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Argentina Mabel García, Silvana EL DERECHO COMO CIENCIA Invenio, vol. 14, núm.

26, junio,
2011, pp. 13-38 Universidad del Centro Educativo Latinoamericano Rosario, Argentina

EL DERECHO COMO CIENCIA

Silvana Mabel García*1

RESUMEN: La condición científica del Derecho, no tiene aún consenso unánime y el debate entre
los pensadores del derecho permanece vigente y con fuerza. Las dificultades en este tema se
presentan desde el momento mismo en que se intenta explicitar el concepto y contenido de la
“Ciencia del Derecho” pues la propia definición del objeto de la ciencia resulta controvertida. A
lo largo de los siglos se han propuesto diferentes visiones acerca de la Ciencia del Derecho, su
finalidad y contenido y todas ellas contribuyeron en su formación. Existen también tesis
negatorias del carácter científico del Derecho.

Palabras clave: derecho - condición científica - ciencia del derecho

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Proyecto académico sin fines de lucro, desarrollado bajo la iniciativa de acceso abierto

1. Introducción

Recurrir a la epistemología, como filosofía de la ciencia, en su enfoque hacia la problemática del


saber jurídico, implica adoptar una actitud reflexiva y crítica respecto de la propia ciencia que
tiene por objeto al Derecho.

Y ya que nunca antes en nuestro desempeño profesional nos habíamos formulado la pregunta
acerca de la condición científica o no de nuestro saber (quizás la dábamos por cierta), nos
pareció importante abocarnos en estas páginas, a la Ciencia del Derecho.

Al abordar la bibliografía sobre el tema, advertimos que contrariando nuestro “pre-

* Abogada. Egresada de la Facultad de Derecho de Rosario (UNR). Doctora en Derecho de la


Facultad de Derecho de Rosario (UNR). Magíster en Asesoramiento Jurídico de Empresas de la
Universidad Austral de Rosario. Profesora adjunta en Carrera de Grado de la misma Facultad en
“Derecho Comercial III” y en Carrera de Postgrado en esa Casa de Estudios – Carrera de
Especialización en Derecho Empresario - y en la Facultad de Ciencias Económicas y Estadística de
Rosario (UNR) - Carrera de Especialización en Sindicatura Concursal –. Docente Adscripta a la
Cátedra de Derecho Comercial II (“Concursos”) de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del
Rosario (U.C.A.). Autora de dos libros “Régimen de Inhabilitaciones por Quiebra” (Bs. As., La Ley,
2002) y “Extinción de las obligaciones por quiebra” (Bs. As., Astrea, 2010). Miembro del Instituto
Iberoamericano de Derecho Concursal; Miembro del Instituto de la Empresa de la Academia
Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba; Miembro del Instituto de Derecho
Concursal del Colegio de Abogados de Rosario. Ejerce activamente la profesión de abogada en la
ciudad de Rosario (S. Fe.). E-mail: holand-garcia@arnet.com.ar

juicio” respecto de la cuestión, la situación científica del Derecho, no tiene aún consenso
unánime y que todavía el debate entre los pensadores del derecho permanece vigente y con
fuerza.

Sobre el final del trabajo, exponemos nuestro punto de vista y contribuciones personales con
relación al tema en estudio (punto 5), no sin antes analizar los cuestionamientos que se formulan
tanto en torno al concepto, como al objeto y contenido de la Ciencia del Derecho (punto 2).
Especial atención prestamos a los aportes que en su evolución fueron realizando los grandes
forjadores de esta ciencia y exponemos ciertas visiones particulares (punto 3), considerando
asimismo algunas de las posiciones que discuten el carácter científico de este saber (punto 4).

Concluimos con algunas reflexiones (punto 6)

2. El carácter problemático de la delimitación del concepto, objeto y contenido de la Ciencia del


Derecho

Dice Bertrand Russell: “la ciencia es lo que conocemos y la filosofía es lo que no conocemos”1.

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Sin embargo, definir “la ciencia”, esto es, aquello que conocemos, no es una tarea sencilla, entre
otros motivos, porque la expresión es ambigua, pues se utiliza tanto para describir las
actividades consideradas científicas (el proceso) como para el conjunto de proposiciones que
constituyen el resultado de tales actividades (el producto); y porque adolece también de
vaguedad o imprecisión, ya que no existe un conjunto de propiedades necesarias y suficientes
para el uso del término, lo que deja una zona de penumbra constituida por actividades a las
cuales vacilaríamos en aplicar o no el término.

Intentando alguna conceptualización, podemos tomar la siguiente: “saber científico, supone un


sistema de conocimientos, ciertos y probables, respecto de un determinado sector de objetos de
la realidad universal, a los que es posible acceder a través de una adecuada fundamentación
metodológica”2. Y en punto a esta última característica, nos resulta gráfica la explicación de
Ricardo Guibourg cuando dice que una ciencia, en ese sentido, no es otra cosa que un sistema de
decisiones metodológicas, en el que se insertan los datos de la realidad, una vez identificados e
interpretados por el mismo sistema, como los libros de la biblioteca se ordenan en los estantes.
Y evoluciona o se modifica del modo en que los estantes se construyen, cuando lo creemos
preciso, a la medida de los libros que tenemos o imaginamos que tendremos algún día3.

Pero si conceptualizar a la ciencia en general es una tarea ardua, aún más lo es explicitar el
concepto y contenido de la “Ciencia del Derecho”. Confluyen en esa dificultad numerosos
obstáculos:

En primer término, se señala que es de por sí equívoco individualizar con la misma palabra
(“derecho”) tanto al objeto de estudio (el derecho) como al estudio del objeto (es decir la
ciencia).

En segundo término, y he aquí quizás la mayor dificultad, la propia definición del objeto de la
ciencia no logra consenso. Así se resalta que, en pocas disciplinas científicas como en el derecho,
la polémica respecto de su objeto propio ha sido motivo de tanta opinión divergente. Ni los
físicos, ni los químicos, ni los historiadores, tendrían tanta dificultad para definir el objeto de su
estudio como tienen los juristas.

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Contribuyen a tal incertidumbre las siguientes circunstancias:

El carácter ambiguo del término “derecho”. En efecto, la misma palabra tiene varios significados
relacionados estrechamente entre sí. Así, puede ser entendida como “derecho objetivo”, es
decir, como sistema o conjunto de normas; como “derecho subjetivo”, esto es, como facultad,
atribución, permiso, etc; y finalmente como el estudio o investigación (ciencia) del derecho a que
hacemos referencia.

También, que la expresión “derecho” es vaga. No es posible enunciar propiedades que deban
estar presentes en todos los casos en que la palabra se usa. Algunos señalan el carácter coactivo,
otros que debe tratarse de directivas promulgadas por una autoridad, y están quienes eligen
como propiedad la de consistir en reglas generales.

Y finalmente, que la expresión “derecho” tiene una carga emotiva. En efecto, “derecho” es una
palabra con significado emotivo favorable, pues se dice que nombrar con esta palabra un orden
social implica condecorarlo con un rótulo honorífico y reunir alrededor de él las actitudes de
adhesión de la gente4. Cuando una palabra tiene carga emotiva, ésta perjudica su significado
cognoscitivo.

Volviendo a la dificultad en cuanto a la propia definición de lo que se entiende por “derecho”,


tampoco existe consenso sobre cuál es el contenido concreto del derecho, cuál es el “ser” del
derecho.

Acudiendo a las respuestas que los juristas han dado en el devenir histórico, podemos encontrar
tantas como autores, porque cada uno tiene su concepción del derecho.

En un intento de sistematización, podríamos agruparlas en diferentes corrientes de la filosofía


jurídica, según la concepción del derecho que defienden. Básicamente, sin perjuicio de
reconocer que puede implicar un simplismo quizás inadecuado, ellas serían tres: el
iusnaturalismo, el iusformalismo (o positivismo) y el iusrealismo5. Sin ignorar la existencia de
toda una gama de concepciones intermedias, como son la analítica, la deóntica, la egológica, la
estructuralista, la funcionalista, la histórica, la iusmarxista y la semántica, entre otras.

Cada una de estas metodologías cuenta con una concepción propia del derecho al resaltar un
elemento o característica de él.

Así, la corriente iusnaturalista, tanto en su vertiente laica como racional, reduce al derecho a un
contenido intrínsecamente justo o natural, ya que para ella el derecho es un valor justo o
natural. El iusformalismo (o positivismo jurídico) por su parte, en su insistencia por la separación
estricta del derecho de la ética, moral y religión, y en la independencia de toda consideración
valorativa, limita al derecho a un análisis de las interrelaciones lógicas de las normas jurídicas. El
derecho, se reduce a las normas jurídicas, sin importar su contenido justo o no.

Por último, el iusrealismo, considera el derecho como un hecho eficaz o real, y la Ciencia del
Derecho por lo tanto, es una ciencia empírica, que se debe ocupar del ser de la conducta
humana, entendida como un conjunto de fenómenos o hechos eficaces o reales. El objeto de
estudio no son las normas ni los valores, sino los hechos. Se acepta el carácter normativo de la
ciencia, no por estar compuesta de normas vigentes, sino porque los hechos sociales se refieren
forzosamente a esas normas.

Con un propósito digamos conciliador, y tal vez pretencioso, al apuntar a un “ideal” del derecho
que sea al mismo tiempo, justo o natural, vigente o formal y eficaz o real, surge la teoría
tridimensional del derecho, para la cual el derecho conserva las tres dimensiones (valor, norma y
hecho) pero estrechamente unidas entre sí, en relaciones de esencial

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implicación, no existiendo uno que sea más importante que los otros, pues no sólo se exigen
recíprocamente sino que actúan como uno solo.

A las dificultades ya reseñadas, cabe agregar una última: la propia descripción de lo que forma el
contenido de la Ciencia del Derecho.

Así, la expresión “Ciencia del Derecho” o “Ciencia Jurídica” o “Jurisprudencia” (utilizadas como
sinónimos) se emplea en tres sentidos6:

- En un sentido amplísimo, abarcando todas las disciplinas jurídicas, incluso la Filosofía del
Derecho y se habla así de “las” Ciencias del Derecho. En este sentido, las Ciencias Jurídicas
abarcarían, además de la propia Filosofía del Derecho, a la Teoría general del Derecho (para
quienes la consideran disciplina independiente de la Filosofía del Derecho), la Historia del
Derecho, la Sociología del Derecho, la Psicología del Derecho y la Ciencia del Derecho
Comparado.

- En un sentido semirrestringido, comprendiendo todas las ciencias jurídicas, con exclusión de la


Filosofía del Derecho.

- En sentido estricto, como sinónimo de Dogmática Jurídica, entendida como la ciencia que tiene
por objeto la exposición ordenada y coherente de los preceptos jurídicos que se hallan en vigor
en una época y un lugar determinados, y el estudio de los problemas relativos a su
interpretación y aplicación.

3. Los aportes en la evolución de la Ciencia del Derecho7

La Ciencia del Derecho se ha ido construyendo y enriqueciendo en el devenir histórico con el


aporte de muchos y muy encumbrados filósofos del derecho. Haremos referencia a algunos de
los más importantes, sin pretensiones de exhaustividad ni completitud, con el objetivo de
exponer al lector algunas de las diferentes visiones que de la Ciencia del Derecho, su finalidad y
contenido se han propuesto.

3.1 La construcción de la Ciencia del Derecho durante el siglo XIX.

3.1.1 La Escuela Histórica del Derecho

La moderna Ciencia del Derecho comienza con Federico Carlos de Savigny y su pensamiento llega
hasta nuestros días. Además de su importante contribución a la teoría de las fuentes y de la
interpretación, cuando en las sentencias de los tribunales y en los escritos doctrinarios, se hace
hoy referencia a los “institutos jurídicos”, se está de algún modo evocando el aporte de Savigny a
la Ciencia del Derecho.

Los “institutos jurídicos”, a los que Savigny conceptúa como aquellos modos de comportamiento
o relaciones de vida concretos y a la vez típicos (como el matrimonio, la patria potestad, la
compraventa) que son observados en general por los ciudadanos como jurídicamente
vinculantes, son, en el pensamiento de Savigny, el punto de partida y fundamento de la
evolución del Derecho.

En efecto, el “instituto jurídico” es un todo lleno de sentido, cambiante con el tiempo, de


relaciones humanas típicamente entendidas, que como tal, no es posible comprobar
completamente mediante la adición de las reglas jurídicas particulares que se refieren a él. Ello
así, porque estos “institutos jurídicos” no resultan del conjunto de reglas

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jurídicas, sino que más bien las reglas jurídicas se infieren de la contemplación total de los
institutos jurídicos por una abstracción. Por tanto, dado que las reglas contenidas en la ley,
independientemente de toda configuración conceptual, tienen su fundamento más hondo en la
contemplación de los “institutos jurídicos”, no pueden, según Savigny, ser entendidas
únicamente a partir de ellas mismas, sino partiendo de la contemplación del instituto jurídico,
pues entre tal instituto y la forma abstracta de la regla particular existe una “desproporción”
cuya superación está permanentemente encomendada a la Ciencia del Derecho.

Es imperioso aludir además, a la consideración por Savigny del método sistemático. Desde un
principio es característico en él exigir una combinación del método “histórico” y el “sistemático”
como nota caracterizante de la ciencia jurídica. El primero, considera la génesis de cada ley
precisamente en una situación histórica determinada. El segundo, intenta comprender como un
todo coherente la totalidad de las normas jurídicas y de los institutos jurídicos que le sirven de
base.

Afirma Savigny la existencia de una conexión orgánica de los institutos jurídicos que están vivos
en la conciencia general. “Todas las instituciones jurídicas están ligadas en un sistema y sólo
pueden ser comprendidas por completo dentro del magno contexto de este sistema.”8 La idea
de sistema significa el desarrollo de una unidad en una variedad, que, de este modo, es conocida
como una conexión de sentido. Esta unidad es pensada por Savigny como un “organismo”, como
una totalidad de sentido inherente a la variedad sólo mostrable en ella y por ella.
Las reglas jurídicas particulares, opina Savigny, solo posteriormente serán deducidas por
abstracción de los “institutos jurídicos”, por ello éstos han de estar siempre presentes al
intérprete en la contemplación, si es que quiere entender rectamente la norma jurídica.

Es inevitable referir a la importancia del “concepto” en la evolución de la Ciencia del Derecho.

Fue Jorge Federico von Puchta quien con clara firmeza, encaminó la Ciencia del Derecho de su
tiempo por la vía del sistema lógico en el sentido de una “pirámide de conceptos” y de este
modo, decidió su evolución hacia la “jurisprudencia de conceptos”. De hecho, enseñó el método
del pensamiento formal-conceptual, radicando allí su importancia para la metodología jurídica y
el desarrollo de la Ciencia del Derecho.

Enseña Puchta, que las normas jurídicas particulares que forman el derecho de un pueblo, se
hallan entre sí en una conexión orgánica, y la misión de la Ciencia del Derecho, es conocer las
normas jurídicas en esa conexión, condicionándose unas a otras y procediendo unas de otras, a
fin de poder seguir la genealogía de las normas particulares hasta la altura de su principio y
asimismo descender los principios hasta sus últimas consecuencias. Se logra así, en el
entendimiento de Puchta, un conocimiento sistemático capaz de seguir hacia arriba y hacia
abajo la derivación de cada concepto a través de todos los escalones intermedios que han
participado en su formación. La genealogía de los conceptos indica por tanto, que el concepto
supremo del que son derivados todos los demás codetermina con su contenido todos los
restantes.

La contribución de la “jurisprudencia de conceptos” fue la elaboración de un sistema abstracto


conceptual, que estaba construido según el principio de la subordinación de conceptos siempre
más especiales bajo otros de muy amplia extensión (ámbito de aplicación) pero de contenido
siempre más reducido, y que debía permitir, no sólo asignar

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a cada concepto su lugar dentro del sistema total, sino también subsumir otros conceptos bajo
ellos y finalmente tanto hechos como consecuencias jurídicas concretas. Este desarrollo
encontró su reflejo en numerosas divisiones conceptuales (como las de Derecho público y
privado; derechos absolutos y relativos; nulidad y mera anulabilidad de un negocio jurídico y
muchos otros).

3.1.2 La Ciencia del Derecho bajo la influencia del concepto positivista de ciencia
Durante el transcurso del segundo tercio del siglo XIX la Ciencia del Derecho, como todas las
ciencias del espíritu, tomó parte del viraje general hacia el positivismo. Como movimiento
contrario tanto al Derecho natural racional deductivo, como al romanticismo y la Escuela
Histórica, el positivismo se caracteriza especialmente por aspirar a desterrar de la ciencia, toda
metafísica, toda ética material y toda doctrina de valores, y por restringir la ciencia
estrictamente a los hechos y a su “legalidad” empíricamente observable.

Sólo reconoce como ciencia de un lado, las ciencias causales basadas en la experiencia, de otro
lado la lógica y la matemática como doctrina de las formas puras de los cuerpos y de los
números. Según la concepción positivista, lo único que es accesible al conocimiento científico,
prescindiendo de la lógica y la matemática, son los hechos perceptibles junto con la “legalidad”,
corroborable experimentalmente, que en ellos se manifiesta. En este planteamiento aparece
decisivo el modelo de las ciencias naturales “exactas”. En esto el positivismo es “naturalismo”.
Por tal motivo, la Ciencia del Derecho ha de ser elevada a una “ciencia verdadera”
fundamentándola, lo mismo que la ciencia natural, sobre hechos indubitables.

Ningún pensador jurídico ha llegado a ser, junto con Savigny, tan importante para el desarrollo
de la Ciencia del Derecho como Rudolf von Ihering.

La obra jurídica de la vida de Ihering se caracteriza por una notable evolución, aunque algunos
autores en cambio la señalan como marcada por una profunda cesura.

En la etapa correspondiente a su obra “El espíritu del Derecho Romano” Ihering, imbuido todavía
por el modo de pensar de las ciencias naturales “exactas” de su tiempo, aporta y culmina la
“jurisprudencia formal de conceptos” aunque a diferencia de Puchta, no parte de un concepto
fundamental ya dado previamente al derecho positivo y constitutivo del mismo, sino que su
procedimiento de formación de los conceptos es exclusivamente inductivo: la tarea sistemática
de la Ciencia del Derecho, consiste ahora, según él, en descomponer los institutos jurídicos
particulares y las normas jurídicas a ellos relativas en sus elementos lógicos y en destilar
limpiamente éstos, y luego reconstruir con ellos, por combinación, tanto las normas jurídicas ya
conocidas como también otras nuevas. El resultado de esta descomposición y recomposición
lógicas, es que la ciencia obtiene, en lugar de una cantidad infinita de normas jurídicas de las más
diversas clases, un número claro de cuerpos simples, pudiendo recomponer con ellos cuando sea
preciso, las normas jurídicas particulares. Pero la utilidad no se limita meramente a esta
simplificación, los conceptos jurídicos obtenidos no son meras disociaciones de las normas
jurídicas dadas sino que existe una ventaja aún mayor en el incremento del derecho conseguido
por este medio a partir de sí mismo, de un crecimiento desde dentro. Mediante la combinación
de elementos diferentes, la ciencia puede formar nuevos conceptos y normas jurídicas: los
conceptos son productivos, pues engendran otros nuevos. Y compara Ihering esta tarea, de
formación de los conceptos jurídicos elementales, mediante análisis y abstracción, con las letras
del alfabeto: “la idea del alfabeto se basa en la descomposición y en la reducción de lo

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compuesto a sus elementos; el alfabeto ha surgido de la observación de que el lenguaje ha


formado toda su riqueza de palabras mediante una combinación diversa de ciertos sonidos
fundamentales, y de que por tanto, el descubrimiento y designación de estos sonidos
fundamentales es suficiente para componer con ellos cualquier palabra...Lo que son las palabras
en el lenguaje, eso son las relaciones jurídicas en el derecho. La tarea es aquí como allí el
descubrimiento de estos elementos, la formación de un alfabeto”9.

Sin perjuicio de muchas otras importantes, la contribución de la que sin duda es imposible
prescindir en la evolución posterior de la Ciencia del Derecho, es la que el jurista alemán
desarrolló en su obra “El fin del Derecho”. La idea fundamental expuesta en esa obra, es la de
que el fin es el creador de todo el derecho, que no existe ninguna norma jurídica que no deba su
origen a un fin, esto es, a un motivo práctico debido al cual es creada que por lo tanto determina
su entendimiento. Sin embargo, no es el legislador quien determina el fin de la norma, pues
según afirma Ihering, éste actúa no tanto como persona individual cuanto como representante
de un querer o aspiración vinculantes, comunes a todos los miembros de la comunidad jurídica,
pero que proviene o se halla en la sociedad. Es asimismo la sociedad el sujeto final de todas las
normas jurídicas: el derecho es la norma coactiva estatal al servicio de un fin social. Por ello, para
comprender una norma jurídica, no ha de suceder lo que la lógica postula, sino lo que postula la
vida, el tráfico, el sentimiento jurídico, porque la vida no existe a causa de los conceptos sino que
los conceptos existen a causa de la vida. Sostiene Ihering: “para el uso académico puede ser muy
cómodo en vez de exponer minuciosamente las relaciones o los motivos prácticos, a los que una
norma jurídica debe realmente su origen, idear un punto de vista al que aquélla se subordine
como consecuencia lógica, pero en esto no ha de verse el fundamento real de las normas
jurídicas y de los conceptos”.

Estas ideas, contienen el comienzo de un programa para una Ciencia del Derecho
“pragmática”.Por lo demás, Ihering no reconoce ninguna jerarquía objetiva de los fines sociales,
éstos resultan más bien según él, únicamente de las distintas necesidades vitales de las
sociedades concretas históricamente existentes.

A partir de Ihering entonces, (y es éste su indiscutible aporte a la evolución de la Ciencia del


Derecho) no podrá ya prescindirse de la idea de que en toda norma jurídica tiene que ser
considerada también su función social: toda norma quiere configurar, en la parte que le
corresponde, la existencia social, y por este motivo está referida, según su sentido, a un fin
social.

Con el objetivo de reivindicar para la Ciencia del Derecho, de modo similar a la lógica y la
matemática, un objeto puramente ideal y restringirla a aquello que al respecto es necesario
según las leyes del pensamiento, emprendió Hans Kelsen su “Teoría pura del Derecho”. Pero
Kelsen siguió siendo positivista en cuanto expulsó de la Ciencia del Derecho toda consideración
valorativa y con ello, la cuestión acerca de la valoración pertinente en cada caso, por estimar que
no es contestable científicamente. La “Teoría Pura del Derecho”, representa el más grandioso
intento de fundamentación de la Ciencia del Derecho como ciencia que ha visto nuestro siglo.

Kelsen afirma que la Ciencia del Derecho no tiene que ver, no primariamente, con la conducta
efectiva de los hombres o con los fenómenos síquicos como tales, sino con normas jurídicas. Por
ello no puede ser una ciencia natural que describe hechos e investiga su enlace causal. Pero
entonces, si es que es realmente una ciencia, sólo puede ser, según el concepto positivista de
ciencia, una doctrina de las “formas puras” del Derecho.

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El objetivo de Kelsen es construir una ciencia descriptiva del derecho que tenga como objeto el
aspecto normativo del derecho. Es, por ello, una ciencia descriptiva que tiene como objeto el
lenguaje normativo jurídico. En ese sentido, se puede decir que es una ciencia que no pretende
imponer normas, no pretende prescribir sino que lo único que pretende es describir un objeto
normativo.

El punto de partida de Kelsen, desde el cual pretende fundamentar la independencia metódica


de la Ciencia del Derecho, es la distinción entre juicios del ser y juicios del deber ser.

El Derecho es un orden normativo que pertenece, en cuanto tal, a la categoría ontológica del
deber ser. No es lo mismo, sostiene, afirmar que los contratos se cumplen (o no se cumplen) que
sostener que los contratos deben cumplirse en virtud del Derecho. La primera afirmación
contiene un juicio de hecho, la segunda contiene un enunciado sobre algo que debe suceder.

Para Kelsen, la Ciencia del Derecho no tiene que ver con la conducta fáctica de los hombres, sino
solamente con lo jurídicamente preceptuado. Por ello, no es una ciencia de hechos, como la
sociología, sino una ciencia de normas; su objeto no es lo que es o lo que sucede, sino un
complejo de normas. Su carácter científico sólo está garantizado si se limita estrictamente a su
misión y si mantiene “puro” su método de toda mezcla de elementos ajenos a su esencia, es
decir, de todo préstamo de la sociología, de la sicología, pero también de toda influencia de
“dogmas” ya sean de naturaleza ética o religiosa. La pureza metodológica significa que la Ciencia
del Derecho tiene que someterse ascéticamente a una depuración de todos aquellos elementos,
históricos, sociológicos, políticos, iusnaturalistas, metafísicos que pertenecen a otros órdenes del
conocimiento. Como conocimiento “puro” no tiene que perseguir fines prácticos inmediatos,
sino más bien eliminar de su consideración todo aquello que no guarde relación con la
peculiaridad de su objeto como complejo de normas, todos los contenidos procedentes de la
esfera del ser o del ámbito de la ética. Kelsen quiere liberar a la Ciencia del Derecho de todos los
elementos ajenos a ella. La “Teoría pura del Derecho” sólo tiene que ver con el derecho positivo.

Como lo entiende Kelsen, la Ciencia del Derecho tiene que ver con normas, es decir, con un
deber ser, pero no se ocupa de los contenidos, sino de la estructura lógica de las normas
jurídicas, examina el sentido, la posibilidad y los límites de un enunciado jurídico en general y la
clase y modo de su realización.

La unidad, la coherencia formal de todas las normas de un derecho positivo, se basa en que
todas ellas pueden ser referidas a una norma única, como último fundamento de su validez, a la
“norma fundamental”. Esta norma no implica otra cosa que el establecimiento de un supuesto
de hecho productor de normas, la legitimación de una autoridad que establece normas o lo que
es lo mismo, una regla que determina cómo deben ser producidas las normas generales
individuales del orden basado en esa norma fundamental. Dicha norma no es establecida, sino
que es necesariamente presupuesta por la Ciencia del Derecho para poder interpretar como un
orden jurídico el material de normas que le es dado.

También interesa referir a la visión de Kelsen sobre la labor de interpretación del Derecho por
parte de la Ciencia Jurídica, que según afirma, no es igual a la tarea de interpretación por el
órgano aplicante: en la aplicación del Derecho por un órgano jurídico, la interpretación del
derecho aplicable siempre va unida a un acto de voluntad, por el que el órgano aplicable elige
una entre las varias posibilidades puestas de manifiesto por la interpretación de la norma. Otra
cosa sucede con la interpretación del derecho por la Ciencia Jurídica. Esta no es producción del
derecho, a diferencia de la interpretación por los órganos

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jurídicos (si bien tratándose de la sentencia judicial, sólo para el caso concreto), sino “pura
constatación cognoscitiva del sentido de las normas jurídicas”. Como tal, sus posibilidades son
limitadas; en especial es, según Kelsen, inepta para colmar las lagunas supuestas en el derecho.
La Ciencia Jurídica concreta tiene que dejar a la autoridad que aplica, el derecho de elección
(sólo determinable por consideraciones políticas) entre las interpretaciones igualmente posibles
desde el punto de vista jurídico-científico.

3.1.3 La escuela de la libre investigación científica

En las postrimerías del siglo XIX y apenas comenzando el siglo XX, contra el abuso de la lógica
formal en el campo de la ciencia jurídica se alzó Francisco Gény, en un intento de acercar el
derecho a la vida, a la realidad. En su obra “Método de interpretación y fuentes del Derecho
privado positivo” intenta Gény sacar la Ciencia Jurídica de los estrechos límites del texto expreso
y frío de la ley impugnando el postulado fundamental de que la ley escrita debe bastar para
todo, principio al que califica como de “fetichismo de la ley escrita y codificada”. En la búsqueda
de la reconstitución del método y la elaboración de una teoría de las fuentes, realiza un prolijo y
completo estudio de cada una de ellas, a saber: la ley escrita y su interpretación; la costumbre; la
autoridad o tradición cuyo valor investiga, y por último culmina sus estudios con el aporte
original de su teoría que llama de “libre investigación científica”.

Señala Gény que puede ocurrir que se presenten casos no previstos en la ley y en cuyas
circunstancias será necesario disponer de otro instrumento que revele al jurista la solución
adecuada al caso planteado; es allí cuando emerge la preponderante función de la libre
investigación científica para alcanzar los elementos objetivos del derecho.

Gény explica su método del siguiente modo: “investigación libre” toda vez que existe sustracción
a la acción propia de una autoridad positiva; “investigación científica”, al propio tiempo, porque
no puede encontrar bases sólidas más que en los elementos objetivos que sólo la ciencia puede
revelar. El método jurídico debe tener por preocupación dominante, descubrir él mismo, en
defecto de la ayuda de las fuentes formales, los elementos objetivos que determinarán todas las
soluciones exigidas por el derecho positivo.

¿Dónde habrán de encontrarse los elementos objetivos del derecho?, “en la naturaleza de las
cosas”, expresión que Gény se encarga de dilucidar: “las relaciones de la vida social, llevan en sí
las condiciones de su equilibrio y descubren ellas mismas las normas que deben regirlas. Nada al
parecer, tan sencillo según esto, como considerar de cerca todas las relaciones humanas, para
discernir entre las que merezcan reconocimiento jurídico y encontrar su ley en ausencia de toda
fuente formal”10.

Queda así expuesto en lo fundamental, el sistema de Gény, que ha tenido la virtud de señalar el
amplio horizonte abierto a la Ciencia Jurídica, libertándola de la concepción tradicional que la
creía encerrada totalmente en el código, de tal manera que hasta incluso se pretendió cerrar al
jurista el camino de la interpretación.
3.2 La Ciencia del Derecho en la primera mitad del siglo XX

Al comienzo del siglo XX, Rudolf Stammler introduce en Alemania un movimiento filosófico que
se caracteriza por el apartamiento del positivismo. En general, unió a ello la afirmación de la
historicidad del Derecho, aspirando así a una síntesis de dos grandes corrientes espirituales: el
“Derecho Natural” y el “historicismo”.

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En su “Teoría de la Ciencia del Derecho”, Stammler se propone hacer concebible la Ciencia del
Derecho y alejarla totalmente del reproche de carecer de valor científico. Para ello, afirma, son
sólo apropiados “los conceptos fundamentales del Derecho”, y el esclarecimiento de estos
conceptos fundamentales, de un modo seguro y completo, es por tanto una tarea decisiva para
todo aquel que se preocupe por el Derecho y por la Ciencia del Derecho.

Explica Stammler que las ideas jurídicas aparecen en la conciencia siempre ordenadas

ya de un modo determinado, es decir, formadas. Existen pues, “formas puras” del pensar jurídico
que condicionan lógicamente todo conocimiento jurídico particular, pero ellas mismas no están
condicionadas por ninguna materia particular y hallan su unidad en el concepto de Derecho en
sí. El concepto de Derecho es una manera y modo puros y condicionantes para ordenar la
conciencia volitiva, de los que depende toda posibilidad de calificar de jurídica una cuestión
particular.

En la concepción de Stammler, el Derecho es un modo del querer, pues ordena los fenómenos
según la forma del pensar “fin y medios”. A diferencia de las ciencias de la naturaleza o causales
(que ordenan los fenómenos según la forma del pensar “causa y efecto”) la Ciencia del Derecho
es una ciencia de fines. Por ello sus conceptos los forma de manera plenamente autónoma,
independientemente de las reglas del conocimiento científico-natural. Al lado de la lógica formal
y de la lógica que rige para el conocimiento científico-natural, se ha de exigir una lógica de la
ciencia de fines, de la cual resulta la independencia metódica de la Ciencia del Derecho.

Que se trate de una ciencia de fines no significa que Stammler pretenda, como Ihering, explicar
el origen causal de las normas jurídicas (a partir de fines sociales) pues esto sería considerar el
Derecho como un fenómeno natural. Lo que importa es la peculiaridad lógica de las
consideraciones jurídicas como tales. Esta peculiaridad consiste en un enlace específico de fines
y de medios. Siempre que se pregunta por la génesis del derecho o de las normas jurídicas
particulares, se presupone ya lógicamente el concepto de derecho como un determinado modo
de establecer fines y medios. El concepto de derecho es el de un determinado modo de
establecer fines.

Por otra parte, los conceptos jurídicos fundamentales puros son, según Stammler, irradiaciones
invariables del absolutamente firme concepto de derecho y se obtienen deductivamente a partir
de él (lo presuponen y lo confirman), y nunca pueden ser derivados de las particularidades de un
querer jurídico condicionado; en cambio los conceptos jurídicos condicionados sólo se obtienen
por abstracción del limitado contenido de un derecho históricamente dado.

Vemos así, dos ideas de Stammler que han llegado a ser de trascendental importancia para la
metodología de la Ciencia Jurídica y que podemos resumir del siguiente modo: la primera, es la
de la independencia metódica de la Ciencia del Derecho frente a las ciencias de la naturaleza,
que se basa en que la Ciencia del Derecho no pregunta por las “causas” sino por los “fines” y por
el sentido de una norma jurídica o de una institución. La segunda idea, más importante aún, es la
de que pertenece a la esencia del derecho el orientar y ordenar según una medida superior, la de
la idea del derecho, la profusión de fines posibles en una situación dada, siempre limitados y con
frecuencia contradictorios. Esta idea, posibilita así, la superación del positivismo y la
consagración del método teleológico en la Ciencia del Derecho.

El derecho como ciencia

INVENIO 14 (26) 2011: 13-38 23

Correspondió a Rickert, en su intento de independizar aún más las ciencias del espíritu de las
ciencias de la naturaleza, y con ello, apartarse definitivamente del concepto positivista de
ciencia, la introducción del concepto de “valor” en la metodología de las primeras, aunque sin
dar aún una respuesta a la cuestión de qué es un valor.

A la división lógica de las ciencias en generalizadoras e individualizadoras, se añade una división


objetiva, según consideren su objeto libre de valor y de sentido (ciencias naturales) o referido a
valores y por ello, con sentido (ciencias histórico culturales, como precisó Rickert). Los valores, el
sentido y el significado, no podemos percibirlos, sino sólo comprenderlos, al interpretar los
objetos percibidos. Según ésto, “naturaleza” es el ser libre de significado, sólo perceptible, no
comprensible; en cambio “cultura”, es el ser pleno de significado, comprensible.

Fue Emil Lask el primero que aplicó estas ideas a la metodología de la Ciencia del Derecho, al
comienzo del siglo XX. Según entiende, la Ciencia del Derecho es una rama de las ciencias
culturales empíricas, por tanto se ocupa de sucesos o relaciones que se destacan entre la masa
de lo que acontece por su relevancia en relación con determinados valores culturales.
El contenido adecuado a la idea de las normas, resulta según Lask, de su referencia a valores y
fines socialmente reconocidos. Lask habla por ello, de un método de la jurisprudencia referido a
valores y a fines. Subraya que todo lo que incide en el ámbito del derecho pierde su carácter
naturalista libre de referencia a valores. La formación de conceptos jurídicos está siempre
“teleológicamente teñida”.

Gustav Radbruch continúa la obra de Lask, agregando ahora el contenido y la conexión de


sentido de los valores mismos relevantes para el derecho, llevando así a cabo, el tránsito de una
filosofía de los valores únicamente formal a otra material.

Para Radbruch, cuyas explicaciones metodológicas fueron tenidas muy en cuenta por la doctrina
jurídico penal de su tiempo, el Derecho es, en cuanto fenómeno cultural, aquel dato que tiene el
sentido de realizar la “idea del Derecho”, que es el valor central al que en última instancia está
referido todo Derecho como algo con sentido. Y como la idea del Derecho no es otra cosa que la
de justicia, Radbruch también dice que el Derecho es la realidad que tiene el sentido de servir a
la justicia. Esto no quiere decir que todo Derecho positivo tenga también que ser
necesariamente derecho justo, pero en cuanto Derecho, se halla, según su sentido, bajo la
exigencia de la justicia: está orientado a esta idea.

La fenomenología y la filosofía existencial, han tenido su aplicación más consecuente al campo


del Derecho en la llamada “teoría egológica del Derecho” obra de Carlos Cossio.

El Derecho es para Cossio un objeto egológico, o sea es sólo la conducta, la libertad metafísica
fenomenalizada. Toda la teoría jurídica tradicional ha considerado el Derecho como norma.
Cossio rompe con el normativismo, incluso con el kelseniano, y afirma que el Derecho es
conducta. Afirmar otra cosa, es para Cossio, racionalismo, pero el racionalismo, dice, es
incompatible con el supuesto fundamental de la Ciencia Jurídica moderna: el ser una ciencia de
experiencia. Pues una ciencia de experiencia implica partir de un dato real empíricamente
intuible, y el único dato jurídico susceptible de ser captado sensiblemente en el derecho es la
conducta. La conducta en su interferencia intersubjetiva con otras conductas es lo que hay de
real en el campo del derecho y por eso es toda la realidad del derecho.

La norma, para Cossio, es sólo el instrumento conceptual por medio del cual se conoce la
realidad del derecho que es la conducta. La norma no es objeto sino concepto, y como tal sólo
puede ser abordada por la Lógica, como teoría de los conceptos, pero no por

Silvana Mabel García

24 INVENIO 14 (26) 2011: 13-38


la Ciencia Jurídica cuyo objeto es el Derecho. El objeto de la Ciencia Jurídica pues, sólo puede ser
el derecho en su realidad, o sea la conducta, y no las normas que únicamente son el instrumento
para su conocimiento.

Podemos afirmar así, que para Cossio no existe una filosofía del derecho distinta de la Ciencia
Jurídica, o mejor, la filosofía del derecho sólo puede ser una Teoría de la Ciencia Jurídica. Pues
del Derecho sólo hay, o un conocimiento vulgar, o un conocimiento científico, que es el de la
Ciencia Dogmática del derecho. Pero en torno al derecho que es objeto de la Ciencia Jurídica
pueden plantearse cuatro interrogantes: 1- en qué consiste su ser, y la respuesta es conducta; 2-
cómo se piensa jurídicamente, problema de la lógica jurídica formal: se piensa por medio de
conceptos, que son las normas. 3- cuándo es real y efectivo el pensamiento jurídico, cuándo se
conoce jurídicamente algo; problema de la lógica jurídica trascendental, problema de la validez y
vigencia del derecho; 4- problema del sentido puro del derecho, axiología jurídica, teoría de los
valores jurídicos: pues la conducta por ser libertad, posee un valor, es una valoración, y el
derecho es una valoración, consiste en valores; pero así como toda ciencia presupone una
ontología, una teoría del objeto, así también toda valoración empírica presupone una doctrina
sobre el sentido puro del valor11.

El valor positivo de la teoría egológica consiste, no sólo en la revalorización de la filosofía del


derecho llevada a cabo en nuestro medio, sino también en que es, ante todo, una meditación
auténticamente filosófica sobre el problema de la Ciencia del Derecho, de la que no podrá
prescindirse, aunque sea para polemizar con ella, al abordar la cuestión sobre la cientificidad de
la Ciencia del Derecho.

3.3 Algunas visiones de la Ciencia del Derecho en la segunda mitad del siglo XX.

Al iniciarse la década de los cincuenta, Alf Ross y Norberto Bobbio se propusieron la construcción
de una Ciencia Jurídica que tuviera todos los atributos necesarios para hacerla acreedora del
título de “verdadera ciencia”, y en ambos casos, sobre una base empírica12.

3.3.1 La Ciencia del Derecho según Alf Ross

Alf Ross, como representante del realismo jurídico, interpreta la vigencia del derecho en función
de la eficacia social de éste.

Según explica, la Ciencia Jurídica (a la que atribuye la condición de ciencia empírica) consta de
aserciones acerca de las normas jurídicas (del tipo: “F es una ley vigente”) y que
consiguientemente (al igual que se hace con las aserciones de las ciencias empíricas) deben ser
entendidos y considerados con arreglo al principio de verificación, en virtud del cual, una
proposición sólo tiene sentido cuando puede ser verificada (ello es conteste con la aspiración de
Ross de poder atribuir al derecho la condición de ciencia social empírica).

Y según entiende Ross, el procedimiento de verificación de las proposiciones de la Ciencia


Jurídica estará constituido por el comportamiento que a su respecto asuman los tribunales que
deciden las controversias jurídicas.

