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EL DESAFÍO DE LA INTERPRETACIÓN EN

LAS RELACIONES INTERNACIONALES:


EL CONSTRUCTIVISMO SOCIAL ENTRE
EPISTEMOLOGÍA Y METODOLOGÍA
DR. ANDREA BETTI
Departamento Relaciones Internacionales, Universidad Pontificia Comillas, ICAI-ICADE
abetti@comillas.edu

RESUMEN: El siguiente capítulo analiza el debate surgido en la disciplina de las


Relaciones Internacionales en los últimos treinta años sobre cuestiones epistemoló-
gicas y metodológicas. Después de analizar el debate entre enfoques estructurales
(positivistas) y enfoques alternativos (post-positivistas), examina el uso de los méto-
dos históricos-interpretativos en el estudio de la política internacional, evidenciando
sus virtudes y limitaciones, los debates internos a los enfoques que han utilizado
estas metodologías y las posibilidades de colaboración con metodologías más tradi-
cionales y procedentes de una epistemología positivista.
PALABRAS CLAVE: Teoría de las Relaciones Internacionales; Método Histórico-
Interpretativo; positivismo; constructivismo social; Escuela Inglesa.
ABSTRACT: The following chapter analyzes the debate that emerged in the discipline
of International Relations in the last thirty years about methodological and epistemo-
logical issues. After analyzing the debate between structural (positivist) approaches
and alternative (post-positivist) approaches, it examines the use of historical and
interpretative methods in the study of international politics. Moreover, it sheds light
on its virtues and limitations, on the debates that characterized the authors and the
approaches that used these methodologies and the possibilities of collaboration with
more traditional methodologies coming from positivist epistemology.
KEY WORDS: Theory of International Relations; Historical-interpretative Methods;
Positivism; Social Constructivism; English School.

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APORTACIONES E INNOVACIONES METODOLÓGICAS EN CIENCIAS SOCIALES

INTRODUCCIÓN

Han pasado treinta años desde que Robert Keohane describió la disci-
plina de las Relaciones Internacionales como un duelo dialéctico entre dos
enfoques principales: el racionalismo y el reflectivismo (Keohane 1988).
Este enfrentamiento se debía principalmente al surgimiento de los enfoques
sociológicos que empezaron, a partir de los años ochenta, a plantear un
modelo de estudio de las instituciones internacionales basado en la pro-
blematización de los intereses de los estados. Sin embargo, la conclusión
de Keohane fue que los enfoques reflectivistas no podían todavía aspirar al
rango de teorías porque se centraban excesivamente en la crítica al raciona-
lismo dejando de lado la tarea de producir un claro programa de investiga-
ción, basado en un conjunto de proposiciones falsificables. Desde aquellos
años, los principales representantes teóricos de la disciplina han producido
un infinito número de publicaciones para aclarar las características de cada
enfoque y para evidenciar sus debilidades y fortalezas. Sin embargo, lejos
de resolver los debates sobre epistemología y método, las divisiones siguen
de manifiesto. Uno de los factores que hay detrás de esta incomunicabi-
lidad parece derivar de las dificultades que todavía padecen los autores
reflectivistas a la hora de ser reconocidos como teóricos de la materia. Esta
dificultad está relacionada con la epistemología y la metodología interpre-
tativa empleada por estos autores. Si, por un lado, varios autores y revistas
no tienen problema en considerar esta epistemología como plenamente
científica, por el otro, muchos autores del campo positivista la critican por
su supuesta incapacidad para reproducir el rigor del método científico.
Este capítulo, lejos de poder resolver tales divisiones, se enfoca en el
campo reflectivista, con el objetivo de analizar los dilemas sobre las virtu-
des y defectos de la epistemología y metodología interpretativa. En primer
lugar, analizará brevemente los orígenes del debate sobre positivismo y
enfoques interpretativos en las Relaciones Internacionales, caracterizado,
con algunas pocas excepciones como la Escuela Inglesa, por un sustancial
dominio del primero hasta, por lo menos, los años ochenta. A continuación,
se analizará el surgimiento del constructivismo social como el intento más
exitoso de cuestionar la hegemonía racionalista en la disciplina, enfocán-
dose, en particular, en las diferentes posiciones epistemológicas que carac-
terizan este enfoque. Si, por un lado, varios constructivistas reconocen las
virtudes de una epistemología y metodología interpretativa, no todos sus
integrantes han abogado por ella y han preferido integrar sus proyectos
de investigación en un modelo positivista basado en la comprobación de
hipótesis y en la búsqueda de explicaciones causales. Esto ha favorecido un
retorno del debate sobre el lugar de la interpretación en la disciplina frente
a modelos metodológicos más tradicionales. Tal debate se ha reflejado, en

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particular, en el dialogo emprendido por muchos constructivistas con los


métodos históricos de la Escuela Inglesa, que ha encontrado en el construc-
tivismo tanto admiradores como detractores.

1. LOS ORÍGENES DEL DEBATE

Los debates sobre el lugar de la interpretación en la disciplina no son


nuevos, ya que han caracterizado la disciplina por lo menos desde la revolu-
ción conductista empezada en la Ciencia Política estadounidense a partir de
los años cincuenta. Esta revolución se debía a una voluntad de rechazar la
abstracción filosófica que había caracterizado el estudio de los fenómenos
políticos hasta aquel momento y que encontraba sus raíces en el estudio del
Derecho, de la Filosofía y de la Historia (Dahl, 1954; Dahrendorf, 1964). A
través del realismo, los enfoques racionalistas y positivistas se impusieron en
la disciplina de las Relaciones Internacionales como hegemónicos. Esto no
significa que el realismo fuese el único enfoque teórico disponible. Autores
como Keohane y Joseph Nye criticaban ya el modelo realista basado en la
independencia y soberanía de los estados, evidenciando como, en realidad,
el sistema internacional se caracterizase por una relativa interdependencia
entre estados y por la importancia de las relaciones transnacionales y de los
actores no-estatales (Nye y Keohane, 1989). Sin embargo, el liberalismo de
Keohane y Nye no llegó a cuestionar las raíces positivistas de la disciplina.
Esta difícil tarea le tocó, sin embargo, al teórico de origen australiano
Hedley Bull. En 1966, en un famoso artículo, Bull criticó sin ambigüedades
el enfoque positivista, declarándolo inadecuado para explicar las cuestiones
políticas internacionales. En particular, Bull argumentó que la mayoría de
ellas poseen un contenido moral que las hace difíciles de resolver a través
de un método científico que intente reproducir el rigor de las ciencias na-
turales. La misma operación de testar hipótesis no sería concebible sin la
posibilidad de emitir juicios de valor. Los modelos teóricos de las Relaciones
Internacionales, por ejemplo, el modelo de sistema internacional elabora-
do por Morton Kaplan, se basaban en un número reducido de variables y
terminaban dando por hecho demasiados aspectos de la realidad interna-
cional. Según Bull, había una incapacidad de determinar si «las variables
excluidas de los modelos no puedan revelarse cruciales» (Bull, 1966, p.
372). El resultado era un modelo utilitarista que se conformaba con la tarea
de medir conceptos, eliminando así del análisis las diferencias, las ambi-
güedades y las alternativas morales. Junto a Bull, estudiosos como Martin
Wight y Herbert Butterfield fundaron el British Committee of International
Relations y se dedicaron a la aplicación del método histórico-comparado al

