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ENTREVISTA CON ALESSANDRO BARATTA

Por Víctor Sancha Mata

Víctor Sancha Mata :


Profesor barata, que es la Criminología
Crítica?

Alessandro Baratta :

La Criminología “crítica” es una dirección de la Sociología


criminal contemporánea que se distingue de la criminología
“tradicional” por un cambio radical de objeto y de método con
respecto a ésta. La criminología tradicional se define a sí mismo
como ciencia de las causas de la criminalidad y de las
condiciones (bio-psíquicas y sociales) que hacen del “hombre
delincuente” un individuo distinto con respecto a un ciudano
conforme a la ley. Ella se encuentra entonces vinculada al
“paradigma etiológico”.

A partir de los años cuarenta se ha desarrollado, por el


contrario, en la sociología de la desviación y en la
criminología, un planteo nuevo basado esencialmente sobre la
“desreificación”, de los conceptos de desviación y de la
criminalidad. Se ha tomado en cuenta, en efecto, que “desviación”
y “criminalidad” no son cualidades ontológicas o “naturales” de
comportamiento y personas, sino más bien cualidades que le son
atribuídas en el proceso de definición y de reacción social,
informales e institucionales.

El objeto de la sociología de la desviación se ha venido de tal


manera desplazando de las “causas de la desviación” a las
condiciones de la definición de comportamiento y personas
desviadas y de las reacciones sociales correspondientes en una
determinada sociedad, es decir, de las condiciones de la
criminalidad a las de la criminalización.

Este desarrollo ha sido determinado entre otras cosas por la


consideración de que desde el punto de vista de una correcta
teoría de la ciencia, una teoría de las “causas” o “condiciones”
de la criminalidad es un asunto problemático, porqué con respecto
a objetos definidos por normas y valoraciones sociales no puede
ser realizada una investigación etiológica, sino que antes tienen
que ser investigadas las normas y las valoraciones sociales que
condicionan la definición de dichos objetos. A este tipo de
objeto pertenecen sin duda alguna la “criminalidad” y los
“criminales”. Aplicar a estos objetos el modelo de investigación
casual naturalista representa una “reificación”, de los
resultados de las definiciones como cosas que existen
“independientemente de las definiciones de las mismas”, que es lo
que ocurre efectivamente en la criminología “positiva” y en la
criminología “tradicional”, en las cuales generalmente quedan
fuera del objeto de investigación las normas y las valoraciones
sociales.

El “paradigma de la definición” o “reacción social” corresponde


al nuevo planteo que ha transformado la teoría de la desviación y
de la criminalidad. Los procesos de definición y de reacción
social, las normas y las valoraciones sociales que lo
condicionan, la estructura comunicativa y las interacciones
sociales en las cuales los procesos en parte se realizan,
constituyen el objeto preeminente de la investigación.

Se trata de una verdadera “revolución científica”, en el sentido


del teórico de la ciencia Thomas kuhn, o sea de un “cambio de
paradigma” que afecta el objeto y el enfoque del mismo de una
disciplina científica. En el caso de la nueva teoría de la
desviación y de la criminalidad, se trata del resultado de la
utilización por parte de estos sectores de la moderna sociología,
del llamado “enfoque del etiquetamiento” (labelling approach) que
ha sido desarrollada sobre todo el marco del interaccionismo
simbólico, una importante dirección de la sociología y de la
sociolinguística que tiene sus raíces en la obra de Alfred Schutz
y de George Mead.

Su impacto sobre la noción misma de la desviación resulta


evidente si consideramos una clásica definición de Howard Becker,
en su libro “Outsiders” del 1963 según la cual desviado es aquel
sujeto “al cual le ha sido aplicada con éxito la etiqueta de
desviado”.

No obstante, la utilización del enfoque del etiquetamiento es


solo una condición necesaria, pero no suficiente, en mi opinión,
para poder calificar de “crítica” una teoría de la desviación y
de la criminalidad. Si la cualidad y el estatus social de
desviado y del criminal son resultado de procesos de definición,
de etiquetamiento,¿cómo está distribuido en una determinada
sociedad el poder de definición?. De qué manera están
distribuidas las posibilidades de ser etiquetado como desviado,
de verse atribuido el estatus social del criminal?. En una
criminología “crítica” estas cuestiones no son menos centrales
que las relativas a los procesos de definición.

Por otro lado, el análisis histórico y sociológico ha demostrado


abundantemente que la distribución del poder de definición y de
las posibilidades de verse atribuido el estatus de desviado es
desigual entre los individuos y los grupos, y que corresponden a
las relaciones desiguales de poder y de propiedad de la sociedad;
que los mecanismos de definición y de reacción social a la
desviación están insertos en los conflictos de poder y de
intereses que la caracterizan en un momento determinado de su
desarrollo. Ahora bien, cuando además de la “dimensión de la
definición” también se encuentra suficientemente desarrollada la
“dimensión del poder”, se realizan las condiciones mínimas, según
el criterio de clasificación que prolongo, para poder clasificar
de “crítica” a una teoría de la desviación y a una criminología.

Victor Sancha Mata:


Veo similitudes y diferencias con la teoría
del Labelling Approach, pero por otra parte, en el apéndice de su
libro, “Criminología Crítica y Crítica del Derecho Penal”, afirma
usted que la “Crítica de Izquierda” ha denunciado tres efectos
mistificantes posibles propios del Labelling Approach en un
contexto idealista. ¿Podría usted enumerar esos puntos?.

Alessandro Baratta:

En primer lugar, el empleo del enfoque del etiquetamiento en un


contexto idealista y subjetivista, puede comportar el descuido de
conflictos y problemas “reales”, de efectivas situaciones de
sufrimiento, de agresión y de injusticia, en las cuales
individuos y grupos son víctimas de otros individuos y otros
grupos, o del “sistema” mismo que domina nuestra sociedad
industrializada. La afirmación según la cual, la criminalidad no
es un hecho natural sino el resultado de definiciones, implica
que estas situaciones negativas pueden ser consideradas como no
reales, como el resultado de contradicciones subjetivas.

La crítica de izquierda al Labelling Approach, ha procurado


rechazar esta cuartada idealista y relativista con respecto a
situaciones negativas ampliamente difundidas en nuestras
sociedades. Negar la visión simplista y reduccionista con la
cual solamente una parte de estas situaciones queda privilegiada
en la atención del público para atribuirle la cualidad natural de
criminalidad, tiene que ser una manera de llegar a la percepción
mas adecuada de los conflictos y los problemas y no a una manera
de descargarse de la responsabilidad en la tarea política que le
compete no solo a los políticos y científicos del derecho sino a
cada ciudadano por el hecho mismo de hacer parte como sujetos, de
una sociedad caracterizada por tantos conflictos y
contradicciones.

En segundo lugar, el reconocimiento de que, la manera como


interviene el sistema de la justicia criminal sobre los
conflictos y problemas sociales, no es apta a su solución sino
que produce nuevos conflictos y en particular el reconocimiento
de los efectos estigmatizantes y marginadores de la cárcel y de
otras sanciones privativas de la libertad con las que se pretende
“resocializar y reintegrar” a unos individuos a la sociedad,
puede determinar por falta de coherencia lógica una aptitud
general de “radical no intervención” y de inactividad con
relación a la búsqueda de una intervención más adecuada y más
justa al interior y fuera del sistema de la justicia penal. Es
cierto que para una parte de la situaciones “problemáticas” sobre
las cuales se realiza el control social institucional con sus
distintos mecanismos y en particular el control penal, puede
seriamente discutirse si comparando los costos y beneficios de la
intervención, no sería más oportuno evitar cualquier intervención
institucional. Esta posible solución no intervencionista tiene
que ser considerada sin embargo una excepción y no una regla;
siendo la regla la corrección y substitución de intervenciones
institucionales inadecuadas y dañinas y la búsqueda de
intervenciones “mejores”.

