto como lo hizo.
La mano de Dante voló de mi brazo mientras tropezaba hacia atrás, casi
cayendo por las escaleras detrás de nosotros, pero Adrian no se detuvo. El siguiente
golpe llegó segundos después del primero, aporreando a su amigo como un poseso,
ignorando por completo a la multitud que se congregaba a nuestro alrededor.
—¡Basta! —grité, intentando hacer algo, lo que fuera, mientras el resto de la
gente se quedaba parada, conmocionada ante el espectáculo que tenían delante—.
¡Adrian! —Pero era como si no me oyera. No le importaba la gente alrededor o el
hecho de que estaba golpeando a su amigo sin razón.
Sus puños volvieron a conectar con la cara de Dante, haciendo que su cabeza
volara hacia un lado mientras un nuevo chorro de sangre salía de la boca de Dante. Y
para empeorar las cosas, Dante no se defendía. Simplemente seguía sonriendo y
gruñendo con cada golpe que Adrián descargaba, y yo no podía seguir viéndolo.
Iba a matarlo si seguía así, y tenía que detenerlo.
Sabía que no debía interponerme entre los dos hombres que estaban
peleando, y con las heridas que tenía no había forma de que si Adrian me daba un
puñetazo no acabara en la enfermería o, peor aún, en el cementerio. No era lo
bastante fuerte como para detenerlo en el alboroto en el que obviamente estaba
metido, así que hice lo siguiente mejor.
Me puse detrás de él, me desabroché el abrigo largo y salté sobre su espalda,
rodeándole el cuello con los brazos y la cintura con las piernas.
—Basta —le susurré al oído, esperando que la parte coherente de su cerebro
registrara mis palabras y detuviera esta locura—. Dante es tu amigo. Basta, Adrian.
Por favor.
De pronto se quedó inmóvil, con el pecho agitado por la respiración rápida,
pero se detuvo.
Mi pulgar se posó en el punto del pulso de su cuello, murmurando ruidos
tranquilizadores mientras apretaba las piernas alrededor de su centro, cerrando los
ojos cuando el murmullo de la gente que nos rodeaba se hizo más fuerte y el sonido
de mi nombre en sus bocas se hizo más prominente.
—No sé qué te pasa, pero tienes que parar. Dante no hizo nada —continué, pero 161
en el momento en que el nombre de Dante salió de mis labios, Adrian gruñó, gruñó
como un animal, y en lugar de dejarme caer al suelo como pensé que haría, su mano
ensangrentada se posó en mi muslo, acercándome más a él.
Odiaba no poder ver su cara, sus ojos, pero podía ver a Dante en el suelo,
respirando agitadamente con su ojo izquierdo ya hinchándose lentamente por la
fuerza bruta con la que Adrian lo atacó.
—Me voy a bajar ahora —murmuré, pero en el momento en que esas palabras
salieron, su cuerpo se tensó, y la mano que suavemente sujetaba mi muslo se tensó,
muy probablemente magullándome en el proceso—. ¿Adrian? —susurré,
preguntando sin palabras qué estaba pasando, pero antes de que pudiera decir nada
y antes de que yo pudiera bajar, empezamos a movernos.
Yo colgada de él como un koala y él sujetándome las piernas, moviéndonos
alrededor del edificio hacia la parte trasera, con vistas a la ciudad por debajo. El
viento nos golpeaba con más fuerza aquí que en la parte delantera del edificio, pero
no me atreví a decir ni una palabra más mientras Adrian gruñía al caminar,
alejándonos de la multitud, de Dante y, muy probablemente, de la seguridad para mí.
Fui una estúpida, una niña estúpida, saltando sobre él de esta manera. Estaba
claro que era un hombre que lo único que quería era verme sufrir. Lo demostró varias
veces en los últimos tres días, y como una idiota, salté sobre él, tratando de impedir
que matara a su amigo, porque no importaba qué, de alguna manera sabía que no
estaría feliz de hacerle daño.
Miré a nuestra derecha, fijándome en la niebla que había envuelto la ciudad,
imaginando que estaba en cualquier otro lugar menos aquí. ¿Quizá me gustaría vivir
en un lugar así, donde la gente se ocupara de sus asuntos y pasara el día sin
preocuparse de nada? Seguramente.
Pero justo en el momento en que ese pensamiento me vino a la mente,
haciéndome sonreír ante la pura imagen de cómo podría ser mi vida, me lo arrebató
de las manos cuando Adrian me dejó caer al suelo y me estampó contra la pared a
mis espaldas, rodeándome la garganta con su mano, dificultándome la respiración.
Antes estaba enfadado, pero no era nada comparado con el escalofriante terror
que me recorrió al ver esos ojos oscuros mientras me miraba con tanto desdén que
hizo que me flaquearan las rodillas. No debería haber intervenido. Debería haber
huido en cuanto apareció, pero me quedé, pensando estúpidamente que estaba
haciendo algo bueno.
Y ahora había vuelto para morderme el culo.
—Me estás lasti-mando —jadeé, arañando su mano, intentando quitármela del
cuello, pero era inútil. El hombre que me había abrazado durante toda la noche, el 162
hombre que murmuraba palabras suaves y me decía que estaba a mi lado, no
aparecía por ninguna parte.
Tanto que realmente creí haber soñado todas esas palabras, porque era
imposible que se tratara de la misma persona. La persona de anoche me ayudó a
superar mi pesadilla, pero la que ahora tenía delante quería destruirme.
—¿Adrian? —Volví a jadear, viendo puntos negros bailando en la periferia de
mi visión, y supe que no tardaría en perder el conocimiento—. Por favor.
19
ADRIAN
EN CUANTO abrí los ojos, hacía menos de una hora, supe dos cosas: que estaba
solo en la habitación de Vega y que la había cagado enormemente. Pero lo que más
me molestaba era pensar que había tenido una oportunidad perfecta para matarme y
no la había aprovechado. Pero eso no cambiaba el hecho de que estaba aquí bajo 163
falsos pretextos y que muy probablemente era nuestra enemiga.
No era de fiar y, tontamente, me metí en su cama, durmiéndome por primera
vez en días sin la ayuda de ninguna droga, lo que sólo me ponía más de mal humor a
cada momento que pasaba.
Tal vez estaba más agotado de lo que pensé en un principio, y por eso me
quedé dormido con ella. Sí, no podía aceptar otra cosa. Solo necesitaba encontrarla y
amenazarla para que no le contara a nadie que estuve en su habitación anoche, pero
en cuanto la localicé, en cuanto mis ojos se posaron en ella y en Dante, de pie frente
al edificio de combate, con un aspecto demasiado acogedor para mi gusto, me volví
loco.
Una neblina roja se apoderó de mi mente y, como un animal, sólo tenía un
pensamiento en la cabeza: destruir.
Lo quería lo más lejos posible de ella. No, lo necesitaba lejos porque sabía que
me volvería loco si tenía que pasar un segundo más viéndolo hablar con ella, tocarla.
estaba tocando lo que era mío, maldita sea, y por primera vez desde que la conocí,
no lo negué.
Vega Konstantinova era mía.
En el minuto que tardé en cruzar la distancia que los separaba de mí, supe que
estaba más jodido de lo que pensaba en un principio, pero me daba igual. Ella era un
faro de luz en esta eterna oscuridad que yo llamaba vida, y que me condenaran si
permitía que alguien me arrebatara eso.
Aunque ese alguien fuera uno de mis mejores amigos.
Pero no esperaba que saltara sobre mi espalda y murmurara palabras suaves
de las que no sabía que era capaz. No esperaba que me calmara, que su tacto me
tranquilizara en lugar de quemarme como el de los demás.
Rara vez permitía que la gente me tocara, que me viera tal y como era en
realidad, pero ella fue capaz de romper los muros que rodeaban mi alma en cuestión
de segundos e, incapaz de detenerme, me la llevé. Lejos, muy lejos del hombre que
mi mente consideraba peligroso.
Supongo que lo que necesitaba era algo de claridad, y por mucho que cada
parte de mí la anhelara, por su dulzura y su poder, por la forma en que se aferraba a
mí, no podía tenerla. Nunca podría tenerla, pero eso no significaba que pudiera
dejarla ir.
La conmoción de su cara cuando la dejé caer, rodeándole el cuello con la mano
y sujetándola a la pared, me atravesó el corazón, pero había que darle una lección.
No debía acercarse a mí ni a mis amigos, y al parecer tuvo que aprenderlo por las
malas.
164
Sus ojos se llenaron de miedo por primera vez y pude ver el terror que la
invadía.
Lo odiaba tanto como la parte de mí que lo amaba, pero no podía parar ahora.
No podía mostrarle lo que realmente sentía, o lo que realmente quería, porque no se
podía confiar en ella. No podía confiar en ella, por mucho que quisiera.
—Adrian —jadeó—. Me estás lastimando. —Sabía que lo estaba haciendo y me
odié un poco más cuando sus ojos se cerraron, pero estaba enfadado.
Tan jodidamente enfadado.
Con ella.
Con Dante.
Conmigo mismo.
Y no tenía ni idea de hacia dónde dirigir esa ira, porque por mucho que me
doliera admitirlo, ellos dos no tenían nada que ver con la furia venenosa que se
extendía por mis venas. Me avergonzaba de mí mismo, de mi debilidad, de la
necesidad que sentía por ella cuando ni siquiera la conocía, y tenía que deshacerme
de ella.
Al principio luchó contra mí, intentando apartar mi mano, pero con cada
segundo que pasaba podía ver que la lucha menguaba en ella, dejando su cuerpo
inerte en mis brazos, y yo. no. No. No.
—¡Pelea, maldita sea! —Rugí, poniéndome en su cara, pero ni siquiera se
inmutó. No se movió.
Simplemente seguía mirándome con acusaciones en los ojos, y yo lo odiaba.
Odiaba la apatía que se apoderaba de sus facciones, como si estuviera dispuesta a
morir aquí, en mis manos. No había ni rastro del fuego que vi ayer cuando me mordió
el labio inferior. No había terquedad en esos ojos verdes y marrones, nada que me
mostrara la chica que era.
Vega estaba levantando sus muros, tan altos que no había forma de que yo viera
lo que había detrás de ellos. No había forma de llegar a la persona que era, de
disfrutar del calor de su alma. En lugar de eso, un par de ojos sin vida me miraban
fijamente, y supe que la había cagado incluso antes de que la primera palabra saliera
de su lengua.
—No. —Un simple no, con los brazos colgando a los lados.
Sabía que tenía los movimientos. Sabía que podía conmigo si quería, entonces
¿por qué coño no estaba luchando?
—¡Maldita sea! —rugí, separándome de ella. Vega se quedó inmóvil, con la
espalda pegada a la pared, sin apartar los ojos de mí mientras yo me paseaba delante 165
de ella, tirándome del pelo.
Casi mato a mi mejor amigo porque se atrevió a tocarla.
Ahora la atacaba porque no tenía a nadie más con quien descargar esta
frustración, esta rabia por mi impotencia cuando se trataba de ella. Y me odiaba aún
más porque odiaba poner esa mirada en su cara. Odiaba la falta de vida que me
devolvía la mirada, con la certeza de que, de algún modo, era culpa mía.
—Tienes que alejarte de mis amigos —le espeté, mirándola directamente a los
ojos—. Lo digo en serio.
—Bien —se limitó a murmurar, aún de pie en el mismo puto sitio.
¡Joder!
Quería que me dijera que no. Que me dijera que yo no era su jefe o que no
aceptaba órdenes de un idiota que obviamente no tenía ni idea de lo que hacía. En
lugar de eso, simplemente lo aceptó, simplemente asintió, como si todo lo que ella
era desapareciera en cuestión de segundos.
—Nadie puede saber lo que pasó anoche —continué, esperando que algo,
cualquier cosa, provocara algún tipo de reacción en ella, pero no fue así.
—De acuerdo —fue la palabra que siguió, con un suave encogimiento de
hombros—. Nadie lo sabrá.
¡Joder, joder! Quería romper algo. Quería gritar, destruir, hacer algo, pero no
me atrevía a dejarla. Todavía no.
—¿Por qué coño no estás luchando conmigo? —pregunté en su lugar, odiando
las palabras en el momento en que salieron de mi boca.
Una sonrisa de complicidad apareció en su rostro, mezclada con un escalofrío
que no tenía nada que ver con el clima atroz de esta montaña olvidada de Dios.
—Porque no tiene sentido. —Finalmente se apartó de la pared, y mis ojos se
centraron en las marcas rojas en su garganta, cortesía mía, y habría hecho cualquier
cosa en ese momento para retractarme de lo que acababa de hacer—. Porque eres
igual que cualquier otro matón, Adrian —murmuró, bajando la voz justo cuando su
mano se acercó para quitarme algo del hombro.
Miré hacia abajo, viendo los copos de nieve sobre mi abrigo negro, y sólo
entonces me di cuenta de que ni siquiera me había dado cuenta de que caían. Pero lo
que me dolió más que el sonido de su voz, impregnado de tanta indiferencia, fue el
hecho de que me estuviera llamando matón.
—Conozco a los de tu clase —continuó, clavándome el cuchillo cada vez más
en las entrañas—. Te gusta tener juguetes que sólo te pertenecen a ti. Te gusta fingir
que el mundo existe sólo para cumplir tus órdenes, Adrian. —Ella sonrió, pero la
sonrisa no llegó a sus ojos, y yo ansiaba tocarla. Disculparme.
166
Explicarle por qué reaccioné así.
Por qué no sabía cómo comportarme en su presencia.
Por qué la odiaba y la necesitaba y por qué sólo podía acabar con mi muerte.
Pero mantuve la boca cerrada mientras ella continuaba con su ataque verbal.
—Y puedes dejar tus marcas en mi piel. —Me miró desafiante, esa pequeña
chispa que necesitaba ver revivir—. Puedes tocarme, hacer que me corra, hacerme
tuya de una forma física. Puedes hacer todas esas cosas porque eres más grande y
más fuerte que yo, pero recuerda lo que te digo —se puso de puntillas y sus labios
rozaron el lóbulo de mi oreja, haciéndome estremecer—, nunca tendrás mi alma.
Nunca poseerás esas partes de mí que realmente quieres poseer. Y eso... —Dio un
paso atrás, sonriendo de oreja a oreja, con los ojos llenos de venganza—. Ahí es
donde reside mi poder. Puedes hacerme daño, es cierto. Probablemente podrías
matarme ahora mismo si quisieras. Aún me estoy curando, así que no puedo luchar
contra ti como lo haría normalmente. Pero quieres algo más de mí, y yo nunca —
escupió las palabras—, nunca te perteneceré.
—Vega...
—Ahórratelo —interrumpió, alejándose un paso de mí, y luego otro, hasta que
estuvo a una distancia prudencial—. El mundo no te pertenece, Adrian Zylla. No es
tuyo. Perdóname por confundirte con alguien digno. —Sonrió tristemente,
matándome sin saberlo en el proceso—. No cometeré el mismo error dos veces.
Giró sobre sus talones y casi huyó en la dirección por la que habíamos venido,
dejándome con mis pensamientos tambaleantes mientras la nieve caía sobre mí,
cubriendo el suelo con un manto blanco, mientras sus palabras calaban más y más
hondo hasta que supe sin lugar a duda que Vega Konstantinova sería mi muerte.
Y no me importaría morir por ella.
Por mi pequeña mentirosa.
Pero en lugar de ir tras ella, la observé desaparecer al doblar la esquina,
dejando que el frío me calara hasta los huesos mientras un plan se formaba en mi
cabeza.
Era mía, le gustara o no, y no me detendría ante nada para reclamarla.
Cuerpo, mente y alma.
Puede que estuviera dispuesta a darme su cuerpo, a dejar que la utilizara, pero
sospechaba que, si jugaba bien mis cartas, también me daría todo lo demás. Y por fin
podría descubrir quién era en realidad.
Su decepción hacia mí quedó flotando en el aire incluso después de que se
marchara, pero no se habría sentido decepcionada si no sintiera la misma atracción 167
que yo. Si no sintiera que se volvería loca si no estuviéramos cerca el uno del otro.
Sus palabras de despedida me lo decían, y quería que pensara que yo valía la pena.
Quería ser digno de ella, aunque nos mintiera a todos.
Pero descubriría todos sus secretos.
Averiguaría quién era Vega Konstantinova.
Y una vez que lo hiciera, no tendría dónde esconderse, dónde huir.
A los monstruos que vivían dentro de mí les gustaba. Les gustaba su fuego, su
desafío, la forma en que me hablaba, la forma en que no le importaba quién era yo.
Les gustaba tanto lo que hacía por ellos que empezaron a ronronear cada vez que
estaba cerca, y yo no quería dejarlo pasar.
Ella era mía y yo estaba cansado de esperar al margen mientras otras personas
encontraban la felicidad, porque sabía, sin dudas, que ella era mi final.
20
VEGA
HABÍA una guerra en mis entrañas que amenazaba con partirme en dos si no
tenía cuidado. Había una parte de mí que creía ingenuamente que Adrian Zylla no era
tan monstruoso como lo pintaban en el expediente que me habían dado. Que tal vez,
al igual que yo, no tenía más remedio que llevar una máscara diseñada para mantener 168
al resto del mundo fuera, lejos de él, mientras ocultaba su verdadera naturaleza a
aquellos que le harían daño si alguna vez lo supieran. De aquellos que podrían usarla
en su contra si comprendían qué clase de persona era en realidad. Esa parte de mí
también creía que tal vez él vería lo mismo en mí. Que yo no era sólo lo que estaba
escrito en el papel y que no era tan despiadada e insensible como la gente me hacía
parecer.
Que no era sólo el soldado despiadado, enviado a matar a aquellos a los que El
Schatten ponía en el punto de mira, sino mucho más.
Olvidé por un segundo que Adrian nunca podría saber quién era yo realmente.
Que pasara lo que pasara, nunca podría saber para quién trabajaba y por qué estaba
aquí.
Si lo hiciera, sin duda me mataría en el acto y le enviaría mi cabeza en una bolsa
a Heinrich como prueba de lo que les ocurría a los que se atrevían a ir en contra de la
familia Zylla.
Y ahí era donde entraba en juego la segunda parte de mí. La que lo odiaba
simplemente por lo que representaba.
No mentí cuando le dije que era igual que cualquier otro monstruo de esta
industria. No mentí cuando le dije que nunca tendría otras partes de mí, aunque usara
mi cuerpo. Esa parte de mí quería destruirlo, porque sabía que su familia tenía algo
que ver con la desaparición de Tyler.
Esa parte de mí sabía que cortar la cabeza de una serpiente significaría un
acceso más fácil a las otras serpientes, y si tenía que librar aún más a este mundo de
aquellos que dañaban a los inocentes, que así fuera.
Pero mientras estaba aquí, en el tatami, descalza y con los brazos cruzados
sobre el pecho, mientras entraba el resto de la gente, entre ellos Yolanda, me di
cuenta de que todo lo que le decía encerraba una pequeña dosis de mentira, porque
él ya había conseguido colarse entre mis defensas y fijar su residencia en mi corazón.
Tal vez fuera la vulnerabilidad que vi anoche cuando vino a mi cama, o tal vez
fuera la furia de esta mañana cuando atacó a Dante, o los celos que se colaron por las
grietas de su personalidad cuando me prohibió reunirme con sus amigos. Fuera lo
que fuese, ya estaba dentro, y no tenía ni idea de cómo erradicar su presencia de mis
venas.
Estaba en mi torrente sanguíneo, extendiéndose rápidamente como un veneno,
y si no tenía cuidado, me destruiría desde dentro.
Me enviaron para destruirlo, para descubrir los secretos que albergaba. No
estaba aquí para enamorarme de él, pero estaba sucediendo en contra de mi
voluntad, y no tenía ni idea de qué hacer con esa información. No tenía ni idea de qué
hacer con esa pesada sensación en mis entrañas, que me decía que no debía huir de
169
las emociones que él había estado despertando, pero tampoco sabía cómo
aceptarlas.
No tenía escapatoria si fracasaba en esta misión, y fracasar no era algo con lo
que me sintiera bien.
—Hola —me dijo Yolanda mientras se acercaba a mí con cara de
preocupación—. ¿Te encuentras bien? Escuché lo que pasó.
—Estoy bien —dije, y me pregunté si alguna vez me cansaría de decir la misma
vieja mentira una y otra vez. Quizá algún día creería de verdad en esas dos palabras—
. No tengo ni idea de lo que pasó, pero sé que no tuvo nada que ver conmigo.
Como si tal cosa.
Podía reconocerlo por lo que era, pero no tenía los cojones suficientes para
decirlo en voz alta. Adrián estaba celoso de su amigo, y no sabía cómo decirlo en voz
alta, porque al igual que yo, se negaba a creer en esa conexión demencial que
teníamos los dos.
Y tal vez si continuaba ignorando la erupción de emociones cada vez que él
estaba cerca, podría salir de este lugar sin perder mi corazón o mi vida.
—¿Estás segura? —preguntó Yolanda, de pie junto a mí—. Te vieron salir con
Adrián y volver apenas un par de minutos después, con marcas rojas en el cuello. —
Sus ojos se posaron en el lugar donde había estado la mano de Adrián—. Incluso yo
puedo ver las marcas. ¿Te hizo daño? —preguntó, susurrando, mientras el resto de
los alumnos empezaban a reunirse alrededor, haciendo cola en el tatami—. ¿Te dijo
algo?
—Intentó hacerme daño —murmuré, con la mirada fija en un punto en blanco
de la pared blanca frente a nosotros—. Pero estoy bien.
Ahí estaba otra vez, otra mentira piadosa.
La verdad era que no estaba bien.
Estaba aterrorizada, no porque pensara que me mataría, sino porque no podía
reconocer al monstruo que me estaba asfixiando. No podía reconocer al hombre que
tenía delante, y eso me molestaba más de lo que quería admitir. Empecé a
relacionarlo con sentimientos cálidos, con seguridad, por muy loco que sonara. Pero
cuando vives la vida que yo viví, muchas cosas dejan de parecer una locura, aunque
lo sean.
Hice lo que me prometí que nunca haría: me estaba enamorando de otro
monstruo, y no había ningún escenario en el que aquello acabara bien.
—Estoy aquí si necesitas hablar —murmuró Yolanda, apretándome la mano,
justo cuando el estruendo de la puerta se coló en el enorme vestíbulo en el que nos
encontrábamos, alertándonos de la llegada del que sin duda sería nuestro instructor.
170
Los murmullos sobre quién podría ser inundaron al grupo en cuanto entré, pero todos
estaban tan despistados como yo.
Estaba a punto de agradecer a Yolanda sus palabras, cuando mis ojos
conectaron con unos oscuros y tormentosos, que me miraban fijamente mientras
cruzaba la distancia entre la puerta y donde estábamos el resto de nosotros, vistiendo
ropa diferente a la de antes. El cabrón también tenía mejor aspecto, y en el lugar del
jersey negro que llevaba esta mañana, había una camiseta negra lisa, similar a las que
llevábamos el resto, acompañada de unos pantalones cargo beige y unas botas.
Y estaba radiante.
Sonriendo.
Me sonreía mientras los murmullos de la multitud se intensificaban, a medida
que todos se daban cuenta poco a poco de quién iba a ser nuestro instructor.
No se inmutó por las miradas asesinas que le dirigía, ni por el hecho de que
casi todo el mundo me mirara a mí y luego a él, intentando averiguar qué estaba
pasando.
—Tienes que estar bromeando —murmuró Yolanda, su voz apenas superaba
un susurro cuando el maldito Adrian Zylla levantó la mano, haciendo callar a los
estudiantes que estaban a nuestro alrededor.
—Sé que vamos un día tarde con las clases, gracias al pequeño inconveniente
de ayer. —¿Inconveniente? ¿Llamaba inconveniente a la muerte de una chica
inocente? —Pero ahora estamos aquí, y como ya saben quién soy... —Un bastardo
arrogante—. Creo que es justo que todos ustedes se presenten también.
La chica de mi derecha suspiraba soñadoramente, con las manos entrelazadas
y los ojos azules fijos en él, sin duda imaginando todo lo que podría hacerle.
Y la aborrecí casi al instante, lo que a su vez hizo que acabara aborreciéndome
a mí misma, porque Adrian no era mío y yo no era suya. Esa tonta idea fue lo que me
provocó los moratones en el cuello cuando intenté salvarlo de sí mismo y de Dante,
solo para acabar siendo un saco de boxeo para él.
—Empecemos por aquí. —Señaló a la primera persona a su derecha, un tipo
más bajo y voluminoso, al que vi en La Fosa la otra noche. Se quitó la máscara un
segundo, justo antes de subir al ring, pero lo reconocería en cualquier parte.
—Hector Ayala —dijo con orgullo, manteniendo la barbilla alta. Adrián asintió
y señaló a la siguiente persona.
—Claudia Neumann —dijo, su suave voz nos llegó, pero yo no la miraba. Ni
siquiera lo intentaba.
Tenía los ojos clavados en Adrian y en su forma de comportarse, llena de una 171
autoridad y una energía renovada que no había sentido antes. Era como si tuviéramos
delante a otra persona, y ya no tenía esa mirada de loco mientras escuchaba todos y
cada uno de los nombres, como si pudiera memorizarlos todos.
Éramos al menos cincuenta personas y, aunque me enorgullecía de tener
buena memoria, no sería capaz de recordar los nombres de todos, aunque lo
intentara.
La chica de mi derecha tiró de mi mano y la miré, ignorando los nombres que
venían después de Claudia.
—¿Sí? —pregunté, reconociendo que quería preguntar algo. Yolanda nos miró
con el ceño fruncido, pero no dijo nada.
—¿Puedo ponerme en ese lado? —preguntó, su voz suave apenas audible
incluso sin que todos los demás hablaran—. Es que... Él suele pedirle a la última
persona que haga algo, si lo que todos dijeron es cierto, y yo no quiero...
—No pasa nada —suspiré. No tenía ni idea de qué podía preguntar que fuera
tan malo, pero parecía asustada, y era la última.
Nos arrastramos rápidamente, con cuidado de no llamar la atención, y a medida
que los alumnos se presentaban me daba cuenta de que se acercaban cada vez más
a mí.
—Yolanda Engström —dijo mi amiga en voz alta, y quise abrazarla por sonar
tan fuerte. Prometí que la entrenaría y pensaba cumplir mi promesa. Cuando
termináramos las clases de hoy, tendría que hablar con ella y comprobar cuándo
podíamos programar algo de tiempo para las dos.
—Arabella Mathies —dijo la chica con la que cambié de sitio, y no tenía ni idea
de si la gente del otro extremo de la fila era capaz siquiera de oírla.
Mis ojos permanecían clavados en el punto invisible de la pared del lado
opuesto, pero no había forma de huir de aquellos ojos oscuros cuando se posaban en
mí. No quería mirarlo, reconocer su presencia, pero tampoco quería convertir el
primer día de clase en un infierno para mí.
Moví un poco la cabeza, lo suficiente para mirarlo, y no había duda de la sonrisa
de satisfacción que se dibujó en su rostro cuando aquellos ojos que tanto odiaba
devoraron todo mi cuerpo, diciéndome sin palabras lo que pensaba.
—Vega Konstantinova —dije, casi añadiendo cabrón al final, pero habría sido
infantil, y él ya había conseguido hacerme sentir menos, y no iba a darle más
satisfacción viéndome desmoronarme.
—Vega —murmuró, casi como si estuviera saboreando mi nombre en sus
labios, ensimismado mientras todos los demás me miraban—. ¿De dónde eres, Vega? 172
—preguntó, haciendo que mi corazón retumbara en mi pecho, golpeando contra mi
caja torácica.
Ese cabrón.
—Rusia —respondí, sin inmutarme, sin dejar de mirarlo.
—¿Rusia? —Sonrió—. Me gusta mucho, mucho Rusia —dijo en un ruso fluido, y
si pensaba que eso me iba a asustar, tendría que haberlo pensado mejor.
—Es un lugar precioso —respondí también en ruso, enviándole dedos medios
virtuales, porque era obvio que estaba jugando conmigo—. No es tan acogedor para
los forasteros —añadí, levantándole la ceja—. Y puede que sea demasiado frío para
algunos.
Pero en lugar de fulminarme con la mirada como pensé que haría, porque ése
era su modus operandi habitual en los últimos tres días, sonrió, sorprendiéndome
momentáneamente. Su rostro se transformó, mostrando unos dientes blancos como
perlas, sin un ápice de amargura en los ojos. Ya era bueno en una pelea, pero esa
sonrisa era un arma en sí misma.
—He oído que en Rusia te entrenan desde pequeño —dijo esta vez en inglés,
mientras todas las miradas se dirigían hacia nosotros, voleando mientras discutíamos
verbalmente. No tenía ni idea de lo que intentaba conseguir con todos esos
comentarios y preguntas, pero no iba a ceder.
—Lo hacen. —Asentí, recordándome a mí misma que yo era sólo un soldado y
él un instructor. Los años de entrenamiento con el Schatten me enseñaron que nunca
debías desafiar a tu instructor delante de todos los demás, pero Dios, cada segundo
que pasaba me resultaba más y más difícil no decir algo que lo pusiera de rodillas.
Pero me había hecho una promesa y en esa promesa no había espacio para
Adrian Zylla y sus manipulaciones. Mi cerebro ya había llegado a la conclusión de
que esa atracción que sentía por él, ese anhelo insano, sólo se debía a que esos
fragmentos rotos de mi corazón aún buscaban ese lugar al que pudieran llamar hogar,
y él era la primera persona por la que sentía algo en tanto tiempo.
No éramos amigos, él y yo. Ni siquiera me atrevería a decir que éramos
conocidos. Él era una misión para mí, y yo no era más que una chica con la que no
quería tener nada que ver, y ahí se acabó la historia.
Sin embargo, incluso cuando estaba aquí, rodeada de tanta gente, era como si
fuéramos los únicos en la habitación, y la forma en que me miraba era cualquier cosa
menos inocente. No miraba así a los demás, y seguro que no estaba tan alegre esta
mañana.
—Bien. —Asintió distraídamente, antes de volverse hacia el resto de los 173
estudiantes—. Voy a ser breve. Sé que algunos de ustedes han tenido algún
entrenamiento antes, y también sé que algunos no han tenido ninguno. —Sus ojos se
posaron en Yolanda, que pareció encogerse ante mis ojos. Me entraron ganas de
acercarme y darle una bofetada, pero me quedé clavada en el sitio, clavándome las
uñas en las palmas de las manos, tranquilizándome.
Yolanda era como la hermana que nunca tuve, y quería protegerla como fuera,
incluso si eso significaba protegerla de él.
—Pero, quiero asegurarles que, una vez que salgan de este lugar dentro de
cuatro meses, serán capaces de atacar y defenderse de maneras que algunas
personas sólo podrían soñar. —Casi solté una risita, pero mantuve una expresión
facial neutra, porque era imposible que me enseñara algo que no supiera ya.
Era un luchador hábil, lo reconozco. Aunque aún no había tenido la oportunidad
de verlo luchar de verdad, estaba bastante segura de que no estaría aquí si no supiera
uno o dos movimientos. ¿Pero enseñarme algo nuevo? Sí, no contaba con ello.
Los Schatten se aseguraron de que aprendiéramos todo lo que había que saber,
todas las estrategias de combate y todos los movimientos conocidos por la
humanidad. Además, yo no estaba aquí para aprender a luchar o a defenderme como
otros. Ni siquiera estaba aquí para hacer nuevas conexiones y conocer gente que
pudiera ayudarme en mi futuro, como Yolanda.
Estaba en una misión, y mientras mantuviera las apariencias estaría bien.
Adrian no sospechaba nada, y yo esperaba que la comprobación de antecedentes
que probablemente me habían hecho saliera bien. Al fin y al cabo, seguía aquí de pie,
ilesa, y si Heinrich y Alena no hubieran hecho su trabajo, estaría muerta desde hacía
mucho tiempo.
—Sean puntuales, no me llamen señor, y si necesitan saberlo, tengo veinticinco
años, soy Leo.... —Por supuesto que lo era—, y no tengo tiempo para estupideces. Si
no me van a dar lo mejor de sí, ya saben dónde está la puerta. No dejen que los
detenga. —Ahora mismo deseaba irme y no mirar atrás.
Pero tenía que ir a reunirme con Dante más tarde, y tenía que entrar en La
Hermandad y averiguar para qué estaban reuniendo a la gente. Me parecía que
estaban creando un ejército, pero ¿con qué fin? El padre de Adrian ya tenía suficiente
gente en el bolsillo como para no necesitar buscar nuevos reclutas. Dante y Jax tenían
suficiente apoyo de sus familias, pero debía de haber algo que yo desconocía, y
estaba a punto de averiguarlo.
También tenía que entrar en la habitación de Adrian de alguna manera. Supuse
que se quedaba en el edificio de administración, pero tendría que preguntarle a
Yolanda. Ella sabía más de este lugar que nadie, y siempre podía hacer que pareciera
que me había encaprichado de él.
—¡Vega! —Su profunda voz retumbó a nuestro alrededor, haciéndome girar la
174
cabeza para mirarlo—. Diez vueltas, a paso rápido —empezó a dar órdenes—. No te
aguantes.
Diez vueltas a este pasillo no habrían sido un problema si no tuviera las costillas
magulladas y el hombro jodido, pero no iba a mostrarle esa debilidad. Me limité a
asentir y me di la vuelta antes de empezar a correr, oyendo ya gemidos por detrás.
Era lo bastante ágil como para poder correr tanto, y el cardio era una de las
cosas que la Schatten siempre nos decía que mantuviéramos al día. Pero empecé a
preocuparme cuando mi hombro empezó a chirriar durante la cuarta vuelta, el dolor
se extendió por mi pecho, y supe que no sería capaz de aguantar las diez sin
desplomarme.
Pero me mordí el labio inferior y me empujé, entrando lentamente en la quinta,
cuando de la nada algo me golpeó las piernas, sobre las espinillas, y me desplomé,
cayendo sobre mi lado malo.
—¡Joder! —Maldije en voz alta, tratando de levantarme. La cara de Adrian se
materializó frente a mí, aquella mirada de suficiencia que quería borrar visible allí.
—Primera regla, Vega —murmuró, casi ronroneándome—. Sé siempre
consciente de lo que te rodea.
—Que. Te. Jodan —escupí, lo suficientemente alto como para que me oyera,
entrecerrando los ojos mientras la sorpresa por mis palabras se deslizaba por su
cara—. No había ninguna puta necesidad de eso.
—¿Me estás desafiando, Vega? —preguntó, casi rogándome que le dijera que
sí, pero no iba a concederle esa satisfacción.
—No —grité, más enfadada por tener que escucharle que por otra cosa—.
Tendré más cuidado la próxima vez.
—Eso es lo que pensaba. —Se alejó, sosteniendo en sus manos una larga vara
de madera, jugando con ella—. Levántate y continúa.
Y así fue el resto de la clase.
Me atacó más veces de las que podía contar, y todas y cada una de ellas me
levanté, guardándome mis palabras y decidiendo que mi vida era más importante
que desafiarlo. Y si me echaban de la Academia, sería como si estuviera muerta,
porque Heinrich no vería con buenos ojos que arruinara esta misión.
Esta era una oportunidad perfecta para atacar a Adrian, para ver qué tramaba
la familia Zylla, y no iba a cagarla.
Cuando se cumplieron las tres horas, estaba furiosa, cansada, iracunda, más
magullada que nunca y sólo quería largarme de allí y lamerme las heridas en privado.
Las miradas de compasión que recibí de los demás alumnos no sirvieron para calmar 175
el dolor que se extendía lentamente por mi cuerpo ni para disminuir la rabia que
sentía hacia él.
Y cada vez que me golpeaba, cada vez que me caía, tropezaba y tropezaba, él
estaba allí, riéndose en mi cara, diciéndome que me levantara, que dejara de ser un
bebé, mientras mis costillas gritaban en protesta. Mi hombro estaba más jodido que
antes, y tenía la sensación de que tendría que visitar la enfermería quisiera o no. No
había forma de que pudiera pasar un día más así sin al menos algunos analgésicos.
—Es todo por hoy —anunció el hijo del Diablo en persona mientras yo apenas
me mantenía erguida. Sólo mi tozudez me impidió caerme—. Puede que no parezca
mucho, pero creo que hoy aprendieron una valiosa lección.
Apreté los dientes mientras se acercaba a mí.
—¿Qué es, Srta. Konstantinova? —preguntó, sonriendo todo el tiempo.
—Sé siempre consciente de lo que te rodea.
—¡Eso es! —Casi chilló, y yo no quería otra cosa que darle una bofetada en esa
cara estúpidamente guapa y largarme de aquí.
A la mierda la misión.
A la mierda mi futuro.
Lo mataría aquí y ahora si tuviera la oportunidad. No tenía ni idea de por qué
pensaba que me habría sido imposible matarlo. Con cada hora que pasaba hacía que
mi decisión fuera cada vez más fácil.
Los pocos sentimientos que tenía por él se estaban enterrando tan
profundamente que tenía la sensación de que nunca podrían resurgir.
—Pueden retirarse —dijo finalmente tras otra ronda de peroratas sobre cómo
debíamos estar alerta incluso en un entorno que creíamos seguro.
Dejé de escucharlo hace al menos diez minutos, y cuando me di cuenta de que
todo el mundo había empezado a moverse hacia las taquillas, yo también lo hice,
evitando mirar a Adrian en la medida de lo posible. Conté mis pasos mientras
cruzábamos sobre el tatami y luego sobre el frío y duro suelo, ignorando los susurros
a mi alrededor.
La mano de Yolanda me rodeó el brazo y di gracias por tener al menos una
amiga en este infierno. El resto de las chicas de aquí o me miraban como si les hubiera
robado su juguete favorito y quisieran que me fuera, o como si debieran tenerme
miedo. No tenía ni idea de qué era peor, y si pensaban por un segundo que me
gustaba su atención sobre mí... Bueno, podían quedárselo.
Podrían tenerlo. No necesitaba ese tipo de distracción en mi vida.
—Fue brutal —murmuró Yolanda cuando nos pusimos delante de mi taquilla— 176
. Pensé que tendría que llevarte a la enfermería en mitad de la clase. Maldición, amiga
—me miró el labio—, estás sangrando otra vez. —¿Por qué no me sorprendí?
Me llevé la mano al labio, haciendo una mueca de dolor cuando mi pulgar se
tocó con el corte que se había reabierto cuando me mandó volando al suelo en medio
de la sesión de sparring que había tenido con uno de los chicos cuyo nombre había
olvidado.
—Maldita sea —maldije, lamiéndome la herida y odiando el sabor cobrizo de
la sangre en la boca—. ¿Tienes un pañuelo?
—Sí. —Yolanda asintió—. Dame un segundo. Te lo traeré.
Desapareció al otro lado de la taquilla, y cuando me volví hacia la mía,
abriéndola, noté que cuatro chicas que no conocía empezaban a rodearme.
Una de ellas, la rubia, con los ojos del color del hielo y ligeramente más alta
que yo, era una de las ofrendas contra las que luché en La Fosa.
—Eres tan engreída, ¿verdad? —empezó a hablar, acercándose a mí mientras
yo abría mi taquilla.
—Sinceramente, no tengo ni puta idea de lo que estás hablando —resoplé.
Estaba cansada, hambrienta, enfadada y deseando salir de aquí—. ¿Hay alguna razón
por la que tú y tus amigas me están rodeando?
La miré, viendo la rabia que llenaba cada poro de su cara.
—Déjame adivinar. —Me reí—. ¿Estás aquí para advertirme de Adrian Zylla,
porque es tuyo?
—¡Aléjate de él, perra! —Y yo que pensaba que las hormonas adolescentes se
disipaban al llegar a cierta edad.
—Mira, cariño —suspiré—. Si lo quieres, es todo tuyo. Yo no lo tocaría ni con
un palo de tres metros, aunque mi vida dependiera de ello. Los hombres como él no
son exactamente mi tipo.
—Mentirosa —gritó una de sus amigas—. La vi esta mañana, aferrada a él, y
luego desaparecieron detrás del edificio. Quiere a tu hombre, Bethany. —¿Su
hombre?
Eso sí que me hizo reír.
—Lo sé —dijo Bethany, hirviendo de rabia—. No voy a decirlo dos veces. —
Bethany se creía lista, tendiéndome una emboscada así, intentando intimidarme.
—No deberías hablar conmigo, cariño. Habla con tu hombre. —Pero según
Bethany, eso era lo incorrecto.
Se lanzó sobre mí, dirigiéndose directamente a mi pelo que llevaba recogido
en una coleta alta, pensando que así probablemente conseguiría algo de ventaja. Pero 177
debería haber sabido que no debía joderme, sobre todo después de que la jodiera
en La Fosa la otra noche.
Me moví rápidamente hacia un lado, dejando que me agarrara del pelo, pero
no antes de agarrarla por el cuello. Sus ojos se abrieron de par en par cuando se dio
cuenta de que la tenía agarrada, y antes de que pudiera retirarse, antes de que
pudiera hacerme nada, la estampé contra las taquillas, alertando a todos los que
estaban cerca de lo que estaba ocurriendo.
—Tú. —Golpe—. No. —golpe—. Me. —golpe—. Atacas. —Golpe—. ¡Sin
repercusiones! —troné, mis dedos apretando con fuerza. Ella jadeó mientras
reuníamos a la multitud a nuestro alrededor—. Y no seas una puta de mierda, Bethany.
Si tienes un novio, prometido o marido que obviamente no te presta atención,
entonces deberías descargar tus frustraciones con él, no con la chica que no tiene ni
puta idea de lo que estás hablando. En vez de estar pendiente de otras chicas, me
atacas a mí, porque, ¿qué? ¿Supuestamente estoy haciendo algo con Adrian?
—Me duele —gimoteó, intentando zafarse de mi agarre.
—Bien —espeté—. Debería. La próxima vez que se te ocurra atacarme,
piénsatelo dos veces. No tengo tiempo para juegos mezquinos ni para niñitas cuyo
único valor real se esconde entre las piernas. No te acerques a mí ni a los míos,
Bethany. Ya has visto lo que puedo hacer. Ya sabes de lo que soy capaz. No me jodas,
cariño.
—¡La estás matando! —gritó alguien detrás de mí, con la voz llena de pánico.
—No lo hago —pronuncié—. Si la estuviera matando, créeme —me giré y miré
a la chica de pelo oscuro que venía con Bethany y el pánico en sus ojos—, lo sabrías.
Habría mucha más sangre.
Solté la mano de Bethany y me aparté, sintiendo que la adrenalina me
impulsaba. Levanté la cabeza, buscando a Yolanda, que estaba de pie a un lado,
conmocionada y con una toalla blanca en la mano.
—Creo que ya es hora de que vaya a la enfermería —le dije mientras me
acercaba—. Y si no te importa, creo que necesito salir de aquí cuanto antes.
Yolanda asintió, rodeó mi cintura con su brazo y me guio hacia la salida,
mientras el resto de las chicas que estaban reunidas se apartaban de nuestro camino,
dejándonos pasar.
—Eso fue jodidamente pateaculos, amiga —murmuró Yolanda, la emoción
envolvía sus palabras—. Nunca había visto a Bethany tan asustada.
—Sinceramente, no tengo ni idea de quién es esa tipa y no quiero saberlo.
—¿En serio? —Yolanda me miró de reojo, con los ojos clavados en mí—. Es
Bethany Adler —murmuró como si el nombre tuviera que significar algo para mí—. 178
¿De la familia Adler? —Seguía con la mente en blanco mientras salíamos del edificio
de combate en dirección al edificio principal, donde estaba la enfermería—. Desde
que llegó a la Academia repite una cosa y sólo una —añadió Yolanda.
—¿Cuál? —pregunté por fin, agradecida de no haber visto a nadie conocido en
nuestra pequeña caminata. Nos miraron raro, pero supongo que en este tipo de
lugares nadie hace preguntas.
—Dijo que su padre, el senador Adler, le arregló un matrimonio. —Yolanda
miró a su alrededor justo cuando estábamos a punto de entrar en el edificio
principal—. Ella dice que el matrimonio fue arreglado con la familia Zylla. —Se me
heló la sangre—. Parece que ella y Adrian Zylla se van a casar cuando ella se gradúe.
Y la manzana que me comí antes de venir al edificio de combate amenazó con
salir. ¿Ese hijo de puta estaba comprometido?
21
VEGA
NO HABÍA muchas cosas que tuvieran la capacidad de sorprenderme. La nieve
en pleno mes de mayo era una de ellas, lo cual sólo había ocurrido una vez en mi corta
vida. Que la gente fuera amable sin motivo alguno era otra. ¿Pero enterarme de que
Adrian estaba prometido y a punto de casarse en un par de meses? Bueno, esa 179
sorpresa se llevó definitivamente el premio.
¿Qué clase de hombre tocaría a otra chica, haría todas esas... cosas con otra
chica, si ya estaba comprometido para casarse en pocos meses? Quiero decir, era
obvio que no le importaba una mierda nadie más que a sí mismo, pero por Dios,
muestra un poco de puta integridad.
La primera hora después de que Yolanda me soltara aquel bombazo, estuve en
estado de shock. Incapaz de concentrarme o pensar en otra cosa. Él ocupaba mis
pensamientos incluso cuando yo no quería, y me negaba obstinadamente a creer que
fuera por otra razón que no fuera la rabia que sentía hacia él.
A la segunda hora, ya estaba echando humo porque me buscara, durmiera en
mi cama, me tocara, me hiciera correr, cuando tenía otra chica a la que se había
prometido. Me di cuenta de que nunca sería la primera opción de nadie. Siempre fui
la segunda, la tercera, la cuarta, la centésima elección para la gente que me
importaba.
Por la gente por la que daría mi vida.
¿Cuántas veces me encontré en la misma situación? ¿Cuántas malditas veces
confié en que alguien me pondría en primer lugar, sólo para traicionarme en un abrir
y cerrar de ojos?
Pero ninguna de esas veces anteriores me hizo sentir como si partes de mi alma
se estuvieran marchitando lentamente, y no podía explicarlo. ¿Por qué tenía tanto
poder sobre mí? ¿Qué había en él que me hacía anhelarlo, que me hacía desearlo
como nunca había deseado a nadie más?
No era su aspecto ni su estatus. Había algo en esos ojos castaños oscuros que
me atraía a lo más profundo y oscuro de mi alma, que me hacía pensar que él era el
elegido.
No creía en las almas gemelas. Demonios, apenas creía en el amor, pero él hizo
añicos todas esas convicciones, dejándome expuesta a un mundo de dolor si le
permitía acercarse más. Y saber que estaba prometido, que su novia —perdón,
prometida— iba a la misma academia que yo, que probablemente tendría que verlos
a los dos juntos por todo el campus, tan enamorados...
Al diablo con esa mierda. Cuanto antes acabe con todo esto, antes podré salir
de aquí y olvidarme de que existió.
Mi corazón tenía un problema con matarlo, pero eso no significaba que no
pudiera causar estragos y descubrir todos esos detalles minuciosos que Heinrich
necesitaba. Y si aún quería a Adrian Zylla muerto, entonces podía enviar a otra de sus
mascotas a hacerlo, porque yo no iba a hacerlo. Y en cuanto volviera a mi habitación
iba a repasar de nuevo la información que ya me habían dado.
180
Había pocos detalles sobre el tiempo que Tyler pasó aquí, pero iba a
aprovecharlo y averiguar qué le había pasado a mi amigo de la infancia. Tenía que
haber algo más en el despacho del decano, y si mi memoria no me fallaba, había un
armario con todos los expedientes de los alumnos contra la pared, junto al escritorio.
Las posibilidades de que Andries guardara algo sobre Tyler eran escasas, pero tenía
que comprobarlo.
Si no allí, entonces su portátil tal vez. No podía irme de aquí sin comprobarlo.
Me dijeron que había desaparecido, que simplemente se esfumó una noche y
que nadie sabía adónde había ido. No le habría culpado si lo hubiera hecho, pero el
Tyler que yo conocía habría encontrado la forma de ponerse en contacto conmigo sin
alertar a Los Schatten. El Tyler que yo conocía nunca me habría dejado atrás para que
sufriera a manos de los Schatten, porque sabía lo que eran y lo que crearían si me
retenían.
Así que me negué a creer sus mentiras, y me negué a creer que mi mejor amigo
se esfumara sin decir una palabra. Habría dejado una nota, algo.
Heinrich decía que la familia Zylla estaba implicada en la desaparición de
Tyler, pero tampoco podía fiarme de él. No podía confiar en nadie hasta que
encontrara pruebas concretas que pudieran respaldar las afirmaciones de Heinrich,
porque por lo que había visto de la Academia hasta el momento, guardaba muchos
secretos grabados en las oscuras paredes de sus edificios, y un paso en falso podía
costarte la vida.
Ahora mismo estaba rodeada de asesinos. No podía abordar esto como
cualquier otra misión en la que había estado.
No había planes de respaldo a los que pudiera recurrir si la mierda se torcía.
Si alguien descubría quién era y por qué estaba aquí. No podía exactamente saltar
por el acantilado y desaparecer en la noche si Adrian o uno de sus amigos decidían
que estaba muerta.
No iba a hacer suposiciones sobre él y su implicación en la desaparición de
Tyler, pero era obvio que no podía confiar en él, y dejó claro que me odiaba. Que no
quería tener nada que ver conmigo. Lo que no hizo más que echar leña al fuego de la
rabia que sentía por las cosas que no mencionó.
Era una tontería, sentirme así de traicionada cuando él no me había prometido
nada exactamente. No estábamos juntos, no era mío, y no necesitaba decirme qué
estaba haciendo o con quién, pero la forma en que me tocó anoche, la forma en que
me abrazó y la forma en que murmuró palabras tranquilizadoras me hicieron pensar
que tal vez lo había juzgado mal. Que tal vez llevaba una máscara con los demás, pero
era diferente a puerta cerrada.
Pero esta mañana demostró lo contrario.
181
Así que hasta que descubriera lo que estaba pasando aquí, tenía que
mantenerse alejado de mí. No iba a poner en peligro esta misión sólo para probar
algo que nunca podría pertenecerme. Y Adrian Zylla nunca podría y nunca sería mío.
Eso estaba más claro que el agua.
Así que en lugar de sentarme en el rincón de la biblioteca que encontré
después de la clase de historia, atravesé el campus en dirección al cementerio que
Dante había mencionado, dispuesta a llegar antes que él. No confiaba en nadie en
este lugar y menos en personas que mantenían luchas clandestinas secretas y estaban
involucradas en algo tan turbio como lo era el propio Schatten.
Levanté la cabeza hacia el cielo y se me cortó la respiración al ver lo que tenía
delante. Bueno, más bien la vista por encima de mí, y no pude apartar la mirada.
Dos águilas, no muy lejos, surcaban el cielo, lo bastante bajas como para que
pudiera ver las marcas blancas de sus cuellos y sus colas. Sus cantos resonaron a mi
alrededor, y me quedé congelada en el sitio incluso cuando otros estudiantes se
abalanzaron a mi lado, mirándome mal porque estaba bloqueando el camino que
llevaba hacia el edificio principal.
Parecían tan hermosas. Tan libres en el cielo mientras caía la nieve, bailando
con el viento sin ninguna preocupación en el mundo.
Yo quería tener eso, ser tan libre, tan descaradamente suelta sin que nada me
retuviera. Envidiaba el poder que emanaban, gobernándonos sin tener que mover un
dedo. Envidiaba a estas hermosas criaturas, porque tenían todo lo que yo siempre
quise.
Pero no tenía tiempo para pensar en cosas que no podía cambiar, ni para
envidiar a los que tenían lo que yo tanto deseaba. Mi teléfono sonó en el bolsillo
trasero de mis pantalones, el recordatorio que había programado para ir a reunirme
con Dante me alertaba de que era casi la hora, y empecé a caminar de nuevo,
despegando los ojos de la pareja que se elevaba en lo alto del cielo, sin importarle
nada más en este mundo.
Cuando era sólo una niña, me sentaba junto a la ventana de aquella enorme
casa de la finca Schatten, mirando fijamente al patio trasero, donde se reunían los
cuervos, mezclados entre sí, observando la mansión en la que estábamos recluidos.
Sus ojos oscuros y brillantes deberían haberme asustado, pero incluso de niña me
daba cuenta de lo listos que eran y del poder que tenían, porque la gente a menudo
los subestimaba debido a su tamaño y al hecho de que eran pájaros y no seres
humanos.
Entonces decidí que sería como ellos: aparentemente inofensivos por fuera,
pero letales por dentro. Cuando empecé mi formación, me aferré a esa promesa, y
182
fue lo que me llevó a la línea superior, lista para unirme a los agentes sobre el terreno.
Pero nunca me di cuenta de los problemas que eso me iba a traer.
Me di la vuelta, mirando hacia el lugar donde estaban las águilas, pero ya no
podía verlas. Me preguntaba qué estarían haciendo aquí, teniendo en cuenta que
normalmente emigraban más al sur durante el invierno en busca de agua y alimentos
frescos, pero tenía la sensación de que estos bosques aún tenían suficiente vida
salvaje que podían cazar y el lago que había debajo aún no estaba exactamente
congelado.
¿Quizá tuvieran su nido en algún lugar cercano? Aquellas montañas se
elevaban por encima de la Academia, la cima se ocultaba tras las nubes brumosas,
oculta al ojo humano, y aunque su aspecto era fascinante, no me gustaría quedarme
atrapada allí arriba durante el invierno. No cuando el viento barría implacablemente
la montaña y, sobre todo, cuando la nieve empezaba a caer más deprisa, cubriendo
el suelo cada vez más con un manto blanco.
Agradecí que mis botas pudieran soportar este tiempo, pero tuve la sensación
de que tendría que comprar ropa más abrigada, al menos hasta que llegaran el resto
de mis cosas. No esperaba que llegaran en uno o dos días, pero si no lo hacían antes
del fin de semana, tendría un verdadero problema.
La mayoría de mis armas estaban en los baúles que le dejé a Alena para que
me enviara a la Academia, ya que no podía llevarlas exactamente conmigo en un
avión, y sólo tenía una pistola y unos cuantos cuchillos arrojadizos que había
conseguido durante mi estancia en Fráncfort, junto con el que llevaba atado al muslo
ahora mismo. Pero no era suficiente.
Ni cerca de lo suficiente, sobre todo porque tenía la sensación de que quien
había matado a Rebecca volvería, y no pensaba ser un blanco fácil mientras alguien
intentaba matarme. Para empeorar las cosas, Rebecca sabía pelear. Me hizo pasar un
infierno mientras luchábamos y no podía entender cómo alguien podía dominarla y
matarla de una forma tan brutal.
A menos... A menos que haya más de una persona, pensé.
Pero en cuanto se me pasó por la cabeza, me deshice de la idea y me negué a
pensar en ello. Tenía una lista de cosas que hacer, y preocuparme por el asesinato de
una chica cualquiera no era una de ellas. Me estremeció, eso podía admitirlo, pero no
porque no estuviera acostumbrada a la muerte, sino por la forma en que se produjo.
Tendría que hablar con Alena en uno o dos días, así que quizá podría
preguntarle a ver qué sabía al respecto. Era imposible que tuviéramos a un agente
corrupto trabajando solo. Heinrich era demasiado cuidadoso como para dejar
escapar algo así. Los que conseguían huir siempre volvían, por su propio pie o en una
bolsa para cadáveres. No había otra forma.
183
Miré a mi derecha al pasar por delante del edificio de administración,
doblando la esquina lentamente. Mis ojos se centraron en las ventanas de los pisos
superiores, intentando averiguar cuál era el despacho de Andries. Estaba demasiado
cansada cuando acababa de llegar como para prestar atención a todos los detalles, y
tendría que encontrar la forma de volver a recorrer el edificio y averiguar dónde se
encontraban las cosas. Habría alarmas, de eso no me cabía duda, y tendría que
desactivarlas si quería entrar en aquel despacho.
Andries era un imbécil, pero no era idiota, y los archivos que tenía sobre la
familia Zylla me decían que Gerard Zylla valoraba a Andries más que a algunos de
sus otros soldados, y me preguntaba a qué se debía eso. Andries no formaba parte
de su familia, y tampoco podía imaginarme que a Adrian le cayera bien el hombre,
teniendo en cuenta que su padre parecía preocuparse más por el decano de la
Academia que por su propio hijo.
Había un par de fotos de Andries con Gerard, o al menos yo creía que era
Gerard. El hombre se cuidaba de no ser el centro de atención, lo que me molestaba.
La mayoría de los hombres en el poder se aseguraban de que la gente supiera
quiénes eran y qué aspecto tenían. Así alimentaban su ego, influían en las masas y
conseguían nuevos soldados. Entonces, ¿por qué Gerard se mantenía en la sombra?
¿A menos que ocultara algo?
En cuanto llegué al claro detrás del edificio administrativo, pude ver toda la
ciudad de Wolfhöle, igual que antes, cuando me aferré a la espalda de Adrian. El
mero recuerdo de esta mañana me atravesó las tripas con fuerza despiadada,
advirtiéndome de que estaba jodiendo esta misión incluso antes de hacer nada
importante.
Si Alena pudiera verme ahora, sería la primera en reprenderme por mi
comportamiento imprudente. Había una lista de cagadas que había cometido hasta
ahora, y tenía que arreglarlas todas. No era mi primer rodeo trabajando encubierto,
pero con la forma en que manejaba las cosas, cualquiera diría que no había hecho una
sola misión en mi vida.
Desde el principio me permití entablar amistad con alguien de aquí, lo que ya
era de por sí una enorme señal de alarma. Luego me dejé noquear en un lugar
peligroso, sin refuerzos. Y como guinda del pastel, me permití empezar a
enamorarme de un tipo que no debería haber sido más que un objetivo.
Y cuanto más seguía pensando en matarlo, peor se volvía esta angustia, y a
menos que quisiera quebrarme, sabía que tendría que fracasar en al menos un
aspecto de esta misión.
La gente de Wolfhöle murmuraba sobre la maldición de la Academia de San 184
Vasili. Empezaba a pensar que tenían razón, pero no de la forma que ellos pensaban.
No, la maldición de este lugar era mucho mayor y mucho más fuerte de lo que
pensaban.
Se deslizaba por tus venas, haciéndote olvidar quién eras y dónde estabas. Te
hacía sentir cómoda, casi complaciente, hasta que atacaba, cortando directamente a
través de tu corazón, destruyendo todo por lo que habías trabajado tan duro.
Mi maldición era Adrian Zylla, y su rostro estúpidamente apuesto, y la
oscuridad que calmaba el mío. Mi maldición era el anhelo de un lugar mejor al que
llamar hogar y la persona a la que algún día podría llamar mía.
Mi maldita maldición eran los Schatten y la carga que me habían impuesto,
convirtiéndome en un monstruo que nunca quise ser.
Mi madre se habría avergonzado si pudiera verme ahora, independientemente
de quién fuera. Y cuanto más me acercaba al cementerio, que también daba al
enorme lago que había justo debajo del acantilado, más remordimientos empezaban
a correr por mis venas. Ella habría odiado la persona en la que me convertí. No era
una santa, pero hizo todo lo que pudo para mantenerme en la luz, incluso cuando la
oscuridad gritaba continuamente mi nombre.
No tenía ni idea de lo que pasó hace tantos años, ni de por qué nos atacó aquel
hombre, y quizá nunca lo averiguaría, pero sabía que ella me estaba protegiendo.
Sabía que quería mantenerme alejada de la oscuridad, de las tragedias de este mundo
que un niño nunca debería llegar a conocer. Hizo todo lo que pudo y yo le fallé. Fueron
mis gritos los que hicieron que la encerraran. Fue mi pánico mientras corría por
aquellas calles, alertando a todos los vecinos que llamaron a la policía, lo que
destruyó su vida.
Todo fue culpa mía.
Pero iba a hacer que se sintiera orgullosa. Las cosas que había planeado para
el futuro, las cosas que sabía sobre el Schatten... Cuando acabara con todas ellas, me
suplicarían que parara.
El vello de la nuca se me erizó justo cuando me acercaba a la verja metálica de
entrada al cementerio, al darme cuenta de que alguien me observaba. Detuve mis
pasos, inhalando y exhalando lentamente, escuchando los sonidos a mi alrededor. No
oía nada por el sonido del viento o el balanceo de los pinos. Necesitaba silencio para
oír si alguien caminaba detrás de mí, pero no oía una mierda.
Y me inquietó.
Mis pasos se aceleraron al entrar en un viejo cementerio, las fechas de algunas
de las lápidas se remontaban al siglo XIX, mucho antes incluso de que se formara la
Academia. Pero la siniestra sensación de que me seguían no cesó en ningún
momento, ni siquiera cuando giré bruscamente a la izquierda y desaparecí entre
viejas criptas que, sorprendentemente, estaban en bastante buen estado. Dudaba
185
mucho que alguien hubiera utilizado esta zona en al menos cincuenta años.
Mi corazón latió con fuerza cuando el primer sonido de pasos detrás de mí
parpadeó en mis oídos, y mi mano envolvió la empuñadura de mi cuchillo, sacándolo
y manteniéndolo delante de mi cuerpo.
¿Quizás era Dante?
¿Quizás intentaba asustarme?
Quienquiera que fuese no me estaba asustando realmente. Me estaban
enfadando, y odiaba estar así de enfadada.
Apoyando la espalda en una de las criptas, junto a una hilera tras otra de viejas
tumbas, me incliné mirando en la dirección de la que acababa de salir, pero allí no
había nadie. ¿Me lo estaba imaginando? Estaba a punto de apartarme y envainar mi
cuchillo, cuando un gran peso me oprimió la espalda y una mano surgió de la nada,
sacándome el cuchillo y empujándome contra la cripta.
Un aliento caliente me bañó el cuello y una mano cálida me rodeó la garganta,
mientras la otra me tiraba del brazo a la espalda, sujetándome.
—¡Joder! —grité, mi mejilla presionando dolorosamente contra la dura
superficie de la cripta, sintiendo cada guijarro en mi cara.
—Hola, Bambi —una voz familiar ronca detrás de mí, sus labios apretados
contra mi oreja—. Ya te tengo. —El hijo de puta se rió y apretó su cuerpo contra el
mío. No podía moverme.
Apenas podía respirar y él lo sabía. No había forma de que pudiera luchar
contra él si llegaba el momento.
—¿Qué coño quieres, Adrian? —gruñí, justo cuando abrió mis piernas con las
suyas, presionando su rodilla entre ellas.
Pasó un momento, el silencio casi insoportable mientras nada más que el
sonido de nuestras respiraciones se registraba en mi mente, cuando las palabras que
menos esperaba brotaron de él, dejándome sin habla.
—Todo.

186
22
VEGA
NUNCA PENSÉ QUE una simple palabra pudiera tener tanto significado.
Especialmente la palabra susurrada tan suavemente por la persona de la que me
había prometido a mí misma que me mantendría alejada, por más de una razón. Sin
embargo, en el momento en que dijo eso, en el momento en que sus dedos en mi 187
garganta se flexionaron, aumentando la presión con cada segundo que pasaba, supe
que nunca tendría una oportunidad contra la avalancha que era Adrian Zylla.
Él era el torrente que iba a destruir mi mundo, y no necesitaba una bola de
cristal para ver cómo acabaría. Terminó conmigo hecha pedazos y él alejándose una
vez que descubrió quién era yo.
Pero eso no significaba que no pudiera divertirme. No significaba que no
pudiera hacerle daño por joderme el corazón sin saberlo. Por ser un bastardo
tramposo y alguien indigno de mi tiempo.
—Apuesto a que tu prometida quiere lo mismo de ti —murmuré, dejando salir
el veneno, sin importarme cómo me hacía sonar.
Estaba celosa.
Celosa de la chica que parecía que podía tener todo lo que quisiera. Estaba
celosa de Bethany porque tenía lo único que yo necesitaba. A pesar de todos mis años
y todas las cosas que hice, seguía siendo solo una niña, incapaz de controlar sus
emociones, porque nunca aprendí a hacerlo.
Nadie me dijo nunca que embotellarlo todo tenía consecuencias y que todo
empezaría a salir cuando menos te lo esperaras. Todo el mundo tiene un detonante, y
supongo que Adrian Zylla fue el mío.
Me dio la vuelta y me aprisionó entre sus brazos. Una tormenta se desató en sus
oscuras profundidades mientras me miraba, con un tic en la mejilla que le hizo tragar
saliva. —¿Quién te dijo que tengo una prometida?
—Ella lo hizo —murmuré, mis ojos clavados en sus labios—. Fue tan amable
como para decirme que me mantuviera alejada de ti, ya que no me perteneces.
—Hmm. —Su nariz rozó mi mejilla, mis ojos se cerraron involuntariamente
mientras la piel se me ponía de gallina—. ¿Y tú? ¿Vas a alejarte de mí, quiero decir?
—Creo que tú tienes que alejarte de mí. —Sus dientes me aprisionaron el
cuello, arrancándome un gemido de lo más profundo de mi alma justo cuando su
lengua sustituyó al ardor, saboreándome, lamiéndome, volviéndome jodidamente
loca.
Olvidé por qué era mala idea mezclarme con él.
Olvidé por qué me dije que me mantuviera lejos de alguien que era mi
objetivo.
Nada de eso importó cuando me llevó las manos a la cabeza y sus largos dedos
se enredaron en mi pelo suelto, sujetándolo con fuerza.
—No creo que pueda —admitió finalmente, presionando su dura polla contra 188
mi estómago, haciéndome embriagar de deseo—. No creo que quiera —añadió,
mirándome de nuevo.
Tan cerca de él podía ver las motas amarillas que brillaban en sus ojos, casi
completamente sustituidas por iris dilatados, que hacían que sus ojos fueran mucho
más oscuros de lo habitual.
—Y no creo que quieras que pare.
—¿Estás seguro? —Mordí el anzuelo, no estaba dispuesta a facilitarle las cosas.
Lo deseaba, eso podía admitirlo, pero él nunca llegaría a saber cuánto. Hasta qué
punto cada caricia, cada palabra y cada mirada me calaban hondo en el alma.
Él nunca sabría que, en los años venideros, yo nunca olvidaría que, por un
momento, me permití sentir algo distinto a la insensibilidad constante que me había
acompañado durante la mayor parte de mi vida.
Nunca llegaría a saber que habría cambiado mi ADN sólo para abrazarlo un
poco más. Sólo para oírle decir que me pertenecía. En algún lugar de mi interior sabía
que todo tenía que ver con el hecho de que nunca tuve nada propio.
Cada prenda de ropa, las habitaciones, los muebles, nada de eso me
pertenecía. Y quería que él fuera la primera persona, el primer objeto de mi deseo
que me mirara y viera a través de la máscara agrietada que ya no quería llevar.
Quería que me viera de verdad.
Pero también sabía que lo que sentía no era más que deseo. Yo sólo era un
juguete nuevo y brillante con el que podía jugar y follar, y no iba a olvidarlo. No podía
darle un lugar en mi corazón, pero se quedaría grabado para siempre en mi alma.
—Oh, estoy seguro, Bambi —gruñó, arrastrando su polla sobre mi estómago, y
supe sin duda que llegaría tarde a aquella reunión con Dante. Sólo esperaba que
esperara—. Me deseas tanto como yo a ti.
—Creía que estaba por debajo de ti —espeté, aún no dispuesta a olvidar
aquellas palabras. O tal vez las usé como un recordatorio a mí misma de quién era y
a dónde podía llevar esto—. Pensé que no merecía tu tiempo. —No había ninguna
duda en mis palabras, y sabía que ni siquiera intentaría negarlas, pero no esperaba
que viera el arrepentimiento mezclado con deseo, o la línea apretada de sus labios
mientras me miraba como si intentara entenderme.
—No me mires así. —Fruncí el ceño, no me gustaba cómo intentaba penetrar a
través de mis muros. Sabía que era contradictorio, desearlo y al mismo tiempo decirle
que no lo hiciera, pero nunca sería capaz de sobrevivir a él si alguna vez lograba
atravesarlo.
Y no estábamos hechos para estar juntos. No estábamos en el lugar ni en la
189
mentalidad adecuados para embarcarnos en un viaje que podría jodernos.
—¿Así cómo? —preguntó.
—Como si estuvieras intentando entenderme. —Ladeó la cabeza con expresión
inexpresiva mientras las palabras salían de mi boca—. No hay nada que entender,
Adrian. Lo que ves es lo que hay. Si quieres saber algo, sólo tienes que preguntar. —
No es que fuera a decirle toda la verdad.
—Pero, ¿y si quiero conocer tus deseos más profundos y oscuros? —Bajó la voz
mientras apoyaba la frente en la mía—. ¿Y si quiero saber qué te hace feliz y qué te
hace sonreír? ¿Y si quiero quedarme contigo? —Mi respiración se agitó al oír la última
parte, los sueños de una niña tonta se descontrolaron, pero los ahogué,
manteniéndolos bajo control, porque definitivamente él no podía querer todas esas
cosas. Nadie las quería.
—No finjamos que esto es algo especial —murmuré—. No quieres conocerme,
en realidad no. —Sus cejas se fruncieron, su boca se abrió como si estuviera a punto
de decir algo—. No finjamos que estás aquí porque buscas estar para siempre con
una chica a la que apenas conoces, Adrian. Los dos sabemos que estarías mintiendo,
y una cosa que odio más que nada en este mundo son los mentirosos. —Incluso si yo
fuera uno ahora mismo—. Ambos sabemos que nunca encontraré perlas en tu océano
de miseria, y eso está bien.
No lo estaba. No en realidad, pero no podía presentarse aquí y decirme que lo
quería todo de mí, cuando yo sabía que estaría mintiendo. No había una sola persona
en este planeta que pudiera querer algo así de alguien como yo. No había una versión
de mi vida en la que pudieran suceder cosas felices y buenas.
Así que no iba a hacerme creer en un cuento de hadas cuando estaban
reservados para gente mejor que yo.
—Tal vez te equivoques —dijo finalmente, sus palabras encerraban un
significado que no quería desenvolver ahora mismo, si es que alguna vez lo hacía—.
Tal vez estoy cansado de vivir en ese océano de miseria, Bambi. —Puso todo detrás
de esas palabras, diciéndomelo, mostrándomelo con sus ojos, pero no podía confiar
en él. No podía malditamente confiar en él.
—No. —Sacudí la cabeza y le rodeé el cuello con los brazos. Por mucho que
quisiera regodearme en la calidez de aquellas palabras, y por mucho que quisiera
creer todo lo que decía, aquel hombre era como un trastorno bipolar andante. En un
momento me quería muerta, mientras que en el siguiente lo quería todo de mí.
Era agotador intentar seguir con este juego de frío y calor, y que me
condenaran si me permitía amarlo cuando él nunca podría corresponderme. Porque
estaba cansada de amar a gente que nunca me correspondería. Estaba jodidamente
cansada de ser siempre la segunda mejor. Quería que alguien me eligiera, que me
190
escogiera y dijera que llevaba toda la vida esperándome.
Y Adrian Zylla no era esa persona.
Su cabeza bajó hasta que nuestras caras quedaron a escasos centímetros,
consumiéndome con la forma en que me miraba, diciéndome sin tantas palabras que
no le gustaba lo que oía pero que no iba a discutir.
Por supuesto que no.
Los dos sabíamos que podría haber luchado contra él, haberlo alejado, haber
hecho algo para escapar de esta situación, pero no lo hice. Lo deseaba tanto como él
a mí, y no iba a negarme a mí misma las cosas que quería. Ya no.
Si toda esta misión acababa en llamas, al menos sabría por una vez en mi vida
que me elegí a mí misma y a mis propios deseos por encima de los que El Schatten
intentó endilgarme.
Y cuando estrelló sus labios contra los míos, tomando implacablemente todo lo
que yo tenía para dar, buscando más con cada golpe de su lengua contra la mía, supe
lo que era esto.
Esto no era amor. Esto era puro odio, y estábamos siendo consumidos por él.
Sus manos desaparecieron en mi pelo, halando y tirando, tocando mi cuerpo
como él quería. Mis uñas arañaron su nuca, ganándose un gruñido que mis labios se
tragaron y, en poco tiempo, me levantó en brazos, llevándonos más lejos de la cripta
y hacia una de las tumbas. Ya no podía ver el pequeño sendero que supuestamente
conducía al templo que Dante había mencionado, dejando que Adrian hiciera
conmigo lo que le diera la puta gana.
Me sentí viva, con la piel de gallina saltando por toda mi piel. Sus manos se
sentían fuertes bajo mi trasero, manejándome con la misma determinación que vi
antes. Su cuerpo zumbaba de energía cuando por fin me soltó, colocándome encima
de una tumba, cubierta de lo que antaño pudo ser mármol.
Me temblaban las piernas, los nervios me devoraban la cordura, y no lo hubiera
hecho de otra forma. Pero el sentido común se impuso por un segundo,
entrometiéndose en el momento e inundando mi mente de realidad.
No era mío.
Nunca podría ser mío y tenía que parar esto.
Abrí la boca, dispuesta a pararlo, dispuesta a salir de aquí, pero antes de que
pudiera decir nada, Adrian se deslizó entre mis piernas, capturando mi boca una vez
más.
Me besó como un poseso, como si no pudiera saciarse de mí, y toda idea que
tenía de alejarme de él se disipó en el aire. La nieve se posó sobre su pelo oscuro, 191
creando un contraste perfecto justo cuando deslizó su mano sobre mi pecho, jugando
con mis pezones cubiertos que empujaban a través del fino material de mi sujetador
deportivo. Mi espalda se arqueó y mis ojos se clavaron en la sonrisa de satisfacción
que tenía en la cara, justo cuando empezó a bajar hacia mis pantalones.
—Perfecto —murmuró para sí mientras me desabrochaba los pantalones y yo
levantaba el culo, dejando que me los bajara por las piernas. Me siguió con las botas
y, en cuestión de segundos, me tenía medio desnuda y jadeando delante de él.
Mis ojos se posaron en su polla dura, tensándose contra el material de sus
pantalones, mientras mi boca salivaba ante la mera idea de tenerlo dentro de mí.
Sentía el resbalamiento entre mis piernas y, sin preámbulos, mi mano se deslizó por
mi pecho, mi vientre y bajó hacia mis pliegues, jugando conmigo misma.
La primera caricia de mis dedos contra mi clítoris me hizo arquearme de nuevo,
empujando hacia él, pero no fue suficiente.
—Adrian —gemí, cerrando los ojos mientras una imagen tras otra se sucedían
tras mis párpados cerrados, imaginándomelo encima de mí, con los músculos tensos,
la boca marcando una línea firme mientras se contenía para no correrse, mientras me
follaba. Mis ojos se abrieron de golpe, conectando con los suyos, y sólo entonces me
di cuenta de que se había bajado los pantalones, acariciándose la polla despacio, sin
prisas, siguiendo cada uno de mis movimientos.
Nunca me había preocupado mucho por el apéndice masculino, al menos hasta
ahora. Existía para una cosa y sólo para una cosa, y nunca había nada digno de salivar.
Pero la polla de Adrian... Jesús, María y José. Quería envolver con mis labios la
rojiza cabeza y tirar suavemente con mis dientes. Quería que perdiera el control y me
diera todo el poder que ejercía. Quería sentir su peso en mi mano mientras lo
acariciaba arriba y abajo, yendo cada vez más rápido con cada golpe, hasta que
gritara en el abismo, mostrándome cuánto le gustaba lo que yo hacía.
—Mírate, mi pequeña diosa —ronroneó, su voz acariciándome el alma de
formas que no sabía que eran posibles. Se acercó lentamente, con los ojos clavados
en el lugar donde mis dedos bailaban sobre mi clítoris—. Estás hecha para mí.
Adrián se arrodilló, me agarró la mano y se la llevó a los labios, lamiéndome
los dedos con los ojos cerrados, gimiendo con cada nuevo lametón. —Sabes a gloria,
Bambi —murmuró, mientras mi corazón latía furiosamente—. Y nunca te dejaré
marchar —soltó, justo cuando sus ojos conectaron con los míos, llenos de tanta
convicción que casi le creí.
Casi.
Podía usar todas las palabras bonitas y todas las mentiras bonitas para hacer 192
que me quedara y me abriera, pero no tenía todos los datos. No sabía que, si yo
quisiera, podría noquearlo ahora y matarlo en el acto, terminando esta misión incluso
antes de que empezara. No sabía que la única razón por la que había venido a este
lugar olvidado de la mano de Dios era él, y no por las razones que podría haber
pensado.
Pero Dios, no quería que muriera. Era rápida, instantánea, esta lujuria que
sentía por él, pero cada vez que pensaba en su muerte, mi corazón se oprimía
dolorosamente, dificultándome la respiración.
Y lo mismo ocurrió ahora.
Su lengua lamió desde mi abertura hasta mi clítoris, mientras me levantaba la
pierna por encima del hombro, enterrando la cara en mi coño. Su otra mano seguía
sujetando mi muñeca, y no había forma de que pudiera moverme, aunque quisiera.
Me comía como un hombre con una misión, como alguien que quería más de lo que
yo podía darle.
Supongo que ambos buscábamos la salvación en los lugares equivocados,
esperando que dos males pudieran hacer un bien. Él huía de su miseria, de sus
demonios, y yo intentaba silenciar los míos. Nos estábamos utilizando el uno al otro,
creyendo en el cuento de hadas de cómo sería si sólo fuéramos dos personas al azar
atraídas la una por la otra, sin nada más que nos retuviera.
Un tormento vivía dentro de él. Lo veía cada vez que lo miraba a los ojos. Tanto
dolor que la primera vez que hablé con él pensé que me envolvería en él y me
enjaularía hasta que nunca más quisiera irme. No tenía ni idea de lo mucho que
mostraba si uno lo miraba profundamente a los ojos.
Pero la gente rara vez lo hacía, porque estaban demasiado preocupados por su
propia mierda como para preocuparse por la de los demás. Estaban demasiado
ocupados, demasiado despreocupados, porque era más fácil pasar el día sin tener
que pensar en nadie más.
Los humanos, en pocas palabras, éramos seres egoístas, y yo era uno de ellos,
porque no quería perderme en el oscuro abismo que me llamaba. Me suplicaba que
lo aceptara, que lo mirara y lo ayudara.
De repente, Adrian tiró de mi clítoris con los dientes, haciéndome gritar en voz
alta, y cuando bajé la mirada hacia él pude ver el brillo de su barbilla y el deseo que
rebosaba en aquellos ojos.
—Quédate conmigo, Bambi —ordenó, frotando su índice alrededor de mi
abertura, encendiendo el fuego en mí cada vez más alto, hasta que no fui más que
necesidad y anhelo de lo que sólo él podía darme—. Eso es, nena. Así me gusta.
Mírame cuando te coma.
193
—¡Oh, joder! —bramé cuando su dedo entró en mí, estirándome lentamente
justo cuando su boca descendía de nuevo sobre mi clítoris. No tuve ni idea de cuándo
me soltó la mano, pero en lugar de apartarla, enterré los dedos en su oscura melena,
arrancando unas cuantas hebras cuando se unió un segundo dedo, llevándome más y
más alto y más alto y—. ¡Adrian! —Presionó contra algo dentro de mí, y todo mi cuerpo
se estremeció, mi vientre se apretó.
Sin embargo, en lugar de detenerse, se rió, las vibraciones bañando mi clítoris,
y supe que no había forma de detener la erupción dentro de mí. Todo mi cuerpo se
estremeció con las réplicas de mi orgasmo y, en lugar de apartarse, siguió
lamiéndome, comiéndome como si no pudiera saciarse.
Mi boca formó una O y mis ojos se pusieron en blanco cuando introdujo un
tercer dedo, estirándome hasta el punto del dolor. Ya estaba sensible por el orgasmo
que aún me sacudía, pero nada podría haberme preparado para la conmoción del
segundo, que llegó en cuestión de segundos cuando Adrian aumentó el ritmo.
Todo mi cuerpo se tensó, chasqueando en el último segundo, mientras la
conmoción del orgasmo de todos los orgasmos me sacudía, comenzando en los dedos
de mis pies, subiendo por mis piernas y conectándose en mi centro, haciéndome
explotar alrededor de sus dedos.
—Eso es, Bambi —ronroneó, presionando con suaves besos el interior de mi
muslo—. Déjame probarte. Muéstrame lo que sólo yo puedo hacerte. —Sus palabras
no deberían haberme humedecido aún más, pero cuando se bebió hasta la última
gota de mi liberación, subiendo por mi cuerpo con besos por encima de la camisa y
deteniéndose en mis labios, me di cuenta de que estaba en más problemas de los que
pensaba en un principio.
Y yo quería más.
Quería sentirlo, verlo perder el control.
Sus labios se apretaron contra los míos, suavemente al principio,
reclamándome en cuestión de segundos con un agarre castigador mientras me
mordía el labio inferior. Saborearme en él debería haber sido repulsivo, siempre
pensé que lo sería, pero sólo me hizo desearlo más. Sus dedos no eran suficientes.
Sus labios no eran suficientes.
—Te quiero dentro de mí —murmuré entre besos, abrazándolo con fuerza por
el cuello—. Te necesito dentro de mí —enuncié, sin importarme cómo sonaba. Se
quedó quieto sobre mí, con la polla encajada entre mis pliegues, deslizándose por los
labios de mi coño, excitándome desde dentro.
—No tienes ni idea de lo que me pides —ronroneó, manteniéndose lo más
quieto posible, pero era como si sus caderas tuvieran mente propia. —Dios —gimió,
dejándose caer sobre sus codos justo al lado de mi cabeza, escondiendo su cara en
el pliegue de mi cuello—. No tengo condones.
194
—No los necesitamos. —Hice una mueca de dolor en cuanto las palabras
salieron de mi boca.
Antes no me molestaba, el hecho de tener el mejor anticonceptivo conocido
por las mujeres, pero por alguna razón, ahora me molestaba. No porque quisiera
tener hijos. No porque quisiera tenerlos con Adrian, sino porque era otra opción que
me habían quitado, cuando era demasiado joven para entender lo que estaba
pasando.
Aún recordaba el olor de aquella habitación estéril a la que me llevó mi
cuidador, y al viejo médico mirándome lascivamente mientras me decía que contara
hasta diez cuando me colocaba la mascarilla en la cara. Aún recordaba el dolor en la
boca del estómago cuando me desperté al día siguiente, preguntándome qué había
pasado.
Tardé años en entender lo que le habían hecho a mi cuerpo.
Era mi cuerpo. Mi puta elección, y sin embargo nos esterilizaron como a los
animales, quitándonos la posibilidad de tener hijos. Nos trataban como ganado, como
si no fuéramos más que animales. Pero nunca hicieron lo mismo con mis colegas
masculinos. Nunca intentaron quitarles sus opciones, con el razonamiento de que no
se emocionarían demasiado si dejaban embarazada a una chica cualquiera.
Como si las mujeres fueran esos seres hiper emocionales, incapaces de tomar
decisiones basadas en la lógica y no simplemente en las emociones.
—¿Tomas anticonceptivos? —preguntó, apartándose ligeramente para
mirarme.
—Algo así —mentí, porque de ninguna manera le diría que nunca podría tener
hijos—. Voy a confiar en que estás limpio. —Arqueé una ceja, esperando contra toda
esperanza que me lo confirmara. No poder tener hijos era una cosa, pero podía
contraer una enfermedad de transmisión sexual si no tenía cuidado.
—Estoy limpio. —Sonrió satisfecho—. ¿O quieres ver el examen que me
hicieron justo antes de venir a la Academia?
—No —negué con la cabeza—, creo que estamos bien. —Miré su cuerpo, casi
riéndome de lo idiotas que parecíamos medio vestidos y follando en medio del
cementerio. Le rodeé la cintura con las piernas y tiré de él hacia mí—. Ahora —
murmuré, lamiéndole la concha de la oreja mientras él se inclinaba—. Necesito que
me folles como si me odiaras, Adrian. No debería ser tan difícil para ti.

195
23
ADRIAN
TODA MI VIDA había sido un buen hijo, un buen soldado, un puto mártir por la
causa de mi padre, y lo habría seguido siendo si no hubiera descubierto la verdad
sobre la desaparición de mi hermano. Sobre el papel que mi padre tuvo en ella y
cómo no estaba muerto como me hicieron creer. 196
Hasta que me di cuenta de que todo en lo que había creído era una puta mentira
total, y que la mierda monstruosa que hice en nombre de mi padre no significaba
nada. Que él nunca sería feliz hasta que me convirtiera en otro clon suyo. Y yo no se
lo iba a permitir.
Ver a Vega en aquel tren fue como ver los primeros rayos de sol después de
una eternidad llena de nubes oscuras y lluvia. No importaba que supiera que lo más
probable era que no volviera a verla, pero no podía dejar pasar la oportunidad de
aspirar el dulce aroma que flotaba a su alrededor, ni de decirle que su aspecto era lo
bastante bueno como para comérselo.
Cuando me di cuenta de que estaba aquí en la Academia, fue como si algo
dentro de mí se abriera, decidiendo sin que yo interviniera que la dejaría entrar sin
importar lo que yo hiciera o dijera. Ella me consumía, mis pensamientos, mis noches
de insomnio, y ahora con la cabeza despejada después de la noche que pasé con ella,
por fin podía ver lo que tenía delante.
No olvidé que nos mentía, ni la forma en que me comportaba con ella. No olvidé
el entumecimiento que se extendió por mis miembros cuando me dijo que no era
digno, ni la promesa que me hice a mí mismo. Seguía siendo mía, maldita sea. No iba
a dejar que se me escapara de las manos.
No ahora. No cuando por fin había encontrado a alguien capaz de calmar a los
monstruos y mantener a raya a los demonios. No cuando una mirada, una caricia suya
se sentía como un bálsamo en esta herida abierta que llevaba a cuestas. Iba a
descubrirlo todo, pero ya estaba harto de librar una guerra contra mí mismo y contra
lo que quería. Lo que más necesitaba.
Me había pasado toda la vida negándome lo que de verdad quería, y ya estaba
harto de hacerme el mártir de un hombre al que sólo le importaba él mismo.
Así que me puse una sonrisa en la cara esta mañana, yendo a esa clase,
metiéndome intencionadamente con ella, bebiendo cada uno de esos pequeños
gruñidos y expresiones de fastidio, porque sabía que ella no podía entender qué coño
estaba pasando. Yo tampoco podía, si era sincero, pero algo se rompió en mí cuando
ella se marchó después de nuestro altercado.
Y en el momento en que algo se rompió, algo más se deslizó en su lugar, y supe
que no sería capaz de dejarla ir. Pero verla ir hacia el cementerio más tarde, sabiendo
que iba a reunirse con Dante, me hizo hervir la sangre de nuevo. Era algo
absolutamente fuera de lugar, y sabía que mi amigo no la quería de ninguna otra
forma que no fuera como parte de nuestra tripulación, pero la parte irracional de mí
se impuso a la racional, y en lugar de simplemente ir allí y reunirme con mis dos
amigos, la seguí como un acosador obsesionado. Seguí todos sus movimientos,
haciéndome creer que sólo lo hacía para satisfacer mi curiosidad. 197
Ya me había dicho que se verían hoy, a la vez que me insultaba por atacarle.
Pero ambos sabíamos que se lo estaba buscando. No tenía por qué rodearle el cuello
con la mano ni acercarme tanto a ella, pero me estaba incitando, quería ver qué hacía.
Tuvo suerte de que Vega estuviera allí para detenerme.
Su voz me sacó del pozo de rabia en el que me encontraba y su tacto calmó a la
bestia celosa que llevaba dentro.
Pero que yo supiera que no iba a hacer nada no significaba que pudiera
quedarme atrás y dejar que se conocieran sin mí, ya que él me había pedido que me
mantuviera al margen esta vez. Iba a conocerla, me gustara o no, y prefería estar allí
para observar. Para no perderla de vista. Jax iba a reunirse con nosotros allí también,
y yo podría haber ido al punto de encuentro, fingiendo que esta mañana nunca había
sucedido, pero no quería. Y con el asesino suelto y Andries haciendo una mierda para
investigarlo, no iba a correr ningún riesgo.
No había planeado que esto sucediera, con ella debajo de mí, respirando
agitadamente mientras me miraba, mientras mi polla se agitaba entre los labios de su
coño. Luché por mantener el control, al menos por aparentarlo, pero ya no había
vuelta atrás después de que su pequeña súplica se escapara de su lengua.
—¿Quieres que te folle como si te odiara? —pregunté, con la voz llena de
lujuria, de necesidad de ella. Odiaba esa afirmación, esa pregunta suya, porque
realmente pensaba que la odiaba. ¿Realmente creía que yo decía en serio todas esas
palabras, que no era lo bastante buena para mí, que no debía estar con nosotros?
Odiaba la necesidad que sentía por ella, y quería luchar contra ella,
rebelándome contra mi propio cuerpo y mi propia mente, pero era inútil tratar de
eludir lo que era inevitable. Odiaba que siguiera mintiéndome, que aún no
tuviéramos tiempo suficiente para conocernos.
Odiaba que la jodida Bethany abriera su jodida bocaza, soltando chorradas que
nunca ocurrirían, aunque mi padre lo deseara tan desesperadamente que me
amenazara con mi propia vida si intentaba impedirlo. Detesté el dolor en los ojos de
Vega cuando me preguntó sobre ello a su manera, pensando obviamente que me
casaría de verdad con alguien como Bethany.
Nunca había querido atarme a otra persona, hasta ella. Sabía que era una
locura, esta conexión que teníamos, esta necesidad absolutamente loca que me
recorría, pero tenía la sensación de que cuanto más luchara contra ella, más difícil
sería para los dos. Nunca creí en las almas gemelas, en la existencia de esa persona
que está hecha para ti. La persona que reconocerías en cuanto la vieras, hasta que la
vi a ella.
Ella me hechizó, y yo era suyo.
198
—Vega...
—Por favor, Adrian —gimoteó, cerrando los ojos como si mirarme se estuviera
convirtiendo en demasiado—. Es que... no quiero las mentiras. No necesito las
palabras que inevitablemente le dirías a tu prometida. Ya estoy aquí. No necesito que
me convenzas. Sólo fóllame y... —Me eché hacia atrás y la penetré de golpe, gimiendo
al sentir su apretado coño envolviéndome.
—¿Es esto lo que quieres? —pregunté, enfadado porque me pidiera algo así.
Enfadado porque sentía que tenía que hacerlo, sabiendo que era culpa mía. Sabiendo
que yo era el culpable de la inseguridad grabada en su cara—. ¿Quieres que te folle
como si te odiara? —Me burlé, rodeando su garganta con la mano, haciendo que me
mirara—. Abre los ojos, Bambi. Mírame mientras te follo. —Sus ojos brillantes como
los de una gata se abrieron, con ese velo que siempre llevaba apretado sobre ellos,
y supe que ahora no era el momento de descubrir todos esos secretos que me
ocultaba.
—Eso es, Bambi —gemí, bombeando dentro de ella con largas caricias—. Dios,
no tienes ni idea. —Sacudí la cabeza, dejando caer la barbilla sobre el pecho,
intentando serenarme. No tenía ni puta idea de lo que me había hecho.
Encaprichamiento era una palabra demasiado pequeña para lo que sentía con cada
caricia, cada pequeño roce de sus manos en mi pecho.
Amor era una palabra demasiado grande, porque esto no lo era.
La obsesión, la posesión, el enamoramiento, todo se entrelazaba, creando esta
avalancha de la que no podía escapar. Ella era inevitable. Ella era jodidamente mía,
y yo le demostraría por qué nunca sería capaz de alejarse de mí.
—¡Oh, Adrian! —gimió, arqueando la espalda y mostrando el cuello. Mis ojos
se posaron en el pequeño colgante atado al cordón negro que no había visto antes.
Un objeto con forma de medialuna brilló frente a mí, arrancándome una sonrisa.
A pesar de todas sus bravuconadas, de todos sus muros, en el fondo seguía
siendo una chica, y yo iba a sacarla de ahí. Quería conocer todas sus facetas. Todas
esas partes ocultas, para poder encerrarlas y conservarlas conmigo, porque nadie
más llegaría a verla así. Nadie más llegaría a verla así, abierta, gimiendo,
retorciéndose y suplicando ser liberada.
Mis caderas aumentaron su ritmo, mi cuerpo me empujaba hacia el borde, pero
no quería terminar sin ella.
Deslicé la mano por su pecho, amasando sus pechos, antes de descender por
su vientre hasta su clítoris, pellizcando el pequeño bulto hasta que sus gritos
empezaron a resonar a nuestro alrededor. Su coño se agitó a mi alrededor, haciendo
que se me pusieran los ojos en blanco. La presión se acumulaba en la parte inferior
de mi columna vertebral, pequeñas garras de placer que se arrastraban por mi
espalda y me llegaban hasta la ingle.
199
Me apretaban las pelotas y casi era incapaz de mantener los ojos abiertos. Pero
quería mirarla. Quería verla mientras mi orgasmo se apoderaba de mí.
Sus ojos verdes y marrones no se apartaban de los míos. Sus carnosos labios
formaron una O cuando se corrió, mientras mis dedos tocaban su clítoris como si fuera
mi puto instrumento favorito, y cuando se apretó a mi alrededor por última vez, estallé
con un rugido, vaciándome dentro de ella.
Mis piernas casi se rindieron cuando mi cuerpo se estremeció y cubrí su cuerpo
con el mío, sintiendo sus pequeños y delicados dedos en mi espalda, frotándome en
círculos mientras bajaba de mi subidón. Me olvidé por completo de la chaqueta en el
apuro por seguirla, sólo ahora me daba cuenta del maldito frío que hacía y de lo idiota
que era por traerla aquí.
Cualquiera podría haber pasado. El saber que Jax y Dante probablemente ya
sabían y podían oír lo que estaba pasando no me sentó bien, pero tendría que lidiar
con eso más tarde.
Giré la cabeza hacia un lado, buscando sus labios, cuando ella giró la cabeza,
dándome su mejilla en su lugar. Los monstruos rugieron, incapaces de contenerse,
cuando tiré de su cabeza hacia atrás presionando mis labios contra los suyos con
urgencia. ¿No sentía esto entre nosotros?
Me mordió el labio inferior como el otro día, y en cuestión de segundos saboreé
el sabor cobrizo de la sangre en mi boca, sonriendo cuando no me soltó.
Nos levanté con ella todavía sobre mi polla, ahora flácida, sintiendo nuestros
jugos chorrear por sus muslos, y nos giré hacia la cripta que habíamos abandonado
antes. Su agarre se aflojó, sus dientes se apartaron lentamente de mi labio palpitante,
pero lo único que había conseguido era que el calor se reavivara en mi entrepierna,
haciendo que mi polla se endureciera de nuevo.
Sus ojos se abrieron de par en par en cuanto se dio cuenta de lo que estaba
pasando, mi sangre brillando en su labio inferior.
—Suéltame, Adrian —me espetó, mirándome fijamente, casi inmóvil.
—No.
—Adrian...
—No, Bambi. —Sonreí al ver su cara de disgusto. Mis caderas giraron, mi polla
empujando más profundamente dentro de ella, haciéndonos gemir a los dos—. No
puedes descartarme así. Lo dije en serio.
—Y yo también —susurró, apretando su frente contra la mía—. Tienes que
dejarme ir. Confía en mí.
—No, vamos a... 200
—Si dices que vamos a hablar, ahórratelo. ¿En serio? —Se estaba enfadando
más y más a cada segundo que pasaba, y yo no tenía ni idea de cómo retenerla aquí.
Por decir mantenerla aquí—. ¿Acaso iba a aparecer Dante para hablarme de La
Hermandad, o esto era un elaborado plan para que los dos se rieran de mí a mis
espaldas?
—No. —Sacudí la cabeza—. Estoy bastante seguro de que tanto Dante como Jax
nos están maldiciendo ahora mismo porque llegamos tarde. Yo no les haría algo así.
—¿No lo harías? —preguntó ella, con la ceja muy arqueada—. La forma en que
me hablaste, la forma en que te comportaste...
—Lo sé. Yo...
—No, no. —Empezó a contonearse en mi agarre, e incapaz de retenerla más
tiempo, la solté, sintiendo frío por primera vez sin su cuerpo apretado contra el mío—
. No quiero oír tus disculpas, porque no significan nada. Confía en mí —murmuró,
recogiendo sus pantalones y poniéndoselos, haciendo una mueca de dolor cuando la
nieve se pegó al material, mojándolo en algunas partes. Le siguieron las botas y siguió
matándome sin darse cuenta—. No tengo ni idea de por qué de repente se te ocurrió
la loca idea de venir y disculparte como si fuéramos amigos cuando hiciste algo malo.
Levantó la cabeza y sus ojos me miraron fijamente.
—No eres la primera, ni serás la última persona que me dice algo así. Tampoco
eres la primera persona que intenta matarme, estrangularme, como demonios quieras
llamarlo. Tampoco eres la primera ni la última persona que me ha follado y ahora está
pensando que necesita darme algunas promesas tontas de un mañana y una relación
que nunca pedí. No quiero oírlo, Adrian.
Joder, era una viciosa, y si eso no hacía que me enamorara aún más de ella, no
tenía ni idea de qué lo haría.
—Ahora, voy a ir allí —señaló en la dirección equivocada, y me acerqué a ella,
moviendo el dedo en la otra dirección—. Bien, allí entonces, y hablaré con Dante y
Jax, y, bueno, obviamente contigo ya que también vas a venir. No mencionarás esto a
nadie, nunca. ¿Entendido?
—Oh, sí. —Sonreí.
—Y deja de sonreír así. Es espeluznante. —Seguía murmurando para sí misma
mientras caminaba hacia la zona donde le quité el cuchillo de la mano, y se agachó
para recogerlo.
Tenía las manos ocupadas con ésta, pero me encantaban los retos.

201
24
VEGA
¿CÓMO SE llamaba la emoción que se producía cuando la ira y la vergüenza se
mezclaban, aderezadas con una pizca de lujuria y un montón de confusión? Si alguna
vez lo descubriera, probablemente lo usaría para describir mi estado actual mientras
marchaba hacia el punto de encuentro con Dante, con todo el cuerpo palpitante, 202
recordándome lo que acababa de ocurrir.
Tuve sexo con Adrian.
Tuve sexo con mi instructor, mi objetivo, mi enemigo técnico, la persona a la
que no debería tocar ni con un palo de tres metros, y sin embargo lo hice.
Y quería más. Dios, vaya si quería más.
Cuando se tumbó encima de mí, abrazándome así, no hubo susurros en mi
mente que me dijeran que nunca sería capaz de tener algo puro, algo bueno en mi
vida. No hubo dudas en lo que a él se refería, pero no podía quedarme. Racionalmente
sabía que no podía quedarme, pero mientras ponía distancia entre nosotros, mi
corazón se apretaba dolorosamente, casi rogándome que volviera.
Y no podría. No me haría eso.
Todavía no tenía ni idea de si era mi enemigo o si sabía lo que le había pasado
a Tyler. Aún no tenía ni idea de por qué Heinrich quería destruir a su familia. Había
algo más que simplemente querer sacarlos del tablero y apoderarse de sus
territorios. Diablos, ni siquiera sabía qué territorios pertenecían a la familia Zylla.
Así que marché hacia el pequeño templo que mencionó Dante, furiosa conmigo
misma por sucumbir al deseo, a la necesidad. No era propio de mí dejar que alguien
me abrazara así. No era propio de mí caer más profundo sólo porque alguien había
puesto su polla dentro de mi cuerpo.
Estuve a punto de rogarle que me llevara a su habitación, para ocultarme del
resto del mundo.
Estaba cansada. Tan jodidamente cansada de vivir esta vida, de fingir que era
un soldado, de asegurarme de no quebrarme nunca. Sólo quería romperme, llorar,
permitirme experimentar el dolor que nunca había procesado. Nunca tuve ninguna
oportunidad contra los que me robaron la vida que podría haber tenido.
Nunca tuve una oportunidad contra el destino, y si Adrian Zylla formaba parte
de ese destino, estaba condenado.
Dos figuras solitarias estaban de pie junto al pequeño templo en ruinas,
mirándome fijamente mientras me acercaba. Y yo sólo podía imaginar lo desaliñada
que me veía en realidad.
—Qué bien que por fin te unas a nosotros —refunfuñó Dante, con cara de haber
pasado diez asaltos con Muhammad Ali, aunque la forma en que Adrian le atizó podría
haber sido peor—. Si hubieras gritado más fuerte estoy seguro de que habrías
despertado a los osos de la montaña.
