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Traducción Corrección
ZD Shura

DiSeñO
Dark Quenn

MonTaje epuB
zD Shura
Índice
Mensaje de OBSESIONES AL, MARGEN
Staff
Índice
Titulo
Sinopsis
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Capítulo dieciséis
Capítulo Diecisiete
Capítulo Dieciocho
Capítulo Diecinueve
Capítulo Veinte
Capítulo Veintiuno
Capítulo Veintidós
Capítulo veintitrés
Capítulo Veinticuatro
Capítulo Veinticinco
Capítulo veintiséis
Capítulo Veintisiete
Capítulo Veintiocho
Capítulo Veintinueve
Capítulo Treinta
Nota del autor.
MarCada
Saga el Fae más frío
libro 3
Katerina Martínez
SinopSiS
En el gélido bosque al borde de una tormenta, voy a
encontrarme a mí misma o morir en el intento.
Soy una fugitiva de la ciudad fae de Windhelm, inculpada por
un asesinato que no he cometido. Sólo conseguí salir de sus
mazmorras por suerte, y ahora estoy huyendo... pero el Príncipe
también.
Nadie sabe dónde está, pero mis instintos me llevan hacia el
Veridian; una rugiente tempestad de magia oscura que recorre la
tierra de los faes de invierno.
Sin embargo, nuestro viaje por el bosque se ve interrumpido
por un grupo de hadas que se apoderan de nuestro carruaje y nos
llevan a su pueblo como prisioneras. La marca en mi mano, la
marca del Lobo Blanco es lo único que les impide matarnos
directamente, pero si no puedo demostrar que mi marca es real,
sólo estoy prolongando lo inevitable.
No tengo tiempo para esta gente. Necesito encontrar a
Cillian antes de que haga algo estúpido, pero no tengo muchas
opciones.
1
— ¿
pregunté.
A alguien más se está congelando las tetas? —

Estábamos sentadas en el asiento delantero del carruaje, las


tres apiñadas, envueltas en toda la piel y la lana que habíamos
podido traer. No me parecía justo que una de nosotras tuviera que
conducir el carruaje mientras las otras dos estaban dentro. Además,
era mucho más fácil mantenerse caliente si estábamos las tres
sentadas cómodamente juntas de todos modos.
Habíamos viajado por el bosque durante dos días, pero el
Veridian parecía constantemente fuera de alcance. Nuestro gran y
esponjoso alce blanco, al que habíamos bautizado con el entrañable
nombre de Ollie, mantenía un ritmo constante a lo largo del sinuoso
camino entre los árboles, sorteando con cuidado los ocasionales
precipicios y colinas empinadas.
Hasta el momento, no habíamos visto a nadie ni nada, salvo
algún que otro conejo de nieve. Mira sólo se contentaba con
cazarlos con su arco desde el asiento del carruaje, y Melina era más
que capaz de cocinarlos y convertirlos en algo sabroso.
En realidad, todas estábamos un poco hartas de conejo,
dormir en un carruaje estrecho, y del frío en general. Hacía mucho
más frío aquí que en Windhelm, pero no había mucho más de lo
que quejarse. Yo, en todo caso, no podía quejarme de nada teniendo
en cuenta lo inútil que me sentía en este viaje.
Mira, a pesar de toda su educación, se había criado con el
mismo nivel de conocimientos básicos que Melina. En su día
fueron plebeyas en esta tierra, y a pesar de haberse criado en un
castillo, sabían cazar, cocinar e incluso reparar su propia ropa, entre
otras cosas.
Yo sabía coser, y también podía preparar una gran taza de té...
a veces.
Eso era todo.
—Si tuviera tetas —dijo Gullie, con el castañeteo de sus
dientes—, también se congelarían.
—Tienes tetas —añadió Melina—. Son del tamaño de
cacahuetes, pero las tienes. También estoy un poco celosa de tu
pelo verde brillante.
—¿Has estado examinando mis tetas y mi pelo?
—Vale, todo el mundo tiene que dejar de decir tetas. —
intervino Mira.
—Estropeas la diversión. —refunfuñó Gullie.
—La culpa es mía por empezar. —afirmé.
Mi custodia me miró de reojo, enarcando una ceja.
—Que llevemos dos días en el bosque no significa que
podamos desechar todo tipo de decoro.
—Sí, ¿qué pasa con eso? ¿No deberíamos haber salido ya del
bosque?
—Este bosque es viejo —respondió Melina—, y profundo.
Además, viajamos con cuidado en un carro tirado por un alce. No
vamos exactamente a caballo.
—No me refiero sólo a eso. Quiero decir, ¿no parece que se
está alejando?
—La tormenta siempre está en movimiento —explicó Mira—
. Es una tormenta sin fin, no cesa, no se desvanece. Sólo se mueve,
y algunos dicen que lo hace inteligentemente.
—¿Inteligentemente?
—Como si pudiera dirigirse a sí misma, como su supiera
hacia dónde ir.
—¿Crees que eso es cierto?
—No estoy segura. Apostaría a que hay una inteligencia
detrás de la fuerza de la naturaleza que es el Veridian, pero no creo
que la tormenta en sí misma sea sensible. Pero podría estar
completamente equivocada.
—Es grandioso de tu parte admitirlo. —dijo Melina—. No
creí que fueras capaz.
—¡Ooh, eso escuece! —exclamó Gullie.
Mira suspiró.
—Cuando empecé este viaje, era una guardiana de ojos
brillantes que buscaba elevar mi propio estatus y el de mi familia.
Ahora soy una fugitiva de la corona, que huye de Windhelm en un
carruaje por los bosques del sur. El más peligroso de los bosques
que rodean la ciudad, debo añadir.
—Sí, alguien podría haberme mencionado eso en la
encrucijada —dije—. La elección entonces era entre ir a una ciudad
donde probablemente nos reconocerían o atravesar un bosque para
encontrar a los niños de la luna. Nadie me comentó que era el
bosque más peligroso de la zona.
—¿Nos hemos topado con bestias desagradables?
—No seas gafe*. Por lo que sabemos, ahora mismo nos están
observando desde la oscuridad.
—Acechándonos —añadió Melina—. Eso es lo que estarían
haciendo, si quisieran comernos. Estarían acechando en las
sombras, siguiéndonos, tratando de obtener una medida de nuestras
fuerzas. Los puntos débiles. Puntos ciegos.
—¿Durante dos días?
—¿Un convoy como el nuestro? Podría alimentar a una
familia de Vrren durante una semana.
—¿Vrren?
—Seres horribles. —explicó Mira—. Animales salvajes que
parecen lobos sin pelo, con hocicos rechonchos y extremidades
más largas. Se dice que les gusta comerse a sus presas mientras
están vivas, por lo que nunca van a por el golpe de gracia, siempre
buscan herir y lisiar.
—¿No te dije que Arcadia era un lugar encantador? —
preguntó Gullie.
—No creo que hayamos hablado nunca de Arcadia antes de
conocer al Príncipe —respondí—. Parece que hace toda una vida
que ocurrió eso.
—Lo fue —dijo Mira—. No eres la misma chica que recogí
aquel día. Tengo que decir que estoy algo orgullosa de en lo que te
has convertido. Gracias a mí, por supuesto.
Le sonreí.
—Por supuesto. ¿Dónde estaría yo sin ti?
—Muriendo de frío en algún lugar, probablemente.
—¿No estaría muerta ya?
—No. No creo que Arcadia te hubiera matado tan rápido.
Eres resistente, y con recursos... aunque un poco indisciplinada.
—Si soy indisciplinada, es culpa tuya.
—En absoluto. Hay algunos hábitos que ni siquiera yo podría
hacerte desaprender.
—Me pregunto dónde estará mi custodia. —declaró Melina,
pasándose una mano por su espeso cabello turquesa—. Ella y yo
no nos llevamos muy bien.
—¿Y eso por qué? —pregunté, volviéndome para mirarla.
Se encogió de hombros.
—Diferencias culturales.
—¿Diferencias culturales...? Mira y yo somos de mundos
diferentes. ¿Qué diferencias culturales podrías tener con otra hada
del invierno?
—¿Crees que sólo porque somos de la misma corte, somos
todos iguales? Eso es como si yo asumiera que todos los humanos
son como tú.
—No quise dar a entender que eran iguales, supongo que no
conozco lo suficiente a tu gente.
Ella asintió.
—Bueno, además de la división de clases, también está la
división del norte y del sur, una división espiritual, la crianza... hay
más cosas en los fae que la corte de la que venimos.
—Entonces, ¿cuál fue el problema entre tu custodia y tú?
—Era una cuestión de clase. Ella venía de una familia rica de
Lysa y no estaba contenta de que la hubieran emparejado con una
pobretona.
—Suena como nuestro emparejamiento. —Le dije a Mira.
—La nuestra era diferente. —respondió ella— Tú eres
humana, no pobre. Eso es peor... pero también, supongo, más
divertido.
Se produjo un momento de silencio en el que los únicos
sonidos en kilómetros eran los cascos de Ollie crujiendo sobre la
nieve, el rodar de las ruedas y el ocasional ulular de un búho. Esto
estaba muy tranquilo. Llevaba días así. Nuestro carruaje se comía
la nieve y escupía huellas oscuras que probablemente eran fáciles
de seguir. Hasta ahora, sin embargo, nadie había venido a
buscarnos.
—Necesitamos un quinto. —afirmó Gullie.
—¿Un quinto? —pregunté.
—Somos cuatro, ¿verdad? Todas chicas.
—Sí...
—Bien, entonces, yo soy Ginger Spice, Mira es Posh Spice,
Mel es Sporty Spice, tú obviamente eres Baby Spice. Necesitamos
una Scary Spice.*
—¿Acabas de clasificarnos como las Spice Girls?
