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RESILIENCIA

Research · September 2015


DOI: 10.13140/RG.2.1.1027.8883

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5 authors, including:

Carlos Cruz
Instituto Psiquiatrico Dr. Jose Horwitz
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RESILIENCIA

Integrantes: Sebastián Feuerhake


Mónica Grez
Cecilia Piñera
Claudia Recart
Tutor: Dr. Carlos Cruz

I. INTRODUCCION

DEFINICION

Algunos investigadores de las últimas décadas han abocado su interés a


estudiar el por qué ciertos niños que viven en condiciones adversas resultan ser
individuos capaces de convertirse en adultos bien adaptados que pueden
insertarse adecuadamente a la sociedad.
Definir resiliencia ha sido un continuo problema y aún existe falta de consenso
acerca de lo que implica la resiliencia, como sus características y dinámica;
incluso hay algunos idiomas que todavía no tienen una palabra equivalente en
las ciencias que estudian la conducta. Por ejemplo, en el idioma español, hasta
hace pocos años la palabra resiliencia no existía en la literatura psicológica, y se
utilizaba en vez “la defensa ante la adversidad.” Sólo en las últimas décadas se
ha incorporado este término a raíz de la importancia de los estudios hechos.
El concepto de resiliencia tiene su origen en el termino resilio que significa volver
atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar. Este término pertenece al campo de la
física, entendiéndose que es la capacidad que tiene un cuerpo de recobrar su
forma primitiva cuando se deja de ejercer presión sobre él.
Se refiere a las habilidades que se manifiestan en el comportamiento de las
personas para resistir la adversidad, adaptarse, recuperarse, construir y acceder
a un desarrollo más sano y positivo. La resiliencia se refleja en la sorprendente
capacidad que muestran algunos seres humanos de crecer y desarrollarse en
medios desfavorables y alcanzar niveles de competencia y salud. Esta
modalidad de ajuste permite tolerar, manejar y aliviar las consecuencias
psicológicas, fisiológicas, conductuales y sociales provenientes de experiencias
traumáticas sin una mayor desviación del curso del desarrollo, con la
comprensión adecuada de la experiencia y sus subsecuentes reacciones.
Cuando la resiliencia se pone en acción, permite lograr una buena respuesta
frente a una situación adversa. El resultado retroalimenta a la persona y es un
aprendizaje que favorece el posterior desarrollo de la actitud resiliente. Esta
actitud va a seguir creciendo en la medida en que la persona se atreve a
explorar, a reconocer el peligro y a enfrentarlo debidamente.
La resiliencia es una dimensión personal interviniente que se desarrolla a partir
de la configuración de factores constitutivos del trasfondo biopsicólogico del
individuo, como lo son el temperamento y la capacidad intelectual. La etapa
fundante y de mayor receptividad y posibilidad de consolidación de los modos de
interacción con el medio son la infancia y la niñez.
Los estudios efectuados por investigadores americanos y europeos presentan
diversas definiciones que aclaran este concepto:

 La resiliencia es un conjunto de procesos sociales e intrapsíquicos que


posibilitan tener una vida “sana” viviendo en un medio “insano”. Las bases de
la resiliencia son tanto constitucionales como ambientales y el grado en que
este comportamiento se manifiesta está sujeto a la edad, el medio social, el
sexo y otras variables (Rutter 1990-93)
 La resiliencia es una historia de adaptaciones exitosas en el individuo que se
ha visto expuesto a factores biológicos de riesgo o eventos de vida
estresantes; además implica la expectativa de continuar con una baja
susceptibilidad a futuros estresores (Werner y Smith 1982).

 Resiliencia es la capacidad humana y universal para enfrentar, superar e


incluso ser fortalecido por experiencias de adversidad. Resiliencia se puede
encontrar en una persona, grupo o comunidad y puede fortalecer las vidas de
aquellos que son resilientes. La conducta resiliente puede ser mantener un
nivel normal de desarrollo aún existiendo adversidad, y también puede ser
una respuesta que promueva el desarrollo más allá de los niveles actuales de
funcionamiento. Más aún, la resiliencia puede no desarrollarse en respuesta
a la adversidad sino como una anticipación a adversidades inevitables.
Otros autores utilizan el término “elasticidad”, o sea, la capacidad de reaccionar
y recuperarse ante una agresión, dado por un conjunto de cualidades que
fomentan un proceso de adaptación exitosa y transformación en la vida. Todos
nacemos con una capacidad innata para la elasticidad, lo que nos facilita el
desarrollo de la competencia social, las habilidades para resolver problemas,
una conciencia crítica, la autonomía y un sentido de propósito en la vida
(Benard, 1996).

II. DESARROLLO

S. Vanistendael en su artículo ()“La Resiliencia: un concepto largo tiempo


ignorado” destaca que la resiliencia es tan antigua como la humanidad y , por lo
mismo, en la historia del arte, la religión y la literatura, abundan los testimonios
personales que hacer referencia a ella. Por ejemplo, el Diario de Anna Frank
(“era casi un diario sobre la resiliencia, desde sus orígenes, desde mucho tiempo
antes que los científicos lo descubrieran”) y El Regreso del Hijo Pródigo
(“constituye un ejemplo elocuente de uno de los factores más fundamentales de
la resiliencia: la aceptación incondicional”).

Refiriéndose a la resiliencia y su definición, Vanistendael distingue dos


componentes relacionados con la acción:
1) La resistencia frente a la destrucción, esto es, la capacidad para proteger
la propia integridad bajo presión.
2) Más allá de la resistencia, la capacidad para construir un conductismo
vital positivo, pese a las circunstancias difíciles.

Anthony (1994) plantea, en relación a la teoría del trauma psicoanalítico, la


existencia de niños que él denomina “hipervulnerables”, que son aquellos que
frente a situaciones comunes y corrientes, desarrollan sintomatología. Por
ejemplo cuando los niños empiezan a ir al colegio la gran mayoría de los niños
logra adaptarse, con un llanto más o un llanto menos; sin embargo algunos
niños tienen dificultades importantes para separarse del ambiente familiar y no
lograr insertarse adecuadamente al ambiente escolar.
Por otro lado se encuentran los “pseudoinvulnerables”, aquellos que
aparentemente no tienen dificultades y que han sido criados en un ambiente
social y económico protegido, pero que frente a situaciones adversas, sufren un
quiebre inesperado.
Son niños que mantienen una muy buena relación con una madre quien de
alguna manera le transmitió la idea de ser especial, distinto, el mejor de su
generación y que por lo tanto, le espera una vida de triunfos y logros. Sin
embargo es probable que estas personas sufran quiebres narcisísticos
importantes en circunstancias desfavorables que están fuera de su control.
Finalmente, Anthony distingue al “invulnerable resiliente”, éstas son personas
que teniendo dificultades importantes, de alguna manera se rearman y
desarrollan mejor frente a traumas acumulativos o situaciones adversas. Para
explicar esto Anthony usó la analogía de tres juguetes hechos de tres
materiales: vidrio, plástico y fierro.
Al ser golpeados éstos con un martillo, el primero hecho de vidrio se haría mil
pedazos, el segundo quedaría permanentemente dañado y el tercero resistiría el
golpe sin acusar daño.
En otro plano, Wolin y Wolin (1993) utilizan el concepto de mándala de la
resiliencia. Estos autores señalan algunas características personales de quienes
poseen esta “fuerza interna” que hace que el individuo enfermo encuentre su
resistencia interna para sobreponerse a la enfermedad. El termino mándala
significa paz y orden interno, y es una expresión empleada por los indios navajos
del suroeste de los EE.UU. para designar a la fuerza interna.

Algunos psicoanalistas latinoamericanos han observado que la resiliencia no es


un estatus permanente. La misma persona podría cambiar su capacidad para
sobrellevar adversidades en diferentes momentos de su vida. Hay que
considerarla como resultado de una interacción, es decir, se refiere a algo que
sucede a partir de la relación de un individuo con su entorno.
Un valor del concepto de resiliencia radica en que ha permitido reconocer que
las relaciones humanas no guardan relación directamente proporcional ante los
eventos negativos. Esto hace pensar que existen características en el ser
humano que le dan un potencial diferencial para el enfrentamiento con la
adversidad.
No podemos fantasear con una sociedad que no presente adversidades, ni con
una vida que no sea adversa en algunos aspectos. Esta es parte inevitable de la
vida. Somos torpes en el manejo de la existencia colectiva y somos mortales;
con estos dos elementos tenemos garantizada la adversidad.
La adversidad no está limitada a los desastres humanos, por ejemplo, guerras,
hambrunas, pobreza; tampoco se limita a los desastres naturales (terremotos,
huracanes); la adversidad también ocurre en la vida diaria, por ejemplo, divorcio,
abandono, abuso, alcoholismo, enfermedad, muerte, etc.
La influencia de la estructura y/o función de la familia sobre el bienestar puede
manifestarse, en un momento determinado, en un continuo que va desde la
protección de sus miembros frente a factores de riesgo hasta constituirse ella
misma en riesgo.
Cuando las influencias ambientales no son compartidas, vale decir cuando
afecta sólo a un miembro de la familia, en la mayoría de los casos, ejerce un
efecto mayor que aquellas compartidas. Dicho de otra forma, las que inciden
diferencialmente, tienen un peso mayor.

CONCEPTO DE INMUNIZACIÓN

Rutter hace una analogía con una inmunización: “la resiliencia es el producto
final de un proceso de inmunización que elimina los riesgos del niño,
encarándolos y enfrentándolos afectivamente. Como una vacuna, la exposición
a pequeñas y sucesivas dosis del agente patógeno ayuda a desarrollar
mecanismos para luchar contra la dolencia.” Este enfoque de resiliencia plantea
que graduales dosis de adversidad fortalecen más que la no exposición al
peligro. La novedad es que esta perspectiva muestra que la protección del niño,
tal como tradicionalmente la hemos concebido, lo deja vulnerable y sin
capacidad suficiente de respuesta a los problemas de la vida. Esto es muy
importante para la comprensión y promoción del desarrollo humano. Modifica el
enfoque de protección de la niñez y la adolescencia y entrega una perspectiva
acorde con las condiciones de los tiempos actuales.
CÓMO SE CONSTRUYE LA RESILIENCIA

Como afirmamos previamente, la resiliencia es una dimensión personal


interviniente que se desarrolla a partir de la configuración de factores
constitutivos biopsicológicos del individuo, como son el temperamento y la
capacidad intelectual. Otros elementos se adquieren y estructuran a partir de
experiencias que fomentan familiaridad con las dificultades. Son importantes las
vinculaciones positivas consigo mismo, las vinculaciones afiliativas con los
demás y las posibilidades de avance en el reconocimiento de la realidad y el
manejo de soluciones. Entre los factores que incrementan la resiliencia, Rutter
destaca la exposición previa a la adversidad psicosocial en un enfrentamiento
exitoso con la tensión y el peligro.
La etapa fundante y, por lo tanto, de mayor receptividad y posibilidad de
consolidación de los modos de interacción con el medio, son la infancia y la
niñez. Según Fonagy, en un trabajo sobre “Teoría y práctica de la resiliencia” ( )
argumenta que la clave primera y más importante para la resiliencia se establece
precozmente en la infancia y se basa en un diálogo reflexivo. Los primeros años
del desarrollo son un periodo crítico en la adquisición de las capacidades,
actitudes y valores que tienden a permanecer para toda la vida. Lógicamente ha
sido también el periodo que más intensamente ha sido estudiado para identificar
las formas de expresión de la resiliencia, así como las modalidades que
fomentan su fortalecimiento.
PASO DE LA NIÑEZ A LA ADOLESCENCIA.

Es importante destacar que existe una exposición diferencial a la adversidad


entre niños y adolescentes. A medida que se avanza en edad durante las etapas
de crecimiento, el medio familiar, escolar, comunitario, laboral, los
comportamientos emergentes, las nuevas interacciones sociales, los espacios
de exploración e inserción van cambiando y ofrecen nuevas posibilidades tanto
de enriquecimiento como de riesgo.
Los procesos básicos en la adolescencia se dan con una apertura hacia el
mundo externo, en el cual el individuo nace a una sociedad más amplia, inicia un
desprendimiento del sistema familiar, y la persona se diferencia
psicosocialmente del medio familiar lo que lleva a una reorganización y
resignificación del sí mismo y de su entorno. Esta nueva direccionalidad del
desarrollo favorece la generación de adversidades, ya que han surgido nuevos
riesgos y confrontaciones y es per se una etapa difícil en la vida, llena de dudas,
cuestionamientos y exposición a situaciones de riesgo severo. Pero es también
un periodo de fecundas posibilidades para intervenciones que abran nuevas
oportunidades de desarrollo que favorezcan la resiliencia adolescente, en
aquellos casos que han crecido en un medio disfuncional. Se da la posibilidad de
un replanteamiento de la realidad, de buscar y construir nuevos vínculos que
nutran de aquello que no se recibió en la infancia. Durante la adolescencia se
alcanzan instrumentos de los que se carecía en la niñez. Una firme base desde
la niñez aportará fuerzas y creencias que favorecerán la construcción de
soluciones capacitarte, y se dará una continuidad y enriquecimiento al
comportamiento resiliente.
Para los y las adolescentes es necesario encontrar nuevos referentes o modelos
más allá de sus padres, quienes eran las principales figuras en la construcción
de la resiliencia en la niñez. El adolescente pasa a basarse más en su propia
comprensión de lo que constituye un peligro potencial.

III. FACTORES PROTECTORES Y DE RIESGO

Históricamente las ciencias sociales y de la conducta han hecho estudios


basados en la búsqueda de factores de riesgo para entender distintas patologías
(alcoholismo, drogadicción, trastornos de adaptación, delincuencia, etc.). Estos
estudios han sido hechos con un diseño retrospectivo, pero la información que
han aportado ha sido solo de valor limitado para el campo de la prevención de
patologías.
El otro problema de los estudios retrospectivos para estas patologías es que se
confunde las causas con las consecuencias de estas conductas problemáticas.
Por ejemplo en el alcoholismo, ¿es la falta de capacidad para resolver
problemas una causa o una consecuencia del beber excesivo? Para aclarar
esto, en los años 60-70, unos pocos investigadores decidieron estudiar a los
individuos que supuestamente tenían alto riesgo para desarrollar estas
patologías o desórdenes: niños creciendo en condiciones de gran estrés y
adversidad tales como estrés neonatal, pobreza, abuso, guerra, padres con
enfermedades mentales, etc.
A medida que los niños de estos estudios fueron creciendo surgió un hallazgo
muy interesante: mientras un porcentaje de estos niños con alto riego
presentaron varios problemas en su desarrollo, un mayor porcentaje de los niños
fue saludable y llegaron a ser adultos competentes. Desde esos tiempos se ha
estudiado este tema y se ha usado el término Resiliencia para describir la
peculiaridad de estos niños.
Como consecuencia de lo anterior, actualmente los estudios de la resiliencia se
han enfocado más hacia la identificación de factores protectores que los factores
de riesgo. La importancia de estos estudios es que se pueden determinar las
condiciones y actitudes que pueden mejorar el diseño de planes de prevención.

IIIa) FACTORES PROTECTORES Y CARACTERÍSTICAS INDIVIDUALES DEL


NIÑO RESILIENTE

Para Rutter (1990) los factores protectores son aquellos que permiten diferenciar
entre jóvenes que se adaptan bien y jóvenes que presentan problemas de
adaptación cuando han estado sometido a los mismos factores de riesgo. El
concepto de factor protector alude a las "...influencias que modifican, mejoran o
alteran la respuesta de una persona a algún peligro que predispone a un
resultado no adaptativo". Para Rutter hay tres aspectos que son cruciales:
- Un factor protector puede no constituir un suceso agradable. En ciertas
circunstancias, por lo tanto, los eventos displacenteros y potencialmente
peligrosos pueden fortalecer a los individuos frente a eventos similares. Por
supuesto, en otras circunstancias puede darse el efecto contrario: que los
eventos estresantes actúen como factores de riesgo, sensibilizando frente a
futuras experiencias de estrés.
- Los factores protectores, a diferencia de las experiencias positivas,
incluyen un componente de interacción. Las experiencias positivas actúan en
general de manera directa, predisponiendo a un resultado adaptativo. Por su
parte, los factores protectores manifiestan sus efectos ante la presencia
posterior de algún estresor, modificando la respuesta del sujeto en un sentido
comparativamente más adaptativo que el esperado. Este proceso ha sido
observado, por ejemplo, en el efecto que han tenido varios programas
preventivos de preparación de los niños y sus familias para enfrentar los eventos
de hospitalización de los primeros, disminuyendo significativamente las tasas de
perturbación emocional en el hospital (Wolkind & Rutter, 1985).
- Un factor protector puede no constituir una experiencia en absoluto, sino
una cualidad o característica individual de la persona.

Los factores protectores son las condiciones o los entornos capaces de


favorecer el desarrollo de individuos o grupos y, en muchos casos, de reducir los
efectos de circunstancias desfavorables. Estos factores pueden actuar como
escudo para favorecer el desarrollo de seres humanos que parecían sin
esperanzas de superación por su alta exposición a factores de riesgo.
Los procesos protectores reducen las repercusiones del riesgo en virtud de los
efectos sobre el riesgo propiamente tal; lo que se logra ya sea modificando la
exposición al riesgo, la participación en el mismo, o reduciendo la probabilidad
de reacción negativa en cadena resultante de la exposición al riesgo.

En los distintos estudios se utilizan diversas formas de clasificar los factores


protectores:
1) de los factores protectores: a) a nivel personal
b) a nivel social

de las características individuales de los niños resilientes:


a) generales
b) del medio social inmediato
c) comportamiento de enfrentamiento.

2) de los factores protectores: a) Factores externos: soporte y recursos


b) Factores internos: fortalezas
personales
c) Aptitudes interpersonales y sociales.
3) de los factores protectores: a) que existen alrededor del niño (yo
tengo)
b) promovidos y desarrollados dentro
del niño (yo soy)
c) adquiridos por el niño (yo puedo).

En nuestro trabajo utilizamos la siguiente clasificación:

A. Factores Protectores

1) A nivel personal: - Mayor autonomía


- Mayor independencia
- Mayor capacidad empática
- Mayor orientación hacia las tareas
- Factores temperamentales
- Mayor nivel intelectual
-Mayor grado de acercamiento o menor grado de
rechazo a situaciones o personas nuevas
- Mayor grado de flexibilidad
- Cualidad de humor positivo

2) A nivel social: - Ambiente cálido


- Existencia de madres apoyadores
- Comunicación abierta al interior de la familia
- Estructura familiar sin disfuncionalidades
importantes
- Padres estimuladores
- Buenas relaciones con los pares
B. Características individuales
1) Propias:
- Mayor C.I. verbal y matemático
- Mayor tendencia al acercamiento
- Humor más positivo
- Ritmicidad biológica estable (control de esfínteres, patrones de
sueño y alimentación)
- Mayor autoestima
- Mayor motivación al logro
- Menor tendencia a sentimientos de desesperanza
- Mayor sentimiento de autosuficiencia

2) Características del medio social inmediato:


- Mayor apoyo emocional
- Mayor apoyo material (acceso a salud)
- Mayor apoyo informativo (acceso a educación)
- Mayor entrega de valores
- Mayor satisfacción con respecto al apoyo recibido

3) Comportamiento de enfrentamiento:
- Mayor actividad dirigida a la resolución de problemas
- Mejor manejo económico
- Menor tendencia a evitar los problemas
- Menor tendencia al fatalismo en el enfrentamiento de situaciones
nuevas.

Otra forma de entender los factores protectores es la planteada por The


International Resiliencie Project (Grotberg, 1998) que alude a tres grupos:
1) Factores de soporte y recursos externos: relaciones confiables y verdaderas;
acceso a salud, educación y servicios de seguridad o sus equivalentes; soporte
emocional fuera de la familia, apoyo de un adulto significativo; estructura y
normas en el hogar; familia extendida, padres que fomentan la autonomía;
ambiente escolar estable; ambiente en el hogar estable; figuras modelo;
organizaciones religiosas, integración social y laboral. Etiquetado como YO
TENGO

2) Fortalezas personales, internas: sentido de ser querido; autonomía;


temperamento atractivo; autoestima; esperanza, fe, creer en Dios, moralidad,
confianza; empatía/altruismo; niños fáciles y flexibles. Etiquetado como YO SOY

3) Habilidades interpersonales y sociales: creatividad; persistencia; humor;


facilidad para comunicarse; solución de problemas; control de impulsos;
búsqueda de relaciones confiables; habilidades intelectuales. Etiquetados como
YO PUEDO.

IIIb) FACTORES Y CONDUCTAS DE RIESGO

Parece importante diferenciar entre factores de riesgo y conductas de riesgo, los


que son a menudo tratados como sinónimos. Los factores de riesgo son aquellos
factores negativos referidos tanto al medio familiar como social,
estadísticamente asociados a una mayor probabilidad de desarrollar
enfermedades biológicas o disfuncionalidades psicológicas. Estos factores están
muy ligados a las situaciones de pobreza donde las familias están sometidas a
una serie de demandas que se constituyen en poderosas fuentes de amenaza y
estrés crónico. Se trata de una asociación estadística y no de una relación
causa-efecto por vincularse a las ciencias humanas. Estos riesgos son:
1. Disfuncionalidad familiar como, quiebre de la familia por una perdida o
separación parental; discordia persistente con padres o hermanos; conflictos
permanentes entre los padres o padrastros.
2. Crecer con padres consumidores de droga o alcohol.
3. Condiciones familiares con alteraciones psiquiátricas graves como
esquizofrenia, depresión bipolar, depresión mayor, demencia, del padre, madre
o persona a cargo del niño.
4. Condiciones patológicas graves de algún miembro de la familia como retraso
mental, invalidez, enfermedades crónicas severas.
5. Influencia negativas de los pares que inducen a conductas antisociales.
6. Vivir en situación de pobreza; mas que por la falta de recursos, este factor de
riesgo esta dado porque se asocia a acumulación de varios factores de riesgo
propios de ella (Garbarino, 1995).

CONDUCTAS DE RIESGO

Son acciones, ya sea activas o pasivas, o comportamientos disfuncionales que


involucran peligro para el bienestar del niño/a, o que conducen directamente a
consecuencias negativas para su salud, comprometiendo aspectos de su
desarrollo. Debido a que los niños/as en situación de pobreza están enfrentados
a un conglomerado de condiciones desfavorables que se entrelazan y acumulan
produciéndoles gran estrés que los predispone a refugiarse en comportamientos
peligrosos.
Las causas de las conductas detalladas a continuación pueden tener múltiples
orígenes, cada individuo responde en forma particular a los estímulos negativos
a que ha sido expuesto.
1. Consumo de alcohol o drogas.
2. Deserción escolar
3. Sexualidad precoz
4. Alteraciones del comer
5. Delincuencia
Las conductas de riesgo tienen consecuencias como el embarazo temprano,
accidentes, problemas legales por mencionar algunos.

