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Ailyn Lisseth Barrera Betancourth

La Quinta Disciplina
Capítulos 8 y 9

El capítulo 9 toca lo más profundo del alma de quien genuinamente quiere involucrarse en la
política por verdadera vocación de servicio.

Ambos capítulos, 8 y 9, empatan en este punto: La priorización de la persona en un plano más


profundo, pasando primero por la conciencia de lo que cada uno somos internamente, como
primer paso para aspirar a un cambio positivo.

¿Cómo relacionar lo anterior con la elaboración de mi tema? Es una pregunta que solo logro
responder aplicándolo a mí misma. Me encuentro abordando una problemática de cómo una
herramienta de control político (las citaciones a funcionarios), que debe funcionar como medio de
fiscalización y rendición de cuentas, esconde el problema subyacente de su utilización en favor de
intereses partidarios y personales, lo cual se aleja de toda ética, por más que se trate de un
problema común y de un secreto a voces.

Podría hablar de cómo la falta de valores, vocación y consciencia de los funcionarios incide en este
tipo de conductas, pero dado el tipo de tema, me resulta imprescindible enfocarlo en mí como
persona interesada en la política y como potencial servidora o funcionaria pública.

En primer lugar, y sin dejar de lado el abordaje de la problemática descrita, me quedo con la idea
del capítulo 8 respecto a que el enemigo externo impide ver los errores en las políticas internas de
una organización y esto repercute en no poder detectar los potenciales puntos de apalancamiento
y posibles maniobras para aterrizar en una solución. Complementariamente, el concepto de que
ver los árboles muy de cerca impide ver el bosque. Reconozco una debilidad en que he incurrido al
analizar la problemática, al ver el problema muy de cerca e incluso llegar al punto de “casarnos
con una solución”, sin habernos alejado lo suficiente para apreciar causas subyacentes y, aun peor,
sin poder definir la molestia en concreto que deseamos abordar.

Regresando al segundo tema, más relacionado al autoanálisis y aplicable al recurso humano


dentro de la administración pública, considero que en Guatemala no tenemos una cultura de
trabajo en la que se priorice el autoestima y autorealización de los empleados; lo vemos
escasamente en la iniciativa privada y es casi nulo dentro de la administración pública, y son
diversas las posibles variables que inciden.

Tenemos un sistema de servicio civil que no promueve la meritocracia en plazas por


nombramiento o por oposición, y con escasos incentivos para los cargos de elección popular más
importantes. Si bien el glamour de un cargo importante puede llegar a ser un incentivo en sí
mismo, no es más que una visión egoísta que deriva en que muchas personas ven a la
administración pública como un objeto del cual beneficiarse, aprovechándolo al máximo si es algo
temporal, o acomodándose si es algo fijo por considerarse inamovibles, pero muy pocas veces
aspiran a dichos cargos por vocación legítima.

Ahí reside la enorme importancia de que a la administración pública llegaran personas con visión y
vocación de servicio; la importancia de poner en las manos correctas el poder de servir a los
demás y crear mecanismos para calificar objetivamente las cualidades de los aspirantes,
propiciando funcionarios de carrera que ingresen al Estado con la percepción de que aquello ha
sido un logro bien ganado, un lugar donde crecer y hacerse buena reputación, y que por lo tanto
merece ser cuidado.

Carecemos de incentivos que muevan a los funcionarios en los puestos más importantes, a
priorizar los intereses de sus electores, acompañado de una consciencia y cultura de rendición de
cuentas que propicie la verdad como principio.

Bien ha dicho el autor, que algunas ideas pueden parecer muy románticas, pero he de coincidir
con él en que ninguna persona puede llegar muy lejos sin manejar principios a nivel interno y
subconsciente que permitan cultivar el dominio propio o, como lo llama el autor, dominio
personal.

No puede nadie fortalecer su autoestima ni lograr autorrealización, si no logra estar bien por
dentro y tener una visión clara, tanto introspectiva como de su entorno. Se requiere capacidad
para verse a sí misma con autenticidad y verdad para reconocer sus fortalezas, carencias y grado
de ignorancia en los temas que importan; sin estas características, nadie puede llamarse líder y
eso me recuerda a un popular Proverbio: “Mejor es el lento para la ira que el poderoso, y el que
domina su espírito que el que toma una ciudad” (Prov. 16:32 LBLA), en clara alusión al poder del
dominio propio.

Es imprescindible tener claridad de que a lo que nos dediquemos debe ser por vocación; que el
servicio a las personas es algo más grande que nosotros mismos, no importando desde qué
plataforma decidamos servir. Pero esta motivación solo puede ser lograda desde lo genuino y
desde la verdad liberadora de qué debemos corregir como persona, antes de intentar guiar a otros
o pretender ser parte de un proyecto tan grande como lo es hacer patria.

Las personas son el alma de la organización, y si ellas están bien, crecen y aprenden, la
organización lo hará. La gran lección es aprender a dominarnos, disciplinarnos y autoevaluarnos
con toda transparencia, pues eso será clave para llegar al cumplimiento de una visión más grande
que nosotros mismos como lo es “el sincero deseo de servir al mundo”, o conformarnos con el
clásico enfoque de trabajar para vivir y vivir para trabajar.

Compromiso con la verdad: no auto engañarse. La verdad se transforma en una fuerza generadora
al igual que la visión. Nadie puede cambiar sin cobrar conciencia de su condición actual. SOLO A
TRAVÉS DE LA VERDAD ALCANZAMOS LA GRACIA. “LO QUE FUE, ES Y SERÁ, LIBERA”. “LA VERDAD
OS HARÁ LIBRES”. Cuando nos mentimos a nosotros mismos creamos datos erróneos que distraen
al subconsciente acerca de dónde realmente estamos. El subconsciente es muy receptivo a metas
que concuerden con nuestras aspiraciones y valores más profundos.

Convicción, compromiso y carácter: Cualidades imprescindibles en un líder.

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