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NAVIDAD, NACER
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Fr José F. MORATIEL
"Estando allí, en Belén, se cumplieron los días de su parto"
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YO SOY
- la obra del silencio –
Ahora la vida está más allá de lo que dicen tus labios, de lo que ven tus
ojos, de lo que oyen tus oídos, de lo que percibe tu piel.
Ahora tan sólo eres, vives; sin nada, por nada, por lo Indecible, por lo
Inefable.
Ahora no hay ningún reconocimiento, ninguna aprobación, ningún aplauso.
Ahora te basta sólo ser.
Ahora todo se ha remansado. Eres un caminante, un peregrino, un
aventurero de la Resurrección.
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Vete de tu tierra... a la tierra que yo te mostraré
Te mostraré la Resurrección
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“ Y el Verbo se hizo hombre”
Hacerse hombre:
Es saberse de la tierra y del cielo.
Es saber que lo imposible es posible.
Es elegir lo único necesario.
Es convivir con el dolor de cada día.
Hacerse hombre:
Es saber dejarse guiar por la voz interior.
Es saber ser feliz dando.
Es saber ser feliz con lo que ahora hay.
Es saber que la vida es un camino en el que todos los tramos son
divinos.
Es saber escuchar el canto del cosmos.
Es saber que su vocación es la libertad.
Hacerse hombre:
Es volverse niño.
Es comprender y no condenar.
Es saber estar con los pies en la tierra sin huir, sin evadirse.
Es saber mirar la tierra y el cielo.
Es saber encontrar la roca, la firmeza interior.
Hacerse hombre:
Es saber aceptar los límites.
Es saber que sólo debe hablar al sentir la inspiración.
Es saber que todo lo que necesita va dentro de su corazón.
Es saber que nunca estás solo, que el Padre está con él.
Es saber ir contra corriente.
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LA SILLA
La silla separa del ajetreo, del crujir, de las idas y venidas, de las vueltas y
revueltas, del ir y venir.
Hacia la paz se va en una silla a lo largo de los años, y una hoguera íntima nos
alienta.
La silla nos devuelve la única verdad íntima que se halla dentro. La silla, un espacio
para estar con el infinito, con el amor, con la paz que nos inunda y fluye en calma.
En la silla nos volvemos presta del adentro. Volverse silla es volverse quietud y paz.
La silla nos invita a dar un paseo por el alma. En la silla nos habita el silencio, nos
volvemos habitantes del silencio. Nadie nos cuida, nos pastorea tan amorosamente
como la sobriedad de una silla.
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EL SILENCIO FUENTE DE LA DICHA
Era tan pobre, tan pobre, que ni figura de hombre tenía. Se había olvidado hasta de
su figura terrestre. Ser pobre no sólo de recursos. No sólo de objetos. Ser pobre
sobre todo porque se ha desprendido y despojado, no sólo de proyectos, de lo
horizontal, de la tierra, de negocios, de industrias, de haciendas y de cuentas
bancarias. Se es pobre quizás, y sin quizás, porque uno se ha desinteresado y
desapropiado de su función, de su imagen, de las opiniones sobre él, de los juicios
que van de boca en boca, de la representación. Cubiertos por esos cortinajes queda
uno a oscuras.
No somos tan pobres cuando contamos con la buena reputación de los demás, de las
opiniones a favor nuestro. Casi, casi, como los políticos cuyo afán es consumir
encuestas y ver las “corrientes de opinión”, las subidas y bajadas, las alzas y las
bajas, la imagen que tienen de nosotros, la sensación que damos. La misma Iglesia
hace sus encuestas y se ocupa de crear una buena imagen.
¡Cómo cuesta olvidar ese paraíso creado, inventado por nuestra falsa ilusión!
Consumimos representaciones, opiniones, funciones. Queda uno desfallecido de
tanto consumir. ¡Cómo cansan esas funciones, cómo fatigan esas representaciones!
El silencio nos alcanza, nos llega y nos inunda cuando dejamos de ser consumistas
de todo eso. En el puro silencio nos volvemos pobres verdaderos; nos volvemos
también dichosos.
¡Qué amargo el humo de esos bosques, de esas ramas que no nos dejan ver lo
verdadero!
Por fin dejamos de ser ese personaje, de ser esa función. Es mejor dejar de
convivir con esas imágenes que nos tapan y ciegan y engañan, y convivir con la luna,
con las estrellas, con los ríos, con los océanos, con los pájaros. Son más verdad que
las opiniones, las representaciones y las funciones.
En esos adioses el alma se estremece y resucita una dicha oculta, la del ser
escondido y recubierto. Nada puede sustituir ese ser hondo, ese manantial.
Las heridas del silencio duelen. Pero no cicatrizan. La enfermedad del amor que
brota no tiene cura. Y es una bendición que no pasa, que alcanza la eternidad.
En el silencio vamos al encuentro del ser que grita y canta nuestra verdad. Más
bello que lo que suponíamos. En estos adioses, en esas muertes, no se hace luto por
nada. Se acabó el fingimiento y resucita la alegría.
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Nuestra verdad, nuestra dicha está detrás de esas imágenes que nos recubren,
detrás de esas representaciones que nos agobian, detrás de esas funciones que nos
asfixian. El silencio nos deja sin nada, en la verdad. Se es cuando no queda nada,
cuando “todo se ha consumido”.
Es el silencio en que entran en paro todas las tendencias que nos arrojan fuera, y
nos dejan a la intemperie.
Es deber de cada uno vivir de tal modo, saber estar de tal manera, que el silencio
pueda ser el clima entre nosotros, “en el que vivimos, nos movemos y existimos"
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“Espero ir a vosotros y hablaros cara a cara,
para que sea cumplido nuestro gozo”
No quiero, mis amigos, que pase este tiempo como un paréntesis, sin comunicación.
Ojala que sea un encuentro de corazón a corazón, de alma a alma. ¡Cuántas veces
me comunico con vosotros desde dentro, desde el corazón!
Mi alma es el silencio. Silencio de pan, de trigo. Mi alma es una con el pan cotidiano.
El silencio lo penetra todo: el día y la noche, el trabajo, el descanso. El silencio da
sabor a todo: a cada palabra a cada hogaza, a cada dolor, a cada amanecer de
alegría. Todo se vuelve uno en el silencio, como que todo se diviniza. La vida está en
todo, aunque invisible, inefable, indecible. Siempre el silencio me lleva a lo más
íntimo de mi mismo. ¿Quién me lleva de un lado para otro? Un viento suave. El
velero no se mueve sin el viento. Somos veleros trasladados por un misterioso
viento que no se nota.
Así me siento, así voy, andando paso a paso hacia el quirófano. Así me uno a
vosotros. El alma se aclara en el silencio como el alba en el amanecer. Cada hora que
llega es plenitud de lo divino que se vierte en el alma. El ahora me llama a reposar
en un sosiego como la desembocadura serena de mi vida.
“Señor dueño nuestro”. Sí, un amor se desvela en el silencio, un único amo, dueño, el
Señor, por verbalizarlo de alguna manera, por más que sea siempre frágil. Como si
oyera un cierto murmullo que me dice: “Sí, eres mío, sí, me perteneces; no me
hables de ti”. No, no hace falta que le hables de mi, ni de ti. El se hace cargo de ti
y de mí. Vamos a dejarle obrar en el silencio, en sus maravillosas manos de amor, de
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ternura inefable, aroma divino. Nada enlutece, ni nubla la luz y la calma de mi
corazón.
Viajero soy, viajeros somos, es la hora de ver que todo pasa, que todo fluye.
Era una vez una viejecita, una peregrina, una itinerante, siempre ambulante. Un día,
al anochecer, llegó a su pueblo y quiso hospedarse allí. Buscó alojamiento de casa en
casa, pero no halló un lugar para pasar la noche. “Los suyos no la recibieron”. Siguió
camino hacia delante. Ya entrada la noche , decidió quedarse en el campo, en un
huerto de almendros. Se acurrucó y se dejó cubrir por el misterio de la oscuridad
bien espesa. Entrada la noche empezó a nevar. Hubo ventiscas y ventoleras. Pronto
la nieve lo había cubierto todo. La noche iba avanzada, cuando de repente se
desgarran las nubes y aparece un cielo azul colmado de estrellas y también la luna.
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sobre el campo, sobre los almendros, sobre la nieve inmaculada. La peregrina, al ver
tanta belleza se sintió ensimismada, y notó que de lo hondo de su corazón brotaba
gozo, paz y alegría. Se puso de pie y volvió la vista hacia el pueblo que le había
rechazado, toda su mirada, toda su alma no era más que gratitud hacia sus
habitantes. Si la hubieran recibido no hubiera vivido el éxtasis de tanta
inesperada belleza. Cuando nace la luna todo recobra el color natural: los
almendros, la ladera, la colina. Aparece la belleza oculta en la oscuridad.
Una enfermedad es como una nevada, con alguna ventisca; hasta con algún trueno. Y
uno ha de permanecer acurrucado bien dentro. También se desgarran las nubes y
aparecen las estrellas y la luna. Antes se convive con una cierta debilidad corporal,
con la fragilidad humana, y también con una soledad dichosa y pacífica, con el
silencio invisible. Cada instante tiene su fulgor, su fragancia y aroma.
El silencio hace jardín la soledad. Como que he nacido de una rosa viva, como que
he brotado de dentro, del cáliz virgen del silencio que es vacío y llenura, que es
nada y es todo. Soy hijo del cáliz de una flor.
Cada día veo con más claridad que el silencio no se prueba, se experimenta, se
muestra, se vive.
Él, “el amigo de la vida”, ha querido que permanezca aquí. Sé que no me necesita.
Sé que nada se debe a mí. Soy eterno deudor de su amor.
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“Vengo pronto”
La Navidad es siempre una invitación a la soledad, a una soledad grande. Y no es
bueno cambiarla por cualquier compañía. A veces esta soledad y silencio es dolorosa
como lo es un nacimiento. Y hay que sobrellevarla. El niño anda a solas consigo
mismo, horas y horas, sin hallar a nadie, pues los adultos estás desinteresados de
su soledad, sin enterarse, entretenidos en otras cosas que juzgan muy
sobresalientes y preferenciales.
Navidad. Jesús siempre es el que nace, el que viene. Cada hora viene. El inefable, el
indecible, el inagotable, viene y no acaba de venir del todo. Y viene de adentro, de
la profundidad secreta y oculta. Lo menos, lo único también, que podemos hacer es
no obstaculizar su venida, no negar su visita, no amenazar su alumbramiento
interior.
Otra vez Navidad. Viene, sí. El que viene de dentro. ¿Pero cómo va a venir de lo
hondo si siempre estamos exteriorizados, asomados a un fuera asfixiante?
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A Dios le buscan mis manos, mis pensamientos, mis emociones. Pero sólo el silencio
y la soledad me devolverán a Dios. Mejor: sólo en el silencio se da el camino de una
venida fértil, rebosante. Sólo el silencio, sólo la soledad es sendero de Encarnación.
una inmensa apertura. Que todo en nuestra existencia esté atento, abierto y
acogedor.
No hay encuentro sin apertura. En realidad no hay oración sin silencio. Así, las
PALABRAS A MORATIEL
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