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LA SOLEMNIDAD ELEMENTO ESENCIAL.

En el derecho romano, sobre todo en el preclásico, los contratos se caracterizaban por su


ritualismo, debían pronunciarse determinadas frases sacramentales, en algunos otros casos
se requerían la observancia de ritos, sin los cuales el acto jurídico no existía ya porque no se
hubieran empleado las palabras adecuadas, ya porque no se hubiera seguido el rito
establecido, o bien porque no hubiera autorización del funcionario autorizado para
sancionar el acto jurídico.
lo anterior, tenía sus ventajas, sobre todo en el aspecto de la seguridad jurídica que se
brindaba a los contratantes; sin embargo, su principal inconveniente es que, si no estaban
dadas las condiciones necesarias para la realización del acto, simplemente no podía
celebrarse, lo que en cierto modo restaba celeridad a la contratación. Con el tiempo se
fueron prescindiendo de ciertos rituales y/o frases en aras de impulsar y darle dinamismo a
la contratación para que fuera “simplemente formalista”, cuando se contrataba por escrito
pero sin recurrir a rituales o frases solemnes; y “la contratación consensualista”, es decir,
mediante el mero consentimiento, pero sin que desapareciera la solemnidad, que se reservó
para asuntos importantes.
En el derecho contractual moderno, predomina el consensualismo sobre el formalismo,
aunque por otro lado, el legislador ha querido que subsista al lado de estos “la solemnidad”
para muy contados actos jurídicos, de modo que la solemnidad aparece hoy en día, como
excepción de las excepciones, si así pudiéramos calificarla.

En este orden de ideas tenemos que, la solemnidad es la formalidad exigida por la ley para
que el acto jurídico nazca a la vida del derecho; es la manera como se expresa la voluntad
para el perfeccionamiento del acto jurídico.
Según Sanromán Aranda la solemnidad “es aquella en la que se emplean términos
ceremoniosos, o cuando se realiza el acto ante un funcionario público (6).”
Por su parte, Ernesto Gutiérrez y González señala que “la solemnidad es el conjunto de
elementos de carácter exterior, sensibles en que se plasma la voluntad de los que contratan,
y que la ley exige para la existencia del acto (7)”.
La solemnidad se presenta ocasionalmente, cuando para la constitución del acto jurídico la
ley requiera del pronunciamiento de frases, o prácticas rituales o de la intervención de un
funcionario que sancione el acto jurídico.

Los casos en los que se exige éste requisito esencial, son por lo general de suma
trascendencia social, actos jurídicos del derecho de familia como el matrimonio, la
adopción por citar algunos.
Se les identifica como solemnes, no porque la ley así los califique con la expresión de
“solemnes”, sino más bien porque para su creación o perfeccionamiento, requieren la
observancia de esa formalidad conocida como “solemnidad”, la llamada forma “ad
solemnitatem causa”, o “formalidad ad sustantiam”, que como hemos dicho, es una forma
constitutiva sin la cual el acto jurídico no nace; en estos casos, la forma es más que un
simple elemento probatorio. Algunos actos son solemnes porque sin la voluntad del estado
a través de la autorización del funcionario que la ley establece no existirían, tal es el caso
del divorcio, la adopción, el matrimonio, en los que no basta la voluntad de las partes, ni el
objeto posible, pues requieren además, la sanción o autorización del Estado.
Se ha llegado a afirmar que no existen los contratos solemnes. Según Javier Martínez
Alarcón, “la solemnidad no se incluye como elemento esencial de los contratos, pero sí se
contempla como tal cuando se refiere al acto jurídico (8)”. Sin embargo, el contrato sui
géneris de matrimonio es considerado como contrato solemne.
, llamado también testamento mancipatorio, consistía en que si un paterfamilias no había podido
testar, calatis comitiis, y ya estaba próximo a su muerte, realizaba una venta ficticia ante un
libripens y cinco testigos, a la persona que le transmitía los bienes se le denominaba familiae
emptor y tenía que repartir la herencia de acuerdo con las indicaciones.

consiste en una pregunta que es formulada por el estipulante a otra persona, la cual contesta
congruentemente, quedando obligada por su promesa, es decir, el estipulante se hace
acreedor mientras que el promitente se vuelve deudor.

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