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PERDÓNAME
Serie: Perdóname
Libro 1
ARIANA NASH
2
PORTADA ALTERNATIVA
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TRADUCIDO POR:
Traducción de fans para fans sin fines de lucro, con el único objetivo de compartir lo
que leemos con ustedes. No promovemos, aceptamos, ni nos responsabilizamos de
cualquier acto ilícito de carácter comercial que pueda hacerse con este documento. De
ser posible apoyen al autor comprando en las páginas oficiales sus obras en el
formato que vean conveniente y dejando reseñas positivas. Eviten divulgar capturas o
resubir nuestra traducción a otras plataformas de lectura o redes sociales, respeten y
cuiden nuestro trabajo.
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Contenido
TRADUCIDO POR: ................................................................................................................. 4
SINOPSIS................................................................................................................................... 8
CAPÍTULO 1 ........................................................................................................................... 11
CAPÍTULO 2 ........................................................................................................................... 24
CAPÍTULO 3 ........................................................................................................................... 28
CAPÍTULO 4 ........................................................................................................................... 50
CAPÍTULO 5 ........................................................................................................................... 70
CAPÍTULO 6 ........................................................................................................................... 86
CAPÍTULO 7 ........................................................................................................................... 90
CAPÍTULO 8 ........................................................................................................................... 96
CAPÍTULO 9 ......................................................................................................................... 105
CAPÍTULO 10 ....................................................................................................................... 115
CAPÍTULO 11 ....................................................................................................................... 123
CAPÍTULO 12 ....................................................................................................................... 133
CAPÍTULO 13 ....................................................................................................................... 145
CAPÍTULO 14 ....................................................................................................................... 160
CAPÍTULO 15 ....................................................................................................................... 168
CAPÍTULO 16 ....................................................................................................................... 175
CAPÍTULO 17 ....................................................................................................................... 180
CAPÍTULO 18 ....................................................................................................................... 191
CAPÍTULO 19 ....................................................................................................................... 198
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CAPÍTULO 20 ....................................................................................................................... 212
CAPÍTULO 21 ....................................................................................................................... 220
CAPÍTULO 22 ....................................................................................................................... 228
CAPÍTULO 23 ....................................................................................................................... 235
CAPÍTULO 24 ....................................................................................................................... 238
CAPÍTULO 25 ....................................................................................................................... 254
CAPÍTULO 26 ....................................................................................................................... 258
CAPÍTULO 27 ....................................................................................................................... 271
CAPÍTULO 28 ....................................................................................................................... 282
CAPÍTULO 29 ....................................................................................................................... 289
CAPÍTULO 30 ....................................................................................................................... 293
CAPÍTULO 31 ....................................................................................................................... 298
SOBRE EL AUTOR .............................................................................................................. 303
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Perdóname
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Todos los personajes y eventos de esta publicación, excepto aquellos que son claramente de dominio público,
son ficciones, y cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.
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SINOPSIS
El Padre Francis Scott sabe que está condenado, pero a sus veinticuatro años, tiene toda
una vida para compensar los errores del pasado. Recién ordenado, está decidido a limpiar la
mancha de su alma, un día a la vez.
Hasta que un Ángel entra en su iglesia y le pide a Francis que se confiese. Una mirada a
los ojos de Vitari (Ángel) Angelini y queda claro que el hombre está hecho de pecado.
Francis no puede permitirse más errores. Desafortunadamente, el mundo al que Ángel está
a punto de arrastrar a Francis no deja lugar para hombres buenos, y mientras Francis es
arrastrado al oscuro inframundo del crimen organizado, su amor por la Iglesia, su alma rota y
todos los pecados de los que ha estado huyendo conspiran para romperlo.
Ángel no tiene idea de por qué lo enviaron a Inglaterra, aparte de vigilar a un sacerdote
para el jefe de la mafia más famoso de Italia. No esperaba que el padre Francis Scott fuera tan
joven, ni que tuviera un calor pecaminoso con su sotana negra. Tampoco esperaba que los ojos
atormentados del sacerdote estuvieran llenos de secretos. Todo lo que Ángel sabía era que esto
debía ser un trabajo rápido. Entra, mata al sacerdote y sal.
Pero cuando un sindicato criminal rival se apodera de Ángel, casi ejecutando a Francis bajo
la supervisión de Ángel, secuestrar al sacerdote parece ser la siguiente mejor opción. Ahora
están huyendo, apenas un paso por delante de los asesinos que no piensan en cruzar países y
continentes para rastrearlos.
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¿Por qué la mafia rusa e italiana está tan desesperada por ponerle las manos encima al
padre Francis Scott? ¿Y por qué le importa a Ángel?
Mientras corren por mantenerse con vida, Ángel no puede evitar la sensación de que hay
más en todo esto que un sacerdote no tan inocente. Y a medida que la verdad de sus terribles
pasados choca, también lo hacen sus deseos prohibidos.
No todos los Ángeles tienen alas. Algunos tienen cuernos. Y el padre Francis Scott merece
el perdón, incluso si a Ángel le cuesta todo. Incluyendo su vida.
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NOTA DEL AUTOR SOBRE IDIOMAS
Y CONTENIDO
Este libro y gran parte de esta serie se desarrolla en Europa e incluye varios idiomas.
El libro ha sido editado en inglés de EE. UU., pero algunas frases y ortografía en inglés
del Reino Unido siguen siendo parte del carácter de la obra.
Cuando los personajes se encuentran entre personas del mismo idioma, se puede
asumir que hablan su idioma nativo.
En esta serie, “Mafia” se utiliza como término general para referirse al crimen
organizado italiano. Por razones legales, el autor ha optado por utilizar el nombre
ficticio “Battaglia” en lugar de los nombres reales de los sindicatos del crimen.
Las opiniones y creencias de los personajes de esta serie son las de personajes
ficticios y no son indicativas de los puntos de vista personales del autor.
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CAPÍTULO 1
FRANCIS
El Padre Francis Scott cerró con llave la antigua puerta de la oficina al costado de
la iglesia de St. Mary , y el pesado anillo de viejas llaves resonó con el movimiento. Se
quedó un momento en las sombras detrás de un gran pilar a lo largo del pasillo sur
de la iglesia, respirando el silencio mientras las pruebas del día resonaban en el fondo
de su mente, como un televisor en una habitación vacía.
El Padre Hawker le había dicho que se volvería más fácil (confiar en sí mismo y
recordar que debía soportar el peso de los feligreses que acudían a él en busca de
orientación. Al llevar ese peso, Francis estaba sirviendo a la gente y sirviendo a Dios).
Nadie le había dicho cómo, una vez que se abrochara el cuello blanco, se abrirían
las compuertas. Ni en toda su formación, ni en todos los años de estudio, nadie le
había preparado para el bautismo de fuego que suponía ser sacerdote. Pero un período
de adaptación era natural, supuso, suspirando. Tomaría tiempo asumir el papel,
encontrar su lugar. Tres meses no fueron nada comparados con el resto de su vida.
Continuaría tomando un día a la vez y encontraría la fuerza para cumplir con cada
deber que se esperaba de él. Su estómago rugió. Y mañana intentaría encontrar tiempo
para comer.
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grandes zancadas. Por los formales pantalones negros, la camisa de color morado
oscuro y el chaleco de seda negro, se veía que no era un local. Francis parpadeó, sin
estar seguro de si su cansancio había provocado una hermosa alucinación. Puede que
sólo hubiera estado en la parroquia de Kellerton durante tres meses, pero sabía que la
ciudad no producía hombres que parecieran... bueno, que parecieran recién salidos
de las páginas de una revista de moda. Tenía el pelo más negro que Francis había visto
jamás (corto a los lados, pero despeinado y engominado en la parte superior) y una
ligera calidez en la piel, como si hubiera pasado el verano en el extranjero.
Un breve aleteo de algo cortó la respiración de Francis. El extraño no era tan mayor,
no tendría más de veintitantos años como Francis, pero parecía tener un aire de
sofisticación más allá de su edad.
Francis debería hacerle saber que no estaba solo, pero mientras los labios del
extraño se movían en oración, Francis permaneció inmóvil. ¿Por qué rezaba? Por
supuesto, eso era entre él y Dios, y Francis no tenía derecho a preguntárselo. Esperó,
escuchando la sangre correr en sus oídos, y cuando los suaves labios del extraño se
calmaron, Francis se aclaró la garganta.
—¿A menudo se esconde en las sombras, observando a sus feligreses orar, padre?
La pregunta tomó a Francis con la guardia baja. Eso, y el hecho de que su voz tenía
una cadencia dulce y extraña que a Francis no le importaría escuchar durante horas.
¿Italiano, tal vez? Se aclaró la garganta de nuevo, se alisó la sotana negra y salió de las
sombras.
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—No estaba seguro de que alguien estuviera aquí. Es tarde, ¿no es así? Aunque
supongo que la obra de Dios no es de nueve a cinco. —Se rascó la nariz y sonrió, pero
era el tipo de sonrisa llamativa que no tocaba los ojos. Al igual que el reloj que llevaba,
que brillaba a la luz de las velas, su sonrisa era para la suposición de los demás, no
para sí mismo.
—¿No tienes un hogar al que ir, padre? —respondió, mirando por encima del
hombro hacia las puertas de la iglesia.
Francis tenía una casa cercana que vino con su ubicación en St. Mary, pero todavía
no la sentía como un hogar.
—¿Es esta la parte en la que me dices que esta iglesia es tu hogar? No estoy seguro
de creerlo.
Otra vez esa sonrisa. Francis sintió que se burlaban de él, pero algo había traído al
extraño a las puertas de St. Mary y Francis estaba obligado a ayudar a todos los que
lo necesitaran.
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El extraño soltó una risa desdeñosa y resopló y volvió a inclinar la cabeza,
probablemente pensando en irse, pero cuando levantó su mirada de ojos oscuros y
miró hacia el confesionario, su débil sonrisa desapareció.
No hacía falta decir más. Francis inclinó la cabeza y se dirigió hacia la cabina.
Entró, cerró la puerta y colocó el libro del Rito de la Penitencia sobre sus rodillas.
Esperó un rato, esperando escuchar el caminar del hombre, pero los minutos
transcurrieron durante tanto tiempo que comenzó a preguntarse si el extraño de
alguna manera se había ido sin hacer ruido. Entonces los zapatos golpearon el suelo
de mármol y se abrió la puerta del confesionario. La madera vieja crujió y el susurro
de la tela indicó que el extraño estaba listo.
Ese acento mediterráneo era más denso con la pantalla de celosía entre ellos, su
voz también más profunda, ahora que se habían movido de la nave abierta a un
espacio más cercanos.
—Bueno, está bien. Si te ayuda, yo también soy nuevo en esto —ofreció Francis,
con la esperanza de aliviar un poco sus nervios.
A los veinticuatro años, Francis era de hecho uno de los sacerdotes más jóvenes de
Inglaterra, debido en gran parte a la tutoría del arzobispo Montague y a los estudios
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ejemplares de Francis. Pero, ¿cómo sabría este extraño todo sobre Francis si estuviera
de paso? Quizás no fue nada. Después de todo, su destinación en St. Mary había
aparecido en las noticias locales y se había hablado mucho de su edad.
Una suave risa se filtró a través de la celosía y ahora se estaba burlando de Francis
otra vez. Todos tenían derecho a la confesión. No podía rechazarlo, incluso si estaba
al borde de ser grosero. Él hombre podría tratar la confesión como una broma, pero
Francis no lo hacía. Aun así, podría haber prescindido de la visita nocturna si este
hombre solo estaba aquí para hacerles perder el tiempo a ambos.
—¿Cómo funciona esto? ¿Qué digo? Si confieso todo, estaremos aquí toda la
noche. —Hubo esa risa de nuevo. Quizás no era falta de respeto, sino nervios.
—Pon en palabras lo que has hecho mal, lo que te trajo aquí, hasta mí. Cuando
hayas terminado, dile a Dios que te arrepientes de esos pecados y de los pecados de
tu vida pasada. Te daré una penitencia y luego harás un acto de contrición...
—Ha pasado mucho tiempo desde que asistí a la iglesia. —El humor se había
desvanecido y su tono se había endurecido, volviéndose más frío. Esa admisión había
sido cierta y no había sido fácil.
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Una pausa suave.
—Estoy escuchando.
La madera crujió y la puerta del confesionario se abrió del lado del otro hombre.
El sonido de sus zapatos abrió un camino de regreso a la nave.
El corazón y la cabeza de Francis zumbaron. Dijo una oración para calmarse, apagó
todas las velas y salió de la iglesia, caminando por el camino adoquinado hacia la
puerta principal. No había señales de su visitante nocturno.
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rosas enmarcaban las ventanas torcidas. Afortunadamente, no necesitaba cuidar el
jardín (los jardineros de la iglesia lo mantenían por él) o habría sido un desastre.
Una vez dentro de la casa, encendió las luces y la tetera, pero no se molestó en
encender la calefacción. Tomó una taza de té, se dio una ducha rápida y luego estuvo
entre las sábanas media hora después de llegar a casa. Se quedó mirando las grietas
del viejo techo y las telarañas que había olvidado barrer. Una ligera corriente de aire
las perturbó.
Cerró los ojos, deseando que el sueño se lo llevara, pero el hombre de muchos
pecados estaba allí, de rodillas, con la cabeza inclinada, susurrando una oración. El
corazón de Francis se desaceleró y el sueño se apoderó de los bordes de su mente. Se
permitió un momento para admirar esa figura tan intrigante en su estado de ensueño.
El reloj llamativo, los zapatos negros lustrados, el cómo, de rodillas, sus pantalones le
habían abrazado el trasero y se habían aferrado a sus muslos firmes.
Francis abrió los ojos de golpe, se volvió de costado y trató de reorganizar sus
pensamientos lejos del hombre de muchos pecados. Mañana tenía una reunión con el
ayuntamiento. La señora Roe estaría allí, con su perfume sofocante y su enfoque
práctico. Había confesado ser alcohólica y últimamente se confesaba cada vez con más
frecuencia. Durante sus estudios, le habían advertido que los feligreses se volvían
demasiado dependientes de sus sacerdotes. Cuando se revelaban secretos y los
sacerdotes conocían todas las intimidades de un feligrés, era común que se
desarrollaran vínculos emocionales. Tendría que tener cuidado con la señora Roe.
Aunque no le importaría que el hombre de muchos pecados regresara. Escucharía esa
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voz durante horas, escucharía su tono sardónico con su nota de burla. ¿Tenía algún
problema con Francis personalmente o eran los sacerdotes en general?
Tú lo hiciste.
Un búho ululó y, a través del fino cristal de la ventana, sonó como si estuviera
justo afuera. Miró el reloj. 1:10 am. Tenía que levantarse a las cinco. El cansancio lo
cabalgaba como un demonio sobre su espalda, entonces ¿por qué cuando cerraba los
ojos no podía dormir? ¿Por qué veía al hombre de los muchos pecados mirándole por
primera vez con el rabillo del ojo mientras se arrodillaba ante el altar? Al recordarlo
ahora, estaba seguro de que el hombre había estado sonriendo.
Esos ojos oscuros, con sus largas pestañas oscuras... Los labios suaves, susurrando
una oración...
Francis rodó hacia el otro lado y desvió sus pensamientos de cómo reaccionaba su
cuerpo ante sus pensamientos llenos de agotamiento. El celibato era un largo camino
por delante, uno en el que había caído más veces de las que quería admitir.
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Dos tazas de café apenas habían calmado su cansancio. Haría otra una vez que
llegara a la iglesia. Salió corriendo por la puerta, le dio unos rápidos buenos días al
cartero y caminó calle arriba. El coche plateado ya no estaba. Había llovido durante la
noche, pero el espacio que había ocupado el Jaguar seguía seco. Él lo descartó. Tenía
un día ajetreado por delante. Oración de la mañana a las nueve, Comunión a las diez.
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Quería decirle que no debía estar haciendo nada de esto bien, porque si lo estuviera,
entonces no sentiría que no podría soportar otra semana más de esto, y mucho menos
el resto de su vida.
Él sonrió.
—Estoy bien.
—Café, creo.
—Oh, la cosa fuerte. Debe haber sido una noche difícil. —Ella se rio para sí misma
y comenzó a preparar el café.
No tenía idea de lo dura que había sido la noche. Necesitaba hablar con el padre
Hawker, confesarle sus… pensamientos de la noche anterior. Si pudiera encontrar un
momento en su agenda.
La falta de sueño, los acontecimientos de anoche, el peso del día. Todo conspiraba
para asfixiarlo.
Se levantó.
—¿Padre?
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—Creo que voy a caminar por el terreno, a tomar un poco de aire. —Salió
apresuradamente de la oficina, ignorando los intentos de Julia de volver a preguntarle
si se encontraba bien, caminó entre los bancos vacíos y avanzó casi corriendo, similar
al paso del hombre de muchos pecados. Pero ese hombre nunca volvería. Francis no
tenía esa libertad.
No podía correr. Esta era su vida ahora. Él había elegido esto. Dedicar su corazón
y su alma a ello.
Al salir corriendo del vestíbulo de entrada, vio a uno de sus feligreses caminando
por el camino para encontrarse con él.
—¿Padre?
Francis giró a la izquierda tan rápido que casi resbaló en los adoquines.
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pánico que destrozaba sus pensamientos se esfumó como la niebla bajo el sol de la
mañana.
Francis corrió hacia ella e instintivamente la alcanzó para ver si podía ayudarla.
Sin pensar, sin comprender, a pesar de saber en su corazón que ella ya había fallecido,
le tocó el hombro e intentó darle la vuelta. Había visto a los muertos, realizado
funerales, consolado a los afligidos, pero se esperaba a esos muertos. La mujer estaba
aquí, tirada en la hierba húmeda, con la vida perdida hacía mucho en sus ojos
apagados.
Su lápiz labial rojo brillante se había corrido por su mejilla marrón trigo. La arena
y la suciedad se adherían a la mancha.
Francis se puso de pie. El entumecimiento se extendió aún más, hasta llegar a sus
piernas. Se movió automáticamente y se deslizó de regreso por el sendero, hacia la
iglesia y la oficina, con la mente y el cuerpo presentes pero también en otra parte. Julia
le entregó su café, él lo tomó y luego con calma le dijo que llamara a la policía.
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Siguieron horas de caos y él respondió pregunta tras pregunta. Mantuvo alejado
al público, atendió a la prensa local y permaneció impasible. Cuando la policía le
preguntó si había visto a alguien sospechoso o inusual en los últimos días, debería
haber mencionado al hombre de los muchos pecados. Pero no lo hizo.
Tú lo hiciste.
Una parte de él esperaba volver a ver al extraño. Y otra parte de Francis esperaba
que el hombre nunca regresara. Pero en el fondo sospechaba que el extraño regresaría
y, cuando lo hacía, Francis le preguntaba si el asesinato era uno de sus muchos
pecados.
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CAPÍTULO 2
VITARI
Un padre y sus dos hijos se dirigieron hacia su coche, estacionado cerca del de
Vitari. El padre llevaba una bolsa de McDonald's en una mano y tecleaba un mensaje
en su teléfono con la otra, mientras sus hijos preadolescentes discutían. La mirada de
Vitari se desvió hacia dos chicas adolescentes que salían riendo y saltando de las
puertas de la estación de servicio, en dirección a su viejo VW. Su mirada siguió
saltando, escudriñando breves retazos de vidas normales que nunca tocaría: una
mujer en traje pantalón, viajando sola con un maletín de portátil balanceándose a su
lado; los dos jubilados que no tenían prisa por llegar a dondequiera que se dirigieran;
un anciano maldiciendo su coche eléctrico. Las vidas que él tocó terminaron en gritos
y sangre. Estas personas no tenían idea de que estaban siendo observadas por el
ejecutor número uno de la Battaglia. Probablemente ni siquiera sabían quiénes o qué
eran los Battaglia. Tal como le gustaba a la empresa.
Aunque qué carajo estaba haciendo Vitari en el culo de Inglaterra, no tenía idea.
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Don Giancarlo lo sabía, así que debió haberlo enviado aquí para castigarlo, o Luca
había estado susurrando al oído del jefe otra vez, tratando de sacar a Vitari. Como la
única salida era en un ataúd, y Vitari era muy difícil de matar, Luca iba a tener que
esforzarse mucho más.
—Ciao, Sal —saludó Vitari—. Esto es una maldita pérdida de tiempo, hombre. El
sacerdote no es nada, sólo un buen tipo recién salido de la escuela sacerdotal. ¿Por
qué estoy aquí?
—¿Voy a ignorar todo lo que acabas de decir, stronzetto1, y asumiré que no has
escuchado las noticias?
—Tu sacerdote que no sabe nada encontró una mujer muerta en su cementerio. No
te has ido, ¿verdad?
—Será mejor que regreses allí antes de que la DeSica termine el trabajo, o Giancarlo
te clavará las pelotas en la pared.
1 Estúpido, imbécil, cabrón, hijo de puta, pedazo de mierda, desgraciado, pequeña mierda, perra, idiota… etc.
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carreteras inglesas estaban plagadas de radares de tráfico. Las multas nunca le
alcanzarían en el alquiler, pero la policía de tráfico británica sí; no se andaban con
rodeos.
Giancarlo había sido muy claro. Si la DeSica alcanzaba al sacerdote, entonces sería
mejor que Vitari se asegurara de que no hablara. O si lo hacía, todos murieran como
un mensaje claro a los DeSica de que no tocaran la propiedad de Battaglia.
Vitari preferiría morir en una lluvia de balas que vivir detrás de un escritorio. No
estaba hecho para seguir las reglas. La sociedad no le había dado nada y él no le debía
nada a cambio. Lo único que le importaba (la razón por la que respiraba, su religión,
su vida) era la familia: la Battaglia y Don Giancarlo.
Vitari no dudaría en matar a un clérigo por el don. Había hecho cosas peores,
ganándose el alias de Angelo della Morte2. ¿Qué pensaría de eso el padre Francis Scott,
con su sotana inmaculada y sus ojos atormentados?
¿Un buen tipo como él? Probablemente juraría salvar el alma de Vitari.
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Podría intentarlo, pero el alma de Vitari ya no tenía salvación.
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CAPÍTULO 3
FRANCIS
Francis saludó a sus feligreses con su sonrisa de siempre y pasó mucho tiempo
entre ellos, poniéndose a su disposición, diciendo que sí a demasiados eventos,
algunos de los cuales tendría que cancelar más tarde. Cuando todos se acomodaron
en los bancos, dos caras nuevas lo miraron desde entre la multitud, lo cual en sí no
era inusual, pero como había sucedido la noche anterior, algunas personas
simplemente no encajaban. Y los dos hombres de mediana edad en el último banco
no parecían del tipo que se uniría a la noche de concursos en el Carpenter's Inn. No
habían llegado con nadie, no fueron presentados y nadie parecía hablar con ellos. Sólo
unos cuantos saludos y asentimientos corteses.
Francis estaba acostumbrado a tratar con gente difícil. Había visitado hospitales,
residencias de ancianos y prisiones. Lo habían insultado, escupido y expuesto a varias
partes de la anatomía humana, y lo había asumido todo con comprensión y gracia.
Muchos de esos casos no estaban bajo el control de la persona, por lo que Francis había
orado por ellos, incluso cuando el ardor de una bofetada o el calor del lenguaje grosero
le quemaron los oídos.
Pero había gente difícil y también gente peligrosa. Esos casos requerían un enfoque
diferente, como llamar a la policía tan pronto como concluyera la comunión.
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Francis realizó la comunión y mientras la congregación hacía fila para acercarse a
él para recibir la sangre y el cuerpo de Cristo, los dos hombres de fuera de la ciudad
se unieron a la fila.
—Amén.
Uno a uno, los feligreses se arrodillaron e inclinaron la cabeza, y cada uno recibió
del cáliz el cuerpo y la sangre de Cristo en forma de oblea y agua. Los dos hombres
fueron los siguientes, y cada uno fijó su mirada en Francis como si lo clavaran a una
cruz. Comulgó con ellos como lo haría con cualquiera, pero sus dedos temblaron
cuando colocó la oblea sobre sus lenguas.
—Amén, padre.
—Amén, padre.
Uno de los hombres tenía una pequeña cruz tatuada en el cuello, lo que sugería
que se tomaba en serio sus oraciones.
O tal vez encontrar a una mujer asesinada había sacudido a Francis y estos dos
hombres estaban aquí para adorar legítimamente, y como el hombre de muchos
pecados, sólo estaban de paso. Sin duda, no volvería a ver a ninguno de ellos. Aunque,
estas personas no eran como el extraño bien vestido de la noche anterior. Sus ropas
eran desaliñadamente informales, y en sus dedos relucían tantos anillos que sus
nudillos brillaban a la luz de las velas.
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Evangelio, buscando la línea correcta. Si solo pudiera superar esto. Los rostros lo
miraban desde los bancos abarrotados. Cuanto más pasaba el tiempo, más sudaba
bajo la sotana. El peso de su estola parecía ahogarlo, y el interior de la iglesia brillaba
con tanta intensidad que le arrancaba las lágrimas de los ojos.
Tú lo hiciste.
Una vez concluida la comunión, consoló a quienes lo necesitaban, habló con otros
que simplemente querían charlar y de alguna manera logró ir a través de todo, hasta
que no quedó nadie en la iglesia excepto él y Julia, recogiendo los libros de himnos.
—Padre. —Julia se acercó con una gran pila de libros en los brazos—. Espero que
no le importe que le diga esto, pero ¿quizás debería tomarse unos días libres? Ha
estado trabajando muy duro y sé que quiere causarle una buena impresión al padre
Hawker, pero creo que él estaría de acuerdo conmigo si le viera ahora. —Su rostro era
comprensivo—. Incluso los hombres de Dios necesitan descanso, Padre.
Ella tenía razón. Casi se desploma durante la ceremonia. No podía continuar así.
3 “O God, come to my assistance; O Lord, make haste to help me!( Oh Dios, ven en mi ayuda. ¡Oh Señor, apresúrate
a ayudarme!)”, proviene del Salmo 70 , el cual es un fuerte grito de rescate. Como oración, expresa total dependencia
de Dios y confianza en su providencia para nuestras necesidades. No es de extrañar que estas palabras sean el punto
de partida de la oración en la Liturgia de las Horas, ya sea que conduzcan a una alabanza o a una oración de ayuda.
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—Pero hay mucho por hacer. —Nada de eso desaparecería. Todo seguiría
esperándole cuando volviera al trabajo dentro de uno o dos días. De hecho, sería peor.
¿Eran así todos los días para los demás sacerdotes? ¿Alguna vez se calmaba?
—Sí, por supuesto. Hoy ha sido difícil. ¿Por qué no te vas a casa, Julia. Yo cerraré.
Le agradaba ella; era amable como no lo eran muchas personas, a pesar de sus
propias pérdidas en el pasado. O tal vez gracias a ellas. Sabía que ella le miraba y veía
a su hijo, que había fallecido. Había encontrado orientación y fe en la Iglesia, y tenía
fe en él. Francis no estaba seguro de merecer su amabilidad.
—Por supuesto.
Eran los nervios, la adaptación. Pronto todo encajaría. Tenía que ser así, porque no
había salida.
Se puso de pie, se sacudió la túnica, llenó sus pulmones con el aire perfumado de
aceite sagrado y cera tibia de vela, y regresó a su oficina.
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La carta del abogado seguía sobre su escritorio, esperando a ser abierta. La había
revuelto durante el día, casi la había enterrado, pero vio la esquina que sobresalía de
la pila de otras cartas sin abrir. No podía soportar abrirla hoy. Mañana, pero no hoy.
Sacó el manojo de llaves del cajón del escritorio, hizo sonar los grandes trozos de
metal y, saliendo del despacho, introdujo la llave en la cerradura.
Una mano pesada le tapó la boca desde atrás. Probó la sal, olió la rica colonia y
abrió la boca para gritar, pero la mano apretó y tiró de él hacia atrás contra un pecho
firme.
Mil recuerdos se agolparon tras sus ojos. Shh, no hagas ruido, este será nuestro secreto.
Quería ser el tipo de hombre que se defendía, ser lo bastante fuerte como para
enfrentarse al mal, pero cuando la pesada mano le cerró la boca y el olor a sudor,
suavizante y loción para después del afeitado le asaltó la nariz y le quemó la garganta,
sus vacías tripas se estremecieron.
Las fosas nasales de Francis se dilataron. No era un niño. Ya no. La rabia, pura y
limpia, surgió desde lo más profundo de sus entrañas, derritiendo todo el hielo.
Francis golpeó la cabeza hacia atrás. El hombre gruñó, su agarre se alivió y sus gruesos
dedos se deslizaron entre los labios de Francis. Francis abrió la boca, dejó que el dedo
se deslizara dentro y cerró los dientes de golpe. El hombre gritó y Francis salió
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corriendo, pero ya sea porque su sotana se enganchó en un banco o que su atacante lo
hizo tropezar, no llegó muy lejos. Sus pies fallaron y cayó, y el banco se levantó
rápidamente. Su frente se golpeó contra el borde y cayó desplomado en la nave,
aturdido.
En algún lugar lejano, una voz interior le gritaba que se levantara, que corriera, y
sabía que debía hacerlo, pero tampoco podía porque los bancos daban vueltas, y él se
estaba cayendo estando quieto.
Francis gimió y trató de poner sus manos debajo de él. Tal vez podría alejarse
arrastrándose.
—Dios, concédeme fuerza. —Su visión se volvió borrosa y volviéndose rosa. Puso
una mano delante de la otra, incluso mientras se reían de sus esfuerzos. Clavó las uñas
en el suelo y arrastró su cuerpo hacia adelante. Si todo dejara de girar, podría
arrodillarse y luego ponerse de pie.
Esto no debería estar pasando. ¿Qué había hecho para merecer esto? Bueno, él
sabía lo que había hecho pero estos hombres no podían saberlo. ¿Podrían?
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Francis se desplomó en el banco y limpió la humedad de su cara. La sangre brillaba
en el dorso de su mano.
Los dos hombres, los mismos para quienes había comulgado, estaban de pie junto
a él. Él no los conocía; él no les había hecho nada.
—Maldita sea, Rossi. Más de eso y será inútil. Déjame hacerlo. —El otro trató de
forcejear y apartar a Rossi, pero aunque era más grande, Rossi se mostró apasionado
y logró hacer caso omiso de su compañero.
—Quítame las manos de encima —gritó Rossi—. ¡Esto es entre Dios y yo!
Lo iban a matar.
No sabía qué querían ni qué había hecho, pero iban a matarlo como habían matado
a la mujer, y dejarían su cuerpo para que Julia lo encontrara por la mañana. El horror
de aquello lo inutilizó. No podía moverse; el terror lo tenía en sus garras.
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El compañero de Rossi obedeció y agarró a Francis por las muñecas. No podía
permitirles hacer esto, pero no sabía cómo detenerlos. Ambos eran más fuertes que él,
incluso cuando no estaba sangrando y mareado. Si intentaba huir, lo atraparían y lo
matarían más rápido.
Francis casi se echó a reír, no por su difícil situación, sino por la ironía, pero su risa
sonó como un sollozo.
—Lamento tu dolor.
—Bien, entonces aquí está el quid de la cuestión. —Rossi se arrodilló y puso una
mano suave sobre la rodilla temblorosa de Francis—. Solo tienes que responder y te
dejaremos ir.
Francis asintió con la cabeza para que pensaran que estaba derrotado, pero en el
momento en que Rossi retrocediera de nuevo, iba a salir corriendo, y rezó a Dios para
que le quedaran fuerzas suficientes para mantener las piernas en movimiento cuando
eso sucediera.
Francis frunció el ceño. ¿Qué clase de pregunta era esa? Parpadeó ante el bruto.
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— ¿'Dónde'? —repitió Francis.
Rossi resopló.
—'¿Por qué?' él pregunta. A la mierda tus ¿por qué? ¡Soy yo quien hace las
preguntas! Responde la puta pregunta o te la sacaré a golpes.
Rossi miró a su compañero, quien asintió para que continuara, o tal vez para
confirmar que la información era cierta.
Rossi se alejó pisando fuerte, dejando atrás al más fornido y reservado de los dos.
—Perdón por Rossi, a veces es un idiota. Se le va todo de las manos. Aunque tiene
sus usos. —El compañero de Rossi lo miró larga y fijamente—. No sabes por qué
estamos aquí, ¿verdad?
36
Francis negó con la cabeza.
Rossi había usado los puños, pero éste era el más peligroso. Francis cerró los ojos
y pidió ayuda a Dios, oró pidiendo guía, prometió que sería mejor, que lo haría mejor
si sobrevivía a esto.
Los dedos agarraron el cabello de Francis y le echaron la cabeza hacia atrás. Abrió
los ojos de golpe.
—Un chico lindo como tú, ¿qué le hiciste a Sasha, eh? ¿Por qué quiere saber todo
sobre ti?
—¿Qué tenemos aquí? ¡L’Angelo della Morte, en persona! Joder, Ángel. —El
compañero de Rossi sonrió—. No pensé que te encontraría aquí.
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Francis conocía esa voz suave. Parpadeó rápidamente, aclarando su visión, y se
retorció en el banco. Chispas de dolor danzaron por su costado, haciendo que sus ojos
lagrimearan de nuevo, pero vio al hombre de los muchos pecados caminando por la
nave, arremangándose despreocupadamente. Tenía los nudillos ensangrentados. Su
reloj brillaba. Sus ojos oscuros miraron a Francis y luego se desviaron.
—Los Ángeles nos encuentran en nuestras horas más oscuras —dijo el hombre de
muchos pecados, o Ángel , como acababa de llamarlo el bruto.
No podía estar aquí; no podía ver esto. Se empujó desde el banco, tropezó y echó
a correr. Tenía que escapar, simplemente escapar. Las muñecas atadas le dificultaban
el paso, pero salió disparado de las puertas de la iglesia y atravesó el vestíbulo a
trompicones, pero un bulto oscuro lo hizo tropezar y cayó con fuerza sobre los
adoquines, rompiéndose el codo. El dolor le subió por el brazo hasta el hombro. Gritó,
pero consiguió rodar sobre sí mismo y ponerse de rodillas.
38
El bulto tirado en el camino era Rossi. Sus ojos azules fríos, abiertos pero ciegos
confirmaron que no volvería a amenazar a nadie.
Una oración brotó de los labios de Francis. Se deslizó hacia atrás, tratando de
alejarse del horror de todo aquello.
—¡Quédate atrás!
—¿Puede caminar? Bien. Tenemos que irnos antes de que lleguen más hombres de
DeSica. No te preocupes. —Él sonrió—. Está a salvo conmigo. Principalmente.
—¿Es esto real? —Murmuró Francis, mientras era conducido por sus muñecas
hacia el auto plateado con la puerta abierta y el motor en marcha.
39
Ángel sacó el coche de la puerta de la iglesia.
Julia encontraría a los dos muertos por la mañana. Y no había nada que Francis
pudiera hacer para ayudarla. Debería haber hecho más. ¿Por qué no había luchado
contra ellos? Se había quedado helado, demasiado asustado para hacer algo. Y ahora
estaba con un monstruo.
Los faros de los coches que circulaban en sentido contrario por el lado opuesto de
la barrera les alumbraron por encima. Francis se estremeció. No podía decir si estaba
mojado por el sudor o si se había orinado encima durante la terrible experiencia. Le
palpitaba la cara, encima del ojo, y se le había hinchado el labio. Lo tocó con la lengua
y saboreó sangre fresca. Se sentía mal, él se sentía mal, como si hubiera sido herido
por dentro, no sólo por fuera. Sólo se había sentido así una vez antes, como si hubiera
hecho algo tan terrible que nunca podría hablar de ello.
40
codiciaban a niños, había hecho que personas confesaran pensamientos atroces, pero
nunca antes había conocido a un asesino. Y Francis había soñado con Ángel, había
tenido pensamientos inapropiados sobre él, pensamientos que habían desafiado su
voto de celibato. Pero todos los hombres eran débiles y Francis no era la excepción. El
celibato era un viaje, le había dicho el padre Donavon durante sus estudios, cuando
le confesó tener fantasías sexuales con hombres. Un viaje sin destino, una batalla sin
vencedor. El viaje era el destino.
—Yo uh... —croó—. Realmente necesito un baño. —Tenía que alejarse de este
hombre. Nada más importaba.
Los ojos oscuros de Ángel se dirigieron hacia él, sin parpadear. Francis le devolvió
la mirada, incluso cuando su corazón intentaba abrirse camino a través de sus
costillas.
—El auto es de alquiler, haz lo que tengas que hacer. No vamos a parar.
Este hombre era un animal. ¿Realmente dejaría que Francis se ensuciara encima?
Francis parpadeó y miró hacia otro lado.
—¿Vas a matarme?
Estaba mintiendo.
¿Se abriría la puerta trasera si Francis tirara de la manija? Miró hacia abajo. Estas
puertas tenían seguros para niños, ¿no? Para evitar que los niños se caigan cuando el
coche circula a gran velocidad. Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. ¿Por qué
estaba pasando esto? El cansancio tiró de su cuerpo hacia abajo, arrastrándolo hacia
41
la oscuridad. El motor del coche zumbaba y las ruedas retumbaban, y tal vez si se
quedase dormido, al despertar, todo habría sido una terrible pesadilla.
—¿Padre?
Abrió sus pesados párpados y parpadeó ante el rostro que ahora estaba justo frente
al suyo. Ojos oscuros (ojos hermosos), una mandíbula delgada que terminaba en una
boca emotiva, demasiado rápida para sonreír. En la bruma del agotamiento, sabía que
no debía admirar el rostro de Ángel, pero Francis lo admiró de todos modos.
—Ahí estás.
Un pañuelo frío y húmedo tocó la cara de Francis, limpiando los restos de sueño.
Sus pensamientos se agitaron. Ángel lo estaba tocando. En la parte trasera del coche.
Se habían detenido… y Ángel se asomaba por la puerta trasera y le frotaba el corte en
la frente.
Francis se apartó de un tirón, intentando desaparecer entre los asientos del coche.
4 Se refiere a los famosos arcos del logo, pertenecientes a Arcos Dorados Holdings Inc., empresa
propietaria de la franquicia principal de la cadena de restaurantes de comida rápida McDonald’s
42
Las gotas de lluvia brillaban en su cabello negro y en las puntas de sus pestañas.
¿Cómo alguien tan hermoso podía ser capaz de cosas tan terribles? Pero la belleza no
era nada si carecía de piedad. La belleza del alma importaba y el alma de Ángel estaba
en gran peligro.
—Está bien. —Ángel sacó un cuchillo. El cuchillo del socio de Rossi. Lo blandió y
el corazón de Francis saltó a su garganta, pero con un rápido movimiento de muñeca,
Ángel cortó las bridas que sujetaban las muñecas de Francis—. Vamos a ir al
McDonald's de allí para que puedas usar el baño. —Su mano se cerró sobre el hombro
de Francis y Ángel lo miró de cerca, a los ojos—. Ya viste lo que le pasa a la gente que
me jode. Te mantendré a salvo. ¿Confías en mí?
No, Francis no confiaba en él. ¿Por qué confiaría en un asesino de sangre fría? El
asintió.
—Bien. Nos llevaremos muy bien. —Ángel salió del auto y le ofreció la mano a
Francis—. Con esa ropa, no se puede ocultar el hecho de que eres sacerdote, así que
acabemos rápido con esto —añadió.
Francis caminó junto a Ángel. Los charcos en los que chapoteó empaparon su
túnica y la hicieron pesada. La lluvia hizo que la camisa de Ángel se pegara a sus
hombros. Sorprendió a Francis mirando, y sus emotivos ojos destellaron una
impaciente advertencia.
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Francis vio su espantoso reflejo en el espejo y se tambaleó. Era un desastre
sangriento y golpeado. ¿Cómo es que nadie había dado ya la alarma? Agarró el
lavamanos.
—Muy bien, padre, adelante, haz lo que tengas que hacer. —Ángel lo tomó del
brazo, lo guio hasta un cubículo y cerró la puerta.
Francis echó el cerrojo, retrocedió y se desplomó sobre la tapa cerrada del retrete.
¿Quizás podría quedarse aquí? Ángel no podía llegar hasta él. Había cerrado la
puerta. Enterró la cara entre las manos y ahogó un sollozo. Eso era todo; se quedaría
aquí. Escondido. Esperando que se fuera. Respiró, tal vez sollozó. Todo dolía.
Hombres estaban muertos.
—¿Francis?
—Si crees que esta endeble puerta del baño me impedirá entrar allí, será mejor que
lo pienses de nuevo. Termina ya. Tienes treinta segundos.
—¿Mantenerte con vida? No sé. Quizás no lo haga. Tal vez me vaya, pero los
DeSica te encontrarán, y ese corte sobre tu ojo sugiere que era jodidamente claro lo
que tenían planeado para ti.
Ángel pateó la puerta y ésta se abrió, golpeó el costado del cubículo y rebotó, pero
Ángel estaba allí, bloqueando su regreso.
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Francis se puso de pie y se secó las lágrimas frías de su rostro.
—Vamos a tener que hacer algo con esa bata. —Metió la mano, agarró a Francis
por el cuello y tiró de la tira blanca. Volviéndose, la arrojó a la basura—. Vamos, no
tengo tiempo para jugar.
—¡No! Yo no voy.
Ángel voló hacia él. Sus delgados dedos rodearon el cuello de Francis. Empujó a
Francis contra la pared del cubículo, haciendo vibrar todos los cubículos conectados.
—No jodas conmigo, padre Scott. Sería más fácil para mí cortarte el cuello y dejarte
aquí desangrándote. Te estoy haciendo un puto favor.
Había dicho muchas palabras, pero Francis solo escuchó algunas de ellas entre el
pánico que le golpeaba la cabeza. Escudriñó los ojos de Ángel y vio la muerte. La suya
propia y la de Ángel. Dios, dame fuerza.
Francis asintió.
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Salieron del McDonald's y volvieron a subir al coche. Francis se había asegurado
de mirar tantas cámaras de circuito cerrado de televisión como pudo encontrar. Las
autoridades aún no sabrían que estaba desaparecido, pero una vez que los cuerpos
fueran descubiertos en la iglesia, la policía comenzaría a buscar. Verían su rostro en
las imágenes y sabrían que estaba con Ángel. Quienquiera que fuera Ángel.
Debe tener algún tipo de agenda, alguna razón para mantener vivo a Francis. No
había estado de paso. Se había detenido deliberadamente en St. Mary, tal vez incluso
para matar a esa joven. Tres cadáveres en dos días. Sería un escándalo para la Iglesia.
¿Pero por qué Francis?
Ángel no respondió.
Francis sintió que esto no era personal. No se conocían. ¿Entonces eso significaba
que alguien más estaba moviendo los hilos de Ángel? ¿Quizás querían pedir rescate
por un sacerdote? Pero si ese fuera el caso, ¿por qué elegirlo a él, un cura de apenas
tres meses de una pequeña parroquia del suroeste de Inglaterra? Tenía que haber
objetivos de mayor valor.
Los faros del coche pasaron por encima de una señal de tráfico que indicaba
Plymouth, la Ocean City británica. Pasaron por un puente colgante brillantemente
iluminado. Ángel se detuvo en los peajes, agitó una tarjeta y las barreras se levantaron.
Francis intentó captar la mirada del hombre de la cabina, pero éste miraba con ojos
apagados a través de la pantalla de plexiglás.
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Ángel parecía conocer bien las carreteras, y justo después de los puestos, giró hacia
una zona residencial, zigzagueando por las viejas y sinuosas carreteras de la ciudad,
en dirección al paseo marítimo.
Un barco.
Así era como iba a sacar clandestinamente a Francis del país. Tan pronto como
estuvieran cerca de abordar un barco, Francis daría la alarma. Tenían control
portuario en los muelles, comprobando si había mercancías y personas de
contrabando. Nunca dejarían que Francis subiera a un ferry, tan golpeado como
estaba.
Cualquier buena gracia que Francis tuviera con él, la había desperdiciado en los
baños del McDonald’s. Debería haber usado el baño entonces también. Ahora
necesitaba hacer sus necesidades de verdad, pero no se atrevía a preguntar.
Se acercaron a una oficina de la marina. Una única luz brillaba desde el interior.
Al lado, el agua chapoteaba alrededor de embarcaciones de todos los tamaños, desde
pequeños pesqueros hasta superyates tres veces más grandes que la casa de Francis.
5 Una marina privada es una instalación de propiedad privada que depende del agua para el atraque, servicio o
almacenamiento de embarcaciones privadas, en la que se brindan servicios de forma anual , estacional o por día , y
cuya instalación no está abierta al público en general , excepto bona. invitados de buena fe de propietarios de
embarcaciones elegibles para utilizar el puerto deportivo y que tenga una piscina privada que no esté abierta al público
en general, distintos de los huéspedes de buena fe de propietarios de embarcaciones elegibles para utilizar el puerto
deportivo.
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—Quédate aquí —ordenó Ángel, y se adelantó, abriendo la puerta de la oficina.
Saludó a alguien que estaba dentro y los dos entablaron conversación.
Él salió disparado.
Corrió con fuerza y rapidez. Los resbaladizos adoquines del muelle se ondulaban,
casi haciéndole tropezar, pero mantuvo el equilibrio y, con las muñecas libres, agitó
los brazos con la cabeza gacha. La sotana le azotaba las piernas. Entonces oyó los
zapatos de Ángel golpeando tras él, ganándole terreno. Podría apuñalarlo por la
espalda y dejarlo destripado en un callejón…
¡Dios ayúdame!
¡Más rápido, tenía que correr más rápido! Pero Ángel se acercaba y la sotana de
Francis lo frenó.
Ángel agarró su sotana y lo hizo girar. Francis chocó contra una pared, de cara.
Giró y empujó, apartando a Ángel. Eso era todo, si no peleaba ahora, estaría muerto
por la mañana. Se retorció, pero Ángel estaba sobre él, sobre él, inmovilizándolo
todavía.
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El frío acero tocó la garganta de Francis y lo congeló.
—Maldita sea, padre —jadeó Ángel, con el pecho agitado contra Francis—.
¿Cuándo vas a aprender que no puedes escapar de mí? ¿Necesito cortarte? ¡¿Es eso lo
que quieres?! —Agarró a Francis por el cuello de su sotana y lo arrojó hacia los barcos
que se balanceaban. —¡Muévete!
Sus piernas temblaron, amenazando con fallar. Oró con tanta fuerza que se olvidó
de respirar y siguió tropezando. Ángel lo agarró y lo empujó bruscamente hasta el
muelle flotante. Los aparejos de los veleros cercanos sonaban con la brisa y las
banderitas ondeaban, pero por lo demás la marina estaba en silencio.
Ángel subió a la parte trasera de un gran superyate llamado Dolce Vita y dejó a
Francis solo en el pontón6, asumiendo que lo seguiría.
Él subió a bordo.
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CAPÍTULO 4
VITARI
Debería haber matado y dejarlo al sacerdote con los DeSica. Tres asesinatos en una
iglesia. Mensaje enviado. Trabajo hecho. No jodas con los Battaglia.
—Qué carajo —murmuró para sí mismo mientras calentaba los motores del barco.
Secuestrar al sacerdote no formaba parte del plan. Ni siquiera estaba seguro de por
qué lo había hecho. Sólo que, cuando regresó a St. Mary y vio cómo esos bastardos
habían atacado al padre Scott, había perdido parte de sí mismo por un tiempo. Esos
imbéciles de DeSica no estaban matando al sacerdote de Vitari. Ya era bastante malo
que pensaran que podían intervenir en las operaciones de Battaglia en casa y en
Venezuela, y que el idiota ruso de su líder pensara que su pequeña operación tenía
incluso la mitad del tamaño de Battaglia.
Pero llevarse al sacerdote fue una estupidez. Un movimiento tonto. El jefe iba a
clavarle los huevos a Ángel en una tabla.
¿Quizás debería empujar al padre Scott por la borda del barco? El astuto sacerdote
probablemente nadaría hasta la orilla y lo identificaría ante la Agencia Nacional
contra el Crimen. Vitari estaría jodido si alguna vez necesitara regresar a Inglaterra.
No, no podía dejarlo ir. Sólo había una manera de que esto terminara: con el padre
Scott muerto. Entonces, ¿por qué diablos estaba el sacerdote sentado debajo de la
50
cubierta, hirviendo en su actitud de ‘soy más santo que tú’, como si supiera cada pecado
que Vitari había cometido alguna vez, desde masturbarse con revistas para hombres
hasta matar a golpes a un chico en su decimosexto cumpleaños?
Vitari sólo necesitaba espacio para pensar. Tenía que haber una razón por la que
Giancarlo quería que fuera a ver al padre Scott. Probablemente para matarlo… Era lo
que Vitari hacía mejor, por lo que era conocido. El perro de ataque en el extremo de
la correa de Don Giancarlo. L’Angelo della Morte
Con los pensamientos dando vueltas, piloteó el yate fuera del puerto deportivo de
Plymouth y, una vez pasado el rompeolas, puso rumbo (no a Calabria, todavía no) a
Puerto Banús. Nadie sabría que se había desviado a España y eso le daría tiempo para
decidir qué hacer con el padre Francis Scott.
Malditos sacerdotes.
Preferiría estar de vuelta en el sur de Italia, donde caminaba por las calles como
un maldito rey. Donde todos lo conocían, todos lo respetaban, donde tenía poder. Y
donde pocos se atreverían a juzgarlo como lo hizo el padre Scott.
7 “Estúpido” en italiano.
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Flexionó sus nudillos magullados y miró hacia afuera. El tiempo estaba despejado
y el océano iluminado por las estrellas estaba en calma. Era hora de descubrir qué
sabía el padre Scott que tenía a DeSica sobre él y a la Battaglia queriendo que lo
desaparecieran. Vitari puso los controles en piloto automático y descendió bajo
cubierta.
Vitari estaba de pie junto a él. El pecho del padre Scott subía y bajaba. Un lado de
su cara estaba marcado por un furioso hematoma alrededor de un corte en su frente
que debería tener puntos pero que parecía haber dejado de sangrar. El corte en su
labio había formado una costra. También había recibido una paliza en otros lugares,
ya que se abrazaba la cintura mientras caminaba.
Vitari solo tenía unas pocas horas para decidir su próximo movimiento y, para
hacerlo, necesitaba saber más sobre este circo en el que se había encontrado actuando.
—Ey. —Le dio una patada a la pierna que colgaba—. No hay descanso para los
malvados.
El padre Scott abrió los ojos. Sí, había estado fingiendo. Esos ojos marrones eran
demasiado brillantes, demasiado intensos, demasiado críticos para un hombre que
acababa de despertar. ¿Creía que Vitari era tan fácil de engañar?
52
—No bebo alcohol.
Vitari sonrió.
Vitari estuvo a punto de decirle que se buscara su propia agua, pero lo necesitaba
complaciente, lo que significaba mantenerlo amable. Vitari le sirvió un vaso de agua
y se lo entregó, luego esperó mientras el padre Scott se llevaba el vaso a los labios,
hizo una mueca por el corte, pero bebió de todos modos.
¿Qué hacía que un hombre dedicara su vida a Dios? ¿Se despertaba un día
teniendo una epifanía, una visión, o era un proceso gradual? Parecía un desperdicio
que alguien tan atractivo como Scott fuera sacado del acervo genético. Una pérdida
para la humanidad. Vitari conocía a unas cuantas mujeres que ilustrarían con vigor y
entusiasmo al sacerdote sobre todas las aventuras carnales que se había estado
perdiendo.
El padre Scott levantó los ojos y redujo el consumo de alcohol, consciente de que
lo estaban observando. Dejó el vaso sobre la mesa y dijo:
—Gracias.
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¿Estaba mintiendo? Habló suavemente, con calma, con la misma voz
tranquilizadora que había usado en el confesionario cuando Vitari había estado
tentado a revelar sus secretos. Era un don peligroso esa capacidad de escuchar. La
gente le contaba todo a los sacerdotes, creyendo que esos sacerdotes tenían el poder
de limpiar sus almas y quitarles la culpa, pero un sacerdote no era nada especial. Sólo
un hombre, como todos los demás.
Se retorció las manos ahuecadas y luego se detuvo cuando vio a Vitari mirándolo.
—¿Algo más?
—¿Vas a matarme?
—No lo es.
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El padre Scott le devolvió la mirada y allí estaba de nuevo ese fuego, ese desafío,
retando al mundo a enfrentarlo, a luchar contra él. Retando a Vitari a desafiarlo. Tenía
que ser ingenuidad, porque no mucha gente podía mirar a Vitari a los ojos y hacer
eso. Habría hecho calor si no hubiera sido tan desesperado.
—Los DeSica están dirigidos por un bastardo vicioso llamado Sasha Zhukov —
explicó Vitari—. Él es la parte rusa, el resto son perros callejeros que ha recogido.
Reclutará a cualquiera lo suficientemente despiadado. Albaneses, españoles, malditos
iraníes. No importa. Cualquier psicópata al que pueda echar mano.
Vitari resopló.
—La gente para la que trabajo tiene historia con los DeSica. Pero son insectos
comparados con mi… con mi gente. —DeSica era el enemigo, así había sido siempre
desde que Vitari tenía uso de razón. Ni siquiera le importaba saber por qué. Don
Giancarlo había dejado claro que cualquier agente de DeSica era presa fácil. Todos
eran animales salvajes y había que sacrificarlos.
—Tu alma no está más allá de la salvación. Siempre hay redención y perdón en el
corazón de Dios.
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—Debe ser agradable tener tanta fe. Estar libre de culpa, entregar todas tus
cagadas a algún poder superior.
—Así no es como…
—No me sermones. No necesito ser salvo. Ahora mismo eres tú quien necesita
salvación. Y Dios no va a hacer eso, yo sí. Entonces, responde mis preguntas.
Scott tomó su vaso de agua, se reclinó, hizo una mueca ante el mismo dolor
desconocido y tomó un sorbo.
—Todo esto debe ser un error. —Su mano tembló, haciendo que el agua de su vaso
se ondulara—. Mírame, no soy... no soy nadie.
—Tres.
—¿Tres?
—¿La conoce?
—No.
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—¿Lo fue?
—¿No tienes idea de por qué la mafia rusa te quiere tanto? —Preguntó Vitari.
¿Estaba mintiendo?
—No te preocupes, después de todo esto, tendrás una historia emocionante que
contarle a tu rebaño y ellos te amarán aún más por ello. —No habría después, pero si
quería que el hombre siguiera dócil, necesitaba darle esperanza.
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—Seguro. —Se dio la vuelta, sintiendo que el padre Scott podía ver en su rostro
más de lo que debería—. ¿Por qué no te limpias? Hay algunas toallas y ropa de
repuesto en los dormitorios.
Vitari regresó a la cubierta superior y a los controles del yate, se reclinó en la silla
del piloto y observó el océano negro como la tinta brillar bajo la luna. Tendría que
presentarse pronto y, cuando lo hiciera, Giancarlo le ordenaría que matara al
sacerdote.
Era una pena estropear esa cara bonita. Tenía esa vibra de vecino de al lado que lo
hacía accesible, nada intimidante. Tradicionalmente guapo, de una manera...
agradable. Como un perro labrador que se hacía amigo de todos.
La familia lo era todo, era la vida de Vitari. La Battaglia era para Vitari lo que la
iglesia era para el padre Scott. No lo cuestionaba a menudo. Pero Don Giancarlo no
siempre tuvo razón.
58
muerto. Era así de simple. Lo que sea que los DeSica creyeran que sabía, podría valer
algo para los Battaglia.
En el padre Francis Scott había más que ojos tristes y mentiras tontas, de eso estaba
seguro.
La puerta del baño también estaba abierta. Un pequeño empujón la abriría un poco
más, tal vez lo suficiente para ver el interior.
Jesús, esas tres cervezas se le debían haber subido a la cabeza. No estaba tan
desesperado por ver a un hombre desnudo. Vitari colocó la bata sobre la silla y salió
del dormitorio. Prepararía algo para que pudieran comer. El yate estaba bien
abastecido de pasta, verduras, especias…
Tomó otra cerveza y miró fijamente la botella, con sus pensamientos muy lejos.
59
—Erm, gracias por la ropa.
Vitari se volvió y vio a un extraño parado en el mismo lugar que el padre Francis
Scott. Sin sotana y vestido con pantalones y un sencillo suéter azul y blanco con cuello
en V, había perdido el aura divina y era solo un hombre con cabello castaño húmedo
que se rizaba cuando estaba mojado y sin calcetines. Tal vez no había encontrado el
cajón de los calcetines, y Vitari no tenía ni puta idea de por qué importaba. Se reclinó
contra la encimera de la cocina y entrecerró los ojos. El sacerdote no tenía ningún
derecho a parecer tan sorprendentemente normal.
—Seguro —murmuró Vitari, luego abrió la cerveza y bebió tres tragos sin respirar.
El padre Francis Scott estaba allí, viéndose todo vulnerable y blando, pero estaba
lejos de serlo. En la siguiente oportunidad, intentaría huir y era rápido. Perseguirlo
había sido todo un ejercicio cardiovascular y la razón por la que Vitari le había
advertido a Sal que se deshiciera de algo de la grasa que decía ser músculo. Aunque,
Vitari había disfrutado de la carrera y de sostener el cuchillo en el cuello de Scott,
sintiéndolo jadear contra su pecho y su corazón latiendo con fuerza.
Sí, le gustaba estar así de cerca de él, ver el miedo en sus ojos y algo más también...
—Lo fui.
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Vitari pasó junto a él y se sentó en el gran sofá de cuero, con los brazos extendidos
sobre el respaldo de los cojines. ¿Fue eso de ahora algo en los ojos de Scott, en la forma
en que saltaron por el cuerpo de Vitari? ¿Fue calor eso de ahí en esa mirada? Vitari
había asumido que su mirada estaba llena de disgusto, pero era más complicada que
eso. ¿Había algo en los ojos de Scott ahora, en la forma en que los recorría por el cuerpo
de Vitari? ¿Había calor en esa mirada? Vitari había supuesto que su mirada estaba
llena de asco, pero era más duro que eso. No era asco, sino algo… ¿Desafío, otra vez?
¿Por qué tenía que mostrarse desafiante con Vitari, incluso antes de que lo
secuestraran? ¿Qué intentaba demostrar?
Francis estaba sentado en el sofá de enfrente, erguido, con la espalda recta y las
manos en las rodillas. ¿Alguna vez se relajaba?
Scott miró hacia arriba, pero su mirada se desvió nuevamente. Estaba asustado y
Vitari no podía culparlo. Había sido golpeado, secuestrado y su vida fue amenazada
varias veces.
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—Entonces si no es a ti a quien DeSica quiere, es a la Iglesia —dijo Vitari,
ventilando uno de los muchos pensamientos que había desenterrado mientras Scott
se había despojado de su piel sacerdotal—. ¿Alguien con quien trabaja o para quien
trabaja tiene vínculos con el crimen organizado?
—¿Qué?
Scott tragó.
—No, sin conexiones con uh… eso —dijo, respondiendo a la pregunta anterior.
Vitari no podía estar seguro de si estaba mintiendo, no cuando estaba sentado tan
rígido, como si tuviera una vara metida en el culo.
—Tendrás que ser más útil que esto. —Vitari se puso de pie y balanceó suavemente
la botella de cerveza medio vacía entre sus dedos frente al sacerdote—. Toma, relájate,
aún tenemos unas horas. Resolvamos esto.
Tomó la botella y cuando Vitari fue a tomar unas cuantas más, sorprendió a Scott
oliendo la boca de la botella.
62
Vitari se rio y le quitó las tapas de dos botellas más.
—Soy complicado.
—Mi padre es italiano. Pasé algún tiempo en Inglaterra, cuando era joven. —No
había nada malo en contarle a Scott algunas verdades caseras 8 . De todos modos,
pronto estaría muerto para repetirlas.
—No. — Ese nombre debe haberle alterado la cabeza. ¿Había orado para que un
Ángel lo salvara y Vitari, el Ángel de la Muerte, había aparecido? Claramente, su Dios
tenía un retorcido sentido del humor.
8 Las verdades caceras o ‘home truths’, son hechos verdaderos pero desagradables sobre ti que otra persona
te cuenta.
9 Policía en italiano.
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—Ángel —respondió, jodiendo con él, porque le gustaba la forma en que sus ojos
se abrían cuando estaba sorprendido o impactado, que fue casi en cada momento que
había pasado con Vitari hasta ahora.
—No es necesario que me llames padre. Francis está bien. —Él también se reclinó,
reflejando la pose de Vitari, y mientras terminaba la botella de cerveza, observó a
Vitari.
Francis parecía estar relajado, pero no era real. En esa inteligente cabeza suya,
había descubierto que la única forma de sobrevivir a esto era hacerse amigo de Vitari.
No enseñaban ese instinto en la escuela de sacerdotes. ¿Dónde había aprendido esa
técnica de supervivencia, o era sólo un reflejo? Algunas personas eran supervivientes
naturales. Algunos no tenían elección.
—Si tú no tuviste nada que ver con ella, entonces esta gente de DeSica debe haber
sido.
—Si podemos descubrir qué querían de ti, puedo usarlo para suavizar las cosas
con mi gente. —Y mantenerte con vida.
—¿No lo hice? Yo... pensé... yo... Es que ha sido mucho. Estoy cansado. No sé lo
que dije…
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—Francis —dijo Vitari, quizás con demasiada dureza porque Francis se
estremeció—. ¿Dónde naciste ?
—Del Hogar de niños de Stanmore. Es un... eh... un hogar para niños en Essex.
—Lo sé.
Stanmore era una gran parte de su pasado que intentaba olvidar. Pero las cicatrices
no podían olvidarse; siempre serían parte de él, escondidas bajo su piel.
¿Era Francis uno de esos chicos que había vislumbrado? Los sonrientes y risueños,
presentados como los mejores ejemplos de lo brillante que era Stanmore, mientras el
resto temblaba bajo las finas mantas y esperaba el sonido del cerrojo de la puerta
trasera.
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Vitari se puso de pie. ¿Cuáles eran las posibilidades de que él y Francis hubieran
sobrevivido al mismo hogar de niños? Esto no era una coincidencia. Don Giancarlo
tenía que saberlo. Por eso había enviado a Vitari a Inglaterra, a St. Mary para ver a un
sacerdote. ¿Ambos de Stanmore? El mundo no era tan pequeño. Su encuentro con
Francis no era casual. Vitari no creía en el destino.
—Nada. —No podía mirarlo. Reconocería el pecado dentro de Vitari; vería todos
los horrores de su pasado.
Eso no era algo que le pasó a él. Le pasó a los otros, no a él. Esa no había sido su
vida.
—¿Ángel?
La botella de cristal explotó en sus manos. Vio sangre, pero no sintió los
fragmentos de cristal clavándose en su piel. El ruido sordo se hizo más fuerte,
acompañado de un silbido agudo, como si fuera a desmayarse.
Francis estaba a su lado, sus grandes ojos marrones ofrecían paz y consuelo, pero
Vitari no merecía esas cosas.
—Tu mano. —Francis tomó la mano derecha de Vitari. La sangre goteó sobre la
superficie de la encimera. Francis abrió el grifo y metió la mano de Vitari bajo el chorro
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de agua, lavando trozos de vidrio que parecían purpurina. En su mente, se imaginó
gritándole a Francis que no lo tocara, pero las palabras quedaron bloqueadas por el
martilleo en su cabeza.
Francis estaba hablando. Vitari no escuchó las palabras, sólo sus suaves sonidos.
Le gustaba esa voz, le gustaba la forma en que amortiguaba los gritos de su pasado.
Vitari tenía once años cuando la Battaglia lo salvó de Stanmore, lo envió a otro
país, a otro mundo, uno donde sus puños le daban poder y su lengua y su rápido
ingenio azotaban a los demás como un látigo, y se había sentido como libertad. Como
si hubiera encontrado el lugar en el que se suponía que debía estar.
Había matado el recuerdo del niño que había sido en Stanmore y lo había
enterrado hacía mucho tiempo.
Pero cuando encontró la mirada de Francis, vio a ese niño reflejado en sus ojos.
Porque Vitari había deseado desesperadamente ser uno de los buenos. Quería que
alguien estuviera orgulloso de él, que lo mostrara al mundo, que supiera que él
también podría ser bueno, si le dieran una oportunidad.
—Se ve peor de lo que es. Sólo unos pocos cortes. ¿Estás bien? —preguntó.
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Algunos días, aun quería ser uno de los buenos, pero ya era demasiado tarde para
eso. Entonces, en su lugar , tomó a uno de los buenos. Apartó el rebelde flequillo de
Francis de sus ojos, a modo de prueba, para no tener que comprometerse a nada más
si Francis retrocedía. Pero él no retrocedió. Parpadeó, abrió los labios y una breve
expresión confundida cruzó su rostro.
Lo único que Vitari quería era probar aquellos labios perfectos. Dejó caer la mano,
tocó la barbilla de Francis, inclinó la cabeza hacia arriba, y los suaves labios del
sacerdote se abrieron en una suave y sorprendida interrogación.
Francis jadeó y se apartó, luego retrocedió hasta chocar contra la pared, incapaz
de huir más lejos.
Vitari se rio de su propia idiotez y miró su mano ensangrentada. Apretó sus dedos,
sacando más sangre de los cortes, y ahora sintió las heridas, sintió su ardor. El dolor
era todo lo que merecía. Le dio la espalda a Francis, agarró un trapo de cocina, se lo
envolvió en la mano y se apresuró a regresar a la cubierta superior.
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CAPÍTULO 5
FRANCIS
Ya era bastante malo que hubiera soñado cosas. No podía actuar en consecuencia.
Los hombres no besaban a otros hombres. O lo hacían, pero no se hablaba de ello.
Ciertamente no en la Iglesia. El celibato era un viaje. Un viaje en el que Francis seguía
tropezando. Amaba a Dios. En su corazón sólo había lugar para el amor de Dios. La
lujuria era egoísta, por su propia naturaleza. Vivía para Dios, y eso significaba que no
podía haber lugar en su corazón, cuerpo o mente para el deseo.
Pero... cuando Ángel le tocó la barbilla, quiso que se inclinara, para que presionara
sus labios contra los de Francis, para que lo probara, para besar a un hombre. Estaba
prohibido. Pero había pasado tanto tiempo desde que había tenido intimidad con
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alguien, y era complicado, un desastre en su cabeza y corazón, estaba atrapado entre
dos cosas imposibles: los votos sacerdotales y el deseo pecaminoso.
Era el estrés. Sólo era estrés. Provocado por todo. Estaba débil y en su debilidad
había perdido de vista a Dios.
Se inclinó y apoyó las manos contra sus muslos. Su cuerpo lo estaba traicionando,
su pene se había engrosado en los pantalones prestados, y cuanto más intentaba no
pensar en la boca de Ángel sobre la suya, más sus pensamientos giraban hacia
territorio peligroso. ¿Qué hubiera pasado si se hubieran besado? ¿Si él no lo hubiera
imaginado y Ángel hubiera realmente querido hacerlo?
Tenía que aclarar su cabeza. Para sacar estos pensamientos. Se enderezó, regresó
al dormitorio y se lavó la cara en el lavabo. Rezó, pensó en todas las aburridas tareas
diarias que había tenido que realizar en St. Mary, ninguna de las cuales era sexual y,
finalmente, la desesperada necesidad de tocarse se desvaneció junto con su erección.
Se arrodilló y oró, y cuando su voz se volvió ronca salió del dormitorio, subió las
escaleras hasta el piso superior y, junto a la barandilla, con el olor a agua salada y a
viento húmedo en el rostro, miró fijamente el horizonte iluminado por la luna.
¿Quizás, si pudiera hacerle ver a Ángel que era un ser humano, digno de vivir,
entonces no lo mataría?
Francis tenía fe en Dios y fe en los breves momentos de suavidad que había visto
en los ojos de Ángel.
No, todo lo que Francis tenía que hacer era hacerse amigo de un asesino. ¿Qué tan
difícil podría ser?
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Francis se despertó por el sonido de los aparejos chocando contra los postes y, y
como el yate no tenía velas, tuvieron que atracar en algún lugar cerca de otros barcos.
Los motores también estaban en silencio.
¿Ángel lo había dejado solo? Parecía poco probable, pero ésta podría ser su
oportunidad de escapar. Se puso los zapatos (sin calcetines, no pudo encontrarlos) y
emergió de la cubierta inferior a un sol radiante. La luz brillante apuñaló su dolorida
cabeza y, mientras entrecerraba los ojos y levantaba una mano para protegerse los
ojos, el corte volvió a arder.
Los edificios alrededor de esta marina eran muy diferentes de los bloques de
apartamentos ingleses que habían dejado atrás. A la orilla del agua había sombrillas,
cada una marcada con el nombre español de un restaurante, y cientos de personas se
sentaban afuera, comiendo, charlando, bebiendo vino y riendo.
El muelle estaba justo ahí. Todo lo que Francis tenía que hacer era bajarse del yate
y alejarse.
—Ni siquiera lo pienses. —Ángel apareció desde la cubierta superior—. Tengo que
hacer una llamada. Quédate aquí. O, si realmente quieres correr, adelante. Disfrutaré
nuestra última persecución. —Bajó del yate y caminó tranquilamente por el muelle.
Francis lo vio alejarse y, a los pocos minutos, se fusionó con la multitud, deslizándose
entre ellos como si perteneciera.
Francis no iba a huir; no tenía ni idea de dónde estaba ni hacia dónde correr. Pero
si encontraba un teléfono, llamaría a la policía.
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Esperó unos minutos para ver si Ángel reaparecía, y cuando no lo hizo, Francis se
alejó del yate, sin correr. Aunque, a medida que se acercaba a la multitud, su corazón
se aceleró. Ángel no le había parecido tan estúpido como para dejarlo vagar
libremente, pero allí estaba.
La luz del sol le calentaba la espalda a través del suéter. La charla se arremolinaba
en el aire húmedo. Pasó entre las mesas y sillas exteriores y entró en el edificio más
cercano, un bar tranquilo. Por todas partes la gente seguía con sus vidas, como si todo
estuviera bien.
—¿Teléfono?
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Francis parpadeó ante el teléfono que tenía en la mano mientras todas sus
esperanzas se desinflaban.
—Toma, ponte esto. —Ángel le entregó a Francis un par de gafas de sol delgadas.
Francis les frunció el ceño y suspiró. Lucían caras. Pero por supuesto, sólo las había
traído para ocultar el rostro de Francis entre la multitud.
—No pongas esa cara. —Vitari sonrió—. Tengo buenas noticias. Siéntate
Se sentó. Y se puso las gafas de sol. Y cuando llegó el camarero con dos medias
pintas de algo probablemente alcohólico, Francis también lo fulminó con la mirada.
Debería haber corrido. Podría haberse alejado lo suficiente del puerto como para que
Vitari no hubiera podido seguirle la pista.
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—Tiene una perspectiva ingenua sobre los de su propia clase, padre.
Ángel volvió a decir algo en español al barman que pasaba, quien sacó una pajita
de papel de una caja detrás de él y se la entregó a Francis.
¿Le estaba dando una pajita por su labio cortado? Francis lo había visto matar a
golpes a un hombre, pero ¿se preocupaba por el labio de Francisco? No, esto no estaba
bien, Ángel no podía ser amable. No era amable. No era servicial. Era una persona
horrible.
—Que te den.
Se suponía que debía hacerse amigo de Ángel, agradarle, pero no podía hacerlo,
no podía humillarse ante una persona tan terrible.
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—¿Has terminado de ser petulante, padre?
—Nos he ganado más tiempo para descubrir qué está pasando entre usted y
DeSica.
—¿Cómo?
—Le dije al jefe que DeSica te quiere vivo, así que debes saber algo de valor.
No, Francis no le creía. Ángel era un asesino. Había estado allí para matar a Francis.
Y los hombres de DeSica había llegado a él primero.
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El buen acto de Ángel era mentira. Quería respuestas, y cuando las obtuviera, o
cuando se diera cuenta de que Francis no sabía nada, Ángel lo mataría.
¿Tendría algo que ver con el hogar de niños? Cuando mencionó a Stanmore, Ángel
se retiró. Más que eso, había aplastado la botella que sostenía. Stanmore significaba
algo para él.
Había más en todo esto, y tal vez tuviera algo que ver con el pasado de Francis en
Stanmore.
—Vamos.
—Y sin pajita. —Puso una cara de tristeza fingida que hizo que Francis quisiera
tirarle su bebida encima otra vez.
El personal del restaurante italiano reconoció a Ángel sin que él tuviera que decir
una palabra. Francis tampoco hablaba italiano y, aunque lo hiciera, no estaba seguro
de entender la mitad de lo que se decía. Hablaron rápidamente, pasando del español
al italiano, desviviéndose por ofrecer la mejor mesa, una botella de vino y una cesta
de pan y aceitunas.
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Ángel estaba teniendo una acalorada discusión sobre algo en el menú que
involucraba muchos gestos con las manos y risas aleatorias.
—Puedes sentarte allí y ponerte de mal humor o elegir disfrutar de una de las
mejores comidas italianas que jamás hayas comido. Es tu elección. —Se quitó las gafas
de sol con dedos rápidos y las dobló. Francis admiró la elegancia de sus largas
pestañas y el modo en que Ángel miraba por la ventana, escrutando todo lo que veía.
Francis también se volvió hacia la ventana. El océano brillaba bajo el alto sol y
todos los brillantes barcos se balanceaban. No parecía real. Nada de eso. Quizás se
había golpeado la cabeza con más fuerza de lo que pensaba y todavía estaba en St.
Mary, en el suelo, inconsciente, soñando con toda esta locura.
Volvió a mirar al hombre sentado frente a él. Parecía una pregunta inocente, si tal
cosa fuera posible de Ángel.
Y ahí estaba de nuevo el tono burlón. El reloj de Ángel brilló cuando hizo un gesto,
pero debajo de eso, Francis notó el delicado tatuaje que rodeaba su muñeca. Parecía
ser un lazo de cuentas de rosario. O un alambre de púas. No podía estar seguro.
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—Si vas a sentarte en silencio —resopló Ángel—, esta será una comida muy
aburrida.
—Lo que pasa con los criminales, padre, es que no tienen una elección.
—Tampoco yo la tuve. —Francis volvió a mirar hacia afuera, pero vio cómo la
sonrisa de Ángel se desvanecía, como si hubiera sido cortada de raíz—. Antes
comparaste a los sacerdotes con los criminales. Insinuaste que era ingenuo si no veía
en qué se parecían. ¿Qué querías decir? —preguntó Francis.
Ángel cogió su copa de vino y su mirada aguda bailó sobre los cubiertos, las copas
de vino, las finas flores estampadas sobre el mantel, pero se mantuvo lejos de Francis.
—Dios misericordioso, a quien los secretos del corazón están abiertos, que
reconoces a los justos y haces justos a los culpables, escucha nuestras oraciones por
nuestros hermanos y hermanas que desconocen los crímenes que cometen, concédeles
que mediante la paciencia y la esperanza encuentren alivio de su culpa, y pronto
expíen sin obstáculos sus pecados.
Cuando abrió los ojos, Ángel miró a través de sus pestañas entrecerradas.
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—¿Oró por mí, padre?
—Sí.
—Es buena comida, una de las mejores, y me muero de hambre —decía Ángel,
cogiendo con su tenedor más de los mariscos, pasta y salsa deliciosos.
—Ya veo.
Francis se rio entre dientes, comió, bebió vino y, a pesar de querer odiar cada
segundo de ello, el sol brillaba a través del restaurante de fachada abierta, la gente
charlaba a su alrededor, la comida era una de las mejores que Francis había comido
jamás, y había lugares mucho peores donde estar, en circunstancias más espantosas.
Ángel había dicho que le había ganado a Francis más tiempo, así que eso era algo
bueno. ¿Pero más tiempo para qué?
—Dígame, padre Scott, ¿por qué un sacerdote? Quiero decir… tenemos la misma
edad, eres inteligente, atractivo, podrías ser cualquier cosa.
Francis miró hacia arriba con un tenedor lleno de pasta cerca de sus labios. ¿Ángel
pensaba que era atractivo? La pasta se deslizó del tenedor y cayó al cuenco, salpicando
la camisa de Francis. Ángel soltó una risita, de una manera sana y extrañamente
entrañable, y Francis se sorprendió admirando esa risa medio resoplada. Cuando no
estaba llena de burla, esa risa contenía una calidez que no había pensado que un
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hombre como Ángel fuera capaz de tener. Tenía un corazón detrás todas las
amenazas, gruñidos y sonrisas superficiales.
—Lo tenía decidido por mí —admitió Francis—. Pero funcionó bien, ya que es mi
vocación, mi destino.
—Podría haberme ido durante los estudios, pero opté por quedarme. Quiero
ayudar a las personas, guiarlas, estar ahí para ellas cuando necesiten a Dios.
—¿Qué pasa contigo? —Ángel señaló el tenedor de postre—. ¿Qué necesitas tú?
—Cortó un delicioso postre de crema/tarta de frambuesa, que tenía un nombre
italiano que sonaba muy picante, y fue bueno que se concentrara en eso, porque la
pregunta sacudió a Francis, sacando todas las respuestas posibles de su cabeza.
—Mi uh, mis necesidades son irrelevantes. Cada momento, cada día, está al
servicio de Dios.
Ángel cogió el postre de frambuesa, abrió la boca y lo deslizó entre sus labios.
Cerró sus labios alrededor del tenedor, lo retiró y lamió la salsa brillante de su labio
superior. Luego se rio y usó su pulgar para limpiar el resto. Él también lo lamió, se
metió el pulgar en la boca y lo lamió.
Francis tomó su vino. Luego lo bajo de nuevo. Dios mío, hacía calor. ¿Estaba
caliente?
Ángel chasqueó los dedos, recitó algo de italiano y el personal zumbó como abejas,
apresurándose a cumplir sus órdenes. No porque fuera una buena persona, sino
porque le tenían miedo.
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Llegó la camarera. Le temblaba la mano mientras servía el agua de una jarra
grande, derramándola por los lados del vaso. Dijo algo en italiano, lo que llamó la
atención de Ángel, que la miró fijamente mientras abandonaba la mesa.
Esto era una locura. Francis bebió el agua, deseando no haberla pedido nunca. Con
suerte no habría metido a la camarera en algún tipo de problema.
—Nos vamos.
—¿Qué pasó?
—Nada.
Sacó a Francis afuera, a la luz del sol deslumbrante, y casi lo arrastró varios
escalones. Francis le echó el brazo hacia atrás.
—¡Detente!
Ángel se giró.
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—No me ladres órdenes. Tenemos que irnos.
—¿La lastimaste?
Él frunció el labio.
Francis había olvidado, sólo por un momento, que el hombre con el que había
disfrutado de una excelente comida era en realidad un asesino descarado. Y eso era
culpa de Francis: había dejado que la comida y la atmósfera lo distrajeran.
—¿Orar por mí? Por Dios. —Ángel se rio y luego pareció darse cuenta de que
habían llamado la atención de varias personas sentadas cerca, bebiendo cócteles junto
al agua. Su risa murió y todo el cálido humor de su rostro se convirtió en hielo—.
¿Quieres dejar de decir tonterías santurronas? Vamos, tenemos que movernos antes
de que nos vean.
Francis quería ser visto. Quería quedarse quieto y gritar para que todos lo vieran.
Plantó sus zapatos en el suelo y se agarró a la barandilla que conducía a las escaleras
del restaurante. Ángel le lanzó una mirada de pura rabia y volvió a agarrarle la
muñeca.
—No.
Ángel tiró.
—No. —Él no iría. Ángel no podía matarlo aquí, delante de una docena de testigos.
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—¿Chi cazzo credi di essere10?— Ángel gruñó y luego añadió con vehemencia: —
¡Vaffanculo11!
Francis no tenía idea de lo que eso significaba, pero por algunos jadeos cercanos,
asumió que no era bueno. Entonces Ángel empujó, pecho con pecho, y sujetó a Francis
contra la barandilla.
—Esa mujer sabía quién eras. Dijo que vendría ayuda, pero no te emociones,
padre, era una maldita DeSica, en mi maldito restaurante favorito. Confía en mí, no
quiere la ayuda que ella te ofrece.
—¿Confiar en ti? No confío en ti. Nunca confiaré en ti. Eres un asesino cruel,
mentiroso e impenitente. ¡Déjame ir!
La mirada de Ángel lo recorrió detrás de sus gafas. Lo soltó, luego levantó las
manos y retrocedió.
—Como quieras.
El personal del restaurante se había reunido en la puerta para mirar, todavía sin
su colega.
—Llame a la policía —dijo Francis, y luego gritó—. ¡Polizi! —Él se sabía esa la
palabra—. ¡Polizi!
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El alivio se elevó como si le hubieran quitado un peso de mil libras del alma.
Francis se desplomó en los escalones y se tapó la boca para no sollozar. Alguien le
tocó el hombro. Él se estremeció y dijo:
—¿Podrías ayudarme?
La mujer asintió.
Bien.
—Alabado sea el Señor. —Él se balanceó—. Alabado sea Dios, alabado sea Dios,
alabado sea Dios.
Él se iba a casa.
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CAPÍTULO 6
VITARI
Esto era lo mejor. De todos modos, nunca debió haberse enredado con el sacerdote.
Giancarlo le había dicho que trajera a Francis a casa. Estaría enojado ahora que
Vitari estaba a punto de regresar con las manos vacías. Probablemente enviarían a
Luca a terminar el trabajo y Vitari recibiría una paliza. Quizás pierda un dedo. Mierda.
No, eso no sucedería. Giancarlo lo amaba.
Vitari bajó por el pontón hacia el reluciente yate. Se agarró a la suave barandilla
cromada y fue a dar un paso hacia el barco. Una sucia marca de bota manchaba el
brillante escalón negro. Una huella que apuntaba hacia el interior del yate, no hacia
afuera.
Sacó la navaja del bolsillo y subió los escalones, cruzó la cubierta y se dirigió al
piso inferior. El agua golpeaba contra el costado del yate, pero por lo demás reinaba
el silencio a bordo. Nada parecía haber sido perturbado, pero sentía un cosquilleo en
los sentidos y se le erizó el vello de la nuca. Esto era malo. Alguien había estado aquí.
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Alguien en Puerto Banús los estaba buscando, lo que significaba que Francis estaba
en peligro. Como los DeSica ya sabían que estaba aquí, lo rastrearían, lo torturarían,
y eso haría que lo que pasó en St. Mary pareciera una maldita comunión, o lo que
fuera que los sacerdotes hicieran por diversión.
¿Por qué el tonto se tuvo que poner obstinado en el restaurante? ¿Por qué tenía
que ser tan jodidamente difícil?
Una oleada de calor le quemó la espalda, como si alguien le hubiera arrojado agua
hirviendo. Una explosión repentina lo envió al suelo. Resbaló boca abajo sobre los
listones de madera y hundió la cabeza entre las manos. El estruendo lo envolvió en
una ola sofocante y luego se retiró con la misma rapidez.
Con los oídos zumbando, se giró y miró fijamente los restos en llamas donde había
estado Dolce Vita solo unos momentos antes.
El corazón de Vitari se alojó en su garganta. Jesús, eso había estado cerca. ¡Los
DeSica iban a pagar, carajo!
Se puso de pie, hizo una mueca debido a un dolor agudo en su hombro y cojeó a
lo largo del pontón. Los gritos se mezclaban con el crepitar de las llamas y las sirenas
lejanas. La policía llegaría pronto, pero en medio del caos, Vitari tenía que encontrar
a Francis. No podía haber ido muy lejos. Vitari sólo había se había ido hacía unos
minutos.
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Francis no estaba afuera donde Vitari lo había dejado. Subió las escaleras y
preguntó al aterrorizado personal si habían visto al hombre con el que estaba. Nadie
lo había hecho. Vitari los maldijo a todos.
—Ábrelo —le gritó a uno de los asistentes, señalando con la cabeza el enorme
congelador. El niño se apresuró, abrió el congelador y Vitari miró a la mujer
temblorosa que estaba dentro.
—¿Adónde lo llevan? —preguntó en italiano, pero por sus ojos muy abiertos y el
movimiento de su cabeza, ella tenía más miedo de sus empleadores que de él. Ese era
su error—. Voy a darte una oportunidad para que me ayudes y luego empezaré a
romperte huesos. ¿Me conoces, cierto? ¿L’Angelo della Morte? ¿Has oído hablar de
mí? —Se detuvo cerca de ella y, por la apertura de sus ojos y el murmullo de una
oración, supuso que ella sí sabía de él—. Sabes por qué me llaman así, ¿verdad?
—P-por favor —suplicó, temblando—. Tengo hijos. Hago lo que ellos me dicen o
lastimarán a mis bebés. Por favor, no me hagas daño.
—Solo dime dónde están y nadie necesitará saber que la información provino de
ti.
—El sacerdote, sí. Está en las noticias. Así supe que era él.
¿Francis estaba en las noticias? Bueno, eso hacía las cosas más difíciles. Pero un
problema a la vez.
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—Última oportunidad. ¿Dónde está el sacerdote?
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CAPÍTULO 7
FRANCIS
—Ven... con nosotros —dijo el más pequeño de los dos hombres en un inglés
entrecortado. Aunque lo de pequeño era relativo. Sus muslos eran tan anchos como
la cintura de Francis.
Lo alejaron del paseo marítimo, entre dos bares más, y giraron a la derecha en una
calle de sentido único donde lo esperaba su coche de policía marcado. La radio de uno
de los hombres emitió un pitido, como si alguien intentara localizarlo. Una voz lejana
dijo algo y el hombre respondió con una palabra breve y tajante al receptor.
90
Francis se mordió el interior del labio inferior. Esto no se sentía bien.
Aquella explosión debía tener algo que ver con Ángel, ¿no? Lo que significaba que
también tenía que ver con Francis. ¿Y si Ángel había estado cerca de la explosión? ¿Y
si había quedado atrapado en ella?
Tal vez eso era algo bueno. Dios castigando a aquellos que lo merecían. Pero
Francis no quería más muertes. Él no había querido ninguna de las muertes.
¿No había dicho Ángel que su gente tenía comprada a la policía? Entonces, ¿tal
vez DeSica también había comprado a algunos? Ángel le había advertido...
Francis tragó. El más grande de los dos oficiales bajó el brazo derecho hacia su
arma.
Francis salió disparado y, ahora libre de la sotana, corrió como el viento, corrió tan
rápido que no había posibilidad de que lo atraparan. Se escuchó un disparo. Francis
se agachó, con el corazón en los oídos, latiendo en los pulmones y en todas partes. La
adrenalina lo recorrió. Se agachó hacia la izquierda, entre dos edificios de
apartamentos, y luego hacia la derecha. Sonó otro disparo. ¿Por qué le disparaban?
Tenía que llegar a algún lugar público, tal vez junto al agua. Ni siquiera la policía le
dispararía en un espacio abierto. Saltó una cuerda baja colgada entre dos postes
91
dorados y chocó con un conjunto de mesas y sillas de bistró 12 , pero no importó,
porque todos los demás también corrían.
El yate. La Dolce Vita estaba hecha pedazos y de lo que quedaba del casco salía
humo.
¿Había estado Ángel a bordo? El corazón de Francis dio un vuelco. Miró hacia
atrás. La policía avanzaba con las armas en la mano y apuntando hacia abajo. Los
perdería entre la multitud. Se abrió paso entre la gente que huía, medio loco de pánico,
y cuando volvió a mirar hacia atrás, la policía seguía acercándose, ahora la distancia
era más corta.
Vio el restaurante donde se había aferrado a la barandilla. Y allí, por algún milagro
enviado del cielo, estaba Ángel, bajando cojeando las escaleras. Tenía el pelo revuelto
y la ropa llena de polvo. Lo miró y sus ojos se abrieron como platos, luego pasó de
largo a Francis y la mirada se dirigió a la policía detrás de él. La expresión de Ángel
decayó, perdiendo toda emoción, y volvió a esconderse dentro del restaurante.
12 Son muebles usados comúnmente en exteriores como porches, portales o patios, con mesas
con una dimensión más reducida en área, los restaurantes de estilo bistró suelen solo sirve comida sencilla, a
menudo ciñéndose a lo que a la gente le gusta y disfruta. Los restaurantes pueden ser más experimentales en lo
que respecta a la comida y pueden variar en términos del tipo de comida que ofrecen, así como de la experiencia,
eso sí siempre que se ajusten al reducido espacio. Dejo un ejemplo de muebles bistró.
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El primero de los policías atravesó la puerta del restaurante, con su mirada asesina
fija en Francis. No vio a Ángel a su izquierda, esperando para tenderle una
emboscada.
Fue horrible: la sangre, el ruido, cómo el hombre se sacudió y cayó, muerto antes
de tocar el suelo, donde yacía el cuerpo, retorciéndose. El shock silenció los
pensamientos de Francis. El segundo policía atravesó la puerta y apuntó su arma
hacia Ángel, demasiado lentamente.
Ángel apuntó, disparó y así, en el espacio de unos segundos, otro ser humano
quedó muerto, descartado como si su vida fuera nada. Se había ido, con un estallido
del arma.
No podía hacerlo. No, no podía. Esos hombres, Ángel los había… Y estaban
muertos, por culpa de Francis. Ángel les había disparado. Se habían hecho pedazos.
Había visto pedazos de ellos pintar las ventanas.
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No podía respirar. El aire no le llegaba. Su garganta se cerró. Sus pulmones
ardieron.
—Ey. —Ángel tomó el rostro de Francis con ambas manos y lo mantuvo quieto,
así que todo lo que Francis veía eran sus ojos y cómo se entrecerraban, cómo
traspasaron el alma de Francis y la encontraron ya llena de agujeros.
Francis inhaló por la nariz, luego exhaló, luego inhaló. Se aferró a los brazos de
Ángel, para anclarse. Ángel los había matado, pero ellos habían intentado matar a
Francis, ¿no? Le habían disparado. ¿Por qué?
—¿Estás bien? ¿Sí? Di que sí, Francis, así sé que estás ahí. —Los ojos de Ángel
finalmente se calentaron, volviéndose humanos nuevamente.
—Sí. —Su respiración se hizo más lenta, su corazón también, por lo que sus latidos
ya no llenaban sus oídos—. Sí, estoy bien.
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Se quedó mirando el paisaje que pasaba y el mar color aguamarina, cuando
apareció a la vista. No podía pensar, porque eso abriría la puerta a una cascada de
sentimientos, dolor y cosas que no podría soportar, no con todo lo demás en su cabeza.
Así vio pasar el mar hasta que el sol empezó a ponerse, hasta que Ángel sacó el coche
de la carretera, por un camino de tierra.
Llegaron a una villa con arcos y una piscina y ningún edificio cercano, sólo una
casa y el mar y el cielo, sin nada entre ellos y el resto del mundo.
Francis se quedó mirando la casa encalada. Estaba... entumecido. Por dentro y por
fuera.
Ángel salió del auto y, con el teléfono en la oreja, pateó una maceta cercana,
descubrió algunas llaves y abrió la puerta. Francis parpadeó hacia la casa, la puerta,
el cielo. Y se quedó en el auto. Él simplemente… no podía hacer más. No quería salir.
Aún no. Más tarde. Se sentaría, esperaría y escucharía su corazón. Y rezaría por esos
pobres hombres.
Ángel lo miró pero no dijo nada. Caminó por el sendero que recorría el costado de
la villa mientras soltaba una serie de palabras italianas enojadas al teléfono, luego
desapareció fuera de la vista.
La voz de Ángel se apagó y ahora no hubo nada más. Sólo el sonido de los grillos
y el silbido del océano lejano.
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CAPÍTULO 8
VITARI
Vitari se detuvo frente al espejo del baño, se giró por la cintura e hizo una mueca
ante los rasguños sangrientos en su espalda. Los recortes eran menores. Sólo había
que limpiarlos. Su pierna era el mayor problema; había estado ardiendo desde que se
alejó del yate humeante.
Lo superaría.
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Vitari se duchó, se puso una camisa limpia y se envolvió una toalla alrededor de
la cintura, luego se aventuró a salir al área abierta del salón/cocina.
Francis estaba sentado en el sofá, inclinado hacia adelante, con la cabeza sujeta
entre las manos. Al menos no había huido.
—¿Que me acostumbraré?
Vitari había estado alcanzando un vaso en uno de los armarios altos de la cocina,
pero la vehemencia en las palabras de Francis le hizo esperar un cuchillo en la espalda.
Bajó la mano y miró por encima del hombro.
La furia en el rostro de Francis era cruda y visceral. No sabía que Francis pudiera
ser capaz de sentir tal odio, pero ahí estaba. Odiaba a Vitari.
Hubiera sido inusual que no lo hiciera. Quizás ahora no era un buen momento
para pedirle que le ayudara con la herida de la pierna. De todos modos no estaba tan
mal, sólo un rasguño.
Vitari regresó al dormitorio, se puso unos pantalones limpios, cogió las llaves del
coche y salió de la villa. Francis no iría a ninguna parte. Estaba en shock. Estaría bien.
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El pueblo cercano tenía una tienda de conveniencia. Vitari echó lo básico en una
cesta, cogió algunos suministros médicos y se colocó detrás de una anciana en el
mostrador.
Un rostro familiar le sonrió desde las primeras páginas del estante de los
periódicos. En español, el titular decía: 'Joven Sacerdote Desaparecido'. Habían usado
una foto del padre Francis Scott con su sotana y su rostro brillante, sonriendo mientras
estrechaba la mano de alguien.
Vitari cogió uno de los periódicos. Estas zonas rurales de España eran
devotamente católicas. No era de extrañar que se interesaran por un sacerdote
desaparecido, especialmente uno tan fotogénico como Francis. Vitari pagó los
suministros y, tras volver al coche, leyó el artículo.
Se habían descubierto dos cuerpos más en St. Mary, además del de Jane Doe13. Los
dos muertos, delincuentes conocidos, tenían vínculos con bandas de Londres, pero no
se mencionó el nombre de DeSica. Una breve biografía de la vida del padre Francis
Scott, sus veinticuatro años, ocupaban el resto de las dos páginas. Se mencionó que
había sido adoptado y cómo había pasado a servir a Dios. Por la forma en que estaba
escrito, parecía que el padre Scott era el modelo de los sacerdotes católicos romanos
en todas partes. Incluso un arzobispo comentó lo devastador que era que se hubieran
llevado a su amado Francis. No había duda sobre que pudiera haberse ido o hubiese
13Jane Doe y su versión masculina Jhon Doe, son nombres que se utilizan en los Estados Unidos y el Reino Unido
cuando se desconoce el verdadero nombre de una persona o se oculta intencionalmente, es común verlo usado para
referirse a víctimas de asesinato sin identificar, o en testigos anónimos en juicios.
98
huido. Sin lugar a duda, lo habían capturado y los perpetradores serían llevados ante
la justicia, ante los ojos de la ley y de Dios.
Francis tuvo la vida perfecta. Pero nadie era tan santo. Ni siquiera Francis. El
Hogar para Chicos Stanmore no producía Ángeles reales, sólo Ángeles rotos como
Vitari.
—Eres famoso. —Vitari dejó caer el periódico sobre el cojín junto a Francis.
Parpadeó para salir de su ensoñación y mirar su foto sonriente. Había muy pocas
posibilidades de que alguien reconociera a este Francis como el desaparecido
sacerdote de sotana negra. Fuera de su sotana, su apariencia era muy diferente, y
ahora que tenía el cabello revuelto y la cara magullada, era otro hombre.
—¿Quieres desayunar o almorzar, sea cual sea la puta hora que sea?
Francis levantó la mirada y esos suaves ojos castaños suyos clamaban pidiendo
ayuda. Vitari sólo conocía dos formas de olvidar. Una, emborracharse hasta los
huesos. O dos, joder como si no hubiera un mañana. Francis no parecía del tipo que
se rebajase a ninguna de las dos opciones. Romper sus votos de celibato
probablemente lo haría sentir peor, por encima de todo lo demás.
99
Aunque, Vitari absolutamente sería el activo14.
Toda aquella rectitud y furia contenida, y por lo que Vitari había visto, parecía que
tenía un buen cuerpo bajo aquella ropa.
Joder, ¿qué clase de religión impedía que un guapo pedazo de culo como él se
excitara? La católica. Se trataba de sacrificio y devoción a través del dolor, bla, bla, bla.
Vitari nunca le había dado mucha importancia a Dios, ya que ningún Dios verdadero
permitiría que los niños vivieran la vida que él había tenido.
—Hay una pista de aterrizaje a unas pocas millas al este. Un avión aterrizará en
unos días. Sólo tenemos que esperar y estaremos fuera de España.
—Italia.
—Odio decírtelo, padre, pero no tienes otra opción. —Vitari bebió su cerveza y
luego agarró los huevos. Haría una tortilla. La comida era un gran consuelo. Una vez
que Francis estuviera alimentado y duchado, se relajaría. Si no lo hacía, serían unos
días muy largos.
14 Acá se usó un doble sentido que se pierde con la traducción. “Por encima de todo lo demás” en inglés sería “on
top of everything else”, luego Ángel aclara que definitivamente él tendría el rol activo con Francis, y las palabras que
se usan son “top him”.
100
Francis solo removió la tortilla en el plato con el tenedor y luego murmuró algo
sobre darse una ducha. Vitari lo dejó solo para lidiar con su trauma y, después de tirar
la comida a la basura, llevó un cubo de hielo y cervezas a las sillas junto a la piscina.
Cuando Francis no salió después de una hora, Vitari revisó el interior y lo encontró
envuelto en una toalla, boca abajo en la cama, desmayado por el cansancio.
Francis podría haber estado en ese barco cuando fue destruido. Si no hubiera
abandonado el yate para hacer su imprudente llamada a la policía, los DeSica lo
habrían encontrado, le habrían degollado y luego habrían volado el barco,
destruyendo las pruebas. Si Vitari no hubiera corrido hacia el restaurante, la policía
habría disparado a Francis y arrojado su cuerpo al mar, para nunca ser encontrado.
Ese cura de pueblo pequeño con ojos saltones no estaba hecho para mierdas como
esta. No iba a sobrevivir. Era un jodido milagro que hubiera vivido tanto tiempo.
101
—Ángel, ¿estás en la casa segura? —Preguntó Sal. La música del club sonaba de
fondo, junto con una charla indescifrable.
—Sí, estamos bien. Escucha, necesito que hagas algo y lo mantengas en secreto,
¿de acuerdo?
—Este sacerdote, ¿han averiguado algo más sobre él? ¿Algo en su pasado que lo
convirtiese en un objetivo para DeSica? Tiene que haber una razón por la que están
encima de él.
—Él no lo sabe.
—Él no lo sabe, en serio, Sal. Es como un perro labrador perdido en todo esto. Es
jodidamente trágico.
Si le pedía a Sal que investigara la casa de los niños, podría descubrir el hecho de
que Vitari había crecido allí. Aunque, hasta donde él sabía, no había registros reales
del grupo de niños entre los que había estado, sólo tumbas sin nombre en el
cementerio local. Sólo Giancarlo sabía la verdad sobre los orígenes de Vitari. En lo que
a la mayoría de la gente concernía, Vitari era mitad italiano, uno de una serie de hijos
bastardos que Giancarlo negaba que existieran. Un secreto a voces.
102
—¿No lo sabe el bastardo?
Vitari miró hacia atrás a través de las puertas cerradas, comprobando que Francis
todavía estuviera fuera del alcance del oído.
—Tal vez.
Alguien (una mujer) intentó preguntarle a Sal si quería otra copa. Típico. Siempre
tenía una amante de turno.
—Y Sal, oye, eh… no se lo digas a Giancarlo, ¿vale? Esto es entre tú y yo. —No
quería que Giancarlo pensara que estaba actuando a sus espaldas o que lo estaba
minando de alguna manera. Así comenzaban los rumores de mierda.
103
Volvió a sentarse a la mesa junto a la piscina, pero la llamada y todas las preguntas
sin respuesta lo habían dejado inquieto. Había más en todo esto, y parecía grande,
como si él también estuviera enredado en ello. Miró el agua tentadora de la piscina y
comenzó a desabotonarse la camisa.
104
CAPÍTULO 9
FRANCIS
Francis iba a tener que lastimar a Ángel. No matarlo (el asesinato estaba fuera de
discusión), pero podría dejarlo inconsciente, robar el auto y conducir hasta que se
quedara sin combustible.
Nunca antes había golpeado a alguien. Una vez se había peleado en el hogar de
chicos, cuando tenía ocho años. Pero eso había sido culpa del otro chico. Francis había
estado más que nada en su camino.
¿Qué otra cosa podía hacer? Si Ángel lo llevaba a Italia, probablemente lo matarían
allí. Su cuerpo nunca sería encontrado. No sabía mucho sobre la mafia, pero estaba
bastante seguro de que no llevaban extraños a su casa, les hacían ver todas sus caras
y los dejaban ir impunes después.
105
Después de abrocharse la camisa y los pantalones, se escabulló por la villa,
buscando un jarrón o un bloque de cuchillos17 que pudiera levantar y empuñar, pero
cuando entró al salón, la luz de la piscina exterior iluminó a Ángel a punto de lanzarse
desde el borde de la piscina, al agua. Ángel levantó los brazos, dobló las rodillas y se
zambulló como una flecha bajo la superficie.
Hacía mucho tiempo que no veía a un hombre desnudo con sus propios ojos, ni
siquiera en una foto. Evitaba todas las imágenes, había configurado su portátil para
que bloqueara todo el contenido para adultos, para no caer en la tentación de ir a
buscar durante alguno de sus momentos bajos, y había habido muchos. Le había ido
bien, pero ahora Dios había puesto la tentación en su camino y lo había iluminado
como un espectáculo.
17
106
¿Era esto una prueba?
Debería marcharse, volver a la cama y esperar allí hasta que Ángel se retirara a
descansar. Pero incluso sabiendo que irse era lo correcto, levantó la mirada y vio a
Ángel nadar a lo largo de la piscina, sumergirse y nadar de vuelta. La lujuria era
pecado. El sexo era pecado, si su único propósito era el placer. El único momento en
que el sexo se consideraba piadoso era entre un hombre y una mujer en la búsqueda
de concebir un hijo. Como dos hombres no creaban vida con sus encuentros
lujuriosos, toda homosexualidad era también pecado.
Había pasado por esto durante sus estudios, confesó sus impulsos mal vistos y
buscó orientación en la Iglesia, pero en lugar de ayuda, temía que las enseñanzas
católicas pudieran haber complicado las cosas. Sobre todo por… su pasado. Y el
motivo de la carta del abogado sin abrir sobre su escritorio en St. Mary.
Levantó una mano y le hizo señas para que se acercara, y cuando Francis no se
movió, se rio, se empujó desde el borde de la piscina y nadó un largo, incluso con la
pequeña herida que Francis había visto en su muslo.
107
se cansara y se fuera a la cama, luego golpearlo y terminar con toda esta terrible
experiencia.
—Yo no nado.
Se sentó a la mesa. Todo iba a estar bien. Sólo tenía que superar esto.
—No, yo no sé nadar.
Ángel se estaba burlando de él otra vez. Francis sacó una cerveza del cubo de hielo
y trató de abrirla con el costado de la mesa, como había visto hacer a Ángel en el yate.
Pero la tapa permaneció obstinadamente estancada. Lo intentó de nuevo, sin suerte.
Luego, para agravar el horror, Ángel salió de la piscina y subió las escaleras como la
tentación personificada. El agua cayó en cascada por su hermoso cuerpo y goteó sobre
el patio. Se acercó, tomó una cerveza del cubo, abrió la tapa con un lado de la mesa y
se la entregó a Francis.
Era como si el propio Adonis acabara de abrir una cerveza para Francis. Los
diminutos pantalones cortos no hacían nada para cubrir su virilidad.
—Gracias —murmuró.
108
—Todo está en la muñeca. —La ceja derecha de Ángel se crispó, desviando su
sonrisa de lado ante alguna insinuación que a Francis se le había escapado. Francis
tomó la bebida y observó cómo Ángel se giraba y se zambullía en la piscina.
Francis tomó un trago para tratar de humedecer su boca seca y frenar su palpitante
corazón. No había forma de ocultar el bulto en sus pantalones, pero al menos Ángel
no podía ver su regazo desde la piscina. Su erección disminuiría pronto, una vez que
Francis recuperara el control. Señor, dame fuerzas para resistir la tentación…
Ángel apoyó la barbilla sobre los brazos cruzados al lado de la piscina. Sin el reloj
puesto, el delicado tatuaje resaltaba alrededor de su muñeca. Definitivamente era un
alambre de púas. Era la única marca deliberada que tenía, aparte de algunas cicatrices
y el corte reciente en la parte posterior del muslo. A Francis siempre le habían
fascinado los tatuajes y el motivo por el que la gente marcaba su piel de por vida. Ese
alambre de púas debía tener un significado profundo.
—Yo uh… no lo sé. Supongo que leer —tartamudeó. ¿Cuándo terminaría esta
terrible experiencia?
—Está bien, ¿qué lees? Suspenso, fantasía, crimen... no, espera, ¿romance?
109
—Salmos.
Ángel resopló.
—Juego de Tronos.
—No, vi la serie. —Se pasó una mano por el cabello, haciendo que los mechones
oscuros se levantaran—. No me digas que los libros son mejores, eso es lo que dice
Sal.
110
general. Era normal nadar casi sin nada delante de otros hombres. Sólo las personas
con mentes y deseos como los de Francis distorsionaban el comportamiento social
aceptable.
Había intentado que no le gustaran los hombres. Uno de sus mentores había dicho
que era una elección y que él simplemente tenía que elegir no hacerlo. Pero no fue así
para Francis. No había elegido nada. La vida lo arrastró y la mayor parte del tiempo
trató de mantenerse a flote mientras se ahogaba.
—¿Qué acerca de… las chicas? —Preguntó Francis, y esperó que no sonara tan
incómodo como en su cabeza. Más calor enrojeció su rostro. Lo cual era ridículo. Era
solo una pregunta simple e inocente.
—¿Chicas?
La sonrisa de Ángel iluminó su rostro, con todos sus dientes, y sus ojos brillaron
con tal picardía que parecía indicar que había olido sangre y estaba a punto de morder
a alguna jugosa víctima que había elegido.
—Yo solo…
—¿Crees que voy a instalarme detrás de una casa con cerca blanca y engendrar
algunos niños? —Resopló y nadó hasta los escalones principales, luego salió.
111
Ángel era cada sueño lujurioso, cada fantasía, cada deseo prohibido que Francis
alguna vez había tenido viniendo hacia él, brillantemente húmedo, sonriendo como
si fuera dueño del mundo, con esos ojos que podían derretir glaciares.
—Ninguna mujer con dos dedos de frente me va a querer. Quiero decir, son
buenas para follar, pero ¿qué sentido tiene cualquier otra cosa, ya sabes?
Francis casi preguntó por qué pensaba que nadie lo querría, cuando era
obviamente atractivo. Pero la respuesta de Ángel no tenía nada que ver con la
atracción, sino con quién era él por dentro. Francis lo sabía. También sabía la clase de
hombre que era Ángel. Ángel tenía razón, ninguna mujer debería quererlo. O hombre,
en todo caso. La reacción física de Francis no fue por amor, ni devoción, ni ningún
tipo de relación. Su cuerpo pensaba que necesitaba el placer y el deseo que Ángel
podía brindarle. Francis era todavía un hombre, incluso si estaba al servicio de Dios.
Se suponía que resistir la tentación no era algo fácil. El viaje, la dificultad, la lucha
estaban destinados a doler. Ese era el punto.
Ángel dijo algo, pero Francis apenas lo escuchó debido a sus esfuerzos mentales
por evitar arder en el acto.
112
—Lo siento, ¿qué dijiste?
—¿Qué acerca de ti? Quiero decir, sé que se supone que debes centrarte en amar a
Dios y todo eso, pero vamos, aun así te excitas, ¿no es así? —Hizo un gesto de bombeo
con su mano derecha y sonrió.
—Claro —dijo Ángel arrastrando las palabras—. ¿Qué? ¿Tu polla es tan santa que
nunca se pone dura?
Se levantó y salió corriendo del patio; puede que hubiese corrido, pero estaba
oscuro y Ángel no se daría cuenta de lo duro que estaba. No le debía ningún tipo de
explicación. Sus batallas personales no tenían nada que ver con Ángel; eran privadas.
Ahora, sólo tenía que encontrar algo lo suficientemente duro como para golpear
la cabeza de Ángel. Eso resolvería el problema de desear a un hombre que nunca
jamás podría tener.
113
114
CAPÍTULO 10
VITARI
Era evidente que el padre Francis Scott estaba pasando por algunas cosas.
Riéndose ante la reacción del sacerdote, llevó dentro la cubeta de hielo y las
botellas vacías, las arrojó al fregadero, escuchó el ruido de la ducha y giró hacia su
propia habitación. Se cepilló los dientes, se secó el pelo con una toalla y se acostó en
la cama vestido únicamente con calzoncillos. Francis no iría a ninguna parte y Vitari
no había dormido mucho en los últimos dos días. Aprovecharía algunas horas, y
mañana, tal vez Sal tendría algunas pistas sobre el pasado del sacerdote que
satisfarían el horrible e inquietante retorcimiento de temor en las entrañas de Vitari.
La puerta del dormitorio se abrió con un chirrido. Vitari mantuvo los ojos cerrados.
Unas suaves pisadas susurraron contra el suelo de baldosas, acercándose.
115
Vitari niveló su respiración, hizo que pareciera que estaba durmiendo, con
curiosidad por ver qué estaba tramando Francis. No tenía fuerzas para...
Pero ahora tenía a Francis agarrado por la muñeca y, lejos de ser la víctima, Vitari
tenía a su presa justo donde la quería. Francis se dio cuenta y su sorpresa se disipó.
Iba a intentar justificar sus acciones. Su mirada se deslizó hacia abajo pero volvió a
posarse en el rostro de Vitari. La sorpresa volvió y sus ojos marrones se abrieron de
par en par. Todavía no había intentado alejarse.
Se retorció un poco, luego dejó de retorcerse y lo fulminó con la mirada. Sus fosas
nasales se dilataron.
—Quítate de encima.
Se retorció de nuevo, sus caderas rozaron las rodillas de Vitari. Vitari bajó su
postura, atrapando a Francis contra el colchón, y una vez más, Francis se congeló.
Respiraba como si estuviera furioso y sus ojos ardían con justa ira sacerdotal. Vitari
probablemente debería dejarlo ir. No tenía intención de lastimarlo, pero luego ahí
116
estaba esa sensación del cuerpo tensamente encogido de Francis entre las rodillas de
Vitari, y el firme latido de su pulso contra la mano de Vitari, y tal vez, sólo tal vez, en
algún lugar de esa cabeza perfectamente inocente, Francis quería esto.
La forma en que sus ojos se habían vuelto malvados cuando había visto a Vitari
antes en la piscina, y lo sarcástico que se había vuelto después... él se ponía irritable
cuando estaba asustado o confundido, como ahora.
¿Qué pasaría si Vitari lo pusiera a prueba un poco, una pequeña broma… eso era
todo?
Bajó la cabeza, mezclando la respiración acelerada de Francis con las suyas lentas.
Los ojos de Francis se abrieron, las pestañas se agitaron y sus labios se abrieron, tal
como lo habían hecho en la cocina del yate cuando Vitari le había apartado el flequillo
de los ojos. Vitari se humedeció los labios, agradable y lentamente, y los grandes ojos
marrones de Francis siguieron el movimiento, absorbiéndolo como un hombre
sediento. Muy bien, esto era… algo, y era jodidamente caliente. ¿Francis estaba duro?
Porque Vitari lo estaba. ¿Perdería la cabeza si Vitari se agachara y lo tocara? ¿Quería
eso? Vitari vaciló, pero sólo porque esta anticipación le hacía sentir bien: el deseo, el
momento antes de que se trazaran límites y se cruzaran líneas. Hasta el momento,
eran sólo dos hombres; No había pasado nada, sólo un tonto intento de Francis de
noquearlo.
—¿Qué quieres, padre? —Susurró Vitari, casi seguro de saber la respuesta. Las
palabras rozaron los labios de Francis. Podía girar la cabeza; él podría decir que no.
Vitari no le impedía decir lo que pensaba.
Vitari rozó sus labios con los de Francis, empujando un poco, para ver si respondía.
Sus respiraciones se entremezclaron, ahora más rápido. La piel de Vitari zumbó y su
polla colgaba bajo sus calzoncillos, rozando la tela caliente. Todavía no había apoyado
su polla contra Francis, sintiendo que eso podría ser un paso demasiado lejos. Pero si
el sacerdote no estaba ya duro, sus pupilas hinchadas sugerían que estaba en camino
117
de estarlo. Dios, Vitari ansiaba tocarlo. Estaba ahí mismo, inmovilizado, atrapado,
perteneciendo a Vitari. Todo lo que tenía que hacer era decir la palabra y Vitari le
regalaría una noche que nunca olvidaría. Una noche como ninguna otra. Todas las
formas en que podía hacer que el padre Francis Scott jadeara, gimiera y suplicara por
más... ¿Lo recibiría por el culo? ¿Le dejaría darle la vuelta y follarlo duro contra el
colchón? La sola idea hizo que la polla de Vitari llorara.
Vitari dejó caer sus caderas, hundió su polla contra el hueco de la cadera de
Francis, a través de su ropa, y joder si no sintió el duro empujón de la polla de Francis
sondeando su ingle. Ahora tenía algo, ahora tenía pruebas de que Francis no era tan
dulce e inocente como tanto se esforzaba por parecer. Él también era simplemente un
hombre, lleno de debilidad y deseo, plagado de fallas y errores. Y Vitari quería lamer
cada centímetro de su cuerpo pecaminoso. ¿Querría él follar? ¿Le chuparía la polla
entre esos dulces labios? ¿Un sesenta y nueve?
Vitari podría tener más suerte si iba suave, pero lo mataría tratar de no perder la
puta cabeza y derribar todas las barreras de Francis.
—No eres tan inocente, ¿verdad? —Vitari chupó el labio de Francis entre los suyos
y luego lo mordisqueó. El padre Scott se estremeció. Respiraba con dificultad por la
nariz, pero fue el movimiento de sus caderas lo que hizo que Vitari se mordiera el
labio. La polla de Francis frotó la de Vitari. ¿Lo sabía?
118
¿Cuándo fue la última vez que alguien lo había tocado?
Vitari persuadió a Francis para que abriera la boca con su lengua, chupando,
mordiendo, pero como Francis no parecía muy interesado en continuar el beso, Vitari
arrastró la lengua por su mandíbula, arremolinándola bajo su oreja. Y con cada
respiración, Francis se estremecía, se retorcía o aplastaba su polla con más fuerza
contra la de Vitari. Ni siquiera estaban haciendo nada, apenas se tocaban, y eran las
caricias más calientes que Vitari había experimentado jamás.
Vitari había liberado su muñeca, pero aún no se había movido. Y cuando Vitari
empujó hacia arriba sobre sus manos, Francis miró a través de él, a través del techo y
hacia adelante.
Podría abalanzarse sobre él, pero con sólo la mitad de Francis en la habitación, no
se sentía bien.
Era hora de retroceder, aunque fuera doloroso para él, o para su polla. Aun así,
tenía su propia mano para terminar el trabajo, y con el sabor de Francis en los labios
y el sacerdote llenando su cabeza, su mano sería más que suficiente.
Los finos dedos de Francis se aferraron a su muñeca, por encima del tatuaje de
alambre de púas, y tiraron de Vitari hacia abajo. Su otra mano se posó en la nuca de
Vitari y, de repente, la boca de Francis estuvo sobre la de Vitari. Su lengua empujó,
salvaje y feroz, y, joder, fue como si un interruptor se hubiera activado en la mente de
Francis. Había cobrado vida, y estaba jodidamente voraz.
119
Vitari se aferró a su rostro, luego a su espalda, tirando de él hacia sus brazos.
Francis se movió con él, meciéndose más cerca, buscando más. Vitari lo necesitaba
desnudo, necesitaba sentirlo temblar bajo sus manos, su boca, necesitaba besar el
latido de su corazón.
Vitari se agarró a su cara, luego a su espalda, tirando de él hacia sus brazos. Francis
se movió con él, meciéndose más cerca, buscando más. Vitari lo necesitaba desnudo,
necesitaba sentirlo temblar bajo sus manos, su boca, necesitaba besar el latido de su
corazón.
120
le lamió la cabeza y bombeó. Vitari quería que se corriera y no iba a parar hasta
destrozarlo.
Vitari lo lamió por lo bajo, le chupó las pelotas y subió con la lengua por el denso
tronco, encontrándose con la intensa mirada de Francis en cada centímetro. Maldita
sea, era tan caliente, mirando a Vitari así, como si lo odiara, incluso mientras Vitari la
chupaba la polla.
Entonces Francis echó la cabeza hacia atrás y ahora sus gemidos llegaban en
oleadas. Ya había sido suficiente con lo de ir suave. Vitari apretó su eje entre sus dedos
y bombeó, envolviendo su lengua alrededor de la polla de Francis al mismo tiempo,
chupando con fuerza. Francis intentó resistir, pero ni siquiera Dios le salvó de
correrse.
Sin pensar, Vitari agarró su propia polla. No necesitó mucho, unos cuantos golpes
rápidos, y se corrió tan fuerte que se derramó sobre los pantalones de Francis, su
muslo. Le gustó ver el semen sobre él, quería lamerlo, pero luego captó la expresión
labrada de Francis cayendo sobre ellos como un portazo.
Francis saltó de la cama, tropezó con sus propios pies y salió corriendo de la
habitación.
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Vitari se quedó mirando la puerta abierta, todavía jodidamente zumbando. ¿Qué
demonios había hecho que estuviera tan mal? Se frotó el pecho, el corazón. La culpa
de Francis era su propio problema. Vitari no tenía esos escrúpulos.
Al menos con Francis, todo lo que acababan de hacer quedaría entre ellos. No
había manera de que el padre Francis Scott le contara a nadie cómo había soltado su
carga a manos de Vitari.
Se puso boca arriba y suspiró, luego se lamió los labios, saboreó el semen y sonrió.
Cerró los ojos, jodido y gastado. El sueño se lo llevó en segundos.
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CAPÍTULO 11
FRANCIS
No importaba cuánto tiempo pasara bajo los chorros de agua caliente de la ducha,
su pecado no desaparecía. La culpa se apoderó de él, como siempre. Debería haber
sido mejor, más fuerte. No era digno. Nunca sería digno. Estaba roto. Siempre había
estado roto. Pensó que ser sacerdote lo arreglaría. Eso era lo que le habían dicho. Dios
lo arreglaría; sólo tenía que estudiar duro, obedecer a sus superiores y arrodillarse al
servicio de Dios y de la Iglesia.
Cerró los ojos y vio a Ángel chupando su polla. Lo saboreó en sus labios, pudo
sentir sus besos revoloteando debajo de su oreja y bajando por su cuello. Y volvió a
estar duro. ¡Su maldito cuerpo estaba conspirando contra él! ¿Por qué no podía
controlarse?
Este era el castigo por dudar de Dios, por dudar de todo y por darse por vencido.
Había dejado que Ángel lo tuviera. Francis había estado debajo de él, y él había
tratado de decir que no, realmente lo había hecho, pero Ángel había estado sobre él,
desnudo y duro, y Dios, había estado desesperado y débil. Ni siquiera podía afirmar
que Ángel lo había dominado. Francis podría haber dicho que no. En cualquier
momento. Esos ojos oscuros lo miraron, le rogaron, se burlaron y lo tentaron. Pero
también pidieron permiso. Y Francis había dicho sí con su cuerpo.
123
Apenas durmió, y cuando escuchó a Ángel traqueteando por la cocina, cerró los
ojos con fuerza y esperó que la cama se lo tragara. Pero tendría que enfrentarse al
hombre cuyo semen manchó sus pantalones y que había tenido la polla de Francis en
su garganta.
Quizás no diría nada. Sería simplemente algo que había sucedido. Si ninguno de
los dos lo mencionaba, entonces no tenía por qué existir en absoluto.
Cuando Francis salió del dormitorio, la vista del océano más allá de las ventanas
se había vuelto gris y furiosa, el mar de un azul oscuro agitado. Ángel estaba en el
patio, hablando por teléfono. El viento tiraba de su camisa abierta y barría su cabello,
y los destellos de su pecho y sus abdominales perfectos encantaban a Francis como un
canto de sirena. ¿Por qué tenía que ser tan jodidamente hermoso?
—Entonces, ya sabemos quién era la mujer —dijo—. ¿El nombre Victoria Chance
significa algo para ti?
—No, no lo creo.
124
—No, no pensé que lo haría. Ella es (era) prostituta, acompañante, lo que sea.
Normalmente estaba en Londres y atendía a una cierta clientela. Políticos,
celebridades y similares…
—Sí. Estaba conectada con DeSica, la misma gente que te persigue. —Empezó a
caminar. Sus zapatos golpeaban las baldosas, como lo habían hecho en St. Mary,
cuando se arrodilló ante el altar. El cerebro de Francis, aturdido por el sueño, le
proporcionó inútilmente la imagen de Ángel cayendo sobre él. Le dio la espalda y se
dedicó a preparar el café.
—Pero hay una razón por la que ella estaba allí, y una razón por la que la mataron
en tu cementerio.
—La gente viene a la iglesia por todo tipo de razones, pero la mayoría viene en
busca de ayuda. —Francis miró hacia atrás y encontró a Ángel acercándose.
Le pasó el café a Ángel. No tenía que haber ningún motivo detrás. Nada de esto
tenía que ser raro o incómodo. Sólo dos hombres. Tomando café.
—No sé cuánto de azúcar le echas, pero como estás muy lejos de ser dulce, te he
puesto em… dos.
Esto estuvo... bien. Era algo normal. No tenían que mencionar lo de anoche. Era
mejor centrarse en su situación que en los errores que habían cometido. No había
significado nada; fue solo un… viaje por el camino de la vida.
125
—Los DeSica no estaban en tu ciudad antes que yo, pero sospecho que Victoria sí
—continuó Ángel. Se apoyó contra el mostrador, relajándose—. Creo que ella acudió
a ti por una razón específica y la mataron por eso. Ahora tienen un cadáver y a la
policía, y han mostrado su mano, así que tenían que mover ficha interrogándote.
¿Estás seguro de que no la conocías?
—No. —Recordó su cara cuando intentó darle la vuelta en la hierba. Ahora que
conocía la vida en la que se había visto envuelta, deseó que hubiera logrado cruzar las
puertas de la iglesia. Él podría haberla ayudado. Sin embargo, había algo en ella, un
pequeño cosquilleo en el fondo de su mente. Como si... tal vez la conociera, pero ¿de
dónde?— Supongo que ella puede haberme parecido familiar, pero no tengo idea de
dónde podría conocerla.
—Un teléfono o un bolso podrían habernos dicho más, como por qué ella había
acudido a ti específicamente.
—¿Qué acerca de Stanmore? ¿Podría tener algo que ver con esto?
126
—No. —Francis volvió a tomar un sorbo—. Quiero decir, cierto.
—O lo tienes o no lo tienes.
—Es jodidamente importante. No hay nada, ¿estás seguro? ¿No aceptaste, no sé,
una confesión de un jefe de la mafia?
Tú lo hiciste.
—No, yo... no lo estaba —se burló Ángel—. No necesito que ningún poder
superior me perdone. Lo entiendes, ¿verdad? Tú y yo no somos iguales. Hago lo que
hago porque me gusta. No sé por qué carajo haces lo que haces, porque parece hacerte
miserable todos los días de tu vida.
—Eso no es cierto.
—¿No es así? Olvidas, padre, que te he estuve observando durante una semana. Y
eso es todo lo que me hizo falta para saber que odiabas ponerte esa sotana. Le dijiste
que sí a todos cuando lo que querías decirles es que se fueran a la mierda. Estabas
127
acabado. Esa noche recé en el altar, ¿sabes lo que recé? Recé por ti, porque tu vida
parecía un infierno.
El corazón de Francis sacudió sus costillas. ¿Cómo había sabido Ángel, cómo había
visto... la verdad?
—No sabes nada sobre mí. Eres un matón, ni siquiera tienes un alma que valga la
pena salvar... —Francis se interrumpió de repente, avergonzado y angustiado por
haber dicho esas cosas. Se puso de pie y quiso retractarse de las palabras de alguna
manera—. No quise decir…
—La diferencia es que sé que mi alma está rota. ¿Qué te pasó, eh, para arruinar la
tuya?
—Nada. —Sin ningún lugar adónde ir, Francis volvió a sentarse y tomó su café.
Todo.
—¿Qué?
—Es una manera de hablar. —Su sonrisa había vuelto. La endeble que decía
‘mírame’. Llena de mentiras—. No voy a dispararte.
¿Ángel pensaba que esto era una broma? Había secuestrado a Francis, lo había
traído aquí y le había hecho cosas terribles. Francis dejó el café de un golpe y lo
derramó sobre sus dedos y la mesa.
128
—Entonces no te habría hecho una mamada. —Ángel se abalanzó, empujó a
Francis en el pecho, forzándolo contra los cojines del sofá, y se apoyó sobre él, con la
cara a pocos centímetros—. ¿Eso en tus pantalones es semen, padre?
Francis le dio una bofetada con la mano abierta que aterrizó con fuerza en la cara
de Ángel. Francis jadeó, y en el momento entre un segundo y el siguiente, el corazón
de Francis se detuvo. Su palma ardía. Le había golpeado fuerte. Ángel lentamente
niveló su mirada y luego se lamió la comisura del labio. La sangre brillaba en su
lengua.
Necesitaba esto; lo necesitaba tanto que iba a salir de su propia piel para
conseguirlo. Quería a Ángel sobre él, dentro de él, quería que lo follaran y lo
mordieran, y quería a Ángel de rodillas otra vez, mirando a Francis, suplicándole,
mientras Francis enterraba su polla entre sus labios una y otra vez. Quería follar la
boca sonriente de Ángel, follar como un animal.
129
—Oh Dios. —Y besó a Ángel, le rompió los labios, le jodió la lengua. Se
balancearon, furiosos, bruscos, empujando, agarrando. Él también estaba asustado,
asustado de esto y su locura, y asustado de Ángel y de esos extraños sentimientos que
tenía hacia ese hombre vicioso, asesino y pecador.
El grito ahogado de Francis fue el tipo de quejido animal sin aliento que los
hombres adultos no deberían emitir. Esto estaba tan mal, incluso las palabras estaban
mal, implicando cosas terribles y maravillosas. Quería que lo arruinaran. Oh Dios,
Ángel iba a llevarlo directamente al infierno, y él iría allí por su propia voluntad.
Ángel lo sujetó, su mano caliente sobre el pecho de Francis. Con la otra mano, se
desabrochó los pantalones, luego agarró la mano izquierda de Francis y la metió en
sus calzoncillos. Una polla firme, cálida y erecta llenó su agarre. Ángel sonrió y
comenzó a moverse, y luego Francis también se movió, deslizando su agarre sobre la
polla de Ángel. Y estaba justo ahí, entre ellos, sonrojada y goteando semen perlado.
Quería probarla, lamerla, pero estaba atrapado, inmovilizado bajo Ángel y a su
merced. De algún modo, eso hacía que todo fuera mil veces peor y más enloquecedor.
Pero también mejor. Nada tenía sentido. Todo era una locura.
Ángel echó los hombros hacia atrás y cerró los ojos. Movió sus caderas al ritmo de
la mano de Francis, deslizando su pene entre los dedos y el pulgar de Francis, tan
húmedos que no necesitaban lubricante. Ángel se veía hermoso así. Con los ojos
cerrados, no vio cómo Francis observaba cada pequeño tic de su pecaminosa sonrisa
y cómo su lengua salía tocando sus labios. Era libre, más libre de lo que Francis lo
había sido jamás. Esa libertad estaba en todo su rostro. Dicha. Él no odiaba esto; no se
sentiría culpable cuando todo hubiera terminado. Él jodió la mano de Francis con
abandono.
130
Los celos eran una espina amarga en el estómago de Francis. Nunca había sido tan
libre. Odiaba a Ángel de nuevo, pero también quería ser él. Ser tan libre que nada
importara. Estar tan en paz consigo mismo que pudiera sonreír como si el mundo le
debiera mil favores.
—Joder, padre, ¿quién iba a decir que dabas tan buenas mamadas?
No quería hablar. Quería hacer que Ángel se corriera con tanta fuerza que perdiera
la cabeza.
—Joder, sí. —Los ojos de Ángel se abrieron, miró hacia abajo, a Francis, y sonrió—
. ¿Vas a tragártelo?
Ahí estaba de nuevo ese tono burlón, retando a Francis a hacerlo. Meneó la cabeza,
trabajando la polla de Ángel. Su mano ardía por la acción repetitiva, pero Ángel no
131
estaba ganando esto. Sí, iba a tragar. Ángel debió haber visto el fuego en los ojos de
Francis, y fue el empujón final que lo llevó al límite. El propio bombeo rítmico de
Ángel tartamudeó. El semen salado golpeó la lengua de Francis. Se atragantó y tragó
por despecho, fingiendo odiar todo, cuando en realidad su propia polla se mantenía
erguida y exigente, tan dura como nunca lo había estado, su presión insoportable,
como si pudiera correrse con un solo golpe.
Ángel levantó los dedos y los lamió, sus ojos oscuros absorbieron la sorpresa en el
rostro de Francis.
Francis no sabía qué era esto. Se sentía como odio mientras veía a Ángel chuparse
el semen de sus propios dedos, pero también se sentía como libertad, se sentía como
si hubiera cruzado una línea y no quisiera volver atrás.
Fuera lo que fuese, podría estar perdido. Y tal vez no quería que lo encontraran.
132
CAPÍTULO 12
VITARI
El padre Francis Scott podría haber sido el mejor polvo de su vida, y lo único que
habían hecho era chupársela mutuamente. Había algo poético en los ojos del cura
cuando se corría, como si su entrega significara mil veces más que los típicos
encuentros de Vitari tras los bares de mala muerte.
No quería ponerse lírico, pero Francis follaba con todas sus emociones en la cara,
ahí fuera para que Vitari se las bebiera, expuestas para que Vitari las absorbiera. Y él
odiaba lo que estaban haciendo. Odiaba a Vitari la mayor parte del tiempo también,
pero también necesitaba sexo, como un hombre hambriento necesitaba sustento. Y
Vitari se lo iba a dar entonces. Repetidamente.
Él lo quería. Pero ahora estaba teniendo una crisis, provocada por el momento en
que Vitari había lamido el semen de Francis.
133
El hombre se estaba desmoronando y tal vez Ángel debería sentir algo de culpa por
su participación en ello, pero lo único que sentía era satisfacción.
Ahí estaba. La rabia. La mantenía enterrada en lo más profundo, tan profundo que
el mundo rara vez la veía. Pero Vitari fue testigo de ello ahora.
—Seguro. —Ángel guardó su polla. Tal vez porque sintió algo retorcerse por
dentro, ¿algo así como culpa? Se habían divertido, hasta que estalló la siguiente
discusión. Salió, dejando a Francis caminando, murmurando y rezando.
Las nubes grises de antes se habían disipado y el océano brillaba como diamantes
sobre seda azul. Ahora Vitari se estaba poniendo todo poético. Francis debe habérselo
contagiado. Se rio de su propia broma y salió por el patio, tomando el viejo sendero
cubierto de maleza que bajaba la pendiente hacia los acantilados. Siempre había
odiado esta casa. Estaba demasiado aislada, demasiado solitaria. Pero hoy, a pesar de
que Francis había perdido la cabeza antes, Vitari se sintió extrañamente en paz.
Probablemente por las endorfinas de que uno de los labios más dulces que existen le
chuparan la polla. Esos labios talentosos demostraron que Francis no era virgen. Vitari
se lo había preguntado (con todo el asunto del sacerdocio) si había estado enclosetado
toda su vida. No se tiene mucho tiempo para explorar la sexualidad y descubrirse si
estás en la escuela de sacerdotes. O tal vez si lo había tenido, porque Francis no era
nuevo en chupar pollas.
Sabía de primera mano que los sacerdotes no eran todos los brillantes ejemplos de
celibato que decían ser. Vitari olfateó, pateó un mechón de hierba y entrecerró los ojos
134
al sol, pero incluso en aquel lugar tan lejano, seguía oyendo el cerrojo sonar como una
campana de su pasado. Él se estremeció. Solo era un recuerdo. No tenía por qué
afectarlo aquí, , cuando estaba disfrutando de un puto momento, admirando el mar,
con el cuerpo aún excitado por el sexo.
Empezaba a sentir que cada vez que se acercaba a Francis, quería follárselo en
lugar de matarlo. Lo cual definitivamente no podía ser una ocurrencia continua.
Algo brilló en la hierba más abajo en la ladera. Entrecerró los ojos, mirando el
resplandor del océano.
Había alguien allí abajo. O tenía una mira telescópica o binoculares. Si era una
mira telescópica, Ángel estaba jodido. No había ningún lugar donde esconderse y él
estaba al aire libre. Pero como todavía respiraba, quienquiera que estuviera ahí fuera
no lo quería muerto (todavía) o no era el objetivo previsto.
Vitari corrió tras él, saltando algunas rocas y alcanzó al hombre que huía.
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Se desvió a la izquierda, Vitari se abalanzó sobre él, le cortó el paso y lo derribó al
suelo. Le dio un puñetazo fuerte en el estómago, que le hizo perder el equilibrio y lo
inmovilizó. Lo cacheó en busca de armas.
Sin armas ni binoculares. Podría haberlos dejado caer. De cualquier manera, Vitari
lo tenía ahora.
—¿Quién eres y qué carajo haces espiándome? —El imbécil lo fulminó con la
mirada, con los labios sellados—. Oh, ¿quieres jugar ese juego? Claro, juguemos. —
Vitari se bajó de él. El tipo lanzó un puño y se ganó otro puñetazo en el estómago que
le dejó sin aliento. Vitari lo agarró, lo levantó y lo llevó de regreso a la villa.
—¿Quién es él?
El grito ahogado de Francis sacudió los nervios de Vitari. Ignorando el juicio del
sacerdote, Vitari apretó el puño en el pelo del hombre y le acercó el borde de la
porcelana al cuello arenoso y resbaladizo por el sudor, donde la arteria palpitaba.
—Intentemos esto de nuevo. ¿Quién eres y por qué carajo estás aquí?
Era de piel oscura, más oscura que la de Vitari, con una barba corta y bien cuidada.
Su rostro no le resultaba familiar, así que tal vez no conocía a Vitari ni su reputación,
porque había una clara falta de súplica saliendo de los labios del hombre.
136
Vitari metió el fragmento de taza entre sus dedos, apretó el puño y le dio un
puñetazo en el estómago, golpeándolo con el borde afilado. El hombre jadeó y ahora
el miedo se mostró en sus ojos.
—Su arma, ve a buscarla. Camina por el sendero desde la piscina. Está por ahí.
Vitari observó a Francis alejarse lo suficiente como para no oír lo que venía a
continuación, y luego miró al hombre al que había apuñalado.
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El intruso sonrió.
—Maricón.
Vitari sonrió.
—Nos has estado observando por un tiempo, ¿verdad? ¿Se te puso dura, eh?
¿Viéndome chupársela a un sacerdote?
—¿Giancarlo? —No debería estar escuchando ese nombre, no en los labios de este
idiota. ¿Qué tenía que ver Giancarlo con esto? Vitari tragó—. ¿Eres Battaglia?
Bien entonces, esta era la parte donde comenzaban los gritos. Vitari agarró al
hombre por la frente y presionó el trozo de jarra que sobresalía hacia su ojo derecho.
El hombre forcejeó y el brillante globo ocular giró, buscando una salida. .
—¿Qué?
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—Estás mintiendo. —No había manera de que la familia se volviera contra él. De
ninguna puta manera. Esto era algún tipo de estratagema de DeSica. ¿Y si este tipo
estaba distrayendo a Vitari mientras un compañero seguía ahí fuera, en la hierba?
Mierda, no había considerado que pudiera haber más. Y Francis deambulaba como
un cordero perdido por ahí.
Jesús.
No, se equivocaba. Tal vez los habían seguido, aunque Vitari se había asegurado
de revisar los espejos retrovisores del auto para ver si los seguían cuando salieron de
Puerto Banús.
Él se encogió de hombros.
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Vitari apoyó su rodilla en el pecho del hombre, lo agarró por el cuello con su mano
izquierda y levantó el trozo irregular de taza en su derecha, encerrada entre sus dedos,
mostrando la punta.
—¿Quién te envió? ¿Fue Sasha? —El jefe de la DeSica. Tenía que ser él.
—¡No fue mi maldita familia! —Vitari ladró. Apretó más fuerte, haciendo que el
imbécil jadeara por respirar. Su rostro se ensombreció y sus ojos lagrimaron y se
inyectaron en sangre. Vitari se relajó y el imbécil jadeó y tragó aire—. Inténtalo de
nuevo.
—¡Salvatore!
—¡Ahora sé que estás mintiendo, pedazo de mierda! —Echó el brazo hacia atrás y
observó la arteria palpitante del hombre en su cuello.
Vitari vaciló y levantó la vista para descubrir a Francis entrando por las puertas
del patio, con un rifle a su lado. Francis no debería estar aquí, a punto de presenciar
cómo Vitari mataba a otra persona. Y definitivamente no se suponía que llevara un
rifle de caza.
140
—Él no tiene que morir. —Francis tragó con fuerza y Vitari escuchó el clic. Y luego
él levantó el rifle y apuntó a Vitari por la mira. Su dedo posándose en el gatillo.
Vitari se rio.
—No.
¿Por qué ahora? ¿ Por qué Francis tenía que hacer esta mierda ahora?
—Te dejé matar a esos hombres en St. Mary —dijo Francis—, y tú mataste a la
policía. No dejaré que lo mates a él también.
Francis se burló.
Francis parpadeó. No sabía dónde estaba el seguro. Pero no bajó el arma y Vitari
no podía ver el seguro desde su ángulo. Y ahora la mano de Francis temblaba. Todavía
tenía el maldito dedo en el gatillo. Si el arma estaba cargada, no haría falta mucha
presión para dispararla.
—Déjalo ir.
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Vitari frunció los labios. No quería morir porque Francis no supiera usar un arma.
Sabía que sería un dolor de cabeza.
—Mi hai rotto i coglioni18 —murmuró Vitari, y el espía de DeSica se rio de sus
groseras palabra—. Cierra la puta boca.
Francis todavía tenía la maldita pistola y, por su ángulo, la bala golpearía a Vitari
en el estómago. Había visto suficientes heridas en el estómago para saber que no
quería morir así, apretando sus entrañas con las manos.
Vitari apretó los labios y levantó las manos. Quizás subestimó cuánto le habían
alterado la cabeza a Francis las últimas cuarenta y ocho horas.
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Francis cogió las llaves del mostrador y corrió hacia las puertas del patio. Se
encontró con la mirada de Vitari, luego miró al imbécil en el suelo antes de salir
corriendo.
Vitari bajó las manos y suspiró. Podría dejarlo ir, pero la policía local lo recogería,
y Battaglia o DeSica se lo quitarían de las manos antes de que llegaran los policías
británicos para rescatar a su sacerdote desaparecido.
El asesino lo miró desde el suelo, esperando ver qué haría: perseguir al sacerdote
o matarlo.
—¡Mierda! —Vitari salió corriendo por la puerta, giró por el costado de la villa y
escuchó el motor del auto rugir. Movió las piernas, ignorando la herida ardiente en
su muslo, atravesó la puerta y se estrelló contra la puerta del auto. El coche avanzó,
luego retrocedió y subió al banco de hierba. Vitari agarró la manija de la puerta, metió
los dedos y la abrió de un tirón.
Francis giró el volante y aceleró, haciendo girar el auto, levantando polvo y arena,
y arrojando a Vitari. Se apartó del camino y luego tosió en medio del polvo mientras
el vehículo aceleraba por la pista. Podía intentar correr tras él, pero Francis no
aminoraba el paso.
Lo había perdido.
Vitari puso sus manos en sus caderas y observó el auto rebotar a lo largo de la
pista.
—Maldito sacerdote.
—¡Mierda!
143
Vitari se paró en el patio y escudriñó la ladera árida.
Jesús, qué desastre. No estaba más cerca de saber por qué Francis era un objetivo
tan importante, y ahora los DeSica estaban jugando jodidos juegos mentales con él.
Todo había empeorado mucho. Había perdido a Francis, no tenía idea de lo que quería
DeSica, y ahora el asesino había desaparecido... y había presenciado el intercambio
sexual de Vitari con Francis. Mierdas como esa podrían hacer que lo mataran.
Vitari levantó las manos. Estaba harto de los sacerdotes. Que se jodan todos. Y que
se joda Francis.
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CAPÍTULO 13
FRANCIS
Temblaba al volante, a pesar del calor. Le castañeteaban los dientes. Pero era libre.
No tenía ni idea de adónde iba, pero era libre y eso era bueno.
Casi había apretado el gatillo. Casi le había disparado a Ángel. Él hubiera querido
hacerlo.
No importaba.
Estaba libre.
El auto siguió rugiendo durante unas horas, hasta que se puso el sol y las señales
de tráfico mostraban nombres de lugares en español que Francis no podía leer. Luego
vio farolas y dos carriles de tráfico. Había conducido en Inglaterra, pero no en el
extranjero, donde conducían por el lado opuesto de la carretera.
Atravesó una ciudad bulliciosa y continuó hacia otra zona de campo sin llamar la
atención. Podría haber parado y pedido ayuda, pero dada su experiencia en la marina,
145
con los policías que habían intentado dispararle, sólo quería seguir conduciendo y
alejarse lo más posible de todo.
Estaba bien.
146
Los golpes de unos nudillos en la ventanilla lo despertaron y una anciana de rostro
amable se asomó al interior del coche. Ella recitó algo con en español fluido y sonrió,
mostrando los espacios entre sus dientes.
—Si. —Ella asintió y luego su sonrisa desapareció. Había visto el arma en el asiento
del pasajero.
—Oh, no, eso es sólo... eso no es mío. —Él se rio nerviosamente—. Soy sacerdote.
No uso... armas.
Iba a tener que caminar. Si cogía la pistola, parecería un loco. Si dejaba el arma, un
niño podría encontrarla. Si la policía lo encontraba con el arma, probablemente le
dispararían.
Escondió el arma debajo del asiento, salió del auto y comenzó a caminar.
Oleadas de calor le azotaron. Pero estaba bien, considerando los últimos días.
Pudo haber sido mucho peor.
Miró hacia atrás. No había coches, nada en el cielo azul. Sólo la deslumbrante luz
del día.
147
No tenía agua ni comida.
¿Y si Ángel lo encontraba?
Las sirenas aullaban a lo lejos. Luego se hizo más fuerte. Entrecerró los ojos ante
la neblina de calor que se elevaba desde la carretera.
Los coches de policía aparecieron sobre la colina, uno tras otro. Seis en total.
Muchos. Tal vez la amable anciana los había llamado y les había dicho que tenía un
arma.
Los coches se detuvieron con un chirrido. Hombres armados salieron del interior
con chalecos antibalas verdes con la palabra GARDIA19 en el frente. Se arremolinaban
a su alrededor, ladrando órdenes en español.
—Oh Dios. —No entendía lo que querían—. Mi nombre es Padre Francis Scott —
tartamudeó—. Soy sacerdote. —Sólo tenía que mantener la calma y hablar despacio—
. Fui secuestrado. —Su corazón se aceleró. El miedo le obstruyó la garganta,
intentando asfixiarlo.
19 Creo que se refiere a la Guardia Civil española, la cual es la fuerza de gendarmería nacional y,
por tanto, tiene estatus militar. Patrulla todo el territorio nacional (incluyendo carreteras y puertos), excepto
aquellas zonas que pertenecen a la Policía Nacional, realizan controles aduaneros e investiga delitos en los
mismos. Su uniforme es verde y lleva las palabras “Guardia Civil” al frente y a la espalda, pero como Francis no
sabe español lo lee mal
148
Lo obligaron a arrodillarse, le pusieron los brazos detrás de la espalda y le
pusieron esposas frías en las muñecas. ¿Por qué estaban armados? ¿Lo creían
peligroso? ¿Y si acababa en una prisión española? No, debían tener traductores. No
podían arrestar a un sacerdote sin causa y meterlo en la cárcel, ¿verdad?
—Soy el padre Scott. Soy Inglés. Me trajo aquí un hombre... un hombre que trabaja
para Battaglia.
—Sabemos quién es usted, padre —dijo una mujer en un inglés con acento. Ella
salió de las filas de oficiales, usando el mismo chaleco antibalas, pero su sonrisa era
amable. Ella se agachó frente a él—. Está bien, padre. Está a salvo. ¿Vamos a revisarlo,
sí? Y luego puede hablarnos de la Battaglia.
—Esto es bueno, bueno. —La policía, a quien Francis ahora conocía como Catalina
Díaz, era especialista en crimen organizado y parecía ser el equivalente español de un
inspector jefe, por lo que tenía un rango más alto que el de la mayoría en la gran
comisaría de Marbella. Llevaba su largo y ondulado cabello oscuro recogido en una
sencilla cola de caballo y conversaba con su personal en un tono agudo e imponente.
Francis siempre se había sentido intimidado por las mujeres poderosas, pero cuando
ella sonreía, lo que hacía a menudo, su vena despiadada se desvanecía—. Hay un
contacto de la Agencia Nacional contra el Crimen en camino desde el Reino Unido.
Antes de que lleguen, padre, ¿podría respondernos algunas preguntas, por favor?
149
—¿No estoy bajo arresto?
Estaba sentado en lo que parecía ser una sala de interrogación, pero no había
dispositivos de grabación. Sólo sillas cómodas, un enfriador de agua y una ventana
con vistas al centro de Marbella.
—Está bien, es solo que... Hubo unos policías en una marina —explicó, sin estar
seguro de si ella podía entender todo lo que estaba diciendo—. En algún lugar, no lo
sé. Estaba a unas horas de donde me encontraron. Ellos uh... eran corruptos, creo. No
sé en quién confiar. —Se movió, incómodo. De alguna manera, se le había metido
arena o gravilla en los zapatos, probablemente del sendero de la villa, y se le habían
formado ampollas. Todo dolía. En realidad, sólo quería volver a casa. Puso las manos
sobre la mesa y se mordió las uñas—. Es erm... han sido unos días difíciles.
—Lo sé y lamento todo por lo que has pasado. Una vez que la NCA20 te lleve a
Inglaterra, perderemos la oportunidad de hablar contigo, y lo que me interesa es la
policía corrupta que mencionas. Y los Battaglia.
—Gracias, padre.
Levantó un maletín sobre la mesa, abrió los pestillos y sacó una pila de fotografías
del interior, luego las colocó sobre la mesa en filas.
20 National Crime Agency (Policía Nacional contra el Crimen), es una agencia nacional de aplicación de la
ley en el Reino Unido . Es la principal agencia del Reino Unido contra el crimen organizado ; tráfico de personas
, armas y drogas ; cibercrimen ; y delitos económicos que traspasan fronteras regionales e internacionales; pero se
le puede encomendar la tarea de investigar cualquier delito.
150
—Dime si reconoces a alguno de estos hombres.
—¡Oh sí! —Señaló la foto de uno de los policías que le había disparado en el
puerto—. Ése era un policía.
—Una de las dos grandes organizaciones criminales que operan en el sur de Italia.
La DeSica es más pequeña, pero igual de peligrosa. Battaglia es mafia, ¿conoces el
término, no?
151
Y luego estaba Ángel... y lo que habían hecho. Juntos. Si Francis lo acusaba, él
revelaría cómo habían... intimado. Francis sólo llevaba unos meses como sacerdote.
Un escándalo como ese arruinaría toda su vida.
—¿Padre?
—Yo er... yo no... Me persiguieron y uh... había una bomba, y el barco... bueno,
explotó, y estaban... fue todo muy confuso, mucha gente corriendo. —Se frotó la frente
sudorosa. —No lo sé, no estoy seguro, es mucho para asimilar.
—Está bien, padre. —Ella sonrió y los latidos de su corazón disminuyeron—. ¿Qué
acerca de este hombre?
Ella había colocado más fotos mientras él repasaba mentalmente las dolorosas
últimas veinticuatro horas. Imágenes de más sospechosos, más rostros en blanco, pero
ahí estaba Ángel, con expresión aburrida, mirando a la cámara como si desafiara a
quien había tomado esa foto a usarla en su contra. Incluso allí, con ese fondo blanco,
su cabello negro y sus pestañas negras, combinados con esos ojos inquietantes,
paralizaron a Francis.
—Yo eh…
152
—Sí, sí. —Ella se recostó en la silla—. Este hombre… Él es Vitari Angelini, L’Angelo
della Morte, el Ángel de la Muerte. Hijo de Don Giancarlo Ciani. Tienes mucha suerte.
Vitari Angelini es un criminal muy peligroso.
Sí, él mismo había llegado a esa conclusión. Pero no tenía idea de que Ángel, Vitari,
fuera el hijo de un jefe de la mafia. Había estado llevando a Francis de regreso a Italia
para su padre.
Un golpe en la puerta lo sobresaltó y una mujer más joven asomó la cabeza, dijo
algo en español y se fue de nuevo.
—Me gustaría hablar un poco más con usted, ¿tal vez cuando esté instalado en
Inglaterra? ¿Si?
153
Parecía comprensiva y, ante esa sonrisa genuina, Francis intentó no sollozar como
un idiota.
Fue entregado al cuidado de una brusca mujer de la NCA, la cual parecía ser la
agencia gubernamental del Reino Unido que se ocupaba de las bandas del crimen
organizado. La agente se presentó como Priti Sharma y le explicó que lo llevaría al
aeropuerto de inmediato, ya que era importante que abandonaran suelo español, lo
que implicaba que aún no estaba a salvo de las garras de la mafia.
154
—Queremos hacerle algunas preguntas, señor Scott —dijo Priti, olvidando que era
sacerdote o prefiriendo ignorar ese hecho. No podía culparla; no parecía ni se sentía
particularmente sacerdotal.
Ella recogió sus maletas y le hizo un gesto con la cabeza para que avanzara.
—Pero como estará en buenas manos, nos complace que se tome un día para
recuperarse.
—¿'Buenas Manos’?
—El Padre Hawker. —¿Por qué Francis se sentía como si hubiera pasado de un
avispero a otro? El padre Hawker no había sido más que amable y servicial. Francis
debería sentirse aliviado de que estuviera ahí para él.
Bajaron las escaleras del avión hacia el gélido aire de Londres y, mientras Francis
seguía a Priti, miró hacia adelante y vio al padre Hawker de pie con las manos
entrelazadas frente a él, junto a una de las puertas de servicio de la terminal. El viento
tiraba de su sotana, agitándola alrededor de sus tobillos, mientras la tela negra
abrazaba su gordo abdomen. Levantó los brazos cuando Francis se acercó y lo abrazó
sin dudarlo.
—Dios mío, te ves terrible, Francis. —Le dio unas palmaditas en la espalda
mientras se separaban.
—Entremos —instó el padre Hawker, ansioso por escapar del viento frío.
155
Entraron juntos al edificio utilizando un túnel de servicio, lo que fue un poco
extraño, pero la mente de Francis se había desgastado por el estrés y la falta de sueño,
y muy poco de cualquier cosa tenía sentido para él.
Esperó en una silla de plástico como un niño que se porta mal afuera de la oficina
del director mientras Priti y el padre Hawker discutían el hotel en el que se hospedaría
Francis y el número al que llamar si había algún problema. Debió haberse quedado
dormido, porque cuando el padre Hawker le dio un suave empujón en la rodilla, Priti
ya no estaba y estaban solo ellos dos en el largo y frío túnel.
—Francis, sé que has pasado por muchas cosas y estoy seguro de que quieres que
todo este calvario termine de una vez. Pero me temo que hay una gran multitud de
periodistas delante del aeropuerto y creo que al arzobispo le gustaría que estés
presentable cuando te salude delante de las cámaras.
El padre Hawker le tendió un montón de tela negra doblada e hizo una mueca.
—Lo siento.
¿Quería que Francis se pusiera una sotana, ahora? Apenas habían aterrizado hace
unos momentos.
—Sí.
Su propia ropa, la que le había prestado Ángel, estaba sucia. Al menos los
pantalones estaban tan manchados que ya no se notaban marcas incriminatorias.
156
El padre Hawker frunció el ceño.
Francis no tenía otra opción. Era así de simple. Debía ponerse la sotana y ser el
sacerdote que todos esperaban que fuera.
—¿Francis?
—Estoy bien. Sí. Estoy bien. —Las sotanas siempre eran pesadas, pero ésta parecía
especialmente pesada. Siguió adelante, asumiendo que el padre Hawker lo guiaría
por el camino correcto, y vio su reflejo en las paredes de vidrio. Aparte del corte en la
frente, los moretones y el hecho de que no llevaba calcetines, nada había cambiado.
Todavía era el padre Francis Scott, recién ordenado, recién salido de la escuela de
curas, como diría Ángel.
Una pequeña y extraña burbuja de risa intentó salir de sus labios, lo que
definitivamente no serviría. Tenía que saludar al arzobispo con aplomo y gracia,
aparentemente delante de los periodistas.
157
¿Qué quieres, padre? Ángel había preguntado, de esa manera que él tenía, sus
palabras como minas terrestres en la mente de Francis.
Sólo tenía que superar esto, simplemente evitar el desastre en su cabeza y corazón
y hacerlo.
Francis atravesó una puerta y se encontró con una galería de rostros. Cientos de
personas se encontraban detrás de una delgada barrera y todos volvieron la cabeza
hacia él. Entonces aparecieron las cámaras y una lluvia de flashes lo cegó, cada uno
de ellos atravesando la parte posterior de su cráneo.
158
—Padre Francis, ¿cómo fue estar prisionero? —llamó uno de los periodistas.
—¿Fuiste torturado?
—¿Hubo un rescate?
Montague puso su mano sobre la cabeza de Francis y dijo una oración, y mientras
Francis cerraba los ojos, soñó que estaba de nuevo en un pequeño restaurante italiano
en la costa española, observando los barcos balanceándose en las aguas iluminadas
por el sol.
Porque incluso cenar con un asesino era mejor que estar aquí.
159
CAPÍTULO 14
VITARI
El vino se le había subido a la cabeza a Vitari, pero no era importante, todavía tenía
suficiente ingenio para vigilar a Luca y asegurarse de que el pequeño idiota no
estuviera dispuesto a hacer o decir algo que le hiciera ganarse un puñetazo en la cara.
Desde que el hermano mayor de Luca había sido encerrado tras las rejas, el pequeño
Luca Esposito estaba tan desesperado por hacerse un nombre por su cuenta.
El personal volvió a llenar el vaso de Vitari una y otra vez, y Sal se reía de esa
manera suya, burlándose de algún idiota que lo había interrumpido en el tráfico de
Roma, por lo que Sal lo había perseguido y amenazado con cortarle las pelotas. Las
risas y el estruendo de las conversaciones familiares llenaban el aire de la noche.
Vitari se separó la camisa húmeda del pecho. Giancarlo había decidido trasladar
el banquete al patio para aprovechar al máximo la brisa de la tarde. Parecía cómodo
en la cabecera de la mesa, enfrascado en una conversación con el padre de Sal,
Antonio, conocido como Pequeño Toni.
Todo era como debería ser. Excepto que Vitari no podía quitarse la sensación de
que no todo estaba bien. Desde que había aterrizado de nuevo en suelo italiano hacía un
día, había tenido una picazón persistente en el fondo de su mente que no podía
rascarse. A estas alturas debería haber estado medio borracho, disparando a latas o
drogándose con Sal. Por lo general, entraban a Le Castella, tal vez tomaban un yate
160
por la costa, ligaban con mujeres, Vitari fingía que se la chupaban, luego recorrían los
bares de la playa y tal vez iniciaban una pelea. Si una noche no terminaba con los
nudillos ensangrentados, no valía la pena recordarla.
Pero nada de eso le parecía bien esta noche. Estaba demasiado nervioso,
demasiado alerta.
—Pareces deprimido, fra. —Sal lo agarró del hombro y dejó caer su masa
musculosa de oso en la silla junto a Vitari—. ¿Ese sacerdote te afectó? —Él sonrió
burlonamente. Sus ojos vidriosos sugerían que estaba tan borracho como debería
haber estado Vitari.
—Déjalo estar. Has vuelto, ya está hecho. Bebe más vino. —Chocó su vaso con el
de Vitari.
El padre de Sal, Toni, llamó la atención de Vitari y le hizo un gesto con la mano
para que fuera.
Vitari sostuvo la mirada del hombre mayor el tiempo suficiente para hacerle saber
que la idea era terrible, y luego bajó la barbilla.
—Lo que creas que es mejor. —Luca estaba cerca, probablemente escuchando,
pensando que había ganado.
Toni miró a Giancarlo, luego ambos hombres dirigieron sus miradas a Vitari, y fue
como ser observado por dos leones que aún no habían decidido si valdría la pena
161
levantarse de la roca para matarlo. No matarían a Vitari. Él era sangre. El problema
no deseado de una puta, pero daba igual, Giancarlo seguía siendo su padre. Pero
había formas más creativas de lastimar a alguien que matándolo.
Vitari hizo lo que mejor sabía hacer y se arrodilló. Tomó la mano de su padre y
besó el anillo.
—Te he fallado y lo siento. Lo haré bien. Te amo papá. Eres todo para mí y te debo
la vida. Estaré siempre a tu servicio. —Las palabras salieron de él rápidamente—. Y
al servicio de la Battaglia... —Hizo una pausa para humedecerse la garganta—. Te lo
ruego, por favor no me envíes a Sudamérica.
—Buen chico. —Luego sus dedos se cerraron con fuerza, aplastando la mano de
Vitari. Jadeó. Giancarlo lo agarró por la nuca, lo subió a su regazo y se burló—:
Fállame otra vez, como el hijo de puta que eres, y no volverás de Venezuela. —Lo
soltó, le sonrió y rio, y todo estaba jodidamente bien en el mundo mientras Vitari se
ponía de pie, con la mano ardiendo y el rostro aún más caliente.
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Vitari prometió romperle las piernas a Luca con una palanca. Más tarde. Como
nadie quería asociarse con él, ahora que había caído en desgracia, dejó la mesa y
caminó aprisa por el césped, dejando atrás los jardines de la casa.
—Ángel —llamó Sal, apresurándose a alcanzarlo—. Que se joda Lucas. Él sabe que
no eres tú, así que tiene que ser un idiota.
Vitari lo despidió con un gesto para que Sal no viera lo crudo que lo habían dejado
las palabras de Giancarlo, cuánto le dolía que su propio padre le llamara todas las
cosas que sabía que era.
Vitari lo empujó.
Pero ya estaban a mitad del camino sinuoso hacia la ciudad, y Sal no iba a irse
ahora que se había aferrado a Vitari. Nunca lo hizo. Probablemente era el único amigo
verdadero que tenía Vitari. Todos los demás querían acercarse a él porque era el hijo
de Giancarlo, pensando que subirían otro peldaño en la escalera de Battaglia, sin darse
cuenta de que Vitari estaba al final.
163
Llegó a la ciudad con Sal y, después de unas cuantas copas más gratis en los bares,
el dolor de las palabras de su padre se desvaneció. Giancarlo se ponía así. Su ira era
un látigo. Pero una vez asestado el golpe, todo terminaba.
—¿Es ese tu sacerdote? —Preguntó Sal, señalando con la cabeza hacia el pequeño
televisor que estaba en silencio en la esquina del bar.
El padre Scott tenía buen aspecto con su impecable túnica negra. Se deslizaba
desde sus hombros y se ensanchaba hasta sus caderas en líneas largas y elegantes. Tan
jodidamente sereno y elegante. Nadie imaginaría que le había chupado la polla a
Vitari. Excepto el asesino desaparecido. Ese tipo necesitaba morir. Vitari iba a tener
que abordar eso.
Sal gruñó algo acerca de regresar enseguida y tropezó lejos con un par de mujeres,
aumentando su encanto. No se dio cuenta del repentino episodio de Vitari.
164
como si todo estuviera bien, pero había mostrado la misma sonrisa cuando Vitari lo
había observado en su parroquia. Era falso.
Bien.
Sal estaba en el proceso de convencer a las dos mujeres para que se unieran a ellos.
Vitari suspiró hacia el techo, obligando a su corazón a desacelerarse. El pánico
también disminuyó. A veces el pasado le acechaba, especialmente en noches como
ésta, cuando se odiaba a sí mismo. Pero siempre pasó.
Sal desapareció con su cita, dejando a Vitari con la hermosa joven con la que había
estado coqueteando toda la noche. Probablemente estaba medio excitada, medio
aterrorizada. Las mujeres locales sabían que no debían involucrarse con los hombres
de Battaglia, por lo que ésta y la de Sal probablemente eran de otra ciudad, y habían
venido a disfrutar de la vista al mar, probar los bares y a los hombres.
No pudo retrasar más lo inevitable y la condujo fuera del bar, doblando por un
callejón lateral adoquinado. Vitari levantó la botella de cerveza cara en una mano, casi
tomando un trago, pero dudó mientras se desplomaba contra la pared, mirando un
camino que constaba de demasiados escalones irregulares. Su cita se inclinó y trató de
meter su lengua entre sus labios. Odiaba esta parte, pero era necesaria. Siempre existía
la posibilidad de que la hubieran obligado a hacer esto, o de que hablara más tarde, y
él necesitaba mantener las apariencias. Él le devolvió el beso, poniendo un esfuerzo
casual en ello. Luego acunó su cabeza y hundió los dedos en su cabello. Fingir era
fácil, hasta cierto punto.
165
Ella se deslizó por su cuerpo, besó su pecho a través de su camisa abierta y él tomó
un sorbo de cerveza. No era por ofenderla, pero bien podría haber sido una muñeca
de plástico por todo lo que hizo por su polla.
Buscó en su bolsillo, abrió su billetera y sacó unos cuantos billetes de cien euros.
—Aquí tómalos.
—Follamos, fue genial —farfulló—. Dile a tus amigos que te follaste a Vitari
Angelini. —Así no tendría que volver a hacer este baile hasta dentro de unos meses
más.
Ella le quitó los billetes de los dedos, se ajustó la blusa y dio un paso atrás,
comprobando si le permitía irse o si se trataba de algún juego retorcido.
—¡Boo!
Ella lo maldijo y se alejó, haciendo sonar sus tacones. Vitari soltó una risita y luego
se tambaleó, casi cayéndose de un escalón. Jesús, había bebido demasiado y ahora este
escalón parecía el lugar perfecto para descansar un rato.
166
brillantes. Sus entrañas se tensaron, doblándose hacia adentro. Levantó las rodillas y
las abrazó con fuerza. Pero la sensación empeoró, como si todas las partes feas de él
estuvieran ahogando su corazón en la oscuridad, y no pudiera mejorarlo porque las
partes rotas estaban adentro
Se oyó un cerrojo. Saltó de la pared y cayó contra el lado opuesto del callejón. Una
puerta se abrió con un chirrido y un gato negro entró trotando. Su dueño volvió a
cerrar la puerta y el cerrojo fue pasado otra vez.
El aire le apretó los pulmones. Se dobló, se agarró los muslos, y entonces su cuerpo
lo rechazó todo y vomitó el alcohol de toda una noche. Y ahora se odiaba aún más.
Tal vez debería ponerse una maldita pistola en la cabeza y hacerle un favor a la
familia.
167
CAPÍTULO 15
FRANCIS
Estaba de vuelta donde pertenecía y haría las cosas de manera diferente. Sería
digno.
Todo lo que había sucedido fue… un viaje. Apenas estaba comenzando y aún no
había llegado al destino, eso era todo.
168
Le dio los buenos días a Julia y trató de no pensar en la tristeza de sus ojos. Ella
fue quien encontró a los muertos y alertó a la policía de su ausencia. Hablaría con ella
sobre ello cuando ambos estuvieran listos.
—Emmm, sí. —Sacó la silla de detrás de su escritorio y se sentó. Esto se sentía bien.
Se sentía como un nuevo comienzo. Como una segunda oportunidad. Ángel había
sido una prueba y una lección.
Francis había aprendido a ser agradecido por todo lo que le habían dado.
—Aquí está. —Dejó su taza de té, hizo sonar el platillo y miró dentro del cajón. —
No, eso ya estaba abierto cuando lo puse allí. ¿Supuse que la había abierto?
Su sonrisa se torció.
Julia repasó los acontecimientos del día, uno por uno, pero su voz se desvaneció
tras el pavor que le retumbaba en la cabeza.
169
Francis cerró el cajón de golpe. Alguien la había abierto. Alguien lo había leído. No
había tenido oportunidad de abrirla antes de que se lo llevaran, pero sabía lo que
decía.
No, el padre Hawker no habría abierto una carta marcada como PRIVADA. La
policía no abriría cartas, ¿verdad? Quizás lo habían hecho, para ver si era relevante
para su desaparición. Tendría que averiguarlo.
—¿Alguien más?
—Hubo otras personas de la Iglesia aquí. Será mejor que le preguntes al padre
Hawker sobre ellos. Les habló mucho.
¡No, nada estaba bien! ¿Por qué alguien había revisado sus objetos personales y
abierto una carta privada?
—¿Puedes darme un momento, Julia? —Miró la puerta, a ella y otra vez a la puerta.
Julia se aclaró la garganta y salió corriendo, cerrando la puerta detrás de ella.
Se llevó las manos a los labios y suspiró por la nariz. Alguien conocía sus secretos.
Alguien conocía su pasado. Abrió el cajón, sacó la carta, alisó las páginas y las tomó
con ambas manos.
170
Reclamo de abuso histórico21
Ángel.
Volvió a sonar.
21 El abuso infantil no reciente, a veces llamado abuso histórico, es cuando un adulto fue abusado cuando era
niño o un joven menor de 18 años. A veces los adultos que sufrieron abusos en la niñez se culpan a sí mismos o se
les hace sentir que es su culpa y no denuncian ni hablan sobre eso hasta que son ya adultos.
171
—¿Quiere que atienda eso? —Julia llamó.
—¡No! —Levantó el auricular y tenía en los labios las palabras para decirle a Ángel
que lo dejara en paz, pero no salieron, y cuando Ángel no dijo nada, Francis tampoco.
Escuchó sus suaves respiraciones, las sintió nuevamente en su cuello, susurrándole al
oído: Voy a arruinarte, padre.
—Vitari.
—¿Entonces a dónde?
Podía verlo mentalmente, verlo con tanta claridad, arrodillado ante el altar,
vestido con esa ropa cara y su reloj brillante.
—El de tu muñeca.
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Se escuchó un crujido, como si se hubiera mirado el brazo para recordarlo.
—Es un símbolo.
—¿De qué? —preguntó Francis con dureza. Tenía que saberlo. Ni siquiera estaba
seguro de por qué.
—Existe esta cosa asombrosa, no sé si han oído hablar de ella, se llama Internet.
Solo escribí tu nombre y el de tu iglesia, y ahí estaba...
—¿Qué deseas?
Francis colgó. Había una manera de bloquear números, ¿no? Le pediría a Julia que
lo hiciera.
173
El teléfono volvió a sonar.
Él lo descolgó.
—Eres terrible.
—Lo sé. Dímelo otra vez, solo déjame ir a un lugar privado para poder disfrutarlo
de verdad.
—Voy a colgar.
—Pero no lo harás.
—Aléjate.
Se rio de nuevo y ese sonido derramó una cálida lujuria por la columna de Francis,
hasta que encontró su camino hacia su polla. Francis se mordió el labio. Dios, dame
fuerza.
—Joder, había olvidado lo divertido que eres. Pero en serio, necesitas escucharme.
Esto no ha terminado. Puedes sentarte detrás de tu escritorio y en tu pequeña iglesia
y fingir que todo está bien, pero la familia te quiere. Yo fallé, así que ahora enviarán a
alguien más.
174
—¡No te he hecho nada a ti ni a tu familia! ¿Por qué no me dejan en paz?
Tenía un deber para con su iglesia. No iba a vivir su vida con miedo.
Luego esbozó su dolorosa sonrisa y salió del despacho para empezar el día.
CAPÍTULO 16
VITARI
Vitari rara vez fumaba marihuana, no le gustaba perder el control, pero era eso o
inyectarse, y todavía no había caído tan bajo como para desaparecer en ese agujero
negro. Había pasado el día llevando a cabo los preparativos para Venezuela. El avión
despegaba cerca de medianoche desde un aeródromo privado. Tenía (miró su reloj
bajo el brillo de la farola) dos horas.
175
La anterior llamada a Francis había sido interesante. Cuando intentó devolver la
llamada, la línea daba cortada. Aun así, estaba bastante seguro de que se había metido
en la piel del sacerdote de la manera más deliciosamente perversa. Las palabras de
Francis se volvían cortantes y agudas cada vez que intentaba y no lograba mantener
la calma, y esas palabras afiladas habían sonado como dulce música para los oídos de
Vitari.
Dio una calada al porro, inclinó la cabeza hacia atrás y expulsó humo al aire.
El pueblo estaba en silencio. siendo mitad de semana significaba que los turistas
del fin de semana no habían llegado.
Sal había dicho que se encontraría con él aquí, pero el idiota no se había
presentado.
Quizás Venezuela sería un viaje rápido de una semana. Pero era poco probable.
¿Algo estaba mal, alguien estaba trabajando en su contra, o tal vez simplemente había
cometido errores demasiadas veces y todo esto era culpa suya?
Un silbido atrajo su atención hacia tres miembros del equipo de Luca que
caminaban calle arriba hacia él. Vitari se enderezó, los pelos de su nuca se erizaron.
Miró hacia la izquierda y, efectivamente, allí estaba Luca con otro de sus aliados.
—Pensé que podríamos pasar a despedirte —dijo Luca, todo sonrisas y arrogancia
ahora que superaban en número a Vitari—. Y ya sabes, sacarte algo de información
sobre el sacerdote, ya que eran tan cercanos.
176
Luca sonrió satisfecho, los hombros altos, tan lleno de confianza. El idiota era todo
brazos y piernas, flaco como si tuviera un desorden alimenticio, o un hábito con las
drogas. Se inclinaba un poco demasiado sobre la mercancía para el gusto de Vitari.
Vitari suspiró por la nariz. Los demás lo habían rodeado. Si le ponían la mano
encima, serían hombres muertos, todos ellos. Giancarlo se encargaría de ello.
—No te preocupes. —Luca presionó su boca contra la bolsa y empujó las palabras
en el oído de Vitari—. Tomarás tu avión.
La risa de Luca fue toda la respuesta que tuvo. Luego los hombres lo levantaron y
lo llevaron a rastras, luego lo metieron a empujones en un automóvil. Le dio una
patada al asiento frente a él, pero no hizo ninguna diferencia. Vitari se recostó,
guardando fuerzas, y trató de distinguir cualquier forma a través de la bolsa en su
cabeza.
El sonido de las hélices gemelas funcionando reveló que habían llevado a Vitari
temprano al aeródromo. Lo agarraron de nuevo, lo sacaron del auto y lo arrojaron en
177
una silla. Alguien arrancó la bolsa y Vitari escaneó el hangar lleno de cajas de envío.
Producto.
Luca se arrodilló frente a él, todavía con esa jodida sonrisa de oreja a oreja. Vitari
le devolvió la mirada. Esto terminaría pronto; Se subiría a ese avión y planearía su
venganza, pero ahora mismo, Luca tenía las cartas ganadoras. No le haría nada
permanente; no tenía las agallas.
Vitari resopló, su mente trabajando rápido. Sería difícil argumentar que lo había
estado torturando desde ese ángulo.
El asesino los había filmado. El maldito asesino que Francis había dejado ir.
Luca apartó la foto y mostró una nueva de Francis. Con el culo en el aire y la cabeza
gacha, mientras le chupaba la polla a Vitari en el mismo sofá.
Vitari arqueó una ceja. Lo recordaba bien. Francis tenía una boca muy indulgente.
178
No era frecuente que Vitari se quedara sin palabras, pero no tenía ninguna ahora.
Luca lo tenía cogido por las pelotas.
—Eres lo que yo digo que eres. Sabía que estabas jodido, pero no me había dado
cuenta de lo jodido que estás, Vitari. Lo que eres —lo fulminó con la mirada—, es una
porquería chupapollas.
Vitari se liberó, pero los hombres de Luca se abalanzaron sobre él. Los puños
llovieron demasiado rápido para que Vitari pudiera desviarlos. No podía hacer nada
más que acurrucarse y recibir la paliza.
179
CAPÍTULO 17
FRANCIS
El aire de septiembre tenía un toque otoñal y las hojas de los árboles que rodeaban
el campo de juego local se habían vuelto de colores ámbar y rojo. La mayoría de los
habitantes desafiaron el clima frío para celebrar el festival de la cosecha, envueltos en
gruesos abrigos.
Los niños jugaban. Algunos de los niños mayores patearon una pelota en el otro
lado del campo. La gracia de Dios les había concedido un clima seco, aunque hiciera
frío.
Fue un buen día. Un día honesto y relajante y uno de los mejores desde su
ordenación.
Si tan solo pudiera liberarse de la señora Roe y su disgusto por los horarios de los
autobuses locales que ella parecía creer que Francis era capaz de arreglar. La mente
180
de Francis divagaba mientras la escuchaba lamentarse de los servicios del concilio. Su
mirada se desvió por encima del hombro de ella, hacia la cola que rodeaba la
furgoneta de hamburguesas. Un hombre estaba ahí solo, a un lado, vestido con una
sudadera gris con la capucha levantada. Volvió la cabeza, ocultó su rostro y se alejó
tranquilamente, desapareciendo detrás de la camioneta.
—¿Padre?
181
—Hace suficiente frío como para congelarte las pelotas, ¿no cree, padre? —dijo un
extraño a su lado, en un inglés muy acentuado. Francis miró hacia él, captó la sonrisa
del desconocido de la capucha gris y bajó la mirada al teléfono que sostenía el hombre
en la mano, inclinado hacia él.
Su corazón se detuvo, pero también latía con más fuerza. Él también dejó de
respirar y miró fijamente el rostro del extraño. Ojos delgados y hundidos, mechones
rubios teñidos en las puntas de su cabello, que de otro modo sería negro.
—La ringrazio, ma per questa volta no22 —dijo, sonando cortés y educado.
Tenía que alejar a este hombre de esta gente, no sólo por lo que tenía en su teléfono,
sino porque cada vez que los de su clase se cruzaban en el camino de Francis, moría
gente. Aquí había familias, niños, personas inocentes.
—Sí —dijo automáticamente, y se colocó junto a Luca. ¿Quién era él? ¿Qué quería?
¿chantajear a Francis? ¿Lastimarlo? ¿De dónde había venido? ¿Había otros cerca? Una
182
nueva pregunta le surgía a cada paso. ¿Había más, estaba Vitari aquí, era DeSica o
algo más?
—Vamos a caminar hasta los autos de allí como si fuéramos viejos amigos. Si
alguien te mira, sonríe. No pasa nada. Simplemente estamos dando un paseo por este
pequeño y hermoso pueblo.
Francis tragó. Este hombre lo iba a meter en un auto, tal como lo había hecho Vitari.
Francis no regresaría pronto. Vitari había sido diferente a éste. Luca hablaba en voz
baja, con calma, pero tenía los ojos fríos. A diferencia de los de Vitari, que siempre
habían tenido alma.
183
¿Y si llamara a la policía? Pero cómo podría salirse con la suya sin correr el riesgo
de que esa foto y otras similares se hicieran públicas—. No tengo dinero y la iglesia
no pagará ningún rescate. No te sirvo de nada.
—Padre. —Lucas suspiró—. Solo estoy aquí para llevarte a donde necesitas estar.
—Giancarlo decidirá qué hacer con usted. —Se detuvo junto a un reluciente BMW
negro y abrió la puerta trasera.
Francis miró fijamente el asiento trasero. Su corazón latía tan rápido que empezó
a ahogarlo. Un sudor frío le corrió por la espalda.
—Padre, puedo escribir un mensaje de texto y tener esa foto en Internet en menos
de dos minutos. ¿Es eso lo que quiere? ¿Cómo ve la iglesia católica a los
homosexuales? ¿Y sobre sus votos de celibato? Hm, no se vería bien en un nuevo
sacerdote como usted.
—¿Padre?
Pero si se subía al coche, quizá nunca escaparía. Una vez había sido pura suerte.
184
Miró el chocolate caliente humeante. Cualquier cosa que hiciera aquí determinaría
su destino. Pero no lo iban a tomar sin luchar, no como antes. Con un arrebato de
rabia, arrojó el chocolate caliente a la cara de Luca. El hombre gritó, retrocedió y
Francis se giró para huir. Regresaría a su casa y llamaría a la policía. Lo protegerían.
Francis se tambaleó y le dio una bofetada con la mano abierta, que aterrizó con
fuerza en la mejilla de Luca. Su palma ardía. El golpe resonó como un disparo. Todo
el pueblo debió haberlo oído. Luca tropezó contra el coche y se llevó la mano a la cara.
Correr. ¡Tenía que correr! El ruido de los neumáticos al derrapar sobre la grava
suelta casi no se percibió tras el martilleo de sus oídos.
—¡Francis!
Vitari.
Francis giró de nuevo, y allí estaba, al volante de un elegante coche blanco, con la
puerta del pasajero abierta de par en par y el motor acelerando. Llevaba gafas de sol
que ocultaban sus ojos.
—¡Sube!
Sabía que no debía, incluso cuando corrió hacia el auto y se arrojó en el asiento del
pasajero. El sentido común le decía que Vitari no era mejor que Luca, pero su corazón
sabía que eso era mentira.
El coche dio una sacudida, la puerta del pasajero se cerró de golpe por la repentina
aceleración y Francis se puso el cinturón.
185
—Joder, padre, ¿acabo de verte golpear a Luca Esposito? —Vitari se rio, pisó la
palanca de cambios y condujo el pequeño deportivo biplaza por la ciudad. Levantó la
mano y ajustó el espejo—. Él está siguiéndonos. Está bien, lo perderé.
Vitari aceleró más el auto, haciendo que el motor chirriara. Cambió una marcha y
se movió por caminos rurales sinuosos y tambaleantes.
—No puedo hacer eso. —Apretó los dedos sobre el volante y sonrió.
Estaba loco.
—¿Me extrañaste?
186
El coche patinó de lado y cruzó la línea blanca hacia el carril contrario en una curva
sin salida. Francis cerró los ojos con fuerza, rezó, respiró y deseó estar muy, muy lejos,
y no en un coche con Vitari Angelini.
Avanzaron a toda velocidad por la carretera hasta lo que parecía ser nada más que
un almacén con un único gran avión de carga de doble hélice en la pista, con los
motores ya girando y zumbando.
Vitari derrapó el auto hasta detenerlo bruscamente, abrió la puerta, saltó y le gritó
a Francis que se diera prisa.
Se quedó mirando el gran avión, listo para despegar. No había nadie alrededor,
aunque tenía que haber gente aquí dirigiendo el aeródromo, ¿no?
—¡Francis!
Vitari subió los escalones de metal, hacia la puerta abierta del pasajero.
Los motores rugían y las hélices giraban, azotando la sotana alrededor de sus
piernas y helándole hasta los huesos. Levantó la mirada y encontró a Vitari en el
escalón superior.
187
—¿Padre? —La corriente de aire de los motores alborotaba el pelo corto de Vitari
y agitaba su camisa—. Date prisa, Luca no está tan lejos. Necesitamos irnos.
Irse con Vitari era un error. Lo sentía en su corazón. No podía huir para siempre.
Debía llamar a la policía y que ellos se encargaran de toda esta locura. Le habían dicho
que lo protegerían. Vitari era el diablo en forma humana, la personificación de la
tentación y el pecado. Dondequiera que iba, moría gente.
Vitari descendió unos escalones y se quitó las gafas de sol, exponiendo la extensión
de los moretones en su rostro. Tenía el ojo negro y un corte en la frente. Le ofreció su
mano.
Los motores del avión rugían, el viento azotaba a Francis y parecía como si
estuviera al borde de un precipicio, como si este momento fuera la prueba final y no
hubiera vuelta atrás.
—¿Te mostró las fotos? —Vitari gritó por encima del rugido de los motores—.
Luca te tiene atrapado. Si no vienes conmigo ahora, te destruirá. Ven conmigo,
Francis. —Se lamió los labios—. Te mantendré a salvo.
—Porque los dos estamos jodidos, porque necesito descubrir por qué eres tan
especial, porque yo... porque no quiero ir solo.
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¿Y si esta prueba no fuera sobre Francis? ¿Y si nunca se hubiera tratado de él? ¿Y
si el hombre que le suplicaba ahora fuera la verdadera razón por la que Francis estaba
aquí?
Había prometido ayudar a la gente y ahora mismo, con la mano extendida, Vitari
necesitaba ayuda. Sus palabras no eran toda la verdad, pero sus ojos eran honestos.
No quería estar solo.
Vitari cerró la puerta de golpe, echó el pestillo y señaló con la cabeza los pequeños
asientos atornillados al lateral del avión
El fuselaje tembló, los motores rugieron, ganando impulso y el avión retumbó por
la pista.
Francis se sentó y se abrochó el cinturón con dedos torpes. Todas las cajas estaban
sin marcar. ¿Qué había dicho la policía española? Los Battaglia traficaban con
personas, armas, drogas…
Vitari se desplomó en el suelo, levantó y dobló una de sus largas piernas, estiró la
otra y se frotó la frente. Se dio cuenta de que Francis le miraba y sonrió.
189
190
CAPÍTULO 18
VITARI
Vitari había esperado que Francis perdiera la cabeza y tratara de escapar del avión,
pero, ya fuera porque se había hartado de correr o porque estaba en estado de shock,
no respondió, solo se quedó mirando las cajas, con la mejilla temblando.
No había sido fácil llegar hasta allí, engrasar manos24, usar su nombre mientras
todavía era influyente para regresar al espacio aéreo del Reino Unido y luego tener
un avión cargado con producto parado en un aeródromo en medio de ninguna parte,
como un tarro de miel para los federales de todo el mundo.
Pero Luca no estaba ganando esto, y ahora que Vitari tenía a Francis, Luca no
podía llegar hasta él. Nadie podría. Ni DeSica, ni la policía, ni siquiera Giancarlo.
Quizás Venezuela sería algo bueno. Al menos allí podría controlar su vida.
Estaba seguro de que Francis había estado a punto de correr de nuevo en los
escalones del avión. Había escuchado su oración sobre el mal y había leído gran parte
de ella en sus labios. Probablemente Francis tenía razón: él era malvado. Se lo habían
dicho a menudo en la pequeña habitación oscura de su infancia. Malvado, roto, bueno
para nada.
191
No había planeado que el sacerdote lo acompañara a las plantaciones de coca.
Francis estaría bien. Era mucho más duro de lo que parecía o de lo que él se creía. Era
ingenioso, rápido y escondía una racha de ira, la que lo llevó a darle ese hermoso revés
a Luca. Ese pequeño idiota se lo merecía.
Pero claro, Francis siempre había sido diferente. Desde el momento en que Vitari
lo vio, supo que el hombre era especial, pero no podía entender por qué.
A menos que pudieran precisar por qué Giancarlo quería a Francis, por qué los
DeSica lo querían. Por qué dos de los sindicatos criminales más grandes del mundo
estaban tan jodidamente interesados en un sacerdote. ¿Qué pudo haber visto? ¿Qué
había hecho? Algo lo suficientemente importante como para que se arriesgaran a ser
expuestos, a perder a sus ejecutores, para que el padre de Vitari lo desterrara a
Venezuela.
192
Vitari abrazó ambas rodillas contra su pecho, luego apoyó su barbilla en la parte
superior y dejó que el ruido del avión y el balanceo de los aparejos lo adormecieran
hasta casi quedarse dormido. Con un poco de suerte, Venezuela sería un paseo por el
parque en comparación con las últimas semanas.
Vitari se despertó por las sacudidas. Los motores del avión se estaban apagando
mientras el avión retumbaba y rebotaba por la pista.
Francis estaba rígido en el asiento, con la sotana doblada sobre el regazo. Su ropa
de civil volvió a chocar con las impresiones de Vitari, dejando de lado al hombre de
Dios y toda la pompa que conllevaba, dejando solo a un hombre con pantalones
negros y una camisa blanca con botones.
Volvió a mirar a Vitari con el ceño fruncido, lo cual era mejor que la mirada de mil
millas que le había dirigido a las cajas cuando salieron de Inglaterra.
—¿Estás bien?
—Sí.
193
—Está bien. —Vitari agarró el aparejo junto a la puerta y observó a Francis ponerse
de pie, con la sotana bien metida bajo el brazo.
Todavía se parecía al padre Francis Scott, el infame sacerdote inglés, pero con suerte
nadie de este lado del Atlántico le habría estado prestando atención a las noticias
internacionales.
—¿Por qué?
Joder, estaba tan mojado detrás de las orejas25 que iban a lograr que le dispararan.
Él no era un Justin.
—Ése no.
La humedad de la jungla había comenzado a filtrarse dentro del avión, ahora que
el aire acondicionado estaba apagado. Vitari se separó la camisa de la espalda. Odiaba
la jungla. Jesús, ¿qué hacía aquí con Francis ? La puerta sonó desde afuera.
25 La frase "Mojado detrás de las orejas" es usada para describir a alguien muy joven, ingenuo e inexperto
194
Vitari miró de reojo a Francis.
—¿Frankie?
—Las cosas son diferentes aquí —dijo Vitari. ¿Por qué le latía con fuerza el
corazón? Normalmente no se ponía tan nervioso por saludar a los lugareños—.
Quédate conmigo, no hagas nada estúpido y estarás bien.
Carlos y sus hombres armados escoltaron a Vitari y Francis hacia una fila de
Toyota Land Cruisers negros brillantes, y Francis se quedó boquiabierto ante el
26 Supongo que es como Ángel le da sentido a los sonidos de las sílabas de su nombre en español. Ahn-Án y
hel-gel.
195
despliegue de toda la operación, con los ojos muy abiertos y el rostro pálido, como un
ciervo perdido ante los faros.
Carlos sacó una pepita de oro de su bolsillo y la arrojó al aire. Vitari la atrapó y
sonrió, sopesando la pepita del tamaño de una pelota de golf en su mano.
Mientras avanzaban por un sendero en la jungla, Francis debió notar que nadie
llevaba sus cinturones y dejó de intentar pescar el suyo. Vitari escondió una sonrisa
detrás de su mano y miró por la ventana a la jungla húmeda. La pista se ensanchó,
luego se unió a un camino de grava y, cuando el sol salió sobre las montañas cubiertas
de jungla, el convoy se dirigió hacia el pueblo de ‘El Cristo’. Las camionetas de escolta
se marcharon, ya que no eran necesarios porque el Sindicato Vincente27 era dueño de
El Cristo y el Battaglia era dueño del Vincente. Estaban tan seguros aquí como en
Calabria. Quizás más seguro.
Carlos les mostró una casa recién construida situada a mitad de una colina en un
terreno entre palmeras, con vistas al pueblo. Vitari hizo todos los sonidos correctos de
impresión, esperando poder tomar una ducha antes de sumergirse en el negocio. Pero
entonces Carlos invitó a Vitari a desayunar con la familia, una invitación que no pudo
rechazar.
—Deberías quedarte aquí —le dijo Vitari a Francis en inglés, mientras Carlos
recitaba órdenes para que sus hombres informaran a sus amas de llaves que tenían
compañía.
196
—¿Aquí? —Francis estaba de pie en medio de la sala de estar, con la camisa
húmeda pegada a él, el cabello pegado a la cara y el ventilador zumbando arriba,
luciendo perdido—. ¿Qué es este lugar? —Se aferraba a su túnica como si fuera un
talismán. Había ido desde su pintoresco pueblo inglés a la salvaje selva venezolana
en menos de veinticuatro horas.
—Soy un rey aquí. Nadie te va a hacer daño. —Vitari sonrió, esperando que algo
de su confianza pudiera tranquilizar a Francis.
Vitari salió de la casa y caminó con Carlos colina abajo. Cuando miró hacia la
colina, Francis estaba en la terraza, mirándolos irse.
197
CAPÍTULO 19
FRANCIS
Al tercer día, llegó Isabel, el ama de llaves, y aunque ella no sabía nada de inglés
y él solo sabía unas pocas palabras muy básicas en español, lograron entablar una
conversación incómoda e interrumpida. Él le preparó una bebida después de sentirse
culpable mientras ella se afanaba en limpiar la casa en el calor. Se enteró de que ella
tenía una familia: dos niños pequeños. Ella le mostró fotografías y luego, a través de
algunos desciframientos y gestos, también se enteró de que su marido había sido
asesinado en las montañas. No preguntó por qué, pero supuso que la mayoría de los
hombres del pueblo trabajaban para la organización de Vitari.
Él oró con ella, lo cual ella pareció apreciar, y cuando se fue, la sensación de
soledad y aislamiento volvió a invadirlo.
198
Al menos la vista de las montañas era impresionante. Intentó no pensar demasiado
en lo que sucedía bajo el dosel de la jungla. Minería de oro ilegal, sin duda, ya que
había visto la pepita de oro que el contacto de Vitari le había dado cuando llegaron.
Fábricas de drogas. Cocaína, tal vez. Explotación de los lugareños.
Isabel regresó por la noche, unos días después, y mientras reabastecía los armarios,
preguntó por Francis en un inglés entrecortado. Él no pudo decirle quién era, pero
por lo demás le contó la verdad. Sin familia, sin mujer, sin nadie de quien hablar. Su
familia era la Iglesia, le dijo, pero no se atrevió a decir nada más. Ella mencionó que
el pueblo tenía una pequeña iglesia y que su hijo estaba enfermo, por lo que oró con
ella mientras ella apretaba su rosario.
—¿Llevas aquí menos de una semana y ya estás orando con la maldita ama de
llaves? —Vitari tomó una botella sin marcar del armario, arrancó la tapa y vertió el
líquido blanco claro en un vaso. Lo tragó y miró a Francis a través de sus pestañas
oscuras—. ¿Sabe ella que eres sacerdote?
Francis no había pasado por alto la pistola apoyada contra la espalda baja de Vitari.
199
—Dios es universal.
Francis se enderezó. Vitari era un hombre peligroso, más aún cuando estaba fuera
de control. Pero no parecía peligroso en este momento. Se dejó caer contra el
mostrador, mirando a Francis, como si esperara un juicio, desafiándolo a hacer
comentarios. Lo que sea que buscaba, debió haberlo encontrado, porque soltó una
carcajada, caminó pavoneándose por la sala de estar y salió a la terraza.
Francis esperó un rato y luego se reunió con él afuera, donde se sentó en una
tumbona y bebió su bebida.
—Haz lo que quieras. —Vitari agitó una mano—. Solo quédate en la ciudad. Si te
adentras demasiado en la jungla, alguien te confundirá con un turista y te cortará las
orejas para pedir un rescate.
Después de estar atrapado durante días, miró el camino que serpenteaba colina
abajo y quiso salir de inmediato, sólo para estirar las piernas y mirar algo más que la
misma vista y las mismas paredes. Pero el estado de Vitari lo detuvo. En ese momento,
sentado en la tumbona, contemplando las montañas, con un aura de tristeza flotaba a
su alrededor. La bebida era una muleta.
200
—¿Qué pasó hoy? —preguntó Francis. Se sentó en la segunda tumbona, lo
suficientemente lejos para darle espacio a Vitari.
—No…
—Jesús, ¿te gusta saber todo sobre todos? ¿Disfrutas escuchando todos sus jugosos
y jodidos secretos, padre?
—No es así en absoluto. —Si supiera el precio que le costaba soportar el peso de
tantos pecados, no gruñiría como lo hacía ahora. Si supiera las veces que Francis había
enterrado su rostro entre sus manos y llorado bajo ese peso, no lo juzgaría con esa
mirada fría. Pero esto no se trataba de Francis.
—Todas esas ovejas de tu rebaño. Apuesto a que hacen todo tipo de porquerías y
te lo cuentan todo al día siguiente para poder volver a hacerlo. Es una maldita broma.
Francis apretó los labios y también miró las montañas. No se podía razonar con
Vitari cuando estaba así. Tenía demasiadas cosas en la cabeza como para ver el daño
que estaban causando sus palabras.
—Entiendo tu enojo.
—No, no lo haces.
201
—Estás sufriendo. ¿Me dejarías orar por ti?
—Señor
202
El silencio volvió.
—Los niños no se merecen eso —susurró Vitari—. Los hombres adultos pueden
joderse unos a otros, sabemos en lo que nos estamos metiendo, pero ese chico sólo
estaba tratando de salir adelante. No estaba robando oro por codicia. Su madre está
enferma; lo supe más tarde. Los médicos aquí son caros. —Se frotó la cara—. Se
supone que debemos cuidar de estas personas, así es como funciona. Somos sus
protectores, ellos ayudan a ocultar nuestra operación de la policía y nosotros los
cuidamos. Nos preocupamos por ellos. No vine aquí para ejecutar a niños inocentes.
Algo helado y brutalmente agudo brilló en los ojos de Vitari. Se puso de pie y luego
se agarró a la tumbona.
Vitari miró sus manos entrelazadas y frunció el ceño. La profundidad del dolor en
sus ojos le llegaba hasta el alma. Francis también lo sintió: la agonía de la pérdida y la
culpa.
—Me voy a la cama. —Vitari liberó su mano y caminó tambaleándose por la sala
de estar, desapareciendo en la parte trasera de la casa.
203
Pasaron las semanas, luego los meses. Francis veía poco a Vitari y pasaba la mayor
parte de su tiempo en la pequeña iglesia, ayudando en lo que podía. Vitari pasaba
días y noches fuera, haciendo lo que sea que él hiciera en la jungla. Se orbitaban entre
sí, conscientes el uno del otro a distancia. Una noche, Vitari anunció que se ausentaría
por una semana y, a la mañana siguiente, se fue. Desapareció como la niebla bajo el
sol. Mientras estuvo fuera, Francis se dedicó a ayudar a quienes necesitaban la guía
de Dios. Blanco Padre , habían empezado a llamarlo. Padre Blanco.
Regresó a casa, cansado por el trabajo del día pero también animado, de una
manera saludable que rara vez había experimentado en Inglaterra.
—¿Qué estás haciendo? —dijo Vitari. Estaba apoyado contra la pared del fondo,
en el salón con las luces apagadas, los brazos cruzados, como en una emboscada.
Después de días sin él, reaparecía como un extraño en la vida de Francis, solo una
silueta de alguien a quien casi había conocido.
—No…
204
—¿Blanco Padre? —Vitari se apartó de la pared y se acercó pavoneándose—. ¿Qué
carajo? ¿Quieres que Luca venga aquí? ¿Quieres que te encuentren, es eso? —Sus ojos
enojados brillaron en la oscuridad.
—No puedes evitarlo, ¿verdad? — Vitari resopló—. Sólo tienes que ser el centro
de atención, tienes que pulir tu halo donde todos puedan ver. —Se detuvo frente a él
y dirigió su mirada despectiva a Francis.
Francis se mantuvo firme y apretó los puños. ¿Por qué Vitari estaba así?
—Me gusta la gente, me gusta ayudarlos. ¿Qué más se supone que debo hacer?
¿Sentarme aquí y esperarte?
—Yo no te secuestré. —Él resopló. —Te subiste a ese avión conmigo por tu propia
voluntad. Esto no es mi culpa. Tú elegiste estar aquí.
—¡Para ayudarte!
Vitari retrocedió.
205
—Sí, lo haces, Vitari. Eres un desastre, estás sufriendo y puedo ayudarte. —Francis
se acercó, ofreciéndole las manos, intentando hacerle ver y comprender—. Este no
eres tú, nada de eso. Toda esta vida en la que estás involucrado, finges amarla, pero
estás asustado todos los días.
—Retrocede, padre. No soy uno de tus casos de caridad. —Vitari se movió como
si fuera a darse la vuelta, luego se tambaleó y puso un dedo en la cara de Francis—.
Tú eres quien necesita salvar a todos porque no puedes salvarte a ti mismo. El jodido
atrapado eres tú, no yo.
—Seguiré yendo.
—No me importa. Estoy ayudando a la gente. Estoy haciendo una diferencia aquí.
—¿Qué pasa contigo? ¿Qué hay de mí?— Vitari se dio unos golpecitos en el pecho
y sus manos se animaron más a cada segundo—. ¿No lo entiendes? Somos jodidos
hombres muertos. La familia sólo tiene que decir la palabra y seremos ejecutados como
ese estúpido niño. Estoy aquí porque no te maté cuando debería haberlo hecho, estás
aquí porque Luca tiene fotos tuyas chupándome la polla y los DeSica están
convencidos de que eres importante. Mantén la jodida cabeza gacha, Francis, o no
podré protegerte.
206
No, no iba a obedecer a Vitari. Había pasado demasiado tiempo de rodillas,
obedeciendo a los demás. Esta era su vida y podía hacer algo aquí.
—¿Qué más hay ahí? ¿Por qué estoy aquí? No lo entiendes, tengo que hacer esto.
Tengo que mejorar las cosas. Tengo que ayudarlos.
—¿Por qué?
—¿Por qué tienes que arriesgar la vida de ambos por extraños, Francis?
—Soy sacerdote.
Vitari se rio.
Vitari, a la velocidad del rayo, sacó el arma y apuntó entre los ojos de Francis.
Francis se quedó helado, tragó saliva con fuerza y levantó las manos.
207
Vitari se inclinó hacia ella. Vitari no le dispararía, habían llegado demasiado lejos,
pero el arma clavada bajo su barbilla se burlaba de cualquier sentido o razón.
—Me vuelves jodidamente loco —susurró Vitari. Las palabras flotaron por las
comisuras de la boca de Francis—. Eres tan jodidamente bueno, todo el tiempo.
Los labios de Vitari rozaron ese mismo lugar, y luego su lengua se burló y el arma
siguió clavándose, y el calor de Vitari abrasó el cuerpo de Francis. Podía oler el metal
frío, la colonia de Vitari, el gel que usaba en el cabello y su sudor. Pero no era el miedo
el que le hacía temblar.
—Te joderé y te arrastraré al suelo conmigo. —La boca de Vitari rozó su mejilla,
entregando las palabras en su oído, donde atravesaron todas sus barreras y se
deslizaron hacia adentro. Su miserable cuerpo vibraba con lujuria, indefenso cuando
se trataba de Vitari. Él sabía socavar las fortalezas de Francis y exponer todas sus
debilidades.
No podía abrir los ojos; si hacía eso, caería en la mirada de Vitari y no habría
escapatoria. Si seguía así, rígido, con los ojos cerrados, sin responder, Vitari se
aburriría.
El duro cañón del arma acarició el cuello de Francis, bajó por su pecho, y el corazón
de Francis latió con más fuerza cuanto más se hundía el arma. Él estaba duro. Esto
estaba mal. Todo en esto estaba mal. Pero era débil, sólo un hombre con necesidades
y deseos, y muy, muy lejos del sacerdote perfecto que Vitari parecía creer que era.
Vitari lo ignoró, y la boca fría y firme del arma acarició la polla de Francis, atrapada
torpemente en sus pantalones. Vitari lanzó un suspiro contra la boca de Francis; no
fue un roce, en realidad, ni un beso, sólo una promesa. Pero el hecho de no tocarlo lo
208
hacía todo más agudo, más cruel, más real. La dureza del arma lo rozó, y Francis
apretó los ojos con más fuerza. Podía soportarlo. Era sólo lujuria, sólo necesidad
animal. Cuando Vitari se aburriera y se detuviera, las necesidades salvajes se
desvanecerían.
—¿Cuántas veces has soñado conmigo de rodillas, Francis? Sé que te gusta verme
así.
—Por favor... —El arma lo rozó, y Francis se mojó por eso. Era una desviación,
excitarse con un arma como esta, pero… se sentía tan bien, se sentía como un alivio, y
cuanto más le frotaba Vitari el arma, más fuerte la deseaba.
Por favor, para, por favor no, por favor más fuerte, por favor más, por favor fóllame,
chúpame. Por favor arruíname.
Francis abrió los ojos y las pupilas dilatadas de Vitari brillaban como diamantes
negros en la oscuridad. Estaba allí, en todas partes a la vez, y Francis no podía escapar.
No quería hacerlo. Dios, se iba a correr. Intentó no moverse, no sacudir las caderas,
intentó no buscar más y más, cada vez más rápido. ¿Se estaba follando una pistola?
¿Esto estaba pasando?
209
—Tu corazón está acelerado. ¿Vas a correrte?
Francis se mordió el labio, ahogando un gemido. Vitari frotó más fuerte, más
rápido. El arma chasqueó mecánicamente. ¿Y si estaba cargada?
Vitari succionó el labio inferior de Francis entre sus dientes, lo pellizcó allí y
mordió suavemente, y con la acción de su frotamiento vicioso, el asalto se volvió
demasiado para luchar, demasiado para contenerse. El éxtasis tronó a través de él,
cegadoramente brillante. Gritó, se sacudió, chorreando esperma, y Vitari le metió la
lengua entre los labios, amortiguando sus gritos, besándolos. Arrojó el arma, pasó un
brazo alrededor de la cintura de Francis y lo apretó contra sí. La dura polla de Vitari
se clavó en la cadera de Francis, empujándolo mientras Vitari golpeaba sus caderas,
tratando de follarlo con la ropa todavía puesta.
—No. —Francis puso sus manos entre ellos—. No, detente —. Empujó y Vitari
retrocedió tambaleándose. Él sonrió, se limpió la boca con el dorso de la mano y
resopló, luego se ajustó los pantalones alrededor de su evidente erección. Esa mirada
sucia y satisfecha hizo que Francis quisiera golpearlo y besarlo.
—Calienta pollas —gruñó Vitari. Hizo un gesto hacia el centro de Francis—. Tienes
un poco de semen ahí, padre. —Cogió su arma. Francis no podía apartar los ojos del
arma, observó cómo Vitari la volvía a enfundar y caminaba hacia la parte trasera de
la casa. —Estaré en la ducha lidiando con mis bolas azules.
—¡No vuelvas a hacer eso! —Francis llamó, odiando cómo le temblaba la voz.
210
chorros de agua, con su pene siendo bombeado en su mano, con la cabeza echada
hacia atrás, tan libre como cualquier hombre podría ser. Quería hacer eso,
corresponder, no porque sintiera que debía hacerlo, sino porque quería ver el deleite
en el rostro de Vitari y saber que había sido él quien le había dado esa paz, sólo por
un rato.
Suspiró y miró las paredes, los muebles, la vista de la montaña desde la ventana.
Estaba bastante seguro de que no había nada en las enseñanzas del Señor sobre
hombres que follaran con armas.
211
CAPÍTULO 20
VITARI
Venezuela no era tan mala. La operación Vincente funcionaba como un arma bien
engrasada, produciendo cocaína de las plantaciones de coca y de los campos de
procesamiento bien escondidos, mientras que las minas de oro enterradas más
profundamente en las colinas generaban ganancias constantes. Battaglia
proporcionaba armas y rutas seguras para enviar el producto desde Venezuela a
Europa. Vincente proporcionaba el producto.
Aquí, Vitari no tenía que pensar en la mierda que le esperaba en casa. Como todavía
estaba aquí y Luca no había dado la cara, Giancarlo debía estar satisfecho con la
operación venezolana.
212
Ese idiota. Vitari iba a tener que recordarle la conversación que habían tenido
varias noches antes. La conversación en la que Vitari había dejado muy claro que
Francis no volvería a la iglesia. Tenían algo bueno aquí. Francis necesitaba mantener
la cabeza gacha.
Bajaron de los Land Cruiser y Carlos explicó que su familia estaría en las
celebraciones y que casi todos en el pueblo estarían en las calles. Vitari accedió a
reunirse con él más tarde, luego regresó a la casa, comió algo y, desde la terraza,
observó las luces de la procesión que recorrían el pueblo.
Blanco Padre.
Se abrió camino a través de las festividades tipo carnaval, tratando de llegar hasta
Francis, pero cuando Francis lo vio, la alegría chispeante se apagó de sus ojos y su
amplia sonrisa se tensó. Se enderezó, cuadrándose y cerrándose al mismo tiempo. Su
reacción no debería haber importado. Era sensato tener la guardia alta. La mayoría de
la gente lo hacía con Vitari. Pero por alguna razón, esta vez, ver a Francis cerrarse
erosionó la calidez de la noche.
213
—No voy a detenerme —dijo.
—Ya lo veo.
El ambiente de fiesta creció a medida que caminaban hacia la calle principal. Una
banda tocaba un alegre número de batería y guitarra, las bebidas fluían, la gente
bailaba en la tierra, con luces de colores colgadas sobre ellos.
Se abrieron paso hasta un bar lleno de gente. El hombre que servía bebidas
reconoció a Vitari y se negó a cobrarle, luego le entregó dos botellas sin marca. Francis
tomó la bebida pero permaneció rígido, mirando a su alrededor como si hubiera
entrado en una cueva de pecado. No eran las personas las que lo tenían en ese estado
de alerta máxima, era Vitari.
—No. —Vitari se rio entre dientes y apoyó una cadera contra la destartalada barra
hecha de tablas de andamio.
214
Francis entrecerró los ojos, buscando el truco, luego, de mala gana, sentó su trasero
en el taburete y tomó un sorbo de su bebida. Ahora que Vitari lo tenía aquí, no estaba
seguro de qué decir. Regañarlo por sus actividades en la iglesia lo alejaría. Francis no
querría hablar del negocio; sólo discutirían. Entonces, ¿qué quedaba? ¿Dios?
—Empecé a leer Canción de hielo y fuego —espetó Vitari, captando la primera cosa
no de negocios y generalmente segura que le vino a la cabeza.
—¿Lo hiciste?
—Sí, quiero decir, sólo he leído treinta páginas. Soy más del tipo de artes visuales.
No soy muy bueno para quedarme quieto.
Eso le arrancó una leve sonrisa, que también se mantuvo, iluminando su rostro y
haciendo que su salpicadura de pecas se acentuara. El calor volvió al pecho de Vitari.
Como si el bienestar de Francis significara para Vitari más de lo que se había dado
cuenta..
—No es lo mismo leerlo cuando ya conoces los grandes giros de trama —dijo
Francis.
—¿Como cuando a Stark le separan la cabeza del cuello? Maldito idiota. Era
demasiado ingenuo.
Charlaron un rato sobre los libros y las series de televisión y Francis perdió su
postura rígida y se animó más. Probablemente había creído que estaban a punto de
ser regañado a gritos, y tal vez eso sucedería más tarde, pero por ahora, Vitari
disfrutaba simplemente pasando tiempo con él.
Francis se aclaró la garganta y pronunció una frase en español que hizo que ambos
Soltaran más risas.
215
—Tal vez trabaje en eso.
Vitari sugirió que salieran fuera, donde la música era más alta y la noche estaba
llena de gente, luces de colores, tambores y guitarras. Una sensual voz masculina
cantaba en un español rico y profundo. El calor de la selva hacía brillar el rostro de
Francis. También le brillaban los ojos, el hielo anterior se había derretido.
—Cuando estás así, me olvido de quién eres —dijo Francis, relajándose contra la
mesita que habían encontrado al margen de las festividades. Él sonrió con su sonrisa
suave, casi tímida. Su verdadera sonrisa.
—Ah, ésa es la cuestión. —Se rio un poco y estudió la botella de cerveza que tenía
en las manos. Un sonrojo pintaba su cara, probablemente por el potente alcohol o por
el calor de la noche.—¿De verdad quieres saber?
Se sentaron uno al lado del otro, Vitari mirando hacia afuera a la multitud y las
parejas bailando, mientras Francis miraba hacia adentro, de espaldas al mundo. El
ángulo opuesto significaba que Vitari podía verlo por el rabillo del ojo mientras
observaba la fiesta. Y no podía quitarle los ojos de encima, no esa noche.
—No lo sé, supongo que hemos hablado de esto —dijo Francis, todavía tímido.
—Gritado, sobre todo. —Se rio entre dientes y miró hacia arriba, encontrando la
mirada de Vitari sobre él—. Estás atrapado en todo esto, pero no creo que sea aquí
donde quieras estar. Ninguno de los dos lo queremos.
Este normalmente habría sido el momento en el que discutirían, pero sus palabras
no lo irritaron esta vez.
216
—¿Pensé que te gustaba aquí?
Vitari se puso de pie, hizo girar la silla y se sentó de espaldas al grupo, más cerca
de Francis. Las celebraciones continuaron, pero en su rincón, la música no era tan
fuerte y estaban solo ellos dos, en su propia pequeña burbuja.
Cuando se rio, todo el dolor en sus ojos desapareció, dejándolos suaves, abiertos,
honestos y tan jodidamente perfectos que Vitari quiso estirar la mano y pasar los
dedos por las suaves y leonadas pestañas. Sus rodillas se tocaron; probablemente
Francis no se había dado cuenta, o se alejaría. Pero el toque quemó a Vitari, haciendo
que su piel hirviera.
—Quería preguntar, ¿puedo… quiero decir… es esta mi vida ahora? ¿Me puedo
quedar?
217
—Sí. —Él también se rio—. La selva tampoco era donde me veía. Pero me gusta
esto, me gusta mucho más que...
Él palideció un poco. Él había olvidado la verdadera razón por la que estaban aquí.
Vitari tocó su mano que descansaba sobre la mesa, ganándose la mirada de Francis.
Joder, la forma en que Francis lo estudiaba ahora, a través de esas pestañas como
pinceles, con sus ojos llenos, tal vez un poco borrachos, sus labios rosados y suaves.
Vitari deseaba mantenerlo a salvo, pero era más que un deseo. Su corazón latía tan
fuerte que Francis debió haberlo oído.
Sólo que lucharía contra el puto mundo entero para proteger a Francis.
Retiró la mano y tomó un generoso trago de cerveza. ¿Qué carajo? ¿Que estaba
haciendo? ¿Qué estaban haciendo?
Francis retiró la mano y la apoyó en su muslo. Él miró hacia otro lado, claramente
avergonzado.
Joder, joder, joder, esto no era un romance de cuento de hadas. El lugar de Vitari
entre los Battaglia estaba en riesgo, y Luca los tenía a ambos sobre un barril de pólvora
con las fotografías incriminatorias. Los DeSica todavía estaban ahí fuera, persiguiendo
a Francis.
218
Quizás Francis podría esconderse en la jungla, pero Vitari no. En unas pocas
semanas, lo llamarían de regreso a casa, y cualquier romance que estuviera
floreciendo aquí sería mejor que muriera en la vid.
—Lo siento —murmuró Francis, pensando que era su culpa por tocar su mano
después de toda la mierda que Vitari le había hecho, asumiendo su culpa como
tomaba la de todos los demás.
—Lo que sea. —Vitari salió disparado del banco y se abrió paso entre las parejas
que bailaban. Era un jodido idiota y bebía con Francis como si fueran amigos. Francis
lo odiaba. Como debería hacerlo. El tipo era un puto santo y Vitari era… indigno.
219
CAPÍTULO 21
FRANCIS
Francis cerró los ojos e intentó calmar sus pensamientos. No debería haberle
tocado así, pero sólo lo había hecho para consolarle, y Vitari parecía necesitarlo.
Era un pecado, lo sabía, pero así eran las cosas con Vitari.
220
Se empujó desde el banco, dejando atrás su bebida, y se abrió paso entre la gente
sonriente y feliz detrás de Vitari. ¿Que estaba haciendo? ¿Qué iba a decirle? Parecería
un tonto, o peor aún, Vitari se enojaría y le gritaría sobre la iglesia y que nada de esto
era un juego.
Francis no tenía ninguna respuesta, sólo sabía que no podía dejarlo ir.
—¡Vitari!
Francis aminoró la marcha, con pasos inseguros. Esto era lo que había temido. Lo
había entendido todo mal.
Francis estaba en la pista, a medio camino entre el grupo y la figura de Vitari que
se alejaba. Quería regresar y unirse a las festividades, pero ¿qué sentido tenía sin
Vitari? No podía dejar las cosas como estaban; no podía permitirle volver a esa casa
vacía y beber solo.
Llegó a la casa justo cuando Vitari cerró la puerta de un tirón y se detuvo de nuevo.
221
Esto era su culpa; había cruzado una línea. Las líneas entre ellos eran tan confusas,
siempre cambiantes. Nunca sabía dónde se encontraba. Se disculparía, hablaría con
él. Tenía que haber una manera de arreglar esto.
Abrió la puerta y allí estaba Vitari con el hombro apoyado contra la pared del
pasillo, esperando. Parecía amenazador en la oscuridad, con la cadera ladeada y una
ceja levantada.
No iba a escuchar ahora. Peor que eso, estaba a punto de hacer algo demente, algo
loco. Entró y luego se acercó a Vitari en el pasillo oscuro.
