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Salmo responsorial:
Sal 112,1-2.4-6.7-8
Estribillo: Que alaben al Señor todos sus siervos
2ª Lectura:
1 Tm 2,1-8: Pidan a Dios por todos los hombres,
porque quiere que todos se salven
Antífona de la comunión:
Jn 10,14: Yo soy el Buen Pastor, dice el Señor, y conozco a mis
ovejas, y ellas me conocen a Mí
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Contexto celebrativo
El Señor que vino a salvarnos haciéndose hombre, y entregando su vida
por nuestra salvación, continúa su obra salvadora en nosotros, por medio de
su Iglesia que nos convoca, domingo a domingo, para participar en la
actualización de su Misterio Pascual, y ha experimentar su misión salvadora,
tal como la realizó en su primera venida, para que nosotros, en el hoy de
nuestra historia, podamos valorar, y hacer vida su enseñanza, fortalecidos
con el pan de su Palabra, y de la Eucaristía, que se nos ofrecen como Pan, y
Bebida de salvación.
En los domingos anteriores nos ha llamado a no buscar engrandecernos,
sino a humillarnos, como Él lo hizo, tomando el yugo de la entrega, el servicio,
y el amor a Él, y en Él, a los hermanos, sobre todo a los más necesitados. Esto
es tomar nuestra cruz, y seguirlo.
Nos pide, igualmente, no poner nuestro corazón en los bienes
materiales, y pasajeros, para poder seguirlo con verdadera libertad.
Seguimiento que no puede quedarse en buenas intenciones, sino que debe
manifestarse con nuestra entrega, generosa, y total.
El domingo pasado Jesús, puso en evidencia su proyecto de amor,
reconciliación y salvación, con las parábolas de la misericordia, reconociendo
el amor de Padre, que, en Jesús que hace suyos nuestros pecados, nos acoge,
y nos salva lleno de ternura, compasión, y perdón, para que, convertidos,
celebremos el banquete gozoso, y definitivo en la plenitud de los tiempos.
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Pbro. José Ignacio Martínez Aurioles. T. B. L
Aclamación
Como clave de lectura, que nos marca la línea celebrativa, y el sentido
de nuestro encuentro con Jesús, y que nos lleva a reconocer su presencia en
el Evangelio, y por lo que lo aclamamos, con la afirmación que hace el apóstol
Pablo, en la segunda carta a los Corintios: “Jesucristo, siendo rico, se hizo
pobre, para enriquecernos con su pobreza”.
Jesús asumió nuestra realidad, y naturaleza humana, se abajó, y humilló
para que nosotros pudiéramos compartir con Él, la verdadera riqueza, que no
dependerá del tener, y acaparar bienes materiales, sino del dar, y entregarnos
al servicio de los hermanos, en especial, de los más necesitados, no sólo en lo
material, sino, y, sobre todo, de la salvación que Él nos ofrece, que nos
conduce a su Reinado, y a la comunión con el Padre, fuente, y gracia de la
verdadera, única, y auténtica felicidad, fruto de saber administrar los bienes
que Él nos da para compartir con los que carecen de lo más necesario,
espiritual, y materialmente. Este texto hace resonar en nuestra mente, y en
nuestro corazón, otros textos, como: Flp 2,6-11; Mt 8,20; cfr. Mc 12,44.
Los corintios, que en otro tiempo se habían preocupado por hacer la
colecta, en favor de los judíos que pasaban escasez, y hambruna, ahora se
han olvidado de ellos, y ya no siguen auxiliando a los pobres de Jerusalem.
Llama la atención que el apóstol se refiera a estas aportaciones, con términos
como: comunión, bendición, servicio sagrado.
Como Iglesia, tenemos que buscar las formas, y los cómos, para hacernos
partícipes y servidores, de los más necesitados, sobre todo en las
circunstancias que estamos viviendo actualmente, con organizaciones,
formas, y medios para asistir a los hermanos que tienen mayores carencias, y
necesidades, material y espiritualmente. Esta será nuestra verdadera riqueza.
Con esta disposición, dejemos actuar al Espíritu Santo.
Evangelio
En el Evangelio que hoy se nos proclama, con la parábola del
administrador infiel, y mañoso, que, al ser descubierto por su amo, actúa
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Pbro. José Ignacio Martínez Aurioles. T. B. L
1ª Lectura
Para este domingo, la primera Lectura se toma nuevamente del profeta
Amós, es un oráculo contra los explotadores. Hace resonar lo que ya había
mencionado en 2,6-8, y 4,1 en los que confronta a los defraudadores, y
abusadores de los necesitados.
Después de las visiones del profeta, que se interrumpen para señalar
situaciones, y realidades concretas de los pudientes que oprimen, y buscan
formas para deshacerse de los pobres, y humildes. La fiesta por la luna nueva,
y del sábado, les impide continuar con sus negocios. Además, alteran las
medidas, suben los precios, y falsearán las balanzas, robando a sus hermanos.
Igualmente, compran al indefenso por dinero, y al pobre por un par de
sandalias, y venderán el salvado como trigo.
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Pbro. José Ignacio Martínez Aurioles. T. B. L
Salmo responsorial
Nuestra respuesta a la Palabra que hemos escuchado, y que nos hace
experimentar el plan que Dios tiene para nosotros, encuentra nuestra
respuesta a su Palabra, con su misma Palabra, pues el Salmo responsorial, es
también Palabra de Dios. Hoy lo hacemos con el Sal 112.
Este salmo es un himno, con el que se inicia el “Pequeño Hallel”,
(pequeña alabanza), Sal 113-118, (112-117 en la Vulgata), y que era usado en
las fiestas judías.
Está conformado por tres secciones: a) Invitación para alabar al Señor,
vv. 1-3; b) Reconocimiento de la soberanía de Dios, vv. 4-6; y c) Cuidado del
Señor para con los pobres, vv. 7-9.
La invitación inicial para ensalzar, y alabar “el nombre” del Señor, sirve
de referencia para reconocer la trascendencia de Dios, que se abaja, vv. 4-6,
para levantar del polvo al desvalido, y del estiércol al pobre, y sentarlo con
los príncipes de su pueblo, y a la estéril, la hace madre de hijos, vv. 7-9, así
como su trascendencia, y la compasión para con los pobres, y necesitados.
Podemos enfatizar, y reconocer la oposición en cuanto a los “espacios”:
en los vv. 4-6, del cielo - a la tierra, y en 7-9, del polvo, y el estiércol, - a
sentarlo con los príncipes de su pueblo. El Señor que habita en los cielos, se
abaja para elevar a los desamparados, y necesitados.
Los vv. 7-9 manifiestan una similitud con 1 Sm 2,5.8, que servirán para
la respuesta de María, en el Magnificat, cfr. Lc 1,47-55. María canta la
grandeza de Dios, que se abaja para engrandecer a los pequeños y sencillos.
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Pbro. José Ignacio Martínez Aurioles. T. B. L
Segunda Lectura
Continuamos con la primera carta a Timoteo. Pablo extiende sus
instrucciones, pero ahora insiste en algunos puntos clave para el buen
funcionamiento de la comunidad. Por eso les recomienda hacer oración por
todos los hombres, pues Dios quiere su salvación.
Destaca el apóstol su certidumbre, y sano optimismo, así como su visión
ecuménica que debe superar segregaciones, intolerancias, y fanatismos.
Todo parece indicar que el cristianismo se va estableciendo en la sociedad,
grecorromana, y se va inculturando en las estructuras del imperio romano.
El v. 2 hacen referencia a Esd 6,10. El v. 6 afirma el designio salvador de
Dios es para todos los hombres, y para que lleguen al conocimiento pleno de
la verdad. Cristo es el único mediador entre Dios, y nosotros los hombres.
Siendo hombre, Él también se entregó como rescate por todos.
Pablo se presenta como testigo de la verdad, y que, a pesar de haber
sido perseguidor de la Iglesia, ha sido constituido como heraldo, apóstol, y
maestro de los gentiles, (paganos, no judíos), en la fe, y la verdad. Pide a toda
la comunidad que oren, elevando sus manos piadosas al cielo, sin ira, ni
discusiones, en la unidad y solidaridad.
La mediación de Cristo redentor de los, vv. 5-6, hacen resonar Jn 1,14-
18; 16,23; Rm 3,24; Hb 2,6-17. Este es el proyecto que tiene el Dios único, cfr.
1 Co 8,6; Ef 1,3-14, pues quiere que su salvación sea, y llegue a todos.
Asumamos con generosidad, y alegría el seguimiento de Jesús, viviendo
en nuestras parroquias esa unión, y fidelidad al Evangelio, en comunión con
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la Iglesia, tal como lo pedía el apóstol Pablo a Timoteo, para que lo hiciera
realidad en la comunidad de Éfeso, como él lo mismo hace.
De esa manera manifestaremos con hechos, que no se puede servir a
Dios, y también, servidores del dios “mammón”, el dios del dinero, la
ambición, y la avaricia. Esto es el camino que el Señor nos exige hoy.
Antífona de la comunión
Nutridos con la Palabra de Dios que hemos escuchado, Palabra que se
hace “Carne” en la Eucaristía, y que se nos ofrece como alimento, para que,
fortalecidos, y en la unión con Cristo superemos nuestros egoísmos y
ambiciones personales, para saber entregarnos, y compartir nuestros bienes
con los hermanos que viven limitaciones, e injusticias.
Por eso la antífona de la comunión no llama a volver los ojos a Jesús el
buen Pastor: “Yo soy el Buen Pastor, dice el Señor, y conozco a mis ovejas, y
ellas me conocen a Mí”.
Como ya lo hemos señalado anteriormente, “Yo soy” = YHWH, es el
nombre de Dios. Jesús por eso se autonombra como “Yo soy”, el Dios de
Abraham, de Isaac, y Jacob, el Dios de la Alianza, de Hēsēd, y el Émêt = del
amor, ternura, benevolencia…, y de la fidelidad, y firmeza en ese amor.
Este Dios del Amor, y la Fidelidad, que se manifiesta en Jesús, segunda
Persona de la Santa Trinidad, que se hace “carne”, cumpliendo los anuncios
del A.T., se revela como el Buen Pastor, el Pastor por excelencia, que da la
vida por sus ovejas, y establece con ellas: nosotros, una relación, íntima y
profunda, pues el “conocer”, como también los hemos señalado, indica el
adentrarse, y hacerse uno con la persona que es conocida. Es el encuentro, y
la comunión vital, íntima, y profunda entre Jesús, y cada uno de nosotros, si
es que queremos seguirlo, llenos de confianza, y fidelidad.
Por eso el acercarnos a la mesa del Señor, no es un acto rutinario, vacío,
e inoperante, es el encuentro: “comunión vital”, íntima, fecunda, y vivificante
con Él, que nos fortalece, nos renueva, y vivifica para seguirlo.
Respuesta en la vida
Vivir nuestra Eucaristía en este Domingo XXV del tiempo durante el año,
nos cuestiona, y llama a revalorar el sentido de lo que significa seguir a Jesús,
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