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La vida del cordero fue el precio requerido para salvar la vida de los
primogénitos de las familias de Israel. El cordero fue una ilustración
divinamente ordenada, y su sacrificio tipificó la muerte expiatoria de un
sustituto inocente que redimía a quienes estaban en esclavitud. Este evento de
la Pascua se convirtió inmediatamente en símbolo de redención sustitutiva
(1 Co. 5:7-8). Dios decretó además que Israel celebrara anualmente la Pascua
a fin de recordar perpetuamente a la nación la poderosa liberación que Dios
les hiciera de Egipto (Dt. 16:2-3, 5-7), y para señalar al pueblo hacia el
verdadero Cordero que un día iba a morir y a resucitar como sacrificio
sustitutivo perfecto y definitivo por pecadores redimidos con su sangre (cp.
Mt. 26:28; Jn. 1:29; 1 Co. 11:25-26; He. 9:11-12, 28).
Los israelitas recordaban la primera Pascua como la más grande
demostración divina de poder redentor hasta ese momento: “Por tu gran amor
guías al pueblo que has rescatado; por tu fuerza los llevas a tu santa morada”
(Éx. 15:13, nvi; cp. Dt. 7:8; 2 S. 7:23; Sal. 78:35; 106:10-11; Is. 63:9). Pero
por grandiosa que fuera esa redención, aquella de la cual escribió Pedro la
sobrepasó infinitamente. Como para dar un nuevo énfasis a la grandeza de la
salvación de Dios (cp. 1:1-12), este pasaje proporciona a los creyentes una
teología de redención al contestar cuatro preguntas cruciales: ¿De qué
redimió Dios a los creyentes? ¿Con qué los redimió? ¿Para quién los
redimió? y ¿Para qué los redimió?