Las cejas de Vitari se alzaron al sentir que algo había cambiado, y entonces Francis,
sin pensarlo, extendió la mano y tocó la afilada mandíbula de Vitari. Presionó sus
labios contra los de Vitari. Tenía que ser rápido, o gruñiría y diría algo duro, y esto
nunca sucedería. Pero esto tenía que suceder. Vitari estaba en su sangre, quemándolo,
y cada vez que Vitari dolía, Francis también. Su corazón latía con fuerza, el miedo y
la adrenalina se mezclaban en una brebaje embriagador más potente que el alcohol.
No lo entendía, no los entendía a ellos, pero sabía que cuando se tocaban, el ruido
interminable que abarrotaba la cabeza de Francis se desvanecía, y solo quedaba el
sabor y la sensación de Vitari en su lengua, y el olor de la crema para después de
afeitarse cara y ligera que usaba; la forma en que olía y sabía siempre tan deliciosa,
como el pecado.
Los labios de Vitari se separaron, su lengua entró. Dejó caer la botella, se rompió,
y luego sus dedos se clavaron en el cabello de Francis, y Vitari se balanceó, agarrando
la cadera de Francis con su mano libre. Lo empujó contra la pared y el beso pasó de
una pregunta cuidadosa a una demanda salvaje. Vitari lo besó con su cuerpo, no sólo
con su boca. Se meció dentro de Francis como una ola, entrando y saliendo de nuevo,
desatado y salvaje.
222
Francis deslizó sus manos por la espalda de Vitari, acercándolo, necesitando sentir
más de él, todo de él, a la vez. Más, necesitaba más, necesitaba quitarle la camisa, pero
los botones de su camisa estaban obstinadamente atascados, los botones eran
demasiado pequeños bajo sus dedos...
Vitari se echó hacia atrás, se quitó la problemática camisa por la cabeza y la arrojó
a un lado. Su pecho desnudo era aún más tentador en la sombra. Francis se abalanzó
y le chupó el pectoral izquierdo, sintiendo el sabor del sudor salado. Vitari emitió un
gemido de necesidad y luego se aferró a Francis, guiándolo hacia abajo. Los dientes
de Francis rozaron su pezón; Chupó y provocó, y Vitari gruñó, el sonido bajo y rico,
rasgueando la propia necesidad de Francis más alto.
La música del pueblo zumbaba por la casa, pero el mundo real estaba muy lejos.
Estaban perdidos en alguna otra realidad, lejos de ésta. Francis empujó y Vitari se
relajó, luego se rio cuando Francis lo empujó contra la pared opuesta y atacó su cuello.
No era suficiente. Nunca sería suficiente. Ahora que había desatado esta necesidad
entre ellos, quería devorarlo.
—Te deseo —susurró Francis durante un descanso entre las olas. Se encontró con
la mirada de Vitari, y sus ojos ya no eran burlones.
Vitari agarró a Francis por el trasero y lo levantó del suelo. Francis rodeó su cintura
con las piernas, también lo rodeó con sus brazos y lo besó hasta dejarlo sin aliento,
sabiendo que Vitari podía sentir cómo ardía por él, lo duro que estaba. Bromeó con
su boca, mordisqueó sus labios como lo había hecho Vitari, y Vitari gruñó, siseando
mientras llevaba a Francis al salón. Chocaron con algo y se volcaron.
223
Vitari lo colocó sobre el borde de la mesa del comedor, rasgó los pantalones de
Francis y luego lo empujó por el pecho, tirándolo hacia atrás por lo que tuvo que
apoyarse en sus manos.
Vitari miró hacia arriba, y entre sus respiraciones aceleradas, hubo un momento
en el que cruzaron sus miradas, y la profundidad de la cruda necesidad en la mirada
de Vitari envió descargas de lujuria al centro de Francis.
Vitari agarró su polla, se inclinó y su boca apretada y cálida se cerró sobre la polla
de Francis, metiéndolo profundamente.
Sí, necesitaba esto. Lo necesitaba tanto que no podía pensar, no podía respirar. No
iba a durar.
—Oh Dios. —No podía durar. Todo terminaría demasiado pronto. No quería que
esto terminara, pero necesitaba la liberación.
Vitari se apartó de la polla de Francis, se abalanzó sobre él, lo estrechó entre sus
brazos y lo capturó en un beso enloquecedor mientras sus manos trabajaban en la
camisa de Francis, abriendo los botones hasta que quedaron desnudos, pecho contra
pecho. La piel caliente y resbaladiza se acariciaba. La boca de Vitari abrasaba el cuello
de Francis. Se aferró a él, necesitándolo más cerca.
Era como en la piscina, pero sin los pantalones cortos. A Vitari no le importaba
estar expuesto, pero más que eso, sabía lo salvajemente hermoso que era.
224
—¿Ves algo que te guste? —Tomó su propia polla en la mano y la acarició.
Vitari se rio, volvió a abrazar a Francis y lo bajó de la mesa. Con unas cuantas
sacudidas de confianza, bajó los pantalones de Francis y se acercó suavemente,
presionando contra la desnudez de Francis, volviendo a cambiar su ritmo a un
movimiento lento y de roce. Una danza de piel sobre piel.
Esto definitivamente lo era. Francis chupó con más fuerza, moviéndose, lamiendo,
usando sus labios para apretar su agarre, luego la sacó con un jadeo y lamió la
longitud de Vitari, tocando la cabeza salada, barriendo su presemen. Aún no era
suficiente, pero no estaba seguro de hasta dónde llegaría Vitari.
Francis se liberó, jadeó en busca de aire y esperó a que la habitación dejara de girar.
Besó los temblorosos muslos de Vitari, hundiendo sus dedos en los músculos firmes
y poderosos.
225
Francis, de rodillas, contemplaba su hermoso cuerpo. Lo había estado reteniendo
todo, como una presa que contiene un lago crecido. Pero ya no más. Se enderezó y
apretó su pene contra el de Vitari, haciéndolo jadear, como si Vitari fuera quien
estuviera a merced de Francis. El poder se sentía bien, el poder de dar placer.
Vitari agarró ambas pollas en su mano y bombeó sus dedos mojados. Francis se
agarró a su brazo, aferrándose. La respiración de Vitari cortaba su mejilla. Dios, iba a
desmoronarse por completo. Movió sus caderas, follando la mano de Vitari y su pene,
buscando esa fricción caliente y deliciosa. Dios, sí. Esto era. Esto era todo.
Folló más fuerte, luego miró sus pollas atrapadas en la mano de Vitari, y fue el
detonante final, el último empujón. El éxtasis lo cegó. Él se corrió, farfullando. Chorros
cremosos cayeron sobre los dedos de Vitari y subieron por su cadera.
—Si dices que no podemos volver a hacer esto nunca más, podría morir aquí
mismo.
Francis se rio entre dientes y levantó la mirada. Vitari miró hacia abajo, y el
escalofrío eléctrico que lo recorrió fue el mismo ahora que cuando había tocado la
226
mano de Vitari en la mesa antes. Era el verdadero Vitari, complicado y perdido, igual
que Francis. Excepto que, imposiblemente, habían encontrado algo el uno en el otro.
Francis aún no estaba seguro de qué era ese algo. Sólo sabía que no era malo, que no
era un pecado. Era real y levantaba su maltrecho corazón.
227
CAPÍTULO 22
VITARI
Vitari no había hecho esto. Todo esto fue iniciativa de Francis. No le había
apuntado con un arma a la cabeza, no lo había amenazado, todo lo que había hecho
era alejarse, con la intención de dejarlo en la celebración.
Sabía que Francis había enterrado toda su pasión. Lo había visto en destellos de su
ira. Pero no esperaba que el sacerdote “soy más santo que tú” ardiese como un
incendio forestal, consumiendo todo a su paso. Y resultó que ese todo fue Vitari.
Vitari lo guio hasta la ducha, ya que ambos estaban chorreando semen, y una vez
que Francis se quedó solo dentro del cubículo, no se derrumbó ni entró en crisis, como
Vitari había esperado. Se lavó, estirándose bajo el agua, con la polla medio dura y
colgando, y ahora era Vitari quien lo miraba fijamente. Francis era delgado, con
piernas largas, caderas estrechas y una polla que encajaba perfectamente en las manos
de Vitari y en su garganta.
228
Francis se duchó y su cabello se alisó, haciendo que su rostro se viera más afilado,
casi cruel, pero luego sonreía, y maldita sea si a Vitari no se le ponía dura otra vez al
mirarlo.
Él tampoco iba a ocultarlo. Había visto la forma en que Francis lo había mirado
desnudo. Debió ser una tortura para él ver a Vitari nadando en la villa hace meses.
No es de extrañar que hubiera huido en aquel entonces.
Francis estaba fingiendo no mirar ahora también, pero su polla lo había notado,
eso era seguro. Él recogió el jabón, se enjabonó todo el cuerpo y luego dudó a la hora
de frotarse la polla.
—Déjame a mí. —Se enjabonó la mano, dejó caer el jabón y acarició con los dedos
la polla de Francis. Las pestañas de Francis revolotearon, sus labios se abrieron, el
calor le inundó la cara y el pecho. Él respondió tan hermosamente, se rindió tanto ante
su toque, con su rostro lleno de necesidad desesperada y su cuerpo tenso, listo para
ser follado.
Vitari deslizó su mano debajo de las bolas de Francis, tomándolas y luego las
amasó suavemente. Francis se apoyó en las baldosas y utilizó la pared para sostenerse.
El agua caía sobre los dos, limpiando la espuma. Nunca había tenido la libertad de
tocar a otro hombre así, de saborearlo. Sus encuentros siempre habían sido
apresurados, desesperados, con demasiado temor de ser descubierto, y más tarde,
cuando se enteró de cómo la familia trataba a los hombres que follaban con hombres,
había dejado de hacerlo por completo.
229
Vitari cercó a Francis, inmovilizándolo contra las baldosas. Le agarró las muñecas
y se las puso a la altura de los hombros, impidiéndole que paseara sus delicadas
manos por todo Vitari. Giró suavemente sus caderas, deslizando su polla contra la de
Francis. Su piel se pegaba a la piel limpia, estremeciéndose con el movimiento. Lo que
quería hacer era darle la vuelta a Francis, enjabonarse la polla y hundirse
profundamente en su culo, pero como Francis acababa de hacerse a la idea de que el
sexo era bueno, no quería ir demasiado lejos demasiado pronto. No se trataba sólo de
sexo, se trataba de acallar todo el ruido en la cabeza de Francis, todas las voces de su
pasado que le decían que esto estaba mal. Vitari no quería dar a esas voces ninguna
excusa para demostrar que tenían razón. Esto era suficiente; era más que suficiente.
—¿Yo?
—Sí. —Vitari colocó un brazo sobre su hombro y luego tuvo una mejor idea—.
Córrete sobre mí. —Se arrodilló y miró a Francis. Por sus encuentros pasados, aun con
lo breves que habían sido, tenía la sospecha que Francis se encendía con la vista de él
estando de rodillas.
230
Francis agarró su propia polla enjabonada, miró hacia abajo y se bombeó,
acelerando. Su cara húmeda era la imagen del éxtasis, con los ojos vidriosos abiertos
y los labios carnosos.
—Joder, sí. —Se folló el puño, bombeando como un loco, y se corrió duro, su polla
goteaba mientras el orgasmo lo quemaba. Maldijo en italiano y se aferró, jadeando
contra la pierna de Francis.
Vitari echó la cabeza hacia atrás y parpadeó ante los chorros de agua por la
adorable expresión de preocupación de Francis
—Ven a la cama.
Francis tragó saliva, y esa sonrisita tímida suya levantó sus labios, clavando
simultáneamente una bala en el corazón de Vitari. Sí, moriría por el padre Francis
Scott.
231
Afuera había salido el sol, calcinando la ciudad. Carlos y los demás estarían
esperando. Pero Francis estaba acurrucado cerca, respirando suavemente,
profundamente dormido, y nada arruinaba este momento. Su cabello castaño se había
rizado y enredado por el manejo brusco de Vitari. Sus labios también eran rosados, su
barbilla un poco roja por la quemadura de la barba. Parecía jodidamente arruinado.
La polla de Vitari se contrajo. Él había sido quien había hecho perder la cabeza a
Francis una y otra vez la noche anterior. Francis había follado la boca de Vitari como
un animal y gritó su nombre mientras bajaba por la garganta de Vitari. Lo había
derramado en su lengua, había visto la conmoción en su rostro, y luego esa sonrisa
tímida suya se había vuelto malvada.
Vitari rodó sobre su espalda y suspiró. Le haría el día más fácil, saber que tenía el
semen de Francis dentro de él.
232
Vitari sacó las piernas de la cama, recogió su ropa y se vistió fuera de la habitación,
con cuidado de no despertarlo.
Agarró el arma, la enfundó, se ató las botas y luego asomó la cabeza por la puerta
del dormitorio. Francis se había dejado caer boca abajo y roncaba, con el culo desnudo
expuesto al aire. Podía distinguir la pequeña marca roja donde Vitari le había mordido
la nalga derecha. No quería nada más que volver a meterse en la cama, deslizar sus
dedos en el trasero de Francis y hacerlo jadear de nuevo. Anoche no habían llegado
tan lejos. Había sentido que el juego anal estaba actualmente prohibido. Pero como
ahora tenía la mejor vista de ese trasero color melocotón, parecía un juego limpio
pensar en todas las cosas que podría hacer con él.
¿Quizás debería haber dejado una nota, como si fuera un novio amoroso?
Se reunió con Carlos, se subió al Land Cruiser y se preparó para conducir un día
sabiendo que Francis lo estaría esperando cuando regresara, y la noche siguiente
planeaba arruinarlo de nuevo y que Francis lo arruinara a cambio.
233
234
CAPÍTULO 23
FRANCIS
Era media tarde cuando Francis se despertó; ya había transcurrido casi todo el día.
Isabel y otros de la iglesia se estarían preguntando adónde había llegado.
Se quedó tumbado en la cama un rato más, con el cuerpo todavía palpitante. Vitari
había sido… minucioso, con sus dientes, lengua, manos y… polla. Francis se
endureció bajo la sábana otra vez, su polla era como una batería recargable que nunca
se apagaba.
No esperaba que Vitari todavía estuviera en la cama con él, y podría haber sido
incómodo si así hubiera sido. La noche anterior había sido...
Si Dios no quería que él sintiera paz, entonces quizás Dios había elegido al
discípulo equivocado en Francis.
Hizo una mueca y se giró sobre su costado, ajustando sus pensamientos. No quería
que la oscuridad lo siguiera hasta aquí. La dejaría disfrutar la mañana siguiente. El
235
inevitable dolor y castigo vendrían después. Vitari aún intentaría desterrarlo de la
iglesia, y Francisco seguiría yendo. Nadie era su dueño. Ya no.
No podía pasar todo el día en la cama. No quería que Vitari pensara que estaba
tan destrozado que no podía salir por la puerta. Se duchó, se vistió y llevó una taza
de café recién hecho al porche. La ciudad estaba tranquila, a diferencia de la noche
anterior, cuando había palpitado de vida, calor y color. A él también le había
encantado eso, estar entre personas maravillosas que le habían abierto sus corazones
y sus hogares.
Francis se agachó, pero desde lo alto de la colina podía ver claramente cómo los
hombres disparaban en oleadas de balas contra las casas. Entonces comenzaron los
gritos. Una joven salió corriendo de su casa, la misma que le había regalado una flor
la noche anterior. Ella corrió, gritando llamando a su mamá, y luego cayó como una
muñeca cuando las balas la ametrallaron por la espalda.
—Dios no. —Francis cerró los ojos con fuerza. El shock rivalizaba con el malestar,
agitándole las entrañas. Podría vomitar o desmayarse.
Se volvió.
236
Estaban aquí, hombres con rifles, con la parte inferior de la cara cubierta por
máscaras que sólo dejaban ver los ojos. Si huía, le dispararían por la espalda, como a
la chica. Si no corría, le dispararían donde estaba agachado. Iba a morir aquí, por nada.
Los hombres apuntaron sus armas hacia él y gritaron en español, de lo que Francis
entendió sólo una parte.
—No dispares. Me llamo Padre Francis Scott, soy un sacerdote católico. ¡Tu jefe
me querrá vivo!
—¡Soy sacerdote!
—Mi nombre es Padre Francis Scott. ¡Por favor, soy un sacerdote inglés! Por favor,
no me mates.
237
CAPÍTULO 24
VITARI
Caracas estaba ocupada fingiendo ser una ciudad segura para que los turistas
estadounidenses regresaran. Parecía segura en apariencia, incluso tenía algunas de las
grandes franquicias en las calles principales que los estadounidenses reconocerían.
Pero la corrupción era profunda. Vitari lo sabía, porque los Battaglia estaban metidos
en todo, hasta en la alcaldía.
Mientras los coches retumbaban por las calles, los peatones observaban,
instintivamente conscientes de que estaban en presencia de la realeza. Esto era lo que
los forasteros no entendían de la mafia. No era una banda criminal más. Su influencia
corría por las venas de un país, lo mantenía vivo, lo alimentaba, lo nutría y, al mismo
tiempo, le quitaba dinero. Si se eliminaba a la Mafia, el país se hundía. Los Battaglia
hacían más bien por la gente de aquí que los políticos corruptos y el gobierno elegido.
238
Entraron al hotel como reyes, flanqueados por un pequeño ejército de seguridad.
Nadie se atrevería a atacarlos. La seguridad les sería como un barrera. Eran jodidos
reyes.
Vitari fue conducido a una nueva y reluciente sala de conferencias donde, tan
claramente como el día, se habían apilado varios paquetes de cocaína sobre la mesa.
En el suelo había una caja de armas abierta y, detrás, una fila de cuatro mujeres
jóvenes terminaba la presentación, vestidas con vestidos cortos y escotes
pronunciados. Dos de ellas intentaban no llorar a pesar de sus sonrisas.
Vitari disimuló su mueca. Había aspectos del negocio que no tocaba, y el tráfico
de personas era uno de ellos. Sabía que ocurría, pero se mantenía al margen. Esas
jóvenes venezolanas habían sido compradas o estaban a punto de ser vendidas.
Uno de los entusiastas miembros del equipo de Carlos clavó una navaja en un
paquete de coca y dibujó unas líneas en la mesa. Carlos no perdió tiempo y se esnifó
una. Joder, Vitari odiaba esta parte del trabajo. Lo mejor era acabar con esto de una
vez. No podía negarse sin provocar un incidente internacional y que Giancarlo
volviera a apretarle los cojones.
A Vitari se le dio un recorrido por el nuevo edificio, con sus candelabros de cristal,
su espectacular piscina infinita junto a la playa y su área de terraza. Todo comprado,
pagado y construido con dinero de la mafia. Era casi vergonzoso lo jodidamente
azotada que estaba Venezuela.
Las chicas los siguieron. Todos sabían hacia dónde se dirigía esta fiesta y no era
un final feliz para ellas. Si Francis alguna vez se enterara de los acuerdos que hacía
Vitari, volvería a sentirse disgustado. Él sabía lo que hacía Vitari, pero no lo entendía.
239
La coca tenía sus garras dentro de él, acelerando su corazón, haciéndolo sentir
suelto y libre. Realmente no necesitaba pensar en Francis en el trabajo.
Cuando la chica intentó hacer un movimiento con él, no pudo decirle que era linda
pero que no hacía nada por él sin causar una escena, así que le siguió el juego, dejando
que ella lo arrinconara mientras los demás jugaban, bebían y se manoseaban toda la
noche.
Vitari parpadeó ante ella. ¿Cómo carajo conoce a Francis? Sus pensamientos
cocainómanos se detuvieron en seco.
—¿Qué?
—El cura. — Ella sacó una foto arrugada de entre sus pechos y se la tendió. La foto
mostraba una fila de sacerdotes mayores, todos alineados con sus túnicas, y el rostro
de Francis rodeado con un bolígrafo rojo. No necesitaba que lo señalaran; su rostro
fresco lo resaltaba como un civil en una formación criminal.
—Está en peligro.
240
Él la miró fijamente y apenas se resistió a agarrarla y sacudirle todas las respuestas.
El shock sacudió sus pensamientos drogados o borrachos. No esperaba que Francis lo
siguiera a Caracas. Esto era un negocio. Si Francis entraba en contacto con el negocio,
entonces su ciertamente delgada identidad como Frankie quedaría arruinada.
—Victoria Chase.
El nombre de Victoria Chase nunca le había parecido correcto y ahora sabía por
qué. Mierda, ¿sabía ella que su hermana estaba muerta? No podía decírselo, no aquí,
y que se viniera abajo.
—Mierda. —Tenía que alejarla de los demás—. Sígueme el juego, ¿de acuerdo? —
Cambió al español, repitió la orden, le tomó la mano y luego se giró hacia Carlos que
hablaba con sus hombres junto a una de las mesas de blackjack28—. Voy a llevar a la
chica arriba. ¿Hemos terminado por esta noche, Carlos?
Carlos sonrió y le dio una palmada en la espalda, con los ojos vidriosos por las
drogas. Le dijo que se encontraran en el vestíbulo en una hora.
28 El blackjack, también llamado veintiuno, es un juego de cartas, propio de los casinos con una o más barajas
inglesas de 52 cartas sin los comodines, que consiste en sumar un valor lo más próximo a 21 pero sin pasarse.
241
Vitari apresuró a la chica por los pasillos, subió un tramo de escaleras y probó
varias puertas cerradas antes de encontrar una que estaba abierta. La empujó hacia
adentro, cerró la puerta y bloqueó la cerradura.
A menos que no fuera para ahora. Ella estaba hablando de después, de cuando la
llevaran clandestinamente a Europa en unas pocas semanas. Su hermana le había
dicho que buscara al padre Scott, una vez allí.
Ella asintió.
—¿Quién te lo dijo?
Se mordió el labio, encogiéndose, cada vez más asustada con cada segundo que
pasaba.
—Adelita.
242
—¿Cómo lo conoció ella?
—Se reunieron.
—¿Dónde?
—No lo sé. Hace mucho tiempo. Ella confiaba en él. Ella dijo que él la ayudaría,
que acudiría a él, pero dejó de enviar mensajes. No he podido comunicarme con ella.
Vitari retrocedió y apretó los puños para evitar golpear algo. La coca estaba
jodiendo sus nervios, pero lo tenía bajo control; era el maldito Francis quien le hacía
querer gritarle al cielo. ¿Había conocido a la mujer muerta todo este tiempo y había
mentido al respecto?
—¿Los hombres que estaban conmigo estaban hablando del sacerdote? —Entonces
Carlos sabía quién era Francis. Su cuento de hadas en Venezuela había terminado.
243
—Sí, dijeron que había que… ocuparse de él. No se dieron cuenta de que lo
escuché, pero lo hice, y parecía que no debías saberlo, ¿como si lo conocieras? Pensé
que, tal vez si lo conocías, ¿podrías ayudarme? No quiero ir a Inglaterra. No quiero
estar aquí…
—¡Mierda!
—¿Eso es todo?
—Está bien, tienes que irte mientras todos están abajo. Simplemente sal de aquí,
¿de acuerdo? No corras. Actúa como si todo fuera normal. Estarás bien. Vete.
Vitari enterró su rostro entre sus manos. Maldito Francis, si hubiera jugado a ser
Frankie, nada de esto habría sucedido. Pero no, tenía que ser el sacerdote, tenía que ser
el puto Padre Blanco y ayudar a todos, y ahora su pedacito de paraíso se había acabado.
Vitari se puso de pie y abrió la puerta de golpe. Dos hombres caminaban por el
pasillo y, cuando Vitari salió de la habitación, el hombre que iba delante levantó su
arma con silenciador y le metió una bala entre los ojos a la hermana pequeña de
Adelita. Se balanceó hacia atrás y cayó, retorciéndose en el suelo con un agujero en la
frente.
El corazón de Vitari latió con fuerza. Vio la pepita de oro caer de sus dedos y
levantó la mirada para mirar el cañón de una pistola.
244
—¡¿Qué carajo es esto?! ¿Sabes quién soy?
El bastardo sonrió.
—Solo negocios.
Vitari gruñó y cayó de rodillas, y el compañero del pistolero lo rodeó por detrás,
probablemente para atarle las muñecas. O ejecutarlo. Vitari tenía unos tres segundos
para arreglar las probabilidades o este juego terminaría. Esperó hasta que su
compañero se agachó y lanzó la cabeza hacia atrás, golpeándole en la nariz.
245
Se apresuró a bajar las escaleras, con la cabeza y el cuerpo zumbando. Si los
hombres con los que había viajado hasta allí sabían sobre Francis, entonces Carlos era
parte de ello. Le agradaba Carlos, había confiado en bastardo.
Se metió el arma en el cinturón, contra la cadera, y vio a Carlos al otro lado del
casino, todavía enfrascado en una conversación con su equipo. La mayoría de los otros
hombres se habían emparejado con las chicas.
—No hagas eso. No quiero tener que decirle a tu mujer y a tus hijos que no vas a
volver a casa.
—¿Quieres joderme, Carlos? ¿Quieres joder con los Battaglia? Puedo derribar todo
este maldito imperio. —Hasta que supiera la verdad de todo esto, no estaba seguro
de en qué lado podía confiar, incluido el suyo, pero jugaría la carta de Battaglia en la
que siempre había confiado hasta que dejara de funcionar.
—Gracias por el recorrido, pero creo que ya debemos regresar, ¿no? —Sugirió
Vitari.
246
—Fui atacado por dos hombres en tu casino. —Pensó en que era mejor dejar a
Francis y a la chica muerta fuera de esto por ahora. No quería que Carlos supiera que
se preocupaba por ninguno de los dos.
—No fueron mis hombres. Esos no trabajan para mí. ¿Por qué habría de hacer eso?
Eres todo para nosotros, para mi familia, mi gente. Tú nos proteges, nos das lo que
necesitamos para mantener las minas. Nunca pondría eso en peligro. Debes creerme.
Somos como hermanos, ¿no?
Sonaba genuino, pero eso sólo significaba que a él también lo habían mantenido
en la oscuridad.
Mentiroso.
Joder, tenía que volver a El Cristo. Si iban a hacerle algo a Francis, lo harían
mientras Vitari estuviera a varios cientos de kilómetros de distancia.
247
Llegaron a El Cristo a las 3 de la madrugada, con el pueblo todavía envuelto en la
oscuridad.
Había visto suficiente muerte como para saber cómo aislarse de su brutalidad,
pero cuando los muertos eran personas inocentes y niños, gente con la que había
bailado, con la que había comido, con la que había charlado, que yacían boca abajo en
el suelo, el endurecido corazón de Vitari se resquebrajaba.
Los hombres del convoy corrieron hacia sus casas, abandonando los vehículos y a
Vitari. Carlos estaba entre ellos. Los gemidos y lamentos comenzaron poco después.
Vitari se bajó del Land Cruiser y, a unos pocos pasos, se encontró con un rastro de
sangre oscura insinuando que habían arrastrado un cuerpo.
Se suponía que Battaglia debía proteger a esta gente; se suponía que él debía
protegerlos.
¡Francis!
Vitari podía ver la casa desde la calle principal. Todas sus ventanas estaban a
oscuras.
Joder, no. Subió corriendo la colina, con el corazón acelerado, los pulmones y las
piernas ardiendo.
Sabía lo que había pasado, sabía que encontraría a Francis en un charco de sangre.
Armó su corazón, apagó toda emoción y, liberando su arma, barrió cada habitación.
Detrás de una de estas puertas encontraría su cuerpo, igual que la gente del pueblo.
Siempre estuvo destinado a terminar de esta manera.
248
Pero no había ningún cuerpo. No había sangre. Sólo una taza de café rota en la
terraza.
Vitari se dejó caer en la tumbona y se tapó los ojos con dedos temblorosos. La ira
era un calor creciente y visceral, una tormenta en su cabeza y su pecho. Necesitaba
detenerse, respirar y pensar.
Aunque la masacre no había sido culpa de Francis. Eso había sido otra cosa.
Alguien más.
Tantos muertos.
Pero no Francis.
Aún no.
Se secó la humedad de los ojos y, cuando el sol salió sobre las calles empapadas de
sangre de El Cristo, amartilló el arma, cargó una bala en la recámara y juró al Dios de
Francis que el Ángel de la Muerte quemaría el mundo para salvar la vida de su
sacerdote.
249
El sonido sombrío de gemidos llegaba de casi todas las casas, pero las casas
silenciosas eran peores. Nadie había regresado a aquellas.
Vitari abrió la puerta principal de Carlos, desvió su mirada del cuerpo cubierto de
sábanas en el suelo y encontró a Carlos encorvado en la mesa del comedor. Su esposa
gemía en algún lugar de una habitación trasera.
Vitari asintió y se quedó pensativo. Debería decir algo, pero ¿qué? Qué palabras
podrían quitarle el dolor al hombre?
—Los mataré a todos por esto. —luego de eso salió y se dirigió a la parte trasera
de la casa, donde estaba aparcado uno de los Land Cruiser, continuando hasta la
choza. Vitari comenzó a cargar una colección de rifles y pistolas del almacén en el
asiento trasero.
Había visto las huellas de los neumáticos atravesando la ciudad en dirección oeste.
Quien haya hecho esto estaba escondido cerca de las minas. Cazaría a todos esos
cabrones y los ejecutaría.
Llegó Carlos y, sin decir palabra, se unió a él para cargando las armas. Otros tres
hombres llegaron en una segunda camioneta, igualmente armados.
—Se dirigieron al oeste, hacia la mina —dijo Vitari. Se colgó dos pistoleras y luego
comprobó los cargadores de las dos pistolas.
—Toccara hizo esto. —Carlos se puso al volante mientras Vitari iba de copiloto.
250
—¿Estás seguro? —La milicia de Toccara nunca había sido una amenaza. No eran
más que un puñado de jóvenes con fervor religioso que se dedicaban a secuestrar
camiones y turistas en busca de emociones fuertes. Tenían que saber que Battaglia los
borraría del maldito mapa por esto. Algo había cambiado para que atacaran al
Vincente.
Se habían llevado a Francis, no lo habían matado, por lo que sabían que tenía un
valor. Es posible que hayan visto su rostro pálido y hayan pensado que alguien en
Europa pagaría unos cuantos millones para tenerlo en casa sano y salvo. Vitari
esperaba que eso fuera todo.
Los Toccara los estarían esperando, pero tal vez no tan pronto, ya que Vitari había
acortado el viaje a Caracas.
Mientras bajaban de los vehículos, el agua caía sobre las gruesas hojas, ya fuera
por la lluvia o por el sudor de la jungla. A Vitari se le pegaba la ropa. Su agarre sobre
el arma era grasoso. Odiaba la jodida jungla, odiaba todo lo relacionado con esto.
251
No podía resucitar a los muertos, pero podía matar a los cabrones que habían
arrasado su pueblo.
Vitari vadeó un punto bajo pantanoso, luego abrazó una orilla ascendente sobre
su vientre y se asomó por encima, y allí estaban. Unos cuantos camiones blancos
destartalados estaban estacionados alrededor de una zona de selva despejada. Se
habían levantado tiendas de campaña, también toldos, para proteger de la lluvia y el
calor el lugar donde se reunían los hombres, charlando sin preocupación, como si no
acabaran de masacrar a más de cincuenta personas.
Vitari miró a izquierda y derecha. Carlos y los demás estaban ocultos, listos para
la venganza.
Desenfundó sus dos pistolas, apoyó los dedos en los gatillos y le asintió a Carlos.
252
Si entraban rápido y con fuerza, no quedaría ni un cabrón en pie.
253
CAPÍTULO 25
FRANCIS
La mordaza que le habían metido en la boca le quemaba con sal y una sustancia
aceitosa que olía mucho a diésel. Su cabeza palpitaba por los vapores. Pero dado que
lo habían atado por las muñecas y los tobillos y lo arrojaban al suelo fangoso, no había
mucho que pudiera hacer salvo usar su lengua para intentar sacarse el trapo de entre
los labios.
Sacó finalmente el trapo y escupió hilos, luego hizo girar su lengua alrededor de
su boca seca para tratar de deshacerse del sabor repugnante.
Ahora a por sus muñecas. Intentó retorcerse y tirar, intentó pasar sus muñecas a
través de las bridas, una a la vez, pero estaban demasiado apretadas. Había visto un
vídeo de defensa personal en YouTube, en el que la víctima separaba sus muñecas
para romper las ataduras. Lo intentó, pero sólo logró lastimarse la piel de las muñecas.
¿Tal vez se suponía que debían estar frente a él para que ese movimiento brusco
funcionara? No podía recordarlo, pero lo intentaría.
Doblando las rodillas hasta la barbilla, empujó sus muñecas atadas hacia abajo,
debajo de su trasero, se retorció de izquierda a derecha y sacó los brazos por debajo.
Batalló por pasar las piernas, pero lo logró y ahora tenía las manos atadas en el regazo.
254
Se abrió la puerta de la tienda.
Francis se enfrentó al hombre al que le había arrojado chocolate caliente hacía unos
meses. Luca Esposito. Le cubría un holgado traje de camuflaje, pero no se podía
confundir su rostro delgado y aflautado y sus ojos inyectados en sangre.
—Es usted muy escurridizo, ¿verdad, padre? —dijo en inglés. Avanzó y se agachó,
con los brazos sobre las rodillas. Su mirada recorrió a Francis de pies a cabeza. Se
metió la lengua en la mejilla—. Tienes buen aspecto para ser un hombre que ha estado
huyendo. Supongo que no estuviste muy lejos de Ángel, ¿no es así?
Francis permaneció en silencio. Ya les había dicho que no sabía nada, que todo
aquello había sido un error. Nadie lo escuchaba.
—¿Qué? ¿Creíste que habías encontrado un final feliz aquí, Blanco Padre?
Vitari tenía razón. No debería haber causado problemas, debería haberse quedado
en casa, pero no podía vivir así.
—Me hiciste un favor, mantuviste a Ángel distraído. Pero no podía demorar esto
para siempre. Eres un hombre popular, padre. Por alguna razón, los DeSica están
ofreciendo unos cuantos millones para tenerte en sus manos. Eso es mucho dinero por
un sacerdote don nadie.
255
—¿Mataste a toda esa gente inocente por tu honor?
—¿¡Los niños también estaban en tu camino!? —No había tenido intención de alzar
la voz, pero las palabras salieron disparadas de él.
—Porque no son nada. ¿Quieres que te golpee otra vez, sacerdote? Porque lo haré.
Cierra la boca sobre esa gente. A nadie le importan una mierda. Trabajan para mí,
para el negocio. Yo soy el maldito dios aquí.
Sabía que no debía responder, debía permanecer callado y dócil, pero enseñó los
dientes en una mueca de desprecio. Vitari, a pesar de todos sus defectos, nunca habría
matado a tiros a niños.
256
Luca jadeó, su aliento caliente contra la boca de Francis. Apretó las mejillas de
Francis con más fuerza, aplastándolas contra sus dientes.
—Tal vez deberías chuparme la polla, ¿eh? ¿Es así como Ángel consiguió que
cooperaras? —Luca se agachó, sacó un cuchillo y cortó las ataduras que sujetaban los
tobillos de Francis, liberando sus piernas.
—¿Qué carajo?
257
CAPÍTULO 26
VITARI
Luca vestido de camuflaje salió de una de las tiendas, con Francis agarrado a su
pecho y una pistola bajo su barbilla. El pánico congeló el corazón de Vitari.
—¡No disparen!
—¡Luca, hijo de puta! —Vitari miró a Luca por la mira de su arma, pero Francis se
movió, luchando, haciendo que Luca luchara con él. Si Vitari disparaba, era igual de
probable que le disparara a Francis como a Luca.
—¡Bajen las armas! —Ordenó Luca—. ¡Todos ustedes, cabrones, trabajan para mí,
trabajan para Don Giancarlo!
Carlos miró a Vitari. Vitari negó con la cabeza. No había forma de que Battaglia
hubiera autorizado esto. Giancarlo no se arriesgaría a desestabilizar toda la operación
venezolana. Toda esta mierda era obra de Luca.
—Sé lo que estás pensando, Ángel. ¿Qué Giancarlo no haría esto? —Lucas se rio—
. Aquí hay algo más en juego que tu pequeña historia de amor con este hombre del
clero. Esto es más grande que tú, más grande que yo, tal vez incluso más grande que
Giancarlo. Lo suficientemente grande como para correr el riesgo de perder territorio
258
por ello. Deberías haber entregado al sacerdote, entonces tal vez aun tendrías una
oportunidad con la familia. Pero ya estás acabado. Esta cagada es el último clavo en
tu ataúd, Ángel. ¿Toda esta gente muerta bajo tu vigilancia? ¿Las minas de oro bajo el
control de los Toccara? Giancarlo te culpará. Todo lo que tocas se desmorona. Tu única
gracia salvadora podría haber sido entregarle el sacerdote a Battaglia, pero no lo
hiciste. Eres hombre muerto. Nunca fuiste digno de la familia. El hijo de una puta, el
resultado de un polvo de quince minutos de Giancarlo en el coño de una puta,
escondido en Inglaterra, donde están enterrados todos los secretos sucios.
—Él sabe.— Los ojos de Luca brillaron—. Él sabe lo que eres. Sabe que te gusta
recibirlo por el culo, Ángel.
Las náuseas agriaron el estómago de Vitari. Luca le había dado las fotos a
Giancarlo.
Algunos de los guardias de Luca se habían movido, los que quedaron con vida.
Vitari y Carlos habían matado a la mitad. Los hombres de Carlos estaban todos
armados, con las armas apuntadas y los dedos en los gatillos, esperando la orden para
volar a Luca y sus hombres. Pero si Vitari daba la orden, Francis también moriría.
259
Carlos y sus hombres querían venganza. Sus esposas e hijos yacían muertos.
Sangre por sangre.
Necesitaba poner fin a esto, ordenarles que mataran. Pero Francis moriría.
El blanco de los ojos de Francis se mostró, su mirada fija en Vitari. ¿En qué estaba
pensando? ¿Estaba orando por sí mismo o por Vitari?
No podía matar a Francis, incluso si eso significaba que su vida hubiera terminado.
Ese maldito sacerdote merecía vivir más que nadie aquí. Él era lo único bueno en este
lugar, lo único bueno en la vida de Vitari.
Jesús, Vitari iba a hacer que los mataran a todos por un solo sacerdote.
260
Los hombres de Luca levantaron sus armas.
Vitari tomó sus armas y se lanzó para cubrirse. Las balas rociaron el camión que
había dejado atrás. Volaron pedazos de pintura y balas. Vitari se agachó, abrazó las
pistolas contra su pecho y, mientras las balas salpicaban el suelo, vio a Luca escapando
con Francis. Luca tenía el arma apuntada a la espalda de Francis. Vitari no pudo oír
por el rugido de los rifles de asalto, pero vio que la boca de Luca se movía,
ordenándole a Francis que subiera al camión cercano.
Vitari probablemente no saldría vivo de esta mina. Pero bien podría llevarse a
Luca con él. Aún agachado detrás del camión, sostuvo una pistola en la palma de su
mano y alineó la mira con la cabeza de Luca mientras se sentaba detrás del volante
del camión. La cara de pánico de Francis apareció en la ventana.
Luca hizo girar el camión en U y aceleró con fuerza. Las ruedas traseras del camión
levantaron arcos de barro.
Vitari parpadeó y se secó el sudor de los ojos. Ahora sólo tenía que llegar allí...
261
No iba a salir.
Vitari levantó la cabeza hacia el camión. Uno de los milicianos miró hacia el
camión, preocupado por su jefe, no por Vitari. Vitari levantó su arma, disparó, luego
giró su puntería hacia el hombre que tenía detrás y disparó, derribándolo. Vitari salió
disparado de su escondite y corrió como el puto viento hacia el camión. Saltó un barril,
casi tropezó y cayó de rodillas, pero recuperó el equilibrio y siguió corriendo. Sonó
un disparo.
Una bala impactó contra el camión y por poco alcanzó la cabeza de Vitari.
262
Una mano salió disparada de un arbusto cercano y agarró el brazo empapado de
sangre de Vitari. Francis emergió de entre las espesas hojas. La suciedad se pegaba a
su rostro pálido.
Vitari se puso de rodillas y siguió a Francis hasta una hendidura oculta que se
había desprendido de un lado del barranco, probablemente de un árbol caído.
Se tumbaron uno al lado del otro, escuchando a los hombres de Luca. Los
pulmones de Vitari se agitaron. Su corazón latió con fuerza.
—¿Es grave? —susurró Francis, con los ojos muy abiertos en la oscuridad.
¿Qué se suponía que debía decirle a Francis? Debió estar allí cuando Luca y la
Toccata asaltaron el pueblo. Debió ver al menos parte de la masacre. Esas personas
también eran sus amigos. Francis había querido quedarse, hacer una vida aquí. Ya no
había ninguna posibilidad de que eso ocurriera.
263
—¿Por qué carajo no me hiciste caso? —Vitari gruñó.
—Lo siento.
—Esa gente está muerta por tu maldito egoísmo. —Lo dijo, luego deseó no haberlo
hecho, pero ya lo había soltado, y el dolor arruinó el rostro de Francis—. Toda mi vida
está jodida por tu culpa.
—¡No quería esto! —siseó Francis—. ¡No quería nada de esto! ¡No entiendo por
qué está pasando! ¡No sé qué carajo quieren estas personas de mí!
264
Volvieron a quedarse en silencio, sólo se oía el ruido del viento entre los árboles y
las gotas de agua que caían de las hojas gordas. No llegaban más sonidos del
campamento minero, pero aún faltaban unas horas para que cayera la noche. Tenían
que esperar.
—La mujer muerta… —dijo Vitari después de lo que tuvo que ser una hora en
silencio. Intentó mojarse los labios, pero tenía la boca reseca por la sed.
Francis volvió la cabeza. Estaban cerca, uno al lado del otro. La luz tenue calentaba
los suaves ojos marrones de Francis y, por un momento, el miedo hizo tropezar el
corazón de Vitari. Casi lo había perdido. Lo único bueno en su vida.
—No.
—Adelita, yo no… —Entrecerró los ojos. Y ahí estaba. Él la conocía. Y sabía mucho
más. Juntó los labios y la nuez de Adán se balanceó mientras tragaba—. No, yo no…
Su mirada se desvió.
265
—Conocí a su hermana.
—No sabía de dónde era ella. Yo solo… El lugar donde crecí, nos conocimos allí.
—¿Stanmore?
Francis asintió.
Francis asintió, pero sus ojos se habían oscurecido. No quedaba nada de su sonrisa.
Francis apoyó la barbilla sobre las rodillas. No podría haberse hecho más pequeño
si lo hubiera intentado.
266
Por supuesto que lo hizo. Ayudaría a cualquiera, incluso a aquellos con el alma
podrida como Vitari.
—Sí, tú puedes. Porque alguien por ahí está haciendo de nuestras vidas un infierno
por esa razón.
—No puedo.
—La encontré con uno de los chicos—, susurró. Sus suaves ojos se oscurecieron.
—Ella uh... ella no quería estar con él.
—¿Lo detuviste?
—Le dije que parara, eso no le gustó, me dio un puñetazo. Nuestra pelea alertó al
personal.
267
Stanmore cuando tenía... no sé... ¿cinco años, tal vez? Lo suficientemente joven como
para olvidar mi origen.
—¿Estuviste en Stanmore?
—Sí.
Vitari sonrió.
—Eso no es… —Algo debió haberle ocurrido, algo que ahogó sus palabras. Tal vez
sabía lo que pasaba con los rotos, y sólo ahora se estaba dando cuenta de lo destrozado
que estaba Vitari.
—Cuando tenía doce años —continuó Vitari—, Giancarlo hizo que me llevaran
con él. Me dijo que yo era su hijo, que nadie debía saberlo y que debía hacer lo que él
me dijese. Si lo hacía y nunca hablaba de Stanmore, él se encargaría de que estuviera
a salvo. Así que ese soy yo, con una jodida historia trágica y todo. ¿Qué acerca de ti?
¿Qué estabas haciendo allí?
268
Así fue una tontería. Él lo sabía, pero no quería decirlo.
Sabiendo todo lo que Vitari sabía, sobre cómo Francis había afirmado que nunca
tuvo otra opción, y cómo cuando conoció al padre Francis Scott, tenía los ojos
atormentados de un hombre atrapado en el infierno... no estaba seguro de que Francis
alguna vez hubiera salido de Stanmore. Todavía estaba con él, al igual que permanecía
con Vitari. Escondido detrás de cada sueño, acechando detrás de lo cotidiano,
esperando tenderle una emboscada.
—¿Crees que todo esto tiene algo que ver con Stanmore? —Preguntó Francis,
alejando el tema de su vida personal.
—Si no, es una jodida coincidencia cósmica que tú y yo vengamos del mismo hogar
de niños, y que la mujer muerta te conociera allí, y su hermana me acorrala en un
casino venezolano con una foto tuya, pidiendo ayuda.
—¿Tenía mi foto?
269
Francis hizo un gesto para devolverle la fotografía.
—Quédatela.
—Luca dijo que esto era más grande que nosotros —dijo Francis, guardándose la
foto en el bolsillo.
—Supongo que alguien con mucho dinero y poder quiere silenciarte. Alguien más
se enteró de eso y quiere usarte contra esa persona poderosa. La pregunta es ¿por qué
ahora? ¿Por qué no hace diez años? ¿Qué cambió? —Vitari observó a Francis en busca
de alguna reacción, alguna pista. Sabía más de lo que dejaba entrever, pero miró hacia
el barranco de la jungla.
—Sí.
—Pensaré en algo. —Francis miró a Vitari con verdadera esperanza en sus ojos, e
incluso aunque el corazón de Vitari se estaba desmoronando, sonrió—. Siempre lo
hago.
270
CAPÍTULO 27
FRANCIS
Vitari le dijo a Francis que esperara junto a los árboles mientras él se agachaba y
desaparecía dentro de la casa que habían compartido durante meses.
—Ahora esperamos.
—¿A qué?
271
—Eso es lo que necesito saber. Si Luca está trabajando solo en una venganza
personal contra mí, entonces tengo influencia. Pero si la familia lo respalda, entonces
ambos estamos jodidos y bien podríamos tomar un vuelo a la puta Goa29 o algún lugar
así. Giancarlo me dirá que me jodan o me allanará el camino de regreso a Italia.
Francis escuchó la conversación unidireccional, pero Vitari habló tan rápido que
no tenía esperanzas de traducir nada del italiano. No llevaría a Francis a la Battaglia,
¿verdad? ¿A su padre? ¿Por qué tendría que hacer eso? Ellos habían venido aquí para
alejar a Francis de todo eso.
Francis había sido feliz aquí, había estado contento, y ahora eso había
desaparecido. No estaba seguro de dónde pertenecía, pero no era en ningún lugar
cerca de la mafia. ¿Qué pasaría si de alguna manera se acercara a la policía británica?
¿Lo rescatarían? ¿O Catalina Díaz, de la brigada española contra el crimen
organizado? ¿Alguien, alguna agencia, debía tener el poder de detener a estas
personas, de detener más masacres, extorsiones y abusos?
Francis sabía demasiado sobre las minas, las rutas de la droga y los Battaglia
estaban por todas partes. Si hablaba en contra de ellos, lo matarían. A menos que
29 Goa , es un estado de la India, que comprende un distrito continental en la costa suroeste del país y una isla
costera.
272
quien lo quisiera vivo fuera más poderoso que Battaglia y el padre de Vitari. ¿Quién
era más poderoso que la mafia? El corazón de Francis se hundió. La Iglesia.
No había querido pensar en eso, no quería abrir las puertas y dejarlo entrar en su
mente ahora. Pero… ¿y si la Iglesia hubiera estado detrás de esto todo este tiempo?
No era una coincidencia que él y Vitari se hubieran criado en el mismo hogar para
niños y, sabiendo eso, las piezas del rompecabezas habían comenzado a encajar en su
lugar. Stanmore no había sido simplemente un hogar para niños. Un jefe de la mafia
había enviado sus secretos allí. Y la Iglesia católica también. El arzobispo Montague
había sido el patrocinador de Stanmore.
Vitari le había preguntado por qué ahora. Lo que había cambiado para
desencadenar todo esto.
Podría haber sido la prisa de Adelita hacia su iglesia para pedir ayuda, pero lo más
probable es que fuera la carta privada y confidencial que aún estaba en el cajón del
escritorio de Francis. Alguien la abrió, la leyó y la dejó allí, como una pistola
humeante. O una advertencia.
273
—Sí. Bien. —Pero su corazón latía con fuerza, su cabeza daba vueltas y sus manos
temblaban, y si se levantaba ahora, podría volver a caer.
Había manos sobre él: manos calientes y pesadas. La gente estaba muerta. La
Iglesia de alguna manera estaba involucrada en todo esto. ¿Fue el arzobispo
Montague? Si ese era el caso, entonces todo era culpa de Francis.
—Está bien. Bueno. Mierda. —Puso las manos en las caderas y le dio la espalda a
Francis—. Jesús, estoy haciendo lo que puedo. Sé que no soy jodidamente perfecto
como tú, pero estoy tratando de mantenerte con vida.
—¿Perfecto? —Francis se atragantó con una risa—. ¿Crees que soy perfecto?—
¿Estaba loco Vitari? Ahora miraba a Francis con el ceño fruncido, como si Francis
estuviera loco. ¿Vitari no había estado prestando atención? Francis no era perfecto.
Había fracasado en todo. Y ahora él también estaba fallando en esto. Todo esto fue
gracias a él. Adelita, los muertos en el puerto, las decenas de muertos en el pueblo y
los de la mina. Si hubiera hecho lo que le dijeron y hubiera sido el sacerdote perfecto
que todos querían que fuera, nada de esto habría sucedido.
Todo lo que tenía que hacer era mantener la boca cerrada y ni siquiera pudo hacer
eso.
274
Vitari bajó las manos.
—Esto no es tu culpa.
—¡Lo es! No lo entiendes, yo... —Se puso de pie y se tambaleó. Dios, se sentía
enfermo, perdido y acalorado por todas partes. Todo dolía. No podía respirar.
Los ojos de Vitari se abrieron de par en par de asombro, luego sus barreras se
derrumbaron, y hasta eso le dolió a Francis por dentro, como una puñalada en el
pecho. Porque se preocupaba por Vitari, se había preocupado por todos ellos.
—Claro, porque soy un producto sucio, uno de esos que alineaban atrás y se
turnaban para follar mientras tú conseguías un billete de ida a la santidad.
Un sollozo salió de Francis. Luego otro. La mirada de Vitari lo acusó de todos los
pecados que sabía que eran ciertos. No podía hacer esto, no podía escucharlo, no
podía verlo otra vez y revivirlo. Sabía que les había sucedido a otras personas en el
hogar, por supuesto que sí, por eso había tratado de marcar la diferencia, por eso había
estado a punto de exponer el escándalo. Y por eso los estaban cazando. ¿Pero a Vitari
también le había pasado?
275
—Vayamos al aeródromo —refunfuñó.
El Land Cruiser retumbaba sobre los baches y las grietas de la carretera. El reloj de
Vitari brillaba al sol mientras agarraba el volante. Una mancha de sangre embarraba
la esfera del reloj, pero Vitari no pareció darse cuenta ni importarle. Había metido su
pistola en el bolsillo de la puerta. La parte del mango sobresalía, al alcance de la mano
si necesitaba agarrarla rápidamente.
Supuso que Luca estaba ahí fuera. Había estado vivo después de que el camión
chocara contra el árbol. Francis lo sabía, pero se había centrado en escapar y no había
visto hacia dónde había huido Luca.
—Lo siento —dijo Francis, cuando no pudo soportar más el silencio abrasador de
Vitari. No tenía ningún deseo de iniciar otra discusión. Ambos estaban agotados y
magullados, emocional y físicamente.
276
El barro se aferraba al cuello de Vitari y una hoja sobresalía de su cabello
desordenado. Siempre fue tan tranquilo, tan cuidadoso, que verlo deshilachado y
ansioso hizo que Francis deseara poder hacer más, decir más para aliviar el dolor.
De regreso a casa, después de las celebraciones y antes de que todo saliera tan mal,
Francis había vivido una de las mejores noches de su vida. Quizás la mejor. Había
tenido algunas desventuras sexuales durante sus estudios. No estudiabas con los
mismos hombres durante cinco años en espacios reducidos sin algunas...
indiscreciones. Al menos así lo había excusado. Pero esa noche con Vitari había sido
un nivel de placer completamente diferente.
¿Fue la revelación de Francis sobre Stanmore lo que abrió una brecha entre ellos?
¿O había sido inevitable que terminaran así? Francis no había tenido la intención de
alejarlo... o sacar a relucir el pasado.
—Yo también lo siento —murmuró Vitari, luego le lanzó una de sus sonrisas
descuidadas a Francis—. Soy un idiota.
—Es cierto.
—¿Estás bien?
—Sí. Me duele el brazo. —Giró el hombro y volvió a hacer una mueca—. Pero
podría haber sido peor.
277
Y así, con una sonrisa genuina y unas pocas palabras, la brecha entre ellos se
desvaneció.
El camión pasó por encima de algunos tramos de carretera en mal estado, pero la
franja de terreno despejado que había delante indicaba que estaban cerca del
aeródromo. La silueta de un avión de carga apareció delante, probablemente el mismo
en el que habían llegado meses atrás.
Había elegido venir con Vitari a Venezuela, aunque no sabía hacia dónde se
dirigían. Y se arrepentía, pero Vitari no era uno de ellos.
—Voy a hacer que el piloto se desvíe a España. Una vez allí, Díaz, la jefa de la
unidad del crimen organizado español, te recogerá —dijo Vitari—. Ella aceptó
acogerte, si respondes a sus preguntas sobre Battaglia. Después de eso, te entregará a
los federales británicos. Como eres un blanco tan atractivo, te pondrán bajo protección
de testigos.
—Sí —dijo arrastrando las palabras. Sus dedos apretaron el volante. —Voy a
mover algunos hilos, veré si puedo arrojar a Luca debajo de un autobús.
—¿Figuradamente?
—Si pudiera encontrar un autobús real, lo haría de manera literal. Necesita morir.
—¿Entonces estás bien con la Battaglia? ¿No aprobaron las acciones de Luca?
278
—Es difícil de decir. Giancarlo no me lo dijo. Creo que estoy bien. Estoy en la
mierda, pero también soy su sangre. Tengo algo de margen de maniobra.
Eso era… mucho. Se había organizado para entregar a Francis a las autoridades
con gran riesgo para él mismo. Eso no pudo haber sido fácil.
—Gracias.
—Sí, bueno, uno de nosotros tiene que sobrevivir a esto. Mejor tú que yo. —
Detuvo el camión en la pista de aterrizaje y desaceleró su aproximación hacia el avión.
Las hélices no giraban, por lo que tenían algo de tiempo antes del despegue.
Francis estudió el rostro de Vitari bajo la menguante luz del sol. Todas esas líneas
nítidas ya no parecían tan nítidas. Recordó cuando lo vio por primera vez, de rodillas,
con la cabeza inclinada mientras oraba frente al altar. En aquel entonces supo que
Vitari era diferente. Especial. Había puesto patas arriba la vida de Francis, pero
también le había mostrado lo que significaba estar vivo. Le había demostrado que la
verdadera pasión no era una soga, era una puerta abierta. Los últimos meses, aunque
horribles en muchos sentidos, también habían sido una revelación. Francis se había
encontrado a si mismo aquí. Lamentaría dejar a Vitari.
—Nada.
Francis se rio.
279
—Tal vez lo estoy —dijo con aire de suficiencia, mirando hacia otro lado para que
Vitari no viera su sonrojo—. ¿Es un raro bueno o un raro malo?
—Es…
¿Vitari?
Francis golpeó el cinturón, pero la maldita cosa se aferraba a él. Golpeó una y otra
vez. Finalmente cedió, arrojándolo sobre la puerta del pasajero. El todoterreno yacía
de lado. El parabrisas había estallado y el chasis se había torcido. Probablemente
podría arrastrarse a través de él, sobre los cristales rotos.
Los potentes vapores le arrancaron lágrimas de los ojos. ¿Había fuego? Tenía que
escapar.
Lucas.
280
—¡Sal de ahí o tu caso de caridad morirá! ¡No estoy bromeando, padre!
Francis apretó los dientes, conteniendo una creciente ola de miedo e ira. Se agachó,
tratando de pensar. ¿Quizás si tuviera un arma, algo con qué golpearlo? Examinó el
desorden dentro del auto destrozado y allí, encajada detrás de su asiento, yacía el
arma de Vitari.
281
CAPÍTULO 28
VITARI
El accidente le había roto algo por dentro, algo vital, algo que hacía que su lengua
supiera a sangre. Él no estaba yendo a ninguna parte.
282
—¡Sal de ahí o tu caso de caridad morirá!— El martillo de una pistola hizo clic. —
¡No estoy bromeando, padre!
Luca le apuntaba con un arma. Por supuesto que sí... La oscuridad latía al mismo
tiempo que su corazón. Vitari giró la cabeza, apoyó la barbilla en el césped y vio el
Land Cruiser destrozado de costado, con las ruedas aun rodando. El camión que Luca
había conducido contra ellos estaba parado cerca: un viejo camión cisterna de
combustible.
—Tienes diez segundos antes de que le dé un tiro en la nuca a Ángel. Nueve, ocho,
siete…
Luca sabía que habían venido a la pista de aterrizaje. ¿Alguien se lo había dicho?
Pero Vitari no podía pensar en eso, sólo en decirle a Francis que huyera.
—¡Cállate! —Luca le dio otra patada. Vitari gimió. Iba a morir aquí. Él lo sabía, lo
sentía. Pero Francis estaba bien. Francis iba a escapar.
—¡Estoy saliendo! —Francis se alejó del Land Cruiser, con las manos en alto, y
miró a Vitari. El rostro de Francis se arrugó, como si fuera a llorar. Jesús, Vitari tenía
que estar mal para que Francis casi llorara.
No hagas eso, pensó Vitari . No desperdicies lágrimas conmigo. Trató de sonreír, para
mostrarle a Francis que todo iba a estar bien. Había prometido salvarlo. Todo lo que
Francis tenía que hacer ahora era correr.
283
Francis parpadeó demasiado rápido y se mordió el labio.
—Se suponía que debía hacerlo, pero pasan cosas, ¿sabes? Estamos muy lejos de
Italia. Nadie va a llorar por el cuerpo de Ángel.
Las fosas nasales de Francis se dilataron y su justa furia sangró en sus ojos.
—¿La mitad del hombre? —Lucas se rio—. Ángel es un perro callejero que su
padre encontró al costado del camino. Ni siquiera es del todo italiano. Es un mestizo
y merece morir como tal.
—¡Espera!
Luca debió haber apuntado con el arma a Vitari, para que Francis se congelara
como lo había hecho. Francis abandonó su postura y empujó la mano hacia adelante,
como si estuviera tratando de aplacar a un animal salvaje. Luca estaba salvaje, era
seguro. Pero no se podía razonar con él. Joder, Vitari iba a morir aquí. Con una bala
en la cabeza. Él lo sabía. Tragó más sangre. Estaba tan jodido.
284
¡Francis, vete a la mierda de aquí! ¿Estaba intentando qué, retrasarlo? ¿Para qué?
Nadie vendría. Francis avanzó un poco más, con la mano aún extendida, tratando de
suavizar la locura de Luca.
—¿Estás bromeando?
Vitari se giró, jadeando por la agonía que le quemaba el pecho. Oh Dios, Francis
tenía el arma de Vitari apuntando a Luca. Iba a hacer que lo mataran. Luca no era un
idiota. Sabía que un sacerdote no le iba a disparar.
285
—Crees que puedes matarme, ¿eh? —Lucas se rio—. ¿Vas a apretar el gatillo? ¿Un
hombre clerical, un hombre de Dios? No eres un asesino. —Luca sonrió con su sonrisa
de come mierda—. Deja de jugar, Blanco Padre. Baja el arma.
Pero luego estaba el Francis que Vitari sabía que estaba allí, el hombre de fuego y
pasión, el hombre que mantenía tan profundamente enterrado que pocos lo vieron.
Ese Francis era diferente. Ese hombre bebía cerveza, arrojaba tazas de café a las
paredes y se corría en la cara de Vitari. Ese hombre era impredecible, y ese hombre
estaba allí, mirando por la mira del arma, con el dedo en el gatillo.
—Francis, baja el arma —rogó Vitari. Se puso un brazo debajo y levantó la cabeza,
tratando de hacerle ver que todo iba a estar bien. No necesitaba hacer esto, no por
Vitari.
Luca resopló.
—Sí, lo hará.
286
Luca volvió a mirar a Francis y enseñó los dientes en un gruñido.
La risa de Luca chisporroteó y se apagó, y allí, en los ojos de Francis, Luca vio la
verdad.
Francis le dispararía.
—No, no lo hagas por mí, por favor… —rogó Vitari. Probó la sangre en sus
labios—. Francis, no por mí.
—Por favor.
287
El arma se sacudió. Luca tropezó y se llevó la mano al pecho. Pero lo que más
debería preocuparle era la herida de salida en la espalda, donde la bala le había
destrozado el corazón a través de las costillas.
Luca cayó de rodillas, luego se desplomó hacia adelante y se golpeó de cara contra
el suelo.
Un sollozo salió de Vitari. No, no… No por él. No por el niño que había sido, que
había llorado solo en la oscuridad, esperando escuchar el cerrojo cerrándose de golpe.
Estaba muriendo, y su último acto en esta Tierra había sido arruinar lo más hermoso
que jamás había conocido.
Francis lo llamó por su nombre, pero estaba lejos, en algún lugar de la oscuridad,
y eso estaba bien, porque significaba que estaba lejos de Vitari. Tenía que mantenerse
alejado. Estaba más seguro allí, lejos de la oscuridad de Vitari.
288
CAPÍTULO 29
FRANCIS
Dos Semanas Después
INGLATERRA
Era un proceso, había dicho el padre Hawker, cuando Francis fue alentado
cortésmente a confesarse. No le había contado al padre Hawker ni la mitad de lo que
había visto y de lo que había formado parte, y nunca le contaría. Había que enterrar
algunos secretos.
289
Aun no estaba seguro de que hubiera sobrevivido, pero había permanecido estable
en el hospital de Caracas donde Francis se había visto obligado a dejarlo. La policía
británica había enviado a alguien de la Agencia Nacional contra el Crimen a buscar a
Francis, y lo habrían arrestado si les hubiera dicho que quería quedarse junto a la cama
de Vitari.
Había estado bajo custodia protectora durante dos semanas, hasta ahora.
La Catedral estaba vacía, probablemente a causa del hombre vestido con una
túnica completamente blanca, esperando en el altar. El arzobispo Montague levantó
la cabeza y sonrió cuando Francis se acercó. Se había afeitado la barba y la
transformación era severa. Había pasado de ser un anciano amable a un patriarca
imponente y apuesto.
—Ah, padre Scott —dijo Montague, luego extendió su mano derecha, su anillo
brillaba.
Francis se arrodilló, tomó los dedos del hombre entre los suyos y besó el anillo.
Unas náuseas acre le quemaron la parte posterior de la lengua.
—Sí, lo fue.
290
¿Cómo podía saber eso? Francis se tragó la pregunta, temeroso de la respuesta.
—Quiero hablar sobre ti y tu brillante futuro con nosotros, padre Scott. Dejemos
todo esto atrás, ¿de acuerdo? —Su brazo aterrizó sobre los hombros de Francis, y
mientras guiaba a Francis de regreso al pasillo, ni siquiera la gruesa tela de la túnica
de Montague entre ellos pudo enmascarar el recuerdo del toque de Montague en su
piel desnuda.
—No voy a ser de mucha utilidad para la Iglesia —dijo Francis, manteniendo la
voz tranquila—. La policía ha sugerido que debería ponerme bajo protección de
testigos.
El suelo se cayó debajo de Francis y él casi se cae con él. Sólo el brazo de Montague
lo sostuvo.
—Sí, bajo mis ordenes —sonrió, sus ojos tan amables pero que no podían ocultar
mil pecados—. Como siempre debió haber sido. —Su brazo se liberó y el arzobispo se
deslizó hacia las puertas principales—. Ya hice los arreglos. Tu vida está aquí ahora,
Francis. A salvo, a mi lado. Ven y te mostraré tu alojamiento. No está lejos del mío.
Francis se agarró al respaldo del banco más cercano. Por supuesto, éste era su
castigo por lo que había hecho. Por matar a un hombre. Por tomar una vida. Se
merecía esto.
291
Se aflojó el asfixiante cuello blanco, levantó la barbilla y siguió al arzobispo desde
la catedral.
292
CAPÍTULO 30
VITARI
Soñó con Francis apuntando con una pistola a la cabeza de Luca y luego
disparándole. En algunos de esos sueños, Francis apuntó con el arma a Vitari y Vitari
cayó de rodillas. A veces Francis disparaba y Vitari se despertaba sobresaltado. Otras
veces, en esos sueños, Vitari le chupaba la polla mientras Francis apuntaba con el arma
a la cabeza de Vitari. A él le gustaban más esos sueños.
Cuando despertó, Francis no estaba en la silla junto a la cama del hospital, donde
esperaba que estuviera. Pero Sal lo estaba. Y cuando volvió a despertar, no había nadie
allí, lo que fue peor.
Su hogar era un pequeño apartamento cerca del paseo marítimo. No había pasado
mucho tiempo allí durante algunos años, pero lo necesitaba ahora, necesitaba
descansar y recuperar fuerzas antes de enfrentarse a Giancarlo. Desafortunadamente,
Giancarlo no era conocido por su paciencia.
293
Vitari se sentó en el sofá. La puerta del balcón estaba abierta y una rápida brisa
marina mantenía fresco el apartamento.
Giancarlo hizo un gesto para que su séquito se marchara y los hombres armados
salieron en fila, dejando a Vitari solo con su padre. Giancarlo permaneció en silencio.
Esperando una explicación.
—Venezuela fue…
—Luca lo jodió...
—Sin excusas.
—La empresa perdió una gran inversión en esas minas y en la operación Vincente.
Antes de tu llegada, la región funcionaba sin problemas.
294
Giancarlo. A menos que hubiera muchos más secretos en el hogar para chicos
Stanmore que la mierda por la que había pasado Vitari. ¿Secretos que podrían derribar
al jefe Battaglia?
No sabía dónde estaba Francis. Pero sí sabía que había estado junto a la cama de
Vitari. Él había sido quien había salvado a Vitari. Nadie más lo habría hecho.
No sabía lo que significaba todo eso, sólo que Francis todavía estaba en peligro,
dondequiera que estuviera. Y tal vez también lo estuviera Vitari. Se encontró con la
mirada de su padre. Amaba a Giancarlo, pero también guardaba una pistola pegada
con cinta adhesiva debajo de la mesa de café entre ellos.
—¿Está a salvo?
Giancarlo volvió al sofá pero se detuvo detrás de Vitari. Vitari se encogió ante la
mirada de su padre, sintiéndose como un niño pequeño otra vez. Perdido en la
oscuridad.
295
Vitari se mojó los labios y asintió. Al menos Francis estaba vivo. Pero Giancarlo
tenía las fotos, lo que significaba que también tenía cierta influencia sobre Francis.
Conservaría las imágenes y las usaría cuando creyera que serían más efectivas. Las
fotos también perjudicaban a Giancarlo, ya que Vitari era su hijo y chuparle la polla a
un sacerdote no reflejaba bien a la familia.
Salió del apartamento, sus palabras aun flotando en el aire. Vitari miró hacia la
puerta abierta del balcón. A fin de cuentas, había salido airoso. Todavía tenía todos
sus dedos y su lengua, por ahora. Y sabía que Francis estaba vivo. Considerando el
jodido desastre monumental que todo había sido desde el principio, ambos tenían
suerte de poder respirar.
Tal vez fueron Francis y sus oraciones, porque no había otra explicación de cómo
el Angelo della Morte había sobrevivido cuando todas las probabilidades estaban en
su contra.
Quizás Dios existía. Pero si ese fuera cierto, seguramente abandonaría a Francis
ahora.
Dondequiera que estuviera Francis, estaría sufriendo y Vitari no podría llegar a él.
Nunca más.
Como Vitari.
296
297
CAPÍTULO 31
FRANCIS
Francis mantuvo la cabeza gacha e hizo todo lo que se esperaba de él, y más, pero
en muchos sentidos extrañaba a la gente de St. Mary, incluso a la señora Roe y sus
frecuentes visitas para quejarse de su marido o de los autobuses. Esa parte de su vida,
aunque breve, había sido la más normal. Deseó haberla apreciado más.
298
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos a la deriva.
Diez años atrás él tenía el cabello castaño y siempre iba con una sonrisa llamativa.
Visitaba la casa de los niños para guiarlos en oración, y Francis se sentaba junto a la
ventana observando el pequeño auto deportivo rojo del padre Charles Montague,
pensando que el sacerdote, que aún no era arzobispo, debía ser una persona muy
importante para poseer un coche así. Había sido guapo, encantador y amable.
Montague se apoyó en el costado del escritorio y cruzó las manos sobre las rodillas.
—He oído que te estás adaptando bien. No tenía dudas, por supuesto. Siempre
fuiste un estudiante ejemplar.
—Gracias.
—Pero es importante descansar. Los sanadores heridos suelen ser los primeros en
caer.
299
—¿Por qué no te tomas libre el sábado? Ven a cenar conmigo. Ambos estamos tan
ocupados que dudo que tengamos mucho tiempo para vernos en las próximas
semanas.
—Yo... gracias, pero tengo mucho que hacer. —Señaló la agenda sobre su escritorio
y la gran cantidad de remolinos de colores y fechas garabateadas—. Realmente debo
ponerme al día con todos…
—Eso puede esperar. Debo insistir. —Se acercó más—. Tu bienestar es muy
importante, especialmente después de tu terrible experiencia. Me ocuparé
personalmente de tu cuidado, Francis.
Estaba cerca, tan cerca que Francis podía oler el café en su aliento y la colonia que
usaba, la misma colonia rica y amaderada que había usado durante años. El olor le
revolvió el estómago.
300
El teléfono de su escritorio sonó. Parpadeó y luego levantó mecánicamente el
auricular.
—Hola padre.
Francis abrió los ojos y se inclinó hacia delante. Vitari no debería estar llamando.
Todo lo que habían tenido, todas las cosas que habían hecho, ya se habían acabado,
estaban en el pasado. En una vida diferente. Pero el corazón de Francis latía con
fuerza, haciendo que la sangre caliente regresara a sus venas heladas, descongelando
su cuerpo y devolviéndole la vida en torno a la pequeña y dañada chispa de su alma.
301
Continuará en Perdóname #2: Arruíname.
Aún no ha terminado para Francis y Vitari. Únase a ellos mientras se envuelven una vez
más en un mundo de crímenes violentos y asesinatos crueles.
302
SOBRE EL AUTOR
La ganadora del premio Rainbow A. Nash (Ariana Nash) escribe novelas
contemporáneas y de fantasía LGBTQ+ llenas de personajes moralmente desafiantes,
acción, traición y amor apasionado entre dos (o más) hombres.
Suscríbase a su boletín y obtenga un libro electrónico gratuito aquí: https:// www. página de suscripción. com/
seda- acero
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