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A manera de introducción
Hacia la segunda mitad del siglo XX, Chalchuapa se vuelve un referente importante
de la identidad cultural de El Salvador; clara identidad cultural nacional, construida
desde el Estado salvadoreño y sus elites orgánicas. Es en este punto que la arqueología
y los vestigios arqueológicos elevados al rango de “patrimonio nacional” jugaron un
papel fundamental y clave. Es decir, fue gracias a los descubrimientos arqueológicos
encontrados en este lugar durante la década de 1940 y los años posteriores en el sitio
1 El presente artículo se desprende de una parte de la investigación denominada “Identidades en
El Salvador a través de la memoria colectiva. El caso de Chalchuapa”, la cual se elaboró para
optar al grado de Maestro en Ciencias Sociales por el programa de Postgrado Centroamericano
de la Maestría en Ciencias Sociales de Flacso-Guatemala.
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prehispánico de Tazumal que el Estado encontró uno de los emblemas más importantes,
que llegaría a convertirse en el monumento que identificaba “la grandeza y antigüedad
de la cultura salvadoreña”.
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Desde una nueva perspectiva, el Estado salvadoreño —luego de los Acuerdos de Paz de
1992— fue generando un nuevo rumbo en el desarrollo de la nación desde la historia,
la política, la economía, la educación, la cultura y en general desde muchos aspectos
que engloban a la sociedad. El nuevo currículo educativo fue clave para que se pudiera
reescribir la historia. Esta se vio fortalecida con investigaciones coordinadas desde la
esfera estatal, con la publicación de los nuevos libros de Historia de El Salvador, que
esta vez reconocen a los indígenas contemporáneos y sus culturas, a las que se valora
positivamente. En este contexto existe una emergencia y un esforzado entusiasmo
nacional e internacional por emprender nuevos estudios culturales desde diversas
disciplinas.
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política cultural, empiezan a tener una nueva importancia. Esto debido a que, desde una
nueva perspectiva, el Estado salvadoreño reconoció formalmente la diversidad étnica y
cultural de la sociedad salvadoreña.
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A partir de las últimas tres décadas del siglo XIX, la clase política salvadoreña fue
construyendo la idea de nación basada en un imaginario de lo mestizo, en donde
lo indígena se diluía y se iba dejando en el olvido, reflejado apenas en sus aspectos
pintorescos o folclóricos; ni hablar de la herencia africana, la cual se fue negando
paulatinamente hasta afirmar categóricamente que en El Salvador nunca hubo tal
ascendencia. En este sentido, la identidad no se construye únicamente a través de rasgos
culturales perceptibles a simple vista, sino también por medio de la memoria colectiva,
la cual brinda un sentido a las historias locales que trasmiten los sujetos.
Es por ello que la cultura de los pueblos indígenas, afrodescendientes y otros que
conforman la diversidad de la sociedad salvadoreña en la actualidad pueden apreciarse
desde las historias, la narrativa oral; las experiencias compartidas, las formas propias de
organización social; el conocimiento local sobre el entorno físico (paisaje y territorio);
aspectos de su cosmovisión; los saberes o conocimientos ancestrales que se expresan
en la educación; la vida, la salud y la tierra también forman parte de sus identidades.
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Como expone Tilley, se ha dicho constantemente que “El Salvador es el país más mestizo
de Latinoamérica”. En el discurso cotidiano se decía que no existían ya poblaciones
indígenas. A pesar de ello, hay comunidades enteras que se consideran a sí mismas y
a sus vecinos como indígenas; sin embargo, la mayoría de salvadoreños dirían que no
son “indígenas auténticos” porque han perdido su vestimenta y su lenguaje (Tilley,
2009). Aunque estos dos elementos se transformaron dramáticamente, se puede definir
también “la indianidad” a través de la ascendencia biológica y la cosmovisión de las
comunidades. En El Salvador, en el período colonial, “ser indio” se identificaba con
pertenecer a una casta trabajadora oprimida y degradada; pero las comunidades indígenas
mantenían su cohesión interna por medio de cofradías y extensas tierras comunales. En
el decenio de 1880, las reformas liberales de la tenencia de tierra “…provocaron una
convulsión de conflictos raciales a lo largo del país cuando las comunidades indígenas
resistieron el fraude en la privatización de tierras y la pérdida de derechos colectivos
y representación ante el Estado.” (Ibíd.). Todas estas tensiones se extienden hasta bien
entrado el siglo XX. Según Tilley, los hechos de la matanza de 1932 se deben entender
no como una revuelta campesina con un ángulo racial, sino como la última convulsión
de la rebelión indígena contra el colonialismo (Ibíd.).
Por su parte, Gould propone que este conflicto generacional creó las condiciones para
el surgimiento de la identidad mestiza, a través de la cual los jóvenes rechazaban “lo
indio” de sus padres, que todavía reconocían su propia herencia indígena (Gould,
2004: 427). Según este mismo autor, la construcción de mitos sobre el mestizaje hizo
impensable la idea de que las culturas indígenas se recrearan a sí mismas sin referencias
al lenguaje y al vestido (Ibíd.).
Tilley toma como punto importante la ‘mesticización’ del registro civil, que más que
reflejar las relaciones etnosociales que todavía persistían en el terreno las escondía. Los
cambios en las prácticas étnicas del vestuario y la lengua se originaron más en factores
como la escuela, donde el lenguaje indígena fue cruelmente estigmatizado; y la pobreza
limitó la compra del traje indígena en los mercados mayas. Escondido en los rincones
del país, lo indígena2 sobrevive bajo formas ocultas hasta el día de hoy (Tilley, 2009).
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Para lograr que los compatriotas del Estado nacional crean que comparten características
relevantes y que reconocen mutuamente (Miller, 1997: 38-40), los ingenieros (dirigentes
e ideólogos del Estado) de la identidad nacional han de utilizar el pasado como segmento
de la historia que comparten entre ellos; así surge la importancia que les dan los hechos
relevantes de hazañas y momentos históricos, que en el presente los hacen suyos. Otro
aspecto que se comparte entre los paisanos es el espacio geográfico en particular (Miller,
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1997: 38-42), lo que los hace sentirse coterráneos de una nación, y que se vuelve en
definitiva de gran importancia en la relación del Estado-Nación.
Con ellos se crea otro aspecto de la identidad nacional: el “ritual” o “culto cívico
oficial” de los Estados, que no es más que las tradiciones inventadas (Hobswam, 2002:
12) y legitimadas por los Estados, y que son parte de un conjunto de prácticas oficiales
cargadas de simbolismo cívico que exhortan a los “nacionales” a sentirse parte y
ciudadanos de ese Estado (Gutiérrez Chong, 2001: 41-42). Por supuesto, la construcción
de la identidad nacional pasa por encima, sometiendo y anulando otras identidades,
como pueden ser las identidades étnicas, religiosas, locales y de género, entre otras.
El imaginario de la identidad nacional viene dado y ha sido diseñando a partir del sistema
obligatorio de la enseñanza pública (Gutiérrez Chong, 2001: 41-42). Así, la escuela
se convierte en la principal institución del Estado que contribuye en la construcción
de la identidad nacional, exaltando mitos y símbolos nacionales, difundiendo el culto
cívico cargado de rituales, que buscan cohesionar a los individuos de una determinada
comunidad política a un sentimiento nacional.
Así podemos observar que, para esa mayoría, los símbolos patrios, como el himno, la
bandera y el escudo nacionales, y la oración a la bandera; y otros como la flor nacional
(flor de izote) y el ave nacional (torogoz), además de las comidas tradicionales, en
especial las pupusas, son sinónimos de esa identidad nacional y se vuelven elementos
fundamentales de toda esa simbología creada desde el Estado y legitimada por sus
instituciones, entre ellas los museos; y que los hacen sentirse orgullosos e identificados
con el ser salvadoreños.
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Pero no solamente existen los símbolos patrios como tales; existen lugares que hacen
identificarse como salvadoreños. Muchos de esos lugares tienen que ver con parajes
turísticos y lugares que han sido y son referentes en lo económico para brindar empleos
a escala nacional, como los puertos y ciudades industriales; sobresalen los lugares del
centro y occidente de El Salvador, quedando muy relegados los lugares del oriente del
país. Esto tendrá que ver con que la historia de El Salvador se ha elaborado con los
referentes del centro y occidente, y muy poco se ha incluido el oriente del territorio.
Cuando se construyó el Estado-Nación salvadoreño, hacia finales del siglo XIX y
las primeras dos décadas del siglo XX, muchos miembros de las elites liberales que
gobernaban eran integrantes de las elites agroexportadoras cafetaleras del occidente de
El Salvador, ejemplo de ello son los presidentes Francisco Menéndez (1885-1890), de
Ahuachapán; Tomás Regalado (1898-1903) y Pedro José Escalón (1903-1907), de Santa
Ana. Así lo afirma uno de los entrevistados: “El grupo cafetalero, ellos han manejado
[el país]… porque los presidentes eran cafetaleros… como Manuel Enrique Araujo,3
como los Ezeta...4 Tomás Regalado, gran cafetalero [ellos] eran los dueños de todo…”.
La bonanza del café en esta área de El Salvador tuvo que ver mucho con la creación
de ese imaginario nacional. Uno de los entrevistados —maestro retirado y militante
del sindicato del magisterio público— se refiere a que, “la zona cafetalera y el café ha
sido el patrimonio del país… la zona occidental es la zona cafetalera de El Salvador
por excelencia, por eso es de gran significado para el país…”. Por ende, están más
presentes aquellos lugares iconos, como la catedral de Santa Ana y su Teatro Nacional;
otros como la catedral y el monumento a El Salvador del Mundo en San Salvador; y más
allá en la región paracentral la torre de San Vicente, por mencionar algunos.
El Estado, a través de las políticas educativas, que se reflejan en los libros de texto,
obras de arte o políticas culturales, ha trazado ciertos monumentos prehispánicos
como marcadores identitarios. Un lugar que es un referente importante de nacionalidad
salvadoreña y como referente histórico es el sitio arqueológico prehispánico de Tazumal
y otros de la zona de Chalchuapa, aunque también aparecen otros como San Andrés,
Joya de Cerén y Cihuatán, ubicados siempre en el centro y occidente del territorio
salvadoreño. Así, uno de los entrevistados, estudiante universitario, explica que uno
de los lugares más importantes de El Salvador es el sitio arqueológico, “San Andrés,
que son unas ruinas, que se asemejan a éstas estructuras [de Tazumal] y que está
asentado en el valle de Zapotitán…”. Así, los entrevistados se aluden a estos sitios
como marcadores identitarios locales y nacionales.
De estos, algunos entrevistados estuvieron de acuerdo con que tales monumentos sí que
representan la “salvadoreñidad”, por ejemplo, un gestor cultural nos dice que, “lugares
muy específicos… los hemos tenido hasta en billetes, como el Tazumal [San Andrés
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], tanto es que en este nuevo documento [documento único de identidad] aparece la
3 Presidente de El Salvador (1911-1913), gobernante asesinado en ejercicio de sus funciones.
4 “Los Ezeta” se refiere a Carlos Basilio Ezeta, presidente de El Salvador (1890-1894) y a su
hermano Antonio Ezeta.
5 San Andrés, sitio arqueológico prehispánico ubicado en el departamento de La Libertad.
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silueta de Tazumal…”. Para un maestro retirado parte de los símbolos que describen
la nacionalidad salvadoreña son, “…las ruinas de Tazumal que nos identifican ante el
mundo y así sucesivamente Casa Blanca…”, según él identifican al salvadoreño a nivel
internacional. Otro de los maestros retirados y que sufrió el exilio político durante la
década de 1980, nos refiere que, “el Tazumal es una pirámide de mucha importancia
porque es un monumento histórico, arquitectónico, donde pues, se escribió parte de la
historia de nuestro pueblo, ahí está representada la pujanza del indígena…”.
Uno gestor cultural, expresa que para él “como chalchuapaneco [es] un halagó sentir
que hay un símbolo que es propio de nuestra comunidad que se va a ser, más conocido
a nivel mundial…”, refiriéndose a la aparición de la silueta de Tazumal en el documento
único de identidad. Y recalca que, “Tazumal, pues para mí es un símbolo que me
identifica con mi identidad —ambas salvadoreño y chalchuapaneco— y con mi lugar
[de origen]…”.
Uno de los maestros retirados y músico afirma que Tazumal, para él, “significa una
joya histórica que nos identifica ante propios y extraños…”. Un estudiante universitario
piensa que Tazumal “es el símbolo máximo de Chalchuapa; y no solo de Chalchuapa,
va más allá del espacio físico del chalchuapaneco. Tazumal significa que hay mucho
por descubrir; para entender a las actuales y futuras generaciones”. Por su parte, un
comerciante santaneco residente en Chalchuapa expresa: “Para mí, Chalchuapa es
importante porque tiene las ruinas de Tazumal; porque sería un monumento o un sitio
arqueológico que por años nos ha identificado […] y quién no conoce Tazumal”.
Otro de los maestros retirados y miembro de las hermandades de la Iglesia católica local
de Santiago Apóstol opina: “El Tazumal es la imagen más representativa no [solamente]
de Chalchuapa, sino que del país...”. Uno de los maestros activos va mucho más allá
al afirmar que, “Chalchuapa podría ser [a través de Tazumal como símbolo] la cuna
cultural de El Salvador…”. Para un artista escultor, el que Tazumal aparezca en el
documento único de identidad es “un reconocimiento a nuestro pasado, que tuvo más
tiempo aquí y que marcó nuestra idiosincrasia”.
Además de los lugares y símbolos patrios aparecen los valores cívicos, como la lealtad a
la patria y los valores morales. En este sentido, como nos dice uno de los entrevistados,
hablando de la educación que recibió en la escuela: “Aprendimos primero el respeto
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a nuestros semejantes. En ese tiempo teníamos una clase de moral y cívica, que
lamentablemente desapareció. Nosotros, cuando mi época de jovencito, a los adultos
mayores les cedíamos el paso, o sea, a la acera. Si nosotros íbamos al lado de la pared,
le cedíamos la acera a los señores, a las señoras y a las señoritas, por supuesto”
(maestro retirado, músico y hoy comerciante).
Dicha enseñanza educativa los ha formado para que se identifiquen como salvadoreños;
sin embargo, hay otros que difieren de esos valores, y afirman que el papel de la escuela
ha tenido otros fines: “Lo que te enseñan en la escuela es una inminente contradicción
con la realidad […] Aprendí en la escuela a ser sumiso, con las alas cortas, producto de
una enseñanza diseñada para ser absorbido por el sistema capitalista […] un ser que es
preparado para aceptar los males de la sociedad sin ninguna esperanza de cambio…”
(hombre, estudiante universitario de casi 40 años, que creció durante y posterior a la
guerra civil de la década de 1980).
Aunque una minoría de los entrevistados se autodefine como personas que no creen
en lo que el Estado a través de la escuela les ha enseñado con respecto a su identidad
nacional, sí utilizan muchos de los referentes que a partir de la historia nacional se
enseña en las escuelas y que los hace sentirse o adscribirse como salvadoreños. Estos
elementos pueden ser lugares tales como Tazumal, Panchimalco e Izalco; hechos como
la batalla militar de 1885, en la cual muere el presidente guatemalteco Justo Rufino
Barrios y que tuvo lugar al norte de la ciudad de Chalchuapa; y personajes como los
expresidentes de El Salvador.
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[…] las pupusas lo hacen sentirse identificado como salvadoreño”. En abril de 2005
se emite el Decreto Legislativo No. 655, que dicta: “Las pupusas son el plato nacional
de El Salvador, en razón de su procedencia autóctona y aceptación popular, (y) con el
propósito de festejar la pertenencia de este invento culinario, a la cultura del pueblo
salvadoreño, declárese el segundo domingo del mes de noviembre de cada año Día
nacional de las pupusas” (D.L No.655, 1 de abril de 2005).
En este caso, podría tratarse de las identidades de resistencia, como afirma Castoriades.
Dichas identidades se dan en condiciones devaluadas por las identidades dominantes,
por lo que construyen trincheras de resistencia y de supervivencia, en contraposición
a las instituciones de la sociedad, que desean construir una identidad legitimadora
(Castoriades, 2001: 29-30).
Consideraciones finales
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Figura 4. Vista del templo colonial de Santiago Apóstol en Chalchuapa durante las fiestas
patronales del San Roque, el otro patrono de la ciudad. Fotografía: Heriberto Erquicia, 2010.
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todas las áreas de desarrollo de la sociedad chalchuapaneca. Los maestros como agentes
sociales activos de la comunidad; trabajan por mantener y reproducir la historia y las
tradiciones locales, a través de diversos medios; puede ser desde la municipalidad a
las asociaciones o simplemente desde el plano personal. Sin embargo, es trascendental
señalar que a la historia oficial y a los discursos desde el Estado, los chalchuapanecos
también los cuestionan, los discuten, los riñen, los debaten, los rivalizan en torno a los
aspectos políticos, sociales, económicos, religiosos y culturales.
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http://www.elfaro.net/secciones/academico/20090122/academico1.asp#
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REVISTA DE MUSEOLOGÍA KÓOT, 2014, AÑO 4, Nº 5, ISSN 000-0000, ISSNE 0000-0000
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