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1.

La buena fe

Dos acepciones se han dado de la buena fe: i) la buena fe creencia; y ii) la buena fe probidad

La buena fe creencia resultaría de cierto estado psicológico y de una convicción sincera del
espíritu, que deberá estar fundada con moderada razonabilidad, y no en el simple creer
candoroso. Es una firme persuasión sobre la legitimidad con que se adquiere y mantiene una
determinada situación jurídica. Por su parte, la buena fe probidad es la conducta en el obrar, el
proceder recto y leal, sin engañar a nadie y sin intentar perjudicar, descartando también hacer
uso de los derechos o facultades con extremo o innecesario rigor, de modo tal que pueda
surgir de este obrar un daño injusto respecto de la otra parte o de un tercero.

En el art. 9º del nuevo Código la buena fe está regulada como un principio general aplicable al
ejercicio de los derechos, lo que luego se complementa con reglas específicas aplicables a
distintos ámbitos.

Así, la buena fe se hace presente —en el nuevo texto legal—:


i) en el instituto del abuso del derecho —art. 10—;
ii) en materia de inoponibilidad de la personalidad jurídica —art. 144 del Código y art. 54,
párrafo 3º, de la Ley General de Sociedades 19.550—;
iii) en el obrar del deudor y el acreedor, como parámetro de adecuación a las exigencias de
cuidado y previsión —art. 729—;
iv) en el régimen de excepciones a los supuestos de mora automática —art. 887—;
vi) en las tratativas contractuales imponiendo la pauta de conducta que evite la frustración de
dichas tratativas —art. 991—;
vii) en la renegociación de los contratos de larga duración, donde se impone dicha buena fe
como pauta liminar de renegociación —art. 1011—;
x) al referirse al comportamiento de los herederos en el contrato de depósito y los alcances de
su responsabilidad —art. 1366—;
xi) en las normas particulares del contrato de agencia —art. 1484— en lo que hace al
cumplimiento de las obligaciones de las partes;
xii) en el instituto de la prevención del daño, al referirse a la pauta valorativa de las medidas
razonables para evitar el daño —art. 1710, inc. b)—;
xiii) en materia de imposibilidad en el incumplimiento de obligaciones a los efectos de la
apreciación de la propia imposibilidad —art. 1732—;
xiv) en lo que hace a la prohibición del establecimiento de un régimen de dispensa anticipada
de la responsabilidad —art. 1743—;
xv) en materia de gestión de negocios —art. 1784—;
xvi) para otorgar efectos particulares respecto de ciertas negociaciones en materia de títulos
valores —arts. 1824 y 1868—; y
xvii) en la relación de poder en los derechos reales —arts. 1918 y 1919—; entre otras normas

2. El principio de publicidad

Otro de los principios del Derecho Comercial o Mercantil es el principio de publicidad que
presenta dos diferentes visiones dentro de un mismo instituto, cual es la transparencia y el
conocimiento de la actividad comercial respecto de los terceros:

i) La registración de actos y documentos en un registro público —el Registro Público de


Comercio—; y
ii) Los registros documentales y contables.
3. La presunción de onerosidad

El nuevo Código Civil y Comercial de la Nación incluye una serie de normas positivas
específicas que, modificando el criterio originario del Código de Vélez, imponen una
presunción de onerosidad respecto de ciertos actos jurídicos y contratos, al mismo tiempo en
que mantiene dicho principio presuntivo en normas que anteriormente se encontraban
contempladas en el Código de Comercio derogado.

Así, a modo de ejemplo, podemos señalar que:


i) el art. 1322 señala que el contrato de mandato se presume oneroso;
ii) el art. 1357 dispone que el depósito se presume oneroso;
iii) el art. 1527 establece que el mutuo es un contrato oneroso —excepto pacto en contrario—;
iv) el art. 1599 brinda el concepto del contrato oneroso de renta vitalicia; y
v) el art. 2119 admite la constitución del derecho real de superficie a título oneroso;

Ello, además del régimen especialmente protectorio que el propio Código otorga a aquellos
actos cumplidos a título oneroso en lo que hace al ejercicio de las defensas invocables por
contratantes y terceros, respecto de los efectos y de su oponibilidad.

Un punto de divergencia que la doctrina tradicionalmente ha señalado entre las obligaciones


civiles y las comerciales es que, en materia de obligaciones comerciales la onerosidad se
presume —atento al fin de lucro que importa toda actividad mercantil—, mientras que ocurre
lo contrario en la contratación civil. Y ello resulta lógico, en la medida en que el obrar de los
comerciantes y empresarios no obedecen a una mera conducta desinteresada, sino que en
todo acto cumplido en el ámbito de una actividad comercial, es decir, en la producción,
intercambio o tráfico de bienes y servicios en el mercado, se encuentra ínsito el fin de lucro.

