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CARTAS

P. José FERNÁNDEZ MORATIEL

1
NAVIDAD, NACER

Nacer es sentirse convocado por la vida y por la muerte;


es vivir al abrigo del silencio, abandonando todas las envolturas
que hacen opaco al ser;
es abandonar las mortajas del ego, de recuerdos, de memorias,
de escombreras que ahogan y asfixian.

Nacer es beber el día, la transparencia y absorber, también,


la noche, lo incierto, lo oscuro, todo;
es desnudez del ser;
¡qué resistencias nacer!
¡qué de durezas nos rechazan!

Nacer es entrar en un desierto, vivir sin referencias,


perdido en la inmensidad, sin riberas, sin fronteras;
es sonreír a esa luz virgen recién estrenada
de cada aurora y de cada amanecer.

Nacer es volverse pobre, sin refugio, sin cobijo, sin albergue,


sin que te cubra ninguna luz, tan sólo la de las estrellas.

Nacer es perderse. ¡Qué oración hay si uno no se pierde a sí mismo


para hallarse en ese alumbramiento!

Nacer es algo que depende de otro, no de uno mismo;


es hambrear relación, contacto, amistad,
presencia, amor... lo que nos rodea;
es sed y ansia de ser;
es entrar en el fluir de un río que no descansa
hasta desembocar en la plenitud del océano.

Nacer es cortar todos los cordones umbilicales,


ningún hilo te ata al antes, al ayer que pasó;
todas las resistencias se rompen y te haces a la mar de la vida.

Nacer es "pasar a la otra orilla",


donde ya no deseas ser reconocido ni por imágenes,
ni por sombras, ni por ninguna función.

Nacer es una tarea que a veces parece imposible de cumplir,


de llevar a cabo.

Nacer es fidelidad a la desnudez, ¡qué otra cosa no es la verdad!


es vaciarse de fijaciones, fantasías, temores;
es verse, sentirse sin apoyos, sin agarraderas, sin nada.

Nacer es ser puestos en un pesebre vacío;


es el don de cada día.

¡Nacer cuantas veces haga falta!

2
Fr José F. MORATIEL
"Estando allí, en Belén, se cumplieron los días de su parto"

Es la hora del alumbramiento:

Cuando abandonas la conciencia de la función y de la representación.


Cuando te vuelves insumiso a las consignas de la moda y no te dejas sobornar
por anda.
Cuando dejas que amanezca la aurora que va en tu corazón.
Cuando no te permites que te secuestren, que te manipulen o que te
domestiquen.

Es la hora del alumbramiento:

Cuando no te dejas encarcelar por ninguna opinión.


Cuando no permites que nada te domine.
Cuando no te dejas acosar por las mil añoranzas o recuerdos.
Cuando ninguna ideología, ninguna cultura te encierra ni aprisiona.

Es la hora del alumbramiento:

Cuando no te atienes a lo que se dijo, sino a lo que escuchas en tu alma


sosegada.
Cuando no te ajustas ortopédicamente a lo establecido, sino que dejas que todo
fluya.
Cuando escuchas no para responder, sino para comprender y abrazar la
diversidad.
Cuando no pretendes llevar las riendas de tu historia, sino que te dejas mecer
por la vida.

Es la hora del alumbramiento:

Cuando dejas que germine y florezca la sementera dentro.


Cuando estás atento al aquí y al ahora, pues sabes que la vida no está en el ayer
ni en el mañana.
Cuando desenmascaras el personaje que recubre y oculta la inocencia del agua
remansada de tu manantial.
Cuando no condenas tu limitación ni tampoco tu aspiración al infinito.

3
YO SOY
- la obra del silencio –

Ahora no deseas: ni ganar, ni lograr, ni adquirir, ni poseer.


Ahora no consumes nada: ni ideas, ni información, ni erudición, ni
imágenes, ni emociones.
Ahora no te apropias de nada: no te enganchas a nada, no acaparas ni
haces ningún acopio.
Y TU CORAZÓN ES MORADA DE PAZ

Ahora te despojas de funciones, de representaciones de disfraces.


