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Betti señalaba que la carencia de efectos deben clasificarse según dependan de defectos

intrínsecos o de circunstancias extrínsecas al negocio jurídico en sí mismo considerado. De


esta manera, se construyen dos grandes conceptos, a saber:

a) Invalidez.-Cuando en un negocio jurídico falta o se encuentra viciado alguno de los


elementos esenciales de este: a) Declaración de voluntad; b) Objeto, c) Causa, d) Forma
(cuando está sometida a sanción de invalidez), o, cuando se carezca de uno de los
presupuestos necesarios al tipo de negocio al que pertenece. Los defectos intrínsecos del
negocio, como supuesto de invalidez del negocio, se presentan en el momento mismo que
el negocio surge, y por esta razón se habla de ineficiencia estructural.
b) Ineficacia: Cuando en un negocio jurídico se dan todos los elementos esenciales de este y,
además, se dan también los presupuestos de validez, pero acontece una circunstancia
extrínseca que, pese a estarse ante un negocio concluido y perfecto, produce su
decaimiento (afectando sus efectos).

Se habla por esto, aquí de “ineficacia en sentido estricto”, llamada también “ineficacia
funcional”

Dentro de la invalidez, la doctrina comparada del derecho continental distingue entre nulidad
y anulabilidad; distinción que en el fondo refleja una graduación de invalidez en función de la
gravedad de la afectación de los defectos intrínsecos del negocio.

a) Un negocio será nulo, cuando estemos ante la ausencia de elementos esenciales del
negocio.
b) Un negocio será anulable, cuando falte algún presupuesto de validez o cuando estemos
ante un elemento esencial del negocio que se encuentre viciado.

La nulidad de un negocio jurídico representa una forma de sanción por su gravedad a la


violación de intereses generales; mientras que la anulabilidad y/o la rescisión representan una
sanción a la violación de intereses particulares.

Legitimidad

Debe entenderse la competencia o idoneidad para producir, alcanzar o soportar los efectos
jurídicos de la autorregulación de intereses que se pretenden realizar. Así, entonces, son
ejemplos de legitimidad, la capacidad dispositiva o poder de disposición como expresión de la
denominada “titularidad”.

La legitimidad debe ser entendida, en nuestro concepto, y particularmente dentro de nuestro


sistema jurídico, no como un presupuesto de validez del negocio sino como una circunstancia
extrínseca al negocio y distinta a la capacidad.

La legitimidad debe ser entendida como un requisito de eficacia de los negocios como un
requisito de eficacia de los negocios jurídicos; particularmente si se entiende que siempre
incide sobre el plano de la denominada “eficacia funcional” (efectos) del negocio y no en la
estructura misma de este, lo que es claramente apreciable sobre todo en los sistemas que
permiten atribuir a un mismo acto efectos obligaciones y efectos reales, como sucede en los
sistemas consensuales de transmisión de la propiedad.

Como regla general, un sujeto tiene poder de disposición cuando es titular del derecho que se
pretende disponer; y por ello en el ordenamiento jurídico existe la máxima nemo plus iuris
tiene valor, no tanto principio normativo significa denegación de eficacia a la enajenación
realizada por un no titular, y se identifica con la regla positiva de la legitimación para disponer,
entendida como límite impuesto a la autonomía privada del enajenante frente a la tutela del
tercero titular del derecho.

Pero ello no es óbice para que en determinadas circunstancias la ley establezca excepciones a
esta coincidencia. Ello sucede en dos hipótesis.

La primera, la protección del tercero adquiriente de buena fe derrota al principio nemo plus
iuris. El sistema jurídico peruano es claramente un sistema que ha optado por la protección al
tercero adquiriente de buena fe, negando el carácter absoluto de la regla nemo plus iuris;
como se aprecia de lo dispuesto por los artículos 948, 1135, 1542 y 2014 del Código Civil,
principalmente.

Una segunda, responde al tratamiento que un sistema jurídico en particular le brinde al


binomio legitimidad/poder de adquisición. No siempre estos dos conceptos necesariamente
coinciden; y hay sistemas como el peruano, por ejemplo en donde encontraremos supuestos
en donde la legitimación suple el lugar del poder de disposición, lo que ocurre en todos los
casos en donde se permite la validez del negocio jurídico realizado por un no titular del poder
de disposición, con lo cual la importancia del concepto de legitimación se traslada al plano de
la eficacia de los negocios jurídicos.

