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CAPÍTULO I
“Noche inesperada”
Aline
Yo nací el último día de primavera, en una de esas grietas, solo que justo cuando las
flores dejan caer sus pétalos por el agobiante calor del verano.
Siempre preferí pasar ese último día de primavera sola, vagando por las grandes calles de
Aston o quedándome en casa, pero para mi cumpleaños número dieciocho pensé en
simplemente escaparme de casa en la noche para ir a ver las estrellas a las afueras de la
ciudad, pero, como cada cosa en mi vida, no salió como lo planeado.
No me gustaban las fiestas, y cuando digo que no me gustaban me refiero a que era lo que
más detestaba en la faz de la tierra. Una combinación de tres cosas insoportables:
adolescentes hormonales, alcohol y música a todo volumen, pero ese viernes por la noche fui
a una fiesta.
Giré los ojos al recordar cómo mi mejor amigo me había llevado a esa casa a rastras—
literalmente a rastras—para celebrar que nuestro último año de instituto al fin había acabado,
pero sospechaba que no era solo para eso..
Estuve la primera media hora en la fiesta maldiciendo a Kaiden mentalmente por hacerme
soportar a toda la gente alcoholizada que no dejaba de empujarme a pesar de que me
encontraba en la esquina más oculta del lugar. Cuando la quinta persona que pasó a mi lado
me empujó tan fuerte que estuve a nada de caerme, empecé a pensar seriamente en cómo salir
de ese lugar sin ser atrapada por Kaiden— quien estaba bailando no muy lejos de mi para
cuidar que yo no saliera huyendo—y en cómo podría matarlo sin que nadie se enterase.
—Estás aquí porque soy tu mejor amigo y me amas. Y porque al fin terminamos esa
tortura llamada instituto. — sonrió inocentemente.
—Primero que nada, eres mi único amigo, así que no te creas mucho— fruncí el entrecejo
ligeramente—. Y segundo; llegaste a mi casa sin invitación y exigiendo que me arreglara,
después me arrastraste a tu coche, condujiste hasta aquí ignorando todas mis quejas y cuando
llegamos pediste que alguien se quedara cuidando la entrada para que yo no me pudiera
escapar—le reproché con una mirada acusadora.
Ni loca.
Me miró y soltó un suspiro lastimero como un niño pequeño cuando sus padres le
descubren una travesura.
—Bien,—suspiró—tal vez te traje porque estoy harto de ver a mi mejor amiga deprimirse
en su cumpleaños.—Me miró acusadoramente.
—¿Deprimirme en mi cumpleaños? ¿Yo? Pero si estoy super felíz.— Dije con tono
claramente sarcástico. Levanté mi mirada para clavarla en sus ojos y dibujar una sonrisa
también sarcástica.
Y de un momento a otro, pude notar que su mirada ahora solo transmitía una cosa:
lástima.
—Es exactamente eso a lo que me refiero. — Se acercó más a mí y colocó sus manos en
mis hombros para luego mirarme fijamente. —Mira, sé perfectamente lo que pasó, pero…
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Vimos entrar a un chico, era alto, muy alto, cabello azabache y desordenado, pero lo que
más me llamó la atención es que, aunque no le podía ver bien el rostro por la poca luz del
lugar, pude deducir que estaba buscando a alguien por la forma en la que estiraba su cuello e
ignoraba a las personas que se acercaban a saludarlo. Al parecer era conocido por la cantidad
de gente que lo hacía. Pero cuando estaba por regresar a mi mundo, a través de la camisa
pegada a su cuerpo pude apreciar cómo sus músculos definidos se flexionaban mientras
bajaba maletas de la parte trasera del carro. Bien, era atractivo, muy atractivo.
Reconocí inmediatamente esos ojos avellana que podrían matarte con una mirada. Era él,
aquel pequeño diablo castaño que me hizo la vida imposible cuando era pequeña.
Leif Hoffmann.
Pero ahí estaba él, regresando de la escuela a la que lo habían enviado en Sogen por sus
perfectas calificaciones.
Ese chico que estás viendo en ese instante, es el mismo chico que te fastidiaba de chiquita
y decía rara inadaptada.
Bajé la mirada rezando porque no me hubiera reconocido -aunque eso era imposible- o
mínimo que no se acercara, definitivamente no quería oír sus burlas.
Esbocé una pequeña sonrisa victoriosa al ver de reojo que despegaba su mirada de mí,
dando vuelta para ir a bajar todas sus cosas del maletero del coche.
