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El texto se refiere a las revoluciones liberales que tuvieron lugar tanto en Europa como

en América durante el siglo XIX. Se menciona que el estado liberal se basa en ideas ilustradas
y en la búsqueda de la felicidad como fin último del hombre. La Ilustración promovió la
racionalidad, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley y la autonomía del individuo.

Se destaca el surgimiento del utilitarismo y la valoración del trabajo productivo en el


contexto de la Revolución Industrial. También se menciona la necesidad de establecer
divisiones entre las personas según sus capacidades, clasificándolas en capaces, no capaces
e incapaces.

El laicismo y la negación de la existencia de Dios se presentan como parte de la


autonomía del hombre y la importancia del reconocimiento de las capacidades individuales.
Se defiende la igualdad de todos los hombres y la necesidad de que todos paguen impuestos
para mantener al Estado.

Se menciona que las revoluciones liberales tuvieron lugar en Francia y Gran Bretaña,
pero que la última de estas revoluciones fue la Revolución de 1848, ya que en ese momento
Karl Marx y el manifiesto comunista introdujeron un componente nuevo que demandaba
otras reivindicaciones por parte de los obreros.

En cuanto a la revolución americana, se menciona que las colonias se rebelaron contra el


rey Jorge III debido a los impuestos unilaterales y la falta de representación en el parlamento
británico. Se destaca el primer congreso continental y el segundo congreso continental, donde
se elaboró la Declaración de Independencia en 1776. España y Francia apoyaron a los colonos
norteamericanos en su guerra de independencia, que finalmente condujo a la independencia
en 1783.

En Francia, se atribuye el origen de la Revolución Francesa a la crisis económica y al


apoyo brindado a las colonias en su lucha por la independencia. La mala gestión de las
finanzas públicas, el endeudamiento del Estado y la mala administración del rey Luis XVI
provocaron la convocatoria de los Estados Generales en 1789.

Se destaca la elaboración de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,


que proclama la libertad, la igualdad y la soberanía nacional. También se menciona la primera
Constitución de 1791, que estableció una monarquía parlamentaria constitucional, la división
de poderes y la garantía de derechos como la propiedad privada, la libertad de pensamiento
y la libertad religiosa.
La Constitución de 1791 fue promulgada en Francia por la Asamblea Nacional durante la
Revolución Francesa. En ese momento, el rey Luis XVI, aunque era un monarca absoluto,
permitió la convocatoria de los Estados Generales, que luego se transformaron en la
Asamblea Nacional, y la realización de elecciones. El rey ratificó esta constitución, lo que
marcó su cambio de estatus de monarca absoluto a monarca constitucional.

La Constitución de 1791 estableció un sistema político de monarquía parlamentaria


constitucional y dividió los poderes en legislativo, ejecutivo y judicial. Por primera vez en
los textos franceses, se introdujo el concepto de nación, y se reconoció que la soberanía reside
en el pueblo. Los ciudadanos se consideraban libres y no sujetos a los reyes, y se proclamaron
la libertad de pensamiento, de prensa y la libertad religiosa.

Esta constitución también suprimió la nobleza y sus privilegios, y garantizó la


inviolabilidad de la propiedad privada, lo cual era de gran importancia. Se permitió a la clase
obrera poseer pequeñas propiedades y no depender únicamente de la herencia. Además, se
estableció un sistema de educación básica, libre y gratuita a través de instituciones públicas,
con el objetivo de formar a los ciudadanos, incluyendo a las mujeres, para que pudieran
educar a los niños.

La Revolución Francesa, que estalló en el verano de 1789, sorprendió al obispo de


Ourense, Pedro de Quebec, quien se refugió en España y creía que España sería el último
país en experimentar un proceso revolucionario. Sin embargo, España se convirtió en el tercer
país del mundo en llevar a cabo una revolución liberal, a pesar de ser un país con vastos
territorios en América y tener una posición hegemónica en el mundo occidental. Aunque
España tenía un imperio ultramarino importante, su población metropolitana era
relativamente pequeña en comparación con otros países europeos.

Durante el reinado de Carlos IV en España, la economía estaba centrada en el sector


primario y la mayoría de la población vivía en áreas rurales. Aunque España tenía una
monarquía autoritaria, las leyes estaban por encima de los reyes. Durante los reinados de
Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, se mantuvo un sistema de fueros que resultaba difícil
de entender para muchos europeos, pero funcionaba de manera efectiva.

A finales del siglo XVIII, España enfrentaba dificultades económicas y emitió pagarés,
conocidos como rentistas, para hacer frente a sus deudas. Sin embargo, esto generó inflación
y dejó a la economía vulnerable a cualquier conflicto.
Durante el reinado de Carlos IV en España, la población se dedicaba principalmente al
sector primario y el país tenía una economía rural. Madrid y Barcelona eran las ciudades más
pobladas, y la mayoría de las capitales tenían menos de 20.000 habitantes. España era
considerada una "enorme aldea" con una cultura poco desarrollada.

Bajo el gobierno de los monarcas Carlos III, Carlos IV y Fernando VII, España se regía
por un sistema de fueros que resultaba complicado de entender para muchos europeos. A
pesar de sus irregularidades, este sistema funcionaba relativamente bien. En el ámbito
económico, se promulgó el decreto de libre comercio con América en 1778, lo que permitió
el intercambio de productos como café, tabaco y azúcar. Algunos autores han mencionado un
posible "pacto colonial" en el que América proporcionaba materias primas y España enviaba
productos manufacturados.

Hacia finales del siglo XVIII, España enfrentaba dificultades para hacer frente a sus
deudas, al igual que otros países europeos. Para superar esta situación, se comenzaron a emitir
pagarés conocidos como "rentistas", lo que contribuyó a estabilizar la economía. Sin
embargo, esta medida también provocó inflación, lo que hizo que la economía se viera
afectada en caso de cualquier conflicto.

Carlos III falleció el 14 de diciembre de 1788 y fue sucedido por Carlos IV. Se convocaron
Cortes para establecer a su sucesor, Fernando VII. Inicialmente, el orden del día de estas
Cortes incluía la abolición de los mayorazgos, la abolición de la ley sálica y la jura del futuro
rey. La ley sálica era una normativa que prohibía a las mujeres gobernar, y su abolición fue
aprobada por unanimidad, pero no fue sancionada por Carlos IV, lo que creó una anomalía
jurídica utilizada posteriormente por el hermano de Fernando VII para reclamar el trono.

Durante el reinado de Carlos IV, se produjeron una serie de acontecimientos importantes.


En 1805, tuvo lugar el Desastre de Trafalgar, donde la flota hispano-francesa fue derrotada y
España pasó a depender de Napoleón. Este evento marcó el fin de la importancia de la
Armada Española. Además, se descubrió la Conjura del Escorial, que fue la primera
evidencia de oposición contra el valido del rey. Fernando VII delató a los conspiradores y
solicitó su perdón en una carta que fue criticada como cobarde.

En el Tratado de Fontainebleau, se acordó una invasión conjunta de España y Francia a


Portugal, a cambio de concesiones territoriales. Sin embargo, a pesar del éxito inicial, las
tropas francesas no se retiraron y siguieron llegando más soldados, lo que generó
preocupación en Manuel Godoy, el favorito de Carlos IV. Ante esta situación, se produjo el
Motín de Aranjuez en marzo de 1808, donde Fernando VII se levantó contra su padre y Carlos
IV se vio obligado a abdicar en favor de su hijo. Esta situación estuvo a punto de
desencadenar una guerra civil.

Carlos IV declaró nula su abdicación y decidió ponerse en manos de Napoleón Bonaparte,


quien convocó una reunión en Bayona. Tanto los reyes como representantes de las Cortes se
trasladaron allí. En esta reunión se redactó la Carta de Bayona, considerada la primera
constitución de la España contemporánea. Esta carta reconocía la religión católica, establecía
un principio monárquico y estipulaba que el rey debía contar con un consejo de ministros
asesorado por un senado y un consejo de estado. Aunque no se mencionaba la separación de
poderes, se afirmaba la independencia del poder judicial.

La Carta de Bayona también proclamaba la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley
y establecía una división territorial en 38 prefecturas, que luego serían la base de las
provincias. Este documento sentó las bases de una monarquía constitucional en España.

Durante el periodo en el que Napoleón Bonaparte gobernaba Francia, tenía planes de


obtener el trono español para su hermano José Bonaparte. Para lograrlo, engañó a Carlos IV
y Fernando VII, quienes abdicaron en favor de José I. José I era un rey instruido y culto, que
mostró interés por la educación pública, estableciendo un Ministerio de Instrucción Pública
para niños y niñas. También creó otros ministerios, como el de Interior, Gobernación e
Infraestructuras, con el objetivo de ganarse el apoyo de los españoles.

Sin embargo, cuando Napoleón cruzó los Pirineos y llegó a Madrid, se enteró de la derrota
del ejército francés en la batalla de Bailén, la primera vez que había sido derrotado. Esto
marcó el inicio de las guerras de liberación en Europa. A partir de ese momento, España se
encontraba en guerra de independencia contra la ocupación francesa.

La guerra de independencia, que duró desde mayo de 1808 hasta el tratado de Valençay
en 1814, fue un levantamiento popular en el que el pueblo español se levantó contra la
invasión francesa. Los guerrilleros, compuestos por personas de diferentes estatus sociales,
se convirtieron en una fuerza importante en la guerra. Utilizaban tácticas de guerrilla y
aprovechaban su conocimiento del terreno y el apoyo de la población para atacar al ejército
invasor.

En el ámbito internacional, la guerra de independencia española se equiparaba a las


guerras nacionales de liberación. A nivel interno, se produjo el desmantelamiento del aparato
burocrático y la participación activa del pueblo en la política. La guerra de independencia
también marcó el inicio de la emancipación de los territorios españoles en América.

La guerra de independencia se dividió en diferentes fases. La primera fase fue la Campaña


Napoleónica, que abarcó los años 1808-1809 y culminó con la batalla de Bailén, donde el
ejército francés fue derrotado. La segunda fase fue la ocupación francesa y el desgaste, que
tuvo lugar entre 1809 y 1811. Durante esta fase, las tropas francesas ocuparon gran parte de
España, excepto Cádiz. Finalmente, las ofensivas hispano-inglesas de 1812 a 1814 llevaron
al repliegue del ejército francés y a la firma del tratado de Valençay, que puso fin a la guerra
de independencia española.

Tras la partida del rey, se formó una junta de gobierno que convocó elecciones para
formar cortes y redactar una nueva constitución. Las elecciones se llevaron a cabo en urnas
improvisadas debido a la ocupación francesa. El resultado fue la formación de las Cortes de
Cádiz y la elaboración de la Constitución de 1812. Este proceso revolucionario marcó el
inicio de un nuevo régimen en España y tuvo un impacto significativo en la lucha por la
independencia en América.

El reinado de Fernando VII se caracterizó por una serie de cambios y contradicciones en


su gobierno. A su regreso a España en 1814, después de ser liberado por Napoleón, no
restauró completamente el antiguo régimen, sino que introdujo ciertos elementos de
modernidad, como la Bolsa de Madrid. Sin embargo, su reinado estuvo marcado por la
violencia y la represión.

Fernando VII mostró un exceso de violencia hacia aquellos que consideraba enemigos,
aplicando la pena capital sin escrúpulos. Además, restauró la Inquisición para perseguir a los
liberales, lo que generó un clima de temor y represión en el país.

Aunque Fernando VII fue inicialmente aclamado por su pueblo, no logró contentar ni a
los realistas ni a los liberales. Los realistas se sintieron traicionados cuando abrió las puertas
a los liberales, y los liberales se vieron decepcionados cuando gobernó de manera absoluta,
sin respetar los principios liberales que habían surgido durante las Cortes de Cádiz.

Fernando VII era considerado una persona vulgar y poco instruida, más aficionada a la
música que a la lectura. Aunque le gustaba gobernar, se dejó influenciar y gobernar por otros,
lo que contribuyó a la falta de liderazgo en su reinado.
Es importante tener en cuenta que los problemas sociales y económicos que enfrentaba
España en ese momento no pueden atribuirse únicamente a Fernando VII. La economía del
país estaba debilitada después de la Guerra de Independencia y gobernar en esas
circunstancias era extremadamente difícil.

En resumen, el reinado de Fernando VII puede dividirse en cuatro momentos principales:


las Cortes de Cádiz y la Guerra de Independencia, el sexenio absolutista, el trienio liberal y
la década ominosa. Cada uno de estos periodos estuvo marcado por cambios políticos y
sociales significativos, así como por la represión y la falta de liderazgo por parte de Fernando
VII.

El reinado de Fernando VII comenzó con el Tratado de Valençay, en el cual Napoleón le


devolvió el trono y puso fin a la guerra de independencia en España. Durante su ausencia, las
Cortes de Cádiz habían aprobado una constitución liberal que limitaba los poderes del rey.
Al regresar a España, Fernando VII tenía la opción de dar un golpe de estado y restaurar la
monarquía absoluta o aceptar la soberanía nacional.

Se acordó un itinerario para el viaje del rey de vuelta a España, y se estableció que en la
iglesia de Atocha se juraría la constitución y se recibiría la lealtad del pueblo. Fernando VII
llegó a España el 22 de marzo de 1814 y fue recibido por multitudes que lo llevaron a
Valencia. Allí se reunió con 69 diputados de tendencia realista que presentaron un manifiesto
conocido como el manifiesto de los persas.

En el manifiesto, se pedía la derogación de la constitución de 1812 y se solicitaba que el


monarca no gobernara como absoluto, sino como una monarquía moderada con leyes por
encima de los reyes. También se pedía la convocatoria de elecciones y de Cortes. Fernando
VII accedió a estas peticiones y firmó el decreto de Valencia en mayo de 1814, declarando
que aborrecía el despotismo y prometiendo cumplir con el manifiesto de los persas.

El decreto de Valencia tuvo dos consecuencias importantes en España. Por un lado, se


produjo un exilio de aquellos considerados traidores a España, incluyendo liberales y
afrancesados que habían participado en las Cortes de Cádiz. Por otro lado, surgieron los
pronunciamientos, que eran intentos de golpes de estado realizados por los guerrilleros que
no habían sido reconocidos por su rango. Estos pronunciamientos continuaron hasta el
reinado de Alfonso XII.
Durante el sexenio absolutista (1814-1820), Fernando VII se centró en la persecución de
los liberales y se desvinculó de los asuntos exteriores, dejando a España en un segundo plano
en el ámbito internacional. En 1815, se celebró el Congreso de Viena, donde España estuvo
representada por el Marqués de Labrador. Sin embargo, las pretensiones de España fueron
rechazadas y se consideró que no tenían relación con lo que se planteaba en el congreso.

En este periodo también se fundó el Museo del Prado, que fue inaugurado en 1819. El
museo fue creado por Fernando VII, quien donó parte de su colección privada para su
exhibición al público. Además, se produjeron intentos de pronunciamientos y conspiraciones
por parte de los liberales, tanto desde el exilio como desde el interior de España. La masonería
tuvo un papel importante en estos intentos revolucionarios.

Durante el Trienio Liberal, que comenzó con el pronunciamiento del general Riego en
enero de 1820, se estableció un gobierno liberal y se proclamó la constitución de 1812. Se
formaron juntas provinciales y se llevaron a cabo reformas políticas y sociales de carácter
liberal. Durante este periodo, se promovió la libertad de prensa, se abolieron las instituciones
del Antiguo Régimen, se impulsaron reformas administrativas y se inició la desamortización
de bienes comunales y eclesiásticos.

