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Y los de este
domingo lo acentúan todavía más. “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate
de todo corazón, Jerusalén”, comienza la 1ª lectura. Su eco lo recoge el Salmo: “Gritad
jubilosos, habitantes de Sión: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”. La carta a
los Filipenses mantiene la misma tónica: “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os
repito, estad siempre alegres.” Y el evangelio termina hablando de la Buena Noticia; y las
buenas noticias siempre producen alegría.
Este breve texto, probablemente del siglo V a.C., aborda dos problemas políticos, con un
final religioso. Jerusalén ha sufrido la deportación a Babilonia, el rey y la dinastía de David
han desaparecido, los persas son los nuevos dominadores. No tiene libertad ni rey. El
profeta anuncia un cambio total: el Señor expulsa a los enemigos y será el rey de Israel. Lo
más sorprendente es el motivo de este gran cambio: el amor de Dios. Cuando se recuerda
que los profetas consideran la historia del pueblo una historia de pecado, asombra que
Dios pueda gozarse y complacerse en él. Las palabras finales se adaptan perfectamente al
espíritu del Adviento. La Iglesia, tantas veces pecadora, sigue gozando del amor de Dios.
Lo mismo puede decirse de cada uno de nosotros.
Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén. El
Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de
Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán de Jerusalén: «No temas, Sión, no
desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se
goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta».
Pablo escribe a su comunidad más querida. En la parte final de la carta, tres cosas le
aconseja: alegría, mesura y oración.
Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os repito, estad siempre alegres. Que
vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino
que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones
sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobre pasa todo juicio, custodiará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Oración. En pocas palabras, Pablo traza un gran programa a los Filipenses. Una
oración continua, “en toda ocasión”; una oración que es súplica pero también acción de
gracias; una oración que no se avergüenza de pedir al Señor a propósito de todo lo que
nos agobia o interesa.
2) lo anterior provoca en la gente el deseo de saber qué debe hacer; Juan responde
con unos consejos prácticos;
Él contestó:
− El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida,
haga lo mismo.
Él les contestó:
«Tanto para los soldados como para los publicanos, Lucas se interesa por una ética de la
justa adquisición de bienes y del buen uso del dinero» (Bovon, El evangelio según san
Lucas I, 252). Algo que puede llamar la atención a quienes piensen que la mejor forma de
prepararse a celebrar la venida del Señor es centrarse en actos de piedad.
Anuncio (15-17)
− Yo os bautizo con agua; pero viene uno que puede más que yo, y no merezco desatarle
la correa de sus sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el
bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una
hoguera que no se apaga.
Dos temas indica Juan a propósito del personaje futuro: la mayor importancia de su
persona y el mayor valor de su bautismo. La mayor importancia de la persona la expresa
aludiendo a su fuerza, porque del Mesías se espera que la tenga para derrocar a los
enemigos, y a la indignidad de Juan respecto a él, ya que no puede cumplir ni siquiera el
servicio de un esclavo.
La mayor importancia del bautismo queda clara por la diferencia entre el agua, en uno, y
el Espíritu Santo y el fuego, en el otro. Bautizar significar «lavar», «purificar». Y si se quiere
mejorar la conducta del pueblo, nada mejor que el Espíritu de Dios: «Os infundiré mi
espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que cumpláis mis mandamientos» (Ez
36,27). Además, el fuego purifica más que el agua.
Al comienzo de su intervención, Juan hizo referencia al hacha dispuesta a talar los árboles
inútiles; al final, al bieldo que echa la paja en la hoguera. Dos imágenes potentes para
animar a la conversión.
Sumario (18)
Acto primero
Poco a poco, la luz que solo iluminaba el rostro aumenta de intensidad y permite ver que
el protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto
regio y espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su
corte. Se dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: «Como el suelo echa
sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los
cantos de alegría ante todos los pueblos».
El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para
dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para
proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año
de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me
ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se
pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como
un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante
todos los pueblos. (Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11)
Acto segundo
En el centro del escenario, un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y
escribiendo. Pablo camina por la habitación mientras dicta.
̶ No sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete
consejos.
̶ Claro. Los seis anteriores han sido: «Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad
gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía.
Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno». Ahora basta con que los encomiendes a
Dios y les asegures su protección.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24
Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la
voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no
despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos
de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la Paz os consagre totalmente, y que
todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de
nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.
Acto tercero
Escena a orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de
sacerdotes y levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez
más gente acude al río, y las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es
ese Juan? ¿Es el Mesías, el rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen
unos, que es el profeta Elías, que ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que habló
Moisés, el que otros esperan antes del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí mismo?
Lo asedian a preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más
escuetas: «No soy el Mesías». «No lo soy». «No». Al final, cansado de tanto interrogatorio,
les da una clave que ellos probablemente no comprenden. «Yo solo soy una voz que grita
en el desierto. Al que deberíais buscar es a uno que no conocéis, que viene detrás de mí,
mucho más importante que yo».
Juan mira a sus discípulos y les comenta: «Han venido desde Jerusalén queriendo saber
quién soy yo, y no les interesa saber quién es el que viene detrás de mí».
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venia como testigo, para
dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo
de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: ¿Tú quién eres?
Él dijo: No lo soy.
¿Eres tú el Profeta?
Respondió: No.
Y le dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado,
¿qué dices de ti mismo?
Contestó: Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", Como dijo
el profeta Isaías.
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no
eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?
Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis,
el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.
Como preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que
provocó bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este
comentarista, la clave se encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el
primero habla de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el tercero, de Juan, que
se empequeñece a sí mismo para poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el que lo
sigue es precisamente el que lo ha precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con
un mensaje de esperanza y alegría para los que sufren. Quien no esté de acuerdo con
estas sutilezas deberá contentarse con poner en práctica los buenos consejos de Pablo.