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Dislocado

De: Víctor Velo


Obra finalista del Premio Nacional de Dramaturgia Gerardo Mancebo del Castillo 2018
I

Una mujer sale de su casa con su hijo. Un rechinido de las llantas a lo lejos. Un hombre
camina hacia ellos, encañona a la mujer, justo a la altura de la sien.

Hombre: Para que se te quite lo hocicona.

Un disparo. Siete más.


El niño mirando a su madre muerta.

Esteban: Mamá. ¿Mamá? Una imagen; la última. El desconcierto. Una vida.


Entendimiento: mala suerte, mal lugar; el lugar equivocado a la hora
incorrecta. Mi casa. Una casa. De renta. Quién fue. Qué pasó. ¿Por qué? Un
jefe de policía que pregunta. Una respuesta que es otra pregunta. ¿Qué
ocurrió?, trata de recordar. No hay nada qué recordar. Sólo un balazo y el
olor de la pólvora con sesos. Sesos en el piso. Carne molida. Una lágrima
que no es mía. Que no es suya. Que es de nadie. Que pertenece al río de
lágrimas que expulsan los cañones de las balas. ¿Qué pasó? Que no lo sé.
Una trabajadora social. Una tía a la que no veo. Decidir. Decisión.
Decisiones. Muchas. Tontas y arriesgadas. ¿Y para qué? ¿Se murió? Una
nueva casa. Un hogar que no es de renta, donde ya no está mamá
escondiéndose del casero. Niños nuevos, que son como hermanos. ¿Qué
hermanos? Nueva escuela, nueva ropa, nueva vida. Vuelve a sonreír. Para
qué. No somos sino pólvora fresca esperando a ser quemada. A veces la
sueño. El poli hace sus rondines. ¿Te dijo algo antes de morir? La mataron,
corrijo. No, nada. Un mal sazón. Una mala vida. Deporte, escuela, arte,
videojuegos. Convivir sin propósito. Tener un amigo. Tener otro. Dejar al
primero. ¿Te adaptas? A fuerzas. Sin fuerza. Te quiero. Yo no, o sí. ¿Para
qué fingimos el afecto? ¿Lo fingimos? La extraño. No, no he visto nada. No
me ha llamado nadie. El azul y el rojo son colores idiotas. El rechinido de las
llantas es una gota de sudor que retumba en mi espina. La pupila se dilata

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igual. Ya no. Ya menos. Cumplí ocho. Nueve. Diez. Doce. Catorce.
Diecisiete. Cada vela soplada es un recuerdo que se va borrando. Todavía
la sueño. Pero ya menos. Las caras se olvidan y poco o nada se recuerda
con los años. La vida se vuelve un aglomerado de fantasías nostálgicas que
divagan entre lo que pasó y lo que se inventó. No son mentiras. Es un lugar
mejor. Se recuerdan detalles al final: un proyectil, un ojo dislocado y una
palabra.
Nadia: (Toca la puerta de la habitación) ¿Puedo pasar?
Esteban: Ya estás adentro.
Nadia: ¿Vas a cenar?
Esteban: Ya voy.
Nadia: ¿Un mal día?
Esteban: ¿Cuál?
Nadia: Esteban…
Esteban: Perdón. Ya voy.
Nadia: ¿Podemos hablar?
Esteban: Sí, Nadia.
Nadia: Encontré algo.
Esteban: ¿Un novio?
Nadia: No seas payaso.
Esteban: ¿Qué encontraste?
Nadia: No vayas a pensar que lo escondí…
Esteban: ¿Qué, Nadia?
Nadia: Su collar.
Esteban: ¿El de perlas? Quédatelo.
Nadia: Se veía bien bonita con él.
Esteban: Sí, se veía bien bonita el día que la mataron.
Nadia: ¡Esteban!
Esteban: Perdón.
Nadia: Tuviste a tu mamá muchos años antes, no es posible que…
Esteban: ¿Y de qué otro día quieres que me acuerde? Los recuerdos que tengo de mi
mamá parten o son ese día. Todos los demás son como niebla a la que no
le encuentro sentido.
Nadia: Fuiste un niño muy feliz cuando ella vivía.

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Esteban: Quizás.
Nadia: Lo fuiste.
Esteban: No sé. La mayoría del tiempo parece que sólo recuerdo lo que tú me has
dicho. ¿Qué haces aquí?
Nadia: ¿La extrañas?
Esteban: ¿Qué clase de pregunta es esa, Nadia?
Nadia: Quiero saber si después de todo este tiempo, tú aún…
Esteban: Era mi mamá.
Nadia: ¿Y la extrañas?
Esteban: No sé. Es difícil aferrarme a la última imagen que tengo de ella.
Nadia: Toma (le extiende el collar). No puedes cambiar lo que pasó, Esteban. Pero
puedes elegir a qué aferrarte.
Esteban: Gracias, Nadia.
Nadia: Tía. De vez en cuando dime tía.
Esteban: Al rato bajo a cenar.

Sale Nadia.

Esteban: Cuando mencionan a mamá lo primero que oigo es un disparo, la cara que
recuerdo es la de un hombre sin alma y el olor de la pólvora fresca. El
hocicona aún retumbando en el aire. Mi recuerdo de ella es ese. Un rostro
despedazado con un hoyo en la sien, un ojo fuera de su lugar y un collar,
este collar, contrastando con el rojo de la sangre.

Aparece una mujer con el cráneo perforado, un ojo de fuera y se sienta atrás de Esteban.
Sin voltear, Esteban saluda.

Esteban: Madre.
Madre: Hola, hijo.
Esteban: Todo lo que ocurra desde este momento no es real. Lo sé. Es sólo un
recuerdo, es el único recuerdo. No es la primera vez. No va a ser la última.
Madre: ¿No me extrañas?
Esteban: No lo sé, supongo que sí.
Madre: ¿Supones?