4. La apariencia

La apariencia no constituye una categoría autónoma abstracta, sino que opera en el ámbito de
un acto o de un negocio jurídico. El acto o negocio es afectado por una irregularidad de origen,
atribuible a la inexistencia de la situación jurídica que constituye su presupuesto ordinario
según la correspondiente previsión normativa. La situación jurídica presupuesta es, para ser
precisos, aquella situación jurídica sobre cuya existencia recae el error objetivamente
excusable. Y puesto que esta situación opera como fuente de legitimación respecto del acto o
del negocio, su ausencia debería conducir, directamente, a la ineficacia. El papel jurídico de la
apariencia es, justamente, obviar lo más posible esta causa de ineficacia, y permitir, por lo
tanto, que el acto o negocio irregular produzca de todas maneras los efectos que les son
propios.

Para que la apariencia sea fuente de representación, es necesario que exista una actividad del
representado que genere en los terceros la creencia que una determinada persona reviste el
carácter de representante. Es decir que no basta que el que se pretende representante actúe
haciendo creer a los terceros que reviste tal calidad sino que debe ser el propio representado
el que genera la situación de confianza en los terceros.

El nuevo Código menciona como ejemplo —en el art. 368— tres situaciones que generan
representación aparente; es decir que hay representación aún sin un acto expreso de
apoderamiento, estableciéndose una presunción al respecto:
i) quien de manera notoria tiene la administración de un establecimiento abierto al público,
pues se lo reputa apoderado para todos los actos propios de la gestión ordinaria de éste;
ii) los dependientes que se desempeñan en el establecimiento a quienes se presume
facultados para todos los actos que ordinariamente correspondan a las funciones que realizan;
y
iii) los dependientes en cargados de entregar mercaderías fuera del establecimiento a quienes
se presume facultados para recibir el precio y otorgar el correspondiente recibo.

Puede así decirse que la doctrina de la apariencia busca tutelar la seguridad dinámica de un
tercero que actuó de buena fe confiando en lo que verosímilmente se le presentaba como
cierto, anteponiéndola a la seguridad estática de quien alega una representación o un derecho
que no tiene y del mandante o titular del derecho, que permite que tales apariencias se
muestren en su establecimiento o ante su vista, sin hacer nada para evitarlo o acotar tal
posibilidad.

Un ejemplo permite captar mejor lo que decimos: un empleado de un comercio abierto al


público, que ejecuta actos de comercio con aparente normalidad allí, hace una importante
venta de alambres y postes a un cliente, quien paga en efectivo y se le otorga un recibo con el
membrete de la casa de comercio. Como no le llegan a su campo los efectos adquiridos, se
presenta en el local comercial unos días después y reclama por la falta de entrega. El
encargado le indica que han comprobado una deslealtad del empleado que le atendiera, al que
han despedido, porque éste cobraba a algunos clientes y se guardaba el dinero, entregando
recibos apócrifos, aunque no distinguibles de los verdaderos y colocándoles el sello del
negocio de pagado. En este ejemplo, el desarrollo de una actividad comercial presuntamente
normal es un hecho real, que crea la apariencia de una representación del empleado respecto
de su patrón, donde no la hay. La apariencia la da el entorno, el empleo de facturas y sellos del
comercio, la utilización de sus instalaciones, sin que nadie confronte al empleado, etc. Esa
apariencia amplifica la magnitud de sus facultades, permitiendo ver una representación donde
no la había y facultades suficientes para el cobro donde no existían.

5. Confianza

La doctrina ha señalado que existe consenso en entender que la confianza es la exigencia que
se impone a todo aquel que con sus conductas o sus manifestaciones de voluntad, suscite en
otro una razonable creencia con respecto a ellas, estando obligado a no defraudar esa
expectativa. Existe además un inevitable punto de contacto entre la buena fe —art. 1061 del
mismo Código— y la confianza.

El nuevo Código Civil y Comercial de la República Argentina ha incorporado el principio de la


confianza legítima —o de la protección de la confianza— en el texto del art. 1068, dentro de la
regulación del régimen de interpretación de los contratos, señalando que “…La interpretación
[…del contrato…] debe proteger la confianza y la lealtad que las partes se deben
recíprocamente, siendo inadmisible la contradicción con una conducta jurídicamente
relevante, previa y propia del mismo sujeto”.

La aplicación de los principios del Derecho Comercial

Las reglas se aplican por medio de la subsunción, en cambio, los principios se aplican mediante
la ponderación, a veces conocida como razonabilidad, proporcionalidad —en sentido lato— o
interdicción de la arbitrariedad.
Los principios deben aplicarse proporcionalmente no debiendo excluirse entre sí, sino que en
cada caso se debe ponderar o pesar cuál ha de tener la preferencia y en qué medida.

En relación con los principios del Derecho Comercial o Mercantil, podemos señalar que los
mismos conforman una red de interaplicación, en la que —de un modo funcional—
interactúan y se complementan entre sí conformando un sistema de principios que cuentan
como núcleo central con la buena fe, y desde y hacia la cual se desprenden y convergen —
simultáneamente— los cuatro principios restantes, tales como la publicidad, la presunción de
onerosidad, la apariencia y la confianza legítima.

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