Mis mejillas enrojecieron, mis oídos ardían. 203
Jesucristo, estuvieron aquí todo el tiempo.
—Dante —advirtió Jax, mirándole de reojo—. Ya hablamos de esto. No
avergonzarás a la chica de Adrian.
—No soy la chica de Adrian —espeté, ofendida porque me metieran en una
caja antes de conocerme—. No estoy aquí por él ni porque necesite ser la chica de
alguien.
—Lo sé —resopló Jax—. Es que...
—No es nada —reprendí—. No pertenezco a nadie. Ni a Adrian ni a otro
hombre. Y a quién me folle —fulminé a Dante con la mirada—, no es asunto tuyo.
Dante se paró frente a mí, mirándome un segundo más cuando una sonrisa
brillante se extendió por todo su rostro, transformando sus facciones.
—¿Qué te dije? —Se giró hacia Jax al hacer la pregunta—. Ella puede valerse
por sí misma.
—Sí, sí. —Jax puso los ojos en blanco—. Ya me lo has dicho. Y mira, Vega... —
Jax se giró hacia mí—. Adrian...
—¿Por qué, por el amor de todo, estamos constantemente discutiendo sobre
Adrian?
—Sí, chicos —dijo esa molesta voz detrás de mí—. ¿Por qué hablan de mí? —
No tuve que girarme para ver que estaba sonriendo.
Desearía que no estuviera aquí, pero supongo que tenía sentido que se uniera
a nosotros, ya que parecía que era él quien dirigía este espectáculo. Simplemente no
me gustaba.
Todavía me zumbaba el cuerpo por los tres orgasmos que me había robado, y
aún no me había convencido de que no era el hijo de puta conspirador que Alena y
Heinrich pintaban. Quería enfadarme con él, por el hecho de que hubiera jugado tan
bien conmigo sin que yo opusiera la más mínima resistencia, pero supongo que en el
momento en que me rodeó con sus brazos, estaba muerta.
Cuando lo vi en el tren, ya estaba perdida, pero nunca pensé que me
enamoraría tan desgraciadamente de un hombre que probablemente jugaba así por
diversión. Además, en el fondo de mi mente había una vocecita que me decía que
estaba prometido, aunque él no lo confirmara ni lo negara, y no tenía ni idea de qué
pensar.
—Sabes, Adrian —sonrió Dante—, yo pensaba que era ruidoso durante el sexo,
pero tú —silbó—, eso fue definitivamente otra cosa.
Adrian soltó una risita, pasando a mi lado y yendo a colocarse justo al lado de 204
sus dos amigos, sonriéndole a Dante como si no hubiera intentado matarlo esta misma
mañana. —Los dos sabemos que eres el más ruidoso —dijo Adrian, mirando a Dante—
. Además —sus ojos de ónix se posaron en mí—, no te contienes cuando es el mejor
sexo de tu vida.
Me estaba provocando, quería ver mi reacción, pero yo estaba muy lejos de
ser una mojigata, y si pensaba que me avergonzaría hablando de ello... Oh, chico, se
iba a llevar una desagradable sorpresa.
—He tenido mejores. —Me encogí de hombros, deleitándome con el ceño
fruncido que se apoderó de la cara de Adrian, reemplazando rápidamente la mirada
de suficiencia que llevaba—. Pero sinceramente —los miré a los tres—, no era
consciente de que estábamos aquí para hablar de mi vida sexual o de lo alto que
alguien podía gemir mientras follaba. —El asombro y la incredulidad marcaron sus
duros rasgos, aparentemente sorprendidos por las palabras que salían de mí—. Si
quieren, puedo darles un informe escrito de lo que sentí, qué caricias funcionaron
mejor, cuáles no, y qué puntos...
—Ya basta —gruñó Adrian, ganándose una sonrisa de mi parte.
—¿Pero por qué? —Moví las pestañas, fingiendo inocencia—. Esto es lo que
queríais saber. Quiero decir, ¿podría probarlos a los tres y luego comparar notas? —
Dante palideció, mientras que Jax palideció y se alejó un paso de un Adrian que
echaba humo y no paraba de apretar y aflojar los puños, obviamente furioso por la
forma en que desestimé lo que acababa de suceder—. Es sólo sexo, pastelito. —Me
reí, amando el rubor en las mejillas de Adrian—. No me importa. Jax y Dante parecen
del tipo que sabría qué...
—Vega —Jax fue el que me advirtió—. Basta. Basta ya. Lo entendemos y
sentimos haber hablado de ello en primer lugar. Además —respiró hondo—, si no
tengo que ver esa enfermería al menos durante un par de días sería genial.
—Tomo nota. —Asentí—. No pienses nunca que porque sea una chica me voy
a avergonzar porque tuve sexo cuando quise. Esa mierda machista no funcionará
conmigo, así que no vuelvas a intentarlo. Y tú puedes dejar de parecer un toro listo
para atacar —dije, mirando directamente a Adrian—. Conseguimos lo que
necesitábamos el uno del otro, y ya está. Puedes guardarte esa mierda crecida y
posesiva para tu prometida, porque yo no la quiero.
Los ojos de Dante se abrieron de par en par, volando entre Adrian y yo, pero
yo ya no andaba de puntillas porque quería ocultar quién era realmente. Alena me
advirtió que debía mantener la lengua encerrada entre los dientes y no pisar a nadie
mientras estuviera aquí, pero a la mierda todo ese plan.
Era evidente que no me habían informado de todo lo que ocurría en aquel
lugar, así que no iba a seguir las instrucciones que me dieron personas en las que no
podía confiar.
205
—Ahora, ¿vas a decirme por qué estás creando un ejército, o debo seguir
adivinando?
La respiración de Jax se entrecortó, el sonido casi demasiado fuerte incluso con
el viento soplando a nuestro alrededor. Adrian me miró con los ojos entrecerrados y
Dante parecía preferir estar en cualquier otro sitio menos aquí.
—No me andaré con rodeos y fingiré que al menos no intenté descifrar la
pregunta de por qué celebrarías esas reuniones en La Fosa. Quiero decir, al
principio... —Me reí entre dientes, caminando hacia una de las tumbas y sentándome
en la dura superficie. Perdóneme, padre, y toda esa mierda, pero a los muertos no les
importaría que descansara aquí—. Al principio pensé que todo esto de la “sociedad
secreta” —añadí entre comillas— no era más que unos ricachones que no tenían nada
mejor que hacer que intimidar a los más jóvenes y divertirse mientras lo hacían. Pero
entonces vi a toda esa gente que ni siquiera formaba parte de la Academia, y aunque
las máscaras eran un toque genial para hacer sentir a la gente que La Hermandad era
algo supersecreto, no eran más que atrezzo, ocultando lo que realmente está
ocurriendo allí. —Ninguno de ellos saltó para corregirme o impedirme hablar.
Escucharon con atención mientras yo seguía balbuceando todas mis teorías.
—Entonces surgió la convocatoria de ofrendas —continué, calibrando sus
reacciones—. Quiero decir, llamaron a Yolanda, maldita sea. —Jax sonrió satisfecho—
. Si de verdad hubieran hecho los deberes sabrían que Yolanda no sería capaz ni de
luchar contra un gato, por no hablar de alguien que ya estaba entrenado para ser un
asesino profesional.
—Así que interviniste —añadió Jax.
—Así que intervine.
—¿Por qué? —preguntó, obviamente tratando de entender mi razonamiento—
. Debías saber que sería brutal.
—Lo sabía. —Asentí—. Tengo que decir que al principio fue por motivos
egoístas, porque quería ver lo que estaba pasando de verdad. Pero tampoco quería
que Yolanda se avergonzara, o peor aún, que la mataran. —No añadí que no quería
ver disminuida esa luz suya. Ella era todo lo que yo nunca sería, y aunque tenía sus
propios demonios, seguía siendo todo lo pura que se podía ser en este jodido mundo
nuestro. Y haría todo lo que estuviera en mi mano para protegerla—. Era obvio, por
supuesto, que las personas contra las que luchaba eran las que asistían a la Academia.
Estoy bastante segura de que, si hubiera sido alguno de los otros que ya formaban
parte de tu pequeña tripulación, no habría podido luchar contra tantos de ellos. Así
que... —Me levanté, acortando la distancia entre los cuatro.
Parecían imponentes, de pie uno junto al otro, mirándome como si no supieran 206
qué pensar de mí. A decir verdad, si realmente quisieran, podrían matarme aquí y
ahora, pero el interés de sus ojos me decía que no iban a hacerlo.
Si realmente estaban creando un ejército, necesitaban el mayor número
posible de personas, y yo sabía que era buena en lo que hacía.
—¿Quieres decirme por qué tres tipos con familias lo suficientemente
poderosas necesitarían crear un ejército, o debo seguir adivinando?
El graznido de un águila surcó el aire y levanté la vista para ver a la pareja que
había visto antes planeando sobre nosotros, jugando con el viento como si éste no
intentara llevárselas.
Adrian ladeó la cabeza cuando les devolví la mirada, estudiándome como si
realmente acabara de verme. Ellos ya sabían que yo sabía luchar, pero lo que no
sabían era que yo sopesaba los pros y los contras en cada situación, y en algún
momento entre mi llegada a la Academia y ahora, me di cuenta de que, si los Schatten
no cumplían sus promesas conmigo, entonces tendría que ir a otra parte.
De ninguna manera iba a volver a esa vida, y era evidente que había cosas que
el Schatten no me había contado, y estaba por ver si había sido intencionado o no.
Pero no era una damisela en apuros y tomaba las riendas de mi propio destino.
Si eso significaba tener un plan de respaldo de un plan de respaldo, que así
fuera.
Puede que mi madre no estuviera orgullosa de todas mis acciones, pero sí de
que luchara por mí misma. Trabajar para un sindicato del crimen estaba muy bien
hasta que ese mismo trabajo ponía en peligro tu vida, y algo me decía que Heinrich
no me dejaría marchar ni siquiera después de terminar esta misión.
—¿Y? —volví a repetir, odiando el silencio que nos envolvía lentamente. Los
tres seguían mirándose entre sí, luego a mí y de nuevo entre ellos, lo que me hizo
resoplar de frustración—. ¿Esta es una de esas situaciones en las que pueden leerse
la mente porque son amigos desde hace bastante tiempo, o algo más que debería
saber? —Dante empezó a reír, doblándose por la mitad, haciéndome sonreír también.
Los labios de Jax se despegaron, diciéndome que al menos le hacía un poco de gracia,
pero Adrian seguía con esa expresión ilegible en la cara, y tenía la sensación de que
sería el hueso más duro de roer.
—Me gusta mucho, mucho —anunció Dante, enderezándose, todavía con una
sonrisa de oreja a oreja—. ¿Podemos quedárnosla? —preguntó a sus amigos, que no
dejaban de mirarlo y mirarlo y mirarlo, joder. Empezaba a ser muy molesto.
—¿Cómo sabes todo esto? —preguntó Adrian, ignorando por completo la
pregunta de Dante.
—Soy observadora —respondí—. Presto atención a las cosas, a la forma de 207
hablar de la gente, a cómo se comportan. Los patrones, ¿sabes? Me gusta tener el
control, de una forma u otra.
Jesús, su mirada se hizo más intensa, y si pensaba que recibir esa mirada de
ojos pesados iba a ser fácil, me equivocaba. Me miraba con deseo y una gran dosis
de desconfianza, y supongo que no podía culparlo.
Yo tampoco me fiaría, pero quería entrar. Quería más opciones si planeaba
sobrevivir y llegar a una edad avanzada. Y tenía la sensación de que estos tres
realmente cuidaban de su gente.
Todos éramos monstruos, eso lo sabía, pero había monstruos que se
preocupaban por sus allegados y monstruos a los que sólo les importaban ellos
mismos.
Quería estar en ese primer grupo.
—Mira —cedí—. Lo entiendo, no confías en mí.
—No lo hacemos —confirmó Adrian, haciéndome erizar. Bueno, supongo que
no tenía que confiar en mí para meterme su polla, pero da igual.
—Sí, me lo imaginaba. —Le devolví la mirada—. Pero sabes que soy la mejor
que hay en esta academia. Viste lo que puedo hacer, de lo que soy capaz.
—La cuestión, Bambi —empezó Adrian a acercarse a mí—, no es si eres capaz
o no de formar parte de La Hermandad. —Las puntas de sus botas tocaron las mías, su
mano rozó suavemente la mía—. Todos hemos visto lo que puedes hacer y lo capaz
que eres. La pregunta es, ¿por qué querrías unirte a algo que te alejaría de tu padre,
de tu país natal? Vas a volver a Rusia después de esto, ¿verdad? —Había algo en la
forma en que me miraba, algo que me decía que sabía más de lo que decía, pero no
iba a desanimarme. Si realmente supiera quién era y por qué estaba aquí, ya estaría
muerta—. ¿Por qué entrar en una guerra cuando podrías volver a tu pacífica y
pequeña vida?
¿Pacífica?
¿Pensaba que mi vida era pacífica?
Quería reírme de él y llorar al mismo tiempo. —No me hables de paz cuando
lo único que he conocido es la guerra —le dije—. Y si unirme a otra guerra equivale
a mi libertad, la aceptaría con gusto, sin hacer preguntas. Pero no te quedes ahí
pensando que me conoces, porque no es así.
—Hemos leído tu expediente —continuó, completamente ajeno a la erupción
en mis venas—. ¿Qué más hay que saber?
Todo, quería gritar.
Nada de lo que allí estaba escrito era correcto, aparte del hecho de que mi
madre ya no vivía. Pero tenía que jugar a largo plazo y, si perdía la calma ahora, sabía 208
que nunca podría entrar en su círculo íntimo.
—Supongo que nunca lo sabrás —dije en su lugar, dando un paso atrás para
alejarme de él. Su olor era embriagador, su presencia embriagadora, haciéndome
dar vueltas la cabeza, y en lugar de querer darle un puñetazo como debería, me
estremecí, deseando algo más suave, algo que me hiciera sentir segura—. Veo que
esto ha sido una pérdida de tiempo. —Asentí para mis adentros, mirando la fina capa
de nieve del suelo—. Siento lo de tu cara. —Miré por encima del hombro de Adrian,
directamente a Dante—. Ya nos veremos.
—¡Espera un momento! —gritó Dante al mismo tiempo que Adrian—: No sabía
que te rendirías tan fácilmente, Bambi.
Me di la vuelta en un segundo y caminé hacia él con determinación. Mis manos
aferraron el cuello de su camisa, sintiendo su piel helada bajo las yemas de mis dedos.
—No voy a rendirme, imbécil. —Sonrió—. Sólo sé cuándo no me quieren, y una cosa
que he aprendido en los últimos dos años es a no suplicar nunca a la gente que me
tenga en sus vidas o que me deje participar en algo.
—¿Estás segura de eso? —susurró, inclinándose hasta que sus labios se
cernieron sobre los míos—. ¿Que no te quieren, quiero decir?
—No lo sé —murmuré—. Dímelo tú.
Nuestras miradas chocaron, nuestra respiración se volvió errática y casi me
olvidé del público que teníamos, hasta que Dante dijo: —Chicos. —Aclarándose la
garganta, continuó—: Por mucho que no me importe ver ciertas cosas, creo que
tenemos que hablar. Y, Adrian, deja de ser un cretino. Ella tiene razón —añadió—. La
necesitamos, y he dejado más que claro que quiero que forme parte de esto.
Los ojos de Adrian se oscurecieron cuando Dante habló, su brazo me rodeó la
cintura, manteniéndome pegada a él, como si se estuviera conteniendo para no atacar
a su amigo.
—Tienes razón —dijo lo suficientemente alto como para que Dante lo oyera,
alejándose lentamente de mí—. Pero creo que debemos continuar esta conversación
en mi cabaña.
—¿Tu cabaña? —Fruncí el ceño.
—Oh, ¿no lo sabías? —Jax se rió—. Adrian es un leñador normal y corriente.
—Cállate. —Adrian se rió, su cara tomando un aspecto completamente
diferente mientras discutía con su amigo—. Pero deberíamos irnos. Me estoy
congelando.
—Deberías haberlo pensado antes de salir corriendo del edificio sin la
chaqueta —lo amonestó Jax, ganándose el ceño fruncido de Adrian—. Sólo digo. 209
—Gracias, Sherlock —refunfuñó Adrian—. No tengo ni idea de dónde estaría
sin tu sabiduría.
—¿Muerto? —pregunté, introduciéndome en la conversación, y de repente los
tres se callaron, mirándome—. ¿Qué?
—Eres otra cosa, ¿no? —Fue Adrian esta vez quien lo dijo.
—No tienes ni idea —añadí en voz baja, decidiendo mirar a cualquier parte
menos a él. Era como jugar con fuego y, si no tenía cuidado, me quemaría.
25
ADRIAN
ESTABA ASOMBRADO.
Si así era el enamoramiento, no quería volver a ser como antes. Sin embargo,
eso no significaba que me fiara de una sola palabra que saliera de la bonita boquita
de Vega, o que no tuviera una molesta sensación en las tripas que me decía que no
210
debía dejarla marchar.
Estaba agotado sin medida, y esta vez no era porque no pudiera dormir o
porque tuviera una misión. Era porque mi corazón y mi mente no podían sincronizarse
y decidir qué hacer con esta chica. Ella consumía todos mis pensamientos, mis días y
mis noches, pero también sabía que era una serpiente, enviada aquí por razones que
yo desconocía, y eso la hacía peligrosa.
El hecho de que fuera tan observadora sobre La Hermandad también me erizó
la piel, pero tenía razón.
Estábamos construyendo un ejército, nuestro ejército.
Los cinco —bueno, cuatro, porque ya no podía contar a Arseniy— estábamos
cansados de cumplir las órdenes de nuestros padres. No estábamos de acuerdo con
sus métodos y no queríamos esperar a que otro acabara con ellos. Aquellos hombres
eran como cucarachas, casi indestructibles, y estábamos tomando cartas en el asunto.
Mi padre pensaba que estaba aquí para descansar un poco y pasar un par de
meses observando a gente que pudiéramos reunir para nuestra organización. Pero
no tenía ni idea de que el plan que mis amigos y yo trazamos hace un par de meses
se estaba haciendo realidad.
Vega tenía razón en casi todo.
La Hermandad reunía a lo mejor de lo mejor. Los asesinos, los soldados rasos,
los rechazados por sus familias y los que querían venganza por encima de todo. Pero
de todos los que habíamos reclutado hasta ahora, ella era la mejor luchadora y yo
sabía sin duda que podría acabar incluso con nuestros mejores luchadores si quisiera,
independientemente de lo que dijera.
Y ese tipo de habilidad sólo se consigue si se empieza a entrenar a una edad
muy temprana.
Hoy la vi luchar en clase. Sus movimientos eran precisos, sus manos firmes, sus
ojos concentrados en su oponente, siguiendo cada uno de sus movimientos, y si yo
fuera a anunciar la guerra contra nuestros padres, preferiría hacerlo con ella a mi
lado.
Pero había demasiados secretos que la envolvían. Demasiadas mentiras que no
me gustaban, y no estaba dispuesto a abrir los brazos y acogerla sin más. Entendía
por qué Dante presionaba para que se uniera a nosotros y por qué Jax se callaba
cuando yo intentaba negarme, pero uno de los dos tenía que pensar racionalmente,
y al parecer tendría que ser yo.
Aun así, no podía negar que tenía razón, o que el fuego que había en ella
encendía el mío. Era fuerte, eso estaba claro, pero había una especie de fragilidad
211
oculta tras aquellos ojos misteriosos, que no hacía sino aumentar la necesidad de
envolverla en mis brazos y esconderla del resto del mundo.
Y mientras caminaba delante de nosotros, como si supiera adónde nos
dirigíamos al salir del cementerio, no podía apartar los ojos de su trasero
bamboleante, ni de la forma en que ignoraba mis miradas ardientes.
—Cuidado, hermano —murmuró Jax a mi lado—. Su ropa podría incendiarse si
sigues mirándola tan fijamente.
—Vete a la mierda, Jax —me reí entre dientes. A diferencia de Dante, no tenía
la necesidad de estrangularlo sólo por mirarla, pero eso no significaba que me
gustara—. Y deja de mirarla.
—¿Por qué? —insistió—. Tú mismo lo dijiste, ella no es exactamente digna de
ti —susurró la última parte, con cuidado para que ella no lo oyera—. Lo que significa
que es juego limpio para...
—Jax —gruñí, mirando a mi derecha a mi mejor amigo. El hijo de puta lucía una
sonrisa de suficiencia mientras me devolvía la mirada, jodiéndome.
—Te ves bien hoy. ¿Has...? —Sus ojos se abrieron de par en par—. ¿Dormiste?
Y no tenía ni idea de por qué, pero mis mejillas se tiñeron de rojo, recordando
lo mucho y bien que dormí anoche. Y lo enojado que estaba cuando me desperté. Me
dije a mí mismo que era porque me permití ser vulnerable junto a alguien que podría
ser mi enemigo, pero en realidad, estaba enojado porque la deseaba con ferocidad,
y mi polla no entendía que no podíamos tenerla tan fácilmente—. Así es. —Asentí,
tratando de ocultarle mi vergüenza.
—¿Cómo? ¿Tomaste algo? ¿Te...? —se interrumpió al darse cuenta—. Adrian —
murmuró, su voz mezclada con una advertencia tácita—. No dormiste en tu propia
cama anoche, ¿verdad?
—No. —Sacudí la cabeza, porque sabía que no tenía sentido negarlo—. No lo
hice. —Miré de frente a la espalda de Vega, mientras el monstruo verde de mi pecho
no dejaba de latir cada vez que ella levantaba la vista hacia Dante, que charlaba con
ella como si fueran viejos amigos.
No tuve que decirle a Jax dónde dormí. Era listo. Podía averiguarlo.
—¿Ustedes dos son? —empezó—. ¿Qué son?
—Nada —murmuré, odiando esa palabra en el momento en que salió de mis
labios—. No somos nada.
—Esa cosa de ahí atrás no parecía exactamente nada. Quiero decir, la cara de
Dante no parece exactamente nada. —Jax no era de los que se andan con rodeos, 212
pero no me gustó su línea de interrogatorio. Sobre todo, porque no tenía ni idea de
qué hacer con esa opresión en el pecho ni con el hecho de que no podía dejar de
pensar en ella.
Tenía que poner algo de espacio entre nosotros. Tenía que salir de aquí,
alejarme de su presencia. Era una distracción que no necesitaba precisamente ahora,
y no quería joderlo todo antes de que empezara. Además, sabía que no iba a
reaccionar bien si realmente decidía follarse a uno de mis amigos.
No era mía, pero todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo gritaban,
rebelándose contra esa idea. Una parte de mí la había reclamado, y yo sabía que ese
sabor nunca sería suficiente.
—Creo que necesito salir de aquí una temporada —murmuré—. Quizá ir a
Munich o a algún lugar fuera del país.
—Puedo tener un jet listo para ti esta noche —dijo Jax, sin hacer preguntas. Él
entendía mejor que nadie por qué necesitaba desaparecer de vez en cuando. Por qué
tenía que tomarme tiempo libre para recomponer mi mente, y estar cerca de Vega lo
estaba estropeando todo—. ¿A qué hora quieres irte?
—Cuando quieras —respondí tras un minuto de silencio. Un puto minuto
demasiado largo, porque las tripas se me contraían dolorosamente al pensar en
dejarla atrás—. ¿Estarás pendiente? —Lo miré, pidiéndole sin tantas palabras que la
vigilara.
Quería mentir y decir que era porque no confiaba en ella, pero ambos
sabíamos que había más en esa petición de lo que yo quería admitir, y Jax estaba
demasiado contento de dejarme vivir en la negación al menos durante un poco más
de tiempo.
—Lo prometo. Estaré atento y mantendré a Dante bajo control. —Se rió entre
dientes—. Ha estado un poco difícil desde que Gabriela lo dejó.
—¿Empezaron a pelear de nuevo? —Asintió—. ¿Qué fue esta vez?
—Sabes que le gusta irritarlo. —Jax se encogió de hombros—. No tengo ni idea
de si pasa algo más, pero sabes que él sigue presionándola para que deje algunas
cosas, pero ella es terca.
—Los dos lo son —añadí—. Pero me alegro de que ya no esté aquí. Esa chica
es problemática y no sé si me gusta que se meta con la mente de Dante. Él ya tiene
suficiente mierda en su plato incluso sin ella añadiendo su lío.
Jax resopló, murmurando suavemente: —No lo sé.
El silencio se apoderó de nosotros, sólo roto de vez en cuando por la sonora
carcajada de Vega, y yo quería embotellar aquel sonido, enjaularlo entre mis manos
y no soltarlo jamás. Pero encariñarse con una chica como ella era un desastre, y ni 213
siquiera estaba seguro de que ella quisiera atarse a alguien como yo.
Ese mismo pensamiento me hizo ponerme sobrio, sacudir la cabeza como si
eso me ayudara a quitarme la idea de que ella me pertenecía. Pero ya estaba ahí,
cavando más y más profundo, y sabía que la decisión de salir de aquí por un tiempo
era la mejor que tenía.
Sofocaba las partes de mí que no me gustaban, silenciándolas, cuando Vega se
detuvo de repente, justo cuando salíamos del cementerio en dirección a mi cabaña,
todo su cuerpo se puso rígido.
—¿Qué coño es eso? —preguntó, su voz vibrando con algo que no había oído
antes: miedo—. ¡Mierda! —gritó, justo cuando Dante tronaba—: ¡Vega! ¡Para!
Mi mente jugaba a ponerse al día, intentando atar cabos y comprender lo que
estaba ocurriendo, pero cuando Vega empezó a correr hacia el enorme roble que
había estado en estos terrenos desde que tenía memoria, lo vi.
La nieve que empezó a caer esta mañana, y continuó periódicamente a lo largo
del día, no era blanca alrededor del árbol. Un rastro carmesí llegaba hasta el tronco,
y pude ver por qué.
Un cuerpo se balanceaba en el aire, el largo pelo negro de una chica que iba
de un lado a otro tocado por el viento. Y Vega se dirigía directamente hacia ella.
Mis instintos se dispararon y, antes de que pudiera detenerme, corrí tras ella,
levantándola del suelo y dándonos la vuelta, obstruyendo su visión de la chica.
—Adrian, ¡déjame ir! —gritó—. Tenemos que ayudarla. Tenemos que...
—Ya está muerta, Bambi —murmuré, odiando el pánico en su voz y el evidente
miedo en sus ojos—. Hay demasiada sangre en el suelo para que siga viva.
—No, no, no. —Sacudió la cabeza, luchando contra mí—. Esta es la segunda
chica. No puede estar muerta. —Pero lo estaba. Vega lo sabía tanto como yo, pero se
negaba a aceptarlo—. Sé quién es —susurró mi chica, y la mera idea de que fuera mi
chica calentó algo alrededor de mi frío y duro corazón, y no quise retractarme.
Ahora era mi chica, aunque tuviera que luchar contra eso.
—Luchamos en La Fosa. Era buena. Muy, muy buena —murmuró Vega, su
cuerpo se relajó contra mí—. ¿Quién está haciendo esta mierda?
—¡Adrian! —gritó Jax antes de que pudiera responderle, y nos di la vuelta,
mirando por encima de su cabeza a mis amigos. Jax levantó lo que parecía un sobre
en la mano, con la cara pálida y los ojos muy abiertos, y yo ya sabía lo que había
escrito allí.
—Vega —empecé, necesitando saber—. Necesito que seas sincera conmigo,
pequeña. —Me miró, frunciendo el ceño—. ¿Hay alguien que quisiera hacerte daño?
Pareció confusa durante un segundo antes de contestar: —Estoy bastante 214
segura de que hay una larga lista de gente que querría hacerme daño. —Lo que no
hizo nada para apaciguar mis preocupaciones—. ¿Por qué? Su ceja se arqueó, sus ojos
brillaron de emoción, y supe que tendríamos que contarle lo de la nota anterior—.
¿Adrian?
—Hay algo que deberías saber sobre el asesinato de Rebecca. —Su mirada se
volvió pétrea, sus ojos firmemente clavados en mí—. Había una nota, dirigida a ti.
Se apartó de mí como si mi contacto la quemara. —¿Qué decía?
—Vega...
—¿Qué decía, Adrian? —gritó, con la cara cada vez más pálida a cada segundo
que pasaba—. Quiero saberlo.
Pensé que Jax exageraba cuando mencionó la nota después de que
encontráramos a Rebecca, pero en cuanto mis ojos se posaron en aquellas palabras,
escritas con tinta roja brillante, quise olvidar que la había visto. Pero mis instintos
protectores no se dispararon entonces. Entonces no la tenía. No dormía a su lado,
oyendo sus sonidos y viendo que, bajo ese exterior frío y duro, había una chica que
tenía sus propios demonios.
—Adrian —resopló—. O me lo dices tú o se lo pregunto a Jax.
—Decía... —Tragué con fuerza—. Básicamente decía que viene por ti. Que va a
protegerte. —Ella palideció ante mis palabras—. Dijo que venía por su chica. —Y si
por un segundo pensé que ella tenía algo que ver con el asesinato de Rebecca, pude
ver por la expresión de su cara que estaba equivocado.
Quienquiera que hiciera eso era un bastardo enfermo, pero yo pensaba que
era una broma jodida. Pensé que alguien estaba bromeando, hasta que mis ojos
volvieron a posarse en la chica que colgaba de la cuerda, con la garganta rebanada,
mientras la sangre seca cubría el resto de su cuerpo.
—Creo que puede haber alguien en la Academia que quiere hacerte daño —
añadí.
—¿Y no pensaste que hubiera sido una buena idea decírmelo cuando todo esto
pasó? —gritó, lanzando los brazos al aire—. ¿Qué coño? Si hay un maníaco tras de mí,
merezco saberlo.
—No teníamos ni idea de si era sólo una broma o...
—Porque era solo un incidente —terminó por mí—. Pero ahora... —Se giró
lentamente, sus ojos en la chica—. Ahora no es sólo un incidente, ¿verdad?
—No. —Sacudí la cabeza—. No lo es. Y el decano Jansen probablemente querrá
hablar contigo ahora. La última vez conseguimos mantenerlo alejado, pero...
—Quiero verlo —dijo, antes de empezar a caminar apresuradamente hacia Jax.
—¡Vega! —Corrí tras ella, alcanzándola justo antes de que se detuviera,
215
cogiendo la nota de Jax, que parecía a punto de largarse de aquí. No podía culparlo.
Habíamos visto algunas cosas jodidas en nuestro tiempo. Habíamos hecho
algunas cosas que harían sonrojar al mismísimo Satanás, pero esto... Esto era una
barbaridad. Esto era una locura.
Miré a la chica, sus ojos abiertos, vacíos de vida, llenos de restos del miedo
que debió sentir cuando el bastardo le quitó la vida, y por un segundo, en lugar de a
la chica vi a Vega allí arriba. Vega y sus hermosos ojos, vacíos de vida,
completamente vacíos de cualquier emoción, cubiertos de sangre.
No pude evitarlo, aunque quise. No pude detener mi reacción, y en lugar de
hablar con ella. En lugar de expresar mis preocupaciones, volví a agarrar a Vega,
esta vez echándomela al hombro, y emprendí la marcha hacia mi cabina.
—¡Adrian! —chilló—. ¡Qué carajo! Bájame.
—No —me negué—. Te quedarás conmigo.
—¿Estás loco? —Siguió gritando—. No puedo quedarme contigo. No me
quedaré contigo. Bájame de una puta vez. ¡Ahora!
Pero ella no lo entendía, no podía entenderlo. Apenas podía entender este
impulso de huir con ella, de protegerla, de alejarme lo más posible de aquí. Ella no
lo entendía y yo no podía explicárselo, así que, en lugar de hablarlo, seguí caminando
hacia mi cabaña, gruñendo aquí y allá mientras ella seguía golpeándome la espalda
con los puños, quejándose todo el tiempo.
Sabía que Jax y Dante iban a llamar al equipo de seguridad junto con Andries,
y sabía que tendríamos que hablar con él, pero mi instinto me decía que la sacara de
allí, y rápido.
Aunque eso significara que me odiara aún más de lo que ya me odiaba.
26
VEGA
ESTABA COMO UNA puta cabra. No tenía ni idea de lo que se arrastraba por el culo
de Adrian, pero mi resolución de no matarlo menguaba con cada nuevo paso que
daba, llevándome a Dios sabe dónde.
Mi cabeza nadaba con un millón de pensamientos, intentando averiguar qué le
216
había llevado a tener semejante reacción, pero me quedé en blanco. Sí, habíamos
follado una vez, pero él no me parecía exactamente el tipo de persona que se volvería
loca porque alguien intentara llegar a mí.
Y eso era otra cosa en la que no quería pensar, luchando contra el
estremecimiento de mi cuerpo, porque sabía que cuanto más pensara en ello, más
ganas tendría de largarme de este maldito lugar.
Había un lunático caminando por estos terrenos, y lo que me molestaba más
que el hecho de que él o ella me persiguiera, era el hecho de que gente inocente
estuviera muriendo. Y no se me pasó por alto el hecho de que la víctima más reciente
era también una de las chicas contra las que luché en La Fosa.
—Adrian —gruñí por enésima vez, esperando más allá de toda esperanza que
empezara a escucharme—. Bájame. ¡Ya!
—No.
—¿Por qué coño no? —Estaba erizada, enfadada, y odiaba esta sensación de
impotencia más que nada. Había tenido mi buena ración de idiotas en los últimos dos
años. Había chicos que obviamente estaban locos por mí, pero todos eran inofensivos.
No me importaba meterme directamente en situaciones peligrosas, porque nueve de
cada diez veces sabía en qué me estaba metiendo.
