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PERDÓNAME
Serie: Perdóname
Libro 1

ARIANA NASH

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PORTADA ALTERNATIVA

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TRADUCIDO POR:

Traducción y Corrección: Hecate

Traducción de fans para fans sin fines de lucro, con el único objetivo de compartir lo
que leemos con ustedes. No promovemos, aceptamos, ni nos responsabilizamos de
cualquier acto ilícito de carácter comercial que pueda hacerse con este documento. De
ser posible apoyen al autor comprando en las páginas oficiales sus obras en el
formato que vean conveniente y dejando reseñas positivas. Eviten divulgar capturas o
resubir nuestra traducción a otras plataformas de lectura o redes sociales, respeten y
cuiden nuestro trabajo.

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Contenido
TRADUCIDO POR: ................................................................................................................. 4
SINOPSIS................................................................................................................................... 8
CAPÍTULO 1 ........................................................................................................................... 11
CAPÍTULO 2 ........................................................................................................................... 24
CAPÍTULO 3 ........................................................................................................................... 28
CAPÍTULO 4 ........................................................................................................................... 50
CAPÍTULO 5 ........................................................................................................................... 70
CAPÍTULO 6 ........................................................................................................................... 86
CAPÍTULO 7 ........................................................................................................................... 90
CAPÍTULO 8 ........................................................................................................................... 96
CAPÍTULO 9 ......................................................................................................................... 105
CAPÍTULO 10 ....................................................................................................................... 115
CAPÍTULO 11 ....................................................................................................................... 123
CAPÍTULO 12 ....................................................................................................................... 133
CAPÍTULO 13 ....................................................................................................................... 145
CAPÍTULO 14 ....................................................................................................................... 160
CAPÍTULO 15 ....................................................................................................................... 168
CAPÍTULO 16 ....................................................................................................................... 175
CAPÍTULO 17 ....................................................................................................................... 180
CAPÍTULO 18 ....................................................................................................................... 191
CAPÍTULO 19 ....................................................................................................................... 198

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CAPÍTULO 20 ....................................................................................................................... 212
CAPÍTULO 21 ....................................................................................................................... 220
CAPÍTULO 22 ....................................................................................................................... 228
CAPÍTULO 23 ....................................................................................................................... 235
CAPÍTULO 24 ....................................................................................................................... 238
CAPÍTULO 25 ....................................................................................................................... 254
CAPÍTULO 26 ....................................................................................................................... 258
CAPÍTULO 27 ....................................................................................................................... 271
CAPÍTULO 28 ....................................................................................................................... 282
CAPÍTULO 29 ....................................................................................................................... 289
CAPÍTULO 30 ....................................................................................................................... 293
CAPÍTULO 31 ....................................................................................................................... 298
SOBRE EL AUTOR .............................................................................................................. 303

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Perdóname

Ariana Nash ~ Autora de fantasía oscura

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Copyright © noviembre 2023 Ariana Nash

Editado por No Stone Unturned / Revisado por Marked & Read

Diseño de portada por Trif Book Design.

Ninguna parte de este libro ha sido creada con IA generativa.

Todos los personajes y eventos de esta publicación, excepto aquellos que son claramente de dominio público,
son ficciones, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Editado en inglés estadounidense.

www. ariananashbooks.com

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SINOPSIS
El Padre Francis Scott sabe que está condenado, pero a sus veinticuatro años, tiene toda
una vida para compensar los errores del pasado. Recién ordenado, está decidido a limpiar la
mancha de su alma, un día a la vez.

Hasta que un Ángel entra en su iglesia y le pide a Francis que se confiese. Una mirada a
los ojos de Vitari (Ángel) Angelini y queda claro que el hombre está hecho de pecado.

Francis no puede permitirse más errores. Desafortunadamente, el mundo al que Ángel está
a punto de arrastrar a Francis no deja lugar para hombres buenos, y mientras Francis es
arrastrado al oscuro inframundo del crimen organizado, su amor por la Iglesia, su alma rota y
todos los pecados de los que ha estado huyendo conspiran para romperlo.

¿Será Vitari Angelini su salvador o la última bala en el arma de la caída de Francis?

Ángel no tiene idea de por qué lo enviaron a Inglaterra, aparte de vigilar a un sacerdote
para el jefe de la mafia más famoso de Italia. No esperaba que el padre Francis Scott fuera tan
joven, ni que tuviera un calor pecaminoso con su sotana negra. Tampoco esperaba que los ojos
atormentados del sacerdote estuvieran llenos de secretos. Todo lo que Ángel sabía era que esto
debía ser un trabajo rápido. Entra, mata al sacerdote y sal.

Pero cuando un sindicato criminal rival se apodera de Ángel, casi ejecutando a Francis bajo
la supervisión de Ángel, secuestrar al sacerdote parece ser la siguiente mejor opción. Ahora
están huyendo, apenas un paso por delante de los asesinos que no piensan en cruzar países y
continentes para rastrearlos.

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¿Por qué la mafia rusa e italiana está tan desesperada por ponerle las manos encima al
padre Francis Scott? ¿Y por qué le importa a Ángel?

Mientras corren por mantenerse con vida, Ángel no puede evitar la sensación de que hay
más en todo esto que un sacerdote no tan inocente. Y a medida que la verdad de sus terribles
pasados choca, también lo hacen sus deseos prohibidos.

No todos los Ángeles tienen alas. Algunos tienen cuernos. Y el padre Francis Scott merece
el perdón, incluso si a Ángel le cuesta todo. Incluyendo su vida.

Perdóname es un thriller oscuro gay contemporáneo, con contenido potencialmente


inquietante que incluye abuso infantil histórico, violencia gráfica, odio homofóbico y abuso
religioso. Se pueden encontrar más detalles sobre las advertencias de contenido en el sitio web
del autor.

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NOTA DEL AUTOR SOBRE IDIOMAS
Y CONTENIDO
Este libro y gran parte de esta serie se desarrolla en Europa e incluye varios idiomas.
El libro ha sido editado en inglés de EE. UU., pero algunas frases y ortografía en inglés
del Reino Unido siguen siendo parte del carácter de la obra.

Cuando los personajes se encuentran entre personas del mismo idioma, se puede
asumir que hablan su idioma nativo.

En esta serie, “Mafia” se utiliza como término general para referirse al crimen
organizado italiano. Por razones legales, el autor ha optado por utilizar el nombre
ficticio “Battaglia” en lugar de los nombres reales de los sindicatos del crimen.

Las opiniones y creencias de los personajes de esta serie son las de personajes
ficticios y no son indicativas de los puntos de vista personales del autor.

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CAPÍTULO 1
FRANCIS

El Padre Francis Scott cerró con llave la antigua puerta de la oficina al costado de
la iglesia de St. Mary , y el pesado anillo de viejas llaves resonó con el movimiento. Se
quedó un momento en las sombras detrás de un gran pilar a lo largo del pasillo sur
de la iglesia, respirando el silencio mientras las pruebas del día resonaban en el fondo
de su mente, como un televisor en una habitación vacía.

El Padre Hawker le había dicho que se volvería más fácil (confiar en sí mismo y
recordar que debía soportar el peso de los feligreses que acudían a él en busca de
orientación. Al llevar ese peso, Francis estaba sirviendo a la gente y sirviendo a Dios).

Nadie le había dicho cómo, una vez que se abrochara el cuello blanco, se abrirían
las compuertas. Ni en toda su formación, ni en todos los años de estudio, nadie le
había preparado para el bautismo de fuego que suponía ser sacerdote. Pero un período
de adaptación era natural, supuso, suspirando. Tomaría tiempo asumir el papel,
encontrar su lugar. Tres meses no fueron nada comparados con el resto de su vida.

Continuaría tomando un día a la vez y encontraría la fuerza para cumplir con cada
deber que se esperaba de él. Su estómago rugió. Y mañana intentaría encontrar tiempo
para comer.

El ritmo entrecortado de unos zapatos en la nave interrumpió el silencio. Los pasos


resonaron a través de los antiguos arcos de la iglesia. Francis levantó la mirada,
esperando encontrar a una mujer acercándose al altar, pero un hombre se acercaba a

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grandes zancadas. Por los formales pantalones negros, la camisa de color morado
oscuro y el chaleco de seda negro, se veía que no era un local. Francis parpadeó, sin
estar seguro de si su cansancio había provocado una hermosa alucinación. Puede que
sólo hubiera estado en la parroquia de Kellerton durante tres meses, pero sabía que la
ciudad no producía hombres que parecieran... bueno, que parecieran recién salidos
de las páginas de una revista de moda. Tenía el pelo más negro que Francis había visto
jamás (corto a los lados, pero despeinado y engominado en la parte superior) y una
ligera calidez en la piel, como si hubiera pasado el verano en el extranjero.

Se arrodilló frente al altar e inclinó la cabeza.

Un breve aleteo de algo cortó la respiración de Francis. El extraño no era tan mayor,
no tendría más de veintitantos años como Francis, pero parecía tener un aire de
sofisticación más allá de su edad.

Francis debería hacerle saber que no estaba solo, pero mientras los labios del
extraño se movían en oración, Francis permaneció inmóvil. ¿Por qué rezaba? Por
supuesto, eso era entre él y Dios, y Francis no tenía derecho a preguntárselo. Esperó,
escuchando la sangre correr en sus oídos, y cuando los suaves labios del extraño se
calmaron, Francis se aclaró la garganta.

La mirada del hombre se deslizó hacia un lado.

—¿A menudo se esconde en las sombras, observando a sus feligreses orar, padre?

La pregunta tomó a Francis con la guardia baja. Eso, y el hecho de que su voz tenía
una cadencia dulce y extraña que a Francis no le importaría escuchar durante horas.
¿Italiano, tal vez? Se aclaró la garganta de nuevo, se alisó la sotana negra y salió de las
sombras.

—Mis disculpas. Parecías estar orando y no quería molestarle.

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—No estaba seguro de que alguien estuviera aquí. Es tarde, ¿no es así? Aunque
supongo que la obra de Dios no es de nueve a cinco. —Se rascó la nariz y sonrió, pero
era el tipo de sonrisa llamativa que no tocaba los ojos. Al igual que el reloj que llevaba,
que brillaba a la luz de las velas, su sonrisa era para la suposición de los demás, no
para sí mismo.

A Francis siempre se le había dado bien leer a la gente, como táctica de


supervivencia, pero también sabía que las primeras impresiones distaban mucho de
la verdad. Las primeras impresiones le dijeron que este visitante estaba de paso por
la ciudad y que era lo suficientemente rico como para comprar ropa a medida que se
ajustara a su esbelto físico. Si el reloj era real, probablemente valía más de lo que
ganaban los feligreses de Francis en un año. ¿Qué había traído a un hombre tan
intrigante a St. Mary cerca de la medianoche?

—¿Como puedo ayudarle? —preguntó Francis.

—¿No tienes un hogar al que ir, padre? —respondió, mirando por encima del
hombro hacia las puertas de la iglesia.

Francis tenía una casa cercana que vino con su ubicación en St. Mary, pero todavía
no la sentía como un hogar.

El extraño se dio cuenta de su vacilación.

—¿Es esta la parte en la que me dices que esta iglesia es tu hogar? No estoy seguro
de creerlo.

Otra vez esa sonrisa. Francis sintió que se burlaban de él, pero algo había traído al
extraño a las puertas de St. Mary y Francis estaba obligado a ayudar a todos los que
lo necesitaran.

—¿Quizás buscas alguna orientación?— él ofreció.

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El extraño soltó una risa desdeñosa y resopló y volvió a inclinar la cabeza,
probablemente pensando en irse, pero cuando levantó su mirada de ojos oscuros y
miró hacia el confesionario, su débil sonrisa desapareció.

No hacía falta decir más. Francis inclinó la cabeza y se dirigió hacia la cabina.
Entró, cerró la puerta y colocó el libro del Rito de la Penitencia sobre sus rodillas.
Esperó un rato, esperando escuchar el caminar del hombre, pero los minutos
transcurrieron durante tanto tiempo que comenzó a preguntarse si el extraño de
alguna manera se había ido sin hacer ruido. Entonces los zapatos golpearon el suelo
de mármol y se abrió la puerta del confesionario. La madera vieja crujió y el susurro
de la tela indicó que el extraño estaba listo.

—Bendíceme, Padre, porque he pecado.

Ese acento mediterráneo era más denso con la pantalla de celosía entre ellos, su
voz también más profunda, ahora que se habían movido de la nave abierta a un
espacio más cercanos.

—Continúa por favor. Estoy aquí para recibir tu confesión.

Se quedó en silencio, tal vez arrepintiéndose de su decisión. Un poco de ayuda


podría ayudar.

—¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu última confesión?

—No lo sé —dijo—. Creo que nunca lo he hecho

—Bueno, está bien. Si te ayuda, yo también soy nuevo en esto —ofreció Francis,
con la esperanza de aliviar un poco sus nervios.

—El sacerdote más joven ordenado en la diócesis.

A los veinticuatro años, Francis era de hecho uno de los sacerdotes más jóvenes de
Inglaterra, debido en gran parte a la tutoría del arzobispo Montague y a los estudios

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ejemplares de Francis. Pero, ¿cómo sabría este extraño todo sobre Francis si estuviera
de paso? Quizás no fue nada. Después de todo, su destinación en St. Mary había
aparecido en las noticias locales y se había hablado mucho de su edad.

—Esto es un confesionario, no una conversación. Por favor, si tienes algo específico


que confesar, estoy aquí para ayudarle con eso.

Una suave risa se filtró a través de la celosía y ahora se estaba burlando de Francis
otra vez. Todos tenían derecho a la confesión. No podía rechazarlo, incluso si estaba
al borde de ser grosero. Él hombre podría tratar la confesión como una broma, pero
Francis no lo hacía. Aun así, podría haber prescindido de la visita nocturna si este
hombre solo estaba aquí para hacerles perder el tiempo a ambos.

—¿Cómo funciona esto? ¿Qué digo? Si confieso todo, estaremos aquí toda la
noche. —Hubo esa risa de nuevo. Quizás no era falta de respeto, sino nervios.

—Pon en palabras lo que has hecho mal, lo que te trajo aquí, hasta mí. Cuando
hayas terminado, dile a Dios que te arrepientes de esos pecados y de los pecados de
tu vida pasada. Te daré una penitencia y luego harás un acto de contrición...

—Ha pasado mucho tiempo desde que asistí a la iglesia. —El humor se había
desvanecido y su tono se había endurecido, volviéndose más frío. Esa admisión había
sido cierta y no había sido fácil.

Cuando no ofreció más información, Francis preguntó:

—¿Es esa tu confesión?

—No. Bueno, podría serlo. Hay una lista realmente larga.

—No es necesario enumerarlo todo. Los pecados menores, los veniales, se


perdonan mediante la oración y la comunión. ¿Qué pecado te trajo aquí hoy? ¿Qué te
hizo buscar a Dios?

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Una pausa suave.

—Tú lo hiciste… —susurró.

—Yo... —Francis tragó, tratando de suavizar el crujido en su voz como si suavizara


las arrugas de su sotana—. ¿Qué quiere decir?

—Es difícil de explicar.

—Estoy escuchando.

—Sí —dijo con un suspiro—. Lo está.

La madera crujió y la puerta del confesionario se abrió del lado del otro hombre.
El sonido de sus zapatos abrió un camino de regreso a la nave.

Francis dejó el libro a un lado y salió del confesionario.

Si el extraño caminaba más rápido, estaría corriendo. Francis estuvo a punto de


gritarle que, fuera lo que fuera lo que le había traído hasta aquí, le escucharía. Que St.
Mary era un espacio seguro, que él estaba a salvo, pero las palabras se le atascaron en
la garganta mientras veía al hombre de muchos pecados huir de la iglesia. ¿Qué había
querido decir cuando dijo que Francis lo había traído aquí? ¿Cómo era eso posible si
nunca se habían conocido antes? Ciertamente, Francis nunca olvidaría a alguien tan
intrigante.

El corazón y la cabeza de Francis zumbaron. Dijo una oración para calmarse, apagó
todas las velas y salió de la iglesia, caminando por el camino adoquinado hacia la
puerta principal. No había señales de su visitante nocturno.

El aire estaba en calma y la ciudad en silencio. Las polillas revoloteaban alrededor


de las farolas cercanas y, cuando Francis pasaba por debajo de ellas, algún que otro
murciélago pasaba velozmente borroso. Su casa era la última de una hilera, con una
pequeña verja metálica y un jardín delantero diminuto con un sello de correos. Las

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rosas enmarcaban las ventanas torcidas. Afortunadamente, no necesitaba cuidar el
jardín (los jardineros de la iglesia lo mantenían por él) o habría sido un desastre.

Se detuvo en la puerta principal, con la llave en la cerradura, y miró hacia la calle,


de regreso a la iglesia. Los coches aparcados se alineaban en la calle estrecha y sinuosa.
Un gato salió corriendo de debajo de un viejo Land Rover maltratado y golpeado y
cruzó la carretera al trote. Un automóvil se destacó del resto: un elegante Jaguar
plateado. ¿Quizás la familia Rogers tenía una visita?

Una vez dentro de la casa, encendió las luces y la tetera, pero no se molestó en
encender la calefacción. Tomó una taza de té, se dio una ducha rápida y luego estuvo
entre las sábanas media hora después de llegar a casa. Se quedó mirando las grietas
del viejo techo y las telarañas que había olvidado barrer. Una ligera corriente de aire
las perturbó.

Cerró los ojos, deseando que el sueño se lo llevara, pero el hombre de muchos
pecados estaba allí, de rodillas, con la cabeza inclinada, susurrando una oración. El
corazón de Francis se desaceleró y el sueño se apoderó de los bordes de su mente. Se
permitió un momento para admirar esa figura tan intrigante en su estado de ensueño.
El reloj llamativo, los zapatos negros lustrados, el cómo, de rodillas, sus pantalones le
habían abrazado el trasero y se habían aferrado a sus muslos firmes.

Francis abrió los ojos de golpe, se volvió de costado y trató de reorganizar sus
pensamientos lejos del hombre de muchos pecados. Mañana tenía una reunión con el
ayuntamiento. La señora Roe estaría allí, con su perfume sofocante y su enfoque
práctico. Había confesado ser alcohólica y últimamente se confesaba cada vez con más
frecuencia. Durante sus estudios, le habían advertido que los feligreses se volvían
demasiado dependientes de sus sacerdotes. Cuando se revelaban secretos y los
sacerdotes conocían todas las intimidades de un feligrés, era común que se
desarrollaran vínculos emocionales. Tendría que tener cuidado con la señora Roe.
Aunque no le importaría que el hombre de muchos pecados regresara. Escucharía esa

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voz durante horas, escucharía su tono sardónico con su nota de burla. ¿Tenía algún
problema con Francis personalmente o eran los sacerdotes en general?

No podría ser personal. Nunca se habían conocido antes.

¿Qué pecado te trajo aquí?

Tú lo hiciste.

¿Cómo era Francis un pecado?

Un búho ululó y, a través del fino cristal de la ventana, sonó como si estuviera
justo afuera. Miró el reloj. 1:10 am. Tenía que levantarse a las cinco. El cansancio lo
cabalgaba como un demonio sobre su espalda, entonces ¿por qué cuando cerraba los
ojos no podía dormir? ¿Por qué veía al hombre de los muchos pecados mirándole por
primera vez con el rabillo del ojo mientras se arrodillaba ante el altar? Al recordarlo
ahora, estaba seguro de que el hombre había estado sonriendo.

Francis tenía que detener esto.

Sabía hacia dónde se dirigía.

Esos ojos oscuros, con sus largas pestañas oscuras... Los labios suaves, susurrando
una oración...

Francis rodó hacia el otro lado y desvió sus pensamientos de cómo reaccionaba su
cuerpo ante sus pensamientos llenos de agotamiento. El celibato era un largo camino
por delante, uno en el que había caído más veces de las que quería admitir.

El sueño finalmente lo envolvió y se lo llevó, pero en sus sueños no estaba solo. El


hombre de muchos pecados le sonrió, con la mano en la cadera, la mirada recorriendo
a Francis, juzgándolo, desnudándose, entonces se arrodilló, y esos bonitos ojos
oscuros de largas pestañas miraron a Francis, suplicando perdón.

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Dos tazas de café apenas habían calmado su cansancio. Haría otra una vez que
llegara a la iglesia. Salió corriendo por la puerta, le dio unos rápidos buenos días al
cartero y caminó calle arriba. El coche plateado ya no estaba. Había llovido durante la
noche, pero el espacio que había ocupado el Jaguar seguía seco. Él lo descartó. Tenía
un día ajetreado por delante. Oración de la mañana a las nueve, Comunión a las diez.

El gran reloj de la torre de la iglesia indicaba que ya llevaba quince minutos de


retraso. La puerta crujió y los adoquines brillaron bajo los pies. El peso de sus
predecesores lo empujaba hacia abajo cada vez que caminaba por el antiguo sendero.
La iglesia había estado en pie durante cientos de años y probablemente permanecería
en pie durante cientos más. Sólo podía esperar servir a su parroquia así como aquellos
que habían servido antes que él lo hicieron.

Hoy era un nuevo día. Lo haría mejor.

Entró en la iglesia, se disculpó con Julia, la asistente, abrió la puerta de la oficina y


se quedó mirando su escritorio. Nada había cambiado; todo estaba en su sitio, tal
como lo había dejado. Incluida la desbordante agenda de tareas y acontecimientos
diarios. Verla desinfló su entusiasmo por empezar. Era necesario más café.

—¿Está bien, padre? Se ve un poco demacrado esta mañana. —Julia sonrió


amablemente, tocándose la permanente plateada.

Él parpadeó y, durante unos horribles momentos, quiso decirle que no se


encontraba nada bien y que no estaba seguro de poder hacerlo. No podía ser el
sacerdote que todos necesitaban que fuera. Estaba fallando. El peso de los pecados de
todos los demás lo enterraba como arenas movedizas y estaba a punto de hundirse.

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Quería decirle que no debía estar haciendo nada de esto bien, porque si lo estuviera,
entonces no sentiría que no podría soportar otra semana más de esto, y mucho menos
el resto de su vida.

Él sonrió.

—Estoy bien.

—¿Entonces déjeme prepararle una buena taza de té?

—Café, creo.

—Oh, la cosa fuerte. Debe haber sido una noche difícil. —Ella se rio para sí misma
y comenzó a preparar el café.

No tenía idea de lo dura que había sido la noche. Necesitaba hablar con el padre
Hawker, confesarle sus… pensamientos de la noche anterior. Si pudiera encontrar un
momento en su agenda.

Se sentó detrás de su escritorio, abrió su agenda de la semana y allí, escondida


dentro por Julia, había una carta de su abogado marcada como Privada y Confidencial.
Sacó la carta de entre las páginas de la agenda y la puso a un lado, dejándola allí
mientras leía la larga lista de compromisos del día. Era interminable; cada entrada
quería una parte de él, y ya se estaba quedando sin nada. Además de eso, la carta
estaba a su derecha, sin abrir. Su corazón se aceleró, encogiéndose con cada latido.

La falta de sueño, los acontecimientos de anoche, el peso del día. Todo conspiraba
para asfixiarlo.

Se levantó.

—¿Padre?

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—Creo que voy a caminar por el terreno, a tomar un poco de aire. —Salió
apresuradamente de la oficina, ignorando los intentos de Julia de volver a preguntarle
si se encontraba bien, caminó entre los bancos vacíos y avanzó casi corriendo, similar
al paso del hombre de muchos pecados. Pero ese hombre nunca volvería. Francis no
tenía esa libertad.

No podía correr. Esta era su vida ahora. Él había elegido esto. Dedicar su corazón
y su alma a ello.

Él podría hacer esto. Necesitaba hacer esto.

Al salir corriendo del vestíbulo de entrada, vio a uno de sus feligreses caminando
por el camino para encontrarse con él.

—¿Padre?

Francis giró a la izquierda tan rápido que casi resbaló en los adoquines.

—Enseguida vendré a atenderle —llamó. Le dolía el pecho; algo apretaba su


corazón. Necesitaba detenerse, respirar, centrarse. Necesitaba un momento, un
pequeño momento para sí mismo, y después de eso, podría afrontar el día.

El camino serpenteaba alrededor del lado este de la iglesia, siguiendo la curva


natural del terreno, pasando entre tumbas, viejas y nuevas, algunas con tierra
levantada, otras hundidas. La lluvia había pasado, pero las nubes grises se cernían
pesadas en el cielo.

Redujo la velocidad cuando el viejo banco apareció delante. Simplemente se


sentaría y se tomaría un momento. Eso era todo. Se le permitía parar, ¿no? Sentado,
juntó las manos en oración y se inclinó hacia adelante.

—Dios ven en mi auxilio, y Señor, date prisa en socorrerme. —Lentamente,


respiración tras respiración, latido tras latido, el dolor en su pecho disminuyó y el

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pánico que destrozaba sus pensamientos se esfumó como la niebla bajo el sol de la
mañana.

Como su corazón ya no intentaba liberarse de sus costillas, se enderezó y miró


hacia las lápidas que sobresalían. Una brisa fresca susurró entre la hierba alta y un
escalofrío recorrió su espalda con un dedo helado, como si su cuerpo sintiera lo que
su mente aún no podía ver. Entonces sí lo vio. Un zapato de tacón alto para mujer.
Negro y brillante. Fuera de lugar entre tumbas y flores marchitas. Se puso de pie y, a
los pocos pasos, vio el pie al que pertenecía el zapato, y la pierna, y a la mujer, boca
abajo sobre la hierba.

Francis corrió hacia ella e instintivamente la alcanzó para ver si podía ayudarla.
Sin pensar, sin comprender, a pesar de saber en su corazón que ella ya había fallecido,
le tocó el hombro e intentó darle la vuelta. Había visto a los muertos, realizado
funerales, consolado a los afligidos, pero se esperaba a esos muertos. La mujer estaba
aquí, tirada en la hierba húmeda, con la vida perdida hacía mucho en sus ojos
apagados.

—Que Dios te bendiga… y te cuide… —Se detuvo, incapaz de encontrar las


palabras mientras un entumecimiento helado se extendía a través de él. La joven tenía
las manos atadas a la espalda con una cremallera. No la reconoció como miembro de
su congregación, pero había algo en ella que le resultaba familiar.

Su lápiz labial rojo brillante se había corrido por su mejilla marrón trigo. La arena
y la suciedad se adherían a la mancha.

¿Por qué no podía apartar la mirada?

Francis se puso de pie. El entumecimiento se extendió aún más, hasta llegar a sus
piernas. Se movió automáticamente y se deslizó de regreso por el sendero, hacia la
iglesia y la oficina, con la mente y el cuerpo presentes pero también en otra parte. Julia
le entregó su café, él lo tomó y luego con calma le dijo que llamara a la policía.

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Siguieron horas de caos y él respondió pregunta tras pregunta. Mantuvo alejado
al público, atendió a la prensa local y permaneció impasible. Cuando la policía le
preguntó si había visto a alguien sospechoso o inusual en los últimos días, debería
haber mencionado al hombre de los muchos pecados. Pero no lo hizo.

Cuando el furor se calmó y la policía se fue, el cuerpo también, dejando sólo un


anillo de cinta adhesiva alrededor de las tumbas en las que habían arrojado a la chica,
Francis se quedó en el mismo lugar en el que se había quedado aquella mañana, sólo
que ahora llovía y él se estremecía en su sotana.

Le preguntó al extraño si tenía algo que confesar.

¿Qué pecado te trajo aquí?

Tú lo hiciste.

El padre Francis Scott no era un hombre de mundo, y no le cabía duda de que el


hombre de los muchos pecados era de un mundo totalmente distinto al suyo, mucho
más allá de la parroquia de Francis, pero había venido a St. Mary, había venido a
Francis. Y a la mañana siguiente, una mujer estaba muerta.

Esa fue una coincidencia improbable.

Una parte de él esperaba volver a ver al extraño. Y otra parte de Francis esperaba
que el hombre nunca regresara. Pero en el fondo sospechaba que el extraño regresaría
y, cuando lo hacía, Francis le preguntaba si el asesinato era uno de sus muchos
pecados.

Temía saber ya la respuesta.

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CAPÍTULO 2
VITARI

Vitari Angelini marcó el único número de la lista de contactos del teléfono


desechable y se lo acercó a la oreja. Fuera del coche de alquiler, la gente entraba y salía
de las puertas principales de la estación de servicio, como abejas de una colmena. En
este tipo de áreas de descanso pasaban miles de personas cada hora. Vitari era un
cliente anónimo más, exactamente como a él le gustaba.

Un padre y sus dos hijos se dirigieron hacia su coche, estacionado cerca del de
Vitari. El padre llevaba una bolsa de McDonald's en una mano y tecleaba un mensaje
en su teléfono con la otra, mientras sus hijos preadolescentes discutían. La mirada de
Vitari se desvió hacia dos chicas adolescentes que salían riendo y saltando de las
puertas de la estación de servicio, en dirección a su viejo VW. Su mirada siguió
saltando, escudriñando breves retazos de vidas normales que nunca tocaría: una
mujer en traje pantalón, viajando sola con un maletín de portátil balanceándose a su
lado; los dos jubilados que no tenían prisa por llegar a dondequiera que se dirigieran;
un anciano maldiciendo su coche eléctrico. Las vidas que él tocó terminaron en gritos
y sangre. Estas personas no tenían idea de que estaban siendo observadas por el
ejecutor número uno de la Battaglia. Probablemente ni siquiera sabían quiénes o qué
eran los Battaglia. Tal como le gustaba a la empresa.

Aunque qué carajo estaba haciendo Vitari en el culo de Inglaterra, no tenía idea.

Odiaba Inglaterra, odiaba sus campos demasiado verdes, su lluvia interminable y


las cámaras de seguridad por todas partes.

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Don Giancarlo lo sabía, así que debió haberlo enviado aquí para castigarlo, o Luca
había estado susurrando al oído del jefe otra vez, tratando de sacar a Vitari. Como la
única salida era en un ataúd, y Vitari era muy difícil de matar, Luca iba a tener que
esforzarse mucho más.

— Ángel — una voz ronca respondió a la llamada, usando el alias de Vitari.

—Ciao, Sal —saludó Vitari—. Esto es una maldita pérdida de tiempo, hombre. El
sacerdote no es nada, sólo un buen tipo recién salido de la escuela sacerdotal. ¿Por
qué estoy aquí?

—¿Voy a ignorar todo lo que acabas de decir, stronzetto1, y asumiré que no has
escuchado las noticias?

—¿Qué noticias? —Su corazón se hundió—. He estado de viaje. —Había estado


deseando volver a subirse al yate y estar de regreso en Calabria el fin de semana, pero
la voz de Sal sugería que eso no iba a suceder..

—Tu sacerdote que no sabe nada encontró una mujer muerta en su cementerio. No
te has ido, ¿verdad?

—No —mintió Vitari. Mierda.

—Será mejor que regreses allí antes de que la DeSica termine el trabajo, o Giancarlo
te clavará las pelotas en la pared.

Giancarlo haría exactamente eso. Vitari había realizado un método de castigo


similar para el don varias veces. Luca, el gilipollas, se ofrecería voluntario para
empuñar el arma. Mierda. Terminó la llamada, presionó el botón de arranque del auto
y aceleró el potente motor del Jaguar. Estaba a dos horas de distancia y las putas

1 Estúpido, imbécil, cabrón, hijo de puta, pedazo de mierda, desgraciado, pequeña mierda, perra, idiota… etc.

25
carreteras inglesas estaban plagadas de radares de tráfico. Las multas nunca le
alcanzarían en el alquiler, pero la policía de tráfico británica sí; no se andaban con
rodeos.

Giancarlo había sido muy claro. Si la DeSica alcanzaba al sacerdote, entonces sería
mejor que Vitari se asegurara de que no hablara. O si lo hacía, todos murieran como
un mensaje claro a los DeSica de que no tocaran la propiedad de Battaglia.

De qué carajo se suponía que debía hablar un sacerdote tan impecablemente


limpio estaba muy por encima del salario de Vitari, sólo sabía que tenía que llegar a
St. Mary antes que los DeSica. Pisó una marcha y arrancó el Jaguar fuera de la estación
de servicio, hacia la autopista. Esperaba que no fuera demasiado tarde. Un cuerpo en
un cementerio era algo descuidado, incluso para los idiotas de DeSica. Ellas querrían
que eso fuera tratado.

Hizo rugir el Jaguar pasando al padre y a los dos preadolescentes en su BMW y


llamó la atención del hombre de mediana edad. Algo depredador brilló en su mirada,
celos también. Vitari le dedicó una sonrisa al hombre y pisó el acelerador hasta el
fondo, dejando al padre en medio del humo y el polvo de sus neumáticos.

Vitari preferiría morir en una lluvia de balas que vivir detrás de un escritorio. No
estaba hecho para seguir las reglas. La sociedad no le había dado nada y él no le debía
nada a cambio. Lo único que le importaba (la razón por la que respiraba, su religión,
su vida) era la familia: la Battaglia y Don Giancarlo.

Vitari no dudaría en matar a un clérigo por el don. Había hecho cosas peores,
ganándose el alias de Angelo della Morte2. ¿Qué pensaría de eso el padre Francis Scott,
con su sotana inmaculada y sus ojos atormentados?

¿Un buen tipo como él? Probablemente juraría salvar el alma de Vitari.

2 Ángel de la Muerte en italiano

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Podría intentarlo, pero el alma de Vitari ya no tenía salvación.

Quizás Vitari lo arrastraría al infierno con él. Aunque, considerando la


profundidad del dolor en los ojos del padre Scott, es posible que ya estuviese allí.

27
CAPÍTULO 3
FRANCIS

La comunión vespertina estaba inusualmente concurrida, probablemente porque


la noticia de la muerte de la desafortunada joven había llegado a todos los rincones
de la ciudad y todo el mundo quería participar en el cotilleo.

Francis saludó a sus feligreses con su sonrisa de siempre y pasó mucho tiempo
entre ellos, poniéndose a su disposición, diciendo que sí a demasiados eventos,
algunos de los cuales tendría que cancelar más tarde. Cuando todos se acomodaron
en los bancos, dos caras nuevas lo miraron desde entre la multitud, lo cual en sí no
era inusual, pero como había sucedido la noche anterior, algunas personas
simplemente no encajaban. Y los dos hombres de mediana edad en el último banco
no parecían del tipo que se uniría a la noche de concursos en el Carpenter's Inn. No
habían llegado con nadie, no fueron presentados y nadie parecía hablar con ellos. Sólo
unos cuantos saludos y asentimientos corteses.

Francis estaba acostumbrado a tratar con gente difícil. Había visitado hospitales,
residencias de ancianos y prisiones. Lo habían insultado, escupido y expuesto a varias
partes de la anatomía humana, y lo había asumido todo con comprensión y gracia.
Muchos de esos casos no estaban bajo el control de la persona, por lo que Francis había
orado por ellos, incluso cuando el ardor de una bofetada o el calor del lenguaje grosero
le quemaron los oídos.

Pero había gente difícil y también gente peligrosa. Esos casos requerían un enfoque
diferente, como llamar a la policía tan pronto como concluyera la comunión.

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Francis realizó la comunión y mientras la congregación hacía fila para acercarse a
él para recibir la sangre y el cuerpo de Cristo, los dos hombres de fuera de la ciudad
se unieron a la fila.

El corazón de Francis latía con fuerza. Al menos podría verlos bien.

—El cuerpo de Cristo.

—Amén.

Uno a uno, los feligreses se arrodillaron e inclinaron la cabeza, y cada uno recibió
del cáliz el cuerpo y la sangre de Cristo en forma de oblea y agua. Los dos hombres
fueron los siguientes, y cada uno fijó su mirada en Francis como si lo clavaran a una
cruz. Comulgó con ellos como lo haría con cualquiera, pero sus dedos temblaron
cuando colocó la oblea sobre sus lenguas.

—Amén, padre.

Estaban aquí por razones nefastas, de eso estaba seguro.

—Amén, padre.

Uno de los hombres tenía una pequeña cruz tatuada en el cuello, lo que sugería
que se tomaba en serio sus oraciones.

O tal vez encontrar a una mujer asesinada había sacudido a Francis y estos dos
hombres estaban aquí para adorar legítimamente, y como el hombre de muchos
pecados, sólo estaban de paso. Sin duda, no volvería a ver a ninguno de ellos. Aunque,
estas personas no eran como el extraño bien vestido de la noche anterior. Sus ropas
eran desaliñadamente informales, y en sus dedos relucían tantos anillos que sus
nudillos brillaban a la luz de las velas.

Francis buscó a tientas la siguiente cita y se disculpó, mientras sus pensamientos


comenzaban a desmoronarse. Cogió el atril y barajó las páginas del Libro del

29
Evangelio, buscando la línea correcta. Si solo pudiera superar esto. Los rostros lo
miraban desde los bancos abarrotados. Cuanto más pasaba el tiempo, más sudaba
bajo la sotana. El peso de su estola parecía ahogarlo, y el interior de la iglesia brillaba
con tanta intensidad que le arrancaba las lágrimas de los ojos.

¿Qué pecado te trajo aquí?

Tú lo hiciste.

No, no podía pensar eso ahora.

—Señor, apresúrate 3 … —Pronunció la oración habitual para tranquilizar su


mente y su corazón y, por algún milagro, consiguió encontrar su lugar en el libro y
terminar la misa.

Una vez concluida la comunión, consoló a quienes lo necesitaban, habló con otros
que simplemente querían charlar y de alguna manera logró ir a través de todo, hasta
que no quedó nadie en la iglesia excepto él y Julia, recogiendo los libros de himnos.

Se dejó caer en el escalón junto al atril y se llevó las manos a la cara.

—Padre. —Julia se acercó con una gran pila de libros en los brazos—. Espero que
no le importe que le diga esto, pero ¿quizás debería tomarse unos días libres? Ha
estado trabajando muy duro y sé que quiere causarle una buena impresión al padre
Hawker, pero creo que él estaría de acuerdo conmigo si le viera ahora. —Su rostro era
comprensivo—. Incluso los hombres de Dios necesitan descanso, Padre.

Ella tenía razón. Casi se desploma durante la ceremonia. No podía continuar así.

3 “O God, come to my assistance; O Lord, make haste to help me!( Oh Dios, ven en mi ayuda. ¡Oh Señor, apresúrate

a ayudarme!)”, proviene del Salmo 70 , el cual es un fuerte grito de rescate. Como oración, expresa total dependencia
de Dios y confianza en su providencia para nuestras necesidades. No es de extrañar que estas palabras sean el punto
de partida de la oración en la Liturgia de las Horas, ya sea que conduzcan a una alabanza o a una oración de ayuda.

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—Pero hay mucho por hacer. —Nada de eso desaparecería. Todo seguiría
esperándole cuando volviera al trabajo dentro de uno o dos días. De hecho, sería peor.
¿Eran así todos los días para los demás sacerdotes? ¿Alguna vez se calmaba?

—Que esperará. —Julia sonrió.

—Sí, por supuesto. Hoy ha sido difícil. ¿Por qué no te vas a casa, Julia. Yo cerraré.

—¿Va a estar bien por su cuenta?

Le agradaba ella; era amable como no lo eran muchas personas, a pesar de sus
propias pérdidas en el pasado. O tal vez gracias a ellas. Sabía que ella le miraba y veía
a su hijo, que había fallecido. Había encontrado orientación y fe en la Iglesia, y tenía
fe en él. Francis no estaba seguro de merecer su amabilidad.

—Por supuesto.

Esperó en el escalón mientras ella agarraba su bolso, se ponía el abrigo, le dijo


buenas noches y lo dejó solo. El silencio calmó su alma. Apretó las rodillas contra el
pecho, haciéndose pequeño entre la enormidad de la iglesia. Debería haber
encontrado fuerza en su entorno, como si pudiera absorber a Dios de la piedra, en su
carne, como una batería recargable absorbiendo energía. Pero tal vez no era
recargable. Tal vez él era sólo una de esas baterías que, una vez usadas, deben ser
desechadas.

Estos pensamientos no eran constructivos.

Eran los nervios, la adaptación. Pronto todo encajaría. Tenía que ser así, porque no
había salida.

Se puso de pie, se sacudió la túnica, llenó sus pulmones con el aire perfumado de
aceite sagrado y cera tibia de vela, y regresó a su oficina.

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La carta del abogado seguía sobre su escritorio, esperando a ser abierta. La había
revuelto durante el día, casi la había enterrado, pero vio la esquina que sobresalía de
la pila de otras cartas sin abrir. No podía soportar abrirla hoy. Mañana, pero no hoy.

Sacó el manojo de llaves del cajón del escritorio, hizo sonar los grandes trozos de
metal y, saliendo del despacho, introdujo la llave en la cerradura.

Una mano pesada le tapó la boca desde atrás. Probó la sal, olió la rica colonia y
abrió la boca para gritar, pero la mano apretó y tiró de él hacia atrás contra un pecho
firme.

—No vas a hacer ningún ruido, ¿verdad, padre?

Mil recuerdos se agolparon tras sus ojos. Shh, no hagas ruido, este será nuestro secreto.
Quería ser el tipo de hombre que se defendía, ser lo bastante fuerte como para
enfrentarse al mal, pero cuando la pesada mano le cerró la boca y el olor a sudor,
suavizante y loción para después del afeitado le asaltó la nariz y le quemó la garganta,
sus vacías tripas se estremecieron.

Se apresuró a sacudir la cabeza. Él no pelearía.

El miedo le heló la sangre y le salpicó la piel de sudor, humedeciéndole la ropa y


la túnica.

El hombre tiró de él hacia atrás, medio cargándolo. Los zapatos de Francis


chirriaron en el suelo liso de la iglesia. Temblaba, lo odiaba, se odiaba a sí mismo.

—Eso es, buen chico.

Las fosas nasales de Francis se dilataron. No era un niño. Ya no. La rabia, pura y
limpia, surgió desde lo más profundo de sus entrañas, derritiendo todo el hielo.
Francis golpeó la cabeza hacia atrás. El hombre gruñó, su agarre se alivió y sus gruesos
dedos se deslizaron entre los labios de Francis. Francis abrió la boca, dejó que el dedo
se deslizara dentro y cerró los dientes de golpe. El hombre gritó y Francis salió

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corriendo, pero ya sea porque su sotana se enganchó en un banco o que su atacante lo
hizo tropezar, no llegó muy lejos. Sus pies fallaron y cayó, y el banco se levantó
rápidamente. Su frente se golpeó contra el borde y cayó desplomado en la nave,
aturdido.

En algún lugar lejano, una voz interior le gritaba que se levantara, que corriera, y
sabía que debía hacerlo, pero tampoco podía porque los bancos daban vueltas, y él se
estaba cayendo estando quieto.

—¡El hijo de puta me mordió!

La patada en su cintura lo devolvió a su pesado cuerpo aplomado.

—Rossi, déjalo. O nunca hablará.

Francis gimió y trató de poner sus manos debajo de él. Tal vez podría alejarse
arrastrándose.

—Dios, concédeme fuerza. —Su visión se volvió borrosa y volviéndose rosa. Puso
una mano delante de la otra, incluso mientras se reían de sus esfuerzos. Clavó las uñas
en el suelo y arrastró su cuerpo hacia adelante. Si todo dejara de girar, podría
arrodillarse y luego ponerse de pie.

Esto no debería estar pasando. ¿Qué había hecho para merecer esto? Bueno, él
sabía lo que había hecho pero estos hombres no podían saberlo. ¿Podrían?

Las náuseas le humedecieron la boca y su estómago se revolvió de nuevo.

Uno de los hombres lo agarró por la parte trasera de su sotana y lo levantó. Su


atacante lo empujó contra un banco. Francis se aferró a la dura madera; Si volvía a
caer, tal vez nunca volvería a levantarse.

—Plante el trasero, padre, y juguemos un juego —dijo el que tenía el tatuaje de la


cruz.

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Francis se desplomó en el banco y limpió la humedad de su cara. La sangre brillaba
en el dorso de su mano.

Los dos hombres, los mismos para quienes había comulgado, estaban de pie junto
a él. Él no los conocía; él no les había hecho nada.

—Rezaré por ustedes.

La bofetada le robó el aire de los pulmones. Unas manos ásperas agarraron su


mandíbula y lo obligaron a mirar al hombre a los ojos.

— No necesito tus oraciones, solo necesito que respondas algunas preguntas,


entonces quizás veamos si te dejamos ir.

La sangre se acumuló en la boca de Francis y se derramó por su barbilla.

—Maldita sea, Rossi. Más de eso y será inútil. Déjame hacerlo. —El otro trató de
forcejear y apartar a Rossi, pero aunque era más grande, Rossi se mostró apasionado
y logró hacer caso omiso de su compañero.

—Quítame las manos de encima —gritó Rossi—. ¡Esto es entre Dios y yo!

Rossi metió la mano izquierda en el bolsillo, todavía sujetando la barbilla de


Francis con la derecha, y sacó un par de bridas negras, las mismas que Francis había
visto en las muñecas de la mujer.

Lo iban a matar.

No sabía qué querían ni qué había hecho, pero iban a matarlo como habían matado
a la mujer, y dejarían su cuerpo para que Julia lo encontrara por la mañana. El horror
de aquello lo inutilizó. No podía moverse; el terror lo tenía en sus garras.

—Coge sus muñecas.

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El compañero de Rossi obedeció y agarró a Francis por las muñecas. No podía
permitirles hacer esto, pero no sabía cómo detenerlos. Ambos eran más fuertes que él,
incluso cuando no estaba sangrando y mareado. Si intentaba huir, lo atraparían y lo
matarían más rápido.

Rossi retrocedió, liberando la mandíbula de Francis y frunció el labio superior con


disgusto.

—Un puto cura me tocó una vez. Son todos iguales.

Francis casi se echó a reír, no por su difícil situación, sino por la ironía, pero su risa
sonó como un sollozo.

—Lamento tu dolor.

—Jesús, Rossi, no hagas esto raro. Solo has las preguntas.

—Bien, entonces aquí está el quid de la cuestión. —Rossi se arrodilló y puso una
mano suave sobre la rodilla temblorosa de Francis—. Solo tienes que responder y te
dejaremos ir.

Francis asintió con la cabeza para que pensaran que estaba derrotado, pero en el
momento en que Rossi retrocediera de nuevo, iba a salir corriendo, y rezó a Dios para
que le quedaran fuerzas suficientes para mantener las piernas en movimiento cuando
eso sucediera.

—¿Cuándo naciste? —Preguntó Rossi.

Francis frunció el ceño. ¿Qué clase de pregunta era esa? Parpadeó ante el bruto.

—Septiembre del noventa y nueve.

— Bien, lo estás haciendo bien. Ahora, ¿dónde naciste?

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— ¿'Dónde'? —repitió Francis.

Rossi resopló.

—Estás empezando a agotarme la paciencia. ¡¿Dónde ?!

—Yo no... —Francis tragó—. ¿Por qué?

La bofetada le dejó los oídos zumbando y la cara en llamas. Los bancos a su


alrededor giraron un poco más y los dos hombres se inclinaron hacia un lado. La
oscuridad se acercaba, amenazando con arrancarle la conciencia.

—'¿Por qué?' él pregunta. A la mierda tus ¿por qué? ¡Soy yo quien hace las
preguntas! Responde la puta pregunta o te la sacaré a golpes.

—No lo sé, no lo sé. Fui… fui adoptado.

Rossi miró a su compañero, quien asintió para que continuara, o tal vez para
confirmar que la información era cierta.

Un crujido familiar llenó la iglesia: el sonido de la puerta principal abriéndose. Por


favor, Julia no. No podía ser Julia, la matarían. Los dos brutos miraron hacia la nave,
pero ninguno se movió. Francis se retorció para ver, pero una punzada de dolor le
desgarró el costado, haciéndole jadear.

El compañero de Rossi le hizo un gesto de asentimiento.

—Ve y echa un vistazo. Yo lo vigilaré.

Rossi se alejó pisando fuerte, dejando atrás al más fornido y reservado de los dos.

—Perdón por Rossi, a veces es un idiota. Se le va todo de las manos. Aunque tiene
sus usos. —El compañero de Rossi lo miró larga y fijamente—. No sabes por qué
estamos aquí, ¿verdad?

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Francis negó con la cabeza.

—Por favor… no te conozco, no se lo diré a nadie, por favor, no me mates.

—¿Le temes a la muerte, padre? —Sacó un cuchillo de su bolsillo—. Un hombre


como tú, un hombre de Dios, probablemente estes ansioso y no veas la hora de ya
morirte, ¿verdad? —Se acercó, llenando toda la visión de Francis—. Oh, espera, eres
católico. ¿No van todos los católicos al infierno? —Empujó la punta del cuchillo contra
su propio dedo, sacando una gota de sangre—. ¿A menos que te arrepientas? ¿No es
así? Un chico como tú, ¿cuántos años tienes, veintitantos? ¿De qué tiene que
arrepentirse, padre?

Rossi había usado los puños, pero éste era el más peligroso. Francis cerró los ojos
y pidió ayuda a Dios, oró pidiendo guía, prometió que sería mejor, que lo haría mejor
si sobrevivía a esto.

Los dedos agarraron el cabello de Francis y le echaron la cabeza hacia atrás. Abrió
los ojos de golpe.

—Un chico lindo como tú, ¿qué le hiciste a Sasha, eh? ¿Por qué quiere saber todo
sobre ti?

Francis no tenía idea de quién era Sasha ni qué había hecho.

—N-nada, no…no lo sé…

El hombre levantó la cabeza con cara de sorpresa. Liberó el cabello de Francis y


salió al pasillo.

—¿Qué tenemos aquí? ¡L’Angelo della Morte, en persona! Joder, Ángel. —El
compañero de Rossi sonrió—. No pensé que te encontraría aquí.

—Sí, bueno, ya sabes lo que dicen...

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Francis conocía esa voz suave. Parpadeó rápidamente, aclarando su visión, y se
retorció en el banco. Chispas de dolor danzaron por su costado, haciendo que sus ojos
lagrimearan de nuevo, pero vio al hombre de los muchos pecados caminando por la
nave, arremangándose despreocupadamente. Tenía los nudillos ensangrentados. Su
reloj brillaba. Sus ojos oscuros miraron a Francis y luego se desviaron.

—Los Ángeles nos encuentran en nuestras horas más oscuras —dijo el hombre de
muchos pecados, o Ángel , como acababa de llamarlo el bruto.

El bruto blandió su cuchillo y enseñó los dientes.

—Vamos entonces, Ángel.

Ángel corrió hacia él y chocaron, forcejeando brutalmente. Ángel asestó el primer


golpe, seguido de un segundo golpe corto y fuerte, y luego otro, derribando al bruto
hacia el suelo. Ángel era rápido, implacable y cruel, y cuando la mejilla del bruto se
abrió, Ángel no se detuvo. La sangre salpicó. El bruto cortó el aire salvajemente con
el cuchillo. Ángel retrocedió, luego agarró la cabeza del bruto y la golpeó con la
rodilla. El bruto se desplomó, pero Ángel no había terminado. Le dio una patada en
el estómago, una, dos veces. El bruto escupió sangre en el suelo de la nave.

La violencia fue visceral, impactante, salvaje.

Esto era una pesadilla. Francis estaba en una pesadilla.

No podía estar aquí; no podía ver esto. Se empujó desde el banco, tropezó y echó
a correr. Tenía que escapar, simplemente escapar. Las muñecas atadas le dificultaban
el paso, pero salió disparado de las puertas de la iglesia y atravesó el vestíbulo a
trompicones, pero un bulto oscuro lo hizo tropezar y cayó con fuerza sobre los
adoquines, rompiéndose el codo. El dolor le subió por el brazo hasta el hombro. Gritó,
pero consiguió rodar sobre sí mismo y ponerse de rodillas.

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El bulto tirado en el camino era Rossi. Sus ojos azules fríos, abiertos pero ciegos
confirmaron que no volvería a amenazar a nadie.

Una oración brotó de los labios de Francis. Se deslizó hacia atrás, tratando de
alejarse del horror de todo aquello.

Ángel emergió del vestíbulo. La sangre salpicaba sus antebrazos y el deleite


bailaba en sus ojos. Se pasó el dorso de la mano por la mejilla, manchándose los labios
de sangre, y caminó hacia Francis.

No era ningún Ángel, a pesar de su nombre.

Era un demonio, que venía a por Francis y sus pecados.

—¡Quédate atrás!

Agarró a Francis por las muñecas atadas y lo puso de pie.

—¿Puede caminar? Bien. Tenemos que irnos antes de que lleguen más hombres de
DeSica. No te preocupes. —Él sonrió—. Está a salvo conmigo. Principalmente.

¿A salvo? No estaba a salvo.

Este Ángel acababa de matar a dos hombres. Estaba cubierto de su sangre.

¿Qué clase de pesadilla era esta?

—¿Es esto real? —Murmuró Francis, mientras era conducido por sus muñecas
hacia el auto plateado con la puerta abierta y el motor en marcha.

—Sí, y está a punto de empeorar. —Ángel abrió la puerta trasera y Francis se


deslizó en el asiento trasero. La puerta se cerró de golpe, sacudiendo los nervios de
Francis. Podría llorar o gritar, algo, cualquier cosa. Pero en lugar de eso, permaneció
sentado en silencio, con las muñecas atadas apoyadas en su regazo.

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Ángel sacó el coche de la puerta de la iglesia.

Julia encontraría a los dos muertos por la mañana. Y no había nada que Francis
pudiera hacer para ayudarla. Debería haber hecho más. ¿Por qué no había luchado
contra ellos? Se había quedado helado, demasiado asustado para hacer algo. Y ahora
estaba con un monstruo.

El atardecer se convirtió en oscuridad. Ángel condujo en silencio, su mirada de


vez en cuando se dirigía al espejo para comprobar cómo estaba Francis. ¿Iba a matarlo
como había hecho con esos otros hombres?

Francis tenía que escapar.

Viajaron por carreteras secundarias, tomando curvas y vueltas, pasando por


ciudades y pueblos, y luego se incorporaron a una autopista en dirección sur.

Los faros de los coches que circulaban en sentido contrario por el lado opuesto de
la barrera les alumbraron por encima. Francis se estremeció. No podía decir si estaba
mojado por el sudor o si se había orinado encima durante la terrible experiencia. Le
palpitaba la cara, encima del ojo, y se le había hinchado el labio. Lo tocó con la lengua
y saboreó sangre fresca. Se sentía mal, él se sentía mal, como si hubiera sido herido
por dentro, no sólo por fuera. Sólo se había sentido así una vez antes, como si hubiera
hecho algo tan terrible que nunca podría hablar de ello.

Si pudiera llamar la atención de otros conductores, ¿alguien le ayudaría? Pero


estaba oscuro. Nadie lo vería.

—Necesito ir el baño —dijo.

—Aguántate —respondió Ángel. La primera palabra que había dicho en horas.

Francis podía ver las manos de Ángel en el volante y en la palanca de cambios, y


cómo tenía los nudillos todos ensangrentados y partidos. Francis había conocido a
adúlteros; como parte de su trabajo en prisión, había conocido a hombres que

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codiciaban a niños, había hecho que personas confesaran pensamientos atroces, pero
nunca antes había conocido a un asesino. Y Francis había soñado con Ángel, había
tenido pensamientos inapropiados sobre él, pensamientos que habían desafiado su
voto de celibato. Pero todos los hombres eran débiles y Francis no era la excepción. El
celibato era un viaje, le había dicho el padre Donavon durante sus estudios, cuando
le confesó tener fantasías sexuales con hombres. Un viaje sin destino, una batalla sin
vencedor. El viaje era el destino.

Y ahora, había deseado a un asesino.

¿Por qué Francis tenía que estar tan destrozado?

—Yo uh... —croó—. Realmente necesito un baño. —Tenía que alejarse de este
hombre. Nada más importaba.

Los ojos oscuros de Ángel se dirigieron hacia él, sin parpadear. Francis le devolvió
la mirada, incluso cuando su corazón intentaba abrirse camino a través de sus
costillas.

—El auto es de alquiler, haz lo que tengas que hacer. No vamos a parar.

Este hombre era un animal. ¿Realmente dejaría que Francis se ensuciara encima?
Francis parpadeó y miró hacia otro lado.

—¿Vas a matarme?

—No. —Ángel miró hacia la carretera. Sus dedos apretaron el volante.

Estaba mintiendo.

¿Se abriría la puerta trasera si Francis tirara de la manija? Miró hacia abajo. Estas
puertas tenían seguros para niños, ¿no? Para evitar que los niños se caigan cuando el
coche circula a gran velocidad. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. ¿Por qué
estaba pasando esto? El cansancio tiró de su cuerpo hacia abajo, arrastrándolo hacia

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la oscuridad. El motor del coche zumbaba y las ruedas retumbaban, y tal vez si se
quedase dormido, al despertar, todo habría sido una terrible pesadilla.

—¿Padre?

Abrió sus pesados párpados y parpadeó ante el rostro que ahora estaba justo frente
al suyo. Ojos oscuros (ojos hermosos), una mandíbula delgada que terminaba en una
boca emotiva, demasiado rápida para sonreír. En la bruma del agotamiento, sabía que
no debía admirar el rostro de Ángel, pero Francis lo admiró de todos modos.

—Ahí estás.

Un pañuelo frío y húmedo tocó la cara de Francis, limpiando los restos de sueño.
Sus pensamientos se agitaron. Ángel lo estaba tocando. En la parte trasera del coche.
Se habían detenido… y Ángel se asomaba por la puerta trasera y le frotaba el corte en
la frente.

Francis se apartó de un tirón, intentando desaparecer entre los asientos del coche.

—No te muevas, necesito revisarte ese corte.

Estaban en el coche, en algún aparcamiento. La llovizna caía como estática bajo la


iluminación cercana. Los pensamientos de Francis daban vueltas, tratando de darle
sentido a todo. Una estación de servicio. Los arcos de McDonald’s4 brillaban en la
oscuridad.

Ángel volvió a tocar el hematoma sobre el ojo de Francis, reavivando su acalorado


latido. Francis se quedó helado y miró fijamente el rostro de Ángel, cómo su barbilla
había adquirido una sombra de barba, cómo sus labios se juntaban, decolorándolos.

4 Se refiere a los famosos arcos del logo, pertenecientes a Arcos Dorados Holdings Inc., empresa
propietaria de la franquicia principal de la cadena de restaurantes de comida rápida McDonald’s

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Las gotas de lluvia brillaban en su cabello negro y en las puntas de sus pestañas.
¿Cómo alguien tan hermoso podía ser capaz de cosas tan terribles? Pero la belleza no
era nada si carecía de piedad. La belleza del alma importaba y el alma de Ángel estaba
en gran peligro.

—Está bien. —Ángel sacó un cuchillo. El cuchillo del socio de Rossi. Lo blandió y
el corazón de Francis saltó a su garganta, pero con un rápido movimiento de muñeca,
Ángel cortó las bridas que sujetaban las muñecas de Francis—. Vamos a ir al
McDonald's de allí para que puedas usar el baño. —Su mano se cerró sobre el hombro
de Francis y Ángel lo miró de cerca, a los ojos—. Ya viste lo que le pasa a la gente que
me jode. Te mantendré a salvo. ¿Confías en mí?

No, Francis no confiaba en él. ¿Por qué confiaría en un asesino de sangre fría? El
asintió.

—Bien. Nos llevaremos muy bien. —Ángel salió del auto y le ofreció la mano a
Francis—. Con esa ropa, no se puede ocultar el hecho de que eres sacerdote, así que
acabemos rápido con esto —añadió.

Francis caminó junto a Ángel. Los charcos en los que chapoteó empaparon su
túnica y la hicieron pesada. La lluvia hizo que la camisa de Ángel se pegara a sus
hombros. Sorprendió a Francis mirando, y sus emotivos ojos destellaron una
impaciente advertencia.

—No hables con nadie. Sólo al baño, eso es todo

Entraron en la estación de servicio y se encontraron con luces brillantes y ruido.


Algunas personas merodeaban, hablaban por teléfono, los niños esperaban con sus
padres. Media docena de personas se entretenían frente a las máquinas de
autoservicio de McDonald's. Si gritara que lo habían secuestrado, ¿Ángel lo dejaría ir
o lo apuñalaría aquí, delante de los niños? Siguieron adelante, atravesaron la zona de
asientos del McDonald's y entraron al baño.

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Francis vio su espantoso reflejo en el espejo y se tambaleó. Era un desastre
sangriento y golpeado. ¿Cómo es que nadie había dado ya la alarma? Agarró el
lavamanos.

—Muy bien, padre, adelante, haz lo que tengas que hacer. —Ángel lo tomó del
brazo, lo guio hasta un cubículo y cerró la puerta.

Francis echó el cerrojo, retrocedió y se desplomó sobre la tapa cerrada del retrete.
¿Quizás podría quedarse aquí? Ángel no podía llegar hasta él. Había cerrado la
puerta. Enterró la cara entre las manos y ahogó un sollozo. Eso era todo; se quedaría
aquí. Escondido. Esperando que se fuera. Respiró, tal vez sollozó. Todo dolía.
Hombres estaban muertos.

—¿Francis?

Se mordió el dedo para evitar temblar.

—Si crees que esta endeble puerta del baño me impedirá entrar allí, será mejor que
lo pienses de nuevo. Termina ya. Tienes treinta segundos.

—¿Por qué estás haciendo esto? —soltó Francis.

—¿Mantenerte con vida? No sé. Quizás no lo haga. Tal vez me vaya, pero los
DeSica te encontrarán, y ese corte sobre tu ojo sugiere que era jodidamente claro lo
que tenían planeado para ti.

—¡Ni siquiera los conozco! ¡Solo déjame ir!

Ángel pateó la puerta y ésta se abrió, golpeó el costado del cubículo y rebotó, pero
Ángel estaba allí, bloqueando su regreso.

Miró a Francis con las fosas nasales dilatadas.

—Estoy empezando a pensar que me mentiste, padre. Levantarse.

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Francis se puso de pie y se secó las lágrimas frías de su rostro.

Ángel lo fulminó con la mirada, de pies a cabeza.

—Vamos a tener que hacer algo con esa bata. —Metió la mano, agarró a Francis
por el cuello y tiró de la tira blanca. Volviéndose, la arrojó a la basura—. Vamos, no
tengo tiempo para jugar.

—¡No! Yo no voy.

Ángel voló hacia él. Sus delgados dedos rodearon el cuello de Francis. Empujó a
Francis contra la pared del cubículo, haciendo vibrar todos los cubículos conectados.

—No jodas conmigo, padre Scott. Sería más fácil para mí cortarte el cuello y dejarte
aquí desangrándote. Te estoy haciendo un puto favor.

Había dicho muchas palabras, pero Francis solo escuchó algunas de ellas entre el
pánico que le golpeaba la cabeza. Escudriñó los ojos de Ángel y vio la muerte. La suya
propia y la de Ángel. Dios, dame fuerza.

El agarre de Ángel se aflojó hasta que ya no inmovilizó a Francis contra la pared


sino que lo mantuvo presionado allí, usando su pecho y muslo para sujetarlo. Sus
dedos recorrieron el cuello de Francis, provocando escalofríos por su columna.
Francis jadeó. No estaba seguro si esto le dolía o si era algo más. Pero entonces Ángel
se pasó la lengua por el labio inferior y entrecerró los ojos, como si estuviera tratando
de descifrar algo. Luego retrocedió y se volvió hacia los espejos. Se estudió a sí mismo,
se arregló la camisa con las manchas de sangre y miró el reflejo de Francis cuando éste
salió del cubículo.

—¿Terminaste de jugar, padre?

Francis asintió.

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Salieron del McDonald's y volvieron a subir al coche. Francis se había asegurado
de mirar tantas cámaras de circuito cerrado de televisión como pudo encontrar. Las
autoridades aún no sabrían que estaba desaparecido, pero una vez que los cuerpos
fueran descubiertos en la iglesia, la policía comenzaría a buscar. Verían su rostro en
las imágenes y sabrían que estaba con Ángel. Quienquiera que fuera Ángel.

Debe tener algún tipo de agenda, alguna razón para mantener vivo a Francis. No
había estado de paso. Se había detenido deliberadamente en St. Mary, tal vez incluso
para matar a esa joven. Tres cadáveres en dos días. Sería un escándalo para la Iglesia.
¿Pero por qué Francis?

—¿Qué quieres? —preguntó Francis mientras se ponía en marcha.

—En este momento, quiero sacarnos a ambos del Reino Unido.

—Qué quieres conmigo?

Ángel no respondió.

Francis sintió que esto no era personal. No se conocían. ¿Entonces eso significaba
que alguien más estaba moviendo los hilos de Ángel? ¿Quizás querían pedir rescate
por un sacerdote? Pero si ese fuera el caso, ¿por qué elegirlo a él, un cura de apenas
tres meses de una pequeña parroquia del suroeste de Inglaterra? Tenía que haber
objetivos de mayor valor.

Los faros del coche pasaron por encima de una señal de tráfico que indicaba
Plymouth, la Ocean City británica. Pasaron por un puente colgante brillantemente
iluminado. Ángel se detuvo en los peajes, agitó una tarjeta y las barreras se levantaron.
Francis intentó captar la mirada del hombre de la cabina, pero éste miraba con ojos
apagados a través de la pantalla de plexiglás.

¿A nadie le importa? ¿Nadie podía ver que lo estaban secuestrando?

46
Ángel parecía conocer bien las carreteras, y justo después de los puestos, giró hacia
una zona residencial, zigzagueando por las viejas y sinuosas carreteras de la ciudad,
en dirección al paseo marítimo.

Un barco.

Así era como iba a sacar clandestinamente a Francis del país. Tan pronto como
estuvieran cerca de abordar un barco, Francis daría la alarma. Tenían control
portuario en los muelles, comprobando si había mercancías y personas de
contrabando. Nunca dejarían que Francis subiera a un ferry, tan golpeado como
estaba.

Pero Ángel aparcó el coche en una marina privada5 rodeada de apartamentos de


lujo frente al mar. Esto no era un puerto y no salían ferris desde aquí. Todos los barcos
que flotaban en sus atracaderos eran de propiedad privada.

—Sal —espetó Ángel.

Cualquier buena gracia que Francis tuviera con él, la había desperdiciado en los
baños del McDonald’s. Debería haber usado el baño entonces también. Ahora
necesitaba hacer sus necesidades de verdad, pero no se atrevía a preguntar.

Se acercaron a una oficina de la marina. Una única luz brillaba desde el interior.
Al lado, el agua chapoteaba alrededor de embarcaciones de todos los tamaños, desde
pequeños pesqueros hasta superyates tres veces más grandes que la casa de Francis.

5 Una marina privada es una instalación de propiedad privada que depende del agua para el atraque, servicio o

almacenamiento de embarcaciones privadas, en la que se brindan servicios de forma anual , estacional o por día , y
cuya instalación no está abierta al público en general , excepto bona. invitados de buena fe de propietarios de
embarcaciones elegibles para utilizar el puerto deportivo y que tenga una piscina privada que no esté abierta al público
en general, distintos de los huéspedes de buena fe de propietarios de embarcaciones elegibles para utilizar el puerto
deportivo.

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—Quédate aquí —ordenó Ángel, y se adelantó, abriendo la puerta de la oficina.
Saludó a alguien que estaba dentro y los dos entablaron conversación.

Francis estaba al lado del agua. Un centenar de apartamentos se alineaban en la


marina, algunos con las luces encendidas. Probablemente era pasada la medianoche,
pero era visible; cualquiera podría mirar por la ventana y verlo. ¿Cómo podría llamar
la atención de alguien sin alertar a Ángel?

¿Qué pasaría si simplemente… corriera?

Volvió a mirar a Ángel a través de la puerta entreabierta. Le entregó al hombre


detrás del escritorio un fajo de billetes.

Francis no iba a recibir ayuda aquí.

Si Ángel lo subía a un barco, Francis nunca escaparía.

Él salió disparado.

Corrió con fuerza y rapidez. Los resbaladizos adoquines del muelle se ondulaban,
casi haciéndole tropezar, pero mantuvo el equilibrio y, con las muñecas libres, agitó
los brazos con la cabeza gacha. La sotana le azotaba las piernas. Entonces oyó los
zapatos de Ángel golpeando tras él, ganándole terreno. Podría apuñalarlo por la
espalda y dejarlo destripado en un callejón…

¡Dios ayúdame!

¡Más rápido, tenía que correr más rápido! Pero Ángel se acercaba y la sotana de
Francis lo frenó.

Ángel agarró su sotana y lo hizo girar. Francis chocó contra una pared, de cara.
Giró y empujó, apartando a Ángel. Eso era todo, si no peleaba ahora, estaría muerto
por la mañana. Se retorció, pero Ángel estaba sobre él, sobre él, inmovilizándolo
todavía.

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El frío acero tocó la garganta de Francis y lo congeló.

—Maldita sea, padre —jadeó Ángel, con el pecho agitado contra Francis—.
¿Cuándo vas a aprender que no puedes escapar de mí? ¿Necesito cortarte? ¡¿Es eso lo
que quieres?! —Agarró a Francis por el cuello de su sotana y lo arrojó hacia los barcos
que se balanceaban. —¡Muévete!

Sus piernas temblaron, amenazando con fallar. Oró con tanta fuerza que se olvidó
de respirar y siguió tropezando. Ángel lo agarró y lo empujó bruscamente hasta el
muelle flotante. Los aparejos de los veleros cercanos sonaban con la brisa y las
banderitas ondeaban, pero por lo demás la marina estaba en silencio.

¿Y si saltaba al agua? ¿Lo seguiría Ángel?

Las aguas oscuras y chapoteantes parecían profundas y Francis no sabía nadar.

Ángel subió a la parte trasera de un gran superyate llamado Dolce Vita y dejó a
Francis solo en el pontón6, asumiendo que lo seguiría.

Francis se quedó parado. No tenía elección, no había salida. Como el resto de su


vida.

Él subió a bordo.

6 Es un tipo de puente que se mantiene con flotantes.

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CAPÍTULO 4
VITARI

Bueno, esto fue un espectáculo de mierda.

Debería haber matado y dejarlo al sacerdote con los DeSica. Tres asesinatos en una
iglesia. Mensaje enviado. Trabajo hecho. No jodas con los Battaglia.

En cambio, Vitari tenía al sacerdote con él en el yate.

—Qué carajo —murmuró para sí mismo mientras calentaba los motores del barco.
Secuestrar al sacerdote no formaba parte del plan. Ni siquiera estaba seguro de por
qué lo había hecho. Sólo que, cuando regresó a St. Mary y vio cómo esos bastardos
habían atacado al padre Scott, había perdido parte de sí mismo por un tiempo. Esos
imbéciles de DeSica no estaban matando al sacerdote de Vitari. Ya era bastante malo
que pensaran que podían intervenir en las operaciones de Battaglia en casa y en
Venezuela, y que el idiota ruso de su líder pensara que su pequeña operación tenía
incluso la mitad del tamaño de Battaglia.

Pero llevarse al sacerdote fue una estupidez. Un movimiento tonto. El jefe iba a
clavarle los huevos a Ángel en una tabla.

¿Quizás debería empujar al padre Scott por la borda del barco? El astuto sacerdote
probablemente nadaría hasta la orilla y lo identificaría ante la Agencia Nacional
contra el Crimen. Vitari estaría jodido si alguna vez necesitara regresar a Inglaterra.
No, no podía dejarlo ir. Sólo había una manera de que esto terminara: con el padre
Scott muerto. Entonces, ¿por qué diablos estaba el sacerdote sentado debajo de la

50
cubierta, hirviendo en su actitud de ‘soy más santo que tú’, como si supiera cada pecado
que Vitari había cometido alguna vez, desde masturbarse con revistas para hombres
hasta matar a golpes a un chico en su decimosexto cumpleaños?

—Stupido7. —Golpeó el timón del yate.

Vitari sólo necesitaba espacio para pensar. Tenía que haber una razón por la que
Giancarlo quería que fuera a ver al padre Scott. Probablemente para matarlo… Era lo
que Vitari hacía mejor, por lo que era conocido. El perro de ataque en el extremo de
la correa de Don Giancarlo. L’Angelo della Morte

Con los pensamientos dando vueltas, piloteó el yate fuera del puerto deportivo de
Plymouth y, una vez pasado el rompeolas, puso rumbo (no a Calabria, todavía no) a
Puerto Banús. Nadie sabría que se había desviado a España y eso le daría tiempo para
decidir qué hacer con el padre Francis Scott.

Cuando el jefe lo envió a Inglaterra para encargarse de un sacerdote, esperaba


encontrar a un hombre de mediana edad, de cabello gris, a punto de jubilarse, no a un
moreno de veintipocos años, pecaminosamente guapo en su sotana negra, y con
grandes ojos marrones tan llenos de emoción que debe haber visto lo peor que el
mundo podía arrojarle y se atrevió a probar un poco más.

Malditos sacerdotes.

A la mierda esta misión.

Que se joda el padre Scott.

Preferiría estar de vuelta en el sur de Italia, donde caminaba por las calles como
un maldito rey. Donde todos lo conocían, todos lo respetaban, donde tenía poder. Y
donde pocos se atreverían a juzgarlo como lo hizo el padre Scott.

7 “Estúpido” en italiano.

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Flexionó sus nudillos magullados y miró hacia afuera. El tiempo estaba despejado
y el océano iluminado por las estrellas estaba en calma. Era hora de descubrir qué
sabía el padre Scott que tenía a DeSica sobre él y a la Battaglia queriendo que lo
desaparecieran. Vitari puso los controles en piloto automático y descendió bajo
cubierta.

Una iluminación discreta realzaba el comedor, el salón y la cocina en tonos


acogedores. El padre Scott yacía de costado en el sofá, respirando suavemente. El
mentiroso resbaladizo estaba fingiendo, como había fingido que necesitaba ir al baño.
Aunque no había fingido esas lágrimas.

Vitari estaba de pie junto a él. El pecho del padre Scott subía y bajaba. Un lado de
su cara estaba marcado por un furioso hematoma alrededor de un corte en su frente
que debería tener puntos pero que parecía haber dejado de sangrar. El corte en su
labio había formado una costra. También había recibido una paliza en otros lugares,
ya que se abrazaba la cintura mientras caminaba.

Los DeSica lo habría matado. Tenía suerte de estar vivo.

Vitari solo tenía unas pocas horas para decidir su próximo movimiento y, para
hacerlo, necesitaba saber más sobre este circo en el que se había encontrado actuando.

—Ey. —Le dio una patada a la pierna que colgaba—. No hay descanso para los
malvados.

El padre Scott abrió los ojos. Sí, había estado fingiendo. Esos ojos marrones eran
demasiado brillantes, demasiado intensos, demasiado críticos para un hombre que
acababa de despertar. ¿Creía que Vitari era tan fácil de engañar?

—¿Una bebida? —Vitari no esperó su respuesta y sacó dos cervezas de la cocina.


Empujó la del sacerdote por encima de la mesa.

El Padre Scott se mofó.

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—No bebo alcohol.

Vitari sonrió.

—Claro que no, no querrías ensuciar tu halo.

—¿Tienes agua? —Se sentó y siseó ante el dolor en su costado.

Vitari estuvo a punto de decirle que se buscara su propia agua, pero lo necesitaba
complaciente, lo que significaba mantenerlo amable. Vitari le sirvió un vaso de agua
y se lo entregó, luego esperó mientras el padre Scott se llevaba el vaso a los labios,
hizo una mueca por el corte, pero bebió de todos modos.

¿Qué hacía que un hombre dedicara su vida a Dios? ¿Se despertaba un día
teniendo una epifanía, una visión, o era un proceso gradual? Parecía un desperdicio
que alguien tan atractivo como Scott fuera sacado del acervo genético. Una pérdida
para la humanidad. Vitari conocía a unas cuantas mujeres que ilustrarían con vigor y
entusiasmo al sacerdote sobre todas las aventuras carnales que se había estado
perdiendo.

El padre Scott levantó los ojos y redujo el consumo de alcohol, consciente de que
lo estaban observando. Dejó el vaso sobre la mesa y dijo:

—Gracias.

Vitari tomó su cerveza y se sentó enfrente.

—Muy bien, vas a responder algunas preguntas y no me jodas.

—Sí. —Tragó y colocó las manos juntas junto al vaso.

—¿Por qué los hombres de DeSica quieren matarte?

—No lo sé. No sé quiénes son.

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¿Estaba mintiendo? Habló suavemente, con calma, con la misma voz
tranquilizadora que había usado en el confesionario cuando Vitari había estado
tentado a revelar sus secretos. Era un don peligroso esa capacidad de escuchar. La
gente le contaba todo a los sacerdotes, creyendo que esos sacerdotes tenían el poder
de limpiar sus almas y quitarles la culpa, pero un sacerdote no era nada especial. Sólo
un hombre, como todos los demás.

—Los DeSica son Bratva, la mafia rusa —explicó Vitari.

Por la forma en que los ojos de Francis se abrieron, no tenía idea.

—¿Te preguntaron algo? —Preguntó Vitari—. ¿Querían algo de ti?

Se retorció las manos ahuecadas y luego se detuvo cuando vio a Vitari mirándolo.

—Me preguntaron mi fecha de nacimiento.

—¿Tu fecha de nacimiento?

El padre Scott se encogió de hombros.

Eso no tenía ningún sentido.

—¿Algo más?

Sus ojos marrones se alzaron.

—¿Vas a matarme?

—Te dije que no. —Aún no.

—DeSica no suena ruso.

—No lo es.

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El padre Scott le devolvió la mirada y allí estaba de nuevo ese fuego, ese desafío,
retando al mundo a enfrentarlo, a luchar contra él. Retando a Vitari a desafiarlo. Tenía
que ser ingenuidad, porque no mucha gente podía mirar a Vitari a los ojos y hacer
eso. Habría hecho calor si no hubiera sido tan desesperado.

—Los DeSica están dirigidos por un bastardo vicioso llamado Sasha Zhukov —
explicó Vitari—. Él es la parte rusa, el resto son perros callejeros que ha recogido.
Reclutará a cualquiera lo suficientemente despiadado. Albaneses, españoles, malditos
iraníes. No importa. Cualquier psicópata al que pueda echar mano.

—¿Tú los conoce?

Vitari resopló.

—La gente para la que trabajo tiene historia con los DeSica. Pero son insectos
comparados con mi… con mi gente. —DeSica era el enemigo, así había sido siempre
desde que Vitari tenía uso de razón. Ni siquiera le importaba saber por qué. Don
Giancarlo había dejado claro que cualquier agente de DeSica era presa fácil. Todos
eran animales salvajes y había que sacrificarlos.

La mejilla del padre Scott se torció.

—Tu alma no está más allá de la salvación. Siempre hay redención y perdón en el
corazón de Dios.

Vitari se había preguntado cuánto tardaría en sacar el catolicismo.

—Dios me abandonó hace mucho tiempo, padre.

—Él nunca se da por vencido con sus hijos.

Habló con tanta convicción que Vitari casi le creyó.

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—Debe ser agradable tener tanta fe. Estar libre de culpa, entregar todas tus
cagadas a algún poder superior.

Apartó la mirada, probablemente descontento con el tono de Vitari.

—Así no es como…

—No me sermones. No necesito ser salvo. Ahora mismo eres tú quien necesita
salvación. Y Dios no va a hacer eso, yo sí. Entonces, responde mis preguntas.

Scott tomó su vaso de agua, se reclinó, hizo una mueca ante el mismo dolor
desconocido y tomó un sorbo.

—Todo esto debe ser un error. —Su mano tembló, haciendo que el agua de su vaso
se ondulara—. Mírame, no soy... no soy nadie.

—Eres algo para alguien, o no habría dos cadáveres en tu cementerio.

—Tres.

—¿Tres?

—La joven mujer.

Hm, Vitari se había olvidado de ella.

—Cuéntame sobre ella. ¿La encontraste?

—Sí. —Bebió de nuevo, desviando la mirada.

—¿La conoce?

—No.

—Aun así, debe haber sido difícil.

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—¿Lo fue?

—Encontrarla, así. No ves mucha violencia, ¿verdad, padre?

Volvió a apartar la mirada y pareció como si envejeciera entre un minuto y otro.


Volvió a apartar la mirada y pareció como si envejeciera entre un minuto y otro. A
veces, Vitari olvidaba que la mayoría de la gente vivía una vida tranquila y sin
sobresaltos. Seguían las normas, se ceñían a sus rutinas, tenían trabajos estables, iban
de compras, tenían hijos, asistían a las reuniones del consejo y vivían sus vidas como
ovejas. Las ovejas no eran malas; eran felices siendo ovejas. No había nada malo en
ello. Hasta que llegaban los lobos y mataban a la mitad del rebaño.

El padre Francis Scott acababa de conocer a los lobos.

—¿No tienes idea de por qué la mafia rusa te quiere tanto? —Preguntó Vitari.

—Ninguna. Es todo un error. Deberías llevarme de regreso.

—Y no conoces a la mujer de tu cementerio.

—No. ¿Me llevarás de regreso?

¿Estaba mintiendo?

—No te preocupes, después de todo esto, tendrás una historia emocionante que
contarle a tu rebaño y ellos te amarán aún más por ello. —No habría después, pero si
quería que el hombre siguiera dócil, necesitaba darle esperanza.

Levantó esos grandes ojos marrones.

—He respondido a tus preguntas. ¿Vas a dejarme ir?

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—Seguro. —Se dio la vuelta, sintiendo que el padre Scott podía ver en su rostro
más de lo que debería—. ¿Por qué no te limpias? Hay algunas toallas y ropa de
repuesto en los dormitorios.

Vitari regresó a la cubierta superior y a los controles del yate, se reclinó en la silla
del piloto y observó el océano negro como la tinta brillar bajo la luna. Tendría que
presentarse pronto y, cuando lo hiciera, Giancarlo le ordenaría que matara al
sacerdote.

Una bala en la nuca bastaría. No más padre Francis Scott.

Era una pena estropear esa cara bonita. Tenía esa vibra de vecino de al lado que lo
hacía accesible, nada intimidante. Tradicionalmente guapo, de una manera...
agradable. Como un perro labrador que se hacía amigo de todos.

Una pequeña punzada de arrepentimiento hizo tropezar su corazón.

La familia lo era todo, era la vida de Vitari. La Battaglia era para Vitari lo que la
iglesia era para el padre Scott. No lo cuestionaba a menudo. Pero Don Giancarlo no
siempre tuvo razón.

¿Qué quería la DeSica con el cura?

Vitari necesitaba más tiempo...

Vitari terminó una tercera cerveza mientras perseguía pensamientos sobre el


padre Scott en su cabeza. Tenía que sacarle más información o el sacerdote estaría

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muerto. Era así de simple. Lo que sea que los DeSica creyeran que sabía, podría valer
algo para los Battaglia.

En el padre Francis Scott había más que ojos tristes y mentiras tontas, de eso estaba
seguro.

Se aventuró nuevamente bajo cubierta y siguió el sonido de la ducha abierta. La


puerta del dormitorio estaba entreabierta, como una invitación clara. Vitari la abrió
unos centímetros más. La ducha estaba en la parte delantera del yate, detrás de otra
puerta que daba al dormitorio.

La sotana negra manchada y ensangrentada yacía arrugada en el suelo. Vitari la


recogió, con la intención de colocarla sobre el brazo de una silla cercana, pero la
calidez del sacerdote permanecía en la tela. La arrugó entre los dedos y luego se la
llevó a la nariz. La tela olía a cera tibia y a especias, como los aceites de masaje.

El agua cayendo. Estaba desnudo allí atrás, lavándose en la ducha.

La puerta del baño también estaba abierta. Un pequeño empujón la abriría un poco
más, tal vez lo suficiente para ver el interior.

Jesús, esas tres cervezas se le debían haber subido a la cabeza. No estaba tan
desesperado por ver a un hombre desnudo. Vitari colocó la bata sobre la silla y salió
del dormitorio. Prepararía algo para que pudieran comer. El yate estaba bien
abastecido de pasta, verduras, especias…

Se detuvo en la cocina, apoyó las manos en la encimera y se rio. ¿Que estaba


haciendo? ¿Tratar de hacerse amigo del sacerdote o perder el tiempo para no tener
que llamar? Nada de eso iba a cambiar nada.

Debería simplemente ir al baño y estrangularlo en la ducha, porque cuanto más


tardara, más difícil sería.

Tomó otra cerveza y miró fijamente la botella, con sus pensamientos muy lejos.

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—Erm, gracias por la ropa.

Vitari se volvió y vio a un extraño parado en el mismo lugar que el padre Francis
Scott. Sin sotana y vestido con pantalones y un sencillo suéter azul y blanco con cuello
en V, había perdido el aura divina y era solo un hombre con cabello castaño húmedo
que se rizaba cuando estaba mojado y sin calcetines. Tal vez no había encontrado el
cajón de los calcetines, y Vitari no tenía ni puta idea de por qué importaba. Se reclinó
contra la encimera de la cocina y entrecerró los ojos. El sacerdote no tenía ningún
derecho a parecer tan sorprendentemente normal.

—Seguro —murmuró Vitari, luego abrió la cerveza y bebió tres tragos sin respirar.

—Quiero ayudar —dijo, frotándose nerviosamente un brazo como un niño


atrapado con la mano en el tarro de galletas.

No quería ayudar; simplemente no quería morir.

El padre Francis Scott estaba allí, viéndose todo vulnerable y blando, pero estaba
lejos de serlo. En la siguiente oportunidad, intentaría huir y era rápido. Perseguirlo
había sido todo un ejercicio cardiovascular y la razón por la que Vitari le había
advertido a Sal que se deshiciera de algo de la grasa que decía ser músculo. Aunque,
Vitari había disfrutado de la carrera y de sostener el cuchillo en el cuello de Scott,
sintiéndolo jadear contra su pecho y su corazón latiendo con fuerza.

Sí, le gustaba estar así de cerca de él, ver el miedo en sus ojos y algo más también...

—Entonces tienes que ser honesto conmigo.

—Lo fui.

—Padre, miente como yo respiro.

—No estoy mintiendo, yo no… no miento.

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Vitari pasó junto a él y se sentó en el gran sofá de cuero, con los brazos extendidos
sobre el respaldo de los cojines. ¿Fue eso de ahora algo en los ojos de Scott, en la forma
en que saltaron por el cuerpo de Vitari? ¿Fue calor eso de ahí en esa mirada? Vitari
había asumido que su mirada estaba llena de disgusto, pero era más complicada que
eso. ¿Había algo en los ojos de Scott ahora, en la forma en que los recorría por el cuerpo
de Vitari? ¿Había calor en esa mirada? Vitari había supuesto que su mirada estaba
llena de asco, pero era más duro que eso. No era asco, sino algo… ¿Desafío, otra vez?
¿Por qué tenía que mostrarse desafiante con Vitari, incluso antes de que lo
secuestraran? ¿Qué intentaba demostrar?

—Siéntate. —Vitari hizo un gesto con su botella.

Francis estaba sentado en el sofá de enfrente, erguido, con la espalda recta y las
manos en las rodillas. ¿Alguna vez se relajaba?

—Maté a dos hombres para mantenerte a salvo. No necesitas mirarme como si


fuera la peor escoria de la Tierra.

—Eso no es… —Volvió la cara—. Eso no es lo que veo.

—¿Oh? —Vitari se inclinó hacia adelante—. ¿Qué ves entonces?

Scott miró hacia arriba, pero su mirada se desvió nuevamente. Estaba asustado y
Vitari no podía culparlo. Había sido golpeado, secuestrado y su vida fue amenazada
varias veces.

Vitari sonrió mientras tomaba un trago de cerveza y volvió a mirar al sacerdote.


Tan crítico. ¿Alguna vez habrá tenido que robar para comer? ¿Alguna vez lo habrán
comprado como si fuera carne en el mercado? No. Podía juzgar todo lo que quisiera.
Pero el padre Scott nunca entendería el mundo del que venía Vitari, el mundo del que
ahora era rey. Las ovejas como él no sobrevivían entre los lobos.

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—Entonces si no es a ti a quien DeSica quiere, es a la Iglesia —dijo Vitari,
ventilando uno de los muchos pensamientos que había desenterrado mientras Scott
se había despojado de su piel sacerdotal—. ¿Alguien con quien trabaja o para quien
trabaja tiene vínculos con el crimen organizado?

El padre Francis Scott se quedó muy, muy quieto.

—¿Qué?

—¿La mafia, Bratva, gansters?

—¿Es eso lo que eres? ¿Mafia?

Vitari inclinó su botella.

—Culpable como el pecado. Aunque técnicamente ‘mafia’ se refiere al crimen


organizado siciliano. Pero Hollywood ha logrado que todos los sindicatos con sede en
Italia sean mafiosos.

Scott tragó.

—No, sin conexiones con uh… eso —dijo, respondiendo a la pregunta anterior.

Vitari no podía estar seguro de si estaba mintiendo, no cuando estaba sentado tan
rígido, como si tuviera una vara metida en el culo.

—Tendrás que ser más útil que esto. —Vitari se puso de pie y balanceó suavemente
la botella de cerveza medio vacía entre sus dedos frente al sacerdote—. Toma, relájate,
aún tenemos unas horas. Resolvamos esto.

Tomó la botella y cuando Vitari fue a tomar unas cuantas más, sorprendió a Scott
oliendo la boca de la botella.

—¿Eres italiano? —Preguntó el padre Scott.

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Vitari se rio y le quitó las tapas de dos botellas más.

—Soy complicado.

—El acento, no estaba seguro...

Regresó a los sofás.

—Mi padre es italiano. Pasé algún tiempo en Inglaterra, cuando era joven. —No
había nada malo en contarle a Scott algunas verdades caseras 8 . De todos modos,
pronto estaría muerto para repetirlas.

Scott tomó unos sorbos de su primera cerveza y se la bebió de un trago con


intención. Claramente había superado su postura de “no bebo”. Tal vez era como con
la polizia9: sin el uniforme, bebían, consumían drogas, contrataban a niñas y niños
para tener relaciones sexuales, pero una vez uniformados, eran ciudadanos honrados.
Como si el uniforme los convirtiera en personas nuevas. ¿La túnica desechada del
padre Scott significaba que era una persona diferente?

—¿Realmente te llamas Ángel?

Vitari sintió florecer su sonrisa.

—No. — Ese nombre debe haberle alterado la cabeza. ¿Había orado para que un
Ángel lo salvara y Vitari, el Ángel de la Muerte, había aparecido? Claramente, su Dios
tenía un retorcido sentido del humor.

—Entonces, ¿cómo te llamo?

8 Las verdades caceras o ‘home truths’, son hechos verdaderos pero desagradables sobre ti que otra persona
te cuenta.
9 Policía en italiano.

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—Ángel —respondió, jodiendo con él, porque le gustaba la forma en que sus ojos
se abrían cuando estaba sorprendido o impactado, que fue casi en cada momento que
había pasado con Vitari hasta ahora.

—No es necesario que me llames padre. Francis está bien. —Él también se reclinó,
reflejando la pose de Vitari, y mientras terminaba la botella de cerveza, observó a
Vitari.

Francis parecía estar relajado, pero no era real. En esa inteligente cabeza suya,
había descubierto que la única forma de sobrevivir a esto era hacerse amigo de Vitari.
No enseñaban ese instinto en la escuela de sacerdotes. ¿Dónde había aprendido esa
técnica de supervivencia, o era sólo un reflejo? Algunas personas eran supervivientes
naturales. Algunos no tenían elección.

—No mataste a esa mujer en mi cementerio, ¿verdad? —preguntó Francis.

—No. No tengo idea de quién era ella.

—Si tú no tuviste nada que ver con ella, entonces esta gente de DeSica debe haber
sido.

—Si podemos descubrir qué querían de ti, puedo usarlo para suavizar las cosas
con mi gente. —Y mantenerte con vida.

—Ojalá supiera. Sí. —Cogió una cerveza fresca de la mesa—. Yo te ayudaría. Te lo


contaría todo. Pero no sé nada. Estuvieron allí durante la comunión y regresaron
después, cuando yo estaba solo. Me preguntaron sobre mi cumpleaños y dónde nací...

—¿Qué? —Vitari se inclinó hacia adelante nuevamente—. No dijiste eso antes.

—¿No lo hice? Yo... pensé... yo... Es que ha sido mucho. Estoy cansado. No sé lo
que dije…

64
—Francis —dijo Vitari, quizás con demasiada dureza porque Francis se
estremeció—. ¿Dónde naciste ?

—Esa es la cuestión, verás. No lo sé. Fui adoptado.

—Adoptado. —Vitari apretó la botella que tenía en la mano—. ¿Adoptado de


dónde? —Un silbido distante llenó sus oídos y la sangre le subió a la cabeza.

—Del Hogar de niños de Stanmore. Es un... eh... un hogar para niños en Essex.

El silbido se hizo más fuerte y lo arrastró.

—Lo sé.

—Oh, ¿lo haces? —Levantó esos ojos tristes.

Vitari se quedó mirando a Francis, fijamente, y trató de recordar si había visto su


cara antes. En aquel entonces habría sido más joven, su rostro más redondo, más
juvenil. Francis Scott. Francis era un año más joven que Vitari, y tenía ese aspecto de
chico sano y dorado.

Habría estado en un ala diferente, donde mantenían a los chicos buenos.

Vitari miró fijamente la botella que tenía en la mano.

Stanmore era una gran parte de su pasado que intentaba olvidar. Pero las cicatrices
no podían olvidarse; siempre serían parte de él, escondidas bajo su piel.

¿Era Francis uno de esos chicos que había vislumbrado? Los sonrientes y risueños,
presentados como los mejores ejemplos de lo brillante que era Stanmore, mientras el
resto temblaba bajo las finas mantas y esperaba el sonido del cerrojo de la puerta
trasera.

65
Vitari se puso de pie. ¿Cuáles eran las posibilidades de que él y Francis hubieran
sobrevivido al mismo hogar de niños? Esto no era una coincidencia. Don Giancarlo
tenía que saberlo. Por eso había enviado a Vitari a Inglaterra, a St. Mary para ver a un
sacerdote. ¿Ambos de Stanmore? El mundo no era tan pequeño. Su encuentro con
Francis no era casual. Vitari no creía en el destino.

Pero, ¿qué creía Giancarlo que encontraría Vitari en el padre Scott?

—¿Qué ocurre? —preguntó Francis.

—Nada. —No podía mirarlo. Reconocería el pecado dentro de Vitari; vería todos
los horrores de su pasado.

La sangre golpeaba sus oídos, ensordecedora y entumecedora al mismo tiempo.


Había dejado atrás al niño que había sido en Inglaterra, porque Vitari no era débil,
como ese niño que una vez fue. No lo sacaron de una fila y lo dijeron a la habitación
fría al otro lado del patio. No le dijeron que se pusiera de cara a la pared mientras...

Eso no era algo que le pasó a él. Le pasó a los otros, no a él. Esa no había sido su
vida.

—¿Ángel?

La botella de cristal explotó en sus manos. Vio sangre, pero no sintió los
fragmentos de cristal clavándose en su piel. El ruido sordo se hizo más fuerte,
acompañado de un silbido agudo, como si fuera a desmayarse.

Joder, ¿qué había hecho?

Francis estaba a su lado, sus grandes ojos marrones ofrecían paz y consuelo, pero
Vitari no merecía esas cosas.

—Tu mano. —Francis tomó la mano derecha de Vitari. La sangre goteó sobre la
superficie de la encimera. Francis abrió el grifo y metió la mano de Vitari bajo el chorro

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de agua, lavando trozos de vidrio que parecían purpurina. En su mente, se imaginó
gritándole a Francis que no lo tocara, pero las palabras quedaron bloqueadas por el
martilleo en su cabeza.

Francis estaba hablando. Vitari no escuchó las palabras, sólo sus suaves sonidos.
Le gustaba esa voz, le gustaba la forma en que amortiguaba los gritos de su pasado.

Francis arrancó grandes trozos de vidrio de la palma de Vitari, y ahora su tono se


volvió reprensivo, algo sobre mantener limpia la herida. Mechones de cabello
húmedo habían caído sobre la frente de Francis. No parecía darse cuenta de cómo esos
flequillos rebeldes se balanceaban frente a sus ojos.

Vitari tenía once años cuando la Battaglia lo salvó de Stanmore, lo envió a otro
país, a otro mundo, uno donde sus puños le daban poder y su lengua y su rápido
ingenio azotaban a los demás como un látigo, y se había sentido como libertad. Como
si hubiera encontrado el lugar en el que se suponía que debía estar.

Había matado el recuerdo del niño que había sido en Stanmore y lo había
enterrado hacía mucho tiempo.

Pero cuando encontró la mirada de Francis, vio a ese niño reflejado en sus ojos.
Porque Vitari había deseado desesperadamente ser uno de los buenos. Quería que
alguien estuviera orgulloso de él, que lo mostrara al mundo, que supiera que él
también podría ser bueno, si le dieran una oportunidad.

Pero nunca lo hicieron.

Francis retrocedió, habiéndose quedado en silencio.

—Se ve peor de lo que es. Sólo unos pocos cortes. ¿Estás bien? —preguntó.

¿Vitari estaba bien?

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Algunos días, aun quería ser uno de los buenos, pero ya era demasiado tarde para
eso. Entonces, en su lugar , tomó a uno de los buenos. Apartó el rebelde flequillo de
Francis de sus ojos, a modo de prueba, para no tener que comprometerse a nada más
si Francis retrocedía. Pero él no retrocedió. Parpadeó, abrió los labios y una breve
expresión confundida cruzó su rostro.

Lo único que Vitari quería era probar aquellos labios perfectos. Dejó caer la mano,
tocó la barbilla de Francis, inclinó la cabeza hacia arriba, y los suaves labios del
sacerdote se abrieron en una suave y sorprendida interrogación.

Era tan jodidamente perfecto. Vitari sintió la repentina y salvaje necesidad de


arruinarlo.

Francis jadeó y se apartó, luego retrocedió hasta chocar contra la pared, incapaz
de huir más lejos.

No necesitaba decir nada. El disgusto estaba grabado en la mueca de desprecio en


sus labios.

Vitari se rio de su propia idiotez y miró su mano ensangrentada. Apretó sus dedos,
sacando más sangre de los cortes, y ahora sintió las heridas, sintió su ardor. El dolor
era todo lo que merecía. Le dio la espalda a Francis, agarró un trapo de cocina, se lo
envolvió en la mano y se apresuró a regresar a la cubierta superior.

Apagó el piloto automático y apretó el acelerador, exigiendo más potencia a los


enormes motores del yate.

Estarían en la costa española mañana a media mañana.

Y allí abandonaría al padre Francis Scott, vivo o muerto.

Su destino no era asunto de Vitari.

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CAPÍTULO 5
FRANCIS

No estaba seguro de lo que acababa de pasar. Había estado limpiando la mano de


Ángel, y entonces... algo había cambiado entre ellos. Ángel se había quedado muy
quieto, pálido y silencioso, lo opuesto a todo lo que había sido hasta entonces, y había
habido un momento, sólo un pequeño momento, en el que Francis pensó que Ángel
había estado a punto de... besarlo. Lo cual era ridículo. Todo estaba en la cabeza de
Francis, y casi había cruzado una línea y hecho algo que habría asegurado que Ángel
lo arrojara por la borda.

Había estado a punto de besar a su secuestrador, un asesino.

Estos impulsos impíos iban a hacer que lo mataran.

Ya era bastante malo que hubiera soñado cosas. No podía actuar en consecuencia.
Los hombres no besaban a otros hombres. O lo hacían, pero no se hablaba de ello.
Ciertamente no en la Iglesia. El celibato era un viaje. Un viaje en el que Francis seguía
tropezando. Amaba a Dios. En su corazón sólo había lugar para el amor de Dios. La
lujuria era egoísta, por su propia naturaleza. Vivía para Dios, y eso significaba que no
podía haber lugar en su corazón, cuerpo o mente para el deseo.

Pero... cuando Ángel le tocó la barbilla, quiso que se inclinara, para que presionara
sus labios contra los de Francis, para que lo probara, para besar a un hombre. Estaba
prohibido. Pero había pasado tanto tiempo desde que había tenido intimidad con

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alguien, y era complicado, un desastre en su cabeza y corazón, estaba atrapado entre
dos cosas imposibles: los votos sacerdotales y el deseo pecaminoso.

Era el estrés. Sólo era estrés. Provocado por todo. Estaba débil y en su debilidad
había perdido de vista a Dios.

Se inclinó y apoyó las manos contra sus muslos. Su cuerpo lo estaba traicionando,
su pene se había engrosado en los pantalones prestados, y cuanto más intentaba no
pensar en la boca de Ángel sobre la suya, más sus pensamientos giraban hacia
territorio peligroso. ¿Qué hubiera pasado si se hubieran besado? ¿Si él no lo hubiera
imaginado y Ángel hubiera realmente querido hacerlo?

Tenía que aclarar su cabeza. Para sacar estos pensamientos. Se enderezó, regresó
al dormitorio y se lavó la cara en el lavabo. Rezó, pensó en todas las aburridas tareas
diarias que había tenido que realizar en St. Mary, ninguna de las cuales era sexual y,
finalmente, la desesperada necesidad de tocarse se desvaneció junto con su erección.

Se arrodilló y oró, y cuando su voz se volvió ronca salió del dormitorio, subió las
escaleras hasta el piso superior y, junto a la barandilla, con el olor a agua salada y a
viento húmedo en el rostro, miró fijamente el horizonte iluminado por la luna.

¿Quizás, si pudiera hacerle ver a Ángel que era un ser humano, digno de vivir,
entonces no lo mataría?

Francis tenía fe en Dios y fe en los breves momentos de suavidad que había visto
en los ojos de Ángel.

Éste no sería su final.

Además, si Ángel hubiera querido verlo muerto, había tenido muchas


oportunidades.

No, todo lo que Francis tenía que hacer era hacerse amigo de un asesino. ¿Qué tan
difícil podría ser?

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Francis se despertó por el sonido de los aparejos chocando contra los postes y, y
como el yate no tenía velas, tuvieron que atracar en algún lugar cerca de otros barcos.
Los motores también estaban en silencio.

¿Ángel lo había dejado solo? Parecía poco probable, pero ésta podría ser su
oportunidad de escapar. Se puso los zapatos (sin calcetines, no pudo encontrarlos) y
emergió de la cubierta inferior a un sol radiante. La luz brillante apuñaló su dolorida
cabeza y, mientras entrecerraba los ojos y levantaba una mano para protegerse los
ojos, el corte volvió a arder.

Los edificios alrededor de esta marina eran muy diferentes de los bloques de
apartamentos ingleses que habían dejado atrás. A la orilla del agua había sombrillas,
cada una marcada con el nombre español de un restaurante, y cientos de personas se
sentaban afuera, comiendo, charlando, bebiendo vino y riendo.

El muelle estaba justo ahí. Todo lo que Francis tenía que hacer era bajarse del yate
y alejarse.

—Ni siquiera lo pienses. —Ángel apareció desde la cubierta superior—. Tengo que
hacer una llamada. Quédate aquí. O, si realmente quieres correr, adelante. Disfrutaré
nuestra última persecución. —Bajó del yate y caminó tranquilamente por el muelle.
Francis lo vio alejarse y, a los pocos minutos, se fusionó con la multitud, deslizándose
entre ellos como si perteneciera.

Francis no iba a huir; no tenía ni idea de dónde estaba ni hacia dónde correr. Pero
si encontraba un teléfono, llamaría a la policía.

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Esperó unos minutos para ver si Ángel reaparecía, y cuando no lo hizo, Francis se
alejó del yate, sin correr. Aunque, a medida que se acercaba a la multitud, su corazón
se aceleró. Ángel no le había parecido tan estúpido como para dejarlo vagar
libremente, pero allí estaba.

La luz del sol le calentaba la espalda a través del suéter. La charla se arremolinaba
en el aire húmedo. Pasó entre las mesas y sillas exteriores y entró en el edificio más
cercano, un bar tranquilo. Por todas partes la gente seguía con sus vidas, como si todo
estuviera bien.

Todo no estaba bien.

Tenía que encontrar un teléfono, llamar a la policía y escapar.

En la barra, llamó la atención del camarero.

—¿Un teléfono? ¿Tienes un teléfono? Es urgente.

—¿Teléfono?

—Sí, sí, sí. Ugh… urgente. ¿Emergencia? —¿Cómo se decía emergencia en


español? Él debería saberlo. Hablaba latín, lo que le daba una base para comprender
algunos idiomas extranjeros, pero su cerebro se había vuelto papilla y el pánico le
helaba los pensamientos. ¿Debería llamar al 999? No, eso no funcionaría aquí. ¿ Dónde
era aquí? ¿España, Portugal? ¿Cuál era el número de la policía española? Santo Dios,
no había pensado en esto detenidamente.

El camarero le entregó un teléfono.

—¿A quién estas llamando? —Preguntó Ángel, deslizándose en un taburete a su


lado. Se había colocado un par de gafas de sol que ocultaban sus bonitos ojos y sonrió
como si fueran viejos amigos reunidos para tomar una copa.

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Francis parpadeó ante el teléfono que tenía en la mano mientras todas sus
esperanzas se desinflaban.

—¿Supongo que no te sabes el número de la policía local?

Ángel resopló y le quitó el teléfono de la mano. Le habló en español fluido al


camarero, quien se rio a costa de Francis y tomó el teléfono, sacudiendo la cabeza
como si todo esto fuera una broma hilarante.

—Toma, ponte esto. —Ángel le entregó a Francis un par de gafas de sol delgadas.

Francis les frunció el ceño y suspiró. Lucían caras. Pero por supuesto, sólo las había
traído para ocultar el rostro de Francis entre la multitud.

—No pongas esa cara. —Vitari sonrió—. Tengo buenas noticias. Siéntate

Se sentó. Y se puso las gafas de sol. Y cuando llegó el camarero con dos medias
pintas de algo probablemente alcohólico, Francis también lo fulminó con la mirada.
Debería haber corrido. Podría haberse alejado lo suficiente del puerto como para que
Vitari no hubiera podido seguirle la pista.

—Somos dueños de la policía —dijo Ángel—. Así que no vayas a llamarlos.


Simplemente hace que todo sea más complicado, lo que me pone de mal humor, lo
que significa que esté menos inclinado a ayudarte.

—¿Pensé que eras un mafioso italiano? ¿No es esto España?

Ángel puso los ojos en blanco y se rio.

—Realmente no sabes mucho sobre el crimen organizado, ¿verdad?

—No. Porque soy un sacerdote, no un criminal.

Vitari soltó otra risa.

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—Tiene una perspectiva ingenua sobre los de su propia clase, padre.

A él todo esto le parecía muy divertido. El secuestro de Francis, los cadáveres en


St. Mary, todo era muy divertido para Ángel. La ira hervía a fuego lento dentro de las
entrañas de Francis.

—Si supieras la mitad de quién soy, no te sentarías ahí llamándome ingenuo.

Ángel volvió a decir algo en español al barman que pasaba, quien sacó una pajita
de papel de una caja detrás de él y se la entregó a Francis.

Francis tomó la pajita.

—Para tu labio —dijo Ángel.

¿Le estaba dando una pajita por su labio cortado? Francis lo había visto matar a
golpes a un hombre, pero ¿se preocupaba por el labio de Francisco? No, esto no estaba
bien, Ángel no podía ser amable. No era amable. No era servicial. Era una persona
horrible.

Francis rompió la pajita por la mitad y arrojó los pedazos a Ángel.

—Que te den.

Se suponía que debía hacerse amigo de Ángel, agradarle, pero no podía hacerlo,
no podía humillarse ante una persona tan terrible.

Ángel mostró su sonrisa malvada, aparentemente de buen humor, un marcado


contraste con su extraño encuentro de la noche anterior.

Francis resistió la tentación de empujarlo fuera de su taburete. La violencia no era


la respuesta. No se rebajaría al mismo nivel que los hombres que le habían hecho
daño. Oh, pero quería arremeter, gritar, arrancarle las gafas de sol y tirárselas.

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—¿Has terminado de ser petulante, padre?

—¿Cuál es la noticia? —Tomó un sorbo de su bebida, haciendo una mueca cuando


el alcohol le quemó el labio. Ángel también sonrió ante eso y Francis uso toda su
fuerza de voluntad para no tirarle la bebida encima.

—Nos he ganado más tiempo para descubrir qué está pasando entre usted y
DeSica.

—¿Cómo?

—Le dije al jefe que DeSica te quiere vivo, así que debes saber algo de valor.

—Pero me iban a matar.

—No lo sabemos. Te amenazaron, sí. Si solamente te hubieran querido muerto,


entonces estarías boca abajo en una tumba como la mujer sin nombre en tu cementerio.

—Entonces, ¿por qué estabas allí? ¿Qué querías?

Ángel se encogió de hombros.

—Para observarte, inicialmente. Estuve en tu pequeño pueblo durante una semana


antes de que te fijaras en mí.

—Eso es todo, ¿estuviste allí sólo para vigilarme?

Él se encogió de hombros nuevamente.

—Solo sigo órdenes. Esas fueron mis órdenes.

No, Francis no le creía. Ángel era un asesino. Había estado allí para matar a Francis.
Y los hombres de DeSica había llegado a él primero.

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El buen acto de Ángel era mentira. Quería respuestas, y cuando las obtuviera, o
cuando se diera cuenta de que Francis no sabía nada, Ángel lo mataría.

Por Dios, Francis tenía que alejarse de este hombre.

¿Tendría algo que ver con el hogar de niños? Cuando mencionó a Stanmore, Ángel
se retiró. Más que eso, había aplastado la botella que sostenía. Stanmore significaba
algo para él.

Había más en todo esto, y tal vez tuviera algo que ver con el pasado de Francis en
Stanmore.

—Deberíamos comer —dijo Ángel—. Conozco un restaurante impresionante a


pocos pasos de aquí. —Arrojó dinero en efectivo sobre la barra.

