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© C.S. Pacat
© De la traducción: S&M
Página del autor: cspacat.com.
Edición: Enero 2017
Atención: Este libro es de temática homoerótica y contiene escenas de sexo explícito
M/M
AVISO IMPORTANTE:
Y se abrió paso entre las ramas de mirto que colgaban bajo los senderos
hasta las banderas de mármol, a un jardín con balcones donde una figura
permanecía de pie mirando. En el horizonte, el mar era una súbita vista
abierta, enorme y azul.
Damen también miraba una sola cosa: la brisa jugando con un mechón
de cabello rubio, a las frías y pálidas extremidades en algodón blanco. Sintió
su propia felicidad creciente, el acelerar de su pulso. Una parte de él,
absurdamente, se preguntó cómo sería recibido: la inquietud agitada y
agradable de un nuevo amante. Era agradable también solo mirar, verlo
cuando pensaba que no estaba siendo observado, incluso cuando la voz
familiar habló de una manera precisa y segura.
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—Avísame apenas veas aproximarse al Rey, quiero ser informado de
inmediato.
Laurent se giró.
…El Santuario Real, y el juicio que le siguió, dos días y dos noches
usando la misma prenda hecha jirones, durmiendo con ella, incluso después de
arrodillarse con ella al lado de Damen, en donde llegó hasta a mojarla con la
sangre de Damen.
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lo que había de nuevo entre ellos era contario a la seriedad de sus días, a la
dificultad de aquellas tempranas decisiones.
—Te queda bien —dijo Damen. Estaba pasando el dedo en vano por el
dobladillo del chitón de Laurent, el cual recorría el alfiler de su hombro hacia
abajo a través de su clavícula diagonalmente hasta su pecho.
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—No, yo… pensar en ti y estar contigo es diferente, siempre eres más
poderoso, más...
Las semanas de reposo en cama habían sido una molestia: los primeros
días borrosos que Damen no podía recordar bien, seguidos de la molestia de
los médicos. Una molestia pasar el tiempo sin hacer nada. Una molestia
cojear. Una molestia tomarse el caldo.
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mente que asimilaba los problemas, los enfrentaba, los cuantificaba y luego,
de forma constante, los resolvía: mantener a Damianos vivo; afianzar la regla
de Damianos; No parecer que gobernaba en su lugar.
Una difusa excitación ante la idea de estar ante la vista de sus testigos se
agitó dentro de Damen. Sentía una conexión momentánea con la tradición de
la consumación pública de la monarquía vereciana, un deseo posesivo de ver y
ser visto. Era transgresor y estaba fuera de los límites de su propia naturaleza,
aun cuando los jardines parecían lo suficientemente privados como para que
fuera posible.
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Cinturón de espalda. Según sus definiciones en la RAE: “Es un tirante que cruza el pecho y la espalda desde
el hombro hasta el lado opuesto de la cintura y sirve para sostener la espada o el tambor. Es una pieza de
cuero que va sujeta al cinturón y sirve para sostener la vaina de un puñal, cuchillo, etc”.
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Laurent apoyó una mano contra el paño presionado cálidamente contra
el pecho de Damen por su armadura. Los besos se sintieron mucho más
íntimos cuando la espada y el pectoral fueron desechados en el camino y
quedaron cuerpo contra cuerpo. La boca de Laurent se abrió a él, y lamió con
la lengua el interior de Laurent de la forma en la que le gustaba. Laurent lo
alentó, con los dedos enroscados alrededor de su cuello.
Vestido así, era como tenerlo desnudo; Había tanta piel, y nada que
desatar. Damen presionó a Laurent contra el mármol. La piel desnuda del lado
interior de su muslo se deslizó por el lado interior del suyo, levantando
ligeramente su falda de cuero con el movimiento.
—No lo sé —dijo Damen con una sonrisa cada vez más amplia—. Ven.
Déjame mostrarte el palacio.
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Lentos era un peñasco, donde las montañas eran salvajes y el océano era
visible desde el lado oriental, entre los promontorios de rocas caídas. El agua
se estrellaba en los acantilados y la piedra y la caída de tierra en el mar era
dentada e inhóspita.