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Esteban: Es difícil extrañar lo que no desaparece del todo.
Madre: ¿Me lo regresas?
Esteban: Es tuyo. (Esteban deja el collar que su madre toma de la cama).
Madre: (Mientras se lo pone) ¿Ya saben quién me mató?
Esteban: Desde siempre. Te dejó un mensaje sobre la cara.
Madre: ¿Y pasó algo?
Esteban: Ya lo sabes.
Madre: Pero quiero saber si lo sabes tú.
Esteban: Pues nada.
Madre: (Sacando un espejo del bolso destrozado) Que triste que me recuerdes así,
yo era más bonita.
Esteban: Si lo eras no me acuerdo.
Madre: Eras tan niño...
Esteban: Sí. Volviste pronto.
Madre: Así va a ser a partir de ahora…
Esteban: Quién sabe. De pronto no te veo y luego no me deshago de ti.
Madre: Así somos las mamás con los hijos.
Esteban: No lo sé, obviamente.
Madre: No lo digas como si fuera mi culpa.
Esteban: ¿Segura?
Madre: …
Esteban: ¿Y ya viste a alguien?
Madre: ¿Cómo?
Esteban: Pues en el cielo…
Madre: ¿Seguro que estoy en el cielo?
Esteban: El infierno era acá.
Madre: Tal vez. ¿Y a quién querías que viera?
Esteban: No lo sé. A tus padres, a algún amigo muerto, a Dios…
Madre: Nadie puede ver a Dios.
Esteban: ¿Dios existe?
Madre: No sé.
Esteban: Ya dime ¿existe?
Madre: Sí.
Esteban: Estás mintiendo.

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Madre: O sólo no quieres escuchar la verdad.
Esteban: Necesito saberlo.
Madre: ¿Para qué?
Esteban: Para poder estar tranquilo. ¿Entonces?
Madre: No lo sé. Punto.
Esteban: (Esteban se acerca mucho al rostro de su madre) Me gusta verte, aunque
sea así…
Madre: Pronto dejarás de hacerlo.
Esteban: Conforme pasan los años…
Madre: Olvidamos. ¿Y la escuela?
Esteban: Es sólo una escuela.
Madre: Es otra escuela. ¿Qué vas a hacer si te vuelven a correr?
Esteban: ¿Cómo sabes?
Madre: Porque tú sabes.
Esteban: Entonces sabes que no sé.
Madre: Es la prepa, Esteban. Te van a destrozar en la universidad.
Esteban: Ya voy a cenar.
Madre: Voy contigo.
Esteban: Tú te quedas.
Madre: No puedo, lo sabes.

(Esteban comienza a caminar hacia el comedor. Madre lo sigue).

Esteban: Va siendo hora de que te vayas.


Madre: Y de que madures.
Esteban: Yo lo hice. Tampoco es que tuviera muchas opciones.
Madre: ¿Y por qué sigo viéndome así? ¿Por qué no puedes superar?
Esteban: Ese es problema tuyo.
Madre: No, Esteban. Es tu problema. Acéptalo: te estás preguntando por qué me
sigues viendo y más así: destrozada, herida, con este agujero en la cabeza
y siete más por todo el cuerpo. ¿Cuántos años tenías?
Esteban: Ocho. Y ya no quiero hablar de eso.
Madre: Pero sí quieres.
Esteban: No, ya no quiero.

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Madre: Entonces piensa en otra cosa. Sólo le das vueltas y más vueltas al asunto.
No avanzas ni retrocedes, nada. Te ves como aquel niño tonto que se quedó
mirando el cadáver de su madre.
Esteban: Cállate.
Madre: ¿Por qué no lo seguiste, Esteban? ¿Por qué no defendiste a tu madre?
Esteban: Porque él tenía un arma y yo apenas ocho años.
Madre: Pudiste ver las placas, ser más claro en tu descripción, evitar que el sicario
se alejara.
Esteban: Pude.
Madre: Pero no, te quedaste callado…
Esteban: Y tú abriste demasiado la boca, ¡hocicona!

Esteban y su Madre entran a la cocina. Se sientan. La Madre frente a Esteban y Nadia en


medio de ambos.

Esteban: Sírveme poquito, Nadia. Ya no tengo hambre.


Madre: Malagradecido.
Esteban: Lengua suelta. (A Nadia) ¿Qué?
Nadia: ¿Te sirvo o…?
Esteban: Que sí.
Madre: ¿Y sigue cocinando horrible?
Esteban: Del carajo…
Nadia: ¿Perdón?
Esteban: Nada. ¿Me sirves?
Madre: Qué maleducado.
Esteban: No tuve quién me educara…
Nadia: ¿Te sientes bien?
Esteban: Sí, Nadia. ¿Cenamos, por favor?

Nadia se sienta a cenar con Esteban, la Madre los observa.

Nadia: ¿Y cómo estamos?


Madre: ¿Por qué habla en plural?
Esteban: Bien.

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Nadia: Si necesitas hablar, ya sabes que yo…
Esteban: Nadia, estoy bien.
Nadia: Perdón por lo del collar.
Esteban: No pasa nada. Fue bueno tenerlo de vuelta.
Madre: Nada como recordar las perlas cayendo al mismo tiempo que la cabeza de
tu madre en el pavimento.
Nadia: Yo la quería, Esteban. Quizás no éramos las más unidas…
Esteban: Déjalo así. Cambiemos el tema.
Madre: Déjala que hable.
Esteban: Luego te pones triste y ya es demasiada amargura en la casa conmigo.
Nadia: Sólo quería que lo supieras.
Esteban: Lo sé.

