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Erquicia Cruz, José Heriberto. La complejidad de las identidades, vista desde la memoria colectiva.

El caso de la localidad de Chalchuapa en El Salvador. Págs. 38-48.

La complejidad de las identidades vista desde


la memoria colectiva. El caso de la localidad de
Chalchuapa
en El Salvador 1

José Heriberto Erquicia Cruz


Arqueólogo
Director, Museo Nacional de Antropología,
Muna

A manera de introducción

“Siempre se nos ha identificado como una sociedad políticamente rebelde contra


el sistema tradicional…”, comentaba un chalchuapaneco, maestro retirado y hoy
comerciante. Esta no sería la primera vez que escucharía esa identificación de algunos
de los chalchuapanecos que esgrimían una autoproclamada “identidad rebelde”.

El municipio de Chalchuapa, del departamento de Santa Ana, se sitúa en el occidente


del territorio salvadoreño, a unos 10 kilómetros de la frontera con Guatemala y a 70
kilómetros de San Salvador se ubica la ciudad de Chalchuapa. Basta conocer un poco de
la historia reciente de Chalchuapa para darse cuenta de que su localización como lugar
de frontera, entre dos estados nacionales, jugó un papel importante en muchas de las
batallas entre liberales y conservadores, o entre partidarios liberales de ambos países,
y que se gestaron durante los siglos XIX y XX. También esa rebeldía se ha expresado
a través de un retorno simbólico a la historia prehispánica de Chalchuapa, asumiendo
pertenecer a una clase de “indios que no se dejan…”, en alusión a los vecinos, a los
conquistadores españoles o a otros grupos que hayan pretendido o aún pretendan
subyugarlos. Actualmente, no puede faltar la participación de chalchuapanecos en la
palestra política, sindical y magisterial a escala nacional, de lo cual, se dice, se sienten
orgullosos.

Hacia la segunda mitad del siglo XX, Chalchuapa se vuelve un referente importante
de la identidad cultural de El Salvador; clara identidad cultural nacional, construida
desde el Estado salvadoreño y sus elites orgánicas. Es en este punto que la arqueología
y los vestigios arqueológicos elevados al rango de “patrimonio nacional” jugaron un
papel fundamental y clave. Es decir, fue gracias a los descubrimientos arqueológicos
encontrados en este lugar durante la década de 1940 y los años posteriores en el sitio
1 El presente artículo se desprende de una parte de la investigación denominada “Identidades en
El Salvador a través de la memoria colectiva. El caso de Chalchuapa”, la cual se elaboró para
optar al grado de Maestro en Ciencias Sociales por el programa de Postgrado Centroamericano
de la Maestría en Ciencias Sociales de Flacso-Guatemala.

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prehispánico de Tazumal que el Estado encontró uno de los emblemas más importantes,
que llegaría a convertirse en el monumento que identificaba “la grandeza y antigüedad
de la cultura salvadoreña”.

¿Por qué Chalchuapa y no otro municipio de El Salvador? En la actualidad, se sigue


considerando a Chalchuapa como referente de la identidad cultural de los salvadoreños
por parte del Estado y sus instituciones. Existen otros sitios prehispánicos con
nombramientos a escala mundial, como la declaratoria de la Unesco como Patrimonio
Cultural de la Humanidad, tal el caso del sitio maya de Joya de Cerén. Pero son los sitios
de Chalchuapa, y en especial Tazumal, los que constituyen el símbolo e imagen del
origen ancestral de los salvadoreños. Recientemente, en 2010, el Estado salvadoreño

Figura 1. Vista de la estructura principal del sitio arqueológico Tazumal, Chalchuapa.


Fotografía: Heriberto Erquicia, 2011.

colocó como imagen de fondo una representación de la estructura principal de Tazumal


en el anverso y reverso del documento único de identidad, conocido como DUI, el cual
todos los connacionales mayores de 18 años deben obtener para identificarse como
salvadoreños.

Las políticas culturales en El Salvador se han enfocado muchas veces en aspectos


sin relevancia y han pretendido construir identidades a partir de elementos culturales
(étnicos, lingüísticos, antropológicos e históricos) que no han sido investigados y
estudiados en profundidad. Durante mucho tiempo el Estado ha supuesto construir
una identidad cultural hegemónica y elevarla a un estatus de “identidad nacional”. Sin

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embargo, cada localidad construye sus imaginarios identitarios a través de diferentes


dinámicas y referentes, y no solamente a través de la imagen hegemónica que el Estado
les ha planteado.