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estudio de las Relaciones Internacionales (Butterfield y Wight, 1966). En vez


de buscar regularidades en el comportamiento de los estados que pudiesen
concebirse en la forma de una realidad objetiva explicada a través de pro-
posiciones falsificables ( Jackson, 2009), los miembros del British Committee
propusieron un método basado en la interpretación de los hechos históri-
cos en varios sistemas internacionales, contribuyendo a fundar una escuela
de análisis que sigue teniendo mucho prestigio y legitimidad sobre todo
en el contexto británico (Dunne, 1998; Alderson y Hurrell, 2000; Dunne y
Reus-Smit, 2017).
Los dos principios fundamentales de esta escuela se encuentran en el
enfoque interpretativo que critica directamente el positivismo. La realidad
no es un contexto objetivo e independiente de su observador, sino que
hay una fundamental interdependencia entre los sujetos, es decir, los es-
tudiosos, y los objetos, o lo que lo mismo, la realidad internacional. La
política internacional se representa como un conflicto de valores de escala
mundial en el cual las evaluaciones morales no se pueden dejar de lado.
En este sentido, la Escuela Inglesa se mantuvo al margen del debate sobre
la precedencia del actor frente a la estructura (o viceversa) porque para
estos estudiosos las dos dimensiones no pueden que ser interdependien-
tes y recíprocamente constitutivas (Wendt, 1987; Dessler, 1989; Carlsnaes,
1992; Klotz et al., 2006). En consecuencia, y este es el segundo principio
fundamental que animó la Escuela Inglesa, cualquier teoría internacional
no puede sino ser una teoría moral, porque cada tradición desprende de
un objetivo normativo que pone la ética al centro de su reflexión (Dunne,
1998). En este sentido, la desconfianza de la Escuela Inglesa hacia el posi-
tivismo se basa en la convicción de que las cuestiones más importantes de
la política internacional no están disponibles para la verificación empírica.
Lo que queda es la interpretación basada en la solidez del método histórico.
Esta propuesta encontró muchas dificultades a la hora de influenciar
la disciplina. Durante mucho tiempo, estuvo confinada en Gran Bretaña y
en unos pocos departamentos de Australia o Estados Unidos. El dominio
del positivismo racionalista se consolidó con la publicación de Teoría de
la Política Internacional por Kenneth Waltz en 1979. La obra contribuyó a
sentar las bases de la teoría «realista estructural». La ambición de Waltz era
la de elaborar una teoría de las que pudiese explicar el funcionamiento
del sistema internacional a través de la aplicación del método de la ciencia
positiva. Para alcanzar este objetivo, Waltz se apoyó en dos antecedentes
científicos externos a la disciplina. Por un lado, el modelo de construcción
de teoría de Imre Lakatos, que llevó Waltz a elaborar una teoría basada
en unos pocos asuntos principales, «un conjunto parsimonioso de propo-
siciones heurísticamente poderosas que pudiesen generar hipótesis verifi-
cables empíricamente.» (Reus-Smit, 2005, p. 189). Por el otro lado, la teoría

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microeconómica de la cual Waltz adquirió el asunto de la racionalidad de


los actores. Según Waltz, en vez de describir de manera detallada los fe-
nómenos políticos internacionales, la tarea del internacionalista tenía que
consistir en enfocarse en un número reducido de variables para individuar
las fuerzas determinantes del sistema. Una teoría parsimoniosa y elegante
que llevase a la elaboración de un modelo sistémico, incapaz de explicar
los atributos de los estados individuales, pero capaz de identificar las ca-
racterísticas básicas del comportamiento de todos ellos, determinados por
un sistema anárquico que influencia y reduce el abanico de las decisiones
posibles (Waltz, 1979).
Las exigencias de la Guerra Fría, caracterizada por la necesidad de
los políticos estadounidenses de recibir una información cuanto más fia-
ble y precisa para enfrentarse a las amenazas de un mundo termonuclear,
proporcionaron prestigio y dignidad a esta manera de entender la teoría
internacional y, a la vez, establecieron las condiciones para el relativo ais-
lamiento de cualquier otro enfoque basado en el análisis histórico y filo-
sófico. Stanley Hoffman llegó a definir la teoría internacional como una
«ciencia social americana» para señalar el dominio ejercido por el positi-
vismo americano. Algunas condiciones fundamentales habían favorecido
esta hegemonía. Primero, las universidades estadounidenses mostraron una
«predisposición intelectual» (Hoffman, 1977, p. 45), según la cual, en cual-
quier campo, del saber fuese posible encontrar un paradigma operativo
libre de juicio moral y orientado únicamente a la resolución de problemas
prácticos. En consecuencia, los teóricos norteamericanos podían contar con
un mundo político interesado en concebir los problemas internacionales de
forma práctica y dispuesto a financiar con generosidad la elaboración de
modelos de resolución. En fin, la presencia de una estructura universitaria
bien conectada al gobierno de la superpotencia a través de think-tanks y
fundaciones privadas incentivaba la figura del teórico internacional como
científico encargado de proporcionar terapias para el sistema internacional.
Hoffman evidenció cómo tales condiciones podían favorecer el desarrollo
de modelos científicos rigurosos, pero, al mismo tiempo, problemáticos. El
ansia de medir y calcular cualquier fenómeno político internacional margi-
nalizaba la necesaria investigación de las percepciones, a veces erróneas,
de los líderes políticos, incapaces de alejarse de los modelos matemáticos
y de concebir el alto contenido moral de las decisiones internacionales.
Además, el afán positivista terminaba excluyendo el estudio de la historia
favoreciendo una mentalidad basada excesivamente en el presente y en las
necesidades del problem-solving.
Después de Hoffman, varios autores, sobre todo en el contexto bri-
tánico, han evidenciado los problemas de una disciplina dominada fun-
damentalmente por autores y publicaciones ubicados en un solo país y

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principalmente en un solo enfoque teórico. En su clásico estudio sobre


la difusión de la disciplina en el mundo, Kalevi Holsti planteó el proble-
ma según el cual «el tipo de teorías que usamos… no está separado de la
cuestión de quien hace la teoría» (Holsti, 1985, p. VIII). El punto de vista
geográfico y epistemológico es fundamental a la hora de priorizar qué as-
pectos del sistema internacional estudiar y cómo resolverlos. El resultado
de su análisis del estado de la disciplina en varios países llevo Holsti a la
conclusión, según la cual, alrededor del 80% de lo producido en la materia
procedía de Estados Unidos y, en menor medida, de Reino Unido, con un
predominio de los enfoques positivistas, y con algunas pocas excepciones
situadas en países como Australia, Canadá o Francia. Tomando en cuenta
que «ninguno de los mayores campos de estudio de las ciencias físicas está
dominado por los investigadores de solo dos países» (Holsti, 1985, p. 102),
se llegaba a la paradoja de una disciplina formalmente llamada Relaciones
Internacionales, pero desarrollada a partir de las predisposiciones culturales
de un grupo muy restringido de países. Esto conllevaba serios riesgos en
términos de parroquialismo, desarrollo nacional de una disciplina que de-
bería ser global y exclusión de los puntos de vista alternativos. A comienzo
de los ochenta la situación seguía siendo la de una materia en la cual el cen-
tro produce la teoría y la periferia se limita a consumirla. Estas reflexiones
han generado una interesante literatura que, en tiempos más recientes, se
ha dedicado a estudiar, de una forma prevalentemente critica, la hegemonía
del positivismo estadounidense en la disciplina (Dyer y Mangasarian, 1989;
Groom, 1994; Schmidt, 1998; Weaver, 1998; Jorgensen, 2000; Smith, 2002;
Long y Schmidt, 2005; Knudsen y Jorgensen, 2006). Entre otros, Steve Smith
ha evidenciado cómo la ontología racionalista y la epistemología empirista
se basan en el presupuesto según el cual el «mundo social es disponible al
mismo tipo de análisis aplicable al mundo natural» creando las bases para
una ciencia libre de valores y juicios. Durante casi toda la Guerra Fría estas
ideas actuaron como verdaderos guardianes (gatekeepers) de lo que debería
ser la auténtica ciencia internacional (Smith, 2002, p. 82).
En consecuencia, la disciplina se ha visto limitada durante mucho tiempo
a un debate entre dos modelos teóricos fundamentales, ambos proceden-
tes del positivismo y de la teoría de la elección racional. No solo el campo
realista buscó su propia dignidad científica con el realismo estructural de
Waltz, sino que también el liberalismo abrazó los asuntos del positivismo
a través de la regeneración institucionalista de Keohane. Ambos modelos
asumían la anarquía del sistema y la racionalidad de los estados, que los
hace a todos parecidos (billiard balls) en términos de intereses perseguidos.
La única diferencia sustancial entre los dos tenía que ver con el nivel de
cooperación admisible en un contexto anárquico, relativamente alto según
los neoliberales, precario e inestable según los neorrealistas. A pesar de la

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diferente conceptualización de las ganancias, absolutas según los neolibe-


rales (Grieco, 1988; Jervis, 1999), relativas al comportamiento de los demás
según los neorrealistas, ambos son clasificables como teorías racionalistas
procedentes de la teoría microeconómica. Esto significa considerar a los
actores, los estados, como individuos racionales y self-interested que persi-
guen intereses exógenos y que actúan en un contexto estratégico en el cual
participan solo para perseguir sus intereses pre-definidos por el sistema
(Reus-Smit, 2005; Finnemore, 1996; Hopf, 1998; Keck y Sikkink, 1998). Lo
que varios autores empezaron a notar a principio de los años ochenta es
que, en ambos modelos, faltaba una teoría sobre la formación de los inte-
reses de los actores que al ser concebidos como únicamente racionales no
poseen ninguna característica social. En consecuencia, resultaba imposible
hablar de una sociedad internacional, como máximo solo de un sistema
en el cual actores esencialmente aislados el uno del otro interactúan sin
ninguna otra finalidad que satisfacer sus intereses materiales. Para muchos
autores, este no podía ser un análisis realístico de la realidad internacional.
La exigencia de parsimonia y elegancia de los modelos científicos se había
perseguido a expensa de la comprensión del mundo.

2. EL GIRO CONSTRUCTIVISTA

El surgimiento de una alternativa a los enfoques estructuralistas y ra-


cionalistas se enmarcó en el contexto de los estudios sociológicos de las
instituciones internacionales. El neorrealismo de Waltz había, literalmente,
eliminado las normas y las instituciones del análisis, tomándolas en cuen-
ta únicamente como epifenómenos de los estados más poderosos. En un
contexto en el cual la política internacional se concebía, sobre todo, co-
mo distribución de recursos materiales, normas, ideas y cultura tendían
a ser consideradas como factores secundarios (Waltz, 1979, pp. 1994-5;
Mearsheimer, pp. 1994-5). Además, si los estados son conceptualizados co-
mo actores racionales que persiguen intereses fijos y determinados por la
estructura anárquica, ideas y normas adquieren un significado meramente
residual.
El neoliberalismo institucional, en su intento de explicar las razones de
la persistencia de la interdependencia económica después de la Guerra
Fría, ha reconocido un papel más relevante a los factores no materiales.
Para algunos neoliberales, las instituciones internacionales son mecanismos
que, bajo determinadas condiciones, pueden facilitar la cooperación entre
estados, incluso en un contexto anárquico (Keohane, 1982, 1984; Krasner,
1982; Jervis, 1982;). Sin embargo, los asuntos básicos del neoliberalismo no

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son tan diferentes de los que caracterizan la teoría neorrealista. Los esta-
dos siguen siendo calculadores racionales que persiguen intereses dados
por la estructura (Finnemore, 1996; Keck y Sikkink, 1998). Los intereses
siguen siendo la causa principal del surgimiento, modificación y persis-
tencia de las instituciones («regímenes»). Como ha observado Arthur Stein,
«los regímenes se mantienen hasta que los patrones de interés que los han
producido siguen en pie» (Stein, 1982, p. 321). Desde este punto de vista,
el único impacto autónomo de las instituciones sería que pueden ayudar
a los estados a perseguir sus intereses de manera más eficaz, en el sentido
de que «proporcionan información y reducen los costes de transacción…
facilitando los acuerdos entre estados» (Keohane, 1984, p. 246). Los mismos
autores neoliberales tuvieron que reconocer la cercanía entre neorrealismo
y neoliberalismo al definir el segundo como una forma de «realismo estruc-
tural modificado» que se desprende de asuntos parecidos (Krasner, 1982).
En este sentido, el aspecto más problemático de los enfoques racionalistas
consistía en su tendencia a asumir los intereses como exógenos y no como
el resultado de una interacción entre los estados y los contextos normativos
y culturales en los que actúan. En consecuencia, no resulta sorprendente
que hasta los años ochenta, el análisis del impacto de los factores no mate-
riales en la política internacional estuviese confinado en los trabajos de la
Escuela Inglesa (Bull y Watson, 1984; Bull, 2002).
Las cosas empezaron a cambiar con el surgimiento de enfoques que
sistematizaron las críticas al racionalismo contribuyendo a un significativo
enriquecimiento de la disciplina. Los primeros fueron los representantes de
la llamada Teoría Crítica, que rechazaron la idea de estados como «egoís-
tas atomizados, cuyos intereses preceden la interacción social» (Reus-Smit,
2005, p. 193). Estudiosos como Robert Cox clasificaron las teorías de las
Relaciones Internacionales en dos grupos, por un lado las teorías problem-
solving y, por el otro, las teorías críticas (Cox, 1981). Las primeras son teo-
rías que, según el autor, se caracterizan por una metodología positivista y
tienden a «legitimar las estructuras sociales y políticas existentes» (Devetak,
2005, p. 141). Como señaló Smith, el positivismo actúa como una especie
de gold standard de lo que es ciencia social y lo que no (Smith et al., 1996).
El defecto principal del positivismo residiría en la incapacidad de reconocer
cómo cualquier teoría está situada en un contexto social específico, mol-
deada por intereses culturales e ideológicos. Por lo tanto, hay que someterla
a un análisis crítico capaz de desenmascarar su falsa neutralidad científica.
Más impactante aún fue la aportación del institucionalismo sociológico
que surgió en el contexto del debate sobre los regímenes internacionales.
En su introducción al número especial de International Organization sobre
regímenes, Krasner elogió el enfoque «grociano» al estudio de los regíme-
nes (Krasner, 1982, p. 201). Estudiosos como Donald Puchala, Raymond

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Hopkins y Oran Young investigaron los factores que explican el surgimien-


to, desarrollo y persistencia de los regímenes y descubrieron que muchos
de ellos están construidos sobre «superestructuras normativas» que pueden
cambiar con el tiempo (Puchala y Raymond, 1982; Young, 1982). Los regí-
menes dejaron así de ser conceptualizados como meros instrumentos para
resolver los problemas de la acción colectiva y empezaron a ser vistos como
el resultado de estructuras normativas sujetas a la evolución histórica. En
primer lugar, el institucionalismo sociológico enfatizó cómo la acción estatal
no se orienta únicamente a la maximización de intereses calculados racio-
nalmente y, por lo tanto asumibles como fijos. (Kratochwil, 1989, p. 43).
En realidad, normas específicas moldean la manera en la que se calculan
(Kratochwil 1982;) Por esta razón, John Ruggie argumentó que la raciona-
lidad instrumental es de utilidad limitada porque no tiene en cuenta cómo
a veces las normas pueden «alterar de manera sustancial las concepciones
de lo que es acción racional» (Ruggie, 1995, p. 471). En segundo lugar, el
institucionalismo sociológico ha enfatizado cómo las normas y las ideas
pueden impactar en los intereses de los estados, también a falta de una
autoridad centralizada capaz de ejecutarlas de manera univoca, es decir
también en un contexto anárquico. En este sentido, para Ruggie, el cambio
de un tipo de sistema internacional a otro no depende simplemente de una
modificación en la distribución de los recursos materiales sino, de que sus
razones se hallan en el surgimiento de nuevas estructuras normativas, por
ejemplo, la propiedad privada y la soberanía, que «establecen un sistema de
relaciones sociales entre las unidades» (Ruggie, 1986, p. 145). También en
un contexto anárquico, los factores no materiales pueden afectar la defini-
ción de los intereses nacionales.
Los constructivistas empezaron por estas premisas para demostrar el
impacto de las normas en las preferencias de los estados (Checkel, 1998).
El punto de partida era que no solo los intereses materiales y la distribu-
ción de los recursos producen resultados en el sistema, sino que también
las estructuras ideales, como la cultura (Lapid y Kratochwil, 1996), las ideas
(Mcnamara, 1999), las normas y el conocimiento (Haass 1992), y la capaci-
dad de definir la identidad (Risse, 1999) de los actores. En este sentido, la
mayor aportación del constructivismo ha sido la reconceptualización de los
dos asuntos básicos de los enfoques estructurales: anarquía e intereses. En
sus obras clásicas, Alexander Wendt (1992, 1999) ha teorizado la anarquía
como el resultado de una serie de interacciones mutualmente constitutivas
entre los actores y las estructuras. La anarquía no se puede cosificar porque
es un proceso de continuo cambio determinado por el significado que los
actores le quieran asignar en base a una serie de elementos normativos y
culturales. De la misma manera, los intereses de los estados no se pueden
dar por hecho, porque están sujetos a una constante redefinición histórica.

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APORTACIONES E INNOVACIONES METODOLÓGICAS EN CIENCIAS SOCIALES

Los estados son parte de un ambiente social y es, a través de un proceso


de interacción mutua con tal ambiente, que toman decisiones sobre los
objetivos que quieren perseguir. Por lo tanto, los estados no son unidades
indiferenciadas que persiguen intereses parecidos establecidos por su posi-
ción en el sistema, sino que también sus intereses son el resultado de una
construcción social. Las estructuras ideales, como las normas y las ideas,
no solo definen estándares de comportamiento, sino que contribuyen a
constituir la identidad de los actores. (Katzenstein, 1996, p. 5; Klotz, 1995;
Reus-Smit, 1997; Tannenwald, 2008).
Recapitulando, el constructivismo surgió de la necesidad de añadir las va-
riables sociales y no materiales al estudio de las Relaciones Internacionales.
Las críticas a los enfoques racionalistas proporcionadas por la Teoría Critica
constituyeron una inspiración pero para algunos autores resultaron insu-
ficientes para el desarrollo de un verdadero proyecto de investigación al-
ternativo (Reus-Smit, 2005, p. 195). El surgimiento del constructivismo fue
facilitado por el fin de la Guerra Fría y la consecuente incapacidad de los
enfoques tradicionales de predecir un evento tan transcendente para la
política mundial. Los constructivistas estaban decididos a tener en cuenta
las variables sociales y a otorgarle la misma importancia que la teoría solía
otorgar a las variables materiales. Tales variables no materiales resultan rele-
vantes por su capacidad de definir la identidad y los intereses de los actores
según un proceso mutualmente constitutivo en el que actores y estructuras
actúan de manera bilateral el uno sobre el otro. En este sentido, si en un
primer momento se tendió a comparar el constructivismo con el estructura-
lismo típico del marxismo, de pronto resultó claro que la mejor definición
para tal enfoque era de «estructuracionismo» para «enfatizar el impacto de
las estructuras no materiales sobre las identidades y los intereses pero, al
igual, el papel de las prácticas de los actores para mantener y transformar
tales estructuras» (Reus-Smit, 2005, p. 197).
A partir de estos elementos, aparece claro cómo el constructivismo re-
presenta una alternativa al racionalismo. Los actores no solo se conciben
como seres racionales, sino, sobre todo, como animales sociales, cuya iden-
tidad depende de las estructuras normativas del ambiente en que operan.
Igualmente, los intereses de los estados no se definen de manera exógena
respecto a la interacción sino que se aprenden y adquieren de manera en-
dógena a tal interacción. En conclusión, el sistema en el que operan no es
simplemente un contexto estratégico sino «constitutivo» en el sentido que
genera los intereses e identidades de los actores (Reus-Smit, 2005, p. 1999).
Sin embargo, el constructivismo social no es un monolito teórico, sino
que a lo largo de los años ha manifestado diferentes tendencias en su inte-
rior. Como indicó Christian Reus-Smit, el constructivismo se puede dividir
en tres escuelas. Por un lado, la escuela sistémica, representada sobre todo

