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Semana (…Teología II Profesor: Abel Velasco)


Cristología: Vida y ministerio de Jesús (parte IV). Exaltación (resurrección y
ascensión).

8.1. Exaltación

8.1.1. Resurrección
En Fil. 2:5-11, Pablo presenta someramente el cuadro de la
humillación y exaltación de Cristo. Fue en su humillación hasta "la
muerte y muerte de cruz", pero en Su exaltación "le ha sido dado un
nombre que es sobre todo nombre." El primer paso en Su exaltación fue
la resurrección. La resurrección de Jesucristo es el milagro clave del
cristianismo. Si Cristo no resucitó, todo es engaño, mentira y fraude. Si
podemos probar que Cristo resucitó, el edificio del cristianismo está
firme. (Véase I Cor. 15) La cuna del cristianismo y la conversión de
Saulo, no pueden explicarse sin aceptar el hecho de la resurrección.
Cuando Pablo escribía había muchas personas vivas que testificaban
haber visto al Señor resucitado. (I Cor. 15:6) Los incrédulos han
formado algunas teorías para refutar el hecho de la resurrección pero
sus argumentos en nada han afectado la realidad. Gracias a Dios, en vez
de signos de interrogación, podemos poner esta doctrina entre signos de
admiración, y decir, "Más ahora, Cristo ha resucitado de los muertos,
primicias de los que durmieron es hecho".
La resurrección de Cristo es producto de su muerte sin pecado: “sí
la paga del pecado es muerte”; implica entonces que sin pecado la
muerte no puede retenerlo. Cristo vence la muerte en vida «no peco» y
es exaltado sobre todo nombre.
Los cuatro evangelios relatan que Jesús resucitó de entre los
muertos al tercer día después de su muerte y se apareció a sus
discípulos en varias ocasiones. En todos ellos, la primera en descubrir la
resurrección de Jesús es María Magdalena. Dos de los evangelios
(Marcos y Lucas) relatan también su ascensión a los cielos. Los relatos
sobre Jesús resucitado varían, sin embargo, según los evangelios.

8.1.1.1. Teología de la resurrección


La característica más extraordinaria de la predicación cristiana es
el acento que se pone en la resurrección. Los primeros predicadores
estaban seguros de que Cristo se había levantado de entre los muertos,
y seguros, en consecuencia, de que los creyentes también serían
resucitados en el día señalado. Esto los distinguió de todos los demás
maestros del mundo antiguo. Hay resurrecciones en otras partes, pero

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ninguna como la de Cristo. En general se trata de relatos mitológicos
relacionados con el cambio de estación y el milagro anual de la
primavera. Los evangelios nos hablan de un hombre que realmente
murió, pero que venció la muerte al levantarse nuevamente. Y si bien es
cierto que la resurrección de Cristo no se parece en nada a lo que
encontramos en el paganismo, también es cierto que la actitud de los
creyentes con respecto a su propia resurrección, corolario de la de su
Señor, es radicalmente diferente de todo lo que ocurre en el mundo
pagano. Nada hay que sea más característico del mejor pensamiento de
la época, que su desesperanza frente a la muerte. Resulta claro que la
resurrección es de primordial importancia para la fe cristiana.
El concepto cristiano de la resurrección debe distinguirse tanto del
concepto griego como del judío. Los griegos pensaban que el cuerpo era
algo que impedía la verdadera vida, y esperaban el momento en que el
alma se liberaría de su prisión. Concebían la vida después de la muerte
en función de la inmortalidad del alma, pero rechazaban firmemente
toda idea de resurrección (la burla ante la predicación de Pablo en Hch.
17:32). Los judíos estaban firmemente persuadidos de los valores del
cuerpo, y pensaban que estos no se perderían, por lo que esperaban la
resurrección del cuerpo. Pero creían que sería exactamente el mismo
cuerpo (Apocalipsis de Baruc 1:2). Los cristianos pensaban que el
cuerpo sería resucitado, pero también transformado para convertirse en
vehículo adecuado para una vida diferente en la era venidera (1 Co.
15:42ss). El concepto cristiano es, por lo tanto, distintivo.

 La resurrección en el Antiguo Testamento


Poco hay sobre la resurrección en el AT, lo que no quiere decir que
no se la mencione, sino que no alcanza prominencia. Los hombres del
AT eran muy prácticos, y se concentraban en la tarea de vivir la vida
presente al servicio de Dios; poco tiempo tenían para especular sobre la
vida venidera. Además, no debemos olvidar que vivían del otro lado de
la resurrección de Cristo, y es esto último lo que da base a la doctrina. A
veces empleaban la idea de la resurrección para expresar la esperanza
nacional del renacimiento de la nación (p. ej. Ez. 37). La declaración
más clara sobre la resurrección del individuo la encontramos en Dn.
12:2, “y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán
despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión
perpetua”. Esto claramente contempla la resurrección, tanto de los
justos como de los impíos, y también considera las consecuencias
eternas de las acciones humanas. Hay otros pasajes que tratan la
resurrección, principalmente algunos de los salmos (p. ej. Sal. 16:10s;
49:14s). Se disputa el significado preciso de la gran afirmación de Job

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(Job 19:25–27), pero es difícil pensar que no esté presente allí la idea
de la resurrección. A veces los profetas se ocupan del tema también (p.
ej. Is. 26:19). Pero en general el AT poco nos dice sobre el mismo. Esto
quizás se deba a que alguna doctrina sobre la resurrección existía en
pueblos como los egipcios y los babilonios. En una época en que el
sincretismo constituía un grave peligro, este hecho sin duda disuadiría a
los hebreos de prestar demasiada atención a la idea.
Durante el período intertestamentario, cuando el peligro no era
tan inminente, la idea se vuelve más prominente. No se alcanza
uniformidad, y aun en la época del NT los saduceos todavía negaban
que hubiera resurrección. Pero para entonces la mayor parte de los
judíos ya había aceptado alguna idea acerca de la resurrección.
Generalmente pensaban que el mismo cuerpo volvería a la vida tal como
estaba.

 La resurrección de Cristo
En tres ocasiones Cristo volvió a la vida a ciertas personas (la hija
de Jairo, el hijo de la viuda de Naín, y Lázaro). Pero estos casos no
deben tomarse como casos de resurrección sino de resucitación. No hay
indicación de que estas personas hayan hecho otra cosa que volver a la
vida que habían dejado. Y Pablo nos dice explícitamente que Cristo es
“primicias de los que durmieron” (1 Co. 15:20). Pero estos milagros nos
muestran que Cristo es Señor de la vida. El tema vuelve a hacerse
presente en el hecho de que él había profetizado que se levantaría tres
días después de su crucifixión (Mr. 8.31; 9.31; 10.34, etc.). Este punto
es importante, ya que nos muestra a Cristo en forma suprema como
dueño de la situación. Y también significa que la resurrección es de
primordial importancia, porque en ella está comprometida la veracidad
de nuestro Señor, (su obra fue perfecta).
Los evangelios nos dicen que Jesús fue crucificado, que murió, y
que al tercer día la tumba en que había sido colocado estaba vacía.
Pero si la tumba estaba realmente vacía parecería que sólo
tenemos tres posibilidades: que sus amigos se llevaron el cuerpo, que
se lo llevaron sus enemigos, o que Jesús resucitó.
Es demasiado difícil sostener la primera hipótesis. Todas las
pruebas de que disponemos nos indican que los discípulos no pensaban
en la resurrección, y que la noche del primer viernes santo se los ve
como hombres sin esperanza. Eran hombres vencidos, descorazonados,
que se ocultaban por miedo a los judíos. Además, Mateo nos dice que se
colocó una guardia en la tumba, de modo que no podían robar el
cuerpo, aun cuando hubieran querido hacerlo. Pero lo más increíble es

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que estuvieran dispuestos a sufrir posteriormente por predicar la
resurrección, como nos dice el libro de Hechos que realmente ocurrió.
Algunos sufrieron prisión, y Jacobo fue ejecutado. Nadie sufre una pena
así por sostener una mentira conscientemente. También debemos
recordar que cuando la secta cristiana llegó a perturbar suficientemente
a las autoridades como para que se la persiguiera, los jefes de los
sacerdotes habrían pagado con gusto por cualquier información relativa
al robo del cuerpo, y el caso de Judas nos basta para demostrar que
podría haberse encontrado un traidor en las filas del propio Jesús. La
conclusión a que se llega es que es imposible sostener que los creyentes
robaron el cuerpo de Cristo.
Igualmente difícil de sostener es la teoría de que sus enemigos se
apoderaron del cuerpo. ¿Qué motivo hubieran tenido? No encontramos
motivo alguno. Haberlo hecho habría significado echar a rodar rumores
de una resurrección que según vemos tenían sumo interés en evitar.
Además, la guardia junto a la tumba hubiera sido un obstáculo tan
grande para ellos como para los amigos del Señor. Pero la objeción
absolutamente decisiva es que no pudieron mostrar el cuerpo cuando
empezó la primera predicación. Pedro y sus compañeros pusieron gran
empeño en hablar de la resurrección de su Señor. Es evidente que ella
hizo un gran impacto en la imaginación de los discípulos. Si en esas
circunstancias sus enemigos hubieran mostrado el cuerpo de Jesús, la
iglesia cristiana se hubiese disuelto en medio de la burla. El silencio de
los judíos es tan significativo como la predicación de los cristianos. El
hecho de que los enemigos de Jesús hayan sido incapaces de mostrar su
cuerpo es prueba concluyente de que no estaban en condiciones de
hacerlo.
Como parece imposible sostener ya sea que sus amigos o sus
enemigos robaron el cuerpo, y desde el momento en que la tumba
estaba vacía, nos vemos ante la disyuntiva de aceptar o no la hipótesis
de la resurrección, hecho que corroboran las apariciones de Jesús
después de su resurrección.
En total hubo diez apariciones diferentes, según nos lo dicen los
cinco relatos de que disponemos (los cuatro evangelios y 1 Co. 15). No
es fácil armonizarlos (aunque no es imposible, como a menudo se
afirma; el intento que se hizo en la Santa Biblia Anotada de Scofield, por
ejemplo, puede o no ser la forma correcta de armonizarlos, pero no
cabe duda de que demuestra que es posible hacerlo). Las dificultades no
hacen más que demostrar que los relatos son independientes. No se
trata de una repetición estereotipada de un relato oficial. Además, existe
un notable acuerdo en cuanto a los hechos principales. Hay una gran
variedad de testigos. A veces uno o dos vieron al Señor, otras veces un
número mayor, como en el caso de los once apóstoles, y una vez un

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grupo grande de quinientos discípulos. Entre ellos había hombres y
mujeres. La mayor parte de las apariciones fueron a creyentes, pero es
posible que la aparición a Jacobo se haya producido cuando este todavía
no creía. Especialmente importante es la de Pablo. Aquí no se trata de
un hombre crédulo, sino de un hombre culto que se oponía
enconadamente a los cristianos. Y Pablo es terminante cuando afirma
que vio a Jesús después de su resurrección de entre los muertos. Tan
seguro estaba de ello que afincó todo el resto de su carrera terrenal en
esa certidumbre. El canónigo Kennett lo expresa rotundamente cuando
dice que Pablo se convirtió antes de que se cumplieran cinco años de la
crucifixión, y afirma que “a muy pocos años de la época de la crucifixión
de Jesús, las pruebas de su resurrección estaban en la mente de por lo
menos una persona de educación absolutamente irrefutable”
(Interpreter 5, 1908–09, pp. 267).
No debemos pasar por alto la transformación de los discípulos en
todo esto. Como hicimos notar anteriormente, eran hombres vencidos y
profundamente desalentados estos seguidores que fueron testigos de la
crucifixión, pero poco después se mostraron dispuestos a ir a la cárcel, e
incluso a morir, por amor a Cristo. ¿Qué fue lo que los hizo cambiar de
esta manera? Los hombres no corren semejantes riesgos a menos que
estén seguros de lo que creen. Los discípulos estaban completamente
convencidos. Quizás deberíamos añadir que su certeza se reflejaba en
su modo de adorar. Eran judíos, y los judíos son tenaces en la
adherencia a sus costumbres religiosas. Sin embargo, estos hombres
comenzaron a observar el día del Señor, en memoria semanal de la
resurrección, en lugar del día de reposo. En ese día del Señor
celebraban la santa comunión, que no era una conmemoración de un
Cristo muerto, sino una agradecida rememoración de las bendiciones
que les trasmitía un Señor vivo y triunfante. El otro sacramento, el
bautismo, era una recordación de que los creyentes eran sepultados con
Cristo, y que resucitaban con él (Col. 2:12). La resurrección daba
significado a todo lo que hacían.
A veces se dice que Cristo no murió realmente sino que sufrió un
desmayo, y que luego, en la frescura de la tumba, volvió en sí. Esto
plantea toda una serie de interrogantes. ¿Cómo logró salir de la tumba?
¿Qué fue de él? ¿Por qué no tenemos más noticias de él? ¿Cuándo
murió? Las preguntas se multiplican sin que aparezca respuesta alguna.
Algunos han llegado a creer que los discípulos fueron víctimas de
alucinaciones. Pero no podemos explicar así las apariciones posteriores a
la resurrección. Las alucinaciones les vienen a los que en cierto sentido
las están buscando, y no hay indicios de que haya sido así en el caso de
los discípulos. Una vez comenzadas, las alucinaciones tienden a seguir,
mientras que las apariciones cesaron abruptamente. Las alucinaciones

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son fenómenos individuales, mientras que en este caso hasta quinientas
personas vieron al Señor en una misma ocasión. No parecería tener
sentido cambiar un milagro en el plano físico por uno en el plano
psicológico, que es justamente lo que exige esta teoría.
No obstante, en la actualidad muchos estudiosos niegan lisa y
llanamente la posibilidad de una resurrección física. Pueden afirmar
rotundamente que “los huesos de Jesús descansan en el suelo de
Palestina”. Pueden decir que Jesús “resucitó” en el sentido de que
ingresó en el amgyrek; los discípulos se convencieron de que había
sobrevivido en su paso por la muerte y que, por consiguiente, podían
predicar que estaba vivo. Pueden, también, ubicar el cambio en los
discípulos. Estos hombres habían visto que Jesús era realmente libre, de
modo que comenzaron a experimentar lo mismo ellos también. Esto
significa que se convencieron de que Jesús no estaba muerto, sino que
era una influencia viva. Dos grandes escollos atraviesan la senda de
todas las opiniones semejantes a estas. Uno es que no es esto lo que
dicen las fuentes. En forma tan elocuente como pueden expresarlo las
palabras, nos afirman que Jesús murió, que fue sepultado, y que
resucitó. La segunda dificultad es de tipo moral. No podemos negar que
los discípulos creían que Jesús había resucitado. Esto fue lo que les dio
su empuje, y esto fue, también, el tema central de su predicación. Si
Jesús estaba muerto, entonces Dios ha edificado la iglesia sobre una
ilusión, conclusión inaceptable. Además, tales puntos de vista ignoran la
tumba vacía. Este es un hecho insoslayable. Quizás es digno de mención
el hecho de que estas perspectivas son bastante modernas (aunque
ocasionalmente han surgido antecesores, cf 2 Ti. 2:17s). No forman
parte del cristianismo histórico, y si fueran correctas, casi todos los
cristianos han vivido en el más craso error a través de los siglos en lo
que hace a una doctrina cardinal de la fe.

 Consecuencias doctrinales de la resurrección


La significación cristológica de la resurrección es considerable. El
hecho de que Jesús haya profetizado que se levantaría de los muertos al
tercer día tiene importantes consecuencias para su persona. El que pudo
hacer esto es más grande que los hijos de los hombres. No cabe duda
de que Pablo considera que la resurrección de Cristo reviste capital
importancia. “Si Cristo no resucitó”, dice, “vana es entonces nuestra
predicación, vana es también vuestra fe … si Cristo no resucitó, vuestra
fe es vana; aún estáis en vuestros pecados” (1 Co. 15:14, 17). La
cuestión es que el cristianismo es un evangelio, es la buena nueva
acerca de la forma en que Dios envió a su Hijo para que fuese nuestro
Salvador. Pero si, en realidad, Cristo no resucitó, entonces no tenemos

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ninguna seguridad de que se haya logrado nuestra salvación. En
consecuencia, la realidad de la resurrección de Cristo tiene un profundo
significado. También es importante la resurrección de los creyentes.
Según Pablo, si los muertos no resucitan bien podríamos adoptar el
lema “comamos y bebamos, porque mañana moriremos” (1 Co. 15:32).
Los creyentes no son personas para quienes esta vida es todo. Su
esperanza yace en otra parte (1 Co. 15:19). Esto da perspectiva y
profundidad a su modo de vivir.
La resurrección de Cristo está relacionada con nuestra salvación,
como cuando Pablo dice que Cristo “fue entregado por nuestras
transgresiones, y resucitado para nuestra justificación” (Ro. 4:25; cf.
8:33s). No hay necesidad alguna de entrar aquí en el significado preciso
del uso de “por” y “para”; esta es tarea que incumbe a los
comentaristas. Nos limitaremos a hacer notar que la resurrección de
Cristo tiene relación con el acto central por medio del cual somos salvos.
La salvación no es algo que ocurre aparte de la resurrección.
Tampoco termina allí. Pablo habla de su deseo de conocer a Cristo
“y el poder de su resurrección” (Fil 3:10), y exhorta así a los colosenses:
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba …”
(Col. 3:1). Ya les había recordado que fueron sepultados junto con
Cristo en el bautismo, y en el mismo sacramento fueron resucitados
juntamente con él (Col. 2:12). En otras palabras, el apóstol ve el mismo
poder que levantó a Cristo de entre los muertos obrando en los que son
de Cristo. La resurrección es algo que continúa.

8.1.2. Ascensión
El segundo paso en la exaltación de Cristo fue su ascensión para ir
al Padre y disfrutar de aquella gloria que había tenido antes de la
fundación del mundo, tanto la resurrección como la ascensión son
hechos históricos declarados en la Biblia y confirmados por más de dos
testigos. (I Cor. 15:6-8, Luc. 24:50-51, Hech. 1:9).
El relato de la ascensión del Señor Jesucristo aparece en Hch.
1:4–11. En Lc. 24:51 las palabras “y fue llevado arriba al cielo” no están
tan bien confirmadas, y lo mismo vale para la descripción en Mr. 16:19.
No hay sugerencia alternativa en el NT de ninguna otra finalización de
las apariciones posteriores a la resurrección, y el hecho de la ascensión
siempre se da por sentado en las frecuentes referencias a Cristo a la
diestra de Dios, y a su regreso del cielo. No sería razonable suponer que
Lucas estaba crasamente equivocado en cuanto a un hecho tan
importante, o que estaba inventando, cuando todavía había apóstoles
que podían enterarse de lo que había escrito. Para otras alusiones a la

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ascensión véase Jn. 6:62; Hch. 2:33–34; 3:21; Ef. 4:8–10; 1 Ts. 1:10;
He. 4:14; 9:24; 1 P. 3:22; Ap. 5:6.
Se hacen objeciones al relato tomando como base el hecho de que
se apoya en ideas anticuadas sobre el cielo como un lugar por encima
de nuestras cabezas. Estas objeciones no tienen peso por las siguientes
razones:
1. El acto de la ascensión podría haber sido una parábola actuada
para los discípulos que tenían dicha idea del cielo. De este modo Jesús
indicaba concluyentemente que el período de las apariciones posteriores
a la resurrección había terminado, y que su regreso al cielo había de
inaugurar la era de la presencia del Espíritu Santo en la iglesia. Un
simbolismo actuado de este modo resulta perfectamente natural.
2. El término “cielo” y la expresión “la diestra del Padre” tienen
cierto significado necesariamente relacionado con esta tierra, y dicho
significado puede expresarse mejor con referencia a “arriba”. Así, Jesús
levantaba los ojos al cielo cuando oraba (Jn. 17:1; cf. 1 Ti. 2:8), y nos
enseñó a orar diciendo, “Padre nuestro que estás en los cielos … Hágase
tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra”. En un sentido el
cielo está lejos de esta tierra, cualquiera sea su naturaleza en términos
de una dimensión diferente. Al pasar del estado terrenal de espacio y
tiempo al estado celestial, pudo observarse que Jesús se alejaba de la
tierra, así como cuando se produzca su segunda venida se lo podrá
observar acercándose a la tierra. Esta doctrina de la ausencia corporal
se equilibra en el NT con la doctrina de la presencia espiritual (* Espíritu
Santo). Así, la Cena del Señor es en memoria de aquel que está
corporalmente ausente, “hasta que él venga” (1 Co. 11:26), mas, como
en todas las reuniones de cristianos, el Señor resucitado está presente
espiritualmente (Mt. 18.20).
El concepto de que Dios está arriba, sentado en el trono, alude en
forma especial a la diferencia entre Dios y el hombre, y a la forma en
que el pecador se acerca a Dios, ya que su pecado le impide el acceso a
la presencia del Rey. De modo que podemos considerar el propósito de
la ascensión como sigue:
1. “Voy a preparar lugar para vosotros” (Jn. 14.2).
2. Jesucristo está sentado, señal de que su obra de expiación está
completa y es definitiva. Los que creen que como sacerdote Cristo sigue
ofreciéndose al Padre dicen que no debemos mezclar las dos metáforas
del rey y el sacerdote. Sin embargo esto es justamente lo que se hace
en He. 10:11–14 para demostrar el carácter definitivo del sacrificio de
Cristo.

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3. Cristo intercede por los suyos (Ro. 8:34; He. 7:25), aunque en
ninguna parte del NT se dice que se sigue ofreciendo a sí mismo en el
cielo. La palabra gr. que significa interceder, µtnatnytne, denota la idea
de ocuparse de los intereses de alguien.
4. Cristo está esperando que sus enemigos sean sometidos, y ha
de volver como acto final en el establecimiento del reino de Dios, su
Reino.

Bibliografía:

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