Esto, justo aquí, no tenía ni idea de lo que estaba pasando. No tenía ni idea de
quién me perseguía y por qué. No tenía ni idea de si esto era sólo un jodido juego que
Heinrich había orquestado para mantenerme a raya, o para tenerme corriendo de
vuelta a ellos, o si era una puta amenaza real.
Estaba a oscuras, y eso me asustaba más de lo que quería admitir.
Me agité en el brazo de Adrian, intentando zafarme de su férreo agarre, pero
eso sólo me valió una palmada en la nalga izquierda y un montón de gruñidos por
parte del hombre que me sujetaba. Si fuéramos cualquier otras personas, tal vez, sólo
tal vez, todo este despliegue de posesividad y preocupación habría sido excitante,
pero no éramos esas otras personas imaginarias. De hecho, estaba bastante segura
de que él mismo me mataría si tuviera la oportunidad.
Y no porque yo formara parte de El Schatten, de lo que estaba bastante segura
de que no tenía ni idea, sino porque lo estaba enfadando, y no tenía ni idea de por
qué.
—Adrian —gemí cuando mis costillas presionaron contra su hombro, enviando
otra sacudida de dolor a través de mi cuerpo—. Voy a vomitar. —Lo cual no era una
mentira total.
Bueno, era una pequeña mentira, pero no podía imaginarme que quisiera tener
mi vómito por toda su espalda. 217
—Trágatelo.
¿Que me lo trague? ¿Que me lo trague?
Lo había perdido y estaba oficialmente en mi lista. ¿Qué lista te preguntarás?
La lista negra. La que guardaba en mi cabeza para toda esa gente que me sacaba de
quicio.
—No voy a tragarme nada, gran simio. —Mis manos se volvieron puños y, antes
de que pudiera decir otra palabra, empecé a golpearle la parte baja de la espalda —
otra vez—, sin ganar más que unos cuantos gruñidos de fastidio—. No puedes hacer
esto —gemí, me quejé... llámalo como quieras. Pero me hizo sentir de nuevo como
una niña pequeña que necesitaría que alguien me salvara.
En todo caso, sabía defenderme. No había forma de que quien viniera por mí
pudiera hacerme daño.
Díselo a esas dos chicas. Seguro que también sabían defenderse.
Maldita sea, cerebro. Maldita sea.
—Ya llegamos —refunfuñó, sacando un par de llaves del bolsillo trasero, y me
arrepentí de no haber hurgado en ellas, aunque sólo fuera por fastidiarlo.
Me crispaba el cuello por la posición en que estaba y hacía minutos que había
dejado de intentar levantar la cabeza, pero sentí el cambio en el aire cuando atravesó
la puerta de algo. Todo lo que podía ver era el suelo de madera y atisbos de muebles,
y supuse que era su casa. Tontamente, pensé que vivía con el resto del equipo en el
edificio de administración, pero, por supuesto, tenía que tener su propia casa.
No tardó en bajarme de su hombro, dejándome en el suelo, y como una
borracha tropecé, casi estrellándome contra la silla que estaba a mi lado. La cabeza
me daba vueltas, el estómago se me revolvía, mientras todo mi cuerpo intentaba
encontrar el equilibrio. Pero no lo conseguía.
Masivamente.
Unos dedos largos me apretaron la cintura y, justo cuando estaba a punto de
apartarlo o intentar discutir de nuevo, me levantó por los aires, llevándome como si
no pesara nada, hasta la cama, dejándome caer como un puto saco de papas. —
Quédate —casi me ladró, señalándome con el dedo como si fuera un perro, dispuesto
a obedecer.
—No soy un perro —troné mientras se alejaba de mí.
—No lo sé. —Su gruñido se oía desde el otro lado de la cabaña, pero en lugar
de levantarme e intentar alcanzar la puerta, me quedé quieta. Atribuí mi tranquilidad
al hecho de que cuanto más tiempo pasaba sentada, mejor me sentía, y el mareo que
amenazaba con dejarme inconsciente se disipaba poco a poco.
218
No era porque le estuviera obedeciendo. No. Para nada.
Apoyada en mis rodillas extendidas, cerré los ojos un segundo, cuando sentí
un cambio en el aire. Mis ojos se abrieron de golpe y vi un vaso de agua justo delante
de mi nariz, sujeto a unos dedos largos y ágiles que no hacía mucho me tocaban como
una flauta.
—Bébetelo —refunfuñó el cabrón, y al levantar la vista me encontré con el
torrente de ira visible en su rostro—. Te sentirás mejor cuando te bebas esto.
—No me sentiría como una mierda si no hubieras intentado secuestrarme.
—No intenté secuestrarte. —Frunció el ceño—. Bébetelo —volvió a insistir,
agitando ligeramente el vaso que tenía delante.
—¿Y si está envenenado? —De acuerdo, no tenía que hacerme la sabelotodo.
Podía haberme callado la boca y tratar de caerle bien. Si aún planeaba descubrir
cosas sobre él y su familia, lo mejor habría sido caerle bien. Pero ese barco había
zarpado hacía mucho tiempo. Además, su superpoder estaba sacando lo peor de mí,
y eso no iba a parar—. ¿Y si está mezclado con algunas drogas que me van a noquear
para que puedas hacer lo que quieras conmigo?
—Estoy bastante seguro de que no necesito dejarte inconsciente para hacerte
lo que quiera. —Sonrió satisfecho, mirándome fijamente como si todo esto le resultara
extremadamente divertido—. A menos que intentes decirme que lo que pasó antes
fue porque alguien te drogó.
Fruncí el ceño.
Y entonces miré con otros ojos, antes de recibirle lentamente el vaso de agua,
bebiéndomelo de un trago, mientras mis ojos permanecían conectados con los suyos.
—Buena chica —murmuró el cabrón, encendiendo el fuego en la boca de mi vientre,
haciéndome odiarlo un poquito más.
Bajé el vaso al suelo, junto a la cama, sin saber cómo abordar esta situación.
Tenía preguntas sobre Rebecca y su asesinato, y era obvio que él tenía todas
las respuestas. —Entonces, ¿vas a hablarme de la nota anterior? —Sus ojos brillaron,
y apreté con fuerza la carta que había conseguido arrebatar antes—. Siempre puedo
ir y preguntarle a Dante. —Un segundo estaba sentada allí, y al siguiente estaba de
espaldas, con él encima de mí y sus manos enredadas en mis muñecas, empujándome
por encima de la cabeza.
—No hablarás con Dante —dijo—. Ni hoy. Ni nunca. —Sus caderas se
acomodaron entre mis piernas, y no me imaginaba la dura longitud presionando
contra mi centro—. Todo lo que necesites, te lo daré yo. —Esa única frase tenía
múltiples significados, pero por mucho que mi cuerpo se calentara ante la idea de una
segunda ronda con él, y por mucho que mi corazón martilleara, como si intentara 219
llegar hasta él, no podía distraerme.
Me tragué las palabras que querían surgir, que querían presionarlo, burlarse
de él, para ver hasta dónde llegaba antes de estallar, porque había cosas más
importantes de las que teníamos que hablar.
—¿Sabes quién me persigue? —pregunté en cambio, mi voz pequeña, casi
inaudible mientras Adrian hundía su cara en el pliegue de mi cuello, su nariz
arrastrándose sobre mi piel sensible—. ¿Adrian?
—Hmmm —refunfuñó—. No sabemos. Y me está enfadando.
—¿Entonces por qué estoy aquí? —Continué, cerrando los ojos cuando él giró
sus caderas, haciéndome morder mi labio inferior en lugar de gimiendo en voz alta
como una perra en celo. Estas reacciones que tenía hacia él tenían que acabar.
Pondría la tan necesaria distancia entre nosotros, aunque eso marchitara los restos de
mi corazón—. Adrian —gemí cuando sus dientes apretaron mi piel expuesta,
rápidamente reemplazados por un lento arrastre de su lengua, dejando tras de sí
calor y promesas de sueños que no podría tener—. ¡Basta!
Salí disparada de la cama, empujándolo antes de que pudiera contemplar lo
que estaba ocurriendo, y me desplacé hasta el otro extremo de la cama, poniendo
distancia entre nosotros. —Tienes que parar —dije, casi derrumbándome delante de
un hombre que probablemente veía esto como una especie de juego—. Dijiste que
podía preguntar, así que estoy preguntando. ¿Por qué coño estoy aquí Adrian?
Tenía el pelo revuelto, los ojos más oscuros que le había visto nunca, y no se
me pasó por alto el contorno de su polla mientras se arrodillaba frente a mí, el tic en
la mejilla que aparecía repetidamente, como si intentara contenerse.
—Tienes razón. —Exhaló lentamente, desinflándose ante mis ojos—. No sé por
qué estás aquí —admitió después de un segundo de más, evitando mis ojos—. A decir
verdad —soltó una risita sombría—, no tengo respuestas que darte, salvo el hecho de
que no podía soportar tenerte allí a la intemperie. Pero no me preguntes por qué.
—No lo haré —dije rápidamente—. Pero ambos sabemos que no me quedaré
aquí. Necesito hablar con...
—No —gruñó, acercándose a mí—. No saldrás de esta cabaña hasta que hable
con Andries.
—Adrian —empecé despacio, esperando que por fin me escuchara—. Estás
siendo irracional. Dime, si algo así le pasara a Yolanda o a cualquiera de los otros
estudiantes, ¿los llevarías a tu —miré a mi alrededor—, cabaña y tratarías de
protegerlos porque alguien estaba ligeramente perturbado y quería llegar a ellos?
—Esta persona no está ligeramente perturbada —refutó—. Es un maníaco,
Vega. Un maldito maníaco que obviamente cree que te está haciendo un favor al 220
dañar a los que lucharon contra ti. Así que perdóname por preocuparme demasiado.
Ladeé la cabeza, observándole durante un segundo, oyendo lo que intentaba
decir, aunque no estaba de acuerdo con una sola cosa. —Sigues sin responder a mi
pregunta —insistí—. ¿Le harías algo así a alguno de los otros estudiantes? ¿Los
confinarías en tu cabaña y los aislarías hasta que se resolviera la amenaza?
Levantó la cabeza, me miró con los ojos entrecerrados y supe la respuesta
incluso sin palabras. No las necesitaba para ver la verdad escrita en su rostro.
—Eso es lo que pensaba.
—Vega...
—¡Adrian! —La voz de Jax atravesó la cabaña, interrumpiendo lo que fuera que
Adrian estaba a punto de decir, y antes de que pudiera detenerme, me levanté de la
cama y me puse de pie en medio de lo que parecía una mini sala de estar.
Jax entró sin llamar y, por una vez, me alegré de la distracción y de verlo. Sus
ojos se fijaron en la situación que tenía delante: yo inmóvil como una estatua y Adrian
todavía en la cama, sin duda mirándome.
—Andries quiere hablar contigo —dijo Jax, acercándose lentamente hacia mí—
. ¿Tienes la carta contigo?
—Sí. —Asentí, negándome a mirar detrás de mí incluso cuando las cejas de Jax
golpearon su frente, porque sabía que estaba viendo a un Adrian de aspecto muy
malhumorado. Pero no era mi culpa que él no pudiera controlar sus emociones.
No era culpa mía que jugara al frío y al calor, dándome latigazos la mayor parte
del tiempo.
—Voy para allá ahora —anuncié, pasando junto a Jax y directamente por la
puerta, viendo a un sonriente Dante de pie fuera—. ¿Por qué sonríes? —pregunté con
amargura, dispuesta a que el día acabara de una vez.
—Oh, nada. —Sonrió más, acercándose a mí—. Nada de nada.
Me burlé y pasé a su lado, pero me di cuenta de que me seguía a unos pasos.
—No tienes que venir conmigo.
—No se puede hacer, Vega —se rió entre dientes—. Jax me dio mis órdenes y
las oí alto y claro. No tengo que decirte quién le dio la orden, ¿verdad? —Su ceja se
arqueó, haciendo hincapié en el punto—. Confía en mí, como que no quiero perder
la cabeza si Adrian decide que no estás protegida adecuadamente durante todo este
espectáculo de mierda.
Abrí la boca y la cerré, sin saber qué decir. Tuve que admitir que algo se alivió
en mi pecho con sólo pensar que no estaría sola, caminando hacia el edificio de
administración, incluso si eso significaba tener que soportar la compañía de Dante
durante un par de minutos. Esperaba que Adrian dijera algo, que me detuviera, que
221
tal vez viniera conmigo, pero tenía que recordarme a mí misma que era un hombre
que un día me odiaba y al siguiente quería follarme.
Tenía que recordarme a mí misma que el hecho de que durmiera en mi cama y
de que tuviéramos sexo no significaba que realmente le importara. Había tenido mi
buena ración de hombres posesivos, y Adrian no era más que otro idiota que no
quería que nadie tocara su juguete más reciente.
Lástima que mi corazón no escuchara.
Sacudiéndome los pensamientos de un hombre que me hacía girar la cabeza,
bajé la mirada hacia el sobre que tenía en la mano y, sin esperar a llegar al despacho
del decano, lo rasgué, sacando una tarjeta blanca, con la sangre helada cuanto más
parpadeaban mis ojos sobre las palabras escritas en cursiva.
Vega Konstantinova será mía o de nadie más.
MÍA.
Como si no tuviera ya otras cosas de las que preocuparme.
27
VEGA
DOCE DÍAS.
Doce malditos días y ni una sola palabra de Adrian. No es que estuviera en la
Academia en absoluto. 222
El hombre desapareció el día que encontramos el segundo cadáver, y no fui lo
bastante valiente para preguntarles a Dante o a Jax adónde había ido. Pero no estaba
aquí, y deseé con todo mi ser que no me importara. Que no me molestara que tuviera
una reacción tan visceral a que me hicieran daño, sólo para desaparecer por
completo, dejándome atrás.
Pero ya debería haberme acostumbrado.
La gente se iba, me gustara o no. Precisamente por eso nunca me permití
empezar a sentir, a soñar con todas las posibilidades, a comportarme como una chica
enamorada sólo porque alguien me había mostrado un ápice de atención. Pero estaba
hambrienta de ella, desesperada por sentir tan solo un poco de felicidad, por muy
tóxica que fuera. Escondía todas esas partes de mí, fingiendo ser una adulta
equilibrada, lista para enfrentarse al mundo, pero en realidad seguía siendo la niña a
la que encerraron y cuya madre murió tres años después, dejándome sola en este
mundo grande y malo.
Seguía siendo sólo una chica cuya mejor amiga desapareció, que nunca tuvo a
nadie a quien pudiera llamar suyo.
Reconocí las señales en cuanto entré en el despacho del decano Jansen,
pensando constantemente en Adrian y en su reacción. Ignoré por completo el hecho
de que no estaba aquí para enamorarme de un hombre, sobre todo de uno que era
mi objetivo, y empecé a pensar demasiado y a diseccionar todo lo que decía y todo
lo que hacía.
Sólo para que me dejaran atrás.
Otra vez.
Debería haberlo sabido. Dios, debería haber sido más lista, pero casi dos
semanas después de su desaparición, seguía dándole vueltas a los acontecimientos
de aquel día, y no tenía ni idea de qué hacer para borrarlo de mi mente.
Racionalmente sabía que era bueno que no estuviera aquí.
Nadábamos en aguas peligrosas, y no me cabía duda de que no me miraría
igual si supiera la verdad. Ni siquiera estaba segura de que me gustara, en realidad
no, pero cuando la oscuridad era lo único que conocías, hasta los más pequeños
destellos de luz tenían tendencia a arrastrarte y encerrarte en una nueva jaula.
Y preocuparse por otra persona era una jaula. Una dorada, pero jaula al fin y al
cabo.
Jax se hizo cargo de las clases de Adrian y, aunque casi siempre era muy
reservado, no pasaba por alto las miradas que me lanzaba ni la cara de preocupación
que ponía cada vez que chocábamos los ojos. Tampoco pasaba por alto la forma en
que seguía a Yolanda por la clase como un cachorro perdido, mientras mi amiga era
completamente ajena al hecho.
223
Dante se convirtió en mi sombra y, tras hablar con Andries y explicarle que no
tenía ni idea de lo que estaba pasando, decidieron que lo mejor sería que no me
quedara sola en ningún momento.
Pero empezaba a cansarme que el enorme hombre me siguiera de mi edificio
a las clases, e incluso Yolanda se dio cuenta de que no era la misma de siempre. No
podía decirle exactamente que sentía como si mi corazón se rompiera lentamente,
porque Dante no era a quien quería ver. No podía decirle que, por mucho que
apreciara el hecho de que el personal de la Academia tomara todas las precauciones
para asegurarse de que todo el mundo estuviera a salvo, seguía sintiendo como si
alguien me estuviera vigilando, esperando, acechando en las sombras, y no me
gustaba sentirme como un animal en el zoo, con cada persona vigilando cada uno de
mis pasos.
Pusieron la Academia patas arriba, revisando todo, desde los registros hasta
los túneles de debajo, donde La Hermandad celebraba sus pequeñas reuniones, pero
no habían encontrado nada. Y no tenía ni idea de si eso me hacía sentir más segura o
más preocupada, porque quienquiera que hubiera causado este alboroto estaba aquí,
en alguna parte, y aún teníamos que encontrarlo.
Un profundo cansancio se había ido filtrando poco a poco en mi interior,
haciendo que cada día fuera más difícil de sobrellevar. Alena me llamó varias veces,
pero yo no estaba de humor para hablar con ella, ni siquiera para fingir que tenía algo
que contarle. Seguía revisando los archivos que me habían dado, pero nada de lo que
podía leer allí resolvería el misterio que tenía en la cabeza, que era esa inexplicable
atracción que sentía hacia Adrian.
Era algo más que su atractivo o el hecho de que con una mirada sintiera un calor
abrasador en la piel. Sabía lo que se sentía cuando una persona simplemente te atraía
a nivel físico, cuando querías rascarte un picor. Pero esto era más que eso, y cada día
que pasaba sin él aquí, sentía que la oscuridad se filtraba más en mi interior,
diciéndome que no era lo bastante buena ni siquiera para alguien como Adrian Zylla.
Luego estaba la otra cuestión en la que no quería pensar.
La Hermandad.
Dante y Jax mantuvieron la información al mínimo y yo no tenía demasiadas
ganas de hablar constantemente de ello. ¿Qué sentido tenía cuando había alguien en
la Academia intentando llegar hasta mí? La Hermandad podía esperar.
Por ahora.
Salí del edificio principal, abotonándome el abrigo, y vi a Dante ya delante,
apoyado contra la pared como si todo este arreglo no le molestara. Dudaba que
quisiera esto, considerando que probablemente tenía otras diez cosas que preferiría
estar haciendo. 224
Pero seguía viniendo, todos los días, y me gustaba pensar que nos estábamos
haciendo algo amigos. Hablaba de Italia y yo le escuchaba, diciéndole que tendría
que visitarla.
Sólo había estado una vez en Roma, y ese viaje fue uno que preferiría olvidar,
teniendo en cuenta que casi me costó la vida.
—¿Lista para irnos? —preguntó Dante al verme, frunciendo el ceño cuando me
acerqué—. Te ves como la mierda, Vega.
—Bueno, buenas noches para ti también, solecito —me reí entre dientes,
acortando la distancia que nos separaba—. Parece que acabas de salir de una revista
súper elegante, pero no todos podemos estar guapos todo el tiempo.
—Déjate de tonterías, V —murmuró, inclinándose más cerca, inspeccionando
mi cara—. Tienes ojeras. ¿Estás durmiendo? —Apenas, pero no quería admitirlo.
Mi mente no quería callarse. Estaba cansada —más que cansada—, pero en
cuanto mi cabeza tocó la almohada fue como si todo lo que me atormentaba se
abalanzara sobre mí, y los escenarios imaginarios empezaron a reproducirse,
manteniéndome despierta durante la mayor parte de la noche. El miedo no era
exactamente una emoción que utilizaría para describir lo que esta entidad
desconocida estaba despertando en mí.
Rabia, más bien. Pura furia, pero la furia que sentía no sólo iba dirigida a ese
monstruo sin rostro del que intentaban protegerme. Estaba dirigida a Adrian y
también a mí misma.
Deja que me enamore del primer hombre que vi en el tren, convirtiéndome en
una idiota descerebrada, solo porque tenía más daños que la gente normal.
—A veces, cuando parpadeo, finjo que estoy dormida. —Me reí, pero sonó
hueco incluso para mis propios oídos, y Dante no estaba precisamente contento.
—Sabes que vamos a atrapar a este maníaco, ¿verdad? —Estaba tan
convencido, tan confiado, pero yo no. Si el maníaco no quería que lo atraparan,
probablemente permanecería escondido—. No tienes que tener miedo.
—No tengo miedo —resoplé y empecé a caminar hacia mi edificio. Tardó un
segundo en alcanzarme, con sus largas piernas y sus pasos rápidos—. Estoy furiosa.
Estoy absolutamente furiosa con toda esta situación. Sé cómo defenderme, maldita
sea. Sé cómo derribar a hombres que me doblan en tamaño, y aun así estamos
atrapados juntos porque ustedes piensan que necesito que me protejan.
—Vega. —Inhaló bruscamente—. No se trata de que no sepas protegerte. Esas
chicas también sabían luchar, pero esta persona es inteligente. Recuerda cómo
ambas desaparecieron y ninguno de sus amigos supo adónde fueron. No queremos
225
que eso te pase a ti. Ahora eres parte de La Hermandad y protegemos lo que es
nuestro.
Aquella simple afirmación no debería haberme provocado escalofríos por todo
el cuerpo, mientras unas garras invisibles se cerraban en torno a mi corazón,
dirigiéndose lentamente hacia mi garganta, empujando las lágrimas no derramadas
hacia mis ojos. No debería haber significado tanto como lo hizo, porque yo no iba a
ser parte de la Hermandad, no por mucho tiempo.
Cuanto más hablaba con Dante, menos convencida estaba de que debía
empezar mi relación con ellos basándome en una mentira. Quería que supieran quién
era y de dónde venía, pero no podía decirles exactamente que era su enemigo.
A Dante se le escapó varias veces en los últimos días lo mucho que odiaban a
El Schatten, y que todos y cada uno de los agentes que trabajaban para ellos no eran
más que monstruos sin alma, dispuestos a hacer lo que fuera, porque les habían
lavado el cerebro. Y no se equivocaba ni un poco, pero aun así me dolía caer en el
mismo saco.
Yo sería el monstruo desalmado a sus ojos, y aunque no tenía ni idea de qué
clase de enemistad tenían con los Schatten, era obvio que no había empezado por
algo sencillo. Conociendo a Heinrich, probablemente se las arregló para joder a una
de sus familias, o incluso a todas.
No sabía lo suficiente sobre la historia de este mundo del que formaba parte,
pero cuanto más aprendía durante la clase de historia, menos convencida estaba de
querer continuar esta farsa por Heinrich. Quería sincerarme y decirles la verdad.
Quería advertirle a Adrian que Heinrich estaba planeando algo, y plantarme aquí era
sólo el primer paso.
No tenía miedo del monstruo sin rostro que rondaba estos terrenos, pero me
aterrorizaba la reacción de Adrian cuando se lo contara.
—Sé que es mucho para asimilar —continuó hablando Dante mientras yo
permanecía callada, caminando a mi lado—. Pero La Hermandad es algo más que un
ejército, Vega. No la creamos por capricho. Queremos darle a la gente una familia,
un lugar donde puedan sentirse seguros. No estamos creando exactamente un club
dirigido por Mary Poppins, pero en el mar de todos estos otros monstruos, podríamos
ser los mejores. Y créeme, crecí rodeado de monstruos. —Lo miré, escuchando la
emoción en su voz—. Y no se lo desearía a nadie.
—Lo sé —murmuré, comprendiendo qué era lo que intentaban hacer. Dante
me explicó hace apenas dos días que había que derrocar a sus padres. Llevaban
demasiado tiempo en el trono, destruyéndolo todo, volviéndose demasiado
codiciosos, y querían que desaparecieran. 226
Lo más gracioso era que yo quería participar. Quería ayudarles a acabar con
esos hombres que sólo se preocupaban por sí mismos, y no por los inocentes a los
que apuntaban.
Ninguno de nosotros era un santo, pero teníamos suficiente corazón para ver
que atacar a familias enteras estaba mal. Estaba más que mal, y yo quería detenerlo.
—Sé que lo sabes —se rió entre dientes, rodeándome los hombros con un
brazo—. Y sé que estás enojada. Todos lo estamos. —Tragué saliva mientras
seguíamos caminando, viendo mi edificio no muy lejos de nosotros—. Y quiero que
uses esa rabia y la dirijas al idiota que pensó que sería buena idea atacarte. Necesito
que entrenes como nunca lo has hecho antes, para ser la mejor que existe. Y quiero
que entres ahora —murmuró mientras nos acercábamos a la entrada—. Y vete a
dormir. Estás hecha una mierda y me preocupa que te desplomes un día de estos.
Lo miré, sabiendo que mis ojos brillaban de lágrimas, pero no me importó.
Los Schatten nunca me habían hecho sentir tan protegida, tan cuidada. Dante
era casi como el hermano que nunca tuve, y no quería dejarlo escapar. No quería ni
pensar lo que pasaría en un futuro próximo, cuando tuviera que confesar o dejarlos
atrás.
En lugar de decir nada, rodeé su cintura con los brazos y hundí la cara en su
abrigo, ocultando mis verdaderas emociones a sus ojos inquisitivos. Dante gruñó,
pero en lugar de apartarme, me envolvió en un fuerte abrazo, murmurando palabras
tranquilizadoras que yo no podía oír del todo, pero mi alma sí.
Las grietas que nunca se habían llenado empezaron a rellenarse con cada
nueva palabra que pronunciaba, frotándome la espalda, diciéndome que todo iría
bien. Si supiera qué clase de monstruo tenía en sus brazos, no estaría aquí conmigo.
Habría estado al otro lado, apuntándome con su arma, y después de estas dos
semanas en la Academia, me sentí culpable por primera vez en mi vida.
—Gracias, Dante —murmuré—. Creo que lo necesitaba.
—Cuando quieras, bella. Cuando quieras. —Dio un paso atrás, acariciándome
la cabeza como un niño pequeño, mientras yo mantenía los ojos en el suelo, tratando
de encontrar la manera de salir de este lío—. Vamos, entra. Jax revisó tu cuarto antes
y todo se veía bien.
Hice una mueca de dolor al oír eso, esa culpa que se amontonaba y
amontonaba, porque les estaba quitando un tiempo precioso a esos hombres. No
éramos una familia, pero si tuviera la oportunidad no me lo pensaría dos veces. Los
abrazaría de todo corazón, sin hacerles ni una sola pregunta. Pero tal como sería, no
podía permitir que eso sucediera.
Al menos todavía no.
227
—Te veré mañana por la mañana, ¿de acuerdo? —murmuré, caminando de
espaldas hacia el edificio—. ¿A las siete?
—Sí. —Sonrió, metiendo las manos en los bolsillos de su abrigo—. Estaré aquí.
¡Duerme un poco! —gritó mientras ponía más y más distancia entre nosotros, y en
poco tiempo, estaba en la misma entrada, sintiendo los ojos de Dante en mi espalda,
agradecida de tener a alguien con quien hablar hoy, aunque solo fuera para
distraerme de todos los problemas.
Rara vez me quedaba en la zona común, y aunque todos los que estaban
sentados a mi alrededor tenían los ojos clavados en mí, yo no me quedaba,
prefiriendo la comodidad de mi cama en lugar de sentarme e intentar entablar
conversaciones triviales, cuando todos sabíamos que no me querían aquí. No es que
hiciera ningún esfuerzo por hacer nuevos amigos, pero a veces deseaba ser más
como ellos, libre para mezclarme y libre para existir.
Pero no era como ellos, y pensar así sólo me traería muchos disgustos. No
necesitaba que se me acumulara más mierda en el cerebro, porque lo que quería era
dormir.
Yolanda había dejado Ambien en mi habitación, o al menos eso dijo cuando me
encontré con ella durante el almuerzo, porque era la única que sabía que no podía
dormir. También era la única en quien confiaba lo suficiente con las llaves de mi
habitación, y cuando la vi durante el almuerzo, recuperando mis llaves, no tuvo que
decir nada para que reconociera esa mirada en su rostro. Yolanda no intentaba
ocultar lo disgustada que estaba porque me veía hecha una mierda por la falta de
sueño, pero al menos no empezó a reñirme de nuevo, diciéndome que necesitaba
descansar o que me derrumbaría uno de estos días. Me juró que me ayudaría, y yo
esperaba que así fuera. No podía seguir así, perezosa, apenas capaz de caminar
porque no dormía lo suficiente.
Nunca había tenido problemas con ello, pero ahora era como si todas las luces
de mi cabeza estuvieran encendidas, haciendo imposible apagar mi mente durante
más de una o dos horas.
Trasteando con las llaves en el bolsillo, exhalé lentamente mientras abría la
puerta, aliviada por no tener que asistir a ninguna de las clases nocturnas de hoy.
Francamente, estaba bastante segura de que, aunque tuviéramos algo, no habría sido
capaz de prestar atención, lo cual era una pena, porque en realidad me gustaban las
clases de aquí.
Saqué mi teléfono mientras mi mano se posaba en el interruptor de la luz junto
a la puerta, sólo para saltar en el sitio cuando lo vi.
228
—¿Qué coño estás haciendo aquí?
Adrian estaba sentado en el borde de mi cama, encorvado, con peor aspecto
que nunca. Las ojeras le oscurecían mucho más los ojos, mientras que en la mandíbula
se le perfilaba una barba oscura, desaliñada y muy poco propia de él. Tenía el pelo
revuelto y no pude evitar darme cuenta de que parecía absolutamente destrozado
mientras estaba allí sentado, mirándome con resignación en los ojos.
Sus labios se entreabrieron, sus fosas nasales se dilataron y algo parecido al
alivio inundó sus facciones, como si se alegrara de verme.
—Adrian, te hice una pregunta —dije mientras me quitaba el abrigo, dejándolo
caer al suelo—. ¿Qué estás haciendo en mi habitación?
Me dolía verlo así, aparentemente derrotado, casi diezmado, pero estaba tan
enfadada. Tan jodidamente enfadada y dolida de que desapareciera así.
—Lo intenté, Bambi —carraspeó, su voz parecía más grave que antes, como si
no la hubiera usado lo suficiente—. Intenté alejarme. Intenté abandonar este lugar. —
Se levantó despacio y caminó hacia mí—. Intenté borrar tu sabor de mis labios. Intenté
olvidar la expresión de tu cara mientras te corrías. —Su dedo rodeó mi mechón
blanco de pelo, haciéndolo girar—. Intenté olvidar tu olor, volviéndome loco durante
los últimos días, porque sólo podía pensar en ti. Todo lo que puedo ver eres tú, Bambi.
Todo lo que puedo sentir eres tú. Toma. —Se llevó la mano al pecho, destrozándome
con el fuego que ardía en sus ojos—. Te colaste, Bambi, y no sé cómo borrar tus
recuerdos de mi torrente sanguíneo.
Se me cortó la respiración cuando sus largos dedos rodearon los míos,
atrayéndome hacia él. Yo era como una marioneta —suya para sostenerla, suya para
manipularla— y él se envolvía a mi alrededor como si eso fuera todo lo que
necesitaba.
—Pensé que dejar este lugar me mostraría lo idiota que es sentirme así. Tan
necesitado, tan desquiciado cuando se trata de ti.
—Ni siquiera nos conocemos —susurré mientras arrastraba la mano por mi
pelo, con la mejilla apretada contra la mía.
—Lo sé —murmuró.
—Me odias.
—No lo hago —negó—. Odio la forma en que me haces sentir. Como si fuera a
morir si no te abrazo, aunque sea por un día. Como si se fuera a acabar el mundo si
no me miras y me tomas el pelo y me mandas a la mierda. —Me reí de eso—. No te
odio, pero ojalá lo hiciera. Y sé que tú tampoco me odias.
—Yo… —Quería negarlo. Quería decirle que cada parte de mí odiaba cada
parte de él, pero no podía. 229
Estaba cansada de todas las mentiras, de todos los engaños, de todos los juegos
que había estado jugando. Estaba tan jodidamente cansada de todo lo que había
hecho y de todo lo que seguía haciendo, y lo único que quería era hundirme en la
cama y que él me abrazara al menos una noche. Una simple noche en la que pudiera
fingir que no era Vega Konstantinova y que él no era Adrian Zylla.
—Está bien —murmuró, tirando de mí lentamente hacia la cama—. No necesito
tus palabras para ver la verdad, Vega. Sólo quiero abrazarte esta noche.
Se tumbó en la cama y yo le seguí, subiéndome a su regazo con las piernas a
los lados y los brazos rodeándole por el medio. Adrian seguía pasándome la mano
por el pelo, jugando con él, murmurando suavemente, y antes de que pudiera
reconocer las señales, se me cerraron los ojos, el cansancio de los dos últimos días
me estaba venciendo.
—No podía dormir sin ti, nena —gruñó—. No podía dormir, maldita sea, y sabía
que tenía que volver contigo.
—Yo tampoco podía dormir —admití justo cuando cayó sobre su espalda,
acercándonos a la cabecera. Las botas se me resbalaron de los pies, pero no pude
abrir los ojos para ver qué pasaba. Me bajó la cremallera de los pantalones, me
desabrochó el botón y, mientras me maniobraba sobre la cama, dejé que me quitara
también los pantalones. Acabaron en algún lugar de la habitación con un suave ruido
sordo y, al poco rato, estaba envuelto a mi alrededor, aferrado a mí, mostrándome sin
palabras lo que necesitaba.