En tercer lugar, la crítica llevada a cabo en el marco del


Labelling Approach con respecto al carácter selectivo y
fragmentario de la intervención penal y el reconocimiento de la
tendencia del sistema de la justicia penal a hacer objeto de
criminalización a determinadas conductas y a determinados grupos
sociales de infractores, es decir a los grupos sociales más
débiles y marginados de la sociedad puede determinar una actitud
de los investigadores y ocuparse de la “criminalidad” y de los
“crímenes” de los grupos criminalizados por nuestros sistemas
penales, sobre todo de las subculturas de las carreras desviantes
de los “under-dogs” o de los “parias” que viven al margen de las
metrópolis y de la sociedad industrializada.
De esta manera aunque contrariamente a las intenciones de los
investigadores, el estereotipo dominante del criminal que
básicamente corresponde a la imagen de los “parias” se produce
con el aporte mismo de una corriente de pensamiento que está
animada por una exigencia moral de determinar la parcialidad y la
injusticia del sistema punitivo, mientras que conductas de mucha
más elevada dañosidad social e infracciones a la ley penal
ampliamente inmunizadas por la acción del sistema como lo son los
delitos económicos, ecológicos y en general las desviaciones de
los “cuello blanco” de los individuos pertenecientes a grupos
sociales poderosos, pueden quedar fuera de este marco de
investigación. El efecto sería en este caso similar al producido
por la teoría de la criminalidad como “desviación innovadoda” en
el sistema funcionalista de Merton.

También este partía de una actitud crítica frente a una sociedad


como la norteamericana, caracterizada por una fuerte presión
cultural del bienestar económico como finalidad propuesta a todos
sus miembros. La estructura de la sociedad norteamericana está
caracterizada según Merton, por la desigualdad de las
oportunidades de acceso a los medios legítimos para alcanzar la
finalidad culturalmente dominante. De esto, como es sabido,
Merton hacía derivar su teoría de la prevaleciente “exposición”
de los grupos sociales económicamente más débiles a la
criminalidad. De este modo las intenciones progresistas de su
teoría se contradecían con el resultado que era el de contribuir
a la reproducción del estereotipo de la criminalidad como el
comportamiento que se espera normalmente de los pobres.

He retomado de esta manera los tres puntos con los cuáles había
sintetizado el libro recordado por Usted, la crítica de
“izquierda” al labelling approach, que había sido expuesta por
autores como Alvin Gouldener, Alexander Liazos, A. Thio y W.
Keckeisen. Quisiera sin embargo precisar que es necesario, para
evitar confusiones, establecer la diferencia fundamental entre
esta crítica y la que en cambio podemos denominar crítica de
“Derecha”. Con este término se pueden calificar las críticas al
enfoque del etiquetamiento orientadas hacia una restauración del
modelo tradicional de criminología, a reproducir el modelo
etiológico y la reificación de la criminalidad como un hecho
social preexistente a su definición. De esta manera la llamada
crítica de derecha se encuentra comprometida a asegurar la
conservación del actual sistema penal definiéndolo contra la
crisis de legitimidad científica y política que lo afecta.
La crítica de izquierda no tiene nada que ver con esta
restauración de la concepción tradicional de la criminalidad,
aunque en el propio ámbito de la criminología crítica, se ha
desarrollado una corriente de pensamiento, la del llamado
“neorealismo” de izquierda que no obstante aportes importantes
al análisis del fenómeno criminal y del sistema de la justicia
penal y la actual crisis de la sociedad británica , no ha podido
siempre evitar el riesgo de contribuir a la restauración de la
criminología tradicional proponiendo una “nueva etiolologìa“ y un
compromiso serio en la defensa del orden público contra la
criminalidad en ventaja sobre todo, de las clases subalternas. Me
refiero al desarrollo del pensamiento de Jack Young en los
últimos años, uno de los padres de la criminología critica
europea, lo mismo que de otros autores ingleses que colaboran con
él en el Midlesex Politecnic, como John Lee.

Este tipo de tendencias “ neorealistas” se ha manifestado


también en otros países en el marco de lo que ha sido llamado una
“crisis de criminología critica“. ( vèase el artìculo de Dario
Melossi sobre el tema ). Si ha habido una crisis de
criminologìa crìtica, esto ha representado y representa por un
lado una ocasión de profundización y desarrollo de su modelo
teórico para solucionar problemas que quedaban abiertos en el
discurso crítico; por otro lado, representa un riesgo y una
ocasión de involuciones. Por mi parte, siempre he tratado de
evitar estos riesgos y de contrarrestar las tendencias
involutivas de este tipo y en esto colaboro con esfuerzo en la
misma dirección de valiosos representantes de la criminología
critica en Italia y en Alemania como Massimo Pavarini, Tamara
Pitch, Gaetano de Leo, Fritz Sack y Gerlinda Smaus. En una
polarización de los dos tipos de critica, la de derecha y la de
izquierda, que por supuesto no puede tener presente toda la
variedad de posiciones que realmente existen en el momento
presente, yo pongo la primera al extremo opuesto de la segunda;
me refiero al hecho de que la crítica de derecha tiene la
tendencia a negar el enfoque del etiquetamiento, volviendo atrás
con relación a su introducción en la teoría de desviación y la
criminalidad, mientras que la propia crítica de izquierda, trata
de desarrollar un “uso correcto“ del enfoque del etiquetamiento,
evitando las tres consecuencias arriba indicadas de un uso de
este enfoque en el marco de una vertiente idealista-subjetivista
del Interaccionismo Simbólico; se trata en mi opinión, de ir mas
allá del Labelling Approach, pero a través del mismo.
La cuestión bien definida por W. Keckeisen en un libro de 1.974
es : ¿ cómo compatibilizar un análisis de estructuras y dinámicas
objetivas. - característico del materialismo histórico- con un
análisis del sentido aplicado al lenguaje, a la conciencia y al
comportamiento- característico del interaccionismo simbólico ?.
Esta cuestión remite a un problema central en la actual
discusión al interior y sobre el marxismo o sea el problema de
una correcta determinación de la relación objeto/sujeto.

Especialmente J.P. Sartre ha contribuido a una exacta posición de


este problema en el marco de su trabajo de mediación entre las
ciencia sociales modernas y el marxismo. Según Sartre, no se
trata ni de “disolver la realidad en la subjetividad“ ni de negar
lo que es propiamente subjetivo a ventaja de la objetividad, sino
que se trata de considerar la subjetividad como un momento del
proceso objetivo (el momento de la interiorización de lo
exterior),“que incesantemente se supera para incesantemente
regresar una vez más al Juego”.

Planteando el concepto de realidad como el resultado de un


continúo doble movimiento desde los procesos objetivos a los
fenómenos subjetivos y desde éstos a la objetividad es posible
integrar las formas subjetivas de construcción de la realidad
social (“enfoque del etiquetamiento”) con un análisis estructural
de la objetividad social, es decir, de las relaciones sociales de
producción (enfoque Histórico-materialista), evitando caer en un
economisismo dogmático.

En mi trabajo actual, me encuentro comprometido en la búsqueda de


soluciones teóricas que puedan evitar el relativismo sin caer en
posiciones iusnaturalistas y dogmáticas. Se trata, como hemos
visto, de integrar la consideración de la esfera subjetiva en los
procesos de construcción social de la realidad con la de la
esfera material, es decir, la estructura de las relaciones
sociales de producción.

En este sentido el trabajo al interior de una criminología


crítica, se encuentra hoy con tres órdenes de cuestiones: En
primer lugar,las cuestiones relacionadas con las condiciones
materiales de los procesos subjetivos de definición de la
criminalidad y de criminalización. En segundo lugar, las
cuestiones relativas a los efectos o, en una interpretación
sistemática de éstos, a las funciones de la construcción social
de la criminalidad, o sea, los efectos o funciones de su imagen,
en la sociedad. En tercer lugar, las cuestiones relativas a la
definición de la negatividad social desde un punto de vista
exterior al sistema penal institucional y a la imagen de la
criminalidad en el sentido común: Se trata de la búsqueda de lo
que he llamado “referente material” de las definiciones de la
criminalidad, es decir, de una construcción de los conflictos, de
los problemas sociales, o de la negatividad social desde el
punto de vista exterior y el alternativo al sistema penal
institucional y también exterior a los estereotipos del sentido
común y a la reacción social no institucional. Necesitamos dicho
referente material, para evaluación y la crítica de las
intervenciones del sistema penal y de la reacción social no
institucional y para evitar el relativismo historicista, para
superar su carencia estructural de puntos de vista valorativos,
que no permiten este trabajo de evaluación crítica.

