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¿Hasta dónde hay que llevar la


historia de los descubrimientos
científicos?

Una mañana de 1976, la momia de Ramsés II, enviada desde El


Cairo para recibir cuidados médicos, fue recibida en el aeropuer-
to de París con honores militares. En ese cadáver desecado, la
etiqueta diplomática reconocía a un jefe de Estado. Se condujo el
cuerpo, acompañado de la Guardia republicana, al Val de Grâce'
para cuidados retrospectivos. Paris-Match estaba allí. Frente a
una camilla de operaciones, asistidos por la iluminación violenta
de las lámparas de cirugía, con batas blancas, enmascarados,
"nuestros científicos" (preferimos utilizar este término antes que
el de "investigadores", más pobretón) auscultan el cadáver El
slogan de Match es conocido: "El peso de las palabras, el shock
de las imágenes". Pero es la leyenda sobre todo lo que quisiera co-
mentar: "Nuestros científicos socorren a Ramsés II que se enfer-
mó 3000 años después de su muerte". Sin duda, un agudo filósofo
el periodista que redactó esta leyenda sorprendente al pie de ese
collage: encuentro entre un faraón y los médicos sobre una mesa
de cirugía -"cadáver exquisito" si alguna vez lo hubo.

' N. de la T.: El Hospital de instrucción de los ejércitos del Val de Grâce es un hospital
militar de París.
jQ2 CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

La historia de las ciencias se enfrenta siempre con una difi-


cultad insalvable en la que esta imagen nos permitirá penetrar.
¿Dónde estaban entonces los objetos que descubren los cien-
tíficos "antes" de este descubrimiento? Si, por ejemplo, en Val
de Grâce diagnosticaran que Ramsés II murió de tuberculosis,
¿cómo sería posible que hubiera muerto a causa de un bacilo
descubierto por Robert Koch en 1882? ¿Cómo, mientras estaba
vivo, hubiera podido beber cerveza fermentada con una leva-
dura que Pasteur (gran adversario de Koch) puso en evidencia
recién hacia mediados del siglo XIX?
La respuesta de sentido común -aunque sólo tiene, como
veremos, la apariencia del sentido común- consiste en decir
que los objetos (bacilos o fermentos) ya estaban allí desde
tiempos inmemoriales, y que "nuestros científicos" simple-
mente los descubrieron tardíamente: levantaron el velo de-
trás del cual se escondían esos pequeños seres. La humanidad
se da cuenta, retrospectivamente, que hasta entonces había
actuado en la oscuridad. En esta hipótesis, la historia de las
ciencias solamente tiene un interés muy limitado. Lo único
que hace es recordar los obstáculos que impidieron que los
científicos captaran más rápido y más temprano la realidad
que permanecía, durante ese tiempo, inmutable. Los científi-
cos juegan a esconder objetos y los historiadores simplemen-
te les dicen, como a los niños: "¡Caliente, quema!", "Tibio",
"¡Frío-Frío!" Hay una historia del descubrimiento del mundo
por parte de los científicos pero no hay una historia del mun-
do en SÍ.2 El periodista tendría que haber escrito: "En 1976,
nos dimos cuenta de que Ramsés II había muerto de tubercu-

Simplifico la cuestión dejando de lado la evolución de los microorganismos que agre-


garía, evidentemente, una nueva dimensión a la historicidad del mundo. Esta crónica
en plena "guerra de las ciencias" suscitó una intensa polémica. Para una versión más
técnica, véase L'Esprit de Pandore, La Découverte, 2001, pp. 151-181.
¿HASTA DÓNDE HAY QUE LLEVAR LA HISTORIA... 'J'J