Pausa.

Madre: Mira, Esteban. Me cuelga el ojo.


Esteban: Qué asco.
Nadia: ¿Te retiro?
Esteban: No, no me refería... Igual ya no tengo hambre. (Nadia toma el plato y sale).
Madre: Tienes que aprender a no hacerme caso…
Esteban: Me lo haces muy difícil. De cualquier manera, ya te vas.
Madre: ¿Seguro?
Esteban: Espero.

Esteban juega con un cuchillo de cocina entre las manos.

Madre: Tonto…
Esteban: ¿Qué?
Madre: Te sien-tes cul-pa-ble.
Esteban: Déjame en paz.
Madre: Cómo que se antoja, ¿no?
Esteban: No se de qué hablas.
Madre: Tomar el cuchillo y ¡zaz!, el chorro de sangre desde tu cuello.

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Esteban: (Dejando caer el cuchillo en el plato, sin hacer caso a Madre). Me voy a
acostar, Nadia.
Madre: ¿Le puedes decir algo a Nadia?
Esteban: Díselo tú…
Madre: ¿En qué momento te volviste tan mamón?
Esteban: ¿Qué quieres que le diga?
Madre: Dile que gracias.
Esteban: Qué terriblemente cursi y predecible eres.
Madre: Díselo.
Esteban: Órale. Yo le digo.

Nadia vuelve.

Nadia: ¿Quieres algo más?


Esteban: No, Nadia.
Madre: ¡Dile!
Esteban: Muchas gracias. Descansa.
Nadia: Es un placer. Esteban… ¿un abrazo?
Esteban: No seas ridícula.

(Esteban camina de vuelta a su cuarto. Madre lo sigue).

Madre: No me hizo gracia, mamón.


Esteban: Nunca habías hablado tanto.
Madre: Igual estoy regresando a la vida.
Esteban: No juegues conmigo, no con eso.
Madre: ¿No te gustaría?
Esteban: Me gustaría que te callaras, ¿qué tal eso para empezar?
Madre: ¿Habíamos hablado antes?
Esteban: Algunas veces, nunca tanto.
Madre: No recuerdo.
Esteban: Nunca lo haces. O sí, y te haces pendeja. No sé. (Esteban llega a su cama
y comienza a desvestirse) ¿Te volteas?
Madre: Soy tu madre. Te vi desnudo desde que naciste.

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Esteban: Como quieras.

Esteban se quita la ropa y la Madre se voltea de inmediato.

Esteban: Ya deberías irte.


Madre: ¿Por qué?
Esteban: Porque hoy especialmente te ves muy viva.
Madre: ¿Es cierto que no me extrañas?
Esteban: No sé. ¿Tú extrañarías a alguien que se ve así?
Madre: Se me ocurre algo…
Esteban: No, mamá. Está bien pendeja esa idea.
Madre: Ándale.
Esteban: Que no.
Madre: No existo, ¿qué te va a pasar?
Esteban: Que entonces sí te voy a extrañar.

Esteban se acuesta. La Madre lo cobija, lo besa en la frente, y comienza a cantar.

Madre: Este niño lindo que nació de noche, quiere que lo lleven a pasear en coche.
Esteban: Ya no soy un niño.
Madre: No te dejamos serlo.
Esteban: No. (Pausa. Tarareo de mamá) Nadia… está bien. Un poco pendeja, pero al
final es un buen remplazo.
Madre: Lo es.
Esteban: Te lo digo porque por alguna razón no se lo puedo decir a ella.
Madre: Duérmete, mi niño, duérmete, mi sol, duérmete, pedazo de mi…
Oscuro.

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II

Esteban: Un día, de pronto, tienes una vida hecha: vas a la escuela, tienes amigos,
bebes, coges, coges mal, entra tu tía a tu recámara todas las noches y te
dice que la cena está lista. Y el recuerdo constante de tu madre te persigue.
Un recuerdo que ya no sabes si es recuerdo o si es la fabricación de tu
subconsciente asechándote. Si es un ente, un fantasma o el resultado de la
tacha que me acabo de meter. Un agujero. Un ojo colgando. Una madre que
vuelve. ¿Por qué no te has ido?
Madre: Quizás no quieres que me vaya, quizás esta vida hecha no está tan hecha
después de todo. ¿Qué vas a hacer?
Esteban: Acostumbrarme.
Madre: A tu edad uno se acostumbra a todo.
Esteban: Supongo.
Madre: ¿No es tarde para la escuela?
Esteban: Siempre es tarde. Para ir o para acabarla. ¿Volviste o te quedaste toda la
noche?
Madre: Aquí estuve.
Esteban: Qué raro, no lo habías hecho hasta hoy.
Madre: ¿Y bien?
Esteban: ¿Qué?
Madre: ¿No piensas ir?
Esteban: ¿A dónde?
Madre: A la escuela, Esteban.
Esteban: No puedo, estoy platicando con una muerta. Además, ya viene Ruth.
Madre: Igual que tu padre.
Esteban: ¿Qué?
Madre: Piensas con el pito. Estaría orgulloso.
Esteban: Si estuviera…

Un chiflido desde afuera.

Esteban: No digas nada.


Madre: Soy una tumba… literalmente.

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Esteban: Y luego por qué te dicen hocicona.
Madre: No te pases, Esteban.
Esteban: Es en serio, cállate.

Ruth entra al cuarto, toma a Esteban del cuello y lo besa.

Ruth: ¿No va a llegar tu tía?


Esteban: No puede salir del hospital hasta las tres. Tenemos un buen rato.

Esteban toma a Ruth de la cintura, se besan, comienzan a quitarse la ropa y se tiran a la


cama en un apasionado beso.

Madre: Esteban, aquí sigo.