Es decir: la validez de una proposición de la Ciencia Jurídica (y por tanto su auténtico carácter
científico) está en función de su aplicabilidad en la práctica de los

El derecho como ciencia

INVENIO 14 (26) 2011: 13-38 25

tribunales. Así entonces, cuando un tribunal aplica una norma jurídica respecto de la cual la
Ciencia del Derecho había postulado su vigencia o la condición de válida, el hecho de su
aplicación implica la constatación de la certeza de las afirmaciones que sobre su validez o
vigencia había emitido la Ciencia Jurídica.

Sin embargo, en el pensamiento de Ross, las decisiones judiciales no tienen la función de atribuir
vigencia a las normas, sino de verificar proposiciones de la Ciencia Jurídica que afirman tal
vigencia. El comportamiento de los tribunales entonces, se relaciona con el problema de la
verificación de la aserción de la Ciencia del Derecho y no con el problema de la validez o vigencia
de la norma jurídica. Por lo que Ross admite la posibilidad de considerar derecho vigente al aún
no aplicado, porque la aplicación de la norma no es un requisito de su vigencia sino sólo un
criterio de verificación positiva de la proposición doctrinal (aserción) que nos ha indicado que
esa norma estaba vigente o era válida.

Pero además, para Ross, las aserciones acerca de la vigencia de la norma jurídica (contenido de
la Ciencia del Derecho) pueden ser consideradas verdaderas si hay motivos suficientes para
pensar que esa norma será aplicada en las decisiones futuras, aún cuando todavía no lo hayan
sido (por no haber recaído resolución alguna que contemple la regla a la que se refieren) o
incluso cuando no podrán ya serlo (porque la disposición legislativa sólo estuvo un corto tiempo
en vigor). Bastará con que contemos con otras creencias ya verificadas que nos ilustren acerca
de la mentalidad de los jueces y nos hagan considerar razonable que la afirmación acerca de la
validez o vigencia era verdadera.

Señala también Ross, el carácter probabilista y relativo de las aserciones de la Ciencia Jurídica:
aun cuando podamos citar una o más resoluciones judiciales que verificasen la exactitud de la
proposición “A” de la Ciencia Jurídica, ésta continuaría siendo en principio una incierta
predicción respecto de decisiones futuras, pues la aserción verificada, para mantener su validez,
se encontrará siempre precisada de nuevas verificaciones: una vez probada y confirmada para el
pasado, después de su verificación, vuelve a problematizarse, presentándose como una nueva
aserción que a su vez debiera ser verificada. Es decir: la verdad de una proposición jurídica
determinada (por haberse verificado judicialmente) no supone necesariamente que nos
encontremos en situación de predecir con certeza razonable el resultado de una acción concreta
futura aun cuando conozcamos los hechos relevantes.

De esta forma Ross entiende que las proposiciones de la Ciencia del Derecho no pueden
pretender nunca una absoluta certeza, sino que tan solo pueden sostenerse con un mayor o
menor grado de probabilidad, que puede ir desde la virtual certeza a la probabilidad escasa. La
probabilidad será alta y la aserción poseerá un correspondiente alto grado de validez, si la
predicción se basa en una doctrina muy asentada y se sustenta en una serie continua de
precedentes jurisprudenciales indiscutidos. O por el contrario, en el caso de que la predicción se
base en un precedente singular y dudoso, o en los principios o la razón, la probabilidad será baja
y a la aserción le corresponderá un grado de validez igualmente bajo.

Sin embargo, según Ross, la relativización de los asertos de la Ciencia Jurídica, no inhabilitan a
ésta para que siga siendo auténtica ciencia, pues por el contrario, la relatividad del conocimiento
científico es algo que reclama como propia toda la epistemología contemporánea, nacida de la
crisis de las ciencias tradicionales que se consideraban de valor absoluto.

Sintetizando: Alf Ross concibe la Ciencia del Derecho como un conjunto de proposiciones
verificables empíricamente que, para ser tomadas en cuenta, requieren verse

Silvana Mabel García

26 INVENIO 14 (26) 2011: 13-38

avaladas por las decisiones de jueces y magistrados, constituyendo así el comportamiento de los
tribunales, la fuente de prueba por excelencia de que son ciertas o falsas las aserciones de la
ciencia del Derecho que indican que una norma está vigente o es válida.

3.3.2 La Ciencia del Derecho según Norberto Bobbio

Norberto Bobbio se ha ocupado en muchas ocasiones y en momentos diferentes de la Ciencia


Jurídica, modificando incluso su propio pensamiento al respecto, al compás de los cambios que
se han ido produciendo en la problemática correspondiente. En este punto, en consonancia con
al autor que guía nuestro análisis, se toma como referencia los desarrollos de Bobbio en “Scienza
del diritto e análisi del linguaggio” publicada por vez primera en 1950 y “Teoría della scienza
giuridica” del mismo año. Más recientemente, quizás como una evolución de su postura
expuesta en las obras citadas, Bobbio acepta la posibilidad de concebir, junto a una auténtica
Ciencia del Derecho, una jurisprudencia que no es ciencia, pero que es la que practican
generalmente los juristas. Entiende así que es posible afirmar la existencia de una duplicidad de
saberes, uno: el científico, que responde a los esquemas de cientificidad que acepta la
comunidad científica, y otro: la realidad del quehacer del jurista13.

En las obras a que hacíamos referencia al inicio, intenta Bobbio atribuir un carácter empírico
particular y diferente a la Ciencia del Derecho. Sostiene así que la ciencia jurídica no es una
ciencia formal (como la lógica y la matemática) pero tampoco es propiamente una ciencia
empírica (como la física, la química, la sociología y la economía) pero forma parte, pese a ello, de
la gran familia de las ciencias empíricas y al mismo tiempo participa de ciertas características de
las ciencias formales.

El motivo por el cual Bobbio propone la inclusión de la denominada Ciencia del Derecho en el
conjunto de las ciencias empíricas, es su creencia de que cuando se estudian las proposiciones
normativas y por tanto, entidades lingüísticas, la actividad presupone la referencia a los
comportamientos reales (entidades extralingüísticas) de los que la proposición ha sido extraída.
De ahí que en la Ciencia Jurídica, no se trate tanto de conocer hechos reales, como de
interpretar el sentido de determinadas afirmaciones (prescripciones) acerca de la realidad.

Sin embargo, como el legislador para poder establecer comportamientos posibles


(prescribiéndolos), recaba la noción de estos comportamientos posibles de la realidad social, el
científico del derecho no puede comprender el significado de una prescripción sin remitirse, de
algún modo, a la realidad social de la que la misma prescripción ha extraído tanto su razón de ser
como las nociones de que está compuesta. El intérprete, si quiere comprender el significado de
una norma, observa (de la misma manera que podría hacerlo un historiador o un sociólogo) el
comportamiento real, y de este conocimiento extrae los elementos indispensables para
desarrollar su función interpretativa.

De este modo, normatividad y empiricidad no son términos incompatibles. Por el contrario, las
proposiciones jurídicas son a un mismo tiempo normativas derivadas de la experiencia.

Entonces, si ha de entenderse que toda investigación que reconozca a la experiencia como


fuente última de conocimiento es merecedora de la condición de ciencia empírica, resulta
razonable asignar a la Ciencia del Derecho tal calificación, ya que su objeto (las reglas jurídicas de
comportamiento) se hallan dentro de la experiencia.

El derecho como ciencia

INVENIO 14 (26) 2011: 13-38 27


Sustancialmente, lo que Bobbio intenta afirmar, es que la Ciencia del Derecho (la interpretación-
sistematización de los preceptos del legislador) están inmersos en la sociedad y en la historia.

Agrega también Bobbio que una investigación se constituye en científica, cuando superada y
abandonada la ambigüedad y la indeterminación del lenguaje común, se presenta como un
sistema coherente y cerrado de proposiciones definidas, por lo que todo análisis que pretenda el
título de ciencia, debe contar también con una parte eminentemente crítica, que consiste en la
construcción de un lenguaje riguroso.

Por tanto, siendo que la Ciencia del Derecho tiene como objeto el lenguaje del legislador, será
entonces el análisis del lenguaje el que construye y reconstruye de modo riguroso ese discurso; y
corresponderá entonces al intérprete la transformación de ese lenguaje del legislador en un
lenguaje riguroso, purificándolo, esto es, determinando el sentido de los términos que aparecen
en las prescripciones jurídicas. Ello así, pues el lenguaje del legislador no es necesariamente
riguroso, ya que ni han sido establecidas perfectamente las reglas de su formación, ni las
expresiones lingüísticas son precisas en cuanto a su referencia objetiva.

Tampoco aparece necesariamente sistematizado, siendo necesaria la tarea de su ordenación o


reconducción al sistema.

Afirma Bobbio: “la Ciencia Jurídica debe transformar el discurso legislativo en un discurso
riguroso...y únicamente cuando logra construirse un lenguaje riguroso y sólo en los límites en
que tal lenguaje se construye, puede decirse que se convierte en investigación científica, en una
palabra, considerarse Ciencia”14.

3.3.3 La visión de la Ciencia del Derecho en Carlos Alchourrón y Eugenio Bulygin

Carlos Alchourrón y Eugenio Bulygin proponen un modelo de Ciencia Jurídica considerablemente


más sofisticado que el que presenta Alf Ross.

Estos autores señalan dos tipos de tareas u operaciones que la Ciencia Jurídica desarrolla. En
primer lugar, la tarea empírica de determinar qué enunciados constituyen la base de un orden
jurídico; en segundo término, las operaciones lógicas de sistematización del derecho.

Alchourrón y Bulygin muestran que la sistematización del derecho consta de dos pasos. En el
primero de ellos se derivan las consecuencias lógicas de los enunciados que constituyen la base
del sistema, empleando ciertas reglas de inferencia; esto permite mostrar los defectos lógicos
(lagunas, contradicciones y redundancias) que el sistema pueda tener. En una segunda etapa de
la sistematización, se trata de reemplazar la base original del sistema por una más económica
pero equivalente a ella, o sea por un conjunto más reducido de principios que sean lo más
generales que sea posible, siempre que tengan las mismas consecuencias lógicas que las normas
que reemplazan.

En cuanto a la ubicación de la Ciencia del Derecho en una clasificación general de las ciencias,
afirman que no puede clasificársela sin más como una ciencia empírica y mucho menos aún
como una ciencia formal. “Tiene, sin duda, sus rasgos peculiares que justificarían tal vez su
inclusión dentro de las ciencias normativas como categoría autónoma, distinta tanto de la
ciencia formal, como de la empírica. Pero esto no excluye la posibilidad de

Silvana Mabel García

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aprovechar para la Ciencia del Derecho parte del conocimiento logrado y algunos de los métodos
usados en la metodología de otras disciplinas más desarrolladas”15.

4. La discusión de la condición científica de la Ciencia del Derecho

4.1 El escepticismo de Julio von Kirchmann

Las discusiones sobre la cientificidad de la Ciencia del Derecho, se remontan según algunos
autores, ya hasta el siglo XVI. En el Renacimiento, los humanistas sintieron una especial aversión
hacia la Ciencia del Derecho.

Pero no hay duda que fue el análisis de Julio H. von Kirchmann, procurador del rey en el Estado
de Prusia, en su famosa conferencia pronunciada en 1847, el que alcanzó mayor resonancia.

A fin de enmarcar debidamente su posición, a cuyos argumentos principales nos referiremos, es


necesario tener presente que la crítica de Kirchmann se dirige principalmente a la Ciencia del
Derecho como dogmática jurídica, y que además sus cuestionamientos son hechos desde el
ángulo visual de la ciencia de su época, caracterizada por el “positivismo” (esto es, la atribución
de carácter científico sólo a las llamadas “ciencias causales” o de la naturaleza), por lo que su
análisis sigue el método propuesto por estas ciencias.

Sostiene Kirchmann el carácter acientífico de la jurisprudencia como ciencia16.

La causa, afirma el jurista, radica en su mismo objeto, en “fuerzas impeditivas secretas


inherentes al objeto”, que obstaculizan en esta área los esfuerzos del espíritu humano. Y así,
comparando el objeto de la Ciencia del Derecho con los objetos de otras materias, es posible
verificar las diferencias y peculiaridades del objeto del derecho, que no se hallan en los objetos
de otras ciencias.
En primer lugar, la esencial mutabilidad del objeto, que se “encubre” -según Kirchmann- en la
afirmación generalizada de la existencia de un “desenvolvimiento progresivo de las diferentes
instituciones del derecho”.

Pertenece a la misma naturaleza de toda ciencia que su verdad puede madurar sólo lentamente.
Sus leyes no son sino el resultado de esfuerzos seculares comunes de sus cultivadores. En
cambio, enfatiza Kirchmann, cuando la Ciencia Jurídica encuentra, después de esfuerzos de
muchos años el auténtico concepto, la verdadera ley de una de sus instituciones, el objeto ya ha
cambiado.

Consecuencia de ello es que la Ciencia Jurídica en general tiende a oponerse a todo progreso en
el derecho, ya que fuerza la subsunción de la realidad en categorías ya conocidas pero quizás
fenecidas, olvidando el jurista que no toda institución jurídica que se ha producido después de
otra, procede forzosamente de ella.

En segundo término, el objeto del derecho (como ciencia) no sólo consiste en el saber sino
también en el sentir, y de este modo, la sede de su objeto no se halla sólo en la cabeza sino
también en el pecho de los hombres. Los objetos de otras ciencias son libres de semejante
aditamento, no existe en los objetos de otras ciencias, un “prejuicio sentimental”.

Pone Kirchmann como ejemplo, la discusión de si el matrimonio entre judíos y cristianos debe
admitirse, qué causas de divorcio deben estatuirse, si se admite o no el mayorazgo. En estos
problemas, como en muchos otros, antes de que principie la

El derecho como ciencia

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investigación científica, ha contestado ya el sentimiento. Y el sentimiento, afirma Kirchmann,


nunca y en ninguna parte es un criterio de la verdad. En el ámbito de la Ciencia del Derecho “en
vano espera la verdad a un investigador limpio de prejuicios”17.

Otra particularidad del objeto de la Ciencia del Derecho, sigue desarrollando el procurador, es la
figura de la ley positiva, que se entromete entre el derecho y la Ciencia, produciendo
consecuencias nocivas para ambos. Provistas de poder y de sanciones, las leyes positivas se
imponen a su objeto, no importa si fuese verdadero o falso, debiendo la Ciencia capitular ante
ellas.

Y cuando la ley positiva más se acerca a la verdad, esto es, cuanto más ciencia pura redactada
con máxima precisión contiene, carece entonces la Ciencia del Derecho de una misión respecto a
ella, pues lo que la Ciencia podría ofrecer, ya está contenido en la ley positiva. Así pues, la
Ciencia sólo puede ocuparse de “lo falso de la ley”: sus lagunas, ambigüedades, contradicciones.
Su objeto es así el descuido, la ignorancia, la pasión del legislador, los errores y los defectos de
todas clases. “Por culpa de la ley positiva, los juristas se han convertido en gusanos que sólo
viven de madera podrida. Abandonando la madera sana, anidan y tejen en la carcomida. La
Ciencia, al hacer del azar su objeto, se convierte ella misma en azar: tres palabras rectificadoras
del legislador y bibliotecas enteras se convierten en papeles inútiles”18.

Refiere luego Kirchmann a otro obstáculo que dificulta la tarea “científica” del derecho: no
pudiendo el derecho existir sin las características del saber y del sentir, cuando la ciencia intenta
despojarse (para adquirir justamente carácter científico) de estas características, se desvía hacia
la sofisticación y las elucubraciones estériles. El resultado de la Ciencia Jurídica es así, un derecho
ignorado por el pueblo, que no reside ya en su corazón. Y es por ello que el sentir sencillo e
inconsciente del pueblo quiere librarse de la Ciencia erudita por medio de los jurados. “La Nación
repudia a los juristas científicos. La sospecha, el sentimiento oscuro de la contradicción entre
Derecho y Ciencia existen”19.

Reflexiona también el jurista prusiano sobre los “servicios” de la Ciencia del Derecho: impresos
para contratos y juicios, un cúmulo de admoniciones y enseñanzas, el sistema del proceso
común repleto de detalles de erudición, formas y cláusulas que pretenden frenar la precipitación
y proteger contra la chicana. Nunca auxilio, dirección científica donde realmente se necesita. Así,
agrega, cuando un problema jurídico conmueve a la Nación, se interroga a la Ciencia para que
disipe la duda y la dirija por el camino de la evolución, pero la Ciencia es impotente para esta
tarea pues nunca comprende el presente.

Concluye Kirchman su detractora alocución: “Los juristas son impotentes para poner los
cimientos y para erigir la estructura misma de un edificio sólido. Sólo después de terminada la
construcción, aparecen los juristas a millares como los cuervos y anidan en todos los rincones,
miden los límites y dimensiones hasta el último centímetro y desdibujan y desfiguran el edificio
noble, de tal suerte que príncipe y pueblo apenas vuelvan a conocer su propia obra.”

4.2 La concepción de la jurisprudencia como Técnica

Una visión más reciente, también negatoria del status científico de nuestra Ciencia, es la que nos
proporciona Manuel Atienza, en su opúsculo: “Sobre la jurisprudencia como técnica social.
Respuesta a R. Vernengo”20.

Silvana Mabel García

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Del mismo modo que Kirchmann, refiriéndose a la labor dogmática de la Ciencia del Derecho,
sostiene Atienza la tesis del carácter esencialmente técnico de la jurisprudencia. Entiende así,
que ella es una técnica socialmente útil que se caracteriza además, por ser un saber normativo y
valorativo -o si se quiere político, por ser una actividad impregnada de politicidad-.

A fin de caracterizar a la jurisprudencia como técnica, Atienza parte de las características que
según Mario Bunge21, diferencian a la ciencia de la tecnología, y aplica dichas notas distintivas a
la dogmática. Refiriendo las más salientes, ellas serían:

a- Las comunidades tecnológicas no son tan abiertas como las científicas.

Resulta innegable, afirma Atienza, que las comunidades de cultivadores de la dogmática son
menos abiertas que las de los científicos. Las soluciones ofrecidas por la dogmática sólo lo son en
relación con un determinado derecho positivo, naturalmente susceptible de ser cambiado, y ello
obstaculiza la difusión de los “avances”.

b- A diferencia del conocimiento científico, el tecnológico es una mercancía.

El producto de la dogmática puede ser considerado frecuentemente como una mercancía, ya


que las soluciones elaboradas por los dogmáticos están en la base de actividades de
asesoramiento que tienen un valor en el mercado, es decir, son traducibles en términos
económicos.

c- El tecnólogo es básicamente un pragmático. Le interesa la verdad objetiva, no

como fin, sino como medio para un fin útil o utilizable.

Nadie puede poner en duda, sostiene Atienza, que quienes se han dedicado al cultivo de la
jurisprudencia, han defendido básicamente una concepción pragmática del saber, que les ha
llevado a sentir repulsión hacia toda especulación que no llevara en forma más o menos
inmediata a resultados prácticos. Los problemas que pueden considerarse como característicos
de la dogmática, son de tipo esencialmente práctico. Aun en el fondo de las más abstractas
teorías, suelen latir problemas prácticos cuya solución es precisamente lo que justifica dicha
teorización.

d- Los objetivos de la ciencia incluyen el descubrimiento o uso de leyes, la sistematización en


teorías de hipótesis y el refinamiento de métodos. La tecnología, entre sus objetivos, tiene el de
inventar nuevos “artefactos”, nuevas maneras de usar o adaptar los viejos y planes para
realizarlos, mantenerlos y manejarlos.

La finalidad de la dogmática es la de controlar los procesos de interpretación, aplicación,


desarrollo y cambio del derecho, para lo cual el dogmático naturalmente adopta o reformula
conceptos, métodos y teorías y realiza una labor de sistematización y descripción ordenada de
un cierto sector del ordenamiento jurídico; pero tales funciones, en el entendimiento de Atienza,
son subordinadas, o dicho de otra manera, constituyen el punto de partida, pero no su punto de
llegada, su objetivo final.

e- La tecnología tiene un componente del que carecen las ciencias: un conjunto de

juicios de valor acerca de cosas o procesos, que se formulan a la luz de las metas u objetivos.

No parece discutible, sostiene Atienza, que en la actividad del dogmático del derecho juegan
determinados juicios de valor, especialmente en la evaluación de las soluciones dogmáticas. Así,
una cierta propuesta de solución se considerará adecuada y

El derecho como ciencia

INVENIO 14 (26) 2011: 13-38 31

obtendrá consenso en la comunidad jurídica, si promueve o al menos no pone en riesgo la


seguridad jurídica, si respeta y garantiza los derechos fundamentales, etc.

f- La tecnología moderna se funda en una o más ciencias. Los miembros que componen el campo
de la tecnología, cambian, aunque sea lentamente, como resultado de investigaciones y
desarrollos.

La dogmática jurídica mantiene pocas y poco profundas relaciones con la ciencia, y en la opinión
de Atienza, no se basa en ciencia alguna, sino más bien en una combinación de experiencia,
sentido común, conocimiento ordinario, etc. Y es por ello -sostiene el autor- que se ha
mantenido al margen de los procesos de cambio que tienen lugar en la ciencia y en la tecnología.

Concluye Atienza que, dado que la actividad dogmática obedece más al modelo de proceder
técnico que al científico, entonces los filósofos y teóricos del Derecho que reflexionan sobre el
saber jurídico tradicional deberían trasladar su centro de interés desde el campo de la filosofía
de la ciencia al de la filosofía de la técnica, y así la comprensión de que lo que se cultiva es un
tipo de saber técnico, podría evitarles abordar investigaciones pseudocientíficas de más que
dudoso resultado.

Una concepción similar, sostiene Enrico Pattaro, en cuanto a que la actividad de los juristas no
llega a constituir actividad científica, por lo que no puede considerarse como ciencia y sólo
puede clasificarse como técnica, (“técnica de interpretación”)22.

5. Algunos aportes personales


Como dijimos en la introducción del trabajo, propondremos (a modo de un “ensayo provisorio”)
nuestra visión de esta problemática y algunas meditaciones personales.

1- Siempre pensamos, y así lo transmitimos en nuestra labor docente, que el conocimiento en su


faz científica puede compararse a un edificio en obras, en el que todos quienes aspiramos a
“elevarlo” en altura, tan sólo colocamos un ladrillo, el que unido a los otros que aportan todos
los demás que comparten la misma vocación, van concretando y haciendo más alta la
construcción, que sin embargo parece siempre inacabable.

Esto quiere evidenciar nuestra convicción acerca de que la ciencia es dinámica, se construye
momento a momento, y que es una “empresa de conjunto”, ya que todos los “obreros” de este
quehacer, contribuyen con lo suyo, sin que ninguno de ellos sea el “único operario”. Entendemos
que esta visión nos ayuda a desmitificar que la labor científica, por lo menos en el ámbito del
derecho, pueda significar un conocimiento “entero” al modo de un producto terminado y
completo y por solo un sujeto, lo cual muchas veces sirve de excusa para no emprender la tarea
(suele decirse así: “qué puedo descubrir o decir yo que antes otro no haya hecho”).

También que, como en toda obra de construcción, a veces hay que “destruir” parte de lo hecho,
no porque lo construido no sea del todo útil, sino porque aparecen nuevos y mejores materiales
(fuentes del derecho), mejores procedimientos (métodos), que al utilizarse hacen la obra más
sólida.

De este modo, y trasladando algunos conceptos de Tomas Kuhn a nuestra ciencia, nos parece
que los cambios en su desarrollo operan más por obra de “vicisitudes acumulativas” que por
“mutaciones revolucionarias” y que los “paradigmas” (como sistema de conceptos, valoraciones,
métodos) son más estables que en otras ciencias. Se habla

Silvana Mabel García

32 INVENIO 14 (26) 2011: 13-38

también de un carácter pantónomo de la Ciencia del Derecho, en el sentido de ser una Ciencia
en la que el tiempo no suele modificar las bases oportunamente edificadas, a diferencia de otras
en las que el tiempo va superando los conocimientos originariamente adquiridos (física,
química). Se nos ocurre que quizás en nuestro tiempo, estemos asistiendo al surgimiento de
ciertas “anomalías” (en el sentido de perplejidades, “rompecabezas”) en el área disciplinar que
vincula el derecho con la genética y los problemas que el avance de la clonación podrían
ocasionar en el mantenimiento de los paradigmas vigentes.

En definitiva, la Ciencia del Derecho es quehacer permanente para los juristas, que nunca puede
ser enteramente llevado a cabo, pero que día a día debe intentarse realizar.
2- En cuanto a las discusiones y diversas opiniones en punto al “ser del derecho” (problemática
respecto de la cual –debemos reconocerlo- aún no hemos podido formar opinión definitiva,
aunque sentimos cierta inclinación a entender el Derecho – y el objeto de su ciencia- de modo
que normatividad y empiricidad resulten compatibles) no creemos que ellas oscurezcan al objeto
de nuestra ciencia, sino todo lo contrario, enriquecen su esencia, porque en la existencia de
diversos matices en su abordaje, surgen los nuevos conocimientos y los aportes concretos al
desarrollo de la ciencia y su metodología. Prueba de ello son las valiosas contribuciones que
hemos referenciado en este trabajo. Pero no obstante los diferentes puntos de vista, pensamos
junto con K. Larenz que la Ciencia del Derecho, siempre tiene que vérselas con el derecho, esto
es, con las normas e institutos de un derecho positivo, por lo que nunca resultará posible un
análisis desvinculado de las normas.

3- Abordando concretamente la cientificidad del Derecho, nos parece que es posible atribuirle
tal “título” a nuestro saber, ello fundado en la convicción que es posible comprobar la existencia,
tanto de un sistema de conocimientos, ciertos y probables, respecto de un determinado sector
de objetos de la realidad universal (en nuestro caso el Derecho) a los que es posible acceder a
través de una adecuada fundamentación metodológica (“ciencia-producto” en la terminología de
Nino) como asimismo de una labor, con metodología propia, que aspira a la obtención y
construcción de conocimientos racionalmente comprobables y sistemáticos acerca del derecho
(“ciencia-proceso”), sin dejar de reconocer que muchos de los conocimientos que aporta nuestra
ciencia tienen validez temporalmente condicionada, justamente porque su objeto (el Derecho)
es cambiante.

Entendemos asimismo, que en nuestra Ciencia, las respuestas a las preguntas no pueden
inequívocamente calificarse de “verdaderas” o “falsas” sino sólo de “defendibles” y que la
relatividad del saber jurídico (al decir de A.Ross) cobra vigencia en la conocida afirmación de que
“los juristas no amamos nada tanto como poner en duda las opiniones ajenas”23. Pero tal como
sostuviera Karl Popper, lo que hace a la racionalidad de la ciencia es el carácter crítico y
progresivo de la misma teoría, el hecho de que podamos presentar en defensa de su pretensión
de defender nuestros problemas, mejores argumentos que sus opositores y que en definitiva el
conocimiento científico progresa mediante conjeturas. Así, la unidad del método científico
consiste en el ensayo de posibles soluciones a los problemas mediante la propuesta de
conjeturas -teorías- y la refutación constante a dichas conjeturas -críticas-.

La ciencia se caracteriza por la búsqueda de la verdad pero también por la demostración del
error: el conocimiento científico, debe ser pues, “falsable”. Lo que ocurre es que existe la
tendencia a pensar el conocimiento científico en torno al ideal de “exactitud” olvidándose que
en la ciencia toda explicación se propone a título de ensayo y
El derecho como ciencia

INVENIO 14 (26) 2011: 13-38 33

provisionalmente, y que lo que hace al hombre de ciencia no es la posesión de conocimiento en


el sentido de verdades irrefutables, sino la búsqueda obstinada y audaz de la verdad. Aun lo
provisorio es válido, pues lo probable de hoy, puede ser lo cierto de mañana.

Reclamamos asimismo para nuestra Ciencia, y aunque sabemos que ello no es compartido por
todos, una labor, no meramente reproductiva y descriptiva del material con que trabaja, sino
también de reconstrucción del derecho. En tal orden de ideas, nos resultan explicativas las
siguientes observaciones de Roscoe Pound: “Suele afirmarse que la jurisprudencia es la Ciencia
del Derecho. Pero es necesario que consista en algo más que en la organización y sistematización
de un cuerpo de reglas de derecho. Los órganos legislativos, aunque en cierto aspecto sean los
más calificados, sólo de manera intermitente pueden prestar atención a un trabajo constructivo
de creación del derecho para los fines del orden jurídico. Los jueces trabajan en condiciones que
cada día les hace más difícil que sean los oráculos vivientes del derecho, excepto en cuanto dan
autoridad a lo que ha sido formulado por escritores y profesores. Una interpretación que
estimule la actividad jurídica...que impulse a nuestros escritores y maestros a orientar a
tribunales y órganos legislativos, en lugar de seguirlos con una labor de simple ordenación,
sistematización y de análisis conciliador, habrá cumplido debidamente su misión”24.

4- Estimulados por las reflexiones últimas de Bobbio (en cuanto a la posibilidad de afirmar una
duplicidad de saberes, uno: el científico, y otro: la realidad del quehacer del jurista) y asimismo la
tesis de M. Atienza, en cuanto a que la jurisprudencia no es ciencia sino técnica, nos
proponemos en las siguientes líneas, analizar las diferentes prácticas relacionadas con el
quehacer de los hombres y mujeres de derecho, a la luz de las características y cometido que
hemos propuesto para la Ciencia del Derecho. Enfocaremos así nuestra Ciencia desde las
actividades que desarrollan y los productos que elaboran sus protagonistas.

Desde tal perspectiva, pensamos que no puede calificarse de científica toda tarea que
desarrollan quienes operan en el campo de lo jurídico, y entendemos que pueden hacerse
algunas disquisiciones al respecto.

No habrá mayor duda en calificar la labor del investigador (y en ella incluimos al “doctorando” en
la elaboración de su tesis) y del doctrinario, como científica. Al identificar y también plantearse
problemas con relación al objeto de su ciencia y buscar, descubrir y proponer soluciones, de
modo reflexivo, sistemático y crítico, al ahondar en las raíces más profundas de los institutos
jurídicos, el jurista (investigador, doctrinario) construye la Ciencia del Derecho. En este mismo
orden de ideas, la función de sistematización del orden jurídico (más propia del doctrinario) al
reemplazar conjuntos de normas por principios más generales y equivalentes a ellas, logrando
una mayor economía del sistema, lleva a cabo un trabajo previo imprescindible para la firmeza y
seguridad de la tarea judicial, para una legislación objetivamente eficiente y para una función de
la administración que preserve y equilibre los diversos intereses.

Pero aun en este específico quehacer, comparto cierta crítica de J. Kirchmann en cuanto a que
existe una tendencia del jurista a asimilar todo conocimiento nuevo con alguno anterior, como si
nada pueda haber de nuevo en derecho que no responda armónicamente a una institución
anterior ya conocida que le sirva de simétrico paralelo. Esta actitud en nuestro entender,
consecuencia de una inclinación natural del hombre a caminar sobre seguro, perjudica el avance
de la ciencia porque no deja pensar libremente e idear y crear nuevas categorías. Así, en la
ciencia como en otros ámbitos, el progreso debe luchar contra la inercia. A modo de ejemplo, y
por relacionarse con nuestra área de desempeño

Silvana Mabel García

34 INVENIO 14 (26) 2011: 13-38

profesional, traemos la discusión hoy todavía vigente en el ámbito del derecho concursal acerca
de si el nuevo acuerdo preventivo extrajudicial es un subtipo concursal o tiene naturaleza
contractual25, esto es, categorías existentes para un instituto que reclama interpretaciones
novedosas en su aplicación por ser novedosa su regulación. De este modo, los conceptos
tradicionales, los ropajes clásicos, se usan para vestir a las nuevas instituciones.

La tarea legislativa, en su cometido de creación de derecho, tendría en nuestro parecer, un


carácter técnico. Entendiendo por técnica, el saber para el hacer, un tipo de saber que se
produce con el objeto directo del hacer, o en la expresión de M. Bunge, de la invención de
nuevos artefactos, en su sentido más amplio de objeto artificial, esto es, toda cosa, estado o
proceso controlado o hecho deliberadamente con ayuda de algún conocimiento aprendido y
utilizable por otros26. Es preciso aclarar, que de cualquier modo, somos contestes con la opinión
según la cual, catalogar una actividad como técnica en vez de ciencia, no implica colocar tal saber
en una situación de inferioridad con relación a la ciencia, pues ambas llevan al objetivo final de la
realización del derecho27. Y aunque imbuida de características de técnica, ello no significa que
prescinda de la ciencia. Todo lo contrario, la ciencia y la técnica constituyen un ciclo de sistemas
interactuantes que se alimentan el uno al otro. Al decir de M. Bunge, el científico torna
inteligible lo que hace el técnico y éste provee a la ciencia de instrumentos y de comprobaciones.

De este modo, si bien la creación de una norma, significa en sí, el despliegue de una labor
técnica, opera sobre un fondo de conocimiento científico y con ayuda del método científico.
Existe así, un diálogo constante entre ciencia y técnica, y es deber del legislador, aprovechar
todo el bagaje de conocimiento que los hombres de ciencia han obtenido en su propia labor.

Donde se hace más íntimo el diálogo entre ciencia y técnica, es sin duda en la elaboración de los
proyectos de codificación.

Es inevitable reconocer sin embargo, que nuestras leyes, en términos generales, adolecen de
defectos, imprecisiones y omisiones que hacen aún más ardua la tarea de la Ciencia del Derecho
y que ponen en evidencia el insuficiente desempeño por el legislador de una adecuada técnica
legislativa. Además, el llamado fenómeno de “inflación legislativa” agudiza este defecto.

Pero pareciera existir una preocupación en el ámbito legislativo por revertir esta tendencia. En
este orden de ideas, señalamos que poco tiempo atrás, mediante la ley 24.967, nuestro
legislador puso en marcha una importante iniciativa, que se vincula estrechamente con aspectos
científicos y epistemológicos, conocida como “Digesto Jurídico Argentino” mediante la cual se ha
emprendido –por intermedio del Poder Ejecutivo y con el seguimiento del Congreso- una tarea
de ordenamiento de nuestra legislación a fin de permitir la sanción de la ley de consolidación
legislativa. El primer resultado de esa labor, ha sido el “Manual de Técnica Legislativa”28 que,
según sus autores, permitirá en su utilización perfeccionar el sistema de normas, haciéndolo más
claro para todos.

La tarea emprendida, consistió en el estudio de todo el derecho que surge de lo publicado en los
registros nacionales de leyes y del Boletín Oficial desde 1853 hasta nuestros días, con el fin de
individualizar para luego eliminar del cuerpo de leyes, las normas de carácter particular, las que
tuvieren objeto cumplido o plazo vencido y las que hubiesen sido expresamente derogadas por
otra norma. De allí se pasó a abordar el análisis epistemológico y de vigencia normativa, para
detectar las derogaciones implícitas de las

El derecho como ciencia

INVENIO 14 (26) 2011: 13-38 35

normas a fin de proyectar su derogación expresa. El equipo encargado de tal monumental tarea
(conformado por profesores de la UBA, investigadores y especialistas) examinó 26.000 leyes
nacionales de las cuales se entiende que sólo permanecen vigentes alrededor de 4.000.

Con la aprobación del Digesto Jurídico Argentino, quedarán derogadas todas las normas que no
se hubieran incorporado a dicho Digesto hasta la fecha de consolidación como legislación
nacional general vigente y su reglamentación.

Interesa referir a algunas cuestiones que forman el contenido de la ley mencionada.


La primera de ellas, la clasificación de las ramas de la Ciencia del Derecho que la misma realiza
en veintiséis categorías, coincidentes con el número de letras del abecedario (art. 7).

De la observación de tal categorización parece surgir que en la división de las ramas del Derecho
se ha adoptado un criterio “mixto”, esto es, atendiendo no sólo a la autonomía propiamente
científica de una rama, sino también a la posible existencia de una autonomía didáctica y
legislativa.

Llama la atención la decisión del legislador de individualizar las diferentes ramas mediante las
letras del abecedario. Pensamos que tal criterio (al haberse agotado ya la totalidad de las
mismas) implica “cerrar” la posibilidad del reconocimiento de nuevas ramas que adquieran
autonomía, con lo que de algún modo se estaría desconociendo el fenómeno que ocurre en
todas las áreas del saber, de aumento del número de las ciencias particulares autónomas. No
hemos podido acceder al debate parlamentario de la norma, a fin de conocer el fundamento de
la clasificación y del modo de individualización de las clases así realizada. Es de señalar también
que, conforme a las modernas tendencias que señalan la equivocidad de la distinción, no se
formula diferenciación alguna entre derecho público y privado.

A fin de asegurar el respeto de la clasificación por parte de toda norma futura que se sancione, y
con ello mantener la adecuada sistematización del derecho positivo que mediante el Digesto se
logrará, se ha previsto que en la misma ley o decreto que se emita, el respectivo poder creador
de la norma se expida sobre el encuadramiento correspondiente (art.17).

La segunda cuestión que nos parece interesante señalar, es que la referida ley 24.967 incorpora
como nueva pauta para la labor de integración del derecho, lo que conceptúa como “derecho
histórico” integrado por las leyes nacionales derogadas o en desuso y su reglamentación (que
conformarán el Anexo del Digesto Jurídico Argentino) y al que se asigna valor jurídico
equivalente a los principios generales del derecho en los términos del art. 16 del C. C (art. 4).
Será justamente la Ciencia del Derecho la encargada de aprehender la naturaleza, jerarquía y
alcance de esta nueva pauta integradora.

En cuanto a la labor de los jueces, en punto a la función principal de aplicación del derecho que
asume, también creemos que más que científica se aproxima al carácter de técnica. Al consistir
fundamentalmente en una tarea de inclusión del caso concreto en el supuesto normativo y la
asignación de las consecuencias previstas por la norma, tiene como meta principal la obtención
de un resultado práctico (la resolución de un conflicto mediante la sentencia: “artefacto”
conceptual, en la terminología de Bunge) más que la de un conocimiento, aunque se valga
lógicamente de ellos, ya que toda labor de aplicación del derecho presupone la de
interpretación. Tal vez, en la producción de los fallos plenos y/o plenarios pueda atribuirse cierto
grado de cientificidad a la tarea desplegada por los jueces. Lo postulamos así, pues nos parece
que a través de su elaboración es advertible, si bien no

Silvana Mabel García

36 INVENIO 14 (26) 2011: 13-38

en todos los casos, una función análoga a la desplegada por los doctrinarios al desentrañar y
reelaborar el significado y alcance de las normas e institutos jurídicos, que incluso ha servido
muchas veces como antecedente para dictar una ley en sentido concordante a la doctrina
emanada del decisorio. Aunque también podríamos señalar una particularidad un tanto negativa
de esa tarea en cuanto al anquilosamiento del derecho, que en virtud de la regla de la
supervivencia de los decisorios en tanto no sean modificados29 un pleno o plenario puede
significar, menospreciando así los aportes y progresos logrados en el ámbito de la Ciencia del
Derecho.

La función docente y también la académica en general, adquiere connotaciones científicas


cuando más allá de la función principal, edificante y vital, de transmisión del saber jurídico
(transmisión del contenido de la Ciencia del Derecho), genera nuevos conocimientos, formula
hipótesis, conceptos, teorías, que permitan describir, explicar o comprender más
profundamente los fenómenos jurídicos. En tales casos, el aporte al crecimiento de la Ciencia del
Derecho parece indudable. A modo de ejemplo (no único por supuesto) en nuestra propia
Facultad de Derecho de Rosario, es posible distinguir ciertas cátedras en las que se reconoce la
presencia de docentes que han contribuido a la formulación de teorías referidas al proceso, que
han trascendido incluso las fronteras de nuestro país (podría discutirse también si tales teorías,
se ubican en el campo de la Ciencia del Derecho o llegan a alcanzar el status de teorías generales
del derecho).

Por último, resta analizar la tarea propia del abogado en el ejercicio de la profesión.

Pensamos así que, tal como observamos el desempeño de la profesión en la actualidad, ella se
aproxima más al modelo del proceder técnico que al científico (“cómo” hacer tal cosa, en vez de,
por ej: “por qué” hacer tal cosa) y que la función del abogado en nuestros días, no es hacer
ciencia, sino utilizar el conocimiento científico disponible para proporcionar soluciones más
adecuadas, por ejemplo, en la elaboración de un dictamen profesional, en la redacción de un
contrato, en la constitución de una sociedad, en la preparación de un concurso, actividades
todas ellas encaminadas hacia la realización de una finalidad práctica. Tal vez por ello, “por el
ansia de la Ciencia”, el profesional abogado suele desempeñarse también en el ámbito docente,
o como investigador o doctorando, o como doctrinario, buscando de ese modo relacionarse con
el desarrollo de tareas científicas.
Una especial reflexión para la actividad del abogado en el proceso.

Creemos que allí se pone en funcionamiento un arte especial: “el arte de argumentar”. Como
dijera nuestro profesor Miguel A. Ciuro Caldani en clases de doctorado en la materia “Teoría
General del Derecho”, el ejercicio de la abogacía, en la estrategia del proceso, es una
combinación de arte, astucia y ciencia. Así el abogado, en representación de su parte en el
proceso, intenta, a través de sus escritos y actuaciones, persuadir y convencer al juez de la
legitimidad de la tesis defendida, de “su” verdad, y de que la verdad del contrario no es tal,
rebatiendo sus argumentos. Pero cuál es la auténtica verdad, es un enigma que el proceso no
resuelve.

6. Reflexiones finales

Los cuestionamientos en torno al carácter científico de la Ciencia del Derecho han llevado a
algunos autores a preguntar si tiene algún sentido seguir discutiendo acerca del status
epistemológico de la jurisprudencia. Semejante debate, se afirma, no parece cumplir más que
una función ideológica: la de descalificar o justificar, según los casos, el saber

El derecho como ciencia

INVENIO 14 (26) 2011: 13-38 37

jurídico tradicional, pero sin que nuestro conocimiento sobre el mismo se vea aumentado por
ello.

En tal orden de ideas se sugiere que al fin y al cabo, incluir o no un fenómeno en una cierta clase
depende de la necesidad de satisfacer determinados propósitos, y que no parece que haya otro
más importante en juego, en el intento de dar condición científica a la tarea de los juristas, que
atraer para ella el halo de prestigio y aprobación que rodea a toda actividad que puede
designarse con la palabra “ciencia”, que al igual que “derecho” tiene una carga emotiva
favorable. Su aplicación a una actividad es una especie de condecoración que atrae hacia ella el
respeto y el aprecio de la gente.

Y se observa así que no basta que un cierto modelo responda a los cánones científicos para que
su materialización constituya una actividad socialmente relevante; pues además, no toda
actividad socialmente relevante tiene por qué satisfacer exigencias de cientificidad.

Es evidente que la cuestión dista aún de ser “pacificada”.

De cualquier modo, entendemos que hace al crecimiento y desarrollo de toda actividad, desde la
más simple labor artesanal hasta la más elevada labor científica, “objetivarse”, esto es,
transformarse a sí misma en objeto de reflexión y crítica. Sólo cuando se es capaz de
“cuestionar” el modo en que se trabaja, vive, y piensa, es posible evolucionar hacia estadios más
plenos, más ricos (en valores y experiencia) del desarrollo personal, y de ese modo, contribuir a
la evolución social.

Coincidimos con Hector Fix Zamudio cuando en defensa de la Ciencia del Derecho sostiene:
“...no obstante las apariencias, es una de las más elevadas, de las más necesarias y de las más
nobles del conocimiento humano, pues sin la existencia de su objeto, es decir, el ordenamiento
jurídico, no sería posible ninguna otra actividad individual o colectiva, incluyendo las de
investigación de la naturaleza o de los objetos matemáticos”30.

