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Todas las circunstancias del final del reinado de Isabel II condujeron a que en
septiembre de 1868 se produjera la denominada Gloriosa Revolución. Se inició en
Cádiz como una sublevación militar (Manifiesto de Cádiz), a la que se unieron
sublevaciones populares en diversas ciudades españolas, apoyadas por algunos partidos
políticos que armaron al pueblo. La victoria de los revolucionarios fue rápida debido al
descrédito de la monarquía, a la crisis económica y social que había comenzado en
1864, a la unión de los partidos de la oposición (pacto de Ostende), a la crisis del
sistema político existente (corrupto e incapacitado para resolver los problemas del país)
y por último, a la falta de apoyo militar de la Reina (derrota de Alcolea). La
consecuencia inmediata de la revolución fue el derrocamiento de Isabel II y su exilio a
Francia.
En octubre de 1868 se creó un gobierno provisional cuyo primer objetivo era
encauzar la revolución y disolver las Juntas que habían aparecido por todo el país. Este
gobierno lo integraron fundamentalmente unionistas (Serrano como presidente) y
progresistas (Prim, Ruíz Zorrilla, Sagasta). Entre las primeras medidas del gobierno
podemos mencionar la reinstauración de las libertades esenciales (asociación, expresión,
enseñanza, etc.), la implantación del liberalismo económico y la monarquía como
sistema político. Esto último disgustó a los demócratas. Con gran rapidez, el gobierno
procedió a convocar elecciones a Cortes Constituyentes por sufragio universal
masculino (diciembre de 1868). La victoria fue para los progresistas, que también
dominaron las votaciones en las Cortes para la elaboración de una nueva constitución.
Los aspectos más destacados de la Constitución de 1869 son los siguientes: