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La
Guerra de la Independencia y reacción del pueblo español.
Cuando tres meses después del tratado de Valençay entró Fernando VII en
España (marzo de 1814), y para evitar tener que someterse a las cortes, inició un periplo
que lo llevó a Valencia, en el curso del cual recibió el apoyo incondicional del pueblo y
de la nobleza, así como los consejos del Embajador inglés en España, Henry Wellesley,
hermano del Duque de Wellington. Tanto sus consejeros, los generales Eguía y Elío,
como el Embajador se mostraron favorables a derogar la Constitución de Cádiz. El
deseo del propio Wellington era la implantación en España de una Monarquía
constitucional al estilo de la inglesa… pero Wellesley acabaría conformándose con la
propiedad de importantes bienes embargados a Godoy.
El pueblo lo recibió con gran alborozo, ya que en la vuelta del rey veía la vuelta
de la libertad. Con este ambiente, el populacho desenganchó los caballos del carruaje y
lo llevaron en brazos hasta palacio; la gente cruzaba los brazos y decía «Vivan las
cadenas» en alusión a la vuelta del absolutismo y al genocidio que era la Ilustración.
Ante esa situación, Fernando VII adoptó las formas que le eran propias,
asumiendo aquellos asuntos que se denunciaban y rechazando las ideas que para
resolver los problemas se proponían, con lo que se dio lugar a lo que acabaría siendo el
sexenio absolutista (1814-1820), que destacaría por las arbitrariedades y las torpezas
que acabarían con todo el crédito que se le había dado en 1814. El desprestigio de la
corona acabó siendo tan absoluto que el pueblo no supo reaccionar ante lo que se
avecinaba, que no era otra cosa que la hecatombe final de España.
Y es que en el periodo 1814-1820 se cometió todo tipo de excesos. La nueva
situación, superadora del absolutismo, vendría a redoblarlos. Parece como si la
restauración del absolutismo llevada a cabo por Fernando VII hubiese estado meditada
para perpetuar el absolutismo, en este caso ya no monárquico, sino estrictamente liberal.
El cúmulo de despropósitos parece que estaba encaminado, no a acabar con un
régimen absolutista que en todo perjudicaba el ser y la esencia de España, sino a su
mutación por algo que implosionase España. Y ese algo tiene nombre y apellidos:
Rafael de Riego.
Los hechos iniciados en Cabezas de San Juan de 1820 darían pie al periodo
conocido como trienio liberal, que finalizó en 1823 con la irrupción de un cuerpo
expedicionario francés conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis, dirigidos por el
masón duque de Angulema, que venía acompañado por el general Guillerminot,
Venerable de la Logia de los Filadelfos, que el 1 de Octubre de 1823 posibilitaba que
Fernando VII tuviese nuevamente el poder absoluto, dando comienzo la Década
Ominosa.
La Masonería en España
Es común, cuando se habla de masonería, enredarse en postulados esotéricos y
perder absolutamente el norte a la hora de encontrar alguna explicación a los asuntos en
los que se encuentra envuelta.
Por nuestra parte, vamos a ser justamente lo contrario, exotéricos. Vamos a
analizar la organización para procurar entender su origen, a través de sus actuaciones.
En principio, la parafernalia de la que permanentemente hace gala, nos permite
apuntar al origen de la misma. Es muy curioso observar la semejanza existente entre sus
ritos y los ritos de la corona británica. Tal vez sólo sea casualidad, algo que sólo
podremos dilucidar atendiendo las acciones que lleva a cabo.
Esta observación puede causarnos alguna contrariedad, porque esas actuaciones
pueden ser, a primera vista, divergentes; así, en unos momentos puede propiciar el
ascenso de unas ideas y unas actuaciones tendentes a unos objetivos, y en otras
ocasiones hacer lo mismo con postulados contrarios… Pero esa actividad no tiene lugar
en Inglaterra, sino en otros lugares donde tiene intereses Inglaterra… También puede
ser casualidad.
Lo que no es casualidad, o tal vez sí, es que la masonería fue creada oficialmente
en Londres el año 1717, teniendo entre sus objetivos la fraternidad, la libertad y la
igualdad. Sin lugar a dudas tres grandes principios que, casualmente, coinciden con los
postulados iniciales de la Revolución Francesa. En 1723 fueron redactadas las
Constituciones de Anderson, que marcan los puntos programáticos de la organización
en los que se basan la mayor parte de las formaciones masónicas.
También puede ser casualidad que seis años antes había sido firmado el
humillante Tratado de Utrecht, como también puede ser casualidad que ese mismo año
1711 fue hecho público en Inglaterra un manifiesto titulado “una propuesta para la
humillación de España”, que es la clave intelectual para determinar el nacimiento de la
masonería.
La relación entre la masonería y la propuesta para la humillación de España,
coinciden en el tiempo. También puede ser casualidad, como también puede ser que la
redacción de la propuesta fuese el origen de la creación de aquella.
Lo que no es casualidad es que, tanto en la Revolución Francesa, como en las
guerras separatistas de América, como en la Revolución Rusa, la masonería jugó un
papel principalísimo… mientras Inglaterra se limita a beneficiarse de las actuaciones
llevadas por la masonería, en cuya organización la casa real británica ocupa los
primeros puestos.
La masonería, además, es dada a luz en unas fechas en las que la lucha contra
España comenzaba a transformarse, de piratería física en piratería ilustrada, arma cuya
introducción en España se llevaría a cabo mediante las ideas de la Ilustración, y
contaría con una nutridísima nómina de agentes, cuya dependencia de los intereses
británicos quedó (y queda), manifiestamente representada en sus actuaciones.
La figura más destacada en este desarrollo fue el conde de Aranda, que en 1780
fundó el Grande Oriente Nacional de España del que fue su primer Gran Maestro. Un
importante elenco de personas con altas responsabilidades de estado pertenecieron a la
misma, entre otros: el duque de Alba, el conde de Floridablanca, Argüelles, Riego,
Torrijos, Lacy, Mendizábal, Espartero, Maroto, Narváez… y el mismo Fernando VII,
que al parecer se inició durante el tiempo que estuvo bajo la autoridad de Napoleón.
Curiosas son las situaciones de todos ellos, y resulta particularmente destacable
la de Juan Van Hallen, que se libró milagrosamente de los fusilamientos del tres de
mayo de 1808 en Madrid, y habiendo capitulado en la Coruña, contando 19 años, en
1809, acabó de oficial de ordenanza de José I, a quién acompañó cuando fue expulsado
de España en 1813. Posteriormente entraría a servir como espía, y acabaría teniendo una
particular y sanguinaria significación en la guerra carlista.
Como curiosa es la actuación de Fernando VII, conocido como un gran represor
de la masonería que siempre estaba rodeado de masones… Macanaz, Góngora, Salazar,
Eguía, San Miguel, Argüelles o Martínez de la Rosa… Una incongruencia más del
monarca, pero que demuestra la imbricación de la masonería en la política del Estado.
El caso es que, en 1823, se calcula que el 43,7% de los miembros del ejército
pertenecían a la masonería, siendo que el 18,51% de los mismos eran generales y jefes;
el 22,94, capitanes; el 19,69 tenientes, y el resto, oficiales subalternos, suboficiales y
tropa. En lo tocante al clero, la muestra refleja que el 2,9% del mismo también estaba
relacionado con la masonería, como así el 1,25% de la nobleza.
En cuanto a la clase política, podemos señalar que en 1820 había treinta y un
masones en las cortes (el 20,5% de la cámara); cuarenta y tres en 1821 (el 26,6% de la
cámara); cuarenta y uno en el bienio 1821-1822 (el 16,88% de la cámara); veintiséis en
1822 (el 19,2% de la cámara); veintiocho en el bienio 1822-1823, (el 18,2% de la
cámara), siendo que de los 76 ministros contabilizados entre el 9 de marzo de 1820 y el
30 de septiembre de 1823, eran masones 21, (el 27,6%).