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El principio de la aceptación incondicional:

“Soy valioso”

Este principio es fundamental para la salud mental. La regla es maravillosamente simple:


Debo aceptar mi esencia. En tanto esté vivo soy valioso per se, sin razones ni motivos, no
por lo que haga o haya dejado de hacer, tampoco por lo que tenga o haya tenido alguna vez.

Mi valía personal radica en m i existencia, no en mis logros. Mis éxitos o fracasos no


pueden medir m i valor esencial como ser humano, simplemente porque soy más que eso.
La aceptación incondicional sugiere que puedo reconocer y criticar mis errores, sin
considerarme despreciable e indigno por ello.
Mi dignidad nunca está en juego. Una cosa es aceptar que debo cambiar porque me he
equivocado y otra condenarme a mí mismo como ser humano.
La autocrítica sana es la que llega desde el amor propio: “Me critico porque me quiero y
deseo mejorar”, y no desde el autodesprecio.
Soy mucho más que mis errores. Soy humano, muy humano, demasiado humano, diría
Nietzsche. Hagamos una analogía con el amor que sentimos por nuestros hijos mayores,
para luego trasladarlo a nosotros mismos. Hay muchas cosas de ellos que nos disgustan y
que incluso no soportamos con facilidad. Podemos considerar que algunos de sus
comportamientos son francamente desagradables, podemos criticarlos y regañarlos y, sin
embargo, a pesar de la inconformidad y de los dolores de cabeza que nos propician, los
queremos a rabiar.
El amor que les tenemos nunca está en juego, jamás se condiciona a una buena nota o a que
se porten bien. Condicionamos los premios o los privilegios a la conducta, pero no el
afecto. Los queremos por lo que son, con lo bueno y lo malo a cuestas. Más aún: cuanto
más problema tienen más los amamos, porque más nos necesitan. El amor por nuestros
hijos no está condicionado. De manera similar, la autoaceptación incondicional es un factor
de protección para la autoestima. Puede que me enfade conmigo mismo, que no me soporte
un día o que ni siquiera me provoque mirarme al espejo, pero a pesar de todo, nunca
cuestiono mi valía, nunca pongo a tambalear mi amor propio, no trato de destruirme.
Es un deber para con la vida que cargo, más que un derecho.
Usted puede y tiene la obligación de cambiar, y más cuando su comportamiento afecta
irracionalmente al mundo que lo rodea o a usted mismo. Pero esta transformación debe
estar fundamentada en la convicción de que se equivocó y no en la idea de que usted es
“malo” y “debe hacerse bueno”. De hecho, puede sentirse mal por lo que hizo, pero no
autocondenarse. Y mientras todo esto ocurre, mientras usted se critica y su mente trata de
comprender qué fue lo que ocurrió y por qué falló, su verdadero “yo” se conmueve, se
quiere, se cuida y se renueva. Aceptarse incondicionalmente, pese a ser imperfecto, es
cerrarle la entrada a la vergüenza patológica y también despreocuparse por el fastidioso
“qué dirán”. La imagen psicológica que proyectamos, aunque suene a retórica, es el reflejo
de lo que somos por dentro. Si nos sentimos bien con nosotros mismos, seremos auténticos
y asertivos, no habrá nada de qué avergonzamos ni nada que esconder. Lo que cuenta es la
identidad, el núcleo duro del que estamos hechos. Una persona que se siente digna no es
intachable, sino transparente; no busca aparentar, sino ser.

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