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Introducción y objetivos
Los criterios del sector editorial y los del mundo académico rara vez
coinciden. En este tema volveremos sobre la fantasía, pero esta vez
acercándonos a ella tal y como lo hacía Todorov, es decir, como un
género que se preocupa de la tensión entre el sujeto –el personaje y el
lector- y el mundo que conocemos. Partiendo de sus aportes,
recorreremos conceptos como lo fantástico, lo extraño, lo maravilloso, el
realismo mágico, lo real maravilloso o lo siniestro. Repararemos en la
intersección de lo fantástico con otros géneros. ¿Qué es un elemento
fantástico? ¿Qué funciones cumple dentro de la narración? ¿Cuáles son
los temas de lo fantástico? ¿Qué relación guarda el género fantástico con
el horror y el terror?
A priori, parecería que hay una serie de asuntos que están en relación
con lo fantástico. De hecho, no son pocos los autores que han
intentado clasificarlos. Dorothy Scarborough propone en The
Supernatural in Modern English Fiction la siguiente cuaterna: los
fantasmas modernos, el diablo y sus aliados y la vida sobrenatural. Algo
más extensa es la lista de Penzoldt, en la que encontramos el
fantasma, el aparecido, el vampiro, el lobisón u hombre lobo, las brujas y
la brujería, el ser invisible y el espectro animal. Y aún más detallada es la
lista de Roger Callois, quien distingue estos temas y obras
paradigmáticas (1966, p. 36-39):
Esta manera de ver el género fantástico nos parece mucho más rica si lo
que buscamos es escribir y pensar tramas que sean, en la medida de lo
posible, originales. La pregunta ya no es de qué habla lo fantástico sino
cómo hacer, o sea, qué perspectiva tomar para convertir un tema
«general» en uno fantástico. Todorov nos da algunas pistas. La primera
de ellas es la de la hipérbole: «lo superlativo, el exceso, habrán de ser la
norma de lo fantástico», de manera que cualquier elemento de lo
cotidiano o cualquier tema de la literatura «general», al ser exagerada de
tal manera que deje de ser inteligible por las leyes de la realidad, pasa a
convertirse en un algo fantástico.
Cuando intenta describir con algo más de detalle los temas del género,
habla de lo fantástico como simulacro de una experiencia límite. A saber,
como una experiencia capaz de desdibujar las fronteras entre lo que él
llama «espíritu» y «materia». Es decir, entre lo imaginario y lo físico. Las
experiencias a las que se refiere serían la locura, los efectos de las
drogas, la infancia y el trance místico. Aunque es importante aclarar que
no dice que las ficciones fantásticas tengan que tratar sobre drogadictos
o locos, sino que ha de recrear y representar los efectos que dichas
vivencias tienen en el sujeto que vive. De nuevo: la disolución entre los
límites que separan lo imaginario de lo material.
«He aquí, por ejemplo, una puerta: está ahí, con sus
goznes, su picaporte, su cerradura. Tiene echado el
cerrojo cuidadosamente, como si protegiera algún tesoro.
Tras muchas diligencias, consigo que me entreguen la
llave, abro la puerta y veo que da a una pared. Me siento,
pido un café con leche, el mozo me hace repetir tres
veces el pedido y lo repite él también para evitar todo
riesgo de error. Se va, transmite mi pedido a un segundo
mozo, quien lo anota en un cuaderno y lo transmite a un
tercero. Por fin vuelve un cuarto y dice: “Aquí está”,
mientras deja en mi mesa un tintero. “Pero — digo yo—,
yo había pedido un café con leche.” “Y bien, eso es”,
replica él y se va. Si el lector puede pensar al leer cuentos
de esta clase que se trata de una broma de los mozos o
de alguna psicosis colectiva, hemos perdido la partida.
Pero si hemos sabido darle la impresión de que le
hablamos de un mundo en el que estas manifestaciones
absurdas figuran a título de conductas normales, entonces
se encontrará sumergido de un golpe en el seno de lo
fantástico» (Sartre, 1960, p. 100).
Esta nueva fantasía desplaza los seres sobrenaturales propios del gótico
para hacer girar lo fantástico en torno al ser humano en tanto que
trabajador, que ciudadano alienado, que amigo o miembro de una familia:
«Nada de súcubos, ni de fantasmas, ni de fuentes que lloran; […] Lo
fantástico no es ya, para el hombre contemporáneo, sino una manera
entre cien de devolverse su propia imagen» (Sartre, 1960, p.99). O, en
palabras de Todorov: «El movimiento del relato consiste en hacernos ver
hasta qué punto esos elementos aparentemente maravillosos están, de
hecho, cerca de nosotros y son parte de nuestras vidas» (Todorov, 2016,
p. 179).
Algo más actuales son los apuntes que Stephen King da en Danza
macabra, en las que nos habla del horror como una dimensión general
de la ficción en la que, a su vez, hay tres niveles. Los dos primeros
podrían coincidir con lo que Radcliffe llama horror. A saber, en primer
lugar, el asco, el puro miedo que se siente al ver algo repugnante o
sobrenatural:
Al tercer nivel King lo llama terror y coincide, en cierto modo, con el terror
de Radcliffe. Para el escritor, se trata de la emoción más refinada a la
que pueda aspirar un texto que busque provocar pavor. No tiene que ver
con las vísceras, la violencia o los seres monstruosos, sino, de
nuevo, con la angustia. Con la posibilidad de ofrecer las condiciones
necesarias para estimular la imaginación del lector de manera que este
cree una «desagradable especulación» (King, 2016, p. 40) sobre lo que
está por venir.
Lo siniestro
Pero, y esta es la pregunta que se hace Freud y que a nosotros más nos
interesa como narradores: ¿cómo algo íntimo y familiar se nos puede
llegar a mostrar inquietante y terrorífico? Ernst Jenstch ofrece la siguiente
respuesta:
Lo ominoso es, por tanto, aquello que se experimenta cuando algo que
era familiar e íntimo vuelve a nosotros, es decir, se repite ante nosotros
como algo que no debería estar ahí, como algo extraño e incluso
amenazante.
El Doppelgänger