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1.

El zorro quisquilloso
Erase una vez un zorro con mucho miedo que vivía permanentemente huyendo
de todo. En la huída siempre se caía y se volvía a levantar.
Un buen día, otro zorro le preguntó: “Querido amigo. ¿Qué te ha ocurrido que
sea tan grave para tener tanto miedo y huir constantemente?”
El zorro temeroso contestó: “He oído que someten con violencia a los camellos”.
Entonces. ¿Por qué huyes? No entiendo muy bien ¿En qué te pareces tú a los
camellos para querer huir? respondió el amigo.
Y el zorro quisquilloso prosiguió: “Calla, tengo miedo de que los envidiosos digan
de mi que soy un camello y ser atrapado. En ese caso, ¿quién se molestaría en
conocer mi propia identidad para salvarme?
2. La zorra y el león
Erase una vez un león con mucha
hambre que vivía en el bosque. Un
buen día buscando ocasión para
encontrar presa fácil que llevarse al
estomago se encontró con una
oveja y le preguntó que le parecía
su aliento.
La oveja sin pensar mucho el riesgo
o las consecuencias le respondió
con sinceridad que era apestoso.
Entonces el león fingió sentirse ofendido, le dio un golpe y la mató a la vez que le
decía: “Por haber ofendido a tu rey, eso es lo que te has ganado” y se la comió.
Tras un rato el león volvió a hacerle la misma pregunta a una cabra que
deambulaba por allí. La cabra que había visto lo que le había ocurrido a su amiga
la oveja temió por su vida y le respondió que su aliento era maravilloso. El león se
molestó, la mató y se la comió al tiempo que le decía “Por adularme con
falsedades es lo que te mereces”.
A continuación se dirigió a la zorra que también había observado las dos
situaciones anteriores y le repitió la misma pregunta. La zorra, algo más astuta
viéndose venir que podía acabar como la oveja o la cabra, se alejó de él y desde
la distancia le habló: “De buena fe, le informo que no puedo responder a su
pregunta puesto que el resfriado que poseo me impide percibir su aliento”. Así se
salvo la zorra de ser devorada por el león.
3. El gato y los ratones
Erase una vez un gato muy
pillo conocido por su peculiar
nombre; Rodilardo se llamaba.
El travieso gato era el temor de
todas las ratas y ratones de la aldea donde vivía, pues le encantaba disfrutar
cazándolas.
Durante algunos ratos del día, el gato se dedicaba a vigilar las madrigueras donde
las ratas y ratones se escondían para mantenerse a salvo. Esos pequeños
animalitos le temían mucho.
Rodilardo también estaba interesado en encontrar una linda gatita para casarse y
se paseaba por los tejados con asiduidad buscando a la que sería su esposa. Un
buen día, mientras él se encontraba en estos menesteres, los ratones y ratas se
reunieron para hablar y buscar remedios a su miedo.
La más mayor e inteligente de las ratas tuvo una idea y la expuso a sus
compañeros: “Amigos, nuestro mal puede tener remedio. Si le atamos un cascabel
al gato en el cuello, podremos escuchar cuando se acerca y tendremos tiempo
para huir antes de que nos asuste”. A todas las ratas y ratones les pareció una
magnífica idea y tenían claro que esa era la solución ideal. De forma unánime
aplaudieron entusiasmados la propuesta. Pasados unos instantes, las ratas y
ratones fueron reaccionando ¿Quién le pondría el cascabel al gato?
4. La col y la caldera
Erase una vez un muchacho gallego que
se trasladó a vivir a Sevilla y empezó a
trabajar en una tienda de comestibles. El
gallego, que adoraba su tierra, se hizo
amigo de un gitano sevillano con el que
salía siempre a pasear.
Al gallego le gustaba presumir de las cosas
buenas de su tierra; lo frondoso de los
bosques de Galicia, sus prados verdes
donde pastaban hermosos becerros y
vacas, la leche tan rica que sacaban de los animales, así como otras muchas
hortalizas y frutas que se cultivaban allí. Para él en Andalucía las tierras eran muy
áridas, las llanuras estériles, sombríos los olivares y viñedos y había escasa
hierba para alimentar a los animales. El gitano cuando se ponía a menospreciar la
tierra Andaluza lo ignoraba.
Un buen día, cuando el galleguito empezó su retahíla de magnificar Galicia y
hablar ruinmente de Andalucía, hizo mención a una col que había plantado su
padre en su huerto. La col alcanzaba dimensiones desorbitadas. El gitano admiró
la importancia de la col gallega y le confesó al gallego: “Amigo tienes razón, el
suelo andaluz es menos fértil que el gallego en cuanto a coles”. “Por eso, si los
andaluces siguieran mi consejo dejarían de trabajar la agricultura y se dedicarían a
explotar la industria que tiene una tendencia alcista. Por ponerte un ejemplo; en
Málaga estuve hace poco tiempo en una ferretería y vi una caldera que estaban
fabricando y me sorprendió, porque su tamaño era descomunal. Yo no había visto
antes nada igual. Y en un lado de la caldera, había un grupo de hombres dando
martillazos. Los que estaban en el lado opuesto no escuchaban nada.
El gallego sorprendido preguntó: “¿Pero qué sentido tiene hacer una caldera tan
grande?”
Y el gitano le respondió: “Amigo, ¿cómo vas a cocer si no la col que tu padre ha
criado en el huerto?”
5. El abuelo y el nieto
Erase una vez un pobre anciano con
muchos problemas de salud debido a
su edad; apenas veía, casi no
escuchaba y tenía limitaciones para
coordinar sus brazos o mantenerse en
pie, pues sus endebles piernas le
temblaban. Cuando se sentaba a
comer, sujetaba la cuchara a duras
penas e incluso en alguna ocasión,
tiraba la copa de vino sobre el mantel.
Su hijo y la mujer de éste, que vivían con él, junto con su hijo pequeño, se
disgustaban por estas cosas que él no podía controlar y algo cansados de la
situación, decidieron que el hombre se quedaría en su cuarto, donde le llevarían la
comida en un plato de barro.
El pobre viejo se sentía desolado, su familia no lo trataba bien, ni le daba el amor
que él necesitaba y se pasaba las horas llorando con la mirada perdida.
Un buen día, perdió el equilibrio cayendo al suelo y rompió el plato que apenas
podía sujetar con sus temblorosas manos. La nuera se molestó tanto que le
dedicó toda clase de insultos, a los que él no quiso ni responder. Le compraron
una vasija de madera para darle de comer desde ese momento en adelante.
Transcurridos unos días, el matrimonio vio como su hijo pequeño recogía pedazos
de madera que había esparcidos por el suelo. Su padre le pregunto: “Hijo mío,
¿Qué es eso que están recogiendo?”
El niño respondió: “Una vasija para dar de comer a papá y a mamá cuando sean
viejitos”.
El marido y su mujer quedaron estupefactos con la respuesta del niño, se
abrazaron y se pusieron a llorar lamentando como habían tratado al abuelo. El
abuelo volvió a comer con ellos a la mesa y volvió a ser tratado con respeto y
cariño, como cuando era joven.

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