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La política internacional de la primera a la segunda guerra mundial.

El radicalismo y la entre guerra (1914-1945)

Beatriz Figallo y Lucia Lacunza

A modo de introducción
El estallido de la Gran Guerra a mediados de 1914 marcó el quiebre del sistema de poder que
había trascendido del ámbito europeo al global. Fallecido el presidente Roque Saénz Peña el 9 de
agosto, Victorino de la Plaza asumió el cargo vacante. Pocos días antes, la Argentina había
declarado la neutralidad -como casi la totalidad de gobiernos americanos-, formalidad jurídica que
implicaba la prescindencia, no intervención y no beligerancia ante el conflicto desatado entre la
Triple Entente y la Triple Alianza. La decisión fue siendo actualizada por otros siete decretos, ante
la incorporación de nuevos países a la guerra y la sucesión de incidentes.
Los fundamentos de la política exterior argentina estaban ligados a la validez del modelo de
economía internacional basado en la provisión de carnes y cereales a los mercados del Viejo
Mundo, y por ello, al disputado equilibrio europeo. La estrecha relación económica con el Reino
Unido, con Francia, Bélgica, Alemania y otros países, había originado un complejo entramado de
inversiones e intereses de núcleos financieros y comerciales, ligados a la gestión del Estado y al
diseño de acciones concretas en su beneficio. Caracterizados como una “férrea y cerrada oligarquía
que apeló a cualquier medio para mantener sus posiciones de predominio”, políticos, funcionarios,
empresarios, grandes propietarios participaban e incidian en los gobiernos nacionales y
provinciales. Una visión menos lineal advierte sobre los cambios que se fueron sucediendo dentro
de la dirigencia argentina desde 1880, que junto con oposiciones internas, impedirían “exagerar su
homogeneidad política” (Gallo, 1992, 58-9). En cualquier caso, existía un claro déficit democrático,
que comenzó a ser saldado a través del ciclo electoral abierto por la Ley Sáenz Peña, con la
asunción en 1916 a la primera magistratura de Hipólito Yrigoyen, líder de la Unión Civica Radical.
Desde aquellos días y al menos hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial, no ha faltado
quienes definan la etapa como la del apogeo de la política internacional argentina, incluyéndose al
país entre el grupo de las naciones más avanzadas del mundo (Lanús, 2001, 32). Convendría
matizar la visión: más allá que la Argentina era sujeto significativo de las relaciones internacionales
e interregionales, con una cierta capacidad de obrar en ese plano y de fijar posiciones, se trató de un
período en el que las diferencias tecnológicas no eran tan hondas y pesaban mucho los perfiles
prestigiosos de personalidades políticas y diplomáticas, planteles que destacaban en la nación.