Está en la filosofía del Código Civil peruano de 1984, que es clara en el tratamiento de la
legitimidad como un presupuesto de eficacia de los negocios jurídicos. En el caso precedente,
existe un reconocimiento de la legitimación aparente; y en el caso ii) se recoge un supuesto de
legitimación indirecta (el caso de la representación recogida en el artículo 161 del Código Civil.

Lo que no existe en legitimidad para la disposición de un bien común.

Como sabemos, en principio, dentro de un Sistema Jurídico, entre ellos, el Sistema Jurídico
peruano, existen normas que son únicamente dispositivas y que constituyen regulaciones que
solo deben ser consideradas en ausencia de la autorregulación de las partes de sus intereses
privados; en tanto que, existen también normas de observancia obligatoria, las cuales, pueden
estar referidas a dar “consistencia positiva a los valores”.

En el caso del artículo 315 del Código Civil peruano, qué duda cabe, se está ante una norma de
carácter imperativo que se impone a los particulares (por la propia naturaleza de la obligación
“en mano común” en ella contenida y el tipo de interés protegido al que responden los
supuestos de hecho allí previstos), no pudiendo los cónyuges pactar en contra de la norma.
Justamente, respecto al tipo de interés protegido, se constata que claramente se protegen
intereses privados (los de los cónyuges) y no un interés general que pueda considerarse como
base del sistema jurídico peruano. Por esta razón, no podría recurrirse a la mal denominada
“nulidad virtual” recogida en el artículo V del Titilo Preliminar del Código Civil, que estipula
expresamente que “es nulo el acto jurídico contrario a las leyes que interesan al orden público
o a las buenas costumbres”.

MORALES HERVIAS

Sostiene que dentro del primer párrafo del artículo 315 se recoge una legitimidad directa
(participación de ambos cónyuges) y una legitimidad indirecta (posibilidad de representación).
Establece que la falta de esta legitimidad podrá originar la ineficiencia del acto de disposición.
Concluye señalando que estos actos de disposición unilateral de los bienes sociales serán
válidos y eficaces para el cónyuge que dispuso del bien y para el tercero, pero serán posibles
de ratificación por el otro cónyuge; en caso contrario, podrá solicitar la inoponibilidad vía
judicial.

La ley o el negocio jurídico autorizan a sujetos a celebrar contratos. A esta autorización se le


denomina en doctrina europea “legitimidad”; por el contrario, en el mundo jurídico
iberoamericano se le denomina “legitimación”. Así las cosas, la legitimidad no se imputa al
contrato, sino al sujeto. El sujeto o es legítimo o es ilegítimo cuando celebra un negocio
jurídico. La legitimidad del sujeto proviene de ser titular de situaciones jurídicas subjetivas. Es
el caso de la legitimidad originaria o directa. Por ejemplo, un sujeto que es titular de un
derecho de propiedad está legitimado para transferir dicho derecho a un adquiriente.

También la legitimidad es derivada o indirecta. Así un representante está legitimado para


celebrar contratos en nombre de su representado, por cuenta de su representado y dentro de
los límites del apoderamiento por cuanto ha sido autorizado por su representado.

De esta manera, la legitimidad es una cualidad del sujeto y la ilegitimidad es la ausencia de


dicha cualidad.

En consecuencia, esta característica del sujeto se ubica en la producción de los efectos


jurídicos y no en el momento de la celebración del contrato. Es por eso que un contrato
celebrado entre un sujeto ilegítimo y un cocontratante es inoponible para el sujeto legítimo
que no lo celebró aunque dicho contrato sea válido y eficaz para quienes lo celebraron. La falta
de legitimidad es una causal de ineficacia en sentido estricto.

