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El niño interior es un concepto nacido de la terapia gestalt. Para la gestalt, el niño interior
es la estructura psicológica más vulnerable y sensible de nuestro “yo”. Se forma
fundamentalmente a partir de las experiencias, tanto positivas como negativas, que
tenemos durante los primeros años de la infancia. Dependiendo del tipo de experiencias y
de cómo las interiorizamos, el niño interior puede ser una “personita” alegre, optimista y
sensible o por el contrario, alguien temeroso de la vida, enfurruñado e irascible.
Con el paso del tiempo, este niño se va escondiendo en lo más profundo de nuestro ser pero
sale a la luz en determinadas circunstancias, como por ejemplo, cuando necesitamos
enfrentar un proyecto que demanda mucha imaginación o cuando revivimos un miedo que,
como adultos, no debería atemorizarnos. La mayoría de las personas no se percatan de la
existencia de este niño interior, pero lo cierto es que en ocasiones es él quien determina
cómo respondemos ante determinadas circunstancias.
Si tienes miedos irracionales, sientes rencor, odio o tristeza a menudo, respondes de manera
desproporcionada ante situaciones que no son realmente tan importantes o saboteas tus
metas constantemente, es probable que tu niño interior esté dañado. Lo cual es
perfectamente comprensible, ya que le estás obligando a llevar el peso de heridas profundas
que no acaban de sanar.
Tu niño interior te está esperando. Si quieres sanar a tu niño interior, en El Prado Psicólogos
podemos ayudarte.
Te prometo que será un viaje apasionante y que el reencuentro con tu niño interior marcará
un antes y un después en tu vida. Tu autoestima se verá beneficiada de este trabajo
emocional.¡ Abraza a tu niño interior!
Si volvieras a ser niño ¿Qué harías? ¿Cuál era tu juego favorito? Es lindo recordar el pasado,
pero ¿en verdad estás conectado con tu niño interior? A través de estos métodos podrás
revivir esas tardes de caricaturas y juegos, de pastelitos de lodo y burbujas de jabón. Toma
una de estas ideas y aplícala. ¡Vuelve a ser un niño! al menos, por un día.
Atrévete a hacer un ejercicio de introspección y recuerda cómo eras de niño, los programas
que te gustaban, a qué te gustaba jugar, qué es lo que más extrañas y más. Con esto, traerás
a tu mente aquellas memorias que tenías guardadas en un cajón. Parte inicial del proceso es
recordar quién eras y a dónde creías ir.
2. Deja ir el pasado
Para dejar salir a tu niño interior es importante sanar las heridas, dejar atrás viejos
resentimientos y enojos. Quizá sea algo difícil, pero es indispensable aprender a perdonar
para que esa mirada al pasado no tenga que ser necesariamente dolorosa. Puede ser que
con este viaje atrás ganes claridad y perspectiva sobre ti, tu futuro.
¿Qué es aquello que siempre quisiste hacer pero no pudiste? Si dentro de tus deseos estaba
ser el mejor chef del mundo o rescatar a todos los perritos de la calle, anímate a ir por ello.
Pregúntate por qué lo dejaste y por qué no lo has hecho. Nunca es tarde para iniciar tu
sueño. Inscríbete a un taller de cocina o colabora con una asociación de cuidado animal.
4. Vuelve a jugar
El juego es algo que como seres humanos tenemos dentro. Nuestras habilidades lúdicas
pueden estar muy despiertas cuando somos niños y a medida que crecemos van cambiando
o dejando de ser prioridad. Jugar con otros niños, nos ayudan a reforzarlas y a dejar salir ese
niño que tenemos dentro. Anímate a jugar con tus hijos, sobrinos o primos.
Los niños tienen esa genuina capacidad de asombro con aquello que ven, desde una simple
gota de lluvia hasta las olas del mar. Date permiso de maravillarte con algo, un árbol
enorme, una pila de hojas o una banqueta cubierta de jacarandas.