Respecto al primer orden de cuestiones, se trata de ir mucho más


allá de los resultados a los cuales ha llegado la teoría de la
construcción de los problemas sociales en el ámbito del
Interaccionismo Simbólico. Tomemos el libro de Y. Kitsuse y M.
Spector de 1962 y el de Y.R.
Gusfield de 1981. Se trata indudablemente de investigaciones
importantes que han mostrado la insostenibilidad del realismo
ingenuo y del dogmatismo como formas de afrontar este tipo de
problemas y han mostrado de manera muy eficaz la relatividad de
los puntos de vista y de las percepciones de la realidad que
determinan la formación en la opinión pública y en las
instituciones competentes, de una nueva atención a ciertas
situaciones en la sociedad, que son interpretadas como
particularmente problemáticas, como ofensa a valores o normas
reconocidas en ella, de tal manera que hacen necesaria la
intervención del sistema de la justicia penal sobre ellas. Estos
trabajos han aclarado igualmente los procesos y mecanismos a
través de los cuales aquellas situaciones son dramatizadas en la
opinión pública y en la esfera política para justificar como
natural, esta intervención, la función ejercida por obra de los
“empresarios morales” y por las campañas de opinión pública en
estos procesos.

Sin embargo, el análisis de la construcción social de los


problemas no puede reducirse al reconocimiento de los procesos
subjetivos que actúan en esta construcción. ¿Porqué se ha creado
y ha sido alimentada por los “empresarios morales”, una
determinada percepción de la realidad y de los problemas y no
otra?. Esta cuestión ha sido eludida por los autores antes
mencionados, no puede ser dejada de lado sin caer en un
relativismo historicista en el que los procesos subjetivos de
definición son considerados como variables independientes, o en
irracionalismo metodológico como el que caracteriza a la obra de
Gusfield, quien niega la posibilidad de un discurso científico
que haga de aquellos procesos, objeto de explicación y no solo de
descripción; que lo estudie como variable dependiente y busque
las variables independientes en la estructura material y cultural
de la sociedad.

Aquí aparecen los límites de la utilización idealista del


interaccionismo simbólico, si este no solo se presenta como un
instrumento de análisis de los procesos del lenguaje y de la
comunicación (un instrumento importante y tal vez insustituíble)
sino también como una concepción de la realidad opuesta al
realismo cualquiera pero no menos ingenua que este, que reduce la
realidad social a la descripción, no tiene solamente un defecto
teórico, también un defecto práctico porque no puede servir para
orientar la práctica. Esto es igualmente válido para el discurso
sobre la criminalidad y para su capacidad de proveer criterios
racionales de decisión y de acción en la política criminal.

En un discurso explicativo adecuado a esta función práctica, los


sujetos y la objetividad social, están en una relación dinámica o
dialéctica entre sí; esto significa que los procesos de la esfera
subjetiva, son considerados según el objeto específico del
análisis, como variables dependientes y no independientes. Las
condiciones objetivas provistas por la estructura cultural y
material de la sociedad tienen consecuencias en la esfera
subjetiva. A su vez, los resultados de los procesos subjetivos
influencian y cambian la esfera objetiva de la realidad. El modo
en el cual los sujetos perciben la realidad al interior de la
comunicación social, produce efecto sobre la realidad, pero las
percepciones subjetivas de la realidad y el lenguaje en el cual
ellas se producen y se intercambian, en la interacción social, se
realizan en las condiciones predeterminadas por el estado de
desarrollo alcanzado por la realidad social, o sea por la cultura
y las relaciones sociales de producción en la sociedad.

Una de las principales características de aquello que podría ser


llamado “la recepción del enfoque de etiquetamiento” en la
Criminología Crítica de Alemania Occidental, representada por
Fritz Sack, Gerlinda Smaus y otros investigadores entre los
cuales me coloco a mi mismo, es el esfuerzo por encontrar una
mediación entre el Interaccionismo Simbólico y una teoría
materialista de la sociedad en que se remita a Marx a una
interpretación no dogmática de su obra. Esta mediación
obviamente, no tiene como objetivo construir una teoría
ecléctica; se trata por el contrario, de utilizar los métodos de
análisis de la interacción y de la estructura comunicativa en la
sociedad elaborados por el Interaccionismo Simbólico sin reducir
el concepto de realidad a la sola construcción social, como
sucede con autores como Bergman y Luckman.

Por otra parte se trata de tener en cuenta las interpretaciones y


los desarrollos modernos del marxismo que no lo reducen a una
teoría economicista porque han dado un espacio amplio, en el
análisis de la sociedad a los elementos ideológicos construyendo
la relación entre estructura material y superestructura cultural,
no como relación lineal entre causa y efecto, sino como una
relación dialéctica en la cual ellas se influencian
recíprocamente. En este sentido, autores como Antonio Gamsci,
Nicos Poulantzas y Jürgen Habermas, son particularmente
relevantes. Además, se puede tener en cuenta recientes
interpretaciones de los clásicos del interaccionismo simbólico,
de las “fuentes” de esta corriente de pensamiento sociológico
( me refiero a Alfred Schutz y George Mead) que han puesto de
relieve que aquellos autores no han descuidado la estructura
material de la sociedad al colocar las bases de una investigación
socio-lingüística.

En un ensayo reciente del estudioso aleman Hans Joans, ha sido


puesto en evidencia que tanto Schutz como Mead, tuvieron en
cuenta el mundo del trabajo y de la producción, interpretándolo
no solo como una estructura simbólica, sino, principalmente como
una estructura material. También la interpretación de los
importantes aportes de Aaron Cicourel al interaccionismo
simbólico y al análisis de los procesos comunicativos de la
sociedad, trae elementos importantes para una mediación entre
interaccionismo simbólico y Marxismo. Me refiero sobre todo a su
teoría de la estructura profunda de sentido que sostienen en una
determinada sociedad los procesos de interacción a través del
lenguaje; tal vez se puede localizar en esta estructura de base,
profundizando un análisis más allá de los resultados a que ha
llegado Cicourel, el punto de encuentro entre estructura material
de la sociedad y procesos subjetivos de construcción de la
realidad. Hablando de Aaron Cicourel, me refiero no solo al
ingenioso estudioso de socio-lingüística sino también al autor de
un ensayo fundamental para el desarrollo de la criminología
crítica, aquel dedicado al sistema de la Justicia Penal Juvenil,
publicado en 1968.
El segundo orden de cuestiones, respecto a los efectos o
funciones de la imagen de la criminalidad producida en los
procesos de definición que se realizan en el sentido común y en
el sistema de la Justicia penal. Según el denominado Teorema de
Thomas, que toma el nombre de los dos sociólogos que le
introdujeron en la sociología contemporánea, las definiciones de
la realidad producen efectos reales. Esto significa que, si se
afirma una determinada imagen de la realidad, esta actúa
efectivamente sobre la estructura ideológica y material de la
sociedad. En una sociedad como la nuestra, en la cual los
procesos comunicativos, son masificados y que por esto ha sido
definida como “Sociedad de la Comunicación de masas”, esta
influencia es particularmente evidente. Para lograr ciertos
efectos políticos, para legitimar o deslegitimar un sistema
político o un gobierno no es necesario influir sobre la realidad
es suficiente influir sobre su imagen.

Esto se verifica también con la manipulación de la imagen de la


criminalidad o de la alarma social que corresponde a dicha
imagen. Bajo este punto de vista han sido estudiadas las
estrategias políticas puestas en acción con la ayuda de los
medios de comunicación de masas, con el objetivo de usar la
alarma social y el miedo de la criminalidad (la “inseguridad
ciudadana”, para estabilizar, especialmente en momentos críticos,
las relaciones de poder existentes. Se trata en este caso de
campañas de “ley y orden”; a este tipo pertenece la campaña
desencadenada 1974 por Amintore Fanfani, para entonces jefe de
gobierno italiano, en la tentativa de contener las crisis de
hegemonía que padecía en Italia la Democracia Cristiana partido
al cual pertenece.
Asistimos también a campañas de alarma social de sentido
contrario, determinadas por la tentativa de desestabilizar en
dirección reaccionaria el sistema político. Ejemplos recientes se
presentaron en Argentina y en Brasil en el verano de 1986.

Estos usos estratégicos de la alarma social, son solo un fenómeno


específico de la eficacia real de la imagen de la criminalidad.
Junto a estas funciones especiales, hay funciones generales que
no dependen directamente de estrategias políticas, pero que no
son menos útiles para la conservación material e ideológica de la
realidad social. También dentro de las funciones generales la
relación entre los medios de comunicación de masas y opinión
pública es muy importante. Como en la actualidad la sociología de
la comunicación de masas ha reconocido, no se trata solamente de
una relación unilateral de creación de las imágenes y de las
actitudes del público por parte de los medios, sino de una
interacción en la cual los medios amplifican y expresan las
imágenes y las actitudes existentes en el publico, por los
cuales, son a su vez condicionados.