—Vamos.

—Todavía tengo esta bebida.

—Y sin pajita. —Puso una cara de tristeza fingida que hizo que Francis quisiera
tirarle su bebida encima otra vez.

El personal del restaurante italiano reconoció a Ángel sin que él tuviera que decir
una palabra. Francis tampoco hablaba italiano y, aunque lo hiciera, no estaba seguro
de entender la mitad de lo que se decía. Hablaron rápidamente, pasando del español
al italiano, desviviéndose por ofrecer la mejor mesa, una botella de vino y una cesta
de pan y aceitunas.

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Ángel estaba teniendo una acalorada discusión sobre algo en el menú que
involucraba muchos gestos con las manos y risas aleatorias.

Francis observó todo como si hubiera aterrizado en un planeta extraño.

Nadie en este restaurante iba a ayudarlo. Estaban mucho más interesados en


Ángel y en asegurarse de que le atendieran correctamente. La mitad del personal
seguía mirando por encima del hombro, como aterrorizados.

—Hm, prueba el vino.

Francis miró la copa de vino.

—Puedes sentarte allí y ponerte de mal humor o elegir disfrutar de una de las
mejores comidas italianas que jamás hayas comido. Es tu elección. —Se quitó las gafas
de sol con dedos rápidos y las dobló. Francis admiró la elegancia de sus largas
pestañas y el modo en que Ángel miraba por la ventana, escrutando todo lo que veía.

Francis también se volvió hacia la ventana. El océano brillaba bajo el alto sol y
todos los brillantes barcos se balanceaban. No parecía real. Nada de eso. Quizás se
había golpeado la cabeza con más fuerza de lo que pensaba y todavía estaba en St.
Mary, en el suelo, inconsciente, soñando con toda esta locura.

—¿Qué te hizo querer ser sacerdote?

Volvió a mirar al hombre sentado frente a él. Parecía una pregunta inocente, si tal
cosa fuera posible de Ángel.

—¿Siempre lo supiste o tuviste una epifanía? —preguntó, recostándose y haciendo


girar el vino en su copa.

Y ahí estaba de nuevo el tono burlón. El reloj de Ángel brilló cuando hizo un gesto,
pero debajo de eso, Francis notó el delicado tatuaje que rodeaba su muñeca. Parecía
ser un lazo de cuentas de rosario. O un alambre de púas. No podía estar seguro.

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—Si vas a sentarte en silencio —resopló Ángel—, esta será una comida muy
aburrida.

—¿Qué te hizo querer ser un criminal?

Ángel se metió la lengua en la mejilla y se rio.

—Lo que pasa con los criminales, padre, es que no tienen una elección.

—Tampoco yo la tuve. —Francis volvió a mirar hacia afuera, pero vio cómo la
sonrisa de Ángel se desvanecía, como si hubiera sido cortada de raíz—. Antes
comparaste a los sacerdotes con los criminales. Insinuaste que era ingenuo si no veía
en qué se parecían. ¿Qué querías decir? —preguntó Francis.

Ángel cogió su copa de vino y su mirada aguda bailó sobre los cubiertos, las copas
de vino, las finas flores estampadas sobre el mantel, pero se mantuvo lejos de Francis.

—Puedo ver que vas a ser un verdadero dolor en mi trasero.

—Entonces, tal vez podrías —susurró con veneno—, ¿dejarme ir?

—¡Ah! —Ángel se reclinó y aplaudió cuando llegaron varios platos de comida. El


personal sirvió la comida, llenos de sonrisas, inclinaciones de cabeza y miradas
nerviosas de reojo—. Padre, ¿no dirás una oración antes de comer?

Francis juntó las manos, exhaló y cerró los ojos.

—Dios misericordioso, a quien los secretos del corazón están abiertos, que
reconoces a los justos y haces justos a los culpables, escucha nuestras oraciones por
nuestros hermanos y hermanas que desconocen los crímenes que cometen, concédeles
que mediante la paciencia y la esperanza encuentren alivio de su culpa, y pronto
expíen sin obstáculos sus pecados.

Cuando abrió los ojos, Ángel miró a través de sus pestañas entrecerradas.

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—¿Oró por mí, padre?

—Sí.

—Ya me siento más santo. Comamos.

Consideró no comer por principio, pero su estómago rugió y la comida olía


deliciosa. No había comido en tanto tiempo que ni siquiera podía recordar cuál había
sido su última comida. Probablemente unas tostadas, mientras salía corriendo por la
puerta y subía la calle para ir a la iglesia, en un mundo y un sueño muy lejanos de
éste.

—Es buena comida, una de las mejores, y me muero de hambre —decía Ángel,
cogiendo con su tenedor más de los mariscos, pasta y salsa deliciosos.

—Ya veo.

Francis se rio entre dientes, comió, bebió vino y, a pesar de querer odiar cada
segundo de ello, el sol brillaba a través del restaurante de fachada abierta, la gente
charlaba a su alrededor, la comida era una de las mejores que Francis había comido
jamás, y había lugares mucho peores donde estar, en circunstancias más espantosas.
Ángel había dicho que le había ganado a Francis más tiempo, así que eso era algo
bueno. ¿Pero más tiempo para qué?

—Dígame, padre Scott, ¿por qué un sacerdote? Quiero decir… tenemos la misma
edad, eres inteligente, atractivo, podrías ser cualquier cosa.

Francis miró hacia arriba con un tenedor lleno de pasta cerca de sus labios. ¿Ángel
pensaba que era atractivo? La pasta se deslizó del tenedor y cayó al cuenco, salpicando
la camisa de Francis. Ángel soltó una risita, de una manera sana y extrañamente
entrañable, y Francis se sorprendió admirando esa risa medio resoplada. Cuando no
estaba llena de burla, esa risa contenía una calidez que no había pensado que un

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hombre como Ángel fuera capaz de tener. Tenía un corazón detrás todas las
amenazas, gruñidos y sonrisas superficiales.

—Lo tenía decidido por mí —admitió Francis—. Pero funcionó bien, ya que es mi
vocación, mi destino.

—'Destino', eh. Suena muy definitivo. ¿Entonces no tuviste otra opción?

—Podría haberme ido durante los estudios, pero opté por quedarme. Quiero
ayudar a las personas, guiarlas, estar ahí para ellas cuando necesiten a Dios.

—¿Qué pasa contigo? —Ángel señaló el tenedor de postre—. ¿Qué necesitas tú?
—Cortó un delicioso postre de crema/tarta de frambuesa, que tenía un nombre
italiano que sonaba muy picante, y fue bueno que se concentrara en eso, porque la
pregunta sacudió a Francis, sacando todas las respuestas posibles de su cabeza.

—Mi uh, mis necesidades son irrelevantes. Cada momento, cada día, está al
servicio de Dios.

Ángel cogió el postre de frambuesa, abrió la boca y lo deslizó entre sus labios.
Cerró sus labios alrededor del tenedor, lo retiró y lamió la salsa brillante de su labio
superior. Luego se rio y usó su pulgar para limpiar el resto. Él también lo lamió, se
metió el pulgar en la boca y lo lamió.

Francis tomó su vino. Luego lo bajo de nuevo. Dios mío, hacía calor. ¿Estaba
caliente?

—Creo que eh... ¿necesito un poco de agua?

Ángel chasqueó los dedos, recitó algo de italiano y el personal zumbó como abejas,
apresurándose a cumplir sus órdenes. No porque fuera una buena persona, sino
porque le tenían miedo.

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Llegó la camarera. Le temblaba la mano mientras servía el agua de una jarra
grande, derramándola por los lados del vaso. Dijo algo en italiano, lo que llamó la
atención de Ángel, que la miró fijamente mientras abandonaba la mesa.

—Un momento —dijo Ángel. Se levantó y abandonó la mesa, provocando una


especie de furor en la parte trasera del restaurante.

Esto era una locura. Francis bebió el agua, deseando no haberla pedido nunca. Con
suerte no habría metido a la camarera en algún tipo de problema.

Ángel regresó, atravesando el restaurante como un tiburón tras el olor a sangre.


Agarró sus gafas y se las puso.

—Nos vamos.

—¿Qué pasó?

—Nada.

—¿Qué dijo ella?

—No hay nada de qué preocuparse.

Pero Francis estaba preocupado. Ángel agarró a Francis por la muñeca y lo


arrastró. Trató de buscar a la mujer entre el personal, pero ellos lo miraron fijamente,
con rostros temerosos. ¿Ángel le había hecho algo a la pobre mujer? ¿Y si la hubiera
lastimado porque Francis quería un vaso de agua?

Sacó a Francis afuera, a la luz del sol deslumbrante, y casi lo arrastró varios
escalones. Francis le echó el brazo hacia atrás.

—¡Detente!

Ángel se giró.

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—No me ladres órdenes. Tenemos que irnos.

—¿La lastimaste?

Él frunció el labio.

—¿Y qué si lo hice?

Francis había olvidado, sólo por un momento, que el hombre con el que había
disfrutado de una excelente comida era en realidad un asesino descarado. Y eso era
culpa de Francis: había dejado que la comida y la atmósfera lo distrajeran.

—Entonces oraré por ti.

—¿Orar por mí? Por Dios. —Ángel se rio y luego pareció darse cuenta de que
habían llamado la atención de varias personas sentadas cerca, bebiendo cócteles junto
al agua. Su risa murió y todo el cálido humor de su rostro se convirtió en hielo—.
¿Quieres dejar de decir tonterías santurronas? Vamos, tenemos que movernos antes
de que nos vean.

Francis quería ser visto. Quería quedarse quieto y gritar para que todos lo vieran.
Plantó sus zapatos en el suelo y se agarró a la barandilla que conducía a las escaleras
del restaurante. Ángel le lanzó una mirada de pura rabia y volvió a agarrarle la
muñeca.

—No.

Ángel tiró.

—No. —Él no iría. Ángel no podía matarlo aquí, delante de una docena de testigos.

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—¿Chi cazzo credi di essere10?— Ángel gruñó y luego añadió con vehemencia: —
¡Vaffanculo11!

Francis no tenía idea de lo que eso significaba, pero por algunos jadeos cercanos,
asumió que no era bueno. Entonces Ángel empujó, pecho con pecho, y sujetó a Francis
contra la barandilla.

—Esa mujer sabía quién eras. Dijo que vendría ayuda, pero no te emociones,
padre, era una maldita DeSica, en mi maldito restaurante favorito. Confía en mí, no
quiere la ayuda que ella te ofrece.

—¿Confiar en ti? No confío en ti. Nunca confiaré en ti. Eres un asesino cruel,
mentiroso e impenitente. ¡Déjame ir!

La mirada de Ángel lo recorrió detrás de sus gafas. Lo soltó, luego levantó las
manos y retrocedió.

—Como quieras.

El personal del restaurante se había reunido en la puerta para mirar, todavía sin
su colega.

—Llame a la policía —dijo Francis, y luego gritó—. ¡Polizi! —Él se sabía esa la
palabra—. ¡Polizi!

Ángel escupió en el suelo, giró sobre sus talones y se alejó. En cuestión de


segundos desapareció, tragado por la multitud.

10 Quien mierda te crees que eres


11 Que te jodan/Vete a la mierda/Que te den/Púdrete

84
El alivio se elevó como si le hubieran quitado un peso de mil libras del alma.
Francis se desplomó en los escalones y se tapó la boca para no sollozar. Alguien le
tocó el hombro. Él se estremeció y dijo:

—¿Podrías ayudarme?

La mujer asintió.

Bien.

Casi había terminado.

Sólo tenía que esperar, vendría la policía y todo estaría bien.

—Alabado sea el Señor. —Él se balanceó—. Alabado sea Dios, alabado sea Dios,
alabado sea Dios.

Él se iba a casa.

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CAPÍTULO 6
VITARI

Esto era lo mejor. De todos modos, nunca debió haberse enredado con el sacerdote.

Giancarlo le había dicho que trajera a Francis a casa. Estaría enojado ahora que
Vitari estaba a punto de regresar con las manos vacías. Probablemente enviarían a
Luca a terminar el trabajo y Vitari recibiría una paliza. Quizás pierda un dedo. Mierda.
No, eso no sucedería. Giancarlo lo amaba.

Vitari bajó por el pontón hacia el reluciente yate. Se agarró a la suave barandilla
cromada y fue a dar un paso hacia el barco. Una sucia marca de bota manchaba el
brillante escalón negro. Una huella que apuntaba hacia el interior del yate, no hacia
afuera.

Alguien estaba a bordo.

Sacó la navaja del bolsillo y subió los escalones, cruzó la cubierta y se dirigió al
piso inferior. El agua golpeaba contra el costado del yate, pero por lo demás reinaba
el silencio a bordo. Nada parecía haber sido perturbado, pero sentía un cosquilleo en
los sentidos y se le erizó el vello de la nuca. Esto era malo. Alguien había estado aquí.

Retrocedió y, sin comprobar el resto del yate, se alejó apresuradamente.

El yate había sido comprometido.

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Alguien en Puerto Banús los estaba buscando, lo que significaba que Francis estaba
en peligro. Como los DeSica ya sabían que estaba aquí, lo rastrearían, lo torturarían,
y eso haría que lo que pasó en St. Mary pareciera una maldita comunión, o lo que
fuera que los sacerdotes hicieran por diversión.

¿Por qué el tonto se tuvo que poner obstinado en el restaurante? ¿Por qué tenía
que ser tan jodidamente difícil?

Una oleada de calor le quemó la espalda, como si alguien le hubiera arrojado agua
hirviendo. Una explosión repentina lo envió al suelo. Resbaló boca abajo sobre los
listones de madera y hundió la cabeza entre las manos. El estruendo lo envolvió en
una ola sofocante y luego se retiró con la misma rapidez.

Con los oídos zumbando, se giró y miró fijamente los restos en llamas donde había
estado Dolce Vita solo unos momentos antes.

Metal y madera ardiendo llovían a su alrededor, salpicando el agua y golpeando


otras embarcaciones.

El corazón de Vitari se alojó en su garganta. Jesús, eso había estado cerca. ¡Los
DeSica iban a pagar, carajo!

Se puso de pie, hizo una mueca debido a un dolor agudo en su hombro y cojeó a
lo largo del pontón. Los gritos se mezclaban con el crepitar de las llamas y las sirenas
lejanas. La policía llegaría pronto, pero en medio del caos, Vitari tenía que encontrar
a Francis. No podía haber ido muy lejos. Vitari sólo había se había ido hacía unos
minutos.

Luchó contra la multitud aterrorizada que se reunía para avanzaba hacia el


restaurante.

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Francis no estaba afuera donde Vitari lo había dejado. Subió las escaleras y
preguntó al aterrorizado personal si habían visto al hombre con el que estaba. Nadie
lo había hecho. Vitari los maldijo a todos.

La mujer DeSica lo sabría.

Entró cojeando a las cocinas.

—Ábrelo —le gritó a uno de los asistentes, señalando con la cabeza el enorme
congelador. El niño se apresuró, abrió el congelador y Vitari miró a la mujer
temblorosa que estaba dentro.

—¿Adónde lo llevan? —preguntó en italiano, pero por sus ojos muy abiertos y el
movimiento de su cabeza, ella tenía más miedo de sus empleadores que de él. Ese era
su error—. Voy a darte una oportunidad para que me ayudes y luego empezaré a
romperte huesos. ¿Me conoces, cierto? ¿L’Angelo della Morte? ¿Has oído hablar de
mí? —Se detuvo cerca de ella y, por la apertura de sus ojos y el murmullo de una
oración, supuso que ella sí sabía de él—. Sabes por qué me llaman así, ¿verdad?

—P-por favor —suplicó, temblando—. Tengo hijos. Hago lo que ellos me dicen o
lastimarán a mis bebés. Por favor, no me hagas daño.

—Solo dime dónde están y nadie necesitará saber que la información provino de
ti.

Ella parpadeó y una lágrima se pegó a los cristales de hielo de su mejilla.

—¿Estás orando? El hombre al que intento proteger es un hombre de Dios. Un


sacerdote. Si no quieres ayudarme, entonces ayúdalo a él

—El sacerdote, sí. Está en las noticias. Así supe que era él.

¿Francis estaba en las noticias? Bueno, eso hacía las cosas más difíciles. Pero un
problema a la vez.

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—Última oportunidad. ¿Dónde está el sacerdote?

89
CAPÍTULO 7
FRANCIS

Ver a la policía española llegar vestida completamente de negro con Policía


impreso en el frente debería haber sido tranquilizador, pero los dos hombres estaban
construidos como guardaespaldas y no hubo nada tranquilizador en la forma en que
pusieron a Francis en pie. O las armas enfundadas en sus caderas.

—¿Inglés? —preguntó—. ¿Hablas inglés? Me secuestraron.

—Si, si —dijo uno de ellos, intentando apaciguarlo. Sus miradas no se encontraron


con sus ojos. Dijeron algo más, algo sobre un coche; Francis sabía hasta ahí. Supuso
que lo llevarían de regreso a la comisaría.

—Ven... con nosotros —dijo el más pequeño de los dos hombres en un inglés
entrecortado. Aunque lo de pequeño era relativo. Sus muslos eran tan anchos como
la cintura de Francis.

Lo alejaron del paseo marítimo, entre dos bares más, y giraron a la derecha en una
calle de sentido único donde lo esperaba su coche de policía marcado. La radio de uno
de los hombres emitió un pitido, como si alguien intentara localizarlo. Una voz lejana
dijo algo y el hombre respondió con una palabra breve y tajante al receptor.

Pasaron a la sombra del edificio, y mientras el tráfico fluía de un lado a otro en el


otro extremo de la calle, y los bares todavía bullían cerca del paseo marítimo, esta
parte de la calle trasera estaba vacía. No había nadie alrededor.

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Francis se mordió el interior del labio inferior. Esto no se sentía bien.

Una explosión retumbó a lo lejos. Francis se tambaleó contra el coche de policía y


miró hacia el lugar de origen. Una columna de espeso humo negro se elevaba hacia el
cielo azul sobre los tejados.

Aquella explosión debía tener algo que ver con Ángel, ¿no? Lo que significaba que
también tenía que ver con Francis. ¿Y si Ángel había estado cerca de la explosión? ¿Y
si había quedado atrapado en ella?

Tal vez eso era algo bueno. Dios castigando a aquellos que lo merecían. Pero
Francis no quería más muertes. Él no había querido ninguna de las muertes.

—¿Necesitan ir allí y ver si hay alguien herido? —Francis preguntó a la policía.

Ellos no se inmutaron y lo miraron como si nada hubiera pasado.

Sabían que pasaría.

¿No había dicho Ángel que su gente tenía comprada a la policía? Entonces, ¿tal
vez DeSica también había comprado a algunos? Ángel le había advertido...

Francis tragó. El más grande de los dos oficiales bajó el brazo derecho hacia su
arma.

Francis salió disparado y, ahora libre de la sotana, corrió como el viento, corrió tan
rápido que no había posibilidad de que lo atraparan. Se escuchó un disparo. Francis
se agachó, con el corazón en los oídos, latiendo en los pulmones y en todas partes. La
adrenalina lo recorrió. Se agachó hacia la izquierda, entre dos edificios de
apartamentos, y luego hacia la derecha. Sonó otro disparo. ¿Por qué le disparaban?
Tenía que llegar a algún lugar público, tal vez junto al agua. Ni siquiera la policía le
dispararía en un espacio abierto. Saltó una cuerda baja colgada entre dos postes

91
dorados y chocó con un conjunto de mesas y sillas de bistró 12 , pero no importó,
porque todos los demás también corrían.

El yate. La Dolce Vita estaba hecha pedazos y de lo que quedaba del casco salía
humo.

¿Había estado Ángel a bordo? El corazón de Francis dio un vuelco. Miró hacia
atrás. La policía avanzaba con las armas en la mano y apuntando hacia abajo. Los
perdería entre la multitud. Se abrió paso entre la gente que huía, medio loco de pánico,
y cuando volvió a mirar hacia atrás, la policía seguía acercándose, ahora la distancia
era más corta.

Vio el restaurante donde se había aferrado a la barandilla. Y allí, por algún milagro
enviado del cielo, estaba Ángel, bajando cojeando las escaleras. Tenía el pelo revuelto
y la ropa llena de polvo. Lo miró y sus ojos se abrieron como platos, luego pasó de
largo a Francis y la mirada se dirigió a la policía detrás de él. La expresión de Ángel
decayó, perdiendo toda emoción, y volvió a esconderse dentro del restaurante.

Francis subió corriendo las escaleras, atravesó la puerta y cayó contra el


mostrador, jadeando, resollando y ardiendo.

—La... policía... ellos están...

12 Son muebles usados comúnmente en exteriores como porches, portales o patios, con mesas
con una dimensión más reducida en área, los restaurantes de estilo bistró suelen solo sirve comida sencilla, a
menudo ciñéndose a lo que a la gente le gusta y disfruta. Los restaurantes pueden ser más experimentales en lo
que respecta a la comida y pueden variar en términos del tipo de comida que ofrecen, así como de la experiencia,
eso sí siempre que se ajusten al reducido espacio. Dejo un ejemplo de muebles bistró.

92
El primero de los policías atravesó la puerta del restaurante, con su mirada asesina
fija en Francis. No vio a Ángel a su izquierda, esperando para tenderle una
emboscada.

—¡Por favor, no dispares! —Francis extendió las manos.

Ángel agarró el arma del hombre, se la arrancó de la mano, se la metió debajo de


la barbilla y apretó el gatillo.

Fue horrible: la sangre, el ruido, cómo el hombre se sacudió y cayó, muerto antes
de tocar el suelo, donde yacía el cuerpo, retorciéndose. El shock silenció los
pensamientos de Francis. El segundo policía atravesó la puerta y apuntó su arma
hacia Ángel, demasiado lentamente.

Ángel apuntó, disparó y así, en el espacio de unos segundos, otro ser humano
quedó muerto, descartado como si su vida fuera nada. Se había ido, con un estallido
del arma.

Ángel ni siquiera había parpadeado.

—Oh… —Francis se aferró al mostrador. Fue tan… horrible.

Ángel le ladró en italiano al personal, agarró a Francis del brazo y lo condujo a


través del restaurante, a través de las cocinas y por una puerta trasera, a la calle detrás
del restaurante, lejos del caos. El calor lo golpeaba y el olor asfixiante de la sangre...
aún podía verlo, todavía saborearlo. Cada vez que sus pulmones se expandían, su
garganta se cerraba. Su cuerpo convulsionó entre el miedo y el horror.

—Mantén la compostura, padre —dijo Ángel con voz plana.

No podía hacerlo. No, no podía. Esos hombres, Ángel los había… Y estaban
muertos, por culpa de Francis. Ángel les había disparado. Se habían hecho pedazos.
Había visto pedazos de ellos pintar las ventanas.

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No podía respirar. El aire no le llegaba. Su garganta se cerró. Sus pulmones
ardieron.

—Ey. —Ángel tomó el rostro de Francis con ambas manos y lo mantuvo quieto,
así que todo lo que Francis veía eran sus ojos y cómo se entrecerraban, cómo
traspasaron el alma de Francis y la encontraron ya llena de agujeros.

—No puedo, no puedo…

—Sí tú puedes. Te tengo. Necesitamos seguir moviéndonos. ¿Lo entiendes?


Encuentra a Dios o lo que sea que necesites para superar esto, pero tenemos que seguir
avanzando.

Francis inhaló por la nariz, luego exhaló, luego inhaló. Se aferró a los brazos de
Ángel, para anclarse. Ángel los había matado, pero ellos habían intentado matar a
Francis, ¿no? Le habían disparado. ¿Por qué?

—¿Por qué? —él jadeó—. Yo no… Ellos intentaron…

—¿Estás bien? ¿Sí? Di que sí, Francis, así sé que estás ahí. —Los ojos de Ángel
finalmente se calentaron, volviéndose humanos nuevamente.

—Sí. —Su respiración se hizo más lenta, su corazón también, por lo que sus latidos
ya no llenaban sus oídos—. Sí, estoy bien.

—Bien. Vamos, tengo un garaje no muy lejos de aquí. Si no lo tienen vigilado,


estaremos pronto en la carretera. Desmorónate más tarde.

Se apresuraron calle abajo, dieron una serie de vueltas confusas y llegaron a la


puerta de un garaje en el costado de una vieja tienda. No estaba siendo vigilada y, sin
saber realmente cómo ni por qué, Francis volvió a subirse a un coche con Ángel y se
alejaron de la ciudad, hacia donde las carreteras estaban bordeadas de hierba dorada
y el cielo era de un tono azul descolorido.

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Se quedó mirando el paisaje que pasaba y el mar color aguamarina, cuando
apareció a la vista. No podía pensar, porque eso abriría la puerta a una cascada de
sentimientos, dolor y cosas que no podría soportar, no con todo lo demás en su cabeza.
Así vio pasar el mar hasta que el sol empezó a ponerse, hasta que Ángel sacó el coche
de la carretera, por un camino de tierra.

El polvo levantó el aire detrás de ellos, borrando sus huellas.

Llegaron a una villa con arcos y una piscina y ningún edificio cercano, sólo una
casa y el mar y el cielo, sin nada entre ellos y el resto del mundo.

Francis se quedó mirando la casa encalada. Estaba... entumecido. Por dentro y por
fuera.

Ángel salió del auto y, con el teléfono en la oreja, pateó una maceta cercana,
descubrió algunas llaves y abrió la puerta. Francis parpadeó hacia la casa, la puerta,
el cielo. Y se quedó en el auto. Él simplemente… no podía hacer más. No quería salir.
Aún no. Más tarde. Se sentaría, esperaría y escucharía su corazón. Y rezaría por esos
pobres hombres.

Ángel lo miró pero no dijo nada. Caminó por el sendero que recorría el costado de
la villa mientras soltaba una serie de palabras italianas enojadas al teléfono, luego
desapareció fuera de la vista.

La voz de Ángel se apagó y ahora no hubo nada más. Sólo el sonido de los grillos
y el silbido del océano lejano.

Y los sollozos de Francis.

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CAPÍTULO 8
VITARI

Arrojó el teléfono sobre la mesa y caminó hacia la parte trasera de la villa,


arrancándose la camisa. Sal estaba tan enojado como él, especialmente por el yate. A
todos les había gustado ese beneficio. Y ahora ya no estaba. Lo que Sal no dijo fue
cómo los cabrones de DeSica iban a sentir el dolor de ese paso en falso. Nadie
perseguía a Vitari a menos que quisieran perder sus malditas vidas, las vidas de sus
hijos, las vidas de sus malditas mascotas. Don Giancarlo se encargaría de hacerlo. La
Battaglia no toleraba faltas de respeto. Un ataque a uno era un ataque a todos.

Vitari se detuvo frente al espejo del baño, se giró por la cintura e hizo una mueca
ante los rasguños sangrientos en su espalda. Los recortes eran menores. Sólo había
que limpiarlos. Su pierna era el mayor problema; había estado ardiendo desde que se
alejó del yate humeante.

Se desnudó y trató de mirar la parte posterior de su muslo. Un latido sugirió que


había algo atrapado allí, probablemente un trozo de madera de la explosión. Tendría
que conseguir que Francis lo sacara. Francis había hecho el voto de ayudar a la gente,
incluso a personas como Vitari. Él lo haría. Pero todavía no. Lo mejor sería dejarlo en
el coche, su rostro estaba pálido como la muerte. Vitari nunca había visto a un hombre
vivo ponerse tan blanco.

Lo superaría.

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Vitari se duchó, se puso una camisa limpia y se envolvió una toalla alrededor de
la cintura, luego se aventuró a salir al área abierta del salón/cocina.

Francis estaba sentado en el sofá, inclinado hacia adelante, con la cabeza sujeta
entre las manos. Al menos no había huido.

—¿Estás bien? —Preguntó Vitari.

—Vomité junto al auto.

—Es normal. —Vitari se encogió de hombros, esperando aliviar el trauma del


hombre—. Te acostumbras.

—¿Que me acostumbraré?

Vitari había estado alcanzando un vaso en uno de los armarios altos de la cocina,
pero la vehemencia en las palabras de Francis le hizo esperar un cuchillo en la espalda.
Bajó la mano y miró por encima del hombro.

La furia en el rostro de Francis era cruda y visceral. No sabía que Francis pudiera
ser capaz de sentir tal odio, pero ahí estaba. Odiaba a Vitari.

Hubiera sido inusual que no lo hiciera. Quizás ahora no era un buen momento
para pedirle que le ayudara con la herida de la pierna. De todos modos no estaba tan
mal, sólo un rasguño.

—Necesito ir a conseguir suministros. Quédate aquí. Si sales de la villa, sólo te


perderás y hay un solo camino. Te veré al rato.

—Bien. —Francis se mofó.

Vitari regresó al dormitorio, se puso unos pantalones limpios, cogió las llaves del
coche y salió de la villa. Francis no iría a ninguna parte. Estaba en shock. Estaría bien.

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El pueblo cercano tenía una tienda de conveniencia. Vitari echó lo básico en una
cesta, cogió algunos suministros médicos y se colocó detrás de una anciana en el
mostrador.

Un rostro familiar le sonrió desde las primeras páginas del estante de los
periódicos. En español, el titular decía: 'Joven Sacerdote Desaparecido'. Habían usado
una foto del padre Francis Scott con su sotana y su rostro brillante, sonriendo mientras
estrechaba la mano de alguien.

Vitari cogió uno de los periódicos. Estas zonas rurales de España eran
devotamente católicas. No era de extrañar que se interesaran por un sacerdote
desaparecido, especialmente uno tan fotogénico como Francis. Vitari pagó los
suministros y, tras volver al coche, leyó el artículo.

Se habían descubierto dos cuerpos más en St. Mary, además del de Jane Doe13. Los
dos muertos, delincuentes conocidos, tenían vínculos con bandas de Londres, pero no
se mencionó el nombre de DeSica. Una breve biografía de la vida del padre Francis
Scott, sus veinticuatro años, ocupaban el resto de las dos páginas. Se mencionó que
había sido adoptado y cómo había pasado a servir a Dios. Por la forma en que estaba
escrito, parecía que el padre Scott era el modelo de los sacerdotes católicos romanos
en todas partes. Incluso un arzobispo comentó lo devastador que era que se hubieran
llevado a su amado Francis. No había duda sobre que pudiera haberse ido o hubiese

13Jane Doe y su versión masculina Jhon Doe, son nombres que se utilizan en los Estados Unidos y el Reino Unido

cuando se desconoce el verdadero nombre de una persona o se oculta intencionalmente, es común verlo usado para
referirse a víctimas de asesinato sin identificar, o en testigos anónimos en juicios.

98
huido. Sin lugar a duda, lo habían capturado y los perpetradores serían llevados ante
la justicia, ante los ojos de la ley y de Dios.

Francis tuvo la vida perfecta. Pero nadie era tan santo. Ni siquiera Francis. El
Hogar para Chicos Stanmore no producía Ángeles reales, sólo Ángeles rotos como
Vitari.

Regresó a la villa y encontró a Francis en el mismo sofá donde lo había dejado. Le


estaba costando mucho superar los acontecimientos en el puerto.

—Eres famoso. —Vitari dejó caer el periódico sobre el cojín junto a Francis.

Parpadeó para salir de su ensoñación y mirar su foto sonriente. Había muy pocas
posibilidades de que alguien reconociera a este Francis como el desaparecido
sacerdote de sotana negra. Fuera de su sotana, su apariencia era muy diferente, y
ahora que tenía el cabello revuelto y la cara magullada, era otro hombre.

—Incluso tienes preocupado a un arzobispo.

Francis miró el artículo como si no lo viera, luego lo cogió y empezó a leer.

Vitari se ocupó desempaquetando los suministros, comprobando de vez en


cuando que Francis todavía estuviera allí. Estaba jodidamente callado, pero el silencio
era malo; el silencio significaba que estaba dentro de su propia cabeza, y aunque eran
tan diferentes como la tiza y el queso, Vitari sabía que demasiado tiempo perdido en
los pensamientos propios hacía que todo fuera mucho peor.

—¿Quieres desayunar o almorzar, sea cual sea la puta hora que sea?

Francis levantó la mirada y esos suaves ojos castaños suyos clamaban pidiendo
ayuda. Vitari sólo conocía dos formas de olvidar. Una, emborracharse hasta los
huesos. O dos, joder como si no hubiera un mañana. Francis no parecía del tipo que
se rebajase a ninguna de las dos opciones. Romper sus votos de celibato
probablemente lo haría sentir peor, por encima de todo lo demás.

99
Aunque, Vitari absolutamente sería el activo14.

Toda aquella rectitud y furia contenida, y por lo que Vitari había visto, parecía que
tenía un buen cuerpo bajo aquella ropa.

Joder, ¿qué clase de religión impedía que un guapo pedazo de culo como él se
excitara? La católica. Se trataba de sacrificio y devoción a través del dolor, bla, bla, bla.
Vitari nunca le había dado mucha importancia a Dios, ya que ningún Dios verdadero
permitiría que los niños vivieran la vida que él había tenido.

—¿Por qué no te das una ducha? Yo prepararé el desayuno...

—¿Qué estamos haciendo aquí? — preguntó Francis.

—Hay una pista de aterrizaje a unas pocas millas al este. Un avión aterrizará en
unos días. Sólo tenemos que esperar y estaremos fuera de España.

—¿Y yendo a dónde?

—Italia.

Sus ojos se abrieron y se quedó boquiabierto.

—No puedo ir a Italia.

—Odio decírtelo, padre, pero no tienes otra opción. —Vitari bebió su cerveza y
luego agarró los huevos. Haría una tortilla. La comida era un gran consuelo. Una vez
que Francis estuviera alimentado y duchado, se relajaría. Si no lo hacía, serían unos
días muy largos.

14 Acá se usó un doble sentido que se pierde con la traducción. “Por encima de todo lo demás” en inglés sería “on

top of everything else”, luego Ángel aclara que definitivamente él tendría el rol activo con Francis, y las palabras que
se usan son “top him”.

100
Francis solo removió la tortilla en el plato con el tenedor y luego murmuró algo
sobre darse una ducha. Vitari lo dejó solo para lidiar con su trauma y, después de tirar
la comida a la basura, llevó un cubo de hielo y cervezas a las sillas junto a la piscina.

Cuando Francis no salió después de una hora, Vitari revisó el interior y lo encontró
envuelto en una toalla, boca abajo en la cama, desmayado por el cansancio.

Vitari se cruzó de brazos, se apoyó en el marco de la puerta y lo observó dormir.


Los sonidos amortiguados de sus ligeros ronquidos tiraron de la sonrisa de Vitari. La
espalda y los hombros suaves de Francis estaban tan pálidos como Vitari había
imaginado, pero su cuerpo era más delgado de lo que esperaba, con una cintura
esbelta y un trasero firme y color melocotón, abrazado por la toalla. El padre Scott era
criminalmente lindo, una frase que nunca creyó que diría sobre un sacerdote.

Francis podría haber estado en ese barco cuando fue destruido. Si no hubiera
abandonado el yate para hacer su imprudente llamada a la policía, los DeSica lo
habrían encontrado, le habrían degollado y luego habrían volado el barco,
destruyendo las pruebas. Si Vitari no hubiera corrido hacia el restaurante, la policía
habría disparado a Francis y arrojado su cuerpo al mar, para nunca ser encontrado.

Ese cura de pueblo pequeño con ojos saltones no estaba hecho para mierdas como
esta. No iba a sobrevivir. Era un jodido milagro que hubiera vivido tanto tiempo.

Y eso era un problema.

Vitari se alejó de la habitación, tomó su teléfono y, con el sol poniéndose sobre el


océano, salió de la villa y cerró las puertas de vidrio detrás de él. Llamó a Salvatore.

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—Ángel, ¿estás en la casa segura? —Preguntó Sal. La música del club sonaba de
fondo, junto con una charla indescifrable.

—Sí, estamos bien. Escucha, necesito que hagas algo y lo mantengas en secreto,
¿de acuerdo?

—Claro, fra15. ¿Qué es?

—Este sacerdote, ¿han averiguado algo más sobre él? ¿Algo en su pasado que lo
convirtiese en un objetivo para DeSica? Tiene que haber una razón por la que están
encima de él.

—¿No puedes preguntárselo?

—Él no lo sabe.

—Pregúntale más fuerte.

—Él no lo sabe, en serio, Sal. Es como un perro labrador perdido en todo esto. Es
jodidamente trágico.

—Está bien, está bien. ¿Por dónde debería empezar?

Si le pedía a Sal que investigara la casa de los niños, podría descubrir el hecho de
que Vitari había crecido allí. Aunque, hasta donde él sabía, no había registros reales
del grupo de niños entre los que había estado, sólo tumbas sin nombre en el
cementerio local. Sólo Giancarlo sabía la verdad sobre los orígenes de Vitari. En lo que
a la mayoría de la gente concernía, Vitari era mitad italiano, uno de una serie de hijos
bastardos que Giancarlo negaba que existieran. Un secreto a voces.

—Sí, la DeSica preguntó dónde nació. Descúbrelo, ¿ok? Es importante.

15 Una forma reducida de decir “fratello”, hermano en italiano.

102
—¿No lo sabe el bastardo?

Vitari miró hacia atrás a través de las puertas cerradas, comprobando que Francis
todavía estuviera fuera del alcance del oído.

—Fue adoptado. Pasó un tiempo en un hogar de niños en Essex. Sólo... investiga


un poco. Ah, y oye, esa chica que el sacerdote encontró en su cementerio, descubre
quién era. Hay demasiadas cosas en todo esto que no cuadran. No me gusta saber
menos que la DeSica.

—Solo estás nervioso, fratello.

—Tal vez.

Alguien (una mujer) intentó preguntarle a Sal si quería otra copa. Típico. Siempre
tenía una amante de turno.

—¿Lo tienes? —Preguntó Vitari.

—Sí, dame unos días.

—Y Sal, oye, eh… no se lo digas a Giancarlo, ¿vale? Esto es entre tú y yo. —No
quería que Giancarlo pensara que estaba actuando a sus espaldas o que lo estaba
minando de alguna manera. Así comenzaban los rumores de mierda.

El resoplido descontento de Sal sonó a lo largo de la línea.

—Certo16. Me debes una.

Vitari resopló y colgó. Había cubierto a Salvatore cientos de veces, normalmente


cuando se follaba a la esposa de algún político destacado.

16 “Por supuesto” en italiano.

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Volvió a sentarse a la mesa junto a la piscina, pero la llamada y todas las preguntas
sin respuesta lo habían dejado inquieto. Había más en todo esto, y parecía grande,
como si él también estuviera enredado en ello. Miró el agua tentadora de la piscina y
comenzó a desabotonarse la camisa.

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CAPÍTULO 9
FRANCIS

Francis iba a tener que lastimar a Ángel. No matarlo (el asesinato estaba fuera de
discusión), pero podría dejarlo inconsciente, robar el auto y conducir hasta que se
quedara sin combustible.

Nunca antes había golpeado a alguien. Una vez se había peleado en el hogar de
chicos, cuando tenía ocho años. Pero eso había sido culpa del otro chico. Francis había
estado más que nada en su camino.

¿Qué otra cosa podía hacer? Si Ángel lo llevaba a Italia, probablemente lo matarían
allí. Su cuerpo nunca sería encontrado. No sabía mucho sobre la mafia, pero estaba
bastante seguro de que no llevaban extraños a su casa, les hacían ver todas sus caras
y los dejaban ir impunes después.

Entonces, atacar a Ángel era la única forma de sobrevivir.

Los grillos cantaban fuera de las ventanas de la villa y la noche estaba


inquietantemente tranquila. Con suerte, Ángel estaba dormido y todo lo que Francis
tendría que hacer sería encontrar algo lo suficientemente pesado como para que
hiciera la mayor parte del trabajo cuando lo balanceara.

105
Después de abrocharse la camisa y los pantalones, se escabulló por la villa,
buscando un jarrón o un bloque de cuchillos17 que pudiera levantar y empuñar, pero
cuando entró al salón, la luz de la piscina exterior iluminó a Ángel a punto de lanzarse
desde el borde de la piscina, al agua. Ángel levantó los brazos, dobló las rodillas y se
zambulló como una flecha bajo la superficie.

Francis se quedó helado.

Al menos Ángel llevaba pantalones cortos. Aunque también podría haberlos


tirado, para lo poco que le estaban tapando. Se le habían pegado a su culo firme como
si se los hubieran pintado.

Francis apartó la mirada y alcanzó la encimera de la cocina, pero la imagen de


Ángel casi desnudo, iluminado por una luz brillante, quemó su mente. Ángel tenía
un cuerpo definido con músculos, como el de un deportista: delgado, afilado,
masculino y brutalmente hermoso. Su espalda había sido una obra de arte, y cuando
levantó los brazos, la luz lamió sus músculos, acumulándose en cada curva.

Francis cerró los ojos.

Hacía mucho tiempo que no veía a un hombre desnudo con sus propios ojos, ni
siquiera en una foto. Evitaba todas las imágenes, había configurado su portátil para
que bloqueara todo el contenido para adultos, para no caer en la tentación de ir a
buscar durante alguno de sus momentos bajos, y había habido muchos. Le había ido
bien, pero ahora Dios había puesto la tentación en su camino y lo había iluminado
como un espectáculo.

17

106
¿Era esto una prueba?

Si lo era, ya estaba fracasando.

Debería marcharse, volver a la cama y esperar allí hasta que Ángel se retirara a
descansar. Pero incluso sabiendo que irse era lo correcto, levantó la mirada y vio a
Ángel nadar a lo largo de la piscina, sumergirse y nadar de vuelta. La lujuria era
pecado. El sexo era pecado, si su único propósito era el placer. El único momento en
que el sexo se consideraba piadoso era entre un hombre y una mujer en la búsqueda
de concebir un hijo. Como dos hombres no creaban vida con sus encuentros
lujuriosos, toda homosexualidad era también pecado.

Había pasado por esto durante sus estudios, confesó sus impulsos mal vistos y
buscó orientación en la Iglesia, pero en lugar de ayuda, temía que las enseñanzas
católicas pudieran haber complicado las cosas. Sobre todo por… su pasado. Y el
motivo de la carta del abogado sin abrir sobre su escritorio en St. Mary.

Ángel lo vio a través de las puertas de cristal. Se apoyó en el borde de la piscina, y


aquellos ojos seductores se fijaron en Francis. Los hombres como Ángel eran
conscientes del poder de su belleza. Sabía que era deseable, y la forma en que miraba
a Francis a través de las pestañas húmedas sugería que conocía cada sucio
pensamiento en la cabeza de Francis.

Si alguna vez hubo un hombre hecho de pecado, ése era Ángel.

Levantó una mano y le hizo señas para que se acercara, y cuando Francis no se
movió, se rio, se empujó desde el borde de la piscina y nadó un largo, incluso con la
pequeña herida que Francis había visto en su muslo.

Francis no podía esconderse de esto. Si regresaba a su habitación, se pasaría el


tiempo pensando en Ángel, y solo en su cama, sería libre de actuar según sus
inevitables impulsos. Era mejor estar aquí afuera, donde podría esperar a que Ángel

107
se cansara y se fuera a la cama, luego golpearlo y terminar con toda esta terrible
experiencia.

Abrió las puertas y se aventuró al patio.

—¿Te unes a mí? —Ángel preguntó.

El corazón de Francis latió con fuerza.

—Yo no nado.

—¿Es esto como el escenario de “no bebo”?

Se sentó a la mesa. Todo iba a estar bien. Sólo tenía que superar esto.

—No, yo no sé nadar.

—¿No enseñan natación en la escuela de curas?

Ángel se estaba burlando de él otra vez. Francis sacó una cerveza del cubo de hielo
y trató de abrirla con el costado de la mesa, como había visto hacer a Ángel en el yate.
Pero la tapa permaneció obstinadamente estancada. Lo intentó de nuevo, sin suerte.
Luego, para agravar el horror, Ángel salió de la piscina y subió las escaleras como la
tentación personificada. El agua cayó en cascada por su hermoso cuerpo y goteó sobre
el patio. Se acercó, tomó una cerveza del cubo, abrió la tapa con un lado de la mesa y
se la entregó a Francis.

Era como si el propio Adonis acabara de abrir una cerveza para Francis. Los
diminutos pantalones cortos no hacían nada para cubrir su virilidad.

El calor enrojeció el rostro de Francis.

—Gracias —murmuró.

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—Todo está en la muñeca. —La ceja derecha de Ángel se crispó, desviando su
sonrisa de lado ante alguna insinuación que a Francis se le había escapado. Francis
tomó la bebida y observó cómo Ángel se giraba y se zambullía en la piscina.

Afortunadamente, las luces de la piscina eran tan suaves que Ángel


probablemente no había visto el rubor en el rostro de Francis. Él podría superar esto.
Sólo tenía que sentarse muy quieto detrás de la mesa, beber una cerveza y fingir que
todo esto era normal. Ángel no sospecharía nada y luego se quedaría dormido
bajando la guardia. Francis simplemente no tenía que pensar en cómo los pantalones
cortos ajustados habían abrazado la ingle del hombre mientras se acercaba, o cómo
habían estado pegados a sus nalgas cuando se había dado la vuelta. En cómo las gotas
de agua habían brillado en su pecho dorado. O cómo todo su cuerpo se había movido
como una sinfonía de músculos y masculinidad.

Francis tomó un trago para tratar de humedecer su boca seca y frenar su palpitante
corazón. No había forma de ocultar el bulto en sus pantalones, pero al menos Ángel
no podía ver su regazo desde la piscina. Su erección disminuiría pronto, una vez que
Francis recuperara el control. Señor, dame fuerzas para resistir la tentación…

—No nadas, no bebes, excepto en circunstancias atenuantes. ¿Qué haces para


divertirte, padre?

Ángel apoyó la barbilla sobre los brazos cruzados al lado de la piscina. Sin el reloj
puesto, el delicado tatuaje resaltaba alrededor de su muñeca. Definitivamente era un
alambre de púas. Era la única marca deliberada que tenía, aparte de algunas cicatrices
y el corte reciente en la parte posterior del muslo. A Francis siempre le habían
fascinado los tatuajes y el motivo por el que la gente marcaba su piel de por vida. Ese
alambre de púas debía tener un significado profundo.

—Yo uh… no lo sé. Supongo que leer —tartamudeó. ¿Cuándo terminaría esta
terrible experiencia?

—Está bien, ¿qué lees? Suspenso, fantasía, crimen... no, espera, ¿romance?

109
—Salmos.

Ángel resopló.

—Vete a la mierda, debes haber leído más que eso.

Una sonrisa se dibujó en los labios de Francis.

—Leí algo de fantasía —admitió.

—Sí, ¿de qué tipo? ¿Vampiros y hombres lobo, esa mierda?

Sacó de su memoria la serie de fantasía más conocida que se le ocurrió.

—Juego de Tronos.

—A la mierda ese final, hombre. —Los ojos de Ángel brillaron de humor.

—No la serie de televisión, los libros. Y el final aún no se ha escrito.

—Ese viejo nunca terminará de escribirlo.

—¿Has leído los libros?

—No, vi la serie. —Se pasó una mano por el cabello, haciendo que los mechones
oscuros se levantaran—. No me digas que los libros son mejores, eso es lo que dice
Sal.

—Lo son. —Francis sonrió y tomó un trago de cerveza—. ¿Quién es Sal?

—Sólo alguien… con quien trabajo —dijo, mientras su humor se desvanecía—. Un


amigo. —Ángel se empujó desde el borde de la piscina y flotó sobre su espalda. El
agua le lamía el pecho, la cintura y entre los muslos. Francis miró hacia otro lado y
trató de tragarse el corazón acelerado. ¿Ángel estaba haciendo alarde
deliberadamente de sí mismo? No, así era como se comportaban los hombres en

110
general. Era normal nadar casi sin nada delante de otros hombres. Sólo las personas
con mentes y deseos como los de Francis distorsionaban el comportamiento social
aceptable.

Había intentado que no le gustaran los hombres. Uno de sus mentores había dicho
que era una elección y que él simplemente tenía que elegir no hacerlo. Pero no fue así
para Francis. No había elegido nada. La vida lo arrastró y la mayor parte del tiempo
trató de mantenerse a flote mientras se ahogaba.

—¿Tienes otros amigos? —preguntó Francis cuando el silencio se prolongó


demasiado.

—Tengo familia —respondió Ángel.

—¿Qué acerca de… las chicas? —Preguntó Francis, y esperó que no sonara tan
incómodo como en su cabeza. Más calor enrojeció su rostro. Lo cual era ridículo. Era
solo una pregunta simple e inocente.

—¿Chicas?

—Mujeres. Amantes. Compañeras. ¿Alguna señora Ángel? —Francis bebió más de


su cerveza. El sabor era amargo, pero necesitaba hacer algo con las manos para no
pensar en el cuerpo de Ángel.

La sonrisa de Ángel iluminó su rostro, con todos sus dientes, y sus ojos brillaron
con tal picardía que parecía indicar que había olido sangre y estaba a punto de morder
a alguna jugosa víctima que había elegido.

—¿Crees que alguien como yo tiene relaciones, padre?

—Yo solo…

—¿Crees que voy a instalarme detrás de una casa con cerca blanca y engendrar
algunos niños? —Resopló y nadó hasta los escalones principales, luego salió.

111
Ángel era cada sueño lujurioso, cada fantasía, cada deseo prohibido que Francis
alguna vez había tenido viniendo hacia él, brillantemente húmedo, sonriendo como
si fuera dueño del mundo, con esos ojos que podían derretir glaciares.

—Quiero decir, simplemente, supongo... —Tocó la etiqueta de la cerveza—. Solo


pensé, que tú, tú eres... —murmuró, sin tener idea de lo que estaba diciendo. La lujuria
le obligó a respirar y acumuló calor en su ingle, llenando su polla de nuevo, esta vez
con más fuerza. Tan fuerte que dolió.

Se movió en la silla, tratando de aliviar la presión, luego removió un poco de la


tela apretada, pero el acto de tocarse derramó otra oleada de caliente necesidad por
su columna.

Ángel se dejó caer, mojado y resbaladizo, en la silla de enfrente y agarró la última


cerveza, salpicando agua sobre la mesa.

—Ninguna mujer con dos dedos de frente me va a querer. Quiero decir, son
buenas para follar, pero ¿qué sentido tiene cualquier otra cosa, ya sabes?

Francis casi preguntó por qué pensaba que nadie lo querría, cuando era
obviamente atractivo. Pero la respuesta de Ángel no tenía nada que ver con la
atracción, sino con quién era él por dentro. Francis lo sabía. También sabía la clase de
hombre que era Ángel. Ángel tenía razón, ninguna mujer debería quererlo. O hombre,
en todo caso. La reacción física de Francis no fue por amor, ni devoción, ni ningún
tipo de relación. Su cuerpo pensaba que necesitaba el placer y el deseo que Ángel
podía brindarle. Francis era todavía un hombre, incluso si estaba al servicio de Dios.
Se suponía que resistir la tentación no era algo fácil. El viaje, la dificultad, la lucha
estaban destinados a doler. Ese era el punto.

Y ahora mismo, estaba palpitando.

Ángel dijo algo, pero Francis apenas lo escuchó debido a sus esfuerzos mentales
por evitar arder en el acto.

112
—Lo siento, ¿qué dijiste?

—¿Qué acerca de ti? Quiero decir, sé que se supone que debes centrarte en amar a
Dios y todo eso, pero vamos, aun así te excitas, ¿no es así? —Hizo un gesto de bombeo
con su mano derecha y sonrió.

El corazón de Francis se detuvo.

—No —mintió, recordando la noche en que se conocieron, cuando no pudo


desterrar la visión de Ángel arrodillado ante el altar, y cómo se había transformado
en él arrodillado frente a Francis, con los ojos llenos de oscuro deseo mientras
deslizaba la polla de Francis entre sus labios y lo chupaba.

—Claro —dijo Ángel arrastrando las palabras—. ¿Qué? ¿Tu polla es tan santa que
nunca se pone dura?

La lujuria, el deseo, el miedo, la confusión y la ira daban vueltas en su cabeza, en


su corazón, enredados en una masa de emociones. Sabía que estaba respirando
demasiado fuerte y que Ángel no tardaría en darse cuenta, pero ¿cómo podía evitar
desear al terrible hombre que ocupaba la silla de enfrente?

Se levantó y salió corriendo del patio; puede que hubiese corrido, pero estaba
oscuro y Ángel no se daría cuenta de lo duro que estaba. No le debía ningún tipo de
explicación. Sus batallas personales no tenían nada que ver con Ángel; eran privadas.

Dios mío, haz que esta noche termine.

Ahora, sólo tenía que encontrar algo lo suficientemente duro como para golpear
la cabeza de Ángel. Eso resolvería el problema de desear a un hombre que nunca
jamás podría tener.

113
114
CAPÍTULO 10
VITARI

Era evidente que el padre Francis Scott estaba pasando por algunas cosas.

Vitari terminó su cerveza solo junto a la piscina y repasó la conversación


nuevamente, en su mente. Se habían estado llevando bien, pensó, hasta que Vitari
mencionó las pollas. Probablemente debería haberlo sabido mejor, ya que el sacerdote
era célibe, pero nunca había podido resistirse a hurgar en las heridas. Naturalmente,
Francis tenía algunos desencadenantes.

Riéndose ante la reacción del sacerdote, llevó dentro la cubeta de hielo y las
botellas vacías, las arrojó al fregadero, escuchó el ruido de la ducha y giró hacia su
propia habitación. Se cepilló los dientes, se secó el pelo con una toalla y se acostó en
la cama vestido únicamente con calzoncillos. Francis no iría a ninguna parte y Vitari
no había dormido mucho en los últimos dos días. Aprovecharía algunas horas, y
mañana, tal vez Sal tendría algunas pistas sobre el pasado del sacerdote que
satisfarían el horrible e inquietante retorcimiento de temor en las entrañas de Vitari.

Dio vueltas y vueltas durante un rato, demasiado acalorado para dormir y


demasiado nervioso para soñar. Nunca había sido muy bueno durmiendo. Unas
pocas horas aquí y allá fueron todo lo que su mente acelerada le permitía.

La puerta del dormitorio se abrió con un chirrido. Vitari mantuvo los ojos cerrados.
Unas suaves pisadas susurraron contra el suelo de baldosas, acercándose.

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Vitari niveló su respiración, hizo que pareciera que estaba durmiendo, con
curiosidad por ver qué estaba tramando Francis. No tenía fuerzas para...

Escuchó el silbido , se giró, extendió la mano y agarró la muñeca de Francis. El


sacerdote se cernía sobre él, con el rostro pálido por la sorpresa. Dejó caer la piedra
con la que había estado a punto de golpear el cráneo de Vitari, rebotó en la cama junto
a su hombro y luego rodó al suelo con un fuerte clunk. Vitari tuvo que darle el crédito
correspondiente; no se esperaba esto.