Me di la vuelta, apretando mis manos contra su pecho, y rápidamente me di
cuenta de que estaba sin camiseta. Al asomarme, vi que su ropa también había
desaparecido y que lo único que llevaba puesto eran unos calzoncillos bóxer que lo
mantenían alejado de mí. Levanté la cabeza y nuestros ojos chocaron, pero no había
en ellos el deseo habitual. No había urgencia en sus movimientos, y supe cuánto
necesitaba esto, porque yo sentía lo mismo.
Metí la pierna entre las suyas y le pasé el brazo por encima de la cintura. Me
encantó cómo me sujetaba para que mi cuerpo quedara pegado al suyo.
—Buenas noches, Adrian. —Bostecé, presionando mi mejilla contra sus
pectorales.
—Buenas noches, Bambi —murmuró, apretando sus labios contra la coronilla
de mi cabeza.
Mi mente se calmó al mismo tiempo que nuestra respiración se ralentizaba y,
en poco tiempo, la oscuridad se apoderó de mí y me sumió en un sueño sin sueños.

230
28
VEGA
SABÍA QUE ESTABA sola incluso antes de abrir los ojos, y luché contra la decepción
que me invadía poco a poco, empujando pensamientos indeseados a mi mente. Pero
no podía quedarme en la cama todo el día, por mucho que lo deseara, y en lugar de
revolcarme en la autocompasión y odiarme por haber sucumbido una vez más a 231
Adrian y sus caprichos, me levanté, frotándome la somnolencia de los ojos antes de
echar un vistazo a mi habitación.
Mi abrigo ya no estaba en el suelo, sino en la silla del rincón, y al mirarme, me
di cuenta de que seguía con la misma camisa de ayer, sin pantalones.
Todo parecía un sueño, tenerlo aquí anoche, y una parte de mí pensaba que me
lo había imaginado. Pasé días pensando en él y tratando de descifrar mis propios
sentimientos, fingiendo que su ausencia no me dolía tanto como me dolía. Pero si algo
había aprendido anoche era que tendría que decirle la verdad o largarme de aquí.
No había otra opción.
Me dijo que me había colado en su torrente sanguíneo, pero fue él quien
destruyó todos los muros que yo había levantado, abriéndose paso sin hacer
preguntas, y no tenía ni idea de si sobreviviría a que me rechazara después de
descubrir quién era en realidad.
Intentaba ver todo esto desde un punto de vista racional, pero no había nada
racional en lo que sentía. No había nada racional en este insano tirón que sentía, e
incluso tan enfadada y dolida como estaba, me aferré a él anoche, demasiado cansada
para discutir y demasiado cansada para hablar de nada, pensando que hablaríamos
hoy, que él estaría aquí en cuanto me despertara.
Pero se había ido.
Me volví hacia la derecha y el corazón empezó a martillearme en el pecho,
magullándome las costillas, cuando mis ojos se posaron en el trozo de papel doblado
con mi nombre. Mis manos temblorosas agarraron el papel, abriéndolo, mientras mis
ojos parpadeaban sobre las palabras escritas en tinta negra, tratando de calibrar su
estado de ánimo a partir de lo que estaba escrito.

Encuéntrame en la cabaña después de clases. Tenemos que hablar.


-A
Por mucho que quisiera creer que repetiría las palabras que había dicho
anoche, no podía aferrarme a eso. No podía porque inevitablemente me haría daño
si él tenía otra cosa en mente. Por lo que sabía, podía querer hablarme de la
Hermandad y no de lo que estaba pasando entre nosotros, pero fuera lo que fuera de
lo que quisiera hablar, tendría que contarle mi pasado y mi vida.
Necesitaría destrozarme si de verdad quería salir del Schatten, y tal vez, sólo
tal vez, él lo entendería. Tal vez él entendería por qué necesitaba mentir y tal vez sería
capaz de protegerme.
Doblando el trozo de papel y dejándolo donde estaba, me levanté y me dirigí
directamente al baño, aseándome y luego vistiéndome. Todavía tenía que pasar un
día entero de clases antes de reunirme con él, y necesitaba pensar.
232
Necesitaba encontrar la manera de decirle la verdad.

NO PUDE CONCENTRARME EN todo el día. Clase tras clase me sentía inútil, distraída,
pensando en Adrian, en la noche anterior, en mi vida y en adónde quería ir, qué
quería hacer. No podía seguir viviendo con el miedo constante al Schatten, y sabía,
sin lugar a duda, que Heinrich nunca me dejaría ir.
Sus promesas no significaban nada y no podía permitirme seguir viviendo
como una sombra. No quería hacerlo.
Quería ser libre, caminar por la calle y conocer a la gente en las cafeterías,
panaderías, restaurantes... Quería tener amigos, alguien con quien volver a casa.
Quizá era demasiado joven para pensar así, pero después de tantos años
viviendo como los Schatten querían que viviera, no podía continuar así. No quería
convertirme en Alena y no quería ayudar a Heinrich mientras hacía daño a culpables
e inocentes.
Ni siquiera el paseo con Dante de esta mañana había ayudado, y si se dio cuenta
de que estaba distraída, no dijo nada. Me alegraba de no tener ninguna de las
agotadoras clases de hoy, sabía que no serviría para ninguna de ellas. Pero cuanto
más nos acercábamos a mi última clase, peor me sentía, y unos nervios que nunca
había experimentado en mi vida hacían estragos en todo mi cuerpo.
Así que en lugar de ir por la puerta principal para reunirme con Dante antes de
dirigirme a la cabaña de Adrian, me escabullí por la puerta lateral, porque necesitaba
pensar. Esta noche podría hacer o deshacer mi futuro, y si no tenía cuidado, si no lo
pensaba bien, entonces no habría futuro que esperar.
Puede que Adrian se preocupara por mí a su manera, pero ¿se preocupaba lo
suficiente como para ayudarme? ¿Le importaba lo suficiente como para no matarme
en el acto porque yo era una traidora?
Pasé el edificio de administración a toda prisa, preocupada de que Jax o
Andries me vieran sin Dante, y cuando por fin entré en la pequeña parcela de bosque
que se encontraba justo en el límite de la propiedad, extendiéndose hacia la montaña
de arriba, por fin pude respirar adecuadamente.
Los búhos cantaban por la noche, sus voces se mezclaban con el sonido del
viento que azotaba la montaña, y por mucho que me hubiera quejado del tiempo que
hacía aquí, empezaba a acostumbrarme. No podía decir que fuera agradable, pero
no era tan malo como antes. La nieve se derretía en los terrenos de la Academia, pero
233
si miraba hacia arriba, podía ver la gruesa capa de blanco en la montaña,
brillantemente blanca, y en lugar de odiarla, quería explorar esas partes.
Recordé el camino que podía llevarnos más arriba en la montaña y me
pregunté si Yolanda conocería el camino.
Pero pensar en la montaña no iba a resolver mi dilema, ni me iba a ayudar a
poner en palabras la verdad que necesitaba decirle a Adrian. También sabía que no
tenía mucho tiempo antes de que dieran la alarma. Dante pronto se daría cuenta de
que ya no estaba en el edificio principal, y como tampoco me encontraría en mi
habitación, tenía quizá media hora antes de que un grupo de búsqueda se extendiera
por el campus.
Así que, en lugar de vagar sin rumbo, me volví en dirección a la cabaña de
Adrian y empecé a caminar despacio, enumerando los pros y los contras en mi
cabeza, envolviéndome con los brazos cuando el viento empezó a soplar más rápido,
esperando que esto no me provocara una pulmonía sólo porque quería pensar.
Casi podía ver la cabaña de Adrian a lo lejos, o al menos las luces que tenía
encendidas fuera, cuando lo oí. El inconfundible sonido de pasos, el crujido en el
suelo, y había más de un par.
Miré al cielo, a través de las desnudas copas de los árboles, viendo las nubes
que ocultaban la luna, y maldije para mis adentros, sabiendo que no tenía armas para
defenderme. Hoy estaba demasiado distraída cuando salí de mi habitación, con la
mente en las jodidas nubes. Si mis antiguos instructores pudieran verme, no estarían
contentos, porque olvidé la primera regla: estar siempre protegido.
Mi corazón rugió, el instinto de lucha o huida despertó en mi interior, pero
seguí caminando despacio, escuchando atentamente los sonidos a mi alrededor. Mi
cuchillo no estaba conmigo y me maldije por habérmelo dejado hoy. Normalmente
no lo necesitaba, pero debería haberlo llevado conmigo. Debería haberlo traído.
Los pasos se acercaban, los susurros en el viento se hacían más pronunciados.
—¿Quién está ahí? —grité, dándome la vuelta, intentando ver en la oscuridad, pero
no había nada. Mis ojos se concentraron en el tronco de un árbol situado a un par de
metros de mí, creyendo haber visto movimiento, cuando un dolor sin igual me
recorrió la espalda y alguien me golpeó con algo, haciéndome caer al suelo.
Cerré los ojos, intentando luchar contra el dolor, intentando levantarme, pero
justo cuando empezaba a alzarme de rodillas, una patada me llegó al estómago,
haciéndome gruñir de dolor.
—¡Perra! —chilló una voz femenina mientras seguían llegando los puñetazos.
Mi espalda, mi vientre, mis piernas, todo era un blanco, y cuando rodé sobre mi
espalda vi a cuatro figuras con pasamontañas de pie sobre mí, sus rostros ocultos,
234
pero almacené el sonido de sus voces en la parte posterior de mi cabeza.
—¡No eres nada! —gritó una de las chicas justo cuando su pie golpeó el costado
de mi cuerpo.
—¡Maldita huérfana asquerosa! —tronó otra, y me cubrí la cabeza, esperando
que al menos evitaran ese lugar. Pero antes de que pudiera envolverme en posición
fetal, alguien me agarró del pelo, tirando de mí hacia arriba, y mientras dos personas
me sujetaban los brazos, la tercera empezó a golpearme con los puños, apuntándome
a la cara, al lado de la cabeza, al estómago, al pecho.
El dolor seguía brotando por todo mi cuerpo, la boca se me llenaba del sabor
cobrizo de la sangre, y supe, sólo supe, maldita sea, que no pararían.
Sus maldiciones y palabras soeces no me molestaban, pero el hecho de que
nunca llegaría a decirle la verdad a Adrian, de que nunca llegaría a advertirle sobre
Heinrich, eso era lo que me molestaba.
Y mientras me empujaban al suelo, ensangrentada e incapacitado, antes de que
la oscuridad se apoderara de mí, su nombre era lo último que tenía en mente.

ALGUIEN GRITABA.
Alguien estaba... Mis ojos se abrieron de golpe, mi garganta en carne viva por
los sonidos que brotaban de mí, y rápidamente me di cuenta de que era yo. Estaba
gritando.
—Shhh, pequeña. Tranquila. Estás bien —la voz de Adrian atravesó la niebla
de mi mente, y tardé un segundo en darme cuenta de que ya no estaba en el suelo,
sino en sus brazos. Apoyé la cabeza en su hombro, cerré los ojos e intenté ignorar el
dolor que sentía en todo el cuerpo, pero fue inútil—. Te pondrás bien —murmuró, con
la voz entrecortada.
No era ajena al dolor ni a este tipo de situaciones, pero nunca había sentido
nada igual. Mi cuerpo ardía, o al menos eso parecía. Me castañeteaban los dientes, el
aire frío del invierno me calaba hasta los huesos, y lo único que quería era dormir y
no despertar jamás.
Tal vez entonces el dolor desaparecería y me dejaría en paz.
—Duele —grazné mientras me cargaba.
—Ya casi llegamos, Bambi. Ya casi llegamos. Quédate conmigo, ¿de acuerdo? 235
Quédate conmigo. —Yo estaba con él. No tenía ni idea de qué estaba hablando, pero
necesité toda mi fuerza de voluntad para no cerrar los ojos y dejarme llevar.
—Dios, tiene un aspecto horrible —dijo alguien, y en algún lugar de mi mente
la voz se registró como amistosa, pero nada tenía sentido. La cabeza me palpitaba, mi
cuerpo estaba completamente destrozado y quienquiera que hablara probablemente
intentaba ayudar.
—Cállate, Jax —dijo alguien más, y lo reconocí. Dante. Mi amigo Dante. Él
también estaba aquí—. Cállate.
—Estoy bien —murmuré, o al menos eso creí, pero sonaba confuso, tenía el
labio inferior hinchado y no podía abrir los ojos—. Lo prometo. Pero incluso eso sonó
más como “lo pomto” y sabía que eso no era bueno. Eso no era bueno en absoluto.
—No hables, Bambi. Ahorra energía, ¿de acuerdo? Ahorra energía —murmuró
Adrian, sus pasos se volvieron apresurados y no tardé en saber que estábamos
entrando en su cabaña—. ¿Dónde coño está el médico? —rugió, haciéndome cerrar
los ojos de nuevo—. ¡Lo necesito aquí, ahora!
Arrastró los pies por el suelo mientras me tumbaba suavemente en su cama,
acunándome la cabeza como si fuera una niña. Volví a abrir los ojos, lo miré e intenté
sonreír, pero sabía que parecía más bien una mueca cuando una nueva oleada de
dolor me inundó, haciéndome gemir de nuevo.
—Viniste por mí —murmuré, tragándome los sonidos de angustia que
intentaban brotar de mí.
Las manos de Adrian se posaron en mis mejillas, tan suaves, tan cuidadosas, y
deseé tener más tiempo para decirle la verdad. Tenía que hacerlo esta noche, pero
sabía que no sería capaz.
—¿Quién te hizo esto, Bambi? —me preguntó, con una voz que apenas
superaba el murmullo, pero no pasé por alto la furia que desprendían sus palabras.
Tampoco la rabia pura que se arremolinaba en las fosas oscuras de sus ojos, mezclada
con la preocupación que rozaba sus rasgos—. ¿Puedes recordar? ¿Quién lo hizo?
¿Quién se atrevió a hacerte daño?
—No lo sé —murmuré—. Máscaras. —Tosí, sintiendo la sangre en la boca—.
Demasiado oscuras.
—Shhh, está bien —gruñó—. Hablaremos más tarde. Necesitas descansar.
Quédate conmigo, ¿sí? Tienes que quedarte conmigo.
Mi cerebro trabajaba como loco, intentando comprender todo lo que ocurría a
mi alrededor, y tardé un momento en darme cuenta de que no era yo la que temblaba,
sino Adrian. Sus manos temblaban mientras me acariciaba las mejillas y su pulgar
rozaba lentamente algo en mi piel, lo que me hizo estremecerme de nuevo. 236
—Lo siento, pequeña. Lo siento mucho. Pero estarás bien. Vas a estar bien. —
Repetía las mismas palabras, una y otra vez, sus labios presionando mi frente, mi
nariz, mientras sus manos nunca se apartaban de mis mejillas.
Abrí más los ojos, luchando contra la oscuridad que se filtraba lentamente por
los bordes de mi visión, y vi las lágrimas no derramadas en sus ojos. Vi el terror, el
miedo, la impotencia, la ira, todo mezclado, y casi todo dirigido hacia mí. Todo su
cuerpo temblaba mientras se sentaba a mi lado, y supe que me había equivocado
completamente con él.
—No me odias después de todo. —Abrió la boca para decir algo, pero ya no
pude mantener los ojos abiertos. El terror en su voz cuando gritó mi nombre me siguió
hasta el sueño, envolviéndome como una manta, destinada a protegerme.
Y entonces no pude oír nada más.
29
ADRIAN
ME ENTRENARON para ser soldado.
Insensible.
Frío. 237
Independiente.
Alejado de todas las emociones humanas que podrían destruirme.
Creía que tenía una buena vida. Pensaba que era un buen hijo, querido,
venerado, hasta que todo se vino abajo cuando destruí a la única persona que
realmente me quería: mi hermano. Mi necesidad de ser el mejor, de demostrar a todo
el mundo lo que podía hacer, de dejar de vivir a su sombra, acabó por destruir a la
mejor jodida persona que conocía, y todo fue culpa mía.
No tenía ni idea de lo humano que era hasta que desapareció, hasta que mi
padre hizo como si nunca hubiera existido.
Pero pensé que nunca volvería a sentir esa clase de dolor, esa clase de
devastación, hasta que recibí una llamada de Dante, que me dijo que Vega nunca
había salido del edificio principal y que no estaba en su habitación. Me dije que
probablemente estaba caminando hacia aquí, viniendo hacia mí como le pedí, o
bueno, le dije, pero cuando vi su cuerpo sin vida cubierto de hojas, sangrando en ese
suelo frío e implacable, perdí la razón.
Siempre me reía cuando la gente hablaba de que se les había roto el corazón y
sentían que empezaba a desangrarse, hasta que caí de rodillas, intentando
despertarla. Intentando ver si aún respiraba.
Y entonces supe que quemaría el mundo por esta chica, lo quisiera ella o no.
Ella era mía ahora, y no iba a dejarla ir.
Pensé que podía huir de los sentimientos que ella había despertado en mí.
Pensé que podría borrarla de mi mente y volver a ser lo que solía ser. Sólo un hombre
hueco, navegando por la vida sin un ancla real.
Vega Konstantinova era mi ancla, mi realidad, mi futuro, y fui un tonto al pensar
que desaparecería de mi mente si ponía suficiente distancia entre nosotros.
Volver a casa fue un error, pero necesitaba ver a mi padre. Necesitaba dar la
cara, hacerle creer que seguía siendo el mismo hijo que había criado, aunque lo único
que deseaba era matarlo allí mismo. Lo que no esperaba era la carpeta manila que
me entregó llena de información sobre la chica con la que estaba obsesionado,
diciéndome que tenía que marcharse.
Vega Konstantinova era una agente del Schatten, y no tenía ni idea de si quería
gritar o reír, porque siempre había tenido razón. Lo que me sorprendió fue el hecho
de que mi primer pensamiento no fuera que necesitaba erradicarla y salvarme.
Era que necesitaba salvarla de ellos.
La había estado vigilando, y Dante y Jax también, y para ser alguien que 238
supuestamente había sido enviada para destruirme, ni siquiera intentó nada. Fue a
sus clases y luego volvió a su habitación, ignorando a todos y a todo, excepto a su
amiga Yolanda.
Mi padre me observaba, y yo sabía que buscaba cualquier tipo de desliz,
cualquier cosa que traicionara mis emociones. Pero mientras revisaba su expediente,
encontré otro dato que me dio sin saberlo.
Vega no era sólo un agente del Schatten. Era la hermana perdida de Arseniy.
Era la chica que había estado buscando los últimos dos años, y pensar que el destino
jugaría de esta manera y me la enviaría a mí era extraño, pero no iba a darle
demasiadas vueltas.
Si Arseniy le gustaba o no, Vega era mía. Vega -Azra- como malditamente se
llamara en realidad.
Era mía.
Quería alejarme durante un mes entero, arreglar mi mente, encontrar una
forma de existir sin necesitarla, pero todo eso se disipó en el aire cuando Dante me
llamó, informándome de que Andries había recibido una nota similar a las que ya
encontramos con las chicas muertas, diciendo claramente que Vega pertenecía al
maníaco.
Ya sabía por qué mi padre me había metido su expediente delante de las
narices. Andries le daba información, y yo no era precisamente sutil con ella. Pero me
había cansado de esconder a la gente que amaba porque mi padre los usaría en mi
contra.
Pensó que ahora tenía ventaja, sin saber que se avecinaba una tormenta.
Quería hablar con ella, preguntarle por el Schatten, contarle la verdad sobre
Arseniy y todo lo demás, pero en lugar de eso, estaba tumbada en mi cama, casi
inconsciente, sólo se había despertado un puñado de veces en los últimos dos días, y
yo no podía hacer nada para borrar su dolor.
Dante y Jax tuvieron que apartarme de ella cuando llegó el médico,
sujetándome mientras ella seguía gimoteando incluso inconscientemente, mientras el
Dr. Jericó la conectaba a una vía y la revisaba. Le inyectó analgésicos y me dijo que
no tenía nada roto, pero que estaba muy magullada.
Su estómago estaba negro y azul, su espalda aún peor, y una vez que
encontrara a los cabrones que se atrevieron a hacerle algo así, habría un infierno que
pagar.
Mi teléfono empezó a sonar sobre la mesa, e incluso sin mirarlo supe quién era.
Mi padre llamaba para comprobar si el trabajo estaba hecho, y yo no estaba de humor
para hablar con él y fingir que todo iba bien. Había pensado que había sido él quien
había ordenado este golpe, pero por mucho que quisiera culparlo, lo conocía mejor
239
que eso, y sabía que operaba de otra manera.
Quería darme una lección. Quería que destruyera lo único bueno que me había
pasado en la vida, y yo no iba a hacerlo.
Otra vez no.
En lugar de contestar, me levanté de mi sitio permanente en la cama, justo a su
lado, y me dirigí hacia la mesa, apagándolo. Tenía varias llamadas perdidas y un par
de mensajes suyos, pero no quería perder el tiempo pensando en él. Ese hombre no
merecía mi tiempo y yo tenía cosas más importantes de las que ocuparme.
Pensé que tendríamos más tiempo para poner en marcha La Hermandad, pero
con Vega aquí y la amenaza sobre su vida, sabía que tenía que actuar rápido. Sin duda,
mi padre enviaría a sus matones para intentar llevarme a casa, pero la Academia ya
no le pertenecía. Ahora era mía, y Andries pronto se daría cuenta de eso también.
—Adrian. —La voz áspera de Vega me hizo girar tan rápido que casi me da un
latigazo.
Tenía mejor aspecto que hace dos días, pero los moratones de su cara me
recordaban que había estado a punto de perderla, que podía haber muerto de frío o
que podían haberla matado antes de que yo fuera capaz de decirle lo que sentía de
verdad. Esperaba que ya lo supiera, que ella también pudiera sentirlo, pero mi niña
necesitaba oírlo de mí.
—Hola, Bambi —murmuré, caminando hacia ella—. ¿Tienes sed? —Asintió
despacio, con el pelo oscuro revoloteándole alrededor de la cabeza.
Le llevé un vaso de agua y se lo acerqué a la boca cuando su mano se movió
alrededor de la mía y me lo quitó. —Gracias —murmuró, con los ojos brillantes, antes
de que frunciera el ceño y supe que estaba sufriendo más de lo que parecía.
Su garganta trabajó mientras tragaba el agua, mientras sus ojos permanecían
clavados en mí. Le quité el vaso en cuanto terminó y lo dejé sobre la mesilla, antes de
sentarme a su lado y agarrarle la mano. Le acaricié la mano con el pulgar, un consuelo
más para mí que para ella, porque no quería agobiarla.
—¿Cómo te sientes?
—¿Como si estuviera a punto de morir? —Ella rió suavemente, tratando de
aligerar la situación, pero yo no lo tenía. Los pensamientos oscuros se arremolinaban
en mi mente con el recuerdo de ella tendida allí, inmóvil, inconsciente, y en lugar de
reírme con ella, bajé la mirada a nuestras manos unidas, viendo el temblor en las
mías—. Adrian, oye —murmuró—. Estoy bien. Eh, mírame.
—Casi te mueres —mordí con más fuerza de la deseada, respirando hondo
para calmarme antes de cerrar los ojos—. Casi te me mueres, Bambi —susurré, 240
abriendo los ojos para mirarla. Las emociones se agolparon en sus ojos felinos, pero
no dijo ni una palabra—. Cuando te vi allí.... —Me estremecí, acercándome más a
ella—. Cuando te vi allí, pensé... pensé...
—Oye. —Su mano temblorosa ahuecó mi mejilla, haciéndome mirarla—. Lo
siento. No quería asustarte. Demonios, no quería asustar a nadie. Sólo necesitaba dar
un paseo y pensar antes de venir aquí. —Ojalá sus palabras fueran capaces de calmar
el dolor arraigado en el centro de mi pecho, porque tal vez entonces podría empezar
a respirar correctamente, pero lo único que hicieron fue enviar una nueva oleada de
dolor sobre mi cuerpo, recordándome que podría haber llegado tarde.
Recordándome que casi pierdo lo que podría haber tenido.
Yo no era tonto. Sabía que teníamos un largo camino por delante, pero si el
destino me la hubiera arrebatado, no tenía ni idea de lo que habría hecho. Me
aterraba siquiera pensar en un desenlace diferente y, en lugar de seguir hablando,
me acerqué a ella y la atraje hacia mi regazo, calentándome el corazón con la pequeña
risita que brotó de ella.
—Hoy estás muy susceptible —murmuró, apoyando la cabeza en mi pecho
mientras la rodeaba con los brazos—. Casi me dan ganas de apartarte y decirte que
puedo arreglármelas sola —susurró, haciendo que me pusiera rígido—. Pero no voy
a hacer eso. No voy a fingir, hoy no. No tengo ni idea de por qué estoy aquí, en tu
cama, en tu cabina, Adrian, pero mentiría si dijera que querría estar en cualquier otro
sitio.
No tenía ni puta idea de lo que me estaban haciendo sus palabras. No tenía ni
idea de que, aunque hubiera intentado alejarse, si hubiera intentado volver a su
habitación, yo no se lo habría permitido. Verla así, oír sus gemidos dolorosos y sus
súplicas rotas, destruyó algo muy dentro de mí. Hizo añicos los últimos muros a los
que me aferraba, pensando que serían capaces de protegerme de este maremoto que
se dirigía en mi dirección.
Pero en lugar de luchar contra ello, dejé que me inundara. Dejé que me
consumiera, que me ahogara, y no sería capaz de volver a mi sombría existencia
después de esto. No sabría cómo.
—Estaba muy asustada —admitió, haciendo que mis brazos la rodearan con
fuerza, como si ellos solos pudieran quitarle el miedo que sintió cuando la atacaron—
. No recuerdo la última vez que tuve tanto miedo, pero... —se interrumpió—. En ese
momento me di cuenta de que aún tenía mucho por lo que vivir. Todavía tenía tantos
planes, tantos lugares que quería ver. Quería amar, ser amada, ser verdaderamente
feliz... —Se le quebró la voz, su cuerpo se estremeció en mi abrazo, y nunca conocí la
angustia como ahora, desgarrándome.
Mi caja torácica era demasiado pequeña para contener la emoción que se
241
propagaba en mi corazón, mis pulmones demasiado jodidamente dormidos para
contener el oxígeno que rebosaba en mi torrente sanguíneo. En lugar de luchar
contra ella, en lugar de dejarme llevar por el pánico, la acerqué aún más, con cuidado
de no presionar ninguna de sus heridas, y apoyé la frente en la parte superior de su
cabeza mientras su cuerpo se estremecía, los temblores, los sollozos, destruyéndola
tanto como me estaban destruyendo a mí.
—Me estás matando, Bambi —ronqué, con una voz desconocida para mí, pero
ella se estaba abriendo a mí. Me estaba mostrando las partes que guardaba bajo llave,
y me sentía honrado de que confiara en mí lo suficiente como para hacerlo—. Me estás
matando.
—Lo siento —balbuceó, escondiendo la cara en el pliegue de mi cuello, sus
lágrimas empapando la camiseta que llevaba—. Ni siquiera sé por qué te estoy
contando todo esto. No soy tan... tan débil.
—Oye —la amonesté, apretando los labios contra su hombro—. No eres débil.
Eres una de las personas más fuertes que conozco, Vega. —Y después de ver su
expediente y todas las cosas por las que había pasado, esa afirmación era más cierta
que nunca—. Me sorprendes, pequeña. —Me aparté porque necesitaba mirarla a la
cara. Necesitaba que lo entendiera.
No quería que habláramos del Schatten, ni de nuestras jodidas vidas, hoy no.
Aún necesitaba descansar y lo último que quería era hacerla sentir atrapada. No me
cabía duda de que intentaría luchar contra mí en cuanto le hablara de su expediente,
o en cuanto le contara su conexión con Arseniy. Y quería que ella estuviera lo
suficientemente fuerte para eso.
Quería que se sintiera segura conmigo, y nunca se sentiría segura si yo le
fallaba ahora.
Mantuvo la cabeza gacha, evitando mi mirada, pero yo no lo toleré. —Vega —
murmuré, poniendo un dedo bajo su barbilla y levantando su rostro para que se
encontrara con el mío. Sus ojos verdes y marrones brillaban, los moratones de su cara
sólo creaban un contraste con su ojo verde esmeralda. Nunca había conocido a nadie
con heterocromía, y me pregunté si era algo que había heredado de su madre,
porque Arseniy definitivamente no lo tenía—. Aquí estás a salvo, ¿de acuerdo? —Su
rostro se contrajo, sus lágrimas amenazando con derramarse de nuevo—. Sé que no
soy la persona más fácil de tratar. Sé que empezamos con mal pie y que mis palabras
te hirieron. Lo sé, y nunca sabrás cuánto siento haberte dicho todas esas cosas. Pero
eres mía, Bambi. Y eres tan jodidamente fuerte. Tan jodidamente poderosa.
Su rostro se torció y, como una avalancha, sus lágrimas se derramaron, rodando
por sus mejillas antes de que pudiera detenerlas. Se me encogió el corazón al ver su
dolor, pero necesitaba sacarlo. Necesitaba saber que no tenía por qué guardárselo 242
todo, escondiéndose de mí, porque yo siempre estaría aquí para atraparla, aunque
necesitara caer de vez en cuando.
Me incliné hacia ella, el deseo de secarle las lágrimas, de demostrarle que no
estaba sola, me volvía loco. Mis labios se apretaron contra sus mejillas, el sabor de
sus lágrimas saladas explotando en mi lengua, mientras sus ojos muy abiertos seguían
cada uno de mis movimientos, inmóviles, sin apenas respirar.
Le rodeé la nuca con la mano y le acaricié la garganta con el pulgar, con la
esperanza absoluta de que lo entendiera, aunque aún no pudiera decirlo en voz alta.
Había demasiadas cosas entre nosotros, pero quería que me viera.
Dios, quería que viera mi verdadero yo, no el monstruo que todos conocían.
Mis labios recorrieron su mejilla izquierda y luego la derecha, eliminando
cualquier resto de su pena, empapándola hasta que en sólo quedaron sus mejillas
teñidas de rojo y unos ojos muy abiertos llenos de más preguntas que antes.
—Adrian —empezó—. Que...
—Shhh —murmuré, acercando mis labios a la comisura de su boca—. No
tenemos que hablar. Todavía no. Hoy no. Sólo quiero abrazarte y demostrarte que no
estás sola. Quiero que sepas que no me voy a ninguna parte, que siempre estaré aquí
para ti, te guste o no.
Sus labios carnosos tiraron de las comisuras, una sonrisa de verdad adornó
lentamente su rostro por primera vez, tímidamente, como si aún tuviera miedo de que
lo que le estaba contando fuera mentira y no pudiera aferrarse a esa idea a toda costa.
Sabía lo difícil que era dejarse llevar y confiar en los demás. Sabía lo que se
sentía al preocuparse constantemente de que los que te importaban nunca se
preocuparan por ti, y no quería eso para ella. Quería que se dejara llevar, igual que
yo, pero comprendía que necesitaría mucho más que un par de besos y palabras que
bien podrían no significar nada para ella.
Vega era alguien que necesitaba más hechos que palabras. Podía hacerle mil
promesas, pero si no las cumplía, no habría vuelta atrás.
—Puedes relajarte, Vega. Confía en mí. —Sus ojos se entrecerraron y su mano
se posó lentamente en mi mejilla, ahuecándola, acariciándome mientras yo cerraba
los ojos y me deleitaba con su tacto. Me empapé de su calor como un hombre
hambriento de sol, y no tenía ni idea de lo sombría que era mi vida hasta que llegaron
estas pequeñas caricias que no significarían nada para otra persona, pero que
significaban el mundo para mí.
No recordaba cuándo había sido la última vez que alguien me había tocado así.
Libremente, suavemente, como si temieran que me rompiera. Y me estaba
rompiendo, en cierto modo. Ella me desenredó, me desequilibró, y yo no lo tendría
243
de otra manera.
Ella había despertado al monstruo que hay en mí, y él reconoció a su
compañera. Reconoció su alma incluso antes de que mi mente tuviera tiempo de
ponerse al día.
Me eché hacia atrás con ella en brazos, acunando su cabeza mientras ella
mantenía su mano en mi cara, envolviéndome como si tampoco pudiera saciarse de
mí, pasara lo que pasara.
—Creo que podrías gustarme, Adrian —murmuró somnolienta, sus labios
rozaron mi garganta, provocando una nueva oleada de fuego en mis venas.
Me reí entre dientes, apretando más mi cuerpo contra el suyo. —Creo que tú
también me gustas. —Aunque “gustar” no era una palabra lo bastante fuerte para
describir lo que sentía por ella, pero ella no estaba preparada para oír eso y yo no
estaba preparado para abrirme tanto. Quería contarle todo sobre mí, sobre mi familia,
sobre las cosas que hacía, y quería que se quedara una vez que descubriera que sabía
sobre ella.
Necesitaba que se quedara, porque yo la elegía.
Sólo esperaba que ella también me eligiera a mí.
30
VEGA
Llevaba quince minutos mirando al techo, contando las grietas que se habían
alineado a lo largo de los años, aferrando la nota de Adrian con la mano derecha
mientras esperaba que volviera pronto.
Después de una semana de reposo y de apenas moverme de la cama, podía
244
decir que por fin era capaz de levantarme y caminar hacia el baño sin sentirme como
un atropellado. ¿Pero eso impidió que Adrian me llevara de un lado a otro como a un
niño? Por supuesto que no.
El hombre era implacable, revoloteando como una mamá gallina y me
sorprendió ver que se había ido cuando me desperté más temprano, con una nota que
decía que tenía que ir al edificio de administración y que lo esperara ya que traería
el desayuno.
