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Felipe Ángeles: devorado por la

revolución
"Mi espíritu se encuentra en sí mismo" escribió, con la serenidad de los justos, el general Felipe
Ángeles cuando el reloj marcaba las seis de la mañana del 26 de noviembre de 1919, hora dispuesta
para su ejecución. Soplaba un viento helado -como la muerte, que recorría la ciudad de Chihuahua.
El general caminó tranquilo hacia el pelotón y, de frente a los fusiles, recibió la descarga que cegó en
un instante su vida.

La gran tragedia de la revolución mexicana fue haber eliminado a toda una generación de jefes que,
por su honestidad, fidelidad a sus principios y alta calidad moral, le habrían dado un rumbo diferente
verdaderamente democrático-al Estado que nacía de la violencia de la guerra civil. La terrible
paradoja fue que esta pléyade de hombres Ángeles, Blanco, Buelna, Diéguez, Murguía- no cayó
combatiendo la dictadura porfiriana o la traición de Victoriano Huerta, sino a manos del canibalismo
revolucionario, entre emboscadas y traiciones, y en plena madurez. Muy pocos alcanzaron los 50
años de edad. Felipe Ángeles los había cumplido apenas el 13 de junio anterior. Por su incansable
actividad, la radiografía de su vida seme- jaba más la extensa historia de un hombre de cien años y
cien mil batallas. De ahí que al escuchar la sentencia de muerte, ni se inmutara; parecía anhelar el
descanso eterno. Y, recostado en el catre de su celda, probablemente recordó el camino andado
hasta esa noche, la víspera de su muerte.

Un militar humanista

El año 1869 dio testimonio del nacimiento de Felipe de Jesús Ángeles en el modesto pueblo de
Zacualtipán, dentro de los limites del estado de Hidalgo. Entre juegos infantiles y horas de estudio, el
joven de "ojos grandes, expresivos y fisonomía inteligente" desarrolló dos cualidades que brotaban
en él de manera natural: facilidad para la aritmética y devoción por la lectura. Con ambas virtudes, el
camino hacia el Colegio Militar se abrió ante sus ojos, y hacia 1898 era considerado el oficial más
inteligente y culto del ejército mexicano.

Felipe Ángeles era un militar humanista. Se le veía recorrer los pasillos del Castillo de Chapultepec
con su característico "aire meditativo", cargando sus libros y manuales del arte de la guerra, siempre
con algún clásico de literatura o del pensamiento universal: Platón, Montesquieu, Rousseau, Maquia-
velo, entre muchos otros. "Me encantaba andar en su compañía escribiría un oficial villista años más
tarde y escuchar sus pláticas, que más bien eran cátedras formidables. Ángeles era una universidad
ambulante."

Profesor de matemáticas, balística y mecánica analítica en el Colegio Militar, la gran pasión de su


vida fue el dominio de la más científica de las armas: la artillería. En su conocimiento puso el mayor
de sus empeños y, como alquimista de la Edad Media, logró fundir las matemáticas con la pólvora
para crear un arte. A juicio de Ángeles, el disparo de un cañón no era la burda conjunción de fuego y
destrucción, era la ciencia que encontraba su máxima expresión en un tiro parabólico, liberador de
ideas y de sueños.

La revolución de 1910 sorprendió al entonces coronel Ángeles en Europa mientras realizaba


estudios de especialización en artillería. Solicitó sin éxito, permiso para regresar a México a combatir
contra los rebeldes. El gobierno porfiriano decidió mantenerlo en el viejo continente, de donde volvió
en enero de 1912, en pleno régimen maderista.

Si Francisco L. Madero veía en todos los hombres su propia capacidad para "amar al prójimo" de ahí
su confianza casi ciega, aun en sus enemigos, su relación con Felipe Ángeles vino a confirmar su fe
inquebrantable. Quizá ningún otro personaje de la revolución fuese tan semejante a Madero en
términos de humanismo. Don Francisco reconoció plenamente sus virtudes y, además de otorgarle el
grado de general brigadier, lo nombró director del Colegio Militar.

Ángeles puso en práctica el humanismo maderista -y personal- en la campaña contra los zapatistas
que, desde principios de 1912, sufrían la despiadada crueldad de Juvencio Robles, dantesco
personaje de la historia mexicana. Su arribo al estado de Morelos no trajo la paz, pero abrió la
posibilidad real de la conciliación. El militar demostró, con creces, que su respeto por la vida humana
estaba por encima de la devoción por la guerra.