—Claro.
—¿Y por qué eres Ginger?
—Porque soy la simpática. Además... —Gull se sacudió el
pelo e hizo que se volviera de un castaño intenso—. ¿Ves? Ginger.
Otra pausa.
—¿Qué es una... Spice Girl? —preguntó Mira.
—¿Y me acabas de poner un apodo? —añadió Melina.
—Sí, ¿te gusta? —Le preguntó Gull.
—Mel... me gusta. Nunca pensé que vería el día en que una
duendecilla me pusiera un apodo.
—Tiempos extraños, ¿eh?
Un escalofrío me recorrió, haciendo que mi espalda se pusiera
rígida y mi piel se estremeciera. Me abracé un poco más a la capa
de pieles alrededor de mi pecho.
—Pronto oscurecerá —anuncié—. ¿Cuánto falta para que
lleguemos a los niños de la luna?
—Buena pregunta —respondió Mel—. Por desgracia, es una
de esas situaciones en las que no los encuentras, sino que ellos te
encuentran a ti.
—¿Estamos al menos en el bosque correcto?
—Espero que sí. Yo creo que sí. Nunca he conocido a uno.
—Entonces, ¿no lo sabes? —preguntó Mira.
—La verdad es que no. Son un pueblo bastante reservado, por
razones obvias.
—¿Cuáles son? —pegunté.
—Son los únicos faes que no han jurado su lealtad a la corona.
Nunca lo han hecho, a pesar de los numerosos intentos de invadir
sus posesiones y ponerlas bajo su control, los ejércitos de la corte
de invierno nunca pudieron hacer que se arrodillaran, así que se
llegó a un acuerdo. Podrían conservar sus tierras si nunca salían de
sus bosques y se mantenían al margen de nuestros asuntos.
—Me suena a un matón que recibe una bofetada de un
oponente más fuerte y trata de salvar la cara diciendo, de acuerdo,
bien, no quería golpearte de todos modos.
—Eso es exactamente lo que parece.
—¿Y por qué crees que pueden ayudarme?
—Porque se supone que todos tienen marcas en el cuerpo
como la de tu mano.
—El Príncipe dijo que mi marca no se había visto en mil años.
—Y es cierto. La tuya es especial. Incluso yo puedo sentirla.
Podía oír los ojos de Mira girando alrededor de su cráneo.
—No quiero oír más hablar de rumores y mitos —dijo—,
quiero saber dónde están. Lo ideal sería una cama cómoda para
dormir, y quizás una copa de vino.
—Siento que nuestro servicio de vuelo no haya sido de su
agrado. —Me burlé.
—¿Servicio de... vuelo? —preguntó.
—No conoces la música, no conoces los aviones... Voy a
tener que llevarte al mundo humano, algún día.
—No... no gracias. Prefiero que me apuñalen repetidamente
en la cara con un tenedor.
—Silencio. —siseó Mel.
Me animé.
—¿Qué pasa? —susurré.
—¿Has oído eso?
—No he oído...
Me puso un dedo en la boca.
—Shh.
Una ramita se rompió en algún lugar cercano. Intenté mirar a
mi alrededor, pero el bosque estaba silencioso y se oscurecía cada
vez más. Sólo veía la nieve, los árboles y las sombras cada vez más
profundas que nos rodeaban. Ningún movimiento, ninguna luz,
nada a lo que aferrarse. Y, sin embargo, ese sonido había sido
cercano, y deliberado.
Mira sacó las manos de sus pieles y las juntó en silencio.
Podía sentir el zumbido del poder que empezaba a surgir entre ellas
como una vibración contra el lado izquierdo de mi cuerpo. Estaba
invocando su arco, en silencio, y eso significaba que esperaba
peligro.
—Quédate cerca. —Le susurré a Gullie.
—Ya estoy en tu pelo. No voy a ir a ninguna parte.
Ollie frenó y resopló. El carruaje se detuvo. Vi cómo el alce
pisaba sus pezuñas y echaba vapor por la nariz.
—Está asustado. —dijo Mel.
—¿Hay algo ahí fuera? —pregunté.
—No vamos a esperar para averiguarlo. —Jaló de las
riendas—. ¡Hyah! —rugió, y Ollie se encabritó, luego se fue
bramando por el sendero a través del bosque, siguiendo las líneas
del camino lo mejor que pudo.
El carruaje se sacudía y daba tumbos. No estaba destinado a
ir tan rápido. Tuve que agarrarme a los lados y al respaldo del
asiento delantero para no volcar. Una de las mantas peludas se
levantó y salió volando con el viento, y cuando mis ojos la
siguieron hacia los árboles, los vi.
Ojos, muchos de ellos, moviéndose con rapidez en la
oscuridad y acercándose velozmente al carruaje. ¿Lobos? No, no
eran lobos. Estas criaturas corrían a cuatro patas, utilizando
miembros largos y larguiruchos para impulsarse, pero no tenían
pelo en el cuerpo; eran todo cartílago, y músculo, y dientes y garras.
Pude oír cómo se aullaban y gruñían unos a otros, cómo el líder
ordenaba a su manada y les decía lo que tenían que hacer. Fuera lo
que fuera, venían a por nosotras.
*Se refiere a como se las llamaba por su forma de ser a las integrantes de las Spice Girls, un grupo musical
de 5 chicas británicas muy famoso de los 90. Ginger: Jengibre por el color caoba de su cabello. Posh por ser la elegante.
Sporty por ser la deportista. Baby era la jovencita aniñada. Scary por aterradora o que da miedo.

*Gafe: persona que se considera que acarrea o atrae la mala suerte.


2
— ¡ Vrren! —gritó Mira, y en un instante se levantó,
haciendo equilibrio con un pie en el asiento del conductor y otro en
la parte superior del carruaje.
En sus manos tenía su gran arco recurvo, con una flecha ya
clavada en la cuerda, y sus cabellos blancos se agitaban alrededor
de su cara con el viento. Tras apuntar un instante, disparó la flecha
y ésta se precipitó hacia los árboles. Algo chilló en la oscuridad,
emitiendo un sonido de dolor que resonó en el bosque. Antes de
que el sonido se disipara, estaba preparada con otra flecha, su pelo
fluyendo salvajemente con el viento, su cuerpo tan tenso como la
cuerda del arco en sus manos. Parecía una heroína de acción,
rebosante de maldad.
—Mantennos firmes, Mel. —gritó Mira.
—Haré lo que pueda. Dahlia, aguanta, ¿vale?
—¡Quiero ayudar! —grité.
—Ayuda aguantando. Voy a tratar de perderlos.
—¿En esto?
—Lo voy a intentar.
Ollie tiró del carruaje tan rápido como pudo. El carro no
estaba hecho para ser conducido a esta velocidad ni siquiera en un
camino real. El sendero de tierra que seguíamos sólo empeoraba
las cosas, y era más peligroso. Melina quería salvar el carruaje,
pero nos estaba retrasando, y en cualquier momento, las ruedas
podían caerse o romperse, y entonces estaríamos jodidas.
Mira continuó disparando un flujo constante de flechas,
ninguna de las cuales provenía de un carcaj que yo pudiera ver.
Eran bastante reales, pero ella parecía estar sacándolas de la nada
y de ningún sitio. Uno de los Vrren intentó saltar a la parte trasera
del carruaje, y ella cambió rápidamente su puntería para colocar
una flecha justo entre sus ojos. La criatura chilló y cayó del carro,
golpeando el suelo con un fuerte estruendo y rodando por él. Pero
había muchos más de donde había salido. Tal vez media docena,
tal vez una docena. Era difícil saberlo en la oscuridad, la luz se
desvanecía rápidamente. Tenía que hacer algo. No podía quedarme
ahí sentada, aferrada a la vida.
Al inclinarme sobre el costado del vagón, noté que uno de los
Vrren comenzaba a acercarse un poco, lo que me permitió verlo de
cerca. Casi deseé no haberlo visto. Definitivamente era una especie
de criatura parecida a un perro, pero parecía estar cubierta de
crestas duras y músculos aún más duros. Sus garras estaban
afiladas, sus dientes eran dentados y grandes, y muchas espinas
afiladas sobresalían de sus hombros, su espalda, sus codos.
Estas cosas eran máquinas de matar, y había demasiados
acercándose rápidamente, pero tenía que entrar en el habitáculo.
Giré una pierna por el lateral y la coloqué en el pequeño escalón
que sobresalía por debajo del asiento delantero. Mel me atrapó
inmediatamente y me lanzó una mirada dura.
—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó.
—¡Necesito entrar en el vagón! —respondí, encontrando mi
agarre.
—¿Por qué?
—Tengo una idea. ¡Confía en mí! Gullie, entra en la cabina
ahora mismo.
—De ninguna manera —respondió ella—, estoy bien aquí.
Miré por el lado del carruaje, al suelo que pasaba a toda
velocidad bajo mis pies, al Vrren que ahora había acelerado su
paso, al haberme visto colgada del lateral.
—De acuerdo, bien, pero si me pasa algo te vas, ¿vale?
—No prometo nada.
Encontrando el equilibrio, alcancé la parte superior de la
cabina y me agarré a la barandilla que la recorría. Una de las flechas
de Mira voló por encima de mi cabeza e impactó en una de las
criaturas de la arboleda. No iba a poder acertar a los que se
acercaban al carruaje, no desde su posición, así que tenía que actuar
rápido y alcanzar la ventana. Estaba demasiado lejos para agarrarla
con la mano, así que tuve que estirar el pie e intentar engancharme
a ella. Pero el espacio entre el asiento del conductor y la ventanilla
parecía mucho más cercano en mi cabeza, y ya estaba teniendo
problemas.