El lazo padre-hijo tiene un lugar muy importante para el ser humano, sobre todo en la
infancia. Si tienes el privilegio de tener a tus padres, disfrútalos, déjate consentir y volver a
sentir esa protección de ellos. Ser un adulto no significa que no puedas seguir siendo el bebé
de mamá por un día.
Si debes hacer labores en casa, pon música y anímate a bailar mientras las haces, cambia el
color de las paredes de una habitación y pinta algo diferente, prepara un platillo nuevo,
organiza una guerra de almohadas, construye un fuerte entre cojines. Al menos por un día,
no temas ensuciarte, comer más calorías de lo normal o hacer de la sala un desastre.
8. Cómprate un juguete
¿Hace cuánto que no entras a una juguetería? ¿Qué juguete siempre ansiaste tener pero
nunca tuviste? Anímate a comprarlo y recuerda qué era lo que tenía de especial. Cúmplete
un gusto. Hazlo por ese niño que fuiste. Se lo merece.
Al menos por un día, desconéctate del trabajo, olvídate del jefe o de las presiones cotidianas
y diviértete. Ve a un parque de diversiones, juega en los columpios, anímate a saltar
"avioncito" con tus hijos o sobrinos, haz lo que desees pero revive esa satisfacción única de
sentirte niño otra vez.
Si hay algo que es seguro y que todos los niños necesitan es amor. Aprende a abrazar a tu
niño interior, déjalo expresarse libremente, cuídalo, protégelo y mímalo, pues es quizá el
mejor vehículo para sentirte pleno, seguro y feliz.
Cómo sanar nuestro ‘niño interior’ para ser mejores padres
Antes de poder ser buenos progenitores debemos autorregular nuestro mundo interior, de
lo contrario proyectaremos en nuestros hijos lo que no hemos curado en nosotros
“Atender al niño interior permite sanar la herida fundamental de nuestra personalidad y nos da una
mayor capacidad y fuerza para amar”, explica Labonté. “Antes de poder ser buenos padres debemos
autorregular nuestro mundo interior, de lo contrario proyectaremos en los hijos lo que no hemos
sanado en nosotros”. “Por esto, es tan importante que los padres hagan su propio trabajo personal
para poder acompañar a sus hijos acogiéndolos sin sentirse culpables, sin juzgarlos y con amor
porque el amor sana”, explica.
La dimensión del niño interior es universal “ya que todos tenemos un aspecto infantil en nuestra
mente inconsciente, una parte de nosotros que no ha crecido, que sigue siendo como un niño porque
no ha seguido nuestro crecimiento de adulto con nuestras estructuras, misiones parentales; que se
ha quedado pegado a su herida fundamental y espera que lo cuidemos”. El arquetipo, sostiene,
Labonté, “es una representación en el universo de un modelo muy poderoso que influye a todos en
nuestro inconsciente”. Por ejemplo, explica, “cuando un adulto que fue maltratado trabaja para una
asociación de niños vejados seguramente sea porque eso le ayuda de forma inconsciente a sanar las
heridas de su niño interior”.
El doctor Carl Jung, médico psiquiatra, psicólogo, ensayista suizo, figura clave en la etapa inicial del
psicoanálisis y fundador de la escuela de psicología analítica, fue uno de los primeros en identificar el
arquetipo del «Niño Interior», definiéndolo como “el símbolo de la parte de la personalidad que
quiere desarrollarse y llegar a ser todo. El niño interior en nosotros es la suma de todas las
representaciones agradables y desagradables”. Para Jung, este arquetipo es ante todo uno de
sanación, que nos pone en relación con nuestra alma, que nos va a guiar, que curará al adulto dentro
de nosotros, haciendo don de su juventud, su capacidad de alegría, de espontaneidad, como la
naturaleza mágica divina de un niño. Y dentro del niño interior, Jung también identifica un Niño
Interior Divino a la vez que un Niño Herido.
El primero, según el psiquiatra “es la suma de las experiencias de nuestra infancia y también es el
vínculo con nuestra alma, con toda su sensibilidad y riqueza, el que nos ayuda a relacionarnos con
nuestro potencial de sanación y el segundo (herido) es la suma de las heridas sufridas en la infancia
que como adultos podemos expresar sin reconocerlas”. Por ejemplo: enfurruñarse, aislarse,
esconderse, ser duro, ser mezquino, ser tiránico... “Estas son características del niño interior herido”,
continúa Labonté, “que no está sanado, que no ha crecido, que no ha transmutado, que ha
permanecido como un niño pequeño en nosotros, que se esconde en lugares de nuestro cuerpo y
nos manipula a nuestro pesar expresándose de forma emocional de modo que nos sorprende como
adulto, hasta decir: nunca pensé tener una reacción tan infantil, e incluso las personas alrededor me
comentarán: “Dios mío, reaccionaste como un niño, ¿qué te pasa?’”.
Cómo se expresa el Niño Interior
“En general, no solemos hacerle mucho caso”, sostiene Labonté. “Pero él sigue hablándonos de
muchas maneras a través de síntomas físicos, emocionales, mentales e incluso espirituales. A nivel
físico el adulto, por ejemplo, puede sufrir enfermedades autoinmunes entre otras”, sostiene la
terapeuta. “Se expresa a través de las emociones: hipersensibilidad emocional, pobreza emocional,
extremos, manipulación emocional… Por ejemplo: alguien que está constantemente dirigido por una
cólera, una agresividad a menudo es una expresión del niño emocional herido”. El niño intenta
expresar sus necesidades emocionales no obstante, recuerda Labonté, “el adulto las juzga, no quiere
reconocerlas porque quiere depender del otro; el adulto, como cuando era joven, siempre espera a
que el otro satisfaga sus necesidades emocionales, el otro pueden ser sus hijos, sus abuelos, sus
padres si todavía están vivos, o su cónyuge, sus amigos, esperar a que el otro satisfaga nuestras
necesidades emocionales es un sinfín”.
¿Qué hacer?
Escucharnos. “Si no estoy en una relación de escucha con la parte dentro de mí que grita, el
niño emocional que chilla, que ha perdido la confianza, que incluso tiene miedo de que yo
siendo adulto lo traicione, ya que fue traicionado; hay que entablar una relación con él,
escucharlo, e ir a su encuentro progresivamente, es todo un proceso”, advierte Labonté.
Observarnos. “En nuestra vida podemos ver nuestras reacciones infantiles, o si cuando hay
algún acontecimiento o palabra de alguien me enfado, indago en qué áreas de mi vida
reacciono de manera infantil: ¿Amo de forma infantil? ¿Acaso estoy enfurruñado o entro en
estado de mutismo?”, añade.
“La herida es lo que recibimos a través de lo transgeneracional y nos afecta en nuestra relación, con
nuestros padres, con la vida, implican unas necesidades afectivas a las cuales uno mismo debe
responder”, explica la terapeuta.
1. El abandono. Aunque los padres estén presentes en realidad están ausentes, y el niño deberá
desarrollarse sin modelo familiar, sin modelo con un vacío interior que más adelante puede
llevarlo a compulsiones en la vida adulta. El antídoto para esto es “darme, procurarme
seguridad”.
2. El rechazo. Los padres están presentes, pero por algún motivo lo rechazan. Por
ejemplo querían un niño o una niña y tienen un hijo del sexo contrario o simplemente no
quieren al hijo que han traído al mundo. O bien otro ejemplo muy duro para un niño una de
las figuras parentales rechaza al hijo: un niño no reconocido por su valor, a quien solo se le
reconocerá cuando se parezca a otro hermano, o cuando estudie tal o tal cosa. El antídoto
aquí sería la acogida.
3. Maltrato/Abuso/Humillación. Se da cuando se aplasta, se anula al niño, se le trata como un
cero a la izquierda, se le dice que no vale nada. El antídoto sería la benevolencia.
4. Traición. El niño en toda su inocencia y belleza se confía a sus padres y ellos a sus espaldas
expresan lo contrario de lo que le dicen a él. El antídoto sería el de la confianza.
5. Injusticia. Ocurre cuando en una familia se prefiere a uno o dos hijos y el tercero se convierte
en víctima o chivo expiatorio, y le dicen “es por culpa tuya que todo va mal” una pura
injusticia. El antídoto sería la equidad.
