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EL RATÓN CAMPESTRE Y EL CORTESANO

Había un grupo grande de ratones, pero entre ellos había uno que era amigo de
un ratón de la corte que era millonario y nunca le faltaba comida. El otro solo era
un campesino que tenía que buscárselas cada día comiendo solo lo necesario.

Un buen día el ratón campesino motivado por el gran aprecio que le tenía a su
amigo invito al ratón cortesano a que almorzaran juntos, pero el ratón millonario, al
recordar que su amigo era pobre, le dijo que mejor fueran a su casa porque allí
tenía de todo, es más hasta le ofreció que podía llevar algo de comida a su
regreso, por eso el ratón campesino acepto con mucho gusto. Al llegar a su casa,
el ratón campesino maravillado con tantos quesos, higos y otras variedades solo
atino a suspirar embelesado y feliz porque su amigo no padecía para comer.

Pero el amigo le dijo:

-Mi estimado amigo, tu vida es como la de las hormigas, tienes que trabajar mucho
para comer tan poco y a veces nada, mejor vente a vivir conmigo. Si vienes nunca
te faltara alimento, y lo mejor es que estaremos juntos y lo compartiremos todo si
así lo quieres, mientras a su vez le mostraba un cuarto lleno de frutas, legumbres
y abundante miel. El ratoncito pobre estaba emocionado y feliz. Solo que algo
extraño sucedió de pronto que irrumpió la amena conversación, alguien entro
haciendo ruido creyendo que la casa estaba sola e hizo que corran los ratones
directo a sus escondites, de hecho era un ladrón que quería robarles la comida y
así fue.

Luego salieron los ratones a comer algo de miel e higos, pero otro ladrón ingreso a
robar una vez más. Al ver esto el ratón campesino lo pensó mejor y le dijo a su
amigo:

-Lo pensé mejor amigo, tu tienes comida pero no vives tranquilo, en cambio yo,
aunque tengo poco lo consigo y como en paz. En realidad prefiero mi vida como
es, sin temores. De nada me sirve vivir así como tu, te hartas de comida hasta que
el temor te hace correr. Lo lamento pero . . .me voy.

Es mejor comer poco y vivir en paz, que tener abundancia y vivir en temor. Tu
decides.
LOS RATONES Y LAS COMADREJAS

En algún lugar del mundo, unos ratones y algunas comadrejas se mantenían en


una guerra sin control desde hace mucho tiempo. Por ello los ratones convinieron
en reunirse en una asamblea general para llegar a unos acuerdos, en esa reunión
opinaron que sería necesario un líder para ellos, ya que la causa de sus derrotas
sería la falta de buenos estrategas. Los elegidos queriendo llamar la atención,
pretendían deslumbrar a todos haciendo unos cuernos muy grandes para ponerlos
en su cabeza para lo cual los sujetaban con gran firmeza.

Así llego el momento en que una batalla más se iniciaba y como siempre los
ratones iban perdiendo. Para esto no les quedo más que correr a su escondite
para salvar sus vidas, pero la vanagloria les jugo una mala pasada a los
dirigentes, queriendo en su huida entrar a sus ratoneras, quienes llevaban los
cuernos en sus cabezas no lo lograron porque quedaron atorados, y así los
apresaron y por último acabaron devorados.

Sin duda no tuvieron una gran idea y se equivocaron los elegidos, ya que no es lo
que aparentas ser lo que te lleva a la victoria, por el contrario, pensar y tomar
decisiones sabias hubiera sido lo mejor para todos.

Si tienes un alto puesto tómalo con humildad, y mejor actúa con sensatez y gran
responsabilidad.
UGA LA TORTUGA

¡Caramba, todo me sale mal! se lamenta constantemente Uga, la tortuga. Y es que


no es para menos: siempre llega tarde, es la última en acabar sus tareas, casi
nunca consigue premios a la rapidez y, para colmo es una dormilona.

¡Esto tiene que cambiar! se propuso un buen día, harta de que sus compañeros
del bosque le recriminaran por su poco esfuerzo al realizar sus tareas.

Y es que había optado por no intentar siquiera realizar actividades tan sencillas
como amontonar hojitas secas caídas de los árboles en otoño, o quitar piedrecitas
de camino hacia la charca donde chapoteaban los calurosos días de verano.

-¿Para qué preocuparme en hacer un trabajo que luego acaban haciendo mis
compañeros? Mejor es dedicarme a jugar y a descansar.

- No es una gran idea, dijo una hormiguita. Lo que verdaderamente cuenta no es


hacer el trabajo en un tiempo récord; lo importante es acabarlo realizándolo lo
mejor que sabes, pues siempre te quedará la recompensa de haberlo conseguido.

No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren
tiempo y esfuerzo. Si no lo intentas nunca sabrás lo que eres capaz de hacer, y
siempre te quedarás con la duda de si lo hubieras logrados alguna vez.

