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UNIVERSIDAD NACIONAL
MULTIDISCIPLINARIA RICARDO MORALES AVILES- ESTELI

MODULO I: EL ESTADO Y EL DERECHO


10 y 17 de Marzo 2017, Estelí, Nicaragua
Compilado y mediado Msc Gioconda Maria Delgadillo
José Ramón Suárez Pineda
Departamento de Ciencias, Educación y Humanidades
Mediado por José Vicente Corrales Morales
Departamento de Ciencias Económicas y Administrativas
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¿QUÉ ES LA TEORÍA DEL ESTADO?

“La Teoría del Estado es la disciplina filosófica que investiga la esencia y finalidad del Estado. Su
denominación es de origen alemán y su materia propia se ha desarrollado desde la
segunda mitad del siglo pasado. La Teoría del Estado no es Ciencia estricta sino
Filosófica, y tiene como objeto el estudio de la realidad del Estado, así como sus
caracteres esenciales, situados más allá del derecho.

El Derecho constitucional es una rama del Derecho público cuyo campo de estudio
incluye el análisis de las leyes fundamentales que definen un Estado. De esta manera,
es materia de estudio todo lo relativo a la forma de Estado, forma de gobierno,
derechos fundamentales y la regulación de los poderes públicos, incluyendo tanto las
relaciones entre poderes públicos, como las relaciones entre los poderes públicos y
ciudadanos.

En términos generales, la teoría del Estado es una ciencia del ser social político. La ciencia del
Derecho es una ciencia del deber ser social jurídico. El Estado es la sociedad política normada
jurídicamente. De aquí que siendo la norma jurídica uno de los elementos integrantes del Estado, la
disciplina científica que estudia al fenómeno social y cultural jurídico está en relación directa con la
ciencia que estudia al Estado, que es el todo relacional humano organizado política y jurídicamente y
del cual el derecho es una parte fundamental.”

Por otra parte, el derecho positivo o derecho del Estado, es un conjunto de reglas que sirven como
medio de control de los modos de actuar de los seres humanos y como todo sistema de control social
busca posibilitar la convivencia social. Es en este aspecto en donde cobra plena vigencia la afirmación
del jurista romano Ulpiano, "donde está la sociedad está el derecho". De aquí que el jurista francés
Maurice Hariou señale que una ley constitucional, una Constitución de Estado, no sea otra cosa que
"el encuadre jurídico de los fenómenos políticos de la esfera estatal".
(Vigil, 2011)

1 EVOLUCION DE LA TEORÍA DEL ESTADO

La TEORÍA DEL ESTADO estudia el origen, evolución, estructura, justificación, funcionamiento y


finalidad del estado.

Toma el fenómeno estatal tanto en su generalidad como en su concreta realidad presente. Indaga así
las condiciones permanente que presenta el fenómeno estatal, en cuanto organización del poder o
forma de agrupamiento político, y se detiene, particularmente en la investigación de la realidad de la
vida estatal que nos rodea.

Estas dos perspectivas de investigación científica del estado no son excluyentes.


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La búsqueda de lo que es común a todos los estados a lo largo de su desenvolvimiento histórico-


social, de lo que es válido para cualquier tiempo y para todo tipo de estado, la comprensión de las
regularidades que dirigen su desenvolvimiento no se opone a la investigación de la realidad concreta
de la entidad estatal. Se integran recíprocamente.

La expresión teoría del estado o teoría general del estado proviene de la traducción de los términos
Allgemeine Staatslehre, una de las dos disciplinas en las que los autores alemanes dividían la ciencia
del estado.

Dentro del sistema del derecho político, ella constituye el estudio de la organización de la Sociedad
mediante instituciones objetivas, en las que hace residir el poder, es decir, el estudio del estado,
titular abstracto del poder como lo indica Burdeau, si las decisiones políticas expresan la voluntad de
los individuos de las que emanan, el título en virtud del cual, ellas pueden exigir obediencia consiste
en que el poder no reside en los gobernantes sino en el estado. El poder de esta manera queda
objetivamente situado por encima de las personalidades cambiantes que tienen su ejercicio y
confiado a un titular, que es el estado.

De este modo, los gobernantes devienen sus agentes, a quienes les está confiado el ejercicio de las
facultades que de aquél provienen y la denominación se convierte en legal o jurídica, es decir, de
carácter racional, basada en la creencia en la legalidad de ordenamientos impersonales y objetivos.

La teoría del estado moderno se fundamenta alrededor de dos conceptos estrechamente vinculados.

A) el estado moderno es estado constitucional que se estructura en un sistema de órgano mediante


los cuales exterioriza una voluntad concreta y realiza las funciones encaminadas al cumplimiento de
sus finalidades esenciales.

B) el estado moderno es estado de derecho que, funcionalmente, somete a una disciplina jurídica la
relación de su actividad con los habitantes de su territorio, en interés de estos y con la finalidad de
protegerlos contra la arbitrariedad y la injusticia.

Las constituciones demo-liberales del siglo XIX, inspiradas por la revolución inglesa del siglo XVII o por
la revolución francesa del siglo XVIII, desarrollaron una teoría del estado sobre la base del dogma de
la separación e independencia de tres poderes fundamentales:

Legislativo, ejecutivo y judicial, a los que constitucionalmente se les atribuyen funciones específicas:
la legislación, la Administración y la jurisdicción, respectivamente.

La pluralidad de los órganos del estado exige que las funciones se diversifiquen y, en consecuencia,
en las manifestaciones del poder del Estado se distingue entre la función legislativa, la función
administrativa y la función jurisdiccional del estado que se exteriorizan, respectivamente, en actos
jurídicos legislativos, administrativos o judiciales, en los cuales se concreta la autoridad emanada del
poder: un mandato expresivo de la voluntad del órgano, que podrá ser ley (acto legislativo) si emana
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del órgano legislador; acto administrativo si emana del órgano ejecutivo o un acto jurisdiccional, si
emana del órgano jurisdiccional (sentencia).

1.1 Teoría del contrato social

1.1.1 Thomas Hobbes inicia la historia científica del contrato social como fundamento jurídico del
poder y del estado.

En el leviatán distingue:
a) en estado natural: fundado en la fuerza, en la lucha de todos contra todos;

b) un estado racional: por egoísmo, por temor y con el fin de obtener seguridad, todos conciertan un
contrato de unión, sometiéndose todos a una voluntad.

1.1.2 John Locke

Defendió la tolerancia religiosa hacia todas las sectas protestantes e incluso a las religiones no
cristianas;

En su obra más trascendente, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1690) esgrimió una serie de
aportes, entre los cuales tenemos los siguientes:
a) postula que todo hombre nace dotado de unos derechos naturales (iusnaturalista)

b) que el Estado tiene como misión proteger: fundamentalmente, la vida, la libertad y la propiedad.

c) ninguno puede hacer daño a los demás en su salud, libertad o posesiones.

d) apoyó la idea de que el Estado nace de un “contrato social” originario, rechazando la doctrina
tradicional del origen divino del poder; pero, a diferencia de Hobbes, argumentó que dicho pacto no
conducía a la monarquía absoluta, sino que era revocable y sólo podía conducir a un gobierno
limitado.

e) la autoridad de los Estados resultaba de la voluntad de los ciudadanos, los cuales quedarían
desligados del deber de obediencia, en cuanto sus gobernantes conculcaran esos derechos naturales
inalienables.

f) el pueblo no sólo tendría el derecho de modificar el poder legislativo según su criterio (idea de
donde proviene la práctica de las elecciones periódicas en los Estados liberales), sino también la
de derrocar a los gobernantes deslegitimados por un ejercicio tiránico del poder (idea en la que se
apoyaron Jefferson y los revolucionarios norteamericanos para rebelarse contra Gran Bretaña en
1776, así como los revolucionarios franceses para alzarse contra el absolutismo de Luis XVI en 1789).

g) defendió la separación de poderes como forma de equilibrarlos entre sí e impedir que ninguno
degenerara hacia el despotismo; pero, al inclinarse por la supremacía de un poder legislativo
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representativo de la mayoría, se le puede considerar también un teórico de la democracia, hacia la


que acabarían evolucionando los regímenes liberales.

h) el poder seguiría siendo un atributo de la comunidad y no un privilegio absoluto del gobernante.

1.1.3 Juan Jacobo Rousseau convierte al contrato social en la base histórica del estado democrático.
Sostiene estos principios:

a) en el estado de naturaleza los hombres son felices, libres, iguales, sin egoísmos ni luchas. Con la
civilización se hace necesaria la sociedad civil o política;

b) por un acto de voluntad, toda vez que la libertad es irrenunciable, los hombres se colocan bajo la
dirección de una voluntad general formada por la comunidad;

c) el individuo entrega a la sociedad civil todos sus derechos, pero los recupera, ampliados, como
partícipe de la voluntad general. Está si sometido solo a sí mismo, con lo que conserva su voluntad.

d) el objeto de la voluntad general es la ley; el objeto del gobierno es la ejecución de las leyes.

1.1.4 El Marxismo, por su parte, sostiene lo siguiente:


a) el estado no representa la sociedad, sino la clase dominante y la posesión de los medios de
producción, y sirve de instrumento al mantenimiento de la explotación de una clase por otra.

b) cuando se convierta en representante de la sociedad, será por sí mismo superfluo. Desaparecidas


las clases, cuando se tome posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, ya no
habrá nada que reprimir.

El gobierno sobre las personas será sustituido por la Administración de las cosas y por la dirección de
los procesos de producción. El estado no será abolido; se extinguirá. (En Engels: en el anti- düring.).

En el anarquismo, que en realidad niega el Poder y no el estado, pueden distinguirse distintas


corrientes: 1) individualista, 2) socialista o colectivista; 3) sindicalista, 4) violenta; 5) pacifica.

La primera distinción se basa en los fines; la segunda, en los medios.

Dentro del anarquismo individualista encontramos como precursor, a Godwin (political justice); y
como representante a Max Stirner (el único y su propiedad), que postula un feroz individualismo.

Dentro del anarquismo colectivista encontramos como precursor a Proudhon (¿qué es la


propiedad?), que postula un sistema cooperativo y pluralista, y como representantes a Bakunin
(catecismo de un revolucionario; estado y anarquía; Dios y estado), que propicia la destrucción
violenta del estado y su reemplazo por una comunidad internacional de trabajadores; kropotkin (la
moral anarquista; la ayuda mutua; la conquista del pan); que confía en la solidaridad como fuerza que
lleva a la creación de una pluralidad de asociaciones comerciales que sustituyen al estado, y Tolstoy,
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que sobre la base del cristianismo, el bien y el amor al prójimo, proclama la resistencia pasiva como
arma de lucha para destruir el estado.
(htt)
2 CONCEPTO JURÍDICO DE ESTADO

Existen diversas teorías acerca del concepto jurídico de Estado, entre otras podemos mencionar:

2.1 Las Teorías Organicistas


Consideran al Estado como un ente similar a los organismos vivos. Tendría una personalidad propia,
distinta de la de los individuos que lo integran, estaría dotado de capacidad de discernimiento,
voluntad y habilidad para ejecutar acciones complejas. Su desarrollo histórico será similar al
desarrollo biológico de los seres naturales.

2.2 Las Teorías sociológicas


Entienden al Estado como una unidad colectiva o de asociación. Los antiguos afirmaban que
representa una unidad permanente de hombres asociados, es decir, una unidad colectiva. Las tesis
actuales sostienen que es una comunidad con características especiales, que es la unidad de la
asociación, la cual consiste en que una variedad de individuos se ponen en comunicación en virtud de
un fin, de modo tal que el contenido igual de voluntades de quienes participan en la comunidad llega
a adquirir realidad por obra del poder de las voluntades de los órganos directores y de los miembros
de que constan estos. Esta es la posición asumida por el Marxismo.

El Marxismo sostiene que el sistema capitalista se caracteriza por la dualidad dialéctica entre el
Estado y la Sociedad: nace de la sociedad y está determinado por la sociedad misma, por lo que su
separación consiste en una dualidad dialéctica, una oposición de correspondencia entre la estructura
y la superestructura; la separación de la sociedad y el Estado corresponde a la distinción entre lucha
económica y lucha política de clases.

Para Marx y Engels, la sociedad civil abarca todo el intercambio material de los individuos en una
determinada fase del desarrollo de las fuerzas productivas. Abarca toda la vida comercial e industrial
y en este sentido trasciende de los límites del Estado y de la nación. La sociedad civil en cuanto tal,
solo se desarrolla con la burguesía.

Las Teorías Jurídicas son tal vez las que han alcanzado una mayor aceptación entre los estudiosos de
la teoría general del Estado. Existen dos grupos:

Los primeros son los que sostienen la personalidad jurídica del Estado. Los segundos son aquellas
que lo identifican con el Derecho. Es decir proclaman la unidad entre el Estado y el Derecho.

La teoría de la personalidad jurídica afirma que el Estado es una persona, pero que ello no puede
significar, evidentemente, que equivale a un ser humano, se quiere decir que es una unidad jurídica.
Aun siendo un concepto jurídico la personalidad del Estado corresponde a realidades. No se puede
reducir a una ficción. No es, dicen los autores de esta teoría, la expresión de realidades absolutas,
sino únicamente de realidades jurídicas. El concepto de la personalidad aparece como la base del
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Derecho Público y hasta como la condición de la existencia del Derecho. El principal exponente de
esta doctrina es Carré de Malberg.

2.3 Teoría de identidad entre el Estado y el Derecho

La tesis es expuesta por Hans Kelsen y parte


de la afirmación de que “El Estado no es una
unidad o ente que pertenezca al mundo de la
naturaleza, a la esfera de la causa; pertenece
a la esfera de las normas o los valores. Por
ello, sino es posible determinarlo
científicamente, con la metodología causal y
si se reconoce su relación con el orden
jurídico, debe afirmarse la identidad del
Derecho y el Estado. Ambos constituyen un
único objeto de conocimiento. La
problemática estatal es de naturaleza
jurídica.

Kelsen, afirma “Si el Estado es un orden normativo, tiene que ser el orden jurídico positivo, pues es
imposible admitir junto a este la validez de otro orden cualquiera.

Teorías que explican el Estado a través de los elementos que lo integran.


Existen diversas teorías que explican los elementos del Estado, pero en cualquier estado existen al
menos tres elementos necesarios: Población, Territorio y Poder político.

(Pagaza, 2002)

C-ELEMENTOS Y FINES DEL ESTADO

a) Población
b) Territorio
c) Autoridad o Poder Publico
a) Pueblo (nación).

- Jurídicamente: es el sujeto titular del poder político del Estado, el ámbito personal bajo el poder del
Estado y su ordenamiento jurídico.

- Socialmente. Concepto de nación de Smith:

«La nación es el grupo considerable de seres humanos, que posee una integración vertical de la
población en torno a un sistema común de trabajo, un territorio más que local con una movilidad
horizontal dentro del mismo, pertenencia directa al grupo con iguales derechos de ciudadanía, al
menos un signo de relativa disimilitud reconocida por el cual sus miembros pueden distinguirse de los
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de otro grupo semejante y relaciones de alianza, competencia, o conflicto con otros grupos
semejantes, así como un elevado nivel de sentimiento de grupo».

«Las siete características de la “nación” ideal son, pues, el tamaño, la integración económica,
la movilidad territorial, una cultura distintiva, relaciones externas, iguales derechos de
pertenencia y lealtad al grupo».

b) Territorio.

- Jurídicamente: es el ámbito (territorial) espacial bajo el poder del Estado; ámbito espacial de la
validez del orden jurídico del Estado.
- Geo-políticamente hablando, cuestión de Derecho internacional: fronteras, territorio continental,
aguas marítimas interiores, espacio aéreo, subsuelo, mar territorial, territorio flotante en alta mar
(Insular), Plataforma continental, embajadas, etc.

c) Poder.

- Jurídicamente: es el orden jurídico al que está sometido el hombre (los ciudadanos del
Estado).

- Política y sociológicamente: las características de HAURIOU.

Dejando de lado la referencia al Poder en general y considerando, en concreto, el poder del Estado,
hemos de decir que las notas específicas (al menos en Occidente) de poder del Estado son:

1. Su carácter expansivo (hasta que se llega al límite) y centralizador, observable en la actualidad en


los Estados federales y en los Estados del Tercer mundo, donde la tendencia a acaparar y centralizar
el poder es evidente.

2. Su carácter político, porque se trata:


a) De un poder de arbitraje, que actúa como tercera persona entre partes interesadas o ante
alternativas distintas.
3. De un poder no patrimonial (no es propiedad de la persona que lo ejercita) ni las cosas sobre las
que actúan los titulares del poder son suyas).

4. De un poder que sanciona sólo políticamente, no económicamente, lo que, de concurrir


(sanción política, mas sanción económica) situaría al individuo actual en la situación de servidumbre.

5. Su carácter civil.

El poder del Estado en tiempos normales es un poder para la paz, ejercido por personas civiles. El
poder militar está separado del poder civil y le está subordinado.

Se han empleado dos procedimientos para lograr esta separación civil-militar:


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a) El acantonamiento territorial del ejército (poco viable en la actualidad).


b) El acantonamiento jurídico del ejército (separación de la vida civil, no poderes civiles,
subordinación al poder civil.

6. Su carácter laico.

Esto quiere decir que el poder del Estado (poder civil) y el religioso han de estar separados como
garantía de libertad para las personas individuales, el Estado, y la Iglesia.

No obstante, en la práctica, resulta casi imposible una separación absoluta entre el Estado y la Iglesia.
Por esto se suele hablar de colaboración en la separación.

7. Su carácter de monopolizador de la coerción (como legítimo monopolizador)

Esto es tan claro que sin esta característica el Estado desaparecería, v.gr. como ocurrió en
Alemania con la tolerancia de las organizaciones armadas nacional-socialistas.

Es decir, el Estado se convertiría, así, en la garantía del Derecho. Se trata de un poder que no deriva
del dominio sobre la economía.

8. Su carácter soberano.

Que el poder del Estado es soberano, quiere decir que la soberanía es la propiedad de los poderes de
Gobierno o dicho de otra manera, que lo que caracteriza a un Estado es disponer de unos poderes,
de unos derechos materiales, tales como los derechos de legislación y reglamentación, de policía,
de justicia, de acuñación de moneda, derecho de punición, mantener un ejército explica el contenido
del poder del Estado.

Esta es una concepción jurídica de la soberanía del Estado, que ha venido a sustituir (aunque el
origen histórico sea el mismo) a la concepción política de la soberanía según la cual el Estado es
soberano, porque está libre de todo tipo de subordinación frente a cualquier otro poder, tanto
interno como externo. El poder del Estado es así, absoluto e independiente.

Esta noción política de la soberanía-independencia ha sido sustituida (abandonada) por su falta de


indicación del contenido del poder soberano del Estado, por su falta de aplicación ante un poder
público dividido y repartido entre diversos titulares, ante las nociones de soberanía en los Estados
federales, y porque no concuerda con las limitaciones que sufre la soberanía (derechos de la
personalidad individual, derechos de las agrupaciones humanas naturales, como el municipio) y
limitaciones que se imponen tanto en el orden interno como externo –la soberanía de otros Estados y
el Derecho internacional y, hoy en día, la ONU con los límites que impone al uso a la fuerza, la UE, el
Consejo de Europa, etc.
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La noción política de la soberanía como suprema y absoluta, o lo que es lo mismo, la idea del Estado
como comunidad suprema no es válida y ha de ser sustituida por la idea de una comunidad
relativamente suprema, en el sentido de que es suprema sólo en el ámbito de su
competencia y la medida de su poder.

9. Su carácter jurídico.

a) Es un poder jurídicamente ordenado, en cuanto establece órganos, titulares,


competencias, derechos y deberes, límites y recursos.

b) El problema que aquí se plantea no es el puramente descriptivo, según el cual la


estructuración del poder del Estado se hace conforme a un ordenamiento jurídico, sino otro nuevo, a
saber: si en el origen del Estado, en el nacimiento de los Estados existe o no un acto jurídico, una
operación jurídica que prorrogue su nacimiento y sobre qué bases jurídicas reposa la vida
cotidiana de los Estados.

Hay tres teorías al respecto, que reconocen una base jurídica al nacimiento de los Estados, pero
difieren en su interpretación o explicación:
- Teoría del contrato social (HOBBES y ROUSSEAU, ya conocidas)
- Teoría del contrato político (LOCKE, ya conocido)
- Teoría de la fundación y de la institución (HAURIOU).
Hay una cuarta teoría que niega que el Estado provenga de ningún acto u operación jurídica. Según
esta teoría el problema de la formación de los Estados es una cuestión ajena al Derecho, es un
problema puramente histórico, no jurídico. El Estado, añade la teoría, nace jurídicamente cuando
establece su primera Constitución. Según esta teoría habría, pues, dos nacimientos del Estado:

- El histórico: ajeno al Derecho.


- El jurídico: con la primera Constitución.
Hauriou rechaza tanto esta opinión como la teoría del contrato social y del contrato político y
defiende (Teoría de la fundación y de la institución) que el Estado, como toda organismo social
estructurado, tiene por fundamento jurídico el acto de su fundación acompañada de adhesiones.

Esto quiere decir que en el origen del Estado no existe ningún procedimiento excepcional jurídico. Es
exactamente el mismo que fundamenta a cualquier otra institución.

En toda institución (lo mismo en el Estado) se dan la idea de fin, un poder organizado para la
realización de la idea y un grupo de individuos beneficiarios de dicho fin o proyecto. Esto constituye
esencialmente un organismo social estructurado. Uno de ellos es el Estado.

Pues bien, la operación jurídica mediante la que urge cualquier institución es la fundación,
acompañada de adhesiones. Esto mismo ocurre con el Estado.

Lo que caracteriza a la fundación de cualquier organismo social es la creación de un conjunto de


obligaciones:
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- De los dirigidos hacia el poder y los dirigentes.


- De los dirigentes hacia los dirigidos y hacia el fin que persigue el organismo social.

En la institución no existen elementos contractuales, sino consensuales. La voluntad de los miembros


tiene el mismo contenido, la misma finalidad; no existe cruzamiento de voluntades de contenido
diferente como ocurre en el contrato (obligación sinalagmática).

Lo que ocurre con el tiempo es que se olvida la operación de la fundación del Estado, pasando a
destacar entonces al primer plano el consentimiento habitual de los interesados.

Según esta teoría el Estado accede a la vida jurídica (por la fundación) antes de que establezca su
Constitución, que viene a explicitar y dar forma solemne a lo que ya existe, al menos en gran parte.

d) POSICIONES DOCTRINALES EN RELACIÓN A LOS FINES DEL ESTADO.

1.- LOS FINES DEL ESTADO

Cuando se aborda el tema relativo a la justificación del Estado, afirmamos que íntimamente ligado
con ese problema se encontraba la cuestión relativa a los fines del Estado, que es aquello que la
organización política ha de alcanzar por medio de su actividad.

Si los fines del Estado son de tal naturaleza, que su realización se imponga necesariamente, si son
algo que necesitan los individuos para su perfeccionamiento y su desarrollo, entonces el Estado
quedará justificado
Cuando estudiamos la teleología como un elemento intrínseco del Estado, que lo caracteriza como tal
y hace que se le distinga de las otras sociedades humanas que no participan del mismo fin, velamos
que entre esos fines, entre los que trata de alcanzar el Estado con su actividad, se encuentra, en
primer término, la defensa hacia el exterior. El Estado debe tener, una organización que tenga en sí
misma la fuerza necesaria suficiente para oponerse a cualquier invasión del territorio nacional.

Cuando estudiamos la soberanía, también dijimos que tenía un aspecto negativo, en el sentido de
oponerse a la intervención de poderes extranjeros, dentro de la esfera jurisdiccional del Estado.
Entonces, un fin esencia del Estado es realizar precisamente esa defensa. Internacional, conservar
incólume el territorio patrio, mantener la independencia. Esta finalidad indiscutiblemente justifica al
Estado.
También veíamos, al analizar el elemento finalista intrínseco a la esencia del Estado, que la actividad
de éste debe encaminarse, igualmente, hacia la conservación de la paz, del orden, en el interior.

No es posible una convivencia armónica si no existe orden, si no Existe una actividad que lo mantenga
y que permita que la población del Estado, que el elemento humano, viva armónicamente en el
interior del mismo.
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Los medios de que se vale el Estado para realizar esos fines son, fundamentalmente, el sostener
las fuerzas armadas: el ejército, que es el guardián de la seguridad nacional, tanto en el interior como
en 'exterior, y las fuerzas
También esta finalidad justificó al Estado.

2.- POSICIONES DOCTRINALES EN RELACIÓN CON LOS FINES DEL ESTADO.-

El problema de los fines del Estado, como todos los problemas que se relacionan con los fines de la
organización política, según vimos anteriormente, es respecto en distintos sentidos por la doctrina,
de acuerdo con las bases filosóficas de los pensadores que se ocupan de los mismos.

En relación con este punto, dice Groppali, existen dos tendencias fundamentales.
1* La que sostiene que el fin de todo Estado es la conservación y el, bienestar de los individuos.

2* La, que afirma que el Estado es el fin y los individuos son el medio.

Ambas doctrinas, llevadas a su extremo, tal como las hemos expuesto, son unilaterales e inexorables.

La primera posición, que coloca a la organización política al servicio exclusivo de los individuos, es la
que adoptó Rousseau y sirvió después de base a los postulados de la Revolución Francesa
cristalizando en sus textos legislativos.
El artículo 1° de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, dice: Los
hombres nacen libres e iguales, y en el artículo 2° se añade que: El fin de toda asociación es la
conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre.

La Declaración de 1793, a su vez, afirma que: El gobierno está instituido para garantizar al hombre el
goce de sus derechos naturales e imprescriptibles. Pero, apartándose en parte de la Declaración de
1789, postula que: El fin de la sociedad es la felicidad común.
Se advierte claramente el espíritu que domina en la Declaración de 1789: subordinar el Estado en su
totalidad al servicio de los individuos ¡No les interesa buscar un fin propio a la organización política,
pues el fin de la misma queda subordinado por completo a la satisfacción de los fines individuales. El
Estado tiene sentido, se justifica, únicamente en cuanto tiende a proteger, a salvaguardar a los
individuos y estar a su servicio.

En la Declaración de 1793 ya se advierte un deseo de dar mayor autonomía a la organización política,


pues se afirma, como hemos visto, que el fin de la sociedad, es decir, el fin del Estado, es el lograr la
felicidad común. Aun cuando se entiende esa felicidad común una manera concreta, refiriéndola a la
comunidad existente en un momento dado y no a la felicidad común en abstracto, fuera del tiempo,
de todos modos ya encontramos un calificativo de un grado superior; ya no se habla de felicidad
individual, sino de felicidad común.

La segunda de las posiciones que hemos anotado en relación con los fines del Estado, la inversa a
ésta, consiste en la subordinación total de los individuos a la organización política. Esta posición fue
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sostenida fundamentalmente por Hegel y es la raíz ideológica de los Estados totalitarios


contemporáneos.

"El Estado, para Hegel -dice Groppali-, tiene un valor absoluto. En su esencia representa lo universal
en sí y ante sí constituye el brazo secular de una región abstracta superior a toda lógica moral."
El Estado absorbe y anula al individuo, que desaparece como ser sustantivo, convirtiéndose en una
apariencia del yo-universal.
El Estado es concebido, de esta suerte, como una entidad absoluta. Se niega la existencia de derechos
naturales en los hombres, anteriores y superiores, a la organización política.
Las consecuencias prácticas de esta concepción del Estado no han podido ser más desastrosas,
como lo prueban los monstruosos Estados totalitarios de nuestro siglo.

Contra esta, concepción totalitaria del Estado, hay que afirmar la existencia de una región
infranqueable para la actividad estatal, constituida por los derechos naturales primarios de hombre y,
entre ellos, por los que atañen al logro de su perfeccionamiento individual en vista del fin superior de
loa persona humana, que es la vida trascendente respetando el gobierno la libertad de conciencia. La
personalidad individual debe seguirse vigorizando en su justa medida; todo intento de unificar los
Derechos Público y Privado ha de encontrar la barrera infranqueable de la realidad que se le opone.

El Estado no debe ser entendido corno una abstracción, sino que se le ha de comprendes en función
misma de los hombres que lo: originan con su actividad, expresando en su contenido la necesidad de
realizar sus deseos y sus aspiraciones. Los hombres y el Estado no representan unidades irreductibles;
ambos forman parte de un mimo ser. Ya sabemos que el elemento humano es también una nota
esencial del Estado.

Los hombres y el Estado están ligados por los fines, por el elemento teleológico que es esencial a la
organización política. Esa relación del individuo con el Estado, es de interdependencia: el Estado
favorece y protege el desarrollo de los individuos, pero no lo hace en interés exclusivo de los mismos,
como seres individuales, sino que al mismo tiempo que lo hace, realiza los intereses propios del
Estado y procura el bien de todos, el bien común.

Por su parte, los individuas contribuyen a la defensa y al progreso del Estado, no por el Estado en sí
mismo, concebido como un ser abstracto con fines propios y extraños a los fines individuales, sino
por el Estado como organización de la que forman parte, en el seno de la cual viven y cuya
salvaguarda y fortalecimiento redundan de manera necesaria en el bienestar de la generación de los
hombres presentes y de las generaciones sucesivas.
No hay que confundir los fines concretos individuales de un momento dado, con los fines del
elemento humano como parte sustancial del Estado, considerado es elemento de manera abstracta.

El Estado, en su independencia y soberanía, representa un valor absoluto; pero la esfera de


derechos naturales primarios de la persona humana significa, igualmente, un valor absoluto, un
valor que también tiene el primer orden en la jerarquía. El Estado que no la respeta, que invade esa
esfera, que la anula, niega su propia naturaleza. Para decirlo citando a Cicerón, ipse se fugiet ("se
destruye a sí mismo")
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El Estado y la persona humana no son dos valores antitéticos, sin, complementarios; no debe hacerse
abstracción del individuo, sino considerarlo como miembro de una sociedad organizada
políticamente; como miembro, como parte integrante del Estado.
En el plano del Derecho, ambos entes se encuentran y cooperan a la obtención de un mismo fin. El
Estado reconoce los derechos subjetivos de los individuos, sin que por ello cese en su calidad de
soberano, sino que, por el contrario, esa autolimitación que se impone el Estado, señalando las
barreras que no ha de traspasar, es una muestra clara de su misma soberanía.
Estado y persona humana deben entenderse como valores no colocados en distintos planos, sino
coordinados y complementarios. El Estado no puede quedar al arbitrio de los individuos y éstos
también deben quedar salvaguardados del despotismo del poder público.
Ambas partes, por tener un mismo fin, por participar en una misma organización, por ser partes de
un mismo todo, deben reunir armónicamente sus esfuerzas en beneficio de la unidad superior.

Existen derechos intangibles de la persona humana e, igualmente, derechos infranqueables del


Estado.
De esta manera rechazamos las dos posiciones expuestas; condenamos por deleznable la primera
posición, que subordina totalmente el Estado al servicio de los fines individuales e, igualmente,
condenamos la posición totalitaria, que destruye la esfera de los derechos individuales de la persona
humana y la subordina totalmente a los fines de la organización política.

El contenido mismo de los derechos atribuibles a la persona humana y al Estado nos lo proporciona el
análisis de sus respectivas naturalezas, la naturaleza de la persona humana y la naturaleza del Estado.
En el desarrollo de nuestro estudio ya hemos fiado los caracteres fundamentales de ambos entes;
recordemos que la persona humana presenta el triple aspecto psicológico, metafísico y moral. El
Estado no podrá intervenir nunca en los aspectos psicológico y metafísico. Su perfeccionamiento en
vista de la vida trascendente queda a cargo, de manera absoluta, del individuo.

En cambio, el Estado deberá realizar toda la actividad necesaria para que la persona humana pueda
perfeccionar su tercer aspecto, la personalidad moral o de la vida de relación. La actividad del Estado
tiene por contenido teleológico, según henos explicado el analizar este elemento, el bien común. Al
realizar, al obtener ese bien común por medio del desarrollo de su actividad, el Estado logrará que se
perfeccione, que llegue a su meta la personalidad moral de los individuos, pues en esta forma suplirá
la imperfección que en la personalidad moral tiene el hombre y que ya hemos señalado la indigencia
social.

3.- HUMANISMO Y TRANSPERSONALISMO.


Para aclarar más las posiciones expuestas en relación con los fines del Estado, vamos a analizar las
corrientes derivadas de las mismas, en forma somera: el personalismo o humanismo y el
transpersonalismo o totalitarismo.
Recaséns Siches, en su libro Tratado general de filosofía del Derecho afirma que el personalismo ha
sido y es la base de la civilización cristiana. Por civilización cristiana ha de entenderse no únicamente
el aspecto religioso, sino las consecuencias sociales del cristianismo.
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Esas consecuencias, dice Recaséns, pueden resumirse, como lo hace el padre dominico Ducatillón, en
las siguientes características de la civilización cristiana:
1* Superioridad de la persona individual sobre el grupo.
2* Igualdad fundamental de todos los hombres.
3* Fraternidad.

Estas características, según sean ampliadas o restringidas, dan origen a las diversas doctrinas
políticas, cuyas posiciones extremas: liberalismo absoluto (o sea, la sumisión total del Estado al
individuo) y totalitarismo político (o sea, la sumisión total del individuo al Estado), en realidad llegan
a hacer desaparecer esos postulados de la civilización cristiana.

Nuestra posición no está en ninguno de esos extremos. Afirmamos que lo correcto es colocar al
hombre y al Estado en los respectivos lugares que les corresponden de acuerdo con su naturaleza, de
acuerdo con aquello para lo cual han sido creados. Condenamos la doctrina liberal, que rebaja al
Estado al papel de un simple policía, e igualmente consideramos deleznable la doctrina totalitaria,
que desconoce la naturaleza del hombre.
El humanismo bien entendido es el que toma en cuenta los tres aspectos de la persona humana, y
que al mismo tiempo penetra en la esencia del Estado y le concede las atribuciones necesarias para
realizar sus fines, lograr su propia conservación y obtener el bien común.

El transpersonalismo es una posición política en la que, como afirma Recaséns Siches, el


hombre no es considerado como ser moral con dignidad, como persona que tiene una misión que
realizar por cuenta propia. Para esta doctrina el hombre es un simple instrumento del Estado. Aun
cuando su ideología política y sus realizaciones concretas más acabadas hayan aparecido en la
Historia contemporánea (nazismo alemán, fascismo italiano, comunismo ruso y maoísmo chino), esta
doctrina tiene raíces en Esparta en la, Antigüedad pagana.

En el siglo XVII hubo diversas corrientes transpersonalistas. El romanticismo, que consideró al Estado
como un organismo cuyas partes carecen de individualidad y están al servicio del todo. De Maistre
afirma que tanto el pueblo como el soberano son piezas del Estado y al servicio exclusivo de éste.

Pero el pensador que dio mayor impulso al transpersonalismo fue el filósofo alemán Hegel. El
hombre, para este pensador, no tiene valor como individuo, sino sólo en la medida de que participa
del espíritu objetivo del pueblo encarnado en el Estado, y por ello se halla totalmente subordinado a
éste.

La crítica de esa doctrina es bien fácil. Puede condensarse en la siguiente cita de


Recasens, que lo condena certeramente:
"El hombre vale para esta doctrina en la medida en que se individualiza y se sumerge en lo general;
los hombres, individuales quedan reducidos a pura alfalfa para alimento del monstruo estatal, a mera
carne de cañón. La misión del Estado no está sometida a los principios de justicia y de moralidad y no
tiene por qué respetar las llamadas reglas de equidad, de caridad, de decencia, de tolerancia, ni
tampoco que reconocer la libertad ni la norma de igualdad."
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La posición correcta, en consecuencia, es la humanista, y es deleznable todo transpersonalismo.


Precisamente el humanismo dando contenido en la forma expuesta a los fines del Estado es el
fundamento más firme de su justificación.

“El Estado es un ser dotado de personalidad jurídica y revestido de una autoridad soberana, que por
ello mismo, nace para cumplir ciertas finalidades, las que vienen a constituir su justificación, ya que el
logro de ellas, mediante determinados procedimientos, radica la propia esencia de su actuación”
(htt1)
El Estado es una persona jurídica, que ejerce el poder soberano en un determinado territorio, y que
persigue la realización de ciertas finalidades, las cuales son delimitadas por distintos criterios
filosóficos; dichas finalidades pueden lograr el bien común, asegurar la vida de la sociedad, satisfacer
necesidades colectivas, alcanzar la justicia social, garantizar la libertad de empresa, mantener el
poder de un grupo hegemónico, etc.

Respondernos las siguientes interrogantes puede aclararnos un poco la distinción entre atribuciones,
funciones, competencias y facultades:

¿Para que existe el Estado? -Fines del Estado


¿Qué hace el Estado? -Atribuciones del Estado
¿Cómo lo hace? -Funciones Estatales
¿Qué órgano es el competente? -Competencia del órgano
¿Quién es el funcionario facultado? -Facultad de los funcionarios

ESTADO

Atribuciones Funciones Competencias Facultades

Atribuciones:
Son aquellas tareas que el Estado decide reservarse, por medio del orden jurídico, las cuales están
orientadas a la realización de sus fines. Es decir, son los grandes rubros de la actividad del poder
público tendiente a alcanzar sus fines, por ejemplo, preservar el ambiente, tutelar a los trabajadores,
resolver conflictos entre particulares, prevenir y sancionar conductas delictuosas, regular la actividad
económica, etc.

Función:
Significa el cumplimiento de algo, de un deber. Las funciones son los medios de que el Estado se vale
para ejercitar sus atribuciones, encaminadas al logro de sus fines.

Competencia:
Consiste en la asignación de tareas concretas que el sistema jurídico asigna a cada órgano estatal,
para que pueda actuar legalmente. Es decir, que a un ente le incumbe atender asuntos
17

determinados, es la posibilidad jurídica que tiene un órgano público de efectuar un acto válido. En
otras palabras, es la facultad que tiene un organismo del Estado para actuar en determinado ámbito.

Facultad:
Es la aptitud o legitimación que se concede a una persona física (Funcionario o empleados públicos)
para actuar según la competencia del órgano, por cuenta del cual externa su voluntad. La facultad, es
pues la posibilidad legal que posee un servidor público, de realizar los actos de competencia de un
ente estatal. En el ámbito administrativo, la competencia es taxativa y obligatoria, es de orden
público. (Ver artículos 130 y 183 de la constitución Política de Nicaragua)
(Escorcia, 2002)

4 PRINCIPALES SUPUESTOS DEL PODER

4.1 ESTADO-NACION.
Estado Nación: organización política de población homogénea que comparte cultura, lengua, con
un gobierno que sirve a los intereses de esta. No hay en el mundo ningún pueblo con esa
homogeneidad, pero sí que se aproximan. El concepto de que el Estado debe servir a las naciones
apareció en el Siglo XIX.

4.1.1 EL ANTIGUO RÉGIMEN:


El Estado anterior al Siglo XIX no servía a las naciones, ni siquiera a las comunidades; servía a
Dios. Existía una concepción descendente del poder, por el derecho divino, se afirmaba que
la autoridad descendía directamente de Dios al soberano y estos eran responsables únicamente ante
él. Las culturas particulares sólo interesaban en la medida en que obstaculizaran el cumplimiento del
mandato divino.

En Occidente, la única excepción fue el Sacro Imperio Romano, el mandato de Dios se dividió entre
reyes y el Papado. El papado trataría cuestiones religiosas y los reyes las seculares. Luego los reyes
dejaron de compartir esta autoridad, dejando al monarca como única fuente de derechos y
exigencias. Esto aumentó en los siglos XVI y XVII (absolutismo monárquico).

En los siglos XVII y XVIII, hubo presiones para ampliar estas bases. Algunos de los reyes europeos,
hicieron tareas para mejorar el bienestar de la población, sobretodo en Francia. A estos monarcas se
los conoce como "déspotas ilustrados", ya que las mejoras fueron limitadas.
La sociedad estaba dividida en distintos grupos corporativos: campesinos, terratenientes, burgueses y
aristócratas. Cada uno perseguía sus propios intereses, sus comunidades, costumbres, tradiciones,
libertades, etc. El uso lingüístico difería de región en región.
El mantenimiento de la ley, el orden, la administración y la justicia, el bienestar y apoyo económico,
que hoy dependen del Estado, era incumbencia de los grupos corporativos locales.

Las ciudades, tenían sus corporaciones y gremios; las provincias tenían variados sistemas feudales
para mantener la paz y la producción agrícola. En la práctica sus libertades le otorgaban autonomía y
autorregulación.
18

La función del soberano era defender esas instituciones y el derecho consuetudinario (diario) que las
regulaba e interceder ante los conflictos.
Esto provocó revueltas y guerras civiles. Por ejemplo en Inglaterra había muchas ciudades con
grandes diferencias entre sí. En esas sociedades el nacionalismo era poco importante. La religión y la
lealtad dinástica eran las principales productoras de lealtad a grupos más amplios. ¿Cómo se hizo
realidad el Estado Nación?

Todas esas instituciones y antiguos hábitos fueron destruidos. Las distinciones basadas en
los derechos y en privilegios corporativos se eliminaron, se sustituyeron por nuevos contenidos, ideas
y tipos de relaciones sociales.
(htt2)

4.2 EL ESTADO Y EL DERECHO.

Estado de Derecho, significa que el Estado está sometido a un ordenamiento jurídico, el cual
constituye la expresión auténtica de la idea de Derecho vigente en la sociedad. Las bases del Estado
de Derecho son:

-El imperio de la Ley, las normas deben ser expresión de la voluntad popular y deben someterse a ella
tanto gobernantes como gobernados.
-Distribución del poder estatal en diferentes órganos, de esta manera el Poder del Estado no se
concentra en una sola institución, sino que se distribuye permitiendo mayor eficiencia y los debidos
controles evitando arbitrariedades y abuso de poder.
-Legalidad de la administración y responsabilidad de las autoridades, sea penal, civil, administrativa y
política.
-Respeto y Garantía de los Derechos Humanos a través del ordenamiento jurídico el cual también
contempla los mecanismos o recursos que se pueden interponer en caso de atropello o violación.

4.3 ESTADO, GOBIERNO Y SOCIEDAD

Si para la Biblia en el principio fue el verbo, para la política moderna en el principio fue la sociedad,
todo lo demás viene después. En la concepción contractualista, de la cual nuestra época es tributaria,
el Estado surge junto con el gobierno, y ambos de la sociedad, mediante un contrato de todos los
miembros de ésta. El contrato social que instituye al Estado como tal, erige un poder que está por
encima de todos los hombres, y que por tanto dispone de ellos, con el doble propósito de preservar
el orden y la paz, o sea, velar por el interés general.

