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Había un grupo grande de ratones, pero entre ellos había uno que era amigo de
un ratón de la corte que era millonario y nunca le faltaba comida. El otro solo era
un campesino que tenía que buscárselas cada día comiendo solo lo necesario.
Un buen día el ratón campesino motivado por el gran aprecio que le tenía a su
amigo invito al ratón cortesano a que almorzaran juntos, pero el ratón millonario, al
recordar que su amigo era pobre, le dijo que mejor fueran a su casa porque allí
tenía de todo, es más hasta le ofreció que podía llevar algo de comida a su
regreso, por eso el ratón campesino acepto con mucho gusto. Al llegar a su casa,
el ratón campesino maravillado con tantos quesos, higos y otras variedades solo
atino a suspirar embelesado y feliz porque su amigo no padecía para comer.
-Mi estimado amigo, tu vida es como la de las hormigas, tienes que trabajar mucho
para comer tan poco y a veces nada, mejor vente a vivir conmigo. Si vienes nunca
te faltara alimento, y lo mejor es que estaremos juntos y lo compartiremos todo si
así lo quieres, mientras a su vez le mostraba un cuarto lleno de frutas, legumbres
y abundante miel. El ratoncito pobre estaba emocionado y feliz. Solo que algo
extraño sucedió de pronto que irrumpió la amena conversación, alguien entro
haciendo ruido creyendo que la casa estaba sola e hizo que corran los ratones
directo a sus escondites, de hecho era un ladrón que quería robarles la comida y
así fue.
Luego salieron los ratones a comer algo de miel e higos, pero otro ladrón ingreso a
robar una vez más. Al ver esto el ratón campesino lo pensó mejor y le dijo a su
amigo:
-Lo pensé mejor amigo, tu tienes comida pero no vives tranquilo, en cambio yo,
aunque tengo poco lo consigo y como en paz. En realidad prefiero mi vida como
es, sin temores. De nada me sirve vivir así como tu, te hartas de comida hasta que
el temor te hace correr. Lo lamento pero . . .me voy.
Es mejor comer poco y vivir en paz, que tener abundancia y vivir en temor. Tu
decides.
LOS RATONES Y LAS COMADREJAS
Así llego el momento en que una batalla más se iniciaba y como siempre los
ratones iban perdiendo. Para esto no les quedo más que correr a su escondite
para salvar sus vidas, pero la vanagloria les jugo una mala pasada a los
dirigentes, queriendo en su huida entrar a sus ratoneras, quienes llevaban los
cuernos en sus cabezas no lo lograron porque quedaron atorados, y así los
apresaron y por último acabaron devorados.
Sin duda no tuvieron una gran idea y se equivocaron los elegidos, ya que no es lo
que aparentas ser lo que te lleva a la victoria, por el contrario, pensar y tomar
decisiones sabias hubiera sido lo mejor para todos.
Si tienes un alto puesto tómalo con humildad, y mejor actúa con sensatez y gran
responsabilidad.
UGA LA TORTUGA
¡Esto tiene que cambiar! se propuso un buen día, harta de que sus compañeros
del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus tareas.
Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan sencillas
como amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o quitar piedrecitas
de camino hacia la charca donde chapoteaban los calurosos días de verano.
-¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis
compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.
No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren
tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que eres capaz de hacer, y
siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras logrados alguna vez.
Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la duda. La
constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos
proponemos; por ello yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te puede sorprender de
lo que eres capaz.
Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se proponía
porque era consciente de que había hecho todo lo posible por lograrlo.
FIN
EL NIÑO Y LOS CLAVOS
Había un niño que tenía muy, pero que muy mal carácter. Un día, su padre le dio
una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma, que él clavase
un clavo en la cerca de detrás de la casa.
El primer día, el niño clavó 37 clavos en la cerca. Al día siguiente, menos, y así
con los días posteriores. Él niño se iba dando cuenta que era más fácil controlar
su genio y su mal carácter, que clavar los clavos en la cerca.
Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni una sola vez y se lo
dijo a su padre que no tenía que clavar ni un clavo en la cerca. Él había
conseguido, por fin, controlar su mal temperamento.
Su padre, muy contento y satisfecho, sugirió entonces a su hijo que por cada día
que controlase su carácter, que sacase un clavo de la cerca.
Los días se pasaron y el niño pudo finalmente decir a su padre que ya había
sacado todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó a su hijo, de la mano,
hasta la cerca de detrás de la casa y le dijo:
- Mira, hijo, has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero
fíjate en todos los agujeros que quedaron en la cerca. Jamás será la misma.
Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas con mal genio, enfado y
mal carácter, dejas una cicatriz, como estos agujeros en la cerca. Ya no importa
tanto que pidas perdón. La herida estará siempre allí. Y una herida física es igual
que una herida verbal.
Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas joyas a quienes
hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te escuchan, comparten
una palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para recibirte.
Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos, hicieron
con que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter. Y colorín
colorado, este cuento se ha acabado.
FIN
LA LIEBRE Y LA TORTUGA
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no
cesaba de pregonar que ella era la más veloz y se burlaba de ello ante la lentitud
de la tortuga.
- ¡Eh, tortuga, no corras tanto que nunca vas a llegar a tu meta! Decía la liebre
riéndose de la tortuga.
- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la
carrera.
Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho señaló
los puntos de partida y de llegada, y sin más preámbulos comenzó la carrera en
medio de la incredulidad de los asistentes.
Cuando la liebre se despertó, vio con pavor que la tortuga se encontraba a una
corta distancia de la meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas,
pero ya era muy tarde: ¡la tortuga había alcanzado la meta y ganado la carrera!
Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que
burlarse jamás de los demás. También aprendió que el exceso de confianza es un
obstáculo para alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie, absolutamente nadie, es
mejor que nadie
Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que
el exceso de confianza puede ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.
DANIEL Y LAS PALABRAS MAGICAS
En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables que, si
las regalas a los demás, pueden conseguir que las personas hagan muchas
cosas: hacer reír al que está triste, llorar de alegría, entender cuando no
entendemos, abrir el corazón a los demás, enseñarnos a escuchar sin hablar.
Hay veces que las letras se unen solas para formar palabras fantásticas,
imaginarias, y es que Daniel es mágico, es un mago de las palabras.
Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más quiere.
Es muy divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la mañana un buenos
días, preciosa debajo de la almohada; o cuando papá encuentra en su coche un te
quiero de color azul.
Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen
sentir bien: gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas.
Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la
cara de felicidad de la gente cuando las oye.
Sabe bien que las palabras amables son mágicas, son como llaves que te abren la
puerta de los demás.
FIN
CARRERA DE ZAPATILLAS
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron
temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya
estaban todos reunidos junto al lago.
También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan
presumida que no quería ser amiga de los demás animales.
- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.
- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.
- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.
El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas
con moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares
anaranjados.
La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a
punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.
Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!
Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y
le dijo:
Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las
hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas,
preparados, listos, ¡YA!
Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva
amiga que además había aprendido lo que significaba la amistad.
Érase una vez dos niñas muy amigas llamadas Sara y Lucía. Se conocían desde
que eran muy pequeñas y compartían siempre todo la una con la otra.
Un día Sara y Lucía salieron de compras. Sara se probó una camiseta y le pidió a
su amiga Lucía su opinión. Lucía, sin dudarlos dos veces, le dijo que no le gustaba
cómo le quedaba y le aconsejó buscar otro modelo.
Al llegar a casa, Sara le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que
su amiga sólo había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello.
Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en
la sinceridad.
FIN
UN CONEJO EN LA VIA
Daniel se reía dentro del auto por las gracias que hacía su hermano menor,
Carlos. Iban de paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus
tibias aguas y elevarían sus nuevas cometas. Sería un día de paseo inolvidable.
De pronto el coche se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre
exclamar con voz ronca:
- Cantemos esta canción, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás. La mamá
comenzó a tararear una canción. Pero Daniel miró por la ventana trasera y vio
tendido sobre la carretera el cuerpo de un conejo.
- Bueno, está bien- dijo el padre dándose cuenta de su error. Y dando vuelta
recogieron al conejo herido.
Pero al reiniciar su viaje fueron detenidos un poco más adelante por una patrulla
de la policía, que les informó de que una gran roca había caído sobre la carretera
por donde iban, cerrando el paso. Al enterarse de la emergencia, todos ayudaron
a los policías a retirar la roca.
Gracias a la solidaridad de todos pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al
veterinario, que curó la pata al conejo. Los papás de Daniel y carlos aceptaron a
llevarlo a su casa hasta que se curara
Unas semanas después toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el
bosque. Carlos y Daniel le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más
feliz en libertad.
FIN
EL CABALLO Y EL ASNO
Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al
caballo:
Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno.