Desde una nueva perspectiva, el Estado salvadoreño —luego de los Acuerdos de Paz de
1992— fue generando un nuevo rumbo en el desarrollo de la nación desde la historia,
la política, la economía, la educación, la cultura y en general desde muchos aspectos
que engloban a la sociedad. El nuevo currículo educativo fue clave para que se pudiera
reescribir la historia. Esta se vio fortalecida con investigaciones coordinadas desde la
esfera estatal, con la publicación de los nuevos libros de Historia de El Salvador, que
esta vez reconocen a los indígenas contemporáneos y sus culturas, a las que se valora
positivamente. En este contexto existe una emergencia y un esforzado entusiasmo
nacional e internacional por emprender nuevos estudios culturales desde diversas
disciplinas.

Con el objetivo de comprender la manera en que los chalchuapanecos construyen


su identidad local, a partir del reconocimiento de distintos eventos de la historia de
su municipio, se desarrolló la investigación, pretendiendo entender cuáles son las
lógicas sociales que subyacen en la construcción de la identidad local y de la étnica en
Chalchuapa; cómo se articulan ambas adscripciones identitarias con la construcción de
la identidad nacional; para luego entender desde qué dinámicas el patrimonio cultural
chalchuapaneco ha sido utilizado por el Estado —particularmente a través de la escuela
y del magisterio— para crear un imaginario nacional.

Acerca de la metodología, se abordó desde el enfoque cualitativo, y particularmente las


entrevistas semiestructuradas que se realizaron con determinados sujetos claves, quienes
fueron escogidos entre la población chalchuapaneca. Para ello, se consideró que dichos
sujetos son agentes de cambio y que, desde las organizaciones o instituciones en donde
laboran o a las que representan, contribuyen a transformar y reproducir determinados
discursos identitarios.

Se estudiaron las lógicas y dinámicas que la población local de Chalchuapa ha utilizado


para adoptar y/o reproducir los proyectos “culturales” que provienen de instituciones
estatales, privadas y extranjeras. Asimismo, se ha perseguido vislumbrar la agencia
social y la capacidad de propuesta de las organizaciones locales para afirmar o movilizar
políticamente rasgos de su propia cultura ancestral y qué redes o apoyos nacionales o
internacionales construyen o tejen en ese intento. Y por supuesto, ha sido un eje central
el poder comprender desde qué referentes los chalchuapanecos construyen su identidad
nacional, local y étnica.

A finales del siglo XX, El Salvador fue sufriendo un proceso de transformación


sociocultural por diferentes causas, como la globalización, el conflicto armado de 1980
y el acelerado crecimiento de los centros urbanos, entre otras. Dichas transformaciones
en la sociedad y la cultura han producido cambios importantes en la identidad nacional
(PNUD, 2003: 240). La investigación se ubica en un El Salvador, después de los
Acuerdos de Paz firmados en 1992, en donde las políticas públicas, en especial la

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política cultural, empiezan a tener una nueva importancia. Esto debido a que, desde una
nueva perspectiva, el Estado salvadoreño reconoció formalmente la diversidad étnica y
cultural de la sociedad salvadoreña.

En la actualidad, Chalchuapa es uno de los 63 municipios de El Salvador que cuentan


con presencia indígena en su territorio (Mined, 2003: 34). Existen varias organizaciones,
asociaciones y comités locales que promueven el reconocimiento de su cultura local y
de sus derechos, con diferentes discursos que asumen la posición del Estado y otros que
la contraponen. Además, los chalchuapanecos, como otros miles de salvadoreños, han
debido emigrar hacia otros países en busca de mejores oportunidades. Esto ha incidido
en la dinámica nacional y local no solo en el ámbito económico, sino también en el
cultural y el simbólico. Existen también asociaciones de chalchuapanecos en el exterior,
las cuales se suman al quehacer cultural, social, político y económico del municipio,
y que van transformando la identidad chalchuapaneca. El impacto de las migraciones
suele verse únicamente a través de las remesas; pero el fenómeno migratorio entraña,
además, varios aspectos socioculturales y representa la posibilidad de materializar
proyectos que no son únicamente económicos (PNUD, 2005: 357).

Es importante conocer cómo las poblaciones de El Salvador, van construyendo identidad


e identidades culturales a partir de la memoria colectiva; sus referentes históricos,

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simbólicos y culturales en la elaboración de su propia identidad cultural. Pero también


es importante entender la identidad desde una perspectiva relacional. Es decir, desde
un complejo proceso en el que la identidad de un grupo se construye en contraposición
con el “otro” o con los “otros”, y a través de la manera en que estos ven y califican al
primero. Esta observación es importante en la medida en que los contenidos culturales
de un grupo pueden cambiar o transformarse a lo largo del tiempo (el idioma indígena,
el vestuario tradicional). Sin embargo, la identidad del grupo (el ser chalchuapaneco)
puede permanecer. Cabe mencionar que, en la construcción de la identidad salvadoreña,
el Estado ha jugado un papel fundamental, creando una versión casi homogénea de
lo que hace llamar la salvadoreñidad, a través de varios referentes; desde la visión e
ideal liberal y de cómo esta se construye localmente en contraparte o siguiendo la línea
trazada por el mismo Estado salvadoreño.