La Primera Guerra Mundial y las neutralidades argentinas


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Articulada la configuración de la política exterior con la situación interna del país, el
“consenso” conservador se manifestó a través de distintas corrientes ideológicas: una predominante,
de corte “comercialista” liberal, que evitaba la aparición de conflictos, y otra caracterizada por la
“real politik” del nacionalismo territorial (Rapoport-Spiguel, 2005, 16). Aunque las orientaciones
básicas de lo externo y el énfasis en su dimensión económica no mostraron cambios fundamentales
con el acceso al poder del radicalismo, si se manifestaron características propias del ideario
humanista de Yrigoyen y de los principios de su partido de masas. Asumirá primero un mayor
activismo frente al conflicto mundial –diferenciado de la “neutralidad estática” de su predecesor–,
con el propósito de mantener “incólume” la soberanía del país. El mandatario rehusó dar a
publicidad una nueva declaración de neutralidad, pues entendía que constitucionalmente era
competencia del Poder Ejecutivo declarar la guerra, pero la paz no se declaraba, siendo el estado
normal de los países (Alen Lascano, 1999, 12). Con un tráfico comercial afectado por las
incursiones de naves de guerra (Weinmann, 1994, 51), cuando submarinos alemanes hundieron en
1917 barcos mercantes argentinos, el presidente pidió explicaciones, desagravios e
indemnizaciones, exigiendo la libertad de los mares y del comercio argentino (Sabsay-
Etchepareborda, 1987, 111). Yrigoyen intentó una mediación conjunta de países “sud y centro
americanos en favor de la paz”, buscando acuerdos frente a los problemas ocasionados por la
guerra. La invitación a una conferencia de neutrales en Buenos Aires era tanto una muestra de
autonomía como un desafío a la política norteamericana, pero al igual que otras iniciativas
latinoamericanas fueron desestimadas por Washington, y el proyecto argentino no se concretó.
La repercusión de la guerra fue considerable en lo económico. El sistema rentístico basado en
los impuestos aduaneros se vio alterado por los bloqueos marítimos y las “listas negras” británicas y
francesas que afectaban a las empresas que hacían operaciones con las potencias centrales, debiendo
imponerse durante el primer año del conflicto un severo control de los gastos públicos, mientras que
la disminución de la circulación monetaria, produjo alteraciones y quiebras bancarias y
comerciales. Mientras los países beligerantes siguieron demandando productos agropecuarios, sin
poder proveer bienes de consumo y equipamiento, compensados en parte por los Estados Unidos, la
necesidad de usar recursos propios produjo una apurada industrialización, que no generó mayor
independencia para la economía argentina al fin de la guerra. La guerra comercial y la anulación de
la flota germana conducida por Gran Bretaña, afectó las operaciones de grandes compañías
exportadoras de granos como Bunge & Born y Weil Hnos. & Cía., vinculadas a Alemania, que
apelaron a diferentes medios para superar esos obstáculos a sus negocios en Argentina. Si bien las
estadísticas han corroborado que el II Reich desapareció como destino directo de las exportaciones
(Compagnon, 2014, 132; Rayes, 2014, 42), una triangulación de ventas de cereales, vía los neutrales
Holanda, Dinamarca, Suecia (Gravil, 1977, 390) y España (Pelosi, 2004, 181), parece haber tenido
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como destino final a Alemania. El conflicto mundial demostraría, que a pesar de la idea bastante
extendida de que la nación era una especie de semicolonia del Reino Unido, ello no era del todo
cierto, al menos en el mercado de los granos: “la competencia de las empresas germanas con la
británica fue muy dura y agrega un matiz más complejo para la comprensión de nuestra historia
contemporánea” (Rapoport y Lazzari, 2014, 44). Al irse recobrando la economía, los sectores
ligados a la exportación rural recogieron beneficios extraordinarios. Sumándose al rubro
agropecuario, apareció la promesa del petróleo que estaba siendo explotado en Comodoro
Rivadavia, y luego lo sería en Neuquén y Salta, por lo que grandes trusts petroleros percibieron a la
Argentina como objetivo de sus inversiones. Su condición de productora y consumidora de
hidrocarburos atrajo a rivales compañías extranjeras, que desde sus oficinas en Buenos Aires
desplegaron sus proyectos y contactos políticos, no solo en la venta de combustible sino para
intervenir en la producción (Gadano, 2006). Compitiendo con ese despliegue transnacional, los
gobiernos radicales impulsarían la formación de Yacimientos Petrolíferos Fiscales argentinos,
empresa constituída en junio de 1922, que obtendría un sostenido incremento de la producción y
refinado de petróleo gracias a la pericia técnica de su personal y a pesar de la poca atención
dispensada a la actividad por los gobiernos conservadores de los años ´30.
Con el ingreso de los Estados Unidos en la guerra, del lado de Gran Bretaña y Francia, la
neutralidad recibió sus cuestionamientos y también de la política interna. En septiembre de 1917 se
dieron a publicidad unos telegramas del ministro alemán en Argentina, conde Karl von Luxburg,
que no descartaban el hundimiento de más barcos argentinos y ridiculizaba al canciller Honorio
Pueyrredón. Expulsado el diplomático, se produjeron graves incidentes callejeros entre belicistas y
neutralistas. La cuestión internacional fue debatida en el Congreso Nacional, donde ambas cámaras
se pronunciaron a favor de suspender relaciones con Alemania, sin que ello lograra convencer al
presidente, que juzgaba los hechos como naturales consecuencias del conflicto. Con una neutralidad
benévola hacia el bando democrático, Yrigoyen sostuvo el rumbo, que se demostró en un equilibrio
entre las grandes potencias y el mantenimiento de ideales y principios nacionales, cediendo en la
medida en que la presión de aquellas era imposible resistir.
Los postulados yrigoyenistas –junto con su retórica– se expresaron también en la Sociedad de
Naciones, surgida tras el Tratado de Versalles que puso fin a la guerra mundial. Cuando la
delegación encabezada por el canciller Pueyrredón solicitó que se consagrara el principio de
igualdad de todos los Estados, condicionó la permanencia a una aceptación, que no se produjo,
determinando el retiro de la Argentina en diciembre de 1920.

