Lugar: antejardín de la residencia de la familia de Pavel Eduardo Rodríguez Durango. Hora: 16:00 a 17:00
La sentisapiencia es la dínamo de la Teoría Dramática y Tramática de las Sociedades. Esta se
apoya por cierto en el sentipensamiento, acuñado como tal por el diálogo entre un creador tramático, Orlando Fals Borda, orientado hacia la sabiduría por conjunción de todas las ciencias sociales, y un pescador del caribe, un sabedor sapiente. Este diálogo evoca el de los cruces de un intelectual letrado, Don Quijote, con un campesino, Sancho Panza, quien encarnó lo excelso del common sense, el sentido común popular: y según mi visión, en el duelo de los dichos se subtiende la cura del engolado letrado, así como en la experiencia caribe germinal del sentipensamiento se condensó la reorientación del tránsito de la observación participante a la investigación acción participativa, IAP. La fórmula del sentipensamiento también halló precedentes en el barroco y el neobarroco iberoamericanos: el uruguayo Vas Ferreira con su razonabilidad (cruce de razón y sensibilidad); Unamuno (sentir el pensamiento, pensar el sentimiento); Xabier Zubiri (razón sintiente); María Zambrano (razón poética), lo mismo que en las ideas de lo real maravilloso (Carpentier y Lezama Lima) y del realismo mágico (Gabriel García Márquez). Pero la sentisapiencia apoyada en estos firmes pies avanza hasta proponer un nuevo paradigma de la teoría del conocimiento. Amparada en el trazo de las tres facultades humanas elaborado por Kant (sensibilidad, entendimiento y razón) y en sus cuatro categorías del entendimiento (cantidad, cualidad , relación y modalidad), añade un cuarto y decisivo elemento: la razón de la razón como co/razón: razón del corazón y corazón de la razón como intuyera Pascal, presentida por Kant cuando se refería a una posible intuición intelectual, una que también podría nombrarse como razón poética y/o espiritual. Pero además, y esto es crucial (en su sentido literal y metafórico), dichos elementos se cruzan con una discriminación sutil de los sentidos: no sólo de los cinco tradicionales (audición, vista, olfato, gusto y tacto) que, al entreverarlos con las cuatro facultades, ganan en gamas, extensión y profundidad, sino además con uno sexto, el que partiendo del sexo se eleva al amor en el plano del entendimiento, a la caritas pensada como solidaridad en el pilar de la razón, y al ágape en la dimensión de la razón de la razón. Pero a partir de allí se revalora todo el conjunto al dar enorme valor heurístico a los mal llamados “sentidos inferiores”, los que más allá y más abajo de la vista estereoscópica y de la audición estereofónica descienden desde lo alto de la cabeza para cubrir en su base (olfato, gusto) y toda la epidermis (tacto) al cuerpo como un todo, y por la vía del sexo como sexto sentido (el sentido de los sentidos) cubren toda la tonalidad de la experiencia humana. El cruce de dimensiones cognitivas y sensibilidades plurales se potencia a la vez por la kinestecia (velocidad de ida y vuelta en cada sentido en la escala de las facultades cognitivas ) y por la cenestesia (apareamiento y correspondencia entre los sentidos), así que las 24 modalidades del sentir pensante o del pensamiento sintiente se ascenderá a las 64 que proponía Buda, paralelas a las otros tantos exagramas de la exposición atmosférica del I Ching en la relación de naturaleza y espíritu. En esta ocasión se examanirá en particular lo relativo al sentidos del gusto mediante un examen del uso de Kant de un verso de Horacio: el famoso sapere aude, atrévete al sabor del saber, para examinar el nexo entre saber, sabor, logos y eros. Y quizás también convendrían otros programas para dilucidar en uno el papel del olfato (tan decisivo en la orientación en la selva como se expone en el libro de Daniel Coronel, Los niños del Amazonas), en otro el del tacto tan decisivo en la música y en la consonancia o disonancia social, y quedaría uno pendiente donde se encierra el misterio de todos los misterios: el del sexo como sexto sentido, en el cual se encierra el laberinto de cada cual, aquel por el cual cada uno es un enigma para sí mismo y por el cual nos unimos y nos querellamos tanto. El logo de los pies negros es de plenitud semiótica. Pies negros lo son desde la marcha milenaria desde África hasta el planeta. Pies negros son los que llevan el polvo de los caminos. Pies negros son el signo mayor de la humildad, palabra que deriva de humus, el rizoma como el habitáculo común de la especie andariega, tensa entre lo recto y lo siniestro. Pues los pies, como los zapatos que los cubren, hablan como lenguaraces (esto me fue revelado en el mensaje del sueño de la noche del último día de enero y del primer día de febrero en el cual la suela se había desprendido del cuerpo de un zapato, de modo que el zapato parecía hablar).