Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La respuesta más común sobre qué hace el jurista es: "interpreta y aplica la ley".
Intentaremos por tanto ver si los profesores, al fundar su propia opinión científica,
los jueces, al motivar sus sentencias, los abogados, al argumentar y fundar sus
escritos, y los funcionarios, al motivar sus actos, pretenden al hacerlo no tener
ninguna otra fuente que la ley correctamente aplicada.
Con esta definición, vemos que no se propicia, por tanto, una legislación
"fragmentada" (como en el common law) aunque no se excluye la "legislación
fragmentaria nueva" (la que se hace con posterioridad al dictado del código).
El problema de adaptación del derecho a las nuevas necesidades corre por cuenta
del legislador (soberano o parlamento). Recordemos que el principio de división de
poderes da al legislativo el monopolio normativo.
Éstas son tres fuerzas muy heterogéneas y potenciales adversarias que sólo se
unieron bajo la idea de instaurar un código.
Así, el poder del soberano da paso a la voluntad -también absoluta- del pueblo o
nación. Este cambio en los motivos político-constitucionales será receptado por la
fuerza ideológica (iusnaturalista de corte iluminista) en orden a que la
3
Así, esta concepción del derecho, que mezcla positivismo legalista, liberalismo
constitucional y parlamentarismo democrático, terminará siendo, una vez separada
de sus matrices, la premisa de validez de la legislación nazi.
Ahora bien, la pasividad del juez frente a la ley surgió producto de algunos
postulados -válidos- del Estado de Derecho:
Está claro que la idea de legalidad de un juez nazi distaba mucho de los
componentes iusnaturalistas, técnico-jurídicos, liberal democráticos y garantistas
que apoyaron la idea codificadora. No obstante los nazis explotaron la aureola de
valores de los que estaba impregnada la legalidad formal.
Pero para criticar al legalismo no debemos sólo hacer una "Reductio ad Hitlerum",
sino analizar todas las implicaciones y todos los elementos irrenunciables propios
de esta teoría.
4
O, en consecuencia:
Estos postulados destruyen la Autonomía Política del Juez, el que pasa a ser "la
boca que pronuncia las palabras de la ley" (Montesquieu), y así "el término
«jurisprudencia» pasa a ser eliminado de la lengua" (Robespierre). En
consecuencia, no podrá alegarse ni basarse más en los precedentes a la hora de
pedir justicia o dictar sentencia.
Crítica al I o Postulado:
Al sostener que "la ley es todo el derecho" se está diciendo que "la ley es
completa", que no necesita de ningún elemento integrador fuera de ella que no sea
la lógica rigurosa del jurista.
Según los positivistas, la ley está llamada a regular jurídicamente la totalidad de los
casos de la vida.
Hay laguna toda vez que el intérprete intenta resolver un problema práctico
hipotético o real fundándose sólo en la ley, pero no encuentra en ella una solución
unívoca y reconocible.
• Estáticas.
• Dinámicas.
Laguna Estática:
Primero debemos decir que la ley no puede (ni quiere) establecer de manera
unívoca el significado de todas las palabras que contiene. Por tanto, si hasta las
palabras y los conceptos tienen significados multívocos, (teniendo por tanto
"lagunas" que precisan de alguien que diga cómo o en qué sentido se está
utilizando tal o cual palabra en determinada situación), al estar la ley compuesta de
palabras, también tiene estas "lagunas semánticas".
6
Con relación a los precedentes, tenemos los casos de implícito o explícito Reenvío
por parte del legislador a la "doctrina y jurisprudencia", y las hipótesis de
abstención del legislador de regular determinados campos del derecho.
Pero las lagunas estáticas no terminan aquí, también existen otras que se dan
cuando el legislador se representa de manera limitada o errónea los hechos sociales
sobre los que intenta intervenir. Estas lagunas van en aumento proporcional con la
complejidad de la sociedad contemporánea y con las competencias que en ella
asume el Estado.
La "Antinomia" también es una laguna, puesto que en este caso el intérprete carece
de una norma unívoca para aplicar.
posible aplicación: ¿qué pasará en el caso de una norma posterior pero más
genérica, o de una norma posterior pero inferior?
Por tanto, la ley tampoco puede por sí sola llenar la laguna de la antinomia.
Según la visión del derecho como un orden completo: "la ley prevé todos los
casos". Cada caso se corresponde con una norma general por una simple
subsunción lógica.
Así, el juez sólo lleva a cabo un proceso conocido como "Silogismo Judicial" que se
realiza así:
Menor: Diagnóstico de la Situación (ej.: "tú eres comprador, porque veo que estás
en la situación del comprador")
Crítica a la idea del "Silogismo Judicial": Nunca o casi nunca la situación encaja con
lo preceptuado por la norma, y si el asunto llega al juez es, justamente porque hay
dudas entre la situación y lo que la ley dice; sino se resolvería por la ley sin recurrir
a la justicia. Además, un caso puede estar sujeto a varias normas e implicar toda
una larga serie de circunstancias que la norma no prevé.
