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Mecánica Clásica
Observaciones Astronómicas
En El Mundo Prehispánico
ALUMNOS:
Oscar Joel Castro Contreras
David Perales Olguin
31/03/2023
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Mecánica Clásica OSCAR JOEL CASTRO CONTRERAS
Resumen
La astronomía era una parte fundamental para las culturas en el mundo prehispánico
especialmente en Mesoamérica. Su importancia se ve en los restos arqueológicos como
son cerámicas, telas, pinturas, códices y la arquitectura. Este articulo muestra la principal
evidencia de las prácticas en la observación del cielo y el uso del conocimiento astronómico
para el fortalecimiento de la autoridad y el poder político. Se explica la alineación de las
estructuras arquitectónicas según puntos de vista que toman en cuanta las características
esenciales del calendario mesoamericano.
Desde tiempos inmemorables una de las actividades humanas que ha fomentado
fuertemente la curiosidad científica ha sido la observación del cielo; de hecho, gracias al
conmovedor estímulo visual de la bóveda celeste y a la perspicacia del hombre se lograron
plantear las primeras explicaciones racionales del entorno cósmico de la Tierra. Éste
complementaba y servía de marco al mundo accesible al hombre y en cierto sentido se
consideraba una región particularmente importante sólo de injerencia divina. Las cosas del
cielo jugaron un papel fundamental en la evolución cultural de todas las civilizaciones de la
antigüedad. En particular, en el área mesoamericana como resultado de la esmerada
observación del firmamento numerosos conceptos celestes se implantaron en los ámbitos
civil y religioso. La importancia de la Astronomía en el México prehispánico puede
reconocerse en gran cantidad de vestigios culturales como códices, estelas, cerámica,
pintura mural y en infinidad de informaciones registradas en las fuentes etnohistóricas,
asentadas no sólo por los cronistas españoles, sino también por indígenas que escribieron
en su propio idioma.
En México, durante la época prehispánica, la observación del cielo jugó un papel
fundamental para definir los principales rasgos culturales de la civilización. Tanto los
cazadores-recolectores nómadas como los grupos sedentarios, habitantes de grandes
centros urbanos, tuvieron en la práctica astronómica una indispensable herramienta para
establecer patrones de organización espacial y temporal. Como observadores meticulosos
de la naturaleza, los pueblos prehispánicos trasladaron ingeniosamente peculiaridades del
comportamiento de los objetos celestes a su ámbito ideológico, situándolos en la más alta
jerarquía religiosa. Por ello, el esfuerzo por entender cómo se comportan los astros se
convirtió en una forma especial de culto.
Otro aspecto esencial relacionado con la práctica astronómica fue el desarrollo de un
sistema calendárico que hizo posible el funcionamiento ordenado de la sociedad. En
Mesoamérica a partir del período Formativo temprano se establecieron las bases del
calendario que regiría por varios milenios. Desde entonces se consideró al calendario tan
importante que se identificó con una dádiva de los dioses. El movimiento aparente de los
astros no sólo estableció la pauta en la definición del calendario, sino también introdujo un
ordenamiento en el paisaje que sirvió para fundar, traza y orientar no sólo estructuras
arquitectónicas sino ciudades enteras.
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empezar en forma simultánea. Por su parte, el calendario ritual debía recorrer 73 periodos
de 260 días. Así, se establece la ecuación básica del calendario: 52 × 365 = 73 × 260.
Cada año solar era nombrado por medio de uno de cuatro glifos de los veinte disponibles y
un numeral que corría del 1 al 13. Una dificultad aquí es que en dos períodos de 52 años,
años diferentes podrían poseer el mismo nombre. Esta incertidumbre intrínseca durante la
época clásica fue resuelta magistralmente por los mayas. El sistema de numeración
mesoamericana es vigesimal y para expresar cualquier cantidad, los olmecas, zapotecos,
teotihuacanos y mayas, utilizaron una notación llamada de punto y barra, donde el punto
indica la unidad y la barra el cinco. Los mayas clásicos usaron una notación posicional de tal
forma que expresaban cualquier fecha en función del número de días que habrían
transcurrido desde un momento inicial en la cuenta del tiempo. Los estudiosos han
establecido que la fecha de inicio equivale al 13 de agosto del año 3114 a.C. Así, a través de
cinco coeficientes, acompañando cada uno, en principio, a alguna potencia de 20, se
expresa tal cantidad de días la que puede hacerse corresponder a una fecha en el calendario
actual. A este sistema de fechamiento se le conoce como cuenta larga. Los mayas
escribieron fechas en códices, estelas y en la pintura mural, esto ha permitido, en caso del
registro de eventos astronómicos, la identificación de sus circunstancias celestes exactas.
En la región zapoteca se consideró como de especial importancia dividir el calendario ritual
en cuatro partes de 65 días cada una. Notables ejemplos de esta alineación calendárico-
astronómica son el Templo Mayor de Tenochtitlan, la Pirámide de la Luna de Teotihuacan,
el Templo de los Jaguares en la cancha del juego de pelota de Chichén Itzá, la Pirámide de
los Cinco Pisos de Edzná, la Casa E del
Palacio de Palenque, la Pirámide de los
Nichos en El Tajín, el Edificio Enjoyado o
Embajada Teotihuacana en Monte Albán,
el Conjunto del Arroyo en Mitla, el Templo
Mayor de Tula y la Pirámide de la Venta,
una de las principales ciudades olmecas.
El Sol el astro más brillante y el más
cómodo de observar en su movimiento
aparente, fue reconocido como una
deidad fundamental en el panteón
mesoamericano, dador de luz y calor, se
consideraba como la esencia misma del
movimiento. Los mexicas lo llamaron
Tonatiuh que significa “aquél que va
calentado e iluminado” y se festejaba su
fiesta en el día Nahui Ollin de la cuenta
calendárica, es decir en la fecha cuatro
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Movimiento que a la vez era su nombre calendárico. Algunos estudiosos han interpretado
este nombre como las cuatro posiciones extremas que alcanza el disco solar al salir y
ponerse en los días de ambos solsticios. Precisamente una representación de este dios es
la que se encuentra en el centro de la llamada Piedra del Sol y aparece enmarcada por su
glifo calendárico.
Para los mayas el Sol representaba la
manifestación más sagrada en el universo.
Su nombre más común era Kin, que
significa no sólo “Sol” sino también “día”.
Su representación humana era a través de
su rostro que muestra grandes ojos bizcos
y en la frente un glifo en forma de flor de
cuatro pétalos. Ésta forma en sí el glifo
solar; probablemente los cuatro pétalos se
refieran a las cuatro direcciones en el
horizonte donde el disco solar alcanza sus
posiciones extremas durante los solsticios.
Además, posee un solo diente en forma de
T, que se asocia al día Ik o viento. La
brillantez y regularidad del Sol en su
movimiento eran un reflejo de un orden
cósmico normalmente estable y continuo.
Por ello, en ocasión de un eclipse de Sol o
incluso de Luna, ese orden se perturbaba y
entonces se interpretaba como un mal
augurio sobre el mundo. El poder entender
cuándo sucedería un eclipse se convirtió
en tema de profundo análisis para los
sacerdotes-astrónomos mayas.
Los eclipses solares fueron registrados por los observadores mesoamericanos, en códices y
crónicas aparecen pictórica- o textualmente descritos. Se designaban como el “Sol comido”
o “mordida de Sol” o alternativamente el “Sol muerto” o “Sol enfermo” dependiendo del
idioma de que se tratara. En el códice maya que se encuentra en la ciudad alemana de
Dresden se tiene un conjunto de páginas registrando cuentas de días que señalan el número
de días entre un eclipse y otro; también se plasmaron dibujos mostrando el glifo del Sol
pendiendo del cielo, obscurecido y a punto de ser devorado por un animal a manera de
serpiente emplumada o dragón. Las fechas asentadas en estas páginas corresponden a
eclipses reales, observados no todos desde tierra maya. Este testimonio pictórico, que da
cuenta del nivel de avance alcanzado por los mayas en el cálculo de eclipses, parecería no
haber sido único. En códices prehispánicos y coloniales frecuentemente se registran
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sus fases y la relación que tiene este período para la ocurrencia de eclipses. Uno de los
pocos pueblos que tuvo a la Luna como deidad principal fue el otomí o ñañhú, además
existieron ciudades con su nombre como Metztitlán, “en el lugar de la Luna”.
Los pueblos mesoamericanos elaboraron documentos pictográficos conocidos como
códices, donde plasmaron sus ceremonias, sus genealogías, sus hechos históricos y por
supuesto su conocimiento astronómico. Por desgracia, apenas sobreviven pocas decenas
de ellos. Aunque el tema principal de un códice puede ser muy específico, se admite que en
general seguían ciertos cánones estrictos. De los códices conocidos, los mayas contienen la
mayor cantidad de información astronómica. Esto se debe a que los mayas desarrollaron
un sistema jeroglífico muy elaborado y utilizaron un discurso basado en cuentas numéricas
expresadas en el sistema vigesimal, vigente en toda Mesoamérica.
En los tres códices mayas que todavía se conservan se pueden apreciar representaciones
de eclipses. El glifo usualmente está formado por el del Sol, Kin, rodeado de dos elementos
iconográficos semejantes a alas de mariposa, oscuras o claras. Este conjunto cuelga de las
llamadas “bandas celestes”, compuestas de varios glifos de diversos astros. En ocasiones,
un monstruo con apariencia de serpiente o dragón surge debajo del grupo con la clara
intención de devorarlo. Cuando se trata de un eclipse de Luna, el glifo central es el de este
astro. Consiste en una cabeza grotesca que posee un ojo oval con una serie de puntitos
junto a la pupila y una boca ondulada muestra sólo dos dientes. Este glifo se utilizó también
para representar al número 20, y era usado precisamente para indicar la edad de la Luna.
La observación de la bóveda celeste por los sacerdotes-astrónomos mesoamericanos pudo
alcanzar excepcional nivel de exactitud, como lo muestran los pocos códices que
sobreviven. Así, en el códice maya se puede identificar varias tablas que registran el periodo
sinódico de Venus y la sucesión de las etapas de observación del planeta en su órbita
alrededor del Sol. También se han identificado otras tablas que posiblemente se refieran a
los periodos sinódicos de otros planetas. Otras tablas señalan la periodicidad de eclipses de
Sol y de Luna. Toda esta información astronómica se encuentra rodeada de escenas donde
las deidades celestes actúan y determinan el comportamiento del Universo.
En particular, el Códice de Dresden posee varias páginas con cuentas numéricas vinculadas
claramente a eclipses. Se trata de una sucesión de 405 meses lunares consecutivos que
abarcan un periodo de 33 años. Aparecen 69 grupos de 5 o 6 meses lunares cada uno. De
esta manera, se reconocen cuentas de 177, 178 y 148 días. Cuando aparece la cuenta de
148 días se dibujó una escena con un cierto sentido aciago: personajes descarnados, una
mujer ahorcada, una cabeza humana enclaustrada en un cerco, tal vez sugiriendo un
entierro; además, se plasmaron varios eclipses con canillas y una calavera humana. Termina
esta serie de representaciones una que relaciona dos eclipses, de Sol y de Luna, al planeta
Venus, a manera de un cuerpo humano descendente cuya cabeza ha sido sustituida por el
glifo del planeta.
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El periodo de 177 días, 6 meses lunares o lunaciones, se refiere al intervalo promedio que
separa a dos eclipses, sean de Sol o de Luna. Ade más, el periodo de 148 días, 5 lunaciones,
separa eventualmente a dos eclipses de Sol. A veces dos eclipses de Luna se suceden cada
502 días, 17 lunaciones; así, dividiendo 502 entre 177 nos da un residuo precisamente de
148.
Una tabla como la que contiene el Códice de Dresden debió de haber sido resultado de una
cuidadosa y paciente labor de observación. Al correlacionar las fechas del Tzolkin que
aparecen al final de cada cuenta de las 69 registradas, se encontró que dichas cuentas
corresponden a eclipses solares reales, 18 de los cuales se pudieron observar en tierra
maya. En caso de error, éste es a lo más de un día completo. Por lo anterior se podría afirmar
que se trata de una tabla para la predicción de eclipses; sin embargo, ésta no proporcionaba
la certeza para saber si dado un eclipse, sería visible para los mayas. Algunos estudiosos han
afirmado que esta técnica para pronosticar eclipses pudo haber estado en uso ya desde por
lo menos el siglo VII de nuestra era. Indudablemente, el Códice de Dresden representa una
notable muestra del avance en el conocimiento astronómico alcanzado por los sacerdotes-
astrónomos mayas.
Algunos otros fenómenos celestes esporádicos y llamativos, como cometas, lluvias de
estrellas, tránsitos de Venus por el disco solar e incluso explosiones de supernova, parecen
haber sido registrados por los observadores mesoamericanos. Existen expresiones
idiomáticas que los describen, como en el caso de los cometas y las lluvias de estrellas, que
en náhuatl se denominan citlalin popoca, estrella humeante, y citlalin tlamina, estrella
flechadora; éstos eran considerados, curiosamente al igual que en Occidente, como
augurios de desgracias para los reinos, soberanos y el pueblo.
Por otra parte, la observación del tránsito de Venus o las explosiones de supernova
requieren técnicas sumamente elaboradas, algo que sugieren las más recientes
investigaciones arqueo astronómicas en Mesoamérica. En la ciudad teotihuacana de
Xihuingo, a unos 35 kilómetros al noreste de Teotihuacan, en el Estado de Hidalgo, se ha
localizado un número excepcionalmente grande de ciertos petroglifos formados
básicamente por dos círculos concéntricos cruzados por dos ejes perpendiculares entre sí,
diseños labrados por medio de sucesiones de puntos. En general se les conocen como
marcadores punteados. A lo largo de toda Mesoamérica este tipo de petroglifos se
considera como un elemento diagnóstico de la presencia teotihuacana. Existen variantes de
estos marcadores con uno, tres y cuatro círculos concéntricos. En el punto más elevado de
Xihuingo se encuentra el marcador con más puntos distribuidos en cuatro círculos. El
marcador más cercano a éste se localiza en un nivel inferior, a unos 40 metros de distancia;
se trata de un marcador de diseño clásico, asociado al cual se encuentran, en una roca
cercana, varios petroglifos: el numeral 13, formado por dos barras y tres puntos, arriba del
cual aparecen dos círculos concéntricos de trazo continuo; una estrella de cinco puntos,
también con dos círculos concéntricos en su interior; una cara elemental, es decir, un
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semicírculo con tres puntos dispuestos triangularmente, semejando los ojos y la boca, tal
vez sugiriendo la acción de observar —además de otros petroglifos.
El objeto de apariencia estelar más brillante en el cielo es precisamente Venus para los
mesoamericanos fue de excepcional importancia, debido a su apariencia y movimiento
aparente tan llamativo se le reconoció como una importante deidad. En el altiplano
mexicano, Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, fue identificado con Venus como Estrella
de la Mañana. Entre los mayas, este personaje fantástico, llamado Kukulcán, recibió
igualmente una intensa veneración. El glifo de Venus en el altiplano mexicano consistía
generalmente en una estrella (un ojo estelar: dos círculos concéntricos de color blanco
divididos por su diámetro, con el mayor de los semicírculos de color rojo), rodeada de rayos
luminosos de forma triangular alargada, como si emanaran radialmente de la estrella. De
esta manera queda claramente descrito, en forma ideográfica, el nombre genérico de Venus
en muchos idiomas mesoamericanos como “la gran estrella”.
Los mayas nombraron a Venus de varias formas: la designación Xux Ek (estrella avispa)
podría basarse en la creencia de que las irradiaciones del planeta en ciertos momentos
podrían ser perjudiciales, como los ataques de avispas. Otro nombre era Noh Ich (gran ojo),
probablemente de la similitud de representación de una estrella como un ojo, siendo ésta
la convención pictográfica mesoamericana. El glifo maya de Venus es similar a una M
redondeada con un par de círculos concéntricos incrustados en los dos espacios cóncavos
de la M; probablemente podría uno interpretar esos círculos como una sugerencia de los
dos aspectos de aparición de Venus. Llama la atención que el glifo maya para “estrella” es
normalmente el mismo que el de Venus, indicando que este planeta, con apariencia estelar,
era “la estrella” por excelencia.
Debido a que su órbita alrededor del Sol está dentro de la de la Tierra, este planeta muestra
dos épocas en las que no se puede observar, cuando pasa entre nosotros y el Sol y cuando
se encuentra atrás de éste; entre una desaparición y otra, sólo se puede observar poco
antes de que salga el Sol, como Estrella de la Mañana y poco después de que se ponga el
Sol como Estrella de la Tarde. las cuidadosas observaciones de Venus realizada por los
mayas se pueden reconocer en el códice que se encuentra en Dresden. En sus páginas 46 a
50 se registran 65 periodos sinódicos, cada uno con una duración promedio de 584 días. Al
mismo tiempo, cada intervalo de días se dividió en cuatro subperiodos que abarcan 236
días (estrella de la mañana), 90 días (conjunción superior), 250 días (estrella de la tarde) y
8 días (conjunción inferior). Además, los días del Tzolkin con los que comienza cada uno de
esos subperiodos aparecen enlistados para un intervalo de 104 años. Igualmente están
plasmados varios dioses celestes y otros en actitud agresiva con lanzas. Animales y algunos
personajes aparecen como víctimas de la acometida venusina en el momento de su primera
aparición en el cielo, al alejarse suficientemente del disco solar.
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El periodo sinódico de Venus está relacionado claramente con el año solar de 365 días: 5
periodos sinódicos venusinos son iguales a 8 años de 365 días; es decir, 5 × 584 = 8 × 365.
Por tanto, se puede verificar que el doble de 52 años iguala a 13 × 5 = 65 periodos sinódicos
venusinos, y que 146 años rituales de 260 días abarcan ese mismo intervalo de tiempo.
Estas relaciones numéricas parecen haber sido reconocidas por los astrónomos
mesoamericanos.
En códices del altiplano mexicano también aparecen registros venusinos, específicamente
en los llamados del “grupo Borgia”. Aunque en éstos las cuentas numéricas sólo se insinúan,
el mayor cuidado se dedica a registrar las fechas del Tonalpohualli en las que comienza cada
periodo sinódico, el cual fue también considerado de 584 días. En el Códice Borgia, en el
Cospi y en el Vaticano 3773 aparecen representados 5 × 13 = 65 periodos venusinos;
acompañando a cada subgrupo de periodos aparece Tlahuizcalpantecuhtli, deidad del
planeta Venus, en el momento de agredir con proyectiles a algunos dioses, animales y
símbolos. Según algunos estudiosos, los códices del altiplano señalan a los iniciados algo
que ya conocen, mientras que los mayas fijan o transmiten conocimientos.
La Vía Láctea, la galaxia en la que viajamos junto con nuestro Sol, se percibe en la noche
obscura como una ancha franja de luz tenue, se trata según los mexicas de la Mixcoatl, o
“serpiente de nubes”. A lo largo del año diferentes regiones de la Vía Láctea se pueden
observar y su disposición en la bóveda celeste cambia en el transcurso de la noche. Los
mayas la concibieron como un gran monstruo del cielo, Itzamná, cuyas fauces coincidían
con la bifurcación cercana a la constelación del Águila. En otras ocasiones, la Vía Láctea
mostraba una apariencia que semejaba un gran árbol sagrado para los mayas, una ceiba,
que se consideraba el Axis Mundi del Universo.
Desde el marcador inferior, el superior visualmente se encuentra justamente en el
horizonte permitiendo la observación del cielo arriba de él. Al medir la posición del superior
desde el inferior respecto al cielo y tomando en cuenta la época en que probablemente
fueron labrados, entre los siglos IV y V, se encuentra que la constelación del Escorpión se
erguía majestuosamente sobre el marcador superior; sin embargo, al no identificar en el
inferior ninguna representación de ese arácnido parece que podría tratarse de otro evento
celeste.
En efecto, en el centro del marcador superior emerge precisamente el centro geométrico
de la cola del Escorpión, donde, de acuerdo con varias crónicas chinas, fue registrada una
gran explosión de supernova entre febrero y marzo del año 393, resplandeciendo más
intensamente que la estrella más brillante del cielo, Sirio. Por lo tanto, el conjunto de
petroglifos se podría interpretar que en el año 13 “algo brillante” o tonalo, —brillante como
el Sol, en náhuatl—, un gran resplandor señalado por la estrella de cinco puntas se observó
en la dirección del marcador superior. Esto se podría considerar como el primer registro
documentado de una explosión de supernova en Mesoamérica.
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El Caracol en Chichén Itzá. Se trata de un edificio circular erigido sobre dos plataformas, los
cuatro vanos de acceso al interior, las tres ventanas en su parte superior, los ejes de simetría
de sus dos escalinatas así como los vértices de ambas plataformas, en la época de uso de
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esta estructura, señalaban hacia posiciones en el horizonte donde el Sol sale y se pone en
momentos importantes como solsticios y equinoccios, donde la Luna alcanza sus paradas
mayores, y el planeta Venus su extremo sobre el horizonte, así como salidas y ocasos de
algunas estrellas muy brillantes.
Una clase particularmente útil
de observatorio para calibrar
el año solar se puede
encontrar tanto en la Plaza de
la Estela de Xochicalco como
en el Grupo E de Uaxactún, en
Guatemala. Se trata de dos
estructuras enfrentadas,
donde el observador se coloca
en una y hacia la otra tendrá
que todas las posiciones del
Sol a lo largo del año
coincidirán con algún
elemento arquitectónico del de enfrente en el momento de la salida solar. Así, el día del
equinoccio el disco solar saldrá a lo largo del eje de simetría del edificio de enfrente y en
cada solsticio, el Sol se desprenderá alternativamente de cada uno de los extremos del
mismo edificio. Justamente el tener un horizonte “controlado”, ajustado al movimiento
aparente del astro rey, permite calcular y ajustar el año solar a su duración real de 365 días
y casi 6 horas. De usarse la aproximación de dicha duración con sólo número enteros, la
coincidencia de la posición solar con los elementos arquitectónicos se perdería en el
transcurso de pocos períodos de cuatro años.
El Templo Mayor de Tenochtitlan es el
sitio donde se erigió el principal edificio
mexica fue sujeto a una cuidadosa
selección, y su orientación fue de capital
importancia para los tlatoanis. El padre
Motolinía en el siglo XVI recogió la
siguiente información: “Esta fiesta caía
estando el Sol en medio del Uchilobos que
era equinoccio y porque estaba un poco
tuerto [el Templo Mayor] lo quería
derrocar Motecuhzoma y enderezalo”. El
frente del Templo Mayor veía hacia el ocaso solar, pero como el santuario superior poseía
dos aposentos separados por un estrecho pasillo, era posible la observación hacia el
oriente. El aposento en el norte estaba dedicado al dios Tláloc y el del sur al dios de la guerra
con atributos solares, Huitzilopochtli. La alineación solar del Templo Mayor sucede en el
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ocaso del 9 de abril y el 2 de septiembre. En esos días, ambos dioses verían directamente
desaparecer el disco solar frente a ellos. La alineación en la madrugada sucede el 4 de marzo
y el 9 de octubre. Haciendo el mismo ejercicio de observación durante un año, como en el
caso de la Pirámide del Sol, notaríamos que, desde la primera alineación, el 9 de abril,
transcurrirán 73 días para que llegue el día del solsticio de verano; 73 días después de éste
tendríamos la segunda alineación, el 2 de septiembre. A partir de esta fecha, las puestas
solares serán cada vez más hacia el sur, hasta llegar al día del solsticio de invierno, el 22 de
diciembre. Entonces el disco solar emprenderá lentamente su regreso ocaso tras ocaso,
hasta que finalmente alcance la siguiente alineación, el 9 de abril del año posterior. El
tiempo transcurrido entre la alineación del 2 de septiembre y la del 9 de abril es justamente
de 219 días, es decir, tres veces 73 días. En forma similar, las alineaciones en la madrugada
del 4 de marzo y del 9 de octubre dividen el año solar en los mismos múltiplos de 73 días,
pero respecto al día del solsticio de invierno. Nótese que 73 es la quinta parte de 365 y que
representa las veces que debe transcurrir el Tonalpohualli para alcanzar al Xiuhpohualli una
vez que se completaron 52 años de 365 días. Se trata, por lo tanto, de una alineación
definida por otro número calendárico fundamental.
La Pirámide de
los Nichos, en El
Tajín, lo cual
corrobora
claramente su
sospechada
trascendencia
calendárica; la
gran pirámide de
Xochitecatl,
enfrente de
Cacaxtla, en sus
dos últimos
cuerpos,
construidos por
los olmeca-
xicalanca; el
Templo Calendárico de Tlatelolco, con lo que se justifica simbólicamente la presencia de los
jeroglíficos de la veintena mexica grabados en sus tableros, y el gran mascarón solar en el
Patio Hundido de Copán, que muestra al dios solar Kin con sus llamativos atributos,
flanqueado por dos grandes jeroglíficos de Venus. La alineación solar del mascarón al
amanecer sucede en las mismas fechas que en el Templo Mayor de Tenochtitlan. Aquí los
sacerdotes-astrónomos mayas nos indican una relación directa con Venus: su periodo
sinódico de 584 días se obtiene al acumular ocho veces 73 días. Es decir, esta familia de
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alineaciones es la única que permite calibrar tal periodo venusino a través del registro de
eventos de salida y puesta solar en sus fechas asociadas. Los mexicas edificaron en
Tenochtitlan un templo llamado Ilhuicatitlan (en el cielo) dedicado exclusivamente al culto
y a la observación del planeta Venus.
En la plataforma norte de Monte Albán se encuentra la llamada Embajada Teotihuacana o
Templo Enjoyado, conocido así porque muestra elementos arquitectónicos de estilo
teotihuacano; además, se excavó cerámica y otros objetos de fuerte influencia de esa
cultura. Sin
embargo, su
orientación no
tiene relación
con la gran urbe
del norte. La
alineación solar
sucede en la
madrugada del
25 de febrero y
del 17 de
octubre. Ambas
fechas están
separadas por
65 días de la
fecha del
solsticio de
invierno, es decir, por un Cocijo. La alineación hacia el poniente no se da en el horizonte
montañoso porque dicho edificio está adosado al complejo del vértice geodésico, que
alcanza una altura considerable. De acuerdo con una fuente etnohistórica del siglo XVII, en
la sierra norte de Oaxaca, los zapotecos comenzaban el año nuevo precisamente el 25 de
febrero. En el patio I del grupo del arroyo, en Mitla, en su cuarto norte, se tiene un dintel
pintado con una escena de evidente significado astronómico: un disco solar entre dos
estructuras escalonadas, atado por sendas cuerdas que sostienen dos personajes; uno de
ellos desciende de un cielo estrellado y su pie parece surgir de éste; el otro, con cuerpo de
cuchillo de pedernal, parece colgarse de la cuerda. Esta parte del dintel, que es la central,
puede interpretarse justamente al considerar la alineación rasante, es decir, su iluminación
por los rayos solares cuando inciden a lo largo del mismo. Esto sucede en la madrugada del
25 de febrero y del 17 de octubre. Por lo tanto, los personajes pueden identificarse con los
Cocijos, que mantienen estático y en equilibrio al disco solar, como en apariencia sucede en
los días del solsticio; la separación de 65 días en torno al solsticio de invierno parece
confirmar la interpretación simbólico-calendárica del diseño. En este caso sí se tiene
alineación rasante en el ocaso, que sucede los días 17 de abril y 25 de agosto, nuevamente
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separados por un Cocijo de 65 días del solsticio de verano. Por desgracia, el entorno urbano
actual del patio impide admirar este evento. La geometría interna del observatorio cenital
del edificio P de Monte Albán es tal que precisamente en estas últimas fechas se daba la
primera y la última entrada extrema en el año del haz de rayos solares a la cámara de
observación. En otros edificios zapotecos se señalan insistentemente, a través de sus
alineaciones, las fechas referidas con anterioridad, con lo que se reafirma la importancia
del intervalo de 65 días para la variante zapoteca del calendario. Estamos frente a una
manera netamente mesoamericana de orientar edificios. Podríamos decir que se trata de
una orientación en el tiempo, donde el Sol brinda el escenario espectacular para indicar que
las fechas importantes han arribado. Algunas ciudades mexicanas aún conservan esta
orientación calendárico-astronómica heredada de nuestros ancestros, que hicieron del
firmamento un medio para trascender en el tiempo.
Bibliografías y Referencias
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Astronomía prehispánica como expresión de las nociones de espacio y tiempo en
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