Por ahora tenía el sencillo placer de tener a Laurent a su lado, sus manos
unidas, solamente con la luz solar y aire fresco a su alrededor. Aquí y allá se
detenían, y todo era una delicia: el placer de besar, de permanecer bajo el
naranjo, de los trozos de corteza que se aferraban al chitón de Laurent después
de que estuviese presionado contra aquel árbol. Los jardines estaban llenos de
pequeños descubrimientos, desde las columnatas sombreadas hasta las frescas
aguas de la fuente, hasta una serie de jardines con balcones que servían de
mirador, donde el mar se extendía ancho y azul.
Se sentía tonto de felicidad. Sabía que el cortejo era nuevo para Laurent,
pero no sabía por qué él mismo lo sentía tan nuevo.
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Damen tomó una flor también. Su pulso se aceleró, sus dedos se
sintieron torpes cuando la colocó detrás de la oreja de Laurent.
—Mi madre plantó estos jardines —dijo Damen. Su corazón latía con
fuerza—. ¿Te gustan? Son nuestros ahora. —Decir la palabra "nuestros"
todavía parecía atrevido. Podía sentirlo reflejado en Laurent, sentir la tímida
torpeza de lo que tanto deseaba.
—¿Ah sí?
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la decisión de dejar entrar a Damen, Laurent no había dado marcha atrás.
Cuando las barreras se abrieron, ya Damen estaba adentro.
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conmigo mismo. Si tenía problemas en el entrenamiento. O para decirle lo
difícil que me estaba costando ganar el respeto de la Guardia del Príncipe. El
tipo de cosas que él solía escuchar. Si quieres, te llevaré allí cuando vayamos
de visita.
—Lo fue.
—No dejó que nadie interviniese. Pensaba que era justo, entre príncipes.
Un combate individual.
—Sí.
—Sí.
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alguien me había desarmado. Cuando volvimos a luchar, me obligó a regresar.
No sé por qué cortó demasiado lejos a la izquierda. Fue el único error que
cometió. Me arriesgué a que no fuera una finta, y cuando él no pudo volver a
ponerse en posición, lo maté. Lo maté.
—¿Por qué? —preguntó Laurent en voz baja. Salió como un latido, una
pregunta de un niño, que no podía ser contestada.
—La noche que me hablaste de este lugar, fue la primera vez que pensé
en el futuro. Pensé en venir aquí. Pensé en... estar contigo. Significaba algo
para mí que tú lo sugirieras. Lo que tuvimos en el viaje a Ios, ya era algo más
que yo... En el juicio, pensé que era suficiente. Pensé que estaba listo. Y
entonces viniste.
Era tan cercano a sus propios pensamientos, que todo lo que él conocía
se había ido, pero que esto estaba aquí, en su lugar, esta cosa brillante.
No había comprendido que fue así para Laurent de no haber sido porque
así fue también para él. Quería hablar de su propio hermano de alguna manera,
porque como niños habían venido aquí juntos, o mejor dicho, Damen había
sido un niño y Kastor había sido un joven. Kastor lo había llevado sobre sus
hombros, había nadado con él, luchado con él. Kastor le había traído una
concha, una vez, del mar.
Sintió las palabras tocar aquel lugar dentro de él. No había hablado de
Kastor, excepto en la noche después de que se había recuperado lo suficiente
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como para dejar su cama y atender a la visita. Se había sentado con la cabeza
entre las manos durante un largo rato, con la mente enredada de pensamientos
conflictivos. Laurent había dicho, en voz baja: Ponlo en la cripta de la
familia. Hónrale como sé que quieres hacerlo.
Laurent dijo:
—Déjame asistirte.
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Sabiendo que eso no hacía nada por disminuir sus propios recuerdos de
aquella época, el claustrofóbico palacio pretérito, el libertinaje y su propio
odio fijado al Príncipe, su captor. Damen recordó los baños y lo que había
sucedido después, y comprendió que había una puerta cerrada más que no
quería abrir.
En Akielos, como en Vere, era costumbre ser lavado por los asistentes
de baño antes de entrar en el baño de remojo. ¿Él pensó…que seguramente no
iban a hacer eso juntos? Si lo hacían, sería de la manera tradicional: como Rey
y Príncipe serían desnudados y lavados por los encargados del baño, después
bajarían para remojarse y hablar. Eso era bastante común entre los nobles de
Akielos, donde la desnudez no era tabú y el baño podría ser un pasatiempo
social.