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por Wendt, que se enfoca «en las interacciones entre los actores estatales
unitarios» ignorando lo que ocurre a nivel doméstico (Reus-Smit, 2013, p.
228). Podría definirse como un constructivismo de la «tercera imagen», en el
cual las fuentes domesticas de la identidad de los estados pasan a un segun-
do plano, concentrándose en como «los contextos estructurales, los proce-
sos sistémicos y las practicas estratégicas producen y reproducen diferentes
tipos de identidad estatal» (Reus-Smit, 2005, p. 1999). El contexto interno
de los estados no forma parte del análisis porque son las interacciones con
el sistema las que dan forma a los intereses estatales. La segunda escuela
se suele definir como constructivismo de la «unidad de análisis» porque,
al contrario de la sistémica, se enfoca en la explicación de «las relaciones
sociales domésticas, las normas legales, las identidades y los intereses de
los Estados» (Katzenstein, 1996). Esta escuela asigna más importancia a los
contextos domésticos y nacionales como factores que determinan las va-
riaciones de identidad e interés de los estados. En fin, hay una escuela
holística que ha intentado solventar las limitaciones de las dos precedentes
produciendo análisis que puedan incluir tanto los factores sistémicos como
los factores internos a los estados, ampliando considerablemente la gama
de variables a utilizar.
Las diferencias entre las tres escuelas tienen que ver, sobre todo, con
la epistemología y la metodología. Por un lado, las escuelas holísticas y de
la unidad se han aferrado más a una epistemología post-positivista basada
en la interpretación histórica de los procesos sociales. Kratochwil, Ruggie
y Reus-Smit pueden ser considerados los autores más relevantes de esta
escuela. Por ejemplo, en su obra The Moral Purpose of the State, Reus-Smit
elaboró una comparación entre varias épocas históricas con el objetivo
de estudiar los fundamentos éticos de las instituciones internacionales, es
decir esas prácticas fundamentales sin las cuales los regímenes no podrían
existir. Por esto, se ha enfocado en el estudio de los «meta-valores» y de las
«estructuras constitucionales» que están a la base de las instituciones inter-
nacionales en varias épocas históricas, analizando en particular las variacio-
nes en las maneras de entender (inter-subjective understanding) lo que en
cada época se consideraba como legítimo ejercicio de la acción estatal. Para
conseguir este objetivo el autor ha utilizado una metodología interpretativa
basada en el método de la historia comparada (Reus-Smit, 1999).
Como veremos en la próxima sección, por un lado, este tipo de aná-
lisis ha favorecido una colaboración entre los autores que se reconocen
en el constructivismo holístico y la Escuela Inglesa. Por el otro, el uso
de estas metodologías ha sido fuente de varios debates epistemológicos
con la vertiente sistémica del constructivismo, representado por autores
como Wendt, Audie Klotz y Martha Finnemore. El debate, en este caso,
tiene que ver con la relación que el constructivismo debería tener con el

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APORTACIONES E INNOVACIONES METODOLÓGICAS EN CIENCIAS SOCIALES

racionalismo. En vez de acercarse a la Escuela Inglesa y a la metodología


histórica, los constructivistas sistémicos se han comprometido a buscar un
entendimiento con los racionalistas, proponiendo una especie de «división
del trabajo» en el estudio de las instituciones: «los constructivistas explican
cómo los actores forman sus preferencias, mientras que los racionalistas
exploran cómo llevan a cabo tales preferencias» (Reus-Smit, 2005, p. 203).
Como se puede apreciar, esta escuela se aleja del constructivismo holístico
y de la unidad en dos sentidos fundamentales. Por un lado, desde el punto
de vista del objeto de investigación, termina excluyendo «por decreto teó-
rico la mayoría de las fuerzas normativas e ideales internas que pueden in-
ducir a un cambio» (Reus-Smit, 2013, p. 228). Por el otro, desde el punto de
vista epistemológico y metodológico, se inclina hacia un uso de la eviden-
cia empírica que la acerca más a la comprobación de hipótesis típica del
positivismo que a la interpretación post-positivista (Sodupe, 2003). Tales
diferencias no han tardado en manifestarse, obligando a los representantes
de cada escuela a posicionarse desde el punto de vista epistemológico y
metodológico.

3. EL CONSTRUCTIVISMO ENTRE POSITIVISMO Y POST-POSITIVISMO

Del debate sobre la relación entre constructivismo y racionalismo se


desprenden otras divisiones que tienen que ver con el contenido crítico que
el enfoque debería tener y con la metodología de análisis a utilizar. Como
premisa, es necesario recordar que ningún constructivista rechaza de por sí
la idea de interpretación. Como han notado Audie Klotz y Cecelia Lynch, los
constructivistas rechazan la «existencia de unos hechos objetivos distintos
de los conceptos que les proporcionan significado» (Klotz y Lynch, 2007,
p. 12). En este sentido, la interpretación forma parte de la epistemología
constructivista pero existen importantes diferencias desde el punto de vista
de cómo y en qué medida utilizarla.
En cuanto a la relación con la Teoría Crítica, el constructivismo se en-
cuentra dividido entre aquellos que son conscientes de su potencial de
crítica de la sociedad internacional y aquellos que lo toman en cuenta «sim-
plemente como una herramienta explicativa e interpretativa» (Reus-Smit,
2005, p. 204). Por esta razón, Ted Hopf ha hablado de un constructivismo
«critico» y un constructivismo «convencional» (Hopf, 1998). Más allá de los
respectivos posicionamientos teóricos y filosóficos, esta diferencia emerge
sobre todo en términos de metodología de análisis, que es una dimensión
fundamental por su capacidad de determinar el tipo de preguntas de inves-
tigación y el tipo de instrumentos para contestarlas.

282
EL DESAFÍO DE LA INTERPRETACIÓN EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

Los constructivistas afines a la Teoría Critica suelen argumentar que in-


dividuos y grupos asignan a las acciones significados que dependen de
un conjunto de estructuras lingüísticas y simbólicas cuyos efectos no se
pueden medir empíricamente como mecanismos causales que determinan
comportamientos específicos (Kratochwil y Ruggie, 1986; Kratochwil, 1989).
Por ejemplo, los representantes de las grandes potencias pueden estar de
acuerdo sobre el significado de las normas internacionales en una época
dada, pero tales significados son «esencialmente inestables» y sujetos a pro-
cesos de crítica (Klotz y Lynch, 2007, p. 13). Por esto, en vez de estudiar los
hechos sociales en términos de causa-efecto, prefieren enfocarse en el estu-
dio de las representaciones que los actores dan de ellos. Como ha argumen-
tado Kratochwil en relación al estudio de las normas, tales estructuras no
se pueden analizar como mecanismos causales. Las normas pueden guiar
el comportamiento de los actores, crear expectativas compartidas sobre
acciones futuras pero no influencian el comportamiento al igual que «una
bala en el corazón provoca la muerte o una oferta descontrolada de dinero
provoca inflación» (Kratochwil y Ruggie, 1997, p. 11). Aunque se puedan
observar regularidades que pueden ser causadas por normas, «no tenemos
una clara idea de cómo este efecto pueda transformarse en un mecanismo
causal que pueda establecer una etiología entre normas y comportamiento»
(Kratochwil, 2000, p. 63). Por estas razones, este tipo de constructivistas
prefiere desarrollar argumentos «contextuales», basados, en la medida de lo
posible, en unos pocos casos de estudio, y orientado a la comprensión, más
que a la explicación, de cómo el discurso puede producir representaciones
dominantes de fenómenos específicos. Según esta lógica, el conocimiento
no se basaría en «la medición precisa de hechos objetivos» (Klotz y Lynch,
2007, p. 20). De aquí deriva un cierto escepticismo hacia la posibilidad de
elaborar generalizaciones sobre la realidad. Los significados a estudiar no
serían lo suficientemente estables como para poder ser aislados de otros
aspectos de la vida social y estudiados como variables independientes que
explican las decisiones de los actores. Por esta razón, los constructivistas
críticos se han inclinado más hacia estudios históricos y antropológicos,
finalizados a mapear y denunciar fenómenos internacionales específicos.
Sin embargo, como explicaron Krasner y Katzenstein, los constructivistas
críticos aceptan «la posibilidad de un conocimiento científico basado en la
investigación empírica» (Katzenstein, Keohane y Krasner, 1998, p. 646). En
este sentido, un diálogo entre constructivistas críticos y teorías racionalistas
sigue siendo posible, aunque precario. Diferente es el caso de los cons-
tructivistas «postmodernos». Estos constructivistas, al igual que los críticos,
parten de un enfoque basado en el discurso (Neumann, 2008; Bryman,
2012) pero, al mismo tiempo, rechazan la «posibilidad de una ciencia social
y de una voluntad de emprender un debate científico con el racionalismo»

283
APORTACIONES E INNOVACIONES METODOLÓGICAS EN CIENCIAS SOCIALES

(Katzenstein et al., 1998, p. 677). Los postmodernos no creen en la posibi-


lidad de representar científicamente la realidad, porque tal realidad está su-
jeta a la interpretación contextual que por definición no puede ser objetiva,
sino determinada por las condiciones sociales, políticas y culturales.
Finalmente, desde el punto de vista de la metodología, se puede identi-
ficar un tercer tipo de constructivismo, el llamado constructivismo «conven-
cional» basado en la convicción de que también el estudio de los factores no
materiales y de los significados compartidos puede y debe llevar a la elabo-
ración de proyectos de investigación que «compitan o complementen el ra-
cionalismo» (Katzenstein et al., 1998, p. 675). Por esto, autores como Wendt
y otros han rechazado la necesidad de utilizar una «metodología separada
especializada de tipo interpretativo» ( Jepperson, Wendt y Katzenstein, 1996,
p. 67).
Para los constructivistas convencionales existe la posibilidad de ofrecer
explicaciones causales. La realidad se puede estudiar como un conjunto
de significados estables que producen resultados y afectan las decisiones.
Aunque no creen en la posibilidad de elaborar «leyes de comportamiento»
evalúan la posibilidad de «aplicar sus explicaciones a un amplio espectro
de hechos empíricos» (Klotz y Lynch, 2007, p. 14). Esto es el resultado del
considerar los significados compartidos como factores aislables y utilizables
como variables explicativas de fenómenos y decisiones.
Tales posicionamientos han llevado los constructivistas a tomar diferen-
tes decisiones desde el punto de vista metodológico. Como se ha menciona-
do anteriormente, la interpretación forma parte, en mayor o menor medida,
de los objetivos metodológicos de cualquier constructivista. Esto hace difícil
una separación neta entre estudios de tipo «convencional» y estudios de tipo
«critico» a la hora de elegir las técnicas y estrategias de investigación. Por un
lado, las diferencias son limitadas en términos de fuentes y material de aná-
lisis. El común origen interpretativo ha llevado los constructivistas a utilizar
sobre todo fuentes de tipo histórico, incluyendo documentos gubernamen-
tales y no-gubernamentales, declaraciones y discursos de líderes políticos,
debates legislativos, textos de tratados internacionales, memorias de actores
políticos y sociales, y literatura secundaria, esta última particularmente útil
para desarrollar y contrastar hipótesis e interpretaciones dominantes.
Sin embargo, en términos de métodos de análisis, los constructivistas
críticos se han inclinado más hacia el uso de instrumentos que mapean
las coyunturas históricas y sus discursos, con el objetivo de desafiar las
explicaciones oficiales y dar voz a sujetos marginalizados por la historio-
grafía convencional. En vez de producir explicaciones históricas objetivas,
tales técnicas complementan o de-construyen las explicaciones existentes,
evidenciando las técnicas discursivas que el poder utiliza para reproducir
su hegemonía y, al mismo tiempo, los mecanismos empleados por otros

284
EL DESAFÍO DE LA INTERPRETACIÓN EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

actores para desafiarlas. Es esto el caso de técnicas como las macro-


historias, las genealogías y los estudios etnográficos. Las macro-historias
suelen basarse en amplias comparaciones para identificar los componen-
tes de las estructuras normativas y sus posibles cambios a través de las
épocas históricas. Los ya mencionados estudios de Reus-Smit o Ruggie
sobre las instituciones fundamentales de la sociedad internacional son
un buen ejemplo de macro-historias. Las genealogías, cuya fama procede
por ejemplo de las obras de Michel Foucault, rechazan la posibilidad de
aislar variables para explicar los fenómenos políticos, y prefieren enfo-
carse en el estudio de los procesos de oposición y reproducción de los
significados en épocas históricas específicas. Finalmente, los estudios et-
nográficos, típicos de la antropología y basados en la entrevista y la ob-
servación participante, han sido utilizados sobre todo para dar cuenta del
significado que específicas clases de actores asignan a las normas y a las
ideas (Klotz y Lynch, 2007).
Por otro lado, los constructivistas convencionales han mostrado predilec-
ción por métodos más tradicionales, como el estudio comparativo de caso
y el process-tracing. El primero permite tomar algunos factores de la reali-
dad como constantes con el fin de desarrollar explicaciones de tipo causal
(George y Bennett,, 2005). En este sentido, los estudios acerca de cómo las
organizaciones internacionales pueden, en determinadas condiciones, «en-
señar» a los estados a internalizar normas específicas, representan el intento
más claro de explicar las causas de los cambios en el comportamiento de
los actores internacionales (Finnemore 1996). De manera similar, el process-
tracing (Checkel, 2008) permite trazar el origen de los mecanismos causa-
les, a través de una reconstrucción detallada de las decisiones clave. Se ha
usado, por ejemplo, para estudiar los procesos de institucionalización de
nuevas normas e ideas y el papel decisivo de las «comunidades epistémicas»
en estos procesos (Adler, 1992).
En conclusión, el constructivismo se ha caracterizado por una discu-
sión entre los fautores de metodologías más marcadamente interpretativas
y aquellos que han manifestado escepticismo respeto a esta posibilidad.
Como señalan Klotz y Lynch, no es siempre fácil, ni deseable, marcar las
diferencias de enfoque de una manera tan neta, debido a la dificultad en la
práctica de distinguir entre explicación y comprensión, o entre causalidad
e interpretación. En este sentido, el desafío más relevante es encontrar una
vía intermedia entre «modelos teóricos simplificados» que producen «análisis
empíricos estilizados» y el exceso de descripción y detalle que tiene poco
sentido sin un adecuado trabajo de enmarcación teórica. Al fin y al cabo, los
constructivistas comparten un objetivo común, que es entender y explicar
cómo «algunos significados se dan por hecho o dominan mientras que otros
se quedan silenciados o marginalizados» (Klotz y Lynch, 2007, p. 22).