Entonces el titular del derecho (tercero respecto del contrato celebrado) tiene el derecho
potestativo de ejercer la pretensión de inoponibilidad del contrato celebrado entre el sujeto
ilegítimo y el cocontratante. Esta es la regla general. Adicionalmente y solo en algunos casos
concretos, el titular del derecho potestativo de solicitar judicialmente la inoponibilidad, sino
también tiene el derecho potestativo de ratificar el contrato celebrado para que los efectos del
contrato se trasladen de la posición del sujeto ilegítimo al sujeto legítimo (en el caso del
contrato falso representativo donde el titular ratifica para que las consecuencias jurídicas del
contrato se apliquen ya no al falso representante, sino al titular del derecho que mutará para
ser parte sustancial con el cocontratante) o integrarse (en el caso del contrato sobre un bien
en copropiedad donde el copropietario no interviene puede ratificar el contrato y ello produce
una sucesiva adquisición de efectos a la copropiedad, ocupará la posición de la parte
arrendadora cuando el copropietario alquiló a nombre propio y en apariencia de ser el único
propietario.

La inopobilidad y la ratificación son categorías jurídicas que no solamente están reguladas en


muchas codificaciones civiles, sino también la doctrina civilistas las utiliza para proponer
soluciones coherentes y justas en algunos casos concretos. Por un lado, se protege la
titularidad impidiendo intromisiones ajenas (mediante la pretensión de inopobilidad que tiene
como fundamento el principio de la prohibición de las intromisiones ajenas); y, por otro lado,
la ley autoriza al titular del derecho (tercero no contratante) a tener la posibilidad de formar
parte de un contrato que satisface sus intereses (mediante la ratificación que tienen como
fundamento los principios de la autonomía privada y de la conservación del contrato) en casos
concretos. No hay duda de que la inopobilidad y la ratificación son categorías generales en
algunos casos concretos que no siempre coincidirán simultáneamente. Un ejemplo pertinente
es el fraude a los acreedores. Aquí solo cabe la inopobilidad y no la ratificación. El acreedor
tiene derecho potestativo de pedir ante una autoridad jurisdiccional la inopobilidad del
contrato celebrado dolosamente entre el deudor y el cocontratante porque genera un peligro
de lesión de su derecho potestativo al acreedor para tutelar su crédito, pero no le permite ser
parte material del contrato celebrado. Pero en otros casos como la falsa representación, la
disposición de los bienes de la sociedad de gananciales, la disposición de los bienes en
copropiedad, la compraventa de bienes ajenos y el arrendamiento de los bienes en
copropiedad, no solo cabe la inoponibilidad, sino también la ratificación.

Si bien en Chile es válida la venta de cosa ajena, el contrato es inoponible al dueño de la cosa,
ya que este no consintió en la venta. (LÓPEZ SANTA MARÍA, 2010, p. 321.)

Lo relevante de las disposiciones normativas y de las doctrinas chilenas citadas es que se


reconocen las categorías de la inoponibilidad y de la ratificación.

Para esta doctrina la legitimación negocial engloba en una sola unidad los denominados
poderes de disposición, de adquisición, de obligación y de administración, que representan
facetas principales del gobierno de un patrimonio. (VALENCIA ZEA Y ORTIZ MONSALVE, 2014,
p. 569)

¿Qué es la legitimidad del negocio jurídico?: La legitimación negocial es un presupuesto de


eficacia del negocio jurídico frente al titular del derecho subjetivo o situación jurídica, cuando
se crean obligaciones o se celebran negocios de disposición o de administración que afecten el
contenido de ese derecho o situación. En concreto, la legitimación negocial, es la competencia
que cada cual tiene para gobernar, mediante negocios jurídicos, todo lo relativo a los derechos
subjetivos y situaciones jurídicas de que es titular.

De este modo, para que una persona goce de legitimación negocial, se requiere que esté
autorizada sea competente o idónea para disponer o administrar el derecho subjetivo o la
relación jurídica que integra el contenido de un determinado negocio jurídico. Normalmente
se encuentra legitimado o autorizado para colocar como contenido del negocio jurídico un
derecho subjetivo o relación jurídica, el individuo titular de ese derecho o situación jurídica.

¿Qué se produce cuando hay falta de legitimidad del negocio jurídico? Lo contrario, es la
inoponibilidad; se presenta cuando el titular del derecho subjetivo o de la situación jurídica, no
queda vinculado jurídicamente al negocio efectuado, es decir, el negocio existe, pero no
produce efectos para el titular del derecho.