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Laurent se llevó la mano al hombro y sacó el alfiler. El algodón blanco
cayó hasta su cintura. Entonces se giró ligeramente hacia un lado, y deshizo el
único lazo allí.
Fue una sorpresa, tenerlo desnudo con el chitón amontonado a sus pies.
Todavía llevaba las sandalias hasta la rodilla. No se había quitado la flor del
pelo.
—¿Y luego?
Laurent tomó una jarra y dejó que el chorro de agua la llenara, luego la
levantó y la derramó deliberadamente sobre sí mismo, de modo que el agua se
propagó sobre él, y sobre sus pies todavía calzados con sandalias.
Estaba mojado, desde el pecho hasta los dedos de los pies, aunque el
ligero vapor de las piscinas más cercanas era como un brillo que parecía mojar
sus pestañas y los pétalos de la flor detrás de su oreja. El calor de los baños
infundía el aire.
—Me desnudan.
Estaban bajo una de las columnatas, a la sombra, cerca del lugar abierto
y soleado, donde los escalones conducían al más grande de los baños
exteriores.
Damen asintió una vez. Laurent estaba muy cerca. Sus dedos en su
hombro estaban desarmando el león de oro, desatando el gancho y deslizando
el pasador a través de la tela. Él seguía desnudo, excepto por las sandalias.
Damen estaba completamente vestido. Más a menudo entre ellos, había sido lo
contrario.
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húmeda superficie de los hombros de Laurent. Por encima de eso, las puntas
del cabello de Laurent también estaban húmedas, por el vapor o por el
chapoteo de la jarra.
—¿Ellos?
—Y yo —dijo Laurent.
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La única otra vez que Damen había visto a Laurent arrodillarse, fue ante
el Regente.
Las palabras habrían sido más fáciles. Esto abría un canal al pasado
entre ellos, uno que hacía a Damen muy vulnerable. No había enfrentado esta
parte de su historia. Apenas había reconocido lo que Laurent le había hecho,
incluso cuando había sucedido.
Damen pudo ver el débil rubor que el calor y el vapor daban a las
mejillas de Laurent. Podía ver el peralte de sus pestañas. Podía ver cada pétalo
delicado de la flor blanca en su cabello.
Lavando las manos de Damen primero, Laurent usó sólo los dedos, sin
esponja, masajeando los pulgares a través de los nudillos de Damen, su pulgar
y sus dedos enjabonando entre los de Damen. Los brazos de Damen estaban
levantados, enjabonados, la curva de su bíceps, la curva de su codo.
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sintiéndose espesa y pesada cuando la esponja la empujaba. Entonces levantó
la jarra y vertió agua por todo el cuerpo de Damen.
Se estremeció cuando lo tocó, porque era tan cálido, y suave, contra las
cicatrices. Sintió el calor del agua y el tacto suave de la esponja, más suave de
lo que había imaginado, de modo que un segundo estremecimiento, un
temblor le recorrió.
Nada podía borrar el pasado, pero esto los llevó a ambos allí, tocando
una dolorosa verdad, reconociéndola.
Era más suave entre sus hombros de lo que lo había sido contra su
pecho. La carne y el ser estaban unidos. La limpieza era lenta, atenta,
lloviznando agua, luego enjabonando su piel. Era curativo, algo que no sabía
que necesitaba ser sanado. Como respirar, era necesario, aunque la ternura de
esto fuera demasiado, dulzura donde él nunca había esperado que Laurent
fuera dulce.
—Laurent, yo...
—Inclina tu cabeza.
Cerró los ojos. El agua fluía sobre él. Tenía el cabello y la cara
húmedos. Esto se hacía generalmente sentado en el largo banco junto a la
esclusa con el esclavo parado detrás de él —no lo dijo— mientras Laurent se
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acercaba para volcar el jabón en su cabello, parado frente a él. Los largos
dedos amasaban la espuma desde las sienes hasta la nuca, y el masaje de su
cuero cabelludo parecía un consuelo.
Laurent era como el borde de una hoja, pero a veces era así. Una nueva
dosis de agua de la jarra: enjuagado, con el agua tibia envolviéndolo, miró a
Laurent a través de las pestañas mojadas, y supo todo lo que había en sus ojos.