Habíamos estado viviendo en nuestra pequeña burbuja la semana pasada,
ignorando todo y a todos los del mundo exterior, y mentiría si dijera que no me
gustaba. Mi teléfono estaba apagado, y sabía que en cuanto lo encendiera habría
múltiples mensajes de Alena y posiblemente de Heinrich. Ella esperaba un informe
al menos cada dos días, y yo ya me había perdido todos. Una parte de mí esperaba
que me diera por muerta o, como mínimo, que me descubriera y me retuviera en
alguna mazmorra para que me dejaran en paz.
Pero Alena me conocía mejor que nadie, o al menos eso creía. Los planes que
compartió conmigo eran una locura, y no tenía ni idea de por qué le parecía buena
idea involucrarme en su pequeño acto de rebeldía, pero lo hizo. Ahora que tenía más
tiempo para pensar en ello, no pude evitar analizar toda aquella conversación que
mantuvimos hace apenas un par de meses.
Nunca había hecho nada sin planificarlo adecuadamente, y viendo que no
había hecho ningún movimiento nuevo en todo este tiempo, empezaba a pensar que
o bien trabajaba con Heinrich y estaba intentando descubrir qué agentes trabajarían
en su contra si se presentaba una oportunidad, o bien estaba ganando tiempo hasta
golpear a Heinrich donde más le dolía.
A decir verdad, yo no quería formar parte de su pequeño golpe, y se lo dije,
pero eso no significaba que dejara de intentarlo. Lo vi en la forma en que me miró
durante mi breve estancia en la sede y la reunión con Heinrich. Me estaba estudiando,
sus ojos seguían cada uno de mis movimientos, y sería tonta si no me protegiera.
La gente suele decir que hay que elegir el menor de dos males si te enfrentas
a una decisión, pero ella seguía siendo malvada, aunque estuviera empaquetada en
una caja diferente. Seguía queriendo el poder, tanto como Heinrich, sin importar cuál
fuera su razonamiento, y yo no podía confiar en ella.
No podía confiar en nadie, y hasta que no le dijera la verdad a Adrian, tampoco
podría confiar en él.
Era intenso, eso era evidente. El hombre pasó de ser frío y distante a cariñoso
y protector en el lapso de unos pocos días, y yo no tenía ni idea de si algo de eso era
realmente cierto. Pero quería creerle. Dios, cómo quería creerle.
Quería dejar atrás todos esos prejuicios de que la gente a mi alrededor siempre 245
me haría daño y de que nada bueno podía salir de confiar en otra persona. Cada vez
que pensaba en dejarme llevar y caer en sus brazos, algo en mi estómago se apretaba
dolorosamente, recordándome todas las veces que me habían roto la confianza.
Ya estaba pasando todo mi tiempo aquí con él, dándole la oportunidad de
demostrar que lo que decía era cierto y no sólo palabras bonitas envueltas en un lazo.
Sus palabras y sus acciones durante la última semana me estaban convenciendo poco
a poco, haciéndome sentir segura —más segura de lo que había estado en mucho
tiempo—, pero unos pocos días no podían borrar los años de desconfianza y
escepticismo que albergaba.
Así que me estaba dando tiempo; tiempo para entenderlo a él, a mí misma y
todo lo que estaba pasando.
Me miraba como si yo pusiera las estrellas en el cielo, y yo no tenía ni idea de
qué hacer con los sentimientos que se desplegaban lentamente en mis entrañas. Lo
único que sabía era que no quería ir a ningún otro sitio. Tal vez fueran los años y años
en los que tuve que cuidar de mí misma, pero me sentía bien dejando que otra
persona tomara las riendas.
Por primera vez en mi vida, no tenía que estar al mando. No tenía que pensar
en nada más que en mejorar.
Me levanté despacio y eché un vistazo a la cabaña. Era una cosa pequeña y
delicada, en la que apenas cabía la cama del fondo, con una pequeña cocina en el
lado opuesto, justo al lado de la puerta que daba al cuarto de baño. Había un escritorio
justo debajo de la ventana que daba a la parte delantera de la cabaña, y podía
imaginarme a Adrian sentado allí, repasando el papeleo o lo que fuera que hiciera.
El baño estaba situado justo al lado de la cocina americana, casi más grande
que el resto del espacio, cosa que agradecí porque necesitaba una ducha
desesperadamente. Mis cortes ya estaban mejor y los moratones de mi cuerpo iban
desapareciendo poco a poco de ese nudoso color negro y azul a tonos verdes, y no
podía seguir tumbada sin hacer nada o me volvería loca.
Balanceé las piernas sobre el borde de la cama, esperando a que me diera el
mareo, pero nunca llegó. La primera sonrisa de verdad se dibujó en mi cara en
cuando me levanté por mi cuenta, sin que las rodillas intentaran ceder.
La camisa de Adrian me llegaba a medio muslo, rozándome la piel mientras
caminaba hacia el baño, cuando una pila de carpetas sobre la mesa llamó mi atención,
haciéndome detenerme momentáneamente. Mis ojos se posaron en una carpeta
manila que me resultaba familiar, mientras mi corazón latía con más fuerza,
retumbando en mis oídos.
Me acerqué despacio, mientras mi mente me decía que me estaba imaginando
cosas, que había otros que utilizaban el mismo logotipo en sus documentos, pero
cuando me paré frente a la mesa, mirando el diminuto escarabajo dorado que había
246
en el fondo de la carpeta manila, supe que procedía del Schatten.
Heinrich estaba obsesionado con el antiguo Egipto y los símbolos de la época,
y convirtió el escarabajo en el logotipo oficial de nuestra organización. A menudo
bromeaba diciendo que se creía un faraón, pero ahora no me reía. No cuando el
expediente que pertenecía definitivamente a la organización que odiaba desde el
fondo de mi corazón descansaba sobre la mesa de un hombre del que me estaba
enamorando lentamente.
Me senté en la silla frente a la mesa, incapaz ya de mantenerme en posición
erguida. No eran mis heridas lo que me hacía temblar, sino saber lo que iba a
descubrir en cuanto la abriera.
Me temblaron las manos al retirar el grueso expediente de la mesa y lo miré
con más miedo que nunca. No era el miedo a lo que había dentro, sino el miedo, la
vergüenza, que sin duda vendrían una vez confirmadas todas mis sospechas.
Abrí la imponente primera página y se me cortó la respiración al ver una foto
mía tomada el año pasado. Alena necesitaba actualizar nuestros archivos, y nunca lo
cuestioné, como tampoco lo cuestionaron los demás. Pero verla aquí me sacudió hasta
la médula.
No tenía ni idea de cómo Adrian tenía esto o por qué lo tenía. ¿Ya lo sabía?
¿Sabía ya que estaba trabajando para El Schatten?
Me di cuenta de que jugaba conmigo. Me dijo lo que necesitaba oír, lo que
quería oír desesperadamente. Hasta un tonto podría entender que tenía problemas si
tuviera la oportunidad de leer este expediente.
Madre muerta, sin padre, acogida por el Schatten a los siete años, entrenada a
lo largo de los años, primera misión apenas superados los diez... ¡Lo sabía, maldita
sea!
Mi pecho se contrajo mientras las garras de la desesperación me arañaban la
garganta, recordándome una vez más que nunca podría confiar en otra persona. Era
una tonta, una maldita tonta. Tan jodidamente desesperada por una pizca de amor,
por una pizca de comprensión y cuidado, que caí en la trampa de un hombre que sólo
quería usarme.
Antes de que pudiera tragármelo, el primer sollozo brotó de mi pecho,
partiéndome el alma por la mitad. Quería confiar en él. Hoy iba a hablar con él, a
contárselo todo y a pedirle ayuda. Iba a confesarle mis secretos más profundos y
oscuros, porque creía haber visto algo en él, algo que también existía en mí.
Soledad.
Dolor.
La forma en que habló de su hermano estos dos últimos días, la forma en que 247
habló de su vida, me hizo pensar que no éramos tan diferentes. Me hizo sentir que él
podría ser el que borrara la miseria con la que estuve viviendo tanto tiempo, y él... Él
me traicionó.
Utilizó el momento de debilidad para emborronar mi visión, para hacerme
creer que alguien en este mundo podía realmente preocuparse por mí. Rompió los
muros que rodeaban mi corazón, y yo se lo permití. Se lo permití porque estaba
demasiado cansada de luchar contra el mundo. Estaba demasiado cansada de vivir
como una sombra.
¡Y me utilizó, maldita sea!
La vista se me nubló al repasar la información sobre mis misiones anteriores,
mis puntos fuertes y mis puntos débiles, el arma preferida que utilizaba siempre, el
recuento de cadáveres que dejé tras de mí, la evaluación psicológica de cuando era
sólo una niña, hasta que patiné hasta el final, al ver que allí se añadía un papel de
aspecto familiar.
Objetivo de la misión: Vega Konstantinova
Se me heló la sangre, la rabia se me agolpó en la boca del estómago al ver lo
que Adrian tenía que hacer. Debía matarme.
Se suponía que debía destruirme, igual que yo debía destruirle a él, pero
obviamente fracasé, y él iba a ganar. Destruyó los puntos que torpemente puse en las
heridas de mi corazón, desgarrándolas sin ningún cuidado en el mundo, ¿y todo para
qué? ¿Para destruirme?
¿Cuánto tiempo tuvo este documento? ¿Cuánto tiempo jugó a este juego
conmigo, mientras yo era una idiota que no podía ver la verdad, que ni siquiera
intentaba descubrir los detalles sobre su vida?
Este archivo tenía todo sobre mí. Cada cosa, incluyendo mi verdadero nombre,
mi madre, mi pasado, todas las cosas por las que pasé, cada pesadilla que había
compartido con ese maldito terapeuta cuando era sólo una niña. Todo.
Él tenía todo sobre mí, y yo no tenía nada.
Todo este tiempo estuve soñando con el futuro que podría tener, mientras él
ganaba tiempo para atacar finalmente y destruirme. La Hermandad, Dante y Jax, no
podía creer que todo aquello no formara parte de una estratagema para hacerme
confiar en ellos, para que compartiera los secretos del Schatten con ellos, sólo para
que me mataran al final.
No eran mis amigos. No eran personas en las que pudiera confiar.
No había nadie en el puto mundo en quien pudiera confiar. Como si alguien me
hubiera echado un cubo de agua helada por encima, me di cuenta de que estaba
completamente sola. 248
Si Adrian tenía un archivo que obviamente había venido directamente de
Schatten, significaba que estaban trabajando con él y su familia. Significaba que no
podía confiar en nadie más que en mí misma.
Y eso significaba que necesitaba alejarme de este maldito lugar,
inmediatamente.
Cerré la carpeta y la dejé a un lado cuando vi otra justo debajo. No sabía que
mi corazón pudiera romperse tanto, pero al abrirla, no era información sobre gente
de la Academia.
Éramos mi madre y yo, delante de la casa donde vivíamos. No podía tener más
de cuatro años en la foto, pero parecía tan feliz. Tan jodidamente inocente.
Parecía feliz, con sus ojos verdes y el pelo oscuro amontonado en lo alto de la
cabeza, sosteniéndome en brazos mientras sonreía para la fotografía. No tenía fotos
de mi madre. Apenas tenía recuerdos de ella, pero al verla en esta foto, al ver su
brillante sonrisa y la felicidad que irradiaba, supe sin lugar a duda que todo lo que
hacía, lo hacía para protegerme.
Mi pulgar frotó su cara mientras las lágrimas caían en cascada por la mía,
mientras el odio profundamente arraigado en el que intentaba no pensar florecía en
mi pecho.
El odio hacia mí misma.
—Lo siento mucho, mamá —murmuré, dejándome llorar la pérdida de la única
persona que me quería de verdad. —Siento haber destrozado tu vida. —Sabía que, si
no hubiera sido por mí, nunca la habrían atrapado. Nunca habría acabado en la cárcel
y yo no habría acabado en un orfanato que estaba encantado de entregarme al
Schatten.
Se suponía que debían protegerme, encontrarme una familia cariñosa, un lugar
donde pudiera crecer y convertirme en la persona que mi madre habría querido que
fuera. No este monstruo, este insensible y frío asesino.
Me froté el esternón con la mano mientras trabajaba en el archivo más delgado,
dejando que mis lágrimas se llevaran la miseria que se estaba gestando en mis
entrañas. No había nada fuera de lo normal, nada que no supiera ya. Mi lugar de
nacimiento era el mismo de siempre: Tuzla, Bosnia y Herzegovina. El nombre de mi
madre, mi nombre, mi aspecto físico, con la excepción de que no habían anotado mi
heterocromía.
Supongo que pensaron que no sería necesario.
Nada me chirriaba como raro, excepto... Excepto que había un trozo de papel
que nunca había visto antes. Había una foto de un hombre que no podía reconocer.
Tenía el pelo oscuro peinado hacia atrás, los ojos esmeralda adornados con 249
pestañas oscuras y las cejas del mismo color que su pelo, como si pudieran ver a
través de mi alma. Era definitivamente mayor, quizá incluso mayor que mi madre,
pero lo que me interesaba era el chico, un adolescente más bien, que estaba a su
lado, frunciendo el ceño ante la cámara y con cara de preferir estar en cualquier otro
sitio menos allí.
Mis ojos parpadearon sobre el texto escrito en cursiva en la foto: Oleksandr
Morozov y Arseniy Morozov. Mierda, era el amigo de Adrian. Pero, ¿por qué estaba
aquí? ¿Por qué estaba su foto en el expediente sobre mi madre y yo?
La carta que había detrás estaba escrita en ruso y, limpiándome las lágrimas
de las mejillas, empecé a leer, con los ojos desorbitados cuando la información se
grabó por fin en mi cerebro.
Mi hija, escribió Oleksandr, a juzgar por su firma al pie de la carta. El nombre
de mi madre se mencionaba varias veces, junto con el mío, o al menos, mi verdadero
nombre. Yo... No, esto no puede estar bien.
Seguí leyendo, clavada en las palabras que cambiaron todo lo que conocía.
Elvira huyó con mi hija. Encuéntrenla. Recupérala. La quiero conmigo.
Su... No, no, no.
Mi cabeza empezó a temblar mientras leía y releía la carta, intentando
encontrarle sentido a todo aquello. ¿Era la hija de Oleksandr Morozov? ¿Era la
hermana de Arseniy?
¿Era por eso que Adrian tenía esto? ¿Estaba Arseniy preocupado de que
intentara quitarle su imperio o algo igual de estúpido? Dios mío, todos estaban en
esto.
Adrian, Arseniy, Dante, y Jax. Probablemente sabían quién era yo en el
momento en que pisé estos terrenos. No me habría sorprendido si sabían quién era
yo, incluso antes de eso.
¿Estaban trabajando con Heinrich para eliminarme? Sabía que no estaba
contento conmigo y que nunca me dejaría marchar, sobre todo después de que lo
amenazara diciéndole que destruiría todo por lo que trabajaba si intentaba
retenerme. Pero esto era bajo, incluso para él.
Esto era bajo para todos ellos, pero yo sabía lo que tenía que hacer.
Estaba posponiendo mis planes porque pensaba que podría hacerlo bien.
Pensaba que podría terminar esta misión y ser libre, pero eso no iba a suceder,
¿verdad? Nunca me dejarían ir.
Cerré la carpeta que contenía toda la información sobre mi infancia y mi
educación, me levanté lentamente, secándome los restos de lágrimas, de la angustia 250
que había experimentado en el lapso de unos minutos, y empecé a moverme. Mis
pies me llevaron hacia la cocina, justo cuando la cerradura de la puerta giró,
indicándome que ya no estaba sola.
Adrian Zylla pensaba que podía joderme y matarme como si no fuera más que
un animal atropellado, completamente irrelevante en el gran esquema de las cosas,
pero no tenía ni idea de quién era yo. Ninguno de ellos lo sabía, ni siquiera El
Schatten, y les haría pagar por lo que planeaban hacerme.
Una cosa hubiera sido intentar atacarme, matarme, pero fue una verdadera
patada en los dientes que intentaran que me enamorara del hombre encargado de
matarme. ¿Querían que fuera fría? Lo consiguieron, maldita sea.
¿Querían romperme el corazón y destruirme el alma? Eso también lo
consiguieron.
Antes de que pudiera entrar, antes de que pudiera cambiar de opinión, agarré
el cuchillo de la cocina y me puse firme, frente a él. No me dejaría convencer, ya no.
Adrian Zylla cometió un error al traicionarme, y yo iba a demostrarle hasta qué
punto la había cagado.
31
ADRIAN
HOY ERA EL DÍA, o, bueno, la tarde, teniendo en cuenta que ya eran más de las
tres. Vega empezaba a encontrarse mejor. Ayer quise hablar con ella, pero en lugar
de hablar del Schatten y de su relación con ellos, así como del papel de mi padre en
todo este lío, nos quedamos dormidos, hasta que me desperté a las once, dejando 251
atrás a una Vega dormida.
Pensé en darle una sorpresa y traerle algo de desayunar del edificio de
administración, ya que habíamos conseguido vaciar mi nevera y mi despensa, pero
Jax y Dante me llamaron, diciéndome que tenían nueva información que compartir.
Resulta que mi padre estaba trabajando con Heinrich, y yo no tenía ni idea de
cómo sentirme al respecto. No tenía ni idea de por qué haría algo así, excepto que mi
padre sabía más de la Hermandad de lo que decía. Creía que teníamos bien guardada
la información que compartíamos, pero de algún modo Heinrich se enteró y
compartió la información con mi padre.
Por eso Vega fue enviada aquí.
Y Heinrich la quería muerta.
Mi cuerpo temblaba de rabia no liberada ante la mera idea de que quisieran
hacerle daño, pero Vega quería salir del Schatten y a Heinrich no le gustaba. Un
agente que los hombres de Dante consiguieron atrapar nos lo dijo, ya que Heinrich
era un cretino que consideraba a su gente como juguetes, y cuando uno de sus
juguetes empezaba a funcionar mal, decidía que era hora de destruirlo.
La envió aquí sabiendo que, si intentaba atacarme, si intentaba hacer algo,
acabaría muerta, y así él no tendría que limpiar su propio desastre. Funcionó para él.
Pero Vega no seguía exactamente las indicaciones del Schatten, y en lugar de
informar de todo lo que averiguaba sobre mí, se quedó callada, que fue cuando
Heinrich acudió a mi padre, contándole nuestra pequeña relación.
Teníamos un topo dentro de la Academia, y descubriría quién era, aunque fuera
lo último que hiciera.
Pero Vega no estaba a salvo, y menos ahora. Pensé que El Schatten no querría
destruirla y hacerla desaparecer, pero me equivocaba. Ella corría más peligro que
yo, y en lugar de recoger el desayuno, corrí hacia ella, aterrorizado de que alguien
intentara hacerle daño mientras yo no estaba.
El corazón me latía con fuerza al abrir la puerta de mi cabina, esperando verla
sentada en la cama, que era su sitio habitual, pero no estaba allí. Mis ojos se desviaron
hacia la izquierda y la vi de pie junto a la cocina. Le sonreí, pero la sonrisa se me borró
rápidamente al ver el estado en que se encontraba y el cuchillo que empuñaba con
mano temblorosa.
Tenía la cara manchada, los ojos enrojecidos y, al dar un paso atrás cuando
entré, supe que algo iba mal.
—Vega —murmuré, frunciendo el ceño ante el odio puro que brillaba en sus
ojos—. ¿Qué pasa? ¿Ha pasado algo? —Esto no me gustaba. No me gustaba la angustia
en su rostro. Todo lo que quería era tomarla en mis brazos y abrazarla hasta que lo
que fuera que la molestaba hubiera desaparecido, devolviéndome a la chica que
252
seguía sonriendo con mis estúpidas bromas. La chica que frotaba su mano sobre mi
espalda mientras le hablaba de mi hermano y de la jodida vida que llevaba.
—¡Atrás! —prácticamente ladró, alejándose de mí justo cuando cerré la puerta.
No entendía lo que estaba pasando, pero algo iba mal.
Algo iba muy, muy mal.
—Nena, soy yo —empecé, suavizando la voz—. Baja el cuchillo. Aquí no hay
nadie que pueda hacerte daño. —Pero si pensaba que me escucharía, tenía otra idea.
Se echó a reír, con la voz entrecortada mezclada con sollozos que le
desgarraban el cuerpo, pero siguió sujetando aquel cuchillo, apuntándome
directamente. —Quieres decir que aquí no hay nadie que pueda hacerme daño,
excepto tú.
La confusión se apoderó de mí y me detuve donde estaba, mirándola de
verdad. Esta no era la chica con la que hablé ayer. Esta era la chica que conocí a
principios de este año escolar, endurecida, enojada, desconfiada, y odiaba cada cosa
de ella.
—Debo decir —sonrió, pero parecía más una mueca que una sonrisa—, que
realmente me habías engañado, Adrian. Quiero decir, aplaudiría, pero como que no
quiero bajar mi cuchillo ahora.
—¿De qué estás hablando?
—¿Desde cuándo lo sabes? —atacó, sus palabras llenas de amargura y vitriolo,
golpeándome como una víbora—. ¿Cuánto tiempo hace que sabes que trabajo para
El Schatten?
Todo mi mundo se derrumbó y comprendí lo que estaba pasando cuando miré
a la mesa donde estaba el maldito expediente. No estaba encima de la pila, sino a un
lado, y ni siquiera tuve que preguntar para saber que ella lo había leído.
—No es lo que crees, Bambi —murmuré, esperando contra toda esperanza que
me escuchara de verdad. Que escuchara de verdad lo que intentaba decirle—. No
es...
—¿Qué? —bramó—. ¿La verdad? —Su risa maníaca resonó en la cabaña,
hiriéndome en más de un sentido—. Ahórrame tus mentiras, Adrian, porque ya no son
necesarias. ¿Algo de lo que me dijiste era verdad?
—Lo era. —Di un paso adelante y ella retrocedió, pegando la espalda a la
pared—. Nena, por favor. Nunca te mentí. Todo lo que te dije era verdad. Cada cosa.
—Qué grande eres —le espetó—. Te olvidaste de mencionar que me estabas
adulando sólo para matarme. ¿No es cierto? 253
—No, yo...
—Estabas ganando tiempo, esperando que compartiera alguna información
valiosa sobre El Schatten antes de que pudieras matarme. Tú y tus amigos jugaron
conmigo. —Su voz se quebró mientras una nueva oleada de lágrimas corría por sus
mejillas, haciéndome odiarme aún más.
Pero lo tenía todo mal. Todo jodidamente mal.
—Leíste mi expediente, viste mi evaluación psicológica y pensaste que podrías
conseguir algo de coño y al mismo tiempo reunir información de la chica rota antes
de matarla.
—¡No! —Troné, cada vez más enfadado. Con ella, conmigo mismo, con toda
esta situación—. Eso no es verdad. Nunca quise esto. Nunca quise hacerte daño. No
te estaba mintiendo.
—Simplemente no me diste todos los datos, antes de encerrarme en tu cabina,
aislándome del resto del mundo. Sin embargo, debo decir —murmuró—, que eres
bueno. Muy, muy bueno. Sabías lo desesperada que estaba por tener a alguien, lo
mucho que deseaba que una persona se preocupara por mí, que me viera de verdad,
así que me contaste todas esas historias sobre tu familia, sobre tu propia miseria,
porque eso es exactamente lo que decía mi última evaluación psicológica, ¿no? Vega
Konstantinova, dieciocho años, tiene problemas de abandono, desea tener su propia
familia algún día. —Se rió durante su perorata, rompiéndome el corazón poco a poco
con la cantidad de pena que emanaba de ella.
—Vega, por favor. Eso no es lo que estaba haciendo y lo sabes.
—¡No sé nada, Adrian! —Tenía los ojos desorbitados y el pelo suelto del moño
con el que se quedó dormida anoche—. Sólo sé que me utilizaste, que no eres quien
creía que eras. Sólo sé que agarraste el cuchillo y me lo clavaste en el corazón, porque
eso es lo que somos. Soldados, monstruos. —Me estaba devolviendo mis propias
palabras, sabiendo cuánto dolía oírlas decir—. Sólo somos piezas de ajedrez en este
enorme tablero, y yo no era más que una marioneta para ti, sólo para que pudieras
volver con tu papi y decirle lo buen niño que eres.
—Sé que estás enfadada —dije con calma, manteniendo las manos en alto—.
Pero si me permitieras explicarte, entonces....
—No. —Sacudió la cabeza—. Si realmente hubieras querido explicarme algo,
ya lo habrías hecho. Si algo de lo que dijiste fuera verdad, ya habría sabido que tenías
toda la información sobre mí, mi pasado, mi vida entera. Pero ese no era el objetivo
de tu misión, Adrian, ¿verdad? Tu objetivo era eliminar la amenaza, y esa amenaza
soy yo.
Ella creía de verdad que yo era el monstruo. ¿De verdad creía que me pasaba 254
días y noches cuidándola, rogando a alguna fuerza invisible que la mejorara, que me
mirara con esa picardía en los ojos, sólo para poder matarla? Ignoró la conexión que
había entre nosotros, creyendo en la historia que había creado en su cabeza.
Pero no iba a dejar que termináramos así. No iba a dejar que huyera, porque
eso era exactamente lo que quería hacer. Podía verlo en sus ojos. Había tomado una
decisión sobre mí, sin siquiera hablar conmigo, sin siquiera tratar de entender.
Y entendía por qué. Dios, lo odiaba, pero entendía por qué. El mundo en que
vivíamos nos hacía más duros, desconfiados, hastiados, y a la primera señal de
problemas siempre teníamos que suponer lo peor. Pero pensé que ella sentía lo
mismo que yo. Creía que reconocía en mí un alma gemela y que sentía mis palabras
en lo más profundo de su pecho.
Me negaba a creer que este era el final. Me negaba a creer que se iría de aquí,
pensando que no había futuro para nosotros, o que yo la había traicionado.
Le oculté la verdad quizá más tiempo del que debía, pero eso no significaba
que le estuviera mintiendo.
Me saqué la pistola del cinturón y me acerqué a ella sin dejar de mirarla.
Temblaba, temerosa de mí, lo que me dolió más que cualquier otra palabra que
pudiera haber dicho.
Mi mano rodeó su muñeca, sacudiendo el cuchillo que sostenía, y antes de que
pudiera hacer nada, empujé mi pistola hacia su mano, quitándole el seguro. Sus ojos
se abrieron de par en par, su respiración se aceleraba con cada nuevo movimiento
que hacía y, al poco rato, rodeé el arma con mis manos, apretándola contra mi pecho
mientras ella la sujetaba.
—¿Qué estás haciendo? —balbuceó, con las cejas arqueadas y la confusión
dibujada en el rostro—. Adrian, aléjate. Yo...
—¿Qué? —Fruncí el ceño—. ¿Dispararme? Vamos, Bambi. Aprieta el puto
gatillo. Demuéstrame que no sientes por mí más que odio. Demuéstrame que todas
estas noches y días han sido una mentira. Vamos. Esto es por lo que te enviaron aquí,
por lo que viniste a la Academia. Para destruirme, para encontrar todos mis secretos.
Bueno, ahora los sabes. Sabes casi todo lo que hay que saber sobre mí.
—Yo…
—¡Tira! —rugí, sintiendo el cañón de la pistola presionando contra mi pecho.
—¡No puedo! —gritó, con los ojos llenos de lágrimas sin derramar, clavándose
en los míos—. No puedo, maldito bastardo. No puedo matarte —susurró, con la voz
ronca, rota. Se le cerraron los ojos, pero no dejó de agarrar la pistola—. No puedo
matarte, porque una parte de mí aún quiere creer que no eres sólo otra persona
puesta en mi camino para destruirme. —Abrió los ojos, fulminándome en el acto con 255
todo el dolor que brillaba en ellos—. Pero nunca volveré a confiar en ti. Nunca
confiaré en otra persona tanto como he confiado en ti. Tengo un millón de razones
para matarte, y no puedo hacerlo, maldita sea, porque conseguiste colarte en mi
torrente sanguíneo, y matarte sería como matar una parte de mí misma, y no puedo
hacerlo. No puedo perder más de mí, más de mi alma, porque no quedaría nada.
Se me rompió el corazón por ella, por la niña que había sido y por la mujer que
era ahora. La abracé y apreté su cabeza contra mi pecho mientras todo su cuerpo se
estremecía por la fuerza de sus sollozos.
—Vega...
—Tienes que dejarme ir, Adrian —susurró, con los brazos flojos a los lados.
—No puedo —dije, negándome a pensar en ello—. No puedo dejarte ir. No
quiero.
—Tienes que hacerlo —insistió, apartándose lentamente de mí. Se enderezó
cuando la solté, sus lágrimas creaban ríos de tristeza en su rostro, pero la dura mirada
que me dirigió me heló hasta los huesos—. Estás buscando amor en el lugar
equivocado, cariño, porque yo ya no tengo nada que dar.
Me apartaba porque estaba herida, pero tenía que entenderlo. Tenía que
hacerla entender.
Era mía, maldita sea, y yo era suyo, me quisiera o no. La seguiría hasta el fin
del mundo si ella quisiera, pero no la iba a dejar marchar.
—No soy un buen hombre, Bambi —espeté—. Todo el mundo lo sabe. Incluso
tú lo sabes. Si fuera un buen hombre, te dejaría marchar. Te escucharía y te dejaría
marchar sin miramientos, pero no soy bueno. Ni siquiera un poco, y no voy a dejarte
ir. Me dices que busco el amor en el lugar equivocado, y yo creo que te equivocas.
Tú eres mi hogar, Vega. Tú me haces sentir. Me despertaste del profundo letargo en
el que he estado atrapado los últimos años y no voy a volver a ser como antes. No voy
a volver a un mundo sin ti.
Levantó la barbilla desafiante, la mano que sostenía la pistola temblaba, pero
sus lágrimas ya no fluían y no tenía ni idea de si era bueno tenerla así de estoica
delante de mí o no. —Lo que tú quieras ya no importa, Adrian. Me he pasado la vida
cumpliendo deseos y sueños de otros, siguiendo sus caminos y ayudándoles a
alcanzar sus metas. Y he terminado. —Respiró hondo y caminó a mi lado, colocando
la pistola sobre la mesa junto a los archivos que tenía sobre ella—. Deberías haberme
matado cuando tuviste la oportunidad —dijo por encima del hombro, mirándome con
tanta indiferencia, que me golpeó peor que si me hubiera dado un puñetazo en la
cara—. Ahora sé lo que eres. Ahora sé lo que son todos ustedes. Sólo un puñado de
mentirosos dispuestos a engañarme, a usarme, a...
—¿Me estás escuchando? —grité, cansado de la pequeña diatriba que estaba 256
haciendo—. Acabo de desnudar mi alma para ti. Te lo conté todo, yo...
—¡Me dijiste todo lo que pensaste que querría oír! —rugió—. Me dijiste todo lo
que pensaste que la niña abandonada por todos querría oír. Pero ya no soy esa niña,
y no voy a dejar que me destroces sólo para que ganes algo con ello.
No se podía razonar con ella, no cuando estaba así. Estaba huyendo de mí, de
los sentimientos que probablemente estaba experimentando. Lo reconocí porque
intenté hacer lo mismo, pero no iba a dejarla. Para ella era más fácil atribuirme el
título de malo y dejarlo estar, odiándome por algo que yo no había hecho que
enfrentarse a la realidad.
Y la realidad era que ella se estaba enamorando de mí tanto como yo de ella.
—Vega, por favor —le supliqué mientras ella se acercaba a la percha y tiraba
del suyo—. No te vayas. No lo hagas. Te lo explicaré todo, sólo... Quédate conmigo.
Te lo ruego. —Mi mano rodeó su muñeca mientras sus ojos se clavaban en mí, su labio
inferior temblaba, pero no soltó el abrigo. No intentó comprender.
—Tuviste tu oportunidad, Adrian, y la cagaste. —Vega arrancó su brazo del
mío, tropezando hacia atrás, equilibrándose lentamente antes de ponerse el abrigo.
—No puedes hacer esto, Vega. —Respiraba con dificultad, el pánico me
arañaba las entrañas, pero no podía... no, no quería imaginar mi vida sin ella—. Estás
huyendo de mí. Huyes de lo que sientes, y sabes que no soy el villano de esta historia.
Sabes que, si te quisiera muerta, ya lo estarías hace días. —Sus ojos destellaron con
una ira recién descubierta, y supe que eso era lo que no debía decir—. No quiero que
te vayas. No quiero que te vayas. Sólo háblame, déjame explicarte.
—No —respondió ella con calma, poniéndose las botas que estaban colocadas
junto a la puerta—. No voy a quedarme y dejar que me influyas con tus mentiras. No
confío en nada de lo que sale de tu boca y nunca lo haré. Ahora, me voy a ir y no me
seguirás, Adrian. Voy a desaparecer de tu vida y tú vas a darme la misma gracia y
desaparecer de la mía. No te va a gustar lo que pasa si no me dejas en paz.
—No puedo dejarte sola —murmuré, con el pecho contraído—. Eres mía,
maldita sea. Eres...
—¡No soy tuya! —gritó, con los ojos desorbitados—. Me pertenezco a mí misma
y a nadie más, y más te vale recordarlo, joder. Si me sigues, créeme —bajó la voz, sus
palabras estaban llenas de promesas que no me gustaron—, destrozaré tu pequeño
mundo perfecto y no te dejaré más que añicos. No te metas conmigo, Adrian, porque
no tienes ni idea de lo que soy capaz.
Me dejó atónito. Incluso en su ira, incluso con el veneno que goteaba de sus
palabras, me aturdió, y supe que nunca habría otra mujer para mí. Era ella.
