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El documento describe la misericordia de Dios hacia los pecadores. Explica que la misericordia se refiere a la condición miserable del pecador debido al pecado, mientras que la gracia se refiere al perdón de la culpa. También señala que Jesús mostró la misericordia de Dios a través de sus milagros de sanidad, y que Dios otorga su misericordia de manera libre e ilimitada, no por mérito alguno.
El documento describe la misericordia de Dios hacia los pecadores. Explica que la misericordia se refiere a la condición miserable del pecador debido al pecado, mientras que la gracia se refiere al perdón de la culpa. También señala que Jesús mostró la misericordia de Dios a través de sus milagros de sanidad, y que Dios otorga su misericordia de manera libre e ilimitada, no por mérito alguno.
El documento describe la misericordia de Dios hacia los pecadores. Explica que la misericordia se refiere a la condición miserable del pecador debido al pecado, mientras que la gracia se refiere al perdón de la culpa. También señala que Jesús mostró la misericordia de Dios a través de sus milagros de sanidad, y que Dios otorga su misericordia de manera libre e ilimitada, no por mérito alguno.
1:15) que los esclavizaban al pecado y los dirigían al justo castigo en
el infierno. Por tanto, necesitaban que Dios, en su misericordia, mostrara compasión hacia la condición desesperada y perdida de ellos y la remediara (cp. Is. 63:9; Hab. 3:2; Mt. 9:27; Mr. 5:19; Lc. 1:78; Ro. 9:15-16, 18; 11:30- 32; 1 Ti. 1:13; 1 P. 2:10). Misericordia no es lo mismo que gracia. La misericordia tiene que ver con una condición miserable del individuo, mientras que la gracia tiene que ver con su culpa, lo que provocó tal condición. La misericordia divina lleva al pecador de la miseria a la gloria (un cambio de condición), y la gracia divina lo lleva de la culpa a la absolución (un cambio de posición; véase Ro. 3:24; Ef. 1:7). Al Señor le apena la condición no redimida de perdición y desesperación del pecador (Ez. 18:23, 32; Mt. 23:37-39). Eso se manifestó claramente durante su encarnación cuando Jesús sanó a las personas de sus enfermedades (Mt. 4:23-24; 14:14; 15:30; Mr. 1:34; Lc. 6:17-19). Él pudo haber demostrado su deidad en muchas otras maneras, pero decidió las sanidades porque estas ilustraban mejor el corazón compasivo y misericordioso de Dios hacia pecadores que sufrían la miseria temporal de su condición caída (cp. Mt. 9:5-13; Mr. 2:3-12). Los milagros de sanidad de Jesús, que casi desterraron la enfermedad de Israel, demostraron que era cierto lo que el Antiguo Testamento decía acerca de que Dios el Padre es misericordioso (Éx. 34:6; Sal. 108:4; Lm. 3:22; Mi. 7:18). Aparte incluso de la posibilidad de cualquier mérito o valía de parte del pecador, Dios concede misericordia a quien quiere: “Pues a Moisés dice: Tendré misericordia del que yo tenga misericordia, y me compadeceré del que yo me compadezca. Así que no depende del que quiere, ni del que corre, sino de Dios que tiene misericordia” (Ro. 9:15-16). Por su infinita compasión y su libre, abundante e ilimitada misericordia, Él decidió otorgar vida eterna, y no fue por algo que los pecadores pudieran hacer o merecer (Éx. 33:19; Ro. 9:11-13; 10:20; 2 Ti. 1:9). Es totalmente comprensible que Pablo llamara a Dios “Padre de misericordias” (2 Co. 1:3).
LA APROPIACIÓN DE LA HERENCIA DEL
CREYENTE nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, (1:3c)