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El señor Ocho Venado Garra de Jaguar en la cancha de Tututepec

Esfuérzate. O no te esfuerces. Permanece de pie, o ponte en cuclillas.


Descansa o mantente dormitando hasta el alba, hasta que venga el mediodía.
Para el caso es lo mismo. Para el entrenamiento es lo mismo. Y aquí, de lo que
se trata es de ejercitarse previo al juego de pelota. Es decir, de mover el
cuerpo, de darse aliento, como si tú mismo hablaras con la divinidad, con los
dioses Nitoayuta, Dzahui, Mictlantecuhtli, Yozotoyua, Cohuy, Huehuetéotl,
Qhuav. Con uno en específico y luego con todos. Con el que cada cual
necesita para su uso propio, y con los que el pueblo ñuu savi ha creado para su
uso público. En tu esencia, ya lo sabes, está la esencia de los dioses.
Ora, piensa. O si lo prefieres, no pienses ni ores. Respira y cierra los ojos, eso
constituye una forma de tener la mente vacía, una forma pura de la conciencia.
Murmura cómo es tu estrategia contra el señor Siete Serpiente. Susurra tu
melodía. Grita tu ansiada victoria. Planea tu estrategia para jugar en la cancha.
Todo está permitido. Todo es igual de místico, porque todo es místico, incluso
todo aquello que pretende vulnerar lo divino, sin conseguirlo. Casi todo lo que
en esta cancha hagan los jugadores pertenece al enigma, porque casi todo lo
que realiza cada jugador es enigmático. Todo lo que aquí cometa un jugador
como tú no puede manchar el renombre del pueblo ñuu savi, porque su raíz, a
pesar de sus imperfecciones, es de renombre.
Puede que todo el juego se encamine rápidamente hacia su fin. Puede que todo
estalle en un ímpetu de energía. Puede que todo el humo del copal se
desintegre en polvillo cósmico y que viaje a una súper velocidad, desde aquí
hasta un agujero negro del espacio; pero ahora estás aquí, en el centro del
mundo, en el centro de la cancha, en el centro de tu contienda, y se diría que
eres invulnerable en la afrenta. Puede que esta situación parezca demasiado
orgullosa. Puede que parezca presuntuosa la idea, pero así es: saber que eres
de un pueblo guerrero te embriaga, como te embriagan todas las oraciones,
todas las loas.
Déjate envolver por el viento. Déjate poseer por la fuerza. Déjate ir hacia la
esquina de la cancha, para concentrarte. Para dar con tu adversario en el juego
de pelota. Déjate envolver por el color terracota. Déjate ser terracota. Déjate
llevar por la terracota de tono amarillento. Por la terracota nada transparente.
Por la terracota algo apagada. Por la terracota monolítica. Por la terracota
polvorienta. Por la terracota en las piedras. Por la terracota levemente parda.
Por la terracota. Tú, color, déjate ser.
Ahora la situación está clara. Ahora todo es sencillo, y puedes centrarte sin
miedo. No puedes perderte en el miedo, no tienes la certeza típica de alguien
que se extravía, de alguien que se bate en retirada. Lo que está a la derecha
también está a la izquierda de la cancha. Lo que está arriba está debajo de
algún punto. Todo es parecido, porque todo es humano. Todo es similar,
porque todo forma parte de la melodía. Todo forma parte de un ritmo. Y la
melodía y el ritmo aspiran a expresarlo todo.
Golpea la pelota con la cadera. O espera un momento. Fuera también hay
terracota, también hay verde y algarabía extrema. Fuera te envuelven los
elementos de la naturaleza, como aquí dentro de la cancha te envuelven la
piedra, la arcilla y la escasa hierba. Te hayas en Tututepec. Estás en la
plenitud de tu vida. Estás en la tierra polvosa Ocho Venado Garra de Jaguar.
Tu gente está animada y el pueblo ñuu savi está jubiloso.

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