Mi presente, mi futuro, mi final, y sería un tonto si la dejara ir. 257
Pero yo sabía que ella no se quedaría ahora. No me escucharía. Y en lugar de
tratar de detenerla, la dejé ir. La dejé salir de mi cabaña, haciéndole creer que había
conseguido lo que quería.
Pero mi chica debería haber sabido que nunca la dejaría ir.
Podía huir por ahora, pero yo la atraparía, aunque me odiara hasta el final de
nuestras vidas.
Le pertenecía, y debería haber sabido que no debía huir de un depredador.
32
VEGA
NO TENÍA DIRECCIÓN, ni un maldito sitio al que ir, y en lugar de caminar
directamente a mi dormitorio, me quedé dando vueltas por el cementerio, caminando
sin sentido, helado, pero incluso el viento era un compañero más bienvenido que la
amargura que nadaba por mis venas. 258
No tenía ni idea de adónde ir, qué hacer. Tenía planes, siempre tenía un plan
de respaldo, pero mi corazón pesado se negaba a creer que esto era todo. Que nos
alejaríamos de él como si nunca hubiera importado. La verdad era que Adrian
importaba más de lo que debería. Si no lo hubiera hecho, esta traición no habría
dolido tanto como lo hizo.
No me habría hecho sentir como si estuviera tratando de salirme de mi propia
piel, tratando de encontrar una manera de seguir adelante. Me desequilibraba y yo
me enorgullecía de tener siempre el control. Siempre entendiendo lo que me
rodeaba y a la gente que me rodeaba. Pero dejé caer mi escudo por él. Le permití ver
destellos de mi verdadero yo que ocultaba al resto del mundo.
Le concedí acceso a mi corazón, a mis sonrisas, a mi alma misma, y sólo podía
culparme a mí misma de la angustia y la devastación que sentía. Le di lo que nadie
más obtuvo de mí, y esas acciones me trajeron a este preciso momento.
Me escuchó cuando le dije que se apartara, que me soltara, y por mucho que
me alegrara no tener que vérmelas con él, una parte de mí esperaba que luchara, que
me demostrara que no mentía. Esperaba que volviera a tirar de mí, que me abrazara
fuerte, que nunca me dejara marchar. Pero esa era la parte de mí que aún quería creer
en los felices para siempre, y esta vez necesitaba silenciarla para siempre.
Los finales felices rara vez existían para alguien como yo, y ésta era sólo la
prueba que necesitaba para dejar de soñar con cosas que nunca sucederían. Debería
haber sabido desde la primera mirada, el primer roce, que él sería mi fin, pero pensé
que podría controlarlo y seguir saliendo ilesa de esto.
Me equivoqué.
El viento helado me calaba hasta los huesos mientras cruzaba el campus,
agradecida por la oscuridad que lentamente había descendido sobre el recinto,
ocultando mis mejillas manchadas de lágrimas mientras ignoraba a la gente que
pasaba a mi lado con un único objetivo en la cabeza: llegar a mi habitación y largarme
de aquí.
Adrian aún tenía mi teléfono, pero podía hacer lo que le diera la puta gana con
él. Yo ya no lo necesitaba, puesto que no había forma de que me pusiera en contacto
con Alena ni con nadie más en el Schatten. Había mucho más en la historia que lo que
acababa de ver de los archivos de Adrian, pero necesitaba tiempo para entenderlo
todo. Tenía la cabeza hecha un lío, el corazón destrozado y necesitaba pensar con
claridad. Necesitaba serenarme si quería hacer algo con respecto a esta traición.
Lo que hizo Adrian fue jodido, pero los Schatten... Se suponía que me cubrirían
las espaldas pasara lo que pasara, y también me traicionaron.
259
Me estremecí al llegar a mi edificio, asaltando la zona común con la mirada fija
en el suelo, sólo intentando llegar a mi habitación. Intentando mantenerme a raya
antes de desmoronarme lejos de los ojos de los demás. Pero debería haber sabido
que mis planes de se irían a la mierda cuando una voz cantarina que conocía
demasiado bien chilló justo cuando empezaba a subir las escaleras.
—¡Vega! —volvió a gritar Yolanda cuando no me detuve, apresurándome a
subir las escaleras. Pero como siempre, mi amiga no se detuvo. Era implacable en su
persecución, y dado que no tenía fuerzas para subir corriendo las escaleras e intentar
escapar de ella, me detuve, dándole la espalda cuando me alcanzó, rodeándome con
sus brazos—. Te he echado mucho de menos. Intenté visitarte, pero Adrian.... —Dejó
de hablar mientras subía la escalera delante de mí, mirándome a la cara. Podía sentir
la confusión que emanaba de ella. Podía sentir la preocupación cuando colocó sus
dedos bajo mi barbilla, obligándome a mirarla—. Oh, Vega —murmuró—. ¿Qué ha
pasado?
No quería decirle nada. Quería decirle un millón de cosas diferentes, pero al
abrir la boca para hablar, en lugar de palabras se me escapó un sollozo que me dejó
sin habla y se apoderó de mi cuerpo. Una nueva oleada de lágrimas se precipitó por
mis mejillas, cayendo en un charco de desesperación.
Yolanda no perdió el tiempo y, en lugar de volver a preguntarme qué pasaba,
tiró de mí escaleras arriba hasta llegar a mi habitación, pidiéndome la llave sin mediar
palabra antes de abrirla. Me alegré de que mi llave se quedara en el bolsillo de mi
abrigo, de lo contrario me habría jodido en más de un sentido.
—Vamos, nena —murmuró, llevándome hacia la cama—. Siéntate. Cálmate. —
Pero no podía calmarme.
No podía respirar.
No podía pensar.
Sólo podía oír el sonido de mis sollozos mientras mi mente no dejaba de
empujar imágenes de Adrian de pie frente a mí una y otra vez. Deseaba poder
decírselo. Deseaba poder explicárselo, pero no confiaba en mí misma.
No confiaba en mi juicio.
Yolanda bien podría ser una persona más que me estaba jodiendo, y yo no
podía decirle nada.
—¿Qué coño hizo? —preguntó, con su rabia como un ser vivo, mientras me
quitaba lentamente el abrigo, dejándolo caer al suelo junto a la cama. Me agarró las
mejillas con las manos, pero apenas podía verla. Estaba borrosa ante mis ojos, mis
lágrimas me la ocultaban—. Voy a matarlo. —Lo dijo con tanta naturalidad que me 260
hizo llorar más—. Háblame, Vega. Háblame, Vega. Por favor.
—No puedo —gemí, cerrando los ojos.
—Bueno, de acuerdo —murmuró—. No tenemos que hablar de ello. Dime lo
que necesitas. ¿Qué puedo hacer?
Sabía lo que tenía que hacer, pero decírselo sería un error. Necesitaba una
amiga ahora mismo, y tenía que salir de este lugar.
—Necesito irme —sollocé, manteniendo los ojos cerrados—. Necesito irme de
este lugar.
—Oh, Vega...
—Por favor —supliqué—. Sólo necesito irme y no volver jamás.
Se alejó de mí, el sonido de arrastrar los pies y luego de agua corriendo llegó
a mis oídos, y cuando abrí los ojos la vi sosteniendo un vaso de agua frente a mí,
empujándome para que lo bebiera. —Venga. Tienes que calmarte. Necesitas agua.
Con manos temblorosas, le acepté el vaso, me lo llevé a los labios y bebí un
par de sorbos. Tenía sed y hambre, pero lo último que me apetecía ahora era comer.
Ni siquiera podía pensar en ello sin que se me revolviera el estómago.
Apartó la silla de la mesa y se sentó frente a mí, quitándome el vaso de la mano
cuando ya no pude beber más. —Bien, ¿necesitas irte? —Simplemente asentí,
odiando que alguien más me viera así—. Dios, ojalá pudiéramos hacerlo realidad,
nena, pero no podemos.
Fruncí el ceño. —¿Qué quieres decir?
—La carretera está bloqueada desde hace dos días —me respondió,
mirándome con tanta tristeza—. Algunas piedras de la montaña cayeron sobre ella,
así que nadie entra y nadie sale. —Joder—. Creen que se despejará mañana, pero por
ahora estamos atrapados aquí.
Eso no estaba bien. No era bueno en absoluto.
Piensa, Vega. Piensa. ¿Qué puedes hacer?
Por desgracia, no había muchas cosas que pudiera hacer. No en este momento.
No era como si pudiera caminar hasta el centro de la ciudad con este frío y en mi
estado actual. Podía esconderme en mi habitación y desaparecer mañana cuando
todos se hubieran ido a sus clases.
Podría salir del recinto y decirle al conductor que me recogiera allí.
—¿Quieres contarme lo que pasó? —preguntó suavemente—. No tienes que
hacerlo, sabes, pero podría ser bueno para ti hablar de ello.
—No quiero hablar nunca de ese hijo de puta —mordí, sintiendo las lágrimas
rebosar en mis ojos—. Está muerto para mí en lo que a mí respecta. 261
Sus ojos se abrieron de par en par, comprendió y, en lugar de presionar y pedir
más información, se levantó y se sentó a mi lado, abrazándome como si eso pudiera
solucionarlo todo.
Y tal vez no podía, no ahora, pero se sentía bien tener a alguien aquí conmigo
cuando todo mi mundo se derrumbaba.
—¿Quieres darte una ducha? —preguntó después de un par de minutos—. Tal
vez se sienta bien refrescarse y tomar una siesta, ¿eh?
No quería. No quería cambiarme de ropa, pero darme una ducha podría
revivirme, aunque sólo fuera un poco, y no quería quedarme aquí sentada y
revolcarme en la autocompasión de cuando lo que necesitaba era hacer las maletas y
pensar en mis próximos pasos.
Esta noche me permitiría llorar y lamentar el corazón roto que llevaba en el
pecho, pero mañana me levantaría y pasaría a la acción.
No tenía otra opción.
33
ADRIAN
LLEVABA AL menos media hora mirando el móvil, tratando de encontrar el valor
para llamar a uno de mis mejores amigos, porque sabía que tendría que contárselo
todo. Arseniy era de los que no se andan por las ramas y si intentaba engañarlo se
daría cuenta. 262
Y no tenía ni idea de qué decirle.
—¿Vas a llamarlo o vas a seguir mirando el móvil con esa cara de tristeza? —
preguntó Dante, sentándose en la silla frente a mí.
Llegó poco después de que Vega se fuera, presenciando mi rabia y la
destrucción de mi cabaña que siguió. El único lugar que quedó intacto fue la cama
donde dormíamos los dos, solo porque no me atrevía a destruirla, a borrar su olor de
mis almohadas.
Pero todo lo demás, destrozado, destruido, mucho como me sentía.
Luché contra Dante mientras intentaba calmarme. Lloré como un bebé,
explicándole lo que había pasado, y como buen hombre que era, me escuchó sin
juzgarme, sin decirme ni una sola vez lo cretino que era, y los dos sabíamos que la
había cagado en más de un sentido.
En primer lugar, debería haber llamado a Arseniy en el momento en que
descubrí quién era Vega. Debería haberle dicho que habíamos encontrado a su
hermana y que trajera su culo a la Academia.
En segundo lugar, debería haberles contado a Dante y a Jax lo que estaba
pasando, lo que mi padre quería que hiciera, pero estaba tan atrapado en ella y en la
necesidad de protegerla y guardarla del resto del mundo, que olvidé que no estaba
solo en este juego.
Tercero, debería haber hablado con ella y contárselo todo. Así no habríamos
llegado a esta situación y mi corazón no se sentiría como fruta podrida,
descomponiéndose lentamente en mi pecho. Pero después de tres rondas de chupitos
de tequila de una botella que Dante recuperó de uno de los armarios ilesos me
hicieron pensar con más claridad, y supe que no podía seguir escondiéndome aquí,
dándole espacio a Vega hasta que corriera hacia ella.
Me costó mucho quedarme en la cabaña y darle ese espacio. Me costó mucho
dejarla marchar cuando lo único que quería era envolverla en mis brazos y no dejarla
marchar nunca. Ella necesitaba tiempo y yo tenía que encontrar la manera de que
volviera a confiar en mí.
—¿Adrian?
—Vete a la mierda, Dante —refunfuñé—. Le llamaré.
—Sé que lo harás, pero quizá quieras hacerlo antes del año que viene. Quiero
decir...
—Dante —gruñí—. Estoy demasiado cansado para lidiar contigo ahora.
—Y estoy demasiado cansado para verte como un patético saco de mierda —
me espetó, obviamente no estaba de humor para lidiar con mi estado de ánimo—. O
lo llamas tú o lo haré yo, y ambos sabemos que no le gustará que le diga que te follaste
263
a su hermana pequeña, la intimidaste y le hiciste creer que teníamos algún plan
secreto para matarla. —Tenía razón, pero yo estaba demasiado cansada para soportar
la desaprobación silenciosa de Arseniy.
Jesús, me iba a matar por la forma en que la traté. De acuerdo, al principio no
tenía ni idea de quién era, pero eso no significaba que tuviera que comportarme como
un hijo de puta con ella. Por otro lado, me iba a matar por mantener esto en secreto
durante más de una semana, cuando había pasado la mayor parte de su vida tratando
de encontrarla.
Mis dedos rodearon mi teléfono, iluminando de nuevo la pantalla, sólo para ver
que ya eran las once de la noche. Arseniy estaría despierto, de eso estaba segura.
Ahora estaba en Estados Unidos, lidiando con unos asuntos, pero sabía que lo dejaría
todo en un santiamén para estar aquí.
Sobre todo, cuando le dije que Vega podría huir, lo que me valdría un puñetazo
en la cara.
Dante abrió la boca, probablemente a punto de reprenderme de nuevo, pero
no quise oírlo más. Desbloqueé la pantalla y encontré el número de Arseniy,
pulsándolo antes de poner el teléfono delante de mi cara. Apenas empezó a sonar,
cuando su rostro afilado y familiar se hizo visible en la pantalla, junto con Dimitri, un
hombre que le seguía allá donde iba.
La ceja de Arseniy se alzó en un simple saludo, mientras Dimitri respondía con
un simple: —¿Sí?
—¿Cómo de rápido puedes llegar a Alemania? —pregunté, haciendo una
mueca de dolor cuando Dante puso los ojos en blanco, sonriendo satisfecho mientras
sudaba profusamente mientras hablaba con nuestro amigo.
Arseniy miró a Dimitri y tecleó algo en el teléfono de éste, mostrándoselo. —
¿La encontraste? —preguntó Dimitri al cabo de un rato, leyendo las palabras que
había escrito Arseniy. Uno de mis amigos más antiguos parecía muerto de cansancio
y cuanto más lo miraba, más veía a Vega—. ¿Adrian? —volvió a murmurar Dimitri
cuando mantuve la boca cerrada.
—Sí, la encontré. Pero necesito decirte algo, y, bueno, no estoy seguro de si
vas a querer matarme o...
—¿Qué hiciste? —preguntó Dimitri justo cuando Arseniy frunció el ceño.
Dimitri y Arseniy se conocían desde niños y, cuando llegó el momento, Dimitri
se convirtió en su ayudante, lo seguía a todas partes y era capaz de leerle la mente.
—Adrian, ¿qué le hiciste a la hermana de Arseniy? —Dimitri me golpeó
directamente en el pecho con esas palabras, mientras mi amigo se limitaba a gruñir,
su expresión facial me decía todo lo que necesitaba saber. No estaba contento. Ni 264
siquiera un poco, porque incluso a miles de kilómetros de distancia, Arseniy sabía
que la había cagado. Podía oírlo en mi voz y verlo en mi cara.
—La cagué —admití—. La cagué masivamente, y...
—Llegaremos pronto —fue lo único que dijo Dimitri antes de cortar la llamada,
dejándome sentado mirando el teléfono y con Dante haciendo muecas de dolor.
—Bueno —empezó Dante—. Eso podría haber ido peor.
—Me va a matar —murmuré, guardándome de nuevo el teléfono en el bolsillo
y cerrando los ojos—. Y con razón, maldita sea.
—No te va a matar. —Se rió Dante—. Definitivamente te va a dar un puñetazo,
y se va a enfadar, pero no te va a matar.
—Sinceramente, lo dejaría —admití. Se suponía que el alcohol me ayudaría a
olvidar su rostro, aunque sólo fuera por un par de horas, pero era imposible olvidar
la devastación que cubría cada parte de sus rasgos o el dolor que brillaba en aquellos
ojos. Pensó que la había utilizado.
Pensó que quería matarla, y no hice nada para hacerle creer lo contrario.
Vega no era una de las chicas que conocí en esas funciones estiradas que
organizaba mi padre. No era alguien que creyera las palabras que yo decía sólo
porque salían de mi boca. Necesitaba que la tranquilizaran. Necesitaba saber que
todo lo que decía iba en serio, y que ella encontrara ese archivo era algo que nunca
pensé que ocurriría.
Pero quizá la razón por la que lo dejé a la vista fue que inconscientemente
intentaba acabar con ello y empezar nuestra vida juntos. Nunca pensé que explotaría
así.
—No me gusta verte así —dijo Dante, y al abrir los ojos vi el ceño fruncido que
le marcaba la cara.
—¿Así cómo?
—Con el corazón roto. —Se encogió de hombros—. Creo que nunca te he visto
con este aspecto, y, hombre, tenemos que arreglar esto. ¿Por qué no fuiste a verla?
¿Por qué no trataste de explicarle lo que pasó?
—Lo hice —resoplé—. ¿No crees que lo hice? Intenté decírselo, explicárselo,
pero no me escuchó. Y entiendo por qué, pero su falta de confianza en mí duele, ¿de
acuerdo? Pensé que estábamos empezando a confiar el uno en el otro. Le conté todo
sobre Dain, joder. —Dante hizo una mueca de dolor—. Sí, exactamente. La deseo,
Dante, y no es sólo por una jodida cuestión sexual. Podría conseguir eso en cualquier
parte y en cualquier momento, pero la quiero a ella. —A ella.
—Lo entiendo, sólo, uh, tal vez trata de no mencionar el sexo una vez que
Arseniy llegue aquí, porque definitivamente te golpeará en la cara si lo oye.
265
Me reí entre dientes. —Tomo nota. —Mi pecho se expandió con la respiración
profunda que tomé y se desinfló lentamente justo cuando me puse de pie—. ¿Qué
hago? No puedo marchar hasta allí y exigirle que hable conmigo. Me siento
impotente.
—Dale tiempo —dijo Dante—. Yo tal vez iría mañana y hablaría con ella, trataría
de hacerla entender. Te mira como si te hubieras inventado las putas estrellas,
hombre. Es asqueroso. —Hizo una arcada, haciéndome sonreír por primera vez esta
noche—. Pero si sientes algo tan fuerte por ella...
—Lo hago —gruñí.
—Como iba diciendo —puso los ojos en blanco—, si sientes algo tan fuerte por
ella, entonces tienes que luchar por tu chica. Tienes que hacer algo.
Mi chica.
Me gustó cómo sonaba.
Vega era mi chica, le gustara o no. Iba a darle esta noche, pero mañana iba a
ella y no había manera en el infierno me iría sin ella en mis brazos.
—Tienes razón. Voy a...
—¡Adrian! —La voz de Jax interrumpió, retumbando en la noche desde el
exterior de la cabaña, y cuando la puerta se abrió de golpe, revelándolo, con la cara
roja y sin aliento, crucé la habitación hacia él, tratando de averiguar qué estaba
pasando—. Oh, gracias a Dios que estás aquí.
—Por supuesto que estoy aquí. —¿Dónde más podría estar? Tanto Jax como
Dante sabían lo que había pasado y que Vega había vuelto. Sabía que estaba en su
habitación, gracias a un pajarito llamado Yolanda, que maldijo a Jax cuando lo vio no
hace mucho—. ¿Qué está pasando?
—Jesús, hombre —se desplomó, respirando con dificultad—. Pensé que habías
ido allí, a su edificio.
—¿Por qué iba a ir allí? Jax, ¿qué está pasando?
Se puso en pie, con los ojos escrutando el espacio que nos rodeaba. —¿Vega
no está aquí? —preguntó, y no me gustó el tono de su voz.
—No, ya lo sabes.
—Jax —advirtió Dante detrás de mí—. ¿Qué está pasando?
—Hay un incendio —anunció el hombre que era más mi hermano que yo
mismo—. En uno de los dormitorios. —Entonces me miró—. En el edificio de Vega.
Mi cuerpo tenía una mente propia, y sin esperar a los dos, salí corriendo de la
cabaña y empecé a correr. 266
El edificio de Vega, la voz de Jax resonaba en mi mente mientras corría hacia
él.
No, no, no, no.
Por favor, estate bien. Por favor, estate jodidamente bien.
Cuanto más corría, más podía ver las llamas brillando en la oscura noche,
abriéndose paso entre las copas de los árboles.
—¡Joder! —grité, empujando mis piernas para ir más rápido, para llegar allí.
Ella tenía que estar bien. Tenía que estarlo, joder.
La gente se dirigía en la misma dirección que yo, y vi a un par de instructores
corriendo, intentando llegar al edificio. Y en cuanto llegué al claro frente al edificio,
se me desplomó el corazón.
Las llamas envolvieron toda la estructura y se elevaron hacia el cielo. Un sonido
agudo retumbó en la noche al estallar una ventana del tercer piso, haciendo gritar a
la multitud que se había congregado delante. Una chica rubia a la que conocía muy
bien se abalanzó sobre mí y, antes de que pudiera pensarlo, le rodeé el brazo con la
mano y tiré de ella hacia mí.
—Yolanda —grité, esperando que me oyera por encima de toda la conmoción.
Sus ojos estaban llenos de miedo mientras las lágrimas resbalaban por su cara—.
¿Dónde está Vega?
—No lo sé —gritó—. Quería volver por ella porque me di cuenta de que no
había salido, pero no me dejan. Ella no salió, Adrian. Sigue ahí dentro. —Y si antes
pensaba que se me había salido el corazón del pecho, no era nada comparado con lo
que sentía ahora.
Podía oír las voces de Dante y Jax detrás de mí, alcanzando a Yolanda, pero
sólo tenía los ojos puestos en la entrada principal del edificio, donde estaba Andries.
Y corrí.
Me abrí paso entre la multitud de gente reunida alrededor; algunos lloraban,
otros miraban estoicamente el edificio, mientras otros intentaban averiguar qué había
ocurrido, pero no tuve tiempo de escuchar sus teorías. Vega estaba dentro.
Vega seguía allí, en aquel edificio en llamas, y sabía que no había forma de que
pudiera seguir en su estado actual.
Estaba cerca, tan cerca, y justo cuando estaba a punto de llegar a la puerta, dos
pares de brazos me rodearon, tirando de mí hacia atrás. —¡No! —rugí—. Ella está
dentro. Sigue dentro, joder.
—Cálmate, Adrian —dijo Andries, intentando tirarme hacia atrás, pero luché
contra él y contra quienquiera que fuera que me sujetaba—. No hay nada que 267
podamos hacer. El edificio se va a derrumbar.
—No, no, no —me agité, intentando liberarme, pero era inútil—. ¡Vega! —
bramé, con la voz quebrada, mientras la angustia que nunca había sentido empezaba
a ahogar todo lo demás dentro de mí.
—¡Al suelo! —gritó Andries, empujándome al suelo justo cuando otra explosión
sacudía el terreno y los escombros caían sobre nosotros—. Joder —maldijo Andries,
ayudándome a levantarme, y cuando mis ojos se centraron en el edificio me di cuenta
de que las puertas ya no estaban abiertas. Estaban envueltas en llamas, como el resto
del edificio.
Nunca había sentido una desesperación así. Nunca pensé que querría
desaparecer, pero en ese momento supe que no habría vuelta atrás para mí.
—Adrian. —Jax se dejó caer en el suelo a mi lado con Dante y Yolanda a
remolque—. ¿Estás bien?
—Se ha ido —murmuré, negándome a creer que ya no estuviera aquí. Pero era
imposible que alguien sobreviviera a una explosión como aquella. Incluso si lo hacía,
estaría muerta en cuestión de minutos por todo el humo que salía del edificio—. No
me dejaron llegar hasta ella —le dije a Jax, volviéndome hacia él lentamente, justo
cuando se me llenaban los ojos de lágrimas. Era tan extraño como la sensación que
sentía en el pecho—. Mi chica se ha ido, Jax.
—Joder —murmuró, tirando de mí hacia él, y mientras veíamos arder el
edificio, sentí que me alejaba. Mi cuerpo estaba aquí, pero mi mente no.
Ya no.
34
VEGA
EL HUMO se coló por mis fosas nasales y sonó la alarma, despertándome del
profundo sueño en el que había caído poco después de ducharme mientras Yolanda
me preparaba una taza de té. Todavía sentía los párpados pesados cuando los levanté,
pues los acontecimientos del día me alcanzaban poco a poco, recordándome lo que 268
había sucedido.
Pero nada de eso importó cuando empecé a toser, comprendiendo poco a poco
por qué.
Mi habitación estaba llena de humo. La luz de la luna que iluminaba la
habitación a través de las ventanas permitía ver los círculos arremolinados en mi
habitación.
Me incorporé de un salto en la cama, gimiendo cuando el dolor de espalda hizo
acto de presencia, recordándome que aún no estaba en condiciones de hacer
movimientos bruscos. Había demasiado silencio, e incluso sin mi teléfono sabía que
no podía ser tan tarde. Me seguía doliendo la cabeza, la migraña que me había dejado
inconsciente. Pero me sobrepuse y me levanté, agradecida de no sentirme tan
mareada como hace un par de días, sabiendo que poco a poco recuperaba las fuerzas.
Mis ojos se posaron en la camisa de Adrian en el suelo y una nueva oleada de
dolor me atravesó el pecho, justo cuando mis pulmones se agarrotaron, haciéndome
toser más fuerte que nunca. Intenté localizar el fuego en mi apartamento, pero no
estaba dentro, y al mirar hacia la puerta, lo vi entonces.
La luz brillante que venía de fuera de la habitación, del pasillo, y el humo que
se colaba por la pequeña rendija bajo mi puerta.
—Joder —gemí, apresurándome a recoger el abrigo y a meter los pies en las
botas—. No he sobrevivido tanto tiempo solo para que me mate el fuego —refunfuñé,
recogiendo mi cuchillo de la mesilla de noche.
Cada vez era más difícil respirar aquí dentro, y por un segundo me volví hacia
la ventana, queriendo abrirla, cuando recordé toda la formación que había recibido
sobre seguridad contra incendios y lo que no había que hacer. No tenía ni idea de a
qué tipo de incendio nos enfrentábamos, y si había algún producto químico en el aire,
mezclado con O2, podría hacernos estallar a todos.
Al girarme hacia la puerta, me tapé la boca con la manga del abrigo, esperando
que eso me impidiera inhalar demasiado humo, pero al abrirla una nueva oleada de
calor se abalanzó sobre mí, haciéndome retroceder a trompicones.
—Joder —murmuré, tosiendo entre el humo al ver la escena que tenía delante.
Las paredes estaban de un rojo brillante, ardiendo, derritiéndose a medida que
el fuego se extendía por todo el pasillo. Mis ojos se llenaron de lágrimas, mientras el
aire amargo lleno de humo me mordía, dificultándome la visión. El fuego se extendía
desde el piso superior al mío y descendía rápidamente, envolviendo todo el edificio
en su abrazo.
Salí de mi habitación y entré en el pasillo, cuando todo el lugar tembló y un 269
estruendo como nunca había oído sacudió el aire, haciéndome caer de rodillas. Me
zumbaban los oídos y mi cabeza palpitante me impedía levantarme, pero no podía
quedarme aquí.
Me negaba a morir aquí así.
Esperaba que hubiera más gente dentro del edificio conmigo, intentando huir,
pero no había nadie. Probablemente evacuaron cuando la alarma empezó a sonar
mientras yo estaba demasiado fuera de mí como para darme cuenta. ¿Por qué nadie
me despertó?
Deben haber hecho un recuento una vez que todos salieron. ¿El fuego empezó
a extenderse tan rápido que no pudieron volver por mí?
Tenía demasiadas preguntas, pero no tenía tiempo para contemplar los
porqués y los cómos. Apoyé las palmas de las manos en la pared junto a la puerta de
mi habitación y me levanté, sintiendo el penetrante aroma del humo en la lengua.
Había visto cientos de casos en los que la gente moría por inhalación de humo, y me
negaba a ser otra más.
Con un gruñido me levanté y empecé a caminar por el pasillo, hacia la escalera,
girándome para ver hasta dónde había llegado el fuego. Sabía que el fuego podía
propagarse rápidamente, pero la velocidad con la que se estaba extendiendo por el
pasillo no era normal. ¿Era un accidente o alguien lo provocó intencionadamente?
Las brillantes llamas acabaron por alcanzar mi habitación, envolviendo la
puerta y la zona circundante, y sin pensármelo dos veces, empecé a correr escaleras
abajo, rezando para que el piso inferior no tuviera tan mal aspecto como el de arriba.
La zona común apareció a la vista, medio apagada, la bonita tapicería verde
casi calcinada. Sí, este no era uno de esos incendios del tipo “me dejé la estufa
encendida”. Esto fue intencional. No tenía ni idea de por dónde había empezado,
pero era imposible que pudiera propagarse desde el piso de arriba hasta aquí sin
alcanzarme a mí primero.
No sabía lo suficiente sobre los productos químicos que podían acelerar la
propagación del fuego, pero mientras estaba allí en la escalera, observando cómo
devoraba la habitación que en realidad nunca utilizaba, mis instintos de lucha o huida
se pusieron en marcha y corrí.
Bajé corriendo, llevándome la mano a la boca y la nariz, la garganta cada vez
me dolía más con cada nueva respiración, pero tenía que sobrevivir a esto. No quería
morir, joder.
El techo se estaba derritiendo y mientras corría por la pequeña zona de la sala
común que aún estaba intacta, un ladrillo cayó detrás de mí, haciéndome chillar. Pero
no me detuve. No podía parar. Eso lo sabía.
270
Ahora casi podía ver la puerta, a un par de metros de mí.
—Ya casi —me dije—. Ya casi llegamos, Vega.
El sudor me corría por las sienes y sabía que tenía peor aspecto del que sentía,
pero nada de eso importaba. Nada de eso. Mi mano temblaba a medida que me
acercaba más y más y mi mano se extendió, lista para rodear la manija, para tirar de
ella y abrirla, cuando un dolor agudo se deslizó por mi espalda, enviándome volando
al suelo.
Sentí que la columna se me partía por la mitad y que los hombros y la parte baja
de la espalda me dolían por el esfuerzo de levantarme. Me puse a cuatro patas,
levantando el torso del suelo, cuando llegó el segundo golpe, que me hizo toser
violentamente, ahogándome por el dolor y el humo.
—N-No —murmuré, sintiendo que la oscuridad se filtraba lentamente por las
esquinas de mi visión—. Por favor —supliqué. Supliqué por mi puta vida a
quienquiera que estuviera detrás de mí, impidiéndome llegar a la puerta.
Una mano se enterró en mi pelo, levantando mi cabeza del suelo, pero no pude
ver nada. —Ahora eres mía, Vega —dijo. Él.
Y no tenía ni idea de quién era.
—Suéltame —tosí, ahogándome, pero él sólo me levantó más alto, presionando
su nariz contra mi nuca.
—Ahora te tengo, nena. Te tengo.
—No —me lamenté—. Por favor. No. —Sabía quién era, el asesino. El que dejó
esas cartas. El que comenzó esta locura—. Por favor. —Estaba perdiendo las fuerzas,
y al murmurar la última palabra, cerré los ojos, sintiendo sus labios en mi mejilla.
—Eres mía. Sólo mía.
Algo en el fondo de mi mente se despertó. Sentí que me reconocía y abrí los
ojos de golpe, mirando a un par de ojos familiares envueltos en una nube de humo
que nos rodeaba.
—No —grité.
—Hola, Vega. —Sonrió, con un aspecto casi idéntico al de hace siete años. Casi
idéntico, y no podía creer que hiciera algo así. Que me lastimara así—. Te salvaré.
Quería luchar contra él.
Quería gritar y chillar.
Pero sacó una jeringuilla de su bolsillo trasero y me la clavó en un lado del
cuello, inyectándome Dios sabía qué.
271
—A-Adrian —balbuceé, pensando que podía llamarlo. Pensando que podía
llamar a cualquiera. Pero sentía la lengua pesada y los párpados empezaron a
cerrárseme, justo cuando el chico —el hombre que una vez creí que era mi familia—
frunció el ceño y me rodeó la garganta con la mano.
—No lo llames por su nombre —dijo—. Olvidarás que alguna vez existió. Eres
mía, Vega. Sólo mía.
Y cuando sus dedos presionaron mi punto de pulso, cuando la palma de su
mano apretó mi garganta, ya no pude luchar contra la fatiga. Con una última mirada a
los ojos dorados que solía amar, me hundí en el oscuro abismo que clamaba mi
nombre, sabiendo que no era solo Adrian quien me traicionaba.
Tyler, mi Tyler, también me traicionó.

Continuará...
La historia de Vega y Adrián continuará en The Pretty Psycho

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ACERCA DE LA AUTORA

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L.K. Reid es una autora de romances oscuros que odia a los caminantes lentos
y a la gente que es mala sin motivo.
En su opinión, Halloween debería ser una fiesta pública, y también tiene una
pequeña obsesión por todo lo histórico, especialmente la mitología griega. En el
instituto quería ser arqueóloga y acabó estudiando Derecho, pero obviamente
ninguna de las dos profesiones funcionó.
Si no está escribiendo, lo más probable es que esté viendo películas de terror,
escuchando música, leyendo o planeando sus próximos libros.
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