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I. Cuestiones generales
- Concepto: Argumentar es, ante todo, ofrecer razones para apoyar algo que se
ha afirmado previamente. Para argumentar, por tanto, es preciso previamente
haber enunciado claramente una tesis.
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El proceso penal puede entenderse como un diálogo o debate entre dos partes
(Ministerio Fiscal y defensa) ante un tercero imparcial (juez o tribunal) que, tras
escuchar sus intervenciones, decidirá cuál de ellas tiene razón. Conviene subrayar
que el hecho de que un proceso sea dialogal no significa que tenga que ser
cooperativo. El proceso penal claramente no lo es: la estructura dialogal no tiene
como objeto que las partes cooperen para llegar a un acuerdo, sino producir
información valiosa para que el juez tome su decisión. Por las razones antes
expuestas, para el juez decidir no significa sólo determinar qué parte ha ofrecido
mejores argumentos. Es posible que el Ministerio Fiscal haya ofrecido mejores
argumentos que la defensa pero que aun así el juez considere que siguen siendo
insuficientes para fundamentar la condena.
La estructura del debate en los seminarios refleja el carácter dialogal del proceso.
Es por eso que conviene recordar algunas reglas básicas de todo buen diálogo3:
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Lo que sigue es una adaptación al ámbito del Derecho penal de las máximas
desarrolladas por el filósofo del lenguaje Paul GRICE para el ámbito de la comunicación.
Para una descripción de las máximas originales, v. MORESO, Josep Joan: Lógica,
argumentación e interpretación en el derecho. Editorial UOC, 2006, pp. 99-101.
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alegue el estado de necesidad (…)” o “la defensa no puede alegar la
atenuante de arrebato porque (…). En otras ocasiones, es la defensa
la que habla de una calificación distinta de la que adujo el
Ministerio Fiscal, refiriéndose por ejemplo a la inexistencia de robo
cuando el Ministerio Fiscal había pedido la condena por un hurto, o
a la no aplicabilidad de la agravante de alevosía cuando ésta no
había sido pedida por el Ministerio Fiscal.
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la alegación, pero tiene la virtud de ponerle en evidencia (y, se
espera, de ponerle también algo nerviosa).
a) Lo que se dice tiene que ser relevante para apoyar la tesis que se sostiene o
negar las tesis de la otra parte. No tiene ningún sentido hacer grandes
proclamas teóricas si éstas no tienen directamente que ver con las
cuestiones discutidas. Esto nos lleva a la segunda observación.
b) En los seminarios en ocasiones se produce una suerte de diálogo de sordos
entre el Ministerio Fiscal y la defensa. En lugar de dialogar, cada uno habla
de lo suyo (concretamente, repite que lleva preparado, aunque nada tenga
que ver con aquello que alega la otra parte). Se trata de un error muy
grave, si no el más grave. Es evidente que cada parte tiene que elaborar el
caso conforme a los argumentos que considera más importantes, pero hay
que estar preparado para hacer frente a los argumentos que presenta la
otra parte.
Encontrar el equilibrio referido tiene mucho que ver con el dominio de la teoría
jurídica del delito, los principios del Derecho penal, el estado de la
cuestión en la jurisprudencia y los procedimientos argumentativos
admitidos en el razonamiento jurídico en general y en el Derecho penal en
concreto (como por ejemplo los cánones interpretativos: literal, histórico,
sistemático y teleológico). El uso de estas herramientas puede permitir poner en
duda la que a primera vista puede parecer la conclusión inapelable derivada de la
lectura de un texto normativo.
Nos encontramos ante cuestiones que tienen que ver con la retórica y no
propiamente con la argumentación.
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Según se comentó al definir la argumentación, ésta consiste en defender una tesis
o afirmación que debe ser clara. También ha de serlo el discurso argumentativo.
b) Sed concisos
Ej.: Como vimos más arriba, en los seminarios en ocasiones una de las
partes “olvida” contestar alguno de los argumentos de la otra parte. Las
posibilidades de que ello ocurra se multiplican si no sois ordenados.