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enjuagaba, deslizándose el agua brevemente sobre su cuerpo. Qué poco se
parecía a un esclavo, y cuánto se parecía a sí mismo, llevando a cabo su rutina
ordinaria, que era su propia forma de disfrute, un fácil acceso al ser privado de
Laurent.
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Y debido a dónde estaban, y lo que acababa de pasar entre ellos, se
encontró diciéndolo.
—Pensé que había sido algún error. Al principio. Esperé que hubiera
sido algún error hasta durante mucho tiempo después. Las noches que me
tuvieron fuera del palacio fueron las más duras. Yo sabía lo que estaba
pasando, y no podía proteger a mi gente.
—¿Tú no lo hiciste?
Recordó largas tardes juntos, compartiendo una tienda, con los sonidos
de un campamento vereciano afuera. Laurent nunca había parecido dudar de sí
mismo, así como nunca se había quejado de sus circunstancias.
—¿Aterrador?
La luz del sol era más brillante de lo que esperaba cuando abrió sus
ojos, brillando a través del agua. Laurent seguía sentado detrás de la sombra.
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—A veces todavía tengo miedo —la voz de Laurent era honesta—. Me
hace sentir…
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mantener su propio dominio fuerte y listo, incluso cuando tuvo a Laurent
completamente aprisionado.
Y entonces lo pensó.
—La realidad es que eres muy dulce, ¿verdad? —dijo Damen, cogiendo
los dedos de Laurent entre un revoltijo de toalla. Dejó caer una toalla sobre la
cabeza de Laurent antes de que pudiera contestar, y disfrutó viéndole
quitándosela con su cabello despeinado.
Laurent dio un paso atrás. Para secarse, utilizó los mismos movimientos
despreocupados con los que se había lavado: pasó la toalla sobre su torso, bajo
sus brazos, entre sus piernas. Antes de hacer algo de esto, soltó la flor de su
pelo y se inclinó para desenrollar las sandalias. Déjalas puestas, quería decir
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Damen. Le gustaba la forma picante con la que llamaban la atención sobre la
desnudez de Laurent.
Laurent empezó a buscar algo con lo que envolverse, pero Damen tomó
su mano en su lugar.
Caminar desnudo por los caminos exteriores era tan transgresor para
Laurent como lo había sido para Damen contemplar la intimidad en los
jardines. Salieron a la luz del sol y Laurent soltó una risa sin aliento, como si
no pudiera creer lo que estaba haciendo.
Damen los había pasado sin notarlos, pero podía sentir lo consciente
que Laurent era de cada persona que pasaban. Y sinceramente, Damen era
demasiado consciente de la desnudez de Laurent, toda aquella piel que
usualmente no estaba expuesta, todavía ligeramente rosada por el vapor.
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Damen salió y se acomodó perezosamente junto a Laurent, disfrutando
también de la luz del sol y del aire del mar que parpadeaba en una extensión
de azul. Laurent abrió los ojos y dijo:
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contra él. Laurent se apoyó en el toque más suave como si estuviera
hambriento. Acariciaba el flanco de Laurent, lento, más lento. De nuevo.
—Damen, yo...
Cuando se alejaron otra vez fue para mirarse el uno al otro con
respiraciones irregulares, y ya sentía como si estuviera en su interior.
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—Esto es Akielos. Podemos hacer las cosas a tu manera en Vere. —
Pensó en ello—. Hace frío allí.
—Sí.
—Sí.
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Sus cuerpos se enredaban con desdibujadas y armoniosas caricias.
Damen se entregó a la sensación de Laurent en sus brazos. Fue un momento
antes de poner su mano entre las piernas de Laurent, y sentir sus piernas
separarse.
Podía sentir a Laurent cada vez más cerca de su clímax, no, como era a
veces, como si estuviera empujando más allá de sus propias barreras, sino
caliente e inevitablemente. El empuje era más largo ahora, el cuerpo de
Damen se movía para buscar su propia gratificación.
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El sonido hizo que Damen gimiera, porque sabía lo que Laurent iba a
hacer.
—Alteza, vos pedisteis ser notificado cuando el séquito del Rey llegara
al palacio. Estoy aquí para informaros de que el Rey de Akielos ha llegado.
—Sí, Poderoso.
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SOBRE LA AUTORA
Príncipe Cautivo
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