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Mecánica Clásica OSCAR JOEL CASTRO CONTRERAS

Mecánica Clásica

Observaciones Astronómicas
En El Mundo Prehispánico

PROFESOR: Félix Reymundo Saucedo

ALUMNOS:
Oscar Joel Castro Contreras
David Perales Olguin

31/03/2023
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Mecánica Clásica OSCAR JOEL CASTRO CONTRERAS

Resumen
La astronomía era una parte fundamental para las culturas en el mundo prehispánico
especialmente en Mesoamérica. Su importancia se ve en los restos arqueológicos como
son cerámicas, telas, pinturas, códices y la arquitectura. Este articulo muestra la principal
evidencia de las prácticas en la observación del cielo y el uso del conocimiento astronómico
para el fortalecimiento de la autoridad y el poder político. Se explica la alineación de las
estructuras arquitectónicas según puntos de vista que toman en cuanta las características
esenciales del calendario mesoamericano.
Desde tiempos inmemorables una de las actividades humanas que ha fomentado
fuertemente la curiosidad científica ha sido la observación del cielo; de hecho, gracias al
conmovedor estímulo visual de la bóveda celeste y a la perspicacia del hombre se lograron
plantear las primeras explicaciones racionales del entorno cósmico de la Tierra. Éste
complementaba y servía de marco al mundo accesible al hombre y en cierto sentido se
consideraba una región particularmente importante sólo de injerencia divina. Las cosas del
cielo jugaron un papel fundamental en la evolución cultural de todas las civilizaciones de la
antigüedad. En particular, en el área mesoamericana como resultado de la esmerada
observación del firmamento numerosos conceptos celestes se implantaron en los ámbitos
civil y religioso. La importancia de la Astronomía en el México prehispánico puede
reconocerse en gran cantidad de vestigios culturales como códices, estelas, cerámica,
pintura mural y en infinidad de informaciones registradas en las fuentes etnohistóricas,
asentadas no sólo por los cronistas españoles, sino también por indígenas que escribieron
en su propio idioma.
En México, durante la época prehispánica, la observación del cielo jugó un papel
fundamental para definir los principales rasgos culturales de la civilización. Tanto los
cazadores-recolectores nómadas como los grupos sedentarios, habitantes de grandes
centros urbanos, tuvieron en la práctica astronómica una indispensable herramienta para
establecer patrones de organización espacial y temporal. Como observadores meticulosos
de la naturaleza, los pueblos prehispánicos trasladaron ingeniosamente peculiaridades del
comportamiento de los objetos celestes a su ámbito ideológico, situándolos en la más alta
jerarquía religiosa. Por ello, el esfuerzo por entender cómo se comportan los astros se
convirtió en una forma especial de culto.
Otro aspecto esencial relacionado con la práctica astronómica fue el desarrollo de un
sistema calendárico que hizo posible el funcionamiento ordenado de la sociedad. En
Mesoamérica a partir del período Formativo temprano se establecieron las bases del
calendario que regiría por varios milenios. Desde entonces se consideró al calendario tan
importante que se identificó con una dádiva de los dioses. El movimiento aparente de los
astros no sólo estableció la pauta en la definición del calendario, sino también introdujo un
ordenamiento en el paisaje que sirvió para fundar, traza y orientar no sólo estructuras
arquitectónicas sino ciudades enteras.
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El proceso en detalle de cómo el hombre


llegó al conocimiento de los fenómenos
celestes tiene que ver sobre todo con las
características de cada sociedad. Por ser el
firmamento tan diverso y vasto, los
observadores de la antigüedad elegían
para su estudio ciertos objetos celestes
que tenían particular significado en el
marco de su propia cultura.
En el caso de Mesoamérica, con base en
los vestigios culturales que hemos podido
analizar se sabe que durante varios
milenios se observó cuidadosamente el
movimiento aparente del Sol, la Luna y varios planetas; también se identificaron algunas
constelaciones y se observó la Vía Láctea y, además, se registraron eclipses, cometas e
inclusive explosiones de supernova.
Se debe tomar en cuenta que esta práctica
observacional no se realizaba solamente
como un mero ejercicio para asentar datos,
sino que se trataba de una actividad que
implicaba una estrecha relación con
conceptos religiosos de la mayor jerarquía.
De esta manera, en el cielo se reconocían
diferentes deidades cuyos influjos podían
afectar a todo habitante de la Tierra. El
entender cómo se comporta el cielo se
convirtió en una especie de culto religioso
valorado como de excepcional
trascendencia en Mesoamérica. Además,
derivado de este culto astronómico, fue
posible desarrollar un elemento cultural
fundamental para cualquier civilización: el
calendario.
Este esquema de organización del tiempo
es un producto netamente cultural,
representa en sí un modelo preciso para
describir los periodos de observación de
algún objeto celeste. Por supuesto, esta

