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Ud 05 Las Voces Mimeticas
Ud 05 Las Voces Mimeticas
Unidad didáctica 5:
Las voces miméticas
Autoría: Javier Argüello Mora, Patricia Capdevila Royano, Laura López Granell,
Dolors Millat Llussà, Abraham Mohino Balet, Francesc Nadal Álvarez, Rosa Mª Prats de la Iglesia,
Manel de la Rosa Mileo, Mar Tomàs Benedicto i Muriel Villanueva i Perarnau
Coordinación: Lluís Martí López , Jordi Muñoz i Burzon i Pau Pérez López
Las voces miméticas
Contenido de la unidad
1. Introducción ................................................................................................................ 3
2. Objetivos ..................................................................................................................... 4
3. Qué son las voces miméticas ....................................................................................... 5
4. Voces orales ................................................................................................................ 6
4.1. El diálogo .............................................................................................................. 7
4.2. Funciones del diálogo ......................................................................................... 13
4.3. Hablando solos ................................................................................................... 17
5. Voces mentales .......................................................................................................... 21
5.1. El monólogo interior o flujo de la consciencia ................................................... 21
6. Voces escritas ............................................................................................................ 22
6.1. La correspondencia violada ................................................................................ 22
6.2. Querido diario ..................................................................................................... 26
6.3. Viaje a través de la memoria .............................................................................. 29
7. Información para el lector ......................................................................................... 35
8. Glosario ..................................................................................................................... 38
9. Bibliografía................................................................................................................ 39
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Las voces miméticas
1. Introducción
Los buenos aficionados al cine prefieren las películas en versión original. No quieren
perderse los matices, la personalidad que un buen actor confiere a la voz. Porque esa
voz es una parte importantísima del personaje, y cualquier doblaje o alteración la
desvirtúa, poco o mucho. En literatura, las voces de los personajes son tan importantes
como en el cine, y además podemos exponerlas de formas más diversas. En esta unidad
hablaremos de esas formas y sus características, de manera que sepamos cuál escoger
según las necesidades de nuestra narración y del carácter que queramos imprimirle.
Descubriremos que hablar solos no es cosa de locos, y que podemos escribir las
memorias de un personaje inexistente, vistiéndonos con su piel. Que los diarios que
llenábamos cuando éramos adolescentes, o que continuamos llenando, son una más de
las posibilidades de presentar los escritos de nuestros personajes. También incitaremos
a los lectores a convertirse en delincuentes que violan correspondencias, asegurándoles
impunidad.
Aprenderemos a escribir buenos diálogos, cómo hacerles decir una cosa y transmitir
otra, cómo dotar de personalidad sus palabras. Una historia contada únicamente por un
narrador, dueño y señor absoluto del relato, puede resultar monótona. Con el discurso
de los personajes aportaremos a la historia miradas y enfoques diversos, viveza y
fluidez. Y escarbaremos sin limitación en su intimidad. Nuestra última parada tratará
de cómo evitaremos proporcionar al lector informaciones inverosímiles a través de la
voz de los personajes.
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Las voces miméticas
2. Objetivos
• Conocer los tipos de voces escritas y sus diferencias, tanto en sus modalidades
reales como de ficción: la epístola, el diario íntimo y las memorias. Saber
manejarlas para revelar la intimidad de los personajes
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Las voces miméticas
¿A qué nos suena eso de “mimético”? Es la estrategia que utiliza el camaleón: adopta
los colores y textura del entorno, reproduciéndolos con la mayor exactitud de la que es
capaz. Si aplicamos esa estrategia en narrativa, nos es fácil deducir que una voz
mimética es aquella que reproduce fielmente las voces de los personajes. ¿Nos recuerda
algo esta definición? Es la de los estilos directos, que estudiamos en la unidad anterior.
Los estilos directos no nos sirven únicamente para presentar los diálogos de los
personajes, sino todas sus formas de expresión: la oral, la mental y la escrita. Aquí las
tenemos clasificadas:
Voces miméticas:
a) Orales
o Diálogo
o Soliloquio
b) Mentales
o Monólogo interior o flujo de la consciencia
c) Escritas
o Diario
o Epístola
o Memorias
Las voces miméticas más utilizadas en ficción son las orales y las mentales: el diálogo
—un intercambio verbal entre dos o más personajes—, el soliloquio —un monólogo de
un personaje que mantiene un diálogo consigo mismo o con una audiencia (real o
imaginada) de la que no espera respuesta— y el monólogo interior o flujo de la
consciencia —una técnica, ya vista en la unidad anterior, que vehicula los
pensamientos del personaje y permite al lector entrar directamente en su mente.
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Las voces miméticas
Existen también las voces escritas, menos frecuentes pero que han dado páginas
memorables (y continúan dando) a la historia de la literatura. Nos referimos a la
epístola; el diario o dietario, que equivale a un soliloquio escrito; y las memorias, en
las que el personaje habla en primera persona de hechos en los que ha participado y de
otros personajes a los que ha conocido.
En esta unidad vamos a centrarnos en las voces orales y en las escritas, y repasaremos
brevemente las voces mentales, teniendo en cuenta que en la anterior unidad ya
trabajamos el monólogo interior.
4. Voces orales
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4.1. El diálogo
El diálogo es la representación del intercambio oral entre dos o más personajes. Una
conversación. Es una de las formas narrativas más próximas para el lector, ya que no
presenta intermediarios. Pero esa proximidad exige que se ajuste sin paliativos a una de
las reglas de oro de la literatura: la verosimilitud. Si nuestros personajes o nuestros
argumentos no son verosímiles, seremos incapaces de satisfacer el pacto ficcional que
hemos establecido con el lector. Es decir, él acepta sumergirse en el mundo que hemos
creado, quiere creérselo, y nosotros nos comprometemos a hacer todo lo necesario para
que esa ilusión se mantenga hasta el final del relato. El diálogo literario, por lo tanto,
ha de ser natural. Pero no podemos reflejar una conversación tal como las escuchamos
en la realidad: nuestros diálogos estarían salpicados de indecisiones, incorrecciones
sintácticas, repeticiones innecesarias y otros descuidos que cometemos al hablar.
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Las voces miméticas
Ahora sí que hemos dado una información importante. No sólo hemos mostrado los
sentimientos de ambos con las acotaciones, sino que la propia falta de profundidad del
diálogo, en una situación donde ambos quisieran decirse tantas cosas, nos denota su
nerviosismo, nos indica que la emotividad no les permite ningún discurso elaborado.
Hablaremos en profundidad de las acotaciones del narrador dentro de poco.
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Unos buenos diálogos presentarán también singularidad: cada personaje tiene una
personalidad y una determinada visión del mundo, y una carga psicológica y
emocional, que debemos reflejar en sus intervenciones. Es importante que nunca
lleguen a confundirse las diferentes voces, para evitar que todos acaben hablando igual.
La prueba del nueve es leer un diálogo y no necesitar de las acotaciones (dijo José o
dijo Fernando) para saber quién está hablando. Hay ocasiones en que nos resultará
muy difícil o imposible conseguir esta precisión, por ejemplo en una conversación
compuesta por monosílabos, pero dejando de lado estas excepciones, tenemos que
esforzarnos para mostrar la singularidad. Si no, ofreceremos al lector unos diálogos
impersonales.
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Las voces miméticas
También nos sirven para introducir pensamientos de los personajes, sus estados
de ánimo o aclaraciones del narrador. Muchas de estas acotaciones consisten en los
verbos de dicción, que ya vimos en la unidad anterior. La precisión que se exige a las
palabras de los personajes se extiende a estos verbos: si un personaje está
argumentando, escribiremos argumentó y no dijo; si susurra, susurró. Hay multitud de
opciones que nos permiten dar variedad léxica al texto y evitar así la reiteración de los
habituales dijo y respondió: comentar, replicar, explicar, aclarar, reponer, afirmar,
sostener, negar… la lista es larga. Sin embargo, si es suficiente con dijo, éste es el
verbo que hemos de utilizar. Emplear verbos extraños sólo sirve para que el lector nos
considere unos exhibicionistas de la palabra y, lo que es peor, que perciba la mano del
autor, con lo que le impediremos sumergirse en nuestro universo de ficción. Un
argumentó es muy convincente; un adujo quizás no es tan habitual, pero no nos chirría;
en cambio, difícilmente podremos justificar un arguyó.