La presencia en la opinión pública de la percepción de una parte


de los problemas y conflictos sociales construidos como
“criminalidad”, tiene efectos importantes en relación con la
forma general de representarse los problemas y conflictos por
parte del público y en relación con la reproducción ideológica y
material de la realidad. Podemos hablar en el primer caso de
funciones management de los problemas y conflictos y bajo este
aspecto podemos estudiar las consecuencias que la imagen de la
criminalidad producen en el público en relación con los problemas
sociales y con la jerarquía de los mismos en la representación
del público. En un trabajo de hace unos años he propuesto
examinar las funciones de management bajo dos posibles aspectos:
la relación de parcialidad y la relación de sustitución.

Bajo el primer punto de vista se puede examinar la selección que


se ejerce en el sentido común cuando, en un campo más vasto de
problemas y conflictos homogéneos, sólo una parte de ellos,
resulta presente en la atención del público, porque es
privilegiada por su definición como “criminalidad”. Considérese
por ejemplo, la relación de parcialidad existente entre la
llamada “violencia criminal”, de una parte, y por otra, el área
de problemas y conflictos que podemos definir como violencia.
Parece claro que la violencia criminal” es limitada a una parte
de las situaciones de violencia interindividual, mientras quedan
fuera de su definición una serie importante de situaciones de
violencia interindividual, por ejemplo, en el campo familiar y
del trabajo, situaciones de las cuales frecuentemente son
víctimas sujetos colocados en relaciones asimétricas de poder,
como niños y mujeres.

Hay todavía un campo más vasto de situaciones de violencia no


interindividual de la cual, no menos, sufren concretos
individuos. Nos referimos en este caso a la violencia
“estructural” y a la violencia “institucional”: la guerra, el
hambre en el mundo y todas las otras expresiones de la injusticia
social e internacional, son formas de violencia estructural. La
opresión que sufren individuos y pueblos bajo gobiernos
totalitarios o autoritarios ( el terrorismo de estado) es una
forma de violencia institucional.
Si reflexionamos sobre esto, nos podemos dar cuenta que la parte
de violencia “criminal” percibida como tal por la opinión
pública, es sólo un microcosmos dentro de macrocosmos de
violencia en la cual está la vida de los hombres y de los
pueblos.

Bajo el punto de vista de la relación de sustitución, se puede


examinar la influencia que la etiqueta de “criminalidad”, ligada
a ciertos problemas y conflictos, ejerce en relación al sitio que
ellos ocupan en la escala jerárquica en la que los diferentes
problemas y conflictos se encuentran en la opinión pública en un
determinado momento. El sitio ocupado en un determinado grado de
la escala de atención por parte de la opinión pública por una
clase de problemas, no puede al mismo tiempo ser ocupado por
otra. El sentido común, así como la conciencia de los
individuos, no se puede percibir toda la realidad, al mismo
tiempo y con la misma intensidad y por eso, también la percepción
de los problemas en la opinión pública tiene estructuralmente un
carácter selectivo y jerárquico.

Si hablamos de “criminalidad” como el resultado de la


construcción social de ciertos problemas y conflictos, bajo esa
etiqueta, podemos preguntarnos cuales son las funciones de la
“criminalidad”, frente a la percepción de los problemas y
conflictos en el sentido común y, más general, frente a las
actitudes del público respecto al mundo. En esta perspectiva más
general, podemos examinar funciones de criminalidad en el proceso
de reproducción ideológica (legitimación) o material de las
relaciones sociales de poder y de propiedad.

Ante todo, la imagen dominante de la criminalidad, se basa en un


estereotipo que corresponde a las características de los sujetos
pertenecientes a los estratos sociales más débiles o marginados.
Pero son estos, como ha sido demostrado ampliamente por las
investigaciones históricas y empíricas, los estratos sociales
entre los cuales el sistema institucional recluta la llamada
“población criminal”, o sea, aquella pequeña parte de la
población que cae efectivamente en el proceso de criminalización
primaria(producción de normas penales) y secundaria (aplicación
de normas penales). Desde este punto de vista el estereotipo
criminal constituye una legitimación del hecho de que los
clientes habituales del sistema de la justicia penal sean
precisamente sujetos reclutados de los estratos sociales
mencionados, mientras las infracciones de las normas penales,
como sabemos, se encuentran difundidas en todos los estratos
sociales, y existen comportamientos socialmente dañinos que son
típicos de individuos pertenecientes a los estratos sociales más
altos que no son ni siquiera objeto de criminilización primaria.

Las investigaciones sociosicológicas permiten resaltar que la


imagen dominante de la criminalidad está relacionada con una
parte relativamente pequeña de los delitos considerados por el
Derecho Penal, que constituyen la llamada “criminalidad
tradicional”. Se trata sobre todo de los delitos contra el
patrimonio y la integridad personales y, entre ellos, alguno de
los delitos típicos de los individuos pertenecientes a las
estratos sociales más débiles como el hurto y el atraco. En la
medida en que nos desplazamos de este núcleo central de la
criminalidad tradicional, hacia el sector de las infracciones
típicas de las clases en el poder, nos movemos del centro a la
periferia del estereotipo criminal y, simultáneamente, de las
zonas de los delitos generalmente representados en las cárceles,
hacia las zonas de los delitos sólo excepcionalmente
representados en estás instituciones represivas. De este modo, el
estereotipo de la criminalidad, constituye una legitimación de la
amplia inmunidad que tiene los individuos pertenecientes a los
estratos sociales más altos, respecto a su reclutamiento en la
población criminal.

En una investigación empírica sobre la reacción social a la


desviación por parte de la población de Alemania occidental, que
tuve la oportunidad de dirigir hace unos años en la Universidad
de Saarland, pude encontrar que también la demanda de pena para
determinados tipos de delitos y de infractores, y la distancia
social que determina el aislamiento de los sujetos penados, se
encuentran condicionados por las características del estatus
social de los sujetos, en el sentido de que, demanda de pena y
distancia social, aumenta en función de la variable: “pertenencia
a estratos sociales débiles y marginados”, tanto en ámbitos
diversos de delitos (la tendencia a la distancia social es mínima
para sujetos penados por delitos económicos), como en el ámbito
de delitos análogos. En efecto, variando solamente las
modalidades y las circunstancias que están en relación con el
estrato social del autor, y manteniendo constante el tipo de
delito, he podido resaltar que la demanda de pena resultaba más
alta para los autores pertenecientes a estratos sociales más
bajos. Desde este punto de vista, la imagen de la criminalidad y
el estereotipo criminal contribuyen a aislar una pequeña parte de
la población, concentrando en ella la responsabilidad por
situaciones problemáticas y conflictos sociales que, por el
contrario, tienen su raíz en la estructura misma de las
relaciones sociales.

Por otra parte, la alarma social polarizada hacia las zonas


marginales de la sociedad, contribuye a reforzar la
representación ideológica de la sociedad como una comunidad de
intereses dentro de la mayoría de la población (en el caso de las
sociedades centrales, porque en el caso de las sociedades
periféricas, las “mayorías silenciosas” son como se sabe
minorías). Indirectamente, pero de modo no menos eficaz, la
imagen de la criminalidad y la alarma social contribuyen a
reproducir ideológica y materialmente las estructuras del poder,
al legitimar la línea limítrofe existente entre la sociedad
“garantizada” y la “no garantizada”, y al dividir las clases
sociales subalternas. Esto lo hacen instituyendo un límite
artificial entre los ciudadanos “conformes”, o sea, no
criminalizados, y los grupos marginados que pertenecen
estructuralmente a las clases subalternas, pero que están
separadas de hecho de aquellas a causa de su potencial o efectiva
participación en la población criminal.

Este último efecto político de la imagen dominante de la


criminalidad sobre la cohesión ideológica y la fuerza de
contratación global de las clases subalternas, es un aspecto
dinámico muy importante del efecto de la “criminalidad” sobre la
reproducción de las relaciones sociales y , al mismo tiempo,
sobre la historia del movimiento obrero, y, en este caso, no
tanto de su fuerza como de su debilidad y contradicciones
prácticas y teóricas. Es una contradicción, en parte práctica y
en parte teórica, de la que no se ha escapado el mismo Marx, la
que subsiste entre la teoría Marxista de la cuota estructural de
desocupación que depende del mecanismo contemporáneo de
atracción-repulsión de la fuerza de trabajo por parte del
capital, en la sociedad capitalista, y la condena moral del
lumpen-proletariat que cuenta con una larga tradición en el
movimiento obrero. En realidad la condena no tiene presente las
consecuencias de aquella teoría, dado que no existe lumpen-
proletariat independientemente del mecanismo de exclusión de la
ocupación estable de una parte de la fuerza de trabajo.

