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Álvaro Neil Gómez-Morán de la Rubia

Arquíloco (poeta griego): la zorra sabe muchas cosas, mientras que el erizo
una, pero grande.

Taylor nace en una familia protestante pero tras alejarse de la religión vuelve
a ella en 1999 para intentar encontrar ese algo que está más allá de
nosotros; aquellas estructuras o sistemas que están latentes en el mundo.
Temas como la religión, la espiritualidad, la trascendencia…
No hay que olvidar que Taylor pretende construir una antropología filosófica,
no como fin en si misma, sino como punto de partida para el estudio de las
otras disciplinas.
Para Taylor (el erizo), esa antropología filosófica debe ser - esa cosa grande
que sabe-, esa reflexión filosófica necesaria sobre el ser humano, que le
permita discernir los invariables de la condición humana, los argumentos
trascendentales que permitan entender la fauna humana y sus
construcciones históricas.
En esa búsqueda de una teoría del sujeto, son cuatro las dimensiones
básicas de las vida humana para este autor: animal que se autointerpreta,
evaluador fuerte, animal social y ser espiritual.
A pesar de su condición de creyente, toma distancia para elaborar una
filosofía de la religión en la que se estudien las condiciones de posibilidad de
la no-creencia. Y es que se ha pasado de una vida humana en que la
plenitud estaba en el más allá, a una situación en la que la espiritualidad es
Inmanente al individuo. Es el paso de lo trascendente a lo inmanente lo
que le preocupa.
La combinación de estas tres dimensiones (o cuatro si incluimos la
autointepretación) es lo que permite que en Taylor se pueda hablar de una
Filosofía de la religión. Ese enfoque omniabarcante, no apegado al
cristianismo, justifica que Taylor pueda erigirse como un importante
estudioso de la Filosofía de la religión. Lo característico del ser humano es
su dimensión espiritual, sea esta vivida como creyente o como no-creyente.
Ese aspecto espiritual es una de las condiciones invariables del ser humano,
que se ramifica en la creencia o en la increencia.
Hago aquí un paréntesis para mencionar el trato que Taylor da a la condición
de ser humano (y sus diferentes yoes) en sus tres estudios: político, ético y
religioso.
En el primero el ser humano (yo átomo) es animal social, en el ético (yo
puntual) es evaluador fuerte, pero en el religioso (yo obliterado), nuestra
condición de seres espirituales está conectada con nuestro modo de percibir
las cosas, y con su explicación del desencantamiento del mundo moderno.
Es aquí donde entronca su diferencia entre el yo poroso y el yo obliterado o
taponado, que se puede resumir del siguiente modo. El yo poroso es el yo
permeable a su entorno, frente al yo cerrado que resguarda su identidad.
En la esfera religioso el yo poroso es un ser humano que puede ser influido
por lo religioso, al entregarse con temor y anhelo a esa experiencia. Pero
para el yo obliterado, cerrado en su interioridad, lo que ha sido propiciado por
el giro subjetivista de la modernidad, somos nosotros los que le otorgamos, o
negamos, sentido a las cosas. Establecemos un límite con el mundo físico, lo
taponamos en nuestra mente, lo que provoca un desencantamiento del
mundo. Al haber desalojado a los espíritus de nuestra vida, la creencia no
tiene sentido, y emerge la increencia, que no niega la espiritualidad sino que
la reinterpreta. Puesto que lo espiritual no son elementos u objetos, sino
experiencias vividas. Una de ellas es nuestro modo de relacionarnos con el
mundo, un tanto naíf en el yo poroso, y más reflexivas o necesitadas de
explicaciones mecánico-causales en el yo obliterado. Aunque el mérito de
Taylor sea rechazar la idea de que la razón nos obliga de alguna manera a
ser agnósticos y que no podamos creer en nada no contrastable
empíricamente, su apuesta por la trascendencia es obvia, así como su
rechazo a la tradición epistemológica moderna heredera del cartesianismo.
Aunque Taylor reconoce las profundas raíces cristianas de la cultura
moderna, intenta formular un nuevo ideal de laicidad, algo que, por irónico
que parezca, no sería muy viable si el modelo existente fuera el de una
sociedad cristiana. Y no por una estrechez de miras cristiana, sino por la
aparente incompatibilidad de la fe con ciertas formas de cultura actuales o de
modelos societarios vigentes. La solidaridad moderna (en movimientos de
apoyo a refugiados u organizaciones no gubernamentales) se inspira en una
aplicación práctica del Evangelio, y ello gracias a que no hay ninguna
ideología religiosa al mando del Estado, al haberse producido la separación
institucional Estado-Confesión religiosa. Taylor apuesta así por una primacía
práctica de la vida frente a una primacía metafísica, por su caracter asfixiante
de la vida humana.
Una de los aportes más importantes de Taylor es destruir la idea de que la
secularización actual es producto de la industrialización, movilidad
geográfica, crecimiento económico, la tecnología… Si es cierto, señala
Taylor, que la secularización está relacionada con la pérdida de nuestro logo
óntico, pero eso no es algo tan evidente. Hay que construir, y a ello se
dedican varias páginas del libro, una narrativa de la secularización del
mundo moderno. Algunas ya las hemos visto como el paso de un mundo
encantado (yo poroso) a un mundo desencantado (yo obliterado) y la pérdida
de la forma naif como la gente interpretaba el mundo. Otras no, como el
llamado por Taylor “efecto nova”: variadas formas de espiritualidad no
limitadas al marco religioso, que fomenten un diálogo no ya basado en la
neutralidad sino en la imparcialidad. No hay neutralidad cuando uno expresa
una posición moral o religiosa, pero puede haber un diálogo no
caricaturizante del otro. Y esta es justo la posición de Taylor, él no es neutral,
pero no por ello su voz es menos válida para hablar de Filosofía de la
religión.

En un mundo desencantado, nosotros somos los que debemos dar


significado, lo que implica. una autorreflexión y una racionalización que
rechaza lo no contrastable empíricamente. Y la necesidad de ese
reencantamiento enlaza con esa idea de ofrecer significado, ofrecer
narraciones verosímiles a nuestras vidas y, en resumen, obtener respuestas.
Concluyendo este trabajo daremos respuesta directa a la pregunta de si la
laicidad es compatible con la idea del reencantamiento. Pero primero, ¿qué
entiende Taylor por laicidad? ¿es sinónimo de secular? Originariamente no,
pero hoy si, aunque Taylor aprovechando ese origen diferente aboga por un
Estado laico, pero que no implique una secularización de la sociedad.
Si bien en muchos casos la laicidad fue resultado de una férrea oposición a
la religión dominante, Taylor propone dejar de hacer de la religión “un caso
especial”, pues a mayor modernización de la sociedad no hay una mayor
secularización. Un Estado secular, señala, no es el que se levanta contra la
religión, sino el que permite la ”igualdad entre creencias básicas”.
A ello me permito objetar ¿qué se entiende por creencia básica? Si el culto al
Dios Maradona lo es o si habría que reclamar un código interno o un
compromiso a ciertas normas para avalar una creencia y otorgarle
protección. La autora señala que “no todas las preferencias personales
tienen el mismo valor… (y) el Estado no tiene ninguna obligación para con
ellas.”
¿En qué se diferencia una convicción fundamental de una mera creencia
personal? En este caso, según Taylor: “Cuanto más vinculada esté una
creencia al sentimiento de integridad moral de un individuo… mayor debe ser
la protección jurídica de la que se beneficie.”
Taylor habla de algunos principios básicos para hablar de laicidad, como la
libertad de conciencia (y dentro de ella la libertad religiosa), la igualdad de
trato a cualquier creencia del tipo que sea (valdría por lo tanto la Iglesia de
Maradona) y la fraternidad de los distintos grupos espirituales (derecho a
participar en la sociedad). Aquí es donde adquiere fuerza el poder superior
del término laicidad frente a secularización: no basta con la aconfesionalidad
del Estado, sino que es preciso contar con políticas activas de protección (¿y
fomento?) de las diferentes formas de espiritualidad.
Pero es obvio que el balance entre libertad a igualdad, es especialmente
delicado cuando se trata de prácticas concretas. La intervención del Estado
debe amoldarse a la situación concreta y estar sujeta a revisión.
Como conclusión, en un párrafo, resumiré las respuestas a las preguntas
formuladas por si hubiera alguna duda sobre su comprensión.
Taylor elabora una Antropología Filosófica, como Filosofía primera, de la que
la Filosofía de la religión es pieza fundamental, y ello a pesar de su condición
de creyente, al tener una mirada plurireligiosa y omniabarcadora de otras
formas de espiritualidad. Su conexión con otras ciencias de las religiones,
como la antropología filosófica ha quedado remarcada, así como la
necesidad de que el yo obliterado, desencantado, se reenamore del mundo,
asumiendo su laicidad pero también su dimensión espiritual, como una
intuición no contrastable empiricamente pero que dota de sentido a su vida y
a su filosofía de la religión.

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