Ahora caminas sin compañía de discursos, de doctrinas, de personas, de
melodías, de danzas.
Ahora admites la noche, el otoño, el invierno, las diferentes estaciones que
la vida te da.
Y TU CORAZÓN ES MORADA DE PAZ.

Ahora no sueñas, no recuerdas, no añoras, no fantaseas.


Ahora no huyes, no te escapas de este instante, de este aquí que se vuelve
canción al acogerlo.
Ahora no te atas a formas, a enseñanzas, a tradiciones.
Y TU CORAZÓN ES MORADA DE PAZ.

Ahora no estás pendiente de un proyecto, de un programa, ni de


expectativas.
Ahora eres contestatario, insumisos a lo establecido, a las opiniones, a los
juicios, a las valoraciones, a la tiranía exterior.
Ahora sólo eres dócil a la vibración íntima, al clamor de dentro, a los
latidos del amor.
Y TU CORAZÓN ES MORADA DE PAZ.

Ahora vives como en un exilio, como en un destierro.


Ahora vives sin ceremonias, sin adornos, sin decoración, sin exhibición.
Ahora vives en un desierto de decires, de pensares, de sentires, de
cantares, de estructuras, de referencias.
Y TU CORAZÓN ES MORADA DE PAZ.

Ahora la vida está más allá de lo que dicen tus labios, de lo que ven tus
ojos, de lo que oyen tus oídos, de lo que percibe tu piel.
Ahora tan sólo eres, vives; sin nada, por nada, por lo Indecible, por lo
Inefable.
Ahora no hay ningún reconocimiento, ninguna aprobación, ningún aplauso.
Ahora te basta sólo ser.
Ahora todo se ha remansado. Eres un caminante, un peregrino, un
aventurero de la Resurrección.

4
Vete de tu tierra... a la tierra que yo te mostraré

Te mostraré otra tierra:

Si abandonas el país de los dogmatismos, de las definiciones y fijaciones.


Si abandonas el país de las doctrinas y erudiciones.
Si abandonas el país de las manipulaciones y domesticaciones.
Si abandonas el país de las clasificaciones y divisiones.
Si abandonas el país de la competición y del protagonismo.

Te mostraré otra tierra:

Si abandonas el país de la uniformidad y el conformismo.


Si abandonas el país de la adición, de vivir a expensas del exterior.
Si abandonas el país de las dependencias y carencias.
Si abandonas el país de la exhibición y del maquillaje.
Si abandonas el país de la orgía del consumismo.

Te mostraré otra tierra:

Si abandonas la capilla ardiente de la ambición.


Si abandonas la evidencia que entorpece el asombro.
Si abandonas el afán de renovar el stock de tus protagonismos y proyectos.
Si dejas de alimentar las representaciones y apariencias.

Te mostraré otra tierra:

Si relativizas toda exterioridad para que se desvele el interior.


Si no te atas a las formas, a los ceremoniales y rituales.
Si abandonas hasta tus experiencias.
Si abandonas el vivir para la galería.

Te mostraré otra tierra:

Si abandonas el afán de logro o de adquisición.


Si sabes vivir contracorriente.
Si sabes confiarte a lo desconocido, sin saber siquiera quién te acoge.
Si abandonas todas las tumbas y nichos en los que pretendes encerrar la verdad.

Te mostraré la Resurrección

5
“ Y el Verbo se hizo hombre”

Cuando dos opuestos se unen, surge una vida.


Cuando hombre y mujer se unen, es la hora de la fecundidad.
Cuando el cielo y la tierra se unen, nace el hombre nuevo.

Hacerse hombre:
Es saberse de la tierra y del cielo.
Es saber que lo imposible es posible.
Es elegir lo único necesario.
Es convivir con el dolor de cada día.

Hacerse hombre:
Es saber dejarse guiar por la voz interior.
Es saber ser feliz dando.
Es saber ser feliz con lo que ahora hay.
Es saber que la vida es un camino en el que todos los tramos son
divinos.
Es saber escuchar el canto del cosmos.
Es saber que su vocación es la libertad.

Hacerse hombre:
Es volverse niño.
Es comprender y no condenar.
Es saber estar con los pies en la tierra sin huir, sin evadirse.
Es saber mirar la tierra y el cielo.
Es saber encontrar la roca, la firmeza interior.

Hacerse hombre:
Es saber aceptar los límites.
Es saber que sólo debe hablar al sentir la inspiración.
Es saber que todo lo que necesita va dentro de su corazón.
Es saber que nunca estás solo, que el Padre está con él.
Es saber ir contra corriente.

6
LA SILLA

"Quien de vosotros, que quiere edificar una torre,


no se sienta primero a calcular los gastos,
y ver si tiene para acabarla?" (Lc 14,28)

El silencio no es para leer en libros eruditos, en una enciclopedia. El silencio es


quedarte sosegado en el asiento, en una silla. Es dejar que todo, sobre todo
nuestro ego, se detenga, se pare, se asiente de modo que todo se aquiete: Las
frustraciones, las inseguridades, las dudas, la soledad del aislamiento, los temores,
los miedos, las cobardías, todo sobresalto, toda agitación.

¡Qué manera tan sencilla de sumergirse en el fecundo silencio, en la gratuidad de la


vida! Sentarse es abandonarse, despojarse, vaciarse, menguarse, empequeñecerse.

La silla, un mueble para aprender a vivir.

El ego es inhóspito, el silencio es hospitalario, acogedor y receptivo.

La silla, una pausa iluminadora como un amanecer. El ego es lo quede sobresalto


tiene la vida, el gesto hosco que nos distancia.

La silla separa del ajetreo, del crujir, de las idas y venidas, de las vueltas y
revueltas, del ir y venir.

Hacia la paz se va en una silla a lo largo de los años, y una hoguera íntima nos
alienta.

Si la silla sustituye a la prisa viene la calma. Si el ego sustituye al amor viene el


conflicto.

Cuando el ego se instala y se fija y se calcina definitivamente nos volvemos ego,


sólo ego, ambición, desamor. Es el reino del ego helador y congelador.

La silla nos devuelve la única verdad íntima que se halla dentro. La silla, un espacio
para estar con el infinito, con el amor, con la paz que nos inunda y fluye en calma.

En la silla nos volvemos presta del adentro. Volverse silla es volverse quietud y paz.

La silla nos guía al adentro, el ego al afuera, es un estorbo, es distanciamiento, es


separación, es un callejón sin salida.

La silla nos invita a dar un paseo por el alma. En la silla nos habita el silencio, nos
volvemos habitantes del silencio. Nadie nos cuida, nos pastorea tan amorosamente
como la sobriedad de una silla.

De un silencio peatonal, viajero, volvemos a un silencio más sosegado y de asiento.

7
EL SILENCIO FUENTE DE LA DICHA

Era tan pobre, tan pobre, que ni figura de hombre tenía. Se había olvidado hasta de
su figura terrestre. Ser pobre no sólo de recursos. No sólo de objetos. Ser pobre
sobre todo porque se ha desprendido y despojado, no sólo de proyectos, de lo
horizontal, de la tierra, de negocios, de industrias, de haciendas y de cuentas
bancarias. Se es pobre quizás, y sin quizás, porque uno se ha desinteresado y
desapropiado de su función, de su imagen, de las opiniones sobre él, de los juicios
que van de boca en boca, de la representación. Cubiertos por esos cortinajes queda
uno a oscuras.

No somos tan pobres cuando contamos con la buena reputación de los demás, de las
opiniones a favor nuestro. Casi, casi, como los políticos cuyo afán es consumir
encuestas y ver las “corrientes de opinión”, las subidas y bajadas, las alzas y las
bajas, la imagen que tienen de nosotros, la sensación que damos. La misma Iglesia
hace sus encuestas y se ocupa de crear una buena imagen.

¡Cómo cuesta olvidar ese paraíso creado, inventado por nuestra falsa ilusión!
Consumimos representaciones, opiniones, funciones. Queda uno desfallecido de
tanto consumir. ¡Cómo cansan esas funciones, cómo fatigan esas representaciones!

El silencio nos alcanza, nos llega y nos inunda cuando dejamos de ser consumistas
de todo eso. En el puro silencio nos volvemos pobres verdaderos; nos volvemos
también dichosos.

¡Qué amargo el humo de esos bosques, de esas ramas que no nos dejan ver lo
verdadero!

Por fin dejamos de ser ese personaje, de ser esa función. Es mejor dejar de
convivir con esas imágenes que nos tapan y ciegan y engañan, y convivir con la luna,
con las estrellas, con los ríos, con los océanos, con los pájaros. Son más verdad que
las opiniones, las representaciones y las funciones.

Es en el silencio donde se adivina el ser misterioso que somos.

En esos adioses el alma se estremece y resucita una dicha oculta, la del ser
escondido y recubierto. Nada puede sustituir ese ser hondo, ese manantial.

Las heridas del silencio duelen. Pero no cicatrizan. La enfermedad del amor que
brota no tiene cura. Y es una bendición que no pasa, que alcanza la eternidad.

Nunca somos el que aspiramos a ser. En el silencio nos negamos a descansar en lo


secundario y superficial, en esas almohadas fingidas y engañosas.

En el silencio vamos al encuentro del ser que grita y canta nuestra verdad. Más
bello que lo que suponíamos. En estos adioses, en esas muertes, no se hace luto por
nada. Se acabó el fingimiento y resucita la alegría.

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Nuestra verdad, nuestra dicha está detrás de esas imágenes que nos recubren,
detrás de esas representaciones que nos agobian, detrás de esas funciones que nos
asfixian. El silencio nos deja sin nada, en la verdad. Se es cuando no queda nada,
cuando “todo se ha consumido”.

EL SILENCIO EXPRESIÓN DE LIBERTAD


Escuela del Silencio - AGOSTO 2002

El silencio que vamos a vivir es expresión de libertad.

No es un silencio de ordeno y mando, no es un silencio dictatorial o imperialista. No


se vive este silencio por real decreto.

Solo en un corazón libre se puede vivir.

Es un silencio que libera el Reino, el tesoro que llevamos dentro.

Es el silencio en que entran en paro todas las tendencias que nos arrojan fuera, y
nos dejan a la intemperie.

Es deber de cada uno vivir de tal modo, saber estar de tal manera, que el silencio
pueda ser el clima entre nosotros, “en el que vivimos, nos movemos y existimos"

La patria del silencio, el solar del silencio, no es este lugar geográfico, no es un


valle, ni un desierto, ni un bosque, ni una montaña; es tu corazón.

El silencio no existe de por si; solo existe si tu corazón es silencioso.

Por eso no vamos a gastar energías en controlar, en vigilar el silencio; ni en quejas


ni en resistencias. Todo esfuerzo es para adentrarnos en nuestro corazón.

De no aceptar este ritmo, esta atmósfera remansada, es preferible despedirse y


buscar otro clima.

Un silencio vigilado, impuesto, ya no es silencio.

El silencio de cada uno es descanso de todos.

El ruido no hace bien, data, desajusta.

El bien no se nota, no mete ruido.

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“Espero ir a vosotros y hablaros cara a cara,
para que sea cumplido nuestro gozo”

No quiero, mis amigos, que pase este tiempo como un paréntesis, sin comunicación.
Ojala que sea un encuentro de corazón a corazón, de alma a alma. ¡Cuántas veces
me comunico con vosotros desde dentro, desde el corazón!

La vida no es una lucha, un trabajo, una fatiga, un cansancio. He sido un afortunado.


Tiembla y se estremece mi corazón al confesarlo, pero ocultaría la verdad, la luz
derramada sobre mí, si la callara. Afortunado, he recorrido el sendero que he
amado, el quehacer que me ha seducido, pues me he dejado seducir por el silencio.
Es verdad que esto no ha anulado roturas y quebraduras de mi condición terrestre.
Todo eso, ha sido abrazado por el silencio. No puedo ocultaros que mi vida ha sido
como unas perennes vacaciones. Sólo cansa lo que se hace por profesión, por
ganancia, no por vocación. Hoy quirófano me suena de otra manera. No es un sonido
extraño. Antes me sonaba a sombrío, oscuro, como un taladro que va horadando la
tierra que somos, buscando la fuente de la vida. En estos momentos me suena de
manera diferente; casi, casi como a mar, a montaña, a chopera. Lo veo como jardín,
como un campo de amapolas, de campanillas, de mariposas.

Tan sólo el ahora es el centro de todo mi ser, de toda mi mirada. El silencio no


tiene pasado , no tiene futuro; sólo es el ahora. Esto es lo que conozco, amo y me
reconforta. Nada da tanto miedo como lo desconocido. Y lo único que conozco y amo
es este ahora; y me da no miedo, sino paz. Sí, es el silencio el que hace que llevemos
confiadamente pesadumbres, dudas, negruras, todo atravesado por la luz de una
primavera que hace florecer de paraíso la vejez, el cansancio, la fatiga, el dolor
más doloroso.

Mi alma es el silencio. Silencio de pan, de trigo. Mi alma es una con el pan cotidiano.
El silencio lo penetra todo: el día y la noche, el trabajo, el descanso. El silencio da
sabor a todo: a cada palabra a cada hogaza, a cada dolor, a cada amanecer de
alegría. Todo se vuelve uno en el silencio, como que todo se diviniza. La vida está en
todo, aunque invisible, inefable, indecible. Siempre el silencio me lleva a lo más
íntimo de mi mismo. ¿Quién me lleva de un lado para otro? Un viento suave. El
velero no se mueve sin el viento. Somos veleros trasladados por un misterioso
viento que no se nota.

Así me siento, así voy, andando paso a paso hacia el quirófano. Así me uno a
vosotros. El alma se aclara en el silencio como el alba en el amanecer. Cada hora que
llega es plenitud de lo divino que se vierte en el alma. El ahora me llama a reposar
en un sosiego como la desembocadura serena de mi vida.

“Señor dueño nuestro”. Sí, un amor se desvela en el silencio, un único amo, dueño, el
Señor, por verbalizarlo de alguna manera, por más que sea siempre frágil. Como si
oyera un cierto murmullo que me dice: “Sí, eres mío, sí, me perteneces; no me
hables de ti”. No, no hace falta que le hables de mi, ni de ti. El se hace cargo de ti
y de mí. Vamos a dejarle obrar en el silencio, en sus maravillosas manos de amor, de

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ternura inefable, aroma divino. Nada enlutece, ni nubla la luz y la calma de mi
corazón.

Viajero soy, viajeros somos, es la hora de estar bien atentos.

Viajero soy, viajeros somos, es la hora de ver que todo pasa, que todo fluye.

Viajero soy, viajeros somos, voy de posada en posada, de pueblo en pueblo, de


ciudad en ciudad.

Y no me despido de la esperanza de posar mi mirada en vuestra mirada, mi silencio


en vuestro silencio, mi amor en vuestro amor.

Viajeros, queda la eternidad, queda el árbol, la primavera, el viento, queda el


silencio; se eterniza el amor.

De Él no se nada. Lo desconozco. Me desconozco. Y en el silencio he escuchado


palabras que no he sabido expresar. Nada, nadie puede arrancar al silencio su
misterio. Pero mi corazón lo añora y se transforma en un festival cuando se da
cuenta de la llenura de su presencia. Y no deseo, no busco otra cosa, sentado,
asentado, todo sedimentado, aquietado, codo a codo con vosotros, acurrucado y
mecidos por el feliz silencio.

“Os llevo en mi corazón”

La comunicación más íntima, la más verdadera, la he celebrado con vosotros


desde el corazón que se sabe habitado por cada uno, por todos.

Era una vez una viejecita, una peregrina, una itinerante, siempre ambulante. Un día,
al anochecer, llegó a su pueblo y quiso hospedarse allí. Buscó alojamiento de casa en
casa, pero no halló un lugar para pasar la noche. “Los suyos no la recibieron”. Siguió
camino hacia delante. Ya entrada la noche , decidió quedarse en el campo, en un
huerto de almendros. Se acurrucó y se dejó cubrir por el misterio de la oscuridad
bien espesa. Entrada la noche empezó a nevar. Hubo ventiscas y ventoleras. Pronto
la nieve lo había cubierto todo. La noche iba avanzada, cuando de repente se
desgarran las nubes y aparece un cielo azul colmado de estrellas y también la luna.

Decimos, y es cierto, que tras la tormenta viene la calma. En esas horas de


tormenta parece que todo se para, se detiene y todo lo frágil parece que está a
punto de desaparecer. Lo que es débil: el rosal, una flor, una rama, se entristece y
el tronco es como un sollozo inacabable. Nadie puede ahogar el estruendo de la
tormenta. Hasta que al desgarrarse las nubes todo vuelve a recobrar su
hermosura, hasta lo más indefenso de la naturaleza. ¡Qué ardorosa confianza la que
despierta un cielo azul estrellado! ¡Qué sorpresa, qué sobresalto! no de miedo, sino
de esa alegría que salta al verse acariciada por el azul del cielo. La luna descansa

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sobre el campo, sobre los almendros, sobre la nieve inmaculada. La peregrina, al ver
tanta belleza se sintió ensimismada, y notó que de lo hondo de su corazón brotaba
gozo, paz y alegría. Se puso de pie y volvió la vista hacia el pueblo que le había
rechazado, toda su mirada, toda su alma no era más que gratitud hacia sus
habitantes. Si la hubieran recibido no hubiera vivido el éxtasis de tanta
inesperada belleza. Cuando nace la luna todo recobra el color natural: los
almendros, la ladera, la colina. Aparece la belleza oculta en la oscuridad.

Una enfermedad es como una nevada, con alguna ventisca; hasta con algún trueno. Y
uno ha de permanecer acurrucado bien dentro. También se desgarran las nubes y
aparecen las estrellas y la luna. Antes se convive con una cierta debilidad corporal,
con la fragilidad humana, y también con una soledad dichosa y pacífica, con el
silencio invisible. Cada instante tiene su fulgor, su fragancia y aroma.

No puedo menos de confesaros que todos vuestros latidos, todas vuestras


vibraciones me han tocado, me han alcanzado. Y del valle íntimo de mi ser ha
brotado gratitud hacia vosotros.

El silencio hace jardín la soledad. Como que he nacido de una rosa viva, como que
he brotado de dentro, del cáliz virgen del silencio que es vacío y llenura, que es
nada y es todo. Soy hijo del cáliz de una flor.

La vida nos va meciendo suavemente, amorosamente. Como si fuéramos de la noche


al día, del día a la noche; de lo visible a lo invisible, de lo invisible a lo visible; de la
oscuridad a la lumbrera del alba y del amanecer; de la presencia a la ausencia, de la
ausencia a la presencia. Esta aparente diversidad es unidad. Todo se vuelve uno.

Sí, en el silencio he visto cuanto he visto y he sabido cuanto sé. La recompensa de


la nevada es la de poder volver dentro.

Cada día veo con más claridad que el silencio no se prueba, se experimenta, se
muestra, se vive.

Él, “el amigo de la vida”, ha querido que permanezca aquí. Sé que no me necesita.
Sé que nada se debe a mí. Soy eterno deudor de su amor.

Siento que están brotando alas y pronto podré alzar el vuelo.

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“Vengo pronto”
La Navidad es siempre una invitación a la soledad, a una soledad grande. Y no es
bueno cambiarla por cualquier compañía. A veces esta soledad y silencio es dolorosa
como lo es un nacimiento. Y hay que sobrellevarla. El niño anda a solas consigo
mismo, horas y horas, sin hallar a nadie, pues los adultos estás desinteresados de
su soledad, sin enterarse, entretenidos en otras cosas que juzgan muy
sobresalientes y preferenciales.

Es en la soledad y en el silencio donde estamos como abandonados al reclamo de


una maravillosa cita en el interior del corazón. ¡Es navidad!

Y nace Jesús aproximándose a la naturaleza (en un establo). No nos desampara ni el


viento, ni el bosque, ni el mar, ni las estrellas, ni las montañas. Jesús inaugura la
vida no en una multitud sino en una gran soledad y convive con lo creado.

Navidad. Jesús siempre es el que nace, el que viene. Cada hora viene. El inefable, el
indecible, el inagotable, viene y no acaba de venir del todo. Y viene de adentro, de
la profundidad secreta y oculta. Lo menos, lo único también, que podemos hacer es
no obstaculizar su venida, no negar su visita, no amenazar su alumbramiento
interior.

Así como la tierra, el cosmos, no se resisten a ninguna estación (ni a la primavera,


ni al otoño, ni al invierno) no te resistas a que Él venga, no te endurezcas, no te
opongas a la Navidad. El sendero de su venida es la soledad, el silencio.

Siempre es el que viene. ¡Vengo pronto, vengo ya!

Navidad. Nacimiento. Pero la verdad es que no hay verdadero nacimiento mientras


no se corten los atijos y gavillas de cordones umbilicales, y nos animemos a vivir no
a expensas, a costa de otro, sino de sí mismos, no a expensas del exterior sino del
interior.

Otra vez Navidad. Viene, sí. El que viene de dentro. ¿Pero cómo va a venir de lo
hondo si siempre estamos exteriorizados, asomados a un fuera asfixiante?

¡Cuántas veces nos sentimos atraídos y atrapados, y acosados por lo superficial de


la vida! Eso no nos centra, no nos serena; nos desajusta más que otra cosa.

Él viene. Y es Amor. El amor de dos silencios, dos soledades que se aman y se


hermanan. Navidad es la feliz comunidad, la colmada unidad. No, Dios no se ha
perdido. No se ha extraviado. Está viniendo. Viene de tu silencio como un
alumbramiento y siempre es un alumbramiento. En el dar a luz siempre hay gran
soledad, gran silencio.

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A Dios le buscan mis manos, mis pensamientos, mis emociones. Pero sólo el silencio
y la soledad me devolverán a Dios. Mejor: sólo en el silencio se da el camino de una
venida fértil, rebosante. Sólo el silencio, sólo la soledad es sendero de Encarnación.

LA TINIEBLA NO ES OSCURA PARA TI

En la vida hay horas de luz y horas de oscuridad, horas de felicidad y horas de

cierta tristeza, horas de gran apertura y horas de cerrazón. Buscad en el silencio

una inmensa apertura. Que todo en nuestra existencia esté atento, abierto y

acogedor.

El hermetismo nos cierra a todo lo bueno, nos pone de espaldas a la vida. En el

silencio no estamos de espaldas sino acogientes. Toda nuestra existencia se vuelve

porosa, casi hasta el cuerpo.

No hay encuentro sin apertura. En realidad no hay oración sin silencio. Así, las

horas de silencio se convierten en horas de oración.

MEDITA DIA Y NOCHE

Dios le decía a Josué:


"medita día y noche"
... es decir, estate siempre en tu corazón, todos los días de tu vida.
En esta hora de la noche cósmica, Dios nos invita a estar en el corazón.
No te vayas de ti...
no te vayas de tu corazón.
No es ninguna actividad mental, es un estar contigo... es un estar contigo día y
noche.

PALABRAS A MORATIEL

“¡No te agarres a él! ¡Déjale irse! ¡Déjale marchar!”.

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