Por ende la sociedad, al menos en una formulación mitológica, es originaria respecto del Estado y el
gobierno, ya que si retrocedemos en la historia de la humanidad, nos podremos encontrar al menos
idealmente, con grupos humanos en los cuales ni Estado ni gobierno existían, y todo se discernía por
el acuerdo común o por la fuerza. Si bien es posible pensar lógicamente estas instancias, es cierto
también que es absolutamente inútil tratar de buscar el origen histórico del Estado.
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Lo que verdaderamente importa no es su filiación y surgimiento, sino más bien el rol que desarrolla
en cada época histórica y las diferentes concepciones ideológicas que sobre el mismo predican.
Decíamos que para la época moderna surge del común acuerdo de los miembros de la sociedad, que
viviendo hasta ese momento en una situación pre-estatal llamada por alguno autores1 “estado de
naturaleza”, deciden pactar para delegar el poder y formar el Estado o sociedad política. En el pacto o
contrato social, todos los miembros de la sociedad civil ceden su poder al soberano, creando en ese
movimiento a la sociedad política o Estado.

En ese pacto son cedidos al soberano derechos, que de ahora en más le pertenecerán, a cambio de
que sean protegidas la vida y la propiedad de la anarquía del desorden. En el movimiento del pacto se
encuentra la clave para la interpretación de la moderna forma de pensar las relaciones entre la
sociedad (civil), el Estado (sociedad política), y el gobierno, que es quien conduce a ese Estado. Pues
una vez que el pacto es realizado, el soberano ya no está obligado respecto de los ciudadanos. Su
estatus mismo deriva del hecho de estar por encima de ellos, y por ende, sin obligación alguna
respecto de los mismos.

Al ser la sociedad política una creación de la sociedad civil, su propósito y sentido queda atado a la
necesidad que le dio origen, por lo cual podemos decir que el contorno de lo estatal, es decir lo que
es su forma y mecánica, deberá estar consagrado al contenido del pacto social que le dio existencia.

El pacto tiene la forma de un contrato, donde cada parte se compromete a realizar determinadas
acciones, pero éste contrato tiene una peculiaridad: en el acto de su suscripción crea una instancia
que se eleva por encima de todos los ciudadanos, y que está más allá de todos ellos y, por ende, de lo
pactado. Entonces, al pactar se crea un más allá de la sociedad civil, que se opone a ella a partir de lo
que es su monopolio, la violencia y la ley, pero que tiene inscripto en su origen la obligación de
mantener el orden en la doble acepción del término. Que haya paz social, evitándose el estado de
guerra, y que se mantengan las cosas tal cual están, en lo que es el statu quo imperante. Erigido así
entonces el Leviatán, tendrá desde el momento de su creación en adelante, la obligación de manejar
los asuntos comunes, mantener la paz y el orden, y defender a la sociedad de agresiones externas.

Pues si bien su aparición instaura el orden al interior de la sociedad, el estado de guerra no


desaparece en lo que respecta a los estados entre sí. Entonces, este artilugio de la razón que surge de
la suma de las voluntades individuales, establece el marco para una vida en común, a la cual habrá
que atenerse de ahora en adelante si se quiere evitar ser sancionado por la justicia del Leviatán. Una
vez que se ha ingresado al Estado, que nace la sociedad política con el pacto, todo ciudadano que se
comporte transgrediendo los límites por él ordenados, se pondrá en estado de guerra en relación con
el resto de la sociedad. Será por tanto, pasible de ser eliminado en nombre del bien común, ya que su
vida depende del soberano.

Esta paradoja encerrada en el contrato social, es decir el hecho de que se pacta para evitar la muerte
de la guerra pero se pone la vida en manos de un poder sin contestación, es la base sobre la cual se
sustenta nuestra vida comunitaria moderna, y es también, fundamento de los sistemas republicanos
de organización del poder. Pero antes de llegar a ello es menester revisar con mayor detenimiento lo
estatal en sí mismo. El estado Existen múltiples concepciones del Estado, todas las cuales coinciden al
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menos en un punto: el mismo debe detentar “el monopolio del ejercicio de la violencia legítima en
territorio determinado”. Esta coincidencia en cuanto el monopolio de la coerción legítima
corresponde al aparato estatal, deja traslucir lo que es una de las funciones principales del mismo, y
por ende habla de lo que es su naturaleza.

Pero más allá de este puntual consenso, existen multiplicidad de concepciones respecto de lo estatal,
que no resultan ni más ni menos que un reflejo de los disímiles estratos ideológicos que atraviesan a
toda sociedad. Dependiendo de la ubicación ideológica que se dé un determinado enunciador de una
teoría del estado, tendrá inclinación a remarcar un aspecto u otro de lo que es la función del mismo.
Una posición de centro tratará de hacer hincapié en el rol que éste desempeña en la realización del
bien común, en la administración de justicia, y tenderá a señalar también los peligros de una posible
extralimitación del mismo en lo que hace a sus atribuciones.

En este sentido el riesgo que entraña es el de su avance en la esfera de las libertades individuales, y el
fantasma que define a este potencial peligro es el totalitarismo. Una posición de izquierda remarcará
el rol del mismo en el dominio de una clase por sobre otra, en como la clase dominante hace
aparecer en la figura estatal sus intereses como coincidiendo con los de toda la sociedad, y como en
última instancia, el Estado moderno es el “comité de administración de los asuntos de la burguesía”,
si parafraseamos a Marx. Aquí el peligro es actual, no potencial, ya que mediante el aparato estatal
se lleva adelante el domino de un determinado grupo social por encima de otro, con lo cual el uso del
mismo es instrumental.

En este sentido se engarza en la tradición marxista la dictadura del proletariado, que pretende utilizar
la dominación estatal para instaurar una sociedad sin clases y finalmente, asistir a su desaparición
con la disolución de la sociedad de clases y el advenimiento del comunismo. Para una posición
conservadora o de derecha, el estado representa la forma de administrar los asuntos temporales, y
como tal debe ser llevada adelante por un representante de dios en la tierra, o sea el rey, monarca
hereditario investido en su lugar por la autoridad divina, que habla por su boca, y por ende, jamás se
equivoca. La afirmación del soberano francés Luís XIV, el Rey Sol, de que “el Estado soy yo” ilustra
claramente esta posición. Aquí el Estado aparece engarzado en un orden natural de cosas, tal como
en el orden feudal.

Toda legitimidad, toda razón de ser desciende desde la altura de dios hacia la tierra, por ende el
peligro aquí aparece bajo la forma de la ideas que pretenden secularizar el mundo. Si revisamos estos
tres posicionamientos, trazados por supuesto con brocha gorda, quedará claro a la vista que no es lo
mismo adoptar una posición u otra: De cómo se conciba al Estado (y al mundo) se desprenderán
consecuencias tanto para la acción política, respecto de cómo posicionarse frente al accionar estatal,
como para gobernar, en caso de detentar roles en el gobierno. Si analizamos algún tema específico,
por ejemplo la relación entre religión y Estado, vamos a tener dos posicionamientos, ya que las
posturas de centro e izquierda tenderán a confluir en la laicización a expensas de la derecha, que
apoyará el confesionalismo o incluso también el integrismo.

Si se vira al eje económico, por ejemplo mercado versus regulación, se tendrá nuevamente una díada,
pero esta vez se aproximarán derecha y centro para sustentar la prescindencia de la intervención del
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estado en la economía contra el intervencionismo que propugnará la izquierda, o lisa y llanamente, el


control total de todos los aspectos de la misma en una economía planificada como lo fue la Unión
Soviética. En los ejemplos precedentes se puede apreciar que los agrupamientos tienden a formar
díadas, pero la alineación de los mismos no es estable, sino que vira de acuerdo al tema de que se
trate. Igualmente estos ejemplos son simplificaciones, ya que generalmente los extremos de los
espectros tienden a manifestar posicionamientos en solitario.

Pero, más allá de todas estas formulaciones, ¿se puede marcar alguna especificidad de lo estatal
allende del monopolio de la coerción legítima? Pues claro que sí, primero y fundamentalmente el
mismo no es un monolito, es más bien una relación social que actualiza en su cuerpo todas las
tensiones y toda la complejidad de la época histórica en la cual pervive. Lo que tratamos de decir es
que el cuerpo del Estado se halla atravesado por todas las tensiones y contradicciones de una época.

Así como determinado tiempo histórico no es un macizo monocorde, sino que está compuesto por
infinidad de interacciones y componentes que dan una resultante, el aparato estatal se encuentra
sometido a las mismas vicisitudes, con un agravante: en él reposa la continuidad de la comunidad a la
que representa, o si se quiere, su cambio y evolución.

En nuestro mundo, que de ahora en adelante llamaremos formación económico-social, conviven


formas diferentes en lo que hace a la satisfacción de las necesidades materiales del hombre, pero hay
una fundamental que define con su influencia a toda la diversidad de la relaciones en ella existente:
esta forma es el capitalismo. El mismo consiste básicamente en la generalización de la forma
mercantil como mecanismo de asignación de recursos sociales y, en consecuencia, la apropiación
privada de la riqueza como forma del trabajo.

En el contexto social del capitalismo naciente hace su aparición el estado moderno, y trae
impregnada como su marca de origen la filosofía liberal que lo ha acompañado en su historia. De esa
filosofía deriva la forma republicana moderna, y de una radicalización de los principios del liberalismo
político, la moderna democracia. Este Estado moderno va a tener como principal tarea la
centralización del poder, el cual con anterioridad (estamos hablando de la Europa de fines de la edad
media) se hallaba disperso entre distintas instancias: los señores feudales, la iglesia, y otras
circunscripciones pertenecientes a la nobleza.

Así, al centralizar el gobierno, también surgieron los ejércitos nacionales, y las aduanas nacionales.
Esta primera tarea fue acompañada de una uniformización del territorio nacional, en lo que hace por
ejemplo a pesos, medidas y moneda, como también en lo que atañe a la lengua nacional, aduanas y
la creación de una conciencia nacional más allá del enclave local de cada ciudadano. Estas tareas
emprendidas en Gran Bretaña por su revolución, en Francia por el Rey Sol, y luego completadas por la
revolución, o en Alemania a partir de la formación del Estado-Nación, con el Káiser Guillermo I en el
trono y Bismarck en el gobierno, son una clara muestra de cómo el Estado se articula con su época en
un engarce que es sumamente complejo.

En el caso de nuestro país, el Estado con su formación en la segunda mitad del siglo XIX, vino a crear
lo que sí existía en Europa y aquí se carecía, una nación, pues aquí no había nada parecido a los
22

argentinos antes de que se forme definitivamente el Estado y alcance control efectivo sobre todo su
territorio. Las campañas militares emprendidas para despojar a los distintos pueblos originarios de
sus dominios, la formación de ejércitos regulares, la extensión de la educación, el servicio militar
obligatorio, las obras de infraestructura y la creación de símbolos nacionales han contribuido a la
formación de la “argentinidad”.

Nuestra identidad como país no se engarza en una larga tradición histórica que viene de siglos, sino
que empezó a delinearse a partir de un suceso fuertemente disruptivo, que trasplantó en estas
pampas una lengua inexistente, y usos y costumbres que llegaron también de la mano de los
conquistadores. Por tanto aquí, la nación como grupo que comparte una historia, lenguaje y legado
en común, no antecedió al Estado, sino que advino de su mano. Retomando el hilo del argumento,
hemos de señalar un elemento fundamental que también emergió de la mano de los diferentes
estados modernos: los mercados nacionales, que conformados a partir de la uniformización de los
territorios, la consolidación de corpus de derecho racional y la mejora y extensión de la
infraestructura de comunicaciones, permitieron insertar a la economía capitalista a cada vez mayores
grupos humanos y, por ende, aumentar la escala del proceso de acumulación de capital.

Después de todo lo expuesto puede deducirse que para que el capitalismo avance y se consolide,
hubo de concurrir el Estado en su auxilio, ya que las fuerzas del mercado para funcionar requieren de
determinadas condiciones sociales y económicas. En este sentido debemos señalar que, a pesar de
ser dependiente de determinadas condicione sociales para subsistir, el capitalismo no lo es en lo que
hace a las formas políticas en las cuales se desenvuelve. Por tanto, y si pensamos en el reclamo liberal
de un Estado mínimo, podemos observar la contradicción del mismo, ya que el liberalismo
económico precisa indefectiblemente de la regulación estatal para sobrevivir y perpetuarse como tal.

Sencillamente la idea de una sociedad regulada por la libre iniciativa individual es, a todas luces, una
utopía del liberalismo. Repasados ya algunos aspectos lo estatal estamos en condiciones de delinear
algunos aspectos que consideramos esenciales. - Posee el monopolio del ejercicio de la violencia
física legítima en un territorio determinado, o sea que es el único agente que de manera legítima (por
fuerza de ley) puede ejercer la violencia hacia el exterior o el exterior de la sociedad a la cual
pertenece, incluyendo esto a la policía y las fuerzas armadas. - Incluye un territorio, en el cual se
asienta una o varias naciones, pudiendo ser multinacional como por ejemplo España. Cabe aclarar
que pueden existir naciones sin Estado, pero no a la inversa.

- Es el encargado de administrar los asuntos comunes de la comunidad a la cual pertenece, tarea que
realiza por medio de una burocracia especializada que es conducida por el gobierno. - Asegura las
condiciones básicas para que la sociedad se reproduzca, dando marcos institucionales de manera de
regular los conflictos y las condiciones en las cuales se desenvuelve la acumulación de capital. - Se
encarga de “normalizar” a la población de su territorio mediante la regulación de la misma en tanto
organismos biológicos. Es decir, normaliza cuerpos mediante políticas sanitarias que abarcan desde lo
físico a lo mental. Lo sano y lo insano quedan delimitados por su accionar, por lo cual delimita los
espacio sociales de lo aceptable. - Crea narraciones y relatos como forma de sentido del presente.
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Desde el Estado, con sus diferentes políticas, se desarrollan argumentaciones y construcciones de


sentidos, metáforas e imágenes que interpelan a la sociedad creando sentido e historia. Se puede
decir en cierta forma, que las intervenciones estatales se pueden deducir de las metáforas que se
emplean para legitimar su actuar. En este terreno, el de las narrativas del Estado, ya nos deslizamos
al próximo tema, pues quien más recurre a la retórica para establecer su posición es el gobierno, que
es quien hace de ello un arte con el que teje su suelo.

Pasemos entonces a revisar el concepto de gobierno. Gobierno Como ha quedado expuesto. Estado
no equivale a gobierno, pues dentro de aquel se encuentra esencialmente la burocracia, que más allá
de las coyunturas políticas, permanece en su puesto. El gobierno de una sociedad puede organizarse
de diferentes maneras, pudiéndose establecer una dicotomía entre aquellos que contemplan división
de poderes como las repúblicas, y aquellos que concentran todo el poder en la cima, como puede ser
una monarquía pura o algún otro tipo de gobierno basado en la decisión de un único líder o un grupo
de ellos.

Aristóteles dividió a las formas de gobierno en tres tipos puros, que se caracterizaban por ocuparse
del bien común, y sus tres desviaciones, que surgían a partir de que se privilegiaba el interés
particular de una persona o un grupo en detrimento del resto de la comunidad. Los tipos puros
correspondían a la monarquía, que era el gobierno de uno, la aristocracia, que era el gobierno de los
mejores, y la república, el gobierno de todos. A ellas se oponían como sus desviaciones la tiranía, la
oligarquía y la democracia. Llama la atención a nuestra forma de pensar que Aristóteles incluya a la
democracia como una forma de o gobierno desviada, pero esto se explica en el hecho de que para el
filósofo, la democracia era una forma de gobierno de la mayoría a favor de la mayoría y, por ende,
alejada de lo que es una forma recta, la búsqueda del interés de la comunidad. La república,
considerada por Aristóteles como el gobierno de los muchos en beneficio del bien común, es la forma
moderna dentro de la cual florece la democracia representativa, pero esta república no es ya aquella
que nuestro filósofo nos refiere.

Lo que caracteriza a la república moderna es la división de poderes, es decir que existe en su seno
una diferenciación de funciones las cuales conservan la independencia unas de los otras. Esta división
es triple y comprende a la función ejecutiva, legislativa y judicial. La independencia a la cual
aludíamos implica que esos tres poderes deben actuar entre sí como un sistema de frenos y
contrapesos, de manera tal que los posibles excesos de alguno de ellos se vean compensados por el
límite que a su accionar que ejercen los otros dos.

Mediante esto, lo que se busca garantizar, es que las libertades individuales de los ciudadanos estén
al resguardo de cualquier tipo de exceso de los tres poderes, pero fundamentalmente, de los del
poder ejecutivo. Un elemento más se introduce si hacemos foco en la forma del ejecutivo, y aquí la
división se va a dar entre sistemas presidencialistas y parlamentarios, dependiendo de en qué actor
recae la legitimidad directa del voto popular para gobernar.

En el caso del parlamentarismo, el ejecutivo va a ser presidido por un primer ministro, el cual es
elegido entre los legisladores y por los legisladores. En un régimen presidencial el ejecutivo es
ocupado por un presidente, el cual es elegido por el voto popular de los ciudadanos sin que
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intervenga el parlamento. Para completar el panorama hemos de aclarar algo que ha quedado
implícito en las páginas precedentes, ya que decíamos que gobierno y estado no coinciden
automáticamente. La base de esta diferenciación reside en el hecho fundamental de que el estado
representa a toda la nación, y el gobierno, si bien debe gobernar para todos los ciudadanos,
representa los intereses de una parcialidad, que aunque mayoritaria, hace valer sus intereses por
encima de los del resto de la comunidad.

Así entonces surge una diferenciación funcional entre la jefatura de estado, cuya función es
representar a la nación en todo, y la jefatura de gobierno, que representa a la mayoría que la ha
posicionado en el poder. En nuestra república ambas funciones coinciden en la persona del
presidente, pero en otros sistemas, como las monarquías parlamentarias, están divididas. El rey o
reina representa a la jefatura de estado y el primer ministro representa la jefatura del gobierno. Así
sucede también en regímenes como el alemán o el francés, en los cuales las figuras del presidente y
primer ministro representan la jefatura de estado y gobierno respectivamente, y que están
conformadas por personas diferentes con atribuciones diferenciadas.

Por tanto, esa coincidencia en una persona, pero más aún, la concepción representativa misma,
introducen una tensión entre los representantes y los representados, ya que su punto de
convergencia sólo acontece en las elecciones, dependiendo en lo demás del accionar y capacidad del
gobernante. Por tanto, en buena medida, la legitimidad del gobernante va a descansar en su
disposición a cumplir con sus promesas, a la vez que en su voluntad de privilegiar el interés colectivo
por encima del particular.

4.4 EL CONCEPTO DE SOBERANIA

Soberanía como concepto jurídico Antes que nada se platea la cuestión de cómo entender el
concepto de soberanía. ¿Qué características, intrínsecas al poder político, nombra dicho concepto? El
hecho de que reine tanta confusión respecto del contenido y sentido de la soberanía radica no sólo
en la naturaleza indefinida de dicho concepto, en su “siniestra ambigüedad”, sino también en que la
concepción en que éste se basa no sale a la luz.

Aquellos que consideran que la soberanía es un dogma anticuado, suelen apelar a la falta de
autonomía del Estado moderno, que le obliga a cooperar institucionalmente tanto con socios no
estatales, en el interior, como en sus relaciones internacionales con otros Estados. Parece que el
Estado, por hallarse tan limitado en la toma de decisiones y en su capacidad de regulación, por sus
dificultades para imponer sus intereses, ya no pueda ser considerado soberano.

Sin embargo, esa visión precipitada opera con un concepto sociológico de soberanía, aquel que
equipara la soberanía a un uso ilimitado del poder estatal y que al partir de dicha premisa, en vistas
de la falta de omnipotencia del Estado, se ve obligada a negarle su soberanía. Esa forma de entender
el concepto de soberanía me parece equivocada. Por una parte ningún Estado del mundo ha gozado
jamás, a pesar del monopolio estatal de la fuerza, de tal soberanía en el interior y mucho menos en
sus relaciones exteriores. Respecto del desarrollo de la economía mundial, éste se determina ante
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todo por las leyes de mercado vigentes a nivel internacional. Es cierto que en lo que hace referencia
al mercado financiero la regulación estatal se ha mostrado más o menos impotente.

Sin embargo ninguno de estos dos fenómenos ha supuesto un rompimiento con la bien entendida
soberanía interior. En las relaciones exteriores, los otros Estados, dotados de igual soberanía, han
frenado siempre en la práctica las ansías de poder y el deseo de dominio estatales. La soberanía es, a
pesar de su componente empírica, en su núcleo un concepto jurídico. Del intento de definir dicho
concepto partiendo de la mera contemplación de la realidad social resulta una imagen incompleta.

Los detractores modernos de la soberanía comparan el Estado actual con un espejismo, con la
imagen de un Estado teóricamente omnipotente. Esa deformación de los acontecimientos históricos
hace aparecer al Estado actual más impotente, de lo que de todas formas es. Dichas fantasías irreales
de omnipotencia no son más que el producto de las igualmente exageradas pesadillas sobre la
impotencia del Estado. Esa forma seudo empírica de argumentar no es fructífera, porque la soberanía
del Estado le otorga a éste, como sujeto jurídico, jurisdicción sobre otros. Dicha posición de dominio
es normativa y no real por lo que su vigencia o existencia normativa no puede ser ni demostrada ni
refutada empíricamente.

La soberanía, la suprema potestas, no es un factum en el mundo exterior de las realidades sociales.


De ahí que “de la imposibilidad práctica de una actuación soberana no se derive lógicamente la
inexistencia de soberanía”, pues “como concepto jurídico que es no desea saber cómo es la práctica
estatal, sino cómo debe ser ésta en caso de conflicto”.

Eso supone que la soberanía no puede ser atribuida sencillamente al Estado, que tiene a su
disposición los mejores batallones. El problema que plantea la soberanía no es una cuestión de
poder, que pueda ser decidirse con la ayuda de las armas, sino una cuestión que como tal sólo puede
ser resuelta jurídicamente. Entendida como posición jurídica, como la competencia del Estado para
tomar la decisión definitiva y vinculante tanto en asuntos internos como externos, supone un poder
otorgado por el sistema jurídico y por tanto necesariamente limitado.