IV. ESTUDIOS SOBRE RESILIENCIA

La mayoría de los estudios sobre resiliencia se han efectuado como estudios a


corto plazo retrospectivos y en niños de 8 a 10 años y adolescentes. Pocas son
las investigaciones en que se ha hecho un seguimiento a estos niños expuestos
a altos riesgos para comprobar así como influyeron los factores protectores en
su desarrollo.
Los autores Werner, Rutter y Garmesy no comenzaron estudiando el fenómeno
de resiliencia. Ellos estaban interesados en la patología de las personas en
situación de riesgo, por ejemplo, estudiaban madres depresivas y
esquizofrénicas cuando observaron que algunos niños mostraban increíbles
habilidades para superar la adversidad. Estas investigaciones aportaron valiosas
contribuciones para identificar factores protectores que caracterizan la
resiliencia.
En años recientes las investigaciones sobre factores protectores han tenido un
cambio significativo al orientar su interés desde lo individual y retrospectivo hacia
lo longitudinal y prospectivo.
La investigación longitudinal efectuada entre los años 1954 y 1980 se hizo en la
isla de Hawai fue documentada en tres libros. En el primer libro aparece el
estudio acerca de los efectos de ser criado hasta los 10 años en situación de
pobreza, abandono, alcoholismo y enfermedad mental. En el segundo libro
aparece un estudio en el que examinan las raíces de los problemas de
aprendizaje de niños entre 10 y 18 años y los problemas relacionados con la
salud mental y comportamientos antisociales. En el tercer libro, los autores
Werner y Smith presentan el estudio donde compararon a los jóvenes resilientes
con los jóvenes que desarrollaron serios problemas de comportamiento.

En las tres etapas de esta investigación se hizo un seguimiento a 505


individuos nacidos en 1954 desde la etapa prenatal y a las edades de 1, 2, 10,
18 años, hasta el adulto joven de 30 años. Un tercio de los niños investigados
fueron denominados de “alto riesgo”, porque habían vivido en la pobreza,
experimentado estrés perinatal o vivían en ambientes familiares con discordia,
divorcio, alcoholismo o enfermedades mentales. Los 10% de los niños
clasificados en esta categoría resultaron ser adultos “resilientes” porque en ellos
emergieron características personales y factores protectores que contribuyeron a
que superaran sus condiciones adversas. En el grupo denominado resiliente se
destacaron tres factores protectores:

1) Inteligencia normal y disposición social abierta y cálida.


2) Lazos afectivos con sustitutos de padres (hermanos mayores,
abuelos).
3) Apoyo externo (iglesia, escuela, grupos juveniles).

Los niños resiliente en su primera infancia lograban tener una muy buena
adaptación social. Eran niños con tendencia a ser activos, estar alerta, ser
simpáticos y habían experimentado un cuidado cariñoso en su infancia. Los
niños en edad preescolar demostraron una disposición propia e independiente
en su trato con los adultos, y en las evaluaciones de profesores, psicólogos y
pediatras fueron descritos como niños más alerta, alegres, independientes y con
mayor confianza en sí mismos comparados con otros niños de su misma edad y
sexo. Los niños a la edad de 10 años tenían buenas habilidades de
comunicación, eran sociables e independientes, capaces de controlar sus
impulsos, concentrarse en las tareas escolares y tener un gran sentido del
humor. En la adolescencia estos niños tenían características de personalidad
tales como autocontrol, confianza en sí mismo, responsabilidad y sociables.

En el seguimiento final que se hizo a los 30 años de edad se comprobó que los
adultos con conductas resilientes habían logrado superar el círculo traumático de
su niñez al percibir sus experiencias en forma constructiva, aun cuando estás
vivencias les hubiesen causado dolor o sufrimiento, fueron capaces de
interactuar con gran cantidad de experiencias emocionales de riesgo,
superándolas y demostrando ser personas bien aceptadas socialmente. Estaban
consolidados en sus trabajos y tenían relaciones de pareja estables.
Esta investigación permitió un creciente interés por estudiar la resiliencia. Se han
realizado varias conferencias internacionales sobre el tema, en U.S.A., Africa,
Francia y Chile. De estas conferencias internacionales surgió una definición de
resiliencia: “La resiliencia es una capacidad universal que permite a una
persona, grupo o comunidad minimizar o sobreponerse a los efectos nocivos de
la adversidad logrando incluso transformar y fortalecer la vida de las personas”.

V. DIFERENCIAS ENTRE RESILIENTES Y NO RESILIENTES

Según diversos estudios se han logrado identificar las diferencias que existen en
distintos ámbitos de la vida de personas resilientes y no resilientes.

Personalidad: Los resilientes tienen capacidad de enfrentamiento,


buscan soluciones flexibles, asertivas, autónomas. Tienen disposición a iniciar y
crear actividades nuevas, buscan superarse y tenían actividades de liderazgo.
Son sociables, alegres y de buen humor, alertas, confían en sí mismos,
controlan sus impulsos.
Los no resilientes son evitativos frente a los problemas, esperaban
soluciones externas a ellos, tienen dificultad para expresar sus emociones, no
presentan actividades de liderazgo. Son tímidos y tristes.

Madres: Las madres de niños resilientes eran percibidas como cariñosas,


apoyadores, como alguien en quien confiar, eran estrictas sin ser violentas. En
cambio, las madres de los niños no resilientes eran percibidas como distantes,
descalificaditas y como un mal ejemplo. Muchas veces llegan al maltrato y la
violencia.

Apoyo externo: Los niños resilientes, ante la ausencia de un modelo


paterno o materno, rápidamente buscan un sustituto; hermano mayor, abuelo(a),
madrina o padrino, algún profesor del colegio. Estos sustitutos, a quienes en
muchas circunstancias les ha correspondido convivir y responsabilizarse de la
crianza de estos niños, tienen una importante influencia en su desarrollo, en
especial en cuanto al fomento de comportamientos resilientes en ellos/ellas
mediante la presencia de un conjunto de factores protectores.
Al niño no resiliente le cuesta más buscar un sustituto.

Vida escolar: Los niños resilientes tienen un mejor rendimiento escolar,


reciben apoyo de sus padres que los estimulan a estudiar y los ayudan con las
tareas.
Los niños no resilientes tienen un bajo rendimiento, no les interesa el
colegio ni las actividades extraprogramáticas.

Juegos: Los juegos de los niños resilientes son creativos y buscan


juegos alternativos frente a la falta de juguetes. Normalmente no juegan solos,
sino que con otros niños.
Los no resilientes juegan solos y tienen poca creatividad.
VI. FOMENTO DE LA RESILIENCIA

El desarrollo de la resiliencia humana es como cualquier otro proceso del


desarrollo de un individuo normal, es decir, un proceso dinámico en el cual la
personalidad y las influencias del medio ambiente interactúan en una relación
recíproca. De acuerdo con Werner el resultado final de este proceso está
determinado por el balance entre factores de riesgo, eventos estresantes y
factores protectores. Mas aún este balance no está sólo determinado por el
número de factores protectores y de riesgo presentes en la vida de un individuo,
sino también en sus respectivas frecuencias, duración, severidad y la etapa del
desarrollo en que ocurren.
Según Werner (1990), mientras el balance entre eventos estresores y factores
protectores sea favorable, es posible una adaptación exitosa. Sin embargo
cuando la balanza se inclina hacia los eventos estresantes, incluso el niño más
resiliente puede desarrollar problemas.
Nadie es invulnerable, cada persona tiene un límite, más allá del cual puede
sucumbir. Entonces la intervención puede ser concebida como un intento para
inclinar la balanza desde la vulnerabilidad hacia la resiliencia, disminuyendo la
exposición a los factores de riesgo, o fomentando los factores protectores.

Dado que tanto las situaciones adversas, o los factores de riesgo, como los
mecanismos protectores están presentes inclusive antes del nacimiento, la
promoción de la resiliencia se inicia durante la etapa del embarazo. Sin
embargo, se entiende que ésta es susceptible de iniciarse en cualquier etapa de
la vida y frente a cualquier evento psicosocial.
Bonnie Benard, en “El Fomento de la Elasticidad en los Niños” (Junio 1996),
señala que “...surge una imagen clara de las características de la familia, de la
escuela y hasta del ambiente de la comunidad. Estas podrían cambiar las
expectativas negativas y evitar que los elementos de presión los limiten; además
revelan la elasticidad a pesar de los riesgos que ellos enfrenten”. Benard agrupa
estas características en tres categorías principales:
1. Las Relaciones Caritativas: la presencia de al menos una persona
caritativa – alguien que muestra una actitud de compasión, que comprende que
aún ante un comportamiento negativo por parte del niño, él hace lo mejor posible
dentro de sus experiencias- ofrece un apoyo para el desarrollo saludable y el
aprendizaje. Entre los modelos positivos más frecuentemente encontrados en la
vida de los niños resiliente, fuera del círculo familiar está un maestro favorito,
quien no sólo es un instructor de habilidades académicas, sino también un
confidente y ejemplo positivo en términos de identificación personal. Una
relación caritativa con un maestro alienta al joven a triunfar en la vida. Aún más
allá de la relación entre maestro y alumno, la creación de un aire general de
solidaridad en la escuela crea las oportunidades para relaciones caritativas entre
los estudiantes, los maestros y los padres. Una ética de solidaridad no es un
“programa” ni una “estrategia” de por sí, sino una manera de ser, una manera de
relacionarse con la juventud, su familia y entre sí.

2. Altas expectativas: las investigaciones muestran que las escuelas que


establecen altas expectativas para toda la juventud, y que le brindan el apoyo
necesario para alcanzarla, tienen altos índices de éxito académico. También
tienen índices menores de comportamiento problemático, como por ejemplo,
abandono de los estudios, abuso de drogas, embarazo prematuro y
delincuencia. A través de las relaciones que comunican altas expectativas, los
alumnos aprenden a creer en sí mismos y en su futuro, desarrollando así las
cualidades críticas de la elasticidad para la autoestima, la eficacia personal, la
autonomía y el optimismo. Las escuelas también comunican las expectativas a
través de su estructura y organización. Un plan de estudios que respeta la
manera en que los alumnos aprenden apoya a la resiliencia. La instrucción que
apoya la elasticidad se fija un amplio margen de estilos de aprendizaje, es
participativo y facilitativo, creando así oportunidades continuas para la
autorreflexión, el pensamiento crítico, la resolución de problemas y el diálogo.
Estas escuelas promueven la heterogeneidad, múltiples definiciones de
inteligencia, y un sentimiento de pertenecer al grupo.
3. Oportunidades para la participación: las oportunidades que se le dan
a la juventud para tener una participación significativa y más responsabilidad
dentro de su escuela son un resultado natural en las instituciones que
promueven la elasticidad. Mientras se le ofrezca a la juventud la oportunidad de
poner a la disposición de su comunidad sus talentos, de crear las reglas que
gobiernen la sala de clases, se está fomentando la resiliencia.

Frente va experiencias adversas se puede fomentar la resiliencia tomando


medidas que favorezcan en los adolescentes, la convicción de que gobiernan su
vida y pueden determinar lo que les sucede. Los sentimientos positivos de
autoestima hacen más probable que tengan la confianza necesaria para llevar a
cabo acciones que les permitan salir airosos de las pruebas.
Para fomentar la resiliencia juvenil deben hacerse evidentes las características
positivas sobre la fase juvenil. Es necesario que la juventud sea reconocida
fundamentalmente, como un grupo meta de alto valor para el desarrollo de la
sociedad e impulsar acciones que impacten este segmento, como capital
humano y actor protagónico de su propio desarrollo, con capacidades y
derechos para intervenir en su presente y lograr una participación protagónica
en su propio destino y el desarrollo colectivo.
En cambio, la invisibilidad, la exclusión y la estigmatización no favorecen
el desarrollo de resiliencia. Contribuyen a que la identidad se construya de modo
confuso, incompleto, parcial, con sentimientos de desvalorización personal y
exclusión social. La vulnerabilidad será mayor y la propensión a adoptar
conductas riesgosas para satisfacer la privación a cualquier costo, será más
probable.
Se han propuesto cinco ámbitos de intervención para desarrollar la resiliencia en
los niños:
1. Redes informales de apoyo, y como exponente clave, una relación de
aceptación incondicional del niño en cuanto a persona por al menos una
persona significativa. Esta aceptación (que no significa aceptar cualquier
conducta del niño) es con toda probabilidad la base de la construcción.
2. La capacidad para averiguar sobre el sentido de lo que ocurre en la
vida. La respuesta a esta necesidad de significado puede revestir varias
formas. Por ejemplo, la consecución de pequeños objetos, expresiones
de fe religiosa, identificación con modelos positivos, experiencias de
orden y belleza, dedicación a los demás.
3. Aprendizaje de todo tipo de aptitudes sociales y resolutivas de
problemas, así como de determinadas aptitudes técnicas de utilidad,
más el convencimiento de tener algún tipo de control sobre la propia
vida.
4. Respeto del niño y fomento de su autoestima a lo largo del proceso
educativo. Sacar a la luz las cualidades positivas que puedan pasar
inadvertidas por encontrarse en cierto modo encubiertas por una
conducta inaceptable.
5. Sentido del humor. Supone algo más que pasarlo bien. La gracia suele
implicar el reconocimiento de lo imperfecto, de sufrir, que acabamos
por integrar en la vida de forma positiva, con una sonrisa.
Factores a considerar en programas de intervención
1. La importancia de la detección temprana de los factores estresantes o
de riesgo, para así reducir el efecto sobre el desarrollo de los niños, así como los
mecanismos que han actuado de moderadores y/o protectores. También es
importante la detección temprana de posibles desordenes permanentes (por
ejemplo daño cerebral) en los niños, lo que permitiría prevenirlos, aminorarlos y
así lograr una mejor calidad de vida para los niños y sus familias

2. El hecho de realizar tempranamente las intervenciones produce un


mejor y mayor impacto.

3. Realizar una acción activa o promotora en los servicios de atención


pediátrica para la detección temprana de los factores que estarían impidiendo un
desarrollo integral normal, para así prevenir posibles alteraciones y desordenes,
y no esperar la llegada de la enfermedad a la consulta para recién allí
implementar la intervención.

DINAMICAS FAMILIARES QUE PUEDEN FOMENTAR RESILIENCIA


(Valdés)

 Calidez, cohesión y la presencia de al menos una adulto significativo para el


niño en la familia.
 Parentalidad consistente, clara, vigilante y cariñosa.
 Animar al desarrollo de áreas de competencia en la resolución de problemas,
autoeficacia y socialización.
 Respeto por la individualidad del niño, manteniendo la unión y estabilidad de
la familia.
 Altas expectativas para el rendimiento escolar de los hijos.
 Clima de continuidad, predecible y confiable para las habilidades familiares
en el manejo de dificultades.
 Calidad del cuidado, expectativas altas, y oportunidades de participación.
(Slinski M.)

COMO FOMENTAR LA RESILIENCIA INDIVIDUAL

 Lograr un equilibrio entre la libertad que se da para la exploración y el tomar


precauciones que eviten riesgos
 Una vez que le niño domina el lenguaje, el combinar explicaciones y
reconciliación con las reglas y disciplina (Grotberg, 1992)
 Tranquilizar y alentar al niño en situaciones estresantes.
 Proporcionar un medio estable al niño pequeño y comenzar de a poco ea
introducir personas o lugares nuevos, así como cambios de rutina a partir de
los 2 o 3 años
 Variar y adaptar entre libertad y seguridad, explicaciones y disciplina y ayuda
así como autonomía, según las reacciones del niño.

ENFRENTAMIENTO DE DISTINTAS SITUACIONES PARA PROMOVER LA


RESILIENCIA

Las siguientes situaciones han sido descritas y analizadas por Edith Grotberg, y
consideran ejemplos de acciones que fomentan la resiliencia y las que no la
fomentan.
Caso 1:
La guagua está en la cuna boca arriba, llorando y pataleando. Usted no
sabe qué le pasa. La guagua sigue llorando y pataleando.

Se fomenta la resiliencia si lo toma en brazos y empieza a calmarla,


mientras trata de determinar si está mojada, si tiene frío o calor, si necesita unas
palmaditas en la espalda o si simplemente necesita que la tranquilicen (“tengo”).
Si le hacen sentir que la quieren y la cuidan (“soy”/ “estoy”) ayudarán a ayudarán
a que se calme.
No se fomenta la resiliencia si el adulto la mira, decide cambiarle los pañales y
después le dice que deje de llorar. Sino deja de llorar, se va y deja que llore
hasta que se canse. Esta interacción no fomenta la resiliencia, puesto que la
guagua necesita algo más que pañales limpios. Necesita que la tomen en brazos
y que la tranquilicen para saber que la quieren y la cuidan.

Caso 2:
Una niñita de 2 años está con su mamá en el supermercado. Ve un dulce,
lo toma y empieza a desenvolverlo. Cuando la mamá trata de quitárselo,
empieza a gritar “no, mío, mío”.

Se fomenta la resiliencia si la lleva aparte para que no moleste a los demás y le


explica calmadamente que no puede tomar nada sin su permiso, y le da o le
muestra otra cosa para distraerla. Le ayuda a comprender los límites de la
conducta (“tengo”), le ayuda a hacerse responsable de sus propia conducta
(“soy”/ “estoy”) y se comunica con ella mientras la niñita la escucha.
No se fomenta la resiliencia si simplemente la deja que se coma el dulce o si le
pega y la reta o si le abre la mano por la fuerza y le quita el dulce. Una
interacción de este tipo hará que la niña tema a la persona quien constituye su
fuente de afecto y confianza, que adopte una conducta rígida y que sienta que
no la quieren ni la comprenden.

Caso 3:
Un niño de 5 años le dice a su madre lo siguiente cuando vuelve del
colegio: “mi compañero de curso está siempre buscando pelea. Me pega y a
veces me patea. Le digo que no lo haga; entonces, no lo hace durante un rato, y
después empieza otra vez. Le tengo mucho miedo.”
Una forma de promover la resiliencia consistió en que la madre lo escuchó, le
dijo que estaba apenada y lo consoló. Después le dijo que había hecho bien en
contarle a la profesora y que lo hiciera cada vez que el otro niño lo molestara,
hasta que no sucediera más. Se ofreció para hablar con la profesora o con los
padres del otro niño, pero como quería reforzar la independencia de su hijo, no
insistió. El niño se sintió con libertad para contar lo que sentía y para escuchar
las soluciones para el problema. Se dio cuenta de que él mismo formaba parte
de la solución y quiso saber qué más podía hacer.

VII. POBREZA Y RESILIENCIA

El informe denominado “La pobreza en Chile. Un Desafío de Equidad e


Integración Social” (1994), del Consejo Nacional de Superación de la Pobreza,
señala que Chile, a pesar de que entre 1987 y 1994 el porcentaje de población
nacional en situación de pobreza se redujo desde un 45 a un 29% aun mantiene
una población de casi 3 millones de pobres, de ellos, aproximadamente 1 millón,
vive en condiciones de indigencia. De acuerdo a esta cifra, todos estos chilenos
y chilenas, se encuentran al límite de la sobrevivencia.
Superar la pobreza es un proceso complejo, diferente y de mayor significación
que el simple hecho estadístico de “sobrepasar las líneas de la pobreza”. Es un
proceso que involucra culturalmente a toda la sociedad. No consiste solamente
en lograr por un período determinado un ingreso mayor; significa iniciar un
camino seguro de mejoramiento social y económico, un proceso sostenido de
desarrollo de sus condiciones económicas decentes, como de sus posibilidades
futuras de mantenerlas.
Es evidente que un efectivo proceso de superación de la pobreza requiere una
participación activa de los pobres. El estado y los privados deben apoyar las
organizaciones de las personas que quieren superar esta condición. La
participación, el fomento de organizaciones autónomas e independientes, de
sujetos activos que organizadamente asuman iniciativas en este terreno, es
fundamental. La acción puramente asistencial, más allá de las buenas
intenciones, no siempre da los resultados esperados y no pocas veces refuerza
el círculo de la pobreza
La pobreza es considerada por los investigadores de la resiliencia, como un
primer y fundamental factor de riesgo, ya que en muchos casos va acompañada
de desestructuración familiar y abandono, con todas las consecuencias que ella
significa. Garbarino (1995) y Parker et al. (1988), señalan que los niños y niñas
de la pobreza están sometidos a un doble riesgo. Por una parte, están
expuestos con mayor frecuencia a situaciones tales como enfermedades físicas,
estrés familiar, apoyo social insuficiente y depresión parental. Además, a partir
de estos riegos los niños de la pobreza están expuestos a consecuencias más
serias comparadas con sus pares de grupos sociales más aventajados desde un
punto de vista social y económico. También se han mencionado otros efectos,
como la mayor presencia de problemas de tipo conductual.
El enfoque de la resiliencia parte de la premisa que nacer en la pobreza así
como vivir en un ambiente psicológicamente insano son condiciones de alto
riesgo para la salud física y mental de las personas. Más que centrarse en los
circuitos que mantienen esta situación la resiliencia se preocupa de observar
aquellas condiciones que posibilitan el abrirse a un desarrollo más sano y
positivo. La resiliencia abre un abanico de posibilidades, en tanto enfatiza las
fortalezas y aspectos positivos presentes en los seres humanos. Así la
resiliencia se convierte en una esperanza para la pobreza, ya que a pesar de
que las cifras económicas y sociales se mantengan iguales, logra un cambio
desde dentro, al ser una oportunidad para tener una actitud frente a la pobreza,
enfrentarla y aprender de ella.
CASO CLINICO

Paciente mujer de 40 años, enfermera universitaria casada hace 17 años, dos


hijos. Nació en Santiago producto de una relación prematrimonial entre sus
padres. Sus padres se casaron posteriormente. Teniendo 16 años la madre y 19
el padre. Ambos tenían baja escolaridad (4º básico). Después nacieron 6 hijos
más, falleciendo el segundo a los 3 meses de vida.

Hasta los 7 años de edad de la paciente, la familia no tuvo grandes problemas,


tenían actividades familiares frecuentes, adecuada comunicación, asistían todos
a la escuela.
En esta época, el papá es trasladado por trabajo a Rengo, quien parte primero
solo para instalarse y encontrar casa, con la idea de llevarse a su familia en un
par de meses. En ese momento inicia una relación con otra mujer lo que genera
un conflicto con su señora por lo que se va postergando sucesivamente el
traslado del resto de la familia. Durante este periodo, de más de un año de
duración, el resto de la familia vaga entre la casa de la abuela materna y la casa
de un tío. Esto hacía, además, que la paciente se tuviera que cambiar
frecuentemente de escuela (3 veces en un año), logrando una buena adaptación
tanto académica como socialmente.
Finalmente se trasladan todos a Rengo, pero se inicia una condición de violencia
intrafamiliar que se traduce en agresión física y verbal de parte del padre tanto
hacia su señora como a los hijos. Además se agregan serios problemas
económicos y alcoholismo paterno.

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