El monstruo que corría junto al vagón finalmente hizo su
movimiento y se volvió directamente hacia mí. Me estiré al
máximo, con los dedos de los pies rozando el borde de la ventanilla
abierta. Me estiré un poco más con la mano, arrastrándome un par
de centímetros más hacia él.
Fue entonces cuando el animal se abalanzó sobre el lateral del
vagón y lo golpeó con el hombro. Todo se estremeció, perdí el
agarre del asiento del conductor y salí despedida a lo largo del
carruaje. Si no me hubiera agarrado a la parte superior con la otra
mano, habría caído de bruces en la nieve y probablemente habría
sido aplastada por la rueda. Por suerte, el Vrren también se había
apartado para evitar ser aplastado por las ruedas del vagón, y yo
había caído en posición directamente frente a la puerta. Ya no había
vuelta atrás. Buscando la manilla, abrí la puerta del carruaje y me
lancé al interior de la cabina justo cuando la criatura se acercaba
para atacar de nuevo.
Esta vez saltó hacia la puerta abierta, consiguiendo meter la
cabeza dentro y agarrar el carruaje con sus garras. Era demasiado
grande para entrar, pero tenía un cuello largo y tuve que luchar
hasta el otro lado de la cabina para evitar que me mordiera.
—¡Largo de aquí! —grité, y le di una patada en el hocico para
que retrocediera.
El sonido fue como un trueno, y la bestia chilló después de
ser golpeada. Levantó el cuello, gruñendo, con la sangre saliendo
de su boca. Me di cuenta de que el tatuaje plateado del dorso de mi
mano -una serie de círculos y semicírculos que mostraban el
cambio de las fases de la luna- había empezado a brillar.
Observé cómo la luz se desplazaba por el tatuaje y ya me sentí
fortalecida, más fuerte, más rápida. Podía oler el frío almizcle de
esta criatura, la sangre de su boca, la suciedad de sus patas. Intentó
aferrarse a mí de nuevo, chasqueando sus mandíbulas con la
esperanza de agarrar mi pie. Volví a darle una patada, esta vez con
un gruñido, poniendo todo lo que tenía en el golpe. Algo se rompió,
la criatura rugió, soltó el carro y cayó.
—¡Mierda! ¡Yo he hecho eso! ¿Cómo lo he hecho?
—No hay tiempo para averiguarlo. —gritó Gullie—. Lo que
sea que hayas venido a hacer, hazlo ya.
—¡Bien!
Abrí uno de los baúles y de su interior saqué mi traje de
armadura de cuero que Mira había podido sacar de contrabando del
castillo con nosotras. En su pecho aún estaba el pequeño copo de
nieve blanco que le había cosido. No tuve tiempo de quitarme la
ropa y ponerme la armadura, así que arranqué el copo de nieve y
me acerqué de nuevo a la puerta del carruaje.
—¡Agárrate! —gritó Mel, y el carro se inclinó hacia un lado,
acelerando mi movimiento hacia la puerta.
Mis manos salieron disparadas y, de alguna manera, logré
evitar escurrirme por completo de la cabina. Al mirar hacia abajo,
vi que el suelo se alejaba rápidamente de nosotras cuando el
carruaje hizo un giro brusco en una colina empinada. El corazón se
me subió a la garganta y me costó todo lo que tenía para volver a
entrar y cerrar la puerta. Acabó por enderezarse y nuestro alce
consiguió no tirarnos por la borda. Pero los Vrren no habían
abandonado su persecución. Todavía podía oírlos, ladrando,
aullando y gruñendo mientras continuaban su implacable caza.
Asomé la cabeza por la otra ventana y encontré a Mira todavía
encaramada con gracia sobre el carruaje, con el arco y las flechas
listos para disparar. Tuve que admitir que estaba un poco
impresionada. Nunca había visto esta faceta de ella, apenas la
vislumbré cuando mató al Wenlow y nos salvó a mí y al Príncipe.
Nunca se lo diría, por supuesto.
—¿No se rendirán estas cosas? —grité.
—No. —respondió Mira—. No mientras crean que tienen una
oportunidad de matarnos.
Así que todavía creen que pueden matarnos.
Me acerqué a la otra puerta, la abrí y miré por el lado del
vagón. Subir al techo no iba a ser fácil, pero era allí donde tenía
que estar si quería que esto funcionara. Tenía la corazonada de que,
como habían esperado hasta el atardecer para atacar, a las bestias
no les gustaba la luz, y resultaba que yo tenía una bomba luminosa
en la mano.
Todo lo que tenía que hacer era subir al tejado.
Fácil.
El carro temblaba, y aunque las bestias se habían quedado un
poco atrás, ya nos estaban alcanzando. Podía oírlos, los sonidos de
sus gruñidos, sus patas golpeando el suelo y sus ladridos: estaban
por todas partes y a nuestro alrededor. Lo peor era que, al mirar
hacia adelante, no parecía haber ningún lugar donde ir o
esconderse.
¿Cuánto tiempo faltaba para que Ollie se agotara?
—Joder.
Apretando los dientes, enganché un pie en la ventana abierta,
me agarré a la barandilla de la parte superior de la cabina y empecé
a subir. Era un ascenso difícil, pero más difícil era intentar llegar a
la puerta. Desde que el tatuaje en el dorso de mi mano empezó a
brillar, mis músculos se sentían más fuertes, mis sentidos eran más
agudos y mis instintos habían tomado casi por completo el control
de mis movimientos. Para sorpresa de Mira, en cuestión de
segundos ya había subido a la barandilla.
—¿Qué haces aquí arriba? —siseó.
—¡Tengo esto! —Le mostré el copo de nieve que tenía en la
mano.
—¡Genial! Úsalo.
Asintiendo, me puse de pie y encontré el equilibrio. Aunque
el viaje en carruaje estaba lleno de baches, Mel y Ollie estaban
haciendo un gran trabajo para mantenernos lo más firmes posible.
Me resultó más fácil ponerme de pie que subir a la cima, y en
cuanto lo hice, me giré para mirar hacia la parte trasera del
carruaje... y allí estaban ellos.
Toda una manada de ellos.
Los Vrren corrían hacia nosotras, alcanzándonos
rápidamente. Las flechas de Mira pasaron por encima de mi pelo,
y cada una de ellas encontró su objetivo. Algunos tropezaron y
cayeron después de ser alcanzados, pero otros siguieron corriendo,
ignorando las flechas que sobresalían de sus hombros, de sus
espaldas.
—Veo un puente. —gritó Mel— ¡Voy a dirigirme hacia él!
—Muy bien. Allá voy.
Mira se protegió los ojos y yo golpeé el copo de nieve que
tenía en la mano antes de lanzarlo por encima de la parte trasera del
carruaje. La luz que brotó de él creció rápidamente, y con fuerza.
En un instante, el bosque que nos rodeaba se llenó de una luz blanca
y brillante, como si hubiera llamado a la propia luna.
Las bestias rugieron y chillaron, varias de ellas se chocaron
entre sí y cayeron al suelo. Los Vrren de la parte trasera de la
manada se detuvieron en seco y se dirigieron al relativo refugio que
ofrecían algunos de los árboles más grandes del bosque, aquellos
capaces de bloquear la intensa luz mágica.
Mientras tanto, el carruaje seguía corriendo a través del
bosque, y el estruendoso caos que había sido aquella manada de
monstruos iba desapareciendo poco a poco.
—¡Lo conseguimos! —gritó Gullie.
Le sonreí y me giré para mirar a Mira.
—Recuérdame que te acepte esas clases de tiro con arco que
me ofreciste.
Arqueó una ceja.
—Lo consideraré. —Fue a darse la vuelta, y una fría oleada
de pánico me inundó al ver la rama baja que estaba a punto de
golpearla.
Le grité que se agachara, pero era demasiado tarde. La gruesa
y negra rama le dio de lleno en la cara. La sangre caliente brotó de
su boca y roció mis mejillas. Vi, con el corazón retumbando en mi
pecho, cómo caía a mi lado casi a cámara lenta, con los ojos en
blanco y la piel de la cara destrozada por la rama. Di tres pasos para
intentar alcanzarla, pero no pude atraparla mientras caía.
—¡Mira! —grité, pero ya no estaba. La vi caer de la parte
trasera del carruaje y estrellarse en la nieve, en las huellas que
habíamos dejado.
—¡No puedo detener a Ollie! —gritó Mel.
Podía oírla intentarlo, pero el alce seguía asustado, así que
hice lo que tenía que hacer.
Me lancé desde la parte trasera del carruaje en movimiento.
3
G ullie alzó el vuelo y se apartó de mi pelo mientras yo
me lanzaba desde la parte trasera del carruaje. Mi
cuerpo se retorció en el aire, los instintos se
apoderaron de mí mientras me precipitaba hacia el suelo. Al
aterrizar, me puse de pie rápidamente y corrí hacia Mira.
Podía verla, no se había quedado muy atrás, pero los Vrren se
habían recuperado de la bomba de luz que había lanzado hacía un
momento, y empezaban a acercarse tímidamente. Corrí al lado de
Mira y me arrojé de rodillas. Estaba boca abajo en la nieve, rodeada
de pequeñas salpicaduras de color rojo sangre. Al darle la vuelta,
vi el daño que había causado el impacto. Tenía la mejilla abierta,
la piel empezaba a ponerse negra y morada y la sangre se
acumulaba en el interior de la boca. Frenéticamente, comprobé su
pulso; estaba inconsciente, pero viva.
—Gracias a los dioses.
Gullie se agachó y dio un respingo al ver el estado de su cara.
—Esto no le va a gustar cuando se despierte.
—Tengo que sacarla de aquí.
—¿Y a dónde vamos? El carruaje no está.
—¿Hay algo que puedas hacer para despertarla?
—Puedo intentarlo.
Vi cómo revoloteaba hacia su cara. Al levantar la vista
mientras la duendecilla trabajaba, noté que la luz del copo de nieve
se atenuaba, retrocediendo a medida que la magia de su interior se
desvanecía. Desde la oscuridad, los Vrren se acercaron.
Hambrientos, con la mandíbula floja, agitados, sus cuerpos
irradiando vapor por el esfuerzo de perseguirnos.
Su comida estaba cerca.
Me di cuenta de que el arco de Mira no estaba lejos de donde
había caído, y había una flecha clavada en la nieve junto a él.
También tenía mi daga atada al cinturón. El problema era que
todavía había media docena de monstruos acercándose, y sólo
estaba yo.
Bueno, yo y Gullie.
La duendecilla sopló una nube de niebla verde brillante en la
cara de Mira, y sus ojos se abrieron de golpe como si acabara de
ser golpeada con sales aromáticas. El dolor tardó un segundo en ser
percibido. Cuando lo hizo, fue a gritar, pero su boca estaba llena de
sangre y nieve. Volviéndose hacia un lado, empezó a escupirla en
el suelo.
—Mira, gracias a Dios. ¿Estás bien?
—¡No! —gimió ella.
—Tenemos que levantarnos, vamos.
Intenté ayudarla a levantarse, pero en el momento en que puso
el pie en el suelo, gritó de dolor y volvió a resbalar. Tuvo que
apoyar las manos para no caer de bruces. Le temblaban las
extremidades mientras intentaba mantenerse en pie.
—Mi pierna —gimió—, creo que me he roto el tobillo.
Mirando su pie, se hizo aparentemente obvio que su tobillo
estaba roto. La piel estaba negra y morada, igual que su cara. Estaba
segura de que no podría caminar con él, y mucho menos correr, y
necesitábamos correr si queríamos salir de aquí.
—Te cargaré. —dije.
—¿Cargarme? —preguntó ella—. ¡¿Cómo?!
—No tengo tiempo para bromear contigo ahora, sólo rodea
mi cuello con tus brazos y déjame levantarte.
Pude ver la objeción en su cara, pero me bajé hacia ella, y ella
hizo lo que le pedí. Una vez que se aseguró alrededor de mi cuello,
la levanté y me puse de pie, sorprendiéndome de lo ligera que se
sentía en mis brazos. Yo no tenía precisamente músculos, no como
los de Aronia. Y Mira, a pesar de ser delgada, era lo
suficientemente alta como para pesar más de lo que parecía. Al
escudriñar la zona, me di cuenta de que algunos de los Vrren habían
empezado a salir de los árboles y volver al camino. Retrocedí, con
los pies crujiendo en la nieve.
—¿Conoces alguna magia que nos saqué de esto? —pregunté.
—Apenas puedo pensar. —respondió, aunque sus palabras
llegaron un poco apagadas.
—Gullie, quiero que vueles. Aléjate de ellos.
—De ninguna manera —contestó la duendecilla—. Si te
comen a ti, me comen a mí.
—Eso es irracional, Gull. Tienes que salir de aquí. Encuentra
a Mel, está sola en algún lugar.
—Deja de intentar espantarme. Puedo ayudar.
—¿Cómo puedes ayudar? —Se esforzó Mira por preguntar.
Gullie nos rodeó, dejando un rastro de polvo verde brillante
por donde pasaba. Al poco tiempo, estaba por todas partes,
rodeándonos. Se acomodó dentro de mi pelo y, un momento
después, se levantó un viento extraño que empujó el polvo hacia
ellos. Las bestias más cercanas a nosotras olfatearon el aire, se
detuvieron y luego comenzaron a estornudar frenéticamente. Uno
tras otro, todos estallaron en un imparable ataque de estornudos.
—¡Toma eso! —gritó ella.
—¿Ese era tu plan? —preguntó Mira.
—Oh, lo siento, ¿su alteza tiene una idea mejor? Además,
Dee, ¿qué tal si empezamos a correr ahora?
—¡Mierda, claro!
Me di la vuelta y empecé a moverme tan rápido como pude.
No podía correr exactamente, no con Mira en brazos... al menos,
no al principio. Me costó un par de pasos averiguar cómo caminar
mientras llevaba a otra persona, pero una vez que le cogí el
tranquillo, pude romper a correr.
—¿Cómo lo haces? —preguntó Mira.
—No lo sé. —respondí tratando de mantener mi respiración
bajo control—. Es el tatuaje. Tiene que serlo. Me siento más fuerte
desde que me salió.
—¿Cómo puede un tatuaje hacerte más fuerte?
—¿Cómo puedes hablar con sangre en la boca? —preguntó
Gullie.
—La vida está llena de misterios, ¿no?
—Esto es encantador —dije—. Pero ¿dónde está Mel? Me
estoy preocupando.
—No lo sé. Ollie no parecía poder parar.
Mira se levantó y miró por encima de mi hombro.
—Y tenemos otro problema. Los Vrren superaron sus ataques
de estornudos.
—¡¿Qué?! —chilló Gull— ¡Eso debería haberlos dejado
fuera de combate durante más tiempo!
—Seguro que ese truco es genial en las fiestas, pero ahora va
a conseguir que nos maten: ¡sólo les has hecho enfadar!
Casi los oía salivar mientras nos perseguían. Estaban
ladrando, gruñendo y rugiendo. La manada se había separado de
nuevo, probablemente para intentar flanquearnos, atacarnos por
todos lados. Tuvimos la oportunidad de dejarlos atrás mientras
estábamos en el carruaje, ¿pero a pie? No teníamos ninguna
posibilidad. Me había engañado pensando que podía correr más
rápido que ellos.
Lentamente, dejé a Mira en el suelo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó.
Saqué mi daga del cinturón.
—Tengo que luchar.
—¿Luchar? ¿Has perdido la cabeza?
Me giré para mirar a las criaturas, cerré los ojos un segundo
y respiré profundamente.
—No tengo otra opción. Tal vez pueda alejarlos de ti.
—Estás loca. ¿Qué se supone que debo hacer?
—No te mueras.
—Esto es una locura. —afirmó Gullie.
Agarré mi daga con más fuerza mientras las bestias se
acercaban.
—Lo sé. No te pediré que te vayas otra vez.
—Bien. Estás aprendiendo.
Abriendo los ojos, eché a correr hacia las criaturas que se
acercaban. Una de ellas aceptó el reto y aceleró el paso para igualar
el mío. Si alguna vez hubo un momento para que esos nuevos
instintos míos se pusieran en marcha e hicieran algo útil, era ahora.
Como si me hubieran escuchado, esos extraños instintos
cobraron vida. Me lancé para deslizarme por el resbaladizo suelo
cubierto de nieve mientras la bestia saltaba sobre mí. Cuando se
elevó por encima mía, le clavé mi daga en las tripas con toda la
fuerza que pude, abriendo a la bestia por la mitad.
Me había movido con la suficiente rapidez como para no
acabar cubierta de sangre, pero ésta brotó en todas direcciones,
tiñendo el suelo detrás de mí de un rojo intenso. El vapor surgió de
la nieve alrededor del Vrren que agonizaba rápidamente, pero aún
no había terminado. Se acercaban más, animados por la muerte de
su compañero de manada.
Mi sexto sentido se puso en marcha, llamándome a
agacharme justo cuando otra bestia saltó hacia mí. Me agaché y me
aparté de su camino, y luego salté por encima de otro monstruo que
me embestía, girando en el aire por encima de él mientras se
lanzaba hacia el lugar en el que yo estaba. Cuando aterricé en
posición vertical, casi no podía creerlo.
—¡¿Has visto eso?! —grité.
—No lo he visto, lo he sentido. —contestó Gullie—. ¡Me está
entrando ganas de vomitar!
—¡Lo siento!
Al darme la vuelta, me di cuenta de que uno de los Vrren se
dirigía rápidamente hacia donde estaba sentada Mira. Los llamé,
gritando hacia el bosque para que vinieran a buscarme, tratando de
hacerme tan fuerte, tan grande y amenazante como fuera posible.
Probablemente parecía ridículo, pero estaba funcionando. En una
especie de buenas y malas noticias, las criaturas se dirigían hacia
mí, ahora.
—Bien, ¿ahora qué? —preguntó Gull.
—No sé...
—Será mejor que pienses rápido. ¿Crees que podrás con los
que quedan?
—Ni siquiera debería ser capaz de enfrentarme a uno de ellos.
—Y, sin embargo, ahí está, muerto.
Envolví mi mano alrededor de la daga con más fuerza, mis
nudillos se volvieron blancos por el esfuerzo. A medida que las
bestias se acercaban, traté de centrar mi atención en una de ellas.
Quería acabar con el más grande, si podía. El que pareciera un líder,
un alfa. Todas estas bestias se parecían bastante, pero una de ellas
parecía tener más cicatrices en su cuerpo que las demás, así que le
presté atención y me preparé.
De repente, un aullido atravesó el bosque y las bestias se
detuvieron en seco. Al mismo tiempo, se levantaron y se inclinaron
hacia el suelo, moviendo las orejas mientras sus vientres se
pegaban a la nieve. Parecían asustadas, y no podía culparlas. El
sonido era largo, fuerte y profundo. Podía sentirlo en mi pecho,
vibrando dentro de mí como si estuviera hueca.
Uno de los monstruos se escabulló hacia la línea del bosque,
con su larga y calva cola metida entre las piernas. Un momento
después, oí un chasquido procedente de algún lugar entre los
árboles, luego un aullido y después un crujido húmedo y
nauseabundo, seguido de un golpe que me hizo revolver el
estómago. Retrocedí un paso, dos pasos, y me detuve, siendo
instintivamente consciente de que había algo detrás de mí. Podía
sentir su aliento en mi nuca, aunque no lo había oído acercarse.
