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aplicación de la ley. De acuerdo con ese criterio, deberán investigar con igual celo no sólo
los hechos y circunstancias que funden o agraven la responsabilidad del imputado, sino
también los que le eximan de ella, la extingan o la atenúen.
Principio de presunción de inocencia
El Código consagra, como gran anhelo para juristas y legos, la existencia del principio de
inocencia, hoy en día sólo deducible de los tratados internacionales ratificados por Chile,
pero de nula presencia expresa ni en la Constitución ni en la ley procesal penal.
La existencia de este principio hoy en día permitiría soslayar estériles discusiones, v.gr.
sobre la naturaleza de la libertad provisional, consagrando su primacía ontológica sobre la
prisión preventiva.
Ahora bien, en virtud del principio consagrado en el artículo 4º del Código, ninguna
persona será considerada ni será tratada como culpable en tanto no fuese condenada como
sentencia firme. Es decir, nadie, bajo ningún respecto, puede recibir el trato de culpable si
no es en virtud de sentencia ejecutoriada.
Los alcances de este principio son enormes y merecen un acabado estudio. De aquí se
desprendería, por ejemplo, que todos los efectos extra procesales del auto de procesamiento
(que desaparece en virtud del Código), sean del rango que fueran (constitucionales o
legales) deberían entenderse derogados. Es decir, la pena penal resulta ser el inicio de las
sanciones y no podría aplicarse “sanciones” anexas por su calidad de imputado.
Principio de legalidad de las medidas restrictivas de libertad
Siguiendo lo señalado por el texto constitucional del artículo 19 Nº 7 letras b) y c), el
artículo 5º del Código manifiesta que nadie puede ser citado, arrestado, detenido, sometido
a prisión preventiva ni sometido a alguna forma de privación o restricción de libertad, sino
en los casos y en la forma señalado por la Constitución o las leyes.
A este respecto es necesario señalar que el Código ha añadido a la citación como una forma
de restricción de libertad que la Carta Fundamental no considera unida indiscutiblemente a
este principio.
El Código ha modificado en forma relevante la concepción que hoy día se desliza sobre las
medidas cautelares personales, especialmente la de prisión preventiva, reafirmando su
estructura genuina de medida cautelar. Así, como botones de muestra, deben mencionarse
los artículos 122 y 139. El primero señala que las medidas cautelares personales sólo serán
impuestas “cuando fueren absolutamente indispensables para asegurar la realización de los
fines del procedimiento y sólo durarán mientras subsistiere la necesidad de su aplicación”.
El segundo asevera que “la prisión preventiva sólo procederá cuando las demás medidas
cautelares personales fueren insuficientes para asegurar las necesidades del proceso”.
Más aun, el inciso 2º del artículo 5º ya señalado establece como sub-principio, el de que
estas medidas restrictivas o privativas de libertad (de otros derechos del imputados) deben
ser interpretadas restrictivamente y no pueden ser aplicadas por analogía. Es decir, de ser
considerado vigente, esto pone en serio entredicho el cúmulo de obstáculos que la derecha
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ha puesto bajo la forma de las Leyes Nº 19.504 y 19.611 a la libertad provisional a través
del otorgamiento de parámetros de amplia interpretación al tribunal. Dicho en otros
términos, la libertad personal durante el proceso no puede ser interpretada como una
“concesión graciosa” al mismo nivel que la prisión preventiva.
Los cambios, a nuestro entender, son lo suficientemente profundos como para adaptar el
artículo 19 Nº 7 de la Carta Fundamental a ellos. De partida, el sólo concepto de “libertad
provisional” ya no tiene sentido.
Principio de protección a la víctima
La víctima (en concepto del Código, el ofendido por el delito) era un actor de escasa
consideración en la estructura del Código de Procedimiento Penal, aun vigente. No tiene
una calidad jurídica definida, no es “parte” del proceso, salvo si realiza querella y no juega
un rol decisivo en este ámbito, siendo obviada en las decisiones que pueden, incluso,
vincularla más poderosamente.
La Constitución obliga, en su artículo 80 A inciso 1º, al Ministerio Público a adoptar
medidas de protección para víctimas y testigos. Idéntica referencia hace la Ley Nº 19.640.
Por su parte, el artículo 6º del Código expresa que el ministerio público está obligado a
velar por la protección de la víctima del delito en todas las etapas del procedimiento. A la
vez, tanto el Código como la reciente modificación operada por la Ley Nº 19.665 al Código
Orgánico de Tribunales, obligan a los jueces de garantía, de reciente creación, a garantizar
los derechos de los intervinientes, entre ellos, las víctimas.
