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Lo no lugares, de Marc Augé

Reserña de Juan Rodríguez Hoppichler

Pero los no lugares son la medida de la época, medida cuantificable y que se podría hacer
adicionando, después de hacer algunas conversiones entre superficie, volumen y distancia, las
vías aéreas, ferroviarias, las autopistas y los habitáculos móviles llamados “medios de
transporte” (aviones, trenes, automóviles), los aeropuertos y estaciones ferroviarias, las
estaciones aeroespaciales, las grandes cadenas hoteleras, los parques de recreo, los
supermercados, la madeja compleja, en fin, de las redes de cables o sin hilos que movilizan el
espacio extraterrestre a los fines de una comunicación tan extraña que a menudo no pone en
contacto al individuo más que con otra imagen de sí mismo.

Los no lugares. Espacios del anonimato de Marc Augé apareció en 1992 y desde
entonces ha sido citado -sospecho que sin leerlo- sistemáticamente por melancólicos
altermundistas que aborrecen de los nuevos espacios de tránsito humano y mercantil
que se reproducen miméticamente y en serie por todo el globo.

El “no lugar” del que habla Augé es síntoma de la "sobremodernidad". O sea, nuestro
tiempo, que está caracterizado por las tres figuras del exceso: la superabundancia de
acontecimientos, la superabundancia espacial y la individualidad de las referencias.
Vivimos mucho más tiempo y más conscientes de lo que sucede; el planeta es accesible
en su práctica totalidad y el capitalismo se ha encargado de arrasar con los vínculos
sociales tradicionales, erigiendo al “yo” como referente único.

En este exceso se han reproducido todos estos espacios apátridas, sin memoria ni
historia, anónimos, en los que de entrada sabemos que no nos quedaremos porque
estamos en continuo movimiento, el enraizamiento es imposible.

Esto, dicen los citados melancólicos altermundistas, es malo. Pero ¿quién ha dicho que
queramos quedarnos?¿para qué necesitamos que el espacio nos imponga una
identidad?

Situémonos en Las Ventas de Madrid cuando empieza la temporada de toros. La


castiza plaza por la que caminamos y los horripilantes edificios de ladrillos con toldos
verdes que la rodean son la quintaescencia de lo local, miles de españoles acuden
joviales a ver cómo se descuartiza vivo a un animal, hay sensación de comunidad y
trajes folclóricos, familias exhibiendo bandera, se venden dulces típicos… estamos en el
superlugar, el lugar intransferible, la autenticidad local que resiste a la globalización,
los numantinos frente al Imperio. Y sin embargo, más de cinco minutos allí y nos
ahogamos ante tanta autenticidad. El lugar-lugar es opresivo, anula al individuo; sirve
como estampa turísitca, pero no se puede habitar, es caducidad y nos degrada.

Desde Ventas huimos al Starbucks más próximo; allí, al menos, existe la ilusión de
exilio: hay uno exactamente igual en cualquier metrópolis del mundo. Ya no estamos
atrapados porque somos globalidad. Soy yo y no nosotros.

Es difícil asociar el duty free de un aeropuerto con la muerte. El no lugar es vida,


dinamismo y movilidad; es descanso de las certezas, del peso de lo colectivo. Allí
estamos solos, y nos podemos reinventar sin que el contexto nos determine. La
verdadera libertad -por real y demostrable- es la individual y el no lugar su horizonte.

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