Lentamente, me giré, con el corazón palpitando dentro de mi
pecho, la sangre helada en mis venas. El lobo que estaba a mi
espalda era tan alto como yo. Tenía un pelaje grisáceo con vetas
plateadas, varias cicatrices en el hocico y, aunque estaba erguido,
sus ojos azules profundos estaban a la altura de los míos. Este lobo
era enorme, imponente y aterrador. Gruñó y volví a retroceder.
Olfateó el aire a mi alrededor, se lamió los labios y, cuando se
abalanzó sobre mí, creí que iba a morir. El instinto me obligó a
cerrar los ojos, pero el lobo pasó por delante mía y corrió a toda
velocidad hacia el Vrren.
Al darme la vuelta de nuevo, observé el caos -el baño de
sangre- que se desarrollaba justo delante de mí. Había tres de estos
lobos. No eran tan grandes como el que estaba detrás mía, pero
todos estaban cubiertos de pelaje oscuro, eran feroces, y eran más
que un rival para los animales que quedaban.
No sabía qué hacer. Estaba congelada. Clavada en el sitio.
¿Corro?
¿Lucho?
Estaban matando a los Vrren, ¿pero eso significaba que eran
amistosos? No. En absoluto. Esa no era la sensación que me había
dado el que me había olfateado, ni mucho menos. Una vez que
acabaron con los Vrren, uno de los lobos comenzó a trotar hacia
Mira, y fue entonces cuando finalmente recuperé el control de mis
facultades.
—¡Déjala en paz! —grité, con mi voz desgarrando el silencio.
El mayor de los lobos me daba la espalda. Lentamente, se dio
la vuelta, con la boca goteando sangre caliente que humeaba
alrededor de su hocico. Bajó sobre sus patas delanteras, saltó hacia
atrás sobre sus patas traseras y, en un destello de luz suave y azul,
el animal desapareció, sustituido por un hombre alto e
increíblemente musculoso con un pelo largo y gris plomo, oscuro
en las raíces y más brillante en las puntas.
Tenía cicatrices en la cara, en el pecho desnudo y a lo largo
de los hombros y los brazos. Sus rasgos eran afilados y angulosos,
sus ojos eran estrechos, pero brillaban con una inteligencia
primitiva. Tampoco estaba totalmente desnudo; llevaba una
especie de pantalones negros, pero no llevaba zapatos. Como todos
los demás faes que había visto hasta ahora, sus orejas eran largas y
puntiagudas, y al igual que hace un momento, su boca seguía
goteando sangre.
—¿Qué... qué eres? —pregunté.
—Tú. —dijo, con una voz suave, pero amenazante—.
Vendrás con nosotros.
4
U
no a uno, los faes restantes cambiaron, desechando sus
formas de lobo y poniéndose en dos patas. Era
extraordinario... la mera visión me producía escalofríos.
A pesar de toda la magia que había visto, la maravilla de Arcadia,
la majestuosidad de Windhelm, esto... esto era algo más. Esto se
llevaba la palma, como se suele decir.
Había crecido sabiendo que la magia existía, así que ved a los
faes manejarla con tanta facilidad, había sido impresionante, pero
no sorprendente. Sin embargo, nunca había visto a un
cambiaformas de cerca, y aunque el proceso de transformación era
probablemente fácil para ellos, para mí era impresionante.
Literalmente, material de leyenda.
—¿Vas a quedarte ahí parada? —Me preguntó el hombre
grande y musculoso que tenía delante—. Muévete.
Así es, he sido capturada.
Otra vez.
—No hagas daño a mi amiga. —respondí.
El tipo miró por encima de su hombro. Uno de sus amigos,
una mujer, estaba de pie cerca de Mira. El otro merodeaba entre el
grupo, paseando, observando, quizás listo para atacar si yo
intentaba algo estúpido. No iba a hacerlo. Aquí no.
—Tú —Le ladró a Mira—, ¿puedes caminar?
—No puedo. —gritó ella.
—Entonces te congelarás.
Di un paso rápido hacia él.
—Espera, no puedes...
El enorme fae se giró en un abrir y cerrar de ojos y me agarró
por el cuello. Su mano me rodeó la garganta y sentí que me
levantaba al menos un pie del suelo. Luchar contra su mano era
inútil, él era mucho más fuerte que yo, pero yo tenía dos pies que
funcionaban perfectamente, una gran puntería y una fuerza
sobrenatural.
Fui a por la ingle.
El momento del contacto fue exquisito. Los ojos del fae se
abrieron de par en par e inmediatamente me soltó para poder acunar
sus doloridas pelotas. Se dobló por el dolor y empezó a toser.
Aproveché la oportunidad para hacer una loca carrera hacia Mira,
pero me interceptó rápidamente el fae del medio, el que me había
estado observando. Me tiró al suelo como un rayo y, cuando caí en
la nieve, ya había adoptado su forma de lobo. Me inmovilizó en el
suelo por los hombros y gruñó. Su pelaje era liso y gris, y pesaba
fácilmente doscientos kilos.
—¡Quítate de encima! —rugí, pero mostró sus colmillos y se
acercó un poco más a mi cara. Sus dientes eran rojos y podía oler
la sangre de Vrren en su aliento.
—¡Suficiente! —gritó Mira—. ¡Ella es la tath isia, y si sabes
lo que te conviene, la tratarás con respeto!
—Eso no es un lobo blanco. —respondió la mujer—. ¿Cómo
te atreves a decir esas palabras en nuestra presencia, perra del
castillo? Os mataré a las dos.
—¡Es cierto! —grité—. ¡Mira mi mano! Tengo la marca.
Intenté mostrarles el dorso de mi mano, pero apenas podía
moverme. Como si lo hubiera percibido, el lobo alivió suavemente
la presión alrededor de mi hombro derecho lo suficiente como para
que pudiera levantar la mano, pero entonces me mordió, sujetando
con fuerza mi muñeca. Grité mientras la sangre empezaba a brotar
de la herida.
—¡Déjala en paz! —gritó Mira.
El animal no me soltó la mano, pero tampoco se movió, no
rechinó los dientes, no me arrastró por la nieve. Se quedó quieto,
casi como una estatua. Mientras tanto, el primer fae, el más grande
de ellos, había recuperado por fin la compostura y comenzó a
caminar, aunque su marcha era un poco extraña.
¿Le dolía? Pobrecito.
Imbécil.
Insultarlo en mi mente me hizo sentir mejor, alejó mi atención
del dolor en el brazo y de las vetas de sangre que bajaban hacia mi
hombro. El lobo y el fae grande intercambiaron entonces el control
de mi muñeca; el animal me soltó, sólo para que el otro me
agarrara. Apretó su mano con fuerza alrededor de mi piel, frenando
el flujo de sangre, pero sin detenerlo. Con cuidado, examinó el
dorso de mi mano y luego me miró.
—¿De dónde has sacado esto? —Me preguntó.
Me mordía el labio inferior, luchando contra el dolor.
—Simplemente sucedió. —respondí entre dientes—. Ahora,
si has terminado de imponer tu dominio de macho, me gustaría
levantarme.
Me miró fijamente, con ojos duros y fríos.
—Vuelve a luchar y dejaremos que os congeléis en el bosque.
Me levantó de un tirón por la muñeca y me puse de pie.
Cuando me soltó, me sujeté con fuerza la muñeca con la otra mano,
intentando evitar que la sangre saliera libremente de la herida. El
mordisco había sido profundo. Durante el breve instante en que la
había mirado, el estómago se me había revuelto y me había dado
náuseas. Me acerqué rápidamente a Mira, que todavía no era capaz
de ponerse en pie.
—¿Estás bien? —Le pregunté.
—Estoy bien. —contestó ella, un poco indignada—. ¿Y tu
brazo?
—Tengo que vendarlo, pero por ahora está bien. ¿Puedes
ponerte de pie?
—No más fácilmente de lo que podía hace un momento.
El fae enorme me apartó de un empujón.
—Muévete. —gruñó.
Estaba a punto de regañarle por ser tan jodidamente grosero,
pero entonces vi que la estaba levantando del suelo. Claro, se la
echó al hombro como un saco de patatas, y ella no parecía nada
impresionada de que la llevaran así, pero al menos había ayudado.
La mujer se acercó a mí, con los ojos como cuchillas.
—Empieza a caminar. —siseó.
Frunciendo el ceño, me giré y seguí al hombre más grande.
No hablé durante un largo rato, hasta que me di cuenta de que nos
estaban sacando del camino y de que aún no había rastro de Melina.
—Mi otra amiga, la del carruaje... ¿la has visto? —Mis
palabras no obtuvieron respuesta. Los tres captores guardaron
silencio, pero seguí adelante—. Me llamo Dahlia. —continué,
tratando de humanizarme; ¿o era fae-izarme? No estaba segura. No
importaba. Tenía que tratar de despertar sus emociones, aunque
hacerlo no me llevara a ninguna parte, teniendo en cuenta que se
trataba de tres de los faes más fríos que había conocido—. ¿Cómo
te llamas? —pregunté.
—Esto es innecesario. —interrumpió Mira—. No quieren
hablar contigo, ni conmigo.
—Silencio. —gruñó el que la llevaba.
—Tú... —Le dije, atreviéndome a tocarle el hombro—.
¿Cómo te llamas?
Más silencio, y luego…
—Toross —gruñó—. Segundo Alfa.
—¿Segundo? ¿Quién es el primero?
—Serás llevada ante ella. No se hable más.
Mira enarcó una ceja. Había querido insistir en el tema de
Melina, pero era posible que no la hubieran encontrado, o que ni
siquiera la hubieran visto. Si eso era cierto, entonces era posible
que Mel fuera la única que pudiera rescatarnos de esta gente, fuera
quien fuera. Pero tenía el presentimiento de que ese no iba a ser el
caso. Ollie no había dado señales de detenerse, e incluso si Melina
lo había conseguido, ¿quién podía decir que no había más de estos
cambiaformas en el bosque? Puede que ya la hayan atrapado. Puede
que ya la hayan matado. No quería pensar en eso, no podía dejar
que el pánico guiara mis acciones en este momento, pero el
pensamiento rondaba mi mente como un fantasma de todos modos.
Estaba a punto de abrir la boca para hablar de nuevo cuando Mira
me lanzó una mirada furiosa. Estaba bastante segura de que quería
decir que, si volvía a hablar, sería ella quien me mataría si no lo
hacían ellos. Lo había dejado muy clarito con sólo sus ojos, así que
cerré la boca y esperé.
Ninguna de nosotras sabía adónde nos llevaban, pero la noche
había caído a nuestro alrededor y se hacía difícil ver. Si no fuera
por la mujer que me daba un golpe en la espalda de vez en cuando,
no estaba segura de poder caminar en línea recta, no en este lugar.
Los árboles parecían más grandes, más gruesos, más oscuros, los
arbustos eran más altos y la nieve parecía tener al menos varios
centímetros más de profundidad. Incluso la luna menguante tenía
problemas para atravesar el dosel sobre nosotros.
Menos mal que habíamos viajado por una carretera para
llegar hasta aquí. Era imposible que un carruaje pudiera atravesar
el bosque sin una, aunque eso también planteaba la pregunta:
¿quién mantenía el camino? ¿Era mágico? ¿Era Windhelm?
¿Fueron estos fae?
Finalmente, los árboles parecieron espaciarse un poco hacia
adelante, permitiendo que la luz de la luna que colgaba sobre
nosotros brillara con más fuerza, y más brillante. No había mucho
que ver en el claro, aunque me di cuenta de un par de cosas.
En primer lugar, los árboles no habían sido derribados ni
cortados; era una ruptura natural. En segundo lugar, la nieve
parecía derretirse y convertirse en agua hacia el centro del claro. Y
tercero, justo en el centro del espacio abierto había cinco pilas de
rocas apiladas hasta la altura del pecho. Los montones de rocas
estaban a un par de metros de distancia unos de otros, y formaban
aproximadamente un círculo. Extrañamente, cuanto más me
acercaba a ellas, más cálido parecía el aire.
—¿Qué es este lugar? —pregunté.
—He dicho que no hables. —gruñó Toross.
Mira sacudió la cabeza, decepcionada. Me encogí de
hombros. ¿Qué debía hacer? Yo hablaba cuando me ponía
nerviosa. Hablando de nervios, no había soltado el brazo ni una
sola vez en todo este tiempo; había mantenido la mano sujeta a él
como si mi vida dependiera de ello. Probablemente también era
algo bueno, teniendo en cuenta lo mal que había quedado la herida.
A pesar de mi buen juicio, me atreví a mirar de nuevo. El aumento
de la temperatura ambiental hacía que me picara y empezaba a
preocuparme.
Me detuve en seco al despegar la mano de la muñeca. La
sangre estaba allí, oscura, roja y pegajosa, pero al limpiarla me di
cuenta de que la piel de debajo estaba completamente curada. No
había marcas de dientes, ni herida abierta, ni tampoco dolor.
Flexioné la mano derecha, observando cómo los tendones de la
muñeca se movían de un lado a otro.
—Vale, esto ya no es oficialmente una coincidencia. —
afirmé, intentando mantener la voz baja.
La mujer me pinchó en la espalda.
—¿Tengo que decirte que te muevas una vez más? —gruñó.
—Su brazo. —Señaló el otro, el que me había mordido.
Ahora que el caos se había asentado, noté que era más delgado que
los otros, más pequeño, más joven y no tan musculoso, pero
caminaba igual de erguido—. Se curó rápidamente.
—Magia. —Se burló la mujer.
—No invocó ninguna. Lo habría sabido.
—Silencio, todos. —gruñó Toross.
Había llegado al círculo de cinco piedras y estaba de pie
dentro de él. Le seguí, notando al instante cómo el aire era
realmente más cálido aquí. Más cálido, y poseído por una especie
de extraño zumbido, una vibración que podía oír y sentir. Miré a
mi amiga, que tenía una expresión tan confusa en su rostro como la
mía. Aun así, pronunció las palabras "lugar de poder" y yo volví a
callar, asintiendo.
Los otros dos faes se unieron a nosotros en el círculo. Un
momento después, cayeron de rodillas, se pusieron a cuatro patas y
adoptaron sus formas de lobo. Todavía no podía creer lo
impresionante que parecía, lo suave que era la transformación, lo
silenciosa y mística que era. Sin siquiera saludarse, levantaron el
hocico y aullaron a la luna, con gritos largos y profundos. Casi
inmediatamente me di cuenta de que el viento había cambiado de
dirección de repente. Hacía un momento me soplaba el pelo en una
dirección, y una ráfaga fantasma me empujó hacia el otro lado.
Entonces empezaron a surgir luces de hadas de los montones de
rocas; suaves, azules y brillantes, se elevaron del suelo y subieron
constantemente al aire, creando cada una de ellas una pequeña
corriente de luz que desapareció en el cielo nocturno.
Las seguí con la mirada, observando cómo los rayos
convergían por encima de nuestras cabezas y parecían encontrarse
directamente bajo la propia luna. Se me revolvió el estómago, sentí
el pecho ligero por un instante y, cuando bajé la vista, me di cuenta
de que ya no estábamos rodeados de bosque.
Una colina se alejaba de nosotros y desembocaba en un valle
entre las montañas; un valle lleno de luz, de vida, y de cabañas con
pequeñas chimeneas que lanzaban suaves nubes blancas al aire. La
gente se movía en él, formas, sombras que se ocupaban de sus
asuntos en la relativa seguridad que ofrecían los afilados
acantilados a ambos lados del pueblo. Por encima de ellos, la luna
gibosa brillaba con fuerza y belleza, proporcionando una amplia
luz que lo iluminaba todo.
—Qué... demonios... —Las palabras cayeron de mi boca en
la parte posterior de un suspiro sin aliento. Uno de los lobos a mis
pies me gruñó. Levanté las manos—. Sí, muévete, de acuerdo. Me
voy.
5
c on Mira aún colgada del hombro, Toross nos condujo
lejos de un círculo de piedras idéntico al del bosque.
Las piedras se encontraban en la cima de la colina, en
un pequeño afloramiento plano lo suficientemente grande como
para albergarlas. En algunas rocas cercanas observé que se habían
colocado varios cráneos de cabezas de lobo, todos ellos adornados
con trozos de joyas hechas a mano y rodeados de flores recién
cortadas.
Sin embargo, el aire mismo zumbaba con magia, con una
vibración que era a la vez extraña, pero también de alguna manera
familiar. Estaba segura de que nunca había sentido esta vibración
exacta, y sin embargo parecía armonizar con mi... alma. Como si
eso tuviera algún sentido, Dahlia. Has sido secuestrada de nuevo,
contrólate.
—¿Puede alguien decirme qué es este lugar? —pregunté.
Ninguno de ellos habló.
Toross era el único fae fuera de su forma de lobo. Los otros
dos habían optado por seguir caminando a cuatro patas,
flanqueándome, como si fuera a hacer otro atrevido intento de fuga.
No sabía dónde estaba, no había ningún otro lugar al que huir, y no
tenía ni idea de cómo activar ese portal... o lo que fuera.
Una vez más, me habían llevado a un lugar del que no podía
escapar, pero al menos esto era bonito. A pesar de los picos helados
que rodeaban el valle, el aire aquí abajo era cálido y el suelo no
estaba cubierto de nieve helada. Incluso había flores para recoger
y arrancar. Este lugar tenía un ambiente acogedor que me hacía
pensar en mi hogar.
Ya sabes, si mi casa estuviera llena de gente enfadada y
asquerosa como los lobos.
Seguí a Toross colina abajo, notando una vez que empezamos
a llegar a las cabañas y tiendas que había un aroma dulce y
ahumado en el aire. Se me hizo la boca agua y se me revolvió el
estómago. Olía a barbacoa, como si estuvieran cocinando un
animal en algún asador, pero no podía verlo. También me pareció
oler manzanas, manzanas calientes, y tal vez pan.
El primer aldeano con el que me crucé era un hombre que
sólo llevaba pantalones, botas y una camisa suelta y oscura. Él, y
la mujer y el niño que estaban en la tienda detrás de él, nos
observaron mientras pasábamos. Los tres tenían las orejas
puntiagudas y los rasgos angulosos que yo esperaba de los faes,
pero fue el niño el que más me llamó la atención.
No podía tener más de siete u ocho años -en años humanos,
al menos-. Con los ojos azules y muy abiertos, a espaldas de su
madre, me observó mientras me hacían pasar por delante de él.
Nunca había visto a un niño fae. No había tenido ninguna prueba
de que existieran, hasta ahora. Cuando nuestras miradas se
cruzaron, el pequeño retrocedió, rodeó la espalda de su madre y
emergió por el otro lado como un cachorro de lobo con las orejas y
el hocico pegados al suelo. El padre salió ligeramente de su tienda
y gruñó, mostrando sus grandes y afilados dientes.
—¿Qué estás mirando? —Me preguntó entre dientes.
—Nada. —respondí, desviando la mirada—. Lo siento.
—Mantén los ojos en el suelo —ordenó Toross mientras
caminábamos—. No les gustan los forasteros.
—Tomo nota. —dije, bajando los ojos.
Habría sido bueno saberlo antes de que me trajeran aquí, pero
no creía que a ninguno de esos faes le importara especialmente si
me llevaba bien con los aldeanos. Al fin y al cabo, estaban muy
dispuestos a dejar que Mira se congelara en el bosque. Estaba
ansiosa por saber qué querían de nosotras, pero tenía la sensación
de que no estaba lejos de averiguarlo.
Al adentrarnos en el pueblo, naturalmente llamamos más la
atención. Intenté mantener la mirada baja, pero eso no me impidió
percibir la presencia de vigilantes. Todos ellos estaban aquí,
estudiándonos mientras nos hacían pasar por su casa. Éramos
extrañas, Mira y yo. Cautivas.
Empecé a preguntarme si el olor dulce y ahumado que había
detectado hace un momento no sería un fae cocinado en el asador.
Alguna pobre alma que se había topado con esos cambiaformas y
lo habían cazado. Al fin y al cabo, eran lobos. ¿Quién podía decir
que no eran caníbales, también?
No dejes que tu mente haga locuras.
Quédate en el momento.
Piensa.
Por supuesto, ¿pensar en qué, exactamente? Escapar. No, eso
ya lo habíamos cubierto. ¿Un rescate? Poco probable, considerando
que podríamos estar en cualquier lugar de Arcadia ahora. Así que,
salvo el rescate y la huida, ¿qué nos quedaba? Un montón de nada,
aunque si tuviéramos suerte, podríamos ser comidas, así que al
menos había que esperar eso.
Nos hicieron atravesar el pueblo de cabañas y tiendas hasta
llegar a la más grande de todas. Parecía que cuatro tiendas grandes
se habían unido para crear una megatienda, que probablemente era
donde vivía el Alfa. Había más cráneos de cabezas de lobo
apoyados en la entrada, esta vez junto a armas y escudos en lugar
de flores y baratijas. Había hombres apostados justo fuera de las
solapas delanteras abiertas de la tienda; hombres grandes con
pantalones negros, pero sin zapatos ni camisas. Hacía calor cerca
del suelo, de hecho, empezaba a sentirme demasiado acalorada con
mi ropa, pero seguíamos rodeados de picos y montañas nevadas.
¿Cómo era posible todo esto?
—¡Dahlia! —Oí un grito.
Al girar a un lado, vi a Melina de pie con otro tipo alto,
corpulento y con barba. La tenía agarrada fuertemente por el brazo.
Vi cómo intentaba zafarse de su agarre, pero él la mantenía en su
sitio y la señalaba con un dedo.
—Pensé que te había dicho que no te movieras. —gruñó.
—Muérdeme, gilipollas.
Sonreí, orgullosa de que utilizara una frase que le había
enseñado, pero entonces el hombre que la sujetaba levantó la otra
mano como si fuera a golpearla. Mel fue a apartar la cara y a
protegerse con un brazo, cuando una voz atravesó el pueblo,
deteniéndolo antes de que pudiera golpearla.
—Retírate, Praxis. —Ordenó la mujer que había salido
furiosa de su tienda.
Era alta, más alta que los hombres que la rodeaban. Su piel
era de color oscuro, tenía el pelo negro y grueso recogido en
trenzas, trenzas apretadas, y aunque parecía tan fuerte como
Aronia, el hecho de ser más alta la hacía parecer delgada y
tonificada en lugar de voluminosa. Sus puntiagudas orejas se
movieron en el silencio que siguió a su orden, pero Praxis no se
atrevió a golpear a Melina. Bajó la mano y la empujó hacia mí.
Me apresuré a acercarme a ella y la envolví en mis brazos.
—Me alegro mucho de que estés bien —Le dije— pensé que
te habíamos perdido.
—Lo hicisteis, por un momento, Ollie no quería parar.
—Oh, no. ¿Está...?
—Está bien. —Ladeó un pulgar— Lo tienen ahí atrás, atado.
Intenté que me prometieran que no se lo comerían, pero no me
dieron esas garantías.
—Gracias, joder.
—¿Gullie? —susurró ella.
La pequeña duendecilla me hizo cosquillas en la nuca. Asentí
con la cabeza.
—También, está bien.
—Ejem. —Llegó una voz desde el frente de la tienda. La
mujer que estaba allí nos observaba fijamente, con los ojos muy
abiertos y las manos en las caderas. Me di cuenta, con horror, de
que todos nos miraban con expresiones igualmente sorprendidas—
. No, por favor —soltó la mujer—. Continúen su conversación.
—Lo siento... —Me disculpé, mansamente—. Pensé que
habías matado a mi amiga.
—Somos niños de la luna, no salvajes.
—Niños de la luna... eso tiene mucho sentido.
Ladeó una ceja y se acercó.
—¿Eres ella? —preguntó—. ¿La de la marca? Déjame ver.
Estaba a punto de mostrarle mi mano derecha cuando la
agarró y la atrajo hacia ella. Se quedó mirando el tatuaje, con los
ojos entrecerrados y el ceño fruncido. Con un parpadeo, volvió esos
ojos estrechos y almendrados hacia arriba y se encontró con los
míos.
—Tath isia, ¿eh? —preguntó—. El lobo blanco... ya lo
veremos. Ven conmigo.
Un escalofrío recorrió mi columna vertebral. Odié como sonó
eso. ¿Ya lo veremos? ¿Qué había que ver? Tenía la marca. No sabía
lo que significaba, pero tenía la marca, y hasta ahora, era la razón
por la que seguía viva. Definitivamente era la razón por la que Mira
seguía viva, y posiblemente Mel también. Sin embargo, no parecía
que esta mujer estuviera muy convencida.
Toross y algunos de los otros fae la siguieron hacia la tienda.
Mel y yo caminamos detrás de ellos, tratando de mantener una
distancia segura, pero asegurándonos de que supieran que no
íbamos a intentar nada estúpido.
Otro cosquilleo en la nuca, más cerca de mi oreja izquierda,
me hizo inclinar la cabeza ligeramente hacia ese lado.
—Oye, Dee —dijo Gullie.
—No hables —susurré—, te van a oír.
Uno de los lobos ya se había levantado, pero no había dejado
de caminar.
—Hemos encontrado a nuestra Scary Spice*.
Mi mano voló a mi boca para atrapar la risa que se me
escapaba. Lo que sí capté fue la atención de los fae que me
rodeaban. Praxis incluso se giró y me miró con desprecio.
—¿Algo te hace gracia? —preguntó, acercándose a mí.
—No, no —Negué, agitando la mano, pero todavía riendo—
. No, en absoluto. Nada de nada.
—Más vale que no lo sea. —gruñó entre dientes. Podía oler
la carne en su aliento, y el... ¿alcohol? Fuera lo que fuera, era fuerte
y penetrante, pero no olía a vino, sino más bien a manzanas
especiadas.
Asintiendo con la cabeza, aun luchando por contener las
réplicas de risa, entré en la tienda detrás de Toross y Scary Spice.
A falta de un nombre, así era como iba a llamarla. Al menos, en mi
propia cabeza.
El espacio dentro era cálido y hogareño. El suelo era un
mosaico de pieles gruesas y peludas cosidas. Había sillas, mesas y
otros muebles que parecían hechos a mano con los mismos árboles
negros del bosque. Algunas de las secciones de la tienda se habían
dividido con pesadas cortinas de lana, y en el centro de la principal,
una hoguera de tamaño decente proporcionaba mucho calor y luz.
Mira estaba cuidadosamente colocada sobre un gran puff*
hecho de varias pieles. En él, bordado con una precisión y una
calidad que no había creído posible teniendo en cuenta que el saco
era de piel gruesa, había una hermosa escena que representaba a un
lobo oscurecido aullando a una hermosa luna llena.
Toross se colocó junto a Scary Spice. Con un gesto de la
mano, pidió a los otros faes que nos dejaran, presumiblemente para
poder hablar con nosotras en privado. Estaba segura de que había
más en las secciones contiguas de la tienda. Podía oírlos, olerlos.
Pero no se preocupaba por ellos. Después de un momento, la mujer
habló.
—Mi nombre es Ashera. Primera Alfa, Guardiana del Valle,
Protectora de los niños de la luna.
No estaba segura de sí debía inclinarme o no, así que me
incliné. Parecía la opción más acertada. Mel se inclinó también, y
Mira bajó la cabeza desde donde estaba sentada.
—Mi nombre es Dahlia —dije—. Esta es Melina, y Mira. Si
hemos ofendido a tu gente, yo...
—No nos habéis ofendido —respondió ella—. De hecho, os
hemos ayudado. Deberías mostrar gratitud.
—Lo hago. Lo hacemos. No creo que hubiéramos
sobrevivido al encuentro con esos Vrren si no fuera por Toross y
su... ¿manada?
—Sí, manada es correcto. Os hemos estado siguiendo durante
algún tiempo. Muy pocos viajeros se adentran tanto en el bosque,
y aún menos mantienen el rumbo hacia la tormenta. ¿Cuál es
vuestro propósito al ir allí?
—Eso es... realmente complicado.
—No más complicado que lo que representa la marca en tu
mano, si es que es verdad.
—¿Por qué la gente sigue dudando si es real o no? —
pregunté—. No sé lo que es, me salió hace unos días.
—Porque la marca que llevas habla de una profecía, pero no
serías la primera falsa profeta que ha aparecido por estas tierras.
—¿Falsa...? No, no soy una falsa profeta. De todos modos,
estábamos buscando a tu gente porque quizá seáis los únicos que
podáis decirme qué significa realmente esta marca. ¿Podéis
decírmelo, o no?
—Podemos decírtelo. Pero primero, te pondremos a prueba.
—¿A prueba?
—El último falso profeta que dijo ser el lobo blanco falló
miserablemente. Como lo hizo el anterior, y el anterior. Si fallas,
morirás. Si sobrevives... ya veremos.
Estuve a punto de discutir con ella, de protestar por, bueno,
por la idea de ser puesta a prueba. Desde que había llegado a
Arcadia, la vida había sido una serie de pruebas y desafíos. No
quería otra prueba más. Quería averiguar qué significaba realmente
esta marca en mi brazo, si podía ayudarme a aprender más sobre
quién era, y lo más importante, quería encontrar al Príncipe. Estaba
ahí fuera, en algún lugar. Lo sabía. Casi podía olerlo, siempre, pero
estaba constantemente fuera de mi alcance.
En lugar de protestar, puse los ojos en blanco y suspiré.
—Muy bien, de acuerdo. ¿En qué consiste esta prueba?
—Simple. Debes atrapar a Jaleem.
—¿Quién es Jaleem?
Sentí la mordida aguda y caliente del dolor alrededor de mi
tobillo derecho e inmediatamente caí al suelo. Ni siquiera había
tocado el suelo, y el lobo que me había mordido ya estaba saliendo,
corriendo de la tienda. Era el mismo que me había mordido el
brazo, el muy imbécil.
La sangre manaba de la herida, caliente y pegajosa. Me rodeé
con las manos para detener el flujo y apreté los dientes.
—¿Por qué ha hecho eso? —grité.
—¿No querrías dejar lisiado a tu oponente para asegurarte de
que no pueda atraparte? —preguntó Ashera—. Tienes una hora
para encontrarlo y derribarlo.
—¡Ni siquiera puedo estar de pie!
—Si no puedes mantenerte en pie, entonces no eres una loba
blanca.
La adrenalina corrió a través de mí. Podía sentir mi corazón
martilleando contra los lados de mi cuello, contra mis sienes.
Melina se arrodilló a mi lado y me tocó el hombro.
—Sólo piénsalo —dijo—. Pídele a tu cuerpo que se cure.
Concéntrate.
La miré fijamente, con los ojos muy abiertos, mis manos se
calentaban y ensangrentaban cada vez más. Quería gritar, tal vez
llorar. No hice ninguna de esas cosas. En cambio, apretando los
dientes, cerré los ojos y me concentré en el dolor de la pierna, en la
sangre de las manos. Visualicé que la piel se tejía, que la sangre se
detenía, y en un momento, imposiblemente... lo hizo.
Cuando volví a abrir los ojos, la piel alrededor de mi tobillo
empezaba a curarse, a cerrarse, a sellarse.
—¿Ves? —susurró Mel—. Ahora, ve a buscarlo.
Todavía no podía creer lo que veían mis ojos. Intenté
ponerme de pie, poner peso en la pierna, esperando que el tobillo
cediera, pero no lo hizo. Después de mirar a Ashera, y luego a Mira
-que me dio un guiño de ánimo-, me giré hacia la abertura de la
tienda, y empecé a correr tras el bastardo que me había mordido.

*Scary Spice: La 5ª integrante del grupo de las Spice Girl que les faltaba. La chica que da miedo.

*Puff: asiento en forma de cilindro y acolchado que no tiene ni respaldo ni patas.


6
l a mayoría de los faes que habían estado fuera de la
tienda hace un momento habían sido sustituidos por
lobos. Se agolpaban en la abertura, observándome
mientras me dirigía fuera y en la noche, haciendo casi imposible
saber si Jaleem era uno de ellos.
Mierda.
Observé a la multitud, dando unos pasos cuidadosos hacia
ella y tratando de mantener la mirada. Todos los lobos reunidos me
observaban fijamente, todos de pie, preparados y listos para atacar
de un momento a otro. Era intimidante, pero sospeché que ese era
el objetivo. No querían que tuviera éxito, aquí.
Decidí probar algo extraño, para sumergirme en estas nuevas
habilidades.
Girando ligeramente la barbilla hacia arriba, olfateé el aire,
abriendo mis sentidos a los aromas que me rodeaba. Al instante, y
de forma vertiginosa, me inundó la información procedente de
todas partes. El sudor, la cocción de carnes y verduras, el olor
almizclado del cuero, a perro mojado, a alce. Al cabo de un rato,
me resultaba difícil separar los olores, pero tenía que concentrarme.
El tipo que buscaba acababa de salir de la tienda, y pensé -
imposiblemente- que podía olerlo. Concentrándome
cuidadosamente en su olor, dejando que me llenara las fosas
nasales aspirando más profundamente el aire, pensé que podría
ahogar el resto del mundo y tal vez incluso seguirlo. Mi nariz
humana no estaba precisamente diseñada para este tipo de cosas,
pero era la única que tenía, así que me dejé llevar por ella,
adentrándome en la multitud de faes y lobos por igual.
Algunos de ellos me gruñeron, enseñando los dientes. Los
esquivé y giré alrededor de los otros que estaban de pie, tratando
de impedirme llegar a donde tenía que ir. Era un guante de cuerpos
y personas, pero para el que la Selección Real me había preparado.
Pies ligeros, Dahlia.
Pies ligeros.
Traspasando el bloqueo de faes, me apresuré a ir en la
dirección que creía que había tomado Jaleem. Podría haber estado
en cualquier lugar, podría haber ido a cualquier sitio. Por lo que
sabía, estaba escondido en una de las tiendas, o acechando en las
sombras, esperando a abalanzarse sobre mí de nuevo.
Sin embargo, sólo había mujeres y niños dentro de las tiendas.
Me miraban mientras pasaba a toda prisa, con una mezcla de
miedo, confusión y agresividad contenida. No les caía bien a
ninguno de ellos. Probablemente olía demasiado a humana para
ellos, pero no podía pensar en eso ahora. Tenía que encontrar al
lobo, y tenía que hacerlo rápido.
Por fin, un respiro.
Al doblar una esquina y salir al otro lado de una gran tienda,
vi movimiento en la distancia, en la colina que había bajado para
llegar hasta aquí. Era él, el lobo. Corría colina arriba a toda
velocidad, intentando llegar al círculo de piedras de la cima.
—Está demasiado lejos.
—Empieza a correr. —presionó Gullie— ¡Lo tienes!
Asintiendo, bajé la cabeza y empecé a correr. Pies ligeros,
mantenerlos veloces, mantenerlos rápidos. Hace un mes, esprintar
así habría sido imposible. Nunca había tenido una razón para correr
en mi vida adulta, pero la Selección me había dado muchas
habilidades físicas a las que recurrir que iban a ser muy útiles aquí.
Sin embargo, la velocidad a la que corría y mi capacidad para
saltar sobre los obstáculos y alejarme limpiamente de posibles
daños rozaban lo sobrenatural. Sí, era más rápida, más fuerte y
resistente que el día en que llegué a Arcadia. Podíamos dar las
gracias a Mira y a todos mis retos por ello. Pero había algo más que
eso.
Era anormalmente rápida, y aguda, y sin embargo se sentía
como la cosa más natural del mundo. Como si estuviera
despertando de un largo sueño. Cuanto más rápido me movía, más
se me erizaba la piel y se me ponía de gallina casi sin motivo. Podía
ser la carrera, el sudor, la adrenalina, pero no era la primera vez que
sentía ese picor en los últimos dos días. De hecho, la última vez
que me había sentido así de rara en mi propio cuerpo, me habían
empezado a doler los dientes, y ahora me volvían a doler.
Apenas había llegado a la base de la colina cuando Jaleem
alcanzó la cima. Le vi inclinar la cabeza hacia atrás y aullar
profundamente hacia el cielo. Un momento después, un brillante
destello de luz surgió de la cima de la colina, y luego desapareció,
dejando el eco de su aullido temblando contra las montañas.
Había vuelto por donde habíamos venido, sabiendo
perfectamente que yo no tenía ni idea de cómo cruzar al otro lado.
No iba a poder atraparlo, y eso significaba que en menos de una
hora estaría muerta, y también Mira y Melina.
—Mierda. —grité, mientras corría hacia la colina.
—No te preocupes. —Animó Gullie.
—¿No te preocupes? Se ha ido.
—No se ha ido. Lo atraparás.
—¿Sabes algo que yo no sé?
—Una vez más, todos sabemos algo que tú no. —Se apartó
de mi pelo y voló a mi lado—. Sabes lo que tienes que hacer.
—Entonces, ¿qué tal si me pones al corriente? Porque no lo
estoy entendiendo.
—¡Cállate y corre!
Sólo me di cuenta al llegar a la cima de la colina de que había
hecho todo el camino hasta aquí sin detenerme a recuperar el
aliento. Respiraba un poco acelerada, claro, pero no jadeaba ni
estaba sin aire. En realidad, me sentía fuerte, en forma, diferente.
Esa era la palabra que había estado buscando. Me sentía diferente,
sólo que no sabía si eso era algo bueno o malo.
—Quieres que aúlle, ¿no? —pregunté mientras miraba las
piedras.
—Parece que eso es lo que activa el círculo. —dijo Gullie—.
Así que ve y hazlo.
Escudriñé los montones de piedras, tratando de encontrar otra
forma de accionarlas que no requiriera que aullara como una tonta.
No era una loba, y eso significaba que el único sonido que podía
hacer sonaría irrisorio a los oídos de uno de verdad. Por otra parte,
la marca brillante en mi mano pertenecía al lobo blanco.
¿Significaba eso que podía hacer lo mismo que esos faes?
—¿Y si no puedo?
—¿Recuerdas el día en que nos encontramos? —preguntó
Gullie.
—Sí que me acuerdo. Pensé que eras un bicho que había
entrado volando en mi habitación. Intenté aplastarte.
—Sí, me pegaste. Me dolió mucho.
—Lo sé... Todavía lo siento. Creo que nunca olvidaré la
expresión de tu cara, lo mal que estabas cuando llegaste a mí. Y
luego encima yo te golpeé.
—Es agua pasada. