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Absolutismo borbón y revolución. La masonería en España.

La
Guerra de la Independencia y reacción del pueblo español.

Textos esenciales para el alumno


Anónimo. El reinado de Fernando VII (1814-1833) Avances y retrocesos del
liberalismo.
http://ildefonsosuarez.es/Historia2bat/Tema3-FernandoVII/FernandoVII.pdf
Barrios Pintado, Feliciano. ESPAÑA 1808 El gobierno de la Monarquía.
http://www.cienciaspenales.net/portal/page/portal/IDP/Dosier/la%20constitucion
%201812/Espa%F1a%201808_El%20gobierno%20de%20la%20Monarqu
%EDa_mini.pdf
Constitución de 1812 http://www.congreso.es/constitucion/ficheros/historicas/cons_1812.pdf
Fuente, Vicente de la. Historia de las sociedades secretas antiguas y modernas.
https://archive.org/details/historiadelasso00fuengoog
Domínguez Agudo, María Reyes. El estatuto de Bayona.
http://biblioteca.ucm.es/tesis/der/ucm-t27694.pdf
Durán y Bas, Manuel (1856). El poder real.
http://www.saavedrafajardo.org/Archivos/LIBROS/Libro0740.pdf
Orte, Valentina (2015). Acerca de la masonería y su implicación en la historia de
España. En Internet http://www.tradicionviva.es/2015/04/27/acerca-de-la-masoneria-y-
su-implicacion-en-la-historia-de-espana-i/
Santana Pérez, Juan Manuel. Carlos IV: ¿El último gobierno del despotismo ilustrado y
el primer fracaso del liberalismo en España?
http://er-saguier.org/nationstatecrisis.org/archivo/lecturas/Carlos_IV_El_ultimo_gobiern
o_del_deposito_ilustrado.pdf
Vicens Vives, Jaime (1997). Aproximación a la Historia de España. Editorial Vicens-
Vives, S.A. Colección: Vicens bolsillo, 6 ISBN: 9788431614157

Absolutismo borbón y revolución


El sustantivo “absolutismo” proviene del adjetivo “absoluto”, que la Real
Academia define como “ilimitado, que excluye cualquier relación”, y dicho de un rey,
“que ejerce el poder sin ninguna limitación”.
Se hace necesario señalar que esa situación no se ha producido jamás en España,
merced a que las restricciones al poder real existentes a lo largo de los tiempos han sido
considerables.
Los gobiernos absolutistas se significan por la inexistencia de poderes públicos
que sirvan de conexión entre el pueblo y el rey, siendo que el absolutismo pleno lo
encontramos en la Francia del siglo XVII, bajo el reinado de Luis XIV, que ha pasado a
la Historia por su célebre frase “El Estado soy yo”.
Pero esta situación no solo la vemos en Francia, siendo que varios estados
europeos como Rusia, Prusia, Suecia o Inglaterra aplicaron la fórmula absolutista.
Nos preguntaremos cual es el proceso que conduce al absolutismo, y
observaremos que el desarrollo del absolutismo se lleva a cabo como evolución del
sistema feudal; situación que en España podemos afirmar que no existió, salvo en los
condados pirenaicos sometidos al poder franco.
La evolución de la Reconquista representó una evolución de la legislación que
daba a las poblaciones unas libertades y unos derechos propios que se plasmaron en la
concesión de fueros, unos pactos entre las ciudades y el rey, que obligaban a ambas
partes y que hacían que situaciones de servidumbre fuesen sustituidas por las de servicio
a la corona; acuerdos que obligaban a los súbditos a atender al rey en su lucha contra el
invasor árabe, y que crearon figuras que tuvieron importante significación en la
Reconquista, como fue el caso, de los caballeros villanos.
Los pueblos pactaban con la corona unos fueros que debían ser jurados por el
rey cuando ascendía al trono. No se trataba de asuntos sin importancia, sino de leyes
que debían ser cumplidas por todos; unos derechos de los que las comunidades hacían
uso con fruición, siendo que, cuando el rey necesitaba un apoyo específico concreto
debía negociarlo justamente con esas comunidades, momento que era aprovechado para
resolver los desafueros. Así, nos encontramos a Carlos I peregrinando por los distintos
reinos en demanda de dinero para coronarse rey del Sacro Imperio… y en esta ocasión,
por motivos que ahora no es el caso detallar, se provocó una guerra, la de las
Comunidades de Castilla, cuyo final significó que Carlos dejara de ser ”de Gante” para
ser auténticamente Carlos I de España. Y reafirmó su autoridad reconociendo derechos
que anteriormente había conculcado.
Sería en 1700 cuando, tras la muerte de Carlos II, y contraviniendo el derecho al
no haberse convocado cortes que eligiesen nuevo rey, subió al trono la dinastía Borbón
en la persona de Felipe V, nieto del rey Sol, Luis XIV, el adalid del absolutismo, que
alargaría su mandato sobre España.
Es en este momento cuando España es abocada a un régimen de absolutismo al
estilo francés, apuntando a la eliminación de las Cortes y de los consejos reales y a la
creación de ministerios cuyo desarrollo natural nos lleva a los decretos de Nueva Planta,
para cuya aplicación, y contrariamente a lo que en momento hizo Carlos I, se basó en
los derechos de conquista, siendo que el decreto de 29 de Junio de 1707 señala

“tocándome el dominio absoluto de los referidos reinos de Aragón y Valencia,


pues a la circunstancia de ser comprendidos en los demás que tan legítimamente
poseo en esta monarquía, se añade la del justo derecho de la conquista que de
ellos han hecho últimamente mis armas con el motivo de su rebelión”
Fueron implantados los decretos de Nueva Planta con los que quedaron alterados
los instrumentos de la administración territorial, que en gran medida fueron adaptados a
las costumbres de Castilla, y que fueron impuestos en Valencia, Aragón, Cataluña y
Baleares, derogando todos los fueros.
Acto seguido, la Ilustración hizo acto de presencia en España, desarrollándose
durante los reinados de Carlos III y Carlos IV con el adjetivo añadido de “Ilustrado”.
Con el despotismo ilustrado se produjo una serie de circunstancias que
acarrearían la “desilustración” del pueblo. Obsesionados con la educación, expulsaron a
los Jesuítas, y con ellos se fue la mayor parte de educadores, desde la enseñanza
primaria hasta la universitaria, lo que tuvo un importante reflejo en el nivel cultural del
pueblo español.
Así, estudios realizados en 1985 señalan que en 1874, la alfabetización
alcanzaba en España al 20 % de la población. Un 80% de analfabetismo en una España
cuya constitución de 1812 atendía la universalización de la educación. Hemos dicho el
80% de analfabetos en 1874, mejor que el 90% existente en 1856. Algo tendría que ver
el plan Moyano de 1857.
En esas fechas, Cuba contaba también con un analfabetismo profundo, siendo no
obstante diez puntos menor que el de la Península y se aproximaba a los mismos valores
que se habían tenido a mediados del siglo XVI.
Tasas alarmantes de analfabetismo… Y más alarmantes si consideramos que a
finales del siglo XVIII, la tasa global de alfabetización era del 44,03%; todo muy
alejado del 20% de dos siglos después. ¿Qué había pasado por medio?... Muchas cosas;
entre ellas, la Ilustración, aliada en esos momentos del absolutismo.
Pero curiosamente, en el siglo XIX serán los herederos del despotismo ilustrado
quienes acuñarán el término absolutista dirigido contra el movimiento tradicionalista.

Cuando tres meses después del tratado de Valençay entró Fernando VII en
España (marzo de 1814), y para evitar tener que someterse a las cortes, inició un periplo
que lo llevó a Valencia, en el curso del cual recibió el apoyo incondicional del pueblo y
de la nobleza, así como los consejos del Embajador inglés en España, Henry Wellesley,
hermano del Duque de Wellington. Tanto sus consejeros, los generales Eguía y Elío,
como el Embajador se mostraron favorables a derogar la Constitución de Cádiz. El
deseo del propio Wellington era la implantación en España de una Monarquía
constitucional al estilo de la inglesa… pero Wellesley acabaría conformándose con la
propiedad de importantes bienes embargados a Godoy.
El pueblo lo recibió con gran alborozo, ya que en la vuelta del rey veía la vuelta
de la libertad. Con este ambiente, el populacho desenganchó los caballos del carruaje y
lo llevaron en brazos hasta palacio; la gente cruzaba los brazos y decía «Vivan las
cadenas» en alusión a la vuelta del absolutismo y al genocidio que era la Ilustración.
Ante esa situación, Fernando VII adoptó las formas que le eran propias,
asumiendo aquellos asuntos que se denunciaban y rechazando las ideas que para
resolver los problemas se proponían, con lo que se dio lugar a lo que acabaría siendo el
sexenio absolutista (1814-1820), que destacaría por las arbitrariedades y las torpezas
que acabarían con todo el crédito que se le había dado en 1814. El desprestigio de la
corona acabó siendo tan absoluto que el pueblo no supo reaccionar ante lo que se
avecinaba, que no era otra cosa que la hecatombe final de España.
Y es que en el periodo 1814-1820 se cometió todo tipo de excesos. La nueva
situación, superadora del absolutismo, vendría a redoblarlos. Parece como si la
restauración del absolutismo llevada a cabo por Fernando VII hubiese estado meditada
para perpetuar el absolutismo, en este caso ya no monárquico, sino estrictamente liberal.
El cúmulo de despropósitos parece que estaba encaminado, no a acabar con un
régimen absolutista que en todo perjudicaba el ser y la esencia de España, sino a su
mutación por algo que implosionase España. Y ese algo tiene nombre y apellidos:
Rafael de Riego.
Los hechos iniciados en Cabezas de San Juan de 1820 darían pie al periodo
conocido como trienio liberal, que finalizó en 1823 con la irrupción de un cuerpo
expedicionario francés conocido como los Cien Mil Hijos de San Luis, dirigidos por el
masón duque de Angulema, que venía acompañado por el general Guillerminot,
Venerable de la Logia de los Filadelfos, que el 1 de Octubre de 1823 posibilitaba que
Fernando VII tuviese nuevamente el poder absoluto, dando comienzo la Década
Ominosa.

La Masonería en España
Es común, cuando se habla de masonería, enredarse en postulados esotéricos y
perder absolutamente el norte a la hora de encontrar alguna explicación a los asuntos en
los que se encuentra envuelta.
Por nuestra parte, vamos a ser justamente lo contrario, exotéricos. Vamos a
analizar la organización para procurar entender su origen, a través de sus actuaciones.
En principio, la parafernalia de la que permanentemente hace gala, nos permite
apuntar al origen de la misma. Es muy curioso observar la semejanza existente entre sus
ritos y los ritos de la corona británica. Tal vez sólo sea casualidad, algo que sólo
podremos dilucidar atendiendo las acciones que lleva a cabo.
Esta observación puede causarnos alguna contrariedad, porque esas actuaciones
pueden ser, a primera vista, divergentes; así, en unos momentos puede propiciar el
ascenso de unas ideas y unas actuaciones tendentes a unos objetivos, y en otras
ocasiones hacer lo mismo con postulados contrarios… Pero esa actividad no tiene lugar
en Inglaterra, sino en otros lugares donde tiene intereses Inglaterra… También puede
ser casualidad.
Lo que no es casualidad, o tal vez sí, es que la masonería fue creada oficialmente
en Londres el año 1717, teniendo entre sus objetivos la fraternidad, la libertad y la
igualdad. Sin lugar a dudas tres grandes principios que, casualmente, coinciden con los
postulados iniciales de la Revolución Francesa. En 1723 fueron redactadas las
Constituciones de Anderson, que marcan los puntos programáticos de la organización
en los que se basan la mayor parte de las formaciones masónicas.
También puede ser casualidad que seis años antes había sido firmado el
humillante Tratado de Utrecht, como también puede ser casualidad que ese mismo año
1711 fue hecho público en Inglaterra un manifiesto titulado “una propuesta para la
humillación de España”, que es la clave intelectual para determinar el nacimiento de la
masonería.
La relación entre la masonería y la propuesta para la humillación de España,
coinciden en el tiempo. También puede ser casualidad, como también puede ser que la
redacción de la propuesta fuese el origen de la creación de aquella.
Lo que no es casualidad es que, tanto en la Revolución Francesa, como en las
guerras separatistas de América, como en la Revolución Rusa, la masonería jugó un
papel principalísimo… mientras Inglaterra se limita a beneficiarse de las actuaciones
llevadas por la masonería, en cuya organización la casa real británica ocupa los
primeros puestos.
La masonería, además, es dada a luz en unas fechas en las que la lucha contra
España comenzaba a transformarse, de piratería física en piratería ilustrada, arma cuya
introducción en España se llevaría a cabo mediante las ideas de la Ilustración, y
contaría con una nutridísima nómina de agentes, cuya dependencia de los intereses
británicos quedó (y queda), manifiestamente representada en sus actuaciones.
La figura más destacada en este desarrollo fue el conde de Aranda, que en 1780
fundó el Grande Oriente Nacional de España del que fue su primer Gran Maestro. Un
importante elenco de personas con altas responsabilidades de estado pertenecieron a la
misma, entre otros: el duque de Alba, el conde de Floridablanca, Argüelles, Riego,
Torrijos, Lacy, Mendizábal, Espartero, Maroto, Narváez… y el mismo Fernando VII,
que al parecer se inició durante el tiempo que estuvo bajo la autoridad de Napoleón.
Curiosas son las situaciones de todos ellos, y resulta particularmente destacable
la de Juan Van Hallen, que se libró milagrosamente de los fusilamientos del tres de
mayo de 1808 en Madrid, y habiendo capitulado en la Coruña, contando 19 años, en
1809, acabó de oficial de ordenanza de José I, a quién acompañó cuando fue expulsado
de España en 1813. Posteriormente entraría a servir como espía, y acabaría teniendo una
particular y sanguinaria significación en la guerra carlista.
Como curiosa es la actuación de Fernando VII, conocido como un gran represor
de la masonería que siempre estaba rodeado de masones… Macanaz, Góngora, Salazar,
Eguía, San Miguel, Argüelles o Martínez de la Rosa… Una incongruencia más del
monarca, pero que demuestra la imbricación de la masonería en la política del Estado.
El caso es que, en 1823, se calcula que el 43,7% de los miembros del ejército
pertenecían a la masonería, siendo que el 18,51% de los mismos eran generales y jefes;
el 22,94, capitanes; el 19,69 tenientes, y el resto, oficiales subalternos, suboficiales y
tropa. En lo tocante al clero, la muestra refleja que el 2,9% del mismo también estaba
relacionado con la masonería, como así el 1,25% de la nobleza.
En cuanto a la clase política, podemos señalar que en 1820 había treinta y un
masones en las cortes (el 20,5% de la cámara); cuarenta y tres en 1821 (el 26,6% de la
cámara); cuarenta y uno en el bienio 1821-1822 (el 16,88% de la cámara); veintiséis en
1822 (el 19,2% de la cámara); veintiocho en el bienio 1822-1823, (el 18,2% de la
cámara), siendo que de los 76 ministros contabilizados entre el 9 de marzo de 1820 y el
30 de septiembre de 1823, eran masones 21, (el 27,6%).

Teniendo claro el origen británico de la masonería puede deducirse el porqué de


la decisiva intervención masónica en la disolución del Imperio español, que se puso al
servicio del sistema liberal y mayormente desde la muerte Fernando VII cuando todos
los hombres que rodeaban a María Cristina y a la Reina niña, contaron con el trabajo de
las logias.
Algo que seguiría desarrollándose en un caldo de cultivo favorable durante la
regencia, en la que las sociedades secretas eran el fiel de la balanza del sistema; así, en
1836 tras los sucesos de la Granja se movía una nueva sociedad secreta, la “sociedad
española de Jovellanos”, que no dudaba en resaltar el agradecimiento a Inglaterra.
Quedan señalados los posicionamientos que fue adoptando la masonería en la
Península. Merece la pena hacer la misma operación con la España transatlántica.
España e Inglaterra han escrito una historia secular de enfrentamientos militares
donde ha estado en cuestión el humanismo cristiano y español frente al materialismo
británico y protestante, y sumida como estaba España en su última agonía como Patria
común pluricontinental, parece evidente que los principios del siglo XIX eran los
idóneos para llevar a efecto el proyecto Pitt de un siglo atrás.
El objetivo de Inglaterra y de las logias masónicas en América, en la Península y
en Filipinas era y es desmontar España, dividir territorios y volver a dividirlos para
poder dominarlos mejor; así, con el conflicto americano en auge, la Península puede
decirse que estaba en peor situación en 1822.
Francisco de Miranda había creado, lógicamente en Londres, la primera
asociación secreta denominada Gran Reunión Americana, que desarrollaría una
frenética actuación captando e iniciando a un importante número de personas que
acabarían siendo de principal significación en el desarrollo de los procesos separatistas
americanos.
Por su parte, en España, la Masonería sería prohibida por la Inquisición en 1738,
siendo sancionada por Fernando VI en 1751, medida que tuvo más que relativa
influencia, porque es público que importantes personajes del momento formaban parte
de la secta, lo cual les facilitó, a lo largo del siglo, la creación de al menos diez logias en
América, número que sufrió un espectacular crecimiento a finales del siglo XVIII y
principios del XIX.
El desarrollo de la masonería en América iba de la mano de agentes británicos y,
curiosamente, con la anuencia de la administración española. Tal es el caso de Juan
Bautista Picornell y otros desterrados de la Península; otros con la excusa de
expediciones geográficas que manifiestamente eran de claro espionaje, como Alexander
Humboldt.
Estos adelantados crearon la estructura que recibía apoyo de las vecinas colonias
francesas y británicas del Caribe, donde al fin acabaría huyendo Picornell de cara a
mejor organizar las estructuras.
Esas actividades estaban incardinadas en la superestructura de la organización,
que en 1813 se fortalece con la creación de la Gran Logia Unida de Inglaterra, que
posibilita que los jóvenes Estados Unidos de Norteamérica y la Gran Bretaña recuperen
las relaciones rotas en la guerra de independencia norteamericana.
Auspiciados por Inglaterra, un ejército de masones inundó España. La actuación
de casi todos ellos es, en el mejor de los casos, discutible; pero es conveniente destacar
alguna de las acciones, significando que sólo es una muestra de multitud de otras
acciones similares. Es así que Carlos María Alvear, General de las Provincias Unidas
reclamaba a Inglaterra el envío de tropas y un jefe porque, decía: «Estas provincias
desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes y vivir bajo su influjo poderoso».
Actuaciones como esas podemos encontrar en los “libertadores”, hasta el tedio a
lo largo de toda la geografía española a lo largo de los cinco continentes.
Actuaciones de unos agentes que en ocasiones, traspasan los límites de la
geografía hispánica. Es el caso de José de San Martín, que tras servir con tanto éxito en
América a los intereses británicos, hizo para Inglaterra otro servicio de envergadura,
como fue la separación de Bélgica del reino de Holanda.
San Martín, que tenía una más que fluida relación con el duque de Wellinton, a
la sazón capitán general de los ejércitos de España, fue nombrado maestro masón en
Cádiz el 6 de mayo de 1808… de manos del capitán general de Andalucía, Francisco
María Solano.
La masonería estaba enquistada en los órganos de poder de la Península y
conformaba las élites separatistas. Tan es así que en octubre de 1809 se fundó, en el
local de la Inquisición de Madrid, una logia para todas las Españas, y la actividad de los
masones originarios de Hispanoamérica venía desarrollándose, como hemos señalado
con Francisco de Miranda, desde finales del siglo XVIII, en Londres.
En 1820 Rafael de Riego había protagonizado en las Cabezas de San Juan un
hecho que sería decisivo en la marcha de la guerra contra los separatistas en América.
La masonería fue la encargada de la organización subvencionando el levantamiento.
Como consecuencia, Fernando VII marchó el primero por la senda
constitucional el 9 de marzo de 1820, hasta tal extremo que se opuso a aquellos que,
como la Junta de Urgel, lo defendían afirmando que estaba cautivo.
Las potencias europeas organizaron en 1823 el ejército conocido como de los
Cien mil hijos de San Luis. Inglaterra estuvo presente, pero el mismo mes de abril, Sir
Robert Wilson, encabezará un ejército británico, compuesto de voluntarios, que dará
apoyo a los liberales, y que será recibido por el general Quiroga con palabras que
recuerdan las proferidas por los agentes británicos que prestaron sus servicios en las
guerras separatistas de América. Como ellos, Quiroga, que como San Martín, Bolivar y
demás “próceres” era miembro de la masonería, hacía resaltar que nadie ignora los
grandes servicios que Inglaterra ha prestado a la libertad de las naciones.
Los Cien mil hijos de San Luis, tropas de la Triple Alianza comandadas por el
masón Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, fueron reforzados por
guerrilleros españoles, entre los que destacaba el cura Merino. Se enfrentaron a los
liberales, entre los que destacaban Espoz y Mina y Morillo. El ejército liberal fue
barrido. El 24 de mayo entraba el ejército en Madrid, y el 24 de junio en Cádiz.
En Agosto del siguiente año, 1824, Lima caía bajo la órbita de Bolívar; la
actividad masónica resultaba triunfante a ambos lados del Atlántico. Unos oficiales
sobornados por Simón Bolívar destituyen al virrey Joaquín de Pezuela y ponen en su
lugar a José de la Serna, que procede de inmediato a licenciar a los batallones leales.
Pronto, el 9 de diciembre de 1824, ocurre la batalla pactada de Ayacucho, donde
Sucre vence definitivamente a las tropas realistas; una farsa en la que no tomaron parte
directa Espartero y Maroto, también masones, destinados a señalarse también en el
futuro.
La capitulación fue firmada la noche anterior en una reunión masónica donde se
acordó además que los hermanos masones, en la batalla, se reconocieran con los signos
que le son comunes. Este hecho del acuerdo previo de capitulación queda corroborado
por el hecho de que La Serna fue herido durante la batalla, precisamente en la mano
derecha, dejándolo imposibilitado para la firma de la capitulación tras la batalla.
En 1830, Las intrigas de palacio, en esta ocasión llevadas a efecto por la cuñada
del rey, Carlota (cuyo marido, el infante Francisco, era el cuarto gran maestre de la
masonería española), en el lecho de muerte de Fernando VII, arrancan del moribundo la
derogación de la ley sálica que vetaba la corona a don Carlos en beneficio de Isabel.
Esa actividad masónica perduraría, y perdura hasta hoy mismo.
En el devenir de lo que quedaba de España, continuaba su actuación. Así, en
1835 se creaban juntas cuya primera misión era exterminar a los religiosos… y todas
dependían de la General de emigrados de Londres, que no era otra cosa que unión de
masones, comuneros y carbonarios, según una especie de Constitución publicada en
1826 con el título de «Sistema adoptado para instalación y progresos de la gran fortaleza
peninsular de españoles emigrados”.
Sería el mes de septiembre de 1868 cuando se consagró el apogeo de la
masonería en España. En estos momentos, era el liberalismo radical el arma de combate
de estos agentes británicos, que como hemos visto estaban ampliamente implantados
entre los grupos militares y civiles más influyentes del país.
Parece evidente que el triunfo del golpe de estado que llevó a la Revolución del
68, se debió en gran medida a los grupos masónicos, que como consecuencia
posibilitará el fortalecimiento del control británico sobre España, gracias al control
masónico del sexenio revolucionario.
Y en 1869, como solución a la Revolución “gloriosa”, era nombrado rey
Amadeo de Saboya, grado 33 de la masonería. Su valedor, Juan Prim, también era
miembro de la masonería, pero eso ya es circunstancial, porque también era masón Pi y
Margall, y el etcétera es infinito.
Ya con la monarquía reinstaurada en la cabeza de Alfonso XII, Sagasta fue el
Gran Maestre y Soberano Comendador del Gran Oriente de España, y Ruiz Zorrilla era
grado 33 y gran maestre.
Y ahí seguimos…

La Guerra de la Independencia y reacción del


pueblo español.
El 4 de Marzo de 1808 entró Fernando en Madrid de la mano de Murat,
lugarteniente de Napoleón, y en la población se mezclaban las expresiones de júbilo con
la protesta por la presencia de las tropas francesas. Mientras tanto el general Castaños,
por orden de Godoy, organizaba un ejército para enfrentarse a los invasores franceses, al
tiempo que el propio Godoy trataba de llevarse la familia real a América.
Los días 17 a 19 de Marzo de 1808 se produjo el motín de Aranjuez. Carlos IV
abdicó en su hijo Fernando, aunque el día 21 se retractó en un manifiesto sin valor,
mientras en medio de un caluroso recibimiento, entraba Fernando VII aclamado como
rey en Madrid.
Tras estos hechos Godoy es capturado, encarcelado y conducido por Murat –que
le había salvado la vida– a Bayona, donde se reúne con la familia real. Carlos IV, en
claro signo de sumisión, ofreció el trono a Napoleón a cambio de asilo político para los
reyes y para Godoy, así como una pensión de treinta millones de reales anuales. Y
Fernando VII, también en claro signo de sumisión, solicitó el apoyo del emperador
francés. En esta situación, Napoleón llamó a ambos a Bayona, donde con más
humillación que resistencia acabarían abdicando a favor del corso.
La proclamación de José I Napoleón como rey de España dejó satisfecha a la
oligarquía afrancesada, pero el pueblo optó por otros derroteros. Las instituciones del
régimen no tomaron ninguna postura ante los hechos de Aranjuez y de Bayona, lo que
provocó un vacío de poder que vino a ser cubierto por la creación de Juntas locales que
acabaron componiendo la Junta General Central.
Y el pueblo español salió a la calle en defensa de sus reyes cuando el dos de
mayo, y siguiendo el requerimiento de Napoleón, la infanta María Luisa y el infante
Francisco de Paula partían para Bayona.
A lo largo del día los acontecimientos se sucedieron de forma frenética y
generalizada, lo que ocasionó enfrentamientos que desembocaron en la terrible
represión del día tres, mientras la Inquisición, que a todas luces había perdido ya el
norte, condenaba el levantamiento.
La carga de los mamelucos reprimió ferozmente un levantamiento popular que,
estando larvado desde tiempo atrás, estalló con el secuestro-traición de la familia real.
La lucha feroz del pueblo, utilizando como armas cualquier instrumento que tenía al
alcance, asaltaba a las tropas de élite francesas, mamelucos y lanceros, quienes, si
sufrieron pérdidas, causaron estragos en la población.
Por su parte, los capitanes Luis Daoiz y Pedro Velarde, desoyendo las
instrucciones emanadas del mando, y con los artilleros a sus órdenes, se enfrentaron a
los invasores en una lucha desigual. Morirían en el enfrentamiento, tras haber rechazado
una primera acometida.
El mismo 2 de mayo por la tarde llegó a Móstoles la noticia de la escabechina
acaecida en Madrid. Fue en ese momento cuando Juan Pérez Villamil, Fiscal del
Supremo Consejo de Guerra, animó a la lucha, lo que motivó que Andrés Torrejón y
Simón Hernández, alcaldes de Móstoles ordenasen un bando en el que se llamaba a
todos los españoles a empuñar las armas en contra del invasor.
El 5 de Mayo de 1808, en un acto grotesco celebrado en Bayona, abdicó Carlos
IV y abdicó Fernando VII. Carlos IV escribió un comunicado al pueblo español: “He
tenido a bien dar a mis vasallos la última prueba de mi paternal amor (...) Así pues por
un tratado firmado y ratificado he cedido a mi aliado y caro amigo el Emperador de los
franceses todos mis derechos sobre España e Indias; habiendo pactado que la corona de
las Españas e Indias ha de ser siempre independiente e íntegra y que nuestra sagrada
religión ha de ser la única que ha de observarse.”
Tras la humillante nota de Carlos IV, el 12 de Mayo, Fernando VII y los infantes
Don Carlos y Don Antonio expidieron una proclama al pueblo español en la que
comunicaban la felonía perpetrada una semana antes, y ordenaban que acataran las
órdenes de Napoleón.
El pueblo español, americano y peninsular, sentía un profundo desprecio por “la
trinidad” (Carlos IV, su esposa Maria Luisa de Parma y Manuel Godoy), por lo que
todos cerraron filas en torno al que empezaron llamando “el deseado” y acabaron
llamando “el felón”, Fernando VII.
El pueblo, sin dirigentes, sin reyes a quién servir, se organizaba para la
resistencia al tiempo que permitía crecer en su propio seno el germen de lo que estaba
combatiendo. La revuelta se había iniciado el dos de mayo, pero su generalización sería
fruto de un largo proceso. Pronto se sucedieron las revueltas, produciéndose
levantamientos contra los franceses y formándose juntas soberanas… que recibían
instrucciones de Lord Holland… España, la de este lado del Atlántico y la del otro lado
del Atlántico, se preparaban para una larguísima etapa de enfrentamientos a la vez
civiles y separatistas.
El 15 de julio de 1808 Inglaterra hizo una oferta de paz a España, y el 12 de julio
desvió a La Coruña una flota, con 9.000 soldados a bordo y comandados por Sir Arthur
Wellesley, futuro Duque de Wellington, que habían partido con el objetivo de atacar las
posiciones españolas en América. América podía esperar.
La situación de España era de inexistencia. Las instituciones estaban dominadas
por los franceses; y el pueblo, desorganizado, luchaba a muerte contra el invasor
organizado, llevando a efecto una guerra de guerrillas y sin cuartel.
Tras la batalla de Bailén del 19 de Julio de 1808, el 7 de Septiembre se reunió en
Aranjuez la Junta Central y Gubernativa del Reino, que venía a suplir lo que hubiesen
sido las Cortes y asumió los poderes soberanos. Floridablanca fue elegido presidente de
la misma, en la que se encontraban antiguos personajes que no habían dejado mal
recuerdo; entre ellos, Jovellanos. La Junta recibía instrucciones de Lord Holland.
Por su parte, la España americana, se veía con la responsabilidad de resguardar
lo que en la Península se había perdido. Pero quién convocó Cortes fue Cádiz,
«protegida» por la armada británica, y las juntas peninsulares habían sido mediatizadas,
anuladas o centralizadas en las Cortes de Cádiz. No acababa de suceder lo mismo en
América, donde si bien los agentes británicos medraban a favor de lo que sucedería en
pocos años, los cabildos se manifestaban fieles a una corona que no servía los intereses
de España.
Además hay que tener en cuenta que la rebelión contra los franceses no fue un
movimiento homogéneo; había colaboracionistas en los que la Revolución Francesa
había sembrado su impronta.
Fue el pueblo en armas quien dio un do de pecho, alejado de la acción de los
políticos, al que finalmente le faltó la debida dirección y posibilitó que lo que debía
haber sido una guerra de liberación haya pasado a la historia eufemísticamente como
«guerra de la Independencia», cuando la triste realidad es que su denominación correcta
sería «guerra franco-británica para la dominación de España», donde los españoles
derramaron su sangre en beneficio de uno de sus enemigos.
El problema que encontró el pueblo español es la falta de cuadros y la falta de
medios que tenía además otro problema: Se había iniciado una guerra; era algo evidente,
pero ¿dónde estaban los frentes? En todas partes. Y ¿quién era el enemigo?... En
principio, el ejército francés, pero había algo más que la guerra contra un ejército
invasor: había un proceso revolucionario en que se enfrentaban los liberales (que nutrían
las fuerzas del invasor y ocupaban escaños en las cortes de Cádiz) con los realistas;
había una guerra internacional que enfrentaba a la España afrancesada, aliada con
Francia, con la España tradicional que estaba aliada con Portugal y, curiosamente, con
su enemigo tradicional, Inglaterra. Extrañas alianzas.
En 1810, ante la arrolladora progresión de los franceses, la Junta Central se
disolvió por propia decisión, no sin antes conceder su autoridad a una Regencia
colectiva y llamar a una consulta popular que acabaría realizándose en Cádiz.
Estos acontecimientos, de por sí desconcertantes y muestra de la descomposición
nacional, tuvieron lógica repercusión en todo el territorio español, también en el que no
estaba ocupado por el enemigo; así, ocasionaron graves desconciertos en América, todo
adobado con el añadido de la falta de noticias procedentes de la Península.
En medio de ese desconcierto, la Junta de Caracas de 19 de Abril de 1810,
mostró su preocupación ante las noticias contradictorias llegadas de Cádiz… Y dio
comienzo el proceso de atomización de España.

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