8. El que manipula. Ocupa mucho espacio en la vida de los otros expresándose a través de
conductas infantiles que es incapaz de manejar.
10. El niño rey. El que lo domina todo, mimado, que va a pedirlo todo, manipulador. Su herida se
expresa por la omnipotencia: soy yo quien domina, es su modo de expresar su sufrimiento.
12. El muerto. Es el que ha sufrido tanto que simplemente ha muerto; y el amor le ayudará a
renacer por lo que dependerá del proceso de cada uno pero puede renacer.
13. El que está en una jaula, encarcelado. A menudo este niño está acompañado por otro niño
que lo mantiene encarcelado por temor a que le maltraten aún más. En realidad son
reacciones muy primitivas.
El encuentro con el niño interior, sostiene la terapeuta, “ocurre a partir del dialogo con el
inconsciente, sea cual sea el método escogido, mientras permita contactar el Inconsciente será
bueno; los que no permitan este diálogo con el Inconsciente serán puramente un ejercicio mental.
Mi método, el Método de Liberación de las Corazas MLC © -es psicocorporal, utiliza el cuerpo para
entrar en contacto con la psique y las emociones”. “El cuerpo no miente, es la sede del Inconsciente.
A menudo con el MLC© la gente puede de forma espontánea encontrarse con su Niño Interior
porque está allí escondido detrás de sus caparazones, las protecciones que el adulto ha erigido para
no sentir el dolor….Y en MLC© aflojamos dichas protecciones, les damos una respiración y de pronto
el niño aparece porque quiere ser reconocido por el adulto que lo lleva dentro. Lo va a ayudar a que
no use los síntomas como forma de expresión, lo va a ayudar a sanarse”, explica Labonté.
La neurociencia ha explicado siempre “la importancia de los primeros años del cerebro para
un correcto desarrollo en todos los niveles: cognitivo, lenguaje, motor, etc.”, explica
Labonté. Pero, continúa, “hay una parte fundamental que son las emociones: un bebé que
no es querido sufrirá de tal manera que será un adulto problemático. Se manifestará con ira,
cólera, manipulación, incluso de manera inconsciente”.
Así funciona la proyección: los padres van a proyectar sobre sus hijos sus heridas,
inconscientemente los van a crear a su imagen; por eso siempre recuerdo en mis seminarios:
“Empieza por sanarte a ti mismo y luego tus relaciones con tus hijos cambiarán y
mejorarán”, sostiene.
“Nuestra sanación depende de nuestra capacidad a ser buenos padres para nosotros
mismos. A menudo arrastramos la influencia de nuestros padres, en las dificultades que nos
han transmitido, sus condicionamientos, su mirada sobre la vida y utilizamos los padres
negativos, o como lo ha llamado el doctor Carl Jung el complejo parental negativo interior”,
concluye.
La psicóloga Whitney Goodman establece una serie de rasgos que demuestran que durante
la niñez todos fuimos cuidadores de otras personas
La infancia es la etapa en la vida de un niño en la que cada uno tiene sus propias
experiencias. Ya sean buenas o malas, se trata de vivencias que van a determinar de alguna
forma su vida adulta, sobre todo, si no son del todo positivas o buenas. Hace unos años la
revista Business Insider recapitulaba una serie de rasgos psicológicos que muestran a los
niños en su adultez, dependiendo, primero, de la relación con sus padres en la infancia, pero
también de sus vivencias fuera del entorno familiar.
Y una de esas experiencias que, quizás, pueda pasar más inadvertida, pero, que también
marca, en cierta forma, la vida de un niño es la parentificación. ¿En qué consiste
exactamente y cómo podemos detectarla? La parentificación es un término acuñado por el
psiquiatra húngaro Boszormenyi-nagi que hace referencia a cuando un niño se ve obligado a
asumir el papel de un adulto. Y es que, muchos niños, por los motivos que sea, son
empujados al papel de cuidadores de sus hermanos menores, o se convierten en mediadores
de sus padres, encontrándose así en situaciones inapropiadas para su desarrollo.
Por su parte, la psicóloga, escritora y terapeuta de pareja Whitney Goodman, asegura que existen
diferentes niveles de daño que pueden desarrollarse. “Hay cualidades que surgen a través de la
parentificación que pueden beneficiarlo en ciertas áreas de su vida, como ser un niño responsable o
un gran cuidador. No todo es malo, pero tiene el potencial de volverse algo no tan bueno para su ser
adulto. Es necesario encontrar el equilibrio adecuado entre responsabilidad, juego y diversión”,
explica la experta.
“Los niños en estas situaciones, a menudo, necesitan un trabajo infantil interno. Por lo general,
luchan más para divertirse y son más fácilmente arrastrados al rol de cuidador. Su gran valor se
relaciona directamente con lo que le proporcionan al otro y lo “buenos” que son”, agrega.
Whitney Goodman las sintetiza en catorce, estas son: crecer sintiendo que tenías que ser
responsable, problemas en el momento de jugar o “soltarse” y fluir, notar que te gusta sentir el
control, encontrarte inmerso en discusiones o problemas entre cuidadores, sentir que te dan
responsabilidades que no son apropiadas para alguien de tu edad, recibir a menudo elogios por ser
"tan bueno" y "tan responsable", sentir que ser autosuficiente es mejor que tratar de confiar en los
demás, no recordar “ser un niño”, tus padres tuvieron problemas para cuidarse a sí mismos u otros le
asignaron la responsabilidad, a menudo, te conviertes en un cuidador de otros, ser cuidador te hace
sentir bien, incluso, cuando estás sacrificando partes de ti mismo, tener un mayor sentido de empatía
y la capacidad de conectarte más estrechamente con los demás, sentir que necesitas ser apaciguador
o pacificador, y sentir que tus esfuerzos no son apreciados.
Para la experta, lo más importante es tomar conciencia y aceptar que existe un niño en tu interior, y
que tiene necesidades. “Muchos niños crecen aprendiendo que sus necesidades no son importantes
o que necesitan aplastarlas o no hacerles caso para sobrevivir. Escucharse a uno mismo y reconocer
tus necesidades puede ser un concepto totalmente extraño, a pesar de que, lo que no recibimos de
nuestros cuidadores de niños es, a menudo, exactamente lo que necesitamos”, comenta Goodman.
Asume tu responsabilidad. “Esto es lo más difícil, ya se debe aceptar el dolor de no satisfacer las
necesidades de la infancia. Debes reconocer que no fue justo y que te dolió. La única forma de
avanzar es decirse a sí mismo que comienzas de nuevo, que eres un héroe, y que no hay necesidad
de vivir más en el pasado, ya que aún puedes convertirte en padre y amigo de tu niño interior, y
honrarle”, continúa.
Estructura tu día a día a través de la rutina. “Los niños que fueron parentizados a menudo se han
visto obligados a crear unas rutinas para otros y han ignorado sus propias necesidades para así
mantener su “responsabilidad”, así que debes encontrar una manera de crear una rutina que sea
significativa para ti y en la que te sientas seguro”, agrega.
Busca tiempo para el juego y la libertad. Para la experta, es fundamental introducir momentos de
ocio y juego. “Salir a correr, tumbarse en el césped, hacer deporte..., cualquier actividad que te haga
sentir vivo, así como compartirlas con personas que compartan los mismos valores que tú y que te
permitan ser tú mismo”, puntualiza.
Amor y refuerzo positivo. “Habla amablemente contigo mismo y pasa tiempo con personas que
hacen lo mismo. Cada vez que te critiques, dile tres cosas bonitas. Establece un momento en tu día
para mostrarte amor”.
Seguridad y protección: “Crea un espacio donde puedas sentirte seguro y protegido. Crea seguridad
en tu vida priorizando la salud financiera y la salud de tu espacio físico”.
Salud emocional: “Permítete sentir y experimentar emociones. Recuerda que sus sentimientos son
reacciones normales y que tienes el poder de decidir qué quieres hacer con ellos”, concluye