Por otro lado, esto también puede llevar a sostener una "Ética de la Situación",
entendiendo que:
9
Entonces, tomando este criterio, lo que realmente llega a alcanzar al caso concreto
es la aplicación de la ley y no la ley general.
La importancia de esta dimensión individual es tal que hay teorías que reducen todo
el derecho sólo a la solución de los conflictos individuales. Por ejemplo: el
"Realismo Jurídico" sostiene que la norma general es un concepto privado de
sentido y que existen por tanto sólo aquellos actos de decisión caso por caso.
Ej.l: electricidad (el legislador reguló el "robo" como la sustracción de una "cosa", y
no pensó en la electricidad). Por ello debió hacerse una analogía con "cosa".
Ej.3: Inflación (cuando la ley exige que las obligaciones de dar una suma
determinada de dinero se convierte en inservible, ya que el monto en cifras no se
10
condice con el valor real a raíz de un proceso inflacionario). En este caso se utilizó
el concepto de "buena fe" para restablecer el sinalagma negocial.
Pero la evolución histórica no sólo aporta hechos novedosos, sino también nuevos
criterios de valoración (es el carácter de la "historicidad" del derecho, gracias
rabbi!).
La ley puede permanecer intacta, pero la interpretación cambia. Ej.: cuando Vélez
redactó "concebido en el seno materno" ni se imaginó lo que podía pasar con los
embriones (aunque hoy los juristas, teniendo en cuenta esto, amplían la protección
que daba Vélez a los embriones que están fuera del seno materno).
Además, muchas veces al colmar una laguna se propagan sus consecuencias sobre
toda la estructura del ordenamiento jurídico, pudiendo incluso crear nuevas
lagunas.
Ante estas Lagunas dinámicas, los legalistas pueden objetar que ellas son
solucionadas con nuevas leyes. Si bien la ley no es completa, sería
autocompletable.
A partir del art. 4 del Código Napoleón, no se permite más al juez utilizar el "non
liquet", estando obligado a dictar sentencia. El fundamento de esta obligación se
basa en el primer postulado del positivismo legalista ("la ley es todo el derecho"),
que conlleva la idea de completitud del ordenamiento establecido por el código. Así,
no existiría ningún problema práctico que el juez no pudiese resolver con la sola
aplicación del código. El juez debe por tanto dictar sentencia porque tiene en la ley
todas las soluciones. Aceptar que el juez puede dudar sería poner en evidencia la
falta de completitud de la ley.
"Référé Léaistatif'-.
Fue un recurso usado en la antigüedad antes del iluminismo: Justiniano, Luis XIV.
Ej.: que la ley dijera "Para todos los casos que se presenten se aplicará sólo esta
ley. En caso de duda, se recurrirá a la costumbre, y si no a la doctrina y
jurisprudencia más autorizada."
Como vemos, se está dando una pauta de cuáles serán las fuentes a consultar,
según un orden también dado, en caso de duda. De este modo, toda decisión del
juez sigue siendo "legal" (es decir, producto de una aplicación de la norma escrita).
Esta tercera solución con relación al problema de las lagunas -evitando una
valoración autónoma del juez- se basa en que las lagunas no existen, y que la ley
es, necesariamente completa.
Esta posición tiene variantes, pero todos los legalistas concuerdan en sostener que
todo el ordenamiento jurídico contiene una "Norma General de Cierre" que se aplica
a todos los casos que no encuentran solución a través de las normas específicas.
Sostiene que todo lo que no está regulado cae en un "espacio jurídicamente vacío"
y es irrelevante para el derecho en el sentido de que sobre ese caso no es legítimo
decidir. El juez debe, por tanto, abstenerse de juzgar.
Crítica: Esta posición no da ninguna directiva al juez sobre cómo obrar, obligándolo,
por lo demás, a dictar una sentencia.
Esta segunda variante sostiene que "todo lo que no está prohibido está permitido".
13
Por supuesto, tiene como fundamento al liberalismo. Por tanto, cuando el juez vea
que el caso no se adecúa con lo prescripto por el ordenamiento o que se formulan
dudas, se debe rechazar la demanda.
Así, el derecho, en cuanto orden que limita la libertad, es visto como algo
excepcional y anómalo.
Crítica 3: argumento fáctico: por siempre, todos los jueces que se encuentran ante
un caso difícil ponen su empeño en solucionarlo de la mejor manera, buscando la
solución más justa, y nunca dando la razón automáticamente al demandado.
Por tanto, no hay diferencia entre la falta de una norma que dé una directiva
unívoca y la falta de una norma. Ambas no brindan al juez una respuesta que
solucione el caso.
Según Kelsen:
• Si no hay ley: hay una única solución (porque Hans no acepta las lagunas):
fallar contra el actor.
