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La transformación de la Red de Músicas de Medellín: contradicciones

de la resistencia
Ensayo Nº2

Dirigido a: Dario Blanco


Asignatura: Cultura y Procesos Culturales
Estudiante: Nicolás Ortiz Contreras
Programa Académico: Maestría en Gestión Cultural - Cohorte V
Fecha: 26 mayo de 2023

Aunque la promesa del cambio abunda en días como hoy, en la narrativa electoral, en la ilusión del
porvenir que se construye por medio de las redes sociales y los medios de comunicación, o
simplemente porque es una palabra que resulta atractiva, lo cierto es que ningún cambio surge de la
noche a la mañana. Todas las transformaciones y -sobre todo- las culturales, son el resultado y el
sedimento de interacciones complejas, sinuosas y hasta contradictorias, entre estructuras
(estructurantes y estructuradas, según Bourdieu), económicas, políticas, sociales, etc.

Presumir el cambio como algo positivo y bienvenido per se, ya resulta una contradicción; pues la
primera reacción a la transformación es la conservación. A la vez que opera una fuerza
transformadora, surge - con igual vehemencia- una fuerza conservadora que ocupa todos los recursos
para mantener las estructuras que le han dado vida y que la legitiman. Así, una transformación es el
resultado de una o varias disputas que ocurren visible e invisiblemente y que terminan por configurar
una realidad que se dispone, nuevamente, a recibir nuevas disputas y a transformarse.

Queda por suponer que cualquier invitación al cambio y a la transformación es también un llamado
abierto al conflicto, a las tensiones y al caos.

La Red de Músicas de Medellín surge, hace 26 años, con una “misión” transformadora: “cambiarle la
cara a Medellín”; utilizar la música para arrebatarle a los grupos armados a los niños y jóvenes:
“quien empuña un instrumento, jamás empuña un arma”. Pero ¿Qué tanto ha podido aportar realmente
esta organización a la construcción de una nueva ciudad? ¿Medellín ha conjurado sus males gracias a
las orquestas de música “docta”? ¿Un violín puede transformar a los niños, niñas y jóvenes en “gente
de bien”, como menciona su propio fundador Juan Guillermo Ocampo?

Aunque parece que los galardones de la Red de Músicas de Medellín, así como la de casi todos los
programas y proyectos de Acción Social Por la Música (como el Sistema Venezolano) parecen
incuestionables, la verdad es que poco o nada se ha podido comprobar al respecto (Baker, 2014).

La “retórica de la transformación” simplificada proporciona una texto más atractivo para libros,
artículos, películas, documentales y “charlas TED”, pero dejan por fuera un sin número de cuestiones
muy interesantes de analizar. Es solo una parte de la historia.

No se trata de negar los aportes que estas organizaciones realizan o hayan realizado, sino de establecer
que -ciertamente- ningún fenómeno se puede entender solo estudiando los pocos “casos de éxito”
(como el caso del director de orquesta venezolano Dudamel). Además, ninguna transformación social
y cultural se lleva adelante desde un solo campo (en este caso desde las artes). Si Medellín cambió es
por muchas más razones (incluso menos románticas y “milagrosas”) que la música.

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Puesta la idea de la transformación cabe también preguntarse ¿Es posible ser una organización
transformadora a la vez que resiste a su propia transformación?

La Red de Música de Medellín (RMM) surge como una extensión del “El Sistema” Venezolano,
configurando un nuevo proceso de Acción Social Por la Música (ASPM).1

La RMM y los procesos de ASPM comparten ciertas características: tienen estructuras jerárquicas,
suelen tener líderes musicales autoritarios y carismáticos (hombres), se valora el esfuerzo y la
disciplina. A nivel estético, se favorecen los repertorios sinfónicos europeos (la denominada música
clásica), tienen una mirada eurocentrista y favorecen la conformación de agrupaciones musicales de
gran formato (orquestas, bandas sinfónicas). Adicionalmente, suelen ser de carácter público o con
aportes del Estado y orientan su “impacto” a niños, niñas y adolescentes.

De estas características, poco ha cambiado hoy. Continúa siendo la orquesta el centro del aprendizaje
y el inicio y el fin de toda la estructura de la RMM (Agrupaciones Integradas se les llama). Si bien
hay una cierta apertura a nuevos repertorios y formatos, sigue siendo la música sinfónica europea el
foco de “desarrollo” técnico y se conserva la idea de que allí hay mayor “virtud” musical y estética

Contradicciones de la resistencia

“Yo veo la orquesta como una sociedad perfecta” comentó alguna vez Diego Matheuz, director de
orquesta venezolano (hijo de El Sistema), lo replicó también Dudamel, haciendo alusión a la
“sociedad global” y lo encarnó claramente Juan Guillermo Ocampo expresando que “en la orquesta se
construye ciudad”

Abreu (fundador del El Sistema) afirmó que “cuando se forman músicos se forman mejores
ciudadanos”.