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actividad altamente especializada estaba reservada a la clase sacerdotal, como lo ilustra


claramente el Códice Mendoza en el caso de los mexicas.
Estos sacerdotes-astrónomos se encargaban de llevar el seguimiento del tiempo
observando las estrellas y el Sol. Igualmente intentarían interpretar lo que veían en la
bóveda celeste para prever y evitar algún posible daño o bien el advenimiento de alguna
situación favorable. Otro aspecto tangible que demuestra la importancia del conocimiento
astronómico en Mesoamérica es la orientación de estructuras arquitectónicas de acuerdo
con la posición de diversos astros en los momentos de aparecer o desaparecer en el
horizonte local. Aquí nos encontramos obviamente frente a un uso político de dicho
conocimiento. El soberano que ordenase y decidiera la orientación de un edificio estaba en
la posición de demostrar a su pueblo cómo su obra terrenal, es decir, el edificio referido, se
encontraba en armonía con los preceptos de las deidades celestes. Por lo tanto, el soberano
podía legitimar su posición de poder ya que contaba con el beneplácito de los dioses, lo
cual, en ocasiones, podía ser de manera espectacular, empleando efectos de luz y sombra,
como la famosa hierofanía solar que se
observa en los días del equinoccio en la
pirámide de El Castillo en Chichén Itzá.
Aquí el descenso y ascenso del dios
Kukulcán, la Serpiente Emplumada, a lo
largo de la balaustrada de la pirámide,
muestra fastuosamente el favor de la
deidad hacia este espléndido edificio
maya.
Partiendo del hecho de que el movimiento aparente de la bóveda celeste proporciona la
única manera de definir orientaciones de trascendencia universal en un paisaje terrestre,
podemos notar que en Mesoamérica se erigieron suntuosos edificios y se trazaron
magníficas ciudades considerando este aspecto. Además de alineaciones solares en
momentos astronómicamente importantes, como solsticios, equinoccios y días del paso
cenital del Sol, los mesoamericanos eligieron mayormente alineaciones que se daban en
momentos de aparente nula importancia astronómica. No obstante, las fechas en las que
suceden tales alineamientos poseen una peculiar característica: dividen el año solar en
varias partes que se pueden expresar por medio de los números que definen el sistema
calendárico mesoamericano. Es decir, las cuentas de días determinadas por tales fechas,
utilizando un solsticio como pivote, nos conducen a los números 260, 52, 73 y 65. Como es
bien conocido, el sistema calendárico mesoamericano, que estuvo vigente por más de tres
milenios, consta de dos calendarios: uno solar de 365 días, conocido como Xiuhpohualli,
organizado en 18 veintenas más 5 días complementarios, y otro ritual de sólo 260 días,
llamado Tonalpohualli, estructurado en 20 trecenas. Ambos calendarios empezaban al
mismo tiempo y corrían simultáneamente en paralelo, pero después de los primeros 260
días se desfasaban, para volver a coincidir al cabo de 52 periodos de 365 días y nuevamente
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empezar en forma simultánea. Por su parte, el calendario ritual debía recorrer 73 periodos
de 260 días. Así, se establece la ecuación básica del calendario: 52 × 365 = 73 × 260.
Cada año solar era nombrado por medio de uno de cuatro glifos de los veinte disponibles y
un numeral que corría del 1 al 13. Una dificultad aquí es que en dos períodos de 52 años,
años diferentes podrían poseer el mismo nombre. Esta incertidumbre intrínseca durante la
época clásica fue resuelta magistralmente por los mayas. El sistema de numeración
mesoamericana es vigesimal y para expresar cualquier cantidad, los olmecas, zapotecos,
teotihuacanos y mayas, utilizaron una notación llamada de punto y barra, donde el punto
indica la unidad y la barra el cinco. Los mayas clásicos usaron una notación posicional de tal
forma que expresaban cualquier fecha en función del número de días que habrían
transcurrido desde un momento inicial en la cuenta del tiempo. Los estudiosos han
establecido que la fecha de inicio equivale al 13 de agosto del año 3114 a.C. Así, a través de
cinco coeficientes, acompañando cada uno, en principio, a alguna potencia de 20, se
expresa tal cantidad de días la que puede hacerse corresponder a una fecha en el calendario
actual. A este sistema de fechamiento se le conoce como cuenta larga. Los mayas
escribieron fechas en códices, estelas y en la pintura mural, esto ha permitido, en caso del
registro de eventos astronómicos, la identificación de sus circunstancias celestes exactas.
En la región zapoteca se consideró como de especial importancia dividir el calendario ritual
en cuatro partes de 65 días cada una. Notables ejemplos de esta alineación calendárico-
astronómica son el Templo Mayor de Tenochtitlan, la Pirámide de la Luna de Teotihuacan,
el Templo de los Jaguares en la cancha del juego de pelota de Chichén Itzá, la Pirámide de
los Cinco Pisos de Edzná, la Casa E del
Palacio de Palenque, la Pirámide de los
Nichos en El Tajín, el Edificio Enjoyado o
Embajada Teotihuacana en Monte Albán,
el Conjunto del Arroyo en Mitla, el Templo
Mayor de Tula y la Pirámide de la Venta,
una de las principales ciudades olmecas.
El Sol el astro más brillante y el más
cómodo de observar en su movimiento
aparente, fue reconocido como una
deidad fundamental en el panteón
mesoamericano, dador de luz y calor, se
consideraba como la esencia misma del
movimiento. Los mexicas lo llamaron
Tonatiuh que significa “aquél que va
calentado e iluminado” y se festejaba su
fiesta en el día Nahui Ollin de la cuenta
calendárica, es decir en la fecha cuatro