La Madre se queda en silencio esperando a desaparecer. No ocurre. Esteban y Ruth


continúan sin prestar atención a la Madre. Ruth baja para hacerle sexo oral a Esteban.

Madre: ¡Esteban, por Dios!


Esteban: Espérate.
Ruth: ¿No quieres?
Esteban: No, definitivamente ahorita no.
Madre: Eso fue incómodo.
Esteban: ¿Por qué no te vas?
Ruth: ¿Quieres que me vaya?
Esteban: No, tú no.
Ruth: ¿Yo no?
Madre: Ya mejor cállate, hijo.
Esteban: Cállate tú.
Ruth: Mejor me voy.
Esteban: No, Ruth. Espérate.
Madre: Esteban, te ves como un idiota.
Esteban: Estoy alucinando con mi mamá.
Madre: Pudiste decir cualquier cosa…
Ruth: Qué asco.

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Esteban: No, no así. A ver, ¿ves algo ahí?
Ruth: Tu ropa sucia.
Esteban: Mi madre está sentada encima. Desde donde yo veo, al menos.
Madre: Esteban, cierra la boca.
Ruth: ¿Otra vez?
Esteban: Es diferente. Ya tiene ahí algunas horas.
Madre: ¿Ella sabe de mí?
Esteban: ¡Claro!
Ruth: ¿La puedes ver claramente?
Esteban: Tanto como a ti.
Madre: ¿Cuántas veces te ha pasado esto?
Esteban: Varias, no sé… ¿seis?
Ruth: No hables a la nada. Me pones muy nerviosa.
Madre: No es a la nada.
Esteban: ¿Y crees que yo estoy muy tranquilo? ¡Estoy viendo a mi mamá muerta!
Ruth: No está aquí, Esteban.
Esteban: ¡Y lo sé!
Madre: No estoy aquí, Esteban.
Esteban: ¡Lo sé, puta madre, lo sé!
Ruth: ¿Me juras que está ahí?
Esteban: Lo que me sorprende es que tú no la veas. Es como si estuviera aquí.
Madre: ¿Y si estoy?
Esteban: ¿Y si estuviera?
Ruth: ¿Qué dices?
Madre: Esteban, ¿y si estoy aquí?
Esteban: ¿Y si realmente estuviera aquí?
Ruth: Ya es demasiado, Esteban…
Madre: Qué tal que volví a hablarte y sólo tú me ves, como un fantasma premonitorio,
como una advertencia, como…
Esteban: Es cierto. Ruth, era tan obvio. Volvió por eso.
Ruth: No, yo no puedo con esto.
Esteban: Esta vez sí está. Vive. O no, bueno, muerta pero aquí. Su presencia ya no
es una alucinación. ¿No lo ves, Ruth?
Ruth: Ya me voy.

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Esteban: Escúchame.
Ruth: Necesitas descansar.
Esteban: ¡No entiendes! ¡Escúchame!
Madre: Déjala que se vaya.
Esteban: ¡Ruth!
Madre: Déjala irse. Tú y yo necesitamos hablar.
Ruth: Debimos haber ido a la escuela. (Sale)
Esteban: No te vayas. Mírala. Mamá, mueve algo.
Madre: Ya, Esteban.
Esteban: Debiste hacer algo.
Madre: ¿Cómo qué?
Esteban: No andar de hocicona para empezar.
Madre: Todavía no lo superas.
Esteban: ¿Cómo quieres que lo supere?
Madre: ¿Volví a ti para ser ofendida?
Esteban: No lo sé. Volviste. Eso es todo.
Madre: ¿A qué?
Esteban: No sé. Pero a algo. Supongamos que eres un fantasma.
Madre: ¿Un fantasma?
Esteban: Alguna aparición. No sé. ¿Te acuerdas de El Rey León?
Madre: Hamlet.
Esteban: No, el Rey León, la vimos juntos. Cuando se le aparece su padre…
Madre: ¿Crees que vengo a pedirte que vengues mi muerte?
Esteban: Creo que estás aquí por una razón. Esa suena razonable.
Madre: Esteban…
Esteban: Dime quién es tu asesino. Dime cómo atraparlo. Seguro algo de lo que
sabías, tu investigación, algo que me lleve a las pruebas para… que me diga
por qué ya no estás.
Madre: No sé qué hago aquí.
Esteban: Dime qué hacer para estar en paz.

Pausa.

Madre: No sé, hijo. Yo tampoco lo estoy.

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Esteban: ¿Qué sabes?
Madre: Nada. Nada concretamente. Estoy hecha de recuerdos.
Esteban: Como todos.
Madre: Vivos o muertos somos lo mismo.
Esteban: ¿Qué recuerdas?
Madre: Me acuerdo de ti. Desde siempre.
Esteban: ¿Y antes?
Madre: Me acuerdo de mí, de la abuela Meche, de haber sido niña. Recuerdo haber
jugado por las calles empedradas del pueblo, de algunas niñas más, no de
sus nombres, pero sí de ellas. De una amiga. De la secundaria, de la prepa,
es triste que una vida se pueda resumir en imágenes tan concisas. Me
acuerdo de tu padre, de quien debió ser tu padre y de quien hubiera querido
serlo. De cómo me enamoré de algunos hombres, o de cómo realmente me
enamoré de mi carrera.
Esteban: Y ese amor te costó la vida.
Madre: ¿El de los hombres o el de la carrera?
Esteban: Como si no lo supieras.
Madre: Con las veces que dije que prefería morir que renunciar a la verdad… Uno
se lo replantea cuando realmente ocurre. Cuando se acercó quise pedir
perdón, pero ya era tarde.
Esteban: Dijiste lo que no debías y te mataron.
Madre: Por hocicona… qué palabra.
Esteban: O por nada.
Madre: ¿Qué dices?
Esteban: Te mataron por nada.
Madre: Cuando uno ama lo que hace…
Esteban: No te matan. Quítate de la boca ese pretexto. ¿Qué crees que ocurrió
después? Nada. ¿Crees que eres una mártir? ¿Que el país cambió en algo
cuando te mataron? Lo único diferente aquí es mi vida. Al día siguiente no
fuiste sino tres minutos en un noticiero y yo un huérfano mantenido por su
tía. Tu muerte no fue importante, mamá, sólo fue diferente.
Madre: No seas injusto, Esteban. Me mataron porque ejercí mi derecho…
Esteban: ¡A nada!
Madre: Ejercí mi derecho de decir la verdad.

