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2013
¿Qué pretendemos decir cuando afirmamos que “los niños no vienen con un manual de
instrucciones bajo el brazo”?; ¿qué similitudes y diferencias encontramos en la acción
educativa de un padre cuando enseña a su hijo a comer o cuando lo ayuda a realizar sus
“deberes” respecto de aquella que realiza un pedagogo o un educador social cuando se
está en el comedor de un centro de menores, o ayuda académicamente a un niño en un
programa de garantía social?. Pero veamos otra situación: ¿podemos decir que un
educador desarrolla el mismo tipo de acción educativa cuando elabora un examen para
una asignatura, que cuando orienta a un alumno sobre su futuro profesional?.
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García Gutiérrez, J. y García Blanco, M. 2013
En la acción educativa no sólo cuenta el producto final. Así, cobra sentido distinguir
entre poiesis y praxis. En efecto, esta distinción aristotélica nos introduce de lleno en el
tema que nos ocupa, ya que la acción educativa no tiene como finalidad la producción
de objetos (hacer, fabricar o construir algo externo al propio agente 2 ) sino el obrar
donde la finalidad de la acción es inmanente. El término usado por Aristóteles para la
producción es techne, mientras que la praxis suele entenderse como “práctica”. De ahí
que la educación sea considerada como una actividad esencialmente “práctica 3 ”. Desde
esta perspectiva, el objetivo de las acciones consiste en el obrar-bien, y no tanto en la
1
Vid. Touriñán, J. M. (1988) El conocimiento pedagógico: corrientes y parámetros, en Educar, 14-15,
81-92; Colom, A. (2002) La (de)construcción del conocimiento pedagógico: nuevas perspectivas en
teoría de la educación. Barcelona: Paidós.
2
Vid. Philippe, M. (1998) Frankenstein Educador. Barcelona: Ed. Laertes.
3
Cfr. Pring, R. (2003) La educación como “practica educativa”. En García Amilburu (ed.) Claves de
filosofía de la educación (pp. 29-48). Madrid: Dykinson.
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producción de “cosas” (externas al propio agente). Como indica Carr, una práctica
educativa supone mucho más que un “saber cómo” hacer algo, porque una característica
definitoria de una práctica educativa es que constituye una actividad ética que se
emprende para conseguir unos fines educativamente adecuados. La relevancia práctica
de la intervención educativa no tiene tanto que ver con el “saber cómo” sino con un
“saber hacer con sentido 4 ”.
Hasta este momento hemos tratado de mostrar no sólo lo adecuado del discurso ético
cuando nos referimos a la intervención socio-educativa, sino que prescindir de él nos
llevaría un tipo de acción educativa deficiente, difícilmente calificable como
profesional. Lo que nos interesa a partir de ahora será clarificar la especificidad
pedagógica de la intervención socioeducativa desde una adecuada articulación del
enfoque técnico y la corriente práctica.
Además, esta noción siempre responde a una necesidad determinada. Ante un conflicto
armado, una catástrofe natural, un déficit de atención, una conducta antisocial, una
crisis económica, etc. En todos los casos, es necesario modificar una situación en aras
de una mejoría posible. El horizonte de cambio siempre hará referencia a fines y valores
considerados “mejores”, por lo que la intervención, desde está perspectiva educativa, es
también una noción valorativa. ¿Hacia donde conducimos la intervención? ¿por qué?
La respuesta a estas cuestiones tampoco la encontraremos exclusivamente en
planteamientos técnicos ni en la aplicación de la razón instrumental. Aristóteles, en su
“Ética a Nicómaco”, ya señalaba cómo toda acción tiende hacia algún bien. Determinar
el bien de una persona, comunidad o situación que necesita la intervención constituirá
4
Cit. por Gil Cantero (2003, 202).
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“España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho, que propugna como valores
superiores de su ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político (art. 1,
CE de 1978)”.
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Por otra parte, la acción educativa cumple también con una serie de funciones que,
independientemente de las circunstancias o ámbitos en los que se desarrolla, colaboran
en el pleno desarrollo de la personalidad humana 7 . Estas funciones ayudan a organizar
la intervención socio-educativa situando a la persona como sujeto de las acciones, desde
el sentido de su dignidad y con miras a su pleno desarrollo (y no como objeto, y a pesar
de que pueda tratarse de una intervención comunitaria). Tales funciones son las
siguientes: formativa (autonomía); preventiva y de protección (cuidado); y por último,
terapéutica.
a) Funciones formativas. Esta función atañe tanto a los elementos materiales como
personales de la enseñanza cuyo propósito es la formación (centro educativo y
educador). En efecto, cuando hablamos de educación nos referimos a actividades que se
orientan a fomentar algún tipo de aprendizaje (formal, curricular, no formal, informal,
etc.). Esto implica que lo que se aprende es algo valioso, y lo es porque contribuye al
perfeccionamiento personal y a proporcionar los conocimientos y valores que permiten
a cada uno determinar el tipo de vida que quiere para sí y le ayudan a vivirla más
plenamente (Pring, 2003, 33).
6
Vid. Rawls, J. (1999) Teoría de la justicia. México: FCE; Rawls, J. (2006) El liberalismo político.
Barcelona: Crítica; Sandel, M. (2000) El liberalismo y los límites de la justicia. Barcelona: Gedisa;
Sandel, M. (2011) Justicia. ¿Hacemos lo que debemos? Madrid: Debate.
7
Cfr. García Gutiérrez, J. (2011) Construyendo una pedagogía de la solidaridad. La intervención
educativa en situaciones de emergencia, Revista Española de Pedagogía, 250, 537-551.
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Vid. Nanni, C. (2003) Il Sistema Preventivo di Don Bosco. Turín: Elledici.
9
Cfr. Murga Menoyo, Mª. A. (2009) Calidad de vida y educación, en Mª. A. Murga Menoyo (coord.)
Escenarios de innovación e investigación educativa (pp. 3-14). Madrid: Universitas.
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social sino también terapéutica desde el momento en que interviene para superar los
déficits que una persona (o comunidad) tenga en el proceso de su desarrollo.
La índole ética o moral (tomando como equivalentes ambos términos) es una de las
propiedades constitutivas del hecho educativo, de cuyo análisis e implicaciones no
puede prescindir la intervención socio-educativa. En este sentido, se destacan dos
fuentes de normatividad en la intervención socio-educativa. Uno referido a la condición
personal de los agentes (ética personal, deontología, etc.); y otro de tipo colectivo,
social o comunitario, tanto sobre los valores que se ponen en juego en la intervención,
como por las políticas (públicas o de instituciones particulares) que determinan las
intervenciones.
Ética personal
Personal
Deontología profesional
Normatividad
de las
intervenciones
Los valores de la intervención
Colectiva
La determinación política de la justicia
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¿La sospecha de un educador sobre un caso de acoso a un menor puede hacer que éste
investigue, controle, o espíe los correos electrónicos de un grupo de niños?, ¿dónde se
ponen los límites?, ¿quién establece esos límites?, ¿qué diferencias existen entre los
órdenes legal, ético y deontológico? El ámbito de responsabilidad del educador sobre
sus acciones no sólo tiene que ver con el espacio moral, sino que también debe ser
respetuoso con la legalidad vigente y el código deontológico de su profesión o las guías
de buenas prácticas que se hayan consensuado en la institución donde desarrolla su
labor. Los ámbitos de responsabilidad pueden entenderse de forma comprensiva, tal y
como aparece expresado en la siguiente figura.
Figura 1: Ámbitos de responsabilidad de los agentes educativos
Ética
Deontología profesional
profesional
Legalidad
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La referencia a los derechos humanos como aspiración moral de carácter universal resulta ineludible
por dos razones. En primer lugar, precisamente por su carácter universal y por tanto superador de
diferencias y relativismos culturales; por otro, por su condición personal ya que, en última instancia, se
trata de derechos subjetivos que en nuestro ordenamiento constitucional gozan de protección.
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Si un educador usara la violencia física hacia un educando como castigo, por ejemplo,
no sólo está actuando éticamente mal o incumpliendo su código deontológico, sino que
esta acción también podría ser objeto de una sanción legal.
Sin duda, cada profesión tiene formas correctas e incorrectas de llevarse a cabo. Cuáles
sean las mejores formas de conducir la intervención educativa no es algo que pueda
resolverse, exclusivamente, desde la racionalidad técnica o instrumental. Al igual que
tampoco es algo que pueda resolver el profesional individualmente. Para algunos la
ética profesional se refiere al ámbito privado, a la intimidad de la conciencia personal
desde la que un trabajador resuelve una situación en la que aparecen implicados valores,
cosmovisiones diversas, etc.; mientras que la deontología sería una aceptación por parte
de los profesionales de una serie de normas morales que regulen sus conductas, y sirvan
también para valorarlas.
Mientras que la ética sería algo más personal, vinculado a la propia conciencia (desde su
libertad podría decidir no actuar éticamente); la deontología implicaría una coacción
normativa externa por parte del colectivo de personas que conforman la profesión (en
cuyo caso, no actuar conforme al código deontológico equivaldría a no ser un
profesional o quedar apartado de tal colectivo). Sin embargo, en una actuación,
difícilmente pueden separarse ambas esferas, aunque en algunas situaciones pueda ser
más fácil traicionar las normas de un código deontológico, que dejar de seguir el dictado
de la propia conciencia.
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Aunque en un contexto formal, Pennac ilustra en qué puede consistir el desarrollo del
tacto pedagógico en una acción educativa; así, podríamos entenderlo, de forma
genérica, como la aplicación de la prudencia al ámbito educativo. Narra como
determinados profesores le “rescataron” no sólo del fracaso educativo sino también
existencial,
“(…) los tres estaban poseídos por la pasión comunicativa de su materia. Armados con esa pasión,
vinieron a buscarme al fondo de mi desaliento y solo me soltaron una vez que tuve ambos pies
sólidamente puestos en sus clases, que resultaron ser la antesala de mi vida. No es que se
interesaran por mí más que por otros, no, tomaban en consideración tanto a sus buenos como a sus
malos alumnos, y sabían reanimar en los segundos el deseo de comprender. Acompañaban paso a
paso nuestros esfuerzos, se alegraban de nuestros progresos, no se impacientaban por nuestras
lentitudes, nunca consideraban nuestros fracasos como una injuria personal y se mostraban con
nosotros de una exigencia tanto más rigurosa cuanto estaba basada en la calidad, la constancia y la
generosidad de su propio trabajo (Pennac, 2008, 221)”.
11
Este “enfoque de los intangibles pedagógicos” ha sido desarrollado por una parte importante de la
doctrina pedagógica. Algunas obras especialmente significativas en este sentido son: Bárcena Orbe, F.
(2000) El aprendizaje como acontecimiento ético. Sobre las formas del aprender, Enrahonar, 31, pp. 9-
33; Melich, J. C. (2006) Transformaciones: tres ensayos de filosofía de la educación. Buenos Aires:
Miño y Dávila editores; Meirieu, Ph. (2006) Carta a un joven profesor. Por qué enseñar hoy. Barcelona:
Graó; Domenech, J. (2009) Elogì de l’educació lenta. Barcelona: Graó.
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Fuente: Elaboración propia a partir del Código Deontológico de los Educadores Sociales (ASEDES,
2007).
Por otra parte, cada vez hay que tener más presente la práctica (educativa) de los
entornos virtuales (Internet, campus virtuales, etc.) en dos direcciones. Por un lado,
como ámbito generador de recursos y herramientas para la intervención; por otro, como
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En suma, y con miras a reforzar la actitud comprometida con que los educadores
contemplan su propio quehacer conviene señalar que el educador no es alguien a quien
no le afecte su propio trabajo, no “resbala sobre su personalidad” como indica Ibáñez-
Martín (1989, 236) sino que descubre que cuando lo realiza correctamente le es
utilísimo para avanzar en su propia plenitud personal. De igual forma, también sucede
en muchos casos que el desgaste propio de las relaciones de ayuda y de las profesiones
asistenciales se ceba con la salud de muchos profesionales.
Las declaraciones sobre derechos de la infancia nos permiten entrever qué sentido tiene
hablar de interdependencia del género humano. En ellas se expresa de forma particular
la deuda de las generaciones presentes con las venideras. “La humanidad debe al niño lo
mejor de que pueda darle”, podía leerse en el Preámbulo de la Declaración de derechos
del niños de 1959. Las crisis económicas y ambientales, el desciframiento del genoma
humano, las innovaciones tecnológicas, etc. han propiciado un mundo más “pequeño” y
una conciencia global más clara sobre la fragilidad e interdependencia del género
humano. Muchos han aprovechado esta interdependencia para un lucro rápido y
personal, y esta influencia economicista no deja de sentirse constantemente en la
educación, pero lo que nos interesa pedagógicamente de la interdependencia no es tanto
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Vid. García Gutiérrez, J. “Reapropiación pedagógica del entorno digital. Hacia la construcción de una
ética docente 2.0” (en prensa).
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Una forma de esta orientación es lo que Nussbaum llama la “educación para el crecimiento económico”
(frente a una “educación humanística”); en este advierte cómo las naciones democráticas de distintas
partes del mundo le están restando valor e importancia a ciertas aptitudes y capacidades indispensables
para conservar la vitalidad, el respeto y la responsabilidad necesarios en toda democracia (Nussbaum,
2010, 111).
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Vid. Escamez, J. (2008) La formación de la responsabilidad objeto prioritario de la educación, en J. M.
Touriñan (coord.) Educación en valores, educación intercultural y formación para la convivencia (pp.
170-185). A Coruña: NetBiblo.
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La fraternidad califica el tipo de sociabilidad específicamente humana (como categoría pre-política), tal
y como aparece expresada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948): “Todos los
seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y
conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros (art. 1)”; es lo que se conoce como
“deber de fraternidad”, sobre este principio puede verse el trabajo de Baggio (2006).
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MacIntyre, A. (2001). Animales racionales y dependientes: porque los seres humanos necesitamos las
virtudes. Barcelona: Paidós; Sondra Myers, S. & Barber, B. (2004). The Interdependence Handbook:
Looking Back, Living the Present, Choosing the Future. NYC: International Debate Education
Association. Siguiendo la clásica distinción de Benjamin Constant entre libertad de los antiguos y libertad
de los modernos, Peces-Barba diferencia entre una solidaridad de los antiguos y una solidaridad de los
modernos. En el primer caso identificada con el amor o la amistad, especialmente en el pensamiento
clásico griego, o con la pietas en Santo Tomás. La solidaridad de los modernos es considerada como un
valor público (de la ética pública), algunos de sus rasgos son: cooperación; corrección del aislacionismo
egoísta; corrección de la mentalidad de sociedad privada y de la dialéctica amigo-enemigo;
reconocimiento de la realidad del otro y la disposición a contribuir y resolver sus problemas (aunque sea
con un sacrificio moderado); genera deberes que dan origen a derechos (pp. 28 y ss.). Peces-Barba, P.
(2008). Los valores de Europa y el Tratado de Lisboa, en C. Fernándes Liesa y C. Díaz Barrado (Dirs.).
El tratado de Lisboa. Análisis y perspectivas. Madrid: Dykinson (pp. 25-30).
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Así mismo, desde un punto de vista político (ya sea desde la administraciones o desde la
propia institución educativa) cabría destacar la presencia de unos principios que
fundamentan y dan sentido a cualquier acción educativa (García Amilburu, Ruiz
Corbella y García Gutiérrez, 2011, 81 y ss.). Tales principios sirven de guía tanto a las
políticas públicas, como a las políticas que emprenden todo tipo de organismos,
instituciones y centros privados. Hay que advertir, además, que en el ámbito de la
intervención, como en general en cualquier ámbito educativo, es preciso que exista un
equilibrio entre los fines sociales o comunitarios y los fines personales a los que se
vincula la educación. La Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas insiste
en que hay que apostar por el desarrollo personal como objetivo primordial de la
educación, otorgándole primacía sobre las finalidades sociales o comunitarias (Mehedi,
1999, 7).
Efectivamente, y como han subrayado García Aretio, Ruiz Corbella y García Blanco
(2009, 44) en todo proceso educativo debe darse un equilibrio constante entre el
desarrollo de las aptitudes propias de cada persona, con su integración óptima en el
contexto en el que habita. Sin lugar a dudas, la interacción positiva de estos dos
elementos es uno de los factores clave para el éxito de una intervención socio-educativa.
a) Principio de interés superior del niño (ISN). La Convención de Derechos del Niño
(1989) lo define en los siguientes términos,
“En todas las medidas concernientes a los niños que tomen las instituciones públicas o privadas de
bienestar social, los tribunales, las autoridades administrativas o los órganos legislativos, una
consideración primordial a que se atenderá será el interés superior del niño (art. 3.1)”.
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“el niño gozará de una protección especial y dispondrá de oportunidades y servicios, dispensado
todo ello por la ley y por otros medios, para que pueda desarrollarse física, mental, moral,
espiritual y socialmente en forma saludable y normal, así como en condiciones de libertad y
dignidad. Al promulgar leyes con este fin, la consideración fundamental a que se atenderá será el
interés superior del niño (Principio II)”.
Esta definición del ISN nos ofrece un acercamiento a cada una de las diferentes
dimensiones del desarrollo que deben tenerse en cuenta en toda intervención.
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asociado en el ámbito político al principio de proximidad, esto es, garantizando que las
decisiones se tomen desde las administraciones más cercanas al ciudadano en la
creencia de que éstas serán así más eficientes.
Subsidiariedad y suplencia sin embargo son dos cosas distintas. Nadie puede suplir a
otro (persona o comunidad) en el ámbito de su responsabilidad, y por tanto de su
libertad. Una intervención subsidiaria habilita la libertad de personas y comunidades
ofreciendo una ayuda cuando las circunstancias o necesidades así lo aconsejan
(subsidiariedad positiva), mientras que también supone un límite cuando la intervención
comienza a convertirse en suplantación de la propia autonomía de los sujetos y las
comunidades (subsidiariedad negativa).
En este apartado vamos a tratar de reflexionar, brevemente, sobre algunos aspectos que
pueden ahondar en la dimensión ética de la intervención socio-educativa. Esto es, ¿qué
elementos pensamos que pueden enriquecer los proyectos o programas de intervención
desde una perspectiva ético-moral?, ¿cómo transmitir valores y formar en ellos a través
desde los proyectos de intervención socio-educativa? Concretamente, vamos a tomar
como referencia los proyectos de Aprendizaje Servicio Solidario (APS) como una
auténtica filosofía educativa desde la que promover valores en los proyectos y
programas de intervención. Los programas de APS se presentan como una de las
formas más novedosas e interesantes para explorar las posibilidades de una intervención
educativa plenamente humanizadora. Pero, ¿qué es el APS?, como señala Puig Rovira,
“se trata de una metodología pedagógica de alto poder formativo. Una metodología que combina
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Algunas experiencias concretas de APS pueden consultarse en: “excelencia académica y excelencia en
el compromiso social: la pedagogía del aprendizaje servicio”, disponible en
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http://www.clayss.org.ar/XIV_seminario/presentaciones/18agosto/Panel/NievesTapia.pdf (consultado el
24.5.2012).
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Bibliografía
Bárcena Orbe, F.; Gil Cantero, F. y Jover Olmeda; G. (1993) The ethical dimension of
teaching: review and proposal, Journal of Moral Education, 22:3, 241-252.
García Aretio, Ruiz Corbella y García Blanco (2009) Claves para la educación.
Actores, agentes y escenarios en la sociedad actual. Madrid: Narcea-UNED.
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Rizki, R. M. (2009) Informe del Experto Independiente sobre los derechos humanos y
la solidaridad internacional (A/HRC/12/27, de 22 de julio).
Rizki, R. M. (2010) Informe del Experto Independiente sobre los derechos humanos y
la solidaridad internacional (A/HRC/15/32, 5 de julio).
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