Las presidencias radicales


El gobierno de Yrigoyen buscó plantear unas relaciones interamericanas basadas en la
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fraternidad y solidaridad regional. Las desconfianzas que se querían superar, nacían de aquellas
hegemonías que se oponían a sus anhelos de igualdad entre las naciones, siendo las más
significativas “el panamericanismo y la política del ABC –ambas inspiradas y patrocinadas por los
Estados Unidos–” (Solveira, 1992, 176; Otero, 2001, 209-211). Si el radicalismo impidió la
ratificación legislativa del tratado firmado en 1915 entre Argentina, Brasil y Chile –también cabe
pensar que era una autodefensa pues “siempre era posible lograr una mayoría de dos”–, hasta 1923
no se realizaron encuentros continentales. Ello se debió no solo a la guerra sino también a que “los
contradictorios proyectos” de los presidentes Wilson e Yrigoyen habían interrumpido toda
evolución del movimiento panamericano (Peterson, 1985, 88). La conferencia de Santiago le sirvió
al nuevo gobierno radical de Marcelo T. de Alvear para sentar posición frente a Brasil que,
respaldado por los abastecimientos provenientes de los Estados Unidos, buscaba negociar con los
países del ABC el equilibrio regional de armamentos. Aunque entonces se convino en limitar esos
gastos para no perjudicar el desarrollo económico de los países americanos, la tensión entre
Argentina, Brasil y Chile, aunque subyacente, quedó planteada en torno a una “paz armada”
regional de baja intensidad (Cornut, 2018).
Ante el declive de la importancia económica británica, los Estados Unidos ya asumían una
actitud de potencia global. En la Argentina, el capital norteamericano se expandió no sólo a través
de agencias de noticias, bancos y compañías de seguros, líneas marítimas regulares, venta de
autómoviles y camiones, sino también con el aumento de inversiones y la radicación de empresas
industriales, convirtiéndose en primer exportador industrial del país. Pero a diferencia de Gran
Bretaña, que era el principal mercado para los productos primarios argentinos, Estados Unidos se
autoabastecía de éstos. Argentina entonces utilizó los excedentes de exportación británicos para la
importación de productos estadounidenses, generándose así un “comercio triangular” (Rapoport,
1980). Aquel mecanismo no estuvo exento de tensiones, por ejemplo cuando Washington tomó
medidas aduaneras y sanitarias que perjudicaron las exportaciones de carnes argentinas.
Los gobiernos de la UCR revitalizaron las relaciones con los países vecinos, que estuvieron en
el ideario de las anteriores gestiones bien que mediatizadas por la necesidad de precisar los límites
estatales. En la voluntad de acelerar la industrialización del país, había interés en lograr suministros
de materias primas que reclamaban la naciente industria militar e intelectuales del nacionalismo
económico, como Alejandro Bunge y Leopoldo Lugones. Sin embargo, la trama incluía atender los
lazos con inversores extranjeros que venían operando y explotando recursos naturales en la región.
Sacar de su postergación al norte argentino, vinculándose a través de la construcción de ferrocarriles
con Bolivia –el 10 de mayo de 1924 llegaban las primeras formaciones argentinas que unieron La
Quiaca con Tupiza – era una política estratégica que vislumbraba las ventajas de ligarse a la rica
geografía boliviana, impulsando el comercio y aprovisionándose de sus recursos minerales y
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petroleros (Figallo, 2019). En cuanto a Paraguay, la Argentina, a más de ser la principal proveedora,
absorbía la mayor parte de sus exportaciones, como destino final o intermediadora, controlando los
medios del transporte fluvial. Capitales argentinos con vínculos transnacionales eran propietarios de
enormes extensiones de tierras en el Chaco paraguayo, comerciando ganado y extrayendo tanino.
Con la República Oriental del Uruguay, los gobiernos argentinos habían protagonizado
controversias por la jurisdicción del Río de la Plata, alcanzando una momentánea solución en 1910
–que se extendió hasta 1973–. Ello no disminuyó la interrelación entre ambas sociedades y grupos
dirigentes, aunque con recurrentes roces por la cuestión de los argentinos que periódicamente
encontraron asilo político en Montevideo. La similitud de las economías de Brasil y Argentina,
unida a la competencia por alcanzar un rol prevalente en América del Sur, reafirmaron una secular
relación de rivalidad (Madrid, 2003). Los altos mandos militares brasileños observaban que la
Argentina había alcanzado superioridad estratégica en las comunicaciones terrestres y fluviales
interiores, encauzadas por la Cuenca del Plata. Con Chile, puesto en servicio el Ferrocarril
Trasandino en 1910 –que al igual que los ferrocarriles del norte, fueron costosas obras de
infraestructura, en recursos financieros y humanos–, se había activado el intercambio de bienes y
personas, siendo electrificado el servicio en algunos tramos claves en 1927 (Lacoste, 2004, 61).
A pesar de obras y proyectos de industrialización, los sectores agropecuarios mantuvieron su
rol prevalente en las definiciones exteriores del país. Bajo el lema de “comprar a quién nos
compra”, la Sociedad Rural, que representaba los intereses de los grandes propietarios de la pampa
húmeda argentina, reclamaban el retorno a la política preferencial con Gran Bretaña y otros clientes
europeos (Paradiso, 1993, 70).