Por ello, es mejor intentarlo y no conseguirlo que no probar y vivir con la duda. La
constancia y la perseverancia son buenas aliadas para conseguir lo que nos
proponemos; por ello yo te aconsejo que lo intentes. Hasta te puede sorprender de
lo que eres capaz.

- ¡Caramba, hormiguita, me has tocado las fibras! Esto es lo que yo necesitaba:


alguien que me ayudara a comprender el valor del esfuerzo; te prometo que lo
intentaré.

Pasaron unos días y Uga, la tortuga, se esforzaba en sus quehaceres.

Se sentía feliz consigo misma pues cada día conseguía lo poquito que se proponía
porque era consciente de que había hecho todo lo posible por lograrlo.

- He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse grandes e imposibles


metas, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a lograr grandes
fines.

FIN
EL NIÑO Y LOS CLAVOS

Había un niño que tenía muy, pero que muy mal carácter. Un día, su padre le dio
una bolsa con clavos y le dijo que cada vez que perdiera la calma, que él clavase
un clavo en la cerca de detrás de la casa.

El primer día, el niño clavó 37 clavos en la cerca. Al día siguiente, menos, y así
con los días posteriores. Él niño se iba dando cuenta que era más fácil controlar
su genio y su mal carácter, que clavar los clavos en la cerca.

Finalmente llegó el día en que el niño no perdió la calma ni una sola vez y se lo
dijo a su padre que no tenía que clavar ni un clavo en la cerca. Él había
conseguido, por fin, controlar su mal temperamento.

Su padre, muy contento y satisfecho, sugirió entonces a su hijo que por cada día
que controlase su carácter, que sacase un clavo de la cerca.

Los días se pasaron y el niño pudo finalmente decir a su padre que ya había
sacado todos los clavos de la cerca. Entonces el padre llevó a su hijo, de la mano,
hasta la cerca de detrás de la casa y le dijo:

- Mira, hijo, has trabajo duro para clavar y quitar los clavos de esta cerca, pero
fíjate en todos los agujeros que quedaron en la cerca. Jamás será la misma.

Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas con mal genio, enfado y
mal carácter, dejas una cicatriz, como estos agujeros en la cerca. Ya no importa
tanto que pidas perdón. La herida estará siempre allí. Y una herida física es igual
que una herida verbal.

Los amigos, así como los padres y toda la familia, son verdaderas joyas a quienes
hay que valorar. Ellos te sonríen y te animan a mejorar. Te escuchan, comparten
una palabra de aliento y siempre tienen su corazón abierto para recibirte.

Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos, hicieron
con que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter. Y colorín
colorado, este cuento se ha acabado.

FIN
LA LIEBRE Y LA TORTUGA

En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa y vanidosa, que no
cesaba de pregonar que ella era la más veloz y se burlaba de ello ante la lentitud
de la tortuga.

- ¡Eh, tortuga, no corras tanto que nunca vas a llegar a tu meta! Decía la liebre
riéndose de la tortuga.

Un día, a la tortuga se le ocurrió hacerle una inusual apuesta a la liebre:

- Estoy segura de poder ganarte una carrera.

- ¿A mí? Preguntó asombrada la liebre.

- Sí, sí, a ti, dijo la tortuga. Pongamos nuestras apuestas y veamos quién gana la
carrera.

La liebre, muy ingreída, aceptó la apuesta.

Así que todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. El búho señaló
los puntos de partida y de llegada, y sin más preámbulos comenzó la carrera en
medio de la incredulidad de los asistentes.

Astuta y muy confiada en si misma, la liebre dejó coger ventaja a la tortuga y se


quedó haciendo burla de ella. Luego, empezó a correr velozmente y sobrepasó a
la tortuga que caminaba despacio, pero sin parar. Sólo se detuvo a mitad del
camino ante un prado verde y frondoso, donde se dispuso a descansar antes de
concluir la carrera. Allí se quedó dormida, mientras la tortuga siguió caminando,
paso tras paso, lentamente, pero sin detenerse.

Cuando la liebre se despertó, vio con pavor que la tortuga se encontraba a una
corta distancia de la meta. En un sobresalto, salió corriendo con todas sus fuerzas,
pero ya era muy tarde: ¡la tortuga había alcanzado la meta y ganado la carrera!

Ese día la liebre aprendió, en medio de una gran humillación, que no hay que
burlarse jamás de los demás. También aprendió que el exceso de confianza es un
obstáculo para alcanzar nuestros objetivos. Y que nadie, absolutamente nadie, es
mejor que nadie

Esta fábula enseña a los niños que no hay que burlarse jamás de los demás y que
el exceso de confianza puede ser un obstáculo para alcanzar nuestros objetivos.
DANIEL Y LAS PALABRAS MAGICAS

Te presento a Daniel, el gran mago de las palabras. El abuelo de Daniel es muy


aventurero y este año le ha enviado desde un país sin nombre, por su
cumpleaños, un regalo muy extraño: una caja llena de letras brillantes.

En una carta, su abuelo le dice que esas letras forman palabras amables que, si
las regalas a los demás, pueden conseguir que las personas hagan muchas
cosas: hacer reír al que está triste, llorar de alegría, entender cuando no
entendemos, abrir el corazón a los demás, enseñarnos a escuchar sin hablar.

Daniel y las palabras magicas. Cuentos para niños

Daniel juega muy contento en su habitación, monta y desmonta palabras sin


cesar.

Hay veces que las letras se unen solas para formar palabras fantásticas,
imaginarias, y es que Daniel es mágico, es un mago de las palabras.

Lleva unos días preparando un regalo muy especial para aquellos que más quiere.

Es muy divertido ver la cara de mamá cuando descubre por la mañana un buenos
días, preciosa debajo de la almohada; o cuando papá encuentra en su coche un te
quiero de color azul.

Sus palabras son amables y bonitas, cortas, largas, que suenan bien y hacen
sentir bien: gracias, te quiero, buenos días, por favor, lo siento, me gustas.

Daniel sabe que las palabras son poderosas y a él le gusta jugar con ellas y ver la
cara de felicidad de la gente cuando las oye.

Sabe bien que las palabras amables son mágicas, son como llaves que te abren la
puerta de los demás.

Porque si tú eres amable, todo es amable contigo. Y Daniel te pregunta: ¿quieres


intentarlo tú y ser un mago de las palabras amables?

FIN
CARRERA DE ZAPATILLAS
Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron
temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya
estaban todos reunidos junto al lago.

También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan
presumida que no quería ser amiga de los demás animales.

La jiraba comenzó a burlarse de sus amigos:

- Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.

- Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo.

- Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga.

Y entonces, llegó la hora de la largada.

El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas
con moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares
anaranjados.

La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a
punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.

Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!

- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.

Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y
le dijo:

- Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos


somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y
ayudarnos cuando lo necesitamos.

Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las
hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.

Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas,
preparados, listos, ¡YA!

Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva
amiga que además había aprendido lo que significaba la amistad.

Colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.


FIN
SARA Y LUCIA

Érase una vez dos niñas muy amigas llamadas Sara y Lucía. Se conocían desde
que eran muy pequeñas y compartían siempre todo la una con la otra.

Un día Sara y Lucía salieron de compras. Sara se probó una camiseta y le pidió a
su amiga Lucía su opinión. Lucía, sin dudarlos dos veces, le dijo que no le gustaba
cómo le quedaba y le aconsejó buscar otro modelo.

Sara y Lucía, un cuento para niños sobre la sinceridad

Entonces Sara se sintió ofendida y se marchó llorando de la tienda, dejando allí a


su amiga.

Lucía se quedó muy triste y apenada por la reacción de su amiga.

No entendía su enfado ya que ella sólo le había dicho la verdad.

Al llegar a casa, Sara le contó a su madre lo sucedido y su madre le hizo ver que
su amiga sólo había sido sincera con ella y no tenía que molestarse por ello.

Sara reflexionó y se dio cuenta de que su madre tenía razón.

Al día siguiente fue corriendo a disculparse con Lucía, que la perdonó de


inmediato con una gran sonrisa.

Desde entonces, las dos amigas entendieron que la verdadera amistad se basa en
la sinceridad.

Y colorín colorado este cuento se ha acabado, y el que se enfade se quedará


sentado.

FIN
UN CONEJO EN LA VIA
Daniel se reía dentro del auto por las gracias que hacía su hermano menor,
Carlos. Iban de paseo con sus padres al Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus
tibias aguas y elevarían sus nuevas cometas. Sería un día de paseo inolvidable.
De pronto el coche se detuvo con un brusco frenazo. Daniel oyó a su padre
exclamar con voz ronca:

- ¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!

- ¿A quién, a quién?, le preguntó Daniel.

- No se preocupen, respondió su padre-. No es nada.

El auto inició su marcha de nuevo y la madre de los chicos encendió la radio,


empezó a sonar una canción de moda en los altavoces.

- Cantemos esta canción, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás. La mamá
comenzó a tararear una canción. Pero Daniel miró por la ventana trasera y vio
tendido sobre la carretera el cuerpo de un conejo.

- Para el coche papi, gritó Daniel. Por favor, detente.

- ¿Para qué?, responde su padre.

- ¡El conejo, le dice, el conejo allí en la carretera, herido!

- Dejémoslo, dice la madre, es sólo un animal.

- No, no, para, para.

- Sí papi, no sigas - añade Carlitos-. Debemos recogerlo y llevarlo al hospital de


animales. Los dos niños estaban muy preocupados y tristes.

- Bueno, está bien- dijo el padre dándose cuenta de su error. Y dando vuelta
recogieron al conejo herido.

Pero al reiniciar su viaje fueron detenidos un poco más adelante por una patrulla
de la policía, que les informó de que una gran roca había caído sobre la carretera
por donde iban, cerrando el paso. Al enterarse de la emergencia, todos ayudaron
a los policías a retirar la roca.
Gracias a la solidaridad de todos pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al
veterinario, que curó la pata al conejo. Los papás de Daniel y carlos aceptaron a
llevarlo a su casa hasta que se curara
Unas semanas después toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el
bosque. Carlos y Daniel le dijeron adiós con pena, pero sabiendo que sería más
feliz en libertad.
FIN
EL CABALLO Y EL ASNO

Un hombre tenía un caballo y un asno.

Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno, sintiéndose cansado, le dijo al
caballo:

- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.

El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y


murió allí mismo.

Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno.
Y el caballo, suspirando dijo:

- ¡Qué mala suerte tengo! ¡Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora
tengo que cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima!

Cada vez que no tiendes tu mano para ayudar a tu prójimo que honestamente te lo
pide, sin que lo notes en ese momento, en realidad te estás perjudicando a ti
mismo.
SANTILIN

Santilin es un osito muy inteligente, bueno y respetuoso. Todos lo quieren mucho,


y sus amiguitos disfrutan jugando con él porque es muy divertido.

Le gusta dar largos paseos con su compañero, el elefantito. Después de la


merienda se reúnen y emprenden una larga caminata charlando y saludando a las
mariposas que revolotean coquetas, desplegando sus coloridas alitas.

Siempre está atento a los juegos de los otros animalitos. Con mucha paciencia
trata de enseñarles que pueden entretenerse sin dañar las plantas, sin pisotear el
césped, sin destruir lo hermoso que la naturaleza nos regala.

Un domingo llegaron vecinos nuevos. Santilin se apresuró a darles la bienvenida y


enseguida invitó a jugar al puercoespín más pequeño.

Lo aceptaron contentos hasta que la ardillita, llorando, advierte:

- Ay, cuidado, no se acerquen, esas púas lastiman.

El puercoespín pidió disculpas y triste regresó a su casa. Los demás se quedaron


afligidos, menos Santilin, que estaba seguro de encontrar una solución.

Pensó y pensó, hasta que, risueño, dijo:

- Esperen, ya vuelvo.

Santilin regresó con la gorra de su papá y llamó al puercoespín.

Le colocaron la gorra sobre el lomo y, de esta forma tan sencilla, taparon las púas
para que no los pinchara y así pudieran compartir los juegos.

Tan contentos estaban que, tomados de las manos, formaron una gran ronda y
cantaron felices.

FIN
EL CEDRO VANIDOSO

Erase una vez un cedro satisfecho de su hermosura.

Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan
bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.

Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan
bellamente dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.

Si con lo hermoso que soy diera además fruto, se dijo, ningún árbol del mundo
podría compararse conmigo.

Y decidió observar a los otros árboles y hacer lo mismo con ellos. Por fin, en lo
alto de su erguida copa, apunto un bellísimo fruto.

Tendré que alimentarlo bien para que crezca mucho, se dijo.

Tanto y tanto creció aquel fruto, que se hizo demasiado grande. La copa del
cedro, no pudiendo sostenerlo, se fue doblando; y cuando el fruto maduro, la copa,
que era el orgullo y la gloria del árbol, empezó a tambalearse hasta que se troncho
pesadamente.

¡A cuantos hombres, como el cedro, su demasiada ambición les arruina!

FIN
LA TIA RITA

La tía Rita era una mujer de lo más peculiar.

Poseía una espalda curvada, con la cual aparentaba una edad de lo más
avanzada. Joroba que le hacía un cuerpo semejante, al caminar, al de una pobre
grulla sin alas. Sin embargo, no era aquello lo más singular. Todo el mundo
comentaba que la tía Rita sufría de espasmos y que, por ello, el cuerpo parecía
habérsele partido en cuarto y mitad.

La tía Rita era una mujer de lo más “especialita”. Su hermana decía que era
alérgica a la letra “i” y que, por ese motivo, vivía en un sin vivir. Si la nombraban,
estornudaba, y si estornudaba…de nuevo, el cuerpo entero otra vez le temblaba:
¡aaachís! La pobre Rita ya no sabía, cómo de aquel castigo escapar podría:

– «Ji, ji, ji…» –Carcajadas de señoras y señores…


– « ¡Piii! ¡Piiii! » –Sonido de coches en calles y callejones…
– «Din, don…Din, don… » –Repiques de campanas y relojes…

¡Quiquiriquí!…De la mañana a la noche, la tía Rita se encontraba inmersa en una


extraña danza (compuesta de muecas curiosas y muchos temblores) que parecía
no tener fin. Hasta que un día la hermana de Rita, ideó una manera de acabar con
la caprichosa alergia en torno a aquella letra tan estrechita.

Acordándose de que su hijo Martín, tartamudeaba y se atragantaba con la misma


letra “i”, decidió hurtarle la vocal a su hermana, para ponerla en el abecedario del
pequeñín. Presurosa, acudió al Consejo superior de los nombres de todos los
reinos. En él, las personas más sabias acuñaban en madera elegantemente
tallada, todas las letras del abecedario en el Casillero Oficial de todos los niños y
niñas, conforme aprendían a hablar, leer y escribir.

Una vez informados del caso de su hermana Rita y de su hijo Martín, todos los
sabios y sabias del consejo, acordaron conceder al pequeño, la vocal que tanta
alergia le había provocado a su tía. Y, finalmente, tallaron a Martín, muy
cuidadosamente, la dichosa letra “i”.

La «hermana Reta», como la llamaron a partir de entonces, pudo al fin relajarse y


vivir feliz, y Martín pudo de una vez pronunciar la “i”…
¡Achís!
EL GOLOSO PULPI

Al pulpo Pulpi le encantaban los dulces. Daba igual que forma tuviesen, su color o
su sabor. Simplemente, ¡le gustaban todos! Su sueño en la vida era poder habitar
en un país con forma de nube, tener una casa de gominola, y dormir sobre una
colcha de algodón de azúcar. Pero como sabía que todo aquello iba a ser muy
difícil, procuraba cumplir su sueño a diario de otra manera.

Pero aquella forma que había encontrado de rendirse al dulce, implicaba mentir a
mamá. ¿Cómo lo hacía? Pues cada día, sobre todo en verano, Pulpi le pedía a su
madre dinero para comprarse un caramelo. Como Pulpi se portaba muy bien y
ayudaba mucho en casa, a mamá no le parecía mal que Pulpi tuviera ese pequeño
capricho cada día, dado su buen comportamiento. De este modo, Pulpi acudía
cada día a la tienda de doña Estrella de mar, que ya era muy mayor y apenas veía
nada.

Aprovechándose de la situación, y de que la pobre señora Estrella de mar no se


enteraba muy bien de cuanto sucedía a su alrededor, el pequeño Pulpi vaciaba
casi toda la tienda, llevándose montones de pasteles y chucherías. Doña Estrella
de mar no daba abasto a reponer las mercancías de su negocio, ni terminaba de
comprender el por qué se le agotaban tan pronto.

Pero la avaricia de Pulpi un día le pasó factura, y fue tan grande el dolor de tripa
que se cogió que ni salir pudo en una semana de su cama. El médico, que
confirmó rápidamente el terrible empacho de Pulpi, ayudó con su diagnóstico a
descubrir su engaño y también a sacar a la señora Estrella de mar de todas sus
dudas en cuanto a los dulces que vendía y los que no. “Descubierto el pastel”, y
nunca mejor dicho, entre la mamá de Pulpi y la señora Estrella de mar decidieron
darle su merecido y ponerle a colaborar como ayudante en la tienda hasta que
doña Estrella recuperase todo el dinero perdido. Sin duda iba a pasar mucho
tiempo allí, dada la cantidad de productos que había hurtado de la tienda por su
terrible obsesión con el dulce.

Tras aquellos días en la tienda de chucherías, rodeado de kilos y kilos de azúcar,


y con el doloroso recuerdo de su fuerte indigestión, Pulpi decidió que no volvería a
probar un solo dulce en su vida, ni por supuesto, a mentir a mamá.

Y como es lógico y normal, Pulpi solo cumplió la segunda de sus promesas…


EL TIEMPO TODO LO CURA

Queridos amiguitos: la mala educación no solo es asunto de los humanos, y en el


mundo de los animales también tienen que sufrir cosas como las que sufrimos las
personas, especialmente los niños. Al menos eso nos dice la historia que circula
por nuestros bosques de un tierno mapache.

Este animalito tuvo la mala suerte de tener un accidente un día al caerse de un


árbol. Aquel accidente transformó su aspecto, de tal forma, que sus amigos de
siempre comenzaron a no tomarle en serio y a burlarse de él, pensando que lo
que le había pasado al pobre mapache era una cosa de risa. La inocencia de
aquellos otros mapaches hizo que no obrasen adecuadamente con aquel fiel
amigo que siempre había estado con ellos y que nunca les había fallado. Poco a
poco, aquellos amigos dejaron también de llamarle para jugar, ya que no tenía la
misma agilidad ni las mismas ganas que los demás. El mapache a raíz de aquello
se sintió muy triste, y el dolor que le había producido la actitud de sus amigos de
siempre, le dolía mucho más que el golpe de la caída, y eso que le había dolido
mucho.

Tras reflexionar sobre su situación, el mapache llegó a pensar que lo mejor para él
sería esconderse en el bosque y vivir alejado de los demás para siempre. Pero
aquella actitud duró poco tiempo, casi el mismo que sus heridas tardaron en curar
y los dolores en retirarse de su peludo cuerpo. Aquel mapache, tras su
recuperación, se veía aún más bonito que nunca, y pronto comenzó a despertar
envidia entre sus antiguos amigos, que un día, al encontrase con él de nuevo, le
invitaron a formar parte del grupo. El mapache, que en aquel tiempo había
aprendido a vivir sin problemas solito y que había ganado mucho en sabiduría, les
manifestó orgulloso que no los necesitaba en absoluto.

El mapache ahora tenía una nueva vida llena de oportunidades y cosa bonitas que
estaban aún por llegar.
LAS APARIENCIAS ENGAÑAN
En una granja convivieron una vez muchos cerditos, y aunque ante el ojo humano
podían parecer casi iguales, lo cierto es que eran muy diferentes unos de otros.
Algunos eran muy grandes y lustrosos, y otros, más débiles, eran mucho más
flacuchos y escuálidos. Los primeros, conscientes de su lozanía, se burlaban de
los otros insinuándoles que no valían para nada.

¡Qué lástima dan esos cerditos escuchimizados! ¡Son un saquito de huesos! – Dijo
el cerdo más grande y cebado de toda la granja.

Los cerditos más pequeños y menos fuertes, se apesadumbraban con aquellos


comentarios y se sentían continuamente humillados por las burlas de sus
compañeros de granja. No se atrevían ya, ni siquiera, a observarse en los cristales
de las puertas y ventanas que les rodeaban. A pesar de las dificultades,
procuraban levantarse el ánimo los unos a los otros confiando en que algún día
aquellos cerditos vanidosos tendrían su justo merecido.

Un día, el granjero que cuidaba a todos ellos, bajó a la granja a por un buen
ejemplar para celebrar las fiestas navideñas que se encontraban a la vuelta de la
equina. El granjero observó muy atento a todos los cerdos que tenía, posando su
mirada, tras un rato, sobre el cerdito más grande y pagado de sí mismo. En
aquellos momentos, los cerdos más gruesos y lustrosos miraban con ojos
lastimosos a sus compañeros escuchimizados, y hubieran hecho cualquier cosa
por parecerse a ellos y no correr aquella triste suerte. Afortunadamente, el
granjero (que no tenía demasiado claro lo de poner fin a un pobre cerdito tan solo
por celebrar una fiesta), cambió de opinión y no sacó ni a uno solo de la granja.

A partir de entonces, los cerdos vanidosos comprendieron que las apariencias


pueden engañar y decidieron comportarse con bondad con todos sus compañeros
en aquel apacible lugar.
LA AYUDA DE LOS DEMÁS

A veces, cuando nos ponemos enfermos y estamos solos, solemos agradecer la


compañía de otros para llevar con mayor facilidad nuestra recuperación. Esto era
lo que pensaba un día de verano una gallina en su casa, atacada por una
tremenda gripe, al tiempo que se lamentaba por no tener a nadie de confianza a
su alrededor.

Un día, mientras la pobre gallina se recuperaba sola de su molesto resfriado, su


vecino, un gato muy egoísta y con ideas escasamente buenas, decidió visitar a la
gallina para ver cómo se encontraba o si podía ayudarla en algo para que se
recuperase más pronto y con más tranquilidad. Lamentablemente, esta tan solo
era la excusa que el gato había perpetrado para presentarse ante su vecina, y no
la pensaba cumplir.

¡Conseguiré engañar a mi vecina, y esta, con el juicio nublado a causa de la


fiebre, me dejará entrar sin problemas! Cuando esto ocurra, me abalanzaré sobre
ella hasta que tan solo queden las plumas – Pensaba el despiadado del gato, que
llevaba días sin comer y cada vez se sentía más atrevido.

Al verle, la gallina, que era muy lista, supo muy bien a qué se debía aquella visita y
decidió exagerar los síntomas de su gripe para engañar al gato:

¡Qué bien que me visita! ¿Podría usted ayudarme, don gato? Necesito poner agua
a calentar para calmar mi garganta. ¿Podría usted hacerlo?- Preguntó la gallina.

El gato, convencido de que había conseguido engañar a la gallinita enferma,


decidió poner el agua a calentar. Una vez lista y bien calentita el agua, pidió al
gato que le acercase su tacita con una rica infusión. Al acercarse, la gallina batió
sus alas sacando fuerzas de flaqueza, hasta verter el agua casi hirviendo de la
taza sobre la cola de su vecino. ¡Cómo aullaba de dolor!

Y de esta forma, el gato jamás volvió a molestar a su vecina, ni mucho menos, a


provecharse de las debilidades de los demás.
EL GATO CANSADO

Los gatos, grandes cazadores, tienden a alimentarse de presas más débiles, y su


agilidad hace que no pasen hambre en todo el año, aunque se trate de gatos
solitarios. Los ratones son sus principales víctimas, ya que a pesar de las grandes
velocidades que estos pueden alcanzar, su pequeño tamaño les convierte en una
presa fácil para los gatos. Precisamente, sabedor de todo aquello, vivió una vez un
gato, conocido entre sus secuaces por tener siempre la barriga muy grande y
llena. Pero el gato fue cumpliendo años, y con el paso del tiempo, se daba cuenta
de que su agilidad ya no era la de cuando era joven, ni sus ganas de correr de acá
para allá eran tampoco las mismas. Ya no podía perseguir a los ratones con la
misma facilidad, y poco a poco, fue convirtiéndose en un gato callejero apostado
en una esquina con hambre y aterido de frío.

A los viandantes que se cruzaban con él se les llenaban los ojos de lágrimas, y
muy compadecidos por su estado, se fueron haciendo amigos de él, incluso
algunos ratones con el corazón lleno de amor y de solidaridad.

Sin embargo, uno de aquellos ratones que se encontraba por las cercanías, y que
le observaba día tras día, no terminaba de confiar en él ni de creer que el hambre
le hubiese apaciguado también su frío corazón. Un día, surgió una disputa entre
dos pájaros ante la aparente mirada impasible del gato. El ratón, que observaba la
escena sin perder detalle, estaba convencido de que el gato se lanzaría
hambriento sobre los dos pájaros, y de este modo, todo el mundo descubriría las
verdaderas intenciones del gato.

El gato, aproximándose a la rama del árbol desde la cual vociferaban los pájaros,
dijo:

No os peléis. Confiad en mí e intentemos arreglar vuestro malentendido.

Efectivamente, y como temía el ratón, el gato parecía cercar cada vez más a los
pobres pájaros con la intención de lanzarse sobre ellos. Ya no era un gato
cazador, y los años, le conducían a vivir de ocasiones fortuitas y desesperadas.

El ratón, contemplando la lastimosa escena, llamó la atención del gato con un


agudo silbido y libró a los pajarillos de su destino. Pero ya no podía ver a aquel
gato cansado con los mismos ojos, y decidió acompañarle en la distancia hasta el
fin de sus días.
EL CIERVO CAPRICHOSO

Érase una vez un pequeño ciervo que vivía junto a su familia en el bosque. Era tan
bonito y diminuto que su familia le colmaba continuamente con mimos y
atenciones. Pero el pequeño ciervo no respondía a todo aquel cariño como debía,
y en ocasiones era bastante arisco y caprichoso.

Un día, su mamá le anunció la llegada de otros familiares que el pequeño ciervo


no conocía, ¡y qué disgusto se llevó! Estaba tan acostumbrado a ser el centro de
atención en su hogar, que la llegada de otras personas, aunque fuesen familia, le
desagradaba completamente y le hacía temer por su bienestar y comodidad.

Una vez llegó la familia, el pequeño ciervo tuvo la ocasión de conocer a su dulce
prima. ¡Qué simpática y agradable era aquella cervatilla! Tanto, que pronto
comenzó a llevarse todas las atenciones de los demás, incluidas las de sus
padres.

Los celos por su prima crecieron de manera desmedida en el pequeño y


caprichoso ciervo, y se propuso concienzudamente la forma más adecuada de
fastidiarla. De este modo el ciervo decidió romper el jarrón favorito de su madre y
echarle toda la culpa a su pobre prima.

Mamá se disgustó mucho, pero su prima, valiente y decidida, decidió cargar con la
culpa de la travesura del pequeño ciervo.

He sido yo sin querer, querida tía. Lo siento mucho.

Pero su prima lo había visto todo y sabía muy bien quien había sido el culpable de
aquel desastre. Aun así, no deseaba que le regañasen y que se pusiera triste.

Aquel gesto tan bonito, hizo que el pequeño ciervo se sintiese muy culpable por lo
que había hecho y por no querer a su familia. Y desde entonces se propuso
recuperar el tiempo perdido y disfrutar del tiempo con los suyos con la mayor de
las sonrisas. El cervatillo comprendió que con amor y alegría, se gana mucho más
que con odio y venganzas.
LA FAMILIA TOPO

A los pies de un pino muy grande y robusto vivía una familia de topos. Eran felices
en su hogar, y la naturaleza les permitía alimentarse con frecuencia y mucha
calidad por las inmediaciones de la zona.

La sombra del pino les proporcionaba frescor en los días más calurosos, cuando
decidían salir de casa para respirar aire puro. Tan cómodos y felices se sentían
bajo su árbol, que pronto refinaron sus gustos alimenticios decantándose más por
los ricos piñones que el árbol les ofrecía, que por las crudas lombrices que solían
comer todos los de su especie. Sin embargo, para poder llegar a los ricos piñones
debían trepar por el largo tronco del pino, poniendo sus vidas en riesgo. El topo,
animal de madriguera, no estaba acostumbrado a realizar estas acciones que, a
menudo, se complicaban más de la cuenta con la llegada de la lluvia o del frío
intenso.

Por este motivo tendían a aventurarse los topillos más jóvenes, hasta que un día,
decidieron sin consultar a sus mayores que para alcanzar los piñones con mucho
menos riesgo y con más comodidad, debían talar el pino.

Los jóvenes topos, inmersos en su ingenuidad, planificaban las maniobras


necesarias y trazaban su plan para poder llenar sus estómagos de ricos piñones
sin contratiempos. Afortunadamente el abuelo de la familia, al que le gustaba
mucho pasear y acompañarse de la compañía de los más jóvenes, pudo enterarse
del plan antes de que se llevara a cabo.

Si acabáis con el pino, habrá piñones para este invierno y tal vez la primavera.
Pero, ¿qué haremos el invierno próximo? Pues rezar para que nuestras crías,
acostumbradas ya a este alimento, perezcan por falta de comida y frío. – Exclamó
el abuelo topo.

El topo anciano, cuya experiencia en la vida le convertía en un sabio ante los


demás, hizo que los más jóvenes pensaran en sus palabras y se dieran cuenta de
lo errado que estaba su plan. Y el plan se deshizo, y el pino vivió para dar más
piñones durante siglos a las nuevas generaciones de la familia Topo.
¡Qué a gustito que estaban bajo la sombra del pino!
EL PODER DEL INGENIO

Érase una vez un cocodrilo muy listo que vivía en la selva amazónica. El cocodrilo,
como el resto de animales, pasaba sus días sobreviviendo en su hábitat y
nadando en las profundidades del río.

Día tras día, el cocodrilo se veía obligado a acudir a la orilla del río para acechar a
otros animales con los que poder alimentarse y salir adelante. Como no era una
tarea nada fácil, el cocodrilo simplemente dejaba que los animales sedientos se
adentrasen en el agua para refrescarse y para beber un poco del agua fresca del
río. Él, mientras, esperaba a los descuidados e incautos animales absolutamente
quieto y camuflado bajo las aguas del río. Y de esta forma el cocodrilo solía
atrapar a muchos animales.

Sin embargo, pronto se fue corriendo la voz entre los animalillos del bosque de la
existencia de aquel cocodrilo, y poco a poco, dejaban de acudir al río para beber y
para refrescarse tomando nuevos caminos. La naturaleza parecía haberse vuelto
más amable con todos aquellos animales cuya vida peligraba al acercarse al río
por culpa del cocodrilo; sin embargo, la misma naturaleza parecía estar entonces
en contra de este singular reptil. El hambre acuciaba al cocodrilo cada vez más y
no tuvo otro remedio que idear otra artimaña para conseguir su fin.

Su nueva idea consistía, nada más y nada menos, que en convertirse a los ojos de
los demás animales en un ser sensible y debilucho. El cocodrilo procuraba
vendarse sus garras, y hasta la boca, para que los demás animales del bosque le
observaran y se apiadaran de él creyéndole enfermo. Y aquel nuevo plan funcionó
de tal forma, que un día bajaron casi hasta los mismos hocicos del cocodrilo toda
una bandada de patos, avanzando hacia el río uno detrás de otro. Aquellos patitos
no caminaban hacia el agua por sus ganas de nadar o de saciar su sed, sino
porque una especie de llanto lastimoso llegaba hasta sus oídos clamando ayuda.

Una vez frente al cocodrilo, la mayoría de los patitos parecían dispuestos a ayudar
al fiero animal, al verle tan desvalido y enfermo. Pero uno de ellos, el más
pequeño de todos que observaba algo raro en la mirada del cocodrilo, le propuso
llamar al mejor veterinario de toda la selva. ¡Qué miedo le entró al cocodrilo al oír
aquello! Tanto…que se le quitó el hambre repentinamente y, despavorido, decidió
alejarse de la orilla en busca de la tranquilidad de las profundidades del río.

Dicen que el hambre agudiza el ingenio, y por eso el cocodrilo buscaba la mejor
forma de hacerse con los animales más incautos para poder comer. Pero como la
inteligencia no es patrimonio del hambre, también sirvió en aquella ocasión para
que los patitos volviesen sanos y salvos a casa, unos detrás de otro, gracias a la
astucia del patito más pequeño. ¡Quién iba a decirlo!

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