El logicismo termina siendo la única solución que le queda a los positivistas para
mantener sus postulados. No obstante, las operaciones del logicismo sufrieron
muchas críticas.... pero ésa, ésa es otra historia....
15
1. Una elección de los métodos en base a los valores políticos del método
considerado por sí mismo ("Metodología del Método").
2. Una elección de los métodos en base a los valores políticos a realizar una y
otra vez en cada decisión singular ("Metodología del Resultado").
Estas posiciones distan mucho de ser las valoraciones claras y desinteresadas, las
únicas que deben usarse en el único tipo de política interpretativa científica y
moralmente aceptable.
Pero esto se complica más. Esta cifra presupone que cada método lleva a un solo
resultado. Pero en verdad, cada tipo de interpretación puede tener más de un
resultado posible. Así, suponiendo que cada método interpretativo diera una media
de 3 resultados posibles (marcados en el cuadro como "Ri", "R2" y "R n"),
llegaremos a la conclusión que puede haber, en promedio, 72 significados
aceptables (24 modos de interpretación x 3 resultados posibles = 72).
Asimismo, hay que tener en cuenta la relatividad de las cifras y de los conceptos
(por ej.: "interpretación teleológica" puede significar varios modos posibles de
interpretar).
Esta distinción importa sobre todo cuando las leyes son viejas.
1. Interpretación Objetiva-Histórica.
2. Interpretación Objetiva-Evolutiva.
3. Interpretación Subjetiva-Histórica.
20
Ej.: la "buena fe" en una compraventa: si la ley dice que en la compraventa debe
aplicarse el principio de la buena fe, un intérprete fundamental conceptual dirá que
a la compraventa se le aplica la buena fe porque es un contrato (y sólo por eso), y
que, como tal, se le aplica la "buena fe". Entonces, entendiendo a la compraventa
como una especie del género contratos, se le aplicarán todas -y sólo- las reglas de
la ejecución de buena fe de los contratos en general.
Siguiendo con los números puestos en la parte de abajo de nuestra linda tablita,
vemos que, al nivel de este 4o par antitético, tenemos ya 9 tipos posibles de
interpretación.
22
Aunque parece difícil de concebir una interpretación sistemática sólo "parcial", toda
interpretación, en este sentido, debería ser sistemática y sistemática "total". No
obstante, esto no siempre se produce, ya por la dificultad de tener presente todos
los miles de normas vigentes, ya pro la autonomía que se fundamenta en la
interpretación teleológica y que vale para toda interpretación fundamental.
Esta enumeración tan difícil sirve para entender la inserción de la actividad política
del jurista. En efecto, si toda proposición normativa puede ser interpretada de 15 o
24 formas distintas, y si la ley no dice nada sobre cuál interpretación aplicar, el
jurista tiene entonces 15 o 24 métodos de interpretación para arbitrariamente
seguir, lo que implica un gran número de soluciones distintas. Si se calcula un
promedio de 3 resultados por método de interpretación, obtenemos una media de
72 posibles significados para cada texto legal.
Está claro que los motivos son de varios tipos: sociológicos, ideológicos, internos al
ámbito jurisprudencial, y también motivos de otro género.
Debemos ahora demostrar brevemente que entre los varios tipos de interpretación
no existe ninguno que nos brinde siempre -o casi siempre- resultados que no sean
objeto de controversia. En otras palabras, debemos decir que ningún método es
"cierto".
Está claro que, cualquiera sea el grado de precisión y de validez de esta distinción
de Dilthey, la interpretación de la ley pertenece más a la operación del "entender"
que del "explicar". Ahora bien, ¿cómo es posible "demostrar" que se ha "entendido"
un texto correctamente? Se trata de una operación en definitiva muy misteriosa.
Nosotros no podemos entrar aquí en el detalle de lo sostenido por las teorías
filosóficas sobre el acto de entender y de comprender; pero si, por ejemplo,
asumimos la regla del neopositivismo que establece que toda demostración
rigurosa debe ser o analítica o experimental, la afirmación de que un determinado
texto tiene un determinado significado no puede ser demostrada de manera
rigurosa.
c) las lagunas no pueden, en general, ser colmadas con los métodos interpretativos
ciertos.
Podemos también decir que todos los tipos de interpretación nos revelan, al mismo
nivel, lagunas en la ley; que algunos colman las lagunas que se producen en el
nivel de los tipos de interpretación diversa; que ninguno revela o colma lagunas de
un modo rigurosamente cierto. Por ejemplo: la interpretación sistemática revelará
las lagunas que existen (como hemos visto) al nivel de los "principios generales"
del ordenamiento; en muchos casos colmará las lagunas que existen al nivel de la
interpretación sectorial; pero no revelará las lagunas al nivel de los "principios", ni
colmará las lagunas al nivel de las normas singulares, de un modo rigurosamente
cierto.
No hemos querido insistir sobre el hecho de que todos los métodos interpretativos
revelan, a su nivel, lagunas en la ley: lo hemos dicho ya implícitamente al hablar de
las lagunas, que se producen tanto al nivel de la letra de la ley como al nivel del
"espíritu" o de los principios, como al nivel sectorial al confrontar las normas entre
sí y los principios entre sí. En este sentido, la teoría de la interpretación no es otra
cosa que lo contrario a la teoría de las lagunas.
Para demostrar mejor que los métodos interpretativos destinados a colmar las
lagunas reveladas a través de otros métodos no son ciertos, es bueno, además de
tener en cuenta las consideraciones generales ya hechas, examinar los métodos
28
metafilológicos uno por uno, en cuanto cada uno tiene sus causas propias de falta
de certeza. Nos limitaremos a dar algunos ejemplos, evitando un tratamiento muy
extenso.
Sobre todo inevitabilidad. Sin la interpretación teleológica, la vida del derecho sería
impracticable. La teleología es el aceite indispensable para lubricar la máquina del
derecho. Ya hemos puesto el ejemplo de la parálisis del tráfico producto de la
interpretación literal; podemos recordar, por ejemplo, las denominadas "huelgas
por la observancia del reglamento", que consisten precisamente en observar la letra
de un reglamento o una ley en condiciones que no lo permiten (son varias las
administraciones estatales que no podrían funcionar si aplicasen la ley
29
propia conciencia. Frente a los conflictos sobre la determinación del bien común,
están ahora obligados a descender, y a descender siempre más abajo, hasta el
límite de reconocer que el fin de la norma de partida ("está prohibido cruzar en
rojo") es justamente su propia letra, porque sólo ella dirime en cierto modo los
conflictos sobre que será verdaderamente lo que más favorezca a la seguridad y
rapidez en el tránsito. Pero también sabemos que la letra no basta... y el ciclo
recomienza. ¿Y en qué punto se cierra? ¿En la letra? ¿En el fin sectorial? ¿En un fin
intermedio? ¿En el fin supremo? Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta
posible, mientras es necesario elegir alguna de ellas. Éste resulta ser uno de los
puntos en los cuales se manifiesta más claramente la paradoja de la "necesidad de
la libertad" del intérprete. El intérprete no es libre de no ser libre; la ley no puede
liberarlo de su libertad.
Aún cuando los métodos singulares de interpretación fueran todos ciertos (pero
sabemos que no lo son), resta por tratar el tema de la elección entre tales
métodos. ¿Con qué criterios se realiza la elección? ¿Son criterios "ciertos" o
"lógicos", en el sentido de "poder imponerse a todo intelecto correctamente
razonable"1 Esto ws, aún, un banco de prueba decisivo del logicismo jurídico.
De todo esto resulta la dificultad para encontrar criterios ciertos sobre la elección
entre los métodos, siendo los métodos (o los procedimientos) para valorar
extremadamente numerosos y aún no elaborados completamente. A esta dificultad
lógico-técnica relativa al objeto de la valoración se le suma otra, de naturaleza
puramente axiológica, es decir, referida directamente a los criterios de valoración.
En esta fase de nuestra exposición, aún no sabemos bien cuáles pueden ser los
valores políticos y jurídicos en los que debe basarse nuestra elección; y cuando los
conozcamos un poco mejor, se volverá muy discutible el hecho de que la elección
esencial se lleve a cabo entre los métodos de interpretación.
Con todas estas reservas, podemos captar el significado de los criterios para
realizar las opciones entre los métodos. Sobre todo en lo relativo a lo dicho sobre la
elección entre las interpretaciones objetiva y subjetiva, histórica y evolutiva, que
34
Un criterio de valoración también puede surgir con relación al modo según el cual
se concibe la ley. Hemos visto al inicio que de la idea de una ley completa o de
código surgen al menos dos valores contradictorios: el valor de la autoridad (no
35
existe derecho sin voluntad soberana) y el valor de la razón (no hay derecho fuera
de la ley, porque es posible construir un sistema legal completo y racional). En
general, quien da más importancia al primer valor (del que se derivan los valores
del orden, de la paz social, de la seguridad jurídica, de la igualdad de tratamiento
ante la ley) tenderá asimismo a preconizar la interpretación literal e incluso
subjetiva, pues concebirá fácilmente a la norma como "instrumento" o "comando"
de un sujeto. Quien, en cambio, piensa a la ley como un producto de la razón,
preferirá las interpretaciones según el fundamento y las interpretaciones
sistemáticas. Si la ley es esencialmente la voluntad del más fuerte, y este
consecuente corte voluntarista tiene vínculos indisolubles, se impondrá la elección
por la interpretación literal: ¿por qué buscar un fundamento de aquello que no tiene
fundamento? Si, en cambio, la ley es portadora de valores racionales, ya formales
(coherencia, completitud) ya sustanciales (justicia), es legítimo dedicarse a
construir el "sistema" legal. El método sistemático equivale a una toma de posición
a favor de la hipótesis del legislador coherente y razonable. La pandetística (contra
lo que se presupone) nace, en parte, de esta misma devoción a la ley. Y si lo
esencial es que un conflicto sea resuelto, y no cómo sea resuelto, podrá sólo bastar
con una ley que diga que el conflicto se decidirá tirando una moneda, con tal que se
establezca de manera absolutamente inequívoca en el mismo texto legal el tipo de
moneda, cuál es la "cara" y cuál la "ceca", el modo de tirar al aire la moneda, quién
la tirará y con cuánta fuerza, la presencia de testigos, etc, etc. Una ley concebida
esencialmente como un instrumento de la paz social y como "regla de la monedita"
deberá interpretarse de la manera más susceptible de dar un resultado cierto,
porque dotar a la ley de precisión será dotarla de su única justificación. Como
vemos, sobre la elección interpretativa se puede ejercitar toda una filosofía de la
sociedad y del derecho.