En febrero de 1913, por un inescrutable designio de la Providencia, Madero bebió el amargo cáliz de
la Decena Trágica estando cerca del general Ángeles. Estuvieron juntos varios días; vieron
transcurrir las horas lentamente y se percataron de cómo se escapaba la vida entre sus manos a
pesar de las promesas de Huerta. Ángeles se conmovió al escuchar el casi imperceptible llanto de
Madero, luego de enterarse del brutal asesinato de su hermano Gustavo. Tiempo tuvieron para
hablar y tiempo tuvieron para despedirse la noche del 22 de febrero de 1913, cuando Madero y Pino
Suárez fueron sacados de la intendencia del Palacio Nacional para ser llevados a la penitenciaria a
donde llegaron tan sólo sus cadáveres.

La gloriosa División del Norte

Los últimos instantes del infortunado presidente marcaron para siempre al general Ángeles. A partir
de 1913 su discurso seria el maderista apoyado en las armas, pero sólo en casos estricta- mente
necesarios. Y el primero se presentó al poco tiempo: la revolución constitucionalista encabezada por
Carranza venga- ría la muerte de Madero, al buscar restablecer el orden constitucional roto por la
traición de Huerta. Ángeles comenzó la etapa más gloriosa de su carrera militar al lado de Pancho
Villa, haciendo rugir los cañones de la famosa División del Norte.

"¡Qué cosas tan extrañas las de la Revolución! -escribiría años más tarde un oficial villista. El hombre
más inculto de México fue el único que supo aquilatar las grandes virtudes y las grandes glorias de
Felipe Ángeles." Ciertamente Villa, a diferencia de toda la corte carrancista que repudiaba el origen
porfiriano de Ángeles, apreció a su artillero y juntos dieron grandes batallas-Torreón y Zacatecas,
entre otras, que determinaron el curso de la guerra en favor de la causa constitucionalista y la caída
de Huerta en julio de 1914.

La influencia de Ángeles sobre Villa, lo que salvó a decenas de personas de morir a manos del
Centauro, no fue suficiente para impedir el rompimiento con Carranza y la escisión revolucionaria.
Con el país entero otra vez en guerra, Ángeles siguió fiel a la causa villista hasta su derrota en las
sangrientas batallas del Bajío en 1915. El estratega de la División del Norte había recomendado al
general en jefe no enfrentar a Obregón en la región central del país sino llevarlo al norte, a terreno
conocido. Ensoberbecido por sus casi 35 000 hombres, Villa consideró que al "perjumado" de
Obregón podía derrotarlo en cualquier sitio, pero le falló el cálculo: la División del Norte fue
destrozada.

Ángeles decidió abandonar el país y marchó a los Estados Unidos, de donde regresaría, a finales de
1918, transformado: había decidido cambiar el rugir de los cañones por la voz de la razón.

El nuevo Madero

Vengo en misión de amor y de paz comentó Felipe Ángeles a principios


de 1919. Vengo a buscar la manera de que cese esta lucha salvaje que
consume al pueblo mexicano, unificando en un solo grupo a todos los
bandos políticos que existen en la actualidad en el suelo de la república,
sin distinción de credos.

Con "la genial caballerosidad y atención que le caracterizaba", el general Ángeles intentó persuadir a
Villa de formar una alianza con viejos revolucionarios que se encontraban en el extranjero
perseguidos por Carranza, e incluso con el mismísimo "viejo de la barba florida" -como solía referirse
a don Venustiano. El objetivo común debía ser la paz de la república y la instauración de un régimen
democrático, respetuoso de las garantías individuales.

Los años en el exilio no habían minado la personalidad del general de 50 años. Seguía mostrando su
porte distinguido; alto, delgado, sereno, de finas maneras y reservado en sus comentarios; pero se
veía cansado, casi abatido. Lo deprimía la situación de la república y el observar cómo la idea
democrático de Madero, tras casi diez años de lucha, había sido desterrada del país. México vivía la
más pura expresión del canibalismo revolucionario. Con las circunstancias adversas, Ángeles no
tardó en seguir el mismo camino de Madero: el martirio. En su caso fue revestido con fórmulas
legales. Victima de una traición, fue capturado por las fuerzas carrancistas y llevado a Chihuahua
para ser sometido a un juicio sumario, cuya sentencia la pena de muerte había sido dictada por
Carranza desde 1914, cuando Ángeles siguió a Villa tras el rompimiento revolucionario.

El juicio fue una indignante farsa. Periódicos nacionales y extranjeros abogaron por el general;
decenas de cartas fueron enviadas a la capital pidiendo el indulto o la conmutación de la pena. Nada
conmovió a Carranza, Ángeles debía morir el 26 de noviembre de 1919.

Enterado de la sentencia, el general Ángeles dedicó las últimas horas de vida a su pasión por la
lectura. Releyó algunos pasajes de la Vida de Jesús de Renán, escribió una breve carta a su
adorada Clarita, confiado en que sus hijos, en un futuro no muy lejano, amarían a su patria; se
confesó y, con su "espíritu en si mismo", caminó al patíbulo. En ese lugar, en medio del silencio
sepulcral, recibió la muerte. La revolución había devorado a uno de sus mejores hijos.

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