Las acotaciones más allá de los verbos de dicción son igualmente importantes. A veces,
más que las propias voces de los personajes. Los dos ejemplos siguientes reproducen
los mismos diálogos, pero con distintas acotaciones. Veremos que nos cuentan dos
historias totalmente distintas:
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—Deja de quejarte, que siempre estás igual —se rió con desprecio el
capataz, y ordenó a uno de los chavales que probara la máquina. Mientras
tuviera el poder, le traían al pairo los comentarios de ira reprimida en voz baja.
Tanto como la aprensión que mostraron todos cuando el nuevo mecanismo
arrancó; aunque incluso él se intranquilizó al ver que una de las piezas móviles
de la trituradora se desprendía por la vibración y dejaba al descubierto,
demasiado próximas al obrero joven, unas cuchillas terribles e inestables.
—¡La pierna! —gritó un trabajador cercano, incapaz de evitar que la
máquina de triturar atrapara la pierna del chaval, destrozándola hasta la
rodilla. Sus gritos helaron a todos los que se encontraban en la planta, hasta
que se desmayó. La ambulancia tardaría en llegar, lo sabían de sobras.
—Esto lo pagarás —escupió Santiago mirando con odio al capataz. Diez
años de humillaciones estaban a punto de estallar.
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Con el latín y con los reglazos en la punta de los dedos, bien que se
acordaba. ¿Por qué el nuevo socio de la carnicería no podía dejarle continuar
con sus cuchillos a la vieja usanza?
—Deja de quejarte, que siempre estás igual —lo amonestó don Facundo,
que exhibía sonrisa con dentadura acabada de estrenar. Meses de trámites en la
Seguridad Social, eso simbolizaba la dentadura.
—¡La pierna! —gritó Agustín, incapaz de evitar que la pierna de cordero
saliera disparada por un error de programación e impactara en la dentadura
nueva de don Facundo.
—Esto lo pagarás —farfulló de manera casi ininteligible el profesor
jubilado, con los incisivos volatilizados por la colisión ovina. Sus ojos ardían
con la misma ira justiciera de cuarenta años atrás, cuando castigaba a Agustín
por lanzarle el borrador a la calva mientras él escribía en la pizarra.
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Además de las características que hemos mencionado para conseguir que nuestros
diálogos estén bien escritos, hemos de tener presente sus funciones narrativas. Los
diálogos no son solamente un recurso para mostrar las voces de los personajes, sino
que tienen otras utilidades muy concretas que debemos conocer. En parte, porque si las
dominamos, las aprovecharemos; pero también porque, si las desconocemos, nuestro
texto cojeará. Las funciones que describimos a continuación parten de la premisa de
que los diálogos muestran; por tanto, tal como aprendimos en la unidad dedicada a
Decir y mostrar, deberemos escoger, según su importancia en la narración, qué
mostramos mediante diálogos y qué, simplemente, decimos:
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Además de resultar útiles para mostrar el carácter de los personajes, los diálogos
también nos sirven para mostrar su estado de ánimo en ese momento y la
relación que tienen entre ellos. Hacerlos discutir frecuentemente nos los hace
mucho más visibles que decir Juan y Lidia discutían por cualquier cosa.
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Un fragmento de Los hombres que no amaban a las mujeres, de Stieg Larsson, nos
servirá para ejemplificar las diversas funciones. En el diálogo que sigue, asistimos a
una conversación entre Mikael Blomkvist e Isabella Vanger. Blomkvist es un
periodista que investiga la desaparición en extrañas circunstancias de la sobrina de
Isabella Vanger, una adinerada viuda que no quiere saber nada del investigador:
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Nos resulta sencillo comprender que alguien reflexione en voz alta sin dirigirse a nadie,
aunque quizás no tanto que lo haga dirigiéndose a una audiencia incapaz de responderle
o incluso de comprenderle. Podría parecer que este tipo de soliloquios son patrimonio
exclusivo de los personajes teatrales, pero encontramos muchos ejemplos en la vida
real. Más de uno, tras sufrir un desengaño amoroso, hemos increpado la fotografía de
quien acaba de abandonarnos y le hemos puesto los puntos sobre las íes, aprovechando
que no podía responder a nuestros reproches. No son pocas las personas que hablan con
su gato: empiezan por una carantoña y un saludo afable, y terminan contándoles sus
problemas, sin esperar respuesta.
Eso es lo que hace, por ejemplo, la protagonista de La elegancia del erizo, de
Muriel Barbery. Al fin y al cabo, los gatos son buenos oyentes: ni nos juzgan ni nos
interrumpen (otra cosa distinta es que les interese mucho lo que les contamos, como
saben todos los que conviven con uno). Y las niñas hablan con sus muñecas,
confidentes discretas de sus secretos y preocupaciones.
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En Edipo Rey, Sófocles recurrió al soliloquio para ofrecer parte del desolado discurso
del monarca. Edipo está conmocionado tras saber que ha asesinado a su padre y que la
mujer con la que ha tenido dos hijos no es otra que su propia madre, Yocasta. Veamos
cómo se expresa el protagonista en su intervención final, un desgarrado lamento por
sus crímenes:
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Edipo habla con los caminos, el encinar, una cañada y un desfiladero. Pero, en el
fondo, habla consigo mismo. A veces tenemos la necesidad de expresar nuestros
pensamientos y sentimientos en voz alta, como el desdichado Edipo. No buscamos ni
respuestas externas, ni la opinión de nadie, ni su consuelo: buscamos nuestra propia
voz.
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5. Voces mentales
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6. Voces escritas
Una epístola es una carta, una comunicación escrita que se envía a alguien. En
literatura, las epístolas resultan útiles para narrar una historia desde el punto de vista de
uno o varios personajes; en especial, para penetrar en su intimidad. Recordemos que
cuando hablábamos del diálogo comparábamos al lector con un voyeur. En la epístola,
nuestra comparación continúa vigente: el lector accede a las cartas que escriben los
personajes como si fuera un vecino que ha robado su correspondencia, o un familiar
que se ha colado en su habitación y consulta las cartas a la luz culpable de una linterna.
Las cartas literarias, como el resto de las técnicas narrativas que describimos aquí,
pretenden mimetizar la voz de los personajes y reflejarla de la manera más realista y
verosímil posible. Por eso, como en la realidad, las cartas de ficción están escritas en
primera persona. Sin embargo, se diferencian de un cuento o novela relatados por un
narrador en primera persona en un punto esencial: mientras éste (casi siempre) conoce
la historia entera ya antes de empezar a narrarla, la epístola es la crónica de un proceso
en marcha. Esta característica conlleva un tipo de relato que proporciona la
información a retazos, dosificada a voluntad por el narrador.
Además, cuando en el relato se alternan distintos corresponsales y, por lo tanto,
distintos puntos de vista sobre unos mismos hechos, la narración adquiere una viveza y
una naturaleza de proceso en curso muy acentuados. Conseguimos así que el lector
tenga la sensación de estar caminando junto a los personajes.
Podemos utilizar las cartas de manera aislada o escribir toda nuestra narración en forma
de epístola. Es el caso de Viento del este, viento del oeste, de Pearl S. Buck, donde una
joven china conservadora, en la época anterior a la revolución maoísta, relata mediante
cartas a una amiga su matrimonio y su conflicto con un marido occidentalizado.
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En Viento del este, viento del oeste, todas las cartas están escritas por uno solo de los
personajes, la protagonista. En el caso de un intercambio de correspondencia, como la
que presenta la novela Las amistades peligrosas, de Pierre Choderlos de Laclos, se
añade un barniz suplementario de realismo a la historia, de manera que el lector pronto
olvida que está leyendo una obra de ficción. Esta novela narra el duelo perverso y
libertino de dos nobles franceses a finales del siglo XVIII, la marquesa de Merteuil y el
vizconde de Valmont, ambos personajes esencialmente amorales y maestros de la
seducción:
Carta IV
El vizconde de Valmont a la marquesa de Merteuil, en París
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A diferencia de los personajes, el lector tiene acceso a todas las cartas que componen
una narración epistolar. Esta omnisciencia es una baza con la que el escritor puede
jugar, de forma que sólo el lector tenga una idea clara de la acción. Para los personajes
existen secretos o cartas inaccesibles: tendrán que conformarse con una información
incompleta. Nosotros, como lectores, no.
Existe una herramienta narrativa muy relacionada con la epístola que poco a poco se
está introduciendo en los relatos de ficción: el correo electrónico, vehículo de
comunicación de primer orden en nuestros días y que está desplazando al correo
convencional.
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De: Inovak@metrognome.net.au
Para: anovak@strongwomanstory.org
Asunto: novela fantasma
Vale, sigo leyendo, ya ves que trabajo duro para ti, y además durante mis
vacaciones. En fin, el caso es que he estado leyendo a Marchand, el grandísimo
biógrafo de B., donde he encontrado con fecha de septiembre de 1816, en el
mismo lugar y momento que el asunto Shelley/Polidori, lo siguiente: «Había
empezado una historia en prosa, una poco velada alegoría de sus problemas
matrimoniales; cuando supo que lady Byron estaba enferma, la arrojó al
fuego.»!!! Marchand no especifica cómo descubrió este dato.
Quizá no la arrojó al fuego. Quizá quiso hacerlo, pensó que era lo
correcto, pero no lo hizo. Es sólo una idea.
Lee
John Crowley, La novela perdida de Lord Byron
Como podemos observar, el discurso está estructurado menos formalmente que en una
carta tradicional, debido a que el correo electrónico es más inmediato y funcional que
la carta. Su presencia constante en nuestra vida cotidiana va encontrando reflejo en la
literatura, y su uso como herramienta narrativa es clave en novelas como El corazón de
Voltaire, de Luis López Nieves, una novela epistolar escrita únicamente con correos
electrónicos, o El arte de perder, de Lola Beccaria.
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Los diarios, como las epístolas, también tienen una larga tradición en narrativa. Este
género nos presenta una doble vertiente:
• por un lado, tenemos los diarios autobiográficos, aquellos que tratan de
personajes y hechos reales;
• por otro, los de ficción, entendidos como una estrategia narrativa del autor
para mostrarnos las vivencias y el pensamiento de un personaje.
Sea un diario real, sea uno de ficción, la subjetividad del relato en primera persona
aparece aquí en plenitud: los pensamientos, las emociones, los sentimientos, los
hombres y mujeres que pueblan sus páginas, los detalles, todo se interpreta y se pasa
por el tamiz de lo personal. Se selecciona la realidad, se manipula, se oculta o se
enfatiza, y ello nos obliga a ser muy conscientes de su parcialidad respecto a los hechos
que se cuentan, sean reales o ficticios.
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En el caso de que decidamos utilizar los diarios pero sin hacerlo de manera exclusiva,
las posibilidades sólo están limitadas por nuestro gusto y las necesidades de la
narración. En Drácula, la inquietante novela gótica de Bram Stoker, el autor irlandés se
vale de una poliédrica combinación de diarios personales y cartas para construir unas
voces narrativas que nos introducen de lleno en este relato de terror. Las palabras que
Jonathan Harker, uno de los protagonistas, escribe en su diario, nos sumergen en la
opresiva atmósfera de un castillo en Transilvania y nos hacen vivir junto a él la
incertidumbre y el temor más oscuros:
5 de mayo
Debo haber estado dormido, pues es seguro que si hubiese estado plenamente
despierto habría notado que nos acercábamos a tan extraordinario lugar. En la
oscuridad, el patio parecía ser de considerable tamaño, y como de él partían
varios corredores negros de grandes arcos redondos, quizá parecía ser más
grande de lo que era en realidad. Todavía no he tenido la oportunidad de verlo
a la luz del día.
Cuando se detuvo la calesa, el cochero saltó y me ofreció la mano para
ayudarme a descender [...]. Mientras yo permanecía en pie, el cochero saltó otra
vez a su asiento y agitó las riendas; los caballos iniciaron la marcha, y
desaparecieron debajo de una de aquellas negras aberturas con coche y todo.
Permanecí en silencio donde estaba, porque realmente no sabía qué
hacer. No había señales de ninguna campana ni aldaba, y a través de aquellas
ceñudas paredes y oscuras ventanas lo más probable era que mi voz no
alcanzara a penetrar. El tiempo que esperé me pareció infinito, y sentí que las
dudas y los temores me asaltaban. ¿A qué clase de lugar había llegado, y entre
qué clase de gente me encontraba? ¿En qué clase de lúgubre aventura me había
embarcado? ¿Era aquél un incidente normal en la vida de un empleado del
procurador enviado a explicar la compra de una propiedad en Londres a un
extranjero?
Bram Stoker, Drácula
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La última de las voces escritas, las memorias, es una forma narrativa cuyo narrador
habla en primera persona de hechos en los que ha participado y de personajes a los que
ha conocido, desde cierta distancia temporal. En términos sencillos, el narrador nos
cuenta la historia de su vida, bien en su totalidad, bien en un periodo determinado.
Hemos dicho el narrador, no el autor. El motivo de esta distinción es que, como ocurre
en los diarios íntimos, las memorias pueden utilizarse para la realidad y para la ficción.
Como muchas de las voces que hemos descrito anteriormente, las memorias
tienen una característica definitoria: la intimidad. El narrador nos muestra detalles de
su trayectoria vital, muchas veces de manera exhaustiva. Al fin y al cabo, su intención
es relatarnos su vida. Eso, en el caso de las memorias autobiográficas, entraña un
peligro del que no siempre somos conscientes: lo que a nosotros nos impactó, puede
dejar frío al lector.
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Tenemos que seleccionar con cuidado qué le ofrecemos. Y, por supuesto, que
escribamos unas memorias autobiográficas no significa que dejemos de lado las
técnicas que utilizamos en las obras de ficción. Hay muchas memorias escritas por
actores, deportistas, cantantes y políticos que pueden interesarnos si somos seguidores
suyos, pero cuya calidad literaria hace inviable su lectura para quien no profese
auténtica devoción hacia dichas personas.
Una diferencia importante entre los diarios y las memorias es que en los primeros
(como en las epístolas) pretendemos crear en el lector la ilusión de que la acción se va
desarrollando al mismo tiempo que la redacción; en las memorias, la acción terminó
hace tiempo.
Este factor, que podría parecer poco relevante, provoca cierta dualidad en el
autor cuando hablamos de memorias reales, autobiográficas. Seguro que todos nos
hemos ilusionado ante la oportunidad de volver a un lugar donde pasamos parte de
nuestra infancia y que recordamos con cariño. Quizás aquel restaurante donde nos
llevaban nuestros padres por nuestro cumpleaños, o el desván del abuelo, que vivía aún
en el pueblo y que sólo visitábamos en vacaciones. En ocasiones no es un lugar, sino
los churros con chocolate de aquella tiendecita al lado del cine. ¿Qué ocurre, cuando
nos reencontramos con esas vivencias? Es posible que el desván mantenga su atractivo,
pero también puede ser que el restaurante nos parezca horroroso, y los churros de lo
más pringosos. Preguntamos si han redecorado el restaurante y nos aseguran que se ha
conservado así desde hace veinte años; preguntamos si han cambiado la receta de los
churros y nos responden que imposible, que es una receta familiar. Los escenarios eran
reales y nada ha cambiado, pero nosotros sí.
¿Quién escribe, entonces, las memorias? ¿La persona que fuimos o la que
somos ahora? Ambos. Y en muchas ocasiones no sabremos qué porcentaje escribe cada
cual.
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Hay otra duda que asalta al escritor de sus propias memorias: ¿son ciertos, los hechos
que escribimos, o están deformados por la memoria?
Nos encontramos con un amigo de la infancia al que no vemos desde hace
muchos años y, de repente, recordamos la ocasión en que huimos junto a él,
perseguidos por el dueño de aquel melonar, convencido de que éramos unos
ladronzuelos. Y eso que no habíamos robado nada, decimos. Cómo que no, contesta él,
¿no recuerdas que llevábamos tres días merendando melones? Menudo par de
gamberretes estábamos hechos de pequeños. ¿Quién tiene razón? Es muy posible que
ninguno de los dos.
Por este motivo muchos autores se resisten al adjetivo autobiográficas cuando
nos referimos a las memorias. Y también porque, por muy buena memoria que
tengamos, interpretamos los hechos de manera subjetiva. Por eso, en lugar de escritos
autobiográficos o de no ficción, en ocasiones se utiliza el término papeles privados. En
el fondo, las memorias autobiográficas también son ficción.
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Por lo que respecta a las memorias como estrategia narrativa de ficción, hablamos de
memorias posibles. El protagonista y narrador puede ser inventado o bien un
personaje histórico. En este último caso, las memorias estarán basadas en los hechos
reales y contrastados de la vida de ese personaje histórico, complementadas con
elementos de ficción que tratarán de recomponer la realidad.
Así lo hace Marguerite Yourcenar en sus Memorias de Adriano. En este breve extracto
asistimos a la imbricación de hechos reales con la perspectiva que a Adriano le dan los
años, y que le permite valorar aquello que experimentó. La voluntad biográfica se da la
mano con un retrato de la política, la cultura, la economía o el pensamiento de la época
en la que el emperador de origen hispano vivió.
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Las voces miméticas
Mi tío abuelo Elio, que era letrado, limitaba sus lecturas a los autores
más conocidos del siglo de Augusto. Este desdén por las modas contemporáneas
les ahorraba muchos errores de gusto; a él debían su falta de engreimiento.
Marguerite Yourcenar, Memorias de Adriano
Sea cual sea el tipo de memoria que nos propongamos escribir, tenemos que
documentarnos a fondo. Si nos proponemos escribir las memorias de un personaje
histórico, no hay pecado mayor que incurrir en anacronismos: imaginemos a
Lawrence de Arabia sobre su camello escuchando un Mp3.
Si las memorias son reales, es decir, el protagonista somos nosotros, igual:
tendremos que contrastar datos con familiares, con registros de cuando éramos niños,
como periódicos, y repasar los cuadernos del colegio que guardamos en el baúl.
En el caso de que el personaje que narra las memorias sea inventado, tenemos
más libertad, pero no infinita: lo situaremos en una localidad y un contexto histórico
determinados, así que no nos libramos del trabajo de documentación.
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Si toda narrativa ha de ser creíble, las memorias aún más, ya que hay que
convencer al lector de que le estamos relatando la vida de una persona.
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Las voces miméticas presentan un riesgo: que hagamos hablar (o escribir, o pensar) a
los personajes a nuestra conveniencia y no de acuerdo con lo que nos pide la narración.
Aunque todo lo que escribimos está destinado a quien nos lee, llamamos información
para el lector a todos aquellos datos que introducimos en el texto de manera forzada o
artificiosa. Este tipo de información no tiene por qué ser incorrecta ni innecesaria; lo
que resulta inverosímil es la forma de transmitirla al lector, que tendrá la sensación de
que hemos escrito esos datos en nuestro relato sin respetar su lógica interna, y con
razón.
a) Cuando un personaje le cuenta a otro algo que el segundo ya sabe con seguridad
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Las voces miméticas
En el ejemplo siguiente, donde un personaje habla con su pareja, hemos subrayado las
frases que son información para el lector:
Es evidente que el interlocutor ya sabía todo esto que le cuenta el personaje que habla.
El autor necesita informar al lector de una serie de datos, pero escoge una mala
estrategia para hacerlo. Aunque este problema no tiene una única solución, éstas son
algunas de las posibilidades:
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Aplicaremos la cuarta posibilidad (añadir siempre a las frases una información que
ignore el interlocutor) al ejemplo que hemos expuesto:
Ahora, la información sobre lo que hacía el interlocutor está enriquecida con nuevos
datos (te admiraba, perdía mis ojos en ti...), y nos llega de manera natural y fluida.
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8. Glosario
Diálogo: Representación en el relato del intercambio oral entre dos o más personajes.
Epístola: Carta o misiva que se escribe a alguien. En ficción, una voz escrita que imita
a la primera.
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9. Bibliografía
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Autoría: Javier Argüello Mora, Patricia Capdevila Royano, Laura López Granell,
Dolors Millat Llussà, Abraham Mohino Balet, Francesc Nadal Álvarez, Rosa Mª Prats de la Iglesia,
Manel de la Rosa Mileo, Mar Tomàs Benedicto, Muriel Villanueva i Perarnau
Coordinación: Lluís Martí López , Jordi Muñoz i Burzon y Pau Pérez López
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