Sin embargo, el Trienio Liberal también generó resistencia por parte de sectores
conservadores y absolutistas. En 1823, una intervención militar de la Santa Alianza, liderada
por Francia, restauró el absolutismo en España. Esta intervención, conocida como la
"Expedición de los Cien Mil Hijos de San Luis", puso fin al periodo liberal y restableció el
poder absoluto de Fernando VII.

Durante el periodo conocido como la Década Ominosa (1823-1833), el rey Fernando VII
gobernó de manera autoritaria y represiva. Se restauraron las instituciones absolutistas, se
persiguió a los liberales y se reprimieron los movimientos disidentes. Se implementaron
medidas represivas como la Ley de la Servidumbre, que limitaba la movilidad y los derechos
de los trabajadores, y se aumentaron los impuestos para financiar el ejército y la represión.

El reinado de Fernando VII llegó a su fin en 1833, con su muerte. Su legado fue
controvertido, ya que si bien se le considera el responsable de la restauración absolutista y la
represión durante la Década Ominosa, también se le atribuye la modernización y apertura
cultural iniciada con la creación del Museo del Prado y la posterior apertura de instituciones
culturales en España.
Tras la muerte de Fernando VII, se desencadenó una crisis sucesoria conocida como la
Guerra Carlista, que enfrentó a los partidarios de Carlos María Isidro, hermano del fallecido
rey, con los partidarios de la hija de Fernando VII, Isabel II. La guerra se prolongó durante
varios años y tuvo graves consecuencias para España, socavando la estabilidad política y
generando divisiones sociales y territoriales.

En resumen, el reinado de Fernando VII estuvo marcado por la alternancia entre periodos
liberales y absolutistas, la represión de los movimientos liberales, la intervención extranjera
y la crisis sucesoria. Su legado es objeto de debate y su figura representa uno de los momentos
más complejos y controvertidos de la historia española del siglo XIX.

El texto se centra en el período de asentamiento del régimen liberal en España entre 1833
y 1843, específicamente en la regencia de María Cristina. María Cristina de Borbón era hija
de Francisco I, rey de Nápoles, y María Isabel de Borbón, hija de Carlos IV. Aunque no estaba
destinada a ser reina, se casó con Fernando VII a través de su hermano, Carlos María Isidro.
Tras la aprobación de la Pragmática Sanción en 1830, que eliminaba la prohibición de las
reinas para reinar, María Cristina se convirtió en la reina gobernadora.

Durante su regencia, María Cristina tuvo dos hijas legítimas, María Isabel y Luisa
Fernanda, y se acercó a los liberales tras los sucesos de la Granja en 1832. Sin embargo, al
fallecer Fernando VII en 1833, María Cristina tuvo que enfrentar dos preocupaciones
principales: controlar a los partidarios de Carlos, quien se proclamó rey de España en
Portugal, y mantener su vida privada en secreto, ya que estaba embarazada de un sargento
llamado Fernando Muñoz.

María Cristina vistió siempre con vestiduras holgadas para ocultar su embarazo y envió
a sus ocho hijos secretos a París para que fueran criados por los liberales. En 1844, cuando
Isabel II ya era mayor de edad, se le concedió un título a Muñoz, permitiendo que la reina se
casara con él.

Durante la regencia de María Cristina se estableció el Estatuto Real de 1834, que no era
propiamente una constitución, pero transfería ciertos poderes a órganos específicos. Sin
embargo, este estatuto tuvo una vida corta debido a la inestabilidad y las guerras carlistas. En
1836, se produjo el Motín de la Granja, en el cual un grupo de sargentos de la guardia real
obligó a la reina a abolir el estatuto de 1834 y poner en vigor la Constitución de 1812.
Posteriormente, se convocaron elecciones en 1836, y se restablecieron principios básicos
como la libertad de prensa, la milicia nacional y la ley de ayuntamientos de 1822. En este
contexto, se redactó la Constitución de 1837, que fue más innovadora y flexible que su
predecesora, pero no logró satisfacer las expectativas de todos los sectores.

El texto también menciona las guerras carlistas, que fueron tres en total: la Primera Guerra
Carlista (1833-1839), la Segunda Guerra Carlista (1846-1849) y la Tercera Guerra Carlista
(1872-1876). Estas guerras civiles se originaron en un conflicto dinástico por la legitimidad
al trono y aglutinaron realidades históricas más allá de una mera disputa dinástica. Los
carlistas, en su mayoría apoyados en el norte de España, defendían un tradicionalismo
absolutista, mientras que los liberales, respaldados por la regente María Cristina,
representaban el sistema constitucional y tenían apoyo extranjero.

La regencia de Espartero (1840-1843) marcó el final del mandato de María Cristina de


Borbón como regente de España, quien había asumido el cargo en 1833. Su regencia llegó a
su fin en circunstancias complicadas, ya que existían diversos intereses en su contra. Tras la
finalización de la guerra carlista en 1839, se consideró que María Cristina ya no era necesaria,
especialmente porque la reina Isabel II solo tenía 10 años en 1840. En ese momento, los
moderados estaban en el poder y habían aprobado una ley de ayuntamientos que los
progresistas consideraron anticonstitucional. En Cataluña, hubo un levantamiento popular en
contra de María Cristina mientras se encontraba en Barcelona, lo que buscaba un cambio en
el gobierno.

Fue necesario establecer un gobierno provisional y convocar elecciones a las Cortes. En


este contexto, apareció Baldomero Espartero, quien contó con el apoyo tanto de los
progresistas como de los moderados. María Cristina se exilió en 1840 hasta 1844, primero
en Roma para obtener el beneplácito del Papa y luego en París, donde se encontraban sus
ocho hijos. Durante la regencia de Espartero, se llevaron a cabo cuatro elecciones y se
produjeron diversos movimientos tumultuosos. En las Cortes de 1843, se propuso a Espartero
como regente de España y venció a Agustín Argüelles.

Durante la regencia de Espartero, se implementaron algunas mejoras, como la aprobación


de la ley arancelaria, aunque los enfrentamientos entre moderados y progresistas continuaron.
Uno de los acontecimientos más destacados fue el asalto al Palacio Real de Madrid en octubre
de 1841, instigado por María Cristina, que pretendía secuestrar a la niña reina y obligarla a
jurar un gobierno. La regencia de Espartero comenzó con un levantamiento protagonizado
por los progresistas, quienes consideraban que los moderados habían sido demasiado
cautelosos en la creación de una constitución. Hubo enfrentamientos entre ambos grupos y
se intentó secuestrar a la reina. La regencia de Espartero finalizó con otro levantamiento
liderado por Ramón María Narváez, quien obligó a Espartero a abdicar y declaró mayor de
edad a Isabel II, con tan solo 13 años.

El reinado de Isabel II, que tuvo lugar desde 1844 hasta 1868, fue uno de los más
complicados y convulsos de ese periodo. Isabel asumió responsabilidades desde muy joven,
convirtiéndose en reina a los 3 años, alcanzando la mayoría de edad a los 13, contrayendo
matrimonio a los 16 y siendo destronada a los 38. Su imagen fue interpretada de diferentes
maneras: algunos la veían como un símbolo de la libertad, otros como un símbolo de la
frivolidad y la lujuria, y otros como una deshonra para España.

Su reinado se vio influenciado por numerosos cambios políticos. Aunque se llevaron a


cabo reformas importantes durante su gobierno, como las relacionadas con la hacienda y la
educación, la reanudación de las relaciones con la Santa Sede, la creación del Banco de
España, la introducción de la peseta y la implementación de la ley de ferrocarriles, también
estuvo marcado por conspiraciones y adulaciones.

Isabel II no tuvo la libertad de elegir a su esposo, ya que su matrimonio fue un asunto de


estado. Se casó con Francisco de Asís, quien se cree que era homosexual. A lo largo de su
reinado, Isabel II tuvo 11 hijos, pero solo 4 de ellos sobrevivieron hasta la edad adulta.

El reinado de Isabel II se puede dividir en tres períodos: la Década Moderada (1844-


1854) con Narváez, el Bienio Progresista (1854-1856) con O'Donnell y la Crisis del
Moderantismo (1856-1868) con Narváez nuevamente.

Ramón María Narváez fue presidente del Consejo de Ministros en siete ocasiones durante
su vida. Durante el reinado de Fernando VII, Narváez se exilió, pero después de la muerte
del rey, regresó y se unió a las tropas de Isabel II. Tuvo un papel destacado en el
derrocamiento de Baldomero Espartero en 1843, junto con Francisco Serrano y Joan Prim.

Leopoldo O'Donnell, por su parte, fue capitán del ejército durante la guerra carlista y se
unió al bando isabelino, a pesar de que su familia era carlista. Su importancia política se hizo
evidente durante el levantamiento del ejército en Vicálvaro, que marcó el inicio del Bienio
Progresista.
Durante la Década Moderada, se llevaron a cabo varias elecciones a las Cortes, y se
experimentó un período de bonanza económica y social. La población aumentó, pero tras la
pérdida de las colonias y el corte del flujo migratorio hacia América, se produjo
despoblamiento en las principales ciudades del centro de la península, mientras que los
enclaves industriales recibieron a los migrantes.

En cuanto a las reformas, se reorganizaron las provincias y se estableció un gobernador


civil en cada una de ellas. Se promulgó una nueva constitución en 1845, que establecía una
soberanía conjunta entre el rey y las Cortes. También se llevaron a cabo reformas fiscales, se
fortaleció el orden público con la creación de la Guardia Civil, se implementó la ley de
ferrocarriles para mejorar las comunicaciones y se fomentó la educación pública.

Durante el Bienio Progresista, se produjo un período de mayor apertura política y


reformas progresistas. Se promulgó la Constitución de 1856, que establecía la libertad de
prensa, la abolición de la censura y la supresión de los mayorazgos. Se llevaron a cabo
reformas en el ámbito de la justicia, la administración pública y la educación. Sin embargo,
este período también estuvo marcado por la inestabilidad política y los enfrentamientos entre
los diferentes grupos de poder.

Tras el Bienio Progresista, se produjo la Crisis del Moderantismo, en la que Ramón María
Narváez regresó al poder. Durante este período, se restableció el conservadurismo y se
limitaron las reformas progresistas. La crisis económica y las tensiones políticas aumentaron,
lo que llevó a un clima de descontento y malestar social.

Finalmente, en 1868, se produjo la Revolución de 1868, conocida como La Gloriosa, que


llevó al exilio a Isabel II y marcó el fin de su reinado. La revolución fue impulsada por una
coalición de liberales y progresistas descontentos con el gobierno de Isabel II y su régimen
autoritario. Tras su exilio, se estableció un gobierno provisional y se inició un proceso de
transformación política que culminó con la instauración de un régimen democrático en
España.

El texto presenta una visión general de la Revolución de 1868 en España, también


conocida como la Revolución Gloriosa. A continuación, se resume de manera extensa:

La revolución de 1868 en España fue un proceso de cambio político y social que tuvo
lugar durante ese año y los siguientes. Comenzó con diversos sucesos que evidenciaron la
crisis política, económica y social que atravesaba el país bajo el reinado de Isabel II.
La crisis económica fue uno de los factores determinantes. España experimentaba una
profunda crisis, marcada por malas cosechas, sequías y la paralización del sector ferroviario,
que era considerado el negocio del siglo. Esto llevó a la quiebra del ferrocarril y de los bancos,
generando un colapso económico y social.

La crisis política también era evidente, con la corrupción y la malversación de fondos


públicos, así como los constantes intentos de golpes de Estado. Durante el reinado de Isabel
II, se estableció la Unión Liberal, una coalición de liberales y moderados que menospreciaba
a sus adversarios y se sucedían en el poder sin solucionar los problemas del país.

La crisis social se agravó con la desamortización de Madoz, que implicó la venta de


terrenos comunales y afectó a campesinos y trabajadores. Muchos campesinos perdieron sus
tierras y no encontraron empleo en las ciudades, lo que generó una conciencia social y el
surgimiento de movimientos obreros, como el anarquismo y el socialismo.

A nivel internacional, las ideas socialistas y anarquistas comenzaron a difundirse en


España, influyendo en el malestar social existente. Se organizaron congresos internacionales
en Barcelona, Valencia, Córdoba y Zaragoza, hasta que fueron prohibidos por las autoridades
debido a la preocupación de la burguesía.

En este contexto, se produjeron levantamientos y movimientos revolucionarios. Destacó


el levantamiento de Topete en Cádiz, que marcó el inicio del proceso revolucionario. El
general Prim se unió a la revolución y lideró la batalla del puente de Alcolea, que resultó en
la derrota de las tropas isabelinas.

Tras el triunfo de la revolución, se estableció un régimen provisional y se convocaron


elecciones para elaborar una constitución y determinar el sistema político del país. Carlos VII
se presentó como candidato a rey, mientras que Prim afirmó que los borbones no volverían a
reinar en España. Esta disputa llevó a la Tercera Guerra Carlista en 1872.

Durante los siguientes seis años, se sucedieron diferentes sistemas políticos, como una
regencia, una monarquía democrática y una república unitaria y federal. Además, se
enfrentaron dos guerras civiles y se produjeron movimientos separatistas, como el
cantonalismo en el sur y el levante del país.

En enero de 1874, se produjo un golpe de estado liderado por Pavía, y en diciembre del
mismo año, Martínez Campos protagonizó otro golpe. Estos eventos marcaron el fin de la
Primera República y llevaron a la restauración de la monarquía con Alfonso XII.
El texto hace referencia al proceso revolucionario que tuvo lugar en España en 1868. En
ese momento, se hablaba de una renovación política en el país y se destaca la influencia
ideológica de Giner de los Ríos, quien impulsó la revolución del 68. El pensamiento
krausista, traído desde Alemania, jugó un papel importante en esta revolución, promoviendo
una realidad ética basada en la defensa de la dignidad de la persona, el carácter sagrado de la
conciencia y la importancia de la educación.

Giner de los Ríos tuvo contacto con Kraus, quien puso en marcha el pensamiento
krausista. Este enfoque no hacía distinción entre hombres y mujeres y abogaba por el respeto
a la libertad de conciencia y pensamiento. Además, sostenía que cuanto más educada
estuviera la sociedad, más libre sería. Se defendía la idea de extender la educación a todas las
capas sociales, aunque esta idea tardó en permear en los movimientos obreros, siendo a
finales del siglo XIX cuando comenzaron a luchar por la educación universal gratuita y laica.

Los krausistas se convirtieron en los demócratas de la época. Sus tres grandes pilares
fueron: la república como sistema político para velar por la libertad de conciencia y
expresión, el sufragio universal para compartir la soberanía entre todos los hombres y la
defensa de los derechos humanos, incluyendo el derecho a la vida y la libertad de conciencia,
opinión, cátedra, manifestación y la inviolabilidad del domicilio.

El texto menciona que la revolución de 1868 condujo al fin del reinado de Isabel II, pero
no logró abolir la esclavitud ni realizar cambios económicos significativos. No obstante, se
destaca la Ley de Mina, que permitió la desamortización del subsuelo y la explotación de
minas infra-explotadas, así como un viraje librecambista que atrajo inversiones extranjeras.