La RMM es un espacio conformado por contradicciones. Por un lado apela a la cultura como un
objetivo común, aglutinada en la “sociedad perfecta” que es la orquesta sinfónica, relacionada al
concepto de ciudadanía (cultura 1 según Wallerstein), a la vez que recurre la búsqueda de una
“cultura” depurada, encarnada en la música sinfónica europea y en la idea de “desarrollo”, que
propone una clara separaciòn entre una “alta y blanca cultura”, versus una “baja y popular cultura”
(cultura 2 según Wallerstein).

Utiliza el concepto de ciudadanía, como una búsqueda de lo común, a la vez que su estructura de
aprendizaje suprime las particularidades de los sujetos y no favorece los espacios de participación
(Hart plantea que la participación es el derecho fundamental de la ciudadanía).

“El discurso de la ciudadanía tiene, por tanto, facetas tanto conservadoras como progresistas, y
cubre (o encubre) tanto la reproducción social como el cambio social”. (Baker, 2014)

La RMM es una organización que sigue izando la bandera de la “transformación social” pero que -a la
vez- se niega sistemáticamente a las transformaciones internas.

Lo curioso (o no tanto), es que los procesos contraculturales en la RMM no han surgido desde sus
bases (los niños, niñas, jóvenes o familias), sino desde algunas direcciones, administrativos(as) y/o
gestores(as).

1 Entenderemos por ASPM a un “campo centrado en Latinoamérica (...) que consta de programas y/o proyectos de
formación musical que identifican la acción social (o un término relacionado, tal como inclusión social) como un objetivo
principal” (Baker, 2019)

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La idea de pertenecer a una sociedad ideal, alineada en los valores europeos y la ilusión de “ir a
tocarle al Papa”2, es una promesa aún muy atractiva para las familias de los más de 5.000 niños y
niñas que hacen parte de la Red. Ellas ven aquí la posibilidad de diferenciarse con sus vecinos(as), ser
los portadores de la “cultura” (alta cultura) de la familia y defienden y defenderán esta posición a
“capa y espada".

Marta Arango, segunda directora de la RMM (luego de Ocampo), fue la primera en poner en alerta
estas cuestiones y - de alguna manera- poner en evidencias estas contradicciones. Aunque su papel no
fue emprender estrategias concretas de transformación, si sentó las bases para la identificación de las
tensiones.

No fue sino hasta el 2017 (21 años después), en la dirección de Juan Fernando Giraldo , donde se
llevaron acciones reformistas en la RMM, como la implementación metodología ABP (que cambia-
en teoría- todo el eje de aprendizaje) y la apertura a las músicas colombianas. Cabe destacar que fue
una de las gestiones más conflictivas y caóticas y que las acciones de esta dirección fueron
abiertamente confrontadas por toda la comunidad RMM.

Es tal vez en este período donde se habitó con más claridad “el desorden estético”. Si bien fue un
periodo corto y resistido por la comunidad RMM, le abrió la puerta (incipientemente) a la idea de un
“arte en todas las direcciones”

El metarrelato sigue siendo el mismo y lo seguirá siendo mientras no se logre re configurar, desde sus
bases, la idea de ciudadanía, desarrollo. belleza, transformación, etc.

Ante el cúmulo de complejidades que suponen los procesos de transformación, cabe preguntarse
¿Cuál es el camino para un proceso de transformación en la RMM? ¿Los cambios deben proponerse
bajo los valores del mismo sistema o - por el contrario- por fuera de él? ¿Cómo procesar estas
apuestas contraculturales sin que el sistema lo transforme en un mero asunto estético”? o incluso
¿Cabe insistir en propiciar una transformación en la RMM, empero sus bases no demuestran estar
disponibles para ello?

Aunque el escenario parece oscuro, lo cierto es que la ciudad ya no es la misma de los noventa. La
internet y las nuevas tecnologías nos proponen nuevas formas de relacionamiento y “el sistema
mundo” se contrae y expande constantemente propiciando intercambios, problemas y oportunidades.
Si el mundo es móvil y sinuoso, no podemos pensar y persistir en una Red de Músicas de Medellín
estática.

Claramente los cambios sustantivos ocurrirán cuando los niños, niñas y jóvenes de la RMM decidan
liderar esos procesos de transformación (lo que implicaría abandonar su lugar de privilegio). Sin duda,
las recomendaciones y estrategias para lograrlo son motivo de otro ensayo, pero aquí se propone un
primer camino:

2 Uno de los momentos más “importantes” para la memoria histórica de la RMM es un concierto que 160 estudiantes de este
Programa le ofrecieron al Papa de la época en Europa.

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Seguir favoreciendo, estudiando y visibilizando las
contradicciones que hoy existen en la RMM es fundamental. Esto implica documentar el fenómeno de
la formación musical artística, con sus aciertos y fracasos (“documentar el fracaso”) (Baker, 2014).

A la vez que se destinen espacios reales (y no simbólicos) de participación política de los niños, niñas
y jóvenes, en donde haya apertura a los debates, a la confrontación y - por último- a la deliberación.

Finalmente, propiciar espacios musicales diferentes a lo de la orquesta, donde el centro de formación


no sea el aprendizaje técnico musical de un instrumento, sino la creación. Esto favorecerá la aparición
de la voz de los participantes y abonará el terreno para el surgimiento de nuevos metarrelatos.

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