De ahí que la víctima adquiera un carácter de sujeto procesal en el nuevo sistema penal, a la
que se le otorgan derechos (artículo 109) y a la que se aísla ontológicamente, del
querellante, que puede ser la víctima u otra persona.
El derecho a defensa y los derechos del imputados
Como siguiente principio se establece que el imputado (esto es, de acuerdo a los criterios
del Código, aquel respecto del cual se atribuyere participación en un hecho punible) debe
ser defendido por un letrado desde la primera actuación del procedimiento dirigido en su
contra.
Esta declaración contenida en el artículo 8º del Código reviste una importancia capital,
debido a que el estatuto de la defensa, que en el procedimiento actual se establece como
efecto secundario del auto de procesamiento, adquiere fuerza propia y extensión.
Adquiere dimensión propia, sin someterse a otra resolución ya que no se la vincula a
ninguna determinación del fiscal o del juez de garantía, sino que obra por si misma, desde
que un procedimiento se sigue respecto de una persona. Consecuencialmente, la presencia
del defensor del imputado será requisito ineludible para la realización de las audiencias en
que este deba intervenir, so pena de ser consideradas nulas.
Adquiere una nuevo extensión, por otra parte, debido a que el derecho a defensa nace desde
la primera actuación del procedimiento y no como ocurre hoy en día, desde la dictación del
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auto de procesamiento. Para establecerlo a favor del inculpado debió modificarse el Código
de Procedimiento Penal en 1989 por la Ley Nº 18.857.
La defensa puede estar constituida por un defensor nombrado libremente por el imputado,
antes de la primera audiencia a la que este fuere citado, o bien, el ministerio público
solicitará se le nombre un defensor penal público o bien el juez procederá a hacerlo
(artículo 102).
Este nos parece un punto capital. En primer lugar, sabemos de la existencia del proyecto de
ley que crea la Defensoría Penal Pública. Los defensores penales públicos son
imprescindibles para el buen funcionamiento del proceso penal, ya que las garantías de
justicia igualitaria deben cubrir a la víctima, el fiscal o los querellantes, sino también a los
imputados. Aun no teniendo un carácter orgánico similar al del Ministerio Público, los
defensores penales públicos deben erigirse como los alter ego de los fiscales, y sólo puede
ello ser posible cuando se encuentren dotados de recursos humanos y materiales similares a
estos y de normas que establezcan su dependencia y responsabilidad.
En segundo lugar, existe un llamado plan de contingencia que tendría en sus manos el
Ministerio de Justicia para llenar los cupos de defensores penales públicos en las regiones
IV y IX. En ello se echa de menos una exigencia similar y una dotación para acceder a los
cargos a los establecidos para los fiscales de manera de garantizar una idoneidad y
competencia adecuada.
Debe hacerse presente, en este punto, como muestra de la importancia que el Código le
atribuye a la existencia de la defensa del imputado, que es causal de recurso de nulidad, que
permite invalidar el juicio oral o la sentencia definitiva, el que se le hubieren impedido
ejercer las facultades que la ley le otorga al defensor (artículo 374 letra c) y que existe
nulidad ante la ausencia del defensor en cualquier actuación en que la ley exija
expresamente su participación (artículos 103 y 286).
Ahora bien, de conformidad al inciso 2º del artículo 8º, el imputado tiene derecho a
formular todos los planteamientos y alegaciones que considere oportunos, así como
intervenir en todas las actuaciones judiciales y en las demás actuaciones del procedimiento,
salvas las excepciones expresamente previstas en este Código.
En este punto conviene hacer el paralelo con la situación actual, ya que esta declaración
ubica al imputado en una posición mucho más fortalecida que la del actual inculpado que
hasta el año 1989 carecía de derechos y prerrogativas claras.
Un ejercicio siquiera superficial del Derecho Procesal penal vigente lleva a la conclusión de
que la intervención del imputado en los actos del tribunal que tendrán efecto en él es
mínima. Desde la declaración indagatoria, en la que su papel es pasivo y no se permite al
defensor tomar parte o examinar la forma en que es hecha, pasando por los exámenes o
pericias a las que es sometido, y terminando en la lectura de las diversas resoluciones cuya
inteligencia es verdaderamente dudosa para este actor preponderante.
Los artículos 93 y 94 del Código dotan a los imputados de derechos, sea que se encuentre o
no privado de libertad, los que pueden ser hechos valer desde el primer acto de
procedimiento en su contra hasta la terminación del proceso. A la vez, el juez de garantía,
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