La tercera serie de cuestiones que tienen que ver con la relación


entre construcción social de la criminalidad y estructura
material de la sociedad, está relacionada con la definición de
negatividad social, o sea, de aquellas situaciones conflictivas o
problemáticas que requieren y legitiman una intervención
institucional o comunitaria para prevenir o contrabalancear los
efectos desventajosos que se derivan para personas individuales o
grupos de individuos.
Se trata naturalmente de una definición que tiene sus criterios
no al interior sino al exterior del sistema de la justicia penal.
Sólo colocándose desde un punto de vista externo a éste, es
posible valorar, en materia de crítica del derecho y de la
política criminal, la decisión de tutelar ciertos “bienes
jurídicos” realizada por el sistema punitivo y el modo con el
cual el sistema efectivamente los tutela.

También en el ámbito de la teoría del Derecho Penal, se


encuentra, desde fines del siglo pasado un esfuerzo constante de
los penalistas por superar el discurso puramente analítico sobre
los intereses asumidos como dignos de tutela por el sistema
punitivo y por desarrollar un discurso sociológico y político
sobre los bienes jurídicos desde un punto de vista
extrasistemático; es decir por definir junto a una antijuricidad
en sentido formal, dependiente de las definiciones del
legislador, contenidos y criterios de una antijuricidad en
sentido material, frecuentemente indicada como “negatividad
social”. Basta recordar aquí la clásica discusión desarrollada
sobre estos temas en el confin de los dos últimos siglos por los
escritos y las intervenciones de Binding, Von Litz, Birnbaum y
otros. Actualmente se nota un vivo resurgir de esta discusión
sobre los bienes jurídicos y la negatividad social, como criterio
para la crítica y la política del Derecho Penal. En particular
se asiste con los últimos tiempos, a tentativas de construir una
teoría “personal” de los bienes jurídicos (para usar la
terminología de W. Hassemer), con el objeto de limitar el campo
de intervención del sistema penal, o del punto de vista de la
oportunidad política y de la legitimidad constitucional, a
intereses que directa o indirectamente pueden ser ligados a las
prerrogativas y derechos de las personas. Se busca de esta
manera, poner un freno a la actual tendencia de los sistemas
penales, de extender la intervención punitiva a la tutela de los
intereses colectivos y “difusos” (como el patrimonio ecológico) y
de las funciones administrativas del Estado (como la organización
sanitaria y de la economía pública). Se habla, en este último
sentido, de “administrativización” del Derecho Penal.

Detener el actual proceso de expansión de los sistemas punitivos,


utilizando el concepto de “bien jurídico”, corresponde a un
programa de política del derecho Penal cuyas intenciones son
laudables, y yo personalmente me adhiero a ello. Por lo menos
tres razones sin embargo, me hacen escéptico sobre la posibilidad
al alcanzar resultados sobre esta vía.

La primera razón es de carácter normativo : el principio del bien


jurídico utilizado en sentido restrictivo, es construído como un
principio extrasistemático con respecto al sistema del Derecho
Penal. Para que él se convierta en una norma restrictiva, su
contenido debiera ser construído como una norma general del
ordenamiento jurídico o una norma constitucional. Ahora bien, si
es cierto que es imposible, en la lógica de los sistemas
constitucionales del Estado de derecho, deducir de la presencia
de valores o intereses reconocidos en la constitución o en los
principios generales del ordenamiento jurídico, la obligación
para el legislador penal de asegurarles una protección penal, es
igualmente cierto, que es difícil interpretar el sistema de los
interese reconocidos, en concomitancia con los principios
constitucionales en materia penal, en la función contraria. Es
decir, en la de excluir la legitimidad de la intervención
punitiva para la protección de determinados bienes, admitiéndola
en cambio para otros. La exclusión de la intervención penal para
la protección de bienes jurídicos colectivos o universales, no
puede fácilmente derivarse de una norma constitucional, como
tampoco puede derivarse de ésta lo contrario. Existen muchas
dificultades para realizar un programa de limitación del sistema
punitivo, a través de la interpretación restrictiva del ámbito
constitucionalmente legítimo de la protección penal.

La segunda razón es de carácter político: la historia del


concepto de bien Jurídico y su interferencia en la política
criminal es sobre todo una historia de expansión y no de
contención del sistema mismo. Ya al inicio del siglo, Birnbaum
había demostrado la posibilidad lógica de reducir el concepto de
bien jurídico a los derechos subjetivos de las personas. En
efecto, la expansión actual del sistema punitivo, ha sido
adelantada en los años setenta también y especialmente por
fuerzas progresistas y de izquierda, precisamente utilizando el
concepto de bien jurídico e insistiendo sobre la necesidad de
proteger bienes colectivos, desvinculando el concepto de bien
jurídico de los ámbitos tradicionales en los que solo
determinados individuos son portadores de intereses.

Existen razones estructurales que explican la extensión del


concepto de bien jurídico a intereses colectivos y funciones
administrativas del estado, con un aspecto de la transformación
del estado mismo. Desde este punto de vista Denninger, uno de
los más sobresalientes constitucionalistas alemanes, ha
demostrado en un artículo reciente que a una sociedad que produce
siempre más riesgos, (la “sociedad de los riesgos” de la que
habla Ulrich Beck), no puede corresponder sino un estado que da
siempre mayor espacio a las tareas de prevención, para contener
precisamente estos riesgos: el “Estado de la prevención”, como
lo llama Denninger. La extensión de la protección, incluso la
penal, a campos de interés no meramente individuales, es un
momento funcional de la transformación del Estado.

Esto tiene que ver con lo que llama Denninger la “dinamización de


los bienes jurídicos”: se trata del fenómeno por el cual
mientras el Estado Liberal Clásico protegía principalmente bines
jurídicos preexistentes en la sociedad, el Estado actual produce
en buena parte, él mismo los bienes que posteriormente debe
proteger. El fenómeno de la administrativización del derecho
Penal, de la extensión de protección Penal a funciones
administrativas, se explica también en el contexto más general de
esta transformación del Estado.

Si es así, me parece que la carta de los “bienes Jurídicos”, es


una carta que puede ser jugada con más éxito en el sentido de la
extensión que en el sentido de la restricción de la intervención
punitiva.

Probablemente una estrategia de contención de los sistemas


punitivos, debe apoyarse, antes que en el reconocimiento de la
función protectora de las normas penales función que en la mayor
parte de casos no es demostrable empíricamente, en el
reconocimiento de su función de intervención limitativa de la
libertad que es mucho más evidente si estudiamos empíricamente
los efectos reales de las medidas penales, y deducir de este
reconocimiento los límites normativos y políticos idóneos para
contenerlos.

La tercera dificultad es de carácter teórico: analizando las


principales teorías sobre el concepto extrasistemático del bien
jurídico o de negatividad social se puede verificar un límite
conceptual común a la mayor parte de ellas: el concepto
extrasistemático de bien jurídico es de todas formas construído
en una perspectiva penalista. La noción intrasistemática de los
bienes protegidos por el derecho penal positivo, sigue siendo el
punto de referencia desde el cual la teoría de la negatividad
social no logra ser tan independiente como debiera para poder
responder a su función de criterio de valoración y crítica de los
sistemas positivos.

Para obtener criterios extrasistemáticos, es necesario a mí


parecer, ante todo liberar la fantasía teórica de la óptica penal
en la que la individualización de los bienes a ser protegidos, o
de las situaciones negativas por controlar, corre el riesgo de
permanecer encerradas en una lógica dicotómica: punir o no
punir. Es además una inversión lógica que necesariamente limita
la perspectiva teórica en la que frecuentemente incurren las
teorías extrasistemáticas del bien jurídico, pretendiendo
definir los problemas en función de un instrumento ya
preconstituído, la justicia criminal y no viceversa, definiendo
los instrumentos adecuados en función de una reconstrucción
autónoma de los problemas.

Mi trabajo sobre una teoría de las situaciones conflictivas y


problemáticas y de la “negatividad Social”, no está concluido y
puedo aquí solamente limitarme a señalar los instrumentos
conceptuales que manejo y las dificultades que encuentro.

