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Unidad

Literatura
1:
Ilustrada
1. Contexto histórico
El siglo XVIII abre una etapa de grandes transformaciones sociales, políticas y filosóficas con dos
epicentros clave: Inglaterra, donde las reformas van calando lenta pero irreversiblemente gracias a los
cambios asentados en la etapa histórica anterior, y Francia, donde el poder de la burguesía es tan
grande como la resistencia del régimen al que trata de derrocar, lo que implica que haya que recurrir a
la revolución para modificar las viejas estructuras de poder. Además, los cambios fructificaron gracias
a la erradicación de las grandes epidemias y de un desarrollo comercial e industrial que prosperó en
diversos sectores productivos, incluido el agrícola.

A medida que el siglo avanza se asientan nuevas formas políticas, artísticas y de pensamiento: la
Ilustración, el Despotismo Ilustrado y el Neoclasicismo.

1.1. La Ilustración

El espíritu de la Ilustración se resume perfectamente en el lema adoptado por Kant en ¿Qué es la


Ilustración?, publicado en 1784: Sapere aude!, o lo que es lo mismo, "¡Atrévete a pensar!". Su fuerza
reside en liberar al ser humano para que use la inteligencia por sí mismo. Esta libertad de
pensamiento comenzó en Inglaterra, aunque su repercusión alcanzó al conjunto de Europa, siendo
Francia la nación más determinante a la hora de difundir las doctrinas que tuvieran a la razón y al
conocimiento originado desde la experiencia como base. Las minorías exigían cambios profundos para
desterrar las falsas creencias y estaban dispuestas a dinamitar las estructuras del antiguo régimen.

Una de las transformaciones más radicales se produjo en el método científico. Gracias a Isaac Newton
nace la ciencia moderna, basada en la observación, en la experimentación y en la presentación de
leyes que explican las características de la realidad y su funcionamiento. Dicho de otra forma: si una
afirmación no se puede comprobar siguiendo este método, no se dará por válida, independientemente
de quien la formule.

Las ciencias humanas no quedan al margen de esta ola de cambio racionalista. Gracias al filósofo
John Locke, el método de Newton se aplicará al ámbito de la moral, de la economía o de la política.
Para que sea relevante, el saber deberá llegar mediante la observación y el descubrimiento. Adam
Smith también realiza valiosas aportaciones en el campo de la economía. Una de sus teorías más
famosas es la del "principio del egoísmo" como motor económico. Las personas buscarán por encima
de todo producir riqueza para satisfacer sus propios deseos. Ante esta visión, Smith propone dividir el
trabajo para que este sea la fuente principal de la riqueza de una nación. El ámbito religioso tampoco
escapará a las reformas, aunque, debido al poder ejercido por el antiguo régimen, el culto a la razón
tiene resultados muy virulentos.

En 1751, se inicia una labor titánica: recoger por escrito el espíritu racionalista y progresista de la
Ilustración. Así comienza su andadura La Enciclopedia, impulsada por el escritor y filósofo francés
Dennis Diderot y el matemático D'Alambert. La obra constaba de 28 volúmenes y recogía el saber de
la ciencia experimental, las técnicas y oficios, la religión, el orden social y la política. En su redacción se
involucraron numerosas personas que tuvieron que salvar sus diferencias priorizando algo por encima de
todo: el conocimiento es progreso y como tal ha de ser divulgado. Tras hacer frente a numerosos
obstáculos, en 1772 se dio por finalizado el trabajo que, sin duda, fue determinante para iniciar la
revolución de 1789.

1.2. El Despotismo Ilustrado

El Despotismo Ilustrado es la teoría política más característica del siglo XVIII. En esta época, el rey
sigue siendo la pieza clave en una estructura social altamente jerarquizada. El absolutismo
monárquico organiza a una sociedad clasista, concebida como una rígida pirámide con estamentos
separados entre sí. Ante esta visión se abre paso una nueva forma de organización que valora la
eficacia y donde las cualidades burguesas del trabajo se sitúan en primer plano.

¿Dónde radica el éxito del Despotismo Ilustrado? En mantener la jerarquía del estatus nobiliario
mientras se impulsaba el desarrollo de la burguesía. Para lograr este equilibrio era indispensable
acelerar el progreso económico y cultural de la sociedad a través del fomento de la instrucción. Esta
era la receta para poder aumentar el bienestar de los ciudadanos.

1.3. Neoclasicismo

En lo referente al apartado artístico, el Neoclasicismo constituye una reacción contra los


planteamientos del último Barroco. Si el Barroco se caracteriza por una libertad creativa desmedida y
recargada, el Neoclasicismo propone líneas austeras, sencillas y claras. Ante esta realidad hay una
intención evidente: volver a los modelos clásicos, más moderados y sobrios, donde el equilibrio y la
búsqueda de la practicidad sean esenciales en su desarrollo. Este aspecto se puede observar, por
ejemplo, en el campo de la arquitectura. El XVIII es un siglo de expansión demográfica, por lo que, si se
quiere facilitar la vida a las personas, se deberá cuidar la estética al mismo tiempo que la utilidad
práctica de los edificios.

Si en cuestiones sociales, económicas y políticas la ola de cambio es imparable, en el ámbito artístico


hay más diversidad de estilos. Hay consenso en considerar el Neoclasicismo como la forma de
expresión artística del Despotismo Ilustrado, a pesar de que el siglo XVIII acoge a otras manifestaciones
influenciadas por épocas pasadas o con otras que anticipaban lo que estaría por llegar. Otras
movimientos artísticos del siglo XVIII son el Posbarroco, el Rococó y el Prerromanticismo.

El Neoclasicismo, el movimiento artístico más representativo de la Ilustración, nació como reacción


frente a los excesos del arte barroco. Los artistas neoclásicos seguían reglas muy estrictas para sus
creaciones artísticas, tales como:

1. La razón es la ley suprema del arte, por lo tanto, deben dejar a un lado los sentimientos y la
imaginación.
2. Los artistas no necesitan ser originales, sino imitar a los clásicos grecolatinos.
3. Para imitar a los clásicos, los artistas deben estudiar las reglas, que se enseñan en las Academias y
se recogen en los códigos de normas estéticas.
4. Las obras de arte deben respetar el principio estético del buen gusto, reflejando equilibrio y
serenidad, evitando lo vulgar.
5. Las obras artísticas deben resultar creíbles y verosímiles, por lo que se debe imitar a la naturaleza
en su forma de crear las cosas.
6. El arte no es solo para entretener, sino que también tiene que educar y elevar la moral del público
al que va dirigido.

Las principales consecuencias estéticas que el Neoclasicismo produjo en la literatura son.

1. Cumplimiento de la regla de las tres unidades en el teatro.


2. Separación de lo cómico y lo trágico
3. Rechazo a mezclar el verso con la prosa
4. Desarrollo de obras didácticas y críticas que no dan cabida a sentimientos.

2. El S. XVIII español
A pesar de los cambios sociales y económicos que llegan con el siglo XVIII, los modelos literarios del
siglo XVII siguen siendo un auténtico referente para los nuevos autores, lo cual no es de extrañar, pues
el Barroco español, también conocido como el Siglo de Oro, supone uno de los hitos en la creación
artística de nuestras letras. La influencia ejercida por los autores barrocos como Góngora, Quevedo y
Calderón de la Barca es inmensa y a los autores de la Ilustración les cuesta escapar del influjo de
estos grandes maestros. No será hasta la segunda mitad del siglo cuando las voces renovadoras
comiencen a cambiar los cimientos de la literatura, y lo harán basándose en dos principios:

Aligerar el estilo y alejarse de la complejidad formal del Barroco.


Considerar las manifestaciones escritas como un apoyo a las ideas, no como un simple ejercicio
intelectual.

