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El Mundo de la Justicia

A Franz Kafka

Queridos niños, no vais a creer lo que sucedió en un pequeño pueblo


de República Dominicana, hace muchísimos años. Yo mismo no lo
creería si no fuese porque me lo contó alguien a quien no le era
permitido mentir. Prepárense para escuchar esta mágica historia.

Los protagonistas de esta historia son la niña Luna, su hermano Max y


el perrito Byron. Cuando Luna tenía 8 años y Max 6, pidieron a sus
padres que les regalaran un perrito. Y ahí fue cuando apareció Byron.

Desde que Byron llegó, Luna se mostró muy feliz, pero no sucedió lo
mismo con Max, a quien el pobre animalito le cayó mal desde que lo
vio.

Luna amaba al perrito Byron, pero Max aprovechaba cualquier


momento para hacerle daño al perrito. Y no vayan a pensar, niños,
que Max maltrataba a Byron en presencia de Luna. Eso no. Porque
Luna era una niña delgadita, sin fuerzas, pero brava como una avispa;
nadie podía hacer un acto de injusticia en su presencia sin que ella
dijera o hiciera algo, y mucho menos si ese acto de injusticia iba
dirigido contra un animalito indefenso sin capacidad para defenderse.
Por eso, Max esperaba a que Luna estuviera en casa para maltratar a
Byron. Pero eso no sería para siempre, porque las injusticias tarde o
temprano se vuelven contra los que las practican.

Una tarde soleada, de esas que solo se pueden ver en esa hermosa
isla llamada República Dominicana, Luna y Max decidieron
aventurarse más allá del pequeño pueblo y explorar el tupido monte
que se extendía a sus espaldas. Byron, siempre lleno de energía y
curiosidad, se unió al emocionante viaje. Los tres exploradores se
adentraron en la espesura del monte.

Mientras caminaban entre los altos árboles, llegaron a una sábana en


cuyo centro había una piedra resplandeciente que emitía destellos que
parecían mágicos. Luna, Max y Byron se acercaron prudentemente, y
en un parpadeo, la luz de la piedra los envolvió. Aparecieron tirados de
espaldas en un lugar totalmente desconocido. Era un lugar como
sacado de un cuento mágico. Fue allí donde la verdadera aventura
comenzó.

Max, el violento Max, experimentó una extraña sensación en su


garganta mientras Luna y Byron observaban con asombro. De
repente, sus palabras se volvieron incomprensibles, como si el
lenguaje humano le fuera arrebatado. El castigo había llegado; había
perdido la capacidad de hablar y cuando intentaba proferir palabras, le
salían puros ladridos.

Luna explotó en risas, pues creía que su hermanito Max, a quien ella
quería mucho a pesar de lo cruel que él era, estaba bromeando. Pero
no tardó en saberlo. Supo que algo no andaba bien cuando miró a
Byron y este le dijo en lenguaje humano: “Qué bonito suena vuestro
idioma”. Al ver la reacción de Luna, Byron se dio cuenta de que no se
estaba expresando en lenguaje perruno, sino en humano. Byron miró
a Max y supo al instante lo que había sucedido: la capacidad de hablar
de Max le fue transferida a él, y la capacidad de ladrar de él le fue
transferida a Max. Se sintió triste, pues a pesar de los maltratos de
Max, a Byron no le gustaba verlo en problemas.

Al principio, Luna y Max no podían creer lo que oían, pero rápidamente


se dieron cuenta de que algo extraordinario estaba sucediendo. Byron,
ahora dotado de la capacidad de hablar como un ser humano, les
agradeció con entusiasmo por liberarlo de la barrera del lenguaje
canino.

Luna, con lágrimas de felicidad y de tristeza, abrazó a Byron. Ese


lugar mágico les había otorgado un regalo invaluable: la oportunidad
de comprenderse mutuamente de maneras más profundas. Y aunque
Max había perdido la capacidad de hablar, la magia también les dio la
posibilidad de redención y crecimiento.

Decidieron explorar el reino mágico juntos, ahora con una conexión


más fuerte que nunca. Byron, utilizando sus nuevas habilidades
lingüísticas, compartía historias y conocimientos mágicos con Luna y
Max. La aventura se volvió aún más emocionante, con criaturas
mágicas que saludaban a Byron como si siempre hubiera sido uno de
ellos.