losis, hace 3000 años". Esas palabras ya no hubieran causado


conmoción.
La respuesta más radical -aunque sólo tiene, como veremos,
la apariencia de la radicalidad- consiste en decir, a la inversa,
que Ramsés II sí se enfermó "3000 años después de su muerte".
Hubo que esperar hasta 1976 para atribuirle una causa a su
muerte, y hasta 1882 para que el bacilo de Koch pudiera servir
a semejante atribución. Antes de Koch el bacilo no tiene una
existencia real. Antes de Pasteur, la cerveza no fermenta toda-
vía gracias a la Saccharomyces cerevisiae. En esta hipótesis,
los investigadores no se contentan con des-cubrir: producen,
fabrican, construyen. La historia inscribe su marca sobre los
objetos de las ciencias, y no solamente en las simples ideas de
los que los descubren. Afinnar, sin otra forma de proceso, que
Faraón murió de tuberculosis descubierta en 1882, equivale a
cometer el pecado capital del Mstoriador, el de anacronismo.
Señalemos antes que nada que esta manera de ver parecería
una evidencia si consideráramos al bacilo o al fermento como
objetos técnicos. Si alguien hubiera afirmado, en Val de Grâce,
que un tiroteo de ametralladora era lo que había acribillado al
faraón, o que éste había muerto de estrés causado por un crack
bursátil, lo hubieran encerrado por anacronismo. Y hubieran
tenido razón. En efecto, a falta de máquina del tiempo, no se
puede hacer que una invención del presente tenga un efecto
retroactivo sobre el pasado. La historia irreversible ignora la
causalidad retrospectiva. ¿Por qué lo que es cierto sobre la
ametralladora o sobre el crack, no lo es sobre el bacilo?
La respuesta está en la foto que la leyenda analiza con una
exactitud asombrosa. ¿Cómo hacer el diagnóstico sobre la
causa de la muerte? Pues, llevando el cuerpo a París. Pues,
haciéndolo penetrar en el hospital. Pues, iluminándolo bajo las
sunlights. Pues, pasándolo por los rayos X. Pues, extrayendo
para el análisis fragmentos de tejido examinados al microsco-
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CRÓNICAS DE UN AMANTE DE LAS CIENCIAS

pio. Para vincular al bacilo con el rey de Egipto, se necesita un


trabajo enorme de conexión y de acercamiento. Lejos del labo-
ratorio, sólo se habla en términos vagos. Nuestros científicos
lo sabían perfectamente cuando les pidieron a los egipcios que
enviaran su preciosa reliquia. Se gana en certeza sólo a condi-
ción de conectarse con los recursos y los medios de las insti-
tuciones científicas. Podemos creer que Ramsés ya despedía
bacilos de Koch al escupirle a Moisés; pero sólo se puede tener
certeza de ello si se lo lleva al Val de Grâce.
Cada uno de nosotros hizo esta misma experiencia con
sus propias enfermedades. Mientras estoy lejos del hospital,
nunca estoy seguro de lo que tengo. Mis opiniones no tienen
ningún valor de verdad. "Me pica o tengo cosquillas", es todo
lo que puedo decir. Adquieren peso, se vuelven objetivas sólo
cuando penetro, yo también, en la institución, en el labora-
torio, cuando conecto mi brazo, mi corazón, mis dientes, mi
hígado a tal o cual instrumento. Puedo creer en mi salud cuan-
do estoy en casa, metido en la cama; pero no puedo creer con
certeza sino a costa de un acercamiento a la "Ciudad de los
trabajadores de la prueba" -para retomar la bella expresión
de Bachelard.
Toda la dificultad de este asunto consiste en comprender
que el desplazamiento en el tiempo obedece a las mismas re-
glas que el desplazamiento en el espacio. Así como no puedo
desplazar una enfermedad en el espacio sin ampliar la red
médica o acercándome a ella, no puedo desplazar un descu-
brimiento del presente hacia el pasado sin hacer un trabajo
complementario de extensión de esa misma red. Es lo que el
periodista de Paris-Match entendió perfectamente: 3000 años
más tarde, "nuestros científicos" hacen que finalmente Ramsés II
enferme y muera producto de una enfermedad descubierta en
1882 y diagnosticada en 1976.
Lo que sucede es simplemente que el trabajo de desplaza-
¿HASTA DÓNDE HAY QUE LLEVAR LA HISTORIA... y g

miento de El Cairo a París parece más fácil de trazar que el de


1976 al año -1000. Alcanza con seguir a los aviones, a las guar-
dias republicanas, a las camillas, a los guardajiolvos blancos.
Hay allí, sin embargo, sólo la apariencia de una dificultad, como
puede verse en el esquema de la figura a continuación.

dimensión lineal del tiempo


1000 aC 1976 1998

Ramsés 11
muerto
de muerte
descx)nocida

Ramsés 11
muerto
por el bacilo T avance irreversible
de Kocdi del tiempo

dimensión sedimentaria
del tiempo

Un año, en efecto, no se localiza gracias a una sola dimen-


sión, sino gracias a dos. La primera sigue la cronología; avanza
siempre en el mismo sentido, irreversiblemente; y desgrana la
serie de números enteros. La segunda, a la inversa, cada año
modifica a todos los que lo precedieron y, según los progresos
de las ciencias, dota a los años ya pasados de trazos más o me-
nos nuevos. Podemos entonces pensar en un año preciso, por
ejemplo, en el año -1000, más como una columna que como
un punto aislado en el tiempo. Esta columna estaría hecha de
sedimentos sucesivos que cada año dejan en su descripción por
un camino que se puede seguir, según cada caso, con más o me-
nos detalle. El año -1000 está compuesto, por ejemplo, de un
Faraón muerto por causa desconocida y, a partir del año 1976,
de un Faraón muerto por causa perfectamente conocida. Todos
los años -1000 producidos "a partir" de 1976 tendrán este nuevo
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trazo: un Ramsés II cuya boca estaba Uena de bacilos de Koch.®


El movimiento de la historia no se hace a lo largo de la dimen-
sión horizontal, sino en dirección de la flecha al bies -y esta flecha
es absolutamente irreversible. No se puede jamás ir hacia atrás
sin cometer un anacronismo grave. Desde este punto de vista, el
bacilo de Koch no puede ir hacia atrás como tampoco pueden
hacerlo la ametralladora o el crack bursátil. Sin embargo, si deci-
mos, como el periodista, que Ramsés II "se enfermó tres mil años
después de su muerte", no debemos suponer ninguna causalidad
retroactiva; no adoptamos ningún idealismo que nos obligaría a
decir que inventamos pieza por pieza, a partir del presente, nues-
tro pasado. Lo único que hacemos es trazar una nueva conexión
entre Koch, El Cairo y París. El año -1000, sólidamente anclado,
gracias al Val de Grâce, en la medicina moderna, incluye en su
conformación, a partir de entonces y hasta prueba de lo contrario,
un bacilo que causó la muerte de su más célebre Faraón.
Siguiendo los desplazamientos en el tiempo como en el espa-
cio, a condición de practicar lo que podríamos llamar un "empi-
rismo radical"'', se puede ir mucho más allá en la historia de los
descubrimientos. Lo más extr año es que obtengamos de Paris-
Match esta pequeña lección de filosofía.

Marso de 1998

La demostración resulta familiar a los historiadores en el ejercicio de su trabajo. Juegan


sin dificultades con la sedimentación del pasado y con su progresiva reconstrucción.
Sabemos desde Champollion cómo leer de nuevo la cápsula de Ramsés II. Semejantes
afrrmaciones no debilitan de ninguna manera la certeza de los descubrimientos: sino que,
al contrario, airaigan más sólidamente el trabajo de los colegas necesario a los descubri-
mientos.
'' La expresión es de WiUiam James en Essays in Radical Empiricism, Londres,
University of Nebraska Press, 1996 [1907], Un deslumbrante librito de David Lapoujade,
William James. Empirisme et pragmatisme, Paris, PUF, 1997, contribuye de fonna
decisiva a rehabilitar el pensamiento de este pensador mayor cuya herencia los sucesores
habían dilapidado sin razón.

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