El reinado de Fernando VI (1746-1759) supone el punto de inicio del arte ilustrado en España. A partir
de ese momento, los estilos literarios del momento (Posbarroco, Rococó, Neoclasicismo y
Prerromanticismo) se mezclarán y se sucederán hasta bien entrado el siglo XIX impulsados por una
ideología liberal y renovadora que comienza a imponerse con fuerza a partir de 1780. Por lo tanto, la
cronología estilística de la época quedaría representada en el siguiente esquema:

1680-1750: Posbarroco. Es un periodo marcado por los autores y estilos del Siglo de Oro. A los
nuevos escritores les cuesta escapar de los patrones creativos barrocos, que serán reproducidos,
como se puede constatar en el teatro popular, la poesía y la prosa de la época.
1720-1750: la literatura ilustrada comienza su andadura, sobre todo en el campo de la prosa,
concretamente en el ensayo.
1750-1780: Rococó, que destaca por ser un estilo ligero, ágil y alegre, desprovisto de la
profundidad del Barroco, y Neoclasicismo, el estilo oficial del Despotismo Ilustrado que ser rebela
contra las formas complejas del Barroco para adoptar a la época los modelos clásicos, más
austeros, funcionales y sencillos.
1780-1830: el Neoclasicismo convive con el Prerromanticismo, un movimiento surgido en las últimas
décadas del siglo XVIII que ganará en importancia hasta bien entrado el siglo XIX. Se caracteriza
por una tendencia a lo melancólico, a lo oscuro y esotérico, en el que en ocasiones los astros se
erigen como referentes de inspiración. Con este movimiento se da por concluida una manifestación
artística fundamentada en el optimismo y lo clásico, por lo que la ruptura con los esquemas del
pasado es total.

2.1 La prosa en el s. XVIII

El siglo XVIII se conoce en España como el siglo sin novela debido, principalmente, a tres razones:

El estilo cultivado en el Barroco seguía influenciando a los escritores de la época, lo que


dificultaba la renovación.
Las novelas tenían una clara función didáctica que condicionaba toda su estructura narrativa.
La censura se mostraba implacable con aquellos textos susceptibles de atentar contra la moral y
las buenas costumbres.

2.1.1. Prosa de ficción: José Cadalso

José Cadalso (1741-1782) fue uno de los primeros autores dieciochescos que trató de escapar de los
modelos estilísticos precedentes. Su obra más conocida es Cartas marruecas, escrita en 1774 pero
publicada de forma póstuma. La obra va más allá de la narrativa de ficción, pues su intención es
plasmar por escrito una crítica constructiva de la España ilustrada desde una perspectiva patriótica.

Cartas marruecas recoge la correspondencia entre los tres personajes de la obra: Gazel, un joven de
origen marroquí que emigra a España; Nuño, el primer contacto español de Gazel, quien le ayuda en los
primeros compases de su estancia y le inicia en las costumbres y cultura de su país de acogida; y Ben
Beley, un hombre sabio de origen marroquí. Él fue quien educó a Gazel y y quien terminará
acogiéndole.

Con esta novela epistolar, Cadalso teje un minucioso y demoledor retrato de la sociedad del
momento y lo hace a través de las miradas urgentes y juveniles de un foráneo y de un nativo, mientras
que Beley aporta un necesario contrapunto imparcial lleno de sabiduría.

2.1.2. El ensayo

El ensayo literario se consolida como género en España a lo largo del siglo XVIII. Si la Ilustración es el
periodo de las ideas, de los cambios y de las transformaciones, el género literario que traslada sus
enseñanzas a los lectores será el ensayo, y lo hará fundamentado en dos pilares:

La prosa empleada es sencilla, natural y precisa.


Su función es hacer reflexionar al lector, no emocionarle.

Desde el punto de vista lingüístico, el auge del ensayo trajo consigo una evidente evolución del
castellano ya que, para difundir las nuevas ideas, fue necesario incorporar palabras técnicas y crear
otras nuevas, inexistentes hasta el momento. Estos tecnicismos suponen el espaldarazo definitivo al
castellano como lengua vehicular en el ámbito filosófico y científico, áreas aún dominadas por el latín,
lengua que mantuvo su presencia en los círculos universitarios hasta bien entrado el siglo XIX.

Sin embargo, el ensayo no era el medio de expresión de las ideas más trascendentes; también recogía
debates políticos, tratados de agricultura o reflexiones sobre festejos o religión. Su auge y expansión
mantuvo alerta a los aparatos censores, quienes trataron de mantener a raya a todas las opiniones
contrarias a la ortodoxia en el pensamiento. No obstante, la difusión de los escritos fue imparable, bien
siguiendo los cauces oficiales o los clandestinos.

Los dos referentes de la prosa ensayística de la Ilustración fueron Benito Jerónimo Feijoo y Gaspar
Melchor de Jovellanos.

2.1.2.1. Feijoo: modernización de la ciencia española

Benito Jeronimo Feijoo (1676-1764) fue fraile benedictino y catedrático de teología.

Combatió con espíritu crítico los prejuicios, supersticiones y falsos milagros que pervivían en la sociedad
debido a la credulidad irracional del «vulgo». En pleno siglo XVIII, aún se admitía, por ejemplo, la
existencia de animales fantásticos como el basilisco o el unicornio o se atribuía carácter maléfico a los
cometas. Felipo decidió enfrentarse a estos errores con las he-herramientas de un científico: el método
experimental y la razón. Sus numerosos ensayos se agrupan en los ocho tomos del Teatro crítico
universal y en los cinco de Cartas eruditas y curiosas. Defendió el uso del castellano en lugar del latín y
utilizó neologismos para expresar los contenidos de la nueva ciencia.

2.1.2.2 Jovellanos: progreso político, económico y social

Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) es uno de los más destacados ensayistas españoles del Siglo
de las Luces. Vivió intensamente los acontecimientos políticos de la segunda mitad del siglo XVIII,
experiencias que recogió en sus Cartas y Diario. Participó activamente, como ministro, en la política
reformista de Carlos IV.

Su obra se caracteriza por su sentido práctico y utilitario que no renunciaba a un espíritu crítico que,
en ocasiones, chocaba frontalmente con sus propias creencias. Así, Jovellanos sentía la necesidad de
criticar las injusticias de la Iglesia, aunque él mismo se definía como un ferviente devoto. De la misma
manera, tanto los intelectuales ilustrados como los más conservadores le miraban con recelo, pues
atacaba indistintamente las posiciones de unos u otros siempre y cuando considerase que sus
postulados atentaban contra el interés general y la razón.

2.2. La lírica del s. XVIII

Al igual que sucedió con la novela, la poesía tuvo que luchar por hacerse un hueco entre los lectores del
siglo XVIII. La Ilustración fue una mala época para el género lírico debido, principalmente, a dos
razones:

El ensayo es el estilo más importante desde el punto de vista literario; el potencial que atesora
para la difusión de las ideas ilustradas es muy importante.
La poesía no se consideraba una ocupación "seria" en plena vorágine progresista; en aquel
momento se afirmaba que la literatura debía servir exclusivamente para comunicar ideas útiles y
prácticas.

Además de las dificultades propias de la época social en la que se sucede, el desarrollo de la lírica tuvo
que bregar con otro inconveniente: la herencia del Barroco, probablemente la producción poética
española más sublime. Los poetas ilustrados sintieron el peso del pasado, lo que les llevó a imitar a los
grandes maestros del Siglo de Oro. Esta circunstancia condicionó irremediablemente la producción
poética dieciochesca hasta la segunda mitad del siglo XVIII.
Los escritores de la primera mitad del siglo tomaron como referencia a Góngora y Quevedo, por lo que
la generación neoclásica, que es el estilo característico de la Ilustración, tardará en generalizar su
propuesta. Mientras tanto, los autores líricos impregnan su arte con una marcada línea satírica,
burlesca y existencial, muy apegada al Barroco, naciendo, por consiguiente, el Posbarroco español.

Con el paso de las décadas se van imponiendo las formas poéticas características y representativas del
siglo XVIII. Las élites intelectuales de la época abrazaron la estética neoclásica e impulsaron con
decisión un cambio de registro que pulirá los excesos del Barroco. De esta manera, se consigue dotar
a la lírica de un sentido práctico, sin el cual sería imposible entender el periodo histórico y artístico
ilustrado.

En el momento en que los poetas neoclásicos toman la determinación de situar la lírica en nueva
dimensión, la variedad estilística en la que se presentan sus propuestas alcanzará cotas inimaginables.
Es el caso de las anacreónticas, que toman su nombre del poeta griego Anacreonte y cuya esencia
radica en la búsqueda de la gracia para crear unas composiciones de tono menor, ligeras, que se
convertirán en una de las variantes más cultivadas. Las principales características de las
anacreónticas son:

La brevedad conceptual, tanto en estrofas como en versos


El tono es despreocupado, ingenuo y hedonista
Se ensalzan los placeres del amor, del vino y de la buena mesa
Se siente nostalgia por el pasado

2.2.1. Poesía anacreóntica

El ambiente general del siglo XVIII no favoreció el desarrollo de una lírica que reflejara los sentimientos
más Íntimos del poeta, porque se buscaba el didactismo, la racionalidad y la utilidad social de las
artes. En este contexto antisentimental, surgió la poesía anacreóntica. Se trata de una poesía
artificiosa, escrita con versos breves, que refleja con tono frivolo el deleite de los sentidos.

Los temas de la poesía anacreóntica son los placeres de la buena mesa, la música, la danza, la belleza
femenina, el amor, la amistad y la naturaleza idealizada. Cuando estos poemas incluyen elementos
decorativos y cortesanos, el estilo se denomina rococó; si hacen referencia al amor en un ambiente
pastoril, se habla de poesía bucólica.

El autor más representativo de este género es Juan Meléndez Valdés.

2.2.2 Poesía didáctica

El género que mejor representa la mentalidad neoclásica en poesia es la fábula. Este tipo de
composición está al servicio del afán pedagógico y satírico del siglo XVIII. Las fábulas neoclásicas son
creaciones literarias escritas en verso y protagonizadas por animales que están dotados de
comportamiento humano. Estos animales protagonizan historias que ejemplifican vicios y malas
costumbres. y de las que se desprende una moraleja, es decir, una lección de carácter moral o una
enseñanza práctica para la vida.

Las fábulas dieciochescas están compuestas por versos bien elaborados, pero sin emoción lírica; son, en
realidad, prosa rimada que contiene narraciones, descripciones y conclusiones morales. Los fabulistas
que disfrutaron de mayor éxito literario en el sigio XVIII fueron Félix Maria Samaniego (1745-1801) y
Tomás de Iriarte (1750-1791).

2.3. El teatro en el s. XVIII.

El teatro, al igual que la poesía, no escapó a los debates de la época que cuestionaban su sentido y
utilidad. Es necesario recordar que el ensayo es el registro literario más característico de la Ilustración
por ser considerado el medio propicio para transmitir las ideas ilustradas. A pesar de las dificultades, el
género dramático comenzó a despegar debido, principalmente, a dos razones:

Acudir al teatro seguía siendo un evento social importante, por lo que los espectadores se
mantuvieron fieles a sus citas con los escenarios. Por lo tanto, el género continuó su evolución.
A pesar de que el Siglo de Oro ejercía una poderosa influencia sobre los dramaturgos ilustrados de
la primera mitad de siglo, a partir de la segunda parte de la centuria comienza a fraguarse un
estilo propio que recoge los sentires políticos y liberales del momento.

¿Cómo se consigue evolucionar un género anquilosado en el pasado y con un componente superficial


puesto constantemente en entredicho? Volviendo a las influencias clásicas, que aspiraban a la
verosimilitud, lo que implicaba que el público empatizara con la propuesta. Los argumentos
representados ponían en primer plano conflictos universales, por lo que siempre se llegaba a una
enseñanza útil y valiosa para el espectador

2.3.1. Leandro Fernández de Moratin

Moratín (1760-1828) nació en Madrid, en el seno de una familia culta e lustrada. Tras la guerra de la
Independencia, se le consideró afrancesado a causa del apoyo que había prestado al gobierno de José
Bonaparte. Tuvo que exiliarse en Francia, en cuya capital murió

En sus comedias, adoptó los preceptos del teatro clásico para reflejar los problemas que aquejaban a
la sociedad de su tiempo. En efecto, los argumentos de sus obras se desarrollan en el ámbito familiar y
doméstico, donde podían aflorar las costumbres, los vicios y errores más comunes de la clase media
española de la época. Entre estas costumbres irracionales estaba, por ejemplo, la de concertar
matrimonios entre jovencitas y viejos por puros intereses económicos.

En El si de las niñas, su obra más importante, Moratín defendió la libertad de la mujer para elegir
marido y mostró su desacuerdo con el método autoritario para educar a las jóvenes. En La comedia
nueva o el café se burla de los autores que no respetan la regla aristotlica de las tres unidades. En sus
obras nunca hay una crítica despiadada, sino una sátira comedida e inteligente.

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