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III. Algunos argumentos jurídicos y su utilización en Derecho penal
1. Argumento de autoridad
- La teoría de las fuentes del Derecho nos indica qué normas son fuentes de
Derecho, pero no el sentido que hay que darles a tales normas. Para saber qué
dice una norma concreta ésta ha de ser interpretada. Así, la Ley Orgánica 10/1995
que aprobó el vigente Código penal es sin duda, en tanto Ley Orgánica, fuente de
Derecho. Pero qué dice el Derecho penal sobre una cuestión en concreto depende
de la interpretación de los artículos contenidos en el Código. Aquí entra en acción
vuestra pericia a la hora de dar credibilidad (cualidad explicada más arriba) a
vuestra argumentación.
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Distinto es el caso de la costumbre, que no proviene directamente de la autoridad sino
del pueblo. Sin embargo, su validez como norma depende del reconocimiento por parte
de la ley escrita, que es producto de la autoridad.
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Como no podía ser menos, existe un adagio latino (atribuido a Hobbes) que resume la
cuestión: auctoritas, non veritas, facit legem.
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doctrina”. Hay que mostrar qué razones apoyan el argumento en cuestión, más
allá de que sea sostenido por la jurisprudencia o la doctrina6.
Ej.: en los primeros seminarios alguna vez se intentó sostener una posición
afirmando que la misma “está en el libro”. Agradeciéndoos la deferencia
mostrada para con los profesores del área de Derecho penal, tenemos sin
embargo que recordaros que no somos fuente de Derecho y por lo tanto
nuestras afirmaciones no valen por ser nuestras, sino (eventualmente) por
los buenos argumentos con los que las apoyamos.
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Tanto para jurisprudencia como para doctrina es preciso invertir el adagio latino citado
en la nota anterior. Para ellas, veritas, non auctoritas, facit legem.
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Quizás sea este el momento de comentar que la proyectada reforma de la Ley de
enjuiciamiento criminal incluye la pretensión de hacer de la jurisprudencia una fuente de
Derecho. De llevarse a cabo, se trataría de un novedoso desarrollo en el Derecho español.
El Tribunal Supremo, de hecho, en ocasiones ha dado muestras de considerarse a sí
mismo fuente de derecho (al respecto, los interesados pueden consultar el tema 17 de las
lecciones, dedicado a la prevaricación judicial).
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En Derecho penal el argumento tiene un problema adicional en el caso de las
consecuencias negativas para el reo: en tales supuestos el principio de legalidad
parece abocar a la preeminencia de la interpretación literal del texto sobre el
descubrimiento de voluntades no directamente inferibles del mismo.
3. Argumento teleológico
Ej.: El artículo 237 del Código penal exige que en el delito de robo con
fuerza en las cosas la fuerza sea empleada “para acceder al lugar donde éstas
se encuentran”. Esto supone que en supuestos tales como la quiebra de
candados que aseguran motocicletas o de ventanillas de coche, la conducta
no puede entenderse como una instancia de robo con fuerza en las cosas. Y
ello, con independencia de que fácilmente pueda pensarse que ni era ésta la
intención del legislador ni tal conclusión resulta razonable8.
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Nota adicional: Por este motivo, en la reforma de 2015 se hizo necesario introdudir la
mención “o abandonar”.
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Alcance: Seguramente a estas alturas ya os hayáis dado cuenta de que el
argumento objetivo o del tenor literal puede funcionar como un contra
argumento frente al resto de los vistos (de autoridad, psicológico y teleológico).
Su fuerza, sin embargo, depende de si se está argumentando a favor o en contra
del reo. Si la interpretación que va más allá del tenor literal de la ley es contraria
al reo, la apelación al tenor literal funciona como un contraargumento
especialmente poderoso debido a su íntima conexión con el principio de legalidad
como principio del Derecho penal (esto es, como garantía a favor del reo). En los
casos en los que la interpretación más allá de la literalidad favorece al reo, sin
embargo, el contra argumento basado en el tenor literal tiene menos peso9.
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En principio, habría de tener el mismo peso que el que tiene en otras ramas del
Derecho, en las que suele ser considerado un argumento privilegiado pero no
concluyente. Véase sin embargo el art. 4 del vigente Código penal, que parece imponer la
interpretación estricta incluso cuando ésta perjudique al reo.