Es la expresión no de una autoridad sin límites, sino de un poder ordenado legalmente. Desde un
punto de vista jurídico, la soberanía aparece desmitificada y menos demoníaca, menos tremenda,
menos monstruosa pero no por ello de menor importancia, pues es literalmente decisiva. Al juzgar
sobre la cualidad legal del poder estatal, es decir sobre su soberanía, debemos tratar separadamente
los aspectos regulados por el derecho constitucional y los regulados por el derecho internacional
público. En el seno de este último debemos distinguir entre la relación del Estado y los sujetos
sometidos a su jurisdicción (la soberanía interna) y sus relaciones exteriores con otros Estados (la
soberanía externa).

(Hillgruber, 2009)
4.5 TEORIA DE LA DIVISION DE PODERES Y FUNCIONES DEL ESTADO.
26

La teoría de la "división de poderes", según Montesquieu

“En cada Estado hay tres clases de poderes: el legislativo, el ejecutivo de las cosas pertenecientes al
derecho de gentes, y el ejecutivo de las que pertenecen al civil.

Por el primero, el príncipe o el magistrado hacen las leyes para cierto tiempo o para siempre, y
corrige o deroga las que están hechas. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe
embajadores, establece la seguridad y previene las invasiones; y por el tercero, castiga los crímenes o
decide las contiendas de los particulares. Este último se llamará poder judicial; y el otro,
simplemente, poder ejecutivo del Estado (...).

Cuando los poderes legislativo y ejecutivo se hallan reunidos en una misma persona o corporación,
entonces no hay libertad, porque es de temer que el monarca o el senado hagan leyes tiránicas para
ejecutarlas del mismo modo.

Así sucede también cuando el poder judicial no está separado del poder legislativo y del ejecutivo.
Estando unido al primero, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por
ser uno mismo el juez y el legislador y, estando unido al segundo, sería tiránico, por cuanto gozaría el
juez de la fuerza misma que un agresor.

En el Estado en que un hombre solo, o una sola corporación de próceres, o de nobles, o del pueblo
administrase los tres poderes, y tuviese la facultad de hacer las leyes, de ejecutar las resoluciones
públicas y de juzgar los crímenes y contiendas de los particulares, todo se perdería enteramente.”

Montesquieu. El espíritu de las leyes. 1748.


(htt4)

4.5.1 FUNCIONES DEL ESTADO


Analicemos las siguientes citas textuales:
En las Constituciones Políticas de los Estados Unidos de Norteamérica (1787), en la francesa de 1793,
se afirma “No existe Constitución Política, si ésta no se apoya en la separación de los Poderes”

El artículo 16 de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre que proclamaron los
revolucionarios franceses, expresó que:
27

“Toda sociedad, en la que no está asegurada la garantía de los derechos, ni determinada la


separación de los poderes, carece de Constitución”

Decía Montesquieu que de tal separación de los Poderes se derivan varias ventajas, siendo una de las
principales, la eliminación del peligro de que un órgano ignore cual es el campo preciso de sus
atribuciones y lo desborde. Esto puede suscitarse sobre todo con el Poder Ejecutivo, quien podría
absorber las funciones del Legislativo, convirtiéndose en un Dictador. Así mismo, repartido el
ejercicio de la soberanía entre varios órganos del Estado en plano de igualdad, se obtiene un
equilibrio que se traduce en un prudente ejercicio del poder, en un balance de poderes, en el que un
poder sirva de freno y de control al otro. Es la conocida “teoría de frenos y contrapesos”

La teoría consiste en que un poder vigila y controla la actividad del otro en atención a su reciproca
vigilancia, en virtud de que estando perfectamente delimitadas sus funciones, cada uno dentro de su
propia esfera, evitará en primer lugar salirse de ella, y en segundo lugar, que los otros poderes
puedan también inmiscuirse dentro de su correspondiente esfera de competencias. En suma, la
soberanía ha de encontrarse repartida entre varios órganos. Del equilibrio entre los poderes y la
delimitación precisa de su competencia, resulta también un beneficio indudable en favor de los
ciudadanos, de su libertad y de su seguridad. El ciudadano queda protegido contra las acciones
desorbitadas del poder estatal.

El Estado debe manifestarse a través de normas generales y tales leyes han de emanar del órgano
encargado de esa función. Si los jueces creasen las leyes e igual sucediera con el órgano
administrativo, los ciudadanos so sabrían a qué atenerse, existiría una inseguridad e inestabilidad que
redundaría en perjuicio del bienestar y la tranquilidad de la Comunidad Política. Según Montesquieu
que tal separación entre los poderes, facilita un mejor ejercicio del poder.

En efecto, para poder realizar sus fines, el Estado tiene que actuar, tiene que desarrollar actividades.
Esas actividades fundamentalmente corresponden a su estructura orgánica inmediata. Tales
actividades se desarrollan de acuerdo con el contenido propio de las funciones atribuidas a sus
órganos inmediatos, y así en la vida del Estado en el desarrollo de esas actividades, encontramos las
siguientes funciones fundamentales:

a) En toda organización estatal tiene que existir una actividad encaminada a formular las normas
generales que deben, en primer lugar, estructurar al Estado y en segundo lugar, reglamentar
las relaciones entre el Estado y los ciudadanos, así como las relaciones de los ciudadanos
entre sí. Tal tarea compete a una función legislativa. En otros términos, respecto a las
atribuciones que se refieren a la reglamentación de las actividades de los particulares, la
función legislativa constituye el medio de realizar esa regulación, puesto que ella se hace por
medio de normas generales de derecho.

b) Demás todo Estado debe tener una función encaminada a tutelar el ordenamiento jurídico
definiendo la norma precisa que aplicar en los casos particulares. Esta es la función
jurisdiccional.
28

c) Una tercera función esencial del Estado, es la de actuar promoviendo la satisfacción de las
necesidades de los ciudadanos y fomentando el bienestar y el progreso de la colectividad. Se
trata de la función Administrativa, en la cual se encuentra comprendida la función
gubernamental o de alta dirección del Estado.

d) En Nicaragua, existe una cuarta función fundamental del Estado, la cual se encuentra a cargo
de uno de los Poderes del Estado, como es el Poder Electoral, que constituye el cuarto poder.
Al Poder Electoral corresponde en forma exclusiva la organización, dirección y vigilancia de las
elecciones, plebiscitos y referendos.

FUNCIONES DEL ESTADO

FUNCIÓN FUNCIÓN FUNCIÓN FUNCIÓN


LEGISLATIVA JURISDICCIONAL ADMINISTRATIVA ELECTORAL

En todo Estado contemporáneo, existen de manera necesaria, siempre esas funciones típicas, a
través de las cuales se manifiesta el poder supremo o soberanía. No obstante la estructura de la
administración puede ser analizada también como criterio formal y criterio material:

a) (Criterio Formal). Desde el punto de vista subjetivo, en tal sentido, la administración implica
una estructura orgánica, un ente o pluralidad de entes a los que está atribuida la función de
administrar. Se refiere a la organización de la administración.

b) Criterio Material. Desde un punto de vista objetivo, la administración es una acción, una
realización de actividades para un fin. Significa la acción y competencias que la administración
tiene atribuidas y que debe ejercer en beneficio de la comunidad.

(Escorcia, 2002)

4.6 LOS PARTIDOS POLITICOS

13-La Ley de Partidos Políticos de Nicaragua, Decreto 1312 del 17081983, publicado en la Gaceta
Diario Oficial N° 210 del 13091983, establece:

Artículo 2: Los Partidos Políticos son agrupaciones de ciudadanos nicaragüenses ideológicamente


afines, constituidos, con el objetivo, entre otros, de optar al Poder Político, con la finalidad de realizar
un programa que responda a las Necesidades del Desarrollo nacional. Los Partidos Políticos son
instituciones de Derecho Público.
29

Artículo 3: Solo las Agrupaciones legalmente reconocidas como Partidos Políticos gozarán de los
Derechos, garantías y estarán obligados al cumplimiento de los deberes que esta Ley y las demás de
la República establezcan.

Artículo 4: Los Partidos Políticos podrán organizarse libremente en el País sin restricción ideológica
alguna. Se prohíbe la existencia de Agrupaciones o Partidos Políticos que pretendan el retorno al
Somocismo o propugnen por establecer un sistema político similar.

Artículo 5: Los Partidos Políticos se regirán por sus propios principios y fines, pero deberán respetar el
Estatuto Fundamental, el Estatuto sobre Derechos y Garantías de los Nicaragüenses y los Principios
Fundamentales de la Revolución Popular Sandinista, como son el antimperialismo y su carácter
profundamente popular y democrático.

(Ley de Partidos Politicos de Nicaragua, 1983)

4.6.1 DEL REGIMEN JURIDICO DE LOS PARTIDOS POLITICOS EN NICARAGUA


Regulación jurídica de los Partidos Políticos
En Nicaragua la regulación de los partidos Políticos esta ordenado en primera instancia en la
Constitución Política y en la Ley Electoral. La Constitución Política en su artículo 5 consagra como
principio de la nación nicaragüense el pluralismo político mediante el cual se asegura al pueblo la
existencia y participación de todas las organizaciones políticas en los asuntos económicos, políticos y
sociales del país, sin restricción ideológica, excepto aquellos que pretendan el restablecimiento de
todo tipo de dictadura o de cualquier sistema antidemocrático.
El mismo texto Constitucional en su artículo 55 expresa el derecho de los ciudadanos nicaragüenses a
organizar o afiliarse a partidos políticos, con el fin de participar, ejercer y optar al poder. Además el
artículo 173 en sus numerales 11, 12 y 13 otorga al Consejo Supremo Electoral la atribución de
regular lo tendiente a la existencia, funcionamiento y estructura de los partidos políticos.
La Ley No. 331, Ley Electoral desarrolla los preceptos constitucionales mencionados anteriormente y
regula en el Título V lo concerniente a los partidos políticos, sus derechos y deberes, la forma de
constituirse, así como la suspensión y cancelación de la personería jurídica. La reforma constitucional
de 1995, introdujo un nuevo elemento que modificó el sistema electoral disponiendo que para las
Resoluciones del Consejo Supremo en materia electoral no cabe recurso alguno ordinario ni
extraordinario. Podemos deducir de lo anteriormente estudiado, que la materia electoral en
Nicaragua tiene su sustento legal, básicamente en dos normas jurídicas: la Constitución y la Ley
Electoral.
30

La Ley Electoral, establece su objeto de regulación siendo todos los procesos electorales nacionales,
regionales y municipales, régimen legal de partidos políticos, inscripción, personalidad jurídica,
resolución de conflictos, y cuestiones relativas al funcionamiento administrativo de los organismos
del Poder Electoral. De esta redacción se desprende entonces, que la facultad o dimensión electoral-
jurisdiccional del Consejo Supremo Electoral versa únicamente sobre los procesos electorales, desde
la publicación del calendario electoral hasta la entrega de credenciales a los electos.
Cabe recordar, que el Consejo Supremo Electoral tiene competencias jurisdiccionales y
administrativas en temas electorales y en otros que no.
Cuando analizamos el alcance de estas atribuciones encontramos una serie de disposiciones legales
que hacen ver a este Poder como un órgano sui generis, es decir, además de ser un órgano publico
legalmente constituido para administrar los procesos electorales, comparte con el Poder Judicial
algunas atribuciones verdaderamente jurisdiccionales. El Artículo 173 inciso 5, constitucional, expresa
que el Consejo Supremo Electoral podrá: Ver Arto. 173 parte infine Constitución Política. “conocer y
resolver en última instancia de las resoluciones que dicten los organismos electorales subordinados y
de las reclamaciones e impugnaciones que presenten los partidos políticos”.
A continuación en el inciso 15, agrega: “De las resoluciones del Consejo Supremo en materia electoral
no habrá recurso alguno, ordinario ni extraordinario”. Mientras el artículo1 de la Ley Electoral
dispone; “Las resoluciones que se dicten sobre los asuntos relacionados en cualquiera de los seis
numerales anteriores, no serán objeto de recurso alguno, ordinario ni extraordinario” De ello
podemos deducir que en materia electoral, es un tribunal electoral, que ejerce, además, una función
administrativa como la fiscalización electoral.
A la vez dicho organismo es competente en otras funciones importantes, no propiamente electorales,
entre ellas el registro de los partidos políticos y la revisión de las declaraciones de vacancia de las
autoridades elegidas, tal como la muerte de un candidato, por ejemplo. La inscripción o registro de
los partidos políticos es una función, registral. Por tanto, su naturaleza administrativa resulta
evidente. Asimismo, es una función que no constituye materia electoral.
Desde el punto de vista de un proceso electoral, el registro de partidos es un asunto o cuestión pre-
electoral. Ver Arto. 173, numeral 13 constitucional establece como atribución del Consejo Supremo
Electoral la vigilancia y resolución de los conflictos sobre la legitimidad de los representantes y
directivos de los partidos políticos., mientras el Arto. 149 de la Ley Electoral dispone que ante la falta
definitiva de un diputado propietario se incorporará a su respectivo suplente.
A su vez el Arto. 31 de la Ley de Municipios establece que ante la falta definitiva del propietario y el
suplente la vacante de ese escaño será llenada por el suplente siguiente en el orden descendente del
mismo partido o alianza, agotada la lista en ese orden se escogerá al suplente siguiente en el orden
ascendente de forma sucesiva.
Un proceso electoral, inicia con la convocatoria correspondiente y concluye con el cierre del mismo,
determinado por la ley electoral. En Nicaragua el organismo encargado, en consulta con los partidos
31

políticos que gozan de personalidad jurídica, previo a las elecciones, elabora el calendario de ética
electoral en el cual se señalan las actividades a efectuar, el término, desarrollo y procedimiento de la
campaña electoral y el día de las elecciones.
Culmina este proceso con la toma de posesión de las autoridades electas ya sea en las nacionales,
regionales o municipales. Ahora bien, el plebiscito y el referéndum inician su proceso con la
aprobación del Decreto Legislativo de Convocatoria a partir del cual el Consejo Supremo Electoral
elabora calendario estableciendo el periodo de la campaña de propaganda y día de las votaciones.
Dentro de un proceso electoral ocurren una serie de actos, procedimientos y etapas, que son
susceptibles de resolución por parte del Consejo Supremo Electoral entre ellas la inscripción de
fórmulas o listas de candidatos, la resolución de las tachas contra las candidaturas, la aprobación del
padrón electoral y la proclamación de las formulas u opciones ganadoras de los procesos electorales,
o de los resultados del referéndum o consulta popular.
Todas aquellas decisiones que no estén comprendidas dentro del marco electoral no constituyen
materia electoral. El Consejo Supremo Electoral solo puede emitir resoluciones jurisdiccionales
cuando los asuntos que resuelve están relacionados con los procesos electorales, es decir, cuando
resuelve en materia electoral. Ver Arto. 4 y 22, de la Ley Electoral. Ver Arto. 137, de la Ley Electoral.
Ver Sentencia No. 504, CORTE SUPREMA DE JUSTICIA.- Sala de lo Constitucional.- Managua,
diecinueve de octubre de dos mil nueve.-Las cinco de la tarde.- ratifica “que no cabe el Recurso de
Amparo, ni recurso alguno, ordinario ni extraordinario, en contra de las Resoluciones que dicta el
Consejo Supremo Electoral en Materia Electoral por ser Regulación Jurídica de los Partidos Políticos
en Nicaragua.
De ello se podría concebir como materia electoral al “conjunto de actividades que se conjugan en las
atribuciones de este Poder”, y para vislumbrar el límite entre las atribuciones administrativas y las
jurisdiccionales de este órgano y aún más, a partir de dónde empezar la protección de las garantías
constitucionales en nuestro país, cabría preguntarse ¿qué discernir por materia electoral?
En este sentido y siguiendo lo estatuido en la Ley Electoral constituye materia electoral y es exclusivo
del Consejo Supremo Electoral lo regulado en el artículo 1 “La presente Ley es de carácter
constitucional y regula: a) Los procesos electorales para las elecciones de: 1) Presidente y Vice -
Presidente de la República. 2) Diputados ante la Asamblea Nacional. 3) Diputados ante el Parlamento
Centroamericano. 4) Miembros de los Consejos de las Regiones Autónomas de la Costa Atlántica. 5)
Alcaldes y Vice-alcaldes Municipales. 6) Miembros de los Concejos Municipales. Las resoluciones que
se dicten sobre los asuntos relacionados en cualquiera de los seis numerales anteriores, no serán
objeto de recurso alguno, ordinario ni extraordinario.”
Entonces, por sí mismo, el Consejo Supremo Electoral no puede impartir justicia en asuntos que no
sean materia electoral, de tal modo que cuando resuelve sobre asuntos que no son materia electoral,
lo hace en calidad de organismo administrativo, por lo que dichas resoluciones no son
jurisdiccionales, sino administrativas. Del tal manera que podemos observar que estas resoluciones
32

no están “protegidas” por la irreversibilidad de las resoluciones del Consejo Supremo Electoral
establecida por el artículo 173 de la Constitución.
Por lo tanto, cualquier resolución administrativa emitida por el Consejo Supremo Electoral, exclusivo
de ese poder, tal y como es lo regulado en el artículo 1 literal a) numerales 1º al 6to de la Ley No.
331, Ley Electoral”. Regulación Jurídica de los Partidos Políticos en Nicaragua pueden ser impugnadas
judicialmente a través del proceso contencioso administrativo o recurso de amparo.
(Hurtado, 2013)

4.7 El PUEBLO ORGANIZADO:-LA PARTICIPACION POPULAR

4.7.1 QUÉ ENTENDER POR PARTICIPACIÓN POPULAR.


La participación no es un concepto único, estable y referido sólo a lo político. Es una dinámica
mediante la cual los ciudadanos se involucran en forma consciente y voluntaria en todos los procesos
que les afectan directa o indirectamente.
Se habla de participación cuando la gente:
a) asiste a reuniones;
b) cuando sale a la calle a manifestarse a favor o en contra de algo;
c) cuando de manera pacífica se niega pública y notoriamente a comprar, hacer o decir algo que la
mayoría considera correcto,
d) cuando vota en los procesos electorales,
e) cuando ejecuta determinadas tareas: campañas de alfabetización, de vacunación, etcétera;
f) cuando hace sentir su voz en una reunión.
Todas estas son, sin duda, formas de participación, pero, a nuestro entender, la principal forma es la
participación en la toma de decisiones que le afecten e involucren a otros y en el control de la
ejecución y mantenimiento en el tiempo de las medidas adoptadas.
En ese sentido, la participación se convierte en una herramienta para derrotar la exclusión política. Al
ejercer plenamente su ciudadanía, la gente recupera el verdadero sentido de la democracia, poder
para el pueblo y del pueblo.
Desde la perspectiva de la revolución bolivariana, la participación abre espacios de encuentro entre
los ciudadanos y sus gobiernos, posibilitando el desarrollo de políticas públicas altamente
relacionadas con las expectativas y necesidades de la gente.
La participación es el camino para la conformación de la ciudadanía. Es conciencia política
emergente. En el marco de la democracia participativa y protagónica, la participación es una práctica
33

que debe estar presente en todos los procesos de toma de decisiones en los asuntos de interés
público.
4.7.2 LA PARTICIPACIÓN COMO PROCESO
La participación no se decreta desde arriba. Implica un largo proceso de aprendizaje. Una lenta
transformación cultural y, por lo tanto, sus frutos nunca se cosecharán de inmediato. Recordemos
que en nuestro pueblo subyace aún una “cultura” de intermediación política, de la representación,
del clientelismo, de profundas prácticas individualistas, heredadas de la IV República y del influjo
perverso del neoliberalismo, presente en casi todas las relaciones humanas.
Los líderes comunitarios deben, por eso, ser prudentes al esbozar las metas. Es necesario evitar crear
falsas expectativas. El poder popular es un proceso que se construye a partir de cada logro colectivo
que se alcanza. Cada uno de estos logros deben expresar serios avances en la inclusión de los otros.
El poder popular debe expresar la confluencia y el mayor consenso posible para la acción por parte
de los movimientos sociales, los partidos políticos, la institucionalidad y las voces disidentes de las
minorías.
Apoyarse en las propias fuerzas colectivas y la experiencia acumulada contribuye a elevar la
conciencia ciudadana y, con ella, a elevar la confianza comunitaria en sus propias capacidades y
potencialidades, es decir, la elevación de la autoestima colectiva. Ello implica, una valoración de
todas las formas de participación de base que vayan apareciendo.
4.7.3 BARRERAS DE LA PARTICIPACIÓN Y CÓMO SUPERARLAS
La transformación cultural requerida no es nada fácil. Hay que enfrentarse a múltiples barreras.
Examinaremos aquí algunas de ellas.
ESCEPTICISMO Y APATÍA
Las prácticas utilitarias de los ministerios, gobernaciones, alcaldías y juntas parroquiales respecto a la
participación, durante los cuarenta años del sistema político de democracia representativa,
generaron una profunda desconfianza ciudadana respecto a las bondades de la misma.
Es muy común encontrar en las comunidades más excluidas un gran nivel de incredulidad y apatía. La
gente está cansada de promesas incumplidas. Desconfía de la política y de los políticos.
Por otra parte, los logros ciudadanos en el ejercicio de la participación como resistencia al margen o
enfrentada a las instituciones, generó en algunos movimientos populares una cultura de oposición
permanente. Todo lo que huele a institución o institucional es, de por sí, algo dudoso, se le considera
como un potencial enemigo. No se entiende que las instituciones en manos de personas que
comparten un proyecto de sociedad humanista y solidario pueden ser muy útiles para despertar o
consolidar la organización popular.
Es necesario vencer ese gran escepticismo y apatía reinante siendo muy consecuentes a la hora de
prometer soluciones. Jamás se debe prometer lo que no se pueda cumplir.
34