El segundo caso es sobre un contrato del bien ajeno. A pesar de la validez del contrato en sí,
este no es oponible al dueño de la cosa en razón de la ausencia del requisito de la legitimación
negocial del que se obliga como vendedor, ciertamente el comprador no puede exigir el
cumplimiento de la obligación de hacer tradición de la cosa comprada al verdadero dueño,
pues frente a él es inoponible (ineficaz) la obligación asumida por el vendedor. Quien en
realidad tiene legitimación negocial para vender el bien es el propietario, mas no el tercero
(VALENCIA ZEA Y ORTIZ MONSALVE, 2014, p. 572) Lo importante es el reconocimiento al
propietario (tercero del contrato del bien ajeno) de la pretensión de inopobilidad. Además, la
compraventa de bienes ajenos no es válida en el ordenamiento jurídico colombiano: en la
hipótesis de disposición de derechos ajenos, se trata de derechos que se encuentran en el
comercio y sobre los cuales no existe prohibición de enajenación (VALENCIA ZEA Y ORTIZ
MONSALVE 2014, p. 577)

La legitimidad es un presupuesto de eficacia y su ausencia genera la inoponibilidad: La falta de


legitimación para llevar a cabo negocios sobre derechos ajenos produce normalmente la
inopobilidad frente al dueño o titular del derecho (…) el negocio inoponible en sí es válido,
pero no produce los efectos que debería producir (VALENCIA ZEA Y ORTIZ MONSALVE 2014, p.
574)

Hay dos modos según esta doctrina colombiana “En general, con el término ratificación
entenderemos la supresión de la inoponibilidad la cual debe hacer el legitimado mediante
negocio jurídico”

La categoría de legitimidad es admitida por una doctrina española: La actividad negocial puede
llevarse a cabo por quien es o ha de ser parte en la relación jurídica afectada o constituida por
el negocio o por otra persona autorizada por la ley o por la voluntad privada para concluir la
negociación. Cuando la actividad jurídica es realizada por el que está directamente interesado
en el negocio, el mismo interesado en el negocio, él mismo está legitimado para actuar en
razón de la autonomía privada que le compete de acuerdo con el ordenamiento y su
legitimación se corresponde con su genérica capacidad de obrar y su poder concreto de
actuación. En el caso, en cambio, de que la actividad sea desenvuelta no por el propio
interesado sino por otra persona en sustitución suya, se exige una específica legitimación, que
también puede concederse genéricamente, para llevar a cabo el negocio de que se trate,
legitimación en la que el agente del negocio ha de venir investido externamente por el
interesado o la ley. De esta manera, los efectos del negocio, al estar el representante investido
de la legitimación para actuar por otro, recaen en la esfera jurídica del representado.

La ausencia de legitimidad genera la ineficacia (ausencia de efectos), la cual puede obedecer a


múltiples causas, distintas de la quiebra de tales elementos constitutivos. Lo expresado por
dicha doctrina es inaceptable porque la codificación civil alemana sobre representación la cual
ha influenciado muchas codificaciones europeas y latinoamericanas ha establecido que el
contrato falso representativo es válido y eficaz entre el falso representante y el cocontratante,
pero inoponible para el representado salvo que lo ratifique.

Esta última posición no es aceptable porque si se acepta la legitimidad derivada o indirecta no


cabe negar la aplicación de la legitimidad originaria o directa como es el caso del contrato
sobre bien ajeno.

La legitimación es reconocimiento hecho por la norma de la posibilidad concreta de celebrar


con eficacia un determinado negocio jurídico. (PAREDES SANCHEZ, 2010, p. 91) La legitimación
originaria o directa es la “que tiene el titular de una esfera jurídica para celebrar negocios que
desplieguen su eficacia en la esfera jurídica propia” (PAREDES SANCHEZ, 2010, p. 93)

Toda persona dispone de su esfera jurídica en cuanto se integre por relaciones y estados
jurídicos de Derecho Privado, y solo ella pueda afectarla o modificarla, sin que los terceros
puedan sin su autorización incidir en ella, ni, por supuesto, ella sin incidir en la de aquellas.
(PAREDES SANCHEZ, 2010, p. 86)

La legitimación, más que cualquier elemento y cualquier presupuesto, tiene una influencia
indirecta en los efectos jurídicos y en el despliegue de los mismos en determinada esfera
jurídica. La legitimación deriva siempre de una especifica relación del autor del negocio con el
objeto del mismo, y por lo tanto con la esfera jurídica sobre la cual debe desplegar sus efectos
jurídicos (PAREDES SANCHEZ, 2010, p. 84) la legitimación sustancial debe verificarse no tanto
al celebrarse el negocio, sino más bien al momento de darse los efectos (PAREDES SANCHEZ,
2010, p. 106) en este supuesto, el negocio es perfecto pero inoponible. Esta ineficacia es por
motivos posteriores a la celebración de un negocio que nace siendo plenamente eficaz y es
ineficaz por no ser el negocio específico idóneo para producir efectos (PAREDES SANCHEZ,
2010, p. 54)

La legitimidad es un punto de partida para la eficacia del acto, y para determinación de que es
necesario para la eficacia del acto. Mediante el juicio de legitimidad es posible saber quién es
la persona correcta para realizar ciertos actos jurídicamente eficaces sobre determinados
objetos de tal manera que los mismos se puedan tener por jurídicamente eficaces.
(VASCONSELOS, 2012, p. 81)

La legitimidad es, de este modo, el resultado de coincidencia de la titularidad de persona de


una posición jurídica que integra la posibilidad jurídica de realizar determinado acto sobre
cierto objeto y la autonomía privada suficiente para la celebración de ese acto (VASCONSELOS,
2012, p. 83)

La nulidad establecida para el caso de compraventa de bienes ajenos no es una verdadera


nulidad, se trata de una figura designada por invalidez atípica (ROMANO MARTINEZ, 2000, op.
114)

En realidad, las disposiciones normativas del Código Civil portugués no sanciona la nulidad
absoluta de los contratos de compraventa de bienes ajenos, sino la anulabilidad o la nulidad
relativa. Dichos contratos se pueden transformar en válidos si el vendedor adquiere la
propiedad.

La legitimidad es originaria o directa cuando el sujeto que celebra el contrato es al mismo


tiempo titular del derecho que se transfiere: Sobre la legitimidad se puede enunciar el
siguiente principio general: tienen legitimidad para celebrar un negocio jurídico los titulares de
los intereses cuya reglamentación forma el contenido de ese negocio jurídico. Solo se puede
disponer de derechos propios, adquirir derechos propios, adquirir derechos o contraer
obligaciones para sí. Ella es la legitimidad directa, que constituye la regla (…) la legitimidad
para disponer de derechos pertenece al respectivo titular. Se llama poder de disposición
(GALVAO TELLES, 2002, p. 401)

La legitimidad para la celebración de actos jurídicos puede pertenecer también a personas que
no son los propios titulares de los intereses que los mismos actos jurídicos celebrados.
Entonces, la legitimidad en la conexión de intereses. Aquel que celebra el acto lo realiza en el
ejercicio de un poder jurídico o de un derecho subjetivo conexo con intereses ajenos,
mediante ese ejercicio regula, reglamenta, esos intereses (GALVAO TELLES, 2002, p. 402)

La legitimación aludiría a una competencia derivada de la exigencia de que el sujeto reúna una
posición respecto al objeto o al otro sujeto del acto concreto de que se trate, sin la cual no
resultaría habilitado para el cumplimiento de tal acto específico. (MELICH ORSINI, 2014, p. 89)

La falta de legitimidad genera la inoponibilidad: En materia contractual la determinación de


quién tiene el poder de disposición sobre un derecho influye en el sentido de que si uno de los
contratantes carece de poder de disposición sobre el derecho que constituye el objeto del
contrato no se consiguen los efectos queridos, el contrato resulta ineficaz. La eficacia se refiere
a la idoneidad del contrato para producir efectos. (MELICH ORSINI, 2014, p. 79)

Por consiguiente, la doctrina venezolana citada reconoce las categorías de legitimidad e


inoponibilidad por carencia de legitimidad.
En la primera parte del primer párrafo del artículo 315 del CC se regula la legitimidad originaria
o directa y no la legitimidad derivada o indirecta.

En el momento de la celebración de los actos, el cónyuge interviniente conoce que el bien es


social, pero el cocontratante desconoce que el bien pertenece a la sociedad conyugal.

De ahí que no cabe aplicar el fin ilícito o la causa ilícita que comporta el conocimiento de esa
finalidad por todos los contratantes.

En realidad la rescisión no es aplicable por cuanto la ajenidad se conoce sucesivamente a la


celebración del contrato de compraventa El vendedor desde la celebración del contrato hasta
que se le exija el cumplimiento podrá adquirir la propiedad y cumplir con su obligación. Por lo
tanto el hecho que el vendedor no sea propietario del bien al celebrar el contrato no afecta
dicho cumplimiento y por lo tanto no constituye causa del perjuicio sufrido por el comprador.
El perjuicio que sufre el comprador (por no llevar a adquirir el bien) se produce posteriormente
a la celebración del contrato, recién en el momento en que dicho comprador exija el
cumplimiento y el vendedor no cumpla. La causa de dicho perjuicio posterior y no
concomitante a la celebración del contrato consiste en que el vendedor no haya llegado a
adquirir el bien al momento en que se le exigió el cumplimiento de su obligación y por lo tanto
no pueda realizar la transferencia.

Por lo tanto, considerando que el perjuicio del comprador se produce por una situación
sobrevenida y no contemporánea a la celebración del contrato, sostenemos que en el contrato
de venta del bien ajeno, el incumplimiento del vendedor debe ocasionar la resolución del
contrato de compraventa si así lo decidiese el comprador, mas no la rescisión de dicho
contrato establecida en el artículo 1539 del código. Entonces, si el comprador puede pedir la
resolución y no la rescisión mediante una interpretación correctiva dogmática, ello comporta
que el contrato de compraventa cuando el comprador desconocía que era ajeno es válido y
eficaz para las partes pero inoponible para el propietario por falta de legitimidad.

Debe advertirse que la legitimación constituye un requisito de la eficacia traslativa, lo que


significa que el contrato traslativo puede generar una relación obligatoria pero no genera el
efecto traslativo. Como puede apreciarse la rigurosa aplicación de este principio (nemo plus
iuris) implicaría para la transferencia de la titularidad de la propiedad altos costos de
transacción, en la medida en que obligaría a los adquirientes a informarse sobre la real
titularidad del bien para no ser frustrada su adquisición, en otras palabras, será necesario
verificar la legitimidad del transferente (BARCHI VELAOCHAGA, 2001, p. 13)

Estimamos que la compraventa de bien ajeno es válido y eficaz para el vendedor y el


comprador pero para el propietario es inoponible por ausencia de legitimidad salvo que lo
ratifique.

El tercero que no contrató no busca un reconocimiento de su titularidad sino que el


ordenamiento jurídico declare que los contratos celebrados son inoponibles porque la
titularidad del derecho de propiedad sigue siendo incólume. Si en la práctica se celebran una
pluralidad de contratos, el tercero no pedirá jurisdiccionalmente que lo reconozcan como
propietario sino que se declaren que todos los contratos celebrados no modifican la titularidad
de su derecho.

De ahí que el defecto de legitimidad determina, como regla, la ineficacia (llamada en sentido
estricto o no vicio) y no la invalidez del acto celebrado por el sujeto, en el sentido que el acto
del no legitimado, siendo válido, no produce sus efectos propios (TURCO, 2011, p. 103). Esta
ineficiencia no deriva de un defecto o vicio de invalidez del mismo, sino de circunstancias en
absoluto diversas y que nada tienen que hacer con los requisitos de validez previstos por la ley:
no se hablará de ineficacia – vicio, sino de ineficacia en sentido estricto o no vicio, para
evidenciar el total apartamiento a cualquier causa de invalidez en sentido técnico jurídico
(TURCO, 2011, p. 534) La legitimidad no es un requisito o elemento intrínseco de validez del
acto, sino un presupuesto o elemento extrínseco de eficacia del mismo.

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