Recibido: 05/11/12. Aceptado: 9/12/10

EL CARÁCTER CIENTÍFICO DE LA DO GMÁTICA JURÍDICA


Andrés Bernasconi Ramírez*
Resumen
El presente artículo propone una respuesta a la pregunta ¿bajo qué definición de ciencia es el
estudio del derecho positivo una ciencia? Para ello, critica la concepción del derecho como
disciplina
sui generis, y la idea, relacionada con la anterior, de que los problemas de la doctrina
jurídica son por definición de alcance e interés solamente nacionales. Se sostiene, en cambio,
que como todas las proposiciones científicas, trátese de las ciencias exactas, naturales, sociales
o las humanidades, las proposiciones de la dogmática son científicas cuando son verificables.
La verificabilidad, a su turno, depende de a) que la discusión del derecho positivo nacional
sea conectada con algún problema jurídico general que trascienda las peculiaridades de las
jurisdicciones nacionales, b) el grado de exposición de esa discusión a la revisión por parte de
la comunidad de especialistas que está en condiciones de ejercer un juicio de verificación, y c) el
tamaño de esa comunidad de expertos.
Introducción
¿Es la dogmática jurídica una ciencia? L a respuesta, naturalmente, depende de cómo
definamos ciencia. L a formulación correcta de la pregunta, entonces, sería ¿bajo qué
definición de ciencia es el estudio del derecho positivo una ciencia? E ste artículo
ensaya una respuesta a esa pregunta.
Hay quienes piensan que la dogmática es una disciplina irreducible a los criterios
de cientificidad que se aplican a las ciencias naturales, a las ciencias sociales y a las humanidades.
E sta visión, cuyo linaje moderno se remonta al menos a von Kirchmann, se
encuentra generalmente implícita en la forma como se conduce en C hile la investigación
jurídica sobre derecho vigente, pero rara vez es sometida a examen razonado. Una importante
excepción es el editorial “Medición de la calidad de las publicaciones jurídicas
chilenas”, del profesor A lejandro Vergara, publicado en 2003 en la Revista Chilena de
Derecho. E n ese editorial el profesor Vergara fija una posición que, me parece, puede
representar puntos de vista generalmente compartidos por los profesores que escriben
sobre derecho positivo en nuestro país, y proporciona, en consecuencia, un apropiado
punto de ilustración y contraste para abordar la pregunta que nos interesa.
La posición que discutiré en este artículo, representada por el trabajo del profesor
Vergara, puede resumirse en dos tesis:
1. La dogmática jurídica, en cuanto estudia el derecho nacional de un país y está
entonces “ligada al territorio y a la actualidad”, no tiene “métodos, materias y
descubrimientos” universales. S us problemas y, por lo tanto, la audiencia a que
está dirigida, son estrictamente nacionales. L lamaré a ésta la tesis de la localidad de
la dogmática.
2. La cualidad científica de la dogmática jurídica descansa sobre bases o criterios
esencialmente diferentes de los de unidad de método y objeto de estudio que definen
a las demás disciplinas. E s decir, si la dogmática es una ciencia, lo es en un
sentido distinto de todas las otras ciencias. M e refiero a esta proposición como la
tesis del carácter sui géneris de la ciencia de la dogmática.
Algunas prevenciones antes de empezar: mi argumento se refiere a la dogmática
o doctrina jurídica, es decir, a los estudios o comentarios que tienen por objeto describir
(interpretar o sistematizar) el derecho positivo vigente (Navarro y M oreso, 199 7;
von Kirchmann, J. H., La Jurisprudencia no es Ciencia, IEP, Madrid, 1961 [1847].
Vergara, A ., “Medición de la calidad de las publicaciones jurídicas chilenas”, en Revista Chilena
de Derecho
30(3), 2003, pp. 427-32.
Vergara, op. cit., p. 428.
Vergara, op. cit., p. 427.
Vergara, op. cit. pp. 427-28.
Ver Peczenik, A ., “Can Philosophy Help L egal D octrine?”, en Ratio Iuris 17(1), 2004, pp. 106-
17, así
como N avarro, P. E . y J. J. M oreso, “The D ynamics of L egal Positivism”, en Ratio Iuris 10(3),
1997, pp. 288-99.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 11
Peczenik, 2004: 106-7). A sí, la dogmática busca esclarecer qué es lo que dice el derecho
vigente, cuál es su sentido. E xcluyo a la filosofía del derecho, la sociología del derecho,
la criminología, la historia del derecho, la antropología jurídica, la medicina forense
y, en general, a todos los saberes que se ocupan de lo jurídico desde sus propias bases
disciplinarias. E l carácter científico de estas disciplinas aplicadas al fenómeno jurídico
hay que buscarlo en los estándares de las respectivas ciencias fundantes, es decir, en los
de la filosofía, la sociología, la historia, etc. S in perjuicio de que lo que aquí interesa
es la dogmática, cabe hacer notar desde ya que los atributos que hacen de la doctrina
jurídica una disciplina científica se encuentran presentes también en estas otras ciencias
que se ocupan del derecho. S ólo que ellas pueden tener requisitos adicionales. E sto es
así porque los requisitos del carácter científico de la dogmática que aquí se propondrán,
lo anticipo de una vez, son los comunes a toda ciencia: el mínimo común denominador,
si se quiere, de la cientificidad de un saber.
Estos límites entre dogmática y filosofía o sociología del derecho, porosos como
son, nos llevan a una segunda cuestión: ¿puede discutirse aquello que hace científica a
la dogmática sin definir, primero, qué es el derecho? Porque, por ejemplo, para algunos
las objeciones que puedan levantarse contra el derecho positivo vigente desde la moral
son parte del derecho y, más precisamente de la dogmática, así como otros incluyen
dentro del concepto de derecho las cuestiones que se suscitan a propósito de la eficacia
de las normas.
No obstante la importancia de esta discusión, ella es inmaterial para los efectos
de la justificación de mi argumento, que es independiente tanto de la postura que se
tenga sobre lo que el derecho es, como de los contornos precisos que se le atribuyan a la
parte del estudio del derecho que llamamos dogmática o doctrina legal. Por esta razón
no inicio este trabajo con una definición de qué entiendo por derecho.
Tampoco requiere el desarrollo de mi posición comprometerse con un determinado
concepto de doctrina o dogmática jurídica. S i bien más adelante presentaré el concepto
de dogmática que me ha servido de referente, lo ofrezco con el carácter de hipótesis de
Si bien hablamos aquí del derecho positivo vigente, podría extenderse el argumento al derecho
positivo a secas,
si también se quiere incluir el comentario del derecho positivo propuesto o el que ha dejado de
regir, aunque
este último, claro, se confunde con la historia del derecho. E n cualquier caso, este es el alcance
mínimo de la
dogmática, o la doctrina en sentido estricto. A lgunos agregarían a la función de descripción, la de
evaluación o
crítica del derecho vigente, que de hecho se suele encontrar en los trabajos de análisis del derecho
positivo. S i
bien el carácter dogmático de la sistematización e interpretación del derecho positivo vigente
parece no ofrecer
mayores dificultades de especificación, en la función de evaluación o crítica de la norma positiva
la distinción con
la filosofía jurídica o la sociología del derecho aparece más borrosa. C uando el derecho es
criticado sobre la base de
los criterios de validez “internos” del ordenamiento jurídico, por llamarlos de algún modo (como
lo hace R ubin,
E. “Legal S cholarship”, en N . J. S melser y P. B . B altes (Eds.) International Encyclopedia of
the Social & Behavioral
Sciences, E lsevier, A msterdam, 1991, p. 8677), como cuando se examinan problemas de
constitucionalidad de
una norma, estamos claramente en el campo de la dogmática. C uando, en cambio, el reproche
proviene de la
moral, parece que estamos más bien en el campo de la filosofía del derecho, así como cuando se
hace cuestión de
la eficacia de una norma conjuramos a la sociología del derecho. E n todo caso, como se dirá, esta
cuestión no es
esencial para el argumento que ofrezco aquí.
L arenz, K., Metodología de la ciencia del Derecho, segunda edición, Ariel, Barcelona, 2001, pp.
183-192.
12 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
trabajo, no de supuesto del razonamiento. D e hecho, mi concepto puede ser reemplazado
por otra definición (siempre que también aspire a la cientificidad), sin que ello
afecte mi tesis.
¿Cómo es posible, entonces, precisar el carácter científico de una parte del derecho
sin definir primero qué es aquello sobre lo cual la cientificidad o la falta de ella se
predican? ¿Cómo es que puedo eludir el definir con precisión a qué ámbito del conocimiento
jurídico me refiero cuando hablo de la doctrina jurídica? C uatro consideraciones
lo explican.
Primero, las condiciones de cientificidad que propongo, al ser mínimas y comunes
a todas las ciencias, son aplicables a la dogmática –y, en este nivel básico de cientificidad,
a todo el derecho– cualquiera sea su naturaleza, concediendo desde luego que
si en la naturaleza de la doctrina está no ser una ciencia, sino, digamos, un género
literario, o un arte de apoyo a la práctica forense, entonces lo que digo no es aplicable
a la dogmática. Pero si la dogmática es una ciencia, entonces ha de serlo de la manera
que aquí se propone.
Segundo, la perspectiva que sigo es la de la sociología de la ciencia, que procura
describir lo que es la ciencia sin invadir el campo de la filosofía. L a sociología de la
ciencia nos enseña que para entender la ciencia deben entenderse los objetivos, normas
y roles que conforman esta institución –la ciencia– que tiene por objeto explicar la
naturaleza y la cultura. E sos objetivos, normas y roles son los que la sociedad, en un
momento dado, acepta como válidos para generar conocimiento sobre la naturaleza y la
cultura. E s decir, ellos son la ciencia, desde el punto de vista sociológico. D e definir la
naturaleza de la biología, la historia, o el derecho, se ocupa la filosofía. A sí como uno
puede descubrir qué es lo que hacen los matemáticos cuando buscan generar conocimiento
matemático, sin necesidad de abordar el problema de la naturaleza de la matemática, es
posible develar los elementos que constituyen a la dogmática como ciencia, sin precisar
la esencia de la dogmática.
Una tercera respuesta a la posible objeción de falta de precisión ontológica de mi
tratamiento de la doctrina legal es la naturaleza puramente procedimental del concepto
de ciencia que propondré para la dogmática jurídica. E ste carácter formal de la noción
de ciencia que postulo admite que la dogmática sea llenada con cualquier ontología
–salvo alguna que rechace su carácter científico– sin que ello afecte la aplicabilidad de
tales criterios de cientificidad.
Por último, me apoyo en el trabajo de quienes piensan que una legitimación científica
universal del derecho no es posible, en nuestros días, sobre la base de una teoría
del derecho, cualquiera sea ésta, y menos aún, de una filosofía del derecho, porque
cada teoría del derecho, y cada filosofía, traen consigo su propia visión de la ciencia
del derecho, incompatible con los conceptos de ciencia que emergen de otras teorías o
Pribán, J., “Legalist F ictions and the Problem of S cientific L egitimation”. Ratio Iuris 16(1),
2003,
pp. 14-36.
Peczenik, A., “Can Philosophy Help Legal Doctrine?”, en Ratio Iuris 17(1), 2004, pp. 106-17.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 13
filosofías. Y nuestro tiempo, política y académicamente hablando, se caracteriza por la
pluralidad de concepciones sobre el derecho. L a legitimación científica universal que
propongo se basa, entonces, no en una particular teoría del derecho, o en una singular
filosofía jurídica, sino en un método que me parece es compatible con diversas nociones
sobre el derecho, porque es independiente de ellas.10
En lo que sigue, delinearé de entrada mi posición sobre el carácter científico de
la dogmática, para luego desarrollar con mayor detalle cada uno de sus componentes,
proponiendo, primero, un concepto de dogmática que espero sea generalmente descriptivo
de lo que los juristas hacen cuando estudian normas positivas. L uego, procuraré
sintetizar de la idea de verificabilidad, bastante trabajada en la filosofía de la ciencia,
los elementos que conciernen a la dogmática, proponiendo que la replicabilidad, eje del
postulado de objetividad del conocimiento científico, es posible también en la doctrina
jurídica. A continuación desarrollaré la importancia que tiene la comunicación científica
para la verificabilidad, los especiales desafíos que la comunicación científica opone a
los científicos que trabajan en la periferia de la ciencia, y las consecuencias que de todo
lo anterior se siguen para la publicación de trabajos de dogmática jurídica que aspiren
al estatus de ciencia.
Así, espero mostrar que la dogmática no es una disciplina sui géneris, sino que
comparte con las ciencias naturales y humanas el mismo conjunto de condiciones de
cientificidad de su saber. A simismo, me propongo aclarar que lo que he llamado la localidad
de la dogmática, es decir, la producción académica sobre problemas del derecho
chileno, dirigida a audiencias estrictamente nacionales, es una opción de muchos quienes
cultivan la dogmática en nuestro país, y no una propiedad inherente al derecho positivo
como objeto de estudio. E sta opción, legítima como es, en el contexto de nuestro país
tiende a erosionar, cuando no a eliminar completamente, el carácter científico de las
obras de doctrina generadas en C hile.
Me permitiré, además, ilustrar mis tesis con ejemplos tomados del mismo número de
la Revista Chilena de Derecho en que apareció publicado el editorial del profesor A lejando
Vergara al que me referí al comienzo.
La sección final está destinada a precisar los límites de mi argumento y a extraer
las conclusiones que se siguen de él.
10 F rente a la crítica de circularidad que se puede hacer sobre el intento de definir lo que es la
ciencia sobre
la base de los patrones que rigen la acción de los científicos, recurro a R obert A lexy, quien frente
al problema
análogo de la circularidad de la filosofía del derecho –que no puede ser definida sin usar el
concepto de derecho,
concepto que es a su vez lo que corresponde explicar a la filosofía del derecho– señala que
estamos frente a un caso
del círculo hermenéutico, que se resuelve “partiendo de la precomprensión sugerida por la práctica
establecida
y elaborándola a través de una reflexión crítica y sistemática”. (Alexy, R ., “The N ature of L egal
Philosophy”.
Ratio Iuris 17(2), 2004, p. 158, mi traducción).
14 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
El argumento, en resumen
Las afirmaciones de la doctrina jurídica son proposiciones sobre el contenido del
derecho, es decir, sobre lo que el derecho vigente dice. C omo todas las proposiciones
científicas, trátese de las ciencias exactas, naturales, sociales o las humanidades, las
proposiciones de la dogmática son científicas cuando son verificables.
Una proposición de dogmática es verificable cuando puede ser confirmada o refutada.
C uando se refuta una proposición sobre lo que el derecho dice, típicamente se
controvierten uno o más de los siguientes elementos de una proposición: los principios,
los datos, o el razonamiento. A sí, una proposición de dogmática puede ser refutada,
ya porque yerra en los principios o axiomas de que parte (por ejemplo, los principios
generales del derecho, o sus normas de interpretación o integración),11 o porque no ha
considerado todos los datos (principalmente fuentes formales del derecho, ocasionalmente
también hechos) atingentes a las proposiciones que se formulan, ora porque es defectuoso
el raciocinio por medio del cual se conectan principios, datos y afirmaciones.
Mientras no es definitivamente refutada, la afirmación verificable permanece
en el acervo de la ciencia. Para ser refutable, una afirmación tiene que ser expuesta
efectivamente al escrutinio de la comunidad científica experta en la respectiva clase
de afirmaciones. D ado que dicha exposición al juicio de pares expertos admite graduaciones,
la cientificidad también: puede haberla en diversa medida. L a medida de
cientificidad depende de tres factores: a) que la discusión del derecho positivo nacional
sea conectada con algún problema jurídico general que trascienda las peculiaridades
de las jurisdicciones nacionales, b) el grado de exposición que ofrece a la revisión por
parte de la comunidad de expertos, lo cual depende de la amplitud de la circulación del
órgano de comunicación académica en que se publica, y c) el tamaño de la comunidad
de especialistas que está en condiciones de ejercer un juicio de verificación, que depende
de los factores anteriores.
En un extremo, la proposición no comunicada no es científica, porque no está
expuesta a verificación de ninguna especie. E n el otro, una afirmación relevante para
todos los expertos en el mundo capaces de juzgar su validez, y puesta a la consideración
de todos ellos, es en grado supremo científica. D entro de estos extremos, el carácter
científico está dado por el grado de visibilidad de una contribución, y es mayor cuanto
más expuesta está a la crítica.
Por esta razón los órganos de comunicación académica son fundamentales en la
ciencia. E s por medio de ellos que se logra la exposición de una proposición a la revisión
por la comunidad especialista, ya sea en la forma de un artículo de revista, un libro, o
una ponencia en una conferencia de especialistas. Un órgano de comunicación es apropiado,
para estos efectos, cuando es accesible para la más amplia relevante comunidad
de expertos.
11 T ambién, criterios de justicia o eficacia, para quienes piensan que ellos son parte de la
dogmática.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 15
Ahora bien, ¿cuál es la relevante comunidad de expertos? C omo en todas las ciencias,
son los especialistas en la subdisciplina, y dentro de ella, en el tema o problema
de que tratan las proposiciones cuyo carácter científico se pretende. E sa familiaridad
con un tema o problema jurídico trasciende las peculiaridades de los ordenamientos
nacionales en que se manifiestan. El derecho local es el dato sobre el cual el jurista trabaja,
pero, como en todas las ciencias, la sola descripción o análisis del dato carecerá de
carácter científico mientras no se conecte con los problemas del derecho a que los datos
nacionales remiten. E s necesario, entonces, subir un peldaño en el nivel de abstracción
de las afirmaciones, identificando el problema jurídico universal a que refiere el asunto
particular que se analiza, de modo que sea posible ubicar las proposiciones sobre el
derecho nacional en el seno de discusiones análogas que están teniendo lugar en otros
derechos nacionales.
Esta universalidad que presentan los problemas de estudio de la dogmática en el
apropiado nivel de abstracción permite que en comunidades científicas nacionales pequeñas,
como es la nuestra en el ámbito de la dogmática del derecho –donde generalmente
no hay masas críticas de especialistas locales que estén en condiciones de ejercer un
juicio de confirmación o refutación, de modo que el carácter científico de los trabajos
de nuestros juristas no puede en muchos casos derivarse de la exposición de una obra
a la comunidad local de especialistas–, la verificación pueda apoyarse en comunidades
de expertos extranjeros.
Hay dos maneras de lograr esto: o bien se comunica en órganos extranjeros de
circulación entre los expertos de cuyo juicio depende la confirmación o refutación de
las afirmaciones de doctrina jurídica originadas en C hile, o bien se da a los órganos de
comunicación chilenos la circulación internacional que permita su conocimiento por
dichos expertos.
En uno y otro caso la familiaridad de los juristas con la literatura chilena es insuficiente
para merecer la atención de las comunidades científicas relevantes. L a literatura
pertinente, cuyo manejo es requisito de la comunicación internacional tanto como lo
es de la posibilidad de que los órganos de comunicación científica chilenos circulen
internacionalmente,
es la literatura llamada de corriente principal, que por ahora recoge
principalmente las contribuciones a la dogmática de los países de mayor desarrollo
científico en el derecho.
Objeto de estudio y elementos de la dogmática
La dogmática jurídica tiene por objeto de estudio el derecho positivo vigente. A lo largo de este
artículo la llamo indistintamente también doctrina jurídica, o doctrina
legal, para acomodar la preferencia de los juristas anglosajones de hablar de doctrine.
La dogmática describe, a través de la interpretación y sistematización, el derecho
positivo vigente12 (Navarro y M oreso, 199 7; Peczenik, 2004: 106-7; R ubin, 2001: 8681).
12 N avarro y Moreso, op. cit.; Peczenik, “Can Philosophy…” cit., pp. 106-7; Rubin, op. cit., p.
8681.
16 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
El objeto último de su razonamiento son textos.13 Para afirmar lo que el derecho dice la
doctrina se sirve de la interpretación de las normas, por medio de la cual determina el
sentido de ellas, y de su sistematización, que permite ubicar las normas en el sitio que
les corresponde en construcciones conceptuales generales que agrupan clases de normas.
Según algunas corrientes de filosofía jurídica, también la evaluación moral o política
del derecho vigente es parte de la doctrina.
Mientras el objetivo de las ciencias naturales es describir y explicar por sus causas
los fenómenos de la naturaleza, y el de las ciencias sociales es describir y entender los
fenómenos de la cultura, el objetivo de la dogmática es definir y describir (y evaluar) el
derecho positivo según el criterio principal de la coherencia.14 L a coherencia es, a la vez,
la base de las normas de interpretación del derecho, el propósito de su sistematización y
el fundamento de su crítica. L os juristas operan bajo el supuesto de que el ordenamiento
jurídico es coherente, mientras que a la vez trabajan para darle coherencia allí donde no
la tiene, invocando principios que reparan las inconsistencias que encuentran.15
En el mayor grado de abstracción de la dogmática se encuentran los principios del
derecho y las teorías de instituciones jurídicas particulares. E jemplos de principios del
derecho son las reglas de interpretación e integración del derecho. C omo ejemplos de
teorías podemos ubicar la teoría del acto jurídico, la teoría de los riesgos, la teoría del
proceso o la teoría de la prueba. A este nivel de abstracción, la doctrina es más bien universal
o, cuando menos, común al interior de los principales sistemas jurídicos (derecho
común, derecho civil, sharia, etc.). E s decir, esta parte de la doctrina no es enteramente
definida por las normas positivas nacionales.
El derecho positivo nacional y, ocasionalmente, también las legislaciones extranjeras,
cuando se trabaja comparadamente, forman el segundo elemento de la dogmática.
Hechos reales o hipotéticos pueden también entrar al análisis, como cuando se discute
la manera de tipificar un hecho, o se exploran los límites de la coherencia de las normas
con “casos de laboratorio”.16 E n parangón con la investigación empírica, podría decirse
que las normas de derecho positivo y los hechos que se invocan para analizarlas hacen
las veces de datos u observaciones, mientras que los principios del derecho pueden asimilarse
a la teoría que guía la recolección e interpretación de los datos.
13 B anakar, R ., “Reflections on the M ethodological I ssues of the S ociology of L aw”, en
Journal of Law and
Society 27(2), 2000, p. 273.
14 Ver, por ejemplo, Peczenik, A . y J. Haage, “Legal Knowledge about What?”, en Ratio Iuris
13(3),
2000, pp. 333-4; Peczenik A ., “A T heory of L egal D octrine”, en Ratio Iuris 14(1), 2001, pp.
78-80; M artens,
B. V. “Do C itation S ystems R epresent T heories of T ruth?”, en Information Research 6(2),
2001, p. 3, y R ubin,
op. cit., p. 8682.
15 Peczenik, “Can Philosophy…” cit., p. 107; Peña, C . 1994, “Hacia una caracterización del
ethos legal:
de nuevo sobre la cultura jurídica”, en A gustín S quella (Ed.), Evolución de la cultura jurídica
chilena. C orporación
de Promoción Universitaria, Santiago, 1994, pp. 75-88.
16 Peter S chuck lamenta el descuido del problema de los hechos en las escuelas de derecho,
donde no se
enseña a los estudiantes a encontrar, interpretar, probar o refutar hechos. Ver S chuck, P., “¿Por
qué los profesores
de derecho no hacen más investigación empírica?”, en M . F . B öhmer (Comp.), La enseñanza del
derecho y el ejercicio
de la abogacía, Gedisa, Barcelona, 1999, p. 131.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 17
Sin embargo, la analogía entre los componentes de la dogmática y los de las ciencias
empíricas no puede llevarse demasiado lejos. Por una parte, porque si bien los principios
del derecho y las teorías de las ciencias naturales y sociales tienen una función similar
–ambos sirven para interpretar (normas y hallazgos, respectivamente)– son cosas distintas:
las teorías empíricas son sistemas de leyes o principios que pretenden explicar
el funcionamiento de un área de la realidad. L os principios del derecho son, en cambio,
instrumentos que se agotan en su función de hacer inteligibles las normas como un
sistema coherente y de criticar las normas cuando no son consistentes con las teorías.17
Los principios del derecho y, en general, el conocimiento jurídico, son un recurso para
la administración de justicia en el caso particular, mientras que las ciencias empíricas
buscan establecer verdades que son independientes de su uso18 (Jasanoff, 2005: S 50).
Así, los principios del derecho tienen una dimensión normativa e incluso constitutiva
del derecho considerablemente más fuerte que la que se encuentra en las teorías de las
ciencias empíricas.
En segundo lugar, cuando las hipótesis que se generan a partir de una teoría en
las ciencias empíricas resultan ser sistemáticamente refutadas, o cuando se descubren
fenómenos que la teoría no puede explicar, la teoría tiende a ser abandonada y reemplazada
por otra con mayor poder explicativo, en un proceso que la sociología de la ciencia,
desde Kuhn, ha explicado con gran detalle. E n cambio, cuando las normas no se ajustan
a los principios del derecho, el jurista manipula las normas hasta hacerlas coincidir bajo
alguna interpretación posible, o bien las marca, de lege ferenda, como inconsistentes con
el ordenamiento jurídico, para su eventual eliminación por el legislador.
El tercer y último elemento de la dogmática son las proposiciones que se formulan
para interpretar, sistematizar o evaluar el derecho positivo. E llas son verdaderas o
falsas según si el derecho vigente posee o no los contenidos que las proposiciones les
atribuyen. E sta cuestión no se puede adjudicar por referencia a fenómenos externos a las
normas mismas, de tal suerte que la verdad de las proposiciones de doctrina depende de
su coherencia interna, es decir, si acaso los enunciados fluyen lógicamente de los principios
que se invocan y de las normas que se analizan, y según el grado de exhaustividad
y precisión con que se han traído al análisis los principios y normas pertinentes a las
afirmaciones que se hacen.
Estas diferencias, más la conexión que existe entre dogmática y práctica forense19
(Streeter, 2002), o entre doctrina y política,20 y seguramente otras diferencias que se
me escapan –no pretendo ser exhaustivo en este paralelo entre dogmática y ciencias empíricas–,
explican también la diferente posición que ocupan las hipótesis en uno y otro
dominio. M ientras en las disciplinas empíricas las hipótesis –los resultados esperados
de la investigación– son el conector esencial entre teoría, pregunta de investigación y
17 S chuck, op. cit., pp. 132-3.
18 Jasanoff, S ., “Law’s Knowledge: S cience for Justice in L egal S ettings”, en American
Journal of Public
Health 95, 2005, Supplement 1, pp. S49-S58.
19 E n C hile, por ejemplo, S treeter, J., “Ciencia del D erecho”, en Estudios Públicos 86, 2002,
pp. 285-313.
20 Peña, op. cit.
18 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
datos, la dogmática puede prescindir enteramente de las hipótesis, o de su explicitación,
y casi siempre lo hace.21 M ás bien la doctrina, como la filosofía, la teología o las
matemáticas, emplea tesis, en el sentido de proposiciones a ser demostradas. N o en vano
Weber ubicaba al derecho (“jurisprudencia”), junto con la lógica, la ética y la estética,
en el campo de las disciplinas dogmáticas, a las cuales opone la sociología y la historia,
como ciencias empíricas.22
Por estas razones, dudo de la viabilidad de la estrategia de postular que el carácter
científico de la dogmática esté dado por su adhesión a la teoría y los métodos empíricos
de las ciencias sociales23. O tra cosa es reclamar un espacio mayor para los estudios
empíricos en el derecho,24 demanda con la que coincido. Pero la distancia disciplinaria
entre los estudios empíricos del derecho y la dogmática es demasiado grande como para
pretender meter a la fuerza a la doctrina en el método de las ciencias sociales.
Hay, con todo, corrientes de análisis social de la ciencia, agrupadas en lo que se
conoce como el “programa fuerte” de la sociología del conocimiento científico,25 que
negarían las diferencias que acabo de postular entre la dogmática y las ciencias empíricas.
Para esta escuela de pensamiento, las teorías de las ciencias empíricas operan del mismo
modo “constructivo” (constitutivo) de su objeto de estudio que yo he postulado como
característico de la dogmática jurídica. E s decir, las teorías no sólo harían inteligible el
mundo, sino que lo constituirían. A demás, postulan que la autoridad de las afirmaciones
científicas no deriva de su correspondencia con el mundo, sino sólo de la convención de
los miembros de las respectivas disciplinas. N o puedo dar cuenta aquí de ese debate,
pero me interesa destacar, sin embargo, que el programa fuerte también conduciría a
negar el carácter científico sui generis de la dogmática, agrupándola, junto con las otras
ciencias, en la amplia categoría de los sistemas de creencias.
21 S chuck, op. cit., p. 133.
22 Weber, M ., Economy and Society. An Outline of Interpretive Sociology, University of C
alifornia Press, B erkeley,
CA, 1978 [1914], p. 4.
23 Ver, por ejemplo, Ulen, T .S., “A N obel Prize in L egal S cience: T heory, E mpirical Work,
and the
Scientific M ethod in the S tudy of L aw”, en University of Illinois Law Review 2002(4), pp. 875-
920, así como los
demás trabajos en ese volumen, y para una revisión actualizada de la literatura de EE .UU. sobre
investigación
empírica en el derecho: M itchell, Gregory, “Empirical L egal S cholarship A s S cientific D
ialogue”, en North
Carolina Law Review 83(1), 2005 (disponible en Social Science Research Network Electronic
Paper Collection:
http://ssrn.com/abstract=528962).
24 C omo lo hacen, además de S chuck, op. cit.: Korobkin, R ., “A M ulti-Disciplinary A pproach
to L egal
Scholarship: E conomics, B ehavioral E conomics, and E volutionary Psychology”. UCLA School
of Law, Research
Paper Series Nº 01-5, 2001 (disponible en S ocial S cience R esearch N etwork E lectronic Paper
C ollection: http://
ssrn.com/abstract=270114) y George, T .E., “An E mpirical S tudy of E mpirical L egal S
cholarship: T he T op L aw
Schools”.Vanderbilt University Law School. Law and Economics Working Paper Nº 05-20, 2005
(disponible en S ocial
Science Research Network Electronic Paper Collection: http://ssrn.com/abstract=775864).
25 E ntre cuyos principales exponentes se encuentran: L atour, B ., Science in Action, Harvard
University
Press, C ambridge, MA , 1986; B loor, D ., Knowledge and Social Imagery, second edition, T he
University of C hicago
Press, C hicago, 1991, y B arnes, B ., D . B loor y J. Henry, Scientific Knowledge: A Sociological
Analysis, University
of Chicago Press, Chicago, 1996.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 19
Pues bien, si la dogmática no puede descansar en los métodos de las ciencias sociales
para asegurar su estatus científico, ¿de dónde ha de derivar su cientificidad? A esta
pregunta torno en la sección siguiente.
La dogmática como ciencia
La ciencia es un modo de conocer. E n qué consiste lo específico de este modo de
saber, y su diferencia con otros, no es un tema pacífico en la filosofía y la sociología de
la ciencia. E n el caso de la sociología, las posiciones en debate ocupan todo el espectro
que va desde el programa fuerte arriba delineado, hasta programas de investigación
–representados, por ejemplo, por R obert M erton26– que no ponen en duda que la ciencia
sea conocimiento objetivo de fenómenos externos e independientes del observador, y se
ocupan de estudiar las influencias que el medio social, económico y tecnológico ejercen
sobre decisiones tales como qué estudiar, con quiénes hacerlo, a quiénes leer y citar, o a
cuestiones tales como el proceso social de reconocimiento de un descubrimiento. C uando
más, señalan las instancias de faltas a los postulados del método científico (tales como
el affaire L ysenko o, en general, la fabricación de evidencia) como anomalías.
En lo que la mayoría de los programas de la sociología de la ciencia parecen coincidir
es en que la ciencia es una institución social que busca explicar hechos de manera
objetiva, imparcial, desinteresada, válida y verdadera (otra cosa es que lo consiga), donde
la verdad depende del juicio de los pares,27 trátese su objeto de estudio de los hoyos
negros, la revelación de D ios, cómo podemos distinguir una acción mala de una buena,
las influencias que se reconocen en la obra de Joyce, o cómo aprenden los niños.28 Y para
procurar alcanzar ese objetivo, se ciñen a procedimientos de formulación y validación
de sus proposiciones que ponen como elemento esencial la verificabilidad.
La verificabilidad tiene modos de comprobación diversos dependiendo de la
disciplina de que se trate y el tipo de proposición que se formula. E n algunos casos
26 M erton, R .K., The Sociology of Science: Theoretical and Empirical Investigations, University
of C hicago
Press, Chicago, 1973.
27 Jasanoff, op. cit., p. S49.
28 N o obstante, no todas las ciencias explican los objetos de su estudio de la misma forma. Por
ejemplo, por
sus causas. L a explicación de los fenómenos por sus causas forma parte del repertorio de
explicaciones disponibles
para las ciencias naturales y las ciencias sociales (aunque hay escuelas de pensamiento en las
ciencias sociales
que disputan que las cuestiones de causalidad sean el objeto de su ciencia), pero la pregunta por
las causas no
es una pregunta válida, por ejemplo, en la lógica o la matemática. T ampoco en la doctrina
jurídica, en cuanto
la explicación que el jurista hace de lo que la norma dice no descansa en relaciones causales, sino
conceptuales
o lógicas. I ncluso en disciplinas interesadas en relaciones de causalidad, como la historia, la
ciencia política o la
sociología, buena parte de lo que se hace es sólo describir hechos. D e todo esto se sigue que no
priva a la doctrina
jurídica del carácter de ciencia el que la pregunta por la causa de su objeto de estudio –las
normas– no forme
parte de su esfera de intereses. C uestión distinta es ésta de: a) la causa de las acciones humanas,
que sí interesa a
la dogmática en cuanto aparezca tipificada en una norma, b) las influencias sobre el trabajo de
jueces y legisladores
en la producción de normas, materia que ocupa a la sociología del derecho; c) la norma como
causa de las
decisiones de jueces y otros operadores jurídicos, asunto que interesa a los realistas jurídicos.
20 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
se exigen teorías falsables, o estimaciones del margen de error, o puesta en común de
bases de datos, o conformidad con las reglas estadísticas de inferencia, o experimentos
replicables. Pero todas requieren, en último término, del escrutinio de la respectiva
comunidad de especialistas. E s ella la que determina si las proposiciones son verdaderas
o no, y dentro de qué marco (teórico, temporal, espacial, o de restricciones, supuestos o
condiciones) su verdad se sostiene. Por eso se dice que la ciencia es una actividad social
y pública.29 L a investigación debe ser conducida y sus resultados expuestos de modo de
“proporcionar suficiente información para que otros evalúen sus méritos y repliquen sus
procedimientos y análisis”.30 E n esto consiste la objetividad del conocimiento científico.
E xiste, entonces, una relación directa entre verificabilidad y replicabilidad, y entre
confirmación y replicación.
Hay confirmación cuando un especialista recorre el camino que ha efectuado y
comunicado un colega, desde la teoría, a las hipótesis, al diseño de la recolección de
datos, a su análisis e interpretación, y finalmente a los resultados, y llega a la conclusión
de que comparte las proposiciones formuladas por otro. E ste recorrido puede hacerse
repitiendo paso por paso la trayectoria del investigador original (práctica frecuente
en las ciencias naturales y la economía, donde los estudiantes de doctorado aprenden
su oficio recreando trabajos publicados), en cuyo caso podemos hablar de replicación
en sentido estricto, o bien, cambiando algún elemento del diseño original del estudio
(nuevos datos, diferentes teorías, nuevas perspectivas analíticas) para evaluar la robustez
de los resultados ya obtenidos sobre nuevas especificaciones, lo que puede considerarse
una replicación en sentido lato. E n cualquier caso, estas labores de reanálisis conducen
ya a la confirmación o refutación de las proposiciones revisadas, ora a la cualificación
de ellas por medio de nuevos antecedentes que ayudan a corregir, clarificar o delimitar
dichas proposiciones.31
Para que una proposición sea científica no necesita ser objeto actual de estos procedimientos.
B asta con que sea susceptible de ellos. L as afirmaciones verificables que
se sostienen frente a los desafíos de la replicación, o que no son objeto de desafío, son
la ciencia, en el sentido de acervo de conocimiento.
Naturalmente, en la práctica este ciclo es considerablemente más desordenado que
la versión idealizada que presento. Proposiciones antagónicas subsisten codo a codo
acumulando respaldos y refutaciones sin que ninguna sea objeto del golpe de gracia o
la consagración definitiva, mientras otras proposiciones caen en las grietas de la ciencia
y permanecen ignoradas por años o décadas hasta que son “descubiertas” y revisadas, y
aún otras, sin haber sido jamás puestas a prueba, se deslizan lentamente a la irrelevancia
por cambios lentos pero profundos de sus disciplinas hacia nuevos problemas, métodos
u objetos de estudio. E n el caso que nos interesa, efectos similares son producidos por
29 King, G., R .O. Keohane y S . Verba, Designing Social Inquiry. Scientific Inference in
Qualitative Research,
Princeton University Press, Princeton, NJ, 1994: 8-9.
30 Hedrick, T . E ., “Justifications for the S haring of S ocial S cience D ata”, en Law and Human
Behavior
12(2), 1988, p. 166 (mi traducción).
31 Hedrick, ibid.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 21
cambios en el derecho positivo. A demás, en las ciencias sociales y las humanidades hay
escuelas de pensamiento que no se comunican unas con otras,32 de tal suerte que forman
comunidades independientes para efectos de verificabilidad, mientras que los patrones de
citaciones demuestran que la universalidad de la ciencia está sesgada por nacionalismos.33
No obstante las discrepancias entre el modelo y su vivencia práctica, el modelo, con sus
reglas, procedimientos y estándares mantiene su posición como referente y árbitro para
distinguir lo que es ciencia de lo que no lo es.
La dogmática del derecho no escapa a esta lógica. C omo las proposiciones de toda
ciencia, las de la dogmática son verificables cuando pueden ser confirmadas o refutadas
por los especialistas. Poner una proposición de doctrina a la consideración de los pares
permite que éstos recorran el itinerario del autor, analizando los principios por él invocados,
las normas y hechos que ha traído a colación, y la coherencia entre principios, datos
y conclusiones, en una suerte de replicación mental que conducirá, como he dicho, a la
confirmación de las proposiciones revisadas, si las juzga persuasivas, o a su refutación,
en caso contrario, o a la modificación de ellas para redefinir su alcance. D e nuevo, no
es necesario que este proceso se verifique actualmente para otorgar carácter científico
a una proposición de dogmática. M enos aún es necesario que la verificación, de existir,
dé origen a un texto en que se consigne la confirmación, refutación o modificación de
las afirmaciones revisadas. B asta con que la verificación sea posible.
Además de los requisitos de publicación que la verificabilidad impone, que comentaré
más adelante, la replicabilidad acarrea ciertas consecuencias para la estructura
y contenido de las obras científicas, aplicables también a la doctrina legal. E n primer
término, el esclarecimiento del sentido y alcance de una norma jurídica o de su relación
con el ordenamiento de que forma parte es insuficiente para configurar proposiciones
científicas. L a dogmática científica no se agota en la descripción o análisis de la norma del
derecho nacional, sino que conecta dicha descripción o análisis con asuntos o problemas
jurídicos generales, de los que las instituciones legales locales son una posible expresión
o solución. E ste requisito no es distinto del que prima en las ciencias sociales, donde los
datos son siempre locales (o particulares a un caso o conjunto de casos), pero el objetivo
es iluminar con esos datos cuestiones generales que los trascienden.
Esto nos lleva directamente al problema de la “localidad” de la dogmática. S egún
Alejandro Vergara, la dogmática es local porque su objeto de estudio, el derecho positivo
chileno, es local. S eñala este autor que a diferencia de las ciencias naturales, y algunas
de las humanidades (la teología, la filosofía y la filología son sus ejemplos), que tienen
materias y métodos universales,34 la ciencia del derecho vigente “está ligada a un territorio
y a la actualidad”, y que “en torno a estos fenómenos tan limitados temporal y
territorialmente se construyen las llamadas ciencias jurídicas, que es el resultado espe-
32 E l fenómeno también se da en las ciencias naturales, pero usualmente de forma parcial y
transitoria,
mientras un nuevo paradigma emerge y se consolida (Kuhn, 1996).
33 Por ejemplo, N arin, F ., K. S . Hamilton y D . O livastro, “The increasing linkage between
U.S. technology
and public science”. Research Policy 26(3), 1997, pp. 317-330.
34 Op. cit., p. 427.
22 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
cializado y práctico por excelencia que ofrecen los juristas de cada época para mejorar
los estándares de justicia, equidad, seguridad y otros valores esenciales que persigue
cada sociedad”.35
Desde luego, la definición de dogmática jurídica de Vergara, como una actividad
práctica orientada a mejorar los estándares de ciertos valores, no coincide con la mía.
Yo he puesto el énfasis en la dimensión cognitiva de la doctrina como explicación de
lo que las normas dicen, y no en la intención o efecto normativo que pueden o no tener
los estudios de dogmática, que es el eje destacado por Vergara. M e parece que la suya
no es la definición de una ciencia, pero no es esa mi preocupación central aquí, sino el
supuesto en que Vergara se basa para conceptualizar la dogmática, a saber, que por ser
locales (nacionales, en este caso) las normas positivas, es nacional la ciencia que se ocupa
de ellas. Hay una confusión ahí entre dato (“materia” le llama Vergara) y problema, y entre
la especificidad del caso o del fenómeno observado y la generalidad de las conclusiones.
Es cierto que son universales los datos que usan las ciencias exactas (matemática, física,
y química), así como los de la filosofía, o partes de las ciencias naturales o de la psicología.
S on universales en el sentido de que no son diferentes aquí que en otros países o en
otras épocas. Pero los datos de todas las ciencias que se ocupan de la cultura son locales,
es decir, son particulares a un espacio y tiempo determinados. Y nadie piensa que por
ello la sociología, la historia o la antropología sean ciencias locales, cuyas proposiciones
sean válidas sólo para el espacio y tiempo de donde provienen los datos. N o son locales,
porque los problemas que estudian no son locales, sino generales: estudian problemas
generales con datos locales. S i yo quiero saber cómo se forman los estereotipos de género
en la escuela, no me queda más remedio que estudiar escuelas, niños, maestros y textos
de estudio existentes concretamente en un espacio físico. Pero, a través de las reglas de
la inferencia, y de mi conocimiento de la literatura universal, teórica y empírica, sobre
el problema de la formación de estereotipos de género, aspiro a obtener conclusiones
que son válidas más allá de los casos que he estudiado, conclusiones que son de interés
para todos quienes estudian el problema en cuestión. S altar del caso particular observado
a proposiciones generales es una de las preocupaciones centrales de varias ramas de la
ciencia y, para ello, es menester conocer y aplicar las reglas de la inferencia, y conocer
y discutir la literatura universal sobre el problema.36
No todas las disciplinas descansan en la inferencia descriptiva o causal para pasar
de observaciones sobre hechos singulares a proposiciones generales. E n la dogmática
del derecho, por ejemplo, la norma positiva no es identificada y analizada para que
revele, vía inferencia, propiedades de normas no conocidas. L a norma se estudia por el
interés intrínseco que tiene precisar su sentido, su alcance, su forma de participación
35 Op. cit., p. 428.
36 E n el editorial del profesor Vergara (op. cit., p. 427) se deslizan dos errores que quizás sean en
parte
responsables de que no advierta la semejanza entre el derecho y las demás ciencias. Primero,
fusiona como
equivalentes a las ciencias naturales y a las ciencias empíricas, y luego, define a las ciencias
empíricas como
cuantitativas, en el sentido de que están orientadas a la medición. N i todas las ciencias empíricas
son naturales,
ni tienen por objetivo la medición, aunque evidentemente usan la medición como instrumento.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 23
en el edificio sistemático de las normas de su clase, etc. T odo esto es, efectivamente,
sólo del interés de los juristas del país. Pero en tal caso, la relevancia científica –no ya
sólo práctica– de las proposiciones que se formulan para la audiencia universal de la
comunidad científica está dada por la conexión que se establece entre el fenómeno local
y los problemas registrados en la literatura universal.
¿En qué sentido puede hablarse de problemas universales en la dogmática del derecho?
S i bien la legislación de cada país plantea problemas dogmáticos específicos al
sistema jurídico nacional, al elevar el nivel de abstracción de la pregunta ésta invariablemente
adquiere relevancia global. Por ejemplo, la doctrina chilena puede analizar el
problema de constitucionalidad que suscita la delegación de la jurisdicción tributaria
en primera instancia, pero la cuestión del debido proceso en la justicia tributaria es
un problema universal. D el mismo modo, la introducción de mecanismos alternativos
de solución de controversias en el procedimiento civil tiene dimensiones nacionales y
transnacionales.
Además, viniendo los diferentes sistemas normativos nacionales de O ccidente de
tradiciones jurídicas comunes, y habiendo evolucionado en los últimos doscientos años
bajo concepciones similares sobre el derecho,37 a lo que se suman las actuales tendencias
de globalización de instituciones jurídicas, resulta que muchas veces el salto de
inducción que es necesario hacer para conectar con debates internacionales es bastante
menos que formidable.
A continuación ilustro la noción de problema dogmático universal que uso aquí
con algunos ejemplos derivados de artículos de dogmática tomados del mismo número
de la Revista Chilena de Derecho en que se publica el editorial del profesor Vergara.
Ejemplos de la potencial universalidad
de la dogmática nacional
En el mismo número de la Revista Chilena de Derecho en que aparece el editorial del
profesor Vergara se publican cuatro artículos de doctrina. E sta sección está destinada a
proponer y examinar posibles dimensiones de interés internacional que emergen de los
problemas nacionales estudiados en ellos.
En uno de los artículos, el autor38 se pregunta si los pavimentos participativos son
un caso del tipo de tributo que se conoce en doctrina como una contribución especial,
y concluye que lo son. C ita doctrina chilena, argentina y española sobre el tema de las
clases o tipos de tributo y sus definiciones. A sí planteado, el problema es de interés
limitado: la naturaleza jurídica de un mecanismo de financiamiento de obras públicas
en la legislación tributaria chilena. S in embargo, si subimos un peldaño en la escala
37 Peczenik, “A theory …” cit., pp. 97-8.
38 O mito la identificación de los autores porque el punto no es criticar autores, sino tomar
algunos trabajos
como base para ilustrar en la práctica mi argumento.
24 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
de abstracción, podemos darnos cuenta que el problema que preocupa al autor es parte
de un problema más general, a saber, el de las contribuciones privadas a proyectos de
obras públicas, asunto que concierne principalmente a la economía, pero también al
derecho.
Un texto general sobre derecho tributario comparado, como por ejemplo, el de
Thuronyi,39 permitiría poner el problema definicional chileno de las clases de impuestos
en un contexto más amplio que el iberoamericano. S i bien la literatura internacional no
contiene estudios sobre la naturaleza tributaria de los pavimentos participativos chilenos,
sí ha tratado cuestiones análogas, por ejemplo, el financiamiento compartido entre el
Estado y los usuarios de proyectos de ordenamiento de tráfico,40 o el financiamiento de
la limpieza de sitios contaminados con basura tóxica en que en lugar del instrumento
tributario se usa la litigación como herramienta de recuperación de costos por parte de
la autoridad pública,41 o bien, trata al menos un asunto de los que el objeto de estudio
de este artículo nacional es parte, a saber, las contribuciones privadas a proyectos
públicos.42
Los textos citados no son, evidentemente, de derecho tributario chileno. L a mayoría
no son siquiera de derecho tributario. N o soy especialista en el tema, de modo que es
posible que mi búsqueda no haya sido eficaz en descubrir literaturas que están aún más
cerca del tema de nuestro autor que las que aquí cito. A demás, varias de las obras referidas
son coetáneas o posteriores al artículo que comento, de modo que dicho autor no
habría podido conocerlas aunque hubiese querido.43 S in embargo, traer esta “literatura
relacionada” a colación sirve para ilustrar que la pretendida localidad de la dogmática es
una cuestión que depende sólo del grado de abstracción con que se tratan los problemas,
y que el grado de abstracción con que queda satisfecho el autor en el tratamiento de su
39 T huronyi, V., Comparative Tax Law, Kluwer Law International, The Hague, 2003, pp. 45-58.
40 Wenstein, A . y E . D eakin, “How L ocal Jurisdictions F inance T raffic-Calming Projects”, en
Transportation
Quarterly 53(3), 1999, pp. 75-87.
41 A nderson, F . R ., “Negotiation and I nformal A gency A ction: T he C ase of S uperfund”.
Duke Law Journal
1985 (2), pp. 261-380.
42 E pple, D . y R . R omano, “Collective C hoice and Voluntary Provision of Public Goods”, en
International
Economic Review 44(2), 2003, pp. 545-572; Grimsey, D . y L ewis, M . K., “Public private
partnerships : the worldwide
revolution in infrastructure provision and project finance”, E dward E lgar Publishing, N
orthampton, MA , 2004;
Mukherjee, V., S . M arjit y G. Gupta, “Private C ontribution for Public Projects: Government
versus N GOs”,
en Journal of Institutional And Theoretical Economics-Zeitschrift Fur Die Gesamte
Staatswissenschaft 159(3), 2003,
pp. 553-570; Vega-Redondo, F ., Public Projects and Private Contributions, D ocuments de
discussión. Universitat
Autónoma de Barcelona, Departament d’Economia i História Económica, 1988.
43 T ambién estoy asumiendo que el idioma inglés no es una barrera insalvable para este y otros
autores
nacionales. S é que este supuesto es contrafáctico, pero viene exigido por mi argumento: para
participar del diálogo
científico es necesario hacerlo en alguno de los idiomas usados en la comunicación científica. La
suficiencia del
castellano para los propósitos científicos de la dogmática, es decir, si acaso el mundo
hispanoparlante proporciona
una adecuada comunidad para la verificabilidad de las proposiciones de doctrina legal en las
diversas áreas en
que puedan formularse, es una cuestión empírica que ignoro. S i no lo fuera, el manejo de un
idioma corriente
en la comunicación científica, además del castellano, sería un requisito tan relevante para
participar en la ciencia
como el conocimiento y aplicación de los protocolos que la gobiernan.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 25
tema es materia discrecional, y no viene dado por el objeto de estudio. E n el nivel de
menor abstracción, todo es local, tanto en la dogmática como en las ciencias sociales,
ya que los hechos que se usan como base para generar conocimiento son singulares e
irrepetibles, y los casos pertenecen a una única comunidad histórica y geográfica. Pero
ese nivel de concreción no es de interés para la ciencia, que busca relaciones entre fenómenos
y proposiciones generales. T ambién es así en la dogmática, donde las relaciones son
conceptuales y no causales, y las generalizaciones suelen consistir en encajar una norma
(especie) en un género mayor, sea éste una clase de normas, una teoría u otro constructo.
E s, precisamente, lo que el autor de este artículo trata de hacer al determinar si un
programa particular de financiamiento de obras públicas es un caso de una clase mayor
de tributos. Y la literatura que cita es apropiada para mostrar que la clasificación de los
tributos es una preocupación no sólo suya, ni sólo de la dogmática tributaria chilena,
sino también del derecho tributario de A rgentina y E spaña. A l revisar la dogmática
de esos países, “trae” por decirlo así esa literatura a su artículo. Pero lo que no hace es
“llevar” o “devolver” su artículo a la literatura internacional, para lo cual es necesario
encontrar explícitamente una conexión entre su trabajo y el de otros en la literatura de
corriente principal. E llo haría al artículo de interés para investigadores fuera de C hile,
quienes podrían así actuar como la comunidad sobre cuya verificación actual o potencial
el carácter científico de la dogmática se predica. M i punto es que cuando se fija un corte
demasiado bajo en la escalera de abstracción, las contribuciones se hacen invisibles para
la literatura universal, quedan separadas de la comunidad de expertos, y fuera de lo que
aquí hemos definido como ciencia de la dogmática jurídica.
El segundo artículo de dogmática en el volumen de la Revista Chilena de Derecho que
hemos escogido para ilustrar nuestra tesis trata de los mecanismos constitucionales para
la impugnación de las resoluciones emanadas de la C omisión R esolutiva A ntimonopolio.
El autor cita sólo doctrina chilena, y plantea la tesis de que ante el acotado alcance del
recurso de reclamación en contra de la C omisión R esolutiva previsto en la legislación
antimonopolio, la protección de los derechos exige la procedencia de los recursos constitucionales
de protección y amparo económico ante dichas resoluciones, ya que de otra
forma se estaría permitiendo a dicha C omisión regular, limitar o restringir garantías
constitucionales, en circunstancias que las actividades económicas sólo pueden restringirse
mediante una ley. L a discusión remite a los problemas más general de los recursos en la
litigación antimonopolio, los remedios procesales extraordinarios contra resoluciones
judiciales que vulneran garantías constitucionales y la regulación de mercados por vía
administrativa.
La literatura internacional sobre legislación antimonopolio es abundante. N aturalmente,
las instituciones jurídicas son diferentes de un país a otro, pero los problemas generales
anotados arriba, y que el artículo en cuestión suscita para el caso chileno, existen en
muchos sistemas jurídicos. Un buen punto de partida para la revisión de la literatura
serían los proceedings del Annual Corporate Law Institute de la Universidad de F ordham,
en N ueva York, que están dedicados al derecho antimonopolio, y en que se publican las
ponencias de seminarios anuales dedicados a diferentes aspectos del tema en EE .UU.
y E uropa. L os sitios de I nternet de la American Bar Association, Antitrust Section, y del
26 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
American Antitrust Institute contienen una enorme cantidad de información y documentos.
Sin ir más lejos, desde 2002 ha funcionado en el C ongreso de los EE .UU. una Antitrust
Modernization Commission, a cuyo cargo se ha puesto estudiar y recomendar los cambios
que sean necesarios a la legislación antimonopolio de ese país, entre los cuales se cuenta
el tema procesal.44 E s posible, no lo sé, que allí se encuentren discusiones análogas a las
que plantea nuestro autor en el contexto de C hile.
Y si, luego de revisada la literatura, no se encuentran dichas obras, entonces se
puede concluir que no hay literatura de corriente principal sobre violaciones de garantías
constitucionales cometidas por órganos de protección de la libre competencia. S i
éste fuera el caso, aún más valor y visibilidad habría tenido la contribución nacional, de
haber sido comunicada explícitamente como una primera reparación de ese hipotético
déficit, y de haber sido publicada en un órgano con presencia en la literatura principal.
La posibilidad de que no exista una literatura internacional relevante para un problema
nacional no es una buena razón para descartar a priori la revisión de la literatura. A l
contrario, conocer ese acervo sirve para poner de relieve el valor del trabajo nacional,
tanto más significativo cuanto es una contribución dirigida a entender cuestiones aún
inexploradas.
El tercer artículo que comento es, por su tema, de alcance más claramente internacional.
T rata del T ribunal Penal I nternacional (TPI) y sus implicancias constitucionales.
La obra es especialmente interesante para mis efectos, por cuanto, si bien se ocupa de la
controversia constitucional suscitada en C hile a propósito de la ratificación del T ratado
de R oma, el autor reconoce en ella que
El tema debatido [en la doctrina nacional], en lo inmediato solía ser reducido a la
jerarquía de los tratados internacionales en el ordenamiento chileno, pero las diferencias
revelaban algo más profundo: apreciaciones sobre noción (sic) de soberanía,
conveniencia de la convergencia supranacional y otros objetivos más difusos.45
Exactamente, mi punto: cualquier controversia en la dogmática nacional remite
a “cuestiones más profundas” (más abstractas, las he llamado yo), que tienen la virtud
–esto lo digo yo, no el autor– de ubicar el tema debatido en medio de debates internacionales.
E s más, las cuestiones más profundas que propone el autor son las mismas
que yo habría sugerido. M ás adelante, vincula también la discusión de la sentencia del
Tribunal C onstitucional sobre el T PI a otra cuestión general, a saber, la pugna entre las
escuelas del “constitucionalismo real” y el constitucionalismo hipotético”, o la constitución
como norma jurídica vs. la constitución como marco de la política.
Desafortunadamente, el autor de este trabajo no saca todo el partido posible a la
intuición suya que he citado. A vanza, sí, pero no lo suficiente. A unque cita, en aval de
44 A ntitrust M odernization C ommission (EE.UU.), C ivil Procedure and R emedies Group,
Civil Procedure
and Remedies Issues Recommended for Commission Study. M emorándum, diciembre 21, 2004, y
C ompetition L aw
Insight, Antitrust Modernization Commission’s topics for study. 19 enero 2005.
45 Revista Chilena de Derecho 30(3), 2003, p. 472.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 27
su tesis de la necesidad de reforma constitucional para dar lugar al T PI en el derecho
chileno, las reformas constitucionales efectuadas para acomodar la figura del T PI en
Francia, A lemania, I rlanda, Portugal, B élgica, entre otros países, incluyendo a algunos
de A mérica L atina, las fuentes secundarias que cita no dan cuenta acabada del estado
del arte de la discusión constitucional sobre el T PI en el mundo. E n efecto, las fuentes
internacionales que cita –Progress Report of the International Criminal Court, 7th Edition,
del International Human Rights Institute, De Paul University College of Law, y documentos
de Human Rights Watch, del C onsejo de E uropa y de las N aciones Unidas– tratan más
bien del grado de avance de la ratificación del tratado y los obstáculos que encuentra,
sin mayor complejidad analítica. A demás, son recursos disponibles libremente a través
de I nternet, lo que sugiere que para algunos autores interesados en la dimensión internacional
de su trabajo el problema no parece ser la falta de conciencia de que existe ahí
afuera una literatura pertinente a los problemas de la dogmática chilena, sino la falta
de acceso oportuno a libros académicos, y la falta de acceso a adecuadas bases de datos
bibliográficas.
En concreto, para el tema del T PI pueden ser relevantes, entre otros, los siguientes
estudios: con carácter general, von Hebel, L ammers y S chukking;46 específicamente sobre
los problemas de soberanía y constitucionalidad, los de B arr, M arquardt y B roomhall;47
sobre jurisdicción universal, las obras de Hawthorne, Van S chaack y Weller;48 sobre
la complementariedad de jurisdicciones, Gurule y N ewton,49 y sobre la excepción de
amnistía, S charf.50
La nómina no persigue ser exhaustiva, sino ilustrativa de la existencia de una literatura
que, de ser citada y discutida, fortalecería el carácter científico de un trabajo
como este.
El último trabajo de dogmática en el Volumen 30, N úmero 3, de la Revista Chilena
de Derecho trata de la causalidad e imputación en el derecho penal. A mi juicio este es
46 von Hebel, H.A.M., J. G. L ammers, J. S chukking (Eds.), Reflections on the International
Criminal Court
- Essays in Honour of Adriaan Bos, T.M.C. Asser Press, The Hague, 1999.
47 M arquardt, P. D ., “Law Without B orders. T he C onstitutionality of an I nternational C
riminal C ourt”.
Columbia Journal of Transnational Law 33(1), 199 5, pp. 73-148; B arr, B ., “Protecting N ational
S overeignty in an
Era of I nternational M eddling: A n I ncreasingly D ifficult T ask”, en Harvard Journal on
Legislation 39 (2), 2002,
pp. 299-324; B roomhall, B ., International Justice and the International Criminal Court:
Between Sovereignty and the
Rule of Law, Oxford University Press, Oxford, 2003.
48 Hawthorn, G., “Pinochet: T he Politics”, en International Affairs 75(2), 1999; van S chaack, B
., “The
Definition of C rimes A gainst Humanity: R esolving the I ncoherence”, en Columbia Journal of
Transnational Law
37(3), 1999, pp. 787-850; Weller, M ., “Undoing the Global C onstitution: UN S ecurity C ouncil
A ction on the
International Criminal Court”, en International Affairs 78(4), 2002.
49 Gurule, J., “United S tates O pposition to the 199 8 R ome S tatute E stablishing an I
nternational C riminal
Court: I s the C ourt’s Jurisdiction T ruly C omplementary to N ational C riminal Jurisdictions?”,
en Cornell
International Law Journal 35(1), 2001, pp. 1-45; N ewton, M .A., “Comparative C
omplementarity: D omestic
Jurisdiction C onsistent with the R ome S tatute of the I nternational C riminal C ourt”, en Military
Law Review
167, 2001, pp. 20-73.
50 S charf, M .P., “The A mnesty E xception to the Jurisdiction of the I nternational C riminal C
ourt”, en
Cornell International Law Journal 32(3), 1999, 507-27.
28 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
el único artículo de los aquí revisados que parece cumplir con los requisitos de cientificidad
de la dogmática propuestos. E l autor cita abundantemente a la doctrina alemana
y española, e inserta eficazmente el tema de su artículo en las discusiones de la ciencia
jurídico-penal contemporánea, además de anclarse explícitamente en un marco teórico
vigente (aunque esta condición no es necesaria para atribuir carácter científico a una obra
de dogmática, como se indicó antes). D esde luego, verificar o refutar las proposiciones del
autor, aunque sea en forma preliminar, no me compete, porque estoy fuera de la comunidad
de especialistas del área. Por eso, me limito a sostener que el artículo de Piña parece
cumplir con las condiciones de verificabilidad exigidas por la ciencia dogmática.51
Para terminar esta sección, me referiré al artículo sobre el principio de control
constitucional en El Federalista (a pesar de que no es un texto de doctrina, sino de historia
del derecho, o de historia de las ideas) para ratificar la importancia de considerar
exhaustivamente la literatura especializada universal. D ada la naturaleza de su tema
–el autor se propone “demostrar que El Federalista, veinte años antes del citado fallo
[Marbury v. M adison, de 1803] ya había desarrollado el principio del control constitucional..”.–
la obra se habría visto enriquecida por la revisión de la literatura específica
atingente a dicha hipótesis, especialmente la publicada en revistas y en libros recientes
(muchos publicados con ocasión del bicentenario de la C onstitución de EE .UU.), para
complementar el artículo del Harvard Law Review de L arry Kramer que figura como
fuente importante del trabajo, junto con las fuentes primarias (obras de B urke, Hamilton,
Madison y L ocke, entre otros), los libros sobre historia constitucional anglosajona, y las
fuentes cibergráficas de acceso abierto que cita.
Parecen especialmente relevantes el N úmero 1 del Volumen 16 del Harvard Journal
of Law and Public Policy, dedicado íntegramente al legado de El Federalista,52 o el volumen
editado por C harles Kressler, que contiene dos capítulos dedicados al tratamiento
del poder judicial en El Federalista,53 así como los trabajos de D anelski y Wills,54 que
tratan directamente el tema que interesa al autor.
51 L lama la atención que el único artículo de doctrina que parece satisfacer los requisitos de
cientificidad,
en el volumen analizado, sea de derecho penal. Por diversas razones que los penalistas podrán
explicar mejor que
yo, algunas de las cuales quizás tengan que ver con el desarrollo técnico de esta rama del derecho,
otras con la
supremacía universal de la ciencia penal alemana –una de las pocas disciplinas cuya frontera se
mueve desde una
comunidad académica que no es anglosajona– y otras, en fin, con la formación a nivel doctoral de
un número
crítico de entre los profesores a cuyo cargo está hoy esta rama en nuestro país, la dogmática penal
parece está
más avanzada que las demás ramas de la dogmática chilena en su cualidad científica. Un signo, en
todo caso
accesorio, de que este es el estado de la dogmática penal chilena es el lenguaje que usa: más que
cualquiera otra
rama del derecho, la doctrina penal discurre sobre categorías de significado técnico específico de
la disciplina,
que no son de circulación general en el derecho.
52 Ver, entre otros, B owen, J.W., “Preface, S ymposium on T he L egacy of the F ederalist
Papers, T he 11th.
Annual N ational F ederalist S ociety S ymposium on L aw and Public Policy, 1992”, en Harvard
Journal of Law
and Public Policy 16(1), 1993.
53 Kressler, C . (ed.), Saving the Revolution. The Federalist Papers and the American Founding,
T he F ree Press,
New York, 1987.
54 D anelski, D . J., “Documenting the E stablishment of Judicial R eview: Japan and the United S
tates”, en
D. W. Jackson and C . N . T ate (Eds.), Comparative Judicial Review and Public Policy,
Greenwood Press, Westport,
CT., 1992; Wills, G., Explaining America: The Federalist, second edition, Penguin Books, New
York, 2001.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 29
Es bien probable –y esta es una hipótesis de sociología de la ciencia que requeriría
verificación empírica– que la desvinculación entre las obras de doctrina que se generan
en nuestro país y las discusiones de asuntos similares que tienen lugar en otras jurisdicciones
sea más el resultado de la pobreza de nuestras bibliotecas y suscripciones a
revistas y bases de datos bibliográficas que de un deliberado desdén por la literatura que
dichos recursos podrían traer al análisis de los problemas de interés para la dogmática
nacional. E n este caso, la cientifización de la doctrina chilena no sería un problema de
mentalidad, cuya solución involucra procesos relativamente lentos de socialización de
los académicos en nuevas normas de trabajo, sino de recursos materiales, los efectos de
cuya escasez puede ser hasta cierto punto, pero crecientemente, eludidos a través de revistas
open access, el buscador Google Scholar, y la generosidad de colegas en universidades
del primer mundo, mientras nuestras universidades se ponen al día, permitiéndonos
trascender de las fuentes que los especialistas llaman “literatura gris”, compuesta por
ensayos, artículos no arbitrados, informes contratados, y otras formas de escritos académicos
o eruditos no científicos.
La comunicación científica como posibilitador de la verificación
Hemos dicho que para ser refutable, una afirmación tiene que estar expuesta
efectivamente al escrutinio de la comunidad científica experta en la respectiva clase de
afirmaciones. E sta exposición se logra por medio de la publicación de la obra académica
en una revista científica, o en la forma de un libro que sea accesible a los expertos
del área, o cuando las proposiciones se expresan, aún oralmente, ante una audiencia de
especialistas. C omo he señalado arriba, expertos son quienes no sólo cultivan la rama
del conocimiento a que está dirigida la obra (la dogmática jurídica, en este caso), y la
especialidad dentro de la disciplina (derecho constitucional, por ejemplo), sino que,
además, han trabajado en el problema particular a que apunta el artículo, libro, o ponencia
en cuestión (digamos, la interpretación constitucional).55 Pero no es requisito
que el especialista lo sea en la interpretación de la C onstitución de C hile, toda vez que
si el autor chileno que escribe sobre interpretación constitucional tiene aspiraciones de
hacer una contribución a la ciencia dogmática, habrá situado el problema chileno en el
contexto de problemas similares que se observan en otras latitudes. C uando hablo de
comunidad experta, entonces, me refiero a quienes poseen este nivel de especialización,
ya que sólo ellos pueden efectuar un juicio de verificación adecuadamente fundado en
lo que se conoce (o ignora) del problema en cuestión.
55 L as revistas de doctrina de EE .UU. editadas por estudiantes, genéricamente conocidas como
law reviews,
frecuentemente han estado bajo ataque por la falta de rigor de su sistema de evaluación de
manuscritos para
publicación, que descansa en el juicio editorial de los estudiantes y no de profesores actuando
como árbitros.
Así, la ubérrima producción de artículos en revistas de derecho ha sido calificada por los
bibliotecarios de
derecho como Junk Stream (chorro de basura). Ver R ier, D .A., “The F uture of L egal S
cholarship and S cholarly
Communication: Publication in the A ge of C yberspace”, en Akron Law Review 30(2), 1996, pp.
183-239, y los
demás artículos en el mismo volumen.
30 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
Inducir instituciones generales a partir de normas jurídicas locales es sólo la primera
parte de la producción de dogmática científica. L uego, es menester publicar –en sentido
lato– la contribución que se espera hacer a la ciencia en un formato (papel, electrónico,
o conferencia) que permita la más amplia circulación de dicha potencial contribución
entre el número más amplio posible de especialistas, internacionalmente.
Para que un trabajo sea admitido a circulación en un órgano de comunicación
científica debe, en primer lugar, como he explicado, abordar asuntos que resuenan con
la investigación de la comunidad internacional de especialistas, por lo cual la discusión
del derecho nacional debe ser trascendida en busca de los problemas generales que
pueden suscitar esa resonancia.
Luego, las obras (libros, artículos o ponencias) deben consignar en ellas, por medio
de exposición o referencia, todos los elementos (principios, datos y raciocinios) necesarios
para evaluarlas. Por razones de economía, deben presentarse sólo los elementos necesarios
para evaluarlas. D eben existir resúmenes, cuando se trata de artículos o, en el caso de
libros, introducciones o capítulos iniciales que sinteticen competentemente lo que se
dirá: el problema que se ataca, la literatura relevante, las perspectivas que se traen al
análisis, los datos que se analizan, y los resultados. L as citas no tienen por objeto mostrar
la erudición del autor, sino traer a su exposición los aportes ajenos necesarios para
fundamentar las proposiciones, de modo que el potencial evaluador conozca de dónde
vienen. E n fin, debe escribirse pensando en el trabajo de verificación del lector y no en
las inclinaciones expresivas del autor.
Una vez que se ha identificado algún problema de interés general asociado al tema
particular de que trata una obra de dogmática, y se ha integrado dicho problema al
análisis de las normas nacionales, es posible obtener una publicación en un órgano de
comunicación científica de circulación internacional entre los expertos de cuyo juicio
depende la confirmación o refutación de las afirmaciones de doctrina jurídica en el área
específica que se trate.
Así, el manejo por los juristas de la literatura nacional es insuficiente para atraer
la atención de las comunidades científicas relevantes. E s necesario, además, un proceso
de inducción que identifique en la literatura universal el problema jurídico general a
que refiere el problema de derecho local que se analiza, de modo que sea posible situar
las proposiciones sobre el derecho nacional en el contexto de discusiones análogas que
están teniendo lugar en los países dotados de grupos más grandes de especialistas. L a
literatura pertinente, cuyo manejo es requisito de la comunicación internacional (tanto
como lo es de la posibilidad de que los órganos de comunicación científica chilenos
circulen internacionalmente), es la literatura llamada de corriente principal, que recoge
las contribuciones a la dogmática de los países de mayor desarrollo científico en el
derecho.56
56 E n su editorial, el profesor Vergara (op. cit., p. 429) concluye que la publicación de trabajos
nacionales de
dogmática en revistas indizadas en el sistema del Institute for Scientific Information (ISI) no tiene
sentido, porque
ISI es un sistema de información bibliográfica para el mundo anglosajón. E sto es correcto en la
medida que los
autores chilenos omitan hacerse cargo de la relación entre sus materias y los problemas que
preocupan a los juristas
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 31
Hay en esto una asimetría, naturalmente, entre los países centrales y los de la periferia
de la ciencia, porque en EE .UU. o A lemania, por ejemplo, los juristas pueden hacer ciencia
sin preocuparse de que sus trabajos trasciendan de la esfera nacional, porque la literatura
que hemos llamado universal, en esta materia, es fundamentalmente la dogmática de
estos países,57 y los problemas del derecho nacional que ellos tratan, por el solo hecho
de emerger en países líderes en el desarrollo del derecho, son inmediatamente problemas
universales, en el sentido de que son de interés de juristas en todo el mundo.
En C hile, en cambio, como en muchas áreas de la dogmática, no hay masas críticas
de expertos, y a los juristas extranjeros, salvo excepción, no les conciernen nuestros problemas
de dogmática a no ser que alcancen las preocupaciones análogas que ellos tienen;
es doblemente necesario que los artículos que publican se abran a la consideración de
las dimensiones transnacionales de los temas de doctrina nacional de que se ocupan.
Como consecuencia de ello, el carácter científico de los trabajos de nuestros juristas no
puede, en la mayoría de los casos, descansar en la exposición de una obra a una comunidad
local de especialistas que no existe, sino que debe apoyarse en comunidades de
expertos extranjeros.58
Este estado de cosas puede ser denunciado como injusto, pero nuestro reclamo
no lo va a cambiar. Podemos elegir integrarnos a la ciencia dogmática, o permanecer
fuera de ella. Pero optar por hacer ciencia en este campo tiene las consecuencias que he
explicado.
en otros sistemas, y entre la literatura local y la internacional, porque en estas condiciones no
podrían publicar
en revistas ISI aunque quisieran. T ambién es cierto que los juristas chilenos generalmente
preferirán publicar
sus trabajos en revistas nacionales, por razones de visibilidad en el medio local, o de influencia
normativa. Pero
el costo de estas opciones puede ser la no verificabilidad de las proposiciones formuladas, y como
consecuencia,
no poder sostener el carácter científico de dichas proposiciones. Vergara yerra, sin embargo,
primero, en centrar
su atención en ISI , en circunstancias que existen bases de datos bibliográficas específicas para el
derecho, como
Lexis y Westlaw. S egundo, se equivoca en atribuir a ISI “ningún interés en indizar revistas
jurídicas que no sean
las norteamericanas o de la esfera anglosajona” (Ibid.). E s indudable que prácticamente toda la
dogmática jurídica
de los países de E uropa no está en ISI . S in embargo, en otras disciplinas ISI sí indiza revistas no
anglosajonas
(ocho revistas chilenas entre ellas), y revistas en idiomas que no son inglés (castellano entre ellos).
M ás bien lo que
ocurre es que los editores de las revistas legales no anglosajonas no tienen interés en entrar al ISI .
C omo hemos
dicho, no hay nada en la naturaleza del objeto de estudio de la doctrina del derecho que la haga sui
géneris y, por
lo tanto, no susceptible del mismo trato que las publicaciones de otras disciplinas. Por último, está
también
el sistema iberoamericano SciELO (Scientific Electronic Library On-line) de indización de
revistas y acceso a texto
completo vía I nternet, del que ya forman parte cuatro revistas chilenas de derecho, tres de ellas de
doctrina –la
Revista C hilena de D erecho es una, incorporada recientemente– y que puede representar un
equivalente funcional
de ISI cuando Iberoamérica pueda proveer por sí sola la relevante comunidad de verificación.
57 E s cierto que, como dice Vergara (op. cit., p. 430), los juristas europeos no se preocupan
mayormente
de publicar en revistas ISI , pero, a diferencia de nuestros juristas, no necesitan hacerlo, porque
sus comunidades
académicas nacionales conforman masas críticas de verificabilidad.
58 E s insuficiente el argumento de familias jurídicas con que Vergara (op. cit., p. 429) se explica
por qué
algunas revistas jurídicas sí pueden funcionar superando barreras de nacionalidad entre los
sistemas jurídicos de
Canadá, EE .UU., I nglaterra o A ustralia. E l que todos ellos sean países del common law no
significa que tengan
el mismo derecho positivo. Y sin embargo conforman una sola comunidad científica. E llo es
posible no por
el común sistema de common law, sino porque se leen unos a otros y se toman en cuenta en sus
comentarios de
dogmática.
32 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
Un autor puede, claro está, omitir esta conexión entre su trabajo y el de otros en
los principales centros de producción de ciencia jurídica. E n este caso, su trabajo no
será científico, pero bien puede ser una forma de análisis que satisfaga los objetivos
de servir las necesidades de jueces y abogados “para mejorar los estándares de justicia,
equidad, seguridad y otros valores esenciales que persigue cada sociedad”, que Vergara
asigna a la dogmática.
Conclusiones
Es preciso distinguir mi argumento de la técnica del derecho comparado, con la cual
puede confundirse. E l recurso al derecho comparado puede ayudar a levantar la mirada
desde los problemas locales hacia las cuestiones universales de la dogmática, pero no
necesariamente. N o se consigue este efecto cuando a la discusión de las instituciones
nacionales de un país simplemente se agrega la discusión de las instituciones similares
en otro país, ya sea para efectos de mejor comprender las instituciones nacionales, o
para criticarlas, pero sin inducir los asuntos generales que surgen del cotejo de ambas
jurisdicciones. Puesto de otra forma, trabajar cuestiones análogas de dogmática en más
de una jurisdicción no exime de la necesidad impuesta por la ciencia de trascender los
ordenamientos locales, aunque ciertamente puede facilitar ese proceso. C on todo, cuando
la comparación se hace con la legislación de los grandes centros de producción científica
en el derecho, la cientificidad queda asegurada por la característica de estos sistemas
jurídicos anotada antes, a saber, que en ellos la dogmática referida a las instituciones
nacionales es ipso facto universal. E s lo que sucede, por ejemplo, con el derecho penal
alemán, o el derecho de la libre competencia en EE .UU.
Por otra parte, hay áreas completas del derecho positivo que han experimentado
un proceso de globalización de sus fuentes formales en décadas recientes, tales como los
derechos humanos o el comercio internacional. E n ellas, así como tradicionalmente en
el derecho internacional privado y público, prácticamente no se puede hacer dogmática
seria sin una orientación transnacional y, por lo tanto, el argumento que ofrezco aquí
no representa mayor desafío o novedad. Sin embargo, mi tesis es independiente de este
proceso de globalización del derecho, y se sostendría aún en la ausencia de él.
La que aquí se ha propuesto no es una estrategia que se ha avanzado para acercar
la dogmática jurídica a la ciencia. Una de las alternativas, mencionada arriba, es postular
que el carácter científico del derecho está dado por su adhesión a la teoría y los
métodos empíricos de las ciencias sociales. O tra emana de la filosofía de la ciencia, y ha
procurado hacer calzar la estructura del derecho, las fuentes del derecho positivo, y los
hechos a que la norma se refiere, en categorías tales las de teoría, deducción, o postulados
atomísticos,59 de modo de posibilitar el análisis de la dogmática desde estas categorías
59 Ver, por ejemplo, Halttunen, R ., “Justification as a Process of D iscovery”, en Ratio Iuris
13(4), 2000,
pp. 379-91.
2007] andrés bernasconi ramírez: el carácter científico… 33
ya familiares en la filosofía de la ciencia. Una tercera vía, indirecta, y que ataca más
bien el localismo, consiste en destacar los procesos de globalización de la dogmática por
medio de la recepción del derecho extranjero e internacional en las fuentes del derecho
nacional,60 fenómeno a cuya visibilidad ha seguramente contribuido el hábito adquirido
en los últimos años por los jueces de la C orte S uprema de los EE .UU A nthony Kennedy
y S tephen B reyer de citar derecho extranjero en apoyo de sus opiniones.61
Estas propuestas tienen el inconveniente de que, en lugar de aceptar el objeto de
estudio y método de la dogmática tal cual es, le exigen cambiar, ya sea para ajustarse
a la estructura de proposiciones propia de las ciencias empíricas, o para centrarse en
el análisis de las normas positivas que son comunes de un sistema jurídico a otro. L a
estrategia aquí desarrollada, en cambio, proporciona a la dogmática condiciones de
cientificidad que no le exigen cambiar de objeto (principalmente el derecho positivo
vigente nacional) o método (análisis de la coherencia entre textos). S i se le exige algo a
la dogmática, es hacerse cargo de las exigencias que derivan de la verificabilidad, a saber:
apuntar la comunicación científica a una audiencia de expertos capaz de confirmar o refutar
las proposiciones que se formulan, para lo cual es necesario –especialmente cuando
se escribe desde la periferia de la ciencia– ubicar la norma, institución o problema local
en el contexto más amplio de problemas doctrinarios universales, lo que a su vez hace
necesario mantener una cierta familiaridad con esos problemas, tal como son presentados
y discutidos en la literatura dogmática de corriente principal.
Estos ajustes, aunque fundamentales en sus consecuencias, son más bien menores
en cuanto a las innovaciones que demandan en las prácticas de trabajo académico de
los juristas nacionales. E n efecto, básicamente se traducen en agregar a los trabajos de
doctrina una sección dedicada a la discusión de las dimensiones del problema que pueden
ser de interés más allá de nuestras fronteras. E l efecto de dichos ajustes es mayor en lo
relativo a las opciones de publicación que enfrentan los autores –dentro de C hile, o fuera
del país en revistas de circulación internacional– así como en las políticas editoriales
de los órganos chilenos de comunicación de la doctrina jurídica, los que, en interés de
la ciencia dogmática, tienen la responsabilidad de buscar una visibilidad internacional
cada vez mayor a través de su indización.62
60 T winning, W., “Have C oncepts, Will T ravel: A nalytical Jurisprudence in a Global C
ontext”, en
International Journal of Law in Context 1(1), 2005, pp. 5-40.
61 T oobin, J., “Swing Shift”, en The New Yorker, septiembre 12, 2005.
62 L a circulación internacional en papel, vía canje, es insuficiente en la medida que las revistas
chilenas
carezcan de abstracts, o que ellos no estén disponibles electrónicamente a quienes deseen hacer
búsquedas en bases
de datos bibliográficas, dado que la tendencia mundial es cada vez más clara hacia el
almacenamiento, búsqueda
y recuperación de material bibliográfico (abstracts, y crecientemente, textos completos) a través
de medios
electrónicos. L a comodidad, eficiencia y rango de búsqueda que estos sistemas permiten los
hacen cada vez más
imprescindibles para una buena revisión bibliográfica. C on todo, la indización en ISI no es la
única alternativa.
El sistema iberoamericano de información científica en línea, SciELO (www.scielo.org) ha tenido
un desarrollo
exponencial en los últimos años, y ya registra 62 revistas chilenas en texto completo.
34 REVISTA DE DEREC HO [VOLUMEN XX- Nº 1
Si los órganos de comunicación académica chilenos hicieran una práctica de exigir
que los artículos que publican se abran a la consideración de las dimensiones transnacionales
de los temas de doctrina nacional de que se ocupan, les sería posible aspirar a
una circulación internacional efectiva entre los juristas extranjeros interesados en dichas
dimensiones, aunque esta estrategia haría necesario, además, usar algún idioma adicional
al castellano cuando sea necesario llegar a audiencias que no leen nuestro idioma, sujetar
los artículos o libros a un control de publicabilidad considerablemente más estricto que
el que se practica hoy en nuestro medio,63 y usar más intensamente las posibilidades de
publicación electrónica que ofrece la Internet.