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Esteban: ¿Y mi derecho a tener mamá?
Madre: La tienes.
Esteban: La tuve. Prefirió una primera plana que a su hijo.
Madre: ¿Eso piensas?
Esteban: Supongo.
Madre: No supongas, ¿eso piensas?
Esteban: ¡No lo sé! Todos los días es lo mismo: creo que te mataron por tu trabajo o
porque yo no hice nada.
Madre: ¿Qué pudiste haber hecho? Eras un niño.
Esteban: Era el hombre de la casa.
Madre: Qué estúpido.
Esteban: No podrías entenderlo. Eras mi mamá, pero yo cuidaba de ti. Yo debí hacer
algo, no sé qué, pero algo. Ser un hombre. Y tú debiste callarte. Eso es todo.
Madre: Lo que debimos hacer ya no es importante.
Esteban: No tiene sentido pensar en eso.
Madre: La vida no tiene sentido.
Esteban: Estoy hablando contigo y estás muerta.
Madre: Empezando por ahí.
Esteban: ¿Ya entiendes por qué volviste?
Madre: Estar en este momento contigo suena bastante lógico.
Esteban: La lógica ya no existe aquí.
Madre: Lo siento, Esteban. No hay venganza, ni nombres ni nada. Sólo yo, hecha
mierda.
Esteban: Vete.
Madre: No puedo.
Esteban: Entonces cállate.

La Madre se sienta. Lo mira en silencio y Esteban en la cama de espaldas a ella. Silencio.

Esteban: No lo sabes… no tendrías por qué. Pero quería… quiero vengarme.


Madre: No puedes…
Esteban: No hables. Sólo escucha. Quiero tenerlo un día de frente y hacerlo sufrir,
mucho, y que sea lento, que agonice. Quiero ver su sangre y que él la mire
correr aún estando vivo, quiero marcarle en el cuerpo cada uno de los

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balazos que te dio. Y sobre todas las cosas, quiero que su hijo me mire
hacerlo.
Madre: Quieres algo que no cambia nada.
Esteban: O que empareja las cosas. Que hace que el mundo sea un poquito justo.
Quiero que ese niño crezca sintiéndose débil, como si estuviera bajo el agua
todo el tiempo. Ahogándose, sin fuerzas, sin su padre. Dislocado. Como yo.
Madre: Muéstramelo.
Esteban: ¿Qué?
Madre: ¿Cómo lo harías? (La Madre pasa a un lado de un mueble y tira unas tijeras.
Esteban las recoge). ¿Dónde cortarías?
Esteban: Aquí… y aquí. Y…
Madre: Hazlo, corta un poco. Sólo que salga un tantito de sangre.
Esteban: Ya es tiempo de que te vayas.
Madre: Eres como tu padre. Dices mucho y no haces nada.
Esteban: O tal vez soy hocicón, como mi mamá.
Madre: Planeas una venganza inútil y no estás dispuesto a sacrificar nada. No eres
más que un chamaco pendejo con delirios de sicario.
Esteban: Quiero…
Madre: Quiero, ¡quiero! Sigue queriendo, Esteban. Porque nunca logras nada. Sigue
deseando hacer algo que no pudiste.
Esteban: No pude.
Madre: Ni pudiste, ni intentaste, eres deseo sin acción. ¡Ya sé a qué volví, hijo! A
decirte que eres un inútil.
Esteban: No estás aquí.
Madre: Estoy y voy a estar el resto de tu vida.
Esteban: No estás. Estás muerta. Estás…
Madre: Voy a perseguir cada segundo de tu existencia.
Esteban: Vete.
Madre: Voy a hacerte desear tener este agujero en la sien.
Esteban: No existes.
Madre: Y cuando ya no puedas más, te voy a llevar conmigo.
Esteban: ¡Largo!
Madre: (señalándose el ojo) Siempre recuérdalo, hijo: ¡esto es tu culpa!
Esteban: No estás aquí.

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Madre: Te odio, Esteban.
Esteban: ¡Mamá!
Madre: ¡Te odio!
Esteban: ¡Cállate!

Esteban toma el control del televisor de su buró y se lo estrella contra la cabeza. No logra
quedar inconsciente.

Esteban: ¡Vete!
Madre: Cada día que pase vas a recordar que fuiste incapaz de…

Esteban se golpea varias veces hasta lograr quedar inconsciente. Mientras se golpea,
Nadia toca la puerta, habla desde afuera.

Nadia: ¿Esteban? ¡Esteban! ¡Abre, abre la puerta!

Oscuro.

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III

Esteban: Dolor. Demasiada luz. El hospital. ¿Qué pasó? Entre el sueño y la realidad
hay un paso. ¿Nadia? Las lágrimas todavía fluyen. Un zumbido en los oídos.
Recuerdos. ¿O pesadillas? Un sabor amargo en la boca. Medicamento.
Apaga la luz. ¿Nadia, me escuchas? ¿Yo me escucho? El sonido en la
cabeza retumba, pero no sale. Falta el aire. Faltan las ideas. El ojo de fuera
es lo único que veo con claridad. ¡Mi ojo!