285
APORTACIONES E INNOVACIONES METODOLÓGICAS EN CIENCIAS SOCIALES

Sin embargo, los constructivistas convencionales han mantenido más de


una duda sobre la utilidad del enfoque interpretativo. Siguiendo el hilo de
la crítica clásica de Keohane a los enfoques reflexivos, varios autores han
sentido la necesidad de diferenciarse de los orígenes críticos del construc-
tivismo proponiendo una especie de racionalismo moderado (Reus-Smit,
2005, p. 205). Desde sus primeras obras, varios constructivistas han querido
desarrollar proyectos que pudiesen permitirles participar en los debates
teóricos con los enfoques y teorías tradicionales. En este sentido hay que
entender la publicación de una obra fundamental como The Culture of
National Security, en la cual Katzenstein se propuso el objetivo explícito de
competir con el realismo estructural en un tema, como es la seguridad, que
se creía inaccesible para los enfoques no materialistas y no racionalistas. De
una manera parecida, parece claro el intento de Wendt de elaborar una res-
puesta a la teoría general de Waltz con la publicación de una obra titulada,
nada menos, que Social Theory of International Politics. Y es por esta razón
que constructivistas como Finnemore no han renunciado a la elaboración
de investigaciones que pudiesen responder directamente a los críticos del
constructivismo. Después de autores cómo Jeffrey Legro y Paul Kowert se-
ñalasen el riesgo para el constructivismo de «tratar sus propios conceptos
como exógenos» (Kowert y Legro, 1996, p. 469), es decir no ser capaz de
explicar el origen de las ideas y las normas, Finnemore y Sikkink elaboraron
un «ciclo de vida de las normas» con el objetivo de explicar su formación y
de sugerir formas de medirlas empíricamente (Finnemore y Sikkink, 1998).
Incentivados por las críticas de otros enfoques que empujaban el cons-
tructivismo a aclarar las condiciones que harían posible el impacto de los
factores no materiales en el comportamiento de los actores (Legro, 1997),
los constructivistas convencionales no han tardado en reformular sus con-
ceptos o en producir explicaciones más precisas de cómo y bajo qué con-
diciones, tales factores pueden adquirir relevancia internacional (Gurowitz,
1999; Cortell y Davis, 2000).
Tales dudas se han manifestado, por ejemplo, en la posibilidad de co-
laboración entre el constructivismo y otros enfoques precedentes, como la
Escuela Inglesa o el análisis de la política exterior. Finnemore, por ejemplo,
ha criticado la Escuela Inglesa en base al hecho de que no habría reflexio-
nado lo suficiente sobre posibles criterios de validez empírica. Esto haría
difícil la posibilidad de elaborar proposiciones falsificables, reduciendo así
los márgenes para el debate teórico con los enfoques positivistas. Este pro-
blema es aún más relevante si se tiene en cuenta que, según Finnemore,
la Escuela Inglesa no ha sido capaz de trabajar con variables dependientes
e independientes, limitando desde el principio la posibilidad de identificar
mecanismos causales verificables. La falta de claridad sobre los métodos
de análisis, los criterios de evidencia empírica y la ausencia de causalidad

286
EL DESAFÍO DE LA INTERPRETACIÓN EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

justificarían el escaso espacio que ha tenido esta escuela en el contexto


americano. El constructivismo racionalista, limitando el uso de la historia
y basándose más bien en las enseñanzas de la sociología, habría sido más
capaz de elaborar proposiciones teóricas y técnicas de investigación que le
han permitido desafiar las teorías tradicionales (Finnemore, 2001). De una
forma parecida, Jeffrey Checkel ha criticado recientemente el constructivis-
mo, del cual el autor forma parte, por «dejar que sus métodos operen de
manera implícita en sus casos de estudio» (Checkel, 2017, p. 8). Checkel se
refiere en particular a la dificultad a la hora de detallar los métodos utiliza-
dos y, sobre todo, de precisar los criterios de validez de la evidencia empí-
rica utilizada. Por esto, Checkel ha invitado a los autores constructivistas a
complementar sus análisis con secciones detalladas en las que se expliquen
cómo se han seleccionado las fuentes y los datos, cómo se han analizado
y cómo se han organizado jerárquicamente en términos de fiabilidad y
solidez.
De manera diferente, otros constructivistas han apelado a diferentes en-
foques teóricos con el objetivo de favorecer una colaboración, en muchos
casos recibiendo opiniones favorables. El caso más relevante parece ser el
de Richard Price y Reus-Smit que, a finales de los años noventa, apelaron a
autores ubicados en departamentos no tan hegemonizados por el positivis-
mo estadounidense (por ejemplo en Canadá, Australia y Gran Bretaña) para
que se creara una liason entre teóricos críticos, historiadores y constructivis-
tas (Price y Reus-Smit, 1998).
Varios representantes de la Escuela Inglesa se han mostrado particular-
mente receptivos hacia este tipo de llamadas. Por ejemplo, autores como
Richard Little y Cornelia Navarri han abogado por un método histórico com-
parativo que trate las ideas y las normas como factores que moldean (sha-
pe) la conducta de los actores, algo menos ambicioso que la identificación
de mecanismos causales directos, pero también más capaz de representar
la realidad de manera compleja y no estilizada (Navarri, 2009; Little, 2009).
Según estas líneas, Robert Jackson ha contribuido al debate recordando
que, tratándose de «estándares de conducta», las normas no pueden ser
tratadas de manera empírica al igual que «los objetos perceptibles» en el
sentido de que «podemos observar un coche que se acerca al otro lado de la
carretera» pero «no podemos ver las normas que deberían regular la conduc-
ta del conductor» ( Jackson, 2009, p. 23). En conclusión, varios exponentes
de la Escuela Inglesa han argumentado a favor de la necesidad de dialogar
con las vertientes interpretativas del constructivismo. En las conclusiones
de su historia de la Escuela Inglesa, Tim Dunne ha indicado el método in-
terpretativo como el más apto para «revelar la contingencia (y la tragedia)
de las decisiones humanas y los significados a veces irreconciliables que
actores diferentes asignan al mismo evento» (Dunne, 1998, p. 187). Más

287
APORTACIONES E INNOVACIONES METODOLÓGICAS EN CIENCIAS SOCIALES

recientemente, un grupo de estudiosos de Análisis de la Política Exterior


ha vuelto a proponer el concepto de «rol» (role) para estudiar «las pers-
pectivas de los decision-makers» más allá de «las características materiales
observables de los estados» (Harnisch et al., 2011, p. 20). Aunque no todos
sus representantes están de acuerdo sobre quién debería ser el interlocutor
privilegiado, si el constructivismo critico o el convencional (Harnisch et al.,
2011, p. 16), hay cierto consenso sobre las virtudes de las metodologías
interpretativas aplicadas al estudio de la política exterior (Cantir y Kaarbo,
2016).