REFERENCIA: Palma, H. (2012), “El problema de la naturaleza humana en los estudios sobre la
sociedad”, en Palma, H. y Pardo, R. (comp.) (2012), Epistemología de las ciencias sociales.
Perspectivas y problemas de las representaciones científicas de lo social, Buenos Aires, Editorial
Biblos
,
EL PROBLEMA DE LA “NATURALEZA HUMANA” EN LOS ESTUDIOS SOBRE LA
SOCIEDAD
Héctor A. Palma
PARTE 1. ALGUNAS CONSIDERACIONES EPISTEMOLOGICAS
1. LO PARTICULAR Y LO GENERAL
1.1 el todo y la parte
Probablemente el rasgo más general y abarcativo de la aventura humana por conocer, tanto del
amanecer filosófico griego que incluía todo tipo de saber como de los desgranamientos y
especializaciones posteriores, incluida la ciencia moderna, sea el de las vinculaciones entre el todo
y la parte, entre lo particular y lo general. La filosofía surge, de hecho, como el intento, superadas
las explicaciones mitológicas, de dar cuenta racionalmente de los fenómenos del mundo empírico
y contingente a partir de fundamentos universales y necesarios. Aristóteles señalaba, afirmación
puesta en cuestionamiento repetidamente, que solo hay conocimiento de lo universal. La discusión
sobre la existencia o no de universales ocupó buena parte de las energías intelectuales del
Medioevo. El pretendido hallazgo mitológico de las relaciones entre macrocosmos y microcosmos
en la tradición mágica (también retomado por algunas versiones irracionalistas contemporáneas)
operaba en la misma búsqueda. La ciencia de la modernidad también buscó las leyes universales
que explicaran los fenómenos particulares. Los filósofos, incluso, han tratado de escudriñar las
leyes universales que gobernarían la historia humana más allá de los avatares y las posibilidades
ciertas de la autonomía de los individuos. Los monumentales, y a veces forzados, sistemas de
Kant y Hegel, han tratado de articular lo particular y lo general. La física actual tiene el desafío de
lograr una teoría unificadora que articule la parte con el todo.
En el mundo social el problema básico del todo y la parte adquiere múltiples dimensiones:
individuo-sociedad; privado-público; individualismo-solidaridad/patriotismo; individuo-
representación política. Lejos de tratarse de meras especulaciones intelectuales, la
resolución/tensión de estas oposiciones se ha concretado en sistemas políticos, culturales,
económicos e incluso se encuentran profundamente arraigadas en el imaginario social y en la
autocomprensión humana. En qué polo de la oposición se ponga el acento o la prioridad dará
como resultado una determinada organización social y política: ¿la sociedad es una suma de
individuos o, por el contrario, constituye un elemento objetivo y concreto que surge de las
relaciones entre esos individuos pero que no puede explicarse por la mera agregación de las
acciones individuales? Algo parecido puede señalarse con relación a la economía: se explica
por la suma de conductas individuales o, por el contrario, hay un funcionamiento que no depende
de esas conductas; cómo representa ese universal que es el Estado a los individuos particulares;
cuando pago mis impuestos es “mi plata” o, por el contrario, deja de serlo y es de la sociedad en
su conjunto; cuándo dejan de ser privadas mis conductas y comienzan a tener repercusión pública.
Insisto en que no se trata de cuestiones meramente teóricas o especulativas. Cuando un grupo
religioso pretende imponer sus dogmas a toda la sociedad está pretendiendo que se erija como
universal lo que es un particular. Cuando en 2009 en la Argentina se eliminó el sistema de
jubilación privada (AFJP), se pasó de un sistema de capitalización privada a un sistema de
solidaridad social lo cual implicó un cambio económico, ideológico y social. Sin embargo los
críticos de ese cambio (en general interesados) siguieron planteando el problema en términos
privados al señalar que se estaba “usando la plata de los jubilados”, cuando en realidad los fondos
aportados por los trabajadores en actividad al sistema jubilatorio, no le pertenecen en sentido de
propiedad privada sino que son aportes solidarios para mantener a los jubilados actuales y, en el
futuro otros aportarán del mismo modo para cuando los actuales trabajadores sean a su vez,
jubilados. Cuando alguien reclama por algún servicio que debería cumplir el Estado y no lo hace o
la hace deficientemente señalando que “paga sus impuestos” está confundiendo lo público con lo
privado.
Luego volveremos sobre esto, pero antes es necesario analizar el problema del
reduccionismo/emergentismo en la ciencia
1.2 Reduccionismo
Los términos “reduccionista” o “reduccionismo”, en epistemología, tienen al menos dos sentidos
diferentes aunque relacionados entre sí.
El primero, que podríamos llamar diacrónico consiste en concebir el desarrollo del conocimiento
científico como un proceso de progreso acumulativo caracterizado por la reducción
epistemológica entre teorías. Esta reducción, se produce cuando, bajo ciertos presupuestos, los
términos teóricos de una teoría se conectan con los de otra, las leyes de la primera se derivan de
las de la segunda (una vez “traducidos” sus lenguajes teóricos) y los supuestos asumidos para la
conexión tienen apoyo observacional. Esto significa que cualquier desarrollo científico bien
confirmado se conservaría a lo largo de la historia de la ciencia, ya sea integrado por subsunción
en las teorías posteriores, ya sea porque lo que afirma puede derivarse de ellas reductivamente.
Esta formal lineal, ingenua y acrítica de pensar la historia de la ciencia, propia de la Concepción
Heredada (véase Capítulo 1 en este mismo volumen), ha sido profusamente criticada en las
últimas décadas.
Nos interesa aquí discutir el segundo sentido de “reduccionismo” que por contraste con el anterior
y por no estar referido al proceso temporal de acumulación de conocimientos, podría denominarse
“sincrónico”. Puede ser explicado como sigue. Supóngase la siguiente tabla:

Columna A columna B

Niveles de organización del mundo Áreas científicas

Ecosistemas/sociedades Sociología, historia, antropología, estudios


interdisciplinarios, ecología, arqueología
etc
Vertebrados con desarrollo del neocortexPsicologías, neurociencias
cerebral

Organismos pluricelulares Ciencias biológicas en general


Células y organismo unicelulares
Virus

Sistemas macroscópicos inanimados Física, Ciencias de la Tierra, el mar y la


atmósfera, etc.

Fisicoquímica, física cuántica


Moléculas

Átomos
Partículas subatómicas

En la columna A se indican los niveles en que tentativamente puede clasificarse el mundo natural
y social. Adviértase que este ordenamiento no es exhaustivo, ya que podrían establecerse
subniveles; tampoco responde a una ordenación temporal de aparición de los distintos niveles en
la historia del universo; y tampoco obedece a criterios de complejidad o simplicidad de los
distintos niveles. Sólo intenta mostrar que la organización y elementos de cada nivel presuponen
la existencia, organización y elementos del/los nivel/es inferior/es. En suma, no podría existir un
nivel superior si no existieran los elementos y estructuras de los niveles más bajos. En la columna
B aparecen las disciplinas científicas, que según las incumbencias disciplinares estándar se ocupan
de las distintas áreas y formas de organización. Esta columna tampoco es exhaustiva, ya que
podrían agregarse subdisciplinas o áreas más específicas de investigación.
El punto de vista reduccionista supone que los sucesos, procesos o elementos de cada nivel
deberían poder explicarse en términos de los niveles más bajos. Una disciplina o teoría B puede
ser reducida a una disciplina o teoría A porque, en el fondo, las entidades de B son estructuras
cuyos componentes, relaciones, correlaciones y funcionamiento corresponden a A. Por decirlo de
un modo más simple: para el reduccionismo cada nivel podría explicarse adecuadamente a partir
de sus elementos componentes porque el todo sería igual a la suma de las partes.
En general el calificativo “reduccionista” en epistemología resulta negativo o peyorativo, pero es
un error conceptual tratar de evaluar el punto de vista reduccionista a priori, es decir sin atender a
los casos a los cuales se aplica. La historia de la ciencia resulta muy rica en explicaciones
reduccionistas parciales entre los distintos niveles de nuestro cuadro, casos en los cuales se intenta
explicar algunos fenómenos o estructuras a partir de sus elementos componentes. Pretender
explicar fenómenos historio-sociales complejos en términos de las cualidades o características
psicológicas o personales de sus protagonistas, como por ejemplo el nazismo a partir de la
personalidad de A. Hitler. Explicar los fenómenos sociológicos o los procesos económicos en
términos de las conductas individuales es una reducción habitual. En la historia de las teorías
acerca de la inteligencia, un caso paradigmático de reducción es la idea del factor g de Spearman1
que concebía a la inteligencia humana como si fuera una cosa única y medible. Una discusión que
aún subsiste (y probablemente siga), entre una parte de la psicología y las neurociencias, se da en
términos de si los estados mentales pueden reducirse a estados neuronales. Veremos más adelante
algunas teorías científicas cuyo rasgo común fue encontrar supuestas bases biológicas de la
desigualdad humana, sosteniendo que, finalmente, el lugar que los individuos ocupan en la
sociedad, pero sobre todo las diferencias entre ellos, obedecen después de todo e
irremediablemente, a una dotación biológica diferenciada.
En las últimas décadas se produjo una reducción de enorme éxito y repercusión con la biología
molecular2, que ha conseguido, básicamente, conocer la estructura química de los ácidos
nucleicos, que desempeñan papeles centrales en algunos de los procesos biológicos más
importantes, como la codificación y la transmisión de la información genética y la biosíntesis de
las proteínas; también ha avanzado en el conocimiento de la secuenciación de muchas de esas
macromoléculas (a través del desarrollo de los genomas de algunas especies) y en el análisis de
los mecanismos moleculares que permiten la expresión de las reacciones químicas celulares que
culminan en la síntesis de las proteínas. El otro costado de estos indudables y promisorios éxitos
es el que alimenta la fantasía de un determinismo genético, que hace proliferar las noticias acerca
del supuesto descubrimiento de genes para casi cualquier conducta humana. Sin embargo no hay
que dudar que la biología molecular
1 Véase Gould (1996), Chorover (1985).
2 La reducción de la biología a la físico-química aún se encuentra sujeta a controversias (véase
Schroedinger, 1944 y Murphy y O'Neill, 1999).
ha representado un enorme paso en el desarrollo de las ciencias biológicas.
El calificativo reduccionista utilizado peyorativamente o con una carga negativa, no sólo refleja
un problema científico teórico sino también una disputa que se da en el ámbito de las relaciones
de incumbencia profesional y de poder entre las distintas comunidades científicas: mientras las
ciencias naturales, en general, tienden a ser reduccionistas las ciencias sociales, en general,
tienden a denostar los diversos reduccionismos.
El alcance, posibilidades y plausibilidad de los distintos tipos de reducción es un problema de
ciencia empírica, y no admite una resolución epistemológica general o a priori. Es muy probable
que el camino futuro de la ciencia, en este caso como en muchos otros, sea menos espectacular y
extremo de lo esperado. En la actualidad hay una tendencia creciente a generar cada vez más
campos de investigación interdisciplinarios que incluyen miradas heterogéneas que, más allá de
las enormes dificultades de implementación práctica contribuyen con perspectivas más ricas y, al
parecer más adecuadas para muchos fenómenos
.
1.3 emergentismo
La legitimidad de muchas reducciones se pone en cuestionamiento porque constituyen
simplificaciones que dejan de lado aspectos relevantes, cuando de lo que se trata es de explicar
fenómenos que son cualitativamente diferentes de la mera agregación de sus componentes más
simples. Así, las posiciones emergentistas sostendrán que “el todo es más que la suma de las
partes”, oponiéndose al reduccionismo. Para una posición emergentista cada nivel de organización
de nuestro cuadro introduce verdaderas novedades con respecto al nivel inferior. Ahora bien, esta
afirmación debe analizarse con cierto detalle porque, tal como se enuncia roza la trivialidad: ¿cuál
es el estatus de esas novedades que no pueden ser explicadas a través de sus componentes? Se
trata de verdaderas novedades que ocurren en la realidad o solo de un problema de
desconocimiento de lo que efectivamente ocurre. O sea, ¿la emergencia es un problema
ontológico o gnoseológico? Si fuera lo primero, las múltiples y diferentes estructuras del universo
entero constituyen una larga cadena de niveles que se van superponiendo y cada uno de ellos
inaugura fenómenos radicalmente nuevos, pasando a niveles irreductibles a los anteriores, es decir
a sus componentes elementales. Un ejemplo clásico: conocer las características del hidrógeno y el
oxígeno –por lo menos hasta donde sabemos, no bastan para dar cuenta de las características de un
compuesto de ambos como el agua que, de hecho, reúne características que no tienen ninguno de
sus componentes.
La crítica más fuerte a esta forma de emergentismo no consiste tanto en negar que haya
verdaderas novedades, sino en considerar que esas novedades resultan de la ignorancia actual. De
modo tal que se trataría de un emergentismo gnoseológico: la emergencia no sería una propiedad
de los objetos, estados o procesos, sino de los conceptos y leyes de la ciencia disponibles. No
habría referente ontológico objetivo para la emergencia, sino que ella dependería del poder
explicativo y predictivo de las teorías en el campo específico de la ciencia en un momento dado.
Una de las formas típicas y más criticadas de emergentismo ha sido el vitalismo, que se oponía a
toda forma de materialismo y reducción de la vida a fenómeno físico-químico o mecánico,
defendiendo, por el contrario, la existencia de un principio vital específico que termina siendo una
suerte de cualidad misteriosa inexplicable e inhallable: entelechie o psychoid le llamaba Hans
Driesch (1867-1941), o élan vital, le llamaba Henri Bergson (1859-1941). Hoy ya no hay
vitalistas, por lo menos en las formas en que adoptó hacia las primeras décadas del siglo XX sin
embargo, explicar lo viviente parece requerir algo más que las leyes de la bioquímica. El concepto
de superveniencia, corriente en la biología actual, da cuenta, justamente, de que hay fenómenos
biológicos que son irreductibles a sus causantes físicos.
Nuevas áreas de conocimiento como la ecología así como los enfoques llamados holistas o
sistémicos tienden a privilegiar posiciones emergentistas. En el origen de las ciencias sociales hay
un giro emergentista, consistente en considerar, justamente, que los
fenómenos sociales son emergentes con relación a las conductas y condiciones de los individuos
particulares; por lo menos una parte de la ciencia económica también supone la autonomía de los
fenómenos económicos con respecto a los agentes individuales humanos que la producen. Estos
fenómenos sociales como las relaciones sociales, culturales o económicas son más que la suma de
las psicologías individuales o más que la suma de los estados neuronales de los cerebros de esos
individuos.
Para las ciencias que se ocupan de analizar la larga y profunda historia del planeta existen grandes
desafíos emergentistas: el surgimiento de la vida a partir de lo no viviente; el surgimiento de los
estados de conciencia o incluso de la mente humana a partir de elementos meramente biológicos.
Un tema derivado de la discusión reduccionismo/emergentismo se ha dado entre los que sostienen
que la dirección de la causalidad es ascendente (en el sentido reduccionista) o bien descendente
(en el sentido emergentista). En nuestro cuadro: los reduccionistas sostienen que la causa de cada
nivel radica en las condiciones del nivel más bajo; por el contrario los emergentistas sostienen que
pueden darse casos en los cuales niveles superiores funcionen como causa de procesos que se dan
en niveles inferiores. En general las posiciones dualistas en la relación mente/cuerpo deben
recurrir a este tipo de causalidad (desde el viejo Descartes que no encontró mejor lugar que la
glándula pituitaria como lugar de encuentro entre ambas sustancias hasta las nuevas filosofías de
la mente o algunas líneas de la psicología). Algunos han sostenido que la posibilidad de interferir
genéticamente en la descendencia humana y por tanto tener la posibilidad de modificar la
evolución biológica, sería una forma de causalidad descendente.
Como quiera que sea, ni el principio reduccionista ni el emergentista pueden aceptarse o
descalificarse a priori. Ambos pueden conducir a éxitos formidables de la razón humana, pero
también, el primero a dejar sin explicación adecuada fenómenos multifacéticos y el segundo a
postular cualidades misteriosas inexistentes o a quedarse en meras especulaciones.
En este capítulo analizaremos con cierto detalle, a propósito del problema del todo y la parte y del
reduccionismo/emergentismo, un extendido tópico a lo largo de la historia occidental, consistente
en intentos de fundamentar epistemológicamente el orden y funcionamiento social a partir de la
búsqueda de una naturaleza humana.
2. NATURALEZA HUMANA Y ORDEN SOCIAL
¿Por qué las sociedades humanas son como son y no de otra manera? Alguien, con muy buen
criterio, podría rehuir la respuesta y cuestionar la pregunta misma, señalando que las sociedades
humanas lejos de ser de una manera son múltiples y variadas, incluso en aspectos importantes.
Pero también podría acotarse que si bien las sociedades humanas son (y han sido) muy diversas,
quizá puedan encontrarse rasgos humanos universales. Después de todo (y utilizo un ejemplo que
no me pertenece) si entre los humanos hubiera tres sexos (para la reproducción biológica) en lugar
de dos, una estructura molecular sobre la base del silicio en lugar del carbono y unos cuerpos que
pesaran 500 kg, seguramente las sociedades humanas serían diferentes de lo que son, los desiertos
de arena serían paraísos y quizá las parejas serían más complicados que ahora.
Los polos de la discusión se asientan entonces entre una (supuesta) universalidad de la condición
humana por un lado y la variabilidad (grande) sincrónica y diacrónica producto de la historicidad
de la cultura. Si se planteara en estos términos, los polos de la misma serían, el determinismo, con
sus consecuencias reduccionistas por un lado y el relativismo más burdo por otro. Adelantemos un
poco algunas conclusiones: afirmar la existencia de una naturaleza humana esencial,
suprahistórica y determinante, resulta tan extremo y endeble a la crítica como afirmar lo opuesto,
es decir que no haya nada que pueda llamarse con propiedad ‘lo humano’. En lo que sigue, más
que resolver un problema que quizá no tenga solución, se intentará mostrar que todas las
afirmaciones sobre la naturaleza humana son construcciones históricas emergentes de contextos
propicios determinados y que tanto afirmar como negar la
esencia humana constituyen dispositivos ideológicos cuya razón de ser hay que buscar no tanto en
una indagación filosófica o científica profunda, sino, antes bien en la necesidad de legitimar
prácticas sociales concretas.
Hay una larguísima tradición que puede rastrearse hasta la antigüedad, en la que los filósofos (y
mucho más tarde los científicos) han tratado de dar cuenta de los fundamentos de la estructura y
funcionamiento de las sociedades humanas a partir de características presentes en la condición
humana misma: en la naturaleza humana. Esta tradición ha pretendido responder a la pregunta:
¿hay algún/os rasgos y características de la condición humana que determinan de manera
relevante la estructura y funcionamiento de las sociedades? Sobre las respuestas a esta pregunta se
ha basado la conceptualización sobre el modo particular que tenemos los humanos de vivir en
sociedades complejas, y han resultado el fundamento de propuestas políticas concretas.
Como quiera que sea, el repaso de las distintas formulaciones acerca de la naturaleza humana
pone de manifiesto: primero que, lejos de ponerse de acuerdo sobre esa supuesta esencia humana
intemporal, los pensadores y científicos han dado respuestas diferentes y hasta incompatibles entre
sí; segundo que las definiciones de la naturaleza humana que a lo largo de dos mil años han sido
formuladas por la filosofía, en el siglo XIX han pasado a ser parte de las ciencias biológicas;
tercero que el concepto de naturaleza humana aparece dirigido a veces a resaltar la igualdad de los
humanos como así también, a veces, a justificar las diferencias entre ellos; cuarto, que el concepto
de naturaleza humana funciona como elemento legitimante de determinadas formas de
organización y funcionamiento social3; y finalmente que esta relación no siempre se encuentra en
orden a sostener o legitimar algún statu quo vigente, sino también para legitimar propuestas de
cambio.
PARTE 2. LA NATURALEZA HUMANA EN LA FILOSOFIA POLITICA
1. LA NATURALEZA HUMANA EN EL MUNDO GRIEGO. PLATON Y ARISTOTELES
En la antigüedad, Platón (428-348 a. C.), en República, a través del episodio conocido como el
“mito de los metales”, se ocupaba del problema de cómo conseguir que en una sociedad que se
pretende estable, sus integrantes acepten de buen grado las condiciones sociales que les han
tocado respetando las jerarquías establecidas. Platón exponía la cuestión con suma claridad:
cuando ya no es la fuerza la que mantiene el orden y las jerarquías sociales, el problema resulta
cómo hacer para que el individuo que ocupa los lugares más desventajosos en una escala social
estratificada, acepte su lugar, convencido de que así debe ser, de que ese es el lugar que, por
alguna razón legítima, le corresponde. Platón, apoyándose en los fuertes sentimientos de
patriotismo y de servicio a la comunidad que caracterizaban a los griegos, creía poder
convencerlos de que esa era la mejor manera de mantener la estabilidad y grandeza de la
República. La creencia en el carácter “natural” de la estratificación social, cuya justificación es
presentada por Platón bajo la forma de un mito, no hacía más que repetir un lugar común en el
mundo antiguo. Aristóteles (384-322 a. C.), el discípulo más ilustre y díscolo de Platón, sostenía:
“La naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a unos seres para
mandar y a otros para obedecer. Ha querido, que el ser dotado de razón y de previsión mande
como dueño, así como también que el ser capaz por sus facultades corporales de ejecutar las
órdenes, obedezca como esclavo, y de
3 Hay una cuestión formal que debería explicitarse desde ahora: el procedimiento por el cual se
pretende concluir lo que debe ser (el mundo propiamente humano, ético y social) a partir de lo que
es (el mundo natural) está viciado de un error lógico, falencia ya señalada claramente por D.
Hume en el siglo XVIII. No obstante procesos discursivos como este con gran capacidad
preformativa se repiten a lo largo de los siglos y atravesando distintos ámbitos del saber y las
prácticas humanas.
esta suerte el interés del señor y el del esclavo se confunden. La naturaleza ha fijado, por
consiguiente la condición especial de la mujer y la del esclavo. (...) En la naturaleza un ser no
tiene más que un solo destino, porque los instrumentos son más perfectos cuando sirven, no para
muchos, sino para uno sólo. Los bárbaros la mujer y el esclavo están en una misma línea, y la
razón es muy clara; la naturaleza no ha creado entre ellos un ser destinado a mandar, y realmente
no cabe entre los mismos otra unión que la de esclavo con esclava” (Aristóteles, Política).
Queda perfectamente claro, en esta idea de los “lugares naturales” no sólo quién ejerce la
soberanía en una sociedad, sino también por qué es legítimo que lo haga y, sobre todo quedan
legitimadas las diferencias de estatus social, una sociedad estratificada en suma. Además, para
Aristóteles, las agrupaciones sociales (familia, polis-Estado) son naturales (a diferencia de la idea
de Estado como artificio de la modernidad), y la prioridad del todo (polis-Estado) por sobre los
individuos (ciudadanos)4. En efecto, el hombre es un zoón politikón es decir un animal social por
naturaleza. Es por ello que la realización de su finalidad esencial consistirá, básicamente, en
conformar sociedades.
(…) evidentemente el Estado es un hecho natural, el hombre es un ser naturalmente sociable, y
que el que vive fuera de la sociedad por organización y no por efecto del azar, es ciertamente, o un
ser degradado, o un ser superior a la especie humana (...) La naturaleza arrastra pues
instintivamente a todos los hombres a la asociación política. (Aristóteles, Política)
Resulta inconcebible un hombre en estado de aislamiento, un hombre no social; por eso el punto
de partida de conformación de las sociedades no puede ser un hombre en un estado previo,
prepolítico, sino una forma específica, concreta e históricamente determinada (aunque una historia
‘imaginaria’) de sociedad humana. Para el mundo griego la sociedad no resulta lo opuesto de lo
individual o privado, sino muy por el contrario el individuo libre sólo puede realizar su esencia en
la medida en que participe de lo público, es decir de la vida y conducción de la polis. Por ello, el
estado político antes que antitético u opuesto a los intereses individuales, es más bien su
realización y su finalidad, de modo que:
“Entre la sociedad originaria y primitiva y la sociedad última y perfecta que es el Estado existe
una relación de continuidad, de evolución o progresión, en el sentido de que desde el estado de
familia hasta el estado civil, el hombre ha pasado a través de fases intermedias que hacen del
Estado, más que la antítesis del estado prepolítico, la desembocadura natural, el punto de llegada
necesario, la conclusión en cierta medida casi predeterminada de una serie más o menos larga de
etapas obligatorias”. (Bobbio, 1985, p. 99)
4 La propuesta política de Aristóteles está incluida en un verdadero ‘sistema del mundo’, es decir,
en una explicación general acerca del lugar y las relaciones que se establecen entre todos los
objetos y sucesos del cosmos. Un sistema caracterizado por una ontología jerárquica en la cual
hay objetos superiores y más perfectos (los objetos celestes del mundo supralunar), y objetos
inferiores (los objetos del mundo sublunar), y también habrá hombres mejores que ocuparán por
su propia naturaleza un lugar de privilegio en la sociedad y hombres inferiores que se ubicarán en
los estratos inferiores. También es un sistema teleológico: todos los objetos del mismo, desde los
hombres hasta las piedras, ‘tienden’ a ocupar el lugar que les corresponde según una jerarquía
natural y en cumplimiento de una finalidad que les es propia y esencial. El desarrollo (y el
cambio) de lo real se explica a través de los conceptos de potencia y acto. Cada cosa contiene en
potencia la capacidad de desarrollar sus características esenciales, es decir aquellas que le hacen
ser lo que es y no otra cosa. La puesta en acto de esas potencialidades es el desarrollo de su
finalidad esencial.
Por el mismo hecho de que el paso de la familia a la polis se produce por un desarrollo gradual y
continuo5, y no por una ruptura, la conformación de los distintos estadios de desarrollo no aparece
como resultado de un acto de voluntad racional, sino que tiene lugar por efecto de causas naturales
y objetivas. La realización de las potencialidades naturales inherentes a lo humano, obligan a la
conformación de grupos sociales. En este marco el principio de la legitimación de la sociedad
política no es el consentimiento o contrato (como será en los modernos), sino el estado de
necesidad o, en términos más sencillos, la misma naturaleza social del hombre.
2. EL IUSNATURALISMO MODERNO
Como oposición a las ideas políticas clásicas esbozadas en las secciones anteriores se
desarrollarán aquí otras que irrumpen en la modernidad (véase Capítulo????? en este mismo
volumen), en el marco de lo que suele llamarse ‘iusnaturalismo moderno’, un resurgimiento en el
siglo XVII6 del iusnaturalismo clásico, es decir de aquellas doctrinas que se construyen sobre la
base de la afirmación de la existencia de un ‘derecho natural. El iniciador es Th. Hobbes (cf.
Bobbio, 1975) por lo cual se denominará ‘modelo hobbesiano’ (en contraposición al “modelo
aristotélico”) a este nuevo modo de entender la construcción de lo político.
Adelantaremos algunas cuestiones. En primer lugar que la construcción de lo político y lo social
en la modernidad también toma como legitimación y fundamento último, igual que en las
propuestas clásicas, algunas ideas muy precisas sobre la ‘naturaleza humana’. Sin embargo, las
diferencias en el contenido otorgado a esa/s ‘naturaleza/s humana/s’, se reflejan, como correlato
necesario, también en las propuestas de organización de lo social y lo político. En segundo lugar,
dentro de la misma corriente iusnaturalista moderna hay diversas formulaciones de la ‘naturaleza
humana’. Estas diferencias también se corresponderán con diferentes propuestas políticas. En
tercer lugar, la oposición entre el ‘modelo aristotélico’ y el ‘modelo hobbesiano’, pueden
desagregarse en los siguientes pares de opuestos: la diferencia entre una concepción histórico -
sociológica o racionalista del origen del Estado; el Estado concebido o bien como complemento o
bien como antítesis del hombre natural; una concepción social y orgánica del Estado por un lado o
individualista y atomizadora por otro; una teoría naturalista como contraparte de una visión
contractualista del fundamento del poder estatal; y por último la legitimación del poder a través
del desarrollo forzoso de lo real o mediante el consentimiento de los individuos.
El iusnaturalismo no es una doctrina homogénea, sino que presenta una pluralidad de variantes, a
veces inconciliables entre sí. Sin embargo todas las teorías iusnaturalistas poseen rasgos comunes
basados en una tríada de conceptos: el estado de naturaleza (que es el punto de partida hipotético,
en adelante EN), la sociedad civil o polis (que es el punto de llegada- en adelante SC) y el medio o
instrumento por el cual se produce este pasaje, el contrato o pacto social (en adelante PS). Ambos
estados (natural por un lado y civil o político por otro) son excluyentes, es decir que se está en uno
o se está en otro. De las características que cada autor ponga en el EN dependerá el tipo de SC
que, a su criterio se deberá construir.
El EN presenta dos facetas complementarias. Por un lado siempre es un estado negativo que debe
ser abandonado y superado por la SC, de modo tal que sea como fuere que se considere al hombre
natural -bueno, malo, pacífico o belicoso-, siempre el EN presenta desventajas por las cuales es
necesario que sea abandonado a través del PS. Por
5 N. Bobbio (1985) llama a este modo de proceder un ‘esquema reconstructivo gradualista’,
diferente de la reconstrucción ‘racional’ que se operará en los inicios de la modernidad. El recurso
aristotélico de la ‘historia’ no es una historia empírica; no es una descripción historiográfica de los
pasos que efectivamente habría recorrido la humanidad, sino una historia imaginaria, tan
imaginaria o ficcional como el ‘estado de naturaleza’ de los iusnaturalistas y tan ficcional como la
reconstrucción racional al estilo geométrico que utilizarán los iusnaturalistas desde Th. Hobbes
(1588-1679) en adelante.
6 Véase Bobbio (1985, p. 90)
otro lado y a pesar de esta necesidad de superación, resulta indicador de la forma que la
organización política deberá tener en la medida en que no se pretenda traicionar tal naturaleza.
Todos los autores aceptan, en alguna medida, el carácter ficcional del EN generalizado, es decir
para toda la humanidad, aunque aceptan que pueda haber estados de naturaleza parciales. Los
elementos constitutivos del EN son:
“(...) los individuos particulares, aislados, no asociados aunque asociables, que de hecho actúan
siguiendo no la razón (que permanece oculta o impotente), sino las pasiones, los instintos o los
intereses; el elemento constitutivo del estado civil es la unión de los individuos aislados y
dispersos en una sociedad perpetua y exclusiva que es la única que permite la puesta en marcha de
una vida acorde con la razón”. (Bobbio, 1985, p. 96)
El iusnaturalismo supone dos órdenes jurídicos distintos: el derecho natural, que debería ser
descubierto por la racionalidad humana en una indagación profunda de la esencia del hombre, y el
derecho positivo, es decir los códigos escritos por los hombres, que serán legítimos en la medida
en que no contradigan o no sean incompatibles con el derecho natural7.
El PS es el acto fundacional que inaugura la SC y en su concepto mismo confluyen los elementos
distintivos de la modernidad y de la especificidad de la nueva concepción de lo político. Lo
político ya no es ‘natural’ como en el modelo clásico, sino que se constituye artificialmente y a
través de un nuevo elemento legitimante que es la voluntad de los contratantes. La idea de
contrato supone, además, y como verdaderas condiciones de posibilidad para su la realización, la
igualdad, racionalidad y libertad de los contratantes: solo hay un verdadero pacto entre individuos
iguales, que saben y calculan lo que hacen y que además eligen hacerlo. Sobre esta base común
los autores difieren en el modo en que el pacto se realiza, lo que acarrea consecuencias ideológico
- políticas diferentes.
Las características que adquiera la SC, por su parte, dependerán de las condiciones del EN y de las
condiciones que aparezcan como necesarias para superarlo, garantizando la paz y la convivencia
pacífica. Asi, a través de este modelo, puede justificarse tanto un sistema de soberanía absoluta
(Th. Hobbes), una teoría limitativa del poder del estado (J. Locke), o el gobierno de la ‘voluntad
general’ y la revolución contra el ancienne regime (J. J. Rousseau).
Los iusnaturalistas asumen dos elementos propios y característicos de la modernidad: el
paradigma matemático y los intentos de construir el Estado conforme a los dictados de la razón.
Más precisamente, la ‘razón’ entendida dentro de un paradigma matemático causalista de tipo
galileano, en oposición al modelo clásico de tipo teleológico. Los iusnaturalistas van a tratar de
formular una teoría política con el mismo instrumento con que se intenta comprender la
naturaleza. Así, la constatación de cómo es el hombre natural constituye la piedra de toque de
todo el edificio argumental que indicará cómo deberá estar organizada la SC:
7 Algunas críticas que se le hacen a la noción de ‘Derecho Natural’. En primer lugar no se podría
hablar de derecho en sentido estricto porque falta por definición, el poder coactivo que asegure la
eficacia de las normas que dicho derecho establece. En segundo lugar el término ‘naturaleza’ es de
tal ambigüedad que prácticamente no hay dos pensadores que coincidan en señalar el mismo
contenido. En tercer lugar la argumentación de los iusnaturalistas estaría viciada de una suerte de
error metodológico doble: por un lado la inclusión en un discurso descriptivo (acerca de lo que
‘es’ el hombre por naturaleza) de una consecuencia prescriptiva (acerca de cómo ‘debe ser’ la
sociedad política) y, por otro lado, habría una especie de circularidad en la argumentación,
consistente en la introducción subrepticia de un sistema de valores en la aparente descripción de lo
que ‘es’, para después deducirlo de ella. Estas críticas surgen del dualismo entre derecho natural y
derecho positivo pero, en esta dualidad radica también la potencia ideológico - política y el
carácter revolucionario de estas posiciones en tanto se constituyen en una posibilidad de discutir
la realidad del estado de cosas existente.
“El método que unifica a autores tan diferentes es el método racional, es decir aquel método que,
por primera vez en la historia de la reflexión sobre la conducta humana, ha de permitir la
reducción del derecho y la moral (así como de la política) a ciencia demostrativa” (Bobbio, 1975,
p. 75).
Todas las propuestas iusnaturalistas poseen un rasgo distintivo común con respecto a las
precedentes y posteriores:
(...) el intento de construir una teoría racional del estado (...) (lo que) significa prescindir por
completo de cualquier argumento - y, por tanto, de cualquier apoyo- de carácter teológico, (...) en
otras palabras, intentar explicar y justificar un hecho meramente humano como el Estado,
partiendo del estudio de la naturaleza humana, de las pasiones, apetitos, de los intereses que hacen
del hombre un ser en parte sociable y en parte insociable. (Bobbio, 1975, p. 138)
Como se decía más arriba, el modelo iusnaturalista no es un pensamiento homogéneo, sino que
sobre un esquema común surgen planteos relativamente diferentes, probablemente en estricta
relación con el contexto concreto en el cual las distintas propuestas aparecen. Pueden distinguirse,
grosso modo, dos etapas. La primera es el momento del pasaje del mundo feudal al sistema de
Estados modernos, ligado al auge de la vida urbana, el fortalecimiento de la burguesía y el
mercantilismo. Se trataba de afirmar el carácter absoluto del Estado frente a las pretensiones de
una nobleza feudal díscola a someterse a un poder central por un lado y frente al poder del Papa
por otro. Claramente, la propuesta de Thomas Hobbes (1588-1679) representa este momento.
El segundo momento surge cuando el régimen de soberanía absoluta entra en conflicto con las
aspiraciones de la burguesía, dado que ésta exige para el desarrollo de sus actividades sociales un
régimen de libertad política. Dos autores, aunque claramente diferentes entre sí, representan este
momento: J. Locke (1632-1704) y J. J. Rousseau (1712-1778). Asimismo, ellos marcan, de alguna
manera, los modos diferentes en que las revoluciones modernas se dieron en Inglaterra (la
Revolución Gloriosa de 1688) y Francia (la Revolución Francesa de 1789) 8.
2.a EL ESTADO COMO ‘ARTIFICIO’
El carácter artificial que el iusnaturalismo asigna a lo político, lo diferencia del modelo clásico y,
además, fundamenta su fuerza impugnadora de lo existente. Que lo político sea artificial no quiere
decir que sea algo prescindible, sino antes bien indica el sometimiento de todas las instituciones al
juicio humano y, por la misma razón, su carácter provisorio y modificable. Para el iusnaturalismo,
la indicación acerca del carácter provisorio y modificable de las instituciones y la constitución de
las sociedades, se postula como una instancia a realizar a partir de una situación que se presenta
como injusta en la medida que una indagación racional ‘descubre’ cuál es el estado social a
construir que no sea contradictorio con el ‘EN’. Al revés que el historicismo, el iusnaturalismo del
siglo XVII no legitima lo que hay, sino que por el contrario lo impugna postulando lo que debería
haber.
En la tradición aristotélica, en la medida en que no se marca un hiato entre las comunidades del
tipo de la familia, de la servidumbre doméstica y la política, no es posible discutir el sistema del
dominio político, porque así como es natural que el padre tenga dominio absoluto sobre los hijos,
es natural que el soberano tenga el dominio sobre los súbditos. El fundamento de la soberanía no
depende en el modelo clásico de la voluntad y el consentimiento de los súbditos. De cualquier
modo, es necesario recalcar nuevamente que no hay, conceptualmente hablando, una relación
biunívoca estricta entre ‘naturalidad de lo
8 Es necesario señalar que la brevedad de este trabajo ha obligado a dejar de lado autores muy
importantes como G. Leibniz (1646-1716), G. Vico (1668-1744), B. Spinoza (1632-1677) e I.
Kant (1724-1804); así como también críticos del iusnaturalismo como G. Hegel (1770-1831).
político’ - ‘aceptación incondicional de lo que es’. Esta correlación funciona de este modo en la
propuesta aristotélica, pero, por ejemplo, la ‘naturalidad de lo político’ (aunque no solamente este
elemento) le servirá a K. Marx para fundar las críticas más fuertes a la sociedad capitalista.
La visión clásica del poder y la obligación, es que la sociedad guía su conducta a través del
respeto a una norma que se presenta como natural, entendiendo por tal el hecho de estar
justificada por la tradición, las costumbres (‘bueno’ es lo que habitualmente se hace y que a través
del tiempo ha mostrado su carácter beneficioso). Pero, además, la mentalidad clásica opera una
identificación entre norma, logos o racionalidad de las cosas, naturaleza y universo. Lo que guía la
conducta de los hombres es reflejo de una armonía que guía al universo y que viene siendo
transmitida de generación en generación y que no admite ser discutida porque este carácter
tradicional (el hecho de haber sido siempre respetada) demuestra su utilidad, su función política
positiva.
El pensamiento moderno rompe con la mentalidad tradicionalista organicista y, frente al
acatamiento del estado de cosas que lleva consigo esta mentalidad se apoya en el carácter
corrosivo y crítico de la conciencia individual. Desde el esquema de la igualdad ‘por naturaleza’,
no es posible legitimación alguna de la respuesta a la pregunta ‘¿por qué obedezco?’, que no parta
de la asunción de la persona como sujeto moral y es la razón, en última instancia, la que debe dar
cuenta de cualquiera de nuestras relaciones sociales.
Otro de los elementos que diferencia al modelo clásico del iusnaturalismo moderno es que en
aquél se opera una visión axiológica en la cual predomina la indistinción entre lo público y lo
privado. Para el ciudadano clásico coinciden inmediatamente lo público y lo privado. En este
sentido dice H. Arendt:
En opinión de los antiguos la faceta de privación que contiene la palabra ‘privado’ fue de suma
importancia; significaba, literalmente, el estado de quien es o está privado de algo, incluso de las
supremas capacidades del hombre. Quien llevaba una vida exclusivamente privada; quien, como
el esclavo, no tenía acceso a la esfera pública; o quien, como el bárbaro, optaba por no crear esa
esfera, no era plenamente humano. Hoy ya no pensamos, ante todo, en su significado de
‘privación’, cuando utilizamos esta palabra, lo cual en parte se debe al enorme enriquecimiento de
la esfera privada, a través del moderno individualismo. (...) (Arendt, 1959, p. 35).
Según este modelo clásico no hay una esfera privada que aleje la dedicación del ciudadano de la
cosa pública. En términos éticos, el interés general se realiza naturalmente porque es
inmediatamente privado, el interés que en la actualidad llamaríamos ‘privado’ coincide con lo
público. En esta concepción organicista es el todo el que marca el ritmo a las partes y éstas
revelan su sentido en función de aquél. Se consagra un sistema de relaciones sociopolíticas en el
cual el ciudadano puede asumir lo público como inmediatamente suyo porque puede prescindir de
una esfera del interés privado egoísta particular. Y esto sólo puede pensarse en tanto y en cuanto
haya un sector de esa misma sociedad que quede excluido de la posibilidad misma de desarrollar
su interés privado egoísta porque lleva sobre sus espaldas la función de satisfacer de las
necesidades básicas que no afectan a la conciencia pública del ciudadano; es decir que el sistema
esclavista de la antigüedad aparece como necesario para pensar la convivencia en estos términos.
Los esclavos quedan excluidos de lo público y también de lo privado en la medida que deben
proveer a la satisfacción de las necesidades básicas de subsistencia material de la polis.
Tanto las visiones modernas como las clásicas deben ser comprendidas en un contexto
sociocultural concreto y todas son ficciones y en tanto tal, ‘arbitrarias’ en algún sentido, ya que
dependen de la asunción de determinadas axiologías, articuladas en el devenir histórico en un
entramado sumamente complejo y de múltiples determinaciones. En el modelo clásico (tanto en
Platón como en Aristóteles) hay una correlación entre la idea de lo natural, lo valioso y la
finalidad de la política. Es una concepción con un fuerte contenido teleológico asociado con la
aceptación de contenidos axiológicos objetivamente válidos y universales. El acceso a ese
sistema axiológico se logra a través del ejercicio de la razón, y una vez que se accede a ellos, a la
voluntad no le queda otra opción que seguirlos. El intelecto doblega a la voluntad. La captación de
estas verdades eternas es la de la verdadera esencia de las cosas y el proceso político no puede ser
otro que el de la realización de esas esencias.
En el mundo medieval, para la tradición escolástica tomista lo político goza de una naturalidad
afín a la señalada para el pensamiento aristotélico. Hay una racionalidad íntima del Estado, para
comprender la cual, no es necesario ser cristiano, sino que basta con hacer un buen uso de la
razón. Más allá de la presencia de lo sobrenatural, el pensamiento tomista recupera la racionalidad
objetiva del mundo clásico. También en esta línea la voluntad del hombre debe seguir al
entendimiento, que es el que le muestra el bien. Sin embargo se establecen algunas diferencias
fuertes: mientras que para el pensamiento clásico, el que quedaba fuera de los muros de la ciudad
perdía legitimidad, no podía aspirar a la condición de hombre libre, en el pensamiento medieval se
ha universalizado la condición de ser humano, en tanto hijos de Dios. Este esquema racionalista
comienza a ser discutido por la tradición nominalista, en la medida en que no queda en evidencia
el carácter libre y creador de la divinidad. Los nominalistas llevan al primer plano el carácter de
voluntad libre y absolutamente omnipotente de dios, con lo cual la ley no deriva su legitimidad de
ser reflejo del orden natural sino de su condición de mandato divino.
Aquí puede señalarse un punto de quiebre fundamental entre el mundo medieval y el mundo
moderno al poder plantearse el siguiente interrogante: ¿la legitimidad de la ley deriva de que es
reflejo de un orden objetivo o, por el contrario de que proviene de una voluntad soberana? El
papel de la voluntad como instancia fundante de lo político hallará su expresión más acabada en el
pensamiento iusnaturalista moderno. El consentimiento de los hombres, es decir la voluntad,
irrumpe en la historia de Occidente como nuevo fundamento legitimante de la soberanía.
Esta separación entre lo propio de la voluntad y lo propio de la razón, está ligada a la
desvalorización de los ‘universales’. Para el nominalismo los ‘universales’ son meros
instrumentos conceptuales sin ningún referente ontológico. Es esta una concepción’
instrumentalista’ de la razón según la cual el calificativo de ‘real’ sólo le cabe a lo individual.
Desde el punto de vista ético esta afirmación de lo individual se traduce en la afirmación de la
prioridad de la decisión como elemento fundante del sistema político. Así como en el terreno de la
metafísica lo universal es sólo una construcción porque lo real es sólo lo individual, en el terreno
de lo político, lo importante es la decisión individual a partir de la cual construimos esos
universales que son el Derecho y el Estado, y cuya función es la de ser medios útiles que
satisfagan la decisión individual. Nótese cómo en el proceso brevemente descripto se modifican
las relaciones entre el todo y la parte.
2.b Th. HOBBES: el problema de la paz y la soberanía absoluta
Según Hobbes, en el hombre anida un perpetuo e inquieto deseo de poder que sólo cesa con la
muerte. Y ello no tanto porque se alimente la esperanza de un placer más intenso que el que se ha
alcanzado, o porque no pueda conformarse con un poder moderado, sino porque no es posible
asegurarse esos poderes y esos medios para vivir bien que se poseen en el presente, más que
adquiriendo nuevos poderes y nuevos medios. En esta insatisfacción constante radica el origen del
egoísmo que constituye el fondo genuino de la naturaleza humana; y todas las pasiones humanas,
incluso las que aparecen eminentemente desinteresadas y altruistas pueden ser reducidas a esta sed
egoísta que aspira siempre a mayor poder. Hobbes retoma la célebre fórmula de Plauto (254-184
a. C.): homo hominis lupus - el hombre es el lobo del hombre.
Hobbes realiza un agudísimo, aunque despiadado, análisis del egoísmo humano, elevado al rango
de ‘naturaleza humana’ y a partir de allí justifica la instauración, a través del PS, de un soberano
absoluto que pueda garantizar al menos la paz y por tanto la vida de los súbditos. Siguiendo el
método deductivo habitual, intenta construir un sistema regulativo del egoísmo que pueda
establecer pautas de convivencia pacífica. Es decir: dadas esta disposición humana que deriva de
su naturaleza psicológica, y dadas las relaciones en que
esta naturaleza ha puesto a los individuos entre sí (de hostilidad de un individuo respecto de los
otros), y establecido el fin al que la misma naturaleza dirige la actividad humana, se trata de
deducir el sistema de las condiciones más adecuadas para la realización de este fin (estado civil).
En el EN el hombre siente temor constante de los males inevitables a los que está sujeto y este
temor será el que finalmente lo lleve a unirse con los otros en una sociedad estable y rígidamente
organizada como es el Estado Absoluto. Las causas del mutuo temor son:

inteligencia, de modo tal que nadie es lo suficientemente fuerte o astuto como para estar seguro de
que los demás no lo matarán.

que provoca lucha entre ellos.

N tienen todos sobre todas las cosas.

Pero estos hombres naturales, guiados por la pasión por el poder, sin embargo pueden además
‘calcular’ que su temor y la posibilidad cierta de ser muerto por los otros sólo puede superarse en
la medida en que establezca un pacto con los otros. Pero el remedio a los males del EN, o sea el
logro de la paz, es la instauración de un soberano absoluto que esté por sobre el pacto.
(...) Esto es algo más que consentimiento o concordia; es una verdadera unidad de todos en una y
la misma persona, unidad a la que se llega mediante un acuerdo de cada hombre con cada hombre,
como si cada uno estuviera diciendo al otro: Autorizo y concedo el derecho de gobernarme a mí
mismo, dando esa autoridad a este hombre o a esta asamblea de hombres, con la condición de que
tú también le concedas tu propio derecho de igual manera, y les des autoridad en todas sus
acciones. Una vez hecho esto, una multitud así unida en una persona es lo que llamamos
ESTADO, en latín CIVITAS. De este modo se genera ese gran LEVIATAN, o mejor, para hablar
con mayor reverencia ese dios mortal a quien debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y
seguridad. (Hobbes, 1995: 142)
En la lógica del PS hobbesiano, todos los hombres pactan y deciden elegir a un soberano; pero el
soberano mismo no pacta, sino que los hombres le ceden a él la mayoría de sus derechos
naturales, salvo el de la vida, objeto y sentido del pacto y por tanto no sujeto a la autoridad del
soberano. Si esto no fuera así el pacto mismo carecería de sentido.
En el EN no hay justicia ni propiedad, sino tan sólo venganza y apropiación física. Justicia y
propiedad privada aparecen con la instauración del soberano, es decir con la constitución de la SC.
En la medida en que la propiedad privada se funda en el PS queda sujeta a la potestad del
soberano, es decir que éste puede avanzar sobre aquélla: “(…) las reglas de propiedad y de bueno,
malo, legítimo e ilegítimo en las acciones de los súbditos son las leyes civiles” (Hobbes 1995,
152) ”
En la lógica hobbesiana no hay lugar alguno para el derecho de resistencia contra el poder del
soberano. En la medida en que el soberano es absoluto y está por sobre la ley, no hay tribunal de
la SC que pueda juzgarlo. En última instancia los actos indignos, inmorales o contrarios al
derecho natural que pueda cometer el soberano deberán ser juzgados, no por un tribunal terreno,
sino por dios.
El pacto hobbesiano es un único acto por el cual se constituye la sociedad y se designa al
soberano. Enseguida se verá cómo, en el caso de Locke, el pacto se concibe como desdoblado en
dos instancias irreductibles. En este sentido Hobbes –a diferencia de Locke- es un pensador de
transición hacia un mundo moderno capitalista, tanto por lo que se refiere a la propiedad privada
como en el hecho de considerar la actividad económica como la fuente de los males, la causa de la
guerra de todos contra todos. La idea de que la
armonía de lo económico surge espontáneamente no aparece aún y no hay nada en Hobbes que se
parezca a la ‘mano invisible’ que postulará en el siglo siguiente, y en otras circunstancias
históricas, Adam Smith.
2.d J. LOCKE: el problema de la libertad y la propiedad.
La propuesta política de J. Locke, expuesta básicamente en su Segundo ensayo sobre el gobierno
civil, se puede considerar, en lo fundamental, como una teoría limitativa del poder del soberano,
lo cual marcaría una diferencia sustancial con respecto al planteo hobbesiano. Como en todos los
iusnaturalistas, las condiciones de la convivencia en la SC, tendrán como fundamento el ‘EN’
caracterizado como pacífico (aunque los conflictos siempre son posibles), de tal modo que los
hombres pueden establecer vínculos sin la necesidad del poder político:
(...) un estado de perfecta libertad para que cada uno ordene sus acciones y disponga de sus
propiedades y personas como juzgue oportuno, dentro de los límites de la ley natural, sin
necesidad de pedir permiso y sin depender de la voluntad de otra persona. (Locke, 1996: 5)
El EN no es, para Locke de guerra de todos contra todos9. Se caracterizará solamente por la
ausencia de un juez imparcial a quien recurrir en caso de conflicto, por lo que los hombres se ven
obligados en caso de disputas a ser juez en causa propia con los inconvenientes que ello ocasiona.
En este EN de relativa convivencia pacífica el hombre puede realizar todas las transacciones
propias de la vida social, tales como acciones económicas de producción y consumo de bienes,
matrimonios, etc. Esta convivencia implica la existencia de pequeños pactos previos al PS. Pero
entre estos pactos o convenios particulares y el PS hay una diferencia cualitativa esencial:
(...) el estado de naturaleza entre los hombres no se termina por un pacto cualquiera, sino por el
único pacto de ponerse todos de acuerdo para entrar a formar una sola comunidad y un solo
cuerpo político. Los hombres pueden hacer entre sí convenios y pactos y seguir a pesar de ello en
el estado de naturaleza. (Locke, 1996: 74)
En este planteo aparece una suerte de politicidad - prepolítica del hombre o algo así como una
politicidad natural, lo cual no deja de tener alguna resonancia clásica. Politicidad en el sentido de
convivencia pacífica con otros hombres y prepolítica porque, obviamente no hay derecho positivo,
no hay autoridad política, no hay soberanía ni soberano establecido. Se hace más notoria la
especificidad de este planteo si se lo compara con el de Hobbes, para quien, tanto la justicia como
la propiedad, son consecuencias del pacto fundamental de constitución de la sociedad, sin el cual
ningún convenio es posible dado el estado de guerra de todos contra todos.
A pesar de que Locke no haga referencias explícitas sobre el particular, puede decirse que tiene
una visión del PS, desdoblada, como si fueran dos pactos diferentes: el pactum societatis, sobre la
base del cual un cierto número de individuos deciden de común acuerdo vivir en sociedad, y el
pactum subietionis, sobre la base del cual los individuos así reunidos se someten a un poder
común. Este planteo tiene dos consecuencias fundamentales: la legitimación del derecho de
resistencia y de la salvaguarda absoluta del derecho de propiedad. En efecto, el doble pacto
permite disolver el gobierno sin la disolución de la sociedad, es decir sin caer en la anarquía.
Rebelarse contra el poder político, destituir al rey, esto es anular el pacto político, no va a anular
el pacto vasto de la sociedad. La
9 Locke sostiene que el estado de guerra puede darse tanto en el EN como en la sociedad política,
ya que se genera cuando “se ejerce fuerza ilegal contra la persona física de un hombre”. Esta
concepción del estado de guerra será central en el tratamiento del derecho de resistencia.
sociedad sigue firme aún cuando cambie la autoridad soberana. Esta situación es impensable en el
planteo hobbesiano en el cual hay un solo y único pacto constituye la sociedad e instaura el poder
soberano. Para Locke, aquello que se alza contra el soberano es una sociedad que ya pactó ser
sociedad, mientras que todas las teorías antirrevolucionarias presentan a la revolución como un
atentado a la sociedad misma. Es posible resistir y aun derrocar legítimamente al poder soberano
cuando no cumple con lo pactado, y no por ello se disuelve la sociedad.
El derecho de resistencia tiene dos requisitos: por un lado que sea respuesta a un acto ilícito previo
que rompe con la relación legal del estado civil provocando un estado de guerra; por otro lado la
ausencia de una instancia en la tierra ante la cual apelar. Nunca la resistencia es el primer paso,
sino una respuesta a una acción ya ilícita. Un ejemplo típico es el de un rey que disuelve el
parlamento, transformándose en un tirano que se deja llevar por sus pasiones. El que genera el
estado de guerra no es el que hace resistencia sino el soberano que no cumple con su mandato. El
soberano que no respeta los límites de su función. Rebelde es el tirano; los que en realidad se
rebelan son los que oponen la fuerza a las leyes y establecen así el estado de guerra. En el caso de
un funcionario de rango inferior que cometa un acto ilícito, se puede ofrecer resistencia pero, en
última instancia va a ser una resistencia contenida en tanto quede alguna instancia de apelación.
Veamos ahora la cuestión de la propiedad. Para Locke, cuando se conforma la SC el hombre sólo
cede su capacidad de juzgar según la ley natural y su derecho de ejecutar esa ley natural, pero
conserva íntegramente su derecho de propiedad, adquirido en el EN. No es el soberano quien
indica qué es “mío” y qué es “tuyo”, sino que es un derecho natural previo a la SC. La propiedad
se fundamenta, en un primer paso, de un modo que se podría denominar “trascendente” como
propiedad ‘común’ de la naturaleza. Dios cede o dona a la humanidad en común la totalidad de los
bienes de la naturaleza, capaces de satisfacer las necesidades de los individuos y esta
fundamentación se justifica tanto por ‘razón natural’ como por ‘revelación directa’ de dios (las
escrituras).
Es interesante notar que Locke plantea como relaciones de propiedad a la de dios con sus
criaturas; la de cada hombre con su propia persona (“cada hombre tiene la propiedad de su propia
persona”); la de toda la humanidad con respecto de todos los bienes de la tierra. Sin embargo la
cuestión a resolver es otra, aunque fundamentada en estas instancias metafísicas: a partir de esta
donación común ¿cómo pueden los individuos adquirir propiedad privada de una parte de esos
bienes, de parcelas de esta donación en común? La utilización de los bienes en forma individual,
para la subsistencia, hace necesario que los individuos se apropien de una parte de la naturaleza, y,
de este modo excluyen a los demás de esa parte de la propiedad común. Lo que se debe justificar
es la exclusión de los demás del derecho sobre aquella cosa que cada uno se apropió.
El título legitimante para Locke es el trabajo y lo justifica del siguiente modo: cada hombre tiene
propiedad exclusiva sobre su propia persona y, por lo tanto, sobre el trabajo de su cuerpo y el
producto de su trabajo, o sea sobre toda cosa apartada del estado natural merced a una actividad
humana ejercida sobre ella. La cosa obtiene, por tal trabajo, un plus que excluye el derecho de
apropiación de los otros hombres. El trabajo no depende de la existencia del poder político,
porque lo que vincula a los hombres como productores libres es su condición de hombre y no su
condición de ciudadanos. En este esquema no se necesita del consentimiento de todos los demás
coposesores. Más allá de las razones de sentido común (la urgencia de las necesidades de
subsistencia), porque para que alguien pueda ser reconocido por todos los demás como
propietario, hay que vivir en un orden político y, en este caso la propiedad aparecería como
dependiente del poder político, posición que Locke quiere evitar10.
La legitimación a través del trabajo señala límites muy precisos a la cantidad de propiedad,
aunque estos puedan sobrepasarse en determinadas condiciones. El límite
10 Recién I. Kant, un siglo después, va a objetar este razonamiento que pretende hacer nacer un
derecho de la relación entre el hombre y la cosa, sosteniendo que los derechos nacen de las
relaciones entre los hombres. Es decir se es propietario en la medida en que los demás lo
reconocen.
cuantitativo a la propiedad privada está demarcado por la misma ley natural: será propiedad
privada legítima aquello que se ha apartado de su condición natural por medio del trabajo, en tanto
lo obtenido no se eche a perder, y con la condición de dejarle a los demás hombres cantidades
similares, o sea suficiente para la sobrevivencia. El supuesto que subyace a este planteo es la
superabundancia de bienes, dado que sólo la superabundancia minimiza el perjuicio que, en una
situación de escasez de recursos, la apropiación de una parte de los bienes por parte de un
individuo podría producir a los intereses de los demás.
El argumento del trabajo será retomado con gran fuerza en la impugnación al papel de la nobleza
en la Francia prerrevolucionaria, pero Locke no deja la argumentación en este punto
revolucionario, sino que establece condiciones de superación de ese límite cuantitativo a partir de
la utilización del dinero, con lo cual, se diluye cualquier posibilidad de límite. A través del dinero
(“esa cosa duradera que los hombres podían conservar sin que se echase a perder, y que, por
mutuo acuerdo, aceptarían a cambio de artículos verdaderamente útiles para la vida y de condición
perecedera”) los hombres que más trabajen podrán apartar más bienes del estado natural
(fundamentalmente cultivar grandes extensiones) e intercambiarlos antes de que se echen a perder.
En la medida en que convenios generales de este tipo hacen necesaria la presuposición del estado
civil reaparece esta suerte de politicidad prepolítica en el planteo de Locke. Su necesidad de dejar
el ámbito de la propiedad privada absolutamente fuera de toda posibilidad de injerencia del
soberano, lo obliga a concebir un hombre ‘natural’ ya ‘socializado’ merced a una intrincada red de
acuerdos económicos.
2.e J. J. ROUSSEAU: el problema de la igualdad y la crítica radical.
Si bien J.J. Rousseau tematiza su filosofía política a través de las categorías propias del
iusnaturalismo (EN, SC y PS) la articulación y contenidos que estas categorías adquieren lo
transforman en un exponente atípico de esta corriente.
Rousseau toma elementos de Hobbes y de Locke, y también se opone a ambos. El EN no es ni
pacífico ni belicoso; antes bien es de aislamiento y soledad del hombre que vaga por las selvas sin
más necesidades que el sustento diario. Es una situación de a-moralidad, no hay ni bien ni mal
porque no existe contacto con ‘el otro’.
Pero, a pesar de esas características del hombre natural, según Rousseau, lo que se observa a
diario es el despliegue de todo tipo de pasiones negativas, como la codicia, la ambición
desmedida, la venganza, el odio, etc. Esta dicotomía surge según Rousseau, quien es un crítico
agudo y radical de la Europa del siglo XVIII (fundamentalmente de Francia), de la decadencia que
la cultura y la historia humana han implicado. El proceso de desarrollo de la humanidad
(abandono del EN) tal y como se ha producido efectivamente, ha sido negativo y sus etapas
marcan un camino descendente donde coinciden historia y maldad en el camino de degradación de
los individuos. La degradación y la decadencia humanas van de la mano del proceso de la cultura.
El origen de los males estaría dado por la propiedad privada:
El primero a quien después de cercar un terreno se le ocurrió decir ‘Esto es mío’, y halló personas
lo bastante sencillas para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. (Rosseau, 1754
[1987])
Según Rousseau, en un momento dado de este proceso, y habiéndose desarrollado ya la división
del trabajo y con ella el lujo y la explotación, los hombres habrían celebrado un pacto injusto que
acabó legitimando la desigualdad económica y la injusticia política, condiciones que se fueron
profundizando y endureciendo con el correr de los tiempos, y cuyo resultado era la sociedad
francesa (y europea) del siglo XVIII. En el Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los
hombres, Rousseau señala que los ricos viendo cuán desventajosa era esta (ficcional) guerra
perpetua, no solo para la vida misma sino para mantener la riqueza, convencieron al resto de
unirse diciéndoles:
(…) para proteger a los débiles contra la opresión, contener a los ambiciosos y asegurar a cada
uno la posesión de aquello que le pertenece. Establezcamos leyes de justicia y de paz, a cuya
conformidad se obliguen todos, sin excepción de nadie, para que de esta manera se corrijan los
caprichos de la fortuna, sometiendo por igual al poderoso y al débil al cumplimiento de recíprocos
deberes. En una palabra, en lugar de volver nuestras fuerzas contra nosotros mismos, reunámoslas
en un poder supremo que nos gobierne, según sabias leyes, que proteja y defienda a los asociados,
rechace a los comunes enemigos y nos mantenga en constante armonía”.
(…) Todos corrieron al encuentro de sus cadenas, creyendo asegurar su libertad; porque con
demasiada razón para sentir las ventajas de una fundación política, no tenían bastante experiencia
para prever los peligros de ella; los más capaces de presentir los abusos eran precisamente los que
imaginaban ir ganando (...) Si seguimos el progreso de la desigualdad en estas diferentes
evoluciones, hallaremos que su primera causa fue la constitución de la ley y del derecho de
propiedad; la institución de la magistratura, la segunda; y la tercera y última, el cambio de poder
legítimo en poder arbitrario. De manera que la condición de rico o pobre fue autorizada por la
primera época; la de poderoso o débil, por la segunda; y por la tercera, la de señor y esclavo, que
es el último grado de la desigualdad y término a que llegan los demás, hasta que nuevas
revoluciones disuelven de repente el gobierno o le aproximan a la institución legítima. (Rosseau,
1754 [1987])
El proceso de socialización se encontraría entonces a mitad de camino entre el individuo aislado
que era y ya no es y la socialización completa (en una sociedad justa) a la cual no ha llegado aún.
El pacto injusto se asienta sobre un concepto no comunitario de propiedad y crea una igualdad
formal ante la ley que deja sin tocar la desigualdad real. El pacto que cambie estas circunstancias
será el Contrato Social, que todavía no se ha realizado, y es propuesto por Rousseau en el texto
homónimo.
El contrato rousseauniano implica la ‘alienación total’ o entrega ilimitada y voluntaria por parte
del individuo, para recibir a cambio la garantía de su vida y de su propiedad. Esta alienación borra
la distinción entre hombre y ciudadano, creando un nuevo sujeto histórico de inspiración clásica:
la voluntad general, que no es sólo la suma de individualidades sino la concreción de una
conciencia social supraindividual mediante el consciente abandono del egoísmo. Se acata la
voluntad general como un acto de libertad ya que es como obedecerse a sí mismo, en tanto
soberano. A diferencia de la libertad ‘negativa’ del pacto injusto en tanto armonía formal y
externa entre los particulares, Rousseau concibe una libertad ‘positiva’ como autonomía u
obediencia a las leyes que el ciudadano se ha dictado a sí mismo.
La ‘voluntad general’ es la única fuente soberana de legislación cuyas decisiones son inapelables
dado que expresan el bien común. La soberanía en Rousseau es absoluta, pero no en manos de un
soberano sino en manos del pueblo. Esta soberanía es indivisible e inalienable. Por ello los
miembros del ejecutivo son meros funcionarios, comisionados encargados de la administración
pública, cargo revocable apenas actúen ineficientemente o pretendan usurpar el poder soberano. El
Parlamento tampoco es soberano, sino tan sólo una comisión sin iniciativa propia que responde a
las decisiones del pueblo en asamblea. El ejercicio de la soberanía se realiza en forma directa. La
finalidad del estado político propuesto por Rousseau entonces es la restauración de la justicia
perdida a través de la historia. Sin embargo, no debe pensarse (como a veces se suele sostener)
que Rousseau propone una suerte de ‘vuelta a la naturaleza’ de la mano del ‘mito del buen
salvaje’, tan propio del s. XVIII. De ningún modo la concreción del estado civil establece tal
regreso, sino antes bien una superación, no solamente del estado natural, sino de la sociedad
misma en la que vive Rousseau.
3. K. MARX: la práctica revolucionaria
K. Marx (1818-1883), lejos del modelo iusnaturalista, pero moderno al fin, discurre en la
búsqueda de la esencia o naturaleza humana, que le sirve para fundamentar una impugnación del
orden establecido, en este caso el mundo capitalista; pero, por otro lado, rompe con otros aspectos
de la tradición de la filosofía moderna europea en tanto ubica esa esencia humana, ya no en el
interior de los individuos, sino ligada ineludiblemente a sus relaciones externas, de modo tal que
tal esencia no resulta una determinación válida para todo tiempo y lugar, es decir abstracta, sino
que debe comprenderse en la historia humana concreta; una historia en la cual la práctica resulta el
elemento fundamental. Lo que define la condición humana para Marx es el trabajo, la objetivación
o exteriorización en la naturaleza de las representaciones que el hombre puede construir en su
mente. Se produce en el hombre un desdoblamiento no sólo intelectualmente como en la
conciencia, donde el hombre es a la vez sujeto y objeto, sino que además hay un desdoblamiento
real en el cual el hombre se contempla a sí mismo en un mundo creado por él. El proceso es
dialéctico: el hombre sale de sí y se exterioriza humanizando la naturaleza a través de sus obras y
a su vez esta transformación vuelve sobre sí y opera una transformación de las condiciones de la
vida humana. Pero este trabajo, el trabajo libre, el verdadero trabajo es el que se realiza al
liberarse de la mera necesidad orgánica. De modo que el trabajo no puede reducirse a la mera
actividad económica, a simple medio de subsistencia, sino que debe permitir que el hombre se
realice como ser genérico. Sin embargo, las condiciones históricas reales no han permitido lograr
las condiciones para que el trabajo se cumpla en sus condiciones esenciales y definitorias y, así, la
historia de la humanidad no ha sido otra cosa que la historia de la lucha de clases entre
explotadores y explotados a través de distintos modos de producción y el trabajo no es más que
trabajo alienado o enajenado. Las formas concretas de la alienación del hombre resultan de los
modos de producción particulares en que va desenvolviéndose la historia. Momentos todos ellos
provisorios y superables pero necesarios. El modo de producción capitalista deberá dejar paso a
una nueva forma de las relaciones de producción, el comunismo, que anula y supera a aquél. En
esa nueva forma de sociedad desaparecen las clases sociales, el hombre supera la alienación y
puede cumplir cabalmente su esencia. Sólo en ese momento comienza la verdadera historia del
hombre, el reino de la libertad, respecto del cual lo anterior debe considerarse como prehistoria.
PARTE 3. LA NATURALEZA HUMANA EN LAS CIENCIAS BIOMEDICAS
No hay que pensar que las ideas que someramente se han desarrollado hasta aquí corresponden tan
sólo a tentaciones filosóficas, políticas o ideológicas o que es un problema de la antigüedad
clásica o de los inicios de la modernidad. Hacia fines del siglo XVIII y principios del XIX, el
pensamiento moderno ya había incorporado y aceptado la igualdad11, pero en esos tiempos
aparece otra forma de legitimar la desigualdad, ahora a partir de la diversidad, y, por lo tanto la
estructura y funcionamiento de las sociedades, aunque proveniente de otros campos del saber: las
ciencias biológicas y biomédicas. Ya no será la filosofía, sino la ciencia la que muestre cómo la
diversidad puede legitimar la desigualdad. En las secciones que siguen abordaremos el problema
de la naturaleza humana pero a partir de teorías científicas, una historia de 200 años que comienza
con algunas mediciones burdas y que continúa en la actualidad con algunas formas diferentes pero
que pueden agruparse como a lo largo de un hilo conductor bajo la categoría de “determinismo
biológico”.
3.1 LA ‘NATURALEZA HUMANA’ EN LA CIENCIA: EL DETERMINISMO BIOLÓGICO
11 No se trata aquí de la igualdad real, logro cuyo proceso aún no termina.
El ‘determinismo biológico’ consiste en afirmar que tanto las normas de conducta compartidas,
pero sobre todo las diferencias sociales y económicas que existen entre los grupos humanos
(básicamente raza, clase y sexo) derivan de ciertas condiciones heredadas o innatas (la naturaleza
biológica humana), y que, en este sentido, la estructura y relaciones sociales no hacen más que
reflejar esas condiciones biológicas.
Hacia fines del siglo XVIII y sobre todo a lo largo del XIX, hay algunos rasgos definitorios que
aparecen con mayor o menor fuerza en todas las formas de determinismo biológico. En primer
lugar, considerar que hay señales en el cuerpo, rastros visibles de lo que los individuos son, aun en
su ser más profundo; la idea de la marca en el cuerpo. Esta idea, que no es nueva y que incluso
puede encontrarse en el mundo griego clásico, aparece ahora atravesada por los ideales de la
ciencia moderna, por lo cual- y este es el segundo de los rasgos definitorios- se considera que esas
señales pueden (y deben) ser no sólo detectadas, sino también medidas: la obsesión por la
medición y la cuantificación de esas marcas. No es de extrañar que con estos criterios surgieran
desde formas bastante burdas como las que miden una característica anatómica visible, pasando
por otras más elaboradas y sutiles, como medir la inteligencia, hasta las últimas versiones del
determinismo genético en las cuales la marca en el cuerpo se encuentra detectable pero oculta en
el genoma. El clima de ideas que dio sentido a esta forma de concebir lo científico es resultado de
largos y complejos procesos que incluyen el éxito más que centenario de la física newtoniana,
elevada a modelo de cientificidad a imitar por las otras ciencias, incluyendo las incipientes
ciencias sociales; el triunfo de los ideales de la Ilustración del siglo XVIII, a lo que se agrega, en
las primeras décadas del siglo XIX, los ideales positivistas que rescatan lo positivo de la
observación y el dato por sobre lo negativo de la especulación, lo real en oposición a lo quimérico,
lo preciso en oposición a lo vago. La gran cantidad de disciplinas y áreas de investigación que
surgen en el siglo XIX llevan estas marcas a fuego. Las ciencias sociales, que se consolidan en el
siglo XIX, no solo mantienen los criterios de cientificidad exóticos de las ciencias naturales, sino
que aparecen colonizadas por éstas incluso en aspectos más sustanciales y conceptuales. Por ello
el determinismo biológico aparece como una clave para entender el desarrollo de buena parte de
las ciencias sociales.
3.2 ALGUNAS FORMAS DE DETERMINISMO BIOLÓGICO
Pueden encontrarse numerosos antecedentes de versiones deterministas que apoyaron de una u
otra manera posiciones racistas y si bien los prejuicios raciales son tan antiguos como la historia,
recién a principios del siglo XIX el racismo comenzó a buscar sustento en la ciencia. Antes de la
aparición de la teoría darwiniana de la evolución en 1859, las justificaciones racistas sobre las
diferencias entre los grupos humanos, en consonancia con la posición creacionista12 dominante,
se dividían básicamente en dos grandes grupos. Los monogenistas, que respetando literalmente el
relato bíblico de la creación de Adán y Eva, sostenían el origen único de la especie humana, y
justificaban las diferencias existentes en que la degeneración que se produjo luego de la caída del
paraíso no fue pareja para todos. El otro grupo, los poligenistas, sostenían que las razas humanas
eran grupos biológicos diferentes que procedían de distinto origen y “como los negros constituían
otra forma de vida, no era necesario que participasen de la ‘igualdad del hombre” (Gould, 1996, p.
23).
La frenología, iniciada por el médico austriaco J. Gall (1758-1828) -que la llamó “organología”-,
intentaba detectar las zonas del cerebro en las que se encontraban localizadas con cierta precisión
las distintas funciones, cuyo desarrollo ocasionaba la hipertrofia de esas zonas con el consiguiente
abultamiento del cráneo que les recubría. De modo tal que una buena lectura de ese mapa
craneano informaba sobre las cualidades morales e intelectuales innatas de los individuos. Gall
estableció casi treinta fuerzas
12 El ‘creacionismo’ sostiene básicamente la creación especial, idea según la cual Dios habría
creado a cada especie por separado y bajo las mismas condiciones que tiene en la actualidad, de
modo tal que no admiten ni la evolución ni el cambio.
primitivas que se podían medir examinando el cerebro, entre las que se encontraban las
correspondientes a la reproducción, el amor, la progenie, la amistad, el odio, el instinto de matar o
robar, aunque sus afanes estaban puestos en localizar la memoria, núcleo del funcionamiento
cerebral. Se basaba en cuatro principios: 1) las facultades intelectuales y morales eran innatas; 2)
su ejercicio dependía de la morfología cerebral; 3) que el cerebro actuaba como el órgano de todas
las facultades intelectuales y morales; 4) que estaba compuesto por muchas partes, como órganos
particulares para ocuparse de todas las funciones naturales de los hombres. Un discípulo suyo, J.
K. Spurzheim (1776-1832), que inventó el término “frenología” con que hoy se denomina esta
teoría en los libros de historia, también diseñó las prácticas médicas asociadas consistentes en
diagnosticar pautas de comportamiento de un individuo palpando y analizando las protuberancias
del cráneo13.
El internacionalmente famoso médico estadounidense Samuel G. Morton (1785-1851) inauguró la
craneometría con la intención de probar su hipótesis: “puede establecerse objetivamente una
jerarquía entre las razas basándose en las características físicas del cerebro, sobre todo en su
tamaño” (Citado en Gould, 1996, p. 36).
Dedicó más de treinta años a coleccionar más de mil cráneos de distinto origen y a medir su
volumen. Los resultados no hacían más que ‘demostrar’ lo que se esperaba de ellos, es decir que
la raza blanca era superior a la negra y a la de los indios norteamericanos. Las conclusiones de
Morton respecto de la superioridad de la raza blanca por sobre las otras pueden ser objetadas
porque adolecen de defectos técnicos, porque existe una gran cantidad de contraejemplos, pero,
fundamentalmente, porque se basan en el falso presupuesto de que la medida del volumen
craneano indica superioridad o mayor inteligencia (cf. Gould, 1996).
Quizá el nombre más ilustre, asociado a la craneometría sea el del médico francés Paul Broca
(1824-1880), quien adhiere a la tesis general:
En general, el cerebro es más grande en los adultos que en los ancianos, en los hombres que en las
mujeres, en los hombres eminentes que en los de talento mediocre, en las razas superiores que en
las razas inferiores (...) A igualdad de condiciones, existe una relación significativa entre el
desarrollo de la inteligencia y el volumen del cerebro. (citado en Gould, 1996)
Los trabajos de Broca y de otros craneómetras contribuyeron a diversificar las medidas y
relaciones cuantitativas consideradas relevantes. Por ejemplo: pesar los cerebros en lugar de medir
su volumen; obtención del índice craneano según la relación existente entre el largo del cráneo y
el ancho, dando lugar a individuos dolicocéfalos –con cráneo alargado- y braquicéfalos- cuyo
cráneo no presentaba mayor diferencia entre largo y ancho-. Éstos últimos eran considerados
inferiores. La abrumadora cantidad de braquicéfalos que eran personas exitosas hizo que
rápidamente se abandonara esta línea; la proporción entre la parte anterior y posterior del cerebro,
bajo el supuesto de que las facultades superiores de la inteligencia radican en el lóbulo frontal.
Este tipo de mediciones está en la misma línea que las del ángulo facial; otra línea de trabajo
consistía en comparar los cerebros femeninos con los masculinos, con el previsible resultado de
una diferencia en volumen y peso a favor de los hombres. Si bien estos autores eran conscientes
de que la diferencia podía explicarse perfectamente por la proporción con el volumen del cuerpo
en general, tendían a desechar tal explicación.
13 La frenología constituye el inicio de lo que puede denominarse programa localizacionista en el
estudio del cerebro que hoy se apoya en los desarrollos tecnológicos de la microscopía electrónica
y de los trazadores y marcadores neuronales. En el siglo XIX creció notablemente con otras
investigaciones: L. Rolando (1773-1831) abordó el estudio de las circunvoluciones corticales, que
sus antecesores habían abandonado. Creyó conveniente evitar conjeturas acerca de las relaciones
entre el alma y las partes orgánicas que parecían ser sus instrumentos operativos. P. Broca (1824-
1880) demostró que el hablar depende de un área cortical frontal del hemisferio izquierdo y K,
Wernicke (1848-1905) que la lesión de áreas temporales izquierdas, altera la comprensión de la
palabra. J. Hitzig (1838-1908) ensayó las primeras estimulaciones eléctricas de la corteza cerebral
de los perros y describió las respectivas respuestas en el lado opuesto del cuerpo.
Una de las formas peculiares que adoptó la obsesión por la medición constituye lo que se llamó
‘ángulo facial’, medida basada en la forma de la cabeza y que corresponde a la pendiente de la
frente colocando el cráneo de perfil. El término y el concepto son muy antiguos, y parece14 haber
sido introducido por un anatomista e historiador del arte holandés –P. Camper- quien señalaba que
los escultores griegos habían incorporado a sus estatuas la idea de que las variaciones de la forma
y estructura del cráneo eran prueba de la inteligencia. Señalaba que “la idea de estupidez es
asociada, incluso con el alargamiento del morro (...)”. Y ya con criterios cuantitativos:
“Los dos extremos (...) de la línea facial humana son los 70 y los 100 grados, que, corresponden al
negro y al antiguo griego respectivamente. Por debajo de 70 están los orangutanes y los monos,
más bajo todavía, la cabeza del perro” (Citado en Chorover, 1985, p. 53)
Durante el siglo XIX el concepto de evolución dominó el pensamiento humano y la teoría
darwiniana de la evolución proporcionó una herramienta teórica formidable para avalar tales
criterios. Entre las muchas derivaciones de la misma aparece la reinstalación por parte del zoólogo
alemán E. Haeckel de una vieja idea predarwiniana: la ontogenia recapitula la filogenia. Es decir
que los individuos a lo largo de su desarrollo (ontogenia) atraviesan una serie de estadios que
corresponden, en el orden correcto, a las diferentes formas adultas de sus antepasados. En suma,
cada individuo recorre en forma acelerada la escala de su propio árbol de familia (filogenia) hasta
sus antepasados más remotos15, que, teoría de la evolución mediante, se remonta a otras especies
que se hunden en el tiempo profundo de la vida en el planeta:
“La recapitulación proporcionó un criterio irresistible a todos aquellos científicos interesados en
establecer diferencias jerárquicas entre los grupos humanos. Así, los adultos pertenecientes a
grupos inferiores deben ser como los niños de los grupos superiores, porque el niño representa un
antepasado primitivo adulto. Si los negros y las mujeres adultos son como los niños varones
blancos, entonces vienen a ser los representantes vivos de un estadio primitivo de la evolución de
los varones blancos. Esto supuso el descubrimiento de una nueva teoría anatómica – que tomaba
en cuenta todo el cuerpo y no sólo la cabeza- para la clasificación jerárquica de las razas. La
recapitulación se utilizó como teoría general del determinismo biológico. Todos los grupos –razas,
sexos y clases- ‘inferiores’ fueron comparados con los niños varones blancos” (Gould, 1996, p.
109).
Una de las formas específicas que adopta la idea de la recapitulación es la antropología criminal
desarrollada por el médico y criminalista italiano Cesare Lombroso (1835-1909), quien elaboró su
teoría del criminal nato, no sólo como una vaga afirmación del carácter hereditario del crimen-
opinión bastante generalizada en la época por otra parte-, sino como una verdadera teoría
evolucionista según la cual los criminales son tipos atávicos que perduran en los seres humanos.
Los atavismos son rasgos aletargados procedentes de un pasado ancestral. En algunos individuos
desafortunados, aquel pasado vuelve a la vida y se ven impulsados por su constitución innata a
comportarse como lo harían un mono o un salvaje normales, pero en nuestra sociedad su conducta
se considera criminal. Su atavismo es tanto físico como mental, pero los signos físicos, o estigmas
como los llamaba Lombroso son decisivos, de modo que se puede identificar a los criminales
natos porque su carácter simiesco que se traduce en determinados signos anatómicos. La conducta
criminal también puede aparecer en hombres normales, pero se reconoce al ‘criminal nato’ por su
anatomía.
14 Cf. Chorover, 1985.
15 Esta idea gozaba de una gran difusión. Una versión particular de la misma aparece por ejemplo
en la explicación que ofrece S. Freud del origen del complejo de Edipo en algún episodio del
pasado de la especie.
Lombroso estableció una verdadera tipología de los delincuentes a partir de mediciones de las
distintas partes de los cuerpos, como por ejemplo el largo de los brazos y también de la capacidad
craneana; de rasgos como la asimetría facial, o características del rostro, mayor espesor del
cráneo, simplicidad de las suturas craneanas, mandíbulas grandes, precocidad de las arrugas,
frente baja y estrecha, orejas grandes, ausencia de calvicie, piel más oscura, mayor agudeza visual,
menor sensibilidad ante el dolor, y ausencia de reacción vascular (incapacidad de ruborizarse). Si
bien Lombroso no atribuía todos los delitos a los criminales natos sostenía que éstos cometían
alrededor del cuarenta por ciento de los mismos. Estas teorías, lejos de haber constituido tan sólo
un debate académico, han tenido una enorme influencia en la criminología y en la literatura
jurídica16. De hecho el mismo Lombroso actuó como perito en varios juicios.
3.3 LA BIOPOLITICA EN ACCION. EL CASO DEL MOVIMIENTO EUGENÉSICO
El concepto mismo de biopolítica goza no sólo de una historia larga, sino también de cierta
amplitud y vaguedad. Puede referirse tanto a las concepciones del Estado, la sociedad y la política
en términos, conceptos y teorías biológicas y por ende el conflicto social en términos patológicos,
como así también al modo en que el Estado, mediante las políticas, organiza y administra la vida
social de los individuos a través de la organización y administración de la vida biológica17. El
movimiento eugenésico de la primera mitad del siglo XX resulta el caso paradigmático por
excelencia, en los dos sentidos principales de la biopolítica. Todas las condiciones científicas,
políticas ideológicas y tecnológicas que se pueden encontrar desperdigadas en distintas
manifestaciones de la biopolítica, aparecen en el movimiento eugenésico, nítidamente conjugadas
y exacerbadas.
El movimiento eugenésico
Es muy antigua la idea de que algunas características que diferencian a los humanos entre sí son
hereditarias, de modo tal que la intervención humana estimulando la reproducción de ciertos
individuos e inhibiendo la de otros, podría contribuir a la mejora de la población. De hecho este
procedimiento llevado a cabo entre las especies de animales domésticos es una práctica común
desde la antigüedad. Pero el fundamento científico para tales afirmaciones aparece recién en el
siglo XIX con la eugenesia, en el marco de un decidido y abrumador desarrollo de las ciencias
naturales que hace que las ciencias sociales las tomen como modelo de cientificidad, lo que
provoca una inusitada redistribución de las relaciones entre saber y poder en la historia de la
humanidad. De la mano del fortísimo aval de la biología evolucionista darwiniana problemas tales
como el origen de la inteligencia y su relación con la ubicación social adquieren una nueva
dimensión. En este marco nace la eugenesia, ideada por Sir Francis Galton (1822-1911), quien
introduce este término derivado del vocablo griego utilizado para designar a los individuos “bien
nacidos, de noble origen y de buena raza”. La definió como la ciencia que trata de todas las
influencias que mejoran las cualidades innatas, o materia prima, de una raza y aquellas que la
pueden desarrollar hasta alcanzar la máxima superioridad18.
16 Es interesante el debate que reconstruye Gould (cf. Gould, 1996) acerca de las penas, basado
en las ideas de Lombroso, que, si bien por un lado estigmatizan ideológicamente a los supuestos
delincuentes, por otro lado, dan argumento para suavizar las penas, sobre la base del carácter
natural del instinto criminal.
17 Agamben (2002, 2004), Esposito (1998, 2002, 2002a), Hardt, M. y Negri, A. (2000), Hottois,
G. (1999), Latour, B. (1999), Achard, P. et al (1977), buena parte de la obra de M. Foucault (sobre
todo 2004 y 2004a).
18 Galton estaba interesado por el problema de la inteligencia y, se había propuesto demostrar su
sobre todo su carácter hereditario, para lo cual escribió Hereditary Genius, its laws and
consequences (de 1869). Para obtener sus datos utilizaba el método biográfico y el método de la
historia familiar. Su propósito era mostrar por un lado que el comportamiento considerado
socialmente como valioso
La eugenesia, consistió, básicamente, en favorecer la reproducción de determinados individuos o
grupos humanos considerados mejores e inhibir la reproducción de otros grupos o individuos
considerados inferiores o indeseables, con el objetivo de ‘mejorar la raza’ o ‘mejorar la
especie’19. Sus postulados básicos son:

hereditariamente y sólo en una muy pequeña medida dependen del medio;

evolución de las especies según la teoría darwiniana.

tienden a impedir la influencia selectiva de la muerte de los menos aptos lo cual estaría
provocando la degeneración de la especie humana;

El segundo postulado conlleva una extrapolación sumamente sesgada de la teoría darwiniana de la


evolución por tres motivos: la aplicación de la misma a cuestiones sociales; considerar que los
cambios evolutivos puedan tener lugar en el lapso de pocas generaciones y principalmente por la
utilización algo indiscriminada e ideológica de la noción de “progreso” que la teoría darwiniana
había conseguido expulsar del mundo natural. El proceso de difusión del darwinismo es muy
complejo. Si bien es cierto que por un lado, la teoría darwiniana de la evolución, en términos
estrictamente conceptuales elimina los aspectos teleológicos y, por tanto la idea de progreso del
mundo de lo viviente, por otro lado la enorme expansión y la dispar recepción del evolucionismo
en toda la cultura y en otras ramas de la ciencia, así como su irrupción en un contexto en el cual
eran moneda corriente las ideas evolucionistas (incluidas las filosofías evolucionistas de H.
Spencer y otros) con un claro tinte progresivo, dieron como resultado un evolucionismo bastante
ecléctico y poco riguroso y, en ocasiones, alejado de la teoría biológica. La idea de evolución,
aplicada a la dinámica social tendría las siguientes características: a) identificación de las etapas o
periodos que se postulan a priori como indicadores de esa misma evolución; b) el cambio obedece
a leyes naturales y, en ese sentido es inmanente; c) el cambio es direccional y se da en una
secuencia determinada, aunque, obviamente, ninguno de los autores evolucionistas establece
plazos para esos cambios; por esto mismo, d) el cambio es continuo (véase Nisbet, 1976). La
teoría de la evolución biológica no cumpliría con la primera característica - salvo en una mirada
retrospectiva, en el trabajo del paleontólogo, digamos- ni con la tercera y de allí una notoria
diferencia con la evolución en lo social.
El cuarto, por su parte, constituye el llamamiento de los eugenistas a promover políticas e
instituciones públicas que detengan y reviertan el deterioro que, dicen, estaría afectando a la
especie. La eugenesia, en este sentido ha promovido un complejo conjunto de tecnologías sociales
y políticas públicas.
La eugenesia constituyó un verdadero clima de ideas en el cual casi todos coincidían, lo cual se
traduce en una gran heterogeneidad ideológica, además de profesional: no sólo incluía científicos,
sino también políticos, escritores y educadores que a su vez podían ser fascistas y filonazis, pero
también socialistas, anarquistas, liberales o conservadores.
La historia de la eugenesia es relativamente larga, pero puede decirse que hay un primer momento
preparatorio, de desarrollo conceptual y de creciente consenso científico/médico, político e
ideológico que va desde las primeras formulaciones de Galton
depende causalmente de una aptitud concreta, la inteligencia y, por otro lado que dicha aptitud no
puede ser modificada por el ambiente.
19 En los últimos veinte años ha aparecido una buena cantidad de estudios que ha contribuido a
entender mejor el alcance y profundidad de la eugenesia Véase, entre otros: Álvarez Peláez (1985,
1988, 1999); García González y Álvarez Peláez (1999, 2007); Chorover (1979); Kevles (1995);
Stepan (1991); Romeo Casabona (edit.) (1999); Glick, Th; Puig-Samper, M. y Ruiz, R. (edit)
(2001); Palma (2005); Suárez y López Guazo (2005); ISEGORÍA Nº 27 (2002); Miranda y
Vallejo (2005 y 2008).
en la década del ’60 del siglo XIX hasta los primeros años del siglo XX. Un segundo periodo, que
llamaré Eugenesia Clásica (en adelante EC), comienza en 1911, año en que se funda en Londres la
primera sociedad eugenésica cuyo primer presidente fue uno de los hijos de Darwin –Leonard- y
que en 1912 organizó el primer Congreso Eugénico Internacional y termina alrededor de la
Segunda Guerra Mundial. Se trata del periodo de apogeo en el cual prácticamente todos los países
occidentales formaron instituciones eugenésicas que realizaron una enorme cantidad de reuniones
científicas en todo el mundo. Todas las publicaciones biológicas y médicas especializadas
recogían propuestas, textos, estudios y referencias a los progresos en la materia. Luego de la
Segunda Guerra Mundial20 el movimiento eugenésico se fue debilitando, en buena medida como
resultado de las atrocidades cometidas por el nazismo, y fue derivando en propuestas más
restringidas a cuestiones médico/sanitarias (sobre todo profilaxis del embarazo y cuidados del
bebé y del niño pequeño, condiciones higiénicas de la vivienda, etc.). En este momento de mayor
esplendor el movimiento eugenésico fue un extendido y complejo programa interdisciplinario en
el cual estuvieron comprometidos importantes sectores de la comunidad científica internacional
(contuvo puntos de vista provenientes de la biología, sociología, medicina, tecnologías educativas,
demografía, psiquiatría, ciencias jurídicas, criminología y otras) cuyo objetivo - el
mejoramiento/progreso de la raza o la especie- debería llevarse adelante mediante una selección
artificial –que suplantara o ayudara a la selección natural- a través de políticas públicas destinadas
a la promoción de la reproducción de determinados individuos o grupos humanos considerados
mejores y la inhibición de la reproducción de otros grupos o individuos considerados inferiores o
indeseables.
Finalmente, se habla de la reedición de la eugenesia a partir de los años ’70 a partir del desarrollo
de las técnicas de diagnóstico genético. Llamaré a este periodo Eugenesia Actual (en adelante
EA).
Dada la índole de este trabajo no podré extenderme en detalles o en particularidades; en cambio
haré algunos señalamientos genéricos sobre la EC y, en la última sección, una comparación con la
llamada EA, para mostrar las diferencias, pero sobre todo para mostrar la línea de continuidad que
hace del movimiento eugenésico el caso paradigmático de la biopolítica.
Reproducción y población bajo control. Tecnologías eugenésicas
El movimiento eugenésico reclamó constantemente la implementación de una batería de
tecnologías sociales y biomédicas tendientes a intervenir en la reproducción, sea de manera directa
o indirecta. La concreción en políticas fue variable en intensidad según países, momentos y
tecnologías, pero todas formaron parte de la agenda de los países occidentales en la época de la
EC.
La práctica más extendida fue la exigencia del certificado médico prenupcial (CMP), adoptado,
poco a poco, por prácticamente todos los países de Europa y América entre 1910 y 1940. En la
mayoría de ellos el CMP fue obligatorio, con excepciones como Inglaterra, Italia y Holanda en
que era optativo. La presencia de ciertas enfermedades era causal para impedir el matrimonio.
Otra de las banderas de la eugenesia era el control de la natalidad o, mejor dicho, un control
diferencial de la concepción (CDC) ya que no estaba dirigido meramente a mantener un control
estadístico en la tasa de natalidad, sino a impedir o reducir la reproducción de determinados
grupos. Se promovía la implementación de mecanismos anticonceptivos, bastante poco
desarrollados por cierto en esa época, pero fundamentalmente la prédica estaba dirigida a
generalizar la educación sexual, entendida siempre como educación para la reproducción
saludable. En la conciencia de que el CMP y
20 Kevles (1986) llama “reformista” al tipo de eugenesia que surge, ya en la década del ’20, como
resultado de los excesos (esterilizaciones, el racismo exacerbado de muchos de sus defensores), y
que se afianza luego de la experiencia de la guerra. Miranda (2003), aunque refiriéndose al caso
argentino, acuña dos conceptos que caracterizan dos etapas según el modo en que se manifestaba
la esencia imperativa o autoritaria de la eugenesia: “de coercitividad explícita” y “de coercitividad
disimulada.” Véase también Soutullo (1999).
el CDC no resolvían el problema en su totalidad y sólo podían estar dirigidos a ciertos sectores de
la población que tuvieran instrucción y plena conciencia de los valores eugenésicos, los eugenistas
levantaron también la bandera, más drástica, de la esterilización de ciertos individuos o grupos
como los débiles mentales o los criminales. Se trató de una práctica bastante extendida en algunos
países, aunque con diversa intensidad, e incluso no siempre en aquellos países en que fue
legislado se ha llevado a la práctica de manera sistemática. Otra medida extrema propuesta fue el
aborto eugenésico, aunque su implementación efectiva fue más limitada. Debe señalarse que los
eugenistas no defendían la posibilidad de que el aborto fuera una prerrogativa o decisión
individual y voluntaria de la madre, y lejos de abogar por la despenalización censuraban
fuertemente el aborto voluntario. Por el contrario, se apuntaba a lograr su reglamentarización más
efectiva y fuerte, para evitar que abortaran los individuos capaces de dar “mejor descendencia”.
Con respecto a estas tecnologías debe remarcarse que el esfuerzo editorial, académico, político,
legislativo, jurídico e institucional, parece desproporcionado con relación a la escasísima o nula
capacidad instrumental y concreta de las medidas precedentes para cumplir con los objetivos
explícitos de la eugenesia y queda claro el éxito político-ideológico sobre la base de un fracaso
tecnológico-científico.
En el marco de los procesos migratorios de los siglos XIX y XX, una práctica eugenésica muy
extendida fue la de controlar y/o restringir la inmigración de determinados grupos humanos. Esas
restricciones se han implementado en forma diferenciada en los países receptores de población
(sobre todo países americanos, algunos africanos, Australia y la Europa balcánica), pero todos
ellos han seguido un patrón similar en el que pueden vislumbrarse dos momentos. En el primero,
que se extendió durante la primera mitad del siglo XIX y en algunos países como la Argentina y
EE.UU. bastante más, se desarrollan políticas para promover la inmigración casi sin restricciones.
En un segundo momento se comienza a limitarla, y los eugenistas comienzan a abogar por
establecer prohibiciones o cupos de entrada para determinadas razas o para determinados grupos
de individuos como por ejemplo delincuentes, enfermos o anarquistas.
Otra de las tecnologías sociales que aparece con mucha fuerza y como reclamo constante por parte
de los eugenistas, se refiere al control y tipificación de los alumnos —y la población en general—
a través de las llamadas “fichas eugénicas” o, en general “fichas biotipológicas”, que iban desde
las modestas fichas escolares21 que todos conocimos finalmente, hasta otras complejísimas e
interminables que no llegaron a utilizarse. Algunos llegaron a proponer incluso que las fichas
conformaran una suerte de legajo que comenzaba a llenarse desde el embarazo de la madre y que
acompañara al individuo durante la escuela, el trabajo y todas las instancias de la vida. Al morir el
individuo había que devolver la ficha completada trabajosamente a través de los años. Quizá en
esta como en ninguna otra propuesta, la literatura eugenésica expresa paroxísticamente su
vocación de control, institucionalización y seguimiento de los individuos. En los Anales de la
Asociación Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social, el Dr. Arturo Rossi propone
una Ficha Biotipológica Ortogenética Escolar, según señala a pedido de colegas médicos y de un
modo especial de pedagogos, y que recababa información sobre ¡298! cuestiones a las que se
agregaban para el caso de los anormales psíquicos otras 60, con el objetivo de implantar:
“(...) una más racional y científica clasificación y graduación de los alumnos, base esencial de la
novísima pedagogía, y toda vez que la escuela extienda su acción a la verdadera profilaxis
individual de los educandos haciendo eugenesia y dando sus nuevas normas a la Medicina
Social.” (Rossi, 1936, p. 3)
21 En la Argentina las fichas escolares eran de uso corriente desde principios de siglo, cuando
José María Ramos Mejía era Presidente de Consejo Nacional de Educación, y combinaban
preguntas por datos antropométricos, conductuales, psicológicos y “morales”. Formaban parte de
la infinidad de intentos por clasificar, ordenar y jerarquizar a las personas en un discurso escolar
medicalizado.
La mentalidad eugenésica
Algunos elementos del contexto general, en el cual el movimiento eugenésico cobra fuerza y se
transforma en pensamiento hegemónico, contribuirán a comprender la compleja trama biopolítica.
Jerarquización diferencial de los grupos humanos: en la literatura eugenésica (y en toda la
literatura médica, sociológica y antropológica) había consenso en que la raza blanca era superior y
la amarilla y la negra eran inferiores. De todos modos, en una taxonomía que causaría envidia a la
mismísima enciclopedia china de Borges, la categoría de inferior/degenerado/enfermo, alcanzaba
a otros subgrupos “raciales” y a grupos de distinta conformación como hindúes, gitanos, judíos
rusos, tuberculosos, epilépticos, sifilíticos, alcohólicos, ácratas o anarquistas, maximalistas o
bolcheviques, prostitutas, delincuentes comunes, inválidos, locos. Sobre el concepto de raza vale
la pena hacer dos señalamientos. En primer lugar la vaguedad con que se lo definía incluyendo
factores biológicos, geográficos, climáticos, históricos y culturales, solos o en diferentes
combinaciones, a veces confundiendo raza con nacionalidad, o equiparando raza con población.
En segundo lugar, había una diferencia marcada entre los eugenistas de países como Alemania,
Italia o España que expulsaban población, que evocaban la superioridad de la raza pura,
generalmente haciendo alusión a un pasado mítico y glorioso que instaban a recuperar, con los
eugenistas de países receptores de población. Entre estos, a su vez, en aquellos países que habían
exterminado su población nativa (como Argentina o EEUU) prevalecía la discusión acerca de la
mejor mezcla importada22, mientras que en países como México o Bolivia, con un alto porcentaje
de descendientes de los pueblos originarios, la discusión giraba entre la recuperación de, otra vez,
un pasado autóctono glorioso y el lamento y el escepticismo por la mala composición racial.
Dialéctica pesimismo/optimismo: la estrategia eugenésica se basa en alertar sobre la decadencia23
de la sociedad occidental (o de la especie), un discurso bastante corriente hacia fines del siglo XIX
y sobre todo después de la primera guerra mundial. Sin embargo, la contracara de ese diagnóstico
es la gran confianza y optimismo en que la ciencia y la tecnología vendrían a solucionar los
principales problemas de la humanidad, en el contexto de una fuerte naturalización de la vida
social y una transferencia de poder al especialista médico.
Medicalización: la colonización del discurso social por parte de conceptos, modelos y metáforas
provenientes de las ciencias biológicas y sobre todo de la medicina, con lo cual se opera una
biologización y una medicalización tanto de los problemas como de las soluciones. El médico, no
sólo se asume como un técnico que desarrolla su labor específica de curar, sino también como
factor esencial de civilización y progreso, sobredimensionando su injerencia en la política y
transformándose en un militante, mucho más en aquellos países como la Argentina, donde muchos
médicos han tenido actuación directa en importantes cargos en el Estado. Este proceso de
medicalización reúne dos aspectos diversos y complementarios: la extensión casi ilimitada, pero
siempre difusa, de los ámbitos de incumbencia de la medicina y los médicos a través de considerar
como categorías de análisis básico lo normal y lo patológico24; y, además, la demandada y
muchas veces efectiva injerencia del Estado a través de instituciones y políticas diversas. Esos
médicos ya no sólo curan enfermos sino al organismo social y extienden su campo de acción hacia
esferas nuevas, e interpelan al Estado y le reclaman acciones tanto preventivas como de control y
represión, conforme a los diagnósticos que ellos mismos en tanto especialistas elaboran.
Probablemente, un contexto en el cual se suman los problemas reales de la salud, sobre todo en las
ciudades hacinadas, sin sistemas sanitarios o con sistemas deficientes, en las cuales el
alcoholismo, la tuberculosis y la sífilis (los “venenos raciales”) hacían estragos,
22 La expresión “crisol de razas”, tan corriente en alguna época en la Argentina, va en este
sentido.
23 Sobre la idea de decadencia en la historia occidental, véase Herman (1997).
24 Para un análisis de la historia de las categorías “normal/patológico”, véase Canguilhem (1966).
explique buena parte de la aceptación que el movimiento eugenésico tuvo entre los intelectuales y
políticos de todas las extracciones ideológicas.
Ética eugenésica: independientemente de la crítica que hoy puede suscitar, el movimiento
eugenésico también generó una ética que lo fundamentara y justificara: se trataba de una ética
utilitarista (una ética de las consecuencias y que busca la mayor felicidad para el mayor número
posible), naturalista (pretende derivar el deber ser del orden de la naturaleza), y sobre todo de
defensa del bienestar del colectivo como valor supremo, por sobre los derechos de los individuos.
Dada la índole y extensión de este trabajo me referiré sólo al último aspecto.
La ética eugenista defiende una axiología en la que prevalece la salvaguarda del colectivo por
sobre los individuos, la sociedad por sobre sus integrantes. El colectivo superior que es bueno
cuidar y preservar puede variar desde su expresión ecuménica máxima (la especie humana) hasta
grupos como las razas (las superiores en desmedro de las inferiores), los sanos (en oposición a los
enfermos que, según ya se dijo, incluían alcohólicos, sifilíticos, tuberculosos, prostitutas,
anarquistas, delincuentes “natos” en general y otros). Esta posición, que se concreta según
distintos modos y niveles de aplicación -medidas sanitarias específicas, nuevas fuentes de
legitimación de las penas criminales orientadas no sólo a la responsabilidad del individuo
criminal, sino a la defensa de la sociedad, restricciones a la inmigración considerada indeseable,
pasando por la eliminación o reclusión de los locos, criminales y enfermos-, se expresa como un
reclamo constante para que el Estado tome medidas para la defensa social, y el orden público
como objetivos principales. La sociedad como cuerpo debía defenderse de distintos tipos de
flagelos y amenazas en todos los ámbitos: “la defensa higiénica, la defensa industrial, comercial y
económica; la defensa ética, política y jurídica” (Stach, 1916).
La suprema ley que es la salud del pueblo, se antepone a todas las conveniencias particulares, y en
nombre de aquella, debe el legislador apoyar toda su autoridad para darles vías de sanción, sin
reparar en las consideraciones de los teorizantes de una pretendida libertad, que fragua
sigilosamente muchas cadenas. (Farré, 1919, p. 94)
(...) todo sentimentalismo y respeto por la personalidad humana, es un hecho que casi ha pasado a
la historia. En efecto, hoy sólo se acepta como principio incontrovertible, que el interés general
debe primar siempre sobre el interés individual. (Stucchi, 1919, p. 375)
(...) la eugenética, (...) encara el problema de la selección humana desde un punto de vista
eminentemente racional y científico. (...) la civilización con su sentimentalismo era hasta ayer la
barrera infranqueable antepuesta al eugenismo, sin pensar, como dice Richet, que en la vida
salvaje la selección es el resultado fatal de la lucha de todos los seres, lucha en donde triunfa
siempre la ley del más fuerte. (Stucchi, 1919, p. 369)
También en las propuestas por instaurar la educación sexual a partir de una nueva ética sexual,
aparecen estos valores y se manifiestan claramente los fundamentos de la administración y gestión
de la sexualidad. No hay referencia alguna a la cuestión del placer sexual, como no sea para
considerarlo como una suerte de residuo (secundario pero insalvable por ser un instinto) del
objetivo “natural” que es la reproducción que es lo que hay que regular, racionalizar y someter al
control científico. La pelea por introducir la educación sexual ya desde los primeros años de la
escuela ha sido muy dura y extendida y a pesar de defender que el objetivo primordial de la
actividad sexual es la reproducción ha contado, en general, con la oposición de los sectores
religiosos con argumentos parecidos a los actuales (la educación sexual es responsabilidad de los
padres o la familia, la necesidad de promover abstinencia sexual, etc.).
El prestigioso psiquiatra suizo Auguste Forel sostiene que la ley moral es completamente
accesible a las investigaciones de la “ciencia mental”, que “el sentido del deber es una inclinación
innata y hereditaria” (Forel, 1912, p. 658) y que el deseo sexual no
es ni moral ni inmoral, sino simplemente un instinto adaptado a la reproducción y deduce un
“imperativo categórico sexual”, que se encuentra bastante lejos de la ética de principios kantiana:
Tú debes prestar atención a tu deseo sexual en sus manifestaciones en tu conciencia y
principalmente en tus actos sexuales, no debes perjudicarte a ti mismo ni a otro ni, sobre todo, a la
raza humana, sino que debes empeñarte con energía para aumentar el bienestar de cada uno y de
todos. (Forel, 1912, p. 662)
En esta línea, sostiene que los deseos sexuales serán positivos si, en orden de jerarquía creciente,
benefician a los individuos, a la sociedad y a la raza; y negativos si perjudican a algunos de ellos o
a todos y éticamente indiferente si no produce ni perjuicio ni beneficio.
La escasa oposición ética a la eugenesia se basaba en argumentos prudenciales y
consecuencialistas. En efecto, los llamados de atención, sobre todo a no interferir en los
embarazos, mediante el aborto eugenésico por ejemplo, se apoyaban en la ignorancia con relación
a las leyes de la herencia y el argumento principal era que nadie sabía de qué padres –incluso,
quizá, de qué padres deficientes- nacerá un genio. En general se utilizaban ejemplos de dudosa
credibilidad sobre personas eminentes que provendrían de padres deficientes y, sobre todo de
hombres de reconocido genio que han sufrido de enfermedades penosas.
Eugenesia clásica y eugenesia “liberal” actual
En los últimos años aparece un fenómeno que algunos asimilan a la eugenesia y que he
denominado más arriba EA -eugenesia liberal actual la llama Habermas (2001)- a partir del
creciente desarrollo de tecnologías asociadas a la reproducción humana. De todas las tecnologías
disponibles, la que más suele asociarse con la eugenesia es el diagnóstico preimplantatorio25
(DPI) (Véase Soutullo, 1999; Tejada, 1999; Testart, J. y Godin, Ch., 2001), porque despierta las
más grandes fantasías, sobre todo la relacionada con concebir un hijo a la medida, es decir
“programado”. Consiste en tomar una pequeña muestra de embriones obtenidos por fecundación
in vitro, y analizarla mediante técnicas muy especializadas de citogenética y biología molecular
para conocer las condiciones cromosómicas y ciertas características genéticas. Se pueden detectar
anomalías cromosómicas numéricas, como por ejemplo la presencia de 3 cromosomas 21,
responsable del síndrome de Down; estudiar anomalías cromosómicas estructurales, sobre todo
translocaciones e incluso pueden identificarse los cromosomas sexuales X e Y y así determinar el
sexo de los embriones lo cual tiene importancia respecto de enfermedades ligadas al sexo;
también es posible, amplificando secuencias específicas del ADN, detectar enfermedades graves
de origen genético de las cuales ya se conocen varios miles, como por ejemplo: fibrosis quística,
distrofia miotónica, enfermedad de Tay-Sachs, beta-talasemia, anemia falciforme, enfermedad de
Huntington. Los análisis permiten implantar en el útero, en pocas horas, aquellos embriones que
no portan el gen defectuoso, y luego congelar o eliminar el resto. Queda claro que las técnicas del
DPI ofrecen, por un lado, la posibilidad cierta de detectar y, a través de la selección embrionaria,
eliminar enfermedades graves –lo que algunos llaman eugenesia negativa-, pero, por otro lado
también permiten pensar que se trataría de la antesala de una nueva eugenesia positiva o selectiva.
Sin embargo, la EC, más allá de las diferencias en el grado de implementación entre
25 En la actualidad también están otros diagnósticos que permiten, en alguna medida, intervenir
en la descendencia como los diagnósticos posteriores al nacimiento que se hacen en el nivel
cromosómico o bien en el nivel de los genes para detectar enfermedades hereditarias. También se
pueden hacer diagnósticos prenatales, al comienzo del embarazo y que permiten detectar
malformaciones congénitas (sobre todo a través de ecografías), anomalías cromosómicas como
por ejemplo el síndrome de Down y desórdenes genéticos estudiando muestras fetales.
los países y las épocas, se caracterizó por realizarse a través del desarrollo de políticas públicas,
por ser el resultado de acciones ejercidas de manera coactiva y por responder pautas de selección
de grupos definidos (con el objetivo expreso de incidir evolutivamente). En cambio, la EA se
caracteriza por la privacidad, la voluntariedad y la no discriminación. En efecto, la EA es, en
principio un producto de decisiones privadas, individuales o familiares, sobre tratamientos
terapéuticos, aunque esa decisión puede tener, sin ninguna duda, profundas implicancias para la
vida futura del afectado porque se realizan con la finalidad de influir sobre la transmisión de
características genéticas a la descendencia; son acciones libres y voluntarias de los potenciales
padres afectados, sin depender de ningún poder del Estado; es no discriminatoria de grupos o
sectores de la población, es decir, son prácticas que no están dirigidas a seleccionar grupos de
población específicos, y, por lo tanto, no tiene como objetivo explícito incidir evolutivamente,
sino que sólo pretende tener alcances individuales. Puede objetarse a este argumento que las
decisiones que parecen ser tomadas libre y voluntariamente, en realidad estén fuertemente
condicionadas por las circunstancias, y que los modelos impuestos culturalmente –seguramente
conectados a la posibilidad, real o imaginaria, de obtener ventajas para el éxito social futuro-
ejerzan una gran presión sobre la elección de los rasgos deseados por parte de los futuros padres.
Incluso la desigualdad en las posibilidades económicas de acceso a terapias génicas y
manipulaciones sobre la descendencia así como la información sobre la portación de una dotación
genética proclive a adquirir o desarrollar ciertas patologías, pueden desembocar en la
discriminación de ciertos grupos, a partir de, por ejemplo la exclusión o limitación en la cobertura
o seguros médicos y en el acceso al trabajo.
Independientemente de la elucidación semántica, historiográfica y epistemológica acerca de las
diferencias entre EC y EA, vale la pena afinar un poco más el análisis, ya que son formas de una
biopolítica que permanece, más allá de los cambios de prácticas y tecnologías.
En este juego de diferencias y semejanzas lo primero que aparece es que la eugenesia sigue siendo
un problema real aunque de signo diferente. El autoritarismo del Estado propio de la EC, puede
ser suplantado por el autoritarismo del mercado. En efecto, el problema parece haber dejado de ser
la intervención autoritaria del Estado en decisiones reproductivas y ahora el riesgo es, justamente,
que el Estado no intervenga dejando a la libertad de mercado las decisiones. Ante este riesgo
cierto (algo similar ocurre con otro tipo de intervenciones médicas y biológicas posibles) suelen
alzarse pomposas invocaciones para imponer barreras éticas. Sin embargo los que defienden la
posibilidad de una EA también lo hacen desde una ética basada, en este caso, en los derechos
individuales. Sostienen que no sería más que el ejercicio del derecho que tienen los padres de
velar por el bienestar de sus hijos y que no difieren mayormente de otras decisiones como por
ejemplo la elección de la educación que consideran más adecuada. La evaluación se hace siempre
sobre la posibilidad –cierta o fantástica, da lo mismo- de generar individuos exitosos socialmente
o cuando menos individuos cuyas condiciones biológicas los pongan en ventaja con respecto al
resto. Pero a esta ética que permite, como decíamos suele oponérsele otra que se levanta como la
búsqueda de límites26 a las posibilidades de producir seres humanos a medida. Se piense lo que se
pensare de las justificaciones éticas, a favor o en contra de la EA, se está cometiendo, a mi juicio,
un error fundacional al plantear desde la misma actitud individualista exacerbada, tanto la
legitimación como los límites. Levantar barreras éticas es, en todo caso sumamente útil y
necesario, pero pensar que esos son los límites que van a frenar la proliferación de la actividad
eugenésica –insisto, este argumento podría generalizarse a otras intervenciones biomédicas- no
sólo es una ingenuidad sino que parece más bien la concesión y los dudosos límites que la
avanzada neoliberal está dispuesta a tolerar con tal de anular la intervención efectiva del Estado.
Hago mías las palabras de Andoni Ibarra:
“Todo parece como si, al dirigir la discusión hacia el dominio de los aspectos éticos y
26 Sobre esta discusión véase Habermas (2001), Singer (2002) y Cortina (2002 y 2004)
morales de la eugenesia actual, se tratara de inmunizarla frente a los viejos peligros de la
eugenesia original, enfatizando el interés en la irrebasabilidad de ciertos límites bien conocidos y
aceptados ya por la comunidad de científicos y biotecnólogos. (...) [Sin embargo] La orientación
moralista encubre la radicalidad de los retos anticipados por las posibilidades abiertas,
redefiniéndolas meramente como cuestiones dirimibles desde una u otra moral” (Ibarra, 1999, p.
24)
Para finalizar con los rasgos diferenciales importantes, debe señalarse que los desafíos- y los
riesgos- de una biopolítica actual son diferentes porque son cualitativamente diferentes algunos de
los problemas centrales. Si la clave de la biopolítica pasa por la administración, gestión y control
de los cuerpos y de las poblaciones, es necesario reparar en que mientras los eugenistas clásicos
estaban convencidos de que la población del mundo era escasa (además de mal repartida y, en
parte, de mala calidad), por lo cual en paralelo por los reclamos por la calidad –aunque es cierto
que con menos fuerza- iban los reclamos por aumentar la tasa de natalidad, en la actualidad, en
cambio, parece haber un convencimiento general de que un problema grave de mediano plazo es
la superpoblación sostenible. En este contexto parece haber un riesgo mayor de estar en la antesala
(algunas situaciones como la de África parece mostrar que ya ha comenzado) de genocidios de
alcances nunca vistos.
Para finalizar señalaré, no exhaustivamente por cierto, algunos de esos rasgos de similitud que
muestran fuertes líneas de continuidad en términos biopolíticos, es decir, sobre la base de servir a
la gestión y administración política de los cuerpos, porque lo que une las distintas formas de
eugenesia a lo largo del tiempo es que forman parte de la misma matriz de pensamiento y pueden
llegar a cumplir funciones similares.
Vista en perspectiva histórica, la EC, ha contribuido en alguna medida a algunas mejoras
sanitarias, sobre todo referidas a la profilaxis del embarazo y a los cuidados de los primeros
tiempos de vida del bebé, pero ha resultado un verdadero fracaso tecnológico en cuanto a sus
objetivos explícitos de modificar la composición promedio de la población eliminando a los
inferiores (intuyo que eso me ha beneficiado). Sin embargo ha resultado un éxito político e
ideológico en su momento, porque logró consenso y contribuyó a estigmatizar a vastos sectores de
la población y, por tanto a legitimar y sobre todo naturalizar el orden en contextos de
discriminación, marginación y explotación. No hace falta profundizar sobre la precariedad de las
tecnologías utilizadas, pero además, la EC cometía errores científicos fundamentales acerca de
nociones básicas de herencia y genética (véase Maynard Smith, 1982). Es de esperar que algo
similar ocurra con la EA, cuando menos en sus aspiraciones extremas y mediáticas de producir
hijos a medida basadas en la errónea idea (obviamente no sostenida por científicos pero que
funciona en el imaginario social acerca de las posibilidades de la biología molecular) de que
existiría para cada rasgo un gen y que la tecnología permitiría intervenir en esos genes.
En segundo lugar, así como los viejos deterministas biológicos –frenólogos, craneómetras,
antropólogos criminales, eugenistas, etc.-, creyeron profundamente en una respuesta tecnológica
(tecnocrática podríamos decir) a los más importantes problemas de la humanidad, también los
nuevos deterministas, apoyados ahora en los inmensos éxitos tecnológicos de la biología
molecular (y las neurociencias) de conspicua y constante presencia mediática, llevan a hacer
pensar que no sólo habrá un respuesta tecnológica para algunas enfermedades genéticas graves, lo
cual en alguna importante medida es cierto, sino también, ahora en clave individualista, a la
configuración misma de los seres humanos.
Finalmente, tanto la EC como algunas derivaciones de la EA, los viejos y nuevos deterministas
biológicos, caen en una trampa que es fundacional para cualquier biopolítica: confundir diversidad
biológica (genética) con desigualdad humana (Cf. Dobzhansky, 1973). Cayeron en la trampa los
que justificaron la desigualdad a partir de la diversidad, pero también cometen el mismo error
quienes esperan encontrar una biología políticamente correcta27 que pretenda fundar la igualdad
desconociendo la diversidad o minimizándola. Se
27 Sólo un par de ejemplos: el Proyecto Gran Simio (PGS) surgido en Europa en 1993, que
publicó la
trata de dos ámbitos de problemas que, si bien conceptualmente pueden solaparse en alguna
medida difícil de determinar, y de hecho la confusión se ha dado históricamente, es necesario
distinguir claramente. Para bien o para mal, la justicia social y la redistribución de la riqueza sigue
siendo (y presumo así seguirá siendo en los próximos siglos) un problema político y no biológico.

Bobbio, N., (1985), Estudios de historia de la filosofía: de Hobbes a Gramsci, Madrid, Edit.
Debate
Que es el Leviatan? Esta palabra fue tomada del Hebreo liwyatan y este de
LYH, que significa girar o torbellino. Leviatán era un monstruo marino, una
especie de serpiente o dragón gigante que moraba en el océano. A menudo es
confundido con Satán, por la inercia de relacionar todo ser malvado con
dicha entidad, ya que la Iglesia gusta aglutinar al mal en una sola premisa.
Porque Hobbes utiliza el término? Fue usada para describir al estado y para
explicar como el hombre es caracterizado por su violencia y competitividad,
engendrados por el egoísmo y la avaricia del ser humano. La única manera
de vivir en paz es haciendo un contrato social para formar un estado
dictatorial, que infunda el miedo en los ciudadanos, para que huyan de esas
acciones violentas y negativas para la sociedad. El estado soberano ha de ser
absoluto pues solo el miedo a la muerte detiene a los hombres de la violencia
y la maldad. Por ello, Hobbes metaforiza este estado con Leviatán, pues es
como esta bestia, un monstruo incontrolable.
INTRODUCCION También conocido como el Padre Teórico del Absolutismo
Político. Nació el 05 abril de 1588 en Inglaterra y murió el 04 de diciembre
de 1969. Estudio en Oxford, realizó varios viajes a Europa Continental
(Francia, Alemania, España) acompañado de sus discípulos. En una
Inglaterra convulsa por las luchas civiles entre los partidarios del Rey
absoluto Carlos I y los defensores de la soberanía del parlamento, Hobbes
edificó una grandiosa construcción teórica para justificar la existencia del
poder y el Estado.
El Leviatán parte del estudio del origen de la sociedad cuyo comienzo está en
la transferencia de los derechos individuales a un poder absoluto. Un poder
que elimina el peligro de una guerra de todos contra todos que se deriva de
la condición libre del hombre en el estado de la naturaleza. Hobbes piensa
que en el estado natural cada uno tiene derecho a todo lo que hay pero
debido a la escasez se originan conflictos. Esta necesidad humana para la
supervivencia, “el hombre actúa para preservar su vida”, el miedo a la muerte y la
esperanza de la paz, llevan al hombre a pactar con los demás el
establecimiento de una autoridad que sea capaz de implantar una paz
interna. Una autoridad soberana que debe poseer un poder absoluto.
La idea central de la obra es la organización política que propone: un Estado
que limite o prohíba al hombre atentar contra la vida de los otros, es decir,
que supere el estado de la naturaleza garantizando la paz.
En su introducción nos describe a la Naturaleza como el arte con que Dios ha hecho y
gobierna al mundo. Esta limitada de tal modo, entre otras cosas, por el arte del hombre,
que este puede crear un animal artificial.
Nos explica que gracias al Arte se crea el gran Leviatán, que no es más que la republica o
Estado, que no es sino un hombre artificial de mayor estatura y robustez que el natural
para cuya protección y defensa fue instruido.
Descripción del Hombre artificial:
Cabe destacar que esta obra esta compuesta por 2 partes y 31 capítulos, la primera parte
comprendida entre los capítulos del 1 al 16 trata sobre el HOMBRE y en la segunda parte
habla del ESTADO, comprendido entre los capítulos 17 al 31.
II
En la primera Parte “del hombre”, el autor dice que el hombre es únicamente cuerpo.
Para el autor, el sujeto de cualquier actividad debe ser siempre un cuerpo, porque es el
cuerpo quien piensa. Reduce las formas de conocimiento a la sensación que es cuando se
encuentran dos cuerpos en movimiento: el cuerpo percibido y el cuerpo humano.
El hombre se comporta según sus experiencias, evitando lo que le es indeseable. La
palabra (o lenguaje) es el instrumento que le permite transmitir la verdad y recibir la
verdad de los demás. Por tanto la palabra es la base de la razón, “cálculo de las
consecuencias”, que permite al hombre decidir lo que le conviene según su experiencia (lo
bueno) y lo que no le conviene (lo malo). Por tanto, el principio de conocimiento viene de
fuera del sujeto, que imagina la realidad.
Esta parte recoge la antropología del autor, que se fundamenta por su teoría del
conocimiento concibiendo toda la realidad como materia. La materia llega al sujeto por la
sensación.
En el capítulo X, el autor explica el concepto de poder, que es la tendencia que
manifiestan los hombres de sacar el mayor provecho de los medios que tienen para
conseguir bienestar, “un bien futuro que se le presenta como bueno”. Se manifiesta este deseo
de poder cuando se comparan y desconfían entre sí por el anhelo de reconocimiento y
preservación de la vida, que se relaciona con el honor, tema estudiado en el capítulo XIII.
El problema surge cuando se producen conflictos (por competición, seguridad y gloria)
entre lo que conviene a uno respecto de lo que conviene a otros. Para solucionar este
problema, Hobbes propone diferentes leyes que exponen que el hombre debe procurar la
paz hasta dónde tenga esperanza de lograrla utilizando su propio poder para la
preservación de su vida y hacer lo que crea necesario
y adecuado para ese fin, “en su relación con los otros hombres como la que él permitiría a los
otros en su trato con él”.
III
Esta idea conecta con el pacto social que el autor desarrolla en la 2º Parte denominada
“Commonwealth” (no en el sentido de contrato sino como pacto o acuerdo originario o
constituyente). Se entiende pacto como foedus o alianza, que procede de un impulso
racional que es la ley natural.
El autor estudia 19 leyes, de las cuales se puede destacar la primera “buscar la paz y
seguirla” y la segunda que hace referencia a renunciar al derecho natural y a la libertad a
favor de la paz. La tercera introduce el concepto de justicia al obligar a respetar los pactos
establecidos. Sin embargo, para Hobbes estas leyes no sirven para asegurar la paz. Es
necesario “reducir todas las voluntades a una sola”.
Por medio de este pacto, los hombres, racional y voluntariamente, delegan su libertad en
favor de un soberano para poner fin a los conflictos de intereses y para garantizar la
seguridad y la paz, quedando en libertad los ámbitos en los que la ley no interviene. En
definitiva, hay una ley natural que impulsa a los hombres al pacto social. La voluntad del
Estado es la voluntad de los individuos que dan su consentimiento en el pacto.
Hobbes consideraba que este poder o autoridad civil debe ser absoluto con el fin de
limitar las pasiones del hombre y castigando a aquellos que pongan en peligro este orden
(XVIII). La Commonwealth se instaura en el momento en que se cede el derecho natural
individual a favor de un soberano o asamblea (monarquía, aristocracia o democracia) con
la condición de que se preserve la paz (en el interior) y la seguridad (en el sentido de
defensa del exterior). Es decir, la consecuencia es que el derecho natural es asumido por
la voluntad soberana que se afirma mediante la coacción.
De esta manera, el poder político queda como un artificio que contradice la naturaleza
aunque es imprescindible para que los hombres vivan en orden y en paz. Todo lo que
vaya contra este poder es ilícito pues la libertad está determinada por los términos del
acuerdo, en virtud del cual nació el Estado. En el mismo sentido, en el capítulo XXXI se
matiza que todo aquello que no lo ponga en peligro es permisible.
El autor toma preferencia por la Monarquía (Hobbes apoyó a Carlos I, aunque al eliminar
el origen divino del poder no gustó a Carlos II y pareció a algunos que apoyaba la causa
de Cromwell). En ella el monarca tiene unos derechos fundamentales de los que cabe
destacar el hecho de que los súbditos
no puedan ser liberados del pacto debido a sus acciones, que no puede ser acusado de
injusticia y que posee la competencia de examinar opiniones o doctrinas antes de ser
publicadas para prevenir discordias (censura). La monarquía es mejor que los otros
regímenes porque no hay conflicto de intereses ya que el interés público y privado son el
mismo mientras que en los otros cabe la corrupción, la ambición y la traición.
IV
En cuanto a la sucesión de la soberanía, el autor defiende la idea de que es el soberano
presente quién designa quién tiene el derecho a sucederle. El heredero puede ser
cualquiera siempre que sea designado como tal. Si no hay designación se sigue la
tradición del hijo varón primogénito.
En conclusión, Hobbes en los capítulos del XIII al XVII, argumenta a favor de la creación
de un Estado absoluto que se constituye mediante un pacto que autoriza al soberano a
hacer una política ilimitada (“libertad ilimitada”, capítulo XIV) que garantice la paz y la
seguridad de los súbditos. Para cumplir estos objetivos puede hacer lo que sea necesario.
Será legítimo mientras logre estos objetivos.
V
La lectura del Leviatán de Hobbes es interesante porque describe el sistema político
absoluto cuyas consecuencias se ven refljadas en los mecanismos políticos de los sistemas
actuales. La obra fue escrita en el contexto de las tensiones del siglo XVII en Inglaterra y
en el ámbito de una guerra civil. Hobbes diseña un sistema político para superar el
conflicto de los monárquicos con los parlamentarios y el problema religioso,
estableciendo que la soberanía está en el rey y que su poder no proviene directamente de
Dios.
Para el autor los hombres son como máquinas, no hay alma, sólo cuerpo. Observa como
un peligro la condición libre del hombre en el estado de la naturaleza, “la vida es solitaria,
pobre, sucia, bruta y corta”. Sólo se evita la guerra si el hombre se somete como súbdito a
una autoridad por pacto que haga posible la paz y la seguridad.
VI
La idea principal de la primera parte gira en torno al concepto de naturaleza (ámbito de
individuos en conflicto) y se puede discutir desde el problema del control y descontrol.
En primer lugar puede afirmarse que la teoría de Hobbes trata de contrarrestar el estado
de guerra de todos contra todos. Es decir, evitar el caos porque “el hombre es un lobo para
el hombre”. Niega el plano de relación. La razón humana basada en la experiencia quiere
evitar el mal y favorecer un pacto que evite el conflicto. Esto puede relacionarse con la
comunicación según Aristóteles en el Libro I de la Política. El hombre por medio de la
palabra comunica su pensamiento y lo hace común. Sin embargo, para Hobbes, si bien
acepta que por el modo de comportarse el hombre se comunica, no entiende que la
comunicación ponga de relieve una vida en amistad. La comunidad no es natural sino
algo artificial. No hay hombre como animal político (hombre social, ciudadano) sino
individuo como súbdito.
Esto se conecta con el nominalismo, para los que la realidad se agota en la mera
asociación intelectiva de ideas que lleva a cabo el hombre de forma individual. A cada una
le atribuye una serie de imágenes. Así, en Hobbes, hasta el propio individuo es una
realidad imaginada, porque es el individuo quién hace la realidad con su imaginación
libre. De lo que se extrae que el acto de conocer se identifica con el de imaginar. Por tanto
la realidad es imaginación.
VII
Profundizando en el Leviatán, Hobbes adopta el método de composición genética para
excluir a Dios. Como Dios no se compone de partes ni es engendrado, tampoco se puede
conocer puesto que no cabe análisis que permita descubrir las partes que le componen,
siendo sus partes las causas. La asociación y síntesis permite recomponer el todo,
mostrando cómo de esas causas se genera el todo. Es el hombre quién genera los objetos,
luego se conoce por vía de imaginación. Así, se llegaría a la conclusión de la primera parte
de que Dios no existe porque no se puede imaginar (conocer), dado que lo que no tiene
impresión no es real, salvo que Dios fuese corpóreo.
Sin embargo, respecto al Estado sí se puede emplear el método de composición genética.
El Estado es algo engendrado por el mismo hombre, un artificio que se puede
descomponer en elementos. Aquí se refleja la pretensión de Hobbes de recomponer y
ordenar la sociedad inglesa de su época, descompuesta por el caos de una guerra.
El llamativo título de la obra indica las partes a considerar y recomponer en el Estado: la
materia son los individuos, la forma es el pacto social y el poder es el del soberano. Si se
realiza la composición de la materia, forma y poder aparecer el Estado Absoluto.
Por otra parte, el poder civil organizado de forma común debe ser según el autor un
poder superior, único e ilimitado. Sólo puede romperse si el soberano no cumple la parte
de su contrato social ni
preserva la vida, la paz y la seguridad. Propone un régimen que muestra preferencia por
la seguridad antes que por la libertad, que genera descontrol, deseando antes el orden
que el desorden. Para lograr el orden es preferible la no separación de los poderes del
Estado y ejercer la restricción de la libertad de comunicación.
VIII
Estas ideas a mi juicio presentan una serie de cuestiones e implicaciones que pueden
discutirse.
Es difícil que se dé una sumisión voluntaria, casi incondicional, sólo con el pretexto de la
seguridad y la paz. Esta aspiración podría proceder de una visión antropológica muy
limitada de la realidad (excesivamente corpórea) de lo que es el ser humano, sin
aspiraciones de realizarse y ser feliz. Una felicidad, que si bien hay que reconocer que no
puede ser plena en el estado natural, podría verse restringida si a su vez se restringe la
comunicación (derecho fundamental del soberano nº 6), pues sin libertad de palabra
tampoco habría pensamiento propio y común, y como consecuencia sería imposible la
felicidad en la vida social.
Hobbes pretende un poder civil que es también divino, pero que ni obliga ni es ley para
aquellos que no lo reconocen como acto del poder del soberano. Parece como si quisiera
construir el Reino de Dios en la Tierra pero a través de la separación de la política de todo
lo que no lo sea. Todo tiene que estar subordinado a una verdad parcial del soberano, a
una razón individual que ilumina y domina al resto con una cierta legitimidad que no
existe en el estado natural. Por otra parte, Hobbes se contradice al afirmar que es una
verdad demostrable que la razón humana quiere un Estado absoluto nacido del pacto. Al
reservarse el soberano el derecho de suprimir y juzgar lo racional, también puede
previamente eliminar las ideas de la razón que no le convengan y que le impidan
culminar el orden público.
IX
Esto está en relación con el pensamiento de Hobbes sobre la naturaleza humana, de su
tendencia a sobrevivir y no a convivir. Se aducir que el hombre es egoísta, pero habría
que reconocer paralelamente que también es capaz de compartir, y por tanto de
participar y de ser parte. Por eso resulta determinante el énfasis en el sometimiento a un
pacto civil que suprime ambas pasiones humanas, cediendo el súbdito casi todo lo que es
y lo que tiene, incluido la función de participar como ciudadano. Función que se
transfiere al soberano que es quién decide. Estaríamos ante un Estado absoluto basado
en el miedo del soberano hacia los súbditos y de los súbditos hacia el soberano. Un miedo
que conlleva más control y una vigilancia permanente.
Sin embargo, Hobbes al situar al Estado más allá de cualquier otro temor, dice que no
incurre en la arbitrariedad, pues el propio logro de los objetivos del pacto conduce a un
orden sin miedo, es decir un poder que no produce miedo. En mi opinión, no es acertado
pensar que la razón humana dicte únicamente que para que la naturaleza cumpla el
principio de supervivencia deba ser por medio de un Estado. Y menos sacrificando otros
valores humanos también esenciales. Es posible discutir ese afán de querer vivir sin
miedo, pensar que todo está determinado, de creer que el hombre es una materia prima o
instrumento (materialismo) y el mundo una máquina tal como afirma Hobbes, “el
universo es corpóreo, todo lo que es real es material y lo que es material no es real”. A lo largo
de la historia y en el presente se pueden observar el riesgo y el peligro grave que supone
pretender subordinar, limitar o eliminar la libertad y la voluntad humana. Un
determinismo y materialismo opuesto a la naturaleza humana.
X
La mayoría de las ideas de Hobbes me recuerdan a la novela 1984, de George Orwell. En
aquel Estado que la novela describe, todo lo humano ha sido sacrificado por medio de un
control centralizado que garantiza una paz interior. La intervención estatal asegura la
supervivencia. Todo está vigilado por el soberano que puede introducirse e intervenir en
la intimidad y conciencia de sus súbditos. También el Leviatán se puede conectar con la
novela Un mundo feliz, de Aldous Huxley. En esta obra los individuos, llevados por el
conformismo, la comodidad y el sentimiento de protección, han entregado su esencia y su
identidad al Estado. Han renunciado a luchar por su humanidad a cambio de la
seguridad en la sumisión y de una felicidad artificial. Un mundo en el que lo que está mal
es la propia existencia humana.
Estas dos obras nos advierten que la Revolución que algunos pretenden es que los
cuerpos de los seres humanos pasen progresivamente a ser propiedad común de todos, y
las mentes purificadas de toda idea natural y de la tradición, a través de programas
educativos de manipulación masiva.
Hobbes, sobre todo en la primera parte del Leviatán, no se centra sólo en las
características de las reglas políticas y económicas y de la orientación de la sociedad en el
pacto del que nace el Estado, sino que lo fundamental gira en torno a un cambio total del
ser humano.
XI
En su lectura se advierte que Hobbes tiene miedo a la libertad y no cree en la amistad. Un
Estado según las características descritas en el Leviatán sería eficaz pero antihumano,
pues sobre una población sumisa no es necesario ejercer coacción si amaran su
servidumbre. El soberano de Hobbes podría ser muy peligroso ya que su tarea es
precisamente inducir a los propios súbditos a amar su sometimiento.
Así, el problema del Estado únicamente radica en el logro de la satisfacción del súbdito,
en lograr que ame su servidumbre sobre la base de la seguridad económica,
contrarrestando un posible descontento social con altas dosis de ocio, consumo, culto al
cuerpo y éxito aparente, que desgastara la energía de aquellos dispuestos al cambio
político. Es decir, consistiría en hacer olvidar que el hombre puede aspirar a una vida
mejor y más plena (Felicidad) y silenciando los medios con los cuales puede alcanzarla
(virtudes).
XII
En definitiva, en Hobbes se manifiesta las ideas atópicas y puritanas cuyo propósito
guarda relación precisamente con el título de la obra. La idea bíblica del Leviatán,
asociado al Mal, que nos conduce a la vida dentro de un Estado que es un monstruo
político, que infunde terror y reprime. Un poder absoluto que previene de una libertad
absoluta.
El Leviatán es un símbolo de la humanidad en oposición a Dios, una humanidad deshumanizada y
antinatural porque considera al hombre sólo como medio y no como fin, que explica al hombre
como rival, animal o súbdito en vez de como ciudadano, amigo y hermano.

Walter Federico Gadea | Naturaleza humana, deseo y guerra en Hobbes: la necesidad


del estado político
89
J U L IO
2013
Naturaleza humana, deseo y guerra en Hobbes: la necesidad del
estado político
Walter Federico Gadea
Universidad de Huelva
¿No es acaso la guerra la semilla y el origen de todas las hazañas más celebradas?
Pero
¿hay algo más descabellado que lanzarse a una lucha de este tipo sean cuales sean las
razones, si las partes en contienda sacan siempre más daño que provecho? Erasmo de
Rotterdam.1
El deseo humano como causa de la guerra
Hobbes asiste a un escenario político e histórico plagado de guerras civiles y religiosas
en Inglaterra. Esta
situación de inestabilidad política y económica no sólo supone un estado de constante
riesgo para la vida de los
hombres, sino un profundo deterioro en la economía inglesa, colocando a la isla en una
situación de debilidad frente
a las demás potencias europeas. El autor de Leviatán sabe que si se desea asegurar la
vida, la libertad y la propiedad
es primordial establecer un punto final a las hostilidades entre los grupos internos,
asegurando la paz en el Reino.
Por ello, su preocupación teórica intenta, en primer lugar, comprender los procesos
psicológicos que llevan a los
hombres a imponer por la fuerza sus deseos y convicciones, generando la guerra de
todos contra todos y, en
segundo lugar, estudiar el modo en que pueden ser evitadas. Es en este contexto
histórico donde surge la necesidad
de develar cuáles son las causas que promueven la aparición de las guerras. Si se
accede a las causas, entonces es
posible tomar las acciones políticas justas para que éstas sean removidas. Para Hobbes
la guerra tiene su origen en
la naturaleza egoísta del ser humano. Por egoísmo se entiende la tendencia natural del
hombre a la
autoconservación. Lo que aparece en este autor es la idea de que el egoísmo es algo
que excede y está por fuera de
todo criterio racional o valorativo; es decir, constituye el dato central del cual se debe
partir para poder elaborar una
teoría que busque al menos contener los deseos más íntimos de los hombres. Deseos
que son tomados como
antecedentes primarios para la construcción del razonamiento político y moral. Hobbes
no acepta ni concibe que el
dato “observacional” del que parte su teoría del poder pueda ser modificado ya que
forma parte de la naturaleza del
hombre. Lo único que puede hacerse es crear determinadas condiciones políticas para
que la maldad ingénita del
hombre pueda al menos ser controlada y encauzada por el poder del estado. Por lo
tanto, de la misma forma en que
la física moderna ha explicado el movimiento de los cuerpos comprendiendo las
características de sus elementos
más simples, Hobbes se propone construir una física social partiendo de los elementos
más simples del movimiento
social de los individuos en sociedad. El sello distintivo de este movimiento consiste en la
tendencia natural a la
autoconservación. Esta natural tendencia de los hombres a la autoconservación produce
en el estado de naturaleza
1 Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura, Alianza Editorial, Madrid, 1996, p. 58.
Naturaleza humana, deseo y guerra en Hobbes: la necesidad del estado político | Walter
Federico Gadea
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un derecho ilimitado en el ejercicio del poder. En el estado de naturaleza el uso del
poder en pos de la
autoconservación es ilimitado, es decir, es lícito hacer cuanto esté a mi alcance para
asegurar mi conservación física
y el mantenimiento de mis propiedades.
Si a este precedente se le suma el hecho de que los bienes por los cuales luchan los
hombres para asegurar
su supervivencia son limitados, entonces se deriva necesariamente un estado de guerra
perpetuo y universal de
todos contra todos, y de esto surge un estado constante de inseguridad que no
desaparece ni siquiera ante la
existencia de un enorme poder militar o político. Si a esto le agregamos que la
naturaleza humana hace de la
actividad voluntaria una permanente búsqueda cuyo fin no termina en el objeto
alcanzado sino que siempre es
diferido hacia otro distinto, se concluye entonces que no existe el “tan pretendido fin
último”, postulado por la
filosofía moral antigua. La filosofía de Hobbes pretende desautorizar al quehacer
filosófico que trata de unificar el
campo de la ética con la política bajo el reino de la unidad de los fines. Dice Hobbes en
el capítulo 11 de Leviatán:
A lo que me estoy refiriendo, es a esas cualidades de la humanidad, que tienen que ver
con la pacífica
convivencia y la unidad entre los hombres. Con este fin, debemos considerar que la
felicidad en esta vida
no consiste en el reposo de una mente completamente satisfecha. No existe tal cosa
como ese finis ultimus,
o ese summum bonum de que se nos habla en los viejos libros de filosofía moral. Un
hombre cuyos deseos
han sido colmados y cuyos sentidos e imaginación han quedado estáticos, no puede
vivir. La felicidad es
un continuo progreso en el deseo; un continuo pasar de un objeto a otro. Conseguir una
cosa es sólo medio
para lograr la siguiente. La razón de esto es que el objeto del deseo de un hombre no es
gozar una vez
solamente, y por un instante, sino asegurar para siempre el camino de sus deseos
futuros.2
Esta caracterización del deseo humano organiza la acción de los hombres en función no
sólo de la felicidad
inmediata que pueda brindar un objeto particular sino en relación con el afianzamiento
de las condiciones que
puedan garantizar la felicidad. Esto determina “una primera inclinación natural” del
género humano a buscar en
forma “perpetua e incansable” el poder que sólo cesa con la muerte. La búsqueda del
poder se debe, por una parte, a
la necesidad humana que surge de la imposibilidad de asegurarse las condiciones
mínimas para el desarrollo de las
distintas ideas del bien que puedan desear los individuos. Esto obliga a procurar más
poder para alcanzar esas
condiciones de seguridad. Por otra parte, la estructuración del deseo humano hace que,
cuando los hombres
obtienen esas condiciones mínimas, otro nuevo deseo surja, produciendo la búsqueda
de nuevas riquezas o de
mayores comodidades o la necesidad de mayor reconocimiento, etc. En consecuencia,
el deseo humano genera una
competencia constante por unos bienes que al ser escasos generan un antagonismo
permanente y del antagonismo
permanente surge la guerra y la enemistad. En el deseo de autoconservación y en la
estructura propia del deseo
humano se fundamenta la lucha por el poder, lo cual coloca a los hombres en un estado
permanente de conflicto,
surgiendo de esta manera la guerra de todos contra todos. Comprendido en su forma
universal:
2 T. Hobbes, Leviathan: or the matter, form and power of a commonwealth ecclesiastical
and civil, J. M. Dunt & Sons LTD., London, 1957, p.
49.
Walter Federico Gadea | Naturaleza humana, deseo y guerra en Hobbes: la necesidad
del estado político
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El poder de un hombre lo constituyen los medios que tiene a la mano para obtener un
bien futuro que se le
presenta como bueno. Puede ser original o instrumental. El poder original es un grado
eminente de las
facultades corporales o mentales, como la fuerza extraordinaria, la apariencia, la
prudencia, la habilidad, la
elocuencia, la liberalidad, la nobleza. Instrumentales son aquellos poderes que,
adquiridos mediante éstos,
o por fortuna, son medios e instrumentos para adquirir otros más: riquezas, reputación,
amigos, y ese
secreto designio de Dios que los hombres llaman buena suerte. Porque, en este punto,
la naturaleza del
poder es como la fama: que va aumentando conforme sigue su proceso; o como los
cuerpos pesados, que
cuanto más larga es su caída, más aceleran su movimiento.3
Por lo tanto, para Hobbes el poder es el elemento por medio del cual se pueden obtener
aquellas
condiciones que garanticen la prosecución de los bienes que el hombre considera
buenos o deseables. Hobbes
comprende (en un sentido muy semejante al de Maquiavelo) que el poder consiste en la
reunión de fuerzas y
considera que a mayor unidad mayor poder. Por eso, en el capítulo 10 del Leviatán
expresa con total claridad que:
El más grande de los poderes humanos es el que está compuesto de los poderes de la
mayoría, unidos, por
consentimiento, en una sola persona natural o civil que puede usarlos todos según su
propia voluntad —
como es el caso en el poder de una república—, o dependiendo de las voluntades de
cada hombre en
particular -como es el caso en el poder de una facción o de varias facciones aliadas. Por
tanto, tener siervos
es poder; tener amigos es poder: son fuerzas unidas.4
La renuncia a un parte del derecho natural como condición indispensable de la
paz
La unidad del poder se encuentra siempre amenazada en el estado de naturaleza ya
que el hombre tiene
derecho ilimitado a la autoconservación y esto coloca a los hombres en un estado de
guerra de todos contra todos.
El derecho natural (ius naturale) para Hobbes es:
la libertad que tiene cada hombre de usar su propio poder según le plazca, para la
preservación de su
propia naturaleza, esto es, de su propia vida; y, consecuentemente, de hacer cualquier
cosa que, conforme
a su juicio y razón, se conciba como la más apta para alcanzar ese fin.5
Este poder ilimitado termina generando un estado de guerra permanente. Esto se ve
agravado por la
situación de igualdad natural de los hombres. Esta situación de igualdad produce en los
hombres un estado
permanente de desconfianza ya que, si los sujetos son iguales y al mismo tiempo
desean una misma cosa que no
3 Ibídem, p. 43.
4 Ibídem.
5 Ibídem, p. 66.
Naturaleza humana, deseo y guerra en Hobbes: la necesidad del estado político | Walter
Federico Gadea
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puede compartirse, es lógico que con el fin de lograr la autoconservación u obtener
cierto disfrute se empeñen en
someterse mutuamente o busquen la destrucción del otro. A partir de este hipotético
estado pre-social se torna
necesario construir un tipo de poder que tenga como efecto la reducción del poder de
destrucción de los demás a
cero. Esta previsión del poder consiste en controlar por la fuerza o con diversas
estrategias a tantas personas como
sea posible. Sin embargo, la naturaleza humana no siempre se contenta con mantener
la seguridad. En algunos
casos el ansia de poder es tal que los hombres arriesgan todo lo que tienen con el
objetivo de complacerse en la
obtención de mayor poder hasta generar la guerra. El poder es para el hombre un objeto
de placer en sí mismo. De
ahí que Hobbes juzgue conveniente explicitar las causas principales de la guerra
entre los hombres:
La primera es la competencia; en segundo lugar, la desconfianza; y en tercer lugar, la
gloria. La primera
hace que los hombres invadan el terreno de otros para adquirir ganancia; la segunda,
para lograr seguridad;
y la tercera, para adquirir reputación. La primera hace uso de la violencia, para que así
los hombres se
hagan dueños de otros hombres, de sus esposas, de sus hijos y de su ganado. La
segunda usa la violencia
con un fin defensivo. Y la tercera, para reparar pequeñas ofensas, como una palabra,
una sonrisa, una
opinión diferente, o cualquier otra señal de desprecio dirigido hacia la propia persona o,
indirectamente, a
los parientes, a los amigos, a la patria, a la profesión o al prestigio personal.6
La consecuencia de este razonamiento es que para frenar este estado de guerra de
todos contra todos es necesario
constituir un “Estado civil” que garantice la eliminación de la guerra, la cual no consiste
exclusivamente en el uso
de la violencia por medio de batallas o actos de lucha, sino en el período en el que la
voluntad de confrontación
violenta es abiertamente declarada. La disposición a la lucha permanente es el estado
de guerra que con derecho
natural se ejerce en el estado de naturaleza, o sea en el estado pre-político. Los efectos
del estado de inseguridad no
son otros que el miedo constante a perder la vida o las propiedades y las consecuencias
que de esto se derivan. Es
decir, no hay “lugar para el trabajo” o la navegación, y el intercambio comercial y la
producción agrícola se vuelven
lentos y peligrosos. En suma, Hobbes observa que el estado de inseguridad es la causa
central del atraso de
Inglaterra en la formación de una nación moderna. La única forma de remediar este
estado de inseguridad constante
generada por la constitución de la naturaleza humana egoísta consiste en la creación de
un mecanismo político que
limite a los hombres en su derecho natural a hacer todo cuanto les sea posible. En
efecto, esta limitación no puede
provenir de una voluntad externa al hombre mismo, debe surgir entonces de su propia
voluntad. Ahora bien, ¿de
dónde extrae Hobbes esta necesidad de la voluntad? La respuesta es: de la ley natural
(lex naturalis). La misma es
un precepto o regla general que, basado en la razón natural, le prohíbe a cada ser
humano atentar contra sí mismo
violando el principio de autoconservación. El argumento de Hobbes nace de la relación
que se establece entre el
derecho natural y la ley natural. El derecho natural consiste en la libertad del hombre de
hacer cuanto pueda. Pero
como vimos, esta situación extendida sobre toda la sociedad produce un estado de
guerra e inseguridad
6 Ibídem, p. 64.
Walter Federico Gadea | Naturaleza humana, deseo y guerra en Hobbes: la necesidad
del estado político
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permanentes. Como consecuencia de este hecho, la razón natural manda al hombre a
procurar la paz. Dice Hobbes
en el capítulo 14 del Leviatán:
Es un precepto o regla general de la razón el que cada hombre debe procurar la paz
hasta donde tenga
esperanza de lograrla; y cuando no puede conseguirla, entonces puede buscar y usar
todas las ventajas y
ayudas de la guerra. La primera parte de esta regla contiene la primera y fundamental
ley natural, que es
ésta: buscar la paz y mantenerla.7
A partir de esta relación entre el deseo natural (que es propio del derecho natural) y la
razón natural surge
la idea de que para que los hombres encuentren la paz deben renunciar a una parte de
su derecho natural.
Justamente en este hecho se fundamenta la idea de un contrato entre hombres con el
fin de eliminar los
peligros que conlleva la guerra de todos contra todos. Por lo tanto, el cuidado igualmente
natural por la
conservación se desarrolla hasta tal grado que el temor a la muerte se convierte en el
miedo principal que
la razón natural procura reducir mediante la concreción de un contrato entre los
individuos para satisfacer
la necesidad de una vida en comunidad, pero sin los peligros externos o internos de
muerte o de miseria.
La segunda ley natural ordena al hombre entonces a:
No hacer uso de su derecho a todo, y de contentarse con tanta libertad en su relación
con los otros
hombres, como la que permitiría a los otros en su trato con él. Porque mientras cada
hombre se aferre al
derecho de hacer todo lo que le plazca, todos los hombres estarán en una situación de
guerra. Pero si los
demás hombres no renuncian a su derecho, no hay razón para que uno esté obligado a
hacerlo, pues ello
implicaría el convertirse en una presa para los otros, cosa a la que nadie está obligado.
Esto es lo que dice
aquella ley del Evangelio: lo que quieres que los otros te hagan a ti, házselo tú a ellos.8
Creemos importante detenernos en este punto porque aparece un primer problema
teórico en el análisis de
la estructura conceptual del contrato, ya que lo que está diciendo Hobbes es por lo
menos ambiguo en el sentido
siguiente: por un lado, los deseos naturales de los hombres tienden, de acuerdo al
derecho natural, a procurar cuanto
sea necesario para la autoconservación. Esto responde a una composición mecánica del
deseo humano, obedeciendo
a leyes causales. Por otro lado, los mandatos de la razón natural, es decir, las leyes que
provienen de la razón,
actúan necesariamente para contener los deseos naturales como factores de coerción
de las leyes mecánico-causales.
Entonces, la pregunta que nos hacemos es si la coerción del deseo natural mecánico
responde también a normas en
su acepción mecánico-causal o no. Si la respuesta es afirmativa, existirían en el hombre
a un mismo tiempo dos
tipos de causalidades contradictorias; lo cual es absurdo desde un punto de vista lógico.
Si la respuesta es negativa,
entonces la coerción del deseo natural no proviene de la razón natural en sentido
mecánico-causal, sino de un tipo
7 Ibídem, p. 67.
8 Ibídem.
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de necesidad que responde a reglas de orden práctico (phrónesis); siendo justamente
esto lo que Hobbes deseaba
evitar explícitamente al formular su concepto de racionalidad calculadora. La respuesta
al problema se encuentra en
la ambigüedad o equivocidad que alcanza al concepto “ley natural” en la obra de
Hobbes. Esto nos hace pensar en
lo que Habermas se ha preguntado respecto de la obra del filósofo inglés, a saber:
¿Cómo pueden imponerse los mandatos iusnaturalistas en contra de la presión de la
naturaleza instintiva
humana, presión que continúa confluyendo?9
Este problema teórico traerá nuevos inconvenientes a la hora de establecer una
fundamentación del
derecho natural y del orden social, pero esto lo veremos más adelante. Lo importante
para esta investigación es
mostrar la necesidad del contrato como exigencia indispensable para garantizar la paz,
la seguridad y el
afianzamiento del bienestar económico de una comunidad.
La constitución del Estado como garante de la paz
La perspectiva teórica de Hobbes tiene múltiples consecuencias, la más notoria es que
consolida un
planteamiento típicamente moderno en la medida en que no se preocupa ni por las
condiciones de una legalidad
inmanente del microcosmos (polis) ni por la imposición de la unidad exterior del
Imperium, emanada como fuente
de un orden universal desde un centro privilegiado hacia la periferia (Imperio), sino por
las condiciones
“científicas”, “prácticas” que permitan constituir un orden central y exclusivamente
“nacional”. También es
moderna la forma en que Hobbes plantea la interacción social entre los individuos como
una acción contradictoria y
competitiva que no se organiza sobre la idea del bien común, sino sobre un sistema de
relaciones que surge de la
mecánica de los cuerpos sociales. El planteamiento de Hobbes supone que los cuerpos
se mueven con una tendencia
ilimitada dentro de un espacio limitado (los bienes son escasos), lo cual produce que los
cuerpos finalmente
choquen entre sí (aparece la confrontación y la discordia) y se vean limitados en su
movimiento por la presencia de
otros cuerpos. El resultado es obvio, se impone la necesidad de limitar la acción de los
individuos a través del pacto
o contrato social para que los mismos no se terminen destruyendo entre sí. Hecho que
paralizaría al fin y al cabo
todo tipo de movimiento. El pacto es el elemento clave en la obtención de la seguridad y
la paz que necesita la
sociedad. El mismo se crea cuando los individuos deciden libremente transferir una
parte de su derecho natural a la
persona del soberano. La causa última de esta transferencia de derecho busca constituir
las condiciones que
garanticen la autoconservación y, por lo tanto, hacer la vida más grata. El temor a la
espada pública sería el único
miedo aceptable en el nuevo marco del estado moderno. Esta espada pública o poder
común se logra sólo a partir de
que los individuos confieren al soberano todo su poder “a un solo hombre o a una
asamblea de hombres que,
mediante una pluralidad de votos, puedan reducir las voluntades de los súbditos a una
sola voluntad. O lo que es lo
mismo, nombrar a un individuo o a una asamblea de individuos, que representen a
todos, y responsabilizarse cada
9 J. Habermas, Teoría y Praxis, Tecnos, Madrid, 1987, p. 72.
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uno como autor de todo aquello que haga o promueva quien ostente esa representación
en asuntos que afecten la
paz y la seguridad comunes; y consecuentemente, someter sus voluntades a la voluntad
de ese representante, y sus
juicios respectivos, a su juicio. Esto es algo más que consentimiento o concordancia; es
una verdadera unidad de
todos en una y la misma persona, unidad a la que se llega mediante un acuerdo de
cada hombre con cada hombre,
como si cada uno estuviera diciendo al otro: Autorizo y concedo el derecho de
gobernarme a mí mismo, dando esa
autoridad a este hombre o a esta asamblea de hombres, con la condición de que tú
también le concedas tu propio
derecho de igual manera, y les des esa autoridad en todas las acciones. Una vez hecho
esto, una multitud así unida
en una persona es lo que llamamos Estado, en latín Civitas”.10 Por lo tanto, el estado es
el producto de la
resignación de una parte del poder de cada individuo con el objetivo de reencontrarlo
amplificado en la
representación de una fuerza que brinde el mayor poder de disuasión posible a toda la
sociedad. La función del
estado es, en consecuencia, garantizar la seguridad externa e interna de la comunidad,
es decir, la paz.

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