Comenzaré las dificultades, que son en verdad grandes, y que


resultan de la terminología utilizada, ya que los conceptos de
“conflictos” y de “negatividad social” no son homogéneos y forman
parte de dos contextos conceptuales diversos que necesitan una
mediación. Aparentemente una perspectiva bastante elemental
sobre los conflictos, entendidos como antagonismos entre grupos
sociales, así como es usada actualmente por la Sociología
Conflicto (piénsese en L.A. Coser, R. Dahrendorf y en las
aplicaciones criminológicas hechas por A. Turk), permite una
construcción satisfactoria. Definiendo los intereses en función
de grupos antagónicos, el problema de individualizar el referente
material de las definiciones de criminalidad se simplifica: los
grupos que tienen el poder de definición intentarán criminalizar
las conductas contrarias a sus propios interese y evitar la
criminalización de aquellas que les corresponden.

Esta decisión teórica puede ir acompañada por una opción


práctica: individualizados los grupos antagónicos en una
determinada sociedad, el estudioso toma partido abiertamente y
construye la línea de una política criminal en función de una de
las clases en conflicto. El límite de esta posición consiste en
que la decisión teórica y la opción práctica no poseen una
vinculación necesaria entre ellas. La segunda no puede hacerse
derivar de la primera; la opción para una clase sigue siendo
subjetiva y contingente, y, en el mejor de los casos, confiada al
sentido de justicia y a la solidaridad con las clases más
débiles.

El problema que queda abierto, y que ni siquiera se coloca en una


perspectiva como ésta, es el relativo a la construcción de un
punto de vista normativo para la opción práctica en los
conflictos, o sea, para la toma de posición por una de las
partes. La teoría de los conflictos de clase elaborada por Marx
afronta en cambio éste problema normativo y quiere evitar el
subjetivismo y el relativismo en las decisiones prácticas.
Traduciendo en clave materialista un principio fundamental de la
filosofía práctica, Marx no solo describía el conflicto social,
que él tenía ante sus ojos, sino que se preguntaba cuál de los
intereses en conflicto era “universal, cuál de las clases
antagónicas era en la actualidad la portadora de intereses
comunes de todos los hombres y no solo de los pertenecientes a la
clase misma. Esta clase, era según Marx, la clase trabajadora; y
por tanto su emancipación aparecía ligada a la emancipación
general de la sociedad.

Considero que el principio de la univerzalización de los


intereses, incluso en la manera como lo ha aplicado marx a la
teoría del conflicto de clase, sigue siendo hoy válido y no se
puede dejar a un lado para proceder a una definición del
“referente Material” de las definiciones de criminalidad que
quede limitada a la descripción del conflicto, sino que adquiera
un significado normativo general, como es precisamente el de
“negatividad social”. Hoy la aplicación del modelo marxista de
la universalización de los intereses de una clase subalterna, que
se emancipa en un proceso revolucionario, encuentra, sin embargo,
dificultades teóricas y políticas propias de una situación que
tiene aspectos específicos respecto a lo que Marx tenía ante sus
ojos. La discusión al interior del marxismo contemporáneo
resalta la dificultad de identificar una clase subalterna
homogénea portadora del proceso emancipatorio.

Al interior del movimiento de ideas que caracterizó aquella


pequeña revolución cultural, que los países occidentales
atravesaron en torno al 68, el sujeto histórico del proceso
emancipatorio, el grupo social portador de necesidades
universales, -como son las necesidades “reales”, o sea, las
necesidades de justicia y de libertad- ha perdido su
identificación con la “clase trabajadora”. Junto a ella, la
función de sujeto histórico portador de necesidades universales
ha sido asignada a otros grupos sociales que luchan por sus
derechos: Las mujeres, los jóvenes, los marginados. El concepto
mismo de necesidad, de necesidades reales y necesidades
radicales, ha sido y es objeto de una articulada discusión.

Los instrumentos técnicos teóricos de los que me sirvo en esta


investigación sobre el referente material de las definiciones de
criminalidad, son los conceptos de violencia estructural, de
necesidades reales y de comunicación libre del poder.

Entiendo por “violencia estructural” la situación en la que las


necesidades reales son reprimidas; por “necesidades reales”, las
potencialidades de existencia y desarrollo de la existencia de
las personas humanas que corresponden a un determinado estado de
crecimiento de la capacidad de producción material y cultural de
una determinada sociedad. Desde este punto de vista, violencia
estructural es una situación de discrepancia entre las
condiciones efectivas de existencia de los hombres que forman
parte de una sociedad y las condiciones potenciales.

El concepto de discrepancia entre situación potencial y situación


actual, ha sido elaborado por el psicólogo noruego Johan Galtung
en un contexto teórico independiente del marxismo. Pero
expresado en otros términos puede ser remitido a un principio
fundamental del materialismo histórico: Marx considera, en
efecto, el desarrollo de las fuerzas productivas en una sociedad
como el elemento positivo y veía este elemento positivo
condicionado y reprimido por una estructura injusta entre las
relaciones de propiedad y de poder. Emancipación, entonces, para
Marx es la liberación de las necesidades reales y radicales;
liberación de lo positivo del peso de lo negativo: en suma
“negación de la negación”.

En la “ideología Alemana” resalto Marx junto con Engels


el carácter de proceso histórico propio de la producción de
necesidades y del modo en que se realiza su cumplimiento. Marx y
Engels distinguen, con respecto al grado de crecimiento alcanzado
por las fuerzas productivas en una determinada sociedad, entre
una manera “humana” y una manera “inhumana” del cumplimiento de
las necesidades, las cuales a su vez dependen del mismo
desarrollo de las relaciones sociales de producción. La manera
“humana” corresponde a la que es o sería permitida por las
“relaciones dominantes”, en el sentido de la capacidad social de
producción. La manera “inhumana” por el contrario es la que
resulta del intento que cada día se producen, debido a las
(injustas) relaciones de propiedad y de poder, de negar aquellas
“relaciones dominantes” y la manera correspondiente (Humana) de
cumplir las necesidades: es según el contexto del discurso de
Marx y Engels la manera en la que los productores mismos son
dueños del productivo. La crítica de la economía política no es,
para Marx, otra causa del análisis del antagonismo entre clases
débiles debido al hecho de que el cumplimiento de las necesidades
de los unos se realiza a costa de las necesidades de los otros.

Con el concepto de comunicación libre del poder, elaborado sobre


todo, por J. Habermas, afronto finalmente la cuestión de la
instancia de identificación de las necesidades reales; la
dirección que ha tomado es la de negar la competencia de
instancias burocráticas y de vértices de partido y considerar en
cambio una línea de principio los mismos portadores de
necesidades como competentes para identificarlas. La realización
de este principio de la autonomía de los portadores de las
necesidades reales en la organización de las respuestas a las
mismas, está ligada a dos condiciones: la primera es la presencia
de una comunicación real de base entre los portadores de las
necesidades, substraída de la manipulación de los detentadores
del poder económico y político, la segunda condición es la
presencia de una relación dinámica comunicativa entre la base de
los portadores de las necesidades reales y sus vanguardias
políticas e intelectuales: se trata esencialmente de un proceso
de aprobación social del saber que tiene como idea reguladora de
su desarrollo, una posición simétrica en la relación comunicativa
entre base y vanguardia, entre ciudadanos y órganos de la
representación política.

Como se ve, sobre está cuestión de la negatividad social más que


resultados definitivos puedo presentar solo algunas indicaciones
sobre el sentido de mi actual investigación y de las dificultades
que debo afrontar. Tal vez se trata de una cuestión en la que es
imposible alcanzar resultados definitivos, si se quiere evitar
uno de los dos extremos: el iusnaturalismo y el relativismo
irracionalista. Tal vez una posición como la que intentó
definir, que evita los dos extremos, no podrá jamás llegar a
resultados definitivos acerca del contenido del concepto de
negatividad social y el discurso sobre estos conceptos sería
mejor que quedara “abierto”. Como en otros aspectos importantes
de la ética moderna, se trata, antes que de definir de una vez
por todas el contenido de las normas, mas bien de asegurar el
criterio y las condiciones procesales para la definición de
normas válidas pero no inmutables.
Victor Sancha Mata:
¿Qué aspectos prácticos de intervención (y no
olvidemos que las cárceles han sido y serán por mucho tiempo
parte importante del aparato represivo del Estado, utilizadas
para el castigo de delincuentes), aporta la criminología crítica
para la resocialización?.