A partir de la libertad de enseñanza y el krausismo, España se puso al día con las nuevas
ideas de la época y se abrieron las universidades al conocimiento científico moderno. Se creó
el Instituto Geográfico y Estadístico para elaborar estadísticas oficiales del país y se adoptó
el sistema métrico decimal.

Para Lacomba, la revolución de 1868 fue el resultado de un proceso económico, social y


político, pero también marcó el surgimiento de las "dos Españas". Según Lacomba, esta
dicotomía entre la clase política y la sociedad condujo al fin del sexenio democrático.

Después del estallido de la revolución en 1868, se estableció un gobierno provisional


presidido por Serrano y se convocaron elecciones en enero de 1869. Se promulgó una ley
electoral que permitía el sufragio para todos los varones mayores de 25 años. Un 70% de los
cuatro millones de personas con derecho a voto participaron en estas elecciones generales, lo
cual fue inusual para la época. Además, se destaca la importancia de la oratoria en las Cortes,
el Congreso y el Senado surgidos de esta etapa, considerados los más brillantes en la historia
de España.

La sección mencionada se centra en la Constitución de 1868 y los eventos políticos que


siguieron a su promulgación. La constitución constaba de 112 artículos e incluía
disposiciones como la libertad religiosa en el artículo 21, aunque esta disposición fue
suavizada. Se estableció un sistema bicameral con un Congreso y un Senado, renovados
mediante sufragio universal, lo que se consideró un avance hacia la democracia. En el artículo
33 se estableció que el sistema político español sería una monarquía parlamentaria.

En las elecciones de enero de 1869, hubo cambios significativos en el espectro político.


Partidos como los progresistas, demócratas y moderados obtuvieron 160 escaños, mientras
que la Unión Liberal obtuvo 65, los republicanos 60 y los carlistas 30. A pesar de que las
ideas republicanas parecían utópicas en ese momento, durante el sexenio democrático se
llevaron a cabo. El 11 de febrero de 1873, en medio de una grave crisis política, Amadeo I
abdicó y se declaró la república federal con el respaldo conjunto de congresistas y senadores.

Sin embargo, surgieron problemas adicionales durante este período. La III Guerra Carlista
se presentó como una garantía de orden en España cuando el reinado de Amadeo I entró en
crisis. Hubo un momento en el que la república federal y el estado presidido por Carlos VII
coexistieron en España, lo que generó tensiones internas y también tuvo implicaciones
internacionales. Además, la cuestión de Cuba fue un problema importante en ese momento.
La constitución de 1837 otorgó ciertas prerrogativas a los cubanos y se intentó que fueran
ciudadanos de pleno derecho, pero esto no se reflejó en la constitución de 1845, que
establecía que tenían los mismos derechos que los españoles.

Durante el proceso revolucionario liderado por Prim, se propuso una amnistía política
para aquellos que defendían los derechos legítimos de los cubanos, así como un referéndum
para determinar la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud. La Guerra de los
Diez Años en Cuba comenzó un mes después de la revolución de 1868 y duró hasta 1878,
cuando se alcanzó la paz de Zanjón.

Este periodo de mínimos consensos sentó las bases para el surgimiento del alfonsinismo.
Aunque la Constitución de 1869 estableció una monarquía parlamentaria sin rey, el hijo de
Isabel II comenzó a ganar seguidores. Los países monárquicos tradicionales no apoyaron la
idea de buscar un rey extranjero y no veían con buenos ojos una república federal.

Después de la revolución de 1869, comenzó la búsqueda de un rey para España, y se


presentaron varias propuestas:

Los progresistas propusieron a Fernando de Coburgo, hijo de Luis I de Portugal, con la


idea de crear una unión entre España y Portugal, pero esta propuesta fue rechazada debido a
la oposición francesa.

Los unionistas, Serrano y Topete, propusieron al duque de Montpensier, esposo de la


hermana de Isabel II, pero Prim se negó debido a su afiliación borbónica, y esta propuesta
también fue descartada.

Juan Prim tenía dos candidatos en mente: el duque de Aosta, futuro Amadeo I e hijo de
Víctor Manuel II, quien rechazó ser rey de España. Luego se consideró al candidato de Otto
von Bismarck, Leopoldo de Hohenzollern, pero Napoleón III se opuso a esta opción.

El pueblo aclamaba a Baldomero Espartero, pero con 77 años, sin hijos y soltero, no era
una opción viable para España. El mejor candidato parecía ser Leopoldo de Hohenzollern, el
candidato de Bismarck, pero su nominación fue vetada por Napoleón III.

Guillermo I de Prusia se reunió en Francia con el embajador francés Ernst para ofrecer la
candidatura de Hohenzollern como rey de España, pero Francia nunca lo reconocería. Sin
embargo, el telegrama de Ernst fue malinterpretado, y Napoleón III declaró la guerra a Prusia.
Esta guerra, conocida como la guerra franco-prusiana, tuvo lugar entre 1870 y 1871 y tuvo
importantes consecuencias, como el fin de Napoleón III, el inicio de la Tercera República
Francesa y la creación del Segundo Imperio Alemán bajo Guillermo I y Otto von Bismarck.
Ante esta situación, Hohenzollern se retiró como candidato y Prim volvió a preguntar a
Amadeo de Saboya si quería ser rey de España.

La espera para conocer al rey de España generó tensión en la población, tanto que se pidió
un interregno, la suspensión de las garantías constitucionales y el gobierno por decreto.
Durante este período, se comenzó a considerar que el problema de España era Juan Prim, y
surgió la idea de eliminarlo de la política.

En noviembre de 1870, se convocaron las cortes para ratificar al nuevo monarca. En esas
cortes, la candidatura de Amadeo de Saboya obtuvo 191 votos a favor, 100 en contra y 19
abstenciones. Fue casi una imposición de Prim que Amadeo de Saboya se convirtiera en rey
de España.

La elección de la dinastía Saboya generó enfrentamientos con la Santa Sede, ya que la


dinastía había arrebatado al papa los Estados Pontificios en Roma. Traer como rey de España
a alguien que había tomado territorio al papa fue considerado una ofensa para el episcopado
español.

Después de la elección del duque de Aosta como rey de España, Amadeo I de Saboya, se
destacan los siguientes aspectos:

Amadeo I nació en Turín el 30 de mayo de 1845 y falleció allí en 1890. Según Comellas,
era un hombre sencillo, de buenas intenciones y sinceramente demócrata. Llegó a España
convencido de que era rey por voluntad del pueblo y su comportamiento constitucional fue
ejemplar.

Sin embargo, Emilio Castelar lo consideraba un monarca preconcebido que carecía de


carisma. Según él, "es más digno de compasión que de censura. No hizo nada, pero sus
propios seguidores no le permitieron hacer nada".

Amadeo no era popular y comenzó a surgir una obra de teatro llamada "Macarronini I"
que se burlaba de él y lo satirizaba. Esta falta de aceptación generalizada contribuyó a
complicar su reinado.

Durante la revolución de 1868 en España, se buscó establecer una monarquía liberal con
tintes democráticos. En este proceso democrático, el movimiento obrero adquirió
protagonismo, y surgieron las primeras asociaciones internacionales en España.

La primera asociación internacional se formó en Londres el 28 de septiembre de 1864 y


estuvo activa hasta 1875. Su origen se remonta a la revolución de 1848, que fue efímera
debido a la publicación del manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, que
sacudió Europa. Los sindicalistas españoles entraron en contacto con los mutualistas
franceses y líderes europeos en la Exposición de Londres de 1868, lo que llevó a la necesidad
de crear una asociación internacional de trabajadores.

Marx se unió a Bakunin en esta asociación, aunque tenían enfoques diferentes. Marx
abogaba por la creación de partidos políticos que conquistaran escaños parlamentarios para
cambiar el sistema desde dentro de las instituciones a través de medios democráticos.
Bakunin, por otro lado, se oponía a cualquier forma de organización política.
Los miembros de la primera Internacional de Trabajadores establecieron una sede,
dirección y organigrama. También acordaron celebrar reuniones anuales en diferentes países
europeos para discutir el proceso revolucionario. El congreso más importante fue el de La
Haya en 1872, que analizó la situación en España en 1869 y la Comuna de París en 1871.
Esta reunión provocó la ruptura entre marxistas y bakuninistas. En España, se celebró el
primer congreso anarquista en Córdoba en el mismo año.

Uno de los temas debatidos en la Internacional de Trabajadores fue la necesidad de crear


partidos políticos y obtener representación parlamentaria. Sin embargo, esta asociación se
desarticuló en el Congreso de Filadelfia en septiembre de 1875, ya que se consideró
innecesaria debido a los avances logrados en Inglaterra, donde los trabajadores habían
obtenido el derecho al voto en las ciudades y habían surgido dos diputados. A partir de este
momento, el enfoque se centró en establecer partidos políticos y obtener representación
parlamentaria, lo que hizo que la asociación internacional de trabajadores perdiera relevancia.

En España, durante el Sexenio Democrático, se facilitó el asociacionismo obrero y


muchos exiliados de la Comuna de París se refugiaron en el país. Algunos de los personajes
destacados en este movimiento fueron Giuseppe Fanelli, que difundió las ideas anarquistas
en España, y Paul Lafargue, yerno de Karl Marx.

En junio de 1870, se celebró el primer congreso obrero español, en el cual los temas
principales fueron la resistencia al capital, la cooperación y la organización social de los
obreros. Se establecieron federaciones regionales y se movilizó a los trabajadores para que
tuvieran relación con la política. Sin embargo, en 1870, la Asociación Internacional de
Trabajadores fue declarada ilegal en España debido al temor de la clase acomodada al
crecimiento del movimiento obrero. A partir del Congreso de Córdoba, las federaciones de
trabajadores pasaron a la clandestinidad y se alinearon con el sector anarco-sindicalista.

Durante la restauración, surgieron asociaciones anarco-sindicalistas, como la famosa


"Mano Negra", que empleaban la violencia para lograr mejoras y defender los intereses de la
clase trabajadora.

Durante la búsqueda de un nuevo rey, no se consideró la opción de un descendiente de


Don Carlos, lo cual desencadenó la Tercera Guerra Carlista que tuvo lugar entre 1872 y 1876.
Como antecedente, se menciona el levantamiento de Carlos VI en 1870 en una localidad de
Huelva. Tras la muerte de Carlos VI en 1861, surgió un debate sobre quién debía heredar el
trono, ya que algunos consideraban a don Juan, un liberal declarado, como el candidato
adecuado, mientras que la viuda de Carlos V afirmaba que el trono debía recaer en su hijo,
Carlos VII.

Durante el Sexenio Democrático, los carlistas obtuvieron 30 diputados en las primeras


elecciones, y aunque en las elecciones de 1871 se convirtieron en la tercera fuerza más
votada, perdieron muchos apoyos en 1872. Consideraron que hubo manipulación y que les
habían robado votos.

La indignación se agravó cuando Amadeo I abdicó en 1873 y la situación se volvió tensa


en Cuba. En mayo de 1872 se alcanzaron principios de acuerdo, pero un grupo armado los
rechazó e hizo un llamado para armar a las tropas en torno al cura de Santa Fe. En 1873, se
proclamó el estado carlista con capital en Estella y se estableció un gobierno con sus propios
ministros. Ellos crearon su propio código penal, universidad y hasta acuñaron su propia
moneda, presentándose como defensores del orden y la tradición monárquica en España.

En 1874, el gobierno republicano estaba sumido en el caos, lo que llevó al general Pavía
a dar un golpe de estado y permitir que Serrano asumiera el mando de la república. Sin
embargo, Carlos VII consideraba que su movimiento era superior al gobierno republicano e
inició el sitio de Bilbao, que terminó con una victoria aplastante de las fuerzas republicanas.

En 1875, Cánovas tenía dos problemas: la llegada de Alfonso XII de la mano de un golpe
de estado y la guerra carlista. Cánovas se reunió con Carlos VII y propuso poner fin a la
guerra de cualquier manera. Inicialmente, le propuso casar a Alfonso XII con su hija para
permitir una fusión entre la línea carlista y borbónica, manteniendo todos los fueros vascos.
Sin embargo, Carlos VII se negó, y en 1876 se produjo la derrota final del carlismo en la
batalla de Montejurra, saliendo victorioso Alfonso XII. Aunque el carlismo político no
desapareció por completo, los carlistas fueron empujados hacia los Pirineos y Carlos huyó a
Francia.

Las consecuencias de la guerra carlista fueron las siguientes: se perdieron parte de los
fueros de Navarra y el País Vasco, se puso fin al gobierno foral vasco y se cerraron las
instituciones establecidas por Carlos. La victoria legitimó el gobierno de la restauración, pero
Cánovas trató de evitar agravios, permitiendo la incorporación del ejército carlista a las filas
y evitando dañar al adversario.

La guerra de Cuba se inicia con el grito de Tara en 1868 y concluye con la paz de Zanjón
en 1878. Los antecedentes se encuentran en las leyes especiales que buscaban otorgar a Cuba
un estatuto jurídico dentro de la constitución española de 1837, pero esto no se concretó
debido a que Cuba estaba bajo el dominio de un capitán general que actuaba como virrey
absoluto y legislaba siempre en favor de los propietarios de las plantaciones esclavistas. Estas
leyes especiales no tuvieron avance y generaron protestas.

Las causas económicas de la guerra se basaron en la crisis económica que afectó a Cuba
entre 1857 y 1856. Existía una gran diferencia entre las regiones occidentales y orientales,
donde las primeras estaban más desarrolladas y necesitaban mano de obra cualificada para la
industrialización, mientras que las segundas dependían de la mano de obra barata para su
sistema económico agrícola. España imponía fuertes tributos a Cuba para sufragar las guerras
y no tenía en cuenta las necesidades de cada región. Además, el control comercial español
limitaba las exportaciones cubanas hacia otros países.

En cuanto a las causas políticas, el abandono de la isla de Santo Domingo en 1865, debido
a los eventos ocurridos en Estados Unidos durante la guerra de secesión (1861-1865) y la
posterior emancipación de los esclavos, generaron un sentimiento de alzamiento en Cuba.
Los cubanos percibían que no tenían los mismos derechos que los territorios españoles, se
les negaba el derecho a reunión, asociación y eran tratados como menores de edad. No existía
libertad de prensa ni la posibilidad de organizar partidos políticos, lo que fomentaba el deseo
de independencia.

En términos sociales, la isla estaba marcada por una fuerte división. Existía una clase
menesterosa y una oligarquía que se enriquecía a través de la mano de obra esclava. El
menosprecio hacia la raza negra era evidente, y la esclavitud generaba tensiones. Aunque el
tema de la abolición de la trata de esclavos ya había sido tratado en las Cortes de Cádiz en
1811, con la propuesta del abogado antiesclavista Argüelles, el diputado cubano se opuso
firmemente, advirtiendo que si se abolía la esclavitud, Cuba se sublevaría contra España y
buscaría protección en Estados Unidos.

La guerra de Cuba duró tanto tiempo debido a la incapacidad del ejército español para
enviar tropas y sofocar la rebelión, ya que España estaba lidiando con problemas internos
como la guerra carlista, la abdicación de Amadeo de Saboya y el cantonalismo.

En la rebelión cubana, destacaron figuras importantes como Francisco Javier de


Céspedes, quien impulsó el sentimiento independentista. Cuando la situación en España se
normalizó, Cánovas del Castillo nombró al general Arsenio Martínez Campos para poner fin
a la guerra. Se realizaron negociaciones con los representantes cubanos, se acordó una
constitución de Guáimaro y se pactó el fin de la guerra de los Diez Años. En la paz de Zanjón,
firmada en octubre de 1878, se reconocía la capitulación incondicional de las fuerzas cubanas
ante el ejército español. Además, se aceptaba la inferioridad del ejército cubano y se
establecía que el gobierno de España era la máxima autoridad en Cuba. Se permitía la libertad
para los esclavos, así como la libertad de prensa, reunión y asociación.

Amadeo de Saboya fue rey de España desde 1871 hasta 1873. Aunque era considerado
"sinceramente democrático" y llegó convencido de que era elegido por los españoles, no
logró el respaldo del pueblo. Su objetivo al asumir el trono era purificar y renovar la
monarquía tras el reinado de Isabel II, así como establecer un referente icónico en la nación.

Amadeo llevó a cabo una intensa labor social asociada a las costumbres burguesas.
Buscaba ser un símbolo de orden y tradición, al tiempo que representaba una monarquía
democrática. Sin embargo, enfrentó el rechazo de todas las instituciones. Aunque el objetivo
de Prim al instaurar esta dinastía era unir monarquía y democracia, surgieron contradicciones.
El rey debía someterse al sufragio de las cortes, que decidían quién sería el rey de España,
pero una vez que se completaba este proceso, la monarquía se volvía hereditaria. Una vez
que el monarca juraba el cargo, se volvía inviolable, y su papel se limitaba principalmente a
cuestiones de representatividad simbólica en el estado.

Emilio Castelar criticó esta imagen de monarquía moderna, argumentando que un rey no
puede surgir de las urnas, sino que se hacen reyes. Amadeo fue considerado el primer príncipe
de Europa, alejado de la monarquía hispánica y representante de un monarca separado de la
iglesia y con posturas liberales. Se esperaba que fuera un líder regeneracionista. Los
principales representantes dieron la bienvenida a Amadeo y creían que representaría la
regeneración de España.

Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por acercarse a la burguesía y distanciarse de las
vestimentas del antiguo régimen, y a pesar de someterse a las urnas, Amadeo enfrentó rechazo
por parte de los poderosos. La nobleza temía perder sus privilegios y veía a Amadeo I como
parte del proceso revolucionario, considerándolo un rey fabricado por quienes se habían
levantado contra Isabel II y una extensión de la revolución de 1869.

La constitución limitaba su margen de maniobra y su papel era moderar entre


conservadores y radicales, ratificando los acuerdos tomados por las cortes. Aunque era
responsable de cuestiones políticas, el monarca carecía de poder de maniobra. Finalmente, el
pueblo sintió un gran alivio cuando Amadeo abandonó el trono.
El 11 de febrero de 1873, Amadeo de Saboya presentó su renuncia al trono de España.
En esa misma sesión, se propuso proclamar la Primera República, lo cual fue aprobado, a
pesar de que esto iba en contra de lo establecido por la Constitución de 1869, que prohibía la
reunión del Congreso y el Senado. La votación a favor fue abrumadora, con solo unos pocos
votos en contra. Emilio Castelar, quien había elaborado el proyecto constitucional de 1873,
no estuvo presente.

La nueva forma de gobierno establecida en el artículo 33 de la Constitución era una


república sin adjetivos, ni centralista ni federal. Tras el cambio de gobierno, se convocaron
elecciones y se formó una comisión para redactar una nueva constitución que estaría lista en
mayo de 1873. Se modificó la ley electoral, permitiendo que hombres mayores de 21 años
pudieran votar, lo cual amplió el número potencial de votantes a 7 millones, aunque solo el
25% de ellos participó en las elecciones. Los principales grupos políticos que participaron
fueron los Intransigentes, que buscaban una república federal desde abajo; los Centralistas,
liderados por Pi i Margall, que pretendían una república sin adjetivos desde arriba; y los
Moderados, encabezados por Emilio Castelar, quienes deseaban una república unitaria.

En el momento de la abdicación de Amadeo I, la Tercera Guerra Carlista estaba en curso,


con Carlos VII resurgiendo como pretendiente al trono. Carlos entró en España el 16 de julio
de 1873, estableciendo su corte en Estella y creando su propia moneda, universidad y tribunal
de justicia. Hubo una primera batalla entre los carlistas y los republicanos en Montejurra, en
la cual Carlos salió victorioso, pero en la segunda batalla fue derrotado.

Los presidentes de la Primera República fueron los siguientes: Estanislao Figueras, quien
asumió el cargo el 11 de febrero y tuvo que hacer frente a la crisis económica, el
levantamiento cantonalista, la división interna y la proclamación del estado catalán. Figueras
renunció sin previo aviso el 10 de junio. Francisco Pi i Margall le sucedió y estuvo en el
cargo durante 37 días, del 11 de junio al 18 de julio. Durante su mandato, implementó un
amplio programa económico, restableció el uso del ejército como medida disciplinaria,
separó la iglesia del estado, promovió la educación obligatoria y gratuita, abolió la esclavitud,
limitó el trabajo infantil, amplió el derecho de asociación y redujo la jornada laboral. Su
intento de establecer una república federal y reducir la influencia del cantonalismo generó
desconfianza en todos los sectores. Nicolás Salmerón asumió la presidencia el 17 de julio y
se mantuvo en el cargo hasta septiembre de 1873. Su principal objetivo fue sofocar el
conflicto cantonalista llamando a los generales más conservadores que no habían participado
en los gobiernos anteriores de la república. Sin embargo, renunció cuando se vio confrontado
con la ejecución de los líderes cantonalistas, ya que no estaba dispuesto a ordenar su muerte
por razones de conciencia.

Los estudios historiográficos más recientes han interpretado la insurrección cantonal


como un movimiento separatista basado en la reforma estructural del Estado, más que como
un intento de romper la unidad de España.

Pi i Margall, Salmerón y Castelar fueron responsables del proyecto constitucional de


1873. Este proyecto proponía elevar a la categoría de Estados a los diferentes territorios
dentro de la nación española, incluyendo un enfoque especial en Cuba y Puerto Rico,
buscando que formaran parte integral del Estado español. El proyecto contemplaba un amplio
espectro de libertades públicas y presentaba una reforma fiscal.

El proyecto constaba de 117 artículos organizados en 17 títulos. El primer título establecía


la existencia de Estados dentro de España y el artículo 42 reconocía la soberanía popular,
estableciendo que la soberanía reside en los ciudadanos, quienes la ejercen a través de las
Cortes.

Se reconocían diversos derechos y libertades, como el derecho a la vida, el libre


pensamiento, la libre expresión y la libertad de conciencia, que no habían sido contemplados
en la Constitución de 1869. También se incluían la libertad de cátedra, el derecho de reunión,
la libertad de trabajar en la industria y el comercio, el derecho a la propiedad y la igualdad
de todos ante la ley. Se establecía que hombres y mujeres tenían los mismos derechos,
reafirmando el concepto de Estados dentro de la nación española.

El proyecto también abordaba la cuestión del laicismo en el artículo 34, separando la


iglesia del Estado y prohibiendo que cualquiera de las regiones de la nación española
subvencionara cualquier culto católico o protestante. Se establecía la división de poderes en
legislativo, judicial y ejecutivo, y se establecía una correlación de fuerzas entre el presidente
de gobierno y el presidente ejecutivo.

En el artículo 48 se prohibían los títulos de nobleza. Se establecía que la nación española


estaba por encima de los Estados generales, las regiones y los municipios.

El proyecto contemplaba la autonomía política de los Estados, permitiéndoles tener su


propio gobierno, su propia asamblea y su propia constitución. Esta constitución respondía al
contexto del cantonalismo, introduciendo los conceptos de nación y Estado, y otorgando la
capacidad de elaborar su propia constitución, gobierno y ejecutivo.
En resumen, el proyecto constitucional de 1873 propuesto por Pi i Margall y desarrollado
por Salmerón y Castelar, presentaba un amplio abanico de derechos y libertades, separaba la
iglesia del Estado, eliminaba los privilegios nobiliarios y otorgaba autonomía política a los
Estados dentro de la nación española.

Emilio Castelar asumió la presidencia del gobierno en septiembre de 1873 y gobernó


hasta enero de 1874. Su principal objetivo era lograr la pacificación del país y obtener
reconocimiento internacional para la república, por lo que intentó adoptar una postura más
conservadora. Tras la experiencia de la Comuna de París, se temía que dicha revuelta se
expandiera por Europa, lo que generaba desconfianza hacia Castelar.

Para fortalecer el ejército y ganar las guerras, Castelar incorporó a militares de prestigio.
También restableció las relaciones con la Santa Sede y resolvió un conflicto con Estados
Unidos relacionado con el apresamiento de un barco estadounidense por parte de una
embarcación española que llevaba armamento a Cuba.

El gobierno de Castelar implementó una línea de crédito para sacar al país de la crisis
económica. Sin embargo, la oposición se mostraba en contra de todas las medidas tomadas
por Castelar. A pesar de sus esfuerzos por pacificar el país, se enfrentó a la apertura de las
Cortes y la posibilidad de una moción de censura en su contra.

El 3 de enero de 1874, ante los rumores de que Emilio Castelar perdería una moción de
censura, se produjo un golpe de estado liderado por Pavía, junto con Serrano y Martos.
Consistió en la ocupación del edificio del Congreso de los Diputados por parte de guardias
que desalojaron a los diputados. Pavía le ofreció a Castelar la presidencia, pero este se negó
y presentó su dimisión, rechazando ser presidente de un gobierno que llegara al poder de
manera antidemocrática.

En este contexto, se recurrió a Francisco Serrano, a quien Prim había descrito como "el
eterno ambicioso". Serrano asumió la presidencia en la segunda fase del régimen, que fue la
República Unitaria o dictadura de Serrano. Gobernó por decreto desde enero de 1874 hasta
el 29 de diciembre. Envió un telegrama a España para hablar de su misión de establecer el
orden.

Este cambio de gobierno implicó un paso de una república federal a una república
unitaria, que en realidad era una dictadura encubierta. La escasa resistencia que se opuso al
golpe de Pavía evidenció la fragilidad del régimen republicano. Sin embargo, esta situación
llegó a su fin el 29 de diciembre de 1874, cuando Martínez Campos dio un golpe de estado,
poniendo fin al gobierno de Serrano y proclamando a Alfonso XII como rey de España.

El reinado de Alfonso XII (1875-1885) marcó un período de pacificación y estabilidad


en España. Alfonso XII, hijo de Isabel II, se convirtió en rey en 1874 y su primer objetivo
fue poner fin a la Primera República mediante el golpe de Martínez Campos. Además, logró
acabar con la Tercera Guerra Carlista en 1876, lo que proporcionó un periodo de orden y paz
en el país.

Sin embargo, Alfonso XII murió a los 27 años y fue sucedido por su hijo póstumo, quien
se convirtió en rey desde su nacimiento pero no alcanzó la mayoría de edad hasta 1902.

Durante el reinado de Alfonso XII se puso fin al militarismo, tratando de limitar la


influencia del ejército y mantenerlo confinado en los cuarteles. Aunque hubo intentos de
pronunciamiento republicano y algunos atentados en Barcelona, no se produjeron golpes de
estado con la frecuencia de etapas anteriores.

El sistema político durante este periodo, conocido como el sistema canovista, se basó en
un bipartidismo en el que se alternaban en el poder el Partido Liberal Conservador liderado
por Cánovas del Castillo y el Partido Fusionista liderado por Mateo Sagasta. Este sistema
pretendía seguir el modelo británico y promovía la libertad, la propiedad, la monarquía
dinástica y un gobierno basado en el rey y las cortes.

Dentro de este sistema, se destacaba la figura del ministro de la gobernación, como


Romeo Robledo, quien fundó el caciquismo, una forma de intromisión abusiva en asuntos
políticos y administrativos. Los caciques ejercían una influencia excesiva en su localidad y
mantenían buenas relaciones con los políticos locales, aunque evitaban ocupar cargos
públicos.

Cánovas del Castillo, líder del partido conservador, defendía el orden social y público,
los valores establecidos por la iglesia, la propiedad y la monarquía. Sus bases de apoyo eran
la burguesía latifundista y financiera, la aristocracia y la jerarquía católica.

Por otro lado, Mateo Sagasta, líder del partido liberal-fusionista, abogaba por reformas
sociales, la educación y un cierto laicismo. Sus bases de apoyo eran la burguesía industrial y
comercial, las profesiones liberales y los funcionarios.

El sistema canovista buscaba la estabilidad y el consenso, con un partido en el poder y


otro en la oposición que se comprometían a respetar la constitución y a no aspirar al poder
por la fuerza. Se promovía el debate parlamentario en un orden establecido, prohibiendo la
lectura de discursos y respetando el turno de palabra.

Durante el reinado de Alfonso XII se logró pacificar el país y se pusieron fin a conflictos
internos como el cantonalismo y la guerra carlista. Esto trajo consigo una prosperidad
económica, especialmente en regiones como Cataluña y el País Vasco, donde surgieron
importantes enclaves industriales. Madrid también experimentó un rápido crecimiento
demográfico.

La minería, con un enfoque principal en Asturias, y el desarrollo industrial en el País


Vasco contribuyeron a la modernización y crecimiento económico de España. La no
intervención de los militares en política se considera un factor clave en este proceso de
cambio económico.

En resumen, el reinado de Alfonso XII se caracterizó por la pacificación del país, la


implementación del sistema canovista, la estabilidad política basada en un bipartidismo y el
crecimiento económico en regiones clave de España.

La Constitución de 1876 fue un texto breve y abierto que permitió gobernar a diferentes
partidos políticos. Consta de 89 artículos y no abarcaba muchas leyes, por lo que fue
necesario elaborar una serie de códigos adicionales, como el código penal, el código
comercial y el código civil, que perduraron hasta la transición democrática del siglo XX.

El rey tuvo un papel importante en la vida parlamentaria, siendo consciente de los


cambios que se estaban produciendo, pero no intervino en la designación o destitución de
políticos. El artículo 11 establecía que la religión católica era predominante en España,
aunque no se perseguían otras religiones. Se garantizaba la libertad de enseñanza, pero en la
práctica existía una doble moral, ya que en 1875 se promulgó el decreto Orovio, que llevó a
cabo una purga de personas progresistas en las ciudades y una depuración universitaria, lo
cual limitaba la verdadera libertad educativa.

En 1880, con Mateo Sagasta, se presentó la ley de asociaciones, pero no se aprobó hasta
1887. Esta ley permitió que el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado en 1879
en la clandestinidad, saliera a la luz. También permitió la creación de la Unión General de
Trabajadores (UGT) en 1888 y reconoció el derecho a la huelga.

El sistema político era bicameral, con un Congreso elegido mediante elección directa
basado en la ley electoral. Por otro lado, el Senado tenía un carácter tripartito: un tercio era
renovado por elecciones, otro tercio era nombrado por el rey y el último tercio era hereditario.
Esta estructura difiere de la Constitución de 1869, donde el Senado era elegido. Este sistema
de turnos permitió cierto grado de voto libre en las principales ciudades, lo que resultó en
una presencia importante de republicanos en el Parlamento. Por ejemplo, durante la dictadura
de Primo de Rivera en 1923, el PSOE obtuvo por primera vez 7 diputados.

En resumen, la Constitución de 1876 fue un marco legal breve pero importante que
permitió la gobernabilidad y estableció la vida parlamentaria en España. Aunque garantizaba
ciertas libertades, existían contradicciones y limitaciones en la práctica. Además, el sistema
político era bicameral y permitió cierto grado de participación de diferentes fuerzas políticas,
incluyendo a los republicanos y al emergente PSOE.

Durante el período de la Restauración en España, caracterizado por el dominio de la


oligarquía y el caciquismo, el fraude electoral se generalizó y se convirtió en una práctica
común en un país agrario y atrasado. A pesar de ello, el país experimentó un movimiento de
regeneración conocido como el "Regeneracionismo del 98" liderado por Joaquín Costa.

El sistema político en esta época, conocido como sistema Canovista, permitía la


participación de diferentes fuerzas políticas, como republicanos, nacionalistas y carlistas. Sin
embargo, los partidos políticos no tenían un carácter democrático real y se producían cambios
de un partido a otro en el parlamento.

Los caciques desempeñaron un papel importante en las elecciones. Eran personas


influyentes y ricas en las zonas rurales, como terratenientes, prestamistas, notarios y
comerciantes. Siguiendo las instrucciones del Gobernador Civil de cada provincia,
manipulaban los resultados electorales. Los gobernadores recibían instrucciones del Ministro
de Gobernación sobre los resultados que "debían" obtener en sus provincias, de acuerdo con
los acuerdos de las élites políticas.

Los métodos utilizados para el fraude electoral incluían la violencia, las amenazas, el
intercambio de votos por favores, como rebajas de impuestos, sorteos y beneficios en
préstamos. También se recurría a trampas en las elecciones, conocidas popularmente como
"pucherazo".

El gobernador civil tenía una lista de los candidatos que debían salir elegidos en cada
distrito electoral. Cada distrito se consideraba una "casilla" y se determinaba qué diputados
debían ser elegidos en cada una. Esta práctica se conocía como "encasillados".
En cuanto a la educación, la Constitución reconocía la libertad de enseñanza, aunque no
se debe olvidar el decreto Orovio, que limitaba esta libertad. En este contexto, surge la
Institución Libre de Enseñanza (ILE), inspirada en la filosofía krausista. La ILE se estableció
inicialmente en la universidad, pero luego se extendió a la educación primaria y secundaria
debido al bajo nivel de preparación de los estudiantes.

La ILE fue un proyecto educativo utópico en sus inicios, pero la intelectualidad de la


época comprendió que la educación era el principal problema de España. Aunque al principio
la ILE no recibía una subvención directa del Estado, posteriormente sí lo hizo. Sus miembros
estaban comprometidos con la educación y el cambio social.

Destacados personajes de la ILE, como Giner de los Ríos, defendían una enseñanza
obligatoria, gratuita y laica. Se oponían a la memorización de textos y al adoctrinamiento,
abogaban por la coeducación, la inmersión lingüística, el aprendizaje de otras lenguas
extranjeras y la formación en valores para los alumnos.

A pesar de que la Constitución no restringía la ILE, esta institución no estuvo exenta de


críticas y oposición. La ILE contaba con un centro de estudios históricos dirigido por Ramón
Menéndez Vidal, un museo pedagógico nacional y la Junta de Ampliación de Estudios, que
proporcionaba becas a estudiantes para formarse en el extranjero. Además, se crearon
universidades de verano en lugares como Santander.

Durante la Regencia de María Cristina (1885-1902), ella ejerció como regente de España
durante la minoría de edad de su hijo, Alfonso XIII. María Cristina, siendo la segunda esposa
de Alfonso XII, era archiduquesa de Austria y pertenecía a la alta nobleza europea.
Contrajeron matrimonio en 1879 y tuvo que lidiar con las constantes infidelidades de Alfonso
XII.

Cuando Alfonso XII falleció, dejó dos hijas nacidas en 1880 y 1882. Sin embargo, María
Cristina no logró imponer que sus hijas fueran reinas y se dejó aconsejar por políticos como
Cánovas y Sagasta. Durante esta época, se firmaron los Tratados del Pardo, también
conocidos como el gobierno largo de Sagasta, que permitieron a este último llegar al poder y
consolidar la restauración en España.

Bajo la regencia de María Cristina, se tomaron varias medidas importantes, entre ellas:

- Se legalizó el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y la Unión General de


Trabajadores (UGT) mediante la Ley de Asociación.
- Se aprobó la Ley de Jurados.
- Se estableció un código legal.
- Se estableció un salario mínimo para diferentes empleos.

Sin embargo, estas mejoras laborales no se aplicaban en el ámbito rural, donde las
condiciones de trabajo eran precarias, con jornadas de 16 horas diarias y salarios muy bajos.
Esto contribuyó a la existencia de una España de "dos velocidades", con notables
desigualdades sociales y económicas.

María Cristina también promovió la reanudación de los acuerdos con la Santa Sede,
otorgando privilegios a la Iglesia. Su ferviente catolicismo le valió el apodo de "doña
Virtudes" por parte de Sagasta.

La Exposición de Barcelona de 1888, celebrada antes de la Exposición de París en 1889,


fue un evento internacional en el que participaron 21 países. Estas exposiciones eran una
oportunidad para mostrar los avances tecnológicos e industriales de cada nación, y la primera
se llevó a cabo en Londres en 1851.

En el caso de la Exposición de Barcelona, los catalanes invirtieron 5 millones de pesetas


en su organización y recaudaron 7 millones de pesetas. Fue un negocio sin precedentes y
reflejó las buenas relaciones de Sagasta con el resto de Europa. La paz social que se vivía en
ese momento permitió el desarrollo económico y la exposición fue un punto de inflexión en
la modernización de la ciudad. Contó con el apoyo de arquitectos destacados, como Gaudí,
y ocupó un recinto de 440.000 metros cuadrados. El precio de entrada fue de una peseta.

La Exposición Universal de Barcelona fue un gran éxito, ya que la ciudad experimentó


una europeización significativa. Sin embargo, ha habido críticas hacia el evento. Por un lado,
se señala que se utilizó mano de obra casi esclava, incumpliendo las leyes laborales de la
época que establecían una jornada de trabajo de 10 horas diarias y salarios justos. Además,
el flujo masivo de visitantes provocó escasez de productos y un encarecimiento de los
mismos, lo que generó empobrecimiento en la sociedad.

En 1892 se celebra el IV centenario del descubrimiento de América, un acontecimiento


que se valora en términos de contribución a la cultura americana y al respeto por las diferentes
comunidades indígenas. Este evento coincide con la eclosión de los movimientos
nacionalistas en Cataluña, País Vasco, Valencia y Galicia, que observaron cómo en el
continente americano se respetaba la lengua y las costumbres de los indígenas.
En el País Vasco, Sabino Arana publicó un libro en el que afirmaba que la región tenía su
propia cultura y lengua, planteando la pregunta de por qué no podía tener un gobierno propio.
En Cataluña, en el mismo año, se aprobaron las bases de Manresa por iniciativa de la Liga
de Cataluña, que reclamaba el autogobierno. En estas bases, se exigía que el catalán fuera la
única lengua oficial en Cataluña, que el poder legislativo residiera en las cortes catalanas y
que el mantenimiento del orden público estuviera a cargo de un grupo paramilitar catalán
llamado somatén, que más tarde influiría en la creación de los Mossos d'Esquadra bajo el
régimen de Primo de Rivera.

En el texto se aborda el tema de Cuba y su relación con España, así como el surgimiento
de movimientos nacionalistas en Cataluña y el País Vasco. Tras la conferencia de Berlín, las
potencias europeas encuentran dificultades para mantener sus enclaves ultramarinos, y
España se enfrenta a problemas con sus colonias. La guerra entre 1895 y 1897 revela los
errores cometidos por los ejecutivos españoles en el incumplimiento de los acuerdos de paz
de Zanjón en 1878.

La declaración de guerra de Estados Unidos después del hundimiento del Maine tiene
como consecuencia la destrucción de la flota española y la pérdida de la mayoría de las
colonias. La guerra moviliza a más de 200,000 soldados y tiene un costo superior a los 2
millones de pesetas. El Tratado de París de 1908 resulta ser un desastre para España, ya que
pierde todas sus colonias excepto la monarquía. Esto conduce a la generación
regeneracionista, que se caracteriza por buscar cambios en España y luchar contra la
oligarquía y el caciquismo.

Durante este período, se utiliza el término "problema" en lugar de "cuestión" para


referirse a los desafíos económicos, políticos, militares y religiosos que enfrenta España. Los
intelectuales critican la restauración y buscan soluciones para el país. A pesar de que España
cuenta con una constitución abierta y una amplia gama de derechos y libertades, se reconoce
que existe cierta hipocresía en su aplicación.

En cuanto a la estructura económica, se basa en la agricultura y el artesanado, con focos


industriales en Cataluña y el País Vasco. Se observa un crecimiento en el asociacionismo
anarquista y el sindicalismo, con la creación de la UGT y el surgimiento de periódicos para
difundir el anarquismo. El problema regional y de identidad también se hace evidente,
especialmente en Cataluña y el País Vasco, donde el nacionalismo comienza a surgir como
una forma de reforzar la identidad y ajustarse a la modernización.
El nacionalismo catalán se basa en el proteccionismo económico, el federalismo, el
tradicionalismo religioso y el movimiento cultural respaldado por la lengua catalana. El punto
de inflexión se da con los acuerdos de Manresa en 1892, que abogan por la autonomía de
Cataluña dentro de España y ponen en valor la lengua y la tradición catalanas. Surge la Lliga
Regionalista como un partido político que aborda los problemas de la región.

Por otro lado, el nacionalismo vasco tiene un origen más minoritario y polémico,
diferenciándose del nacionalismo catalán. Sabino Arana defiende los fueros vascos y critica
la participación vasca en la guerra carlista. Existe una contradicción entre el sentimiento
económico y el nacionalismo vasco, así como la necesidad de extender el uso del euskera en
una sociedad tradicionalmente castellana y con influencia de la inmigración.

El texto trata sobre el reinado de Alfonso XIII en España. Se menciona que la regencia
estuvo marcada por la guerra con Estados Unidos, lo cual afectó el proceso de restauración y
progreso en el país. A diferencia de sus padres, Alfonso XIII mostró preferencias políticas y
se involucró activamente en la política. Según algunos expertos, esta intervención se debía a
la idea de regeneracionismo, buscando tomar decisiones que reflejaran los deseos del pueblo.

Durante su gobierno, Alfonso XIII tomó diversas decisiones que creía eran lo mejor para
España, como enviar a Antonio Maura a la oposición, formar un gobierno de coalición
durante la Primera Guerra Mundial y aceptar la dictadura de Primo de Rivera. Incluso durante
la Segunda República, aceptó la derrota de los partidos monárquicos.

El rey es descrito como una persona cercana al pueblo, comprometida con la cosa pública
y de carácter serio. Se destaca su intento de buscar lo mejor para su país durante los 29 años
de su reinado. También se menciona que fue un monarca de consenso y que colaboró
estrechamente con los políticos.

Sin embargo, se señala que Alfonso XIII no cumplió fielmente con la promesa de ser una
figura simbólica en los partidos políticos, ya que no se comportó como una monarquía
parlamentaria a pesar de haber jurado la Constitución de 1876 al ser declarado mayor de
edad.

El texto también aborda la cuestión militar, indicando que se intentó separar lo militar de
lo político, pero el rey intervino en asuntos militares apoyando a los militares y yendo en
contra del gobierno. Además, se le exigieron leyes que favorecieran al ejército.
En cuanto a otras cuestiones, se destaca el regionalismo y nacionalismo que se
consolidaron durante este período. También se menciona la necesidad de industrializar
España y llevar a cabo cambios económicos y modernización.

Durante el reinado de Alfonso XIII, se vivió una crisis en los partidos políticos en España,
lo cual exigía una modernización del sistema político sin necesariamente democratizar el
país. Se propuso el sufragio universal masculino por parte de Práxedes Mateo Sagasta en
1890. Al asumir el gobierno, Alfonso XIII realizó cambios en los partidos políticos,
mostrando preferencias por unos políticos sobre otros. Aunque prometió una monarquía
parlamentaria al jurar la Constitución de 1876, no cumplió con esta promesa y se involucró
activamente en la política.

Durante su reinado, se sucedieron numerosos gobiernos y crisis políticas. El sistema


caciquil, caracterizado por el control de las elecciones por parte de los caciques locales,
seguía presente en las ciudades y dificultaba la democracia. Las elecciones de 1903 fueron
desfavorables para los partidos de turno, y los republicanos comenzaron a tener presencia en
el Parlamento en Madrid, Barcelona y Valencia.

El descontento y la percepción de fraude electoral llevaron a una crisis de los partidos de


turno. El rey respaldó al ejército en lugar de al gobierno en una situación de asalto a
periódicos por parte de militares, lo que generó una gran presión pública y una intervención
de la corona en el gobierno. Esto debilitó el poder civil en favor del militar y puso en duda la
labor del poder ejecutivo.

La cuestión catalana también cobró importancia durante este período, con el surgimiento
de partidos independentistas en Cataluña y la coalición "Solidaritat Catalana". Hubo
tensiones entre el gobierno central y Cataluña, y las elecciones de 1907 reflejaron este
conflicto.

Además de los problemas políticos, el reinado de Alfonso XIII estuvo marcado por la
cuestión militar y la guerra de Marruecos. Se produjeron conflictos en el norte de África, y
el gobierno utilizó reservistas para sofocar la guerra, lo que generó una revuelta en Barcelona
conocida como la "Semana Trágica" en 1909.

Durante la crisis de la Primera Guerra Mundial y el año 1917, España se encontraba en


un proceso de búsqueda de un nuevo sistema político. El presidente Canalejas había llegado
a un acuerdo con Francia, pero fue asesinado antes de poder firmar el tratado. El partido
liberal no pudo encontrar un nuevo líder y persistían las intenciones de cambiar el sistema
político en España.

En 1914, estalló la Primera Guerra Mundial con un carácter universal que trascendía las
fronteras. El gobierno de Eduardo Dato declaró una estricta neutralidad para España,
respaldada por varios líderes políticos. Aunque hubo posturas a favor y en contra de la guerra,
España se dividió entre la derecha, que apoyaba a los imperios centrales, y los grupos de
izquierda, que respaldaban a los aliados. La neutralidad de España permitía negociar con
ambos bandos y contribuyó al impulso económico del país, pero se desaprovechó la
oportunidad de modernizar la estructura productiva y mejorar el sistema de producción.

Según Suarez Cortina, esta situación crispó y arruinó el sistema parlamentario de la


restauración. Los líderes políticos no siempre contaban con el respaldo de su electorado y
hubo protestas en contra de decisiones como la neutralidad. En 1917, en medio de la Primera
Guerra Mundial y la Revolución Rusa, el ejército español exigió una nueva ley y se formaron
las llamadas juntas de defensa. Estas juntas demandaban aumentos salariales y prerrogativas
similares a las obtenidas en la guerra de Marruecos. A pesar de la orden de disolución, las
juntas se negaron a disolverse y el rey intervino a favor del ejército, obligando a dimitir al
gobierno y convocando nuevas elecciones que llevaron a Eduardo Dato al poder, aunque el
parlamento resultante estaba muy fragmentado.

En octubre de 1917, la Revolución Rusa tuvo un fuerte impacto en España, coincidiendo


con la creación de la Tercera Internacional (Comintern) en 1919. Durante este período, dos
representantes españoles fueron a Rusia y buscaron transportar la ideología de la Comintern
a España. Como resultado, la Juventud Socialista se separó del PSOE y se creó el PCE.
Además, se desarrollaba la guerra de Marruecos y en 1921, Antonio Maura intentó salvar la
monarquía buscando responsabilidades por el desastre de Annual, pero fue reemplazado por
Sánchez Guerra. Las crisis políticas continuaron y en septiembre de 1923, se instauró la
dictadura de Primo de Rivera.

Tras la guerra Hispano-estadounidense en 1898, se observó una creciente interferencia


del Ejército en la vida política española. En este contexto, surgieron diversos acontecimientos
que marcaron los antecedentes de la situación política y social en España.

En primer lugar, se encuentra la crisis del Cu-Cut en 1905, cuando un grupo de militares
atacó el periódico La Veu de Catalunya. Esto generó conmoción y protestas exigiendo
libertad de prensa, pero el gobierno se mantuvo firme y declaró el estado de guerra en
Barcelona. En lugar de respaldar al gobierno, el rey apoyó al ejército y destituyó al presidente
del gobierno. En colaboración con Moret, se creó la ley de jurisdicciones en 1906, que
castigaba a quienes atentaran contra los símbolos de la patria. Esta intervención de la corona
en apoyo al ejército provocó la injerencia del rey en el gobierno, según Santos Julián.

Otro episodio importante fue la crisis de las juntas de defensa. Estas organizaciones
militares corporativas estaban destinadas en la península y recibían salarios más bajos en
comparación con aquellos destinados en Marruecos, como Mola y Franco, quienes recibían
mejores remuneraciones y tenían mayores oportunidades de ascenso. Los soldados exigían
aumentos salariales y que los ascensos se basaran en antigüedad en lugar de méritos de
guerra. García Prieto ordenó la disolución de estas juntas de defensa, lo que generó una
enérgica protesta del ejército, solicitando la intervención del rey. Como respuesta, el rey
destituyó a Prieto y volvió a nombrar a Eduardo Dato como presidente del gobierno. Dato
suspendió las garantías constitucionales, cerró las cortes y comenzó a legislar.

En medio de estos sucesos, tuvo lugar el desastre de Annual. El rey disolvió el gobierno
y convocó a Maura al poder, bajo la influencia de los catalanistas de Cambó en 1921. Tras
este desastre, era necesario depurar responsabilidades, pero los militares se negaron. El rey
intervino y motivó la formación de una comisión investigadora que llevó a cabo el expediente
Picasso.

En este contexto, se intentó una reforma regeneracionista de la política de partido por


parte de Silvela-Maura, pero los partidos tradicionales rompieron el tradicional turnismo y
surgieron numerosos partidos republicanos y asociaciones obreras como la UGT y la CNT.

La Primera Guerra Mundial agravó la situación económica en España. Aunque el país se


mantuvo neutral, hubo un aporte económico debido al comercio con los países en guerra. Sin
embargo, se produjo escasez de productos y un aumento de precios (inflación). Además, dado
que Europa estaba sumida en la guerra, no se atrajeron inversiones para el desarrollo de
infraestructuras. En 1917, se produjo una revolución que se convirtió en un referente para el
movimiento obrero. En la provincia de Córdoba, se vivió el llamado "trienio bolchevique",
lo que provocó una crisis social en España.

Finalmente, una vez finalizada la Primera Guerra Mundial en 1923, se sucedieron varios
cambios en el gobierno, como el breve mandato de Maura y José Sánchez Guerra, y la llegada
de García Prieto en diciembre de 1922, quien buscaba depurar responsabilidades por el
desastre de Annual y democratizar España.
El texto aborda el golpe de Estado de Primo de Rivera y su dictadura, destacando
diferentes perspectivas sobre este acontecimiento.

El 13 de septiembre de 1923, el general Miguel Primo de Rivera, capitán general de


Cataluña, dio un golpe de Estado exigiendo al Rey la dimisión del gobierno y la concesión
de plenos poderes. Raimon Carr considera que la dictadura llegó en un momento inoportuno,
ya que García Prieto, líder del partido en ese momento, tenía claras intenciones democráticas
y la capacidad para modernizar la política española. Por otro lado, Carlos Seco sostiene que
el aperturismo de Prieto tenía pocas posibilidades de atraer a las fuerzas emergentes del país.

J.L Comellas argumenta que el golpe de Estado contó con la aprobación del rey,
afirmando que este conocía los planes con antelación pero no hizo nada al respecto. Ben
Hamid menciona que el golpe de Estado fue bien visto y financiado por la burguesía catalana,
aunque no hay evidencia concluyente al respecto. Es cierto que Primo de Rivera hizo gestos
hacia los nacionalistas.

J.A. Lacomba sostiene que la dictadura se inició como respuesta a la crisis económica y
social que atravesaba España en ese momento, una crisis sin precedentes en el siglo XX.
Además, destaca la incapacidad del gobierno para resolver los problemas de la sociedad
española, señalando la falta de cohesión entre la realidad del país y la clase política. También
menciona el descontento del ejército, que veía con preocupación los planteamientos
regionalistas y demandaba un régimen autoritario, centralidad y orden social, así como la
imposición del rey sobre los regionalismos periféricos.

El texto se refiere a la dictadura de Primo de Rivera y la relación con el rey Alfonso XIII,
así como al programa político primorriverista.

Tras el golpe de Estado, el rey asume el poder y emite una orden de disolución del
ejecutivo, aunque se niega a destituir al militar. Según Genoveva G. Queipo, Primo de Rivera
admiraba al Duce y se acercó al fascismo de manera tímida debido a las dificultades y la
consolidación del régimen dictatorial.

Se destaca que Alfonso XIII no fue un monarca constitucional, ya que se involucraba en


la política y no se estableció una monarquía parlamentaria. Después del golpe, los presidentes
del Congreso y el Senado le piden al rey convocar elecciones, ya que la constitución lo obliga
a hacerlo. Sin embargo, el rey destituye a los presidentes y, mediante un decreto firmado por
Primo de Rivera y refrendado por el rey, se enfatiza la necesidad de orden, trabajo y economía
en lugar de las disputas políticas.

El texto se centra en la etapa de la dictadura de Primo de Rivera, específicamente en el


período conocido como el Directorio Militar, que abarcó desde el 14 de septiembre de 1923
hasta el 16 de marzo de 1925.

Durante este tiempo, Primo de Rivera formó un directorio en lugar de un gobierno,


conformado por él mismo y nueve generales, representantes de las distintas capitanías
generales y la armada. Se estableció la ley marcial y se suspendieron todas las garantías
constitucionales, enviando a los políticos a sus hogares. Primo de Rivera prometió a la
burguesía catalana que no habría problemas y emitió un decreto que prohibía el uso de
cualquier lengua que no fuera el castellano y de cualquier bandera que no fuera la oficial de
España.

La intención de Primo de Rivera con el golpe de Estado no era derrocar el régimen, sino
revitalizarlo. Sin embargo, cometió el error de creer que bastaba con cambiar a las personas
y no el sistema en sí. Algunos políticos e intelectuales, como Ortega y Gasset, Alcalá Zamora
y el Conde de Romanones, apoyaron la dictadura.

Durante el Directorio Militar, se abordaron una amplia gama de temas, tratando alrededor
de 20,000 asuntos en tres meses. Primo de Rivera mostraba un innato populismo y cada vez
que lograba algo convocaba a la prensa y publicaba todas las medidas acordadas. Se decía
que solo había que ser honesto. El dictador estableció un programa político que se
implementó.

Los principales puntos de este programa incluían mantener el orden interior, destituyendo
a autoridades locales y provinciales y reemplazándolas por militares, y suspender garantías
constitucionales, como el derecho de reunión, de asociación y de prensa. También se
estableció una nueva fuerza policial llamada somatén para mantener el orden público. Se
prestó atención al problema social, respetando a los sindicatos, pero declarando ilegal a la
CNT y exiliándolos, mientras que la UGT participó en la dictadura. Se intentó resolver el
problema regionalista, promoviendo un nacionalismo español y poniendo en práctica
tribunales militares. Se buscó una administración honesta, erradicando el caciquismo y
poniendo a miembros del ejército en los ayuntamientos. Primo de Rivera también se preocupó
por el problema de África, especialmente Marruecos, y logró poner fin a la pesadilla marroquí
con el desembarco de Alhucemas en septiembre de 1925.
Durante el periodo del Directorio Civil (1925-1930) de la dictadura de Primo de Rivera,
se llevaron a cabo diversos cambios y medidas en la política tanto interior como exterior de
España. Primo de Rivera, tras el éxito en la campaña de África, decidió dar paso a la fase
civil y devolver el ejército a los cuarteles. Se formó un nuevo gobierno con personalidades
cualificadas, como José Calvo Sotelo encargado de la hacienda y administración económica.
También se estableció una asamblea nacional que no tendría poderes ejecutivo ni legislativo,
sino que sería simplemente una imagen para Europa.

En cuanto a la política exterior, se impulsó una política más agresiva en el norte de África.
Primo de Rivera exigió el proteccionismo de Tánger y obtuvo el beneplácito de Mussolini.
Sin embargo, al plantearse intercambiar Tánger por Gibraltar, lo que desagradó a Francia y
Gran Bretaña, se dio marcha atrás y se centraron en expediciones y proyectos con Portugal.
Además, se patrocinó el vuelo del Plus Ultra, realizado por el hermano de Franco, desde
Palos de la Frontera hasta Buenos Aires.

En cuanto a la política interior, se llevó a cabo una política económica con José Calvo
Sotelo y el conde de Guadahorce. Se centraron en crear infraestructuras, como la expansión
de la red ferroviaria, carreteras, puentes y la construcción de pantanos. También se impulsó
la industria, creando nuevas fábricas para producir los productos que España necesitaba y
estableciendo el proteccionismo industrial y grandes monopolios en el sector servicios. Se
crearon instituciones como la Compañía Telefónica Nacional y la CAMPSA, que adquirió
pozos petrolíferos en Venezuela y construyó refinerías y buques petroleros. Se dio
importancia al turismo, creando el Patronato Nacional de Turismo y la Red Nacional de
Paradores. También se llevó a cabo una campaña de repoblación y se estableció un sistema
de regadío.

Además, se creó la Organización Corporativa Nacional, un sistema paternalista que


incluía inspectores de trabajo y un sistema de salarios para mantener la paz social. Se
fomentaba el espectáculo de masas, construyendo estadios de fútbol, plazas de toros y teatros.
Se introdujeron los gramófonos y se estableció una red de radiodifusión, con la aparición de
la cadena SER.

El periodo de la caída de la dictadura de Primo de Rivera (1930-1931) marcó el inicio de


su decadencia. Primo de Rivera, quien padecía diabetes, dimitió en 1929 y falleció poco
después debido a una subida de azúcar. A pesar de tener grandes ideas, gobernaba mediante
decretos y no logró establecer instituciones ni crear una constitución. No se realizaron
elecciones en España durante su régimen, sino plebiscitos. Para muchos, incluyendo a Queipo
de Llanos, la incapacidad de Primo de Rivera para establecer un nuevo sistema político fue
lo que derrocó a la dictadura.

La falta de apoyo de socialistas, anarquistas e intelectuales también contribuyó a la caída


del régimen. Por criticar al régimen, Unamuno fue desterrado y varios intelectuales dejaron
de respaldar a Primo de Rivera y al rey. Durante este periodo, hubo dos intentos de golpes de
estado, la Sanjuanada en junio de 1926 y otro en enero de 1929 en Valencia.

La dictadura cayó en 1930 y la monarquía en abril de 1931. Según el conde de


Romanones, la dictadura provocó la llegada de la república, especialmente debido a las malas
gestiones que siguieron al gobierno de Primo de Rivera. El apoyo social y político disminuyó
considerablemente, y cada vez más voces se oponían a la dictadura. En 1930, Dámaso
Berenguer sucedió al rey como líder, pero tenía una visión muy diferente.

Berenguer pensaba que se debía regresar a la situación anterior a Primo de Rivera. Según
José Luis Comellas, Berenguer asumió el poder cuando Primo de Rivera vio que era
imposible hacer funcionar tanto las políticas antiguas como las nuevas. En ese momento, el
rey debió convocar elecciones debido a la fuerte oposición. Existían partidos de derechas que
exigían esas elecciones y sostenían que si un partido republicano ganaba, el rey debía
marcharse.

Berenguer se encontró sin apoyos y su gobierno fue llamado "dictablanda". La política


interna en España se recrudeció y surgieron sublevaciones, como el levantamiento de Jaca,
donde oficiales con inclinaciones marxistas proclamaron "abajo la dictadura, abajo la
monarquía y viva la república" y fueron fusilados.

Posteriormente, Queipo de Llanos lideró un intento de golpe de estado en el aeródromo


de Cuatro Vientos. Aunque fueron apresados, no fueron fusilados. En febrero de 1931,
Berenguer anunció elecciones municipales en lugar de elecciones generales, ya que
consideraba que el control de las grandes ciudades significaba el control del país.

Berenguer se dio cuenta del error cometido, ya que se respiraba un ambiente republicano
con presencia de la derecha republicana, los mauristas y los socialistas. En consecuencia, el
rey nombró a Aznar, quien formó un gobierno provisional y convocó elecciones para el 12
de abril.
La caída de la dictadura en España ocurrió a partir de 1930, cuando Berenguer asumió el
poder como dictador. Alfonso XIII obligó a Berenguer a convocar elecciones, y en ese
momento se formó la agrupación al servicio de la república, liderada por intelectuales como
Queipo de Llanos, quien argumentaba que un militar debía salvar la dignidad del país.

Berenguer carecía de apoyo y enfrentó intentos de golpes de estado. En 1931 convocó


elecciones municipales y presentó su dimisión. Alfonso XIII nombró a Aznar como líder de
un gobierno provisional de coalición hasta las elecciones del 12 de abril de 1931.

En la década de los años 30, España experimentó cambios significativos. La población


había crecido considerablemente, pasando de 18,6 millones de habitantes a 23,3 millones en
1931. Más del 50% de la población activa trabajaba en los sectores de servicios e industria.
Había muchas ciudades medianas, con un 42% de la población viviendo en estas zonas.
Andalucía se caracterizaba por su actividad agrícola, Asturias por la minería y Cataluña por
la industria.

Unamuno sostenía que España había cambiado, que ahora existía una clase media que
residía en ciudades pequeñas. Para algunos, la llegada de la república coincidió con la
agitación causada por el crack de 1929, un mal momento para la incertidumbre, ya que hubo
una fuga de capital debido a la inestabilidad. La balanza comercial cayó y aumentó el déficit
público, lo que generó una depresión económica en España y en Iberoamérica. Además, se
produjo un cambio en la tendencia migratoria, con una ruralización sin precedentes entre
1931 y 1941, ya que muchas personas no encontraban trabajo en las ciudades
industrializadas.

Durante este periodo, se observó un aumento en la tasa de desempleo en España, así como
una radicalización en la lucha de clases. Esta movilización alcanzó su punto máximo en 1934
con el golpe de estado de Asturias. Entre las primeras medidas tomadas, se destacó la
eliminación de la enseñanza por parte de la Iglesia Católica, lo que resultó en un aumento del
analfabetismo debido a la falta de suficientes maestros laicos.

Se promulgaron decretos que obligaban a los propietarios de tierras a proporcionar trabajo


a media jornada, con el objetivo de paliar el hambre y combatir la tasa de desempleo. También
se impuso el trabajo forzoso y se reguló la cría de caballos, ya que muchos propietarios
dedicaban gran parte de sus tierras a esta actividad. En un intento por estimular la economía,
se buscaba aumentar los salarios.
El número de huelgas fue en aumento durante este periodo. En 1929 hubo 96 huelgas, en
1930 aumentaron a 402, en 1931 se registraron 734 y en 1934 alcanzaron las 1000 huelgas.
El desempleo también fue en aumento desde el inicio de la Segunda República hasta su
finalización, con una tasa de desempleo del 16%. Según Comellas, el principal problema de
los ministros de la época era la falta de un ideal, a diferencia de Primo de Rivera, quien tenía
un plan claro. En tiempos de crisis, argumentaba Comellas, era necesario gastar en lugar de
implementar decretos de ahorro y contención.

En diciembre de 1931, España se convirtió en una república parlamentaria y


constitucional. Durante los dos años siguientes, se produjeron numerosos cambios y
conflictos sociales y políticos. Según Casanova, la república encontró dificultades para
consolidarse y tuvo que enfrentar diversos desafíos, incluyendo periodos de intimidación,
terror y crímenes organizados. El estudio de este período de la historia de la república es
fundamental para evitar la ignorancia sobre este tema.

La proclamación de la Segunda República ocurrió el 14 de abril de 1931, dos días después


de las elecciones convocadas para el 12 de abril. En ese contexto, surge la pregunta sobre las
razones que llevaron a este cambio de régimen.

Uno de los motivos fue el vacío de poder dejado por Primo de Rivera al abandonar el
gobierno, sin que se lograra llenar ese vacío. Alfonso XIII no encontró a su "Mussolini" y fue
incapaz de establecer un nuevo sistema de gobierno. Además, los monárquicos se
desorientaron y desalentaron ante esta situación, sumado a la falta de resolución mostrada
por el rey Alfonso XIII.

Aunque la República contó con el apoyo de la mayoría de los españoles, se empezó a


cuestionar su legitimidad de origen. Salvador Madariaga argumenta que no triunfaron los
republicanos, sino los antimonárquicos. Según Unamuno, en su tiempo los españoles se
dividían entre antimonárquicos y antirrepublicanos. José Luis Comellas sostiene que más que
auténticos republicanos, había monárquicos resentidos, regeneracionistas incompatibles con
las formas políticas de la restauración, socialistas, anarquistas y nacionalistas.

La República se percibía como un medio más que como un fin en sí mismo. Fue algo
completamente nuevo y comenzó con tres desafíos principales. En primer lugar, había
desafíos económicos y sociales que enfrentar. En segundo lugar, existía un desafío político,
ya que no había verdaderos republicanos, sino políticos que deseaban acabar con el
caciquismo en España. El problema radicaba en la falta de ciudadanos democráticos. Por
último, había un desafío funcional, ya que la República llegó bajo un marco democrático,
pero carecía de un poder sólido para iniciar las reformas necesarias que España requería.

Después de la proclamación de la República, se llevaron a cabo una serie de acciones


para establecer el nuevo gobierno. Se formó un gobierno provisional que debía ser reconocido
a nivel europeo, se convocaron elecciones y se designó un grupo encargado de redactar la
Constitución de 1931.

Manuel Azaña se convirtió en el presidente del consejo de ministros y fue la figura más
emblemática de la Segunda República. Propuso una república laica, progresista y europea.
Aunque su programa de reforma no era muy agresivo, su lenguaje directo y agresivo llevó a
que muchos políticos lo consideraran un revolucionario jacobino. Azaña expresó su intención
de "triturar" al ejército, aunque en realidad se refería a la eliminación de los altos cargos
militares, lo cual generó controversia y afectó su imagen.

En ese momento, Alejandro Lerroux, líder del partido "radical", era considerado un león
domesticado, ya que su partido no era tan radical como su nombre sugería y se ubicaba en
una posición más centrista. Otro político radical, Martínez Barrios, era equilibrado y tenía
ideas más europeizadas que Lerroux.

El socialista Indalecio Prieto buscaba una reforma social, y Largo Caballero era el
representante de los socialistas. El gobierno era una coalición que debía contentar a diversos
sectores y establecer un programa de gobierno. Sin embargo, esta coalición y su "luna de
miel" no duraron mucho tiempo.

El 11 de mayo, en Madrid, un grupo de exaltados asaltó e incendió un local de los


monárquicos, lo que desencadenó una ola de violencia en la que iglesias fueron quemadas y
conventos asaltados. Estos actos se extendieron por el levante y el sur de España. Los
monárquicos exigieron una respuesta inmediata por parte del gobierno, pero solo se
condenaron verbalmente los hechos. Esto generó la percepción de que el gobierno era
sectario, especialmente cuando Maura no condenó los actos y envió al exilio a los
eclesiásticos. Quedó claro que se trataba de un gobierno jacobino.

Se aprobaron dos decretos importantes. El primero, el 8 de mayo de 1931, permitió a las


mujeres presentarse como candidatas a diputadas, aunque no podían votar. El segundo
decreto, el 3 de junio, convocó elecciones con sufragio universal a mayores de 21 años y en
dos vueltas.
Manuel Azaña logró aprobar la Ley de Defensa de la República el 31 de octubre de 1931,
que permitía reprimir cualquier oposición mediante el uso de la fuerza y al mismo tiempo
reducir el número de oficiales en el ejército.

Las elecciones generales se llevaron a cabo el 28 de junio de 1931 con el objetivo de


redactar una nueva constitución. La coalición republicano-socialista, conformada por el
PSOE, los radicales de Lerroux, los radicalsocialistas, la derecha liberal republicana de
Alcalá Zamora y la Acción Republicana de Azaña, participaron en las elecciones. El resultado
fue la elección de 470 diputados a las Cortes, con el PSOE obteniendo 115 diputados, el
Partido Republicano Radical de Lerroux con 90, el PRRS de Marcelino Domingo con 61,
Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) de Francesc Macià con 29, Acción Republicana
de Manuel Azaña con 26 y Derecha Liberal Republicana (DLR) de Niceto Alcalá Zamora
con 25 diputados.

El decreto que permitió a las mujeres ser elegidas en las elecciones generales tuvo un
gran impacto. En la España del siglo XX, dominada por un fuerte patriarcado, la sumisión de
la esposa al marido era considerada natural. Las mujeres tradicionalmente se dedicaban al
trabajo doméstico y al cuidado de los hijos. Hasta 1931, se aplicaba el código civil de 1876,
que establecía la obligación de obediencia de la mujer hacia su esposo.

Sin embargo, algunas mujeres comenzaron a protestar contra esta situación. Carmen de
Burgos publicó "La mujer moderna y sus derechos". Gracias al decreto de mayo de 1931, tres
mujeres lograron acceder al parlamento: Victoria Kent, Margarita Nelken de Badajoz y Clara
Campoamor de Madrid. Debido a un problema al tomar el acta de diputada, Margarita no
estuvo presente en el debate sobre el voto femenino entre Clara Campoamor y Victoria Kent.
Clara Campoamor estaba a favor del sufragio femenino, mientras que Victoria Kent estaba
en contra, argumentando que el voto de las mujeres sería influenciado por sus esposos y que,
por lo tanto, las fuerzas de derecha se beneficiarían.

Cuando Clara Campoamor se enfrentó a las cámaras, estaba sola, ya que pocos creían en
el derecho al sufragio femenino. El 1 de octubre se proclamó y consolidó el voto de las
mujeres. El sufragio femenino aprobado en octubre de 1931 fue un paso más hacia la
emancipación femenina. En 1925, Clara había afirmado que este sería el siglo de la
emancipación de las mujeres. Además de la lucha por el sufragio, se estaban trabajando otras
leyes, como el divorcio, el matrimonio civil y el primer borrador de la legislación sobre el
aborto.
Clara Campoamor fue la única mujer que participó en la redacción de una constitución
española. En el artículo 36 se reconoció el derecho al voto, aunque surgieron distintos
problemas. Roberto Novoa, diputado gallego de la Federación Republicana Gallega,
argumentó principios biológicos para negar el sufragio universal a las mujeres.

Además del derecho al voto, Clara Campoamor defendía la no discriminación por razón
de sexo en ningún caso, la igualdad jurídica entre mujeres y hombres ante la ley, la igualdad
de derechos de los hijos dentro y fuera del matrimonio, y el divorcio, que fue uno de sus
principales puntos de apoyo.

El 29 de julio de 1931 se constituyó la comisión encargada de redactar el proyecto


constitucional. La presidencia estuvo a cargo del socialista Luis J. Asúa, mientras que Clara
Campoamor fue considerada la "Madre de la Constitución". La Constitución constaba de 125
artículos, 10 títulos y 1 disposición transitoria.

Según Julio Besteiro, la Constitución era de izquierda pero no socialista. Los principios
políticos que inspiraron la Constitución fueron la democracia, el regionalismo, el laicismo y
la economía social. A continuación se destacan algunos de los artículos principales de la
Constitución de 1931:

Artículo 1: España es una República democrática de trabajadores de toda clase, que se


organiza en régimen de libertad y justicia.

Artículo 4: El castellano es el idioma oficial de la República.

Artículo 8: El Estado español, dentro de los límites de su territorio actual, estará integrado
por municipios mancomunados en provincias y por las regiones que se constituyan en
régimen de autonomía.

Artículo 26: Todas las confesiones religiosas serán consideradas como asociaciones
sometidas a una ley especial.

Artículo 27: La libertad de conciencia y el derecho de profesar y practicar libremente


cualquier religión quedan garantizados en el territorio español, con el debido respeto a las
exigencias de la moral pública.

Artículo 34: Toda persona tiene derecho a emitir libremente sus ideas y opiniones,
utilizando cualquier medio de difusión, sin previa censura. La edición de libros y periódicos
solo puede ser prohibida por orden de un juez competente, y la suspensión de un periódico
solo puede ser decretada mediante sentencia firme.

Artículo 36: Los ciudadanos, tanto hombres como mujeres, mayores de veintitrés años,
tendrán los mismos derechos electorales de acuerdo con lo que determinen las leyes.

Artículo 48: El servicio de la cultura es una atribución esencial del Estado, que se prestará
a través de instituciones educativas vinculadas mediante el sistema de la escuela unificada.
La enseñanza primaria será gratuita y obligatoria. Los maestros, profesores y catedráticos de
la enseñanza oficial serán funcionarios públicos, y se reconocerá y garantizará la libertad de
cátedra. La enseñanza será laica, centrada en el trabajo como eje de su metodología, e
inspirada en ideales de solidaridad humana. Se reconoce a las Iglesias el derecho, sujeto a la
inspección del Estado, de enseñar sus doctrinas en sus propios establecimientos.

Artículo 50: Las regiones autónomas podrán organizar la enseñanza en sus respectivas
lenguas. Sin embargo, el estudio de la lengua castellana será obligatorio, y esta se utilizará
también como medio de enseñanza en todos los centros de educación primaria y secundaria
de las regiones autónomas.

Estos son algunos de los principales aspectos de la Constitución de 1931, que reflejaba
los ideales republicanos y progresistas de la época, estableciendo una serie de derechos y
principios que buscaban garantizar la igualdad, la libertad y la autonomía regional en España.

Durante la Segunda República en España se pueden identificar diferentes periodos, cada


uno caracterizado por una inclinación política predominante. El primero es conocido como
el "Bienio de Izquierdas", que abarcó desde 1931 hasta 1933. Durante los cinco años de la
República, hubo 18 crisis ministeriales, lo que generó una gran inestabilidad política con
cambios de gobierno cada tres meses y medio.

En este periodo, es importante destacar el programa presentado por Manuel Azaña, que
fue aprobado junto con la Constitución el 27 de noviembre de 1931. Esta constitución, al
igual que la de 1812, establecía una única cámara con un gran número de diputados para
evitar que los monárquicos y conservadores tuvieran una fuerte presencia en el Senado y
obstaculizaran las propuestas del ejecutivo.

En el primer bienio de izquierdas, Alcalá Zamora fue elegido presidente de la República


y Manuel Azaña asumió como jefe de gobierno. Azaña se unió a representantes de diferentes
partidos de izquierda en la Alianza Republicana, lo cual supuso un quiebre con el Pacto de
San Sebastián.

Durante este periodo, Azaña continuó con los ministros del gobierno provisional y se
centró en desmantelar instituciones que consideraba obstáculos para la modernización de
España, como la Iglesia, el ejército, la monarquía y la nobleza. Se implementaron diversas
reformas:

Modernización del ejército: Se incentivó económicamente a los militares de mayor edad


para que se retiraran con indemnización, lo que permitió renovar cerca de un tercio de los
altos mandos y modernizar el ejército.

Política religiosa: Se clausuraron centros religiosos, se prohibió la enseñanza del


catecismo en las escuelas, se expulsó a los jesuitas y se les expropiaron sus bienes sin
indemnización.

Política antinobiliaria: Se dejaron de otorgar títulos nobiliarios y se expropiaron bienes a


muchos nobles sin indemnización.

Reforma educativa: Se crearon 10.000 escuelas, se dignificó el papel del maestro en la


sociedad y se implementaron reformas en los planes de estudio y en las prácticas docentes.

Reforma agraria: Aunque no se invirtió lo suficiente, se intentó llevar a cabo una reforma
agraria que había sido iniciada por Primo de Rivera.

En este contexto, se produjo el intento de golpe de Estado liderado por el general José
Sanjurjo, quien buscaba la unidad de España, la defensa del catolicismo y el ascenso de todos
los generales. Azaña aprovechó este levantamiento para reprimir a la derecha, cerrando
periódicos y deportando a presos políticos. Esto generó una restricción de la libertad de
prensa, asociación y circulación de ideas.

En respuesta, la derecha decidió unirse y coaligarse en las elecciones de 1933 bajo el


liderazgo de José María Gil-Robles y la Confederación de Derechas Autónomas (CEDA),
defendiendo la religión católica, el amor a la patria, la unidad de España y el respeto a las
leyes. También surgieron otros grupos de derecha, como Renovación Española y Acción
Española, y José Antonio Primo de Rivera fundó la Falange Española.

Durante este periodo se produjeron importantes levantamientos, como el de Castilblanco


en Badajoz en diciembre de 1932 y los sucesos de Casas Viejas en enero de 1933, que
resultaron en una masacre. Estos acontecimientos generaron una crisis en la Segunda
República y provocaron fuertes debates parlamentarios sobre la gestión del gobierno de
Azaña.

Durante el "Bienio de Derechas" de la Segunda República en España, se produjo una


crisis política que llevó a la convocatoria de nuevas elecciones y a cambios en la legislación
electoral. Aunque se planteó que la derecha había ganado debido al voto femenino, esto era
falso, ya que en las elecciones de 1936, en las que votaron las mujeres, el Frente Popular
resultó vencedor. La base del problema radicaba en que los partidos de izquierda no
reconocieron la victoria de los partidos de derecha y hubo una falta de respeto hacia la
voluntad expresada en las urnas.

En respuesta a la victoria de la derecha, el Partido Socialista y otros partidos de izquierda


convocaron una huelga general en octubre de 1934. Esta acción estuvo motivada por la
oposición radical de la izquierda al triunfo de la derecha y fue considerada la primera
revolución bolchevique en Europa en ese momento. Posteriormente, hubo un intento de
ilegalizar al Partido Socialista, lo que algunos argumentaron que fue una medida para frenar
el avance del fascismo en Europa.

Durante la huelga general de 1934, alrededor de 10.000 mineros en Asturias se levantaron


en armas y destruyeron la cámara santa de Oviedo. El periódico socialista celebró la guerra
contra la causa de la ruina de España. El gobierno tuvo que recurrir a los generales del
Ejército de Marruecos, liderados por el general Franco, para sofocar esta revolución. La
ciudad de Oviedo fue reconquistada con un alto costo en vidas, y algunos consideraron que,
desde el punto de vista legal, la República había muerto.

Las siguientes elecciones se celebraron en febrero de 1936 y, siguiendo las directrices del
Congreso de la Internacional Comunista, la izquierda se presentó coaligada, incluyendo al
Partido Socialista, Esquerra Republicana y el Partido Comunista de España. Sin embargo,
estas elecciones estuvieron marcadas por un fraude electoral. Lo más destacado es que, a
pesar de su programa de continuar con los cambios y la reforma agraria, en julio de 1936 se
produjo un golpe de Estado que puso fin a la República.

En ese momento, el presidente de la República era Manuel Azaña, y el presidente del


gobierno era Casares Quiroga. Sin embargo, no supieron hacer valer los principios legales
establecidos en la Constitución de 1931. El ejército se había dividido en dos facciones: la
Unión Militar Española (UME), de tendencia monárquica y católica, y la Unión Militar
Republicana Antifascista (UMRA), de izquierdas y republicana. Existía temor a los
levantamientos militares y también al movimiento anarcosindicalista. El asesinato de Calvo
Sotelo se convirtió en un punto de inflexión en este periodo.

El estallido de la Guerra Civil Española fue una contienda fratricida que marcó un hito
transcendental en la historia contemporánea de España y tuvo repercusiones en el tiempo
presente. Esta guerra se caracterizó por enfrentamientos entre vecinos, familiares y
conocidos, lo que la convirtió en una especie de "guerra salvaje" debido a la cercanía y
similitud entre las partes involucradas.

El origen de la guerra civil se encuentra en los manejos monárquico-fascistas de una parte


de la población que se oponía a la República. Estos sectores buscaban obtener fondos,
principalmente de las clases adineradas y de Juan March, incluso desde Francia. Además, se
llevaron a cabo exitosos contactos para asegurar el suministro de armamento moderno y
convencer a las guarniciones militares a través de una coordinación civil y militar.

La investigación de Ángel Viñas revela la estrategia de los conspiradores, encabezados


por Sanjurjo y Calvo Sotelo, y las gestiones de sus hombres de confianza. Estos conspiradores
buscaban restaurar la monarquía e instaurar un régimen similar al de Mussolini, en el cual
Franco no sería el protagonista principal. Su objetivo era establecer una monarquía con tintes
dictatoriales.

Los principales apoyos de esta conspiración provenían de las clases más ricas de la
sociedad española. Pretendían seducir al ejército, y Sanjurjo, respaldado por Calvo Sotelo,
estaba destinado a gobernar. Sin embargo, Calvo Sotelo fue asesinado, posiblemente por un
anarquista, y Sanjurjo murió en un accidente de avión. Aprovechando esta coyuntura, Franco
se impuso como líder.

En este contexto, Juan March financió importantes conspiraciones contra la República y


logró comprar el apoyo de varios generales. Su papel fue crucial en el alzamiento militar que
dio inicio a la Guerra Civil Española.

El golpe de Estado del 18 de julio de 1936 en España tuvo diversas causas y originó la
guerra civil. Aunque se afirma que la guerra civil comenzó en 1934, no es del todo cierto, ya
que aquellos que apoyaban el golpe afirmaban que estaban defendiendo la patria de un
gobierno ilegítimo de coalición. Sin embargo, se ha demostrado que todas las fuerzas vivas
del país estaban conspirando para sabotear la República.
En primer lugar, los conspiradores consideraban ilegítima a la Segunda República.
Durante las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, las fuerzas republicanas ganaron
en las principales ciudades, no tanto por convicción popular, sino por oposición a la
monarquía. Dos días después de estas elecciones, el rey reconoció la república y abandonó
el país.

Otro argumento de los golpistas era que la República tenía un carácter esencialmente
"revolucionario". Se referían a los gobiernos de coalición y a las políticas de izquierda. Sin
embargo, en las elecciones de 1933, fue la CEDA, un partido de derechas, quien ganó. En las
elecciones de febrero de 1936, todas las fuerzas de izquierda se unieron en el frente popular,
y aunque hubo cierto maquillaje en la distribución de escaños, la izquierda obtuvo una
mayoría significativa.

Los golpistas también argumentaban que las fuerzas vivas de la nación, como la Iglesia,
los militares y los propietarios, habían sido agredidas por la República. Durante el primer
bienio de la República, Manuel Azaña llegó a hablar de "triturar al ejército". Además, se
produjeron ataques a la Iglesia y a sus representantes, y la reforma agraria afectó a los grandes
propietarios, generando resentimiento.

Otra razón para el golpe fue la política de la República de dividir la unidad de la patria.
Los regionalismos periféricos, como la autonomía de Cataluña y del País Vasco, preocupaban
a los conspiradores, ya que veían en ellos una amenaza para la unidad de España. Temían que
el carácter federal de la República llevara a la autonomía de otras regiones como Galicia y
Andalucía.

Además, se argumentaba la incapacidad del Gobierno para mantener el orden público y


hacer respetar la Constitución de 1931, especialmente después de las elecciones de febrero
de 1936.

Por último, se sostenía el peligro de que España cayera bajo la influencia de la estrategia
moscovita, que buscaba penetrar en Europa occidental a través de España, con el objetivo de
debilitar la civilización cristiana y occidental.

Estos argumentos, presentados por los conspiradores y vencedores del golpe, buscan
justificar las causas y orígenes del levantamiento del 18 de julio de 1936. Sin embargo, en
términos historiográficos, estas explicaciones pueden ser cuestionadas y consideradas
insuficientes.
La guerra civil española no tuvo un inicio claro, pero es importante analizar el contexto
internacional para comprender sus causas. No hubo una injerencia externa que desencadenara
el conflicto, ni un golpe comunista preparado desde Moscú, ni la participación de los
servicios secretos fascistas italiano y nacionalsocialista alemán en procesos subversivos o
militares en España. Sin embargo, una vez que estalló la guerra, el contexto internacional fue
fundamental para entender su evolución y resultado final.

La Guerra Civil española no fue un fenómeno aislado, sino que formó parte de la crisis
de entreguerras que desafió a la civilización europea decimonónica. En la madrugada del 18
de julio de 1936, Francisco Franco se sublevó en Canarias contra el gobierno republicano, un
día después de que un levantamiento similar triunfara en Melilla. En el manifiesto que
justificaba el golpe, Franco afirmaba que el ejército y las fuerzas de orden público estaban
defendiendo la patria y que la energía en mantener el orden sería proporcional a la resistencia
que se encontraran.

Sin embargo, los rebeldes no esperaban una fuerte resistencia, sino más bien una rápida
toma del poder en todo el país. Por otro lado, las autoridades republicanas subestimaron la
importancia de la rebelión en África, lo que resultó en un doble error catastrófico.

La Guerra Civil Española fue un conflicto social, político y bélico que surgió en España
después del fallido golpe de Estado del 17 y 18 de julio de 1936 contra el gobierno de la
Segunda República. Aunque se esperaba que el conflicto fuera rápido, duró tres años,
afectando a todo el país. Las estructuras internas de España resultaron ser más complejas de
lo que se creía, y las divisiones internacionales también contribuyeron a prolongar la guerra.

En 1932, antes de la instauración de la Segunda República, ya existía un desencanto


generalizado, y en las elecciones de 1936 se hablaba de fraude electoral y del temor a una
revolución bolchevique. La Agrupación al Servicio de la República, liderada por Ortega y
Gasset, Marañón y Pérez de Ayala, fue reconocida como "los padres de la República" y
defendieron el valor histórico de esta nueva forma de gobierno.

Sin embargo, tras la victoria fraudulenta del Frente Popular en las elecciones de febrero
de 1936, Ortega y Gasset consideró que la situación en España no auguraba un futuro pacífico
y decidió trasladar a su familia a París. El asesinato de Calvo Sotelo confirmó su creencia de
que la revolución que la izquierda había anunciado finalmente se había desatado.
Varios intelectuales españoles, como Menéndez Pidal, García Morente, Puig y Cadafalch,
Baroja, Juan Ramón Jiménez y Gómez de la Serna, se encontraban en el extranjero huyendo
del régimen republicano y criticaron duramente a sus dirigentes. Marañón, por su parte, vio
en la guerra un fracaso colectivo y se refugió en París convencido de que España se
encaminaba hacia el comunismo.

Unamuno, desencantado con los gobiernos republicanos, inicialmente apoyó el golpe


militar creyendo que así se podría salvar la civilización occidental cristiana. Sin embargo, su
postura evolucionó a medida que avanzaba el conflicto.

La guerra civil se prolongó debido al bloqueo del Estrecho y al puente aéreo que permitió
el traslado de tropas rebeldes a la Península, gracias a la colaboración de Alemania e Italia.
Finalmente, el 1 de abril de 1939, Franco declaró su victoria y estableció una dictadura que
se mantendría hasta su muerte en 1975.

La primera fase de la Guerra Civil Española, que abarcó desde julio de 1936 hasta la
primavera de 1937, se caracterizó por el avance de las fuerzas rebeldes lideradas por Franco
desde el sur hacia Madrid, así como por la lucha por el control de otras importantes ciudades
como Barcelona, Bilbao, Valencia y Málaga.

Desde el establecimiento de las juntas de defensa en Burgos el 23 de julio de 1936, el


objetivo principal de Franco era conquistar estas grandes urbes. La República solicitó ayuda
a las potencias europeas debido a su carácter democrático, pero a pesar del acuerdo de no
intervención firmado por Francia y Gran Bretaña en Londres, Alemania e Italia continuaron
suministrando armamento a las fuerzas nacionalistas.

En octubre de 1936, la Tercera Internacional hizo un llamamiento internacional y se


formaron las Brigadas Internacionales, compuestas por hombres y mujeres que acudieron a
luchar en defensa de la República española. Surgieron dos posturas: el Comité de No
Intervención y las Brigadas Internacionales.

Las fuerzas rebeldes avanzaron hacia el sur y ocuparon Andalucía, y cuando se dieron
cuenta de que no podían seguir avanzando por esa ruta, tomaron la llamada "ruta de la plata",
conocida como la columna de la muerte. Los falangistas y legionarios al servicio de Franco,
motivados no solo por un salario, sino también por el derecho de conquista, cometieron
atrocidades, como la masacre de Badajoz, donde se asesinaron mujeres y niños. A pesar de
la pérdida de su hijo, el general Moscardó defendió valientemente la ciudad de Toledo.
El objetivo principal de los rebeldes era tomar Madrid, lo cual llevó a la celebración de
dos importantes batallas: la Batalla del Jarama, el 4 de marzo de 1937, y la Batalla de
Guadalajara, también en marzo de 1937. La obsesión por Madrid, la toma de Extremadura,
los posicionamientos estratégicos y la implicación de las potencias europeas fueron aspectos
clave durante esta fase inicial del conflicto.

La segunda fase de la Guerra Civil Española, que abarcó desde la primavera de 1937
hasta la primavera de 1938, se caracterizó por los acontecimientos en el centro norte del país
y en la zona de Teruel. Durante este período, el general Mola fue uno de los principales
protagonistas y se intensificó la participación directa de las fuerzas alemanas.

Un hecho destacado fue el bombardeo de Guernica, llevado a cabo por la Legión Cóndor,
donde se atacó un mercado lleno de gente. Debido a la fuerte crítica internacional que
recibieron, la Legión Cóndor afirmó que no volvería a bombardear España, pero esta promesa
resultó ser falsa, ya que bombardearon de nuevo el 8 de febrero de 1938 durante la
desbandada de Málaga. La toma de Málaga era un objetivo necesario para las fuerzas
rebeldes, y mientras los civiles huían hacia Almería, fueron bombardeados, resultando en la
muerte de 5.000 personas en un solo día.

Los pocos civiles que lograron llegar a Almería también sufrieron un masivo bombardeo
desde el mar en mayo de 1937, ordenado por el Führer. A finales de 1938, la Legión Cóndor
llevó a cabo una operación experimental, bombardeando pequeñas localidades en Castellón
con los temidos aviones Junker Stukar 87, que se convertirían en un símbolo de la Segunda
Guerra Mundial.

Durante esta fase, las fuerzas rebeldes prácticamente ocuparon todo el norte de España.
Un acontecimiento destacado fue la batalla de Bilbao, que se prolongó desde el 13 de junio
hasta junio de 1937. Curiosamente, las mismas fuerzas sindicales que habían ayudado a los
republicanos a establecer el cinturón de hierro en la ciudad, proporcionaron las zonas débiles
para que las fuerzas rebeldes pudieran entrar y masacrar Bilbao.

La tercera fase de la Guerra Civil Española, que tuvo lugar de abril a diciembre de 1938,
se caracterizó por la importante batalla del Ebro. Esta fase también incluyó la batalla de
Teruel, que tuvo lugar inmediatamente antes y que pudo haber marcado el fin de la Segunda
República y la guerra en sí.
Durante esta etapa, se llevaron a cabo una serie de ofensivas contra Aragón, bajo el mando
del general Laguer, con el objetivo de avanzar hacia Cataluña. Sin embargo, todos los tratados
de paz establecidos en 1919 habían sido rotos, y las potencias liberales habían firmado el
Acuerdo de Múnich, dejando vía libre a la Alemania nazi.

La batalla del Ebro, que fue el punto culminante de esta fase, resultó en la muerte de
alrededor de 100.000 personas. Vicente Rojo, un general republicano destacado, desempeñó
un papel importante durante esta batalla, a pesar de su profundo catolicismo.

La cuarta fase de la Guerra Civil Española, que tuvo lugar desde diciembre de 1938 hasta
marzo de 1939, se caracterizó por la crucial Batalla de Cataluña y marcó el final del conflicto.
Durante esta etapa, España estaba prácticamente perdida para la República, ya que las últimas
ciudades fueron cayendo bajo el control de las fuerzas franquistas. Aunque Madrid resistió
valientemente, una vez que Manresa y Sièyes fueron perdidas, se consideró que la guerra
estaba perdida. Es importante destacar que Franco tenía el control de la frontera con Francia
en este momento.

Antes de la conclusión de la guerra, el 26 de febrero de 1939, Gran Bretaña y Francia


reconocieron a Franco como el máximo representante de España, lo que ocurrió previo a la
rendición final. El presidente de la Segunda República Española, Manuel Azaña, dimitió, y
en ese momento se pudo afirmar que España estaba perdida para las fuerzas republicanas.

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