CONCLUSIÓN

Los autores y las revistas especializadas han dedicado mucho tiempo y


energía en los últimos cuarenta años a analizar las diferentes maneras de
entender las metodologías y epistemologías interpretativas que han intenta-
do desafiar los enfoques tradicionales a partir de los años ochenta, lo cual
ha llevado a la disciplina a dividirse en un amplio número de vertientes
teóricas y metodológicas, cada una de las cuales contiene sus diferencias y
derivaciones. En algunos casos, han sido los mismos autores constructivistas
los que han reconocido esta especie de ansiedad de clasificar cada autor
y elaboración teórico, lo cual ha contribuido a erigir muros que limitan la
colaboración entre paradigmas y enfoques. Lynch y Klotz, por ejemplo, han
hablado del riesgo relacionado con «los intentos de separar los análisis cau-
sales mainstream del posmodernismo «radical», prefiriendo enfoques más
fluidos que permitan «esfuerzos intra-fronteras» (Klotz, Lynch, 2007, p. 5).
Esto requiere cierta apertura, tanto en términos de reconocimiento de la
interdisciplinariedad de las preguntas y métodos de investigación, como en
términos del lenguaje teórico utilizado. Si cada enfoque sigue considerando
sus asuntos fundamentales como rígidos e inapelables, es evidente que tal
colaboración no llevara a ningún resultado concreto. Si solo las comproba-
ciones de hipótesis y la capacidad de establecer relaciones causales se con-
sideran ciencia, la consecuencia seguirá siendo la exclusión de una parte
importante de la investigación en materia internacional. Al mismo tiempo,
si se sigue viendo al racionalismo simplemente como un objetivo polémico
para desmontar, es igualmente evidente que el diálogo con los paradigmas
tradicionales será complicado.
Sea cual sea el enfoque elegido, lo que parece necesario es una dis-
cusión sobre los criterios de validez empírica. ¿En qué se diferencia un
análisis científico de una opinión, por ejemplo? Los argumentos, tanto los
causales como los más descriptivos, necesitan ser evaluados. Lo que suelen

288
EL DESAFÍO DE LA INTERPRETACIÓN EN LAS RELACIONES INTERNACIONALES

recomendar los autores que se han ocupado de la cuestión es que las expli-
caciones causales sean capaces de ser coherentes, a través de una definición
clara de sus conceptos fundamentales. De la misma manera, la fiabilidad
de una interpretación histórica suele depender de la capacidad del autor de
incluir y contrastar el más amplio número posible de fuentes (Klotz y Lynch,
2007, p. 106-8). Por esto, es necesario encontrar un consenso sobre el nivel
de detalle requerido para alcanzar niveles aceptables de fiabilidad y validez.
Aunque esto pueda parecer utópico, una vía posible para llegar a un
entendimiento en la disciplina de las Relaciones Internacionales puede ser
el de la complementariedad entre métodos de análisis. Los interpretativos
podrían verse muy beneficiados de una colaboración con expertos de mé-
todos cuantitativos, sobre todo para analizar fenómenos de difusión de
normas e ideas a larga escala y no solo en un número limitado de casos. Al
mismo tiempo, la sensibilidad histórica y contextual de los enfoques inter-
pretativos podría resultar beneficiosa para enfoques que utilizan modelos
más abstractos y basados en un menor número de variables. Varios autores
se han mostrado conscientes de los obstáculos a la colaboración que con-
lleva la estructura del mercado laboral universitario, la cual a veces obliga a
la rivalidad entre paradigmas, según la lógica de que sería más beneficioso
«argumentar el uno contra el otro que aprender el uno del otro» (Klotz y
Lynch, 2007, p. 109). Sin embargo, esta realidad no representa una buena
razón para dejar de declararse a favor de una mayor colaboración entre
metodologías.
Por lo tanto, lo que no parece acertado es la exclusividad de los enfo-
ques, es decir, la tendencia a concebir el enfoque y los métodos en los que
cada uno está entrenado como los únicos plausibles desde un punto de
vista científico. En este sentido, el constructivismo social parece bien posi-
cionado para moverse en una disciplina todavía tan plural, a veces incluso
heterogénea. A pesar de sus diferencias internas, la mayoría de los construc-
tivistas suelen auto-representarse como «racionalistas moderados», es decir,
como exponentes de un enfoque intermedio entre racionalismo y reflecti-
vismo. Como se ha mencionado anteriormente, el constructivismo se coloca
en un punto intermedio en todos los principales debates de la disciplina.
Por ejemplo, es capaz de asignar la misma importancia tanto a los factores
materiales como a los ideales. Además, se coloca a medio camino entre
agente y estructura, puesto que para el constructivismo hay una interacción
mutua y constante entre las dos dimensiones que vienen a ser «mutual-
mente constitutivas». Asimismo, tiene capacidad para utilizar tanto metodo-
logías interpretativas, como las genealogías, como metodologías causales,
por ejemplo el process-tracing y el estudio de caso. Al comienzo, para sus
críticos, estas ambigüedades constituían el mayor límite del constructivismo,
pero con los años el enfoque ha mostrado una dosis de eclecticismo que

289
APORTACIONES E INNOVACIONES METODOLÓGICAS EN CIENCIAS SOCIALES

parece apropiada para contextos tan diversos como la misma disciplina de


las Relaciones Internacionales y la sociedad internacional.
En este sentido, una colaboración entre constructivismo y Escuela
Inglesa podría revelarse particularmente útil para el estudio del mundo ac-
tual. En un mundo cada vez más policéntrico y caracterizado por culturas
y mentalidades diferentes, ambos enfoques pueden ofrecer un pluralismo
metodológico que parece integrarse bien con tal diversidad y resultar más
accesible que enfoques más definidos epistemológicamente. La apertura
de la Escuela Inglesa hacia el método histórico e interpretativo constituye
un incentivo para que pueblos y regiones del mundo hasta hoy marginali-
zados por la disciplina puedan empezar a «poner sus propias historias en
la historia» (Buzan, 2014, p. 169). De la misma manera, el constructivismo
puede representar un potente incentivo para reducir el provincialismo de la
Escuela Inglesa, por mucho tiempo basada en la idea de una sociedad inter-
nacional construida principalmente a través de la expansión de los valores
occidentales (Suzuki, 2009; Ikeda, 2010; Buzan y Zhan, 2014; Pella, 2015).
Por esto, por un lado, se pueden entender los llamamientos a la colabo-
ración entre regiones del mundo en las que las Relaciones Internacionales
han seguido más claramente un camino histórico y no positivista, como,
por ejemplo, Gran Bretaña, Australia y varios países europeos. Por el otro,
creemos que sería aún mejor aumentar las posibilidades de diálogo entre
perspectivas metodológicas y áreas del mundo. La tendencia de las regiones
del mundo a crear «carteles de estudiosos basados en la geografía» (Klotz y
Lynch, 2007, p. 109) puede ser en algunos casos un recurso de superviven-
cia en una disciplina todavía dominada por el positivismo estadounidense.
Sin embargo, no sería útil si el resultado fuese, una vez más, el de definir
las identidades académicas y doctrinales de manera excesivamente estricta
e impermeable.

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