A medida que avanzaban, Max, a pesar de su incapacidad para


hablar, encontró maneras creativas de comunicarse. Desarrolló un
lenguaje único de gestos, expresiones faciales y actitudes que
permitía a Luna y Byron comprender sus pensamientos y emociones.
La magia no solo había alterado su capacidad de hablar, sino que
también había desbloqueado una forma de comunicación más
profunda y auténtica.

En una de sus aventuras, se encontraron con un extraño señor


barbudo y viejo que les reveló la razón de lo que había sucedido.
Byron, aprovechando su nueva habilidad para hablar como humano,
preguntó:

─¿Cómo se llama este lugar?

─El Mundo de la Justicia ─respondió el anciano.

─¿Por qué he perdido mi capacidad de hablar como humano?

─Preguntó Max en lengua perruna.

─Niño, estás en El Mundo de la Justicia, aquí las injusticias se


castigan con un castigo proporcional al mal. Tú maltratabas a Byron
porque él no podía hablar para quejarse, por eso le hemos dado a él la
capacidad de hablar y a ti de ladrar, para que veas cómo se siente.

Max, con sus gestos y expresiones, suplicó que le devolvieran su


lenguaje, pero el anciano hizo caso omiso.

La noticia de la inusual transformación de Max y Byron se extendió por


el reino mágico, convirtiéndolos en leyendas vivientes. La gente
aprendió que la justicia, aunque a veces impredecible, siempre llega a
donde debe llegar.

De vuelta en su pueblo en República Dominicana, la historia de Luna,


Max y Byron se convirtió en un relato que se contaba de generación
en generación. La lección sobre la importancia de la empatía, el
respeto a la gente y a los animales, quedó grabada en la mente de las
personas de ese pueblo.

Y cuentan los mayores que Max duró los próximos 20 años de su vida,
uno por cada vez que le pegó a Byron, sin poder hablar, ladrando
como un perrito, arrepentido de lo que había hecho, y por eso le fue
devuelta la capacidad de hablar. Tenía para ese entonces 28 años.
Todos dicen que a partir de ese momento fue una persona amable,
respetuosa y ejemplar. Y así, queridos niños, termina esta maravillosa
historia. Quién lo vio me lo contó.

Pero, atención, hay un giro sorprendente en esta historia. Al llegar a


los últimos días de su vida, Max, convertido en un hombre amable y
comprensivo, tuvo un sueño extraño. En el sueño, el anciano del
Mundo de la Justicia se le apareció y le dijo:

─Max, has vivido una vida recta y justa después de aprender la lección
en nuestro reino. Pero antes de partir, quiero otorgarte un último
regalo.

Max, en su sueño, asintió con gratitud. Al despertar, se sorprendió al


descubrir que podía entender y comunicarse con los animales de una
manera única. Los pájaros le contaban historias en sus trinos, los
perros compartían secretos de la naturaleza y los gatos le enseñaban
sobre la paciencia.

Convertido en un mediador entre humanos y animales, Max dedicó


sus últimos años a proteger y cuidar de la vida silvestre. Se convirtió
en un defensor apasionado de la naturaleza y trabajó incansablemente
para preservar la armonía entre las criaturas del bosque y los
habitantes del pequeño pueblo.

La noticia de los dones de Max se extendió por la comunidad, y la


gente comenzó a buscar su sabiduría para resolver conflictos con los
animales y entender mejor el mundo natural que los rodeaba. Max,
quien alguna vez fue un niño cruel, se convirtió en un símbolo de
redención y conexión entre dos mundos aparentemente separados.

Al llegar su último día, mientras observaba el atardecer con una


sensación de paz y cumplimiento, Max agradeció al anciano del
Mundo de la Justicia por la lección aprendida y por el regalo invaluable
de comprender y respetar la vida en todas sus formas.

Y así, la historia de Luna, Max y Byron no solo dejó una enseñanza


sobre la importancia de la empatía y la justicia, sino que también nos
recordó que, incluso después de cometer errores, siempre hay
oportunidad para redimirse y encontrar un propósito noble en la vida.
El Mundo de la Justicia no solo trasformó a Max y Byron, sino a todos
que contemplaron el milagro.

Así sucedió, queridos niños, quién lo vio me lo contó.

Fin.

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