Una década de crisis políticas y económicas globales, 1929-1939


La expansión de la economía estadounidense permitió una desenfrenada especulación bursátil
que derivó en la crisis económica de 1929, inicio de la “Gran Depresión”, caracterizada por un
retroceso en la producción industrial y la caída del comercio exterior a nivel global. Las dificultades
para afrontar la convulsión económica dejaron debilitado el sistema de relaciones internacionales,
permitiendo el ascenso de regímenes autoritarios y expansionistas de tipo fascista en Europa.
Casi coincidiendo con el crack y sus consecuencias, con rupturas del orden institucional que
se repitieron en otros países latinoamericanos, un golpe militar de inspiración corporativista derrocó
a Yrigoyen en septiembre de 1930. Coadyudaron en ello una serie de factores como la decepción
por las prácticas republicanas; la censura al presidente y a sus seguidores del radicalismo; una
alianza cívico-militar bien vista por terratenientes, el gran capital, las asociaciones patronales, los
intereses económicos de empresas transnacionales. La insistencia de la dictadura del general José
Félix Uriburu por producir reformas constitucionales fracasó, permitiendo una reversión con formas
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democráticas -mediante elecciones con veto y abstención radical- que consagró una fórmula
conservadora, la Concordancia, y llevó a la presidencia al general ingeniero Agustín Justo hasta
1938. Al principio de aquel período, Argentina vio mermadas sus exportaciones, tanto en volumen
como en precio, produciéndose una falta de divisas que redujo su capacidad de compra en el
mercado internacional, estimulando un nuevo ciclo de “industrialización basada en la sustitución de
importaciones”, ante la necesidad de fabricar muchos productos que antes se importaban. Se
reforzaría también la presencia del Estado en la economía con la creación de diversas Juntas
Reguladoras, la implementación del control de cambios y la creación del Banco Central.
Disminuida la confianza en los mercados, se implementaron iniciativas gubernamentales para
reactivar la economía, como el New Deal en Estados Unidos o medidas proteccionistas, como el
sistema de preferencias establecido por Gran Bretaña con los países de la Commonwealth,
oficializado en la Conferencia de Ottawa de 1932. El gobierno de Justo envió a Londres una
comitiva encabezada por el vicepresidente Julio A. Roca h. a negociar una cuota de exportación de
carne enfriada. Firmado en mayo de 1933, el Tratado Roca-Runciman implicó a cambio una
asignación preferencial de divisas, el desbloqueo de fondos congelados, reducción de aranceles y
tratamiento preferencial a las inversiones británicas, con la suspensión temporal del pago de la
deuda externa. Todo ello afectaba la capacidad de supervisión del gobierno argentino sobre su
comercio exterior, y condujo a encendidas polémicas en torno al imperialismo británico, agitadas
por infelices declaraciones de los negociadores argentinos.
La relación con Europa se vería reforzada tanto por la reincorporación a la Sociedad de
Naciones en septiembre de 1932 –aunque se dieron pasos ya durante la gestión de Alvear–, como
por el protagonismo del ministro de Relaciones Exteriores Carlos Saavedra Lamas. El gobierno,
reiterando su posición jurídica de neutralidad prescindente, tendría una participación destacada en la
