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Los textos del domingo pasado dejaban claro el tono alegre del Adviento.

Y los de este
domingo lo acentúan todavía más. “Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate
de todo corazón, Jerusalén”, comienza la 1ª lectura. Su eco lo recoge el Salmo: “Gritad
jubilosos, habitantes de Sión: Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel”. La carta a
los Filipenses mantiene la misma tónica: “Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os
repito, estad siempre alegres.” Y el evangelio termina hablando de la Buena Noticia; y las
buenas noticias siempre producen alegría.

Las lecturas ofrecen materia abundante (¡demasiada!). Quien vaya a comentarlas


debe seleccionar lo más importante para su auditorio.

Alegría de Jerusalén y alegría de Dios (Sofonías 3,14-18)

Este breve texto, probablemente del siglo V a.C., aborda dos problemas políticos, con un
final religioso. Jerusalén ha sufrido la deportación a Babilonia, el rey y la dinastía de David
han desaparecido, los persas son los nuevos dominadores. No tiene libertad ni rey. El
profeta anuncia un cambio total: el Señor expulsa a los enemigos y será el rey de Israel. Lo
más sorprendente es el motivo de este gran cambio: el amor de Dios. Cuando se recuerda
que los profetas consideran la historia del pueblo una historia de pecado, asombra que
Dios pueda gozarse y complacerse en él. Las palabras finales se adaptan perfectamente al
espíritu del Adviento. La Iglesia, tantas veces pecadora, sigue gozando del amor de Dios.
Lo mismo puede decirse de cada uno de nosotros.

Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate de todo corazón, Jerusalén. El
Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos. El Señor será el rey de
Israel, en medio de ti, y ya no temerás. Aquel día dirán de Jerusalén: «No temas, Sión, no
desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se
goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta».

Alegría, mesura y oración (Filipenses 4,4-7)

Pablo escribe a su comunidad más querida. En la parte final de la carta, tres cosas le
aconseja: alegría, mesura y oración.
Hermanos: Estad siempre alegres en el Señor; os repito, estad siempre alegres. Que
vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca. Nada os preocupe; sino
que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones
sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobre pasa todo juicio, custodiará vuestros
corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.

Alegría, confiando en la pronta vuelta del Señor. Al principio de su actividad misionera,


Pablo estaba convencido de que Cristo volvería pronto. Lo mismo esperaban la mayoría de
los cristianos a mediados del siglo I. Aunque esto no se realizó, las palabras “El Señor está
cerca” son verdad: no en sentido temporal, sino como realidad profunda en la Iglesia y en
cada uno de nosotros.

Mesura. En el contexto navideño, cabe la tentación de interpretar la mesura como una


advertencia contra el consumismo. Sin embargo, el adjetivo que usa Pablo (evpieike.j)
tiene un sentido distinto. Se refiere a la bondad, amabilidad, mansedumbre en el trato
humano, que debe ser semejante a la forma amable y bondadosa en que Dios nos trata.

Oración. En pocas palabras, Pablo traza un gran programa a los Filipenses. Una
oración continua, “en toda ocasión”; una oración que es súplica pero también acción de
gracias; una oración que no se avergüenza de pedir al Señor a propósito de todo lo que
nos agobia o interesa.

Una «buena noticia» bastante extraña (Lucas 3,10-18)

El domingo pasado, el texto del evangelio presentaba a Juan Bautista: momento de


su intervención como profeta, actividad (bautismo para el perdón de los pecados) y
cumplimiento de lo anunciado por Isaías.

A continuación ofrece Lucas un resumen de su mensaje, dividido en tres partes:

1) exhortación a la penitencia y a dar buenos frutos; de lo contrario, el hacha ya


está preparada para cortar el árbol y tirarlo al fuego;

2) lo anterior provoca en la gente el deseo de saber qué debe hacer; Juan responde
con unos consejos prácticos;

3) anuncio de la venida de un personaje más importante con un bautismo superior


al suyo.
La liturgia ha omitido la primera parte, pero conviene tenerla en cuenta para
comprender los consejos que siguen.

Consejos prácticos (10-14)

En aquel tiempo la gente preguntaba a Juan:

− ¿Entonces qué hacemos?

Él contestó:

− El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida,
haga lo mismo.

Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:

− ¿Maestro, qué hacemos nosotros?

;Él les contestó:

− No exijáis más de lo establecido.

Unos militares le preguntaron:

− ¿Qué hacemos nosotros?

Él les contestó:

− No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga.

En la primera parte de su discurso Juan Bautista ha exigido la conversión, producir frutos


buenos. ¿En qué consisten? Lucas responde poniendo unas preguntas en boca de la
multitud, de los recaudadores de impuestos (los publicanos) y de los soldados. La
presencia de recaudadores no extraña, teniendo en cuenta que también se interesarán
por la predicación de Jesús. Más extraña resulta la mención de los soldados
(strateuo,menoi) ya que este colectivo no se vuelve a mencionar en el NT; debe tratarse
de judíos al servicio de Herodes Antipas.
La respuesta más exigente es la primera, dirigida a todos: compartir el vestido y la comida.
Recuerda lo que pide Dios en el libro de Isaías: «partir tu pan con el hambriento, hospedar
a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne» (Is 58,7).

La respuesta a los recaudadores se queda en lo negativo: «No exijáis más de lo


ordenado». La actividad de los publicanos abarcaba muchos aspectos de la vida diaria:
derechos de importación y exportación, portazgos, peaje, impuestos urbanos, etc. «Y si el
pacífico residente, el labrador, el comerciante o el fabricante se veía constantemente
expuesto a sus exacciones, el viajero, el caravanero o el buhonero se encontraban con su
vejatoria presencia en cada puente, por la carretera y a la entrada de las ciudades. Se
tenía que descargar cada bulto, y todo su contenido era abierto y registrado; hasta las
cartas eran abiertas; y debe haberse precisado de algo más que de la paciencia oriental
para soportar la insolencia de los recaudadores y para someterse a sus ‘falsas acusaciones’
al fijar arbitrariamente la cuota por la tierra o los ingresos, o el valor de las mercancías (A.
Edersheim, Usos y costumbres de los judíos, Clie, Terrasa 2003, 76-78).

La respuesta a los soldados une lo negativo: «no maltratéis ni extorsionéis a nadie» y lo


positivo: «contentaos con vuestra paga».

«Tanto para los soldados como para los publicanos, Lucas se interesa por una ética de la
justa adquisición de bienes y del buen uso del dinero» (Bovon, El evangelio según san
Lucas I, 252). Algo que puede llamar la atención a quienes piensen que la mejor forma de
prepararse a celebrar la venida del Señor es centrarse en actos de piedad.

Anuncio (15-17)

El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él


tomó la palabra y dejo a todos:

− Yo os bautizo con agua; pero viene uno que puede más que yo, y no merezco desatarle
la correa de sus sandalias. Él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el
bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una
hoguera que no se apaga.

La denuncia inicial y los consejos prácticos no crean malestar en la gente, animan a


preguntarse por la identidad de Juan. Este responde hablando de un personaje con más
autoridad (no le da el título de Mesías), que llevará a cabo una misión doble: positiva
(bautismo) y ambigua (bieldo).

Dos temas indica Juan a propósito del personaje futuro: la mayor importancia de su
persona y el mayor valor de su bautismo. La mayor importancia de la persona la expresa
aludiendo a su fuerza, porque del Mesías se espera que la tenga para derrocar a los
enemigos, y a la indignidad de Juan respecto a él, ya que no puede cumplir ni siquiera el
servicio de un esclavo.

La mayor importancia del bautismo queda clara por la diferencia entre el agua, en uno, y
el Espíritu Santo y el fuego, en el otro. Bautizar significar «lavar», «purificar». Y si se quiere
mejorar la conducta del pueblo, nada mejor que el Espíritu de Dios: «Os infundiré mi
espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que cumpláis mis mandamientos» (Ez
36,27). Además, el fuego purifica más que el agua.

Basándose en el Salmo 2, algunos textos concebían al Mesías con un cetro en la mano


para triturar a los pueblos rebeldes y desmenuzarlos como cacharros de loza. Juan no lo
presenta con un cetro, utiliza una imagen más campesina: lleva un bieldo, con el que
separará el trigo de la paja, para quemar ésta en una hoguera inextinguible.

Al comienzo de su intervención, Juan hizo referencia al hacha dispuesta a talar los árboles
inútiles; al final, al bieldo que echa la paja en la hoguera. Dos imágenes potentes para
animar a la conversión.

Sumario (18)

Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba la Buena Noticia.

Este versículo resume la actividad de Juan fijándose en su predicación y sin mencionar el


bautismo. Las palabras de Juan pueden parecer muy duras, pero constituyen una buena
noticia para quien está dispuesto a convertirse.
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La liturgia del tercer domingo de Adviento, teniendo en cuenta la cercanía de la Navidad,
pretende ser una clara invitación a la alegría. El protagonista de la primera lectura afirma:
«Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios»; san Pablo pide a los
tesalonicenses: «Estad siempre alegres». Juan Bautista es demasiado serio para hablar de
alegría, pero da testimonio de la luz que inundará el mundo, y eso también es motivo de
gozo. Aparte de este dato común, la mejor forma de entender las lecturas es imaginarnos
espectadores de una obra de teatro en tres actos.

Acto primero

Cuando se descorre el telón se ve un personaje de pie en el centro del escenario, rodeado


de una multitud sentada en el suelo, pobremente vestida. Son antiguos desterrados en
Babilonia, actuales oprimidos por el imperio persa. La escena está en penumbra,
transmitiendo al espectador una sensación de profunda tristeza; sólo un foco ilumina el
rostro del protagonista. Mira en silencio, durante largo rato, a la multitud que le rodea.
Finalmente, abre la boca y dice algo inaudito: «El Espíritu del Señor está sobre mí». Suena
a blasfemia. El Espíritu del Señor hace siglos que no se posa sobre nadie. Eso dicen algunos
sabios: que el Espíritu se retiró después de la destrucción del templo de Jerusalén. Pero el
personaje parece muy seguro de lo que dice. Y les habla de la misión que llevará a cabo
movido por el Espíritu: «daros una buena noticia a vosotros que sufrís, vendar los
corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad,
proclamar el año de gracia del Señor».

Poco a poco, la luz que solo iluminaba el rostro aumenta de intensidad y permite ver que
el protagonista, a diferencia de los demás, está vestido de gala, envuelto en un manto
regio y espléndido, que refuerzan la alegría de su rostro. Pero no habla como un rey a su
corte. Se dirige a campesinos, con el lenguaje que pueden entender: «Como el suelo echa
sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los
cantos de alegría ante todos los pueblos».

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para
dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones desgarrados, para
proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad, para proclamar el año
de gracia del Señor. Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me
ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se
pone la corona, o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como
un jardín hace brotar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante
todos los pueblos. (Lectura del libro de Isaías 61, 1-2a. 10-11)
Acto segundo

En el centro del escenario, un muchacho de unos veinte años sentado a una mesa y
escribiendo. Pablo camina por la habitación mientras dicta.

̶ Guardaos de toda forma de maldad.

̶ No sigas. (Lo interrumpe el muchacho cuando acaba de escribir la frase). Ya van siete
consejos.

Pablo lo mira extrañado.

̶ ¿Los has ido contando?

̶ Claro. Los seis anteriores han sido: «Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad
gracias en toda ocasión. No apaguéis el espíritu. No despreciéis el don de profecía.
Examinadlo todo, quedándoos con lo bueno». Ahora basta con que los encomiendes a
Dios y les asegures su protección.

̶ ¿Cuál de esos consejos te viene mejor?

El muchacho se queda releyéndolos y pensando mientras cae el telón.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5,16-24

Estad siempre alegres. Sed constantes en orar. Dad gracias en toda ocasión: ésta es la
voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros. No apaguéis el espíritu, no
despreciéis el don de profecía; sino examinadlo todo, quedándoos con lo bueno. Guardaos
de toda forma de maldad. Que el mismo Dios de la Paz os consagre totalmente, y que
todo vuestro espíritu, alma y cuerpo, sea custodiado sin reproche hasta la venida de
nuestro Señor Jesucristo. El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas.

Acto tercero

Escena a orilla del río Jordán. En el centro Juan Bautista, rodeado de un grupo de
sacerdotes y levitas. Las noticias que han llegado a Jerusalén son alarmantes. Cada vez
más gente acude al río, y las autoridades temen que se produzca una revuelta. ¿Quién es
ese Juan? ¿Es el Mesías, el rey que los liberará del poder romano? ¿Es cierto, como dicen
unos, que es el profeta Elías, que ha vuelto a la tierra? ¿O es el profeta del que habló
Moisés, el que otros esperan antes del fin del mundo? ¿Qué dice él de sí mismo?
Lo asedian a preguntas, pero no consiguen arrancarle más que negativas, cada vez más
escuetas: «No soy el Mesías». «No lo soy». «No». Al final, cansado de tanto interrogatorio,
les da una clave que ellos probablemente no comprenden. «Yo solo soy una voz que grita
en el desierto. Al que deberíais buscar es a uno que no conocéis, que viene detrás de mí,
mucho más importante que yo».

Los sacerdotes y levitas dan a Juan por imposible y se retiran.

Juan mira a sus discípulos y les comenta: «Han venido desde Jerusalén queriendo saber
quién soy yo, y no les interesa saber quién es el que viene detrás de mí».

Lectura del santo evangelio según san Juan 1, 6-8.19-28

Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venia como testigo, para
dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo
de la luz. Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén
sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: ¿Tú quién eres?

El confesó sin reservas: Yo no soy el Mesías.

Le preguntaron: Entonces, ¿qué? ¿Eres tú Elías?

Él dijo: No lo soy.

¿Eres tú el Profeta?

Respondió: No.

Y le dijeron: ¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado,
¿qué dices de ti mismo?

Contestó: Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", Como dijo
el profeta Isaías.

Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no
eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?

Juan les respondió: Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis,
el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.

Crítica del periódico

Como preparación a la Navidad se representó ayer una extraña obra en tres actos que
provocó bastante desconcierto entre el público presente. En opinión de este
comentarista, la clave se encuentra en el contraste entre los actos primero y tercero: el
primero habla de un personaje seguro de sí mismo y de su misión; el tercero, de Juan, que
se empequeñece a sí mismo para poner de relieve la grandeza del que lo sigue. Y el que lo
sigue es precisamente el que lo ha precedido, el protagonista del primer acto. Alguien con
un mensaje de esperanza y alegría para los que sufren. Quien no esté de acuerdo con
estas sutilezas deberá contentarse con poner en práctica los buenos consejos de Pablo.

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