VENCER LA CULTURA CLIENTELAR Y DE OTORGAMIENTO DE FAVORES


A nivel mundial existe una profunda cultura clientelar y de mediaciones políticas. Todo se consigue a
través de intermediarios que cobran de diversas maneras sus favores (políticos, económicos y de
ascenso social). Hay que vencer la cultura paternalista del Estado repartidor de dádivas pero
castrador de dignidades. –
Hay que luchar por construir una nueva cultura que genere la convicción de que es a través de la
organización y participación del pueblo cómo se logra derrotar la pobreza y edificar una sociedad
libre, justa y de iguales.
Para ello es fundamental que los recursos con que cuentan las instituciones estatales para otorgar
servicios y realizar obras en la comunidad no sea distribuido de acuerdo a criterios individuales de tal
o cual funcionario del aparato administrativo, sino luego de una consulta popular donde
colectivamente se determinen los criterios de distribución de esos recursos.
Resulta de especial importancia enfatizar en el desarrollo de prácticas reflexivas, evaluar
permanentemente los logros alcanzados a través de la participación respecto a las necesidades de
coyuntura y estratégicas de la propia comunidad. Atreverse a pensar y entender lo que ocurre en la
realidad en la cual se vive y participa, es el camino cierto para alcanzar la independencia de
pensamiento y constituye el mejor antídoto contra la manipulación de la participación comunitaria.
En este sentido, la educación popular y sus formas de entender la realidad, los conflictos y la
necesidad de cambios la convierten en una herramienta de primer orden en la promoción y
sostenibilidad de la participación.
BUROCRATISMO
No hay que confundir burocracia con burocratismo. La burocracia es el ejército de funcionarios que
garantiza el cumplimiento de las metas del Estado y del gobierno y, como tal, es necesaria.
Otra cosa es el burocratismo, visto como el surgimiento de alcabalas, trámites y exigencias
innecesarias que bloquean o impiden el logro de las metas de una administración.
El burocratismo tiende a multiplicar las instancias y exigencias para solucionar los problemas de la
gente. Para lograr este propósito las instituciones suelen incrementar de manera permanente el
número de funcionarios, abriendo paso a prácticas clientelares. Cada nuevo grupo de funcionarios
eleva la cantidad de procedimientos y conlleva una cadena de lealtades que propician el surgimiento
de la corrupción.
Además, el burocratismo posibilita el surgimiento de la corrupción, al multiplicar el papeleo, la
discrecionalidad en la toma de decisiones y los grupos de intereses generados por la cultura
clientelar.
El burocratismo es la antítesis del protagonismo ciudadano en la gestión de los asuntos públicos. Para
evitar el burocratismo habría que:
35

a. Achatar la pirámide burocrática


Achatar la pirámide burocrática evitando tanto en la institucionalidad como en las organizaciones de
base el surgimiento de instancias intermedias y procesos artificiales. Las organizaciones deben
construir formas de dirección que abran paso a formas de gestión donde los dirigentes sean simples
facilitadores de las decisiones tomadas por la mayoría.
b. Simplificar los procesos
Simplificar procesos, fusionar trámites, haciendo más expeditos los caminos para la solución de
problemas, sin que ello implique un abandono de la calidad técnica ni la pertinencia de las soluciones.
c. Desconcentrar y descentralizar las tareas administrativas.
La desconcentración y la descentralización de las tareas administrativas son iniciativas que
contribuyen a derrotar el burocratismo. Ello demanda una distribución geográfica diferente de gran
parte de los funcionarios, lo que evita que éstos se concentren en el centro de las ciudades capitales
de estado en lugar de distribuirse equitativamente en todo el territorio, de modo que no sólo las
clases adineradas tengan facilidad de acceso a los servicios públicos sino toda la población. No se
trata de elevar desproporcionadamente el tamaño del Estado, sino de distribuir mejor a los
trabajadores públicos.
VERTICALISMO Y AUTORITARISMO
Otra traba a la participación es el estilo verticalista, autoritario, de algunos dirigentes y cuadros
administrativos que dirigen autoritariamente, pretendiendo “bajar” líneas de acción a las
comunidades sin consultarlas en ningún sentido. Lo que interesa es que se ejecute lo indicado desde
arriba, no existiendo preocupación alguna por convencer a la gente acerca de las propuestas que se
levantaban.
La participación popular exige un estilo democrático de conducción, que incorpore a las bases al
proceso de toma de decisiones. Tenemos que luchar por eliminar todo verticalismo ya que éste anula
la iniciativa de las masas. Nuestro papel es el de orientadores y no el de suplantadores de las masas.
a) Eso es lo que se llama modelo de gestión de pirámide invertida.
b) En lugar de que los servicios que proporciona el estado estén concentrados en el centro de la
ciudad se busca colocarlos en los municipios o en las parroquias o en subdivisiones de éstas para que
los vecinos puedan realizar diversos trámites administrativos más cerca de sus hogares, agilizando los
mismos.
c) El nivel central de una organización, a través de la descentralización delega en otros órganos
locales la administración de un servicio, reservándose la generación de políticas. La desconcentrar
además de delegar, faculta a órgano local para que tome decisiones de orden político.
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Para lograr sus objetivos, los líderes autoritarios comúnmente utilizan el miedo, basado en la
arbitrariedad, en aras de evitar la reflexión crítica, el pensamiento, la acción y las capacidades
creativas de las personas,
No se debe confundir autoritarismo con ejercicio del gobierno con autoridad. La autoridad se apoya
en el poder y la legitimidad, o lo que es igual, poder legitimado por la mayoría. Los líderes y
gobernantes revolucionarios precisan prescribir el autoritarismo como herramienta empleada para
imponer su visión de las cosas y, en esa medida, deben apostar por la generación de prácticas
democráticas que privilegien el diálogo, busquen consenso y respeten las posiciones disidentes.
ESCASEZ DE TIEMPO
Muchas veces solemos ponernos metas cuyos plazos son muy cortos e impiden la maduración de los
procesos participativos.
Hay que tener claro que la participación necesita tiempo: tiempo para hilar una idea, tiempo para
expresarse, tiempo para que unos reafirmen las ideas de los otros, tiempo para convencer, tiempo
para concretar una idea en actividades prácticas, tiempo para señalar y resaltar las ideas correctas y
esclarecerlas con argumentos.
INCAPACIDAD DE ESCUCHAR
Todos hemos estado presentes en reuniones poco productivas en las que se impone un diálogo de
sordos. En tales espacios, los argumentos de unos pretenden ser impuestos a los demás sin que las
partes logren ponerse de acuerdo para escucharse.
No sólo durante las reuniones o mesas de trabajo se registra esta incapacidad de escuchar. Es común
apreciar como determinados gobernantes o líderes, una vez instalados en sus cargos le dan la
espalda a la propia gente que le confirió tal responsabilidad. Muchas veces éste no es un acto
voluntario, las turbulencias y el agobio del trabajo impide que los representantes puedan escuchar a
los grupos organizados y al pueblo en general. En este caso es importante que la acción popular
explore vías junto a sus dirigentes para producir espacios de diálogo permanente.
Los gobernantes y líderes no pueden perder el contacto con la gente. Los líderes formales y
naturales, así como todos los ciudadanos requieren practicar la cultura del debate. Por ello, es
imperativo que nunca se cierre la brecha de contacto permanente entre las partes. Cuando esto
ocurre, siempre la fuerza de las mayorías puede apelar a una protesta organizada para que sean
escuchadas.
INTOLERANCIA
Una de las actitudes que pone trabas a la participación es la intolerancia. Es habitual que en las
reuniones de trabajo, surjan posiciones antagónicas, discrepancias de opiniones y divergencias de
fondo y forma. No todos pensamos igual, no todos vemos los problemas por una única ventana. No
puede ser que se quiera imponer una sola visión a raja tabla. Es necesario ser tolerante; hay que
adquirir una cultura de diálogo y de debate. Y esto sólo es posible si se abandona la idea de que uno
37

posee toda la verdad y los demás están absolutamente errados. Si se acepta que las demás personas
pueden tener, al menos, una parte de la verdad.
Nuestra norma debe ser la tolerancia. Todos y todas tienen el derecho de ser oídos respetuosamente,
independientemente de que no se compartan sus criterios. 8.
DESCONFIANZA EN EL PUEBLO
Hay dirigentes que no confían en el pueblo, que consideran que dedicar horas a conversar con la
gente es pérdida de tiempo.
Es necesario confiar en la capacidad creadora del pueblo y atreverse a liberar el potencial creativo de
la ciudadanía. Una revolución como la bolivariana pasa por la emancipación de la inteligencia
colectiva que se oculta entre los sin sabores de las derrotas, las frustraciones, la apatía y la
resignación. Inventar o errar es la consigna que guía esta idea.
Una vez que la gente adquiere confianza en sí misma, en su capacidad creativa y en sus
potencialidades de acción, eso redunda en una mejor disponibilidad para participar en nuevas
empresas comunitarias, en la medida que se decide a organizarse para participar.
IMPROVISACIÓN DE LOS FUNCIONARIOS DEL GOBIERNO
Los funcionarios de gobiernos (local, regional o nacional), incluidos los revolucionarios, suelen
aproximarse a las comunidades con una precaria preparación para ello. Muchas veces no saben
quiénes son los que asisten a las reuniones ni cuáles son sus problemas. Defienden su dejación en la
preparación de las reuniones argumentando acerca de las bondades de lo espontáneo.
Las organizaciones de base y los líderes comunitarios son muy sensibles cuando descubren la
improvisación con la cuál actúa la burocracia ante los ciudadanos. Cuando se encuentran con un
funcionario que se prepara de manera adecuada para su encuentro con la comunidad, éstas
rápidamente suelen expresarle su respeto.
En la experiencia del municipio Caroní bajo la conducción del alcalde Clemente Scotto, en la década
de los noventa, la improvisación fue desterrada mediante la norma de trabajo consistente en la
preparación de diagnósticos técnicos previos, llamados fotografías de la realidad. Esta información se
otorgaba en las primeras reuniones de trabajo y constituía el punto de partida para los debates de
planificación compartida entre comunidad y gobierno local.
DIRIGENTE SABELOTODO
Una barrera tanto o más perniciosa que la anterior es la que produce el dirigente que se presenta
ante la comunidad como una persona excesivamente preparada, que conoce al dedillo todos los
problemas de la comunidad y sabe cómo resolverlos. Esta actitud promueve la pasividad. ¿Para qué
participar si el dirigente tiene todas las respuestas?
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Ayuda mucho más a la participación que un dirigente trate de estimular que sean los propios
asistentes a la reunión los que hagan los diagnósticos y las propuestas, aunque el sepa de antemano
cuáles serán las respuestas.
EL ESPONTANEÍSMO DE LAS COMUNIDADES
La improvisación de los funcionarios tiene su complemento en el espontaneísmo comunitario. Éste
pretende fundamentarse en el desprecio por los teóricos y la teoría, cuando en realidad revela un
precario desarrollo de la sistematización, la revisión crítica de las experiencias y una limitada cultura
de socializar la información entre todos los integrantes de las organizaciones o comunidades. No
basta con hacer. La parábola popular que dice: “el camino del infierno está lapidado de buenas
intenciones,” sintetiza los riesgos del espontaneísmo.
Éste no es otra cosa que una práctica comunitaria sin definición de objetivos, sin centrar esfuerzos,
sin identificar los ámbitos reales de desarrollo. Los esfuerzos se dispersan en un afán de la acción por
la acción.
Las comunidades y sus liderazgos deben estar alerta ante las expresiones de espontaneísmo que se
presentan en su seno. Se debe convocar a la gente a que discuta y participe bajo una agenda
construida de manera compartida entre todos los líderes de la localidad. La elaboración consensuada
de los puntos y temáticas a tratar, así como el enfoque de las mismas, posibilita el emerger de la
cultura de la sistematización, la evaluación compartida y el pensamiento reflexivo. Pero la agenda
consensuada debe ser vista como un acuerdo mínimo que puede ser modificado y enriquecido por las
propias comunidades en el diálogo de saberes que se genera en las asambleas, plenarias y mesas de
trabajo.

ASAMBLEÍSMO
Aun cuando las grandes asambleas aparecen como el espacio ideal de participación para mucha
gente, no necesariamente lo son. Por el contrario, reuniones con una gran asistencia y falta de
preparación pueden ser el lugar propicio para que líderes inescrupulosos manipulen a los asistentes a
través de discursos muy floridos pero con escaso contenido.
Los politiqueros con discurso radical, sin inserción social concreta, suelen defender el asambleísmo
porque esto les permite capitalizar las reuniones sin que ello implique un real compromiso con el
seguimiento de los acuerdos que de ella emanen.
Por eso la práctica aconseja que para agilizar la discusión de los problemas y la elaboración de los
planes de trabajo sectoriales es conveniente recurrir a reuniones menores (entre 20 y 50 personas),
que algunos han denominado mesas técnicas o comisiones de trabajo.
39

Les corresponde a estas mesas y comisiones profundizar el diagnóstico y establecer las modalidades
de intervención social para la superación de necesidades o para cumplir expectativas.
Teniendo en cuenta lo anterior, no se puede negar, sin embargo, que las asambleas son el espacio
privilegiado para hacer transparente los procesos de toma de decisiones y evaluar colectivamente si
una decisión fue correcta o no. Las asambleas son el espacio para ratificar el norte de actuación de
los equipos comunitarios.
Por eso, una vez concluido el trabajo delegado se hace necesario volver a las asambleas. En éste caso,
todas y todos los miembros de la comunidad debaten y acuerdan las orientaciones centrales de
interés e intervención.
Los líderes y organizaciones de base consustanciadas con la gente conocen las costumbres de los
habitantes de un lugar, saben cuándo se dan condiciones más favorables para que la gente asista a
las reuniones y suelen contar con un calendario de actividades de acuerdo a estas consideraciones.
Pero no hay que confundir asamblea con asambleísmo. Éste es una desviación ultra democrática que
pretende someter todo asunto a la discusión asamblearia hasta paralizar la dinámica de los procesos
participativos de base.
Por otra parte, es errado considerar que quienes más participan en las asambleas son los que mejor
trabajan por la comunidad. No hay que descartar que lo que esas personas buscan es sólo hacerse
visibles, hacer presencia. En estos casos, el exceso de protagonismo impide una adecuada
contribución al desarrollo de las tareas colectivas centrales.

FORMALISMO DECLARATIVO
Por lo general, suelen ser más activas en las discusiones las personas que poseen títulos
universitarios, preparación especial, dominio del tema tratado o actitudes como líder. Este hecho
configura una distorsión de las reuniones, por cuanto los oradores más aventajados del foro hacen
prevalecer sus opiniones por encima de quienes poco intervienen, poseen limitaciones para armar su
discurso o simplemente se inhiben para hacerlo.
Muchos de ellos se limitan a hacer intervenciones declarativas, de lucimiento personal, que no
aportan al análisis ni a la solución de los problemas. En tales situaciones, se debe llamar la atención
del exponente, en aras de que concrete su intervención.
No se trata de castrar el derecho que tienen los participantes de hacer uso de la palabra, sino de
auspiciar el aprovechamiento del tiempo de todo el colectivo. Generar disciplina en las reuniones,
concluir y tomar decisiones consensuadas, debe ser el norte de las sesiones de trabajo.
Por eso, nos parece muy valioso el siguiente principio que adoptó un grupo comunitario: el que
interviene en una reunión asume la responsabilidad de ejecutar la tarea que propone. Eso elimina de
inmediato el formalismo declarativo.
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PERFECCIONISMO
La realidad es siempre contingente, es decir, en constante cambio. La intención de comprensión
acabada del mundo expresa mitos sociales pues la realidad cambia a cada rato y su abordaje
demanda una buena dosis de improvisación. A menudo, muchas cosas dejan de hacerse por la escasa
disposición a asumir riesgos que tienen determinados actores sociales e institucionales. Se aprecia
una marcada tendencia a buscar mejorar indefinidamente un trabajo sin decidirse a considerarlo
nunca totalmente acabado, lo que retrasa y, muchas veces, coarta muchas iniciativas. Esta actitud es
conocida como perfeccionismo.
Los rasgos en la personalidad perfeccionista se expresan por medio de la combinación de los
siguientes aspectos: se posee un deseo exagerado de constante mejora, un deseo por alcanzar metas
excesivamente elevadas y preocupación por el concepto tienen los demás sobre el líder.
El perfeccionista suele repetir una misma tarea varias veces en un obsesivo intento por mejorar su
desempeño, lo que supone mayor inversión de tiempo y recursos disponibles, por ende, el resultado,
aunque logre ser óptimo, nunca será eficiente.
El perfeccionista emprende una tarea si está seguro que el resultado será perfecto, incuestionable,
irrefutable. Esta circunstancia inhibe la creatividad y reprime el espíritu emprendedor que debe
caracterizar a los líderes y gobernantes.
Por otra parte, la preocupación y la indecisión están presentes en todas las actuaciones de su vida,
suele ser muy crítico consigo mismo y con los demás y nunca está satisfecho del todo. Asimismo, el
perfeccionista suele fijarse más en los aspectos en que falla, concentrándose en cada error y en cada
defecto, si comete un pequeño fallo es capaz de considerar mal hecho todo el trabajo.
En aras de superar las tendencias perfeccionistas, es aconsejable recordar que todos cometemos
errores. Lo importante es saber asumirlos públicamente y reflexionar sobre ellos, con el ánimo
abierto a la idea de procurar solucionarlos y a aprender de nuestros errores.
Se deben fijar metas realistas, alcanzables. Si los proyectos han sido debidamente socializados y
validados por las mayorías, los errores serán objeto de un aprendizaje también colectivo. –
SECTARISMO
Sectario es quien defiende en forma ciega, no razonada, la “secta” a la cual él pertenece. Una “secta”
puede ser un determinado grupo de amigos, un partido, una seccional o regional de ese partido, una
federación sindical, un movimiento social, etcétera. Sólo la “secta” tiene la razón. Los demás, cuando
no coinciden con ella, están equivocados y sus opiniones no merecen ni siquiera ser escuchadas y
discutidas, sino ser aplastados, ridiculizadas, reprimidas.
Ser sectario es anteponer los intereses parciales de la secta a los intereses generales del proyecto por
el que se lucha.
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Existe sectarismo cuando en un ministerio, por ejemplo, los entes que trabajan en relación con el
agro, en lugar de complementarse y trabajar en forma armónicas se dedican a competir entre sí, a
ganar zonas de influencias, etcétera. Existe sectarismo cuando un partido dentro de un frente político
desprecia a sus aliados, tratando de copar todos los puestos directivos importantes con su gente e
impidiendo que los representantes de los otros partidos participen también de la dirección; lo mismo
ocurre con una corriente sindical con respecto a otras, o un movimiento social con respecto a otros.
Es común percibir actitudes sectarias en ciertos grupos sociales, políticos o institucionales.
Las actitudes sectarias ensordecen, impiden escuchar a los argumentos de otros. El sectarismo se
convierte en una traba para alcanzar el consenso duradero. El sectarismo es un obstáculo para la
participación.
El sectario solo ve a través de los lentes de su organización. Para él, los demás no tienen razón. Quien
no piense igual que él es su adversario.
El sectario busca imponer su verdad por cualquier medio, por ello limita las adhesiones y conduce a
fracturas en la unidad.
Si un miembro de una organización distinta a la suya tiene un comportamiento que considera
equivocado, sentencia como malos a todos los miembros de dicha organización. Quien no pertenece
a su grupo es adversario y no le concede la posibilidad de cambiar.
No sólo se reproducen prácticas sectarias entre componentes de grupos ideológicamente
antagónicos, también se evidencia entre tendencias identificadas con un mismo proyecto. El sectario
tiene un comportamiento extremista que lo lleva a conformar fracciones incluso dentro de su propia
organización.
El sectarismo es muy negativo porque conspira contra la unidad de los factores que deberían
articularse y potenciarse mutuamente y enrarece el ambiente, creando rechazos y suspicacias que
crean un ambiente desfavorable a la participación.
Para combatir al sectarismo, es preciso interpretar el espíritu de la participación como herramienta
de transformación del ser humano mediante la discusión y los aportes de todos para arribar al mayor
grado de consenso posible. Aceptar la diversidad, promover la tolerancia, asumir comportamientos
de humildad, reconocernos como iguales, es la clave para erradicar el sectarismo.
DOGMATISMO
Ser dogmático significa razonar con recetas prefabricadas frente a los procesos sociales y políticos,
sin analizar la situación real del país que se quiere transformar.
El dogmático es aquel que se aferra a ideas fijas, para él nada cambia. La realidad no es dinámica,
sino que se reproduce en ciclos reiterativos. Sus reglas son inalterables y se convierten en la única
verdad.
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El dogmatismo es un acto de fe, incapaz de comprender la riqueza del mundo real, su diversidad y
naturaleza contradictoria
El dogma se asume como una verdad absoluta, convertida en ley inalterable y declarada como cierta
e incuestionable por quienes le siguen.
Son dogmáticos aquellos que repiten fórmulas y consignas revolucionarias que fueron válidas en
situaciones históricas pasadas y en determinados países, pero que no pueden ser aplicadas a
cualquier realidad sin más ni más.
Algunos dogmáticos suelen criticar a la revolución bolivariana por que no ha importado y adoptado
las medidas que otras revoluciones asumieron. (Régimen de partido único, persecución a la
disidencia, etcétera). Dichos detractores no comprenden que nuestra revolución intenta construir un
camino propio ni reproduce recetas, lo cual no implica que no se extrapolen experiencias exitosas de
otras latitudes.
Son dogmáticos aquellos que no distinguen entre cuestiones de principios y cuestiones de orden
táctico. Rechazan, por ejemplo, cualquier acuerdo con la burguesía, sin analizar antes la coyuntura
política y la correlación de fuerzas.
La superación del dogmatismo se fundamenta en la comprensión de la singularidad de los procesos.
No hay recetas, todo proceso es único.
Frente a la fraseología dogmática exijamos análisis concreto de la situación concreta. La participación
encuentra en el dogmatismo un obstáculo a las iniciativas creadoras. El dogmático no reconoce la
riqueza de caminos y propuestas que nutren la transformación social que emprende la gente,
siempre busca moldes para calzar la realidad a ellos.
En lugar de que el dirigente piense que sabe todo, es importante que entienda que hay mucho que
aprender de los otros. Y no sólo de las más complejas y abarcadoras sino también de las pequeñas.
Nadie puede subestimar una u otra experiencia, todas - cuentan y en cada una de ellas encontramos
claves para continuar avanzando en la construcción de la democracia participativa y protagónica.
USO DE CALIFICATIVOS PEYORATIVOS
Muchos líderes sociales y políticos han encontrado en la descalificación peyorativa de la disidencia
una forma de control organizacional. En consecuencia suelen señalar que quienes discrepan por un
punto de vista lo hacen porque son contrarrevolucionarios, anarquistas, trotskistas, oportunistas,
escuálidos, golpistas disfrazados, etcétera, con la sola intención de aislar a los sectores críticos del
colectivo comunitario y garantizarse el control de los grupos.
Estas prácticas contribuyen a dividir, a crear desconfianza; restan fuerza al compromiso y, a veces
llegan a paralizar los proyectos. Es necesario eliminarlas y, si no se logra, es necesario no elegir más a
ese tipo de líder para ningún cargo de responsabilidad.
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EXCESO DE PRAGMATISMO
El pragmatismo es una actitud y pensamiento que valora sobre todo la utilidad y el valor práctico de
las cosas. Los pragmáticos consideran que el único criterio para juzgar si algo es verdadero o falso es
la prueba de la práctica.
Los pragmáticos sobrevaloran el hacer. Lo que importa es hacer cosas, no pensar cómo hacerlas;
conseguir resultados poniendo de lado muchas veces los aspectos éticos comprometidos en dicha
manera de actuar. Desdeñan la teoría. Mientras menos se piense, medite y analice sobre las cosas
que se hacen, mejores resultados se obtendrán.
La lógica nefasta del pragmatismo apela a la eficacia y a la eficiencia como argumentos justificadores
de su acción. Contra este sistema de creencias deben operar las fuerzas creativas y transformadoras
de los revolucionarios. Se puede hacer las cosas rápido y bien, sin dejar de lado la teoría, la ideología,
la mirada estratégica. Toda acción humana merece una reflexión asociada a ella.
LAS BONDADES DE LA PARTICIPACIÓN
La participación permite que las comunidades crezcan y desarrollen valores y nuevas sensibilidades.
Revisemos algunos de ellos:
ELEVA LA AUTOESTIMA POPULAR
A medida que las personas van participando en los asuntos que le son propios y logran, con su
organización y lucha, resolver sus propios problemas, se produce un cambio cualitativo con respecto
a lo que antes existía, las personas comienzan a recuperar la confianza y se ven a sí mismas como
sujetos que aprenden, transforman y propician el cambio positivo. Constatan, al mismo tiempo, el
poder de las comunidades organizadas.
Nuestra experiencia nos dice que los integrantes de las comunidades tienen potencialidades y
experiencias que se liberan y se potencian en el encuentro con los otros, en espacios de participación
compartida.
De allí, nuestro énfasis en cuidar cada una de las dinámicas que se llevan adelante en el proceso
participativo, que van transformando a las personas de actores pasivos en actores o sujetos capaces
de construir su propio destino.
RESPETO A LAS DIFERENCIAS Y SUPERACIÓN DE LAS DIVISIONES
En la medida que una comunidad organizada de base trabaja por alcanzar las metas consensuadas, se
genera un proceso de reconocimiento de los “otros” como ciudadanos con iguales derechos. Ese
proceso hace visible temas y agendas subterráneas como la del género, la diversidad sexual, las
minorías étnicas o el respeto a la biodiversidad, enriqueciendo las prácticas comunitarias de base.
Por otra parte, un trabajo participativo en proyectos comunitarios facilita enormemente la
articulación de todos los sectores progresistas y de la izquierda, tanto de los militantes de partidos
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como de los militantes sociales, como de gente sin partido porque permite hacer un tipo de
convocatoria diferente.
Para trabajar por un proyecto de esta índole no hay que adherir necesariamente a un partido, a un
frente, a un movimiento. Por ejemplo, cuando la gente se involucra en instancias participativas en un
gobierno local que se propone construir un proyecto de ciudad humanista y solidario; o cuando el
estudiante participa en un proyecto de democratización de su federación estudiante; o cuando el
campesino participa en la construcción de un asentamiento o polo de asentamientos de acuerdo a un
modelo que prefigure la nueva sociedad.
POLITIZACIÓN
La participación popular protagónica en las distintas instancias de gobierno hace que las personas
involucradas en ella crezcan en conciencia política.
Hay que entender que la política no es propiedad de los partidos políticos. Tiene que ver con la
preocupación y actuación sobre la sociedad. Viene del griego ‘polis’, que significa ciudad. Ya el
filósofo griego, Aristóteles, decía que el hombre era un animal político.
Politización, por lo tanto, no es lo mismo que partidización. Una persona se politiza o adquiere
conciencia política en la medida en que deja de centrar toda la atención en sus problemas
individuales o de su pequeño grupo y empieza a ver los problemas en un contexto más global; una
persona que es capaz de sobrepasar los estrechos límites de su localidad, sector, partido, gremio,
grupo de opinión, tendencia, y asume como suyos los intereses globales de la sociedad de la cual
forman parte. En este sentido es que la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos se
constituye en uno de los caminos para su politización de los ciudadanos y para dar viabilidad a un
proyecto de emancipación común.
Es el proceso de toma de conciencia de la población sobre su condición ciudadana, es decir, con
derechos y deberes que se concretan en espacios sociales comunes.
Una de las tragedias de este país es que el ejercicio de la política ha sido sustraído del ejercicio
cotidiano de la gente siendo arrebatado por un sector que se llama a sí mismo profesional de la
política y que, en definitiva, es el único que se siente con derecho a opinar, a decidir. Se ha llegado a
hablar de “la clase política”, porque de hecho este grupo de personas se ha ido separando de los
intereses generales de la población y se ha ido profesionalizando en el ejercicio de la política, en el
discurso de la política.
Hay que recordar que los grandes problemas de Venezuela no eran debatidos con el país. Las
decisiones sobre el destino del ingreso petrolero, sobre la deuda, sobre todas esas cosas, fueron
tomadas siempre por los cogollos. Quienes participaban eran los secretarios generales de los
partidos. El pueblo era el eterno ausente. Ese era uno de los paradigmas de la democracia
representativa, y esa es una de las causas que explica por qué se ha generado en la población una
dinámica de rechazo hacia los políticos y la política en general, cuando, en realidad, una de las cosas
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que hay que reivindicar es el ejercicio de la función política como la más excelsa actividad de servicio
a la comunidad.
Cada vez más la gente rechaza las prácticas partidarias clientelares, poco transparentes y corruptas,
que sólo se acercan al pueblo en momentos electorales, donde se pierde energía en luchas intestinas,
de fracciones y pequeñas ambiciones; donde las decisiones son adoptadas por las cúpulas partidarias
sin una real consulta con las bases y donde prima el liderazgo unipersonal sobre el colectivo.
La gente repudia crecientemente los mensajes que se quedan en meras palabras, que no se traducen
en actos.
Por ejemplo, el proyecto bolivariano está tratando de realizar un proceso de politización de la
población. Pero, para lograr esto, uno de los obstáculos son aquellos políticos profesionales que no
entienden el proyecto de democracia participativa y protagónica, que no dejan que la gente se
exprese, porque tienen más facilidad de palabra, porque tienen precisamente más capacidad de
andar engullendo y deglutiendo cosas, y con ello impiden que la gente, en su expresión más sencilla,
vaya viendo y abordando problemas para irles dando soluciones.
Criticar estas actitudes no significa desconocer que, en el sistema político de democracia participativa
y protagónica, los partidos electorales continúan jugando un papel importante, pero la participación
no se puede reducir a los partidos, va mucho más allá, se expande a muchos otros sectores sociales y
no se limita a las agendas electorales sino que se realiza en la diaria acción comunitaria.
Se trata de un proceso de rescate nacional, y en todo caso local, del ejercicio de la política, porque la
involución de la democracia llevó a la despolitización general de la población.
LOS PARTIDOS Y LA PARTICIPACIÓN POPULAR
Los partidos deben tomar conciencia acerca de la importancia de las organizaciones sociales y
comunitarias, de los liderazgos de base extra partidarios que participan en la construcción de la
democracia participativa y protagónica.
Es necesario que asumamos una nueva concepción de la política que la concibe como el arte de
descubrir las potencialidades que existen en la situación concreta de hoy para hacer posible mañana
lo que en el presente aparece como imposible.
De lo que se trata es de cambiar la correlación de fuerzas existente construyendo las fuerzas sociales
y políticas que podrán hacer efectivos los cambios con los que soñamos.
Pero pensar en construcción de fuerzas y en correlación de fuerzas es cambiar la visión tradicional de
la política que la reduce a la lucha relacionada con las instituciones jurídico-políticas y a exagerar el
papel del estado; que piensa de inmediato en partidos políticos y en la disputa en torno al control y la
orientación de los instrumentos formales de poder y donde los sectores populares y sus luchas son
los grandes ignorados.
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Pensar en construcción de fuerzas es también superar el antiguo y arraigado error de pretender


construir fuerza política sin construir fuerza social.
Por eso, los cuadros políticos de la nueva época no pueden ser cuadros con mentalidad militar —hoy
no se trata de conducir un ejército, lo que no quiere decir que en algunas coyunturas críticas pueda y
deba hacerse un viraje en este sentido—, ni tampoco demagogos populistas —porque no se trata de
conducir un rebaño de ovejas—; los cuadros políticos deben ser fundamentalmente pedagogos
populares, capaces de potenciar toda la sabiduría que existe en el pueblo.
Y no hay mejor terreno para aplicar esta concepción de la política que la construcción de una
verdadera democracia participativa y protagónica, donde cuadros políticos de nuevo cuño
promuevan la participación popular en todas las esferas de la sociedad.
(Harnecker, 2005)

5 ORGANIZACIÓN POLÍTICA DE LA SOCIEDAD


La vida política La imposibilidad de que cada ser humano pueda satisfacer sus propias necesidades
materiales y espirituales, y su vocación a convivir con los otros y a comunicar sus conocimientos y su
amor, muestran la necesidad de la sociedad política. La palabra “política” deriva del sustantivo griego
polis que, si bien significa ciudad, debe entenderse en el sentido de Estado. La política es la ciencia y
el arte que se ocupan de la organización y administración de la res publica, con el fin de alcanzar el
bien común de la sociedad.
5.1 Enseñanzas bíblicas
El estudio teológico-moral de la vida política se basa en la doctrina de la Revelación. Es cierto que las
actuales circunstancias sociales son muy diferentes de las que existían cuando se compuso la Sagrada
Escritura; pero los criterios morales son permanentes y contienen suficientes elementos que iluminan
la vertiente ética de la actividad política. Estos elementos son el fundamento de la moral cristiana en
este campo
El Antiguo Testamento ofrece una visión fuertemente orientada al reconocimiento de dominio
absoluto de Dios, que puede –y debe– iluminar las implicaciones morales de la vida política en todas
las épocas.
La realeza se considera un don de Dios a favor del pueblo, con la misión de hacer visible el señorío y
el designio divinos; el rey es elegido por el Señor y estimado como su hijo, deberá actuar con justicia
y defender a los necesitados.
A menudo, sin embargo, el rey no encarna este ideal; Samuel ya había advertido las consecuencias de
un ejercicio despótico de la autoridad, y muchas de las denuncias proféticas se refieren a las
prevaricaciones de los reyes. Pero estas infracciones no suprimen el ideal de una autoridad fiel a los
planes divinos: este ideal prevé la llegada de un rey ungido por el Espíritu del Señor, verdadero pastor
del pueblo de Israel, que gobernará con sabiduría y juzgará con equidad; él traerá la paz, premiará la
conducta recta y castigará la iniquidad.
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El Nuevo Testamento enfatiza la dimensión moral de la política, Jesús hace una clara distinción entre
el poder temporal y el espiritual, rechaza la tentación de un mesianismo político y reprueba el
dominio despótico de los gobernantes, pero no impugna la autoridad política en sí misma. Además,
con su vida y su predicación, enseña que la autoridad debe ejercerse como servicio
Las cartas apostólicas contienen la misma doctrina: San Pablo indica que la obediencia a los poderes
públicos responde al orden establecido por Dios y debe realizarse por razones de conciencia, enseña
la necesidad de cumplir las obligaciones cívicas (específicamente pagar los impuestos) y recomienda
orar por las autoridades para que los ciudadanos puedan disfrutar de paz y tranquilidad, y llevar una
vida piadosa y digna

San Pedro enseña que los gobernantes tienen el deber de castigar a los que obran el mal y premiar a
los que practican el bien; y los ciudadanos deben obedecer y respetar la autoridad humana como
quiere el Señor.
Sin embargo, si la autoridad se opone a los designios divinos y pide un acatamiento absoluto, quiere
decir que se auto diviniza y se convierte en la bestia del Apocalipsis. En ese caso, hay que obedecer a
Dios antes que a los hombres.
5.2 La sociedad civil y los cuerpos intermedios.
La palabra política tiene diversos significados: generalmente se usa en el sentido de “hacer política”,
pero su acepción más genuina se refiere a la estructuración de la vida pública en orden al bien
común: ésta es la finalidad del Estado. También se puede hablar de política en un sentido más
amplio, que incluye todas las actividades dirigidas al desarrollo de las relaciones sociales. Este último
es «el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones entre individuos y
entre sociedades intermedias, que se realizan en forma originaria y gracias a la “subjetividad creativa
del ciudadano”. La red de estas relaciones forma el tejido social y constituye la base de una
verdadera comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más elevadas de
sociabilidad»
Se debe, por ende, distinguir la comunidad política (y económica) de la sociedad civil; esta distinción
–en el plano teórico– ha sido una adquisición de los últimos siglos, a la que la Iglesia ha contribuido
con sus enseñanzas acerca de la plena verdad humana.
La comunidad política, imprescindible para el progreso humano, no es la comunidad primigenia:
deriva de las personas y grupos que conforman la sociedad civil y se constituye para su servicio, es
decir, para promover el desarrollo ordenado de la sociedad civil y de las personas y asociaciones que
la componen. Ciertamente las dos esferas están estrechamente vinculadas y son interdependientes,
pero no se identifican; menos aún la sociedad civil «puede considerarse un mero apéndice o una
variable de la comunidad política: al contrario, ella tiene la preeminencia, ya que es precisamente la
sociedad civil la que justifica la existencia de la comunidad política»
48

En definitiva, la razón de ser de la comunidad política es la sociedad civil, a la vez que esta última
necesita la primera para su desarrollo. La experiencia ha evidenciado la ineficacia del Estado-
providencia y que, en muchos casos, la sociedad civil ha demostrado una notable capacidad para
organizar las relaciones humanas al servicio de las personas y de las asociaciones; esto deriva
normalmente de su mayor libertad y subjetividad, que favorecen la responsabilidad social de las
personas. Sin embargo, no hay que idealizar la sociedad civil; también ahí se verifican abusos y puede
imperar la ley del más fuerte.
Precisamente por eso es necesaria una correcta relación entre la sociedad civil y la sociedad política
que promueva el desarrollo colectivo; éste progresa sea ampliando los ámbitos en los que resulta
posible participar activamente en la vida pública, sea facilitando que los ciudadanos libremente
asociados ejecuten funciones sociales al servicio de la comunidad. El modo de relacionarse y los
confines de las dos comunidades, civil y política, dependen de la concreta situación histórica y
cultural.
Existen, sin embargo, algunos criterios válidos en toda circunstancia, por ejemplo: las instituciones
políticas deben favorecer y, cuando sea necesario, subvencionar los proyectos de la sociedad civil
encaminados al bien común; proteger las iniciativas sociales, cuyo crecimiento redunda en provecho
del bien social
También conviene recordar algunas patologías que pueden presentarse en las relaciones entre
ambas comunidades: que la política invada la esfera propia de la sociedad civil, que la autoridad
política deje algunas de sus funciones en manos de grupos de presión, que la base social desatienda e
sus deberes ciudadanos, etc.
Estos casos son quizá los que exigen un mayor empeño por parte de los ciudadanos responsables
para no ceder a la pasividad y esforzarse en el saneamiento de las estructuras. Las asociaciones que
se forman en el ámbito de la sociedad civil son las comunidades o cuerpos intermedios. Éstos
responden a la natural sociabilidad humana y gozan de una cierta “subjetividad” y de derechos
naturales, inalienables y universales. Son necesarios para el desarrollo personal y social, y su
institución constituye un derecho humano
Cuando este derecho es reconocido y vivido, se instaura un tejido social en el que es más fácil tutelar
la libertad y dignidad de las personas, y promover el desarrollo de toda la sociedad. En efecto, si estas
comunidades intermedias se plantean en una perspectiva humanista, sus objetivos van más allá de la
mera convergencia de intereses, ya que se basan en la confianza mutua y el afecto genuino que
derivan de la igualdad –de origen, de dignidad y de finalidad– de cada persona y grupo humano. El
derecho de asociación incluye la autonomía de los cuerpos intermedios para decidir sus metas y
modos de organizarse, siempre en consonancia con el bien común del país y de toda la familia
humana.
Para ello, es necesario que las actividades de estos organismos estén presididas por el principio de
solidaridad, que les lleva a no encerrarse en sí mismos sino a buscar también el bien de los demás; y
por el principio de subsidiaridad, en virtud del cual cada asociación tiene el derecho a recibir la ayuda
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necesaria para su normal desarrollo y servicio, y el derecho y el deber de prestar ayuda también a las
comunidades que de ella dependen.
5.3 Naturaleza de la política
La actividad política comporta el análisis y la realización de cuanto atañe a la naturaleza, los objetivos
y los procedimientos para estructurar la vida pública de un país con miras al desarrollo integral de los
ciudadanos; incluye, por consiguiente, las relaciones con otros países, los programas culturales,
económicos, etc., y, principalmente, los modos de gobernar, legislar y juzgar.
De ahí que la política esté íntimamente vinculada al concepto de potestad (potestas), en cuanto la
autoridad política tiene la facultad (según los procedimientos establecidos por el sistema político
vigente) de dictar normas obligatorias de acción a los ciudadanos del país. La potestad, sin embargo,
no es suficiente para organizar un Estado digno de la persona; también es necesario que quienes
ejercen el poder gocen de autoridad en el cumplimiento de su función, es decir, de la ascendencia y
prestigio que se adquieren mediante un ejercicio correcto de la propia tarea, que genera la confianza
de los ciudadanos. La autoridad es tanto más necesaria en la vida política cuanto que su “materia
prima” son las personas humanas; esa confianza debe ganarse día a día, a través de una serie de
decisiones y de realizaciones que sean válidas en sí mismas. Esto muestra la enorme importancia de
la actividad política y la consiguiente gran responsabilidad de quienes se dedican a ella.
La filosofía política ha pasado por diversas fases, según los distintos lugares geográficos y tiempos
históricos. Limitándonos a la cultura “occidental”, se constata que el pensamiento político clásico –
griego y romano– así como el de la Edad antigua y medieval estaba presidido por los valores éticos: el
fin del Estado era promover la “vida buena” de los ciudadanos. En la Edad moderna comienza un
cambio de paradigma, que considera como finalidad de la política la adquisición, el manejo y el
mantenimiento del poder. Hacia la mitad del siglo XX, debido a la experiencia de los totalitarismos y a
la influencia de diversos pensadores y estadistas cristianos, la política ha vuelto a tomar un cierto
cariz más humanista, proponiéndose como objetivo no tanto el poder cuanto las personas y el bien
común.
Este enfoque es el correcto: la vida política encuentra su origen, su base firme y su finalidad en el
desarrollo integral de todas las personas; para ello debe respetar la plena verdad humana, es decir, el
orden moral. «La relación entre ética y política es, particularmente hoy, un tema de extrema urgencia
no sólo porque es objeto ineludible de reflexión, sino también porque la experiencia atestigua que su
desestructuración conduce, de hecho, al sometimiento de la política al utilitarismo, al servicio de las
oligarquías económicas, financieras y tecnócratas, con graves peligros para la democracia y la paz.
Es cierto, como ya se ha visto, que el bien común temporal no se identifica con el bien moral, pero
tampoco le es ajeno; por eso, en su responsabilidad por el bien común, el Estado debe garantizar la
moralidad pública sin convertirse en un “Estado ético”. Sólo ese empeño puede asegurar su
supervivencia.
50

El primer y decisivo espacio de la política es, por ende, el hombre, el servicio a las personas y a la
sociedad civil y, en última instancia, el logro del bien común, que puede resumirse en la tutela y el
desarrollo de los derechos de las personas y de los grupos humanos.
Para llevar a cabo este servicio, la actividad política debe realizar una doble tarea: a) Promover el
desarrollo integral de las personas, que incluye el crecimiento de la vida virtuosa ya que la vitalidad
de un grupo social deriva principalmente, de las virtudes de quienes lo componen. b) Impulsar una
cultura auténticamente humanista y establecer las instituciones sociales y políticas que favorezcan la
edificación del bien común.
Este imperativo humanista de la actividad política conlleva una serie de corolarios: ejercer la
autoridad como un servicio a los ciudadanos; no considerar nunca a ningún ser humano como una
simple parte del cuerpo social ni tratarlo como medio, porque siempre tiene valor de fin y es titular
de derechos inviolables e intangibles, que constituyen un límite infranqueable para la autoridad
política; favorecer la solidaridad social de modo que ningún grupo humano –por motivos religiosos,
étnicos, culturales, etc.– se encuentre al margen del bien común; establecer un Estado de derecho,
en el que impere la justicia y no la fuerza, y en el que se tutelen los derechos fundamentales de
todos; facilitar que todos los miembros de la sociedad política proyecten libremente la propia
existencia; promover la igualdad y la justicia social; tutelar el derecho de asociación y la autonomía
de los grupos sociales; establecer la posibilidad y el modo de cambiar periódicamente los poderes
públicos y las instituciones políticas.
Un corolario que, sin ser el más importante, influye poderosamente en el desarrollo de la vida política
es la participación de los ciudadanos en la gestión de las actividades públicas; cuando disminuye esa
participación –por imposición o por apatía–, la formación del consenso social se hace imposible y las
personas en lugar de cooperar en la causa común se encierran en sus propios intereses. La
participación en la actividad política asigna a los cristianos obligaciones específicas, ya que no deben
considerar el contexto social, político y económico como extraño a la historia de la salvación, sino
como una realidad edificada por la libre elección de los hombres y, por tanto, positiva o
negativamente relacionada con los valores del Reino.
Para cumplir adecuadamente sus deberes políticos es necesario que los fieles pongan en práctica
algunos criterios ya mencionados, que recordamos brevemente en relación a la política. Ésta debe
tener como objetivo construir la civilización del amor, ya que el amor es el único vínculo firme que
permite a un grupo de personas establecer una verdadera comunidad. Las actividades políticas deben
estar encaminadas hacia el bien común, realizarse al servicio de las personas –especialmente de las
más necesitadas–, y ser coherentes con los valores cristianos.
Para ello es necesario un adecuado conocimiento de la enseñanza social de la Iglesia, además de la
correspondiente preparación política: sólo una relación armónica entre esos dos aspectos –moral y
profesional– podrá inspirar las decisiones más adecuadas para lograr el bien común; y también es
necesaria la práctica de las virtudes morales: honestidad generosa, competente y fiel al servicio de la
sociedad; prudencia y discernimiento; talante democrático, pacífico y dialogante con todos.
51

A los cristianos comprometidos en este ámbito se les pide asimismo vivir las virtudes de la fe, de la
esperanza y del amor en su actuar político, confrontándolas con las limitaciones y las oportunidades
de la actividad socio-política.
5.4 La autoridad:
Necesidad y origen Las diferentes sociedades humanas, desde las más extensas a las menores, se
forman con el fin de alcanzar una determinada meta, inaccesible para la persona aislada. La
diversidad de los componentes y la unidad de propósito evidencian la necesidad de una autoridad
que estimule, oriente y unifique las actividades de quienes participan en el esfuerzo común. Como el
origen de la naturaleza social del hombre es Dios, toda autoridad procede de Dios como autor de la
naturaleza: «La autoridad exigida por el orden moral emana de Dios».
Esta verdad no ha sido puesta en duda hasta la Edad moderna, en que se comenzó a teorizar que era
la voluntad humana –a través de un pacto o contrato social– a establecer el Estado y su autoridad,
dando lugar a la doctrina de la soberanía popular: no existiría nada –ni voluntad divina ni ley natural
ni derechos inalienables– por encima de la voluntad general del pueblo. Esta teoría deriva de las
ideas de Hobbes y Rousseau y, dependiendo de su evolución, ha sido la base tanto del liberalismo
individualista cuanto del socialismo colectivista.
Considerando que “homo homini lupus”, es decir, que los hombres luchan entre sí para sobrevivir,
Hobbes imaginó que, a fin de evitar la aniquilación general, cada hombre cedía una parte de su
potestad mediante un “pacto social” a un poder público que recibía la misión y la potestad de
organizar la vida social. Rousseau parte de un supuesto antitético: el hombre en su condición
primitiva vive en un estado de bondad y libertad naturales, pero el aislamiento obstaculiza su
desarrollo; por eso estipula un contrato con otras personas para fundar un Estado al que confiere
parte de su libertad; la “voluntad general” que así se forma englobaría lo mejor de cada persona, por
lo que debería ser respetada –si es necesario por la fuerza–, precisamente porque esa “voluntad”
sería la única capaz de hacer al hombre auténticamente libre.
El error de esta teoría no es la defensa de la soberanía popular: ésta es legítima, pero está
subordinada al designio divino. La equivocación fundamental se encuentra en que esa doctrina se
basa en una falsa antropología: prescinde de la relación del hombre con Dios, negando su existencia
o, al menos, suponiendo que no se interesa por las cuestiones de este mundo. De ahí que considere
la libertad como pura autonomía del ser humano; así, la “voluntad general” sería el origen único y
universal de los derechos y los deberes sociales. Este planteamiento, al no aceptar la existencia de
una verdad y de un bien objetivos, acaba guiándose sólo por la arbitrariedad, aunque sea la
arbitrariedad de la mayoría. Por eso el Magisterio ha enseñado su falsedad.
León XIII reiteró frecuentemente esta enseñanza, debido a las circunstancias políticas de su tiempo;
posteriormente el Magisterio social ha recordado con insistencia el origen divino de la autoridad, el
error de erigir la voluntad humana a norma suprema y las negativas consecuencias de este error. Más
aún, la afirmación de que la libertad humana comporta el rechazo de una ley moral superior es la raíz
de las tragedias que acompañan la historia moderna de la libertad: cuando el hombre quiere librarse
52

de la ley moral y se proclama independiente de Dios, lejos de obtener su libertad, la destruye y él


mismo resulta presa del arbitrio.
En definitiva, la autoridad no puede ser entendida como un poder que deriva únicamente de criterios
sociológicos e históricos, y no es suficiente una elección democrática para garantizar la validez del
poder público. Todo lo dicho no significa negar el carácter voluntario y libre de las relaciones sociales,
ni rechaza la posibilidad de realizar contratos sociales. En efecto, la convivencia humana, para que
sea tal, debe constituirse en modo racional y voluntario: las personas establecen libremente los
diversos grupos sociales, pero lo hacen en conformidad con su sociabilidad, que es una característica
puesta por el Creador en la naturaleza humana.
Aunque el origen último del poder político se encuentra en Dios, la autoridad de los grupos humanos
deriva en modo inmediato de sus componentes. Por tanto, su ejercicio depende de la naturaleza de
la sociedad y puede evolucionar en función de las situaciones específicas: la autoridad familiar es
diferente de la que corresponde a la empresa o a la política. En la esfera política, la soberanía se
encuentra en el pueblo, que debe delegarla según los procedimientos establecidos en sintonía con la
cultura y las circunstancias históricas. En la situación actual, la autoridad ejercerá tanto más
legítimamente esa soberanía cuanto más democrática haya sido su elección.
5.5 Deberes y límites de la autoridad
El origen divino de la autoridad no debe dar lugar al absolutismo; más bien al contrario. En efecto, es
el olvido de la dimensión trascendente del hombre el que favorece la autocracia: los pensadores
griegos ya habían indicado que si la vida humana fuese circunscrita a este mundo, la política sería la
ciencia suprema y el Estado el valor máximo. Mientras que el origen divino de la autoridad pone en
evidencia su relatividad y límites; y es, por eso, un elemento indispensable para el buen
funcionamiento de las distintas comunidades, como se enseña a la razón, la Revelación y la
experiencia histórica. El poder de las autoridades terrenas no es ilimitado, debe estar subordinado al
designio divino: si esto no sucede, el poder tiende a extralimitarse. No es de extrañar, por ende, que
las teorías del “contrato social”, aunque propuestas como un bien para la humanidad, hayan sido la
raíz de los más terribles totalitarismos de la historia humana.
Como escribió Hölderlin, cuando el hombre ha querido hacer del Estado un paraíso, lo ha convertido
en un infierno; palabras que, por desgracia, la historia moderna ha confirmado ampliamente. Así
pues, la naturaleza de la autoridad exige que se ejerza en favor del bien humano y, por tanto, dentro
de los márgenes de la ley moral; ésta precede, fundamenta y confiere toda su dignidad al poder
público. Las obligaciones y los límites de la autoridad política, pueden enunciarse en modo sucinto: –
El principal deber es promover el bien común.
Esta verdad, que puede alcanzarse mediante la razón, es aún más evidente a la luz de la fe, porque la
caridad es el alma de la convivencia social: los cristianos deben apuntar en este ámbito al
establecimiento de relaciones fraternas entre las personas, dirigidas al bien integral de todos los
seres humanos. – El límite primordial es no ceder a la estatolatría, es decir, pensar o, peor aún, actuar
como si sólo la autoridad poseyera la piedra de toque del bien humano
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Este peligro es evidente en los totalitarismos, pero cada vez es más manifiesto en el totalitarismo
encubierto de ciertas democracias.
La forma de ejercer la autoridad política repercute notablemente en el desarrollo social y en la vida
de las personas: «La persona, el Estado, el poder público, con sus respectivos derechos, están
estrechamente relacionados y, por tanto, se mantienen o se malogran juntos»; de modo que si
alguno de ellos buscara su beneficio a expensas de los otros acarrearía un daño a sí mismo y al
conjunto social. Esto vale sobre todo para quienes ejercen el poder, ya que el incumplimiento de sus
obligaciones menoscaba el principio de autoridad, influye negativamente en la relación entre
gobernantes y ciudadanos, hace perder la confianza en las instituciones públicas y produce una
creciente apatía hacia la vida política. De hecho, la corrupción, el engaño, la inmoralidad, el
egocentrismo son pecados especialmente graves para las personas que ejercen la autoridad;
mientras que para edificar una “buena sociedad” son necesarias la idoneidad moral, la eficiencia
práctica y la aptitud política de las autoridades públicas: gobernantes, parlamentarios, jueces, etc.
Conviene, por último, hacer una breve referencia a los funcionarios públicos, que contribuyen a
realizar los cometidos de la autoridad: «El papel de quien trabaja en la administración pública no ha
de concebirse como algo impersonal y burocrático, sino como una ayuda solícita al ciudadano,
ejercitada con espíritu de servicio».
Esta perspectiva se opone a la burocratización excesiva, al funcionalismo impersonal, al deseo de
imponerse a los demás y a la holgazanería más o menos encubierta, que obstaculizan el espíritu de
servicio. f) El poder judicial La búsqueda del bien común y la promoción de los derechos de las
personas requieren una triple función del poder público: legislar con justicia, dirimir los conflictos y
las responsabilidades y dirigir la sociedad.
Esto se realiza a través de los tres poderes del Estado: legislativo, judicial y ejecutivo, que tienen
como fin la edificación del bien común, según su ámbito específico. La función principal del poder
judicial es tutelar los derechos de las personas y de los grupos sociales; para hacerlo debe decidir
(“juzgar”), dentro del ordenamiento jurídico –que se supone justo–, quién es el que posee un
derecho cuando existe una controversia entre los distintos componentes de la sociedad; o bien
decidir cómo restaurar el orden de la sociedad cuando éste ha sido deteriorado por un delito. Por
eso, dentro de los límites de la moral y de la búsqueda del bien común, el poder judicial tiene la
función de ayudar y, si es necesario, de obligar a los ciudadanos a cumplir sus propios deberes,
incluso con la imposición de sanciones adecuadas cuando sea preciso.
La salvaguardia de las exigencias morales y del bien común requieren que el poder judicial tenga en
cuenta un conjunto de delicados procedimientos para proteger la dignidad de los hipotéticos o
verdaderos culpables: presunción de inocencia, búsqueda de la verdad, discreción en las
investigaciones, celeridad de los procesos, recurso a métodos que no sean inhumanos. Sobre este
último punto debe recordarse la absoluta prohibición de la tortura; y lo mismo se aplica a otras
prácticas que ofenden la dignidad personal, como puede ser el uso de la encarcelación preventiva
con el fin de obtener informaciones pertinentes al proceso.
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Cabe señalar también que las penas por los delitos cometidos no tienen una finalidad vindicativa; su
objetivo es, principalmente, reparar el desorden social, mantener el orden público y corregir al
culpable para que pueda reintegrarse en la vida social
Es, por tanto, necesario que las cárceles posean las instalaciones y el personal necesario para
promover el crecimiento moral de los detenidos. Todo ello muestra claramente la delicada función
que corresponde al poder judicial, y la necesidad de una elevada condición moral y una seria
preparación profesional por parte de quienes lo ejercen. El bien social, requiere que «el poder judicial
dé a cada cual su derecho con imparcialidad plena y sin dejarse arrastrar por presiones de grupo
alguno».
5.6 Deberes de los ciudadanos y derecho de resistencia
Cuando la autoridad política ejerce sus funciones en el ámbito del orden moral, teniendo como fin la
edificación del bien común, «los ciudadanos están obligados en conciencia a obedecer. [...] Pero
cuando la autoridad pública, rebasando su competencia, oprime a los ciudadanos, éstos no deben
rehuir las exigencias objetivas del bien común; les es lícito, sin embargo, defender sus derechos y los
de sus conciudadanos contra el abuso de tal autoridad, guardando los límites que señala la ley
natural y evangélica»
Puede también suceder que la autoridad constituida no haya obtenido legítimamente el poder; se
plantea entonces la pregunta si es obligatorio en conciencia obedecerle. La doctrina de la Iglesia,
teniendo en cuenta que los poderes públicos son indispensables para edificar el bien común, enseña
que debe considerarse como verdadera autoridad aquélla que “de hecho” la desempeña en modo
justo.
Los deberes positivos de los ciudadanos se han desarrollado en otros momentos de este Curso de
moral, por ejemplo: el respeto de las leyes justas, la promoción del bien común, la participación en la
vida política, etc. Conviene, sin embargo, analizar el aspecto negativo que puede resumirse en el
concepto de resistencia. En un sentido estricto, la resistencia –en el ámbito social– indica la decisión
de oponerse a un orden social que se considera injusto
Teniendo en cuenta que la legalidad y la moralidad no se identifican, es posible que una autoridad –
incluso legítima– emane una norma contraria a la conciencia de algunos o de muchos ciudadanos
En tal caso, las personas tienen derecho a oponerse, para no realizar e incluso modificar lo que
consideran perjudicial para la dignidad humana. El derecho de resistencia es un derecho natural, que
deriva del derecho a la libertad de conciencia y del deber de buscar el bien común, que se supone
deteriorado por las estructuras existentes
León XIII condenó la rebelión frente a la autoridad legítima, ya que combatir el poder político implica
oponerse a la voluntad divina; pero, al mismo tiempo, admitía la posibilidad de resistir ante una
autoridad tiránica o una ley injusta. Las mismas ideas han sido recordadas por el Magisterio sucesivo
55

La resistencia puede ser pasiva o activa. La primera intenta resolver la cuestión mediante la
desobediencia civil y la objeción de conciencia, que comportan no colaborar con las instituciones
estatales y así remover el ordenamiento injusto. Este tipo de resistencia es la que mejor corresponde
a su nombre, y si bien puede parecer ineficaz, la historia muestra que en muchos casos logra los
resultados que se pretenden, sin producir grandes traumas. La resistencia activa tiende a subvertir el
orden establecido con actividades de desestabilización, que fácilmente degeneran en actos violentos
de guerrilla y de terrorismo, a veces con costos humanos muy elevados. El derecho de resistencia
debe regularse por estrictos criterios éticos
Además, cuando es lícito aplicarla, es preferible la resistencia pasiva80; sin embargo, no se debe
negar a priori la posibilidad de la resistencia activa. Para evaluar su moralidad, se usan los criterios
éticos de la legítima defensa, teniendo en cuenta que la lucha armada es un recurso extremo, válido
únicamente para derrocar una tiranía evidente y prolongada que perjudica gravemente los derechos
fundamentales de la persona y el bien común81 . La valoración global de esta materia requiere
también un análisis del contexto institucional en el que se realiza, ya que su validez depende del
régimen político y de la situación social.
(htt6)

ESTUDIO DE CASO. LECTURA Y PLENARIO

Comunidad de Collagua. Un ejemplo de perseverancia y organización


Fue el ruido de la puerta al abrirse que despertó a Julián. Ni siquiera el acostumbrado canto
madrugador de aquel viejo gallo pudo interrumpir el profundo sueño que lo envolvió esa noche. Miró
por encima de la cobija y vio a su esposa que entraba con el tarro de leche totalmente lleno, eso le
indicaba que ya era más de las ocho de la mañana.
Angustiado, saltó del camastro con el suficiente impulso para cruzar el pequeño cuarto y
aterrizar en la silla donde acostumbraba dejar su ropa. Revolvió los bolsillos del sacón que había
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colgado antes de acostarse hasta encontrar el reloj que le acompañó desde hace más de 10 años sólo
para confirmar que el cansancio le había robado parte de la mañana.
Volvió a su cama mientras se acomodaba el cinturón, que cada año le quedaba más ajustado. Se
sentó en una esquina y miró los folders que ahora estaban ordenados cubriendo la única mesa que
poseía. Era difícil de creerlo... lo habían logrado. Allí estaba la prueba cuidadosamente acomodada.
Después de años, el trabajo por fin estaba listo para ser entregado.
Julián fue elegido presidente del comité de saneamiento de su comunidad hace ya cinco años, desde
entonces su vida se transformó en busca de cumplir con la tarea que le fue encomendada por su
gente. Fue un periodo donde junto a un grupo de campesinos le dieron forma a una quimera que
buscaba solucionar los conflictos por la tierra que estaban ahogando a un número importante de las
familias de su comunidad. No fue una tarea sencilla pues tuvieron que promover todo un proceso de
concertación y dialogo que al final les arrebató mucho tiempo de sus vidas. Esos años estaban llenos
de recuerdos, de momentos gratos y amargos, de errores y aciertos, de aprendizajes y de dudas, de
idas y venidas, por lo que alcanzar su objetivo era más que un alivio y suficiente motivo para sentirse
pleno.
Nuevamente el ruido de la puerta sorprendió a Julián, esta vez era Calixto, su amigo de siempre,
vestido con su traje de autoridad, el pantalón recién planchado, los zapatos de fiesta, el bastón de
mando prolijamente acomodado y su acostumbrado maletín negro colgado alrededor del dorso.
Lucía cansado, pero el brillo de sus ojos denotaba satisfacción mezclada con orgullo. Él también había
sido parte de este logro por lo que sobraban motivos para sentirse un gigante.
- ¡Ya estamos tarde! El “mini” pasa a las nueve y si no te apuras nos deja.
Julián acomodó las últimas carpetas en la caja que su hija había preparado especialmente para este
momento, tomó el sombrero de siempre, guardó todos los recuerdos, las imágenes y los miedos
junto a la coca que tenía en su bolso y sin despedirse salió presuroso. Sólo el “Chicho”, que dormía
en la puerta del corral, se percató de su partida y los despidió con la mirada mientras rascaba su
peludo hocico.
Julián Ramos, Calixto Mamani, Andrés Torres, Félix Aruni, Hermógenes Aruni, María Aruni, son los
nombres de quienes formaron el comité de saneamiento de la comunidad Collagua. Su tarea
consistió en organizar y guiar a su comunidad hacia la actualización de los derechos de propiedad
sobre la tierra.
El presente texto narra este episodio en sus vidas y busca mostrar una experiencia exitosa de la
tenacidad de una comunidad campesina por garantizar el acceso a la tierra para su comunidad y
alcanzar la seguridad jurídica para todos.
Una comunidad en el altiplano boliviano
Esta experiencia se encuentra en el municipio de Viacha perteneciente a la provincia Ingavi del
departamento de La Paz. Esta zona, como el resto del altiplano boliviano, se halla a 4000 metros
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sobre el nivel del mar, con un clima agreste y con escasos recursos naturales es un sitio típico de
la zona andina. El municipio se encuentra contiguo a la ciudad de El Alto, la tercera urbe más grande
de Bolivia después de Santa Cruz y La Paz. Geográficamente, Collagua se ubica entre las siguientes
coordenadas UTM: este 8150000 y norte 560000.
Pactos internos y la negociación voluntaria por la tierra
El derecho de propiedad de la comunidad de Collagua sobre su territorio, fue reconocido durante la
década de los sesenta, en el marco de la Reforma Agraria que inició en 1953. Si bien la entrega de
títulos que permitió el reconocimiento de su existencia y aprobó la entrega de tierras, no significó el
ejercicio de la gestión del territorio; es decir, el Estado no fue capaz de generar las condiciones que le
permitan a las comunidades actualizar sus derechos de propiedad y distribución de tierras.
Con el paso de los años, las generaciones posteriores empezaron a subdividir el espacio
familiar y al no existir un registro adecuado de esas divisiones se fue generando una extrema
parcelación y disputas por la ocupación de la tierra. Tal como menciona Julián Ramos1 “la tierra fue
achicándose, entonces las nuevas familias ya no tenían espacio, lo que ocasionaba peleas entre
hermanos”. Y como explica Félix Aruni “…las familias en la comunidad llegan a tener varios hijos.
Entre seis, ocho hasta llegan a 10 hijos. Antes de morir, los padres les señalan su lugar a cada hijo y
ahí pueden vivir cuando se casen”. Este señalamiento implica la división de la propiedad, pero al ser
una partición verbal, los límites no son claros, más aún porque no existen documentos sobre esas
particiones.
Esta forma de distribución y heredad de la tierra generó conflictos intrafamiliares y un sentimiento
general de inseguridad jurídica. La mayoría de los habitantes de esta zona no contaba con
documentos de propiedad sobres sus parcelas y sólo poseían la tierra bajo el amparo de la
organización. Asimismo, no existían linderos claramente establecidos lo que también generaba
pugnas interminables entre campesinos. Esta inestable situación, pudo ser sobrellevada por la
comunidad; sin embargo, el creciente nivel de conflictividad en torno a la tenencia de la tierra y sobre
los derechos de uso de los escasos recursos naturales, hizo que incluso la organización comunal
pierda legitimidad y corra el riesgo de quebrarse.
La situación de Collagua es común entre las comunidades rurales andinas, pues la tierra es un recurso
limitado, por lo que es frecuente encontrar conflictos por falta de una actualización de derechos de
propiedad, una gestión de los conflictos y un control de la parcelación improductiva de la tierra; es
por eso que la comunidad Collagua puede considerarse una experiencia exitosa, pues a pesar del
contexto, fue capaz de enfrentar la situación organizando a sus afiliados, retomando los niveles de
decisión colectiva y promoviendo la acción comunal con el fin de actualizar los derechos de
propiedad. Collagua es un ejemplo de que es posible lograr una eficiente gobernanza comunal sobre
la tierra.
La estrategia de la comunidad fue promover la conciliación de conflictos y la construcción de
acuerdos para asegurar el acceso a la a tierra. Estas acciones muestran un camino distinto para
acceder a la tierra, pues supera la lógica legalista que concibe el acceso únicamente a través de
58

procedimientos jurídicos y estatales. Collagua demuestra que el acceso a la tierra desde entidades
colectivas alcanza una lógica propia que cuestiona lo formal y sobrepasa lo administrativo.
Al interior de las comunidades altiplánicas el tema de acceso a la tierra es una dinámica
potencialmente conflictiva debido a la escasez, por eso la titulación no es un fin exclusivo, sino que se
busca resolver los conflictos y sostener la legitimidad social.
Entonces, el acceso a la tierra, no sólo implica la búsqueda de documentos, sino principalmente la
búsqueda de acuerdos y sostenimiento de la comunidad.
Las formas de acceso a la tierra dentro de la comunidad son la herencia, la compra- venta u otro tipo
de negocio jurídico; sin embargo, Collagua nos muestra otra importante forma de acceso a la tierra a
través de la construcción de pactos internos a la comunidad y la negociación voluntaria. En esta
forma de acceso, herederos, poseedores, compradores u otros, pueden ser incluidos en igualdad de
condiciones, creando oportunidades para mujeres y jóvenes.
Esta forma de gestionar el acceso la tierra requiere de capacidad organizativa, iniciativa y liderazgo
colectivo. No todas las comunidades generan procesos de negociación y gestión territorial,
Cultura y población de Collagua
Se trata de una organización indígena aimara que sumada a su actividad productiva, puede ser
catalogada como campesina. Las mujeres y hombres que viven allí continúan hablando el
idioma nativo, y debido a su constante movilidad social, también hablan el español.
Culturalmente mantienen el tipo de organización tradicional, con autoridades naturales propias que
conducen a sus afiliados en base a normas internas de larga data. La organización está compuesta por
200 familias quienes ocupan más o menos 15 hectáreas por unidad familiar.
La tierra en esta zona es pobre, vulnerable a sequías y heladas debido al clima propio de la puna,
dando como resultado bajos niveles de producción. Su principal actividad es la agricultura que
permite obtener el producto de los cultivos de papa, quinua, alfalfa, cebada, entre otros; y que se
combina con la cría de ganado ovino y vacuno, en menor escala. La producción sirve para el consumo
familiar, sólo una pequeña porción es comercializada. El promedio de tenencia de la tierra por familia
es de 15 hectáreas, pero de esta porción sólo el 30% es productiva.
Como la mayoría de comunidades rurales del país, los servicios básicos son restringidos, existe luz
eléctrica, pero el uso que se le da es muy limitado. El agua es un recurso insuficiente por lo que la
mayoría de la gente se abastece a través de pozos. La falta de servicios básicos produce que la
principal causa de morbilidad sea enfermedades diarreicas agudas. En la comunidad existe una
pequeña unidad educativa compuesta por 8 aulas que alberga a 131 estudiantes, del nivel primario y
secundario con nivel de deserción del 9.3%. Existe una posta sanitaria, dotada de los mínimos
requerimientos para la atención médica, los encargados realizan visitas médicas a las familias de
forma itinerante a través brigadas móviles de salud dependientes del gobierno municipal3.
59

La ocupación del territorio es ancestral, pero esta posesión no implicaba control. Es decir, la tenencia
fue relativa sobre todo en la época anterior a la Reforma Agraria del año 1953, donde se aceptaba la
ocupación, pero la propiedad formal era de los hacendados que habían adquirido los derechos de
propiedad a través de compra al Estado. En ese tiempo “la tierra era de los patrones y nuestros
padres trabajaban como pongos”, indica Julián Ramos.
Según nos cuenta, “Después de la reforma agraria hubo algunos cambios, ya no había trabajos
forzados porque las haciendas desaparecieron. Poco tiempo después el presidente entregó títulos
de propiedad a nuestros abuelos”. Las comunidades obtuvieron el reconocimiento del Estado, que
les otorgó la propiedad de la tierra bajo la figura de “pequeñas propiedades campesinas”. Para la
década de los ochenta los títulos entregados quedaron desactualizados debido a las sucesivas
transferencias familiares. Para el año 2000 la posesión de la tierra estaba en manos de la tercera
generación de comuneros, la mayoría ocupando la tierra sin ningún documento formal y sin la
certeza del espacio territorial que le correspondía.
La posesión de tierras era potencialmente conflictiva y pudo mantenerse relativamente equilibrada
gracias a la intervención de la comunidad que se encargó de darle legitimidad a la tenencia, a través
de la construcción de pactos refrendados con resoluciones internas. Al no existir una formalización de
estos pactos en las instancias del Estado, los acuerdos eran infringidos ocasionando conflictos, sobre
todo entre las personas que fueron perdiendo su relación con la comunidad debido a la movilidad
urbana, y que regresaron a la comunidad después de varios años.
Entonces la gestión del acceso, uso y tenencia de la tierra, luego de la titulación, estuvo a cargo de la
comunidad, pero sin puntos de contacto con el Estado. La tenencia de la tierra se conservaba en un
delicado equilibrio sustentado en acuerdos suscritos en la comunidad. Con el paso del tiempo y la
incomprensión de las nuevas generaciones, los pactos comunales fueron perdiendo fuerza y se
generó un sentimiento de inseguridad jurídica.
Tácticas de negociación y estrategia de acceso a la tierra
El año 2006 la comunidad asumió el reto de ordenar los derechos de propiedad sobre su territorio. La
idea fue tomando forma gracias a un grupo de personas que encabezaron la acción.
Paradójicamente, la primera tarea fue motivar a su propio entorno, a las personas que son parte de
la organización pues no todos estaban de acuerdo en entrar a un proceso de ordenamiento de sus
derechos sobre la tierra. Sensibilizar a la comunidad fue quizá la tarea más difícil en ese momento,
pues no existía claridad sobre cuál sería el camino y si lograrían algún resultado concreto. “Habían
personas que desconfiaban de nosotros porque no somos doctores ni ingenieros, creían que
fracasaríamos”, cuenta Julián Ramos.
Madurar la idea tomó un tiempo considerable que se superó gracias a la fuerza de la necesidad de
obtener seguridad jurídica que convenció a los reticentes. Con el aval de la organización, se
procedió a organizar un
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“comité de saneamiento” que sería el encargado de promover la conciliación de conflictos y el


reavivamiento de los linderos externos e internos de la comunidad. Con el fin de ir superando etapas,
se resolvió empezar por lo externo; es decir, por los limites comunales.
La tarea de revisar los linderos junto a las comunidades vecinas mostró lo compleja que sería la labor,
pues, en la mayoría de los puntos, únicamente existían referencias verbales sobre la ubicación que no
siempre coincidían con los datos que manejaban sus vecinos; entonces, la faena consistía en lograr
consensos sobre los límites que carecían de referencias claras. Collagua tiene 60 puntos limítrofes
que están repartidos entre las cinco comunidades que circundan su espacio territorial. En cada punto
el comité tuvo que promover un proceso de diálogo, que en algunos casos tomó varios días antes de
poder suscribir actas de conformidad. Además de suscribir acuerdos, la comunidad se dio a la tarea
de plantar mojones y tomar datos georreferenciados de cada sitio, dando inicio a un emprendimiento
que aún tenía mucho camino por recorrer.
Tocaba entonces promover la actualización de los derechos de propiedad familiar y la situación era
mucho más compleja y no estaba claro por dónde empezar. La primera tarea debía ser enfrentar los
conflictos y decidieron generar un espacio donde las familias puedan construir acuerdos. La idea era
crear las condiciones para que las familias por sí mismas puedan solucionar sus problemas, puesto
que se trataba de conflictos entre parientes. Se organizaron espacios de motivación y diálogo
comunal donde se analizó la importancia de suscribir acuerdos de forma pacífica, sin la necesidad de
acudir a instancias judiciales.
El producto que cada familia debía entregar era un acuerdo donde se especifique la manera en
cómo manejarían la tierra y el o los nombres de quienes serían reconocidos como los
propietarios. Según el plan del comité, a medida de que cada familia presentaba su acuerdo, se
inspeccionaría la propiedad para que, junto a los vecinos, actualicen la ubicación de los linderos de
las parcelas. Se consideró que un mes era suficiente tiempo para concluir con esta labor.
Con este plazo sólo cinco familias habían entregado sus acuerdos y la mayoría no había elaborado el
documento porque los problemas familiares hasta entonces suspendidos, resurgieron e impedían los
acuerdos. Entonces, la comunidad decidió organizar “audiencias públicas de conciliación de
conflictos” donde a la cabeza de las autoridades comunitarias se atendieron los casos que no
pudieron ser resueltos en la instancia familiar. Esta labor fue dificultosa ya que en la mayoría de los
casos, la solución requirió de más de una audiencia de conciliación. La tarea llegó a durar algo más de
dos años. La etapa fue concluida por decisión de la comunidad y los tres casos que quedaron
irresueltos, no podían retrasar más la aspiración de la comunidad de regularizar sus derechos de
propiedad sobre la tierra.
Paralelamente al trabajo de conciliación interna, las familias actualizaron los límites de sus parcelas.
Esta tarea fue cumplida con la ayuda del comité de saneamiento quién se había organizado para
revisar los puntos limítrofes de cada parcela. De esa forma, la mayoría de las familias logró obtener
dos documentos: un acuerdo conciliatorio familiar y un plano geo referencial. La adquisición de esos
documentos supuso la conclusión de la parte más compleja de todo el proyecto y viabilizó la
61

normalización de la tenencia de la tierra al interior de la comunidad; sin embargo, esta


regularización interna aún no tenía el aval del Estado lo que era entendido como una gran debilidad.
Entonces, se presentaba un nuevo reto: lograr que el Estado convalide el trabajo de la comunidad.
Para ello, debía organizarse una estrategia de incidencia que les deje ganar la atención del
Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). La dificultad radicaba en que esta institución
mantuvo una mirada extremadamente técnica del proceso de regularización del derecho de
propiedad y no existía mucho espacio para la acción social. Para lograr vencer este obstáculo se
pensó en tres movimientos: generar reuniones de incidencia, buscar aliados en las organizaciones
supra-comunales y generar las condiciones para que otras comunidades sigan su ejemplo y muestren
que su acción no era una iniciática aislada.
Sobre la primera acción, la comunidad realizó varias visitas al INRA explicando el contenido de su
trabajo interno, primero a los funcionarios responsables de área y luego, al director de esa
institución. Estas reuniones no tuvieron mucho éxito pues los responsables de esa repartición
estaban aferrados a la idea de que los únicos capacitados para realizar cualquier trabajo de
actualización de derechos eran ellos mismos. Esta sesgada percepción afectó la posibilidad de
convalidar los resultados en esta instancia. Por insólito que parezca, tuvo que esperarse a que haya
un cambio de los funcionarios para encontrar un ambiente más propicio. Este cambio sucedió el año
2011. Afortunadamente, el responsable entrante mostró una perspectiva distinta sobre el tema y
permitió que se busquen alternativas para revalidar el trabajo comunal.
Al buen ánimo del nuevo director se sumó la positiva presión que ejercieron los aliados de la
comunidad que, para ese momento eran varios. Por un lado, estaba las organizaciones matrices de
los campesinos del lugar; y por otro, las ONG que trabajaron junto a ellos. La convalidación en el
Estado fue una labor que tomó tres años debido a que, a pesar de buen ambiente, el INRA no sabía
cómo conectar el procedimiento formal a una acción social. Para el Estado esta tarea fue un desafío
que requirió una visión renovada de la manera legalista de encarar la regularización de los derechos
sobre la tierra. Ahora bien, para conseguir que los funcionarios de esa institución terminen de
flexibilizar su posición influyó el hecho de que poco a poco las demandas de más comunidades, en
los mismo términos que Collagua, se fueron presentado y exigían una respuesta. Entonces,
la aspiración de alcanzar la consolidación de la propiedad de la tierra fue tomando fuerza, al
punto de que el Estado tuvo que generar las condiciones para que se convalide el saneamiento
interno de la comunidad.
En mayo del año 2014 el trámite de titulación llegó a su fin luego de sortear una serie de revisiones y
pasos procesales que dieron lugar a la firma del Presidente del Estado en cada Título de propiedad
y la Inscripción en los registros de propiedad del Estado. La entrega de títulos supuso el final de esta
iniciativa comunal que duró algo más de siete años, pero que la final tuvo un resultado exitoso. El
hecho de alcanzar la añorada seguridad jurídica fue motivo de fiesta para toda la comunidad, donde,
además, participaron las máximas autoridades del INRA.
62

Lectura Complementaria
Los partidos políticos son instituciones de derecho público, su conformación y funcionamiento se
encuentra reglado en la Constitución Política y Ley Electoral. En la medida que estas organizaciones
se fueron desarrollando en el seno de la sociedad, se consolidaron como un medio cívico, para que el
ciudadano libre y espontáneamente se afilie al partido de su preferencia, aceptando valores,
principios, conceptos políticos-ideológicos, que la organización vende a la clientela política. Sin
embargo, el fundamento de cada partido descansa en la plataforma política, económica y social, en
los procesos electorales ofrece al electorado con el objetivo de conquistar el poder político. En esa
carrera de competencia participan en igualdad de condiciones, otros partidos políticos, el objetivo es
llegar a la meta y ganar la presea, que es el poder político.

Como en este país la elección de Presidente de la República, se realiza conjuntamente con la de


diputados, en este caso el partido político también anhela obtener un mayor número de diputados, lo
que permitiría controlar no sólo el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo, sino que se lleva también al
Poder Judicial. Al tener todos los poderes, el partido influiría en el andamiaje político, ideológico,
económico y social. No obstante, una vez que la agrupación gana las elecciones, su objetivo se
desdobla, pues la lucha ya no es llegar al gobierno, la tarea se vuelve más difícil y compleja, tal es
mantenerse en el poder indefinidamente.

En nuestro país, la historia de los partidos político ha sido precaria e inestable, del seno de la
sociedad ha surgido una fauna de partidos, con diversos signos políticos-ideológicos, muchas de estas
organizaciones han nacido, pero la mayoría ha muerto sin pena ni gloria. Empero, la historia nos
enseña que hubo organizaciones políticas que por muchos años calaron en la conciencia colectiva de
los nicaragüenses, tristemente con el paso de los años, tal como ocurrió con los dinosaurios, estos
partidos tuvieron una muerte política, otros sobreviven, pero como el náufrago en alta mar, se
aferran desesperadamente a una tabla de salvación para no morir.

Nuestra historia es aleccionadora, pues nos muestra los errores y las causas políticas por las cuales
estas agrupaciones con origen histórico fenecieron. En el siglo XIX y las tres cuartas partes del siglo
XX, los nicaragüenses fueron testigos activos y pasivos de la conformación de dos partidos, llamados
inicialmente Legitimistas y Democráticos, el pueblo irónicamente los denominó Timbucos y
Calandracas. El primero se funda en Granada, el segundo en León. Con el transcurso de los años,
dichos partidos cambian de apelativo a Partido Conservador y Partido Liberal. En el siglo XX, asumen
el denominativo de Partido Conservador de Nicaragua y Partido Liberal Nacionalista. Durante más de
un siglo (1850-1979), ambas agrupaciones logran penetrar con fuerte arraigo, en la conciencia
popular, de tal suerte que cuando uno u otro partido llamaba a sus bases a tomar las armas para
desalojar del poder al otro partido, ese llamado tenía eco y presencia en sus seguidores y
simpatizantes.

Los partidos Conservador y Liberal, se caracterizaron por practicar una vida partidaria, fundada en un
fuerte liderazgo de naturaleza caudillista. En el caso del Partido Conservador de Nicaragua, éste tuvo
connotados caudillos como Fruto Chamorro, Adolfo Díaz, Emiliano Chamorro, Fernando Agüero
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Rocha, etc. El Partido Liberal Nacionalista, tuvo caudillos como Máximo Jerez, José Santos Zelaya,
Anastasio Somoza García, Luis Somoza y Anastasio Somoza Debayle.

La vida orgánica de estos partidos no estuvo cimentada en una democracia interna, en el debate
amplio de los problemas del país, en el relevo generacional de los cuadros. No había ni existían en la
ley electoral mecanismos, para combatir el caudillismo y fomentar la institucionalidad. Los problemas
políticos, económicos y sociales que enfrentaba el país, no se resolvían en base a una discusión de
consenso, las decisiones fundamentales las dictaba en forma inconsulta el caudillo del partido.

Por la forma de dirección autocrática del caudillo, en los partidos se fueron dando escisiones
internas. En la década de los cuarenta, el Liberal Nacionalista se divide y nace el Partido Liberal
Independiente (PLI). Lo mismo ocurre con el Conservador de Nicaragua. El fraccionamiento pone en
peligro la hegemonía de ambos partidos, de manera que para proteger sus intereses, ambas
organizaciones se unen y pactan, los acuerdos suscritos fueron elevados a la Constitución Política y a
la Ley Electoral, con lo cual las paralelas históricas se declaran partidos únicos. Proscriben otros
partidos, en especial los que tienen ideología de izquierda. Con los pactos los caudillos políticos se
distribuyen como un pastel las instituciones estatales y de gobierno. El caudillismo como ideología
imperante en los partidos políticos de la época, conllevó la exclusión de otras organizaciones
políticas, práctica que gradualmente fue carcomiendo la popularidad que en determinado momento
gozaron ambos partidos.

De manera que las contradicciones sociales se agudizan, los partidos en cuestión perdieron el control
y la hegemonía, en consecuencia al final no pudieron contener el tsunami político del 19 de julio de
1979, es decir, el triunfo de la Revolución Sandinista. Con la revolución se rompe en mil pedazos el
andamiaje político que por muchos años habían construido los partidos Liberal Nacionalista y
Conservador de Nicaragua. Han pasado treinta años desde que ambos partidos políticos, fueron
enterrados en el cementerio de la historia.

Con la Revolución Sandinista surge en el país el pluralismo político, nacen partidos políticos por
doquier, hay de derecha, ultraderecha, de centro derecha, de izquierda, ultraizquierda, marxistas
leninistas, socialistas, trotskistas, neoconservadores, neo somocistas, socialcristianos, etc. etc. En las
elecciones del 25 de febrero de 1990, sólo la Unión Nacional Opositora (UNO), agrupó 14 partidos
políticos. En las elecciones de 1996, participaron 27 partidos políticos, sin embargo, el electorado
inclinó su voto a dos partidos el FSLN y el PLC. En las elecciones de 2001, participaron siete u ocho
partidos políticos, más los electores votaron por el PLC y el FSLN. Esa situación se repite en las
elecciones de 2006, con la salvedad que el voto se divide más, la derecha participa en dos bloques
ALN y PLC, mientras que la izquierda en el FSLN y MRS. En esos sufragios el FSLN logra un 38%, el
MRS un 7%, ALN un 29 % y el PLC un 26%.

Ante esos resultados los partidos mayoritarios, FSLN y PLC, que en los años precedentes fueron
fortaleciendo la figura del caudillismo, firman pactos políticos, reforman la Constitución Política y la
ley Electoral, acorde con sus intereses, se reparten las instituciones del Estado, excluyen a partidos
políticos clasificados como peligrosos. De manera que los resultados electorales de 2006, generaron
enorme preocupación, similares a las que tuvieron los partidos PLN y PCN, en tiempos de la dictadura
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somocista, por tanto había que impulsar acciones políticas concretas para parar el avance de los
emergentes partidos políticos, que son un verdadero riesgo para las elecciones generales de 2011.

Ante la aprehensión del FSLN y PLC, de ser desplazados como fuerzas mayoritarias, siembran la
división en la ALN, debilitando el liderazgo, con que obtuvo 27 diputados. Antes de las elecciones
municipales de 2008, bajo artificios y sofismas legales cancelan la personalidad jurídica del MRS y
Partido Conservador.

La actuación política del FSLN y PLC, en contra de los otros partidos políticos, es análoga a la que tuvo
el PLN y PCN, en los mejores tiempos del somocismo, es decir, excluir de los procesos electorales a
otras organizaciones políticas, institucionalizar los pactos políticos, repartirse el Estado, toda esta
práctica, contribuyeron a la muerte política de las paralelas históricas. Pregunto: ¿Se repetirá la vieja
historia, y con el tiempo por los mismos vicios también desaparecerán los partidos FSLN y PLC? El
tiempo será quien dirá la última palabra.

(htt5)

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