defensa del derecho de asilo que concedió a numerosos refugiados durante el primer año de la
guerra civil que estalló en España en julio de 1936. Saavedra Lamas negoció personalmente la
solución del problema humanitario, en ocasión de presidir la asamblea ginebrina, mientras la
Armada exhibió su poderío -flota que entonces estaba considerada entre las diez más importantes
del mundo- al enviar dos unidades de guerra al Mediterráneo para proteger a los asilados (Figallo,
2014, 135-144). Justo supo reafirmar la lealtad militar con un suministro efectivo para las Fuerzas
Armadas argentinas, que venía de astilleros y fábricas de Inglaterra, Alemania, Italia, España.
En la región, el prolongado litigio fronterizo entre Bolivia y Paraguay por el Chaco Boreal
había suscitado intentos de mediación, que se repitieron entre 1924 y 1928 durante el gobierno de
Alvear, pero ni ello, ni el interés de los Estados Unidos y Gran Bretaña –preocupados por el
suministro de minerales bolivianos– ni de la Sociedad de Naciones, pudieron evitar el inicio de la
guerra en junio de 1932. Ejerciendo una suerte de liderazgo natural para arbitrar entre los vecinos
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beligerantes, con la anuencia de Brasil, Chile y los Estados Unidos, se reunió en Buenos Aires la
Conferencia de Paz del Chaco que funcionó entre 1935 y enero de 1939. A pesar de la neutralidad
declarada, los intereses argentinos en la economía paraguaya, así como la confraternidad de la
antigua región guaraní, hicieron que durante la guerra hubiera una importante pero secreta ayuda
material al Paraguay; después, la riqueza en hidrocarburos de Bolivia fue una baza de peso para
favorecer en las negociaciones al gobierno de La Paz, que había sido superado militarmente por las
fuerzas paraguayas. En lo concreto, la conferencia obtuvo el cese de hostilidades, y mucho después,
la demarcación de límites, así como propuso distintas medidas para favorecer la recuperación
económica de los contendientes (Brezzo y Figallo, 1999).
También la capital argentina recibió en multitud a los presidentes Getulio Vargas de Brasil,
quién convino con Justo impulsar la construcción del puente binacional sobre el río Uruguay entre
la provincia de Corrientes y el estado de Rio Grande do Sul, y Franklin D. Roosevelt, que en barco
se trasladó al Plata, para asistir a la inauguración de la Conferencia interamericana destinada a la
Consolidación de la Paz. Reforzada por la localía, entonces Argentina renovó la resistencia que
había exhibido en las anteriores reuniones panamericanas al establecimiento del sistema de poder de
Estados Unidos en el subcontinente, impulsada por la defensa de los productores rurales argentinos,
de disputas de mercados y de espacios de influencia regional, exacerbados por las consecuencias de
la crisis de 1929 (Morgenfeld, 2007). El canciller se empeñó en esquivar decisiones conjuntas que
significaran la escisión de América Latina y Europa en distintas esferas de actuación, o la
aceptación de liderazgos hemisféricos. Un público reconocimiento al país se produjo con la
concesión en 1936 del Premio Nobel de la Paz a Saavedra Lamas, en mérito a sus propuestas
pacificadoras, entre ellas, el Pacto de No Agresión y Conciliación, firmado en Río de Janeiro en
octubre de 1933, al que adhirieron naciones de América Latina y Europa.

La Segunda Guerra Mundial: la prevalencia de un neutralismo tradicional


Para 1938, la expansión del nazi-fascismo por Europa presagiaba un inminente conflicto
internacional. Durante el gobierno del sucesor de Justo, el radical antiyrigoyenista Roberto Ortiz, la
política externa argentina tomó posición sobre aspectos acuciantes del panorama mundial. Ese
mismo año participó de la conferencia de Evián, en Francia, convocada por los Estados Unidos para
atender los desplazamientos de grandes masas humanas. Aunque en circulares oficiales de la
Cancillería radiadas a las representaciones argentinas en Europa se instruyera la limitación de los
traslados de refugiados, distintos medios, licitos o clandestinos, le permitirían al representante
embajador Tomás Le Breton afirmar que, en comparación a su población, Argentina era el país que
mayor número había amparado en los últimos años (Newton, 1995, 188). En diciembre, con ocasión
de la VIII Conferencia Panamericana reunida en Lima se encaró la preocupación ante la infiltración
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fascista en América. Si se logró convenir el mecanismo de las reuniones de consultas a iniciativa de
un país que fructificaría en los encuentros de los ministros de Relaciones Exteriores en los años
siguientes, la Argentina, más que otros países del Cono Sur, manifestó diversas objeciones al modo
estadounidense de practicar la solidaridad americana en caso de agresión externa.
Producida la invasión germana a Polonia en septiembre de 1939 y Gran Bretaña y Francia
entraban en guerra contra el III Reich, el presidente Ortiz declaró la neutralidad. Las cancillerías
americanas realizaron a las pocas semanas una reunión en Panamá por la que se resolvió establecer
una zona marítima alrededor del continente, con el propósito de que en esas aguas no se realizaran
actos de hostilidad ni actividades bélicas, así como se creó el Comité Permanente Interamericano de
Neutralidad, con sede en Río de Janeiro, integrado por expertos en derecho internacional del que
participó la Argentina. Pero la Segunda Guerra Mundial efectivamente llegó al Río de la Plata con
el combate naval de Punta del Este el 13 de diciembre, entre el acorazado alemán Admiral Graf
Spee y tres cruceros ingleses.
Si la política argentina era funcional a los intereses británicos que necesitaban asegurarse el
abastecimiento de alimentos adquiridos sin pagos inmediatos, con libras bloqueadas en Londres con
garantía oro, el canciller José María Cantilo -después de considerarlo con Ortiz y otros
diplomáticos- planteó en abril de 1940 la posibilidad de sustituir la condición jurídica de neutral por
la de “no beligerante”, que era abandonar la actitud prescindente por una definición hacia el grupo
de naciones cuyo triunfo interesaba al país, es decir Gran Bretaña y Francia. El embajador británico
no le vió beneficio y se preocupó por la reacción norteamericana, cuyo representante transmitió la
opinión de la Secretaría de Estado que señaló la inoportunidad de la propuesta argentina de revisar
la neutralidad. Al trascender la noticia a la prensa, se generaron acusaciones de traición a los
principios de política exterior de la nación. En el Cono Sur tampoco hubo una recepción positiva,
pues se especulaba que lo que el país perseguía era hacer su comercio sin restricciones ni trabas,
sustrayéndose de las obligaciones panamericanas. El 18 de mayo el presidente emitió una
declaración para afirmar que la Argentina mantendría la imparcialidad más estricta, es decir, un
neutralismo normativo y cauteloso (Ruiz Moreno, 1997). Ortiz se vio obligado a pedir licencia por
enfermedad, siendo reemplazado interinamente por el vicepresidente Ramón Castillo. Los sectores
neutralistas, Fuerzas Armadas y nacionalistas, encontraron otro motivo de alarma cuando se
divulgaron las noticias sobre un plan norteamericano de establecer bases aeronavales en Uruguay,
señalando que ello, a más de alterar el equilibrio en el Río de la Plata, era parte de una campaña
psicológica destinada a obtener emplazamientos militares en la zona.
Argentina intentó acciones de concertación con sus vecinos para enfrentar las consecuencias
de las alteraciones de los mercados internacionales, como la Conferencia Regional Económica del
Plata que impulsó junto con Uruguay y tuvo lugar en Montevideo en enero de 1941. Allí estuvieron
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representados como miembros plenos u oyentes, todos los países que habían participado de la
Conferencia de Paz del Chaco. Argentina logró acuerdos con Bolivia y Paraguay sobre el
aprovechamiento del río Pilcomayo y con Bolivia, por ferrocarriles y petróleo, que serían
contrapesados por tratados bilaterales que proponía Brasil y por el suministro discrecional de
armamentos a los países de la región por parte de los Estados Unidos.
Tras el ataque de Pearl Harbour en diciembre de 1941 y el ingreso de Estados Unidos a la
guerra, la acometida de Washington para realizar una ruptura de relaciones en bloque con las
potencias del Eje se vio en parte frenada en la Conferencia de Cancilleres realizada en Río de
Janeiro, por la negativa de Argentina y de Chile -que rompería relaciones recién en enero de 1943.
Para entonces, Vargas había decidido el ingreso del Brasil en la guerra contra el Eje.
La Argentina creía estar contribuyendo para la defensa del hemisferio, con su abastecimiento
a los países aliados y con acciones de control de la aviación civil y militar. Castillo y su canciller
Ruiz Guiñazú mantuvieron la neutralidad aún cuando un submarino alemán hundió cerca de las
costas de New York al buque mercante Río Tercero, o en enero de 1943 el agregado militar de la
embajada alemana en Buenos Aires, capitán de navío Dietrich Niebuhr, fue acusado de espionaje,
junto a argentinos de ascendencia alemana y a españoles.

Acoso norteamericano, golpe militar y ruptura de relaciones con el Eje


La tensión con los Estados Unidos pasó a constituir un elemento determinante de la política
externa e interna del país. Washington desató un “inflexible y enérgico acoso político y económico,
privado y público contra el gobierno constitucional de la Argentina” (Escudé, 1995, 11), con
constantes acusaciones de fascismo al país y de peligrosidad para el continente, siendo uno de los
factores que condujeron al golpe militar del 4 de junio de 1943. Cuando la guerra comenzaba a
inclinarse a favor de los aliados y teniendo en cuenta el avance militar e industrial de Brasil, el
decaimiento de la producción por falta de materias primas importadas, la falta de armamentos y la
situación precaria en la que podía quedar el país en la posguerra, se esperaba que Argentina
rompiera con el Eje. Rápidamente desplazado el primer presidente general Arturo Rawson, de
tendencia rupturista, el gabinete que designó el nuevo titular del Poder Ejecutivo, general Pedro
Pablo Ramírez, estaba dividido entre neutralistas y aliadófilos. Un desplante del secretario de
Estado Cordell Hull al canciller vicealmirante Segundo Storni, contribuyó a desplazar a los altos
funcionarios partidarios de los aliados, prevaleciendo el grupo favorable a una neutralidad estricta.
Mientras el coronel Juan Perón era ya identificado por los representantes extranjeros como el “jefe
del grupo de coroneles que tiene en sus manos el contralor de la situación política”, desde su
designación al frente del Departamento Nacional del Trabajo, fue acumulando poder en la captación
de fuerzas sindicales y luego, de políticos profesionales.
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La tensión argentina-norteamericana llevó al congelamiento de fondos, cancelación de
permisos de exportación, suspensión de la misión de compra de elementos bélicos, que no se detuvo
ni con la ruptura de relaciones diplomáticas decretada con el Eje el 26 de enero de 1944. Decidida
como consecuencia del “affaire Helmuth” (Figallo, 2013), tampoco se apaciguaron los Estados
Unidos con el reemplazo de Ramírez por el general Edelmiro Farrell, más cuando desde julio Perón
ocuparía la vacante vice presidencia. Argentina quedó aislada: en la región solo Bolivia, Paraguay y
Chile mantenían sus vínculos diplomáticos. No obstante, el afianzamiento de los militares en el
poder era observado de forma positiva desde fuera: “existe tranquilidad interna, el pueblo vive
mejor y a menos costo […] se continua a un ritmo de vida como bajo la dirección de un gobierno
constitucional”. En mayo se concretaba en Buenos Aires y puertos del Paraná, la colocación de las
quillas de buques destinados a la flota fluvial argentina, e YPF instalaba en San Lorenzo su primera
planta petroquímica, pionera en América del Sur.
A fines de 1944 se produjeron cambios en la Secretaría de Estado que se tradujeron en
conversaciones reservadas con Perón y otros miembros del gabinete, llegándose a un acuerdo por el
que se cumplirían con los compromisos que se discutieron en la Conferencia Interamericana sobre
Problemas de la Guerra y de la Paz (Chapultepec, febrero-marzo de 1945). Declarada la guerra
contra Alemania y Japón el 27 de marzo, la Argentina fue invitada a la Conferencia de San
Francisco, incorporándose así al sistema internacional que emergió al fin de la Segunda Guerra
Mundial.

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