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La resurrección y el orden temporal

"Siendo tantos y tan grandes los pueblos diseminados por todo el orbe de la tierra... no forman
más que dos géneros de sociedad humana, que podemos llamar, conformándonos con nuestras
Escrituras, dos ciudades. Una es la de los hombres que quieren vivir según la carne, y otra la
de los que quieren vivir según el espíritu".
(San Agustín, La Ciudad de Dios, libro XIV, cap. I. BAC, 1958, pág. 921).

Dos amores fundaron dos ciudades, afirma San Agustin en su De Civitate Dei,

La ciudad cristiana, la ciudad católica de la que nos habla Pio X o la civilización


del amor según san Juan Pablo II, tiene como piedra angular el hecho histórico de
la resurrección de Cristo. En Efecto, es inconcebible que el cristianismo pueda de
alguna forma informar el orden público de una sociedad si no es por la certeza de
la victoria de Cristo sobre la muerte, y por tanto de lo eterno sobre lo temporal.

La ciudad de Dios, es aquella sociedad de los hombres que se recusan a vivir por sí
mismos, según la carne, es decir según los intereses temporales y mundanos como
valores absolutos.

El 13 de septiembre del año 335 fue consagrada la basílica que conserva el testigo
silencioso de la resurrección: testigo silencioso que durante dos mil años ha estado
gritando al mundo: ¡Él no esta aquí! El santo sepulcro de Jerusalén, meta de miles
de peregrinos durante XXI siglos es el testigo silencioso que grita: ¡Cristo ha
resucitado!

La resurrección de Cristo un hecho histórico; así lo afirma claramente el Catecismo


de la Iglesia en el numero 639, diciendo que:

“El misterio de la resurrección de Cristo es un acontecimiento real que tuvo


manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo
Testamento. Ya san Pablo, hacia el año 56, puede escribir a los Corintios: "Porque
os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros
pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según
las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce: "(1 Co 15, 3-4). El
apóstol habla aquí de la tradición viva de la Resurrección que recibió después de su
conversión a las puertas de Damasco (cf. Hch 9, 3-18)”.

El padre Leonardo Castellani con su tradicional humor argentino, no duda en


afirmar que “es el hecho histórico que tiene más peso de testimonio histórico que
todos los otros hechos históricos del mundo” y continua “Si alguno hoy no
creyera que Cristóbal Colón existió, sería tenido por loco; y hay mayor testimonio
histórico de la Resurrección de Cristo que de la existencia de Colón. ¿Entonces
los que no creen en Cristo son locos? Son peor que locos, son impíos. Pues para
creer en Cristo es necesario, además de la evidencia histórica (que hay que
saber), encima un acto de fe, que éstos se niegan a hacer…

Basta la evidencia histórica para que uno no pueda negar la existencia de Colón;
pero no basta la evidencia histórica para forzarnos a creer en la Resurrección:
basta para que yo pueda creer, pero no basta a forzarme a creer, como en el otro
caso. Falta un acto de mi voluntad, hay que dar un salto, de la evidencia a la
creencia; o un pequeño vuelo. Los que no quieren dar ese salto dan muchas veces
un salto contrario, hacia abajo de la razón, hacia el absurdo” 1.

¿Cuál es la evidencia histórica que tenemos de la Resurrección? La indicaré


brevemente siguiendo a Castellani en tres puntos:

I. Los cuatro Evangelios: son crónicas históricas de que nos narran la


verdad de la Resurrección. Son relatos que además de haber sido
inspirados por Dios, tienen valor como testigos históricos. “Estas cuatro
crónicas independientes cuentan después de esta “aparición” de
Cristo vivo, otras nueve apariciones, una de ellas a más de 500
discípulos juntos, el día de la Ascensión. Tenemos pues cuatro
documentos históricos, fidedignos, de primer orden, que nos relatan
la Resurrección de Cristo”.

II. En segundo lugar, podemos colocar la figura de los Apóstoles y los


mártires que murieron por afirmar la Resurrección: “Los Apóstoles, que
estaban derrotados y aterrorizados, después del Domingo de Pascua se
vuelven valientes como leones, más valientes que leones. Se ponen
públicamente a predicar la Resurrección del Maestro: son arrastrados al
Tribunal, condenados, azotados, uno de ellos muerto, Santiago el Menor;
los fieles que creen en ellos son despojados de sus bienes, excomulgados,
perseguidos, algunos de ellos muertos, como San Esteban; y no cejan,
sino que aumentan cada día. “Creo a testigos que se dejan matar” —
dijo Pascal. Muchos de ellos eran testigos presenciales, dice San Pablo en
el año 57: “Y algunos de ellos todavía viven” (1 Cro. 15,6).

1
L. Castellani, Domingueras Predicas 2, Ediciones Juja, (Mendoza)113- 118.
Según el testimonio de los Hechos de los Apóstoles, confirmado por las cartas
de san Pablo, la Iglesia ha predicado la resurrección de Jesús desde sus inicios,
como es claro por la predicación de Pedro en Pentecostés (Hch 2, 24-36).
Podemos preguntarnos¿cómo habrían podido los apóstoles predicar la resurrección
de Jesús de entre los muertos si los habitantes de Jerusalén podían en cualquier
momento mostrar la presencia del cadáver de su maestro? Los apóstoles se dejaron
matar afirmando la verdad de la Resurrección.

III. El Milagro moral de la Iglesia: Es la conquista realizada por la Iglesia. La


Iglesia conquistó con el testimonio de los mártires el antiguo imperio
Romano. El gran Doctor San Agustín en la primera mitad del siglo V
afirmaba claramente:

“Hay tres Increíbles: increíble es que un hombre haya resucitado de entre los
muertos. Increíble es que todo el mundo haya creído ese Increíble. Increíble es
que doce hombres rudos, ignorantes, desarmados y plebeyos hayan persuadido a
todo el mundo, y en él también a los sabios y filósofos (de los cuales San Agustín
era uno), de aquél primer Increíble. ¿El primer Increíble no lo queréis creer? El
segundo no tenéis más remedio que ver, y no lo podéis negar. De donde por fuerza
tenéis que admitir el tercero, es decir que los doce Apóstoles han convencido al
mundo; y éste es un milagro tan grande como la resurrección de un muerto”.

“Estos Tres Increíbles de San Agustín son lo que el Concilio Vaticano I llamó “el
Milagro Moral de la Iglesia”; que solo él basta a probar la verdad de la Iglesia; y
de la Resurrección que ella predica”, dice Castellani.

San Pablo dijo: “Sí Cristo no resucitó, somos los más desdichados de los
hombres: nuestra fe es vana, vana nuestra esperanza” (1 Cor. 15, 14) Por ello
nosotros verdaderamente podemos decir que: “Si Cristo resucitó, somos los más
felices de los hombres”. ¡Celebremos el sepulcro vacío! ¡Celebremos que Cristo ha
vencido a la muerte, al demonio, al pecado, y nos promete parte en su victoria! ¡La
Batalla ha sido ya ganada! ¡No perdamos la esperanza, pues el Señor venció y
nosotros con Él!

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