Alessandro Baratta:
la reforma de los sistemas penitenciarios a a
la que asistimos en la mitad de los años 70 (piénsese en la
reforma italiana o alemana occidental), sucedieron bajo el signo
de resocialización o del “tratamiento” reeducativo y
resocializador como finalidad de la pena. Al mismo tiempo, (como
Usted sabe), la confianza de los expertos en la posibilidad de
usar la cárcel como lugar y medio de resocialización se ha, casi
del todo, desvanecido. Esto es debido, en parte de los
resultados de investigaciones empíricas que han identificado las
dificultades estructurales y a los escasos resultados que la
institución carcelaria presenta respecto a dicho objetivo y es
debido también a transformaciones producidas en la misma
institución carcelaria y en la sociedad en los años sucesivos a
la reforma.

La emergencia del terrorismo y la reacción de los Estados frente


a este fenómeno, han determinado en varios países europeos,
modificaciones en el régimen carcelario y en la política de
utilización de las cárceles, que con razón llevan el nombre de
“contrareformas”. Estas han incidido sobre todo negativamente
sobre los elementos más innovadores de las reformas, los que
deberían haber asegurado la apertura de la cárcel hacia la
sociedad (permisos, trabajo externo, régimen abierto) y han
hecho, de tal modo, inoperantes los instrumentos que habrían
debido facilitar la reintegración social de los condenados. Por
otra parte la creación de cárceles de máxima seguridad en el
curso de la lucha contra el terrorismo, ha significado, por lo
menos para un sector de las instituciones carcelarias, la
renuncia explícita a objetivos de resocialización y la
reafirmación de la función que la cárcel siempre ha ejercido y
continúa ejerciendo: la de depósito de individuos aislados del
resto de la sociedad y por esto neutralizados en su capacidad de
“hacerle daño” a ella.

Por otra parte la crisis fiscal del Welfare State, que ha


repercutido por todo el mundo occidental entre los años 70 y 80,
ha suprimido en buena parte la base material de recursos
económicos que habrían debido sostener una política carcelaria de
resocialización efectiva. Asistimos por lo tanto hoy en muchos
países y sobre todo en los estados Unidos de América a un
desplazamiento del discurso oficial sobre la cárcel, de la
prevención especial positiva (resocialización), hacia la
prevención especial negativa (neutralización, incapacitación).

Sin embargo, una parte del discurso oficial e incluso algunas


reformas recientes (piénsese en la nueva ley penitenciaria
italiana de 1987), demuestran que la teoría del tratamiento y de
la resocialización no ha sido del todo abandonada. Como la
realidad carcelaria se presenta en la actualidad lejos de los
requisitos necesarios para poder cumplir funciones de
resocialización y los estudios de los efectos de la cárcel sobre
la carrera criminal (piénsese a la alta cuota de reincidencia),
han falsificado ampliamente la hipótesis de la resocialización
del delincuente a través de la cárcel la discusión actual parece
dominada por dos polos: por un lado, un polo realista y por el
otro uno idealista. En el primer caso, el reconocimiento
científico de que la cárcel no puede resocializar sino únicamente
neutralizar; que la pena carcelaria para el delincuente no
representa en lo absoluto una oportunidad de reintegración en la
sociedad sino un sufrimiento impuesto como castigo, se concreta
en un argumento para la teoría de que la pena debe neutralizar al
delincuente y/o representar el castigo justo por el delito
cometido. Renacen de este modo concepciones “absolutas”,
retributivas de la pena o, entre las teorías “relativas”, se
confirma la de la prevención especial negativa.

El reconocimiento del fracaso de la cárcel como institución de


prevención especial positiva lleva en el segundo caso a la
afirmación voluntarista de una norma contrafáctica según la cual
la cárcel, no obstante, debe ser considerada el sitio y el medio
de resocialización. En realidad el reconocimiento del carácter
contrafáctico de la idea de resocialización aparece a veces en la
misma argumentación de los sostenedores de la nueva “ideología
del tratamiento”. En un encuentro de penalistas alemanes
llevado a cabo hace algunos años en Bonn, uno de los más
prestigiosos estudiosos de este país, reconocía abiertamente el
fracaso hasta ahora constatado en las acciones de resocialización
a través de la cárcel y sostenía al mismo tiempo que, a pesar de
eso, era necesario mantener la idea de la resocialización con el
objeto de no dar cabida a los sostenedores de las teorías
neoclásicas y neoliberales de la retribución y de la
neutralización.

En estos dos extremos en los cuales se polariza hoy la teoría de


la pena, se cometen dos errores iguales y contrarios. En el
primer caso, en la teoría del castigo y/o de la neutralización,
se incurre en lo que en la filosofía práctica se denomina
“falacia naturalista”: se elevan los hechos a normas o se
pretende deducir una norma de los hechos. En el segundo caso,
con la nueva teoría de la resocialización, se incurre en la
“falacia idealista”: se coloca una norma contrafáctica que no
puede ser realizada, una norma imposible.

Mi opinión es la que la alternativa entre dos polos es una falsa


alternativa. Se puede y se debe escapar tanto de la falacia
naturalista como de la idealista. El punto de vista desde el cual
yo afronto el problema de la resocialización en el contexto de
una criminología crítica, es que se debe mantener como base
realista el hecho de que la cárcel no puede producir efectos
útiles para la resocialización del condenado y que, por lo
contrario, impone condiciones negativas en relación con esta
finalidad. A pesar de esto, la finalidad de una reintegración
del condenado en la sociedad no debe ser abandonada, sino que
debe ser interpretada y reconstruida sobre una base diferente.
Esto implica por los menos dos órdenes de consideraciones.

El primer orden de consideración está relacionado con el concepto


sociológico de reintegración social. La reintegración social del
condenado no puede perseguirse a través de la pena carcelaria,
sino que debe perseguirse a pesar de ella o sea, buscando hacer
menos negativas las condiciones que la vida en la cárcel comporta
en relación con esta finalidad. Desde el punto de vista de una
reintegración social del autor de un delito, la mejor cárcel es
sin duda, la que no existe. Pero los estudios sobre el clima
social en la cárcel y los test de evaluación elaborados para
medirlos pone en evidencia una amplia escala en la cual, mirando
las instituciones carcelarias existentes hoy en Europa y en
Estados Unidos, ellos pueden ser dispuestos valorando su eficacia
negativa sobre la oportunidad de reintegración social del
condenado.

Ninguna cárcel es buena y útil para esta finalidad pero hay


cárceles peores que otras. me refiero aquí a un trabajo de
diferenciación valorativa que me parece importante con el objeto
de individualizar políticas de reforma aptas para ser menos
dañoso dicho instituto en relación con la vida futura del
condenado. Aquí debo decir que sigo con interés los estudios que
Usted y sus colegas de la escuela de estudios penitenciarios en
Madrid están cumpliendo en este campo. Nada está más lejos de mi
actitud en esta materia que la política del “entre peor, mejor”.
Cualquier paso que pueda darse para hacer menos dolorosas y
dañosas las condiciones de vida de la cárcel, aunque sea sólo
para un condenado, debe ser mirado con respeto cuando sea
realmente inspirado en el interés por los derechos y el destino
de las personas detenidas, y provenga de una voluntad de cambio
radical y humanista y no de un reformismo tecnocrático cuya
finalidad y funciones sean las de legitimar a través de cualquier
mejoramiento la institución carcelaria en su conjunto.

A pesar de esto, todo reformismo tiene sus límites sino forma


parte de una estrategia reduccionista a la institución misma.
Para una política de reintegración social de los autores de
delitos, el objetivo inmediato no es solamente una cárcel “mejor”
sino también y sobre todo menos cárcel. Se trata de considerar
seriamente como política a corto y mediano plazo, una drástica
reducción de la aplicación de la pena carcelaria así como llevar
al mismo tiempo al máximo desarrollo las posibilidades ya
existentes de régimen carcelario abierto y de realización de los
derechos del detenido a la instrucción al trabajo y a la
asistencia a la vez que desarrollar más estas posibilidades en el
plano legislativo y administrativo.

Me parece importante insistir en el principio político de la


apertura de la cárcel hacia la sociedad y, recíprocamente, de la
apertura de la sociedad hacia la cárcel. Uno de los elementos
más negativos de la institución carcelaria lo representa, en
efecto, el aislamiento del microcosmos carcelario en relación con
el macrocosmos social, aislamiento simbolizado por los muros de
la cárcel. Hasta que ellos no sean por lo menos simbólicamente
derribados, las oportunidades de “resocialización” del condenado
seguirán siendo mínimas. No se pueden segregar personas y
pretender al mismo tiempo reintegrarlas.

Pero el discurso es más amplio y se relaciona el concepto mismo


de “reintegración social”, concepto que decididamente prefiero a
los de “resocialización” y de “tratamiento”. “Tratamiento” y
“resocialización” presuponen, en efecto, un papel pasivo del
detenido y uno activo de la s instituciones: son residuos
anacrónicos de la vieja criminología positivista que definía al
condenado como un individuo anormal e inferior que debía ser
(re)adaptado a la sociedad, considerando acríticamente a esta
como “buena” y al condenado como “malo” en cambio el concepto de
reintegración social, requiere la apertura de un proceso de
comunicación e interacción entre cárcel y sociedad, en el que los
ciudadanos recluídos en la cárcel se reconozcan en la sociedad
externa y la sociedad externa se reconozca en la cárcel.

A mi parecer, los muros de la cárcel representan una violenta


barrera que separa la sociedad de una parte de sus propios
problemas y conflictos.

Reintegración social (del condenado) significa, antes que


transformación de su mundo separado, transformación de la
sociedad que reasuma aquella parte de sus problemas y conflictos
que se encuentran “segregados” en la cárcel. Si observamos la
población carcelaria, su composición demográfica, nos damos
cuenta que la marginación carcelaria es para la mayor parte de
los detenidos, un proceso secundario de marginación que
interviene después de un proceso primario. En efecto hoy
todavía, la mayor parte de los detenidos provienen de los grupos
sociales ya marginados, sobre todo en cuanto excluídos de la
sociedad activa por obra de los mecanismos del mercado de
trabajo.

Una reintegración social del condenado significa, por lo tanto,


ante todo corregir las condiciones de explusión de la sociedad
activa de los grupos sociales de los que provienen, para que la
vida postpenitenciaria no signifique simplemente, como casi
siempre sucede, el regreso de la marginación secundaria.

El segundo orden de consideraciones está relacionado con el


concepto jurídico de reintegración social del detenido. No sólo
no existen oportunidades de éxito, sino que ni siquiera existe
una legitimación jurídica para una obra de tratamiento, de
resocialización concebida como manipulación del sujeto detenido.
En una visión como ésta, el detenido no es sujeto sino objeto de
la acción de instancias externas a él, a las cuales él es
sometido. También en este caso la reinterpretación necesaria de
los conceptos tradicionales, es una consecuencia del punto
vista general que he definido anteriormente: Reintegración, no
“por medio de”, sino “no obstante” la cárcel. esto significa
reconstruir integralmente, como derechos del detenido, los
contenidos posibles de toda actividad que puede ser ejercida, aún
en las condiciones negativas de la cárcel, a su favor. Por
tanto, el concepto de tratamiento debe ser definido como
“servicio”.

Compensando situaciones de carencia y de privación frecuentemente


caraterísticas de la historia de vida de los detenidos antes de
su ingreso a la carrera criminal, deben ser ofrecidos al detenido
una serie de servicios que van desde la instrucción general y
profesional hasta los servicios sanitarios y psicológicos, como
una oportunidad de reintegración y no como un aspecto de la
disciplina carcelaria. Esto atañe, igualmente, al trabajo dentro
y fuera de la cárcel, que también como el goce de los servicios,
debe ser ejercicio de un derecho del ciudadano encarcelado.
(Considero que redefinir los tradicionales conceptos de
tratamiento y resocialización en términos de ejercicio de los
derechos de los ciudadanos retenidos, y en términos de servicios
y de oportunidades laborales y sociales que se les proporciona
durante y después de la detención, por parte de las instituciones
y las comunidades, constituye un núcleo importante de la
construcción de una teoría y una práctica nuevas de la
reintegración social de los condenados, conforme a una
interpretación progresista de los principios y de las normas
constitucionales e internacionales en materia de pena. Otro
núcleo es sin duda alguna el desarrollo de estrategias y
prácticas eficaces de efectiva descarcelización con vista a que
se realicen las condiciones culturales y políticas que permitan a
la sociedad de “liberarse de la necesidad de la cárcel” según una
eficaz formulación con la cual se denomina también un movimiento
de profesionales y científicos de Italia. Con lo hasta ahora
dicho, he indicado solamente algunos criterios generales que
pueden guiar, según mi punto de vista personal, una Criminología
Crítica en relación con el problema de la reintegración social
del condenado). (Obviamente, el trabajo de la criminología
crítica en éste campo, no se reduce a dichos enunciados generales
y se ocupa a los más distintos niveles de los contenidos
concretos tanto de la política de descarcelización como de los
derechos y servicios realizables en el contexto de la institución
carcelaria, mientras que ella permanezca utilizada como pena, y
en esto se encuentra con las actividades de un sin número de
grupos y organizaciones comunitarias así como del voluntariado
cristiano y laico que trabajan hoy en el sector carcelario y
postpenitenciario.

Victor Sancha Mata:


La idea reguladora de una política criminal
alternativa, implica la superación del sistema penal. Es esta
una frase suya, ¿que quiere decir con ésto?.
Alessandro Baratta:
Mientras la cárcel sea una parte del aparato
represivo del estado, el objetivo de una política criminal
alternativa, es la de reducir al máximo el impacto de ésta
institución; abrir el máximo espacio a las medidas alternativas y
reducir, en cuanto sea posible las condiciones negativas de la
vida carcelaria, asegurando el ejercicio de los derechos de los
detenidos y la realización de los servicios y las oportunidades
sociales durante y después del período carcelario, para aumentar
sus posibilidades de reintegración social. Estos son los
principios operantes de una política a corto y mediano plazo;
pero, para no caer en una enésima versión del reformismo
tecnocrático, es necesario colocar, frente a la política de la
cárcel, una idea reguladora y ésta idea no puede ser diferente a
la de la superación de la institución carcelaria. Se trata
indudablemente de un objetivo final para cuyo logro no existen
todavía todas las condiciones necesarias. Pero la presencia de
ésta idea reguladora distingue la política criminal alternativa
de cualquier versión del reformismo tecnocrático y atribuye su
sentido específico a sus proyectos y a sus luchas. No se trata
de obstaculizar reformas como las ya mencionadas, sino de
insertar estas reformas en una perspectiva de más amplia
dimensión: la abolicionista. lo mismo puede ser afirmado en
relación con todo el sistema de la justicia penal; una política
criminal alternativa, buscará a corto y mediano plazo producir
cambios substanciales en el sistema, cambios que limiten la
injusticia y los costos sociales, y sobre todo, reduzcan su
impacto en la gestión de conflictos y problemas sociales, par
dejar espacio a otras formas más eficaces y más justas. Desde
este punto de vista la política criminal alternativa es, a corto
y mediano plazo, una política del Derecho Penal mínimo, una
política que promueve una vasta y progresiva obra de
descriminalización. Pero la idea reguladora de esta política, el
objetivo final por el cual la intervención debe regularse, no es
“un sistema penal mejor”, sino según una frase de Gustavo
Radbruch que siempre me gusta recordar a este propósito: “Algo
mejor que el sistema penal”.

Se trata entonces de la reducción progresiva del espacio del


sistema penal y de poner en obra todos los límites que el
derecho, en un Estado de derecho, puede crear para contener la
violencia punitiva y garantizar frente a ella la libertad y los
derechos del individuo. Se trata de desarrollar una percepción y
una construcción diversa de los problemas y conflictos sobre los
cuales, en la mayor parte de los casos, sin ningún éxito y por el
contrario con muchos costos sociales, interviene el sistema
penal. Sólo con una percepción y una construcción de ellos,
fuera de una óptica penal, podrán ser desarrolladas, considero,
nuevas estrategias de intervención desarrolladas según los
sectores especifícos, y probable.

La idea de la suparación del sistema penal, así como lo


conocemos, no es solo un principio regulador de la política
alternativa, es también un principio ideológico para una
construcción social alternativa de los problemas y conflictos.
Ciertamente es necesario tomar en serio las situaciones
conflictivas y problemáticas que afectan negativamente la vida de
los individuos y la convivencia social, pero a veces podrá
favorecer un experimento mental consistente en sustraer los
conceptos de criminalidad y de pena, del instrumental en el cual
generalmente se construyen las situaciones conflictivas y
problemáticas, y las respuestas a ellas. Sostener la superación
del sistema penal como idea reguladora de una política y como
principio metodológico, representa el rechazo del pragnatismo sin
fantasía que renuncia a contemplar la posibilidad de que lo que
es y hasta ahora ha sido, puede también no ser : representa la
afirmación de un principio general de crítica de la realidad que
impone cuestionar la validez normativa “la normalidad” existente,
así como promueve el proyecto humanista de una normalidad
normativa y el compromiso político con ello.
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