Y el caballo, suspirando dijo:
- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora
tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!
Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo
pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti
mismo.
SANTILIN
Siempre está atento a los juegos de los otros animalitos. Con mucha paciencia
trata de enseñarles que pueden entretenerse sin dañar las plantas, sin pisotear el
césped, sin destruir lo hermoso que la naturaleza nos regala.
- Esperen, ya vuelvo.
Le colocaron la gorra sobre el lomo y, de esta forma tan sencilla, taparon las púas
para que no los pinchara y así pudieran compartir los juegos.
Tan contentos estaban que, tomados de las manos, formaron una gran ronda y
cantaron felices.
FIN
EL CEDRO VANIDOSO
Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan
bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.
Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan
bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.
Si con lo hermoso que soy diera además fruto, se dijo, ningún árbol del mundo
podría compararse conmigo.
Y decidió observar a los otros árboles y hacer lo mismo con ellos. Por fin, en lo
alto de su erguida copa, apunto un bellísimo fruto.
Tanto y tanto creció aquel fruto, que se hizo demasiado grande. La copa del
cedro, no pudiendo sostenerlo, se fue doblando; y cuando el fruto maduro, la copa,
que era el orgullo y la gloria del árbol, empezó a tambalearse hasta que se troncho
pesadamente.
FIN
LA TIA RITA
Poseía una espalda curvada, con la cual aparentaba una edad de lo más
avanzada. Joroba que le hacía un cuerpo semejante, al caminar, al de una pobre
grulla sin alas. Sin embargo, no era aquello lo más singular. Todo el mundo
comentaba que la tía Rita sufría de espasmos y que, por ello, el cuerpo parecía
habérsele partido en cuarto y mitad.
La tía Rita era una mujer de lo más “especialita”. Su hermana decía que era
alérgica a la letra “i” y que, por ese motivo, vivía en un sin vivir. Si la nombraban,
estornudaba, y si estornudaba…de nuevo, el cuerpo entero otra vez le temblaba:
¡aaachís! La pobre Rita ya no sabía, cómo de aquel castigo escapar podría:
Una vez informados del caso de su hermana Rita y de su hijo Martín, todos los
sabios y sabias del consejo, acordaron conceder al pequeño, la vocal que tanta
alergia le había provocado a su tía. Y, finalmente, tallaron a Martín, muy
cuidadosamente, la dichosa letra “i”.
Al pulpo Pulpi le encantaban los dulces. Daba igual que forma tuviesen, su color o
su sabor. Simplemente, ¡le gustaban todos! Su sueño en la vida era poder habitar
en un país con forma de nube, tener una casa de gominola, y dormir sobre una
colcha de algodón de azúcar. Pero como sabía que todo aquello iba a ser muy
difícil, procuraba cumplir su sueño a diario de otra manera.
Pero aquella forma que había encontrado de rendirse al dulce, implicaba mentir a
mamá. ¿Cómo lo hacía? Pues cada día, sobre todo en verano, Pulpi le pedía a su
madre dinero para comprarse un caramelo. Como Pulpi se portaba muy bien y
ayudaba mucho en casa, a mamá no le parecía mal que Pulpi tuviera ese pequeño
capricho cada día, dado su buen comportamiento. De este modo, Pulpi acudía
cada día a la tienda de doña Estrella de mar, que ya era muy mayor y apenas veía
nada.
Pero la avaricia de Pulpi un día le pasó factura, y fue tan grande el dolor de tripa
que se cogió que ni salir pudo en una semana de su cama. El médico, que
confirmó rápidamente el terrible empacho de Pulpi, ayudó con su diagnóstico a
descubrir su engaño y también a sacar a la señora Estrella de mar de todas sus
dudas en cuanto a los dulces que vendía y los que no. “Descubierto el pastel”, y
nunca mejor dicho, entre la mamá de Pulpi y la señora Estrella de mar decidieron
darle su merecido y ponerle a colaborar como ayudante en la tienda hasta que
doña Estrella recuperase todo el dinero perdido. Sin duda iba a pasar mucho
tiempo allí, dada la cantidad de productos que había hurtado de la tienda por su
terrible obsesión con el dulce.
Tras reflexionar sobre su situación, el mapache llegó a pensar que lo mejor para él
sería esconderse en el bosque y vivir alejado de los demás para siempre. Pero
aquella actitud duró poco tiempo, casi el mismo que sus heridas tardaron en curar
y los dolores en retirarse de su peludo cuerpo. Aquel mapache, tras su
recuperación, se veía aún más bonito que nunca, y pronto comenzó a despertar
envidia entre sus antiguos amigos, que un día, al encontrase con él de nuevo, le
invitaron a formar parte del grupo. El mapache, que en aquel tiempo había
aprendido a vivir sin problemas solito y que había ganado mucho en sabiduría, les
manifestó orgulloso que no los necesitaba en absoluto.
El mapache ahora tenía una nueva vida llena de oportunidades y cosa bonitas que
estaban aún por llegar.
LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
En una granja convivieron una vez muchos cerditos, y aunque ante el ojo humano
podían parecer casi iguales, lo cierto es que eran muy diferentes unos de otros.
Algunos eran muy grandes y lustrosos, y otros, más débiles, eran mucho más
flacuchos y escuálidos. Los primeros, conscientes de su lozanía, se burlaban de
los otros insinuándoles que no valían para nada.
¡Qué lástima dan esos cerditos escuchimizados! ¡Son un saquito de huesos! – Dijo
el cerdo más grande y cebado de toda la granja.
Un día, el granjero que cuidaba a todos ellos, bajó a la granja a por un buen
ejemplar para celebrar las fiestas navideñas que se encontraban a la vuelta de la
equina. El granjero observó muy atento a todos los cerdos que tenía, posando su
mirada, tras un rato, sobre el cerdito más grande y pagado de sí mismo. En
aquellos momentos, los cerdos más gruesos y lustrosos miraban con ojos
lastimosos a sus compañeros escuchimizados, y hubieran hecho cualquier cosa
por parecerse a ellos y no correr aquella triste suerte. Afortunadamente, el
granjero (que no tenía demasiado claro lo de poner fin a un pobre cerdito tan solo
por celebrar una fiesta), cambió de opinión y no sacó ni a uno solo de la granja.
Al verle, la gallina, que era muy lista, supo muy bien a qué se debía aquella visita y
decidió exagerar los síntomas de su gripe para engañar al gato:
¡Qué bien que me visita! ¿Podría usted ayudarme, don gato? Necesito poner agua
a calentar para calmar mi garganta. ¿Podría usted hacerlo?- Preguntó la gallina.
A los viandantes que se cruzaban con él se les llenaban los ojos de lágrimas, y
muy compadecidos por su estado, se fueron haciendo amigos de él, incluso
algunos ratones con el corazón lleno de amor y de solidaridad.
Sin embargo, uno de aquellos ratones que se encontraba por las cercanías, y que
le observaba día tras día, no terminaba de confiar en él ni de creer que el hambre
le hubiese apaciguado también su frío corazón. Un día, surgió una disputa entre
dos pájaros ante la aparente mirada impasible del gato. El ratón, que observaba la
escena sin perder detalle, estaba convencido de que el gato se lanzaría
hambriento sobre los dos pájaros, y de este modo, todo el mundo descubriría las
verdaderas intenciones del gato.
El gato, aproximándose a la rama del árbol desde la cual vociferaban los pájaros,
dijo:
Efectivamente, y como temía el ratón, el gato parecía cercar cada vez más a los
pobres pájaros con la intención de lanzarse sobre ellos. Ya no era un gato
cazador, y los años, le conducían a vivir de ocasiones fortuitas y desesperadas.
Érase una vez un pequeño ciervo que vivía junto a su familia en el bosque. Era tan
bonito y diminuto que su familia le colmaba continuamente con mimos y
atenciones. Pero el pequeño ciervo no respondía a todo aquel cariño como debía,
y en ocasiones era bastante arisco y caprichoso.
Una vez llegó la familia, el pequeño ciervo tuvo la ocasión de conocer a su dulce
prima. ¡Qué simpática y agradable era aquella cervatilla! Tanto, que pronto
comenzó a llevarse todas las atenciones de los demás, incluidas las de sus
padres.
Mamá se disgustó mucho, pero su prima, valiente y decidida, decidió cargar con la
culpa de la travesura del pequeño ciervo.
Pero su prima lo había visto todo y sabía muy bien quien había sido el culpable de
aquel desastre. Aun así, no deseaba que le regañasen y que se pusiera triste.
Aquel gesto tan bonito, hizo que el pequeño ciervo se sintiese muy culpable por lo
que había hecho y por no querer a su familia. Y desde entonces se propuso
recuperar el tiempo perdido y disfrutar del tiempo con los suyos con la mayor de
las sonrisas. El cervatillo comprendió que con amor y alegría, se gana mucho más
que con odio y venganzas.
LA FAMILIA TOPO
A los pies de un pino muy grande y robusto vivía una familia de topos. Eran felices
en su hogar, y la naturaleza les permitía alimentarse con frecuencia y mucha
calidad por las inmediaciones de la zona.
La sombra del pino les proporcionaba frescor en los días más calurosos, cuando
decidían salir de casa para respirar aire puro. Tan cómodos y felices se sentían
bajo su árbol, que pronto refinaron sus gustos alimenticios decantándose más por
los ricos piñones que el árbol les ofrecía, que por las crudas lombrices que solían
comer todos los de su especie. Sin embargo, para poder llegar a los ricos piñones
debían trepar por el largo tronco del pino, poniendo sus vidas en riesgo. El topo,
animal de madriguera, no estaba acostumbrado a realizar estas acciones que, a
menudo, se complicaban más de la cuenta con la llegada de la lluvia o del frío
intenso.
Por este motivo tendían a aventurarse los topillos más jóvenes, hasta que un día,
decidieron sin consultar a sus mayores que para alcanzar los piñones con mucho
menos riesgo y con más comodidad, debían talar el pino.
Si acabáis con el pino, habrá piñones para este invierno y tal vez la primavera.
Pero, ¿qué haremos el invierno próximo? Pues rezar para que nuestras crías,
acostumbradas ya a este alimento, perezcan por falta de comida y frío. – Exclamó
el abuelo topo.
Érase una vez un cocodrilo muy listo que vivía en la selva amazónica. El cocodrilo,
como el resto de animales, pasaba sus días sobreviviendo en su hábitat y
nadando en las profundidades del río.
Día tras día, el cocodrilo se veía obligado a acudir a la orilla del río para acechar a
otros animales con los que poder alimentarse y salir adelante. Como no era una
tarea nada fácil, el cocodrilo simplemente dejaba que los animales sedientos se
adentrasen en el agua para refrescarse y para beber un poco del agua fresca del
río. Él, mientras, esperaba a los descuidados e incautos animales absolutamente
quieto y camuflado bajo las aguas del río. Y de esta forma el cocodrilo solía
atrapar a muchos animales.
Sin embargo, pronto se fue corriendo la voz entre los animalillos del bosque de la
existencia de aquel cocodrilo, y poco a poco, dejaban de acudir al río para beber y
para refrescarse tomando nuevos caminos. La naturaleza parecía haberse vuelto
más amable con todos aquellos animales cuya vida peligraba al acercarse al río
por culpa del cocodrilo; sin embargo, la misma naturaleza parecía estar entonces
en contra de este singular reptil. El hambre acuciaba al cocodrilo cada vez más y
no tuvo otro remedio que idear otra artimaña para conseguir su fin.
Su nueva idea consistía, nada más y nada menos, que en convertirse a los ojos de
los demás animales en un ser sensible y debilucho. El cocodrilo procuraba
vendarse sus garras, y hasta la boca, para que los demás animales del bosque le
observaran y se apiadaran de él creyéndole enfermo. Y aquel nuevo plan funcionó
de tal forma, que un día bajaron casi hasta los mismos hocicos del cocodrilo toda
una bandada de patos, avanzando hacia el río uno detrás de otro. Aquellos patitos
no caminaban hacia el agua por sus ganas de nadar o de saciar su sed, sino
porque una especie de llanto lastimoso llegaba hasta sus oídos clamando ayuda.
Una vez frente al cocodrilo, la mayoría de los patitos parecían dispuestos a ayudar
al fiero animal, al verle tan desvalido y enfermo. Pero uno de ellos, el más
pequeño de todos que observaba algo raro en la mirada del cocodrilo, le propuso
llamar al mejor veterinario de toda la selva. ¡Qué miedo le entró al cocodrilo al oír
aquello! Tanto…que se le quitó el hambre repentinamente y, despavorido, decidió
alejarse de la orilla en busca de la tranquilidad de las profundidades del río.
Dicen que el hambre agudiza el ingenio, y por eso el cocodrilo buscaba la mejor
forma de hacerse con los animales más incautos para poder comer. Pero como la
inteligencia no es patrimonio del hambre, también sirvió en aquella ocasión para
que los patitos volviesen sanos y salvos a casa, unos detrás de otro, gracias a la
astucia del patito más pequeño. ¡Quién iba a decirlo!