Cuando terminó de sacar las maletas del carro y se adentró a su casa recogí mis pinceles,
acuarelas, mi libreta, me levanté del tronco y corrí hasta mi casa. Subí los escalones hasta
llegar a mi habitación en el segundo piso, coloqué mis cosas en el escritorio y cerré las
persianas de un tirón.
Mierda.
Acabé la pintura una hora después y tuve la increíble idea de cabrear un poco a mi nuevo
vecino.
Encendí mi celular y puse una canción dejando que su melodía llenara la habitación para
luego subir todo el volumen y colocar el teléfono justo delante de la ventana.
Abrí las cortinas y me tumbé de nuevo en la cama, menos mal que no había nadie en casa.
—You used to get it in your fishnets, now you only get it in your night dress—empecé en
un tono algo bajo. Una sonrisa se dibujó en mi rostro—, discarded all the naughty nights for
niceness landed in a very common crisis. Everything's in order in a black hole, nothing seems
as pretty as the past, though…
Yo seguía cantando a todo pulmón, pero Leif no daba señales de vida. Mi ceño se arrugó
en confusión.
Hasta que escuché una voz que reconocí perfectamente proveniente de la planta baja de la
casa.
—...Flicking through a little book of sex tips- ¿Qué rayos hacía Rai en casa ese sábado
por la tarde? Se suponía que iría al cine con su novio. —Remember when the boys were all
electric?...
Bajé las escaleras apresuradamente encontrándome con una escena que me hizo soltar una
carcajada.
—¿Qué? —Rai preguntó con una mueca de confusión; Tenía puesto un vestido lila y una
peluca rubia mal puesta. Seguí riéndome.
—Joder, te ves ridículo—logré formular para volver a reír, haciendo que me mirara con
una ceja alzada en falsa molestia. La canción se escuchaba con tanta claridad que llegué a
pensar que tal se podía oír hasta China.
—...You were just sounding it out, but you're not coming back again...—canté
agudizando mi voz a la vez que meneaba las caderas de forma divertida y lo hacía dar una
vuelta.
La canción acabó y nos dejamos caer en el sillón más cercano riendo como locos, pero
dos segundos después nuestra diversión fue interrumpida por el sonido de la puerta
abriéndose, dejando ver a mi madre, estaba cabreada.
Mierda.
CAPÍTULO II
Mi madre se notaba realmente enfadada, tanto que llegaba a dar un poco de miedo.
Esa mujer se podía describir en cinco simples palabras: engreída, amargada y bastante
insoportable. Conocía a mi madre desde que ambas eran apenas unas crías y,
lamentablemente, se había nombrado mi madrina ella misma.
—Vamos madre, un poco de música no hace mal a nadie—miré a Mark buscando ayuda.
Lo miré tan directamente que podría haber quedado tres metros bajo tierra. Mi madre
odiaba Arctic Monkeys. Bueno, en realidad, odiaba cualquier sonido que no viniera de la
tetera hirviendo.
—Mark, ¿no tenías que ir a ayudar a James para la cena? —le di una mirada severa y él se
levantó del sillón completamente pálido.
—Cierto, gracias por recordármelo, hermanita. Nos vemos mañana en la cafetería. —Sí,
mi madre definitivamente daba miedo.
—Te dije que no dejaras que te llamara así—escupió con molestia cuando escuchamos la
puerta cerrarse detrás de Mark.
Hermanita.
Mark me había llamado así desde que sus padres murieron en un accidente de auto hacía
casi cinco años. Me volví su única familia junto con James, nuestro otro mejor amigo.
¿Y mi madre o mi madrina?
—¡Lo conoces desde que es un crío! Sabes perfectamente que es un buen chico.
Eso me enojó, pero ya habíamos tenido esa misma discusión miles de veces. No quería
discutir con ella de nuevo.
—Bien, sigue teniendo esas estúpidas creencias si quieres. Pero nunca lograrás alejarme,
de ninguno de los dos. Nunca.
Me levanté del sofá y subí las escaleras corriendo para llegar a mi habitación.
Quería desconectarme del mundo un rato, así que agarré mi libreta y me puse a dibujar.
No sé bien como lo logre, pero después de un rato tenía en mi libreta una mariposa; Los
garabatos se convirtieron en alas, los trazos más rectos eran sus antenas, pero cada parte
estaba alejada de la otra. Cada parte se conectaba con pequeñas cuerdas débilmente trazadas.
No le tomé mucha importancia y seguí observando a la mariposa hasta que mamá abrió la
puerta y desde mi habitación logré escuchar los saludos de todos, las voces se me hicieron
familiares.
La madre de Alek.
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