Pero ahora tenía a Francis agarrado por la muñeca y, lejos de ser la víctima, Vitari
tenía a su presa justo donde la quería. Francis se dio cuenta y su sorpresa se disipó.
Iba a intentar justificar sus acciones. Su mirada se deslizó hacia abajo pero volvió a
posarse en el rostro de Vitari. La sorpresa volvió y sus ojos marrones se abrieron de
par en par. Todavía no había intentado alejarse.

Si el sacerdote quería jugar, Vitari estaba dispuesto. Tiró, desequilibró a Francis, y


cuando cayó hacia adelante, Vitari se retorció dejándolo al sacerdote debajo de él.
Francis dejó escapar un grito de sorpresa, luego se quedó inmóvil boca arriba con
Vitari sobre él, todavía sosteniendo su muñeca.

Se retorció un poco, luego dejó de retorcerse y lo fulminó con la mirada. Sus fosas
nasales se dilataron.

—Quítate de encima.

Había un fuego delicioso en él.

—Me atacaste, padre.

Se retorció de nuevo, sus caderas rozaron las rodillas de Vitari. Vitari bajó su
postura, atrapando a Francis contra el colchón, y una vez más, Francis se congeló.
Respiraba como si estuviera furioso y sus ojos ardían con justa ira sacerdotal. Vitari
probablemente debería dejarlo ir. No tenía intención de lastimarlo, pero luego ahí

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estaba esa sensación del cuerpo tensamente encogido de Francis entre las rodillas de
Vitari, y el firme latido de su pulso contra la mano de Vitari, y tal vez, sólo tal vez, en
algún lugar de esa cabeza perfectamente inocente, Francis quería esto.

La forma en que sus ojos se habían vuelto malvados cuando había visto a Vitari
antes en la piscina, y lo sarcástico que se había vuelto después... él se ponía irritable
cuando estaba asustado o confundido, como ahora.

¿Qué pasaría si Vitari lo pusiera a prueba un poco, una pequeña broma… eso era
todo?

Bajó la cabeza, mezclando la respiración acelerada de Francis con las suyas lentas.
Los ojos de Francis se abrieron, las pestañas se agitaron y sus labios se abrieron, tal
como lo habían hecho en la cocina del yate cuando Vitari le había apartado el flequillo
de los ojos. Vitari se humedeció los labios, agradable y lentamente, y los grandes ojos
marrones de Francis siguieron el movimiento, absorbiéndolo como un hombre
sediento. Muy bien, esto era… algo, y era jodidamente caliente. ¿Francis estaba duro?
Porque Vitari lo estaba. ¿Perdería la cabeza si Vitari se agachara y lo tocara? ¿Quería
eso? Vitari vaciló, pero sólo porque esta anticipación le hacía sentir bien: el deseo, el
momento antes de que se trazaran límites y se cruzaran líneas. Hasta el momento,
eran sólo dos hombres; No había pasado nada, sólo un tonto intento de Francis de
noquearlo.

—¿Qué quieres, padre? —Susurró Vitari, casi seguro de saber la respuesta. Las
palabras rozaron los labios de Francis. Podía girar la cabeza; él podría decir que no.
Vitari no le impedía decir lo que pensaba.

Vitari rozó sus labios con los de Francis, empujando un poco, para ver si respondía.
Sus respiraciones se entremezclaron, ahora más rápido. La piel de Vitari zumbó y su
polla colgaba bajo sus calzoncillos, rozando la tela caliente. Todavía no había apoyado
su polla contra Francis, sintiendo que eso podría ser un paso demasiado lejos. Pero si
el sacerdote no estaba ya duro, sus pupilas hinchadas sugerían que estaba en camino

117
de estarlo. Dios, Vitari ansiaba tocarlo. Estaba ahí mismo, inmovilizado, atrapado,
perteneciendo a Vitari. Todo lo que tenía que hacer era decir la palabra y Vitari le
regalaría una noche que nunca olvidaría. Una noche como ninguna otra. Todas las
formas en que podía hacer que el padre Francis Scott jadeara, gimiera y suplicara por
más... ¿Lo recibiría por el culo? ¿Le dejaría darle la vuelta y follarlo duro contra el
colchón? La sola idea hizo que la polla de Vitari llorara.

—Quítate. De. Encima.

Vitari acarició con la punta de su lengua el labio inferior de Francis, y el gemido


estrangulado de Francis podría haber sido el maldito sonido más dulce que Vitari
había escuchado jamás. Ese no fue un gemido de miedo o disgusto; ese gemido fue
un sonido surgido de una necesidad pura y desesperada.

Vitari dejó caer sus caderas, hundió su polla contra el hueco de la cadera de
Francis, a través de su ropa, y joder si no sintió el duro empujón de la polla de Francis
sondeando su ingle. Ahora tenía algo, ahora tenía pruebas de que Francis no era tan
dulce e inocente como tanto se esforzaba por parecer. Él también era simplemente un
hombre, lleno de debilidad y deseo, plagado de fallas y errores. Y Vitari quería lamer
cada centímetro de su cuerpo pecaminoso. ¿Querría él follar? ¿Le chuparía la polla
entre esos dulces labios? ¿Un sesenta y nueve?

Joder, Vitari se estaba adelantando demasiado. Francis estaba petrificado bajo


Vitari, o asustado por lo duros que estaban ambos y lo que eso significaba.

Vitari podría tener más suerte si iba suave, pero lo mataría tratar de no perder la
puta cabeza y derribar todas las barreras de Francis.

—No eres tan inocente, ¿verdad? —Vitari chupó el labio de Francis entre los suyos
y luego lo mordisqueó. El padre Scott se estremeció. Respiraba con dificultad por la
nariz, pero fue el movimiento de sus caderas lo que hizo que Vitari se mordiera el
labio. La polla de Francis frotó la de Vitari. ¿Lo sabía?

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¿Cuándo fue la última vez que alguien lo había tocado?

Vitari persuadió a Francis para que abriera la boca con su lengua, chupando,
mordiendo, pero como Francis no parecía muy interesado en continuar el beso, Vitari
arrastró la lengua por su mandíbula, arremolinándola bajo su oreja. Y con cada
respiración, Francis se estremecía, se retorcía o aplastaba su polla con más fuerza
contra la de Vitari. Ni siquiera estaban haciendo nada, apenas se tocaban, y eran las
caricias más calientes que Vitari había experimentado jamás.

Liberó la muñeca de Francis, y Francis soltó un suspiro entrecortado. Ese suspiro


fue una rendición. Llevaba un tiempo librando su propia batalla. Pero mientras Vitari
podría chupársela toda la noche, y parecía que las caderas de Francis tenían la misma
idea, el resto de él claramente no estaba en el juego.

Vitari había liberado su muñeca, pero aún no se había movido. Y cuando Vitari
empujó hacia arriba sobre sus manos, Francis miró a través de él, a través del techo y
hacia adelante.

Podría abalanzarse sobre él, pero con sólo la mitad de Francis en la habitación, no
se sentía bien.

Era hora de retroceder, aunque fuera doloroso para él, o para su polla. Aun así,
tenía su propia mano para terminar el trabajo, y con el sabor de Francis en los labios
y el sacerdote llenando su cabeza, su mano sería más que suficiente.

Vitari suspiró su propia rendición, se enderezó sobre sus brazos y se alejó.

Los finos dedos de Francis se aferraron a su muñeca, por encima del tatuaje de
alambre de púas, y tiraron de Vitari hacia abajo. Su otra mano se posó en la nuca de
Vitari y, de repente, la boca de Francis estuvo sobre la de Vitari. Su lengua empujó,
salvaje y feroz, y, joder, fue como si un interruptor se hubiera activado en la mente de
Francis. Había cobrado vida, y estaba jodidamente voraz.

119
Vitari se aferró a su rostro, luego a su espalda, tirando de él hacia sus brazos.
Francis se movió con él, meciéndose más cerca, buscando más. Vitari lo necesitaba
desnudo, necesitaba sentirlo temblar bajo sus manos, su boca, necesitaba besar el
latido de su corazón.

Se enderezó, se sentó a horcajadas sobre las caderas de Francis y le desabrochó


rápidamente los botones de la camisa. Con su pecho expuesto, Vitari se dejó caer y
lamió hacia abajo, cerca del hueco del hueso de su cadera. Los finos dedos de Francis
se aferraron a su muñeca, por encima del tatuaje de alambre de cuchillas, y tiraron de
Vitari hacia abajo. Su otra mano se posó en la nuca de Vitari y, de repente, la boca de
Francis abrasó la de Vitari. Su lengua empujó, salvaje y feroz, y, joder, fue como si un
interruptor se hubiera activado en la mente de Francis. Había cobrado vida, y estaba
jodidamente voraz.

Vitari se agarró a su cara, luego a su espalda, tirando de él hacia sus brazos. Francis
se movió con él, meciéndose más cerca, buscando más. Vitari lo necesitaba desnudo,
necesitaba sentirlo temblar bajo sus manos, su boca, necesitaba besar el latido de su
corazón.

Se enderezó, sentándose a horcajadas sobre las caderas de Francis, y le desabrochó


rápidamente los botones de la camisa. Con el pecho al descubierto, Vitari se dejó caer
y lamió por lo bajo, cerca del hueco del hueso de la cadera. Los dedos de Francis se
clavaron en su cabello y se retorcieron, dirigiéndolo hacia abajo, hacia su polla. Vitari
no necesitó más estímulo. Abrió la bragueta de los pantalones de Francis y se llevó a
la boca el firme calor de su polla a través de la ropa interior. El dulce olor de su
presemen destruyó cualquier noción de ir despacio.

Vitari bajó de un tirón los calzoncillos de Francis, dejando al descubierto la fina


longitud de su polla, y se la metió en la boca. Francis se sacudió y se arqueó sobre la
cama. Levantó las manos a ambos lados y agarró las sábanas, apretándolas en sus
puños. Dios, era una visión, perdido y encontrado a la vez, entregándose a Vitari
como un sacrificio, como Cristo en la puta cruz. Y Vitari lo tomó, lo chupó, lo acarició,

120
le lamió la cabeza y bombeó. Vitari quería que se corriera y no iba a parar hasta
destrozarlo.

Francis jadeó; su ágil cuerpo se estremeció y tembló.

Vitari lo lamió por lo bajo, le chupó las pelotas y subió con la lengua por el denso
tronco, encontrándose con la intensa mirada de Francis en cada centímetro. Maldita
sea, era tan caliente, mirando a Vitari así, como si lo odiara, incluso mientras Vitari la
chupaba la polla.

Vitari agarró su propia polla con su mano libre y la bombeó. Lo necesitaba,


necesitaba el alivio, y mientras chupaba y trabajaba a Francis entre sus labios,
persiguió su propio subidón, alternando entre prodigar atención a la polla de Francis
y a la suya propia. Bombeando y lamiendo, follando su puño y chupando la polla de
Francis, más fuerte, más rápido.

Entonces Francis echó la cabeza hacia atrás y ahora sus gemidos llegaban en
oleadas. Ya había sido suficiente con lo de ir suave. Vitari apretó su eje entre sus dedos
y bombeó, envolviendo su lengua alrededor de la polla de Francis al mismo tiempo,
chupando con fuerza. Francis intentó resistir, pero ni siquiera Dios le salvó de
correrse.

El semen salado golpeó el paladar de Vitari. Tragó, se apartó y bombeó el resto de


la liberación de Francis, viendo cómo el cremoso semen salía a chorros de su polla.
Francis se estremeció y jadeó, dominado por el orgasmo.

Sin pensar, Vitari agarró su propia polla. No necesitó mucho, unos cuantos golpes
rápidos, y se corrió tan fuerte que se derramó sobre los pantalones de Francis, su
muslo. Le gustó ver el semen sobre él, quería lamerlo, pero luego captó la expresión
labrada de Francis cayendo sobre ellos como un portazo.

Francis saltó de la cama, tropezó con sus propios pies y salió corriendo de la
habitación.

121
Vitari se quedó mirando la puerta abierta, todavía jodidamente zumbando. ¿Qué
demonios había hecho que estuviera tan mal? Se frotó el pecho, el corazón. La culpa
de Francis era su propio problema. Vitari no tenía esos escrúpulos.

Al menos con Francis, todo lo que acababan de hacer quedaría entre ellos. No
había manera de que el padre Francis Scott le contara a nadie cómo había soltado su
carga a manos de Vitari.

Se dejó caer de costado y hundió la cara en las almohadas, respirando el persistente


aroma de Francis. De todos modos no importaba, era sólo sexo, algo para pasar el
tiempo mientras esperaban que los recogieran.

Se puso boca arriba y suspiró, luego se lamió los labios, saboreó el semen y sonrió.
Cerró los ojos, jodido y gastado. El sueño se lo llevó en segundos.

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CAPÍTULO 11
FRANCIS

No importaba cuánto tiempo pasara bajo los chorros de agua caliente de la ducha,
su pecado no desaparecía. La culpa se apoderó de él, como siempre. Debería haber
sido mejor, más fuerte. No era digno. Nunca sería digno. Estaba roto. Siempre había
estado roto. Pensó que ser sacerdote lo arreglaría. Eso era lo que le habían dicho. Dios
lo arreglaría; sólo tenía que estudiar duro, obedecer a sus superiores y arrodillarse al
servicio de Dios y de la Iglesia.

Pero no estaba curado. Era el mismo de siempre.

Cerró los ojos y vio a Ángel chupando su polla. Lo saboreó en sus labios, pudo
sentir sus besos revoloteando debajo de su oreja y bajando por su cuello. Y volvió a
estar duro. ¡Su maldito cuerpo estaba conspirando contra él! ¿Por qué no podía
controlarse?

Este era el castigo por dudar de Dios, por dudar de todo y por darse por vencido.

Había dejado que Ángel lo tuviera. Francis había estado debajo de él, y él había
tratado de decir que no, realmente lo había hecho, pero Ángel había estado sobre él,
desnudo y duro, y Dios, había estado desesperado y débil. Ni siquiera podía afirmar
que Ángel lo había dominado. Francis podría haber dicho que no. En cualquier
momento. Esos ojos oscuros lo miraron, le rogaron, se burlaron y lo tentaron. Pero
también pidieron permiso. Y Francis había dicho sí con su cuerpo.

No podía culpar a Ángel por esto. Todo fue culpa de Francis.

123
Apenas durmió, y cuando escuchó a Ángel traqueteando por la cocina, cerró los
ojos con fuerza y esperó que la cama se lo tragara. Pero tendría que enfrentarse al
hombre cuyo semen manchó sus pantalones y que había tenido la polla de Francis en
su garganta.

Quizás no diría nada. Sería simplemente algo que había sucedido. Si ninguno de
los dos lo mencionaba, entonces no tenía por qué existir en absoluto.

Cuando Francis salió del dormitorio, la vista del océano más allá de las ventanas
se había vuelto gris y furiosa, el mar de un azul oscuro agitado. Ángel estaba en el
patio, hablando por teléfono. El viento tiraba de su camisa abierta y barría su cabello,
y los destellos de su pecho y sus abdominales perfectos encantaban a Francis como un
canto de sirena. ¿Por qué tenía que ser tan jodidamente hermoso?

Francis encendió la máquina de café y la escuchó gorgotear. Centrarse en eso


significaba que no tenía que ver a Ángel pavonearse de un lado a otro, o admirar cómo
sus pantalones bajos se pegaban a sus estrechas caderas.

Francis debería haberle golpeado en la cabeza con la piedra.

¡Ni siquiera había podido hacer eso!

La puerta corrediza de cristal silbó y Ángel regresó. No parecía engreído. No


estaba sonriendo burlonamente. Ninguna sonrisa en absoluto.

—Entonces, ya sabemos quién era la mujer —dijo—. ¿El nombre Victoria Chance
significa algo para ti?

—No, no lo creo.

Él hizo una mueca.

124
—No, no pensé que lo haría. Ella es (era) prostituta, acompañante, lo que sea.
Normalmente estaba en Londres y atendía a una cierta clientela. Políticos,
celebridades y similares…

La pobre mujer probablemente tampoco había tenido elección en su vida.

—¿Al crimen organizado?

—Sí. Estaba conectada con DeSica, la misma gente que te persigue. —Empezó a
caminar. Sus zapatos golpeaban las baldosas, como lo habían hecho en St. Mary,
cuando se arrodilló ante el altar. El cerebro de Francis, aturdido por el sueño, le
proporcionó inútilmente la imagen de Ángel cayendo sobre él. Le dio la espalda y se
dedicó a preparar el café.

—Pero hay una razón por la que ella estaba allí, y una razón por la que la mataron
en tu cementerio.

—La gente viene a la iglesia por todo tipo de razones, pero la mayoría viene en
busca de ayuda. —Francis miró hacia atrás y encontró a Ángel acercándose.

Le pasó el café a Ángel. No tenía que haber ningún motivo detrás. Nada de esto
tenía que ser raro o incómodo. Sólo dos hombres. Tomando café.

—No sé cuánto de azúcar le echas, pero como estás muy lejos de ser dulce, te he
puesto em… dos.

Ángel frunció el ceño, tomó la taza y sonrió mientras bebía.

—Dos está... bien.

Esto estuvo... bien. Era algo normal. No tenían que mencionar lo de anoche. Era
mejor centrarse en su situación que en los errores que habían cometido. No había
significado nada; fue solo un… viaje por el camino de la vida.

125
—Los DeSica no estaban en tu ciudad antes que yo, pero sospecho que Victoria sí
—continuó Ángel. Se apoyó contra el mostrador, relajándose—. Creo que ella acudió
a ti por una razón específica y la mataron por eso. Ahora tienen un cadáver y a la
policía, y han mostrado su mano, así que tenían que mover ficha interrogándote.
¿Estás seguro de que no la conocías?

—No. —Recordó su cara cuando intentó darle la vuelta en la hierba. Ahora que
conocía la vida en la que se había visto envuelta, deseó que hubiera logrado cruzar las
puertas de la iglesia. Él podría haberla ayudado. Sin embargo, había algo en ella, un
pequeño cosquilleo en el fondo de su mente. Como si... tal vez la conociera, pero ¿de
dónde?— Supongo que ella puede haberme parecido familiar, pero no tengo idea de
dónde podría conocerla.

—¿Ella no tenía nada encima? ¿Sin artículos personales?

—Quiero decir... no que yo notase, pero no es como si hubiera rebuscado en sus


bolsillos...

—Un teléfono o un bolso podrían habernos dicho más, como por qué ella había
acudido a ti específicamente.

Francis dejó a Ángel en el área de la cocina y se sentó en el borde del sofá,


prefiriendo tener distancia entre ellos para poder pensar sin tanta distracción.

—¿Qué acerca de Stanmore? ¿Podría tener algo que ver con esto?

—No —dijo Ángel, y luego volvió a caminar.

—Me preguntaron dónde nací, como si eso fuera importante.

—Sólo estaban tratando de asegurarse de que eres el sacerdote correcto, el que


tenían órdenes de interrogar y matar. No es nada. Pero realmente quieren ponerte las
manos encima. O sabes algo que no quieren que se sepa, o eres algo que no quieren que
se sepa. Pero no tienes ningún vínculo con la mafia, ¿cierto?

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—No. —Francis volvió a tomar un sorbo—. Quiero decir, cierto.

—O lo tienes o no lo tienes.

—No, no lo tengo. Dije que no. Sólo soy un sacerdote.

—Es jodidamente importante. No hay nada, ¿estás seguro? ¿No aceptaste, no sé,
una confesión de un jefe de la mafia?

¿Por qué se sentía como si estuviera siendo juzgado?

—Sólo la tuya —murmuró.

Ángel dejó de caminar y ladeó la cabeza.

—No me confesé contigo.

—Estabas a punto de hacerlo.

¿Qué pecado te trajo aquí?

Tú lo hiciste.

—No, yo... no lo estaba —se burló Ángel—. No necesito que ningún poder
superior me perdone. Lo entiendes, ¿verdad? Tú y yo no somos iguales. Hago lo que
hago porque me gusta. No sé por qué carajo haces lo que haces, porque parece hacerte
miserable todos los días de tu vida.

Ángel no sabía nada de él. Y se equivocaba. Francis no era miserable.

—Eso no es cierto.

—¿No es así? Olvidas, padre, que te he estuve observando durante una semana. Y
eso es todo lo que me hizo falta para saber que odiabas ponerte esa sotana. Le dijiste
que sí a todos cuando lo que querías decirles es que se fueran a la mierda. Estabas

127
acabado. Esa noche recé en el altar, ¿sabes lo que recé? Recé por ti, porque tu vida
parecía un infierno.

El corazón de Francis sacudió sus costillas. ¿Cómo había sabido Ángel, cómo había
visto... la verdad?

—No sabes nada sobre mí. Eres un matón, ni siquiera tienes un alma que valga la
pena salvar... —Francis se interrumpió de repente, avergonzado y angustiado por
haber dicho esas cosas. Se puso de pie y quiso retractarse de las palabras de alguna
manera—. No quise decir…

Ángel soltó una de sus risas descuidadas y gruñó:

—La diferencia es que sé que mi alma está rota. ¿Qué te pasó, eh, para arruinar la
tuya?

—Nada. —Sin ningún lugar adónde ir, Francis volvió a sentarse y tomó su café.
Todo.

—No te preocupes, todo esto terminará pronto. Yo mismo te dispararé para


sacarnos a todos de tu miseria.

—¿Qué?

—Es una manera de hablar. —Su sonrisa había vuelto. La endeble que decía
‘mírame’. Llena de mentiras—. No voy a dispararte.

¿Ángel pensaba que esto era una broma? Había secuestrado a Francis, lo había
traído aquí y le había hecho cosas terribles. Francis dejó el café de un golpe y lo
derramó sobre sus dedos y la mesa.

—¡Debería haberte golpeado con esa piedra!

128
—Entonces no te habría hecho una mamada. —Ángel se abalanzó, empujó a
Francis en el pecho, forzándolo contra los cojines del sofá, y se apoyó sobre él, con la
cara a pocos centímetros—. ¿Eso en tus pantalones es semen, padre?

Francis enseñó los dientes en una mueca de desprecio.

—Te aprovechaste de mí.

—Tienes razón, aproveché tu polla en mi garganta.

Francis le dio una bofetada con la mano abierta que aterrizó con fuerza en la cara
de Ángel. Francis jadeó, y en el momento entre un segundo y el siguiente, el corazón
de Francis se detuvo. Su palma ardía. Le había golpeado fuerte. Ángel lentamente
niveló su mirada y luego se lamió la comisura del labio. La sangre brillaba en su
lengua.

—Oh, padre, no deberías haber hecho eso.

Se abalanzó. Su boca se estrelló contra la de Francis. Su lengua empujó hacia


adentro. Francis jadeó, trató de alejarse, giró la cabeza, pero entonces la boca de Ángel
empezó a rozar su mandíbula, sus pequeños dientes mordisqueando, y una cascada
de traicioneros escalofríos recorrió la columna de Francis, acumulándose en su polla.
Él no quería esto. Gritó pero no emitió ningún sonido, porque el deseo más grande,
rabioso y desesperado anuló esa vocecita de negación.

Necesitaba esto; lo necesitaba tanto que iba a salir de su propia piel para
conseguirlo. Quería a Ángel sobre él, dentro de él, quería que lo follaran y lo
mordieran, y quería a Ángel de rodillas otra vez, mirando a Francis, suplicándole,
mientras Francis enterraba su polla entre sus labios una y otra vez. Quería follar la
boca sonriente de Ángel, follar como un animal.

Se aferró a la camisa abierta de Ángel, intentó empujarlo, pero solo lo acercó.

129
—Oh Dios. —Y besó a Ángel, le rompió los labios, le jodió la lengua. Se
balancearon, furiosos, bruscos, empujando, agarrando. Él también estaba asustado,
asustado de esto y su locura, y asustado de Ángel y de esos extraños sentimientos que
tenía hacia ese hombre vicioso, asesino y pecador.

Ángel se liberó, se montó a horcajadas sobre los muslos de Francis y le susurró al


oído:

—Voy a arruinarte, padre.

El grito ahogado de Francis fue el tipo de quejido animal sin aliento que los
hombres adultos no deberían emitir. Esto estaba tan mal, incluso las palabras estaban
mal, implicando cosas terribles y maravillosas. Quería que lo arruinaran. Oh Dios,
Ángel iba a llevarlo directamente al infierno, y él iría allí por su propia voluntad.

Ángel lo sujetó, su mano caliente sobre el pecho de Francis. Con la otra mano, se
desabrochó los pantalones, luego agarró la mano izquierda de Francis y la metió en
sus calzoncillos. Una polla firme, cálida y erecta llenó su agarre. Ángel sonrió y
comenzó a moverse, y luego Francis también se movió, deslizando su agarre sobre la
polla de Ángel. Y estaba justo ahí, entre ellos, sonrojada y goteando semen perlado.
Quería probarla, lamerla, pero estaba atrapado, inmovilizado bajo Ángel y a su
merced. De algún modo, eso hacía que todo fuera mil veces peor y más enloquecedor.
Pero también mejor. Nada tenía sentido. Todo era una locura.

Ángel echó los hombros hacia atrás y cerró los ojos. Movió sus caderas al ritmo de
la mano de Francis, deslizando su pene entre los dedos y el pulgar de Francis, tan
húmedos que no necesitaban lubricante. Ángel se veía hermoso así. Con los ojos
cerrados, no vio cómo Francis observaba cada pequeño tic de su pecaminosa sonrisa
y cómo su lengua salía tocando sus labios. Era libre, más libre de lo que Francis lo
había sido jamás. Esa libertad estaba en todo su rostro. Dicha. Él no odiaba esto; no se
sentiría culpable cuando todo hubiera terminado. Él jodió la mano de Francis con
abandono.

130
Los celos eran una espina amarga en el estómago de Francis. Nunca había sido tan
libre. Odiaba a Ángel de nuevo, pero también quería ser él. Ser tan libre que nada
importara. Estar tan en paz consigo mismo que pudiera sonreír como si el mundo le
debiera mil favores.

Quizás Ángel tenía razón. Francis había estado en el infierno.

En un arrebato de odio, tal vez miedo y mucha necesidad, apartó Ángel de un


empujón, pero también lo guio hacia abajo, tumbándolo en el sofá. Y con Ángel
mirándolo con curiosidad, Francis se arrastró y tomó la gruesa y venosa polla entre
sus labios, donde necesitaba que estuviera. La polla de Ángel tenía un sabor cálido y
era más ancha de lo que esperaba. ¿Y si se atragantaba? ¿Qué pasaría si no pudiera
tomarla toda? Ángel empujó, y todas esas preocupaciones se desvanecieron,
expulsadas cuando la polla de Ángel subió por su garganta. Se atragantó, se retiró y
luego lamió la saliva y el líquido preseminal de la polla caliente de Ángel.

Ángel había usado su mano y su boca en la polla de Francis la noche anterior, y


Francis hizo lo mismo ahora, haciéndolo gemir.

—Joder, padre, ¿quién iba a decir que dabas tan buenas mamadas?

No quería hablar. Quería hacer que Ángel se corriera con tanta fuerza que perdiera
la cabeza.

Francisco chupó fuerte, frotó, bombeó, escuchando las respiraciones entrecortadas


de Ángel y cómo se estremecía. Estaba cerca y tenía los ojos cerrados. Agarró el
hombro de Francis, guiando su ritmo, acelerándolo.

—Joder, sí. —Los ojos de Ángel se abrieron, miró hacia abajo, a Francis, y sonrió—
. ¿Vas a tragártelo?

Ahí estaba de nuevo ese tono burlón, retando a Francis a hacerlo. Meneó la cabeza,
trabajando la polla de Ángel. Su mano ardía por la acción repetitiva, pero Ángel no

131
estaba ganando esto. Sí, iba a tragar. Ángel debió haber visto el fuego en los ojos de
Francis, y fue el empujón final que lo llevó al límite. El propio bombeo rítmico de
Ángel tartamudeó. El semen salado golpeó la lengua de Francis. Se atragantó y tragó
por despecho, fingiendo odiar todo, cuando en realidad su propia polla se mantenía
erguida y exigente, tan dura como nunca lo había estado, su presión insoportable,
como si pudiera correrse con un solo golpe.

Ángel se liberó de debajo de Francis, lo puso de rodillas y le metió la lengua en la


boca, donde segundos antes había estado su propia polla. La lengua de Ángel se
arremolinó y Francis empujó de vuelta con la suya, tomándola lo mejor que pudo, y
luego Ángel agarró su polla y le dio tres bombeos devastadores y rápidos que
dispararon un rayo de lujuria salvaje a través de las venas de Francis. Se corrió con
fuerza, aferrándose al brazo de Ángel para evitar desplomarse contra él.

Ángel apretó, estrujándolo, haciendo que le doliera pero de una forma


extrañamente buena. Francis siseó y se estremeció, sacando la polla de los dedos
empapados de semen de Ángel.

Ángel levantó los dedos y los lamió, sus ojos oscuros absorbieron la sorpresa en el
rostro de Francis.

Francis no sabía qué era esto. Se sentía como odio mientras veía a Ángel chuparse
el semen de sus propios dedos, pero también se sentía como libertad, se sentía como
si hubiera cruzado una línea y no quisiera volver atrás.

Fuera lo que fuese, podría estar perdido. Y tal vez no quería que lo encontraran.

132
CAPÍTULO 12
VITARI

El padre Francis Scott podría haber sido el mejor polvo de su vida, y lo único que
habían hecho era chupársela mutuamente. Había algo poético en los ojos del cura
cuando se corría, como si su entrega significara mil veces más que los típicos
encuentros de Vitari tras los bares de mala muerte.

No quería ponerse lírico, pero Francis follaba con todas sus emociones en la cara,
ahí fuera para que Vitari se las bebiera, expuestas para que Vitari las absorbiera. Y él
odiaba lo que estaban haciendo. Odiaba a Vitari la mayor parte del tiempo también,
pero también necesitaba sexo, como un hombre hambriento necesitaba sustento. Y
Vitari se lo iba a dar entonces. Repetidamente.

—Esto no sucedió. No puede volver a suceder —afirmó Francis—. Nunca.

Él lo quería. Pero ahora estaba teniendo una crisis, provocada por el momento en
que Vitari había lamido el semen de Francis.

Apartó a Ángel de un empujón y se puso de pie tambaleándose, pero no tenía


adónde correr. Ni siquiera era de noche, por lo que los pecados de Francis estaban en
la habitación con ellos, a plena luz del día. Tenía la cara sonrojada y sus pecas
marcadas. Gruñó como si fuera a romper algo. Ángel se reclinó en el sofá y observó
al sacerdote brincar por la habitación, caminando de un lado a otro, cada paso como
un martillo sobre un clavo. Definitivamente iba a destrozar algo, tal vez a sí mismo.

133
El hombre se estaba desmoronando y tal vez Ángel debería sentir algo de culpa por
su participación en ello, pero lo único que sentía era satisfacción.

Francis recogió la taza de café y la arrojó contra las puertas de cristal.

Ahí estaba. La rabia. La mantenía enterrada en lo más profundo, tan profundo que
el mundo rara vez la veía. Pero Vitari fue testigo de ello ahora.

La taza explotó. El café salpicó el cristal templado y cayó al suelo.

—¡Nunca más! —gritó Francis—. ¿Entendido?

—Seguro. —Ángel guardó su polla. Tal vez porque sintió algo retorcerse por
dentro, ¿algo así como culpa? Se habían divertido, hasta que estalló la siguiente
discusión. Salió, dejando a Francis caminando, murmurando y rezando.

Las nubes grises de antes se habían disipado y el océano brillaba como diamantes
sobre seda azul. Ahora Vitari se estaba poniendo todo poético. Francis debe habérselo
contagiado. Se rio de su propia broma y salió por el patio, tomando el viejo sendero
cubierto de maleza que bajaba la pendiente hacia los acantilados. Siempre había
odiado esta casa. Estaba demasiado aislada, demasiado solitaria. Pero hoy, a pesar de
que Francis había perdido la cabeza antes, Vitari se sintió extrañamente en paz.
Probablemente por las endorfinas de que uno de los labios más dulces que existen le
chuparan la polla. Esos labios talentosos demostraron que Francis no era virgen. Vitari
se lo había preguntado (con todo el asunto del sacerdocio) si había estado enclosetado
toda su vida. No se tiene mucho tiempo para explorar la sexualidad y descubrirse si
estás en la escuela de sacerdotes. O tal vez si lo había tenido, porque Francis no era
nuevo en chupar pollas.

Tal vez en la escuela de sacerdotes fuera exactamente donde lo había aprendido.

Sabía de primera mano que los sacerdotes no eran todos los brillantes ejemplos de
celibato que decían ser. Vitari olfateó, pateó un mechón de hierba y entrecerró los ojos

134
al sol, pero incluso en aquel lugar tan lejano, seguía oyendo el cerrojo sonar como una
campana de su pasado. Él se estremeció. Solo era un recuerdo. No tenía por qué
afectarlo aquí, , cuando estaba disfrutando de un puto momento, admirando el mar,
con el cuerpo aún excitado por el sexo.

No había planeado volver a joder a Francis. La noche anterior había sido


interesante, pero hoy necesitaba concentrarse en ponerse en contacto con Sal, para
descubrir qué estaba pasando realmente con el sacerdote. Pero entonces Francis se
arrastró fuera de la cama, con los ojos somnolientos y el pelo alborotado, y le había
preparado café a Vitari, diciendo algunas tonterías sobre la dulzura que habían
provocado cosas raras en el interior de Vitari. Después de eso, la mierda fue cuesta
abajo, terminando con la bofetada, que todavía ardía. Y no había manera de que Vitari
fuera a permitir que un sacerdote de ojos saltones lo abofeteara. Así que lo besó,
porque en ese momento le pareció lo correcto.

Empezaba a sentir que cada vez que se acercaba a Francis, quería follárselo en
lugar de matarlo. Lo cual definitivamente no podía ser una ocurrencia continua.

Algo brilló en la hierba más abajo en la ladera. Entrecerró los ojos, mirando el
resplandor del océano.

Había alguien allí abajo. O tenía una mira telescópica o binoculares. Si era una
mira telescópica, Ángel estaba jodido. No había ningún lugar donde esconderse y él
estaba al aire libre. Pero como todavía respiraba, quienquiera que estuviera ahí fuera
no lo quería muerto (todavía) o no era el objetivo previsto.

Resopló de nuevo y caminó en dirección a su invitado, con cuidado de no alertarlo


de que lo había visto. No volvió a ver el destello. ¿Quizás no había sido nada, sólo una
botella tirada en la hierba?

Los arbustos crujieron y una figura salió disparada.

Vitari corrió tras él, saltando algunas rocas y alcanzó al hombre que huía.

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Se desvió a la izquierda, Vitari se abalanzó sobre él, le cortó el paso y lo derribó al
suelo. Le dio un puñetazo fuerte en el estómago, que le hizo perder el equilibrio y lo
inmovilizó. Lo cacheó en busca de armas.

Sin armas ni binoculares. Podría haberlos dejado caer. De cualquier manera, Vitari
lo tenía ahora.

—¿Quién eres y qué carajo haces espiándome? —El imbécil lo fulminó con la
mirada, con los labios sellados—. Oh, ¿quieres jugar ese juego? Claro, juguemos. —
Vitari se bajó de él. El tipo lanzó un puño y se ganó otro puñetazo en el estómago que
le dejó sin aliento. Vitari lo agarró, lo levantó y lo llevó de regreso a la villa.

Encontró a Francis de rodillas en la sala de estar, cepillando trozos de taza rota en


un recogedor. Levantó la vista, sorprendido al ver que tenían un invitado.

—¿Quién es él?

—Buena pregunta. Vamos a averiguarlo. —Vitari empujó al hombre sobre el sofá,


giró sobre sus talones, agarró un fragmento de taza rota del suelo y caminó hacia el
imbécil. Un cuchillo de cocina habría sido más fácil pero no tan dramático. Cortó con
el trozo de porcelana irregular la mejilla del hombre, abriendo una línea delgada y
sangrienta.

El grito ahogado de Francis sacudió los nervios de Vitari. Ignorando el juicio del
sacerdote, Vitari apretó el puño en el pelo del hombre y le acercó el borde de la
porcelana al cuello arenoso y resbaladizo por el sudor, donde la arteria palpitaba.

—Intentemos esto de nuevo. ¿Quién eres y por qué carajo estás aquí?

Era de piel oscura, más oscura que la de Vitari, con una barba corta y bien cuidada.
Su rostro no le resultaba familiar, así que tal vez no conocía a Vitari ni su reputación,
porque había una clara falta de súplica saliendo de los labios del hombre.

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Vitari metió el fragmento de taza entre sus dedos, apretó el puño y le dio un
puñetazo en el estómago, golpeándolo con el borde afilado. El hombre jadeó y ahora
el miedo se mostró en sus ojos.

—Oh sí, te voy a joder absolutamente.

—Oh Dios —gimió Francis.

Su tono irritó la resolución de Vitari. Estaba intentando trabajar aquí; no necesitaba


la mirada justa de Francis sobre él.

—Sal y busca un arma —ordenó Vitari.

—¿Qué? —respondió Francis. Llegó al lado de Vitari, todavía sosteniendo el


recogedor. ¿Qué carajo iba a hacer con eso? ¿Recoger las entrañas del hombre? Porque
tal como iban las cosas, este bastardo no estaría sobreviviendo a su reunión.

—Su arma, ve a buscarla. Camina por el sendero desde la piscina. Está por ahí.

Francis le sostuvo la mirada. Sabía que no lo enviaba a buscar un arma; lo estaba


expulsando para no tener que ver a Vitari destripar a este hombre.

—No tienes que hacer esto —dijo Francis.

—Ve —gruñó Vitari.

El sacerdote pasó la mirada del rostro de Vitari al hombre sangrando, y si se


negaba, entonces iban a tener un problema, y tal vez Vitari tendría que reconsiderar
sobre que Francis tuviera su libertad. Pero Francis se dio la vuelta y atravesó las
puertas del patio.

Vitari observó a Francis alejarse lo suficiente como para no oír lo que venía a
continuación, y luego miró al hombre al que había apuñalado.

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El intruso sonrió.

—Maricón.

Vitari sonrió.

—Nos has estado observando por un tiempo, ¿verdad? ¿Se te puso dura, eh?
¿Viéndome chupársela a un sacerdote?

El hombre escupió y la saliva golpeó la ya dolorida mejilla de Vitari. Maldita sea,


sólo necesitaba abstenerse de matar a este idiota homofóbico el tiempo suficiente para
sacarle respuestas.

—Giancarlo no sabe que su hijo chupa pollas —dijo el chico.

—¿Giancarlo? —No debería estar escuchando ese nombre, no en los labios de este
idiota. ¿Qué tenía que ver Giancarlo con esto? Vitari tragó—. ¿Eres Battaglia?

El idiota sonrió y cerró los labios.

Bien entonces, esta era la parte donde comenzaban los gritos. Vitari agarró al
hombre por la frente y presionó el trozo de jarra que sobresalía hacia su ojo derecho.
El hombre forcejeó y el brillante globo ocular giró, buscando una salida. .

—¡Quieren deshacerse de ti! —soltó.

Las venas de Vitari se congelaron.

—¿Qué?

—Esa bomba era para ti.

¿La bomba en el yate?

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—Estás mintiendo. —No había manera de que la familia se volviera contra él. De
ninguna puta manera. Esto era algún tipo de estratagema de DeSica. ¿Y si este tipo
estaba distrayendo a Vitari mientras un compañero seguía ahí fuera, en la hierba?
Mierda, no había considerado que pudiera haber más. Y Francis deambulaba como
un cordero perdido por ahí.

Jesús.

Vitari se apartó del idiota.

—Eres DeSica. Reconocería tu cara si fueras de la familia.

El tipo sonrió y se secó la mejilla, luego se tocó la herida superficial de la puñalada


en el estómago.

—No soy DeSica. ¿Cómo DeSica sabría que estás aquí?

No, se equivocaba. Tal vez los habían seguido, aunque Vitari se había asegurado
de revisar los espejos retrovisores del auto para ver si los seguían cuando salieron de
Puerto Banús.

Lo estudió y esperó unos segundos, necesitando tiempo para realinear sus


pensamientos en torno a esta nueva información.

—¿Quién te dijo dónde estábamos? ¿Quién te envió aquí?

Él se encogió de hombros.

—¡No es lo suficientemente bueno! —Vitari lo agarró, lo tiró al suelo y le pisoteó


la mano. Los huesos se rompieron bajo el talón de Vitari y los gritos del hombre
llenaron la villa. Era posible que Francis lo hubiera escuchado, pero ya estaba hecho,
y ¿por qué carajo le importaba a Vitari lo que Francis escuchara?

Ese sacerdote era una maldita distracción.

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Vitari apoyó su rodilla en el pecho del hombre, lo agarró por el cuello con su mano
izquierda y levantó el trozo irregular de taza en su derecha, encerrada entre sus dedos,
mostrando la punta.

—Justo en el cuello, te desangrarás en tres minutos. ¿Es eso lo que quieres?

Ahora él tipo tenía miedo. Ya era la maldita hora joder.

—¿Quién te envió? ¿Fue Sasha? —El jefe de la DeSica. Tenía que ser él.

—No estás… escuchando… —jadeó el idiota.

—¡No fue mi maldita familia! —Vitari ladró. Apretó más fuerte, haciendo que el
imbécil jadeara por respirar. Su rostro se ensombreció y sus ojos lagrimaron y se
inyectaron en sangre. Vitari se relajó y el imbécil jadeó y tragó aire—. Inténtalo de
nuevo.

—¡Salvatore!

—¡Ahora sé que estás mintiendo, pedazo de mierda! —Echó el brazo hacia atrás y
observó la arteria palpitante del hombre en su cuello.

—¡No! —Francis ladró.

Vitari vaciló y levantó la vista para descubrir a Francis entrando por las puertas
del patio, con un rifle a su lado. Francis no debería estar aquí, a punto de presenciar
cómo Vitari mataba a otra persona. Y definitivamente no se suponía que llevara un
rifle de caza.

Se suponía que nada de esto debería estar sucediendo.

—Francis —siseó Vitari—. Déjame hacer mi trabajo.

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—Él no tiene que morir. —Francis tragó con fuerza y Vitari escuchó el clic. Y luego
él levantó el rifle y apuntó a Vitari por la mira. Su dedo posándose en el gatillo.

Vitari se rio.

—Baja el arma para que pueda terminar esto.

—No.

¿Por qué ahora? ¿ Por qué Francis tenía que hacer esta mierda ahora?

—Te dejé matar a esos hombres en St. Mary —dijo Francis—, y tú mataste a la
policía. No dejaré que lo mates a él también.

—Maté a esos hombres para salvarte, maldito idiota.

Francis se burló.

—No pongas eso sobre mí.

—¿Está quitado el seguro?

Francis parpadeó. No sabía dónde estaba el seguro. Pero no bajó el arma y Vitari
no podía ver el seguro desde su ángulo. Y ahora la mano de Francis temblaba. Todavía
tenía el maldito dedo en el gatillo. Si el arma estaba cargada, no haría falta mucha
presión para dispararla.

—No vas a dispararme, Francis. Baja el arma.

—Déjalo ir.

—¡Estás sosteniendo el arma que iba a usar para matarte!

—Pero no lo hizo, no tiene que matar a nadie, y tú tampoco.

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Vitari frunció los labios. No quería morir porque Francis no supiera usar un arma.
Sabía que sería un dolor de cabeza.

—Mi hai rotto i coglioni18 —murmuró Vitari, y el espía de DeSica se rio de sus
groseras palabra—. Cierra la puta boca.

Francis retrocedería si Vitari se abstuviera de las amenazas de asesinato, y una vez


que bajase el arma, Vitari tenía que quitársela. Se enderezó y se bajó del posible
asesino, luego arrojó el trozo de taza ensangrentado sobre la mesa de café.

Francis todavía tenía la maldita pistola y, por su ángulo, la bala golpearía a Vitari
en el estómago. Había visto suficientes heridas en el estómago para saber que no
quería morir así, apretando sus entrañas con las manos.

—Francis, ¿el arma?

—¡Cierra la boca! —Francis gritó.

Vitari apretó los labios y levantó las manos. Quizás subestimó cuánto le habían
alterado la cabeza a Francis las últimas cuarenta y ocho horas.

—¿Dónde están las llaves del coche?

—¿A dónde vas?

—A cualquier lugar. ¿¡Las llaves!?

—En la encimera de la cocina. —Observó a Francis deslizarse entre los muebles,


con el dedo todavía rozando el maldito gatillo—. Cuidado con el arma, Francis. Estoy
haciendo lo que quieres y tu dedo está muy cerca del gatillo.

18 “Me rompe las pelotas” en italiano.

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Francis cogió las llaves del mostrador y corrió hacia las puertas del patio. Se
encontró con la mirada de Vitari, luego miró al imbécil en el suelo antes de salir
corriendo.

Vitari bajó las manos y suspiró. Podría dejarlo ir, pero la policía local lo recogería,
y Battaglia o DeSica se lo quitarían de las manos antes de que llegaran los policías
británicos para rescatar a su sacerdote desaparecido.

El asesino lo miró desde el suelo, esperando ver qué haría: perseguir al sacerdote
o matarlo.

—¡Mierda! —Vitari salió corriendo por la puerta, giró por el costado de la villa y
escuchó el motor del auto rugir. Movió las piernas, ignorando la herida ardiente en
su muslo, atravesó la puerta y se estrelló contra la puerta del auto. El coche avanzó,
luego retrocedió y subió al banco de hierba. Vitari agarró la manija de la puerta, metió
los dedos y la abrió de un tirón.

Francis giró el volante y aceleró, haciendo girar el auto, levantando polvo y arena,
y arrojando a Vitari. Se apartó del camino y luego tosió en medio del polvo mientras
el vehículo aceleraba por la pista. Podía intentar correr tras él, pero Francis no
aminoraba el paso.

Lo había perdido.

Vitari puso sus manos en sus caderas y observó el auto rebotar a lo largo de la
pista.

—Maldito sacerdote.

Recordando al asesino, corrió de regreso por el camino hacia la villa, pero el


asesino había huido.

—¡Mierda!

143
Vitari se paró en el patio y escudriñó la ladera árida.

Jesús, qué desastre. No estaba más cerca de saber por qué Francis era un objetivo
tan importante, y ahora los DeSica estaban jugando jodidos juegos mentales con él.
Todo había empeorado mucho. Había perdido a Francis, no tenía idea de lo que quería
DeSica, y ahora el asesino había desaparecido... y había presenciado el intercambio
sexual de Vitari con Francis. Mierdas como esa podrían hacer que lo mataran.

Vitari levantó las manos. Estaba harto de los sacerdotes. Que se jodan todos. Y que
se joda Francis.

Regresó a la villa y sacó su teléfono del bolsillo.

Era hora de irse a casa.

144
CAPÍTULO 13
FRANCIS

Él lo había hecho. Estaba libre.

Temblaba al volante, a pesar del calor. Le castañeteaban los dientes. Pero era libre.
No tenía ni idea de adónde iba, pero era libre y eso era bueno.

El rifle yacía sobre el asiento del pasajero.

Casi había apretado el gatillo. Casi le había disparado a Ángel. Él hubiera querido
hacerlo.

No importaba.

Estaba libre.

Conduciría y… se alejaría mucho. Solo conduciría.

El auto siguió rugiendo durante unas horas, hasta que se puso el sol y las señales
de tráfico mostraban nombres de lugares en español que Francis no podía leer. Luego
vio farolas y dos carriles de tráfico. Había conducido en Inglaterra, pero no en el
extranjero, donde conducían por el lado opuesto de la carretera.

Atravesó una ciudad bulliciosa y continuó hacia otra zona de campo sin llamar la
atención. Podría haber parado y pedido ayuda, pero dada su experiencia en la marina,

145
con los policías que habían intentado dispararle, sólo quería seguir conduciendo y
alejarse lo más posible de todo.

El indicador de combustible cayó por debajo de la barra de advertencia naranja y


afuera no había… nada. Pasó por delante de algunas chozas con tejados de chapa y
de algún que otro perro vagabundo. ¿Había lobos en España? No. Él no lo creía.
¿Coyotes? ¿Por qué no sabía estas cosas?

El coche chisporroteó, tosió, siguió andando un poco más y se detuvo. Lo llevó


hasta el arcén de la carretera y se sentó al volante, con los faros encendidos, mirando
la oscuridad. Esta era entonces otra prueba. Un salto de fe. Tenía fe. Dios no lo
abandonaría. Dios nunca abandonaba a los devotos. Les daba las herramientas que
eran necesarias cuando más las necesitaban. En este momento, a Francis le vendría
bien un teléfono. O una linterna.

Estaba bien.

Todo estaba bien.

Se quedaría en el coche y esperaría hasta el amanecer antes de seguir caminando.

Estaría a salvo en el coche.

Al menos tenía un arma.

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Los golpes de unos nudillos en la ventanilla lo despertaron y una anciana de rostro
amable se asomó al interior del coche. Ella recitó algo con en español fluido y sonrió,
mostrando los espacios entre sus dientes.

—¿Teléfono? —él graznó.

—Si. —Ella asintió y luego su sonrisa desapareció. Había visto el arma en el asiento
del pasajero.

—Oh, no, eso es sólo... eso no es mío. —Él se rio nerviosamente—. Soy sacerdote.
No uso... armas.

Se apresuró a cruzar la carretera y por un sendero serpenteante hacia una lejana


granja. ¿Y si también iba a por una pistola?

—Dios, concédeme fuerza.

Iba a tener que caminar. Si cogía la pistola, parecería un loco. Si dejaba el arma, un
niño podría encontrarla. Si la policía lo encontraba con el arma, probablemente le
dispararían.

Escondió el arma debajo del asiento, salió del auto y comenzó a caminar.

Oleadas de calor le azotaron. Pero estaba bien, considerando los últimos días.
Pudo haber sido mucho peor.

Entonces... Caminaría hasta encontrar a alguien con un teléfono y luego llamaría


a St. Mary. Julia probablemente contestaría, pero eso estaba bien, ella llamaría a la
policía, y eventualmente organizarían a alguien para que viniera a buscarlo aquí…
dondequiera que estuviera.

Miró hacia atrás. No había coches, nada en el cielo azul. Sólo la deslumbrante luz
del día.

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No tenía agua ni comida.

¿Y si Ángel lo encontraba?

No, no iba a estar pensando en él.

Las sirenas aullaban a lo lejos. Luego se hizo más fuerte. Entrecerró los ojos ante
la neblina de calor que se elevaba desde la carretera.

No es posible que todos quisieran matarlo, ¿verdad?

Los coches de policía aparecieron sobre la colina, uno tras otro. Seis en total.
Muchos. Tal vez la amable anciana los había llamado y les había dicho que tenía un
arma.

Se detuvo y levantó las manos, tratando de parecer lo menos amenazador posible.

Los coches se detuvieron con un chirrido. Hombres armados salieron del interior
con chalecos antibalas verdes con la palabra GARDIA19 en el frente. Se arremolinaban
a su alrededor, ladrando órdenes en español.

—Oh Dios. —No entendía lo que querían—. Mi nombre es Padre Francis Scott —
tartamudeó—. Soy sacerdote. —Sólo tenía que mantener la calma y hablar despacio—
. Fui secuestrado. —Su corazón se aceleró. El miedo le obstruyó la garganta,
intentando asfixiarlo.

19 Creo que se refiere a la Guardia Civil española, la cual es la fuerza de gendarmería nacional y,
por tanto, tiene estatus militar. Patrulla todo el territorio nacional (incluyendo carreteras y puertos), excepto
aquellas zonas que pertenecen a la Policía Nacional, realizan controles aduaneros e investiga delitos en los
mismos. Su uniforme es verde y lleva las palabras “Guardia Civil” al frente y a la espalda, pero como Francis no
sabe español lo lee mal

148
Lo obligaron a arrodillarse, le pusieron los brazos detrás de la espalda y le
pusieron esposas frías en las muñecas. ¿Por qué estaban armados? ¿Lo creían
peligroso? ¿Y si acababa en una prisión española? No, debían tener traductores. No
podían arrestar a un sacerdote sin causa y meterlo en la cárcel, ¿verdad?

—Soy el padre Scott. Soy Inglés. Me trajo aquí un hombre... un hombre que trabaja
para Battaglia.

—Sabemos quién es usted, padre —dijo una mujer en un inglés con acento. Ella
salió de las filas de oficiales, usando el mismo chaleco antibalas, pero su sonrisa era
amable. Ella se agachó frente a él—. Está bien, padre. Está a salvo. ¿Vamos a revisarlo,
sí? Y luego puede hablarnos de la Battaglia.

—¿Cómo se siente, padre?

—Mucho mejor, gracias. —Nadie había intentado matarlo todavía.

—Esto es bueno, bueno. —La policía, a quien Francis ahora conocía como Catalina
Díaz, era especialista en crimen organizado y parecía ser el equivalente español de un
inspector jefe, por lo que tenía un rango más alto que el de la mayoría en la gran
comisaría de Marbella. Llevaba su largo y ondulado cabello oscuro recogido en una
sencilla cola de caballo y conversaba con su personal en un tono agudo e imponente.
Francis siempre se había sentido intimidado por las mujeres poderosas, pero cuando
ella sonreía, lo que hacía a menudo, su vena despiadada se desvanecía—. Hay un
contacto de la Agencia Nacional contra el Crimen en camino desde el Reino Unido.
Antes de que lleguen, padre, ¿podría respondernos algunas preguntas, por favor?

149
—¿No estoy bajo arresto?

—No, no. Es solo una cortesía —explicó— Para ayudarnos.

Estaba sentado en lo que parecía ser una sala de interrogación, pero no había
dispositivos de grabación. Sólo sillas cómodas, un enfriador de agua y una ventana
con vistas al centro de Marbella.

—Está bien, es solo que... Hubo unos policías en una marina —explicó, sin estar
seguro de si ella podía entender todo lo que estaba diciendo—. En algún lugar, no lo
sé. Estaba a unas horas de donde me encontraron. Ellos uh... eran corruptos, creo. No
sé en quién confiar. —Se movió, incómodo. De alguna manera, se le había metido
arena o gravilla en los zapatos, probablemente del sendero de la villa, y se le habían
formado ampollas. Todo dolía. En realidad, sólo quería volver a casa. Puso las manos
sobre la mesa y se mordió las uñas—. Es erm... han sido unos días difíciles.

—Lo sé y lamento todo por lo que has pasado. Una vez que la NCA20 te lleve a
Inglaterra, perderemos la oportunidad de hablar contigo, y lo que me interesa es la
policía corrupta que mencionas. Y los Battaglia.

El asintió. Esa gente estaba muerta. Había que hacer justicia.

—Está bien, sí, de acuerdo Ayudaré.

—Gracias, padre.

Levantó un maletín sobre la mesa, abrió los pestillos y sacó una pila de fotografías
del interior, luego las colocó sobre la mesa en filas.

20 National Crime Agency (Policía Nacional contra el Crimen), es una agencia nacional de aplicación de la

ley en el Reino Unido . Es la principal agencia del Reino Unido contra el crimen organizado ; tráfico de personas
, armas y drogas ; cibercrimen ; y delitos económicos que traspasan fronteras regionales e internacionales; pero se
le puede encomendar la tarea de investigar cualquier delito.

150
—Dime si reconoces a alguno de estos hombres.

Observó cómo aterrizaba cada fotografía y estudió sus estoicas fotografías


policiales.

—¡Oh sí! —Señaló la foto de uno de los policías que le había disparado en el
puerto—. Ése era un policía.

—No era policía —dijo Catalina con gravedad—. Era de la DeSica.

—¿Pero quiénes son los DeSica?

—Una de las dos grandes organizaciones criminales que operan en el sur de Italia.
La DeSica es más pequeña, pero igual de peligrosa. Battaglia es mafia, ¿conoces el
término, no?

—Sí. —Desafortunadamente, Ángel le había iluminado con el hecho de que la


mafia no era un producto de Hollywood y de hecho era muy activa.

—Trafican con personas, drogas, armas, productos falsificados en Australia,


Canadá, Londres. Y España. ¿Qué pasó con este hombre? —Ella tocó la fotografía del
hombre de DeSica. Francis miró el rostro plácido y recordó vívidamente cómo Ángel
había apuntado una pistola bajo la barbilla del hombre de DeSica y había hecho volar
su masa encefálica por todo el techo del restaurante.

Si se lo contaba, podrían acusar a Ángel, detenerlo, condenarlo. Con la ayuda de


Francis, como testigo. Eso era lo correcto. Ángel los había matado. No había dudado.
Debería ser arrestado. Debería estar tras las rejas. Pero luego había que considerar a
la Iglesia y la ubicación de Francis en St. Mary. Un escándalo como este sería mal visto,
independientemente de que nada de eso hubiera sido culpa suya.

Esperaba que lo apoyaran.

151
Y luego estaba Ángel... y lo que habían hecho. Juntos. Si Francis lo acusaba, él
revelaría cómo habían... intimado. Francis sólo llevaba unos meses como sacerdote.
Un escándalo como ese arruinaría toda su vida.

—¿Padre?

—Yo er... yo no... Me persiguieron y uh... había una bomba, y el barco... bueno,
explotó, y estaban... fue todo muy confuso, mucha gente corriendo. —Se frotó la frente
sudorosa. —No lo sé, no estoy seguro, es mucho para asimilar.

—Está bien, padre. —Ella sonrió y los latidos de su corazón disminuyeron—. ¿Qué
acerca de este hombre?

Ella había colocado más fotos mientras él repasaba mentalmente las dolorosas
últimas veinticuatro horas. Imágenes de más sospechosos, más rostros en blanco, pero
ahí estaba Ángel, con expresión aburrida, mirando a la cámara como si desafiara a
quien había tomado esa foto a usarla en su contra. Incluso allí, con ese fondo blanco,
su cabello negro y sus pestañas negras, combinados con esos ojos inquietantes,
paralizaron a Francis.

—Yo eh…

—¿Es este el hombre que se lo llevó padre?

Ella debía saber que así era.

—Sí —dijo en voz baja.

—Ángel, ¿no es así?

—Sí, dijo que se llamaba Ángel.

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—Sí, sí. —Ella se recostó en la silla—. Este hombre… Él es Vitari Angelini, L’Angelo
della Morte, el Ángel de la Muerte. Hijo de Don Giancarlo Ciani. Tienes mucha suerte.
Vitari Angelini es un criminal muy peligroso.

Sí, él mismo había llegado a esa conclusión. Pero no tenía idea de que Ángel, Vitari,
fuera el hijo de un jefe de la mafia. Había estado llevando a Francis de regreso a Italia
para su padre.

—¿Iban a pedir rescate por ti? —ella preguntó.

—¿Rescatarme? —¿Quién pagaría por él? No podía imaginar que la Iglesia se


mancillara con tales cosas, y él no tenía familia y poseía muy poco dinero—. No sé.
En realidad no lo dijo. Parecía querer evitar que DeSica me encontrara, más que
cualquier otra cosa. Ellos fueron los que vinieron a mi iglesia. En Inglaterra. Los
cuerpos... Yo... Ellos... —Se tocó la frente otra vez y la costra del moretón del lugar
donde se había golpeado con el banco. Eso pareció haber ocurrido hace semanas, no
hacía unos pocos días.

Su corazón aleteaba como un pájaro atrapado en su pecho. No podía hacerlo,


todavía no.

—Lo siento, todo está borroso.

Un golpe en la puerta lo sobresaltó y una mujer más joven asomó la cabeza, dijo
algo en español y se fue de nuevo.

Catalina recogió sus fotografías y las guardo dentro de su maletín.

—Me gustaría hablar un poco más con usted, ¿tal vez cuando esté instalado en
Inglaterra? ¿Si?

Realmente quería ayudar, era solo… que era demasiado.

—Sí. Lo siento, me siento un poco… abrumado.

153
Parecía comprensiva y, ante esa sonrisa genuina, Francis intentó no sollozar como
un idiota.

—Está bien, su conexión de la NCA está aquí.

Fue entregado al cuidado de una brusca mujer de la NCA, la cual parecía ser la
agencia gubernamental del Reino Unido que se ocupaba de las bandas del crimen
organizado. La agente se presentó como Priti Sharma y le explicó que lo llevaría al
aeropuerto de inmediato, ya que era importante que abandonaran suelo español, lo
que implicaba que aún no estaba a salvo de las garras de la mafia.

Salieron de la comisaría en una caravana de coches marcados y llegaron a un


pequeño aeropuerto, donde les esperaba un avión de dos hélices sin marcar. Subió a
bordo y, en menos de una hora, ya estaban en el aire. Todo parecía surrealista, como
un sueño. Pero nada había parecido real desde que encontró el cuerpo de Victoria
Chance en el cementerio Tal vez incluso desde antes de eso, cuando se había
arrodillado frente a la fila de obispos en la Catedral de Westminster, a punto de ser
ordenado.

Miró por la ventana y España se encogió bajo ellos.

¿Alguna vez sería libre?

Aterrizaron en el aeropuerto de la ciudad de Londres justo cuando el sol empezaba


a ponerse, pintando el horizonte londinense con el resplandor rojizo de finales de
verano. Cuando el avión aterrizó en suelo británico, Francis exhaló el resto de sus
nervios. Casi en casa.

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—Queremos hacerle algunas preguntas, señor Scott —dijo Priti, olvidando que era
sacerdote o prefiriendo ignorar ese hecho. No podía culparla; no parecía ni se sentía
particularmente sacerdotal.

Ella recogió sus maletas y le hizo un gesto con la cabeza para que avanzara.

—Pero como estará en buenas manos, nos complace que se tome un día para
recuperarse.

—¿'Buenas Manos’?

—El Padre... Hawker, creo que se llama, ha venido a recogerte.

—El Padre Hawker. —¿Por qué Francis se sentía como si hubiera pasado de un
avispero a otro? El padre Hawker no había sido más que amable y servicial. Francis
debería sentirse aliviado de que estuviera ahí para él.

Bajaron las escaleras del avión hacia el gélido aire de Londres y, mientras Francis
seguía a Priti, miró hacia adelante y vio al padre Hawker de pie con las manos
entrelazadas frente a él, junto a una de las puertas de servicio de la terminal. El viento
tiraba de su sotana, agitándola alrededor de sus tobillos, mientras la tela negra
abrazaba su gordo abdomen. Levantó los brazos cuando Francis se acercó y lo abrazó
sin dudarlo.

—Dios mío, te ves terrible, Francis. —Le dio unas palmaditas en la espalda
mientras se separaban.

—Me siento terrible, sinceramente. —No esperaba un abrazo. O ver al padre


Hawker en Londres. Todo este alboroto, por Francis.

—Entremos —instó el padre Hawker, ansioso por escapar del viento frío.

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Entraron juntos al edificio utilizando un túnel de servicio, lo que fue un poco
extraño, pero la mente de Francis se había desgastado por el estrés y la falta de sueño,
y muy poco de cualquier cosa tenía sentido para él.

Esperó en una silla de plástico como un niño que se porta mal afuera de la oficina
del director mientras Priti y el padre Hawker discutían el hotel en el que se hospedaría
Francis y el número al que llamar si había algún problema. Debió haberse quedado
dormido, porque cuando el padre Hawker le dio un suave empujón en la rodilla, Priti
ya no estaba y estaban solo ellos dos en el largo y frío túnel.

—Francis, sé que has pasado por muchas cosas y estoy seguro de que quieres que
todo este calvario termine de una vez. Pero me temo que hay una gran multitud de
periodistas delante del aeropuerto y creo que al arzobispo le gustaría que estés
presentable cuando te salude delante de las cámaras.

Muy poco de lo que acababa de decir tenía sentido.

El padre Hawker le tendió un montón de tela negra doblada e hizo una mueca.

—Lo siento.

No era sólo tela, una sotana.

¿Quería que Francis se pusiera una sotana, ahora? Apenas habían aterrizado hace
unos momentos.

—Uh, yo uh… —Francis se puso de pie y tomó la pesada sotana—. ¿Ahora?

—Sí.

Su propia ropa, la que le había prestado Ángel, estaba sucia. Al menos los
pantalones estaban tan manchados que ya no se notaban marcas incriminatorias.

—Puedo tomar una ducha, primero, ¿no?

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El padre Hawker frunció el ceño.

—El arzobispo Montague está esperando.

Montague estaba aquí. El corazón de Francis se aceleró de nuevo y de alguna


manera golpeó en sus oídos y en su pecho.

El padre Hawker miró su reloj.

—Ha estado esperando bastante tiempo.

Francis no tenía otra opción. Era así de simple. Debía ponerse la sotana y ser el
sacerdote que todos esperaban que fuera.

—Sí, sí —murmuró, consciente de la creciente impaciencia del padre Hawker.


Recogió la sotana, se la pasó por la cabeza y la movió hacia abajo. Se abotonaba cerca
del cuello, para que nadie notara que no vestía blanco debajo. El padre Hawker le
entregó el rígido alzacuello blanco. Lo tomó y se estremeció ante el agudo recuerdo
de Ángel tirando su viejo collar a la basura en una parada de descanso.

—¿Francis?

Por Dios, él simplemente quería que esto terminara de una vez.

—Estoy bien. Sí. Estoy bien. —Las sotanas siempre eran pesadas, pero ésta parecía
especialmente pesada. Siguió adelante, asumiendo que el padre Hawker lo guiaría
por el camino correcto, y vio su reflejo en las paredes de vidrio. Aparte del corte en la
frente, los moretones y el hecho de que no llevaba calcetines, nada había cambiado.
Todavía era el padre Francis Scott, recién ordenado, recién salido de la escuela de
curas, como diría Ángel.

Una pequeña y extraña burbuja de risa intentó salir de sus labios, lo que
definitivamente no serviría. Tenía que saludar al arzobispo con aplomo y gracia,
aparentemente delante de los periodistas.

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¿Qué quieres, padre? Ángel había preguntado, de esa manera que él tenía, sus
palabras como minas terrestres en la mente de Francis.

Lo que Francis quería nunca había importado.

—¿Vas a estar bien? —Preguntó el padre Hawker, siguiéndolo varios pasos


mientras resoplaba para alcanzarlo.

—¿Por qué no lo estaría? —Francis pintó su habitual sonrisa en sus labios.

El zumbido de fondo de mucha gente charlando indicaba que se estaban


acercando a la salida. El arzobispo Montague estaba esperando. Era el mentor de
Francis, su patrón. El hombre al que había prometido obedecer en todas las cosas, sólo
por debajo de Dios. Y Francis estaba a punto de saludarlo después de haber
presenciado múltiples asesinatos, mientras sus pantalones llevaban la mancha de
semen seca del hombre que los había matado.

Las náuseas le mojaron la lengua. Los bordes de su visión palpitaron.

Sólo tenía que superar esto, simplemente evitar el desastre en su cabeza y corazón
y hacerlo.

Francis atravesó una puerta y se encontró con una galería de rostros. Cientos de
personas se encontraban detrás de una delgada barrera y todos volvieron la cabeza
hacia él. Entonces aparecieron las cámaras y una lluvia de flashes lo cegó, cada uno
de ellos atravesando la parte posterior de su cráneo.

Se aferró a su sonrisa como a un balsa salvavidas y desvió la mirada hacia la


izquierda, siguiendo las barreras, y allí estaba el arzobispo Montague, con su barba
canosa y sus ojos sonrientes. Francis se deslizó hacia él y, cuando la mano del
arzobispo se levantó, Francis se arrodilló y besó el anillo pontificio. Frío, duro,
metálico. Su estómago se revolvió. Tragó la bilis y le sonrió al arzobispo. Los golpes
en su cabeza se convirtieron en gritos, pero llevaba su sonrisa como un escudo.

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—Padre Francis, ¿cómo fue estar prisionero? —llamó uno de los periodistas.

—Padre Francis, ¿está contento de estar en casa?

—¿Fuiste torturado?

—¿Hubo un rescate?

—Padre, ¿una foto rápida de usted y el arzobispo?

Montague puso su mano sobre la cabeza de Francis y dijo una oración, y mientras
Francis cerraba los ojos, soñó que estaba de nuevo en un pequeño restaurante italiano
en la costa española, observando los barcos balanceándose en las aguas iluminadas
por el sol.

Porque incluso cenar con un asesino era mejor que estar aquí.

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CAPÍTULO 14
VITARI

El vino se le había subido a la cabeza a Vitari, pero no era importante, todavía tenía
suficiente ingenio para vigilar a Luca y asegurarse de que el pequeño idiota no
estuviera dispuesto a hacer o decir algo que le hiciera ganarse un puñetazo en la cara.
Desde que el hermano mayor de Luca había sido encerrado tras las rejas, el pequeño
Luca Esposito estaba tan desesperado por hacerse un nombre por su cuenta.

El personal volvió a llenar el vaso de Vitari una y otra vez, y Sal se reía de esa
manera suya, burlándose de algún idiota que lo había interrumpido en el tráfico de
Roma, por lo que Sal lo había perseguido y amenazado con cortarle las pelotas. Las
risas y el estruendo de las conversaciones familiares llenaban el aire de la noche.

Vitari se separó la camisa húmeda del pecho. Giancarlo había decidido trasladar
el banquete al patio para aprovechar al máximo la brisa de la tarde. Parecía cómodo
en la cabecera de la mesa, enfrascado en una conversación con el padre de Sal,
Antonio, conocido como Pequeño Toni.

Todo era como debería ser. Excepto que Vitari no podía quitarse la sensación de
que no todo estaba bien. Desde que había aterrizado de nuevo en suelo italiano hacía un
día, había tenido una picazón persistente en el fondo de su mente que no podía
rascarse. A estas alturas debería haber estado medio borracho, disparando a latas o
drogándose con Sal. Por lo general, entraban a Le Castella, tal vez tomaban un yate

160
por la costa, ligaban con mujeres, Vitari fingía que se la chupaban, luego recorrían los
bares de la playa y tal vez iniciaban una pelea. Si una noche no terminaba con los
nudillos ensangrentados, no valía la pena recordarla.

Pero nada de eso le parecía bien esta noche. Estaba demasiado nervioso,
demasiado alerta.

—Pareces deprimido, fra. —Sal lo agarró del hombro y dejó caer su masa
musculosa de oso en la silla junto a Vitari—. ¿Ese sacerdote te afectó? —Él sonrió
burlonamente. Sus ojos vidriosos sugerían que estaba tan borracho como debería
haber estado Vitari.

—Él no, DeSica. Estaban involucrados y eso me jode.

—Déjalo estar. Has vuelto, ya está hecho. Bebe más vino. —Chocó su vaso con el
de Vitari.

El padre de Sal, Toni, llamó la atención de Vitari y le hizo un gesto con la mano
para que fuera.

Sal gruñó en tono de disculpa, y Vitari se levantó y luego se acercó tranquilamente.


Había evitado tener que lidiar con su padre durante todo el día, pero el encuentro era
inevitable.

—Vamos a poner a Luca con el cura —dijo Toni.

Vitari sostuvo la mirada del hombre mayor el tiempo suficiente para hacerle saber
que la idea era terrible, y luego bajó la barbilla.

—Lo que creas que es mejor. —Luca estaba cerca, probablemente escuchando,
pensando que había ganado.

Toni miró a Giancarlo, luego ambos hombres dirigieron sus miradas a Vitari, y fue
como ser observado por dos leones que aún no habían decidido si valdría la pena

161
levantarse de la roca para matarlo. No matarían a Vitari. Él era sangre. El problema
no deseado de una puta, pero daba igual, Giancarlo seguía siendo su padre. Pero
había formas más creativas de lastimar a alguien que matándolo.

—Te enviaremos a Sudamérica para supervisar las operaciones allí —dijo


Giancarlo. Habló lentamente, con seriedad, sabiendo que él era el rey de su mundo y
que todos los demás estaban debajo de él.

Vitari hizo lo que mejor sabía hacer y se arrodilló. Tomó la mano de su padre y
besó el anillo.

—Te he fallado y lo siento. Lo haré bien. Te amo papá. Eres todo para mí y te debo
la vida. Estaré siempre a tu servicio. —Las palabras salieron de él rápidamente—. Y
al servicio de la Battaglia... —Hizo una pausa para humedecerse la garganta—. Te lo
ruego, por favor no me envíes a Sudamérica.

Enviarlo a Venezuela era un castigo. Estaría fuera de la vista, fuera de contacto.


Preferiría que Giancarlo le quitara un dedo antes que ser enviado al otro lado del
mundo, a la maldita jungla.

Giancarlo sonrió y cubrió la mano de Vitari con la suya.

—Buen chico. —Luego sus dedos se cerraron con fuerza, aplastando la mano de
Vitari. Jadeó. Giancarlo lo agarró por la nuca, lo subió a su regazo y se burló—:
Fállame otra vez, como el hijo de puta que eres, y no volverás de Venezuela. —Lo
soltó, le sonrió y rio, y todo estaba jodidamente bien en el mundo mientras Vitari se
ponía de pie, con la mano ardiendo y el rostro aún más caliente.

El idiota de Luca, con su destello de cabello rubio teñido, le sonrió burlonamente


desde su asiento y le levantó el dedo medio, como un puto niño.

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Vitari prometió romperle las piernas a Luca con una palanca. Más tarde. Como
nadie quería asociarse con él, ahora que había caído en desgracia, dejó la mesa y
caminó aprisa por el césped, dejando atrás los jardines de la casa.

—Ángel —llamó Sal, apresurándose a alcanzarlo—. Que se joda Lucas. Él sabe que
no eres tú, así que tiene que ser un idiota.

Vitari lo despidió con un gesto para que Sal no viera lo crudo que lo habían dejado
las palabras de Giancarlo, cuánto le dolía que su propio padre le llamara todas las
cosas que sabía que era.

—Estoy bien, vuelve a la comida.

—Vamos a la ciudad. —Sal pasó su brazo alrededor de los hombros de Vitari,


tropezando con él.

Vitari lo empujó.

—Vete a la mierda, Sal.

Sal se abalanzó de nuevo, agarró a Vitari y lo acercó.

—De ninguna manera, me necesitas.

Las payasadas de Sal provocaron una sonrisa renuente.

—Necesitas recuperar la sobriedad.

Pero ya estaban a mitad del camino sinuoso hacia la ciudad, y Sal no iba a irse
ahora que se había aferrado a Vitari. Nunca lo hizo. Probablemente era el único amigo
verdadero que tenía Vitari. Todos los demás querían acercarse a él porque era el hijo
de Giancarlo, pensando que subirían otro peldaño en la escalera de Battaglia, sin darse
cuenta de que Vitari estaba al final.

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Llegó a la ciudad con Sal y, después de unas cuantas copas más gratis en los bares,
el dolor de las palabras de su padre se desvaneció. Giancarlo se ponía así. Su ira era
un látigo. Pero una vez asestado el golpe, todo terminaba.

—¿Es ese tu sacerdote? —Preguntó Sal, señalando con la cabeza hacia el pequeño
televisor que estaba en silencio en la esquina del bar.

El padre Scott tenía buen aspecto con su impecable túnica negra. Se deslizaba
desde sus hombros y se ensanchaba hasta sus caderas en líneas largas y elegantes. Tan
jodidamente sereno y elegante. Nadie imaginaría que le había chupado la polla a
Vitari. Excepto el asesino desaparecido. Ese tipo necesitaba morir. Vitari iba a tener
que abordar eso.

—Sí, ese es él.

El teletipo en la parte inferior de la pantalla decía: Amado sacerdote encontrado por


la policía española. El arzobispo saluda al padre Scott. Francis se arrodilló y besó el anillo
del arzobispo, tal como había hecho Vitari con su padre. Tal vez no eran tan
jodidamente diferentes, excepto que Francis pertenecía a algún lugar, y Vitari no.

El arzobispo, un hombre barbudo de unos cincuenta años, le sonreía a la multitud


con la mano en la cabeza de Francis y, mientras la cámara hacía un barrido, Vitari vio
los ojos del hombre. Se le dio un vuelco el estómago y alcanzó la barra. Él lo conocía.
Lo conocía demasiado. El sonido del cerrojo resonó en su mente como una campana
de advertencia, y su visión se nubló. Ya no estaba en el asfixiante bar sino en
Inglaterra, hace muchos años.

Sal gruñó algo acerca de regresar enseguida y tropezó lejos con un par de mujeres,
aumentando su encanto. No se dio cuenta del repentino episodio de Vitari.

Vitari se apoyó en la barra y observó cómo el arzobispo colocaba su mano entre


los omóplatos de Francis y lo guiaba fuera del aeropuerto. Las cámaras parpadeaban,
los periodistas gritaban preguntas como balas y Francis ni siquiera se inmutó. Sonrió

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como si todo estuviera bien, pero había mostrado la misma sonrisa cuando Vitari lo
había observado en su parroquia. Era falso.

Bien.

Que sufra. Que todos sufran. Jodidos pretenciosos.

El padre Scott era ahora el problema de Luca.

Sal estaba en el proceso de convencer a las dos mujeres para que se unieran a ellos.
Vitari suspiró hacia el techo, obligando a su corazón a desacelerarse. El pánico
también disminuyó. A veces el pasado le acechaba, especialmente en noches como
ésta, cuando se odiaba a sí mismo. Pero siempre pasó.

Las mujeres se unieron a ellos y fueron al siguiente bar, luego al siguiente,


haciendo más ruido con cada trago que tomaban. Nadie se atrevió a detenerlos. Eran
dueños de esta ciudad.

Sal desapareció con su cita, dejando a Vitari con la hermosa joven con la que había
estado coqueteando toda la noche. Probablemente estaba medio excitada, medio
aterrorizada. Las mujeres locales sabían que no debían involucrarse con los hombres
de Battaglia, por lo que ésta y la de Sal probablemente eran de otra ciudad, y habían
venido a disfrutar de la vista al mar, probar los bares y a los hombres.

No pudo retrasar más lo inevitable y la condujo fuera del bar, doblando por un
callejón lateral adoquinado. Vitari levantó la botella de cerveza cara en una mano, casi
tomando un trago, pero dudó mientras se desplomaba contra la pared, mirando un
camino que constaba de demasiados escalones irregulares. Su cita se inclinó y trató de
meter su lengua entre sus labios. Odiaba esta parte, pero era necesaria. Siempre existía
la posibilidad de que la hubieran obligado a hacer esto, o de que hablara más tarde, y
él necesitaba mantener las apariencias. Él le devolvió el beso, poniendo un esfuerzo
casual en ello. Luego acunó su cabeza y hundió los dedos en su cabello. Fingir era
fácil, hasta cierto punto.

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Ella se deslizó por su cuerpo, besó su pecho a través de su camisa abierta y él tomó
un sorbo de cerveza. No era por ofenderla, pero bien podría haber sido una muñeca
de plástico por todo lo que hizo por su polla.

Estaba tan jodidamente cansado de fracasar.

Buscó en su bolsillo, abrió su billetera y sacó unos cuantos billetes de cien euros.

—Aquí tómalos.

Su cara se puso toda desconcertada y ofendida, pero también aliviada. Él no era


un idiota, y ella tampoco.

—Follamos, fue genial —farfulló—. Dile a tus amigos que te follaste a Vitari
Angelini. —Así no tendría que volver a hacer este baile hasta dentro de unos meses
más.

Ella le quitó los billetes de los dedos, se ajustó la blusa y dio un paso atrás,
comprobando si le permitía irse o si se trataba de algún juego retorcido.

—¡Boo!

Ella se estremeció y Vitari se rio. Él lo había sabido. Ella no estaba dispuesta a


chuparlo porque quisiera, todo era acerca de la familia, el nombre y el
comportamiento.

—Vete a la mierda —gruñó.

Ella lo maldijo y se alejó, haciendo sonar sus tacones. Vitari soltó una risita y luego
se tambaleó, casi cayéndose de un escalón. Jesús, había bebido demasiado y ahora este
escalón parecía el lugar perfecto para descansar un rato.

Se deslizó por la pared mientras el callejón giraba, bebió el resto de la cerveza y


arrojó la botella a la pared del fondo, viendo cómo se rompía en mil pedazos

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brillantes. Sus entrañas se tensaron, doblándose hacia adentro. Levantó las rodillas y
las abrazó con fuerza. Pero la sensación empeoró, como si todas las partes feas de él
estuvieran ahogando su corazón en la oscuridad, y no pudiera mejorarlo porque las
partes rotas estaban adentro

Sollozó, luego se rio y se pasó las manos por el pelo.

Se oyó un cerrojo. Saltó de la pared y cayó contra el lado opuesto del callejón. Una
puerta se abrió con un chirrido y un gato negro entró trotando. Su dueño volvió a
cerrar la puerta y el cerrojo fue pasado otra vez.

El aire le apretó los pulmones. Se dobló, se agarró los muslos, y entonces su cuerpo
lo rechazó todo y vomitó el alcohol de toda una noche. Y ahora se odiaba aún más.
Tal vez debería ponerse una maldita pistola en la cabeza y hacerle un favor a la
familia.

Se aferró a la pared a su espalda y miró hacia las estrellas acuosas.

Quizás Francis debería haberle disparado. Entonces el maldito sacerdote iría al


infierno, donde ya estaba Vitari.

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CAPÍTULO 15
FRANCIS

Cerró la puerta de su cabaña y caminó por la calle tranquila, pasando junto al


cartero, que intentó detenerse y hacer mil preguntas. St. Mary estaba como él la había
dejado. Por supuesto que sí. La Iglesia católica era inamovible, inmortal, indomable.

Francis atravesó la puerta y caminó por el camino adoquinado.

Todo iba a estar bien.

Estaba de vuelta donde pertenecía y haría las cosas de manera diferente. Sería
digno.

Todo lo que había sucedido fue… un viaje. Apenas estaba comenzando y aún no
había llegado al destino, eso era todo.

El padre Hawker le había aconsejado y le había tomado la confesión, aunque


Francis no le había contado lo peor de todo. Descargaría su alma, pero todavía no. El
padre Hawker había sido muy complaciente y servicial; no quería que el hombre
cargara con el peso de todas las cosas terribles que Francis había visto y hecho. Oraría
y buscaría la guía de Dios, pero más importante aún, serviría a Dios y a sus feligreses
porque ahora sabía lo importantes que eran.

St. Mary era su santuario.

Todo iba a estar bien.

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Le dio los buenos días a Julia y trató de no pensar en la tristeza de sus ojos. Ella
fue quien encontró a los muertos y alertó a la policía de su ausencia. Hablaría con ella
sobre ello cuando ambos estuvieran listos.

—¿Una taza de té, padre?

—Es una idea fabulosa. Gracias.

—Le vi en las noticias, lucía muy guapo.

—Emmm, sí. —Sacó la silla de detrás de su escritorio y se sentó. Esto se sentía bien.
Se sentía como un nuevo comienzo. Como una segunda oportunidad. Ángel había
sido una prueba y una lección.

Francis había aprendido a ser agradecido por todo lo que le habían dado.

Abrió el cajón superior y se quedó helado.

La carta privada y confidencial estaba sobre su agenda. Abierta.

Se quedó mirando los trozos de sobre rasgados.

—Julia, ¿abriste esto?

—Aquí está. —Dejó su taza de té, hizo sonar el platillo y miró dentro del cajón. —
No, eso ya estaba abierto cuando lo puse allí. ¿Supuse que la había abierto?

Su sonrisa se torció.

—Si probablemente. —No lo había hecho.

Julia repasó los acontecimientos del día, uno por uno, pero su voz se desvaneció
tras el pavor que le retumbaba en la cabeza.

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Francis cerró el cajón de golpe. Alguien la había abierto. Alguien lo había leído. No
había tenido oportunidad de abrirla antes de que se lo llevaran, pero sabía lo que
decía.

—¿Estuvo alguien más en mi oficina mientras yo no estaba?

—Uh… —Julia se movió de un pie a otro—. La policía estuvo aquí. Un montón de


policías. Y el padre Hawker, supongo.

No, el padre Hawker no habría abierto una carta marcada como PRIVADA. La
policía no abriría cartas, ¿verdad? Quizás lo habían hecho, para ver si era relevante
para su desaparición. Tendría que averiguarlo.

—¿Alguien más?

—Hubo otras personas de la Iglesia aquí. Será mejor que le preguntes al padre
Hawker sobre ellos. Les habló mucho.

—¿Sabes sus nombres? —preguntó, lamentando instantáneamente la dureza de su


voz, pero esto era importante.

—Padre, ¿está todo bien?

¡No, nada estaba bien! ¿Por qué alguien había revisado sus objetos personales y
abierto una carta privada?

—¿Puedes darme un momento, Julia? —Miró la puerta, a ella y otra vez a la puerta.
Julia se aclaró la garganta y salió corriendo, cerrando la puerta detrás de ella.

Se llevó las manos a los labios y suspiró por la nariz. Alguien conocía sus secretos.
Alguien conocía su pasado. Abrió el cajón, sacó la carta, alisó las páginas y las tomó
con ambas manos.

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Reclamo de abuso histórico21

Aviso de intención de presentar un reclamo/resultado legal

Reclamante: Padre Francis Scott

Demandado: Arzobispo Charles Montague

Francis siguió leyendo y absorbió sólo la mitad de las palabras. … argumentos


sólidos contra… pruebas adicionales… testimonios de testigos.

Dejó la carta. ¿Que estaba haciendo? Esto causaría un escándalo. Arruinaría a


todos los que había tocado, arruinaría a St. Mary y al padre Hawker y a todos los
sacerdotes que sabía que eran buenas personas. Y eran muchos. Había sido culpa
suya. Él no había dicho que no; podría haberlo detenido. Después de todo lo que había
pasado, los cuerpos dejados a su paso, esta carta parecía... trivial y sin sentido.

El teléfono de su escritorio sonó, su incesante chirrido se abrió paso a través de la


niebla de su mente y descolgó el auricular.

—Padre Scott, St. Mary...

—No pensé que responderías.

Ángel.

El corazón de Francis se le subió a la garganta. Colgó el auricular de golpe.

Volvió a sonar.

21 El abuso infantil no reciente, a veces llamado abuso histórico, es cuando un adulto fue abusado cuando era

niño o un joven menor de 18 años. A veces los adultos que sufrieron abusos en la niñez se culpan a sí mismos o se
les hace sentir que es su culpa y no denuncian ni hablan sobre eso hasta que son ya adultos.

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—¿Quiere que atienda eso? —Julia llamó.

—¡No! —Levantó el auricular y tenía en los labios las palabras para decirle a Ángel
que lo dejara en paz, pero no salieron, y cuando Ángel no dijo nada, Francis tampoco.
Escuchó sus suaves respiraciones, las sintió nuevamente en su cuello, susurrándole al
oído: Voy a arruinarte, padre.

Francis se dejó caer en la silla y se frotó la frente, escuchando aún la suave


respiración de Ángel. Pero su nombre no era Ángel. Había usado deliberadamente
ese alias para irritarlo.

—Vitari.

—Ah, te dijeron mi verdadero nombre…

—No puedes llamarme aquí.

—¿Entonces a dónde?

—A ningún lado. Nunca. No puedes llamarme nunca. —Debería colgar ahora.


Pero no lo hizo. Algo en la voz de Vitari suavizó los nervios de Francis y lo llevó muy
lejos, de regreso a esa mesa junto a la ventana que daba a la marina española. Se frotó
un poco más la sien, tratando de aliviar un dolor creciente. La línea estaba en silencio
excepto por un susurro ocasional de la ropa cara de Vitari.

Podía verlo mentalmente, verlo con tanta claridad, arrodillado ante el altar,
vestido con esa ropa cara y su reloj brillante.

—¿Qué significa el tatuaje? —preguntó Francis.

—¿Qué tatuaje? —preguntó a cambio, con voz suave, ligeramente apagada.

—El de tu muñeca.

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Se escuchó un crujido, como si se hubiera mirado el brazo para recordarlo.

—Es un símbolo.

—¿De qué? —preguntó Francis con dureza. Tenía que saberlo. Ni siquiera estaba
seguro de por qué.

—Compromiso. Aprisionamiento. De por vida.

Le encantaba la forma en que su voz se cortaba al final de cada palabra, y cómo su


delicioso sonido llegaba a su oído, deslizándose a través de sus defensas.

Vitari volvió a reírse.

—¿Qué estás haciendo, padre?

—¿Como conseguiste este número?

—Existe esta cosa asombrosa, no sé si han oído hablar de ella, se llama Internet.
Solo escribí tu nombre y el de tu iglesia, y ahí estaba...

Un odio y una frustración renovados bullían en sus entrañas. No debería estar


haciendo esto, no debería estar hablando con él.

—¿Qué deseas?

—¿Quizás quiero confesarme?

—Creo que ese barco ha zarpado.

—Oh, escúchate, tan enfadado. ¿Estás usando la sotana? Te vi en la tele. Había


olvidado lo bien que te ves de negro

Francis colgó. Había una manera de bloquear números, ¿no? Le pediría a Julia que
lo hiciera.

173
El teléfono volvió a sonar.

Él lo descolgó.

—No me llames, no pienses en mí, tú y yo hemos terminado.

—No sabía que habíamos comenzado —ronroneó el malvado.

—Eres terrible.

—Lo sé. Dímelo otra vez, solo déjame ir a un lugar privado para poder disfrutarlo
de verdad.

¿Estaba… iba a… tocarse… a sí mismo? Cielos, no. No por teléfono.

—Voy a colgar.

—Pero no lo harás.

—Aléjate.

Se rio de nuevo y ese sonido derramó una cálida lujuria por la columna de Francis,
hasta que encontró su camino hacia su polla. Francis se mordió el labio. Dios, dame
fuerza.

—Joder, había olvidado lo divertido que eres. Pero en serio, necesitas escucharme.
Esto no ha terminado. Puedes sentarte detrás de tu escritorio y en tu pequeña iglesia
y fingir que todo está bien, pero la familia te quiere. Yo fallé, así que ahora enviarán a
alguien más.

No, ¿por qué no podía terminar esta pesadilla?

—No puedo hacer esto otra vez.

—Ellos obtienen lo que quieren, Francis. Necesitas…

174
—¡No te he hecho nada a ti ni a tu familia! ¿Por qué no me dejan en paz?

—Buena pregunta. ¿Quizás deberías averiguarlo?

Francis colgó, luego descolgó el teléfono, pero luego no estaba seguro de si la


llamada todavía estaba conectada y, furioso, arrancó el cable de la pared, lo enrolló
alrededor del teléfono y lo arrojó todo a la esquina de la habitación. Ahora Vitari no
podía llamarlo. Nadie más podría tampoco, pero eso estaba bien. Lo arreglaría más
tarde.

Se agarró la cabeza y apretó, expulsando todos los pensamientos impuros y la voz


diabólica de Vitari, y cuando dejó de oírlo susurrarle al oído, tiró la carta del abogado
a la basura y oró y oró y oró, hasta que todo lo que quedó en su corazón y mente y
carne y pensamientos, fueron las oración.

Tenía un deber para con su iglesia. No iba a vivir su vida con miedo.

Luego esbozó su dolorosa sonrisa y salió del despacho para empezar el día.

CAPÍTULO 16
VITARI

Vitari rara vez fumaba marihuana, no le gustaba perder el control, pero era eso o
inyectarse, y todavía no había caído tan bajo como para desaparecer en ese agujero
negro. Había pasado el día llevando a cabo los preparativos para Venezuela. El avión
despegaba cerca de medianoche desde un aeródromo privado. Tenía (miró su reloj
bajo el brillo de la farola) dos horas.

175
La anterior llamada a Francis había sido interesante. Cuando intentó devolver la
llamada, la línea daba cortada. Aun así, estaba bastante seguro de que se había metido
en la piel del sacerdote de la manera más deliciosamente perversa. Las palabras de
Francis se volvían cortantes y agudas cada vez que intentaba y no lograba mantener
la calma, y esas palabras afiladas habían sonado como dulce música para los oídos de
Vitari.

Dio una calada al porro, inclinó la cabeza hacia atrás y expulsó humo al aire.

El pueblo estaba en silencio. siendo mitad de semana significaba que los turistas
del fin de semana no habían llegado.

Sal había dicho que se encontraría con él aquí, pero el idiota no se había
presentado.

Quizás Venezuela sería un viaje rápido de una semana. Pero era poco probable.
¿Algo estaba mal, alguien estaba trabajando en su contra, o tal vez simplemente había
cometido errores demasiadas veces y todo esto era culpa suya?

Un silbido atrajo su atención hacia tres miembros del equipo de Luca que
caminaban calle arriba hacia él. Vitari se enderezó, los pelos de su nuca se erizaron.
Miró hacia la izquierda y, efectivamente, allí estaba Luca con otro de sus aliados.

Vitari sonrió y se tomó el tiempo para terminar su porro mientras se acercaban


como tiburones oliendo sangre. Así iba a ser, ¿eh? La fiesta de despedida. Vitari agitó
el talón y comenzó a arremangarse.

—Pensé que podríamos pasar a despedirte —dijo Luca, todo sonrisas y arrogancia
ahora que superaban en número a Vitari—. Y ya sabes, sacarte algo de información
sobre el sacerdote, ya que eran tan cercanos.

Vitari mantuvo su sonrisa pero la deslizó hacia un lado.

—Aléjate de mi vista, Luca.

176
Luca sonrió satisfecho, los hombros altos, tan lleno de confianza. El idiota era todo
brazos y piernas, flaco como si tuviera un desorden alimenticio, o un hábito con las
drogas. Se inclinaba un poco demasiado sobre la mercancía para el gusto de Vitari.

—Aún crees que estás en la cima —se burló Luca.

Vitari suspiró por la nariz. Los demás lo habían rodeado. Si le ponían la mano
encima, serían hombres muertos, todos ellos. Giancarlo se encargaría de ello.

—¿Esto va a llevar mucho tiempo? Tengo que coger un avión.

Luca asintió y el chico a la derecha de Vitari se acercó... demasiado lentamente.


Vitari esquivó el perezoso golpe y le asestó un puñetazo en la nariz, haciéndolo
retroceder. Otro idiota pensó que podía intentarlo. Vitari bailó hacia la izquierda e
impactó los nudillos en la barbilla del Imbécil. Pero entonces la bolsa cayó sobre su
cabeza, los brazos agarraron los suyos, tirando de ellos detrás de su espalda, y sus
rodillas se estrellaron contra el suelo.

—No te preocupes. —Luca presionó su boca contra la bolsa y empujó las palabras
en el oído de Vitari—. Tomarás tu avión.

Vitari luchó, pero las múltiples manos se apretaron.

—¡Vete a la mierda, Luca, idiota!

La risa de Luca fue toda la respuesta que tuvo. Luego los hombres lo levantaron y
lo llevaron a rastras, luego lo metieron a empujones en un automóvil. Le dio una
patada al asiento frente a él, pero no hizo ninguna diferencia. Vitari se recostó,
guardando fuerzas, y trató de distinguir cualquier forma a través de la bolsa en su
cabeza.

El sonido de las hélices gemelas funcionando reveló que habían llevado a Vitari
temprano al aeródromo. Lo agarraron de nuevo, lo sacaron del auto y lo arrojaron en

177
una silla. Alguien arrancó la bolsa y Vitari escaneó el hangar lleno de cajas de envío.
Producto.

Luca se arrodilló frente a él, todavía con esa jodida sonrisa de oreja a oreja. Vitari
le devolvió la mirada. Esto terminaría pronto; Se subiría a ese avión y planearía su
venganza, pero ahora mismo, Luca tenía las cartas ganadoras. No le haría nada
permanente; no tenía las agallas.

Luca metió la mano en su bolsillo, sacó su teléfono, deslizó su pulgar por la


pantalla y luego lo sostuvo frente a Vitari. La foto mostraba a Vitari sentado a
horcajadas sobre el padre Scott en el sofá de la casa segura española. Vitari tenía la
cabeza echada hacia atrás y estaba jodidamente claro dónde tenía la mano el
sacerdote.

Vitari resopló, su mente trabajando rápido. Sería difícil argumentar que lo había
estado torturando desde ese ángulo.

El asesino los había filmado. El maldito asesino que Francis había dejado ir.

—¿Dejaste ir al sacerdote después de que te frotó la polla, Ángel? —Preguntó Luca.

Vitari mantuvo la boca cerrada pero su sonrisa se estaba volviendo demasiado


pesada para mantenerla por mucho más tiempo.

Luca apartó la foto y mostró una nueva de Francis. Con el culo en el aire y la cabeza
gacha, mientras le chupaba la polla a Vitari en el mismo sofá.

Vitari arqueó una ceja. Lo recordaba bien. Francis tenía una boca muy indulgente.

Levantó la mirada hacia el rostro sonriente de Luca.

—Vas a ir a Venezuela y te quedarás allí —dijo Luca—, o Giancarlo recibirá estas


fotos de su fiel hijo con la polla en la garganta de un sacerdote.

178
No era frecuente que Vitari se quedara sin palabras, pero no tenía ninguna ahora.
Luca lo tenía cogido por las pelotas.

La vergüenza carcomía los bordes de su confianza, y no había sentido humillación


en mucho tiempo. Esas imágenes no sólo arruinarían a Vitari, destruirían a Francis.
Así era como Luca iba a llegar hasta Francis. No tendría que amenazarlo físicamente.
No quedaría ningún cuerpo en St. Mary. Francis tendría que optar por seguir a Luca
o esas fotos del sacerdote católico más fotogénico de Instagram mamando al hijo de
un jefe de la mafia se volverían virales.

—Creo que tenemos un acuerdo. —Luca se enderezó—. Súbete al avión y no


vuelvas, fra.

—No soy tu puto hermano.

Luca estuvo sobre él en un segundo, con los dedos alrededor de su garganta,


apretando con fuerza. Puso su cara gruñona frente a la de Vitari.

—Eres lo que yo digo que eres. Sabía que estabas jodido, pero no me había dado
cuenta de lo jodido que estás, Vitari. Lo que eres —lo fulminó con la mirada—, es una
porquería chupapollas.

Vitari se liberó, pero los hombres de Luca se abalanzaron sobre él. Los puños
llovieron demasiado rápido para que Vitari pudiera desviarlos. No podía hacer nada
más que acurrucarse y recibir la paliza.

179
CAPÍTULO 17
FRANCIS

El aire de septiembre tenía un toque otoñal y las hojas de los árboles que rodeaban
el campo de juego local se habían vuelto de colores ámbar y rojo. La mayoría de los
habitantes desafiaron el clima frío para celebrar el festival de la cosecha, envueltos en
gruesos abrigos.

Francis se había asegurado de que la iglesia proporcionara donaciones para


organizaciones benéficas locales, lo que tenía el beneficio adicional de mantenerlo
ocupado. Una mente concentrada no dejaba lugar para pensar en el pasado reciente.
Con el festival en pleno apogeo, hizo su ronda, habló con quienes lo conocían y
también se presentó a algunas caras nuevas. Los jóvenes hombres y mujeres
luchadores de su parroquia parecían apreciar el hecho de que no fuera mucho mayor
que ellos. Abundaba el desempleo. La depresión era común. Les ayudaba a aliviar su
carga, rezaba con ellos y escuchaba sus penas.

Los niños jugaban. Algunos de los niños mayores patearon una pelota en el otro
lado del campo. La gracia de Dios les había concedido un clima seco, aunque hiciera
frío.

Fue un buen día. Un día honesto y relajante y uno de los mejores desde su
ordenación.

Si tan solo pudiera liberarse de la señora Roe y su disgusto por los horarios de los
autobuses locales que ella parecía creer que Francis era capaz de arreglar. La mente

180
de Francis divagaba mientras la escuchaba lamentarse de los servicios del concilio. Su
mirada se desvió por encima del hombro de ella, hacia la cola que rodeaba la
furgoneta de hamburguesas. Un hombre estaba ahí solo, a un lado, vestido con una
sudadera gris con la capucha levantada. Volvió la cabeza, ocultó su rostro y se alejó
tranquilamente, desapareciendo detrás de la camioneta.

—¿Padre?

—¿Oh? Sí. Mis disculpas, ¿Qué decía?

La señora Roe continuó explicando cómo la disminución de las rutas de autobús


le hacía difícil visitar a su hijo, a unas veinte millas de distancia, y como no tenía
coche...

Francis escrutó a la multitud. La gente charlaba y reía, los niños jugaban a


perseguirse y todo parecía como debía ser. ¿Por qué, entonces, un escalofrío le había
recorrido la columna?

Le había contado a la NCA sobre la llamada de Vitari, y le habían asegurado que


si Vitari Angelini o cualquiera de las entidades conocidas de Battaglia ingresaban al
país, informarían a Francis y, si lo consideraban necesario, enviarían protección. No
había oído nada de la NCA ni de Vitari, y casi había sentido como si la vida estuviera
volviendo a la normalidad. Tan normal como podría ser.

El hombre encapuchado probablemente era sólo un visitante inocente de la feria.


Los acontecimientos recientes lo estaban poniendo nervioso.

Francis se disculpó ante la señora Roe, para su consternación, y pidió un chocolate


caliente para llevar en el puesto benéfico del refugio de animales. Una bebida caliente
lo haría entrar en calor y ahuyentaría la inquietud. Tomó un sorbo y habló con Carol,
la responsable del refugio, sobre no alterar las pilas de troncos en esta época del año,
para salvar a los erizos que hibernaban.

181
—Hace suficiente frío como para congelarte las pelotas, ¿no cree, padre? —dijo un
extraño a su lado, en un inglés muy acentuado. Francis miró hacia él, captó la sonrisa
del desconocido de la capucha gris y bajó la mirada al teléfono que sostenía el hombre
en la mano, inclinado hacia él.

La imagen en la pantalla contrastaba con el ambiente acogedor del festival y le


hizo retroceder hasta una villa española, a cuando le había chupado la polla a Vitari
tan profundamente que le había provocado arcadas.

Su corazón se detuvo, pero también latía con más fuerza. Él también dejó de
respirar y miró fijamente el rostro del extraño. Ojos delgados y hundidos, mechones
rubios teñidos en las puntas de su cabello, que de otro modo sería negro.

—¿Quieres un chocolate caliente? —le preguntó Carol.

—La ringrazio, ma per questa volta no22 —dijo, sonando cortés y educado.

Carol parpadeó, perdida.

—Oh, no eres de por aquí, ¿verdad? —Ella se rio.

—Mi nombre es Luca —dijo, dejando caer su teléfono en su bolsillo—. Venga


conmigo, padre. Tenemos mucho que discutir.

Tenía que alejar a este hombre de esta gente, no sólo por lo que tenía en su teléfono,
sino porque cada vez que los de su clase se cruzaban en el camino de Francis, moría
gente. Aquí había familias, niños, personas inocentes.

—Sí —dijo automáticamente, y se colocó junto a Luca. ¿Quién era él? ¿Qué quería?
¿chantajear a Francis? ¿Lastimarlo? ¿De dónde había venido? ¿Había otros cerca? Una

22 “Gracias, pero no esta vez” en italiano.

182
nueva pregunta le surgía a cada paso. ¿Había más, estaba Vitari aquí, era DeSica o
algo más?

—Vamos a caminar hasta los autos de allí como si fuéramos viejos amigos. Si
alguien te mira, sonríe. No pasa nada. Simplemente estamos dando un paseo por este
pequeño y hermoso pueblo.

Francis todavía tenía en la mano su chocolate caliente. Su calor atravesó el vaso de


papel y llegó a sus dedos fríos. Alguien lo llamó por su nombre.

—Gira y saluda con la mano, como si fueras a regresar pronto.

Francis tragó. Este hombre lo iba a meter en un auto, tal como lo había hecho Vitari.
Francis no regresaría pronto. Vitari había sido diferente a éste. Luca hablaba en voz
baja, con calma, pero tenía los ojos fríos. A diferencia de los de Vitari, que siempre
habían tenido alma.

Francis se giró y saludó con la mano, luego se apresuró a seguir avanzando. No


podía volver a hacer esto. Su corazón se aceleró. No podía ir con él. Pero la foto…
Luca seguro tendría fotos más incriminatorias. Si esas fotos alguna vez se hicieran
públicas, toda su razón de vivir quedaría destruida. Sería laicizado23.

—¿Qué es lo que deseas? —Preguntó Francis, sorprendido al encontrar su voz


tranquila.

—Sólo a ti —dijo Luca, como si fuera educado y encantador—. No vas a dar


problemas, ¿verdad, padre?

—No. Ningún problema.

23 Hacer algo o a alguien laico, es decir independiente de toda influencia religiosa.

183
¿Y si llamara a la policía? Pero cómo podría salirse con la suya sin correr el riesgo
de que esa foto y otras similares se hicieran públicas—. No tengo dinero y la iglesia
no pagará ningún rescate. No te sirvo de nada.

—Padre. —Lucas suspiró—. Solo estoy aquí para llevarte a donde necesitas estar.

—No sé nada. Esto es un error. Le dije a Vitari...

—Giancarlo decidirá qué hacer con usted. —Se detuvo junto a un reluciente BMW
negro y abrió la puerta trasera.

Francis miró fijamente el asiento trasero. Su corazón latía tan rápido que empezó
a ahogarlo. Un sudor frío le corrió por la espalda.

—Yo... yo no voy a ir.

—Padre, puedo escribir un mensaje de texto y tener esa foto en Internet en menos
de dos minutos. ¿Es eso lo que quiere? ¿Cómo ve la iglesia católica a los
homosexuales? ¿Y sobre sus votos de celibato? Hm, no se vería bien en un nuevo
sacerdote como usted.

El mayor temor de Francis estaba en el teléfono de ese hombre; no que fuera


expuesto como gay, eso era inevitable, sino que el arzobispo Montague siguiera
adelante, intocable, irreprochable. Si la Iglesia lo laicizara, Francis ya no estaría dentro
y perdería sus medios para revelar la verdad, perdería el acceso a todo lo que le daba
voz. Si ya no estaba en la Iglesia, sería silenciado. Él no sería nada.

No estaba preparado. Era demasiado pronto. Necesitaba más tiempo.

—¿Padre?

Pero si se subía al coche, quizá nunca escaparía. Una vez había sido pura suerte.

No podía volver a pasar por eso.

184
Miró el chocolate caliente humeante. Cualquier cosa que hiciera aquí determinaría
su destino. Pero no lo iban a tomar sin luchar, no como antes. Con un arrebato de
rabia, arrojó el chocolate caliente a la cara de Luca. El hombre gritó, retrocedió y
Francis se giró para huir. Regresaría a su casa y llamaría a la policía. Lo protegerían.

Luca lo agarró del brazo.

Francis se tambaleó y le dio una bofetada con la mano abierta, que aterrizó con
fuerza en la mejilla de Luca. Su palma ardía. El golpe resonó como un disparo. Todo
el pueblo debió haberlo oído. Luca tropezó contra el coche y se llevó la mano a la cara.

—¡Oh, te arrepentirás, asqueroso hijo de puta!

Correr. ¡Tenía que correr! El ruido de los neumáticos al derrapar sobre la grava
suelta casi no se percibió tras el martilleo de sus oídos.

—¡Francis!

Vitari.

Francis giró de nuevo, y allí estaba, al volante de un elegante coche blanco, con la
puerta del pasajero abierta de par en par y el motor acelerando. Llevaba gafas de sol
que ocultaban sus ojos.

—¡Sube!

Sabía que no debía, incluso cuando corrió hacia el auto y se arrojó en el asiento del
pasajero. El sentido común le decía que Vitari no era mejor que Luca, pero su corazón
sabía que eso era mentira.

—Ponte el cinturón, esto se va a poner movidito.

El coche dio una sacudida, la puerta del pasajero se cerró de golpe por la repentina
aceleración y Francis se puso el cinturón.

185
—Joder, padre, ¿acabo de verte golpear a Luca Esposito? —Vitari se rio, pisó la
palanca de cambios y condujo el pequeño deportivo biplaza por la ciudad. Levantó la
mano y ajustó el espejo—. Él está siguiéndonos. Está bien, lo perderé.

Vitari aceleró más el auto, haciendo que el motor chirriara. Cambió una marcha y
se movió por caminos rurales sinuosos y tambaleantes.

Francis se aferró al asiento. Iban a morir. Había escapado de un loco eligiendo a


otro. Él también tenía que estar loco. ¡Todo esto era una locura! Oró, cerró los ojos,
luego los abrió de nuevo y encontró a Vitari mirándolo y sonriendo de esa manera
suya. Su boca inteligente curvándose en su mejilla. Tenía un corte en el labio y las
gafas de sol ocultaban la sombra de un hematoma negro alrededor del ojo. Le habían
pegado, y ahora que Francis había visto esa marca, vio también otros moratones en él.
Su mandíbula, su cuello.

Vitari lanzaba el coche por las curvas, casi perdiendo el control.

—¿Más despacio, por favor?

—No puedo hacer eso. —Apretó los dedos sobre el volante y sonrió.

Estaba loco.

—¿Quieres morir envuelto alrededor de un árbol?

—Es mejor que ser atrapado.

—¡No, no es así! ¿Te oyes a ti mismo?

—¿Me extrañaste?

—No. Esperaba no volver a verte nunca más. ¡Ve más despacio!

186
El coche patinó de lado y cruzó la línea blanca hacia el carril contrario en una curva
sin salida. Francis cerró los ojos con fuerza, rezó, respiró y deseó estar muy, muy lejos,
y no en un coche con Vitari Angelini.

Vitari no disminuyó la velocidad. No alrededor de los carriles, y luego, cuando


llegaron a la autopista, pisó el acelerador a fondo y aceleró el auto a gran velocidad,
adelantando a otros conductores como si estuvieran sentados quietos. Pareció una
eternidad hasta que Vitari finalmente redujo la velocidad, bajó de marcha y desvió el
coche hacia una carretera secundaria señalizada como un aeródromo local.

Avanzaron a toda velocidad por la carretera hasta lo que parecía ser nada más que
un almacén con un único gran avión de carga de doble hélice en la pista, con los
motores ya girando y zumbando.

Vitari derrapó el auto hasta detenerlo bruscamente, abrió la puerta, saltó y le gritó
a Francis que se diera prisa.

Se quedó mirando el gran avión, listo para despegar. No había nadie alrededor,
aunque tenía que haber gente aquí dirigiendo el aeródromo, ¿no?

—¡Francis!

Dejó el auto y corrió detrás de Vitari. Claramente él lo había planeado. No era


casualidad que el avión lo estuviera esperando. ¿Cómo había llegado allí tan rápido
y hacia dónde se dirigían?

Vitari subió los escalones de metal, hacia la puerta abierta del pasajero.

Francis colocó su zapato en el primer escalón, su mano en la fría barandilla y se


detuvo.

Los motores rugían y las hélices giraban, azotando la sotana alrededor de sus
piernas y helándole hasta los huesos. Levantó la mirada y encontró a Vitari en el
escalón superior.

187
—¿Padre? —La corriente de aire de los motores alborotaba el pelo corto de Vitari
y agitaba su camisa—. Date prisa, Luca no está tan lejos. Necesitamos irnos.

Irse con Vitari era un error. Lo sentía en su corazón. No podía huir para siempre.
Debía llamar a la policía y que ellos se encargaran de toda esta locura. Le habían dicho
que lo protegerían. Vitari era el diablo en forma humana, la personificación de la
tentación y el pecado. Dondequiera que iba, moría gente.

Vitari descendió unos escalones y se quitó las gafas de sol, exponiendo la extensión
de los moretones en su rostro. Tenía el ojo negro y un corte en la frente. Le ofreció su
mano.

—Francis, ven conmigo.

—Dios Todopoderoso y Misericordioso, escucha nuestras plegarias y libera


nuestros corazones de las tentaciones del mal.

Los motores del avión rugían, el viento azotaba a Francis y parecía como si
estuviera al borde de un precipicio, como si este momento fuera la prueba final y no
hubiera vuelta atrás.

—¿Te mostró las fotos? —Vitari gritó por encima del rugido de los motores—.
Luca te tiene atrapado. Si no vienes conmigo ahora, te destruirá. Ven conmigo,
Francis. —Se lamió los labios—. Te mantendré a salvo.

—¿Por qué? —Francis gritó en respuesta.

La sonrisa de Vitari desapareció. Sus pestañas revolotearon hacia abajo, antes de


mirar a Francis con renovada intensidad. No más mentiras. Lo que sea que le dijera a
continuación sería la verdad.

—Porque los dos estamos jodidos, porque necesito descubrir por qué eres tan
especial, porque yo... porque no quiero ir solo.

188
¿Y si esta prueba no fuera sobre Francis? ¿Y si nunca se hubiera tratado de él? ¿Y
si el hombre que le suplicaba ahora fuera la verdadera razón por la que Francis estaba
aquí?

Había prometido ayudar a la gente y ahora mismo, con la mano extendida, Vitari
necesitaba ayuda. Sus palabras no eran toda la verdad, pero sus ojos eran honestos.
No quería estar solo.

Francis levantó la mano y le cogió la suya. Unos dedos cálidos se cerraron


alrededor de los suyos y Vitari lo arrastró escaleras arriba y lo guio dentro de la
bodega de carga. Los aparejos vibraban alrededor de pilas de cajas de madera. No
había ventanas ni comodidades.

Vitari cerró la puerta de golpe, echó el pestillo y señaló con la cabeza los pequeños
asientos atornillados al lateral del avión

—Siéntate, va a ser un vuelo largo.

El fuselaje tembló, los motores rugieron, ganando impulso y el avión retumbó por
la pista.

Francis se sentó y se abrochó el cinturón con dedos torpes. Todas las cajas estaban
sin marcar. ¿Qué había dicho la policía española? Los Battaglia traficaban con
personas, armas, drogas…

Vitari se desplomó en el suelo, levantó y dobló una de sus largas piernas, estiró la
otra y se frotó la frente. Se dio cuenta de que Francis le miraba y sonrió.

—Primera clase a Venezuela.

189
190
CAPÍTULO 18
VITARI

Vitari había esperado que Francis perdiera la cabeza y tratara de escapar del avión,
pero, ya fuera porque se había hartado de correr o porque estaba en estado de shock,
no respondió, solo se quedó mirando las cajas, con la mejilla temblando.

No había sido fácil llegar hasta allí, engrasar manos24, usar su nombre mientras
todavía era influyente para regresar al espacio aéreo del Reino Unido y luego tener
un avión cargado con producto parado en un aeródromo en medio de ninguna parte,
como un tarro de miel para los federales de todo el mundo.

Pero Luca no estaba ganando esto, y ahora que Vitari tenía a Francis, Luca no
podía llegar hasta él. Nadie podría. Ni DeSica, ni la policía, ni siquiera Giancarlo.
Quizás Venezuela sería algo bueno. Al menos allí podría controlar su vida.

Estaba seguro de que Francis había estado a punto de correr de nuevo en los
escalones del avión. Había escuchado su oración sobre el mal y había leído gran parte
de ella en sus labios. Probablemente Francis tenía razón: él era malvado. Se lo habían
dicho a menudo en la pequeña habitación oscura de su infancia. Malvado, roto, bueno
para nada.

El avión despegó del suelo y ascendió, luego se estabilizó. Estaban en camino.


¿Qué carajo iba a hacer con Francis una vez que aterrizaran?

24 De refiere a que sobornó.

191
No había planeado que el sacerdote lo acompañara a las plantaciones de coca.
Francis estaría bien. Era mucho más duro de lo que parecía o de lo que él se creía. Era
ingenioso, rápido y escondía una racha de ira, la que lo llevó a darle ese hermoso revés
a Luca. Ese pequeño idiota se lo merecía.

Pero claro, Francis siempre había sido diferente. Desde el momento en que Vitari
lo vio, supo que el hombre era especial, pero no podía entender por qué.

No hablaron y, al cabo de un rato, los motores del avión adormecieron a Francis.

Vitari apoyó la barbilla en la rodilla y observó la cabeza de Francis caer hacia un


lado. La túnica negra se aferraba a él: su armadura. Una vez que se la quitara, volvería
a ser vulnerable. Vitari sabía eso. Esas túnicas lo protegían, pero también lo
agobiaban. El rectángulo de cuello blanco estaba alrededor de su cuello de nuevo,
como una soga. Vitari se imaginó liberándolo por segunda vez, luego se sentaría a
horcajadas en el regazo de Francis, le levantaría la barbilla y lo besaría. Lo besaría
hasta que los ojos de Francis ya no estuvieran llenos de dolor, hasta que estuviera libre
de esa soga.

Era un sueño estúpido.

Los hombres como Vitari no tenían finales felices. Y definitivamente no se


quedaban con los buenos.

Él estaba jodido de todos modos. Ambos lo estaban.

A menos que pudieran precisar por qué Giancarlo quería a Francis, por qué los
DeSica lo querían. Por qué dos de los sindicatos criminales más grandes del mundo
estaban tan jodidamente interesados en un sacerdote. ¿Qué pudo haber visto? ¿Qué
había hecho? Algo lo suficientemente importante como para que se arriesgaran a ser
expuestos, a perder a sus ejecutores, para que el padre de Vitari lo desterrara a
Venezuela.

192
Vitari abrazó ambas rodillas contra su pecho, luego apoyó su barbilla en la parte
superior y dejó que el ruido del avión y el balanceo de los aparejos lo adormecieran
hasta casi quedarse dormido. Con un poco de suerte, Venezuela sería un paseo por el
parque en comparación con las últimas semanas.

No podría ser mucho peor.

Vitari se despertó por las sacudidas. Los motores del avión se estaban apagando
mientras el avión retumbaba y rebotaba por la pista.

Francis estaba rígido en el asiento, con la sotana doblada sobre el regazo. Su ropa
de civil volvió a chocar con las impresiones de Vitari, dejando de lado al hombre de
Dios y toda la pompa que conllevaba, dejando solo a un hombre con pantalones
negros y una camisa blanca con botones.

Volvió a mirar a Vitari con el ceño fruncido, lo cual era mejor que la mirada de mil
millas que le había dirigido a las cajas cuando salieron de Inglaterra.

Vitari se puso de pie y estiró los músculos doloridos y magullados.

—¿Estás bien?

Francis asintió y graznó:

—Sí.

193
—Está bien. —Vitari agarró el aparejo junto a la puerta y observó a Francis ponerse
de pie, con la sotana bien metida bajo el brazo.

Todavía se parecía al padre Francis Scott, el infame sacerdote inglés, pero con suerte
nadie de este lado del Atlántico le habría estado prestando atención a las noticias
internacionales.

—Vas a necesitar un nombre diferente.

—¿Por qué?

—Porque eres famoso y un objetivo para todos los sindicatos guerrilleros de


Caracas.

—Pero me gusta mi nombre.

Joder, estaba tan mojado detrás de las orejas25 que iban a lograr que le dispararan.

—Sólo elige un nombre —espetó Vitari.

—No lo sé... ¿Justin?

Él no era un Justin.

—Ése no.

—Entonces elige uno tú —gruñó en respuesta. El sudor brillaba en el rostro de


Francis.

La humedad de la jungla había comenzado a filtrarse dentro del avión, ahora que
el aire acondicionado estaba apagado. Vitari se separó la camisa de la espalda. Odiaba
la jungla. Jesús, ¿qué hacía aquí con Francis ? La puerta sonó desde afuera.

25 La frase "Mojado detrás de las orejas" es usada para describir a alguien muy joven, ingenuo e inexperto

194
Vitari miró de reojo a Francis.

—Frankie. —Le quitó el cuello y luego le desabrochó los botones superiores. —


Mantén las cosas simples.

Francis hizo una mueca.

—¿Frankie?

—Las cosas son diferentes aquí —dijo Vitari. ¿Por qué le latía con fuerza el
corazón? Normalmente no se ponía tan nervioso por saludar a los lugareños—.
Quédate conmigo, no hagas nada estúpido y estarás bien.

La puerta se abrió y una ráfaga de aire sobrecalentado de la jungla entró, como si


entrara en una sauna. La gente de Carlos se hizo a un lado y el hombre mismo sonrió,
extendiendo su mano para que Vitari la estrechara. Detrás de él, dos hombres vestidos
con ropa de camuflaje y con rifles de asalto hacían guardia.

— Ahn-hel26—saludó Carlos, sonriendo de oreja a oreja.

Estrecharon las manos. Vitari asumió su papel de representante de Battaglia y


presentó a Frankie como un amigo importante en español.

Carlos y Francis se dieron la mano, mientras Francis parpadeaba y sonreía y no


tenía ni puta idea de lo que estaba pasando, luego Carlos se dedicó a desglosar las
áreas clave del negocio. Bajaron los viejos y oxidados escalones del avión, mientras la
puerta de carga del avión se abría con un chirrido. Un ejército de lugareños llegó y
comenzó a descargar el producto a mano hacia un convoy de camiones estacionados.

Carlos y sus hombres armados escoltaron a Vitari y Francis hacia una fila de
Toyota Land Cruisers negros brillantes, y Francis se quedó boquiabierto ante el

26 Supongo que es como Ángel le da sentido a los sonidos de las sílabas de su nombre en español. Ahn-Án y

hel-gel.

195
despliegue de toda la operación, con los ojos muy abiertos y el rostro pálido, como un
ciervo perdido ante los faros.

Carlos sacó una pepita de oro de su bolsillo y la arrojó al aire. Vitari la atrapó y
sonrió, sopesando la pepita del tamaño de una pelota de golf en su mano.

—Bien. —Se la metió en el bolsillo y se subió a la parte delantera de uno de los


Land Cruiser que esperaban. Francis jugueteó con el cinturón de seguridad en la parte
trasera, tratando de sacarlo de donde había estado encajado entre los asientos. Nadie
usaba cinturones; obstaculizaban una salida rápida en caso de que el convoy fuera
emboscado. Vitari podría habérselo dicho, pero verlo luchar fue más divertido.

Mientras avanzaban por un sendero en la jungla, Francis debió notar que nadie
llevaba sus cinturones y dejó de intentar pescar el suyo. Vitari escondió una sonrisa
detrás de su mano y miró por la ventana a la jungla húmeda. La pista se ensanchó,
luego se unió a un camino de grava y, cuando el sol salió sobre las montañas cubiertas
de jungla, el convoy se dirigió hacia el pueblo de ‘El Cristo’. Las camionetas de escolta
se marcharon, ya que no eran necesarios porque el Sindicato Vincente27 era dueño de
El Cristo y el Battaglia era dueño del Vincente. Estaban tan seguros aquí como en
Calabria. Quizás más seguro.

Carlos les mostró una casa recién construida situada a mitad de una colina en un
terreno entre palmeras, con vistas al pueblo. Vitari hizo todos los sonidos correctos de
impresión, esperando poder tomar una ducha antes de sumergirse en el negocio. Pero
entonces Carlos invitó a Vitari a desayunar con la familia, una invitación que no pudo
rechazar.

—Deberías quedarte aquí —le dijo Vitari a Francis en inglés, mientras Carlos
recitaba órdenes para que sus hombres informaran a sus amas de llaves que tenían
compañía.

27 Sí, es Vincente no Vicente, así está en el original.

196
—¿Aquí? —Francis estaba de pie en medio de la sala de estar, con la camisa
húmeda pegada a él, el cabello pegado a la cara y el ventilador zumbando arriba,
luciendo perdido—. ¿Qué es este lugar? —Se aferraba a su túnica como si fuera un
talismán. Había ido desde su pintoresco pueblo inglés a la salvaje selva venezolana
en menos de veinticuatro horas.

—Relájate, Frankie. Regreso más tarde.

Él asintió con los ojos muy abiertos.

Vitari sostuvo su mirada y algo parecido a la culpa se retorció en sus entrañas. No


era culpa suya que Francis estuviera aquí, entonces ¿por qué se sentía responsable de
él?

—Soy un rey aquí. Nadie te va a hacer daño. —Vitari sonrió, esperando que algo
de su confianza pudiera tranquilizar a Francis.

Francis tragó, parpadeó un par de veces y asintió, pero no pareció estar


convencido. Sólo necesitaba unas horas para que desapareciera el choque cultural.
Estaría bien.

Vitari salió de la casa y caminó con Carlos colina abajo. Cuando miró hacia la
colina, Francis estaba en la terraza, mirándolos irse.

No hay ningún lugar a donde correr aquí, padre.

Ese pensamiento debería haber aliviado la culpa de Vitari, pero en cambio


inexplicablemente la empeoró.

197
CAPÍTULO 19
FRANCIS

Los días siguientes transcurrieron entre una confusión de hombres armados


visitando la casa y Vitari saliendo durante la mayor parte de los días sofocantes. Una
noche no regresó y Francis se convenció de que Vitari estaba muerto en la jungla y lo
había abandonado en medio de un país extranjero sin salida.

Todas las mañanas se despertaba cubierto de sudor por la humedad y el miedo.


Se preparaba su propio desayuno con los suministros y luego oraba pidiendo
orientación para él y para Vitari.

Al tercer día, llegó Isabel, el ama de llaves, y aunque ella no sabía nada de inglés
y él solo sabía unas pocas palabras muy básicas en español, lograron entablar una
conversación incómoda e interrumpida. Él le preparó una bebida después de sentirse
culpable mientras ella se afanaba en limpiar la casa en el calor. Se enteró de que ella
tenía una familia: dos niños pequeños. Ella le mostró fotografías y luego, a través de
algunos desciframientos y gestos, también se enteró de que su marido había sido
asesinado en las montañas. No preguntó por qué, pero supuso que la mayoría de los
hombres del pueblo trabajaban para la organización de Vitari.

Él oró con ella, lo cual ella pareció apreciar, y cuando se fue, la sensación de
soledad y aislamiento volvió a invadirlo.

¿Era esta su vida ahora? ¿Huyendo en una tierra lejana?

198
Al menos la vista de las montañas era impresionante. Intentó no pensar demasiado
en lo que sucedía bajo el dosel de la jungla. Minería de oro ilegal, sin duda, ya que
había visto la pepita de oro que el contacto de Vitari le había dado cuando llegaron.
Fábricas de drogas. Cocaína, tal vez. Explotación de los lugareños.

Isabel regresó por la noche, unos días después, y mientras reabastecía los armarios,
preguntó por Francis en un inglés entrecortado. Él no pudo decirle quién era, pero
por lo demás le contó la verdad. Sin familia, sin mujer, sin nadie de quien hablar. Su
familia era la Iglesia, le dijo, pero no se atrevió a decir nada más. Ella mencionó que
el pueblo tenía una pequeña iglesia y que su hijo estaba enfermo, por lo que oró con
ella mientras ella apretaba su rosario.

Se sentía bien ayudarla. Le dio un ancla en la tormenta que se había convertido en


su vida.

Vitari entró tropezando mientras terminaban de orar, encontrándolos a ambos


arrodillados en la mesa de café. Su mirada mordaz y sus pupilas dilatadas advirtieron
que algo malo había sucedido. Le ladró a Isabel en español, claramente
aterrorizándola tanto que salió corriendo de la casa.

—¿Llevas aquí menos de una semana y ya estás orando con la maldita ama de
llaves? —Vitari tomó una botella sin marcar del armario, arrancó la tapa y vertió el
líquido blanco claro en un vaso. Lo tragó y miró a Francis a través de sus pestañas
oscuras—. ¿Sabe ella que eres sacerdote?

Francis no había pasado por alto la pistola apoyada contra la espalda baja de Vitari.

—No. —Sintió que si lo supiera, nunca volvería a ver a Isabel—. Su hijo no se


encuentra bien…

—No me importa. —Tomó otro sorbo profundo de su bebida y maniobró


alrededor de la encimera de la cocina, manteniendo una mano sobre ella para
estabilizarse—. Ni siquiera hablan el mismo idioma.

199
—Dios es universal.

Vitari se rio, sonando insensible y cruel.

—¿Dios? —se burló—. Aquí no hay Dios.

Francis se enderezó. Vitari era un hombre peligroso, más aún cuando estaba fuera
de control. Pero no parecía peligroso en este momento. Se dejó caer contra el
mostrador, mirando a Francis, como si esperara un juicio, desafiándolo a hacer
comentarios. Lo que sea que buscaba, debió haberlo encontrado, porque soltó una
carcajada, caminó pavoneándose por la sala de estar y salió a la terraza.

Francis esperó un rato y luego se reunió con él afuera, donde se sentó en una
tumbona y bebió su bebida.

—Aquí hay una iglesia —dijo Francis—. Me gustaría visitar…

—Haz lo que quieras. —Vitari agitó una mano—. Solo quédate en la ciudad. Si te
adentras demasiado en la jungla, alguien te confundirá con un turista y te cortará las
orejas para pedir un rescate.

¿Era eso cierto o simplemente estaba siendo dramático?

—¿Puedo salir de casa?

—Dije que sí, ¿no? No eres mi prisionero. Jesús.

Después de estar atrapado durante días, miró el camino que serpenteaba colina
abajo y quiso salir de inmediato, sólo para estirar las piernas y mirar algo más que la
misma vista y las mismas paredes. Pero el estado de Vitari lo detuvo. En ese momento,
sentado en la tumbona, contemplando las montañas, con un aura de tristeza flotaba a
su alrededor. La bebida era una muleta.

200
—¿Qué pasó hoy? —preguntó Francis. Se sentó en la segunda tumbona, lo
suficientemente lejos para darle espacio a Vitari.

—Nada. —Continuó mirando las montañas pero su mejilla se torció mientras


rechinaba los dientes. Él miró hacia arriba—. ¿Crees que voy a confesar mis pecados?

—No…

—Jesús, ¿te gusta saber todo sobre todos? ¿Disfrutas escuchando todos sus jugosos
y jodidos secretos, padre?

—No es así en absoluto. —Si supiera el precio que le costaba soportar el peso de
tantos pecados, no gruñiría como lo hacía ahora. Si supiera las veces que Francis había
enterrado su rostro entre sus manos y llorado bajo ese peso, no lo juzgaría con esa
mirada fría. Pero esto no se trataba de Francis.

Vitari lo miró de reojo.

—¿Cuál es el peor secreto que te han contado?

Francis permaneció en silencio.

Vitari sonrió, sus dientes brillaban a la luz de la luna.

—Todas esas ovejas de tu rebaño. Apuesto a que hacen todo tipo de porquerías y
te lo cuentan todo al día siguiente para poder volver a hacerlo. Es una maldita broma.

Francis apretó los labios y también miró las montañas. No se podía razonar con
Vitari cuando estaba así. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para ver el daño
que estaban causando sus palabras.

—Entiendo tu enojo.

—No, no lo haces.

201
—Estás sufriendo. ¿Me dejarías orar por ti?

Vitari arqueó una ceja.

—Continúa entonces. Vamos a oírlo.

Francis cerró los ojos, inclinó la cabeza y oró.

—Señor

—Señor, Dios, quédate cerca de nosotros en mi tiempo de debilidad y dolor.


Sostennos con tu gracia, para que nuestra fuerza y coraje no decaigan. Sánanos según
tu voluntad, y ayúdanos a creer siempre que lo que aquí nos pasa es de poca
importancia cuando tú nos sostienes en la vida eterna, mi Señor y Dios. Amén.

Francis esperaba un comentario sarcástico, alguna reprimenda, pero Vitari se


limitó a sonreír y volvió a mirar a la jungla. Se quedaron en silencio juntos,
escuchando el croar de las ranas y el chirrido de los grillos. Una calidez abrazó el
corazón de Francis y supo que Dios estaba allí con ellos.

—Hoy vi a un niño ser acribillado a tiros—. La expresión de Vitari se tensó


mientras luchaba por ocultar su dolor—. El idiota estaba robando oro. Lo habían
atrapado antes, así que… —Tomó un trago para ahogar las palabras.

La pérdida de vidas humanas siempre era terrible, pero la pérdida de la vida de


un niño lo era aún más. Francis cerró los ojos y soportó el peso de esa confesión.
Cuando volvió a abrir los ojos, preguntó:

—¿Podrías haberlo detenido?

Vitari se quedó quieto. Tragó con dificultad.

—Tal vez. No. Es complicado.

202
El silencio volvió.

—Los niños no se merecen eso —susurró Vitari—. Los hombres adultos pueden
joderse unos a otros, sabemos en lo que nos estamos metiendo, pero ese chico sólo
estaba tratando de salir adelante. No estaba robando oro por codicia. Su madre está
enferma; lo supe más tarde. Los médicos aquí son caros. —Se frotó la cara—. Se
supone que debemos cuidar de estas personas, así es como funciona. Somos sus
protectores, ellos ayudan a ocultar nuestra operación de la policía y nosotros los
cuidamos. Nos preocupamos por ellos. No vine aquí para ejecutar a niños inocentes.

Algo helado y brutalmente agudo brilló en los ojos de Vitari. Se puso de pie y luego
se agarró a la tumbona.

Francis extendió la mano y le cogió la suya, ayudándole a estabilizarse.

Vitari miró sus manos entrelazadas y frunció el ceño. La profundidad del dolor en
sus ojos le llegaba hasta el alma. Francis también lo sintió: la agonía de la pérdida y la
culpa.

—Me voy a la cama. —Vitari liberó su mano y caminó tambaleándose por la sala
de estar, desapareciendo en la parte trasera de la casa.

Francis se quedó en la terraza, escuchando el chirrido y el susurro de la jungla y,


a veces, la risa ocasional que le traía la brisa que soplaba por la ciudad. El calor todavía
estaba allí, en su pecho. Un consuelo y un propósito.

Miró las luces parpadeantes de la ciudad y se preguntó si todo el trauma, todos


los males y las pruebas lo habían llevado al único lugar de la Tierra en el que
necesitaba estar.

Mañana visitaría la iglesia.

203
Pasaron las semanas, luego los meses. Francis veía poco a Vitari y pasaba la mayor
parte de su tiempo en la pequeña iglesia, ayudando en lo que podía. Vitari pasaba
días y noches fuera, haciendo lo que sea que él hiciera en la jungla. Se orbitaban entre
sí, conscientes el uno del otro a distancia. Una noche, Vitari anunció que se ausentaría
por una semana y, a la mañana siguiente, se fue. Desapareció como la niebla bajo el
sol. Mientras estuvo fuera, Francis se dedicó a ayudar a quienes necesitaban la guía
de Dios. Blanco Padre , habían empezado a llamarlo. Padre Blanco.

No hubo ningún daño en ello. A él le agradaban. Eran buenas personas, personas


honestas, atrapadas en un mundo de violencia, política y crimen que tenía sus raíces
en muchas generaciones anteriores. No podía arreglar eso, pero podía darles consuelo
y guía espiritual.

Regresó a casa, cansado por el trabajo del día pero también animado, de una
manera saludable que rara vez había experimentado en Inglaterra.

—¿Qué estás haciendo? —dijo Vitari. Estaba apoyado contra la pared del fondo,
en el salón con las luces apagadas, los brazos cruzados, como en una emboscada.
Después de días sin él, reaparecía como un extraño en la vida de Francis, solo una
silueta de alguien a quien casi había conocido.

Una pistola enfundada en el hombro contrastaba con la camisa blanca de Vitari.

—No…

204
—¿Blanco Padre? —Vitari se apartó de la pared y se acercó pavoneándose—. ¿Qué
carajo? ¿Quieres que Luca venga aquí? ¿Quieres que te encuentren, es eso? —Sus ojos
enojados brillaron en la oscuridad.

No tenía motivos para estar enojado. Él simplemente no entendía. Francis levantó


las manos.

—No saben quién soy. Es sólo un nombre.

—No puedes evitarlo, ¿verdad? — Vitari resopló—. Sólo tienes que ser el centro
de atención, tienes que pulir tu halo donde todos puedan ver. —Se detuvo frente a él
y dirigió su mirada despectiva a Francis.

Francis se mantuvo firme y apretó los puños. ¿Por qué Vitari estaba así?

—Me gusta la gente, me gusta ayudarlos. ¿Qué más se supone que debo hacer?
¿Sentarme aquí y esperarte?

—Esto no es un campamento de vacaciones —gruñó, y la crueldad en sus ojos era


real—. Hay al menos ocho sindicatos criminales que con gusto te empujarán contra la
pared y te meterán una bala en el cerebro. Estoy tratando de protegerte, Francis.

—Tú me secuestraste. ¡Me trajiste aquí!

—Yo no te secuestré. —Él resopló. —Te subiste a ese avión conmigo por tu propia
voluntad. Esto no es mi culpa. Tú elegiste estar aquí.

—¡Para ayudarte!

Vitari retrocedió.

—No necesito tu maldita ayuda.

205
—Sí, lo haces, Vitari. Eres un desastre, estás sufriendo y puedo ayudarte. —Francis
se acercó, ofreciéndole las manos, intentando hacerle ver y comprender—. Este no
eres tú, nada de eso. Toda esta vida en la que estás involucrado, finges amarla, pero
estás asustado todos los días.

—Retrocede, padre. No soy uno de tus casos de caridad. —Vitari se movió como
si fuera a darse la vuelta, luego se tambaleó y puso un dedo en la cara de Francis—.
Tú eres quien necesita salvar a todos porque no puedes salvarte a ti mismo. El jodido
atrapado eres tú, no yo.

El torrente de ira se apoderó de Francis. Vitari estaba herido y entonces arremetía.


Él no necesitaba la ira de Francis, necesitaba a alguien que lo escuchara, alguien que
le dijera que todo iba a estar bien. Vitari no estaba aquí porque quisiera. Estaba
atrapado. ¿Cómo no podía verlo?

—Maldita seas, Francis —gruñó—. No vuelvas a esa iglesia.

Francis frunció el ceño.

—Seguiré yendo.

Lanzó una risa forzada.

—Descubrirán quién eres.

—No me importa. Estoy ayudando a la gente. Estoy haciendo una diferencia aquí.

—¿Qué pasa contigo? ¿Qué hay de mí?— Vitari se dio unos golpecitos en el pecho
y sus manos se animaron más a cada segundo—. ¿No lo entiendes? Somos jodidos
hombres muertos. La familia sólo tiene que decir la palabra y seremos ejecutados como
ese estúpido niño. Estoy aquí porque no te maté cuando debería haberlo hecho, estás
aquí porque Luca tiene fotos tuyas chupándome la polla y los DeSica están
convencidos de que eres importante. Mantén la jodida cabeza gacha, Francis, o no
podré protegerte.

206
No, no iba a obedecer a Vitari. Había pasado demasiado tiempo de rodillas,
obedeciendo a los demás. Esta era su vida y podía hacer algo aquí.

—¿Qué más hay ahí? ¿Por qué estoy aquí? No lo entiendes, tengo que hacer esto.
Tengo que mejorar las cosas. Tengo que ayudarlos.

—¿Por qué?

—Porque… —Las palabras se atascaron en su garganta como alambre de púas.


Porque estaba destrozado por dentro, porque ésta era la única manera de aligerar su
alma, porque por primera vez en mucho tiempo sentía que podía ser redimido.

La impaciencia cruzó por el rostro de Vitari.

—¿Por qué tienes que arriesgar la vida de ambos por extraños, Francis?

—Soy sacerdote.

Vitari se rio.

—No, no lo eres, ¿recuerdas? Eres Frankie, un don nadie a quien la jungla


masticará y escupirá. Debería dispararte yo mismo.

—¡Bien, entonces hazlo! —Se abalanzó sobre el arma de Vitari.

Vitari, a la velocidad del rayo, sacó el arma y apuntó entre los ojos de Francis.
Francis se quedó helado, tragó saliva con fuerza y levantó las manos.

El labio superior de Vitari se curvó. Presionó el arma bajo la barbilla de Francis,


inclinó su cabeza hacia atrás y se acercó. Su firme pecho ardía contra la camisa de
Francis. Él también respiraba rápido.

—No me pongas a prueba, Francis —siseó cerca de la mejilla de Francis,


levantando la mirada. Francis cerró los ojos. La fría presión del arma aumentó cuando

207
Vitari se inclinó hacia ella. Vitari no le dispararía, habían llegado demasiado lejos,
pero el arma clavada bajo su barbilla se burlaba de cualquier sentido o razón.

—Me vuelves jodidamente loco —susurró Vitari. Las palabras flotaron por las
comisuras de la boca de Francis—. Eres tan jodidamente bueno, todo el tiempo.

Los labios de Vitari rozaron ese mismo lugar, y luego su lengua se burló y el arma
siguió clavándose, y el calor de Vitari abrasó el cuerpo de Francis. Podía oler el metal
frío, la colonia de Vitari, el gel que usaba en el cabello y su sudor. Pero no era el miedo
el que le hacía temblar.

—Te joderé y te arrastraré al suelo conmigo. —La boca de Vitari rozó su mejilla,
entregando las palabras en su oído, donde atravesaron todas sus barreras y se
deslizaron hacia adentro. Su miserable cuerpo vibraba con lujuria, indefenso cuando
se trataba de Vitari. Él sabía socavar las fortalezas de Francis y exponer todas sus
debilidades.

No podía abrir los ojos; si hacía eso, caería en la mirada de Vitari y no habría
escapatoria. Si seguía así, rígido, con los ojos cerrados, sin responder, Vitari se
aburriría.

El duro cañón del arma acarició el cuello de Francis, bajó por su pecho, y el corazón
de Francis latió con más fuerza cuanto más se hundía el arma. Él estaba duro. Esto
estaba mal. Todo en esto estaba mal. Pero era débil, sólo un hombre con necesidades
y deseos, y muy, muy lejos del sacerdote perfecto que Vitari parecía creer que era.

La temida lujuria hizo que le doliera la polla.

—No lo hagas —gruñó.

Vitari lo ignoró, y la boca fría y firme del arma acarició la polla de Francis, atrapada
torpemente en sus pantalones. Vitari lanzó un suspiro contra la boca de Francis; no
fue un roce, en realidad, ni un beso, sólo una promesa. Pero el hecho de no tocarlo lo

208
hacía todo más agudo, más cruel, más real. La dureza del arma lo rozó, y Francis
apretó los ojos con más fuerza. Podía soportarlo. Era sólo lujuria, sólo necesidad
animal. Cuando Vitari se aburriera y se detuviera, las necesidades salvajes se
desvanecerían.

—Siento tu excitación. Tú quieres... follar. —Arrastró las palabras por el cuello de


Francis, haciéndolas lentas, tortuosas.

A Francis se le cortó el aliento. Su polla se crispó, flexionándose, buscando más


fricción. Si Vitari ponía la mano allí, Francis no podría resistirse. Pero Vitari no lo
tocaba con las manos, sólo con la boca y la pistola.

—¿Cuántas veces has soñado conmigo de rodillas, Francis? Sé que te gusta verme
así.

—Por favor... —El arma lo rozó, y Francis se mojó por eso. Era una desviación,
excitarse con un arma como esta, pero… se sentía tan bien, se sentía como un alivio, y
cuanto más le frotaba Vitari el arma, más fuerte la deseaba.

—¿Por favor qué, padre?

Por favor, para, por favor no, por favor más fuerte, por favor más, por favor fóllame,
chúpame. Por favor arruíname.

Francis abrió los ojos y las pupilas dilatadas de Vitari brillaban como diamantes
negros en la oscuridad. Estaba allí, en todas partes a la vez, y Francis no podía escapar.
No quería hacerlo. Dios, se iba a correr. Intentó no moverse, no sacudir las caderas,
intentó no buscar más y más, cada vez más rápido. ¿Se estaba follando una pistola?
¿Esto estaba pasando?

La boca perversa de Vitari se posó sobre la de Francis. Su hombro se sacudió por


el roce, y su sonrisa se convirtió en una mueca perversa, una mueca que Francis quería
comerse de sus labios.

209
—Tu corazón está acelerado. ¿Vas a correrte?

Francis se mordió el labio, ahogando un gemido. Vitari frotó más fuerte, más
rápido. El arma chasqueó mecánicamente. ¿Y si estaba cargada?

La lujuria caliente recorrió la columna de Francis y la necesidad líquida surgió en


sus pelotas. ¿Por qué lo atormentaban estos pensamientos violentos?

Vitari succionó el labio inferior de Francis entre sus dientes, lo pellizcó allí y
mordió suavemente, y con la acción de su frotamiento vicioso, el asalto se volvió
demasiado para luchar, demasiado para contenerse. El éxtasis tronó a través de él,
cegadoramente brillante. Gritó, se sacudió, chorreando esperma, y Vitari le metió la
lengua entre los labios, amortiguando sus gritos, besándolos. Arrojó el arma, pasó un
brazo alrededor de la cintura de Francis y lo apretó contra sí. La dura polla de Vitari
se clavó en la cadera de Francis, empujándolo mientras Vitari golpeaba sus caderas,
tratando de follarlo con la ropa todavía puesta.

—No. —Francis puso sus manos entre ellos—. No, detente —. Empujó y Vitari
retrocedió tambaleándose. Él sonrió, se limpió la boca con el dorso de la mano y
resopló, luego se ajustó los pantalones alrededor de su evidente erección. Esa mirada
sucia y satisfecha hizo que Francis quisiera golpearlo y besarlo.

—Calienta pollas —gruñó Vitari. Hizo un gesto hacia el centro de Francis—. Tienes
un poco de semen ahí, padre. —Cogió su arma. Francis no podía apartar los ojos del
arma, observó cómo Vitari la volvía a enfundar y caminaba hacia la parte trasera de
la casa. —Estaré en la ducha lidiando con mis bolas azules.

—¡No vuelvas a hacer eso! —Francis llamó, odiando cómo le temblaba la voz.

—Claro —respondió Vitari. Aunque Francis no pudo ver la sonrisa, la escuchó.

Permaneció inmóvil en la oscuridad, incómodamente húmedo allí abajo. El sonido


del agua corriendo llenó la cabeza de Francis con imágenes de Vitari desnudo bajo los

210
chorros de agua, con su pene siendo bombeado en su mano, con la cabeza echada
hacia atrás, tan libre como cualquier hombre podría ser. Quería hacer eso,
corresponder, no porque sintiera que debía hacerlo, sino porque quería ver el deleite
en el rostro de Vitari y saber que había sido él quien le había dado esa paz, sólo por
un rato.

Suspiró y miró las paredes, los muebles, la vista de la montaña desde la ventana.
Estaba bastante seguro de que no había nada en las enseñanzas del Señor sobre
hombres que follaran con armas.

Esta era su vida ahora.

Y mañana regresaría a la iglesia.

211
CAPÍTULO 20
VITARI

Venezuela no era tan mala. La operación Vincente funcionaba como un arma bien
engrasada, produciendo cocaína de las plantaciones de coca y de los campos de
procesamiento bien escondidos, mientras que las minas de oro enterradas más
profundamente en las colinas generaban ganancias constantes. Battaglia
proporcionaba armas y rutas seguras para enviar el producto desde Venezuela a
Europa. Vincente proporcionaba el producto.

Aquí, Vitari no tenía que pensar en la mierda que le esperaba en casa. Como todavía
estaba aquí y Luca no había dado la cara, Giancarlo debía estar satisfecho con la
operación venezolana.

El convoy de Land Cruisers regresó ruidosamente a El Cristo al anochecer y giró


a la izquierda, evitando una colorida procesión de personas.

—¿Qué está sucediendo? —Vitari le preguntó a Carlos.

—Ah, la celebración. —Carlos continuó explicando que la celebración religiosa era


una tradición local que comenzó como un día santo y luego terminó como una reunión
de comida y vino que duraba toda la noche.

Vitari observó el colorido desfile a través de los vidrios polarizados de la


camioneta y, por supuesto, allí estaba Francis sosteniendo un ramo de grandes flores
en medio de la gente del pueblo, charlando animadamente. Un niño pequeño se
aferraba a su pierna y lo miraba como si fuera su maldito mesías.

212
Ese idiota. Vitari iba a tener que recordarle la conversación que habían tenido
varias noches antes. La conversación en la que Vitari había dejado muy claro que
Francis no volvería a la iglesia. Tenían algo bueno aquí. Francis necesitaba mantener
la cabeza gacha.

Bajaron de los Land Cruiser y Carlos explicó que su familia estaría en las
celebraciones y que casi todos en el pueblo estarían en las calles. Vitari accedió a
reunirse con él más tarde, luego regresó a la casa, comió algo y, desde la terraza,
observó las luces de la procesión que recorrían el pueblo.

Se cambió de ropa y entró tranquilamente en la ciudad. Algunos jóvenes le


abordaron con regalos de bebida y comida. Tras las primeras emboscadas de chicas
de ojos tímidos, vio a Francis entre la multitud, hablando y riendo con una familia.
Una niña pequeña le entregó una flor amarilla y, aunque Vitari no pudo oír las
palabras, vio cómo Francis sonreía como si esa pequeña flor no tuviera precio. Se
arrodilló y le dijo algo a la niña que la dejó boquiabierta y asombrada. Ni siquiera
hablaba español. ¿Cómo se había bajado de un avión desde Inglaterra y se había
metido en la vida de aquí como si siempre hubiera pertenecido a ella?

Blanco Padre.

Vitari resopló y tragó el vino especiado que le habían dado.

Se abrió camino a través de las festividades tipo carnaval, tratando de llegar hasta
Francis, pero cuando Francis lo vio, la alegría chispeante se apagó de sus ojos y su
amplia sonrisa se tensó. Se enderezó, cuadrándose y cerrándose al mismo tiempo. Su
reacción no debería haber importado. Era sensato tener la guardia alta. La mayoría de
la gente lo hacía con Vitari. Pero por alguna razón, esta vez, ver a Francis cerrarse
erosionó la calidez de la noche.

—Unas palabras —sugirió Vitari.

Francis agradeció a la familia en español y se puso al lado de Vitari.

213
—No voy a detenerme —dijo.

—Ya lo veo.

El ambiente de fiesta creció a medida que caminaban hacia la calle principal. Una
banda tocaba un alegre número de batería y guitarra, las bebidas fluían, la gente
bailaba en la tierra, con luces de colores colgadas sobre ellos.

—¿A dónde vamos? —preguntó Francis.

—Por una bebida.

Francis lo miró de reojo, esperando la trampa. Vitari le devolvió la sonrisa,


tratando de mantener el ambiente informal entre ellos. Llevaban meses en Venezuela
y apenas habían mantenido una conversación normal, lo cual había sido culpa de
Vitari. Había estado ocupado. Aunque no esta noche. Ya no podía evitar más a
Francis.

Se abrieron paso hasta un bar lleno de gente. El hombre que servía bebidas
reconoció a Vitari y se negó a cobrarle, luego le entregó dos botellas sin marca. Francis
tomó la bebida pero permaneció rígido, mirando a su alrededor como si hubiera
entrado en una cueva de pecado. No eran las personas las que lo tenían en ese estado
de alerta máxima, era Vitari.

—¿Hay algo mal? —Preguntó Francis, mirando a Vitari.

—No. —Vitari se rio entre dientes y apoyó una cadera contra la destartalada barra
hecha de tablas de andamio.

—Entonces, ¿por qué estamos aquí?

—Relájate. ¿No podemos simplemente tomar una copa?

214
Francis entrecerró los ojos, buscando el truco, luego, de mala gana, sentó su trasero
en el taburete y tomó un sorbo de su bebida. Ahora que Vitari lo tenía aquí, no estaba
seguro de qué decir. Regañarlo por sus actividades en la iglesia lo alejaría. Francis no
querría hablar del negocio; sólo discutirían. Entonces, ¿qué quedaba? ¿Dios?

—Empecé a leer Canción de hielo y fuego —espetó Vitari, captando la primera cosa
no de negocios y generalmente segura que le vino a la cabeza.

—¿Lo hiciste?

—Sí, quiero decir, sólo he leído treinta páginas. Soy más del tipo de artes visuales.
No soy muy bueno para quedarme quieto.

Eso le arrancó una leve sonrisa, que también se mantuvo, iluminando su rostro y
haciendo que su salpicadura de pecas se acentuara. El calor volvió al pecho de Vitari.
Como si el bienestar de Francis significara para Vitari más de lo que se había dado
cuenta..

—No es lo mismo leerlo cuando ya conoces los grandes giros de trama —dijo
Francis.

—¿Como cuando a Stark le separan la cabeza del cuello? Maldito idiota. Era
demasiado ingenuo.

Charlaron un rato sobre los libros y las series de televisión y Francis perdió su
postura rígida y se animó más. Probablemente había creído que estaban a punto de
ser regañado a gritos, y tal vez eso sucedería más tarde, pero por ahora, Vitari
disfrutaba simplemente pasando tiempo con él.

—¿Estás aprendiendo algo de español?

Francis se aclaró la garganta y pronunció una frase en español que hizo que ambos
Soltaran más risas.

215
—Tal vez trabaje en eso.

Vitari sugirió que salieran fuera, donde la música era más alta y la noche estaba
llena de gente, luces de colores, tambores y guitarras. Una sensual voz masculina
cantaba en un español rico y profundo. El calor de la selva hacía brillar el rostro de
Francis. También le brillaban los ojos, el hielo anterior se había derretido.

—Cuando estás así, me olvido de quién eres —dijo Francis, relajándose contra la
mesita que habían encontrado al margen de las festividades. Él sonrió con su sonrisa
suave, casi tímida. Su verdadera sonrisa.

—¿Y quién soy yo? —Bromeó Vitari, curioso.

—Ah, ésa es la cuestión. —Se rio un poco y estudió la botella de cerveza que tenía
en las manos. Un sonrojo pintaba su cara, probablemente por el potente alcohol o por
el calor de la noche.—¿De verdad quieres saber?

—Yo lo sé, pero quiero ver si tú lo sabes.

Se sentaron uno al lado del otro, Vitari mirando hacia afuera a la multitud y las
parejas bailando, mientras Francis miraba hacia adentro, de espaldas al mundo. El
ángulo opuesto significaba que Vitari podía verlo por el rabillo del ojo mientras
observaba la fiesta. Y no podía quitarle los ojos de encima, no esa noche.

—No lo sé, supongo que hemos hablado de esto —dijo Francis, todavía tímido.

—¿Lo henos hecho?

—Gritado, sobre todo. —Se rio entre dientes y miró hacia arriba, encontrando la
mirada de Vitari sobre él—. Estás atrapado en todo esto, pero no creo que sea aquí
donde quieras estar. Ninguno de los dos lo queremos.

Este normalmente habría sido el momento en el que discutirían, pero sus palabras
no lo irritaron esta vez.

216
—¿Pensé que te gustaba aquí?

—Sí, eso no es lo que quise decir.

Vitari se puso de pie, hizo girar la silla y se sentó de espaldas al grupo, más cerca
de Francis. Las celebraciones continuaron, pero en su rincón, la música no era tan
fuerte y estaban solo ellos dos, en su propia pequeña burbuja.

—¿Qué quieres decir, Blanco Padre?

Francis volvió a reírse.

—No tuve nada que ver con ese nombre.

Cuando se rio, todo el dolor en sus ojos desapareció, dejándolos suaves, abiertos,
honestos y tan jodidamente perfectos que Vitari quiso estirar la mano y pasar los
dedos por las suaves y leonadas pestañas. Sus rodillas se tocaron; probablemente
Francis no se había dado cuenta, o se alejaría. Pero el toque quemó a Vitari, haciendo
que su piel hirviera.

Vitari apartó la mirada y la clavó en la maleza de la parte trasera de la cabaña


cercana. Esto era… mucho. Estaba bastante borracho, así que tal vez era el alcohol que
le estaba jodiendo el corazón. Pero estar aquí con Francis, sin locura, sin rabia, solo
ellos dos, se sentía como una porción de normalidad que Vitari rara vez
experimentaba.

—Quería preguntar, ¿puedo… quiero decir… es esta mi vida ahora? ¿Me puedo
quedar?

¿Quería quedarse ? ¿En Venezuela?

—Joder, no lo vi venir —se rio Vitari.

217
—Sí. —Él también se rio—. La selva tampoco era donde me veía. Pero me gusta
esto, me gusta mucho más que...

—¿Inglaterra? Sí, conozco ese sentimiento. —Vitari inspiró, llenando sus


pulmones de aire con aroma a especias—. Tal vez. —Él podría hacerlo funcionar—.
Pero tienes que ser Frankie. El padre Francis Scott no existe. La familia te dejará en
paz si creen que estás muerto en alguna zanja.

Él palideció un poco. Él había olvidado la verdadera razón por la que estaban aquí.
Vitari tocó su mano que descansaba sobre la mesa, ganándose la mirada de Francis.
Joder, la forma en que Francis lo estudiaba ahora, a través de esas pestañas como
pinceles, con sus ojos llenos, tal vez un poco borrachos, sus labios rosados y suaves.

Vitari deseaba mantenerlo a salvo, pero era más que un deseo. Su corazón latía tan
fuerte que Francis debió haberlo oído.

Los dedos de Francis se abrieron suavemente, tocando los de Vitari, luego se


deslizaron debajo de los suyos y se cerraron, tomados de las manos en algún tipo de
comprensión mutua. Excepto que Vitari no entendía esto en absoluto.

Sólo que lucharía contra el puto mundo entero para proteger a Francis.

Retiró la mano y tomó un generoso trago de cerveza. ¿Qué carajo? ¿Que estaba
haciendo? ¿Qué estaban haciendo?

Francis retiró la mano y la apoyó en su muslo. Él miró hacia otro lado, claramente
avergonzado.

Joder, joder, joder, esto no era un romance de cuento de hadas. El lugar de Vitari
entre los Battaglia estaba en riesgo, y Luca los tenía a ambos sobre un barril de pólvora
con las fotografías incriminatorias. Los DeSica todavía estaban ahí fuera, persiguiendo
a Francis.

218
Quizás Francis podría esconderse en la jungla, pero Vitari no. En unas pocas
semanas, lo llamarían de regreso a casa, y cualquier romance que estuviera
floreciendo aquí sería mejor que muriera en la vid.

—Lo siento —murmuró Francis, pensando que era su culpa por tocar su mano
después de toda la mierda que Vitari le había hecho, asumiendo su culpa como
tomaba la de todos los demás.

—Lo que sea. —Vitari salió disparado del banco y se abrió paso entre las parejas
que bailaban. Era un jodido idiota y bebía con Francis como si fueran amigos. Francis
lo odiaba. Como debería hacerlo. El tipo era un puto santo y Vitari era… indigno.

219
CAPÍTULO 21
FRANCIS

Vitari desapareció entre la multitud, engullido por las celebraciones.

Francis cerró los ojos e intentó calmar sus pensamientos. No debería haberle
tocado así, pero sólo lo había hecho para consolarle, y Vitari parecía necesitarlo.

Francis lo había necesitado.

Mientras estuvieron sentados, hablando, sonriéndose y riendo, los muros de Vitari


se habían derrumbado y Francis había visto al verdadero hombre detrás de la cruel
bravuconería y la postura criminal, detrás de las sonrisas falsas y los gruñidos
viciosos. El hombre que Francis quería conocer, con quien quería pasar tiempo. Al que
quería tocar.

Era un pecado, lo sabía, pero así eran las cosas con Vitari.

Se bebió el resto de la cerveza, escuchó la suave y romántica voz del cantante y el


rasgueo de la guitarra, y en lugar de relajarse, el rápido ritmo de la música aceleró su
corazón. Su rodilla rebotó. La misma rodilla que la de Vitari había tocado,
probablemente sin darse cuenta de cómo su toque había encendido a Francis. Desear
a Vitari no se sentía como un pecado, no se sentía mal. Ya no. En realidad, nunca se
había sentido mal. Su cabeza se había interpuesto en el camino de lo que su corazón
sabía.

220
Se empujó desde el banco, dejando atrás su bebida, y se abrió paso entre la gente
sonriente y feliz detrás de Vitari. ¿Que estaba haciendo? ¿Qué iba a decirle? Parecería
un tonto, o peor aún, Vitari se enojaría y le gritaría sobre la iglesia y que nada de esto
era un juego.

Francis no tenía ninguna respuesta, sólo sabía que no podía dejarlo ir.

Vio la silueta de Vitari en la colina, marchando hacia la casa.

—¡Vitari!

Vitari se giró y gruñó por encima del hombro.

—¿Qué carajo estás haciendo?

Francis aminoró la marcha, con pasos inseguros. Esto era lo que había temido. Lo
había entendido todo mal.

—Yo sólo... —Miró hacia la fiesta—. Las celebraciones continúan. Pensé…

—Entonces diviértete, Francis. Te lo mereces. —Vitari continuó cuesta arriba.

Francis estaba en la pista, a medio camino entre el grupo y la figura de Vitari que
se alejaba. Quería regresar y unirse a las festividades, pero ¿qué sentido tenía sin
Vitari? No podía dejar las cosas como estaban; no podía permitirle volver a esa casa
vacía y beber solo.

Empezó a subir la colina y alcanzó a Vitari. Lo convencería de regresar. Tomarse


de la mano había sido un error. No significaba nada.

Llegó a la casa justo cuando Vitari cerró la puerta de un tirón y se detuvo de nuevo.

¿Quizás debería regresar? Claramente, Vitari quería estar solo.

221
Esto era su culpa; había cruzado una línea. Las líneas entre ellos eran tan confusas,
siempre cambiantes. Nunca sabía dónde se encontraba. Se disculparía, hablaría con
él. Tenía que haber una manera de arreglar esto.

Abrió la puerta y allí estaba Vitari con el hombro apoyado contra la pared del
pasillo, esperando. Parecía amenazador en la oscuridad, con la cadera ladeada y una
ceja levantada.

—Te dije que regresaras. Nunca escuchas.

No iba a escuchar ahora. Peor que eso, estaba a punto de hacer algo demente, algo
loco. Entró y luego se acercó a Vitari en el pasillo oscuro.

Las cejas de Vitari se alzaron al sentir que algo había cambiado, y entonces Francis,
sin pensarlo, extendió la mano y tocó la afilada mandíbula de Vitari. Presionó sus
labios contra los de Vitari. Tenía que ser rápido, o gruñiría y diría algo duro, y esto
nunca sucedería. Pero esto tenía que suceder. Vitari estaba en su sangre, quemándolo,
y cada vez que Vitari dolía, Francis también. Su corazón latía con fuerza, el miedo y
la adrenalina se mezclaban en una brebaje embriagador más potente que el alcohol.

No lo entendía, no los entendía a ellos, pero sabía que cuando se tocaban, el ruido
interminable que abarrotaba la cabeza de Francis se desvanecía, y solo quedaba el
sabor y la sensación de Vitari en su lengua, y el olor de la crema para después de
afeitarse cara y ligera que usaba; la forma en que olía y sabía siempre tan deliciosa,
como el pecado.

Los labios de Vitari se separaron, su lengua entró. Dejó caer la botella, se rompió,
y luego sus dedos se clavaron en el cabello de Francis, y Vitari se balanceó, agarrando
la cadera de Francis con su mano libre. Lo empujó contra la pared y el beso pasó de
una pregunta cuidadosa a una demanda salvaje. Vitari lo besó con su cuerpo, no sólo
con su boca. Se meció dentro de Francis como una ola, entrando y saliendo de nuevo,
desatado y salvaje.

222
Francis deslizó sus manos por la espalda de Vitari, acercándolo, necesitando sentir
más de él, todo de él, a la vez. Más, necesitaba más, necesitaba quitarle la camisa, pero
los botones de su camisa estaban obstinadamente atascados, los botones eran
demasiado pequeños bajo sus dedos...

Vitari se echó hacia atrás, se quitó la problemática camisa por la cabeza y la arrojó
a un lado. Su pecho desnudo era aún más tentador en la sombra. Francis se abalanzó
y le chupó el pectoral izquierdo, sintiendo el sabor del sudor salado. Vitari emitió un
gemido de necesidad y luego se aferró a Francis, guiándolo hacia abajo. Los dientes
de Francis rozaron su pezón; Chupó y provocó, y Vitari gruñó, el sonido bajo y rico,
rasgueando la propia necesidad de Francis más alto.

La música del pueblo zumbaba por la casa, pero el mundo real estaba muy lejos.
Estaban perdidos en alguna otra realidad, lejos de ésta. Francis empujó y Vitari se
relajó, luego se rio cuando Francis lo empujó contra la pared opuesta y atacó su cuello.
No era suficiente. Nunca sería suficiente. Ahora que había desatado esta necesidad
entre ellos, quería devorarlo.

—Te deseo —susurró Francis durante un descanso entre las olas. Se encontró con
la mirada de Vitari, y sus ojos ya no eran burlones.

Él no dijo nada, sólo se quedó mirando, luego se enderezó y besó a Francis en la


boca, inclinando la cabeza de Francis hacia atrás, haciéndolo suplicar con los labios.
Ellos eran la calma en el ojo de la tormenta, su toque dolorosamente suave, tan lleno
de significado y sentimiento, que Francis no se atrevió a moverse por miedo a
arruinarlo. ¿Cómo podía estar mal cuando se sentía tan bien?

Vitari agarró a Francis por el trasero y lo levantó del suelo. Francis rodeó su cintura
con las piernas, también lo rodeó con sus brazos y lo besó hasta dejarlo sin aliento,
sabiendo que Vitari podía sentir cómo ardía por él, lo duro que estaba. Bromeó con
su boca, mordisqueó sus labios como lo había hecho Vitari, y Vitari gruñó, siseando
mientras llevaba a Francis al salón. Chocaron con algo y se volcaron.

223
Vitari lo colocó sobre el borde de la mesa del comedor, rasgó los pantalones de
Francis y luego lo empujó por el pecho, tirándolo hacia atrás por lo que tuvo que
apoyarse en sus manos.

Vitari miró hacia arriba, y entre sus respiraciones aceleradas, hubo un momento
en el que cruzaron sus miradas, y la profundidad de la cruda necesidad en la mirada
de Vitari envió descargas de lujuria al centro de Francis.

Vitari agarró su polla, se inclinó y su boca apretada y cálida se cerró sobre la polla
de Francis, metiéndolo profundamente.

Sí, necesitaba esto. Lo necesitaba tanto que no podía pensar, no podía respirar. No
iba a durar.

—Oh Dios. —No podía durar. Todo terminaría demasiado pronto. No quería que
esto terminara, pero necesitaba la liberación.

Vitari se apartó de la polla de Francis, se abalanzó sobre él, lo estrechó entre sus
brazos y lo capturó en un beso enloquecedor mientras sus manos trabajaban en la
camisa de Francis, abriendo los botones hasta que quedaron desnudos, pecho contra
pecho. La piel caliente y resbaladiza se acariciaba. La boca de Vitari abrasaba el cuello
de Francis. Se aferró a él, necesitándolo más cerca.

—Más —Francis se escuchó a sí mismo pedir. Ni siquiera estaba seguro de cómo


podrían acercarse más, o cómo esto podría intensificarse, pero entonces Vitari dio un
paso atrás, se desabrochó los pantalones, los dejó caer y se quitó los zapatos. Se
enderezó y quedó orgullosamente desnudo. Con la polla dura y sobresaliente y el
cuerpo brillando a la luz de la luna.

Francis se quedó helado, sorprendido por la vista.

Era como en la piscina, pero sin los pantalones cortos. A Vitari no le importaba
estar expuesto, pero más que eso, sabía lo salvajemente hermoso que era.

224
—¿Ves algo que te guste? —Tomó su propia polla en la mano y la acarició.

Francis no pudo encontrar la voz para responder.

Vitari se rio, volvió a abrazar a Francis y lo bajó de la mesa. Con unas cuantas
sacudidas de confianza, bajó los pantalones de Francis y se acercó suavemente,
presionando contra la desnudez de Francis, volviendo a cambiar su ritmo a un
movimiento lento y de roce. Una danza de piel sobre piel.

Dios, la sensación de músculos firmes en todos los lugares adecuados, el suave


roce de sus pequeños vellos, y luego, cuando Vitari se acercó tanto, sus pollas se
tocaron, se acariciaron, y Francis puso los ojos en blanco y murmuró una plegaria al
Señor para que no se corriera demasiado pronto. La risita oscura de Vitari deshizo los
últimos hilos del control de Francis. Estaba perdido, tan ido que no le importaba nada,
sólo el cuerpo caliente de Vitari y todas las formas en que Francis podía devorarlo.

Él se arrodilló, cogió la polla de Vitari con la mano y se la metió profundamente


en la boca, sobre su lengua, tragando hasta donde se atrevió.

—Joder, Francis, tu boca es un pecado.

Esto definitivamente lo era. Francis chupó con más fuerza, moviéndose, lamiendo,
usando sus labios para apretar su agarre, luego la sacó con un jadeo y lamió la
longitud de Vitari, tocando la cabeza salada, barriendo su presemen. Aún no era
suficiente, pero no estaba seguro de hasta dónde llegaría Vitari.

—Maldición. —Vitari agarró la cabeza de Francis y le folló la garganta—. Dios, vas


a hacer que me corra.

Francis se liberó, jadeó en busca de aire y esperó a que la habitación dejara de girar.
Besó los temblorosos muslos de Vitari, hundiendo sus dedos en los músculos firmes
y poderosos.

—Te has estado reprimiendo, padre. —Vitari se rio.

225
Francis, de rodillas, contemplaba su hermoso cuerpo. Lo había estado reteniendo
todo, como una presa que contiene un lago crecido. Pero ya no más. Se enderezó y
apretó su pene contra el de Vitari, haciéndolo jadear, como si Vitari fuera quien
estuviera a merced de Francis. El poder se sentía bien, el poder de dar placer.

Vitari agarró ambas pollas en su mano y bombeó sus dedos mojados. Francis se
agarró a su brazo, aferrándose. La respiración de Vitari cortaba su mejilla. Dios, iba a
desmoronarse por completo. Movió sus caderas, follando la mano de Vitari y su pene,
buscando esa fricción caliente y deliciosa. Dios, sí. Esto era. Esto era todo.

Vitari le agarró la mandíbula con la mano libre y levantó la cabeza de Francis.


Bombeó con la otra mano, y Francis folló, y los ojos de Vitari se lo bebieron.

—Eres una maldita fuerza de la naturaleza, Francis.

Su alma había estado condenada durante años.

Folló más fuerte, luego miró sus pollas atrapadas en la mano de Vitari, y fue el
detonante final, el último empujón. El éxtasis lo cegó. Él se corrió, farfullando. Chorros
cremosos cayeron sobre los dedos de Vitari y subieron por su cadera.

—No puedo… —La mano de Vitari se sacudió, su ritmo acelerado se interrumpió,


y él también se corrió, sacudiéndose, derramándose. El semen salpicó el vientre de
Francis. Era asqueroso y maravilloso, y Francis estaba agotado pero vivo, vacío pero
lleno. La cabeza le daba vueltas y las rodillas le flaqueaban. Se agarró a Vitari y apoyó
la cabeza en su hombro, bajando de lo más alto.

Jadeaban juntos, corazón con corazón, pegajosos, húmedos y temblorosos.

—Si dices que no podemos volver a hacer esto nunca más, podría morir aquí
mismo.

Francis se rio entre dientes y levantó la mirada. Vitari miró hacia abajo, y el
escalofrío eléctrico que lo recorrió fue el mismo ahora que cuando había tocado la

226
mano de Vitari en la mesa antes. Era el verdadero Vitari, complicado y perdido, igual
que Francis. Excepto que, imposiblemente, habían encontrado algo el uno en el otro.
Francis aún no estaba seguro de qué era ese algo. Sólo sabía que no era malo, que no
era un pecado. Era real y levantaba su maltrecho corazón.

227
CAPÍTULO 22
VITARI

Vitari no había hecho esto. Todo esto fue iniciativa de Francis. No le había
apuntado con un arma a la cabeza, no lo había amenazado, todo lo que había hecho
era alejarse, con la intención de dejarlo en la celebración.

Pero Francis lo había seguido.

Le había dado otra oportunidad de marcharse, le había dicho que volviera.

Y Francis lo había seguido de nuevo.

Esto estaba sucediendo, Francis lo había elegido.

Sabía que Francis había enterrado toda su pasión. Lo había visto en destellos de su
ira. Pero no esperaba que el sacerdote “soy más santo que tú” ardiese como un
incendio forestal, consumiendo todo a su paso. Y resultó que ese todo fue Vitari.

Vitari lo guio hasta la ducha, ya que ambos estaban chorreando semen, y una vez
que Francis se quedó solo dentro del cubículo, no se derrumbó ni entró en crisis, como
Vitari había esperado. Se lavó, estirándose bajo el agua, con la polla medio dura y
colgando, y ahora era Vitari quien lo miraba fijamente. Francis era delgado, con
piernas largas, caderas estrechas y una polla que encajaba perfectamente en las manos
de Vitari y en su garganta.

228
Francis se duchó y su cabello se alisó, haciendo que su rostro se viera más afilado,
casi cruel, pero luego sonreía, y maldita sea si a Vitari no se le ponía dura otra vez al
mirarlo.

Él tampoco iba a ocultarlo. Había visto la forma en que Francis lo había mirado
desnudo. Debió ser una tortura para él ver a Vitari nadando en la villa hace meses.
No es de extrañar que hubiera huido en aquel entonces.

Francis estaba fingiendo no mirar ahora también, pero su polla lo había notado,
eso era seguro. Él recogió el jabón, se enjabonó todo el cuerpo y luego dudó a la hora
de frotarse la polla.

Vitari no dudó. Abrió la puerta de la ducha y tomó el jabón de su mano.

—Déjame a mí. —Se enjabonó la mano, dejó caer el jabón y acarició con los dedos
la polla de Francis. Las pestañas de Francis revolotearon, sus labios se abrieron, el
calor le inundó la cara y el pecho. Él respondió tan hermosamente, se rindió tanto ante
su toque, con su rostro lleno de necesidad desesperada y su cuerpo tenso, listo para
ser follado.

Vitari deslizó su mano debajo de las bolas de Francis, tomándolas y luego las
amasó suavemente. Francis se apoyó en las baldosas y utilizó la pared para sostenerse.

Vitari masajeó y amasó, concentrándose en sus bolas y su eje, evitando la cabeza.


No quería llevarlo al límite demasiado pronto.

El agua caía sobre los dos, limpiando la espuma. Nunca había tenido la libertad de
tocar a otro hombre así, de saborearlo. Sus encuentros siempre habían sido
apresurados, desesperados, con demasiado temor de ser descubierto, y más tarde,
cuando se enteró de cómo la familia trataba a los hombres que follaban con hombres,
había dejado de hacerlo por completo.

Pero aquí y ahora ambos eran libres.

229
Vitari cercó a Francis, inmovilizándolo contra las baldosas. Le agarró las muñecas
y se las puso a la altura de los hombros, impidiéndole que paseara sus delicadas
manos por todo Vitari. Giró suavemente sus caderas, deslizando su polla contra la de
Francis. Su piel se pegaba a la piel limpia, estremeciéndose con el movimiento. Lo que
quería hacer era darle la vuelta a Francis, enjabonarse la polla y hundirse
profundamente en su culo, pero como Francis acababa de hacerse a la idea de que el
sexo era bueno, no quería ir demasiado lejos demasiado pronto. No se trataba sólo de
sexo, se trataba de acallar todo el ruido en la cabeza de Francis, todas las voces de su
pasado que le decían que esto estaba mal. Vitari no quería dar a esas voces ninguna
excusa para demostrar que tenían razón. Esto era suficiente; era más que suficiente.

Las respiraciones de Francis volvieron a acelerarse mientras estaba inmovilizado


bajo las manos de Vitari, las pollas frotándose, sacudiéndose, deslizándose. Vitari
liberó una de sus muñecas, agarró una botella de acondicionador, trabajó los dedos lo
suficiente para reunir una crema suave y espesa y comenzó a bombear a Francis.
Francis echó la cabeza hacia atrás, pero no cerró los ojos. Fijó su mirada de ojos
marrones en Vitari. El acondicionador lubricó las cosas lo suficiente como para que
duraran, eso y el hecho de que habían eliminado la primera ola de lujuria.

Podrían ralentizar las cosas. Disfrútalo más. Apreciarlo.

—Hazlo tú —dijo Vitari, soltándolo.

Francis lo fulminó con la mirada, claramente molesto porque su inminente


orgasmo fue interrumpido.

—¿Yo?

—Sí. —Vitari colocó un brazo sobre su hombro y luego tuvo una mejor idea—.
Córrete sobre mí. —Se arrodilló y miró a Francis. Por sus encuentros pasados, aun con
lo breves que habían sido, tenía la sospecha que Francis se encendía con la vista de él
estando de rodillas.

230
Francis agarró su propia polla enjabonada, miró hacia abajo y se bombeó,
acelerando. Su cara húmeda era la imagen del éxtasis, con los ojos vidriosos abiertos
y los labios carnosos.

—En mi cara, hazlo. —Vitari se había agarrado la polla. Acarició y apretó,


alternando entre placer y dolor para evitar correrse demasiado pronto.

Francis era hermoso. Vitari no se lo merecía ni a él ni a esto. Francis podría hacerle


suplicar, y Vitari lo haría. Él rogaría por ese semen.

—Estoy de rodillas para ti. Sé que te gusto aquí. Arruíname, Francis.

Francis jadeó, se sacudió y soltó un grito ahogado. La corrida salpicó la cara de


Vitari. Cerró los ojos, dejando que lloviera, y se lamió la dulzura de los labios.

—Joder, sí. —Se folló el puño, bombeando como un loco, y se corrió duro, su polla
goteaba mientras el orgasmo lo quemaba. Maldijo en italiano y se aferró, jadeando
contra la pierna de Francis.

—¿Estás… —La voz de Francis chirrió—. ¿Estás bien?

Vitari echó la cabeza hacia atrás y parpadeó ante los chorros de agua por la
adorable expresión de preocupación de Francis

—Ven a la cama.

Francis tragó saliva, y esa sonrisita tímida suya levantó sus labios, clavando
simultáneamente una bala en el corazón de Vitari. Sí, moriría por el padre Francis
Scott.

231
Afuera había salido el sol, calcinando la ciudad. Carlos y los demás estarían
esperando. Pero Francis estaba acurrucado cerca, respirando suavemente,
profundamente dormido, y nada arruinaba este momento. Su cabello castaño se había
rizado y enredado por el manejo brusco de Vitari. Sus labios también eran rosados, su
barbilla un poco roja por la quemadura de la barba. Parecía jodidamente arruinado.
La polla de Vitari se contrajo. Él había sido quien había hecho perder la cabeza a
Francis una y otra vez la noche anterior. Francis había follado la boca de Vitari como
un animal y gritó su nombre mientras bajaba por la garganta de Vitari. Lo había
derramado en su lengua, había visto la conmoción en su rostro, y luego esa sonrisa
tímida suya se había vuelto malvada.

Vitari rodó sobre su espalda y suspiró. Le haría el día más fácil, saber que tenía el
semen de Francis dentro de él.

Nunca antes se había despertado junto a un amante masculino. Todos sus


encuentros habían sido apresurados y desesperados, seguidos de amenazas viciosas
para que su amante no chillara que Vitari Angelini era gay.

¿Qué pasaría si Francis despertara y odiara lo que habían hecho?

Vitari giró la cabeza y lo observó dormir.

Francis había estado un poco borracho y probablemente el ambiente de fiesta le


había afectado. ¿Y si pensaba que Vitari se había aprovechado de él otra vez? Pero él
no lo había hecho, ¿verdad? Francis se le había acercado. No lo había obligado a hacer
nada que no quisiera. Pero ¿y si fuera como todo lo demás y Francis simplemente
hubiera follado con él porque tenía miedo de no hacerlo?

232
Vitari sacó las piernas de la cama, recogió su ropa y se vistió fuera de la habitación,
con cuidado de no despertarlo.

Si Francis iba a despertar lleno de arrepentimientos, entonces Vitari prefería no


estar presente para verlo.

Agarró el arma, la enfundó, se ató las botas y luego asomó la cabeza por la puerta
del dormitorio. Francis se había dejado caer boca abajo y roncaba, con el culo desnudo
expuesto al aire. Podía distinguir la pequeña marca roja donde Vitari le había mordido
la nalga derecha. No quería nada más que volver a meterse en la cama, deslizar sus
dedos en el trasero de Francis y hacerlo jadear de nuevo. Anoche no habían llegado
tan lejos. Había sentido que el juego anal estaba actualmente prohibido. Pero como
ahora tenía la mejor vista de ese trasero color melocotón, parecía un juego limpio
pensar en todas las cosas que podría hacer con él.

Se estaba poniendo duro otra vez.

Riéndose de sí mismo, dejó a Francis durmiendo. Hoy era su visita a Caracas, a un


día entero de viaje. No regresaría antes del anochecer.

¿Quizás debería haber dejado una nota, como si fuera un novio amoroso?

Jesús, estaba perdido.

Se reunió con Carlos, se subió al Land Cruiser y se preparó para conducir un día
sabiendo que Francis lo estaría esperando cuando regresara, y la noche siguiente
planeaba arruinarlo de nuevo y que Francis lo arruinara a cambio.

Ambos estaban condenados, exactamente como le gustaba a Vitari.

233
234
CAPÍTULO 23
FRANCIS

Era media tarde cuando Francis se despertó; ya había transcurrido casi todo el día.
Isabel y otros de la iglesia se estarían preguntando adónde había llegado.

Se quedó tumbado en la cama un rato más, con el cuerpo todavía palpitante. Vitari
había sido… minucioso, con sus dientes, lengua, manos y… polla. Francis se
endureció bajo la sábana otra vez, su polla era como una batería recargable que nunca
se apagaba.

No esperaba que Vitari todavía estuviera en la cama con él, y podría haber sido
incómodo si así hubiera sido. La noche anterior había sido...

—Maravillosa —susurró. Nunca se había entregado tan egoístamente, nunca se


había rendido tan completamente. Siempre había estado en alerta máxima, con miedo
de que lo atraparan, aterrorizado de estar haciendo algo mal, con miedo de perder el
control y, después, lleno de culpa. Ya no había nada de eso. Sólo… paz en su corazón.

Si Dios no quería que él sintiera paz, entonces quizás Dios había elegido al
discípulo equivocado en Francis.

Aunque Dios no lo había elegido...

Hizo una mueca y se giró sobre su costado, ajustando sus pensamientos. No quería
que la oscuridad lo siguiera hasta aquí. La dejaría disfrutar la mañana siguiente. El

235
inevitable dolor y castigo vendrían después. Vitari aún intentaría desterrarlo de la
iglesia, y Francisco seguiría yendo. Nadie era su dueño. Ya no.

Aquí era libre.

No podía pasar todo el día en la cama. No quería que Vitari pensara que estaba
tan destrozado que no podía salir por la puerta. Se duchó, se vistió y llevó una taza
de café recién hecho al porche. La ciudad estaba tranquila, a diferencia de la noche
anterior, cuando había palpitado de vida, calor y color. A él también le había
encantado eso, estar entre personas maravillosas que le habían abierto sus corazones
y sus hogares.

Vio un rastro de camionetas todoterreno grises serpenteando hacia la ciudad por


la carretera principal. Ocurría a veces, cuando la gente que trabajaba en las minas o
en los campos de coca cambiaba de turno. Pero estas camionetas eran diferentes.
Entrecerró los ojos ante la luz del sol, protegiéndose los ojos. Los hombres que iban
en la parte trasera de las camionetas portaban rifles.

Se pusieron de pie y se echaron las armas al hombro.

Los disparos estallaron, como petardos.

Francis se agachó, pero desde lo alto de la colina podía ver claramente cómo los
hombres disparaban en oleadas de balas contra las casas. Entonces comenzaron los
gritos. Una joven salió corriendo de su casa, la misma que le había regalado una flor
la noche anterior. Ella corrió, gritando llamando a su mamá, y luego cayó como una
muñeca cuando las balas la ametrallaron por la espalda.

—Dios no. —Francis cerró los ojos con fuerza. El shock rivalizaba con el malestar,
agitándole las entrañas. Podría vomitar o desmayarse.

Se oyó un golpe en la puerta de atrás de la casa.

Se volvió.

236
Estaban aquí, hombres con rifles, con la parte inferior de la cara cubierta por
máscaras que sólo dejaban ver los ojos. Si huía, le dispararían por la espalda, como a
la chica. Si no corría, le dispararían donde estaba agachado. Iba a morir aquí, por nada.

Se puso de pie y levantó las manos.

—¡Espera, no dispares! Por favor.

Los hombres apuntaron sus armas hacia él y gritaron en español, de lo que Francis
entendió sólo una parte.

—No dispares. Me llamo Padre Francis Scott, soy un sacerdote católico. ¡Tu jefe
me querrá vivo!

Gritaron un poco más y corrieron hacia él.

—¡Soy sacerdote!

Sacaron sus armas y le hicieron señas para que se agachara. Comenzó a


arrodillarse, luego se le echaron encima y le sujetaron los brazos a la espalda. Unas
manos lo levantaron y lo empujaron hacia la puerta. ¿Y si lo fueran a ejecutar?

—Mi nombre es Padre Francis Scott. ¡Por favor, soy un sacerdote inglés! Por favor,
no me mates.

La culata del rifle cayó con fuerza y la oscuridad se apoderó de él.

237
CAPÍTULO 24
VITARI

Caracas estaba ocupada fingiendo ser una ciudad segura para que los turistas
estadounidenses regresaran. Parecía segura en apariencia, incluso tenía algunas de las
grandes franquicias en las calles principales que los estadounidenses reconocerían.
Pero la corrupción era profunda. Vitari lo sabía, porque los Battaglia estaban metidos
en todo, hasta en la alcaldía.

Mientras los coches retumbaban por las calles, los peatones observaban,
instintivamente conscientes de que estaban en presencia de la realeza. Esto era lo que
los forasteros no entendían de la mafia. No era una banda criminal más. Su influencia
corría por las venas de un país, lo mantenía vivo, lo alimentaba, lo nutría y, al mismo
tiempo, le quitaba dinero. Si se eliminaba a la Mafia, el país se hundía. Los Battaglia
hacían más bien por la gente de aquí que los políticos corruptos y el gobierno elegido.

Y aquí era donde reinaba Vitari.

Pasaron de los destartalados Land Cruiser a una flota de nuevos y sofisticados


Mercedes importados. Carlos le llevaba a un hotel de nueva construcción para
mostrarle lo lejos que había llegado la Vincente y exponer algunos de sus mejores
productos. Carlos estaba ansioso por complacer. Vitari no tenía ninguna queja hasta
el momento. Mierda, Carlos y su operación probablemente eran más valiosos para
Battaglia que Vitari.

238
Entraron al hotel como reyes, flanqueados por un pequeño ejército de seguridad.
Nadie se atrevería a atacarlos. La seguridad les sería como un barrera. Eran jodidos
reyes.

Vitari fue conducido a una nueva y reluciente sala de conferencias donde, tan
claramente como el día, se habían apilado varios paquetes de cocaína sobre la mesa.
En el suelo había una caja de armas abierta y, detrás, una fila de cuatro mujeres
jóvenes terminaba la presentación, vestidas con vestidos cortos y escotes
pronunciados. Dos de ellas intentaban no llorar a pesar de sus sonrisas.

Vitari disimuló su mueca. Había aspectos del negocio que no tocaba, y el tráfico
de personas era uno de ellos. Sabía que ocurría, pero se mantenía al margen. Esas
jóvenes venezolanas habían sido compradas o estaban a punto de ser vendidas.

Uno de los entusiastas miembros del equipo de Carlos clavó una navaja en un
paquete de coca y dibujó unas líneas en la mesa. Carlos no perdió tiempo y se esnifó
una. Joder, Vitari odiaba esta parte del trabajo. Lo mejor era acabar con esto de una
vez. No podía negarse sin provocar un incidente internacional y que Giancarlo
volviera a apretarle los cojones.

Esnifó la línea y se limpió el polvo de la nariz, tragándose el cosquilleo inmediato.


Todos abuchearon en señal de celebración, bueno, casi todos. Las mujeres no.

A Vitari se le dio un recorrido por el nuevo edificio, con sus candelabros de cristal,
su espectacular piscina infinita junto a la playa y su área de terraza. Todo comprado,
pagado y construido con dinero de la mafia. Era casi vergonzoso lo jodidamente
azotada que estaba Venezuela.

Las chicas los siguieron. Todos sabían hacia dónde se dirigía esta fiesta y no era
un final feliz para ellas. Si Francis alguna vez se enterara de los acuerdos que hacía
Vitari, volvería a sentirse disgustado. Él sabía lo que hacía Vitari, pero no lo entendía.

239
La coca tenía sus garras dentro de él, acelerando su corazón, haciéndolo sentir
suelto y libre. Realmente no necesitaba pensar en Francis en el trabajo.

La reunión cambió de marcha y se trasladó a un casino en el sótano, donde corrían


las copas y la coca. La chica de Vitari era pequeñita, apenas había pasado la pubertad,
y de ninguna manera iba a tocarla. No podía salvarla de los otros cuando se fuera,
pero podía hacer que no tuviera miedo por una noche.

Cuando la chica intentó hacer un movimiento con él, no pudo decirle que era linda
pero que no hacía nada por él sin causar una escena, así que le siguió el juego, dejando
que ella lo arrinconara mientras los demás jugaban, bebían y se manoseaban toda la
noche.

—Tú… con el cura, ¿no?

Vitari parpadeó ante ella. ¿Cómo carajo conoce a Francis? Sus pensamientos
cocainómanos se detuvieron en seco.

—¿Qué?

—El cura. — Ella sacó una foto arrugada de entre sus pechos y se la tendió. La foto
mostraba una fila de sacerdotes mayores, todos alineados con sus túnicas, y el rostro
de Francis rodeado con un bolígrafo rojo. No necesitaba que lo señalaran; su rostro
fresco lo resaltaba como un civil en una formación criminal.

Vitari le arrebató la foto.

—¿Qué carajo es esto? ¿De dónde la sacaste?

Ella señaló a Francis.

—Está en peligro.

240
Él la miró fijamente y apenas se resistió a agarrarla y sacudirle todas las respuestas.
El shock sacudió sus pensamientos drogados o borrachos. No esperaba que Francis lo
siguiera a Caracas. Esto era un negocio. Si Francis entraba en contacto con el negocio,
entonces su ciertamente delgada identidad como Frankie quedaría arruinada.

—¿Cómo sabes de él?

—Victoria Chase.

¿La mujer muerta en el cementerio de Francis? Parecía como si hubiera pasado


toda una vida desde eso. Vitari agarró a la chica y la llevó a un rincón oscuro, como si
se estuvieran calentando detrás de la cortina. Ella lo miró fijamente, con ojos
demasiado brillantes pero lejos de ser inocentes.

—¿Cómo conoces a Victoria? ¿Quién te dio esta foto?

—Victoria no. Adelita… es mi hermana.

El nombre de Victoria Chase nunca le había parecido correcto y ahora sabía por
qué. Mierda, ¿sabía ella que su hermana estaba muerta? No podía decírselo, no aquí,
y que se viniera abajo.

—Mierda. —Tenía que alejarla de los demás—. Sígueme el juego, ¿de acuerdo? —
Cambió al español, repitió la orden, le tomó la mano y luego se giró hacia Carlos que
hablaba con sus hombres junto a una de las mesas de blackjack28—. Voy a llevar a la
chica arriba. ¿Hemos terminado por esta noche, Carlos?

Carlos sonrió y le dio una palmada en la espalda, con los ojos vidriosos por las
drogas. Le dijo que se encontraran en el vestíbulo en una hora.

28 El blackjack, también llamado veintiuno, es un juego de cartas, propio de los casinos con una o más barajas

inglesas de 52 cartas sin los comodines, que consiste en sumar un valor lo más próximo a 21 pero sin pasarse.

241
Vitari apresuró a la chica por los pasillos, subió un tramo de escaleras y probó
varias puertas cerradas antes de encontrar una que estaba abierta. La empujó hacia
adentro, cerró la puerta y bloqueó la cerradura.

La niña gimió y tropezó hacia atrás, dentro de la habitación.

—No te voy a lastimar. —Levantó las manos, tratando de parecer menos


amenazador—. Cuéntame todo lo que sepas sobre ese sacerdote.

Sus grandes ojos marrones se abrieron, inseguros pero esperanzados.

—No se mucho. Mi hermana dijo que él me ayudaría.

¿Cómo demonios iba a ayudarla Francis? Ni siquiera se suponía que estuviera en


Venezuela.

A menos que no fuera para ahora. Ella estaba hablando de después, de cuando la
llevaran clandestinamente a Europa en unas pocas semanas. Su hermana le había
dicho que buscara al padre Scott, una vez allí.

—¿Te dijeron que lo buscaras en Europa?

Ella asintió.

—¿Quién te lo dijo?

Se mordió el labio, encogiéndose, cada vez más asustada con cada segundo que
pasaba.

—¿Quién te dijo que fueras a buscar a Francis?

—Adelita.

La mujer muerta que Francis afirmó no conocer.

242
—¿Cómo lo conoció ella?

Ella se estremeció. La estaba perdiendo. La chica estaba aterrorizada. Mierda.


Enterró la mano en el bolsillo y sacó la pepita de oro que Carlos le había dado cuando
llegó, luego se la entregó y le cerró los dedos alrededor de ella.

—Cuando hayamos terminado, necesitas salir de este hotel y seguir caminando.


Le diré a tu manejador que estás aquí, durmiendo la siesta. Usa esto para salir del
país. Es todo lo que puedo hacer por ti. Pero tienes que decirme cómo conoció tu
hermana a Francis.

—Se reunieron.

Francis, ese maldito mentiroso.

—¿Dónde?

—No lo sé. Hace mucho tiempo. Ella confiaba en él. Ella dijo que él la ayudaría,
que acudiría a él, pero dejó de enviar mensajes. No he podido comunicarme con ella.

Vitari retrocedió y apretó los puños para evitar golpear algo. La coca estaba
jodiendo sus nervios, pero lo tenía bajo control; era el maldito Francis quien le hacía
querer gritarle al cielo. ¿Había conocido a la mujer muerta todo este tiempo y había
mentido al respecto?

Se dejó caer al borde de la cama.

—Dijiste que él está en peligro. ¿Qué sabes?

—Los oí hablar de un sacerdote, el padre Scott, y reconocí el nombre. Te miraban


mientras hablaban, asegurándose de que no pudieras oírlos.

—¿Los hombres que estaban conmigo estaban hablando del sacerdote? —Entonces
Carlos sabía quién era Francis. Su cuento de hadas en Venezuela había terminado.

243
—Sí, dijeron que había que… ocuparse de él. No se dieron cuenta de que lo
escuché, pero lo hice, y parecía que no debías saberlo, ¿como si lo conocieras? Pensé
que, tal vez si lo conocías, ¿podrías ayudarme? No quiero ir a Inglaterra. No quiero
estar aquí…

—¡Mierda!

Ella se sobresaltó y gimió de nuevo, temiendo que él fuera a golpearla.


Probablemente le habían hecho cosas peores.

—¿Eso es todo?

Ella asintió y se secó las lágrimas de la cara.

—Está bien, tienes que irte mientras todos están abajo. Simplemente sal de aquí,
¿de acuerdo? No corras. Actúa como si todo fuera normal. Estarás bien. Vete.

Ella asintió y salió corriendo de la habitación.

Vitari enterró su rostro entre sus manos. Maldito Francis, si hubiera jugado a ser
Frankie, nada de esto habría sucedido. Pero no, tenía que ser el sacerdote, tenía que ser
el puto Padre Blanco y ayudar a todos, y ahora su pedacito de paraíso se había acabado.

—No, no, por favor no… —gimió la niña.

Vitari se puso de pie y abrió la puerta de golpe. Dos hombres caminaban por el
pasillo y, cuando Vitari salió de la habitación, el hombre que iba delante levantó su
arma con silenciador y le metió una bala entre los ojos a la hermana pequeña de
Adelita. Se balanceó hacia atrás y cayó, retorciéndose en el suelo con un agujero en la
frente.

El corazón de Vitari latió con fuerza. Vio la pepita de oro caer de sus dedos y
levantó la mirada para mirar el cañón de una pistola.

244
—¡¿Qué carajo es esto?! ¿Sabes quién soy?

El bastardo sonrió.

—Ponte de rodillas, Ángel.

Si intentaba agarrar el arma, el tipo probablemente le volaría media cara a Vitari.

—¿De quién son las órdenes?

—Solo negocios.

—¡¿De quién son las malditas órdenes?!

—De rodillas, niño bonito.

Vitari gruñó y cayó de rodillas, y el compañero del pistolero lo rodeó por detrás,
probablemente para atarle las muñecas. O ejecutarlo. Vitari tenía unos tres segundos
para arreglar las probabilidades o este juego terminaría. Esperó hasta que su
compañero se agachó y lanzó la cabeza hacia atrás, golpeándole en la nariz.

La pistola del pistolero azotó la mejilla de Vitari. El interior de su labio se partió y


la sangre se arremolinó sobre su lengua. Escupió en la cara del pistolero, cegándolo,
y cargó. El pistolero tropezó hacia atrás, cayó sobre la niña muerta y, mientras caía,
Vitari agarró el arma, apuntó, amartilló y disparó, volándole la cara. Giró y disparó
de nuevo, derribando a su compañero de un tiro en la cabeza.

Tres cadáveres, y nada de eso había sido culpa de Vitari.

Se arregló la ropa, cogió la pepita de oro, limpió la sangre de su brillo dorado y se


la metió en el bolsillo. Ya era hora de largarse de Caracas, probablemente también de
Venezuela.

245
Se apresuró a bajar las escaleras, con la cabeza y el cuerpo zumbando. Si los
hombres con los que había viajado hasta allí sabían sobre Francis, entonces Carlos era
parte de ello. Le agradaba Carlos, había confiado en bastardo.

Se metió el arma en el cinturón, contra la cadera, y vio a Carlos al otro lado del
casino, todavía enfrascado en una conversación con su equipo. La mayoría de los otros
hombres se habían emparejado con las chicas.

—Carlos, necesito hablar contigo

La sonrisa tranquila de Carlos cambió, volviéndose cautelosa, cuando vio el


moretón creciente en la mejilla de Vitari y el acero en sus ojos. Carlos se puso de pie y
extendió la mano hacia atrás.

Vitari se hizo a un lado la chaqueta, dejando al descubierto el arma.

—No hagas eso. No quiero tener que decirle a tu mujer y a tus hijos que no vas a
volver a casa.

La habitación quedó en silencio, aparte de las dos irritantes máquinas


tragamonedas que tintineaban en la parte de atrás.

—¿Quieres joderme, Carlos? ¿Quieres joder con los Battaglia? Puedo derribar todo
este maldito imperio. —Hasta que supiera la verdad de todo esto, no estaba seguro
de en qué lado podía confiar, incluido el suyo, pero jugaría la carta de Battaglia en la
que siempre había confiado hasta que dejara de funcionar.

—Gracias por el recorrido, pero creo que ya debemos regresar, ¿no? —Sugirió
Vitari.

Entraron en los autos, con Vitari manteniendo a Carlos cerca.

—¿Qué está sucediendo? —Preguntó Carlos—. ¿Qué pasó allí atrás?

246
—Fui atacado por dos hombres en tu casino. —Pensó en que era mejor dejar a
Francis y a la chica muerta fuera de esto por ahora. No quería que Carlos supiera que
se preocupaba por ninguno de los dos.

Los ojos de Carlos se abrieron como platos.

—No fueron mis hombres. Esos no trabajan para mí. ¿Por qué habría de hacer eso?
Eres todo para nosotros, para mi familia, mi gente. Tú nos proteges, nos das lo que
necesitamos para mantener las minas. Nunca pondría eso en peligro. Debes creerme.
Somos como hermanos, ¿no?

Sonaba genuino, pero eso sólo significaba que a él también lo habían mantenido
en la oscuridad.

—¿Qué pasa con Frankie, eh? ¿Qué sabes sobre él?

Los ojos de Carlos se abrieron como platos. Hizo un gesto salvaje.

—¿De Blanco Padre? Nada. Es tu invitado, un amigo, ¿no?

Mentiroso.

Joder, tenía que volver a El Cristo. Si iban a hacerle algo a Francis, lo harían
mientras Vitari estuviera a varios cientos de kilómetros de distancia.

El viaje a casa iba a ser largo.

247
Llegaron a El Cristo a las 3 de la madrugada, con el pueblo todavía envuelto en la
oscuridad.

Había visto suficiente muerte como para saber cómo aislarse de su brutalidad,
pero cuando los muertos eran personas inocentes y niños, gente con la que había
bailado, con la que había comido, con la que había charlado, que yacían boca abajo en
el suelo, el endurecido corazón de Vitari se resquebrajaba.

Los hombres del convoy corrieron hacia sus casas, abandonando los vehículos y a
Vitari. Carlos estaba entre ellos. Los gemidos y lamentos comenzaron poco después.

Vitari se bajó del Land Cruiser y, a unos pocos pasos, se encontró con un rastro de
sangre oscura insinuando que habían arrastrado un cuerpo.

Se suponía que Battaglia debía proteger a esta gente; se suponía que él debía
protegerlos.

¡Francis!

Vitari podía ver la casa desde la calle principal. Todas sus ventanas estaban a
oscuras.

Joder, no. Subió corriendo la colina, con el corazón acelerado, los pulmones y las
piernas ardiendo.

—¡Francis! —La puerta principal estaba entreabierta—. ¡Francis! —Irrumpió por


el pasillo donde Francis lo había besado.

Sabía lo que había pasado, sabía que encontraría a Francis en un charco de sangre.
Armó su corazón, apagó toda emoción y, liberando su arma, barrió cada habitación.
Detrás de una de estas puertas encontraría su cuerpo, igual que la gente del pueblo.
Siempre estuvo destinado a terminar de esta manera.

Barrió cada habitación, seguro de que iba a encontrarlo.

248
Pero no había ningún cuerpo. No había sangre. Sólo una taza de café rota en la
terraza.

Vitari se dejó caer en la tumbona y se tapó los ojos con dedos temblorosos. La ira
era un calor creciente y visceral, una tormenta en su cabeza y su pecho. Necesitaba
detenerse, respirar y pensar.

Francis había sido secuestrado.

Si simplemente le hubiera seguido el juego, si simplemente se hubiera quedado en


la casa y hubiera dejado de ser tan jodidamente amable, si hubiera hecho lo que Vitari
le había dicho, nada de esto habría sucedido.

Aunque la masacre no había sido culpa de Francis. Eso había sido otra cosa.
Alguien más.

Tantos muertos.

Pero no Francis.

Aún no.

Se secó la humedad de los ojos y, cuando el sol salió sobre las calles empapadas de
sangre de El Cristo, amartilló el arma, cargó una bala en la recámara y juró al Dios de
Francis que el Ángel de la Muerte quemaría el mundo para salvar la vida de su
sacerdote.

249
El sonido sombrío de gemidos llegaba de casi todas las casas, pero las casas
silenciosas eran peores. Nadie había regresado a aquellas.

Vitari abrió la puerta principal de Carlos, desvió su mirada del cuerpo cubierto de
sábanas en el suelo y encontró a Carlos encorvado en la mesa del comedor. Su esposa
gemía en algún lugar de una habitación trasera.

—Necesito un camión y armas.

Carlos giró la cabeza y la agonía de su alma estaba ahí, en su rostro manchado de


lágrimas. Metió la mano en su bolsillo y le arrojó la llave de una camioneta a Vitari.

—Las armas están en la choza, en la parte de atrás.

Vitari asintió y se quedó pensativo. Debería decir algo, pero ¿qué? Qué palabras
podrían quitarle el dolor al hombre?

—Los mataré a todos por esto. —luego de eso salió y se dirigió a la parte trasera
de la casa, donde estaba aparcado uno de los Land Cruiser, continuando hasta la
choza. Vitari comenzó a cargar una colección de rifles y pistolas del almacén en el
asiento trasero.

Había visto las huellas de los neumáticos atravesando la ciudad en dirección oeste.
Quien haya hecho esto estaba escondido cerca de las minas. Cazaría a todos esos
cabrones y los ejecutaría.

Llegó Carlos y, sin decir palabra, se unió a él para cargando las armas. Otros tres
hombres llegaron en una segunda camioneta, igualmente armados.

—Se dirigieron al oeste, hacia la mina —dijo Vitari. Se colgó dos pistoleras y luego
comprobó los cargadores de las dos pistolas.

—Toccara hizo esto. —Carlos se puso al volante mientras Vitari iba de copiloto.

250
—¿Estás seguro? —La milicia de Toccara nunca había sido una amenaza. No eran
más que un puñado de jóvenes con fervor religioso que se dedicaban a secuestrar
camiones y turistas en busca de emociones fuertes. Tenían que saber que Battaglia los
borraría del maldito mapa por esto. Algo había cambiado para que atacaran al
Vincente.

—Nadie más es tan estúpido.

Se habían llevado a Francis, no lo habían matado, por lo que sabían que tenía un
valor. Es posible que hayan visto su rostro pálido y hayan pensado que alguien en
Europa pagaría unos cuantos millones para tenerlo en casa sano y salvo. Vitari
esperaba que eso fuera todo.

Deja que aun esté vivo.

Los camiones se adentraron ruidosamente en la jungla, por caminos deslucidos y


a través de un espeso follaje.

Los Toccara los estarían esperando, pero tal vez no tan pronto, ya que Vitari había
acortado el viaje a Caracas.

—Deténgase aquí. —Señaló con la cabeza una zona ensanchada de la vía—.


Caminemos el resto del camino, dispersémonos y buscamos señales de un
campamento.

Huellas frescas cortaban el camino más delante. No estaban lejos de la operación


minera. Los Toccara o quienquiera que estuviera detrás de esto habían seguido por el
camino, hacia la mina aislada, probablemente matando a todos los trabajadores para
que la noticia de su toma de posesión no llegara al puebl8.

Mientras bajaban de los vehículos, el agua caía sobre las gruesas hojas, ya fuera
por la lluvia o por el sudor de la jungla. A Vitari se le pegaba la ropa. Su agarre sobre
el arma era grasoso. Odiaba la jodida jungla, odiaba todo lo relacionado con esto.

251
No podía resucitar a los muertos, pero podía matar a los cabrones que habían
arrasado su pueblo.

Un camión refunfuñó en algún lugar más adelante y, a medida que se acercaban,


voces surgían entre la maleza. Los hombres de Carlos se desplegaron en silencio y se
arrastraron hacia las afueras de la mina.

Vitari vadeó un punto bajo pantanoso, luego abrazó una orilla ascendente sobre
su vientre y se asomó por encima, y allí estaban. Unos cuantos camiones blancos
destartalados estaban estacionados alrededor de una zona de selva despejada. Se
habían levantado tiendas de campaña, también toldos, para proteger de la lluvia y el
calor el lugar donde se reunían los hombres, charlando sin preocupación, como si no
acabaran de masacrar a más de cincuenta personas.

Francis debía estar en una de esas tiendas.

Unos cuantos centinelas vigilaban el lugar donde de entraba al campamento, con


rifles de asalto en sus brazos, pero no prestaban atención a su entorno, sólo al camino.

El ácido quemó la parte posterior de la lengua de Vitari. Estos cabrones estaban a


punto de aprender que dañar a la Battaglia era una sentencia de muerte. Pero más que
eso, esto era personal. Francis estaba allí abajo, y Vitari sabía por experiencia que no
se habría rendido en silencio. Estaría herido, asustado, rezando a su Dios para que le
enviara un ángel.

Vitari miró a izquierda y derecha. Carlos y los demás estaban ocultos, listos para
la venganza.

Desenfundó sus dos pistolas, apoyó los dedos en los gatillos y le asintió a Carlos.

—Necesito al sacerdote vivo.

Carlos asintió y se echó el rifle al hombro. Los demás también se armaron.

252
Si entraban rápido y con fuerza, no quedaría ni un cabrón en pie.

Vitari asintió, dando la señal, y se pusieron en marcha.

253
CAPÍTULO 25
FRANCIS

La mordaza que le habían metido en la boca le quemaba con sal y una sustancia
aceitosa que olía mucho a diésel. Su cabeza palpitaba por los vapores. Pero dado que
lo habían atado por las muñecas y los tobillos y lo arrojaban al suelo fangoso, no había
mucho que pudiera hacer salvo usar su lengua para intentar sacarse el trapo de entre
los labios.

Nadie le estaba prestando mucha atención. Ni siquiera lo habían revisado en la


tienda desde que lo dejaron allí.

Sacó finalmente el trapo y escupió hilos, luego hizo girar su lengua alrededor de
su boca seca para tratar de deshacerse del sabor repugnante.

Ahora a por sus muñecas. Intentó retorcerse y tirar, intentó pasar sus muñecas a
través de las bridas, una a la vez, pero estaban demasiado apretadas. Había visto un
vídeo de defensa personal en YouTube, en el que la víctima separaba sus muñecas
para romper las ataduras. Lo intentó, pero sólo logró lastimarse la piel de las muñecas.
¿Tal vez se suponía que debían estar frente a él para que ese movimiento brusco
funcionara? No podía recordarlo, pero lo intentaría.

Doblando las rodillas hasta la barbilla, empujó sus muñecas atadas hacia abajo,
debajo de su trasero, se retorció de izquierda a derecha y sacó los brazos por debajo.
Batalló por pasar las piernas, pero lo logró y ahora tenía las manos atadas en el regazo.

Si recordaba el vídeo correctamente, debería extender las manos y...

254
Se abrió la puerta de la tienda.

Francis se enfrentó al hombre al que le había arrojado chocolate caliente hacía unos
meses. Luca Esposito. Le cubría un holgado traje de camuflaje, pero no se podía
confundir su rostro delgado y aflautado y sus ojos inyectados en sangre.

Luca vio el trapo en el suelo y resopló.

—Es usted muy escurridizo, ¿verdad, padre? —dijo en inglés. Avanzó y se agachó,
con los brazos sobre las rodillas. Su mirada recorrió a Francis de pies a cabeza. Se
metió la lengua en la mejilla—. Tienes buen aspecto para ser un hombre que ha estado
huyendo. Supongo que no estuviste muy lejos de Ángel, ¿no es así?

Francis permaneció en silencio. Ya les había dicho que no sabía nada, que todo
aquello había sido un error. Nadie lo escuchaba.

Luca se pasó el pulgar por la nariz y olfateó.

—¿Qué? ¿Creíste que habías encontrado un final feliz aquí, Blanco Padre?

Vitari tenía razón. No debería haber causado problemas, debería haberse quedado
en casa, pero no podía vivir así.

—Me hiciste un favor, mantuviste a Ángel distraído. Pero no podía demorar esto
para siempre. Eres un hombre popular, padre. Por alguna razón, los DeSica están
ofreciendo unos cuantos millones para tenerte en sus manos. Eso es mucho dinero por
un sacerdote don nadie.

—¿Estás trabajando para ellos ahora?

Luca escupió a un lado.

—No me insultes. No te entregaría a esos cabrones ni aunque pagaran diez


millones. Tengo honor.

255
—¿Mataste a toda esa gente inocente por tu honor?

—¿Que gente? Ah, ¿los lugareños? No, solo estaban en el camino.

La rabia quemó la garganta de Francis.

—¿¡Los niños también estaban en tu camino!? —No había tenido intención de alzar
la voz, pero las palabras salieron disparadas de él.

El revés de Luca aterrizó como el golpe de un látigo. Francis sintió el sabor de la


tierra y parpadeó para volver a sí mismo. Se enderezó desde el suelo, con el rostro en
llamas.

—Los mataste a tiros como si no fueran nada.

—Porque no son nada. ¿Quieres que te golpee otra vez, sacerdote? Porque lo haré.
Cierra la boca sobre esa gente. A nadie le importan una mierda. Trabajan para mí,
para el negocio. Yo soy el maldito dios aquí.

Sabía que no debía responder, debía permanecer callado y dócil, pero enseñó los
dientes en una mueca de desprecio. Vitari, a pesar de todos sus defectos, nunca habría
matado a tiros a niños.

—Vitari Angelini es cien veces más hombre que tú.

Luca se abalanzó y agarró a Francis por la mandíbula, echando su cabeza hacia


atrás.

—Vitari está jodido. Es un homosexual chupapollas como tú. Nunca abandonará


esta maldita jungla. Pero tú lo harás, volverás conmigo, padre. Algunas personas muy
poderosas quieren tenerte en sus manos y estarán muy agradecidas cuando te lleve a
ellos.

256
Luca jadeó, su aliento caliente contra la boca de Francis. Apretó las mejillas de
Francis con más fuerza, aplastándolas contra sus dientes.

—Tal vez deberías chuparme la polla, ¿eh? ¿Es así como Ángel consiguió que
cooperaras? —Luca se agachó, sacó un cuchillo y cortó las ataduras que sujetaban los
tobillos de Francis, liberando sus piernas.

Francis respiró por la nariz y le devolvió la mirada. Si Luca se atrevía a poner su


polla cerca de la boca de Francis, la perdería de una mordida. Trató de transmitir eso
con su mirada, pero la sonrisa de satisfacción de Luca creció.

—¿Te gusta la polla? ¿Quieres probar la mía?

Entonces se escucharon disparos fuera de la tienda.

Luca lo soltó y sacó un arma de la parte posterior de su cintura.

—¿Qué carajo?

Francis se dejó caer sobre sus codos.

Los disparos rápidos marcaron un ritmo entrecortado. La lona de la tienda se


perforó hacia dentro y aparecieron dos nuevos agujeros.

—¡Mierda! —Luca hundió sus dedos en el cabello de Francis y lo puso de pie. El


dolor recorrió la columna de Francis.

Luca puso una pistola bajo la barbilla de Francis y se burló de él.

—Veamos cuánto vale realmente tu vida.

257
CAPÍTULO 26
VITARI

Luca vestido de camuflaje salió de una de las tiendas, con Francis agarrado a su
pecho y una pistola bajo su barbilla. El pánico congeló el corazón de Vitari.

—¡No disparen!

—¡Dejen las armas o el sacerdote se encontrará con su Dios!

—¡Luca, hijo de puta! —Vitari miró a Luca por la mira de su arma, pero Francis se
movió, luchando, haciendo que Luca luchara con él. Si Vitari disparaba, era igual de
probable que le disparara a Francis como a Luca.

—¡Bajen las armas! —Ordenó Luca—. ¡Todos ustedes, cabrones, trabajan para mí,
trabajan para Don Giancarlo!

Carlos miró a Vitari. Vitari negó con la cabeza. No había forma de que Battaglia
hubiera autorizado esto. Giancarlo no se arriesgaría a desestabilizar toda la operación
venezolana. Toda esta mierda era obra de Luca.

—Sé lo que estás pensando, Ángel. ¿Qué Giancarlo no haría esto? —Lucas se rio—
. Aquí hay algo más en juego que tu pequeña historia de amor con este hombre del
clero. Esto es más grande que tú, más grande que yo, tal vez incluso más grande que
Giancarlo. Lo suficientemente grande como para correr el riesgo de perder territorio

258
por ello. Deberías haber entregado al sacerdote, entonces tal vez aun tendrías una
oportunidad con la familia. Pero ya estás acabado. Esta cagada es el último clavo en
tu ataúd, Ángel. ¿Toda esta gente muerta bajo tu vigilancia? ¿Las minas de oro bajo el
control de los Toccara? Giancarlo te culpará. Todo lo que tocas se desmorona. Tu única
gracia salvadora podría haber sido entregarle el sacerdote a Battaglia, pero no lo
hiciste. Eres hombre muerto. Nunca fuiste digno de la familia. El hijo de una puta, el
resultado de un polvo de quince minutos de Giancarlo en el coño de una puta,
escondido en Inglaterra, donde están enterrados todos los secretos sucios.

Su puntería flaqueó, las palabras de Luca habían encontrado una debilidad en la


armadura de Vitari.

—Él sabe.— Los ojos de Luca brillaron—. Él sabe lo que eres. Sabe que te gusta
recibirlo por el culo, Ángel.

Las náuseas agriaron el estómago de Vitari. Luca le había dado las fotos a
Giancarlo.

No importaba. Giancarlo no lo quemaría por unas cuantas fotografías. Había


servido a la familia toda su vida, desde que lo sacaron a rastras de ese hogar de niños
abandonados de Dios. Amaba a la familia, amaba a Giancarlo. Eso tenía que servir
para algo.

Los labios de Francis se movían, probablemente en oración.

Algunos de los guardias de Luca se habían movido, los que quedaron con vida.
Vitari y Carlos habían matado a la mitad. Los hombres de Carlos estaban todos
armados, con las armas apuntadas y los dedos en los gatillos, esperando la orden para
volar a Luca y sus hombres. Pero si Vitari daba la orden, Francis también moriría.

Si Vitari no arreglaba esto, si no recuperaba el control de la mina, estaba acabado.

Pero arreglarlo significaría que Luca apretara el gatillo contra Francis.

259
Carlos y sus hombres querían venganza. Sus esposas e hijos yacían muertos.
Sangre por sangre.

Sólo Vitari y su corazón roto los detuvieron.

Necesitaba poner fin a esto, ordenarles que mataran. Pero Francis moriría.

Joder, ¿por qué le importaba tanto?

El blanco de los ojos de Francis se mostró, su mirada fija en Vitari. ¿En qué estaba
pensando? ¿Estaba orando por sí mismo o por Vitari?

No podía matar a Francis, incluso si eso significaba que su vida hubiera terminado.
Ese maldito sacerdote merecía vivir más que nadie aquí. Él era lo único bueno en este
lugar, lo único bueno en la vida de Vitari.

—Bajen sus armas —ordenó Vitari.

Carlos le lanzó una mirada inquisitiva.

—Hazlo —espetó Vitari.

Las armas resonaron cuando Carlos y sus hombres se rindieron.

La sonrisa de Luca creció, pero mantuvo su arma bajo la barbilla de Francis.

Jesús, Vitari iba a hacer que los mataran a todos por un solo sacerdote.

—Déjalo ir, Luca.

Luca se encogió de hombros.

—¡Mátenlos! —gritó, y puso a Francis en movimiento, empujándolo delante de él,


hacia uno de los camiones.

260
Los hombres de Luca levantaron sus armas.

Los disparos llovieron

Vitari tomó sus armas y se lanzó para cubrirse. Las balas rociaron el camión que
había dejado atrás. Volaron pedazos de pintura y balas. Vitari se agachó, abrazó las
pistolas contra su pecho y, mientras las balas salpicaban el suelo, vio a Luca escapando
con Francis. Luca tenía el arma apuntada a la espalda de Francis. Vitari no pudo oír
por el rugido de los rifles de asalto, pero vio que la boca de Luca se movía,
ordenándole a Francis que subiera al camión cercano.

Vitari probablemente no saldría vivo de esta mina. Pero bien podría llevarse a
Luca con él. Aún agachado detrás del camión, sostuvo una pistola en la palma de su
mano y alineó la mira con la cabeza de Luca mientras se sentaba detrás del volante
del camión. La cara de pánico de Francis apareció en la ventana.

Luca hizo girar el camión en U y aceleró con fuerza. Las ruedas traseras del camión
levantaron arcos de barro.

Vitari siguió la silueta de Luca. En segundos, el camión desaparecería por la vía.


Apuntó, exhaló y apretó el gatillo. La ventanilla del pasajero se hizo añicos y el camión
giró hacia los árboles y se estrelló contra un árbol rígido, deteniéndose en seco. El
vapor silbaba desde debajo del capó.

Vitari parpadeó y se secó el sudor de los ojos. Ahora sólo tenía que llegar allí...

El camión detrás de él tosió y se apagó. Un denso silencio cayó sobre el lugar de la


mina. No se atrevió a mirar para ver si los hombres de Luca se abalanzaban sobre él.
Tenían que estarlo haciendo. Sólo necesitaba ver a Francis bajar del camión, sólo
necesitaba saber que estaba bien. Las llamas chisporroteaban alrededor de la parrilla
del camión.

—Sal, Francis —murmuró, oró o suplicó. ¿Estaba Dios siquiera escuchando?

261
No iba a salir.

¿Por qué carajo no salía?

Vitari levantó la cabeza hacia el camión. Uno de los milicianos miró hacia el
camión, preocupado por su jefe, no por Vitari. Vitari levantó su arma, disparó, luego
giró su puntería hacia el hombre que tenía detrás y disparó, derribándolo. Vitari salió
disparado de su escondite y corrió como el puto viento hacia el camión. Saltó un barril,
casi tropezó y cayó de rodillas, pero recuperó el equilibrio y siguió corriendo. Sonó
un disparo.

El fuego subió por el brazo izquierdo de Vitari. El bíceps sufrió un espasmo. El


arma se le cayó de los dedos, pero todavía le quedaba la otra pistola. Saltó sobre un
montón de ramas caídas y patinó por el costado del camión. La puerta quedó abierta.
Francis no estaba dentro. Lucas tampoco.

Una bala impactó contra el camión y por poco alcanzó la cabeza de Vitari.

Salió disparado hacia la maleza, siguiendo un rastro de hojas pisoteadas. Francis


podía correr como una gacela; estaría bien, tenía que estarlo. Sobreviviría, su Dios se
encargaría de ello. Los sacerdotes tenían que sacar algo de todo el asunto de ser
devotos de por vida, ¿no?

Detrás de él se oyeron disparos dispersos. Astillas explotaron de los troncos de los


árboles por los que pasó corriendo.

—¿¡Francis!? —¿Dónde carajo estaba?

Corrió, saltó matorrales, resbaló en el suelo mojado. La selva terminó


abruptamente, se abrió un cielo azul brillante y el suelo desapareció. Vitari casi se cae
por el borde de un barranco escarpado. Patinó sobre su trasero, jadeante, y se aferró a
mechones de hierba.

Mierda, ¿y si Francis se hubiera caído?

262
Una mano salió disparada de un arbusto cercano y agarró el brazo empapado de
sangre de Vitari. Francis emergió de entre las espesas hojas. La suciedad se pegaba a
su rostro pálido.

—Rápido. Entra aquí.

Vitari se puso de rodillas y siguió a Francis hasta una hendidura oculta que se
había desprendido de un lado del barranco, probablemente de un árbol caído.

Se tumbaron uno al lado del otro, escuchando a los hombres de Luca. Los
pulmones de Vitari se agitaron. Su corazón latió con fuerza.

Sonaron algunos gritos que luego se apagaron.

Vitari bajó el arma y levantó su brazo izquierdo. Le palpitaba el bíceps. La sangre


estaba empapando su camisa. Se desabrochó los primeros botones de la camisa y se
quitó la tela del hombro. La bala lo había herido, pero no lo había atravesado.

—¿Es grave? —susurró Francis, con los ojos muy abiertos en la oscuridad.

—No. Solo es un rasguño.

Vitari se puso la camisa y se tumbó sobre el musgo húmedo y la tierra. Esperarían


hasta el anochecer y luego saldrían de la jungla. ¿Y después? A la mierda, si lo sabía.
No podía pensar en el mañana. Venezuela estaba jodida, él estaba jodido. Sólo quería
tumbarse en la tierra y respirar.

¿Qué se suponía que debía decirle a Francis? Debió estar allí cuando Luca y la
Toccata asaltaron el pueblo. Debió ver al menos parte de la masacre. Esas personas
también eran sus amigos. Francis había querido quedarse, hacer una vida aquí. Ya no
había ninguna posibilidad de que eso ocurriera.

La culpa le revolvía las tripas. Todo esto era culpa suya.

263
—¿Por qué carajo no me hiciste caso? —Vitari gruñó.

Francis permaneció en silencio y luego susurró:

—Lo siento.

Vitari apretó los dientes.

—Esa gente está muerta por tu maldito egoísmo. —Lo dijo, luego deseó no haberlo
hecho, pero ya lo había soltado, y el dolor arruinó el rostro de Francis—. Toda mi vida
está jodida por tu culpa.

—¡No quería esto! —siseó Francis—. ¡No quería nada de esto! ¡No entiendo por
qué está pasando! ¡No sé qué carajo quieren estas personas de mí!

Vitari le tapó la boca con una mano y le sujetó la cabeza.

—Tranquilo —susurró—, tranquilo, todavía están por aquí. Tranquilo.

Cuando el jadeo que atravesaba la nariz de Francis disminuyó, Vitari le quitó la


mano y lo dejó levantarse. La mirada de Francis rebotó en el rostro de Vitari,
acusadora, pero también temerosa. Pero bajo ese miedo, estaba sufriendo. Como
Vitari.

—Lo siento —dijo Vitari—. Yo no... Lo que dije, no lo dije en serio.

Su mirada dejó de temblar.

—Aunque tenías razón.

—Tú no hiciste esto.

—Debería haberte escuchado.

—Bueno, sí, pero si lo hubieras hecho, no serías tú.

264
Volvieron a quedarse en silencio, sólo se oía el ruido del viento entre los árboles y
las gotas de agua que caían de las hojas gordas. No llegaban más sonidos del
campamento minero, pero aún faltaban unas horas para que cayera la noche. Tenían
que esperar.

—La mujer muerta… —dijo Vitari después de lo que tuvo que ser una hora en
silencio. Intentó mojarse los labios, pero tenía la boca reseca por la sed.

Francis volvió la cabeza. Estaban cerca, uno al lado del otro. La luz tenue calentaba
los suaves ojos marrones de Francis y, por un momento, el miedo hizo tropezar el
corazón de Vitari. Casi lo había perdido. Lo único bueno en su vida.

Vitari tosió para aclarar el nudo emocional en su garganta.

—En el cementerio de tu iglesia. Dijiste que no la conocías.

—No.

Parecía genuino, pero ella había conocido a Francis.

—¿El nombre Adelita significa algo para ti?

Francis se apoyó sobre los codos.

—Adelita, yo no… —Entrecerró los ojos. Y ahí estaba. Él la conocía. Y sabía mucho
más. Juntó los labios y la nuez de Adán se balanceó mientras tragaba—. No, yo no…

—No me mientas, Francis.

Su mirada se desvió.

—No la reconocí. Han pasado muchos años…

Finalmente admitía que sí la conocía.

265
—Conocí a su hermana.

—¿Adelita tiene una hermana?

—Tenía. —Vitari perdió la sonrisa al recordar a la joven muerta en el pasillo del


hotel—. ¿Cómo carajo conoces a dos venezolanas y por qué pensaron que podías
ayudarlas?

Francis se sentó y arrastró las rodillas hacia el pecho, manteniéndolas allí.

—No sabía de dónde era ella. Yo solo… El lugar donde crecí, nos conocimos allí.

El hielo tocó el corazón de Vitari.

—¿Stanmore?

Francis asintió.

—Había una cochera reformada en la parte de atrás, donde a veces mantenían a


las niñas. No se quedaban por mucho tiempo. No sabía a dónde iban.

—Adelita era una prostituta de DeSica —confirmó Vitari—. Supongo que la


llevaron de contrabando a Inglaterra hace años. Ahora que se suponía que su hermana
se uniría a ella, al parecer decidió ir a pedirte ayuda.

Francis asintió, pero sus ojos se habían oscurecido. No quedaba nada de su sonrisa.

—¿Por qué tú? —Preguntó Vitari—. Un sacerdote en un pueblo insignificante en


medio de la Inglaterra rural. ¿Por qué eres tan especial?

Francis apoyó la barbilla sobre las rodillas. No podría haberse hecho más pequeño
si lo hubiera intentado.

—La ayudé antes, en Stanmore. Hace años.

266
Por supuesto que lo hizo. Ayudaría a cualquiera, incluso a aquellos con el alma
podrida como Vitari.

—¿La ayudaste con qué?

—No puedo hablar de eso.

—Sí, tú puedes. Porque alguien por ahí está haciendo de nuestras vidas un infierno
por esa razón.

—No puedo.

—¿No puedes o no quieres?

—La encontré con uno de los chicos—, susurró. Sus suaves ojos se oscurecieron.
—Ella uh... ella no quería estar con él.

Vitari también se sentó y recogió las hojas a su alrededor. Él y Francis habían


estado alojados en el mismo hogar de niños, y había asumido que Francis no había
sido afectado por toda la mierda que sucedía detrás de las puertas cerradas. Pero ¿y
si le hubiera tocado? ¿Y si lo ocultaba mejor que Vitari?

—¿Lo detuviste?

—Le dije que parara, eso no le gustó, me dio un puñetazo. Nuestra pelea alertó al
personal.

—¿Qué le pasó a Adelita?

—No lo sé, nunca la volví a ver. O a cualquiera de las chicas.

—Mi madre era una puta —admitió Vitari—. No conozco la historia,


probablemente fue la misma que la de Adelita. Ni siquiera sé si era inglesa, italiana o
de otro lugar. Quedó embarazada de Don Giancarlo, mi padre. Me enviaron a

267
Stanmore cuando tenía... no sé... ¿cinco años, tal vez? Lo suficientemente joven como
para olvidar mi origen.

—¿Estuviste en Stanmore?

—Sí.

—Yo no... no te recuerdo.

Vitari sonrió.

—No podrías. Mantenían a los rotos fuera de la vista.

—Eso no es… —Algo debió haberle ocurrido, algo que ahogó sus palabras. Tal vez
sabía lo que pasaba con los rotos, y sólo ahora se estaba dando cuenta de lo destrozado
que estaba Vitari.

Francis probablemente deseaba no haberlo tocado nunca.

Vitari quería hablarle de su arzobispo, el hombre ante el que Francis se había


arrodillado y besado su anillo. De cómo había presionado a Vitari de cara contra una
pared fría, cómo lo había tocado y cómo había empeorado. Y cómo los otros chicos
también habían sufrido. Pero si le decía a Francis la verdad ahora, traería a la vida a
ese niño que Vitari había sido, el niño que Vitari había sido en su pasado, el niño que
no podía permitir que existiera.

—Cuando tenía doce años —continuó Vitari—, Giancarlo hizo que me llevaran
con él. Me dijo que yo era su hijo, que nadie debía saberlo y que debía hacer lo que él
me dijese. Si lo hacía y nunca hablaba de Stanmore, él se encargaría de que estuviera
a salvo. Así que ese soy yo, con una jodida historia trágica y todo. ¿Qué acerca de ti?
¿Qué estabas haciendo allí?

—No lo sé. Era mi hogar.

268
Así fue una tontería. Él lo sabía, pero no quería decirlo.

—¿Cómo pasaste de ese agujero de mierda al sacerdocio?

La mejilla de Francis se torció.

—Fue una salida —dijo con firmeza.

Sabiendo todo lo que Vitari sabía, sobre cómo Francis había afirmado que nunca
tuvo otra opción, y cómo cuando conoció al padre Francis Scott, tenía los ojos
atormentados de un hombre atrapado en el infierno... no estaba seguro de que Francis
alguna vez hubiera salido de Stanmore. Todavía estaba con él, al igual que permanecía
con Vitari. Escondido detrás de cada sueño, acechando detrás de lo cotidiano,
esperando tenderle una emboscada.

—¿Crees que todo esto tiene algo que ver con Stanmore? —Preguntó Francis,
alejando el tema de su vida personal.

—Si no, es una jodida coincidencia cósmica que tú y yo vengamos del mismo hogar
de niños, y que la mujer muerta te conociera allí, y su hermana me acorrala en un
casino venezolano con una foto tuya, pidiendo ayuda.

Francis se frotó la tierra de la mejilla y dijo:

—¿Tenía mi foto?

Vitari buscó en sus bolsillos y encontró la fotografía, toda arrugada y húmeda,


pero intacta. Se lo entregó.

—Oh. —Los ojos de Francis se volvieron vidriosos—. Esta fue en mi ordenación.


¿Por qué estoy en un círculo rojo?

—Porque estás en el centro de todo esto.

269
Francis hizo un gesto para devolverle la fotografía.

—Quédatela.

—Luca dijo que esto era más grande que nosotros —dijo Francis, guardándose la
foto en el bolsillo.

—Supongo que alguien con mucho dinero y poder quiere silenciarte. Alguien más
se enteró de eso y quiere usarte contra esa persona poderosa. La pregunta es ¿por qué
ahora? ¿Por qué no hace diez años? ¿Qué cambió? —Vitari observó a Francis en busca
de alguna reacción, alguna pista. Sabía más de lo que dejaba entrever, pero miró hacia
el barranco de la jungla.

—Soy un peón en un juego de poder.

—Sí.

Francis volvió a acercar las piernas a su pecho.

—¿Cómo sobreviviremos a todo esto?

—Pensaré en algo. —Francis miró a Vitari con verdadera esperanza en sus ojos, e
incluso aunque el corazón de Vitari se estaba desmoronando, sonrió—. Siempre lo
hago.

270
CAPÍTULO 27
FRANCIS

Caminaron por la jungla de noche, atravesando largos matorrales y apartando


hojas gigantes y húmedas. Luca todavía estaba prófugo. Mataría a Vitari y Francis no
deseaba volver a acercarse a Luca. Ese vicioso psicópata hizo que Vitari pareciera un
santo.

Un silencio horrible y asfixiante ahogaba a El Cristo.

Vitari le dijo a Francis que esperara junto a los árboles mientras él se agachaba y
desaparecía dentro de la casa que habían compartido durante meses.

Francis esperó, sentado en el suelo, mordiéndose las uñas y escuchando cualquier


crujido o aceleración de algún motor. Vitari regresó poco después, hablando por un
teléfono satelital. Se acurrucó entre la maleza junto a Francis y dio instrucciones en
español fluido, luego cortó la llamada.

—Ahora esperamos.

—¿A qué?

—A que Giancarlo vuelva a llamar.

Giancarlo. El padre jefe de la mafia de Vitari.

—¿Y si Giancarlo está detrás de todo esto?

271
—Eso es lo que necesito saber. Si Luca está trabajando solo en una venganza
personal contra mí, entonces tengo influencia. Pero si la familia lo respalda, entonces
ambos estamos jodidos y bien podríamos tomar un vuelo a la puta Goa29 o algún lugar
así. Giancarlo me dirá que me jodan o me allanará el camino de regreso a Italia.

—¿Me llevarás a Italia?

—¿Tienes una mejor idea? Si seguimos corriendo, nos encontrarán... —Sonó el


teléfono y Vitari contestó.

Francis escuchó la conversación unidireccional, pero Vitari habló tan rápido que
no tenía esperanzas de traducir nada del italiano. No llevaría a Francis a la Battaglia,
¿verdad? ¿A su padre? ¿Por qué tendría que hacer eso? Ellos habían venido aquí para
alejar a Francis de todo eso.

Francis había sido feliz aquí, había estado contento, y ahora eso había
desaparecido. No estaba seguro de dónde pertenecía, pero no era en ningún lugar
cerca de la mafia. ¿Qué pasaría si de alguna manera se acercara a la policía británica?
¿Lo rescatarían? ¿O Catalina Díaz, de la brigada española contra el crimen
organizado? ¿Alguien, alguna agencia, debía tener el poder de detener a estas
personas, de detener más masacres, extorsiones y abusos?

Pero si llamaba a la policía, pondría a Vitari en gran riesgo de ser capturado, y


querrían respuestas. Francis sería un testigo clave. Arrestarían a Vitari. Todo se
difundiría por Internet. Todo lo que había hecho.

Francis sabía demasiado sobre las minas, las rutas de la droga y los Battaglia
estaban por todas partes. Si hablaba en contra de ellos, lo matarían. A menos que

29 Goa , es un estado de la India, que comprende un distrito continental en la costa suroeste del país y una isla

costera.

272
quien lo quisiera vivo fuera más poderoso que Battaglia y el padre de Vitari. ¿Quién
era más poderoso que la mafia? El corazón de Francis se hundió. La Iglesia.

No había querido pensar en eso, no quería abrir las puertas y dejarlo entrar en su
mente ahora. Pero… ¿y si la Iglesia hubiera estado detrás de esto todo este tiempo?

No era una coincidencia que él y Vitari se hubieran criado en el mismo hogar para
niños y, sabiendo eso, las piezas del rompecabezas habían comenzado a encajar en su
lugar. Stanmore no había sido simplemente un hogar para niños. Un jefe de la mafia
había enviado sus secretos allí. Y la Iglesia católica también. El arzobispo Montague
había sido el patrocinador de Stanmore.

Shh, no hagas ruido, este será nuestro secreto.

Vitari le había preguntado por qué ahora. Lo que había cambiado para
desencadenar todo esto.

Podría haber sido la prisa de Adelita hacia su iglesia para pedir ayuda, pero lo más
probable es que fuera la carta privada y confidencial que aún estaba en el cajón del
escritorio de Francis. Alguien la abrió, la leyó y la dejó allí, como una pistola
humeante. O una advertencia.

Había estado a punto de demandar a Montague por abuso sexual histórico, y no


había nada que la Iglesia despreciara más que uno de los suyos rompiendo su voto de
obediencia.

—¿Me escuchas, Francis?

Parpadeó ante el rostro suave y medio sonriente de Vitari, y la verdadera


preocupación que encontró allí. ¿Vitari lo protegería? Había luchado contra Luca para
salvarlo...

—Te pregunté si estabas bien.

273
—Sí. Bien. —Pero su corazón latía con fuerza, su cabeza daba vueltas y sus manos
temblaban, y si se levantaba ahora, podría volver a caer.

Vitari frunció el ceño y se arrodilló frente a él.

—No te desmorones ahora. Necesitamos llevar nuestros traseros a la pista de


aterrizaje para mañana por la mañana. Vamos a hacer autostop para salir de aquí. Sé
que querías quedarte y lamento mucho que todo haya resultado así. ¿Francis?

Había manos sobre él: manos calientes y pesadas. La gente estaba muerta. La
Iglesia de alguna manera estaba involucrada en todo esto. ¿Fue el arzobispo
Montague? Si ese era el caso, entonces todo era culpa de Francis.

—¡Dije que estoy bien! —Empujó a Vitari. Necesitaba respirar. Pensar.

Vitari levantó las manos y retrocedió.

—Está bien. Bueno. Mierda. —Puso las manos en las caderas y le dio la espalda a
Francis—. Jesús, estoy haciendo lo que puedo. Sé que no soy jodidamente perfecto
como tú, pero estoy tratando de mantenerte con vida.

—¿Perfecto? —Francis se atragantó con una risa—. ¿Crees que soy perfecto?—
¿Estaba loco Vitari? Ahora miraba a Francis con el ceño fruncido, como si Francis
estuviera loco. ¿Vitari no había estado prestando atención? Francis no era perfecto.
Había fracasado en todo. Y ahora él también estaba fallando en esto. Todo esto fue
gracias a él. Adelita, los muertos en el puerto, las decenas de muertos en el pueblo y
los de la mina. Si hubiera hecho lo que le dijeron y hubiera sido el sacerdote perfecto
que todos querían que fuera, nada de esto habría sucedido.

Todo lo que tenía que hacer era mantener la boca cerrada y ni siquiera pudo hacer
eso.

—¡Todo esto es mi culpa!

274
Vitari bajó las manos.

—Esto no es tu culpa.

—¡Lo es! No lo entiendes, yo... —Se puso de pie y se tambaleó. Dios, se sentía
enfermo, perdido y acalorado por todas partes. Todo dolía. No podía respirar.

—Francis. —Vitari se acercó a él.

—No me toques. No me toques, Vitari.

Los ojos de Vitari se abrieron de par en par de asombro, luego sus barreras se
derrumbaron, y hasta eso le dolió a Francis por dentro, como una puñalada en el
pecho. Porque se preocupaba por Vitari, se había preocupado por todos ellos.

—Solo… déjame en paz.

—Claro, porque soy un producto sucio, uno de esos que alineaban atrás y se
turnaban para follar mientras tú conseguías un billete de ida a la santidad.

—¿Qué?— Francis se encontró con su mirada.

—Políticos, hombres ricos, celebridades, incluso sacerdotes, como tú. Entonces,


vete a la mierda, Francis. No te tocaré, si eso es lo que quieres. No quisiera ensuciar
tu halo.

Un sollozo salió de Francis. Luego otro. La mirada de Vitari lo acusó de todos los
pecados que sabía que eran ciertos. No podía hacer esto, no podía escucharlo, no
podía verlo otra vez y revivirlo. Sabía que les había sucedido a otras personas en el
hogar, por supuesto que sí, por eso había tratado de marcar la diferencia, por eso había
estado a punto de exponer el escándalo. Y por eso los estaban cazando. ¿Pero a Vitari
también le había pasado?

Vitari pisoteó la hierba.

275
—Vayamos al aeródromo —refunfuñó.

Un escalofrío lo recorrió y lentamente, con cada latido de su corazón, el pánico


disminuyó. Francis se abrazó a sí mismo y siguió a Vitari, con el alma plagada de
agujeros.

El Land Cruiser retumbaba sobre los baches y las grietas de la carretera. El reloj de
Vitari brillaba al sol mientras agarraba el volante. Una mancha de sangre embarraba
la esfera del reloj, pero Vitari no pareció darse cuenta ni importarle. Había metido su
pistola en el bolsillo de la puerta. La parte del mango sobresalía, al alcance de la mano
si necesitaba agarrarla rápidamente.

Francis se tocó un nuevo corte en el labio, cortesía del revés de Luca.

Supuso que Luca estaba ahí fuera. Había estado vivo después de que el camión
chocara contra el árbol. Francis lo sabía, pero se había centrado en escapar y no había
visto hacia dónde había huido Luca.

Vitari no había explicado el resultado de la llamada telefónica. Pero un avión venía


a por ellos y claramente no tenían otra opción. Venezuela ya no era segura. No es que
hubiera sido muy segura para empezar.

—Lo siento —dijo Francis, cuando no pudo soportar más el silencio abrasador de
Vitari. No tenía ningún deseo de iniciar otra discusión. Ambos estaban agotados y
magullados, emocional y físicamente.

—Está bien. —Vitari miró fijamente el camino. Su mejilla se torció.

276
El barro se aferraba al cuello de Vitari y una hoja sobresalía de su cabello
desordenado. Siempre fue tan tranquilo, tan cuidadoso, que verlo deshilachado y
ansioso hizo que Francis deseara poder hacer más, decir más para aliviar el dolor.

De regreso a casa, después de las celebraciones y antes de que todo saliera tan mal,
Francis había vivido una de las mejores noches de su vida. Quizás la mejor. Había
tenido algunas desventuras sexuales durante sus estudios. No estudiabas con los
mismos hombres durante cinco años en espacios reducidos sin algunas...
indiscreciones. Al menos así lo había excusado. Pero esa noche con Vitari había sido
un nivel de placer completamente diferente.

Había pensado que tenían algo. Algo bueno.

Pero ahora, Vitari volvía a ser un extraño.

¿Fue la revelación de Francis sobre Stanmore lo que abrió una brecha entre ellos?
¿O había sido inevitable que terminaran así? Francis no había tenido la intención de
alejarlo... o sacar a relucir el pasado.

—Yo también lo siento —murmuró Vitari, luego le lanzó una de sus sonrisas
descuidadas a Francis—. Soy un idiota.

—Es cierto.

Vitari resopló y luego lo miró de reojo.

—¿Estás bien?

—Creo que sí. ¿Tú?

—Sí. Me duele el brazo. —Giró el hombro y volvió a hacer una mueca—. Pero
podría haber sido peor.

277
Y así, con una sonrisa genuina y unas pocas palabras, la brecha entre ellos se
desvaneció.

El camión pasó por encima de algunos tramos de carretera en mal estado, pero la
franja de terreno despejado que había delante indicaba que estaban cerca del
aeródromo. La silueta de un avión de carga apareció delante, probablemente el mismo
en el que habían llegado meses atrás.

Había elegido venir con Vitari a Venezuela, aunque no sabía hacia dónde se
dirigían. Y se arrepentía, pero Vitari no era uno de ellos.

—Voy a hacer que el piloto se desvíe a España. Una vez allí, Díaz, la jefa de la
unidad del crimen organizado español, te recogerá —dijo Vitari—. Ella aceptó
acogerte, si respondes a sus preguntas sobre Battaglia. Después de eso, te entregará a
los federales británicos. Como eres un blanco tan atractivo, te pondrán bajo protección
de testigos.

Francis permaneció en silencio durante unos minutos, absorbiendo todo lo que le


acababan de decir. ¿Vitari estaba… salvándolo?

—¿Tendré realmente que testificar?

—Sí —dijo arrastrando las palabras. Sus dedos apretaron el volante. —Voy a
mover algunos hilos, veré si puedo arrojar a Luca debajo de un autobús.

—¿Figuradamente?

—Si pudiera encontrar un autobús real, lo haría de manera literal. Necesita morir.

Francis contuvo su propia risa antes de que se le escapara.

—¿Entonces estás bien con la Battaglia? ¿No aprobaron las acciones de Luca?

278
—Es difícil de decir. Giancarlo no me lo dijo. Creo que estoy bien. Estoy en la
mierda, pero también soy su sangre. Tengo algo de margen de maniobra.

Eso era… mucho. Se había organizado para entregar a Francis a las autoridades
con gran riesgo para él mismo. Eso no pudo haber sido fácil.

—Gracias.

—Sí, bueno, uno de nosotros tiene que sobrevivir a esto. Mejor tú que yo. —
Detuvo el camión en la pista de aterrizaje y desaceleró su aproximación hacia el avión.
Las hélices no giraban, por lo que tenían algo de tiempo antes del despegue.

Francis estudió el rostro de Vitari bajo la menguante luz del sol. Todas esas líneas
nítidas ya no parecían tan nítidas. Recordó cuando lo vio por primera vez, de rodillas,
con la cabeza inclinada mientras oraba frente al altar. En aquel entonces supo que
Vitari era diferente. Especial. Había puesto patas arriba la vida de Francis, pero
también le había mostrado lo que significaba estar vivo. Le había demostrado que la
verdadera pasión no era una soga, era una puerta abierta. Los últimos meses, aunque
horribles en muchos sentidos, también habían sido una revelación. Francis se había
encontrado a si mismo aquí. Lamentaría dejar a Vitari.

—¿Qué? —Vitari se rio.

Francis desvió la mirada. Su rostro se calentó.

—Nada.

—Que me mires así se siente raro.

Francis se rio.

—¿Qué clase de raro?

—Como si estuvieras mirando dentro de mí de forma extraña.

279
—Tal vez lo estoy —dijo con aire de suficiencia, mirando hacia otro lado para que
Vitari no viera su sonrojo—. ¿Es un raro bueno o un raro malo?

—Es…

Algo se estrelló contra la puerta del conductor con un rugido estremecedor. El


Land Cruiser se inclinó. Francis se agarró al tablero, pero la gravedad se apoderó de
su brazo y lo lanzó hacia arriba mientras la camioneta rodaba, sacudiéndolo de un
lado a otro. Su cinturón de seguridad se mantuvo firme, pero Vitari cayó entre todos
los escombros, lluvia de vidrios y metal chirriante. El cristal llovió sobre el rostro de
Francis. Cerró los ojos con fuerza, atrapado en la tormenta de ruido y calor.

La caída cesó con un silencio ensordecedor. Francis colgaba de lado en la silla,


atrapado por el cinturón. Pedazos de vidrio caían de su cabello y le arañaron el cuello,
quedando atrapados en su ropa. Parpadeó, tratando de aclarar la visión borrosa.

¿Vitari?

No estaba en el camión. Debería haber estado en el camión. ¿Había sido liberado?

Francis golpeó el cinturón, pero la maldita cosa se aferraba a él. Golpeó una y otra
vez. Finalmente cedió, arrojándolo sobre la puerta del pasajero. El todoterreno yacía
de lado. El parabrisas había estallado y el chasis se había torcido. Probablemente
podría arrastrarse a través de él, sobre los cristales rotos.

Los potentes vapores le arrancaron lágrimas de los ojos. ¿Había fuego? Tenía que
escapar.

—¡Sal de ahí, sacerdote!

Lucas.

Francis retrocedió, con el corazón acelerado. No, no…

280
—¡Sal de ahí o tu caso de caridad morirá! ¡No estoy bromeando, padre!

Vitari. Tenía a Vitari.

Francis apretó los dientes, conteniendo una creciente ola de miedo e ira. Se agachó,
tratando de pensar. ¿Quizás si tuviera un arma, algo con qué golpearlo? Examinó el
desorden dentro del auto destrozado y allí, encajada detrás de su asiento, yacía el
arma de Vitari.

—Tienes diez segundos antes de que le dé un tiro en la nuca a Ángel. Nueve…

281
CAPÍTULO 28
VITARI

Joder, eso había dolido.

Arena y tierra se le clavaban en la mejilla. La sangre goteaba por la parte posterior


de su cabeza, pasando por su oreja y bajando por su mejilla. Yacía boca abajo, donde
le ardían las costillas, como si hubiera tragado gasolina y le hubiera prendido fuego.
La bota de Luca en su espalda no estaba ayudando. El talón se hundía en su riñón
magullado.

El accidente le había roto algo por dentro, algo vital, algo que hacía que su lengua
supiera a sangre. Él no estaba yendo a ninguna parte.

—¡Sal de ahí, sacerdote!

Francis. Mierda. ¡Corre!

Era bueno corriendo. Él correría.

Vitari arañó la tierra.

La bota de Luca aterrizó en sus costillas, y por un segundo candente, Vitari no


pudo respirar ni pensar ni moverse. Tosió, saboreando más sangre, con suerte por un
corte en la boca y no por las costillas rotas que lo clavaban en lugares que no debían.

282
—¡Sal de ahí o tu caso de caridad morirá!— El martillo de una pistola hizo clic. —
¡No estoy bromeando, padre!

Luca le apuntaba con un arma. Por supuesto que sí... La oscuridad latía al mismo
tiempo que su corazón. Vitari giró la cabeza, apoyó la barbilla en el césped y vio el
Land Cruiser destrozado de costado, con las ruedas aun rodando. El camión que Luca
había conducido contra ellos estaba parado cerca: un viejo camión cisterna de
combustible.

Esto... no era bueno.

—Tienes diez segundos antes de que le dé un tiro en la nuca a Ángel. Nueve, ocho,
siete…

Luca sabía que habían venido a la pista de aterrizaje. ¿Alguien se lo había dicho?

Pero Vitari no podía pensar en eso, sólo en decirle a Francis que huyera.

Y allí estaba él, arrastrándose por el parabrisas torcido. Se veía bien, no


ensangrentado y picado como Vitari. Eso era bueno. Él correría.

—Corre… —gruñó Vitari. La sangre le goteaba por la barbilla. Debería haber


usado un maldito cinturón de seguridad.

—¡Cállate! —Luca le dio otra patada. Vitari gimió. Iba a morir aquí. Él lo sabía, lo
sentía. Pero Francis estaba bien. Francis iba a escapar.

—¡Estoy saliendo! —Francis se alejó del Land Cruiser, con las manos en alto, y
miró a Vitari. El rostro de Francis se arrugó, como si fuera a llorar. Jesús, Vitari tenía
que estar mal para que Francis casi llorara.

No hagas eso, pensó Vitari . No desperdicies lágrimas conmigo. Trató de sonreír, para
mostrarle a Francis que todo iba a estar bien. Había prometido salvarlo. Todo lo que
Francis tenía que hacer ahora era correr.

283
Francis parpadeó demasiado rápido y se mordió el labio.

—Déjalo ir y yo iré contigo.

El talón de Luca se hundió más profundamente.

—Se suponía que debía hacerlo, pero pasan cosas, ¿sabes? Estamos muy lejos de
Italia. Nadie va a llorar por el cuerpo de Ángel.

Las fosas nasales de Francis se dilataron y su justa furia sangró en sus ojos.

—Desearías ser la mitad de hombre que él es.

¿Que estaba haciendo? No, Francis, no te burles de él. Solo corre.

—¡Corre! —Vitari farfulló, saboreando la sangre nuevamente. ¿Por qué Francis se


acercaba? Necesitaba alejarse, no acercarse a Luca. Él nunca hacía lo que le decían.

—¿La mitad del hombre? —Lucas se rio—. Ángel es un perro callejero que su
padre encontró al costado del camino. Ni siquiera es del todo italiano. Es un mestizo
y merece morir como tal.

—¡Espera!

Luca debió haber apuntado con el arma a Vitari, para que Francis se congelara
como lo había hecho. Francis abandonó su postura y empujó la mano hacia adelante,
como si estuviera tratando de aplacar a un animal salvaje. Luca estaba salvaje, era
seguro. Pero no se podía razonar con él. Joder, Vitari iba a morir aquí. Con una bala
en la cabeza. Él lo sabía. Tragó más sangre. Estaba tan jodido.

—Maldita sea, Francis —siseó.

—¿Que te hizo? —preguntó Francis—. ¿Por qué lo odias? Si es un mestizo, ¿qué


importa lo que le pase?

284
¡Francis, vete a la mierda de aquí! ¿Estaba intentando qué, retrasarlo? ¿Para qué?
Nadie vendría. Francis avanzó un poco más, con la mano aún extendida, tratando de
suavizar la locura de Luca.

—¿Qué hizo él? —Luca resopló—. Él siempre ha sido el favorito, siempre el


número uno. Yo soy mejor que él, pero Giancarlo no me ve. Siempre se trata de Vitari,
siempre el puto Vitari. Vitari hizo esto, Vitari protegió a la familia, Vitari aseguró el
trato, ¡siempre él! Es mi turno. He protegido el nombre Battaglia desde que puedo
caminar. ¡La Battaglia es mi familia, está en mi sangre, más que en la suya! —La
patada de Luca aterrizó en su costado nuevamente, casi volteándolo. Entonces vio el
arma y miró fijamente el cañón. Vio que la muerte venía hacia él.

—Mátame —gimió Vitari—. Pero deja ir a Francis. Dile a Giancarlo que el


sacerdote también murió. Termina con esto.

Luca entrecerró los ojos.

—El sacerdote es mío.

—¡No te muevas! —gritó Francis.

Luca levantó la cabeza y soltó una risa incrédula.

—¿Estás bromeando?

Vitari se giró, jadeando por la agonía que le quemaba el pecho. Oh Dios, Francis
tenía el arma de Vitari apuntando a Luca. Iba a hacer que lo mataran. Luca no era un
idiota. Sabía que un sacerdote no le iba a disparar.

—¡Suelta el arma, Luca! —gritó Francis. Ni siquiera estaba empuñando el arma


correctamente. Tenía ambas manos sobre ella y los dedos se le deslizaban.

285
—Crees que puedes matarme, ¿eh? —Lucas se rio—. ¿Vas a apretar el gatillo? ¿Un
hombre clerical, un hombre de Dios? No eres un asesino. —Luca sonrió con su sonrisa
de come mierda—. Deja de jugar, Blanco Padre. Baja el arma.

Francis respiraba como un toro resoplando. Tenía la pistola apuntando al pecho


de Luca. Pero él no iba a apretar el gatillo. No por Vitari. Su buena alma católica estaría
condenada para siempre. Condenación eterna. Los católicos no jodían con esa mierda.
Francis ayudaba a la gente. Él no los mataba. Había dejado ir al jodido aspirante a
asesino en España, había perdido el contenido de su estómago después de que Vitari
matara a los dos policías españoles corruptos.

Pero luego estaba el Francis que Vitari sabía que estaba allí, el hombre de fuego y
pasión, el hombre que mantenía tan profundamente enterrado que pocos lo vieron.
Ese Francis era diferente. Ese hombre bebía cerveza, arrojaba tazas de café a las
paredes y se corría en la cara de Vitari. Ese hombre era impredecible, y ese hombre
estaba allí, mirando por la mira del arma, con el dedo en el gatillo.

Oh, joder, iba a dispararle a Luca.

—Francis, no lo hagas —jadeó Vitari.

Se condenaría a sí mismo, en su propia mente. Nunca se recuperaría de eso. No se


podía confesar el asesinato. Iba a disparar y despreciaría a Vitari por ello para
siempre.

—Francis, baja el arma —rogó Vitari. Se puso un brazo debajo y levantó la cabeza,
tratando de hacerle ver que todo iba a estar bien. No necesitaba hacer esto, no por
Vitari.

Luca resopló.

—Un puto cura no me va a disparar.

—Sí, lo hará.

286
Luca volvió a mirar a Francis y enseñó los dientes en un gruñido.

—Mataré a tu amigo de mierda aquí. ¿Es eso lo que quieres, padre?

—Baja. El arma. —dijo Francis, inquietantemente tranquilo. Dejó caer un brazo y


sostuvo el arma con firmeza en su mano derecha.

La risa de Luca chisporroteó y se apagó, y allí, en los ojos de Francis, Luca vio la
verdad.

Francis le dispararía.

Luca le quitó el arma a Vitari para apuntar a Francis.

—No tienes las agallas, sacerdote.

Joder, Francis ni siquiera respiraba con dificultad ahora. Le devolvía la mirada a


un hombre que le apuntaba con un arma, tan frío como cualquier asesino que Vitari
hubiera conocido.

—No, no lo hagas por mí, por favor… —rogó Vitari. Probó la sangre en sus
labios—. Francis, no por mí.

Si Francis hacía esto, lo arruinaría y Vitari no podría soportarlo. Preferiría morir


antes que arrastrar a Francis al infierno. Lágrimas frías rozaron las mejillas calientes
y rozadas de Vitari.

—Por favor.

—Irás al infierno —dijo Luca.

—Entonces nos vemos allí —respondió Francis. Y apretó el gatillo.

287
El arma se sacudió. Luca tropezó y se llevó la mano al pecho. Pero lo que más
debería preocuparle era la herida de salida en la espalda, donde la bala le había
destrozado el corazón a través de las costillas.

Luca cayó de rodillas, luego se desplomó hacia adelante y se golpeó de cara contra
el suelo.

Un sollozo salió de Vitari. No, no… No por él. No por el niño que había sido, que
había llorado solo en la oscuridad, esperando escuchar el cerrojo cerrándose de golpe.
Estaba muriendo, y su último acto en esta Tierra había sido arruinar lo más hermoso
que jamás había conocido.

Esto no era real. No podía serlo. Él no quería morir

Francis lo llamó por su nombre, pero estaba lejos, en algún lugar de la oscuridad,
y eso estaba bien, porque significaba que estaba lejos de Vitari. Tenía que mantenerse
alejado. Estaba más seguro allí, lejos de la oscuridad de Vitari.

Francis había apretado el gatillo.

Había matado a un hombre. Para salvar a Vitari.

Nunca sería perdonado.

288
CAPÍTULO 29
FRANCIS
Dos Semanas Después

INGLATERRA

La Catedral de Westminster no era la Abadía de Westminster más famosa, pero sí


una de las catedrales católicas más grandes, hermosas e impresionantes de toda
Europa. Los zapatos negros de suela blanda de Francis sólo emitían un susurro
mientras caminaba por la nave entre los bancos. Vestía ropa sencilla y cuello blanco,
como se esperaba de él. Se suponía que debía usar la sotana, pero cuando lo intentó,
casi se le vació el estómago.

Era un proceso, había dicho el padre Hawker, cuando Francis fue alentado
cortésmente a confesarse. No le había contado al padre Hawker ni la mitad de lo que
había visto y de lo que había formado parte, y nunca le contaría. Había que enterrar
algunos secretos.

Luego la citación había llegado mientras aún se encontraba en Londres, respondió


a interminables entrevistas policiales en las que mintió... y se mostró convincente,
cuando fue necesario. No, no sabía por qué la mafia seguía secuestrándolo. No, no
podía identificar a ninguno de ellos. No, no había visto mucho al ejecutor conocido
como Angelo della Morte, nombre real Vitari Angelini, solo que había habido algún
tipo de batalla de pandillas en Venezuela, en la que Vitari casi había muerto.

289
Aun no estaba seguro de que hubiera sobrevivido, pero había permanecido estable
en el hospital de Caracas donde Francis se había visto obligado a dejarlo. La policía
británica había enviado a alguien de la Agencia Nacional contra el Crimen a buscar a
Francis, y lo habrían arrestado si les hubiera dicho que quería quedarse junto a la cama
de Vitari.

Había estado bajo custodia protectora durante dos semanas, hasta ahora.

La Catedral estaba vacía, probablemente a causa del hombre vestido con una
túnica completamente blanca, esperando en el altar. El arzobispo Montague levantó
la cabeza y sonrió cuando Francis se acercó. Se había afeitado la barba y la
transformación era severa. Había pasado de ser un anciano amable a un patriarca
imponente y apuesto.

Francis se tragó el sabor acre de su boca y le devolvió la sonrisa.

—Ah, padre Scott —dijo Montague, luego extendió su mano derecha, su anillo
brillaba.

Francis se arrodilló, tomó los dedos del hombre entre los suyos y besó el anillo.
Unas náuseas acre le quemaron la parte posterior de la lengua.

—Una experiencia terrible, amigo mío. Horrible.

Francis se levantó y miró a Montague con sus ojos fríos y duros.

—Sí, lo fue.

—Pero ya todo ha terminado.

—No hay indicios de que la mafia vaya a dejar de intentar...

—Oh, han cesado —dijo Montague, con absoluta confianza—. Ya no te molestarán


más.

290
¿Cómo podía saber eso? Francis se tragó la pregunta, temeroso de la respuesta.

—Quiero hablar sobre ti y tu brillante futuro con nosotros, padre Scott. Dejemos
todo esto atrás, ¿de acuerdo? —Su brazo aterrizó sobre los hombros de Francis, y
mientras guiaba a Francis de regreso al pasillo, ni siquiera la gruesa tela de la túnica
de Montague entre ellos pudo enmascarar el recuerdo del toque de Montague en su
piel desnuda.

—No voy a ser de mucha utilidad para la Iglesia —dijo Francis, manteniendo la
voz tranquila—. La policía ha sugerido que debería ponerme bajo protección de
testigos.

—Oh, eso no será necesario. —Montague se río entre dientes—. Simplemente


vendrás aquí, a Westminster, y trabajarás junto a mí. Alguien de tu calibre nunca
debería haber sido internado en St. Mary. Estabas siendo desperdiciado allí.

El suelo se cayó debajo de Francis y él casi se cae con él. Sólo el brazo de Montague
lo sostuvo.

—¿Voy a trabajar aquí?

—Sí, bajo mis ordenes —sonrió, sus ojos tan amables pero que no podían ocultar
mil pecados—. Como siempre debió haber sido. —Su brazo se liberó y el arzobispo se
deslizó hacia las puertas principales—. Ya hice los arreglos. Tu vida está aquí ahora,
Francis. A salvo, a mi lado. Ven y te mostraré tu alojamiento. No está lejos del mío.

Francis se agarró al respaldo del banco más cercano. Por supuesto, éste era su
castigo por lo que había hecho. Por matar a un hombre. Por tomar una vida. Se
merecía esto.

Él aguantaría. No tenía elección.

Era el padre Francis Scott, el sacerdote ordenado más joven de Inglaterra, el


prodigio del arzobispo Montague, y ¿acaso no era jodidamente perfecto?

291
Se aflojó el asfixiante cuello blanco, levantó la barbilla y siguió al arzobispo desde
la catedral.

292
CAPÍTULO 30
VITARI

Soñó con Francis apuntando con una pistola a la cabeza de Luca y luego
disparándole. En algunos de esos sueños, Francis apuntó con el arma a Vitari y Vitari
cayó de rodillas. A veces Francis disparaba y Vitari se despertaba sobresaltado. Otras
veces, en esos sueños, Vitari le chupaba la polla mientras Francis apuntaba con el arma
a la cabeza de Vitari. A él le gustaban más esos sueños.

Cuando despertó, Francis no estaba en la silla junto a la cama del hospital, donde
esperaba que estuviera. Pero Sal lo estaba. Y cuando volvió a despertar, no había nadie
allí, lo que fue peor.

Duró dos semanas en el hospital venezolano, recuperándose de un pulmón


perforado, con guardias armados en las puertas, ya sea para mantenerlo a él dentro o
a alguien fuera. Cuando Sal regresó, le dijo que lo sacarían del país y, al día siguiente,
estaba en un avión privado aterrizando en una pista de aterrizaje en Calabria.

Su hogar era un pequeño apartamento cerca del paseo marítimo. No había pasado
mucho tiempo allí durante algunos años, pero lo necesitaba ahora, necesitaba
descansar y recuperar fuerzas antes de enfrentarse a Giancarlo. Desafortunadamente,
Giancarlo no era conocido por su paciencia.

Al tercer día desde el regreso de Vitari, Giancarlo vino de visita.

—Siéntate —dijo Giancarlo, como si el apartamento fuera suyo.

293
Vitari se sentó en el sofá. La puerta del balcón estaba abierta y una rápida brisa
marina mantenía fresco el apartamento.

Giancarlo hizo un gesto para que su séquito se marchara y los hombres armados
salieron en fila, dejando a Vitari solo con su padre. Giancarlo permaneció en silencio.
Esperando una explicación.

Vitari se aclaró la garganta.

—Venezuela fue…

—Venezuela fue un desastre inaceptable —dijo Don Giancarlo.

Venezuela había sido un puto desastre.

—Luca lo jodió...

Giancarlo levantó la mano.

—Sin excusas.

Vitari apretó la mandíbula e inclinó la cabeza.

—Acepto toda la responsabilidad —dijo, detestando cada palabra.

—La empresa perdió una gran inversión en esas minas y en la operación Vincente.
Antes de tu llegada, la región funcionaba sin problemas.

Vitari lo sabía. También habían perdido gente buena. La intervención de Luca


había sido un desastre deliberado y no lo había hecho solo. Luca no habría tenido las
agallas para atacar como lo había hecho y comenzar una guerra territorial. Había
dicho que tenía el permiso de Giancarlo, y tal vez así fuera. Vitari no estaba seguro.
Pero ¿por qué sabotear su propia operación y sus millones de euros? A menos que
hubiera habido algo (o alguien) allí que fuera tan devastador que pudiera arruinar a

294
Giancarlo. A menos que hubiera muchos más secretos en el hogar para chicos
Stanmore que la mierda por la que había pasado Vitari. ¿Secretos que podrían derribar
al jefe Battaglia?

Muchas cosas no habían cuadrado desde que le ordenaron vigilar a un sacerdote


en un pueblo inglés en medio de ninguna parte.

No sabía dónde estaba Francis. Pero sí sabía que había estado junto a la cama de
Vitari. Él había sido quien había salvado a Vitari. Nadie más lo habría hecho.

Vitari le debía la vida a Francis.

No sabía lo que significaba todo eso, sólo que Francis todavía estaba en peligro,
dondequiera que estuviera. Y tal vez también lo estuviera Vitari. Se encontró con la
mirada de su padre. Amaba a Giancarlo, pero también guardaba una pistola pegada
con cinta adhesiva debajo de la mesa de café entre ellos.

—El sacerdote ya no es una preocupación tuya —dijo Giancarlo, levantándose. Se


dirigió al balcón y se quedó allí como una maldita obra de arte italiana, contemplando
su imperio.

—¿Está a salvo?

Giancarlo volvió al sofá pero se detuvo detrás de Vitari. Vitari se encogió ante la
mirada de su padre, sintiéndose como un niño pequeño otra vez. Perdido en la
oscuridad.

—Está protegido —dijo Giancarlo, mirándolo fijamente, haciendo que Vitari se


sintiera mal pequeño con cada segundo que pasaba—. No debes acercarte a él. No te
puedes contactar con él. Si descubro que has tenido contacto con el sacerdote, serás
expulsado. Excomulgado. Estarás muerto para mí. ¿Lo entiendes, hijo mío?

Se trataba de las fotos.

295
Vitari se mojó los labios y asintió. Al menos Francis estaba vivo. Pero Giancarlo
tenía las fotos, lo que significaba que también tenía cierta influencia sobre Francis.
Conservaría las imágenes y las usaría cuando creyera que serían más efectivas. Las
fotos también perjudicaban a Giancarlo, ya que Vitari era su hijo y chuparle la polla a
un sacerdote no reflejaba bien a la familia.

Giancarlo asintió, se dio la vuelta, pero rápidamente se volteó y apuñaló el aire


con un dedo.

—Si vuelves a chuparle la polla a un hombre, personalmente te cortaré la lengua.

Salió del apartamento, sus palabras aun flotando en el aire. Vitari miró hacia la
puerta abierta del balcón. A fin de cuentas, había salido airoso. Todavía tenía todos
sus dedos y su lengua, por ahora. Y sabía que Francis estaba vivo. Considerando el
jodido desastre monumental que todo había sido desde el principio, ambos tenían
suerte de poder respirar.

Quizás no era suerte.

Salió al balcón y miró las aguas turquesas.

Tal vez fueron Francis y sus oraciones, porque no había otra explicación de cómo
el Angelo della Morte había sobrevivido cuando todas las probabilidades estaban en
su contra.

Quizás Dios existía. Pero si ese fuera cierto, seguramente abandonaría a Francis
ahora.

Dondequiera que estuviera Francis, estaría sufriendo y Vitari no podría llegar a él.
Nunca más.

Estaba por su cuenta.

Como Vitari.

296
297
CAPÍTULO 31
FRANCIS

Los días transcurrieron en un torbellino de presentaciones, aclimatándose a la


bulliciosa vida de la ciudad de Westminster. Era más fácil lanzarse a todas las tareas
posibles y ocupar las horas desde el amanecer hasta el anochecer, que detenerse,
descansar y pensar. El pensamiento conducía al recuerdo, y el recuerdo conducía al
arrepentimiento y al dolor. Y a la culpa.

Tenía una oficina en un antiguo edificio reformado de la cancillería en los terrenos


de la catedral de Westminster, a unas puertas de la habitación del arzobispo. Las
tablas del piso crujían afuera de la puerta de su oficina cada vez que alguien pasaba.
Todavía no podía evitar estremecerse cuando alguien lo hacía. Afortunadamente, el
arzobispo estaba demasiado ocupado con sus deberes para prestarle mucha atención
a Francis.

Francis mantuvo la cabeza gacha e hizo todo lo que se esperaba de él, y más, pero
en muchos sentidos extrañaba a la gente de St. Mary, incluso a la señora Roe y sus
frecuentes visitas para quejarse de su marido o de los autobuses. Esa parte de su vida,
aunque breve, había sido la más normal. Deseó haberla apreciado más.

Se recostó en la silla de la oficina y se frotó el puente de la nariz. Las palabras de


su agenda se volvían borrosas. Le ardía la espalda, entre los omóplatos. Necesitaba
descansar. Habían pasado semanas desde que se unió a Westminster y aún no había
tenido un momento para sí mismo. No podía continuar así, pero si se detenía, temía
a los demonios que lo esperaban en la oscuridad.

298
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos a la deriva.

Entró el arzobispo Montague, su apariencia sorprendentemente normal vestido de


civil, pero, por supuesto, todavía llevaba el collar y el anillo necesarios. Su sonrisa
llegó a sus ojos gris pizarra.

Diez años atrás él tenía el cabello castaño y siempre iba con una sonrisa llamativa.
Visitaba la casa de los niños para guiarlos en oración, y Francis se sentaba junto a la
ventana observando el pequeño auto deportivo rojo del padre Charles Montague,
pensando que el sacerdote, que aún no era arzobispo, debía ser una persona muy
importante para poseer un coche así. Había sido guapo, encantador y amable.

Francis había querido ser como él.

Montague se apoyó en el costado del escritorio y cruzó las manos sobre las rodillas.

—He oído que te estás adaptando bien. No tenía dudas, por supuesto. Siempre
fuiste un estudiante ejemplar.

—Gracias.

—Pero es importante descansar. Los sanadores heridos suelen ser los primeros en
caer.

Francis se tragó el sabor amargo de su lengua. Herido. ¿Se refería a los


acontecimientos recientes, o a los de años atrás, cuando fue él quien infligió esas
heridas?

—Sí, lo haré. —Forzó una sonrisa.

Montague se acercó y colocó su mano sobre el hombro de Francis, dándole un


suave apretón. Francis suspiró por la nariz, luchando contra el instinto de quitárselo
de encima.

299
—¿Por qué no te tomas libre el sábado? Ven a cenar conmigo. Ambos estamos tan
ocupados que dudo que tengamos mucho tiempo para vernos en las próximas
semanas.

—Yo... gracias, pero tengo mucho que hacer. —Señaló la agenda sobre su escritorio
y la gran cantidad de remolinos de colores y fechas garabateadas—. Realmente debo
ponerme al día con todos…

—Eso puede esperar. Debo insistir. —Se acercó más—. Tu bienestar es muy
importante, especialmente después de tu terrible experiencia. Me ocuparé
personalmente de tu cuidado, Francis.

Estaba cerca, tan cerca que Francis podía oler el café en su aliento y la colonia que
usaba, la misma colonia rica y amaderada que había usado durante años. El olor le
revolvió el estómago.

Se arrodilló ante Montague, besó su anillo y prometió obedecer y servir. Cuando


fue ordenado, también firmó un contrato que garantizaba su silencio en lo que
respecta a asuntos internos de la Iglesia. No podía rechazarlo ni legal ni
espiritualmente.

Shh, no hagas ruido, este será nuestro secreto.

Pero era sólo la cena.

—Gracias —dijo Francis, forzando las palabras—. Me gustaría eso.

—Buen chico. —Montague le dio unas palmaditas en el hombro y se puso de pie—


. ¿Alrededor de las ocho?

Se fue sin esperar la respuesta de Francis. Porque Francis no tenía elección.

Francis se quedó mirando la puerta cerrada de la oficina, su corazón y su cabeza


extrañamente silenciosos, como si ambos hubieran sido vaciados.

300
El teléfono de su escritorio sonó. Parpadeó y luego levantó mecánicamente el
auricular.

—Padre Francis Scott.

La persona que llamaba permaneció en silencio. Pero Francis escuchó su


respiración suave, como susurros sensuales en una habitación oscura. Su corazón
cobró vida. No podía ser…

Se reclinó en la silla y sostuvo el auricular cerca. La persona que llamó también se


movió, su ropa crujió. Francis cerró los ojos y pudo sentir esas respiraciones agitadas
en su cuello, sentir el suave tacto de sus labios. Arruíname.

—¿Ángel? —preguntó, usando el alias. Parecía más seguro y más apropiado en


este momento. De alguna manera, a lo largo de kilómetros y con barreras entre ellos,
Vitari supo que Francis lo necesitaba.

—Hola padre.

Francis abrió los ojos y se inclinó hacia delante. Vitari no debería estar llamando.
Todo lo que habían tenido, todas las cosas que habían hecho, ya se habían acabado,
estaban en el pasado. En una vida diferente. Pero el corazón de Francis latía con
fuerza, haciendo que la sangre caliente regresara a sus venas heladas, descongelando
su cuerpo y devolviéndole la vida en torno a la pequeña y dañada chispa de su alma.

Vitari estaba vivo.

—¿Aceptarás mi confesión?— Preguntó Vitari, en su tono astuto y burlón.

Francis suspiró, como si fuera él quien desahogara su alma.

—Sabes que lo haré.

301
Continuará en Perdóname #2: Arruíname.
Aún no ha terminado para Francis y Vitari. Únase a ellos mientras se envuelven una vez
más en un mundo de crímenes violentos y asesinatos crueles.

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SOBRE EL AUTOR
La ganadora del premio Rainbow A. Nash (Ariana Nash) escribe novelas
contemporáneas y de fantasía LGBTQ+ llenas de personajes moralmente desafiantes,
acción, traición y amor apasionado entre dos (o más) hombres.

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seda- acero

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