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Lo encontraron tirado en un bote de basura. Sus pies colgaban del tarro como al borde de
una piscina sin agua. La calle, que despertaba con el tremor de los primeros pasos, lo
describió: zapatos y jeans rotos; flaco; desnutrido, con seguridad. Pobre muchacho, se
compadecían las señoras. Una juventud perdida, se quejaban los señores. ¿Qué le pasó?,
preguntó un hombre que llevaba una libreta bajo el brazo y unos Converse blancos que
frotaba cada tanto con el pulgar ensalivado. No sabemos, contestó una señora que miraba
a una distancia antiséptica.
Una mujer en una moto, que cortaba camino subiéndose por el andén, frenó de un tirón y
señaló dos huecos en la base del tarro por donde rezumaban los restos de una pasta de
tomate mustia, casi negra. Saquémoslo, se ofreció un barbudo de camisa rota. Venga le
ayudo, contestó otro abriéndose paso entre el gentío que se había congregado como
alrededor de un cuentero.
Lo tomaron de los pies, uno a cada lado. El del pie izquierdo advirtió que el zapato,
además de ser una copia barata, era derecho; mientras que, del otro lado, el barbudo
confirmó que el derecho también estaba trocado. Lo sacaron con un par de jalones, y su
cabeza, envuelta en un suéter rojo, crujió en el suelo como un vidrio forrado en un cartón.
Algunos se cubrieron los oídos; otros, la nariz; y los que observaban de frente, los ojos.