Esteban se levanta sobresaltado tocándose el ojo para saber si sigue en su lugar.

Nadia: Aquí estoy, tranquilo. ¿Te sientes bien?


Esteban: (Voltea buscando a su Madre). ¿Dónde está?
Nadia: Acuéstate, Esteban.
Esteban: ¿Se fue?
Nadia: ¡Tranquilo!
Esteban: Yo no fui, Nadia. ¿Yo qué podía hacer?
Nadia: Respira, hijo. Aquí estoy. Vas a estar bien.
Esteban: No lo sé. No lo creo.
Nadia: ¿Qué pasó?
Esteban: (Esteban respira, se tranquiliza y recupera serenidad) Me caí.
Nadia: Te vi, Esteban. Entré cuando te diste el último golpe.
Esteban: Entonces ya sabes qué pasó. Necesito descansar.
Nadia: Quiero saber qué pasó antes de eso.
Esteban: Nada.
Nadia: ¿Te estabas estrellando el control de la tele en la cabeza por nada?
Esteban: Sí. Supongo.
Nadia: ¿Qué voy a hacer contigo?
Esteban: Llévame a la casa.
Nadia: Necesito que te vea un médico.
Esteban: No quiero. Llévame, por favor.
Nadia: Quiero saber qué te está pasando antes de que me vuelva tan loca…
Esteban: ¿Como yo?

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Nadia: Sí. Tan loca como tú. Perdóname, pero no te puedo entender. Y si no hablas
conmigo, menos.
Esteban: Mi mamá me culpa de su muerte, tengo desde ayer hablando con ella. ¿Eso
quieres escuchar?
Nadia: ¡No digas tonterías, Esteban!
Esteban: ¿Ves como no tiene caso hablar contigo? No estoy loco, Nadia. La vi tan
claro como te estoy viendo ahora a ti.
Nadia: ¡Ya, por Dios, Esteban! ¡Ya estuvo bueno!
Esteban: No estoy inventando, estaba conmigo.
Nadia: ¿Quién? ¡¿Quién pudo haber estado contigo?!
Esteban: Mi mamá.
Nadia: ¡Está muerta! Tú la viste caer. La gente con una bala en la cabeza se muere
al instante.
Esteban: Lo sé, Nadia. Lo sé perfectamente.
Nadia: ¿Y te dice algo? ¿Platicas con ella? El día que venga invítame, para ver qué
se siente cuando realmente miras y escuchas a alguien.
Esteban: No seas exagerada.
Nadia: Duérmete. Te urge. Y de nada

(Nadia sale. Esteban reniega y ve a Madre de reojo).

Esteban: ¿Te vas a quedar ahí mirándome, nada más?


Madre: No quería interrumpir.
Esteban: ¿Vienes a hacerme otro reproche?
Madre: No sé. ¿Vas jurar venganza sobre mi tumba?
Esteban: Qué creativa.
Madre: Al menos ya no soy hocicona.
Esteban: ¿Por qué sigues apareciéndote?
Madre: No tengo idea. ¿Quizás el collar?
Esteban: Es sólo un collar.
Madre: Muchos objetos definen lo que somos. ¿Cuál sería tu objeto?
Esteban: La bala de tu cráneo.
Madre: Buena respuesta. ¿La quieres?
Esteban: Dámela.

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La Madre saca de su cráneo una bala y la pone sobre la mano extendida de Esteban.

Esteban: Una cosa bien chiquita puede transformar una vida.


Madre: O terminarla…
Esteban: Hablaba por mí.
Madre: Olvídame, Esteban.
Esteban: No puedo, mamá. Evidentemente no puedo.
Madre: ¿Crees que si hubieras hecho algo ese día…?
Esteban: ¡Ya, perdón por no defenderte! ¡Perdón por haber tenido ocho años!
Madre: No, déjame terminar. Algo que quizás hubiera hecho que este hombre
también se fijara en ti y, bueno, terminaras como yo… ¿No crees que hubiera
sido más fácil?
Esteban: Sí, más fácil sí.
Madre: Sería una gran nota.
Esteban: Madre e hijo asesinados: crimen pasional. Te lo apuesto.
Madre: No tendríamos quién nos recordara.
Esteban: Seríamos una noticia que se va perdiendo con los días. Al tercero, ¡puff! Se
acabó.
Madre: Quizás Nadia.
Esteban: Pero nadie más.
Madre: ¿Cómo está tu cabeza?
Esteban: Pensé que te mataba.
Madre: ¿Otra vez?
Esteban: Yo no lo hice.
Madre: ¿Seguro?
Esteban: Piensa lo que quieras.
Madre: ¿Te dolió mucho?
Esteban: ¿Quieres que lo intente otra vez?
Madre: Hazlo, para que conozcas el manicomio.
Esteban: Al menos no iría solo.
Madre: Nos tenemos como un recordatorio de la soledad.
Esteban: O como la prueba de que los recuerdos también son asesinos.