Otro criterio de elección (mucho más banal, pero no por eso menos influyente
históricamente) se basa en el modo en que se concibe la actividad del jurista.
Quienes prefieren la historia, tenderán a optar por la interpretación histórica,
reduciendo al jurista a ser un erudito, un filólogo, un excelente histórico del
derecho. Quienes conciben al jurista como una persona políticamente
comprometida, pero no aceptan la integración mediante el libre acercamiento al
derecho, preferirán la interpretación evolutiva y, probablemente, objetiva-
36
En esta fase, no es esencial indicar los criterios para colmar las lagunas; es esencial
demostrar la existencia de las lagunas (aquí, de las lagunas "metodológicas").
Creemos que esta demostración fue exitosa: es necesario elegir entre los métodos,
y faltan criterios que se impongan o reconozcan, en el plano puramente lógico-
técnico, a todo intelecto correctamente racional. La elección deberá por tanto ser
autónomamente política. En el fondo, la misma pluralidad de métodos, todos
igualmente legítimos, es la condición más funcional del legalismo como fachada
típica del método tradicional: permite obtener cualquier resultado, o casi
cualquiera, tan sólo "con la ley". No por nada, los jueces y abogados envuelven a
la teoría de la interpretación en una especie de numinosa oscuridad: el "misterio"
de la ciencia jurídica es funcional a la ideología legalista.
dentro del marco legal [la "facciata legale"], en base no a una metodología de los
métodos, sino en base a una metodología de los resultados.
Esto funciona del modo en que ya lo hemos descripto. Imaginemos un caso C que
no se adecúa unívocamente a ninguna disposición legal y que puede ser resuelto
con suficiente plausibilidad sobre la base de un cierto número (diríamos n) de
normas o de conjuntos de normas. Y suponemos que aplicando los 15 o 24 tipos de
interpretación de nuestra queridísima tablita a las normas (o a los conjuntos de
normas) plausiblemente invocadas para resolver el caso, obtuviésemos x resultados
"posibles” (esto es, los que no tendrían la desaprobación drástica de nuestros
colegas y de los entendidos del derecho en general). El juez analizará el conjunto
de resultados, escogerá el "mejor" y motivará su decisión en base a las normas y
los métodos que lo condujeron a tal resultado (parecido a como ocurre en la línea
subterránea metropolitana de París, donde uno aprieta el botón de la estación en
donde quiere arribar, y le aparece el cuadro del itinerario que hay que recorrer).
¿Y cuáles son los criterios para escoger la "mejor" entre las "posibles" soluciones?
Si descartamos los criterios particulares (elección pro amico, como decían los
grandes expertos de la vida jurídica que eran los juristas del derecho común), no
quedan más que criterios políticos. La metodología de resultados es una
metodología evidentemente más política que la metodología de los métodos,
porque pone al intérprete, sustancialmente, ante los mismos problemas que el
legislador.
Los autores como Merkl, Edelmann, Esser (y en general, aunque implícitamente, los
teóricos de la interpretación) refutan sin más la metodología de los resultados. Pero
no profundizan su refutación; la presentan como obvia, como evidente. A mi
parecer, su crítica no goza de evidencia. Y para demostrarlo, debemos analizar los
posibles criterios de elección entre la metodología de los métodos y la metodología
de los resultados.
Ser marxista o cristiano es algo mucho más fuerte que ser partidario de la
interpretación literal o de la interpretación teleológica.
Por otro lado, no me parece que se pueda evitar la elección entre la metodología de
los métodos y la metodología de los resultados, porque el único motivo para
evitarla podría ser abriendo un margen más amplio de libertad metodológica, con el
cual se vuelve a caer (a menos que se tenga una singular predilección por los actos
gratuitos) en la metodología de los resultados.
Por "lógica jurídica" se entiende (del modo más general posible) al conjunto de
procedimientos tendientes a extraer las consecuencias de aquello que, a la luz de
uno de los métodos de interpretación, puede entenderse como lo que la "ley"
habría dicho, a fin de dar al texto legal un alcance diverso (en varias direcciones
distintas) de aquél que surgiría de la reconstrucción interpretativa (también
conducida) del sentido. Podemos también decir que la interpretación es el conjunto
de operaciones semánticas, mientras que la "lógica jurídica" es el conjunto de
operaciones sintácticas realizadas sobre el texto legal. Con la "lógica jurídica", una
vez encontrado el sentido de una proposición legal, y a través de una
"transformación" puramente lógica de tipo similar al procedimiento matemático, se
puede descubrir un "nuevo derecho". Y se puede arribar a este nuevo derecho,
siempre según el logicismo legalista, de modo unívoco y que pueda imponerse a
todo intelecto correctamente razonable: así la ley crece más allá de sí misma
manteniéndose rigurosamente idéntica.
Esta demostración que plantearemos será detallada de modo más sumario que la
realizada con relación a las interpretaciones, ya que los tipos son muy similares.
¿En qué consiste la analogía? Podemos partir de una definición que nos da
Windscheid, el pandectista que hemos citado ya tantas veces: "la analogía es la
extensión de los principios que pueden extraerse de la ley, a casos que se
distinguen de un modo no esencial de aquellos -casos- prescriptos por la ley."
Pongamos un ejemplo pintoresco, que resalta Ihering. Supongamos que una norma
(que se halla colocada, por ejemplo, en el salón de espera de una estación de
trenes) dice: "prohibido entrar con perros". Y llega un hombre (estamos en la zona
centroeuropea, en la segunda mitad del siglo 18) con un oso amaestrado y
encadenado. ¿Podrá introducirlo en la sala de espera? El razonamiento por analogía
puede considerarse aplicable si se considera que a los fines de la norma la
diferencia entre oso y perro no es esencial. El "principio" que se deduce de la
norma es, en este caso, algo así como: "prohibido entrar con animales", lo que
implica una proposición normativa no escrita más general que la norma de origen, y
por tanto capaz de extenderse también al caso del oso. Para obtener un "principio"
basta sustituir el sujeto de la proposición normativa por un sujeto que, como dicen
los logicistas, tenga una "extensión" mayor (y por tanto una "comprensión" menor),
44
que sea el género del cual el sujeto de la norma es la especie (en este caso, el
sujeto "perros" de la norma literal se sustituirá por la idea más general de
"animales", para así contener también a los osos dentro de la norma).
Para dar un ejemplo menos pintoresco, imaginemos una norma que diga que la
compraventa debe ejecutarse según la buena fe. ¿Cómo debe ser ejecutada la
locación? Deberá ser ejecutada también de buena fe, sólo si se considera que la
diferencia entre la compraventa y la locación es, a los fines de la norma, no
esencial. En este caso, el "principio" será que los contratos (o ciertos contratos,
entre los cuales incluimos a la compraventa y a la locación) deben ser ejecutados
de buena fe.
Q es P
Q es M
S es M
S es P
Aunque no hace falta ello, resulta también imposible. Pasar de (1) a (3) significa
que a la norma legal de la cual se deriva (1) le aplicamos la llamada interpretación
fundamental. Y sabemos que la interpretación fundamental no es más legítima que
la literal, así como también sabemos que hay muchos más tipos de interpretación
fundamental, y que ninguno de ellos goza de una certeza rigurosa. El punto débil
de la analogía es de naturaleza más bien semántica que sintáctica; este punto
todavía incide sobre todo el arco lógico, porque los razonamientos lógicos son como
una cadena, que no puede ser más fuerte que el más débil de sus anillos.
subsiste sólo en algunos casos. Entre estos juristas podemos encontrar a Klug,
Laranz, Engisch, Kalinowski, Conte, Séller.
No es posible entrar en los detalles de este difícil problema, que tampoco ha sido
resuelto del todo. Pero, según mi parecer, las objeciones hechas a la opinión
mayoritaria no tienen solidez. Esto a la luz de la discusión que mantengo con
Conte. La posición de Conte, sobre todo, se funda en un uso anómalo, y no
oportuno, del término "argumento a contrario”. Lo que Conte designa con tales
términos no es en realidad un argumento particular, contrapuesto a la analogía, y
fundado sobre una norma precisa, sino que es una verdad analítica general,
derivada del concepto mismo del ordenamiento normativo.
Tampoco puede hablarse del argumento a contrario para el caso en el que se busca
partir de una norma que regula una materia "evidentemente" diversa de aquella
nueva que se intenta regular. Por ejemplo, no utilizarían el argumento a contrarío
quienes, partiendo de la norma "está prohibido entrar con perros", concluyesen que
está permitido leer el periódico, en virtud de la diferencia (obviamente "esencial")
entre introducir perros y leer el diario.
Por último, no es correcta la opinión de Klug que sostiene que sólo el argumento a
contrario puede ser invocado cuando la norma "está prohibido X" significa "está
prohibido X y solo X". Por tanto, cuando la norma dice "la compraventa debe
48
ejecutarse de buena fe" significa que "la compraventa y sólo la compraventa debe
ejecutarse de buena fe". En estos casos, está claro que la analogía no prospera,
pero no se aplica tampoco el argumento a contrario-, sólo existe la aplicación de una
norma legal, posterior a una interpretación que le ha atribuido (en la formalización
de Klug) el significado de una "implicación intensiva". No es oportuno llamar
"argumento" (esto es operación sintáctica de la "lógica jurídica") a aquella que sólo
es una operación semántica perteneciente al nivel de la interpretación (como se
utiliza en el derecho penal, donde se prohíbe la interpretación analógica, habiendo
de intepretar a las normas como con una "implicación intensiva", es decir, como
norma que establece "está prohibido X y sólo X").
Si puede replicar, sobre la base de lo que hemos ya visto, que en el fondo también
la analogía es reducible a una operación semántica: a aquella por la cual, a través
de una interpretación fundamental, se atribuye a una norma un significado más
amplio, como en el caso de la proposición (4) del ejemplo que hemos visto antes.
Una vez completada esta operación, no resta más que hacer una simple e
imperiosa subsunción: la de la subespecie "análoga" sobre el "principio" obtenido.
Pero esta objeción no hace otra cosa que confirmar la perfecta identidad de la
estructura de los dos razonamientos, que tienen ambos un punto débil en la
bifurcación constituida a la hora de realizar la interpretación.
Por lo tanto, cada vez que es invocable el razonamiento por analogía es invocable
con igual (o suficiente) legitimidad lógica el argumento a contrario, y viceversa.
¿Cómo decidir entre los dos? Sobre la base de operaciones reducibles a la
interpretación fundamental, o sobre la base de valoraciones sobre lo que es
"esencial" y "no esencial", o sobre la base de confrontar los resultados que se
obtienen a través de estos dos procedimientos. Lo que es lo mismo que decir que
49
Salvo las deducciones, todos los demás son procedimientos no rigurosos, ya sea in
se (por sí mismos), o ya sea porque presuponen siempre la interpretación. Por
tanto, terminaremos haciendo, como ya sabemos, una elección -política- entre los
resultados.
Sobre este punto no es necesario extenderse mucho, pero diremos que constituye
el punto central de todo nuestro discurso: no existen motivos lógicamente precisos
para elegir uno de los procedimientos de la "lógica jurídica" por sobre otro u otros.
La elección no es nunca rigurosa desde el punto de vista del legalismo o del
logicismo; puede serlo, eventualmente, desde el punto de vista político, esto es,
desde el punto de vista de la metodología de los resultados. Cualquier
razonamiento jurídico (motivación de la sentencia, presentación judicial, texto
universitario) que utilice una de estas figuras de la "lógica jurídica", es un
razonamiento que implica, consciente o inconscientemente, manifiesta o
crípticamente, una elección sobre bases extralegales.
51
Se puede dar a este modo de proceder una valoración axiológica. Por ejemplo, es
probable que el postulado de la "organicidad", como de la continuidad con lo que
existe, favorece a una jurisprudencia conservadora; y esto podrá ser visto como un
valor o como un defecto según lo que se piensa del derecho existente, o según la
mayor o menor estabilidad social en el período considerado, etc. Pero no es éste un
aspecto sobre el que debamos detenernos aquí.
Las críticas lógicas que pueden hacerse al sistema productivo son variadas. Se
puede sostener, por ejemplo, que el sistema no existe, porque la ley -así como las
vemos- es el resultado de luchas históricas, parlamentarias y extra-parlamentarias,
53
Está claro pues que la construcción no exige sólo la elección "por el sistema", sino
también una elección por un sistema por sobre otro: sobre este punto volveremos
después.
La construcción puede, asimismo, ser vista como una "bajada", como en el caso
particular de la deducción; produciendo realmente un nuevo derecho que hace que
el concepto-especie pertenezca a un concepto-género que preexiste con toda una
disciplina propia, no inducida o derivada a partir del concepto-especie. Es en esta
fase deductiva donde los elementos arbitrarios, inevitablemente inherentes a la
construcción inductiva del concepto general, se vuelven más peligrosos, porque la
extensión de la regulación del concepto-especie "A" al concepto-género es llevada a
cabo sin tener en cuenta el concepto-especie "B", al cual se le extiende esa
regulación a través de una operación lógicamente impecable. Mientras en el caso de
la analogía se tenían contemporáneamente presentes el concepto A y el concepto
B, y el concepto-género destinado a unirlos como sujeto del "principio" es
construido a partir de la exigencia de "B", en la construcción "B" puede recibir (a
través del concepto-género) la regulación de "A" sin ningún control, pues la
deducción es realmente una operación rigurosa (la única, como habíamos dicho, de
la "lógica jurídica"). La deducción es perfectamente lógica, pero no hace más que
transmitir ciegamente los elementos de arbitrio que tenía la inducción. Por esto
algunos teóricos han acusado al método tradicional de ser "muy lógico" al momento
de deducir, mientras que es poco lógico al inducir. La lógica rigurosa no es otra
cosa que una correa de transmisión; si al principio existe una arbitrariedad, no hace
55
más que multiplicar esta arbitrariedad. Algunos autores no están de acuerdo, y han
sugerido una solución de compromiso (verdaderamente extraña desde el punto de
vista lógico) consistente en una "deducción moderada" ("déduction tempérée"),
esto es, una deducción llevada a cabo bajo el control de una política del derecho.
Quisiera hacer una observación. Al igual que como existe un sistema de conceptos,
que es aquello que estamos criticando hasta ahora, se puede tener un sistema, más
aceptable, construido partiendo de valoraciones sobre los intereses en juego. Y así
como existe la pirámide compraventa - contrato - negocio jurídico - acto jurídico,
podemos hacer otra pirámide de otro tipo. Obtener un nuevo derecho sobre la base
de las pirámides conceptuales es un modo de sustituir la mecánica de las relaciones
entre los conceptos a la verdadera valoración político-jurídica. Pero también las
valoraciones pueden (y deben en cierta medida) ser coordinadas. Frente a un
sistema puramente lógico, podemos pensar en un sistema político-teleológico.
Tomemos como ejemplo el problema de los derechos personales y patrimoniales de
la persona concebida pero no nacida. Estos derechos se pueden relacionar al feto
sobre la base de un concepto simple, analizando cómo debe "construirse" al feto
desde el punto de vista dogmático (si, por ejemplo, se lo concibe como "sujeto" o
no), asimismo, en términos valorativos, analizando cuáles son los intereses en
juego: el interés de la persona por nacer, el interés de la madre, el interés del
hermano ya nacido, el interés social, y otros. Estas valoraciones pueden también
coordinarse con otras valoraciones, para formar un sistema que no es menos
sistemático que el otro, pero que tiene bases y contenidos diversos. No es más un
sistema de pirámides de conceptos; pero es u sistema de pirámides de principios
formados por (y obtenidos a través de) valoraciones.
Además del sistema logicista puro, se puede imaginar (y esto fue lo que muchos
juristas desarrollaron) un sistema valorativo, en consecuencia, un sistema más
plausible y más responsable.
jueces de los tribunales son siempre un número impar. Este detalle aparentemente
inocente significa que se presume ya desde un inicio que habrá desacuerdo. Y de
hecho, un alto número de decisiones no se resuelve por unanimidad, sino por
mayoría. En el campo de la lógica, de la matemática, de las ciencias experimentales
(y con razones opuestas al campo de las ciencias humanas), una solución decidida
por mayoría sería un contrasentido. Todos los postulados del legalismo y del
logicismo se desarticulan con un análisis estructural. Si pensamos también en la
pluralidad de instancias a través de las cuales transcurren generalmente las causas,
con la probabilidad de decisiones contrastantes. Otro fenómeno característico es la
llamada "cosa juzgada". Mientras en teoría la sentencia definitiva es simplemente la
sentencia lógicamente más correcta, en realidad el efecto de la cosa juzgada impide
el acceso a sucesivas revisiones científicas. La imposibilidad de impugnar
demuestra que la sentencia en última instancia no es un hecho de verdad, sino de
autoridad, de voluntad.
elemento ideológico dejaría de ser una incógnita. Las motivaciones dejarían de ser
crípticas para ser críticas.
Por otro lado, una mayor certeza no puede provenir de intervenciones autoritarias
(unidad de direccionamiento político impuesta, por ejemplo, por la Corte Suprema o
por el partido del régimen) sino de una renovada unidad moral al nivel de la
conciencia común.
Con todo esto, hemos examinado algunos inconvenientes de orden general dentro
de la ilusión logicista. Los inconvenientes son también muy graves dentro del
mundo jurídico.
Está claro sobre todo que el logicismo sofoca en el jurista el espíritu de veracidad:
una parte de la educación jurídica consiste justamente en hacer desaparecer la
pasión y el sentido de la verdad, para adquirir el sentido de una verdad
convencional y -en el caso de los abogados- de una capacidad de defender
indiferentemente cualquier causa. Un mundo fundado sobre presupuestos ficticios
64
Está claro que de esta manera se destruye la misma vocación del jurista. Este
resultado significa que, como dijimos en un inicio, cuando no se ama mucho a los
conceptos se escoge el estudio del derecho o por exclusión o por un interés
puramente práctico-banal. Un estudiante de derecho que tiene la convicción de
estar llamado a poner un gran empeño personal e histórico en sentido estricto, ya
parece ser una excepción.
alcanzar. Ni que tampoco significa una crítica irrazonada a la lógica, sino una crítica
al logicismo en particular sobre todo desde el punto de vista de la lógica.