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Movimiento que a la vez era su nombre calendárico. Algunos estudiosos han interpretado
este nombre como las cuatro posiciones extremas que alcanza el disco solar al salir y
ponerse en los días de ambos solsticios. Precisamente una representación de este dios es
la que se encuentra en el centro de la llamada Piedra del Sol y aparece enmarcada por su
glifo calendárico.
Para los mayas el Sol representaba la
manifestación más sagrada en el universo.
Su nombre más común era Kin, que
significa no sólo “Sol” sino también “día”.
Su representación humana era a través de
su rostro que muestra grandes ojos bizcos
y en la frente un glifo en forma de flor de
cuatro pétalos. Ésta forma en sí el glifo
solar; probablemente los cuatro pétalos se
refieran a las cuatro direcciones en el
horizonte donde el disco solar alcanza sus
posiciones extremas durante los solsticios.
Además, posee un solo diente en forma de
T, que se asocia al día Ik o viento. La
brillantez y regularidad del Sol en su
movimiento eran un reflejo de un orden
cósmico normalmente estable y continuo.
Por ello, en ocasión de un eclipse de Sol o
incluso de Luna, ese orden se perturbaba y
entonces se interpretaba como un mal
augurio sobre el mundo. El poder entender
cuándo sucedería un eclipse se convirtió
en tema de profundo análisis para los
sacerdotes-astrónomos mayas.
Los eclipses solares fueron registrados por los observadores mesoamericanos, en códices y
crónicas aparecen pictórica- o textualmente descritos. Se designaban como el “Sol comido”
o “mordida de Sol” o alternativamente el “Sol muerto” o “Sol enfermo” dependiendo del
idioma de que se tratara. En el códice maya que se encuentra en la ciudad alemana de
Dresden se tiene un conjunto de páginas registrando cuentas de días que señalan el número
de días entre un eclipse y otro; también se plasmaron dibujos mostrando el glifo del Sol
pendiendo del cielo, obscurecido y a punto de ser devorado por un animal a manera de
serpiente emplumada o dragón. Las fechas asentadas en estas páginas corresponden a
eclipses reales, observados no todos desde tierra maya. Este testimonio pictórico, que da
cuenta del nivel de avance alcanzado por los mayas en el cálculo de eclipses, parecería no
haber sido único. En códices prehispánicos y coloniales frecuentemente se registran
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eclipses de acuerdo con el nombre genérico citado anteriormente. Probablemente un


eclipse total de Sol en el año de 1325 fue la señal que sorprendió a los mexicas para fundar
su ciudad de Tenochtitlan, durante casi 200 años de vida independiente los mexicas no
volverían a admirar un fenómeno celeste semejante. El águila posada sobre un nopal
devorando a una serpiente podría interpretarse como una representación ideográfica del
fenómeno; el lago donde se encontraba el islote donde crecía dicho nopal recibía el nombre
del Lago de la Luna y el águila era la expresión simbólica del Sol.
Pensamos que la peculiar manera de orientar estructuras arquitectónicas constituye uno
de los rasgos definitorios que conforman a la cultura mesoamericana. La orientación de
estructuras arquitectónicas también se efectuó considerando otros objetos celestes
diferentes al Sol. En varias ocasiones fueron la Luna y la Vía Láctea las que determinaron la
orientación de importantes edificios. Como un ejemplo del primer caso tenemos el Templo
de Ixchel en San Gervasio en la Isla de Cozumel. Fuentes etnohistóricas hablan del
importante culto que se rendía a la diosa de la Luna en un recinto similar a este vestigio
arqueológico. Dicho templo está orientado en dirección a la puesta de la Luna cuando
alcanza su parada mayor, es decir, cuando se pone más hacia el norte sobre el horizonte
poniente de la isla.
La Luna, Metztli en
náhuatl, siendo el astro
más brillante en la
noche, no parece haber
alcanzado la
importancia del Sol, sin
embargo, también fue
deificada, Tecuciztecatl
para los mexicas, los
mayas la identificaron
con la diosa Ixchel.
Como en otros pueblos
antiguos, en
Mesoamérica la Luna se
identificó con el conejo y
el elemento acuático.
Probablemente esto se
debió a la semejanza del
perfil del roedor con el
de los mares de la Luna.
Así también se registró
su período de
observación a través de
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sus fases y la relación que tiene este período para la ocurrencia de eclipses. Uno de los
pocos pueblos que tuvo a la Luna como deidad principal fue el otomí o ñañhú, además
existieron ciudades con su nombre como Metztitlán, “en el lugar de la Luna”.
Los pueblos mesoamericanos elaboraron documentos pictográficos conocidos como
códices, donde plasmaron sus ceremonias, sus genealogías, sus hechos históricos y por
supuesto su conocimiento astronómico. Por desgracia, apenas sobreviven pocas decenas
de ellos. Aunque el tema principal de un códice puede ser muy específico, se admite que en
general seguían ciertos cánones estrictos. De los códices conocidos, los mayas contienen la
mayor cantidad de información astronómica. Esto se debe a que los mayas desarrollaron
un sistema jeroglífico muy elaborado y utilizaron un discurso basado en cuentas numéricas
expresadas en el sistema vigesimal, vigente en toda Mesoamérica.
En los tres códices mayas que todavía se conservan se pueden apreciar representaciones
de eclipses. El glifo usualmente está formado por el del Sol, Kin, rodeado de dos elementos
iconográficos semejantes a alas de mariposa, oscuras o claras. Este conjunto cuelga de las
llamadas “bandas celestes”, compuestas de varios glifos de diversos astros. En ocasiones,
un monstruo con apariencia de serpiente o dragón surge debajo del grupo con la clara
intención de devorarlo. Cuando se trata de un eclipse de Luna, el glifo central es el de este
astro. Consiste en una cabeza grotesca que posee un ojo oval con una serie de puntitos
junto a la pupila y una boca ondulada muestra sólo dos dientes. Este glifo se utilizó también
para representar al número 20, y era usado precisamente para indicar la edad de la Luna.
La observación de la bóveda celeste por los sacerdotes-astrónomos mesoamericanos pudo
alcanzar excepcional nivel de exactitud, como lo muestran los pocos códices que
sobreviven. Así, en el códice maya se puede identificar varias tablas que registran el periodo
sinódico de Venus y la sucesión de las etapas de observación del planeta en su órbita
alrededor del Sol. También se han identificado otras tablas que posiblemente se refieran a
los periodos sinódicos de otros planetas. Otras tablas señalan la periodicidad de eclipses de
Sol y de Luna. Toda esta información astronómica se encuentra rodeada de escenas donde
las deidades celestes actúan y determinan el comportamiento del Universo.
En particular, el Códice de Dresden posee varias páginas con cuentas numéricas vinculadas
claramente a eclipses. Se trata de una sucesión de 405 meses lunares consecutivos que
abarcan un periodo de 33 años. Aparecen 69 grupos de 5 o 6 meses lunares cada uno. De
esta manera, se reconocen cuentas de 177, 178 y 148 días. Cuando aparece la cuenta de
148 días se dibujó una escena con un cierto sentido aciago: personajes descarnados, una
mujer ahorcada, una cabeza humana enclaustrada en un cerco, tal vez sugiriendo un
entierro; además, se plasmaron varios eclipses con canillas y una calavera humana. Termina
esta serie de representaciones una que relaciona dos eclipses, de Sol y de Luna, al planeta
Venus, a manera de un cuerpo humano descendente cuya cabeza ha sido sustituida por el
glifo del planeta.

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El periodo de 177 días, 6 meses lunares o lunaciones, se refiere al intervalo promedio que
separa a dos eclipses, sean de Sol o de Luna. Ade más, el periodo de 148 días, 5 lunaciones,
separa eventualmente a dos eclipses de Sol. A veces dos eclipses de Luna se suceden cada
502 días, 17 lunaciones; así, dividiendo 502 entre 177 nos da un residuo precisamente de
148.
Una tabla como la que contiene el Códice de Dresden debió de haber sido resultado de una
cuidadosa y paciente labor de observación. Al correlacionar las fechas del Tzolkin que
aparecen al final de cada cuenta de las 69 registradas, se encontró que dichas cuentas
corresponden a eclipses solares reales, 18 de los cuales se pudieron observar en tierra
maya. En caso de error, éste es a lo más de un día completo. Por lo anterior se podría afirmar
que se trata de una tabla para la predicción de eclipses; sin embargo, ésta no proporcionaba
la certeza para saber si dado un eclipse, sería visible para los mayas. Algunos estudiosos han
afirmado que esta técnica para pronosticar eclipses pudo haber estado en uso ya desde por
lo menos el siglo VII de nuestra era. Indudablemente, el Códice de Dresden representa una
notable muestra del avance en el conocimiento astronómico alcanzado por los sacerdotes-
astrónomos mayas.
Algunos otros fenómenos celestes esporádicos y llamativos, como cometas, lluvias de
estrellas, tránsitos de Venus por el disco solar e incluso explosiones de supernova, parecen
haber sido registrados por los observadores mesoamericanos. Existen expresiones
idiomáticas que los describen, como en el caso de los cometas y las lluvias de estrellas, que
en náhuatl se denominan citlalin popoca, estrella humeante, y citlalin tlamina, estrella
flechadora; éstos eran considerados, curiosamente al igual que en Occidente, como
augurios de desgracias para los reinos, soberanos y el pueblo.
Por otra parte, la observación del tránsito de Venus o las explosiones de supernova
requieren técnicas sumamente elaboradas, algo que sugieren las más recientes
investigaciones arqueo astronómicas en Mesoamérica. En la ciudad teotihuacana de
Xihuingo, a unos 35 kilómetros al noreste de Teotihuacan, en el Estado de Hidalgo, se ha
localizado un número excepcionalmente grande de ciertos petroglifos formados
básicamente por dos círculos concéntricos cruzados por dos ejes perpendiculares entre sí,
diseños labrados por medio de sucesiones de puntos. En general se les conocen como
marcadores punteados. A lo largo de toda Mesoamérica este tipo de petroglifos se
considera como un elemento diagnóstico de la presencia teotihuacana. Existen variantes de
estos marcadores con uno, tres y cuatro círculos concéntricos. En el punto más elevado de
Xihuingo se encuentra el marcador con más puntos distribuidos en cuatro círculos. El
marcador más cercano a éste se localiza en un nivel inferior, a unos 40 metros de distancia;
se trata de un marcador de diseño clásico, asociado al cual se encuentran, en una roca
cercana, varios petroglifos: el numeral 13, formado por dos barras y tres puntos, arriba del
cual aparecen dos círculos concéntricos de trazo continuo; una estrella de cinco puntos,
también con dos círculos concéntricos en su interior; una cara elemental, es decir, un

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semicírculo con tres puntos dispuestos triangularmente, semejando los ojos y la boca, tal
vez sugiriendo la acción de observar —además de otros petroglifos.
El objeto de apariencia estelar más brillante en el cielo es precisamente Venus para los
mesoamericanos fue de excepcional importancia, debido a su apariencia y movimiento
aparente tan llamativo se le reconoció como una importante deidad. En el altiplano
mexicano, Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, fue identificado con Venus como Estrella
de la Mañana. Entre los mayas, este personaje fantástico, llamado Kukulcán, recibió
igualmente una intensa veneración. El glifo de Venus en el altiplano mexicano consistía
generalmente en una estrella (un ojo estelar: dos círculos concéntricos de color blanco
divididos por su diámetro, con el mayor de los semicírculos de color rojo), rodeada de rayos
luminosos de forma triangular alargada, como si emanaran radialmente de la estrella. De
esta manera queda claramente descrito, en forma ideográfica, el nombre genérico de Venus
en muchos idiomas mesoamericanos como “la gran estrella”.
Los mayas nombraron a Venus de varias formas: la designación Xux Ek (estrella avispa)
podría basarse en la creencia de que las irradiaciones del planeta en ciertos momentos
podrían ser perjudiciales, como los ataques de avispas. Otro nombre era Noh Ich (gran ojo),
probablemente de la similitud de representación de una estrella como un ojo, siendo ésta
la convención pictográfica mesoamericana. El glifo maya de Venus es similar a una M
redondeada con un par de círculos concéntricos incrustados en los dos espacios cóncavos
de la M; probablemente podría uno interpretar esos círculos como una sugerencia de los
dos aspectos de aparición de Venus. Llama la atención que el glifo maya para “estrella” es
normalmente el mismo que el de Venus, indicando que este planeta, con apariencia estelar,
era “la estrella” por excelencia.
Debido a que su órbita alrededor del Sol está dentro de la de la Tierra, este planeta muestra
dos épocas en las que no se puede observar, cuando pasa entre nosotros y el Sol y cuando
se encuentra atrás de éste; entre una desaparición y otra, sólo se puede observar poco
antes de que salga el Sol, como Estrella de la Mañana y poco después de que se ponga el
Sol como Estrella de la Tarde. las cuidadosas observaciones de Venus realizada por los
mayas se pueden reconocer en el códice que se encuentra en Dresden. En sus páginas 46 a
50 se registran 65 periodos sinódicos, cada uno con una duración promedio de 584 días. Al
mismo tiempo, cada intervalo de días se dividió en cuatro subperiodos que abarcan 236
días (estrella de la mañana), 90 días (conjunción superior), 250 días (estrella de la tarde) y
8 días (conjunción inferior). Además, los días del Tzolkin con los que comienza cada uno de
esos subperiodos aparecen enlistados para un intervalo de 104 años. Igualmente están
plasmados varios dioses celestes y otros en actitud agresiva con lanzas. Animales y algunos
personajes aparecen como víctimas de la acometida venusina en el momento de su primera
aparición en el cielo, al alejarse suficientemente del disco solar.

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El periodo sinódico de Venus está relacionado claramente con el año solar de 365 días: 5
periodos sinódicos venusinos son iguales a 8 años de 365 días; es decir, 5 × 584 = 8 × 365.
Por tanto, se puede verificar que el doble de 52 años iguala a 13 × 5 = 65 periodos sinódicos
venusinos, y que 146 años rituales de 260 días abarcan ese mismo intervalo de tiempo.
Estas relaciones numéricas parecen haber sido reconocidas por los astrónomos
mesoamericanos.
En códices del altiplano mexicano también aparecen registros venusinos, específicamente
en los llamados del “grupo Borgia”. Aunque en éstos las cuentas numéricas sólo se insinúan,
el mayor cuidado se dedica a registrar las fechas del Tonalpohualli en las que comienza cada
periodo sinódico, el cual fue también considerado de 584 días. En el Códice Borgia, en el
Cospi y en el Vaticano 3773 aparecen representados 5 × 13 = 65 periodos venusinos;
acompañando a cada subgrupo de periodos aparece Tlahuizcalpantecuhtli, deidad del
planeta Venus, en el momento de agredir con proyectiles a algunos dioses, animales y
símbolos. Según algunos estudiosos, los códices del altiplano señalan a los iniciados algo
que ya conocen, mientras que los mayas fijan o transmiten conocimientos.
La Vía Láctea, la galaxia en la que viajamos junto con nuestro Sol, se percibe en la noche
obscura como una ancha franja de luz tenue, se trata según los mexicas de la Mixcoatl, o
“serpiente de nubes”. A lo largo del año diferentes regiones de la Vía Láctea se pueden
observar y su disposición en la bóveda celeste cambia en el transcurso de la noche. Los
mayas la concibieron como un gran monstruo del cielo, Itzamná, cuyas fauces coincidían
con la bifurcación cercana a la constelación del Águila. En otras ocasiones, la Vía Láctea
mostraba una apariencia que semejaba un gran árbol sagrado para los mayas, una ceiba,
que se consideraba el Axis Mundi del Universo.
Desde el marcador inferior, el superior visualmente se encuentra justamente en el
horizonte permitiendo la observación del cielo arriba de él. Al medir la posición del superior
desde el inferior respecto al cielo y tomando en cuenta la época en que probablemente
fueron labrados, entre los siglos IV y V, se encuentra que la constelación del Escorpión se
erguía majestuosamente sobre el marcador superior; sin embargo, al no identificar en el
inferior ninguna representación de ese arácnido parece que podría tratarse de otro evento
celeste.
En efecto, en el centro del marcador superior emerge precisamente el centro geométrico
de la cola del Escorpión, donde, de acuerdo con varias crónicas chinas, fue registrada una
gran explosión de supernova entre febrero y marzo del año 393, resplandeciendo más
intensamente que la estrella más brillante del cielo, Sirio. Por lo tanto, el conjunto de
petroglifos se podría interpretar que en el año 13 “algo brillante” o tonalo, —brillante como
el Sol, en náhuatl—, un gran resplandor señalado por la estrella de cinco puntas se observó
en la dirección del marcador superior. Esto se podría considerar como el primer registro
documentado de una explosión de supernova en Mesoamérica.

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Un aspecto fundamental que refleja la importancia de la Astronomía en Mesoamérica fue


la práctica generalizada de orientar estructuras arquitectónicas hacia la salida o puesta de
diversos astros en ciertos momentos culturalmente significativos. Ciertamente, como en
otras culturas de la Antigüedad, en Mesoamérica se erigieron grandes edificios alineados a
los solsticios y equinoccios, sin embargo, analizando gran cantidad de casos resulta fácil
concluir que ésta no fue la situación generalizada para la mayoría de las estructuras más
importantes por su tamaño y trascendencia ritual.
Resulta sugerente notar que, aunque las orientaciones astronómicas están extensamente
representadas en Mesoamérica, no son las más abundantes. Desde la época arcaica el
observador prehispánico se habría percatado de diversos eventos solares que definían
direcciones particulares en el paisaje. Reconociendo su importancia, las adoptó para asignar
un valor simbólico adicional a cada estructura arquitectónica alineada a lo largo de ellas.
Con el transcurso del tiempo, la trascendencia y el prestigio del calendario fueron en
aumento. Fue entonces cuando éste se utilizó para establecer alineaciones arquitectónicas.

El conjunto arquitectónico de la Plaza de la Estela, en Xochicalco, se construyó como un


observatorio para calibrar la duración exacta del año solar. De pie en la estela, el observador
registra la salida del Sol precisamente en el eje de simetría del templo de enfrente, en el día
del equinoccio de primavera y en el de otoño. Al llegar el día del solsticio de verano, el disco
solar se desprende del vértice norte del templo, y seis meses después, en el día del solsticio
de invierno, el disco solar se eleva desde el vértice sur. En los días del paso del Sol por el
cenit en Xochicalco, el disco solar surge del borde norte del santuario del templo. Aquí se
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tiene un horizonte artificial y controlado para el seguimiento detallado del movimiento


solar cada día, que permite ajustar la cuenta del tiempo a tal movimiento. La posición
cambiante del disco solar, en relación con los diversos elementos arquitectónicos a lo largo
de varios años, daría la pauta para cerciorarse que la duración del año no puede ser
expresada como un número entero de días. Esta clase de observatorio horizontal tuvo una
gran tradición en la región maya; uno de los más famosos es el conjunto E de Uaxactún, en
Guatemala.
La pirámide más grande del mundo por su
volumen, la Gran Pirámide de Cholula, está
orientada a la puesta solar en el día del
solsticio de verano. No sólo la pirámide, sino
también la traza de la ciudad, la
prehispánica y la actual, señalan en esa
misma dirección. En la madrugada del día
del solsticio de invierno, la parte trasera de
la misma pirámide queda alineada al disco
solar en el momento de desprenderse del
horizonte sureste. Por otra parte, las calles
actuales y antiguas de la ciudad son paralelas a la base de la pirámide y señalan al mismo
lugar en el horizonte donde el Sol lo toca en ese momento astronómicamente tan
importante. El juego de pelota o Tlachtli constituye una de las características de la cultura
mesoamericana, frecuentemente aparece en los códices como escenario donde se
enfrentan deidades celestes opuestas. En la gran cancha del juego de pelota de Xochicalco
se puede constatar que, en el día de los equinoccios, a lo largo de los marcadores circulares
de las paredes paralelas, el disco solar en el ocaso coincide con el centro de éstos.
El paso cenital del Sol sirvió para indicar la
asociación solar del llamado Templo 5 de la
ciudad maya de Tulum en la costa del
Caribe. Este templo aún conserva en su
interior restos de pintura mural con
representaciones del dios solar Kin y de la
diosa de la Luna Ixchel en sus aspectos de
juventud y vejez, enmarcados por una
banda celeste. En la parte superior del
vano de entrada al templo aparece una
deidad descendente elaborada en estuco;
precisamente el frente de este edificio está
orientado hacia el ocaso solar anunciando
el arribo del día del paso cenital en Tulum.

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La Pirámide del Sol en Teotihuacan fue el


principal templo en esa gran urbe. Su eje de
simetría y la línea perpendicular a éste, es
decir, la Avenida de Los Muertos, definen
la traza urbana. La alineación solar al frente
de esta pirámide se da en el ocaso de los
días 29 de abril y 13 de agosto. Por otra
parte, en la madrugada de los días 12 de
febrero y 29 de octubre, la pirámide se
alinea con el sol naciente. Ciertamente
esas fechas no corresponden a ningún evento astronómico importante, como equinoccio o
solsticio. La importancia de esta elección radica en que ambas parejas de fechas dividen el
año solar en una proporción que se obtiene a partir de ciertos números calendáricos
mesoamericanos. Si nos colocáramos en la cúspide de esta impresionante pirámide y
observáramos todos los ocasos solares, empezando el 29 de abril, con la primera alineación
del año, observaríamos 52 puestas solares antes de que el Sol alcance el solsticio de verano,
el 21 de junio; entonces el disco solar habrá llegado a su posición extrema norte en el
horizonte. A partir de esta fecha, observaríamos a lo largo de otros 52 días cómo regresa el
Sol a la segunda alineación, una vez transcurrido este número de días, el 13 de agosto.
Continuando el seguimiento del Sol en su
ocaso, notaríamos que, conforme avanza
el año, la puesta sucede más hacia el sur y
alcanza su posición extrema sureña el día
del solsticio de invierno, el 22 de
diciembre. Lentamente el disco solar irá
regresando, día tras día, en el horizonte,
de tal forma que el 29 de abril del siguiente
año el Sol completará su ciclo de
movimiento aparente y nuevamente se
alineará con la Pirámide del Sol. Contando
el 13 de agosto, la puesta de Sol número
260 llegará justamente el 29 de abril del
siguiente año. Por lo anterior se puede
concluir que los teotihuacanos escogieron
la orientación de su gran pirámide para
mostrar su pertenencia al sistema
mesoamericano de medición del tiempo.
La relación 104/260 está definida a partir
del periodo de coincidencia de ambas
cuentas, expresado en días, y de la
duración de la cuenta ritual. Esta misma
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relación se da con la alineación de la Pirámide con el Sol en la madrugada, pero respecto al


solsticio de invierno. Probablemente este tipo de alineación no lo inventaron los
teotihuacanos, sino que lo adoptaron de los pueblos del sureste mesoamericano. El hecho
de que dicha división se tenga en ambos horizontes tiene una importante implicación: la
elección de la orientación este-oeste de esta pirámide debió de haberse realizado con
especial cuidado para asegurar un equilibrio aproximado, a lo largo de la alineación solar,
de la altura angular de los horizontes a fin de no romper la relación numérica señalada.
Otros ejemplos de estructuras alineadas con el Sol en las mismas fechas que la Pirámide del
Sol son el Templo Superior de los Jaguares, en la cancha del juego de pelota, en Chichén
Itzá; la ventana central del observatorio de El Caracol, en esta misma ciudad maya; la casa
E del Palacio de Palenque; el Templo Mayor de Tula; el Edificio de los Cinco Pisos, en Edzná,
y el edificio habitacional de la tumba 105 de Monte Albán. El Observatorio Cenital de
Xochicalco fue construido de tal forma que el primer día en que los rayos solares penetran
hasta el suelo de la cámara de observación es el 29 de abril, y el último día, después del cual
ya no incide el haz luminoso sobre el suelo, es el 13 de agosto.

El Caracol en Chichén Itzá. Se trata de un edificio circular erigido sobre dos plataformas, los
cuatro vanos de acceso al interior, las tres ventanas en su parte superior, los ejes de simetría
de sus dos escalinatas así como los vértices de ambas plataformas, en la época de uso de

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esta estructura, señalaban hacia posiciones en el horizonte donde el Sol sale y se pone en
momentos importantes como solsticios y equinoccios, donde la Luna alcanza sus paradas
mayores, y el planeta Venus su extremo sobre el horizonte, así como salidas y ocasos de
algunas estrellas muy brillantes.
Una clase particularmente útil
de observatorio para calibrar
el año solar se puede
encontrar tanto en la Plaza de
la Estela de Xochicalco como
en el Grupo E de Uaxactún, en
Guatemala. Se trata de dos
estructuras enfrentadas,
donde el observador se coloca
en una y hacia la otra tendrá
que todas las posiciones del
Sol a lo largo del año
coincidirán con algún
elemento arquitectónico del de enfrente en el momento de la salida solar. Así, el día del
equinoccio el disco solar saldrá a lo largo del eje de simetría del edificio de enfrente y en
cada solsticio, el Sol se desprenderá alternativamente de cada uno de los extremos del
mismo edificio. Justamente el tener un horizonte “controlado”, ajustado al movimiento
aparente del astro rey, permite calcular y ajustar el año solar a su duración real de 365 días
y casi 6 horas. De usarse la aproximación de dicha duración con sólo número enteros, la
coincidencia de la posición solar con los elementos arquitectónicos se perdería en el
transcurso de pocos períodos de cuatro años.
El Templo Mayor de Tenochtitlan es el
sitio donde se erigió el principal edificio
mexica fue sujeto a una cuidadosa
selección, y su orientación fue de capital
importancia para los tlatoanis. El padre
Motolinía en el siglo XVI recogió la
siguiente información: “Esta fiesta caía
estando el Sol en medio del Uchilobos que
era equinoccio y porque estaba un poco
tuerto [el Templo Mayor] lo quería
derrocar Motecuhzoma y enderezalo”. El
frente del Templo Mayor veía hacia el ocaso solar, pero como el santuario superior poseía
dos aposentos separados por un estrecho pasillo, era posible la observación hacia el
oriente. El aposento en el norte estaba dedicado al dios Tláloc y el del sur al dios de la guerra
con atributos solares, Huitzilopochtli. La alineación solar del Templo Mayor sucede en el
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Mecánica Clásica OSCAR JOEL CASTRO CONTRERAS

ocaso del 9 de abril y el 2 de septiembre. En esos días, ambos dioses verían directamente
desaparecer el disco solar frente a ellos. La alineación en la madrugada sucede el 4 de marzo
y el 9 de octubre. Haciendo el mismo ejercicio de observación durante un año, como en el
caso de la Pirámide del Sol, notaríamos que, desde la primera alineación, el 9 de abril,
transcurrirán 73 días para que llegue el día del solsticio de verano; 73 días después de éste
tendríamos la segunda alineación, el 2 de septiembre. A partir de esta fecha, las puestas
solares serán cada vez más hacia el sur, hasta llegar al día del solsticio de invierno, el 22 de
diciembre. Entonces el disco solar emprenderá lentamente su regreso ocaso tras ocaso,
hasta que finalmente alcance la siguiente alineación, el 9 de abril del año posterior. El
tiempo transcurrido entre la alineación del 2 de septiembre y la del 9 de abril es justamente
de 219 días, es decir, tres veces 73 días. En forma similar, las alineaciones en la madrugada
del 4 de marzo y del 9 de octubre dividen el año solar en los mismos múltiplos de 73 días,
pero respecto al día del solsticio de invierno. Nótese que 73 es la quinta parte de 365 y que
representa las veces que debe transcurrir el Tonalpohualli para alcanzar al Xiuhpohualli una
vez que se completaron 52 años de 365 días. Se trata, por lo tanto, de una alineación
definida por otro número calendárico fundamental.
La Pirámide de
los Nichos, en El
Tajín, lo cual
corrobora
claramente su
sospechada
trascendencia
calendárica; la
gran pirámide de
Xochitecatl,
enfrente de
Cacaxtla, en sus
dos últimos
cuerpos,
construidos por
los olmeca-
xicalanca; el
Templo Calendárico de Tlatelolco, con lo que se justifica simbólicamente la presencia de los
jeroglíficos de la veintena mexica grabados en sus tableros, y el gran mascarón solar en el
Patio Hundido de Copán, que muestra al dios solar Kin con sus llamativos atributos,
flanqueado por dos grandes jeroglíficos de Venus. La alineación solar del mascarón al
amanecer sucede en las mismas fechas que en el Templo Mayor de Tenochtitlan. Aquí los
sacerdotes-astrónomos mayas nos indican una relación directa con Venus: su periodo
sinódico de 584 días se obtiene al acumular ocho veces 73 días. Es decir, esta familia de

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alineaciones es la única que permite calibrar tal periodo venusino a través del registro de
eventos de salida y puesta solar en sus fechas asociadas. Los mexicas edificaron en
Tenochtitlan un templo llamado Ilhuicatitlan (en el cielo) dedicado exclusivamente al culto
y a la observación del planeta Venus.
En la plataforma norte de Monte Albán se encuentra la llamada Embajada Teotihuacana o
Templo Enjoyado, conocido así porque muestra elementos arquitectónicos de estilo
teotihuacano; además, se excavó cerámica y otros objetos de fuerte influencia de esa
cultura. Sin
embargo, su
orientación no
tiene relación
con la gran urbe
del norte. La
alineación solar
sucede en la
madrugada del
25 de febrero y
del 17 de
octubre. Ambas
fechas están
separadas por
65 días de la
fecha del
solsticio de
invierno, es decir, por un Cocijo. La alineación hacia el poniente no se da en el horizonte
montañoso porque dicho edificio está adosado al complejo del vértice geodésico, que
alcanza una altura considerable. De acuerdo con una fuente etnohistórica del siglo XVII, en
la sierra norte de Oaxaca, los zapotecos comenzaban el año nuevo precisamente el 25 de
febrero. En el patio I del grupo del arroyo, en Mitla, en su cuarto norte, se tiene un dintel
pintado con una escena de evidente significado astronómico: un disco solar entre dos
estructuras escalonadas, atado por sendas cuerdas que sostienen dos personajes; uno de
ellos desciende de un cielo estrellado y su pie parece surgir de éste; el otro, con cuerpo de
cuchillo de pedernal, parece colgarse de la cuerda. Esta parte del dintel, que es la central,
puede interpretarse justamente al considerar la alineación rasante, es decir, su iluminación
por los rayos solares cuando inciden a lo largo del mismo. Esto sucede en la madrugada del
25 de febrero y del 17 de octubre. Por lo tanto, los personajes pueden identificarse con los
Cocijos, que mantienen estático y en equilibrio al disco solar, como en apariencia sucede en
los días del solsticio; la separación de 65 días en torno al solsticio de invierno parece
confirmar la interpretación simbólico-calendárica del diseño. En este caso sí se tiene
alineación rasante en el ocaso, que sucede los días 17 de abril y 25 de agosto, nuevamente

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separados por un Cocijo de 65 días del solsticio de verano. Por desgracia, el entorno urbano
actual del patio impide admirar este evento. La geometría interna del observatorio cenital
del edificio P de Monte Albán es tal que precisamente en estas últimas fechas se daba la
primera y la última entrada extrema en el año del haz de rayos solares a la cámara de
observación. En otros edificios zapotecos se señalan insistentemente, a través de sus
alineaciones, las fechas referidas con anterioridad, con lo que se reafirma la importancia
del intervalo de 65 días para la variante zapoteca del calendario. Estamos frente a una
manera netamente mesoamericana de orientar edificios. Podríamos decir que se trata de
una orientación en el tiempo, donde el Sol brinda el escenario espectacular para indicar que
las fechas importantes han arribado. Algunas ciudades mexicanas aún conservan esta
orientación calendárico-astronómica heredada de nuestros ancestros, que hicieron del
firmamento un medio para trascender en el tiempo.

Bibliografías y Referencias
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[4] S. (2016, 6 septiembre). astrónomos prehispánicos | Seminario Crónicas y fuentes de origen


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http://blogs.acatlan.unam.mx/scronicas/tag/astronomos-prehispanicos/

[5] En Mesoamérica hubo observaciones astronómicas indirectas: Rubén Morante. (2020, 21


junio). Universo - Sistema de noticias de la UV.

https://www.uv.mx/prensa/ciencia/en-mesoamerica-hubo-observaciones-astronomicas-
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prehispánico. Historia de la Astronomía en México, 65-102.
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