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Madre: Si quieres un recuerdo asesino aquí te va uno: (Pone sus dedos imitando a
una pistola sobre la sien de Esteban).
Esteban: No es gracio… (Acorde al movimiento de las manos, suena junto al cráneo
de Esteban exactamente el mismo disparo que mató a su madre).
Esteban: (Aturdido y desconcertado, trata de localizar si su ojo sigue en su lugar) ¿Por
qué hiciste eso?
Madre: Para ayudarte a ejecutar la decisión que ya tomaste.
Esteban: Yo no he decidido nada.
Madre: No me digas que no te ha tentado la idea de terminar con esto… de
desaparecer.
Esteban: Tal vez… pero no así, déjame en paz.
Madre: Te he visto, cada que vez un objeto afilado, que miras a un carro pasar a
gran velocidad, que estás en alguna altura considerable… he visto que te
relames los labios de curiosidad.
Esteban: No es verdad, no está pasando… no estás aquí.
Madre: Eres tan transparente para mí.
Esteban: Aléjate.
Madre: ¿Cómo te sentiste al estar inconsciente? ¿Hace cuánto que no estabas tan
en paz?
Esteban: Sin dolor…
Madre: Un momentito de sufrimiento por una eternidad de paz. Suena justo.
Esteban: ¿Qué hago?
Madre: Mátate.
Esteban: ¿Cómo?
Madre: El espejo del baño, ¡rápido!
Esteban: No quiero hacerlo.
Madre: ¡Claro que quieres! Pero eres demasiado cobarde para aceptarlo. Estoy aquí
yo, tu madre, para ayudarte a hacer las cosas.
Esteban: Estás dentro de mi cabeza, eres sólo un recuerdo.
Madre: Los recuerdos somos consejeros del futuro. Veo lo que eres, veo lo que
quieres, el caos con el que vives. Esteban, elimina de tu vida todo. Hazlo.
Por mí.
Esteban: ¿Para estar juntos?
Madre: Por lo que nos arrebataron.

21
Esteban: (Entra al baño, estrella su cabeza contra el espejo, que se rompe. Esteban
toma un trocito de los vidrios rotos). Perdón por no haberte defendido, mamá.
Madre: Me fallaste. Pero ya no lo vas a hacer, ¿verdad?
Esteban: Esta vez no.
Madre: Cuando estés listo.
Esteban: ¿Qué va a pasar después?
Madre: Un poquito de dolor, nada más. Nada que no hayas sentido antes.
Esteban: ¿En el cuello?
Madre: Para que la sangre corra rápido.
Esteban: Ya no voy a matar a tu asesino.
Madre: Lo hará alguien más.
Esteban: Ya no voy a saber de Nadia, ni de Ruth, ni de lo que se trata la vida.
Madre: Pero vas a corregir todo lo que hiciste mal, todo lo que dejaste de hacer, vas
a emparejar las cosas conmigo. ¿Querías justicia? ¡Esto es lo justo!
Esteban: No puedo…
Madre: ¡Hazlo!
Esteban: ¡No quiero!
Madre: ¡Hazlo, maricón, hazlo!
Esteban: ¡Déjame, no puedo!
Madre: ¡Me lo debes, Esteban!
Esteban: Perdóname, mamá. (Esteban tira el pedazo de vidrio, se tira al suelo y llora).
Madre: Me decepcionas una y otra vez.

Ruth abre la puerta de la habitación y entra.

Ruth: (Entrando) ¿Qué verga, Esteban?


Esteban: Sigue aquí. No pude, Ruth. No pude…
Madre: Nunca puedes.
Ruth: Todo está bien. Vamos a estar bien.
Madre: No me metiste a casa cuando escuchamos el rechinido de la camioneta.
Esteban: No pude.
Madre: No corriste cuando lo viste venir a nosotros.
Esteban: No lo hice.
Madre: No detuviste su mano cuando tomó la pistola.

22
Esteban: No lo intenté.
Madre: Y te quedaste parado después de que me mató.
Esteban: Perdóname.
Madre: Cuando me hizo esto. Cuando dejó a tu madre así y tú no hiciste nada,
Esteban. ¡Nada!
Esteban: Mamá… mamá…
Madre: Tú eres mi asesino, hijo.

Esteban toma el pedazo de vidrio que dejó en el piso y se lo dirige a la yugular. Ruth alcanza
a tomar su brazo justo antes de que se lo clave.

Ruth: ¡No, Esteban!


Madre: Hazlo, no hay otra manera.
Esteban: ¡Déjame!
Ruth: No te voy a dejar. Suelta eso.
Esteban: Es lo que quiere.
Ruth: No puedes rendirte, no puedes… (Forcejean con el vidrio entre los dos)
Esteban: ¡Quítate! (La empuja con fuerza, se pone sobre ella y le clava el vidrio en el
hombro).
Ruth: (Levantándose, alejándose de Esteban asustada) Estás loco. Vete a la
mierda.
Esteban: (Se da cuenta de lo que hizo). Perdóname, no quería…
Ruth: Sí querías. Sí quieres. Mátate, puto enfermo.
Esteban: No entiendes, ¡es ella! Ella me culpa.
Ruth: ¡Nadie te culpa más que tú! (Hace ademán de salir)
Esteban: Ruth, no te vayas, no me dejes solo con ella.
Ruth: Está muerta.
Esteban: Está aquí. La veo.
Ruth: Tú lo que estás viendo son tus culpas, es tu remordimiento.
Madre: Sabes que soy real. Que estoy en ti.
Ruth: Pudiste hacerme mucho daño, Esteban.
Madre: Una más.
Ruth: ¿Y si me matabas?
Madre: No habría sido la primera ¿verdad, hijo?

23
Esteban: Son muchas voces, es demasiado.
Madre: Siempre has sido débil.
Ruth: Levántate.
Esteban: ¿Nadia?
Ruth: Esteban, levántate…
Madre: No pudiste hacer nada bien.
Ruth: ¿Esteban?

Esteban cae desmayado.

Oscuro.

24
IV

Luz tenue en el centro. Es un sitio que no está en el mundo real, que es más bien dentro
de la cabeza de Esteban. Esteban despierta, la madre sentada en una silla en el centro.
Los diálogos de Esteban se escuchan como si provinieran de muchos lados distintos.

Esteban: El silencio. La ausencia. Un calor que enfría. Una presencia que no está.
Años de resignación. Años de búsqueda en la nada, en la oscuridad. Años
de adaptarse a la incomodidad de vivir. Nunca se entiende lo que pasa
cuando un ser querido muere. Cuando las estrellas se apagan, su luz brilla
durante millones de años y lo único que alcanzamos a ver es una repetición
de lo que fueron, de lo que creemos que fueron. Mi madre es un ser repetido,
un error en mi cabeza que se desconfigura con cada sensación nueva, con
cada recuerdo inventado. Ahí estás. Ahí vas a quedarte para siempre.
Presente sin estar.

Se escuchan los mismos balazos que mataron a Madre.

Esteban: Hay sonidos que van a doler eternamente.


Madre: Hasta que te acostumbres.
Esteban: No creo que lo haga.
Madre: Uno se acostumbra a todo a cierta edad.
Esteban: A estar sin mamá, no.

Se escucha un eco de “hocicona” tal como lo dijo el hombre que mató a Madre.

Madre: Esa palabra…


Esteban: Todavía me asusta.
Madre: Ho-ci-co-na.
Esteban: Y un balazo.
Madre: Y luego siete más.

Ecos de los balazos.

25
Esteban: (Señalando el cuerpo de su madre). Ahí, ahí, ahí, ahí, ahí y aquí y aquí.
Madre: ¿Cómo me veía?
Esteban: Justo como ahora.
Madre: Tan mal…
Esteban: Supongo.
Madre: ¿Y tú?
Esteban: No me acuerdo.
Madre: Sí te acuerdas: Estás parado a un lado mío, con tu cuerpecito quieto, quieto,
tu puñito apretado y el labio de debajo de tu boca temblando como maraca.
Pobrecito, mi niño.
Esteban: Quiero llorar, pero no puedo. Quiero tapar los hoyos de tu cuerpo para que
la sangre se detenga y mi cuerpo no reacciona.
Madre: Quieres correr, gritar, golpear, maldecir, pero es como si pesaras dos mil
kilos y no pudieras con tu cuerpecito. Hasta que llega el casero, don Agustín,
¿te acuerdas? y no te deja ver el espectáculo grotesco que es tu madre.
Esteban: La carne molida en el piso, sé lo que es, pero me niego a decirlo.
Madre: Le preguntas a don Agustín por mamá y él no entiende qué pasó, pero tú no
dices nada.
Esteban: ¿Y mi mamá? ¡¿Y mi mamá?! ¡¿Qué le pasó a mi mamá?!
Madre: ¡Está muerta! Grita don Agustín.
Esteban: Y sin saber por qué, es la primera vez que siento que yo te asesiné.
Madre: Don Agustín pregunta quién fue.
Esteban: Y le contesto que yo, que…
Juntos: Yo maté a mamá.

Esteban y Madre se miran durante unos segundos en silencio.

Esteban: Tú eres lo que quedó de ese día.


Madre: La consecuencia de ese momento.
Esteban: Eres el asco que sentí.
Madre: Lo somos. Uno solo. Tú y yo.
Esteban: Somos repetición.
Madre: Somos desahogo.
Esteban: Somos culpa.

26
Madre: Somos redención.
Esteban: En algún punto.
Madre: Supongo. ¿Y tu madre?
Esteban: Ella ya no es.
Madre: ¿Qué haremos?
Esteban: Acostumbrarnos.
Madre: Al día siguiente a nadie le importó la muerte de tu madre.
Esteban: A mí sí.
Madre: Será momento de olvidar. De perdonar.
Esteban: No. Hay cosas que no se pueden perdonar. Hay que llorarlo, hay que
sacudirse los mocos cada vez que me acuerde de ella, hay que seguir
diciendo que yo no tuve la culpa pero que alguien sí, hay que hacer tanto,
pero sin perdón ni olvido.
Madre: Ni perdón ni olvido.

Voces como ecos vienen desde fuera.

Nadia: ¿Qué pasó, Ruth?


Ruth: Quiso clavarse el vidrio, lo detuve, yo…
Nadia: Está volviendo. ¿Esteban?

Mucha luz. Esteban de vuelta en el hospital.

Esteban: (Regresando de la inconsciencia) No fue su culpa… no fue culpa de nadie.

Esteban vuelve a dormir. La escena oscurece rápidamente y al volver la luz vemos a Nadia,
acostada a un lado de Esteban, sobando su cabeza y cantando.

Nadia: (cantando) Este niño lindo que nació de noche, quiere que lo lleven a pasear
en coche…

Oscuro.

27
V

Esteban se levanta de la cama del hospital. Camina, casi corre, por los pasillos.

Esteban: Hay que morir un poco para poder entender la vida. Mamá, ¿mamá? Una
vida. La real. La cotidiana. La que creas y la que esperan que tengas. Una
escuela. Una familia. Una novia. Un amigo. El hospital. La puerta abierta. Los
pasillos vacíos. Posibilidades de escape. ¿Escapar de qué? ¿De otros o de
mí? Buscarla. Bajar un piso. Bajar tres más. Las escaleras son memorias
que se van construyendo para avanzar. Para no quedarse trabado hay que
pisar e impulsarse. Llegar al patio, construir una nueva forma de
comunicación. Creer que los recuerdos también nos hablan. Creer que lo que
se nos arrebató jamás deja de pertenecernos. Creer. Y ver.

La Madre de pie frente a Esteban. Reconstruida.

Esteban: Un cielo estrellado. Estrellado de memorias. Reales o creadas, es lo mismo.


Un dedo índice que se estira desde una mano reconocible, una mano que no
se olvida. El ojo en su lugar y la imagen de una madre completa, con fisuras
que son parte de su belleza; un mujer libre. Una mano de hijo sujetando ese
dedo de madre. Paz.

Fin.

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