A partir de las últimas tres décadas del siglo XIX, la clase política salvadoreña fue
construyendo la idea de nación basada en un imaginario de lo mestizo, en donde
lo indígena se diluía y se iba dejando en el olvido, reflejado apenas en sus aspectos
pintorescos o folclóricos; ni hablar de la herencia africana, la cual se fue negando
paulatinamente hasta afirmar categóricamente que en El Salvador nunca hubo tal
ascendencia. En este sentido, la identidad no se construye únicamente a través de rasgos
culturales perceptibles a simple vista, sino también por medio de la memoria colectiva,
la cual brinda un sentido a las historias locales que trasmiten los sujetos.

La construcción de la identidad nacional supuso la configuración de una cultura


nacional; un sistema de valores; concepciones y normas sociales que orientan la vida
cotidiana de la población salvadoreña. En El Salvador, la construcción de identidades
nacionales supuso el sometimiento y la anulación de otras identidades, entre las que
destacan las étnicas, las religiosas y las locales (PNUD, 2003: 235).

Las identidades indígenas de El Salvador han experimentado, a partir de la segunda mitad


del siglo XX, un proceso de negación e invisibilización. Estas poblaciones indígenas no
fueron tomadas en cuenta en los proyectos nacionales, por parte del Estado salvadoreño
y sus intelectuales. La pérdida paulatina de sus rasgos culturales más distintivos, como
la indumentaria tradicional y su lengua, fueron argumentos suficientes para invisibilizar
y reafirmar el mestizaje de los pueblos indígenas de El Salvador.

Es por ello que la cultura de los pueblos indígenas, afrodescendientes y otros que
conforman la diversidad de la sociedad salvadoreña en la actualidad pueden apreciarse
desde las historias, la narrativa oral; las experiencias compartidas, las formas propias de
organización social; el conocimiento local sobre el entorno físico (paisaje y territorio);
aspectos de su cosmovisión; los saberes o conocimientos ancestrales que se expresan
en la educación; la vida, la salud y la tierra también forman parte de sus identidades.

Justamente, esta investigación se basaba en el conocimiento de la región de Chalchuapa


como lugar de convergencia del discurso oficial, pues cuenta con un enorme legado
cultural, tanto prehispánico como colonial, republicano y actual; es la zona arqueológica
más importante de El Salvador. Muchos de los referentes arqueológicos e históricos
de esta localidad precisamente han formado parte de los símbolos de identidad de los
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salvadoreños. Esto hace que esta comunidad se convierta en un referente fundamental


para entender cómo se construyen las identidades en El Salvador. Es primordial conocer
cómo las poblaciones en este país van construyendo identidad e identidades culturales
a partir del conocimiento, valoración y apropiación de su patrimonio; de su historia y
demás referentes simbólicos y culturales.

Como expone Tilley, se ha dicho constantemente que “El Salvador es el país más mestizo
de Latinoamérica”. En el discurso cotidiano se decía que no existían ya poblaciones
indígenas. A pesar de ello, hay comunidades enteras que se consideran a sí mismas y
a sus vecinos como indígenas; sin embargo, la mayoría de salvadoreños dirían que no
son “indígenas auténticos” porque han perdido su vestimenta y su lenguaje (Tilley,
2009). Aunque estos dos elementos se transformaron dramáticamente, se puede definir
también “la indianidad” a través de la ascendencia biológica y la cosmovisión de las
comunidades. En El Salvador, en el período colonial, “ser indio” se identificaba con
pertenecer a una casta trabajadora oprimida y degradada; pero las comunidades indígenas
mantenían su cohesión interna por medio de cofradías y extensas tierras comunales. En
el decenio de 1880, las reformas liberales de la tenencia de tierra “…provocaron una
convulsión de conflictos raciales a lo largo del país cuando las comunidades indígenas
resistieron el fraude en la privatización de tierras y la pérdida de derechos colectivos
y representación ante el Estado.” (Ibíd.). Todas estas tensiones se extienden hasta bien
entrado el siglo XX. Según Tilley, los hechos de la matanza de 1932 se deben entender
no como una revuelta campesina con un ángulo racial, sino como la última convulsión
de la rebelión indígena contra el colonialismo (Ibíd.).

Por su parte, Gould propone que este conflicto generacional creó las condiciones para
el surgimiento de la identidad mestiza, a través de la cual los jóvenes rechazaban “lo
indio” de sus padres, que todavía reconocían su propia herencia indígena (Gould,
2004: 427). Según este mismo autor, la construcción de mitos sobre el mestizaje hizo
impensable la idea de que las culturas indígenas se recrearan a sí mismas sin referencias
al lenguaje y al vestido (Ibíd.).

Tilley toma como punto importante la ‘mesticización’ del registro civil, que más que
reflejar las relaciones etnosociales que todavía persistían en el terreno las escondía. Los
cambios en las prácticas étnicas del vestuario y la lengua se originaron más en factores
como la escuela, donde el lenguaje indígena fue cruelmente estigmatizado; y la pobreza
limitó la compra del traje indígena en los mercados mayas. Escondido en los rincones
del país, lo indígena2 sobrevive bajo formas ocultas hasta el día de hoy (Tilley, 2009).

Aunque el discurso del Estado salvadoreño ha cambiado en contraposición con el


discurso liberal de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en la práctica se
sigue pensando en una identidad homogénea y no en una más heterogénea, más plural,
que admita una diversidad de identidades étnicas dentro de una misma nación. Hasta la
fecha, y pese a que el Estado salvadoreño da muestras más firmes del reconocimiento
de los pueblos indígenas y afrodescendientes, académicos y funcionarios públicos
2 Es así como las cofradías siguen siendo importantes como refugio cultural y como espacios
jerárquicos de reproducción cultural que posibilitan la participación política de los indígenas
(Alvarenga, 2004: 386).

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no aceptan la presencia de estas poblaciones o, más bien, algunos no la consideran


de importancia, por lo que se sigue negando e invisibilizando la presencia indígena
en la sociedad salvadoreña (Lara-Martínez y Rodríguez, 2004: 431-432). Es por ello
que actualmente las comunidades, movimientos y asociaciones indígenas reclaman
del Estado y de la sociedad civil el reconocimiento de sus derechos que les han sido
negados por tanto tiempo.

Figura 3. Vista de la “Casa de los Leones”, en el centro histórico de la ciudad de Chalchuapa.


Fotografía: Heriberto Erquicia, 2011.

La identidad nacional a través de la escuela

Las “identidades nacionales”, como sabemos, se construyen desde los Estados, a


través de diversos aspectos que logran que sus miembros se reconozcan entre sí
como conciudadanos de esa unidad nacional. Sin embargo, también los individuos se
apropian de esas ideas (imaginarios, símbolos, canciones) y los recrean, y muchas veces
cuestionan.

Para lograr que los compatriotas del Estado nacional crean que comparten características
relevantes y que reconocen mutuamente (Miller, 1997: 38-40), los ingenieros (dirigentes
e ideólogos del Estado) de la identidad nacional han de utilizar el pasado como segmento
de la historia que comparten entre ellos; así surge la importancia que les dan los hechos
relevantes de hazañas y momentos históricos, que en el presente los hacen suyos. Otro
aspecto que se comparte entre los paisanos es el espacio geográfico en particular (Miller,

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1997: 38-42), lo que los hace sentirse coterráneos de una nación, y que se vuelve en
definitiva de gran importancia en la relación del Estado-Nación.

Con ellos se crea otro aspecto de la identidad nacional: el “ritual” o “culto cívico
oficial” de los Estados, que no es más que las tradiciones inventadas (Hobswam, 2002:
12) y legitimadas por los Estados, y que son parte de un conjunto de prácticas oficiales
cargadas de simbolismo cívico que exhortan a los “nacionales” a sentirse parte y
ciudadanos de ese Estado (Gutiérrez Chong, 2001: 41-42). Por supuesto, la construcción
de la identidad nacional pasa por encima, sometiendo y anulando otras identidades,
como pueden ser las identidades étnicas, religiosas, locales y de género, entre otras.

El imaginario de la identidad nacional viene dado y ha sido diseñando a partir del sistema
obligatorio de la enseñanza pública (Gutiérrez Chong, 2001: 41-42). Así, la escuela
se convierte en la principal institución del Estado que contribuye en la construcción
de la identidad nacional, exaltando mitos y símbolos nacionales, difundiendo el culto
cívico cargado de rituales, que buscan cohesionar a los individuos de una determinada
comunidad política a un sentimiento nacional.

Como se ha abordado anteriormente, en la construcción de la identidad nacional es


primordial el pasado antiguo; y en el caso salvadoreño, como otros en Latinoamérica,
fue y es importante la exaltación de héroes indígenas (Florescano, 1997), que en su
momento tuvieron una participación de rebeldía y defensa de su territorio ante los
conquistadores; al mismo tiempo, la puesta en valor por parte del Estado de las antiguas
edificaciones prehispánicas, a través de las excavaciones arqueológicas, llevó a que
los monumentos encontrados sirvieran como un poderoso instrumento de la identidad
nacional, acarreando con ello la creación de museos y la elaboración de planes de estudio
que abordarían la nueva historia patria, como bien lo indica B. Anderson (2007). En este
sentido, Chalchuapa no escapa a ese referente prehispánico en el imaginario de los
salvadoreños. Aunque la región de Chalchuapa es conocida, desde finales del siglo XIX,
como un lugar en donde se encuentran vestigios prehispánicos, no fue sino hasta que
desde el Estado salvadoreño propuso que se excavara en el sitio arqueológico Tazumal,
hacia la década de 1940. Luego de estas investigaciones, se empieza a promover a
Chalchuapa y Tazumal en específico como un lugar en donde se encuentra el “alma
nacional”. Por supuesto, en los libros de texto de secundaria y bachillerato de la historia
nacional aparece Chalchuapa como el gran referente de la ocupación prehispánica de El
Salvador; con ello este lugar, no se puede objetar, forma parte de la identidad nacional
salvadoreña, que se construye desde el Estado a través de la escuela.

Así podemos observar que, para esa mayoría, los símbolos patrios, como el himno, la
bandera y el escudo nacionales, y la oración a la bandera; y otros como la flor nacional
(flor de izote) y el ave nacional (torogoz), además de las comidas tradicionales, en
especial las pupusas, son sinónimos de esa identidad nacional y se vuelven elementos
fundamentales de toda esa simbología creada desde el Estado y legitimada por sus
instituciones, entre ellas los museos; y que los hacen sentirse orgullosos e identificados
con el ser salvadoreños.

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Identidad nacional como monumento

Pero no solamente existen los símbolos patrios como tales; existen lugares que hacen
identificarse como salvadoreños. Muchos de esos lugares tienen que ver con parajes
turísticos y lugares que han sido y son referentes en lo económico para brindar empleos
a escala nacional, como los puertos y ciudades industriales; sobresalen los lugares del
centro y occidente de El Salvador, quedando muy relegados los lugares del oriente del
país. Esto tendrá que ver con que la historia de El Salvador se ha elaborado con los
referentes del centro y occidente, y muy poco se ha incluido el oriente del territorio.
Cuando se construyó el Estado-Nación salvadoreño, hacia finales del siglo XIX y
las primeras dos décadas del siglo XX, muchos miembros de las elites liberales que
gobernaban eran integrantes de las elites agroexportadoras cafetaleras del occidente de
El Salvador, ejemplo de ello son los presidentes Francisco Menéndez (1885-1890), de
Ahuachapán; Tomás Regalado (1898-1903) y Pedro José Escalón (1903-1907), de Santa
Ana. Así lo afirma uno de los entrevistados: “El grupo cafetalero, ellos han manejado
[el país]… porque los presidentes eran cafetaleros… como Manuel Enrique Araujo,3
como los Ezeta...4 Tomás Regalado, gran cafetalero [ellos] eran los dueños de todo…”.

La bonanza del café en esta área de El Salvador tuvo que ver mucho con la creación
de ese imaginario nacional. Uno de los entrevistados —maestro retirado y militante
del sindicato del magisterio público— se refiere a que, “la zona cafetalera y el café ha
sido el patrimonio del país… la zona occidental es la zona cafetalera de El Salvador
por excelencia, por eso es de gran significado para el país…”. Por ende, están más
presentes aquellos lugares iconos, como la catedral de Santa Ana y su Teatro Nacional;
otros como la catedral y el monumento a El Salvador del Mundo en San Salvador; y más
allá en la región paracentral la torre de San Vicente, por mencionar algunos.

El Estado, a través de las políticas educativas, que se reflejan en los libros de texto,
obras de arte o políticas culturales, ha trazado ciertos monumentos prehispánicos
como marcadores identitarios. Un lugar que es un referente importante de nacionalidad
salvadoreña y como referente histórico es el sitio arqueológico prehispánico de Tazumal
y otros de la zona de Chalchuapa, aunque también aparecen otros como San Andrés,
Joya de Cerén y Cihuatán, ubicados siempre en el centro y occidente del territorio
salvadoreño. Así, uno de los entrevistados, estudiante universitario, explica que uno
de los lugares más importantes de El Salvador es el sitio arqueológico, “San Andrés,
que son unas ruinas, que se asemejan a éstas estructuras [de Tazumal] y que está
asentado en el valle de Zapotitán…”. Así, los entrevistados se aluden a estos sitios
como marcadores identitarios locales y nacionales.

De estos, algunos entrevistados estuvieron de acuerdo con que tales monumentos sí que
representan la “salvadoreñidad”, por ejemplo, un gestor cultural nos dice que, “lugares
muy específicos… los hemos tenido hasta en billetes, como el Tazumal [San Andrés
5
], tanto es que en este nuevo documento [documento único de identidad] aparece la
3 Presidente de El Salvador (1911-1913), gobernante asesinado en ejercicio de sus funciones.
4 “Los Ezeta” se refiere a Carlos Basilio Ezeta, presidente de El Salvador (1890-1894) y a su
hermano Antonio Ezeta.
5 San Andrés, sitio arqueológico prehispánico ubicado en el departamento de La Libertad.

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silueta de Tazumal…”. Para un maestro retirado parte de los símbolos que describen
la nacionalidad salvadoreña son, “…las ruinas de Tazumal que nos identifican ante el
mundo y así sucesivamente Casa Blanca…”, según él identifican al salvadoreño a nivel
internacional. Otro de los maestros retirados y que sufrió el exilio político durante la
década de 1980, nos refiere que, “el Tazumal es una pirámide de mucha importancia
porque es un monumento histórico, arquitectónico, donde pues, se escribió parte de la
historia de nuestro pueblo, ahí está representada la pujanza del indígena…”.

Uno gestor cultural, expresa que para él “como chalchuapaneco [es] un halagó sentir
que hay un símbolo que es propio de nuestra comunidad que se va a ser, más conocido
a nivel mundial…”, refiriéndose a la aparición de la silueta de Tazumal en el documento
único de identidad. Y recalca que, “Tazumal, pues para mí es un símbolo que me
identifica con mi identidad —ambas salvadoreño y chalchuapaneco— y con mi lugar
[de origen]…”.

Uno de los maestros retirados y músico afirma que Tazumal, para él, “significa una
joya histórica que nos identifica ante propios y extraños…”. Un estudiante universitario
piensa que Tazumal “es el símbolo máximo de Chalchuapa; y no solo de Chalchuapa,
va más allá del espacio físico del chalchuapaneco. Tazumal significa que hay mucho
por descubrir; para entender a las actuales y futuras generaciones”. Por su parte, un
comerciante santaneco residente en Chalchuapa expresa: “Para mí, Chalchuapa es
importante porque tiene las ruinas de Tazumal; porque sería un monumento o un sitio
arqueológico que por años nos ha identificado […] y quién no conoce Tazumal”.

Otro de los maestros retirados y miembro de las hermandades de la Iglesia católica local
de Santiago Apóstol opina: “El Tazumal es la imagen más representativa no [solamente]
de Chalchuapa, sino que del país...”. Uno de los maestros activos va mucho más allá
al afirmar que, “Chalchuapa podría ser [a través de Tazumal como símbolo] la cuna
cultural de El Salvador…”. Para un artista escultor, el que Tazumal aparezca en el
documento único de identidad es “un reconocimiento a nuestro pasado, que tuvo más
tiempo aquí y que marcó nuestra idiosincrasia”.

Uno de los maestros, y además comerciante, piensa que al poner al Tazumal en el


documento único de identidad, significa para él que, “quienes tomaron esa decisión
empezaron a buscar un símbolo nacional y encontraron en el Tazumal, el símbolo más
apropiado de la identidad nacional”.

Identidad nacional como símbolo, ritual y valores

“En la Escuela nos enseñaron a defender la nación y a defender el hecho de ser


salvadoreños aquí y donde sea.” Así nos explica una trabajadora social que labora con
comunidades en el área rural de Chalchuapa.

Además de los lugares y símbolos patrios aparecen los valores cívicos, como la lealtad a
la patria y los valores morales. En este sentido, como nos dice uno de los entrevistados,
hablando de la educación que recibió en la escuela: “Aprendimos primero el respeto

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a nuestros semejantes. En ese tiempo teníamos una clase de moral y cívica, que
lamentablemente desapareció. Nosotros, cuando mi época de jovencito, a los adultos
mayores les cedíamos el paso, o sea, a la acera. Si nosotros íbamos al lado de la pared,
le cedíamos la acera a los señores, a las señoras y a las señoritas, por supuesto”
(maestro retirado, músico y hoy comerciante).

Dicha enseñanza educativa los ha formado para que se identifiquen como salvadoreños;
sin embargo, hay otros que difieren de esos valores, y afirman que el papel de la escuela
ha tenido otros fines: “Lo que te enseñan en la escuela es una inminente contradicción
con la realidad […] Aprendí en la escuela a ser sumiso, con las alas cortas, producto de
una enseñanza diseñada para ser absorbido por el sistema capitalista […] un ser que es
preparado para aceptar los males de la sociedad sin ninguna esperanza de cambio…”
(hombre, estudiante universitario de casi 40 años, que creció durante y posterior a la
guerra civil de la década de 1980).

Aunque una minoría de los entrevistados se autodefine como personas que no creen
en lo que el Estado a través de la escuela les ha enseñado con respecto a su identidad
nacional, sí utilizan muchos de los referentes que a partir de la historia nacional se
enseña en las escuelas y que los hace sentirse o adscribirse como salvadoreños. Estos
elementos pueden ser lugares tales como Tazumal, Panchimalco e Izalco; hechos como
la batalla militar de 1885, en la cual muere el presidente guatemalteco Justo Rufino
Barrios y que tuvo lugar al norte de la ciudad de Chalchuapa; y personajes como los
expresidentes de El Salvador.

Un ejemplo de cómo se repite lo enseñado en la escuela es el de un maestro retirado y


hoy comerciante, el cual se define como “depositario de una cultura de fuerte mezcla
nahua y española”, asumiendo un claro discurso reproductor del proyecto del mestizaje
biológico, que se edificó a partir de la construcción de los estados nacionales hacia
finales del siglo XIX y comienzos del XX. Así, un comerciante expresa que, “en tanto
a raza […] el salvadoreño es bien racista, no hay mucho de color […] entonces la raza
sería mestiza…”.

La identidad como folclore: cuando los entrevistados aluden a sentirse “salvadoreños”


cuando escuchan determinadas canciones, tonadas, o cuando se refieren a las comidas
“tradicionales” están haciendo uso del recurso de lo pintoresco y del folclore para trazar
las características y contenidos culturalistas en donde se enmarca la salvadoreñidad.
Así, por ejemplo, un maestro retirado menciona que, cuando él ejercía la docencia a
nivel de primaria enseñaba, “…inculcábamos las canciones folclóricas nuestras como
‘El carbonero’, ‘Las cortadoras’, ‘Chalatenango’ y otras melodías cien por ciento
salvadoreñas” (maestro retirado y hoy comerciante, quien militó en el sindicato del
magisterio nacional).

Para un entrevistado, de profesión administrador de empresas, las comidas tradicionales


y en especial las pupusas lo hacen identificarse con el ser y sentirse salvadoreño, cuando
argumenta que los “platos típicos o platillos típicos que en cierto modo [son un] símbolo
de ser salvadoreño. Vaya, por ejemplo, nosotros, decir las pupusas […] es un símbolo

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El caso de la localidad de Chalchuapa en El Salvador. Págs. 34-48.

[…] las pupusas lo hacen sentirse identificado como salvadoreño”. En abril de 2005
se emite el Decreto Legislativo No. 655, que dicta: “Las pupusas son el plato nacional
de El Salvador, en razón de su procedencia autóctona y aceptación popular, (y) con el
propósito de festejar la pertenencia de este invento culinario, a la cultura del pueblo
salvadoreño, declárese el segundo domingo del mes de noviembre de cada año Día
nacional de las pupusas” (D.L No.655, 1 de abril de 2005).

Los contenidos culturalistas como los arriba mencionados proporcionan a la “identidad


salvadoreña” un manto desproblematizado socialmente. Es decir, las características de
la salvadoreñidad son estéticas, sonoras, olfativas y gustativas. La salvadoreñidad se
percibe homogénea y se desviste de todo contenido político y del conflicto.

Si bien para un grupo de entrevistados —unos diez u once— la identidad es percibida de


manera descriptiva y estética; para unos pocos —tres de los diecinueve entrevistados—
la identidad sí que es vista como acción, como una manera de ser, como la rebeldía. Sin
embargo, los entrevistados arriba expuestos son asumidos como propios si presentan
un grado de rebeldía en los hechos; por ejemplo, un entrevistado utilizó como lugar
referente de identidad salvadoreña a Izalco, por ser uno de los principales lugares del
levantamiento de 1932; y no a Izalco como un lugar turístico o un lugar en donde
todavía vive una población indígena, como lo enseña la historia oficial.

En este caso, podría tratarse de las identidades de resistencia, como afirma Castoriades.
Dichas identidades se dan en condiciones devaluadas por las identidades dominantes,
por lo que construyen trincheras de resistencia y de supervivencia, en contraposición
a las instituciones de la sociedad, que desean construir una identidad legitimadora
(Castoriades, 2001: 29-30).

Consideraciones finales

Es así que, como parte de los hallazgos de la investigación, el imaginario de lo salvadoreño,


como mestizo (de ascendencia indígena y española, además obviando la ascendencia
africana entre otras identidades étnicas), se refuerza con lo indígena, como el alma
ancestral del mito de origen. Ahí la arqueología ha jugado un papel preponderante, para
que el Estado salvadoreño, retome sus hallazgos en pro de la identidad nacional. Y es
en este punto, precisamente, en donde Chalchuapa, y en particular el sitio arqueológico
de Tazumal, ocupa un lugar central, tomando fuerza como un “aparato ideológico de la
memoria” (Candau, 2006:90).

Los chalchuapanecos edifican, construyen y asumen su identidad nacional salvadoreña


a partir de la historia de El Salvador y de su municipio, la cual reciben en los planes
de estudio que les inculcan en las instituciones educativas. Asimismo, la identidad
nacional se ve reforzada con el aprendizaje y valoración del patrimonio cultural
que absorben en los museos nacionales y privados. El altar y el culto cívico por los
símbolos, monumentos y personajes de la patria, los obtienen de la escuela, la que junto
con otras instituciones públicas y entidades privadas lo reproducen en aras de fomentar
y cimentar la identidad salvadoreña. La historia local y las dinámicas sociales locales

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Figura 4. Vista del templo colonial de Santiago Apóstol en Chalchuapa durante las fiestas
patronales del San Roque, el otro patrono de la ciudad. Fotografía: Heriberto Erquicia, 2010.

son, en definitiva, la base fundamental en la construcción y edificación de la identidad


chalchuapaneca. Así, podemos observar que la identidad local se erige a partir de sus
propios hechos, personajes y monumentos locales, aunque muchas veces esa identidad
transita entre lo local y lo nacional.

Un ejemplo interesante es el haber transformado y haberse apropiado de un personaje


inventado de la historia oficial nacional; no sin antes fabricar una reinvención histórica,
pero desde lo local. Así es como surgen los “caciques” Pampec y Tazumalec, los que,
según los informantes, combatieron en contra de los conquistadores españoles para
defender el territorio chalchuapaneco; hecho que nunca sucedió, pero que adaptaron y
retomaron basándose en una analogía del personaje de Atlacatl y su historia de combate,
lucha y rebeldía en contra de los conquistadores españoles, historia que, como sabemos,
fue una invención de finales del siglo XIX; y que en las décadas de 1920 en adelante
retomaron con fuerza los ideólogos del Estado salvadoreño, como el mito del origen de
la nación salvadoreña.

Quienes juegan un papel preponderante en la reproducción del imaginario nacionalista


en los chalchuapanecos son, en definitiva, los maestros, quiénes a través de la educación
formal transmiten las ideas y los discursos originados desde el Estado; pero también,
en el caso de Chalchuapa, los maestros son un gremio importante de líderes locales en

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El caso de la localidad de Chalchuapa en El Salvador. Págs. 34-48.

todas las áreas de desarrollo de la sociedad chalchuapaneca. Los maestros como agentes
sociales activos de la comunidad; trabajan por mantener y reproducir la historia y las
tradiciones locales, a través de diversos medios; puede ser desde la municipalidad a
las asociaciones o simplemente desde el plano personal. Sin embargo, es trascendental
señalar que a la historia oficial y a los discursos desde el Estado, los chalchuapanecos
también los cuestionan, los discuten, los riñen, los debaten, los rivalizan en torno a los
aspectos políticos, sociales, económicos, religiosos y culturales.

Aludiendo a las categorías de construcción social de las identidades que expone


Castoriades (2001), para el caso de Chalchuapa, la identidad, como proyecto que el
Estado salvadoreño, se elaboró desde finales del siglo XIX; y para la cual el Estado,
el Ejército, las elites, los intelectuales orgánicos y demás instituciones públicas se
convirtieron en los que validaron y reconocieron la identidad legitimadora, extendiendo
y racionalizando su dominación, la cual trabajaron y abonaron en vistas de la
homogenización. Es claro que los maestros reproducen esa identidad de proyecto; pero
hasta cierto punto, pues, luego de los Acuerdos de Paz y a la luz del multiculturalismo,
se genera una identidad de resistencia, que encuentra oposición a la lógica de la
dominación, con lo cual los maestros no se dejan; construyen trincheras de resistencia
y supervivencia ante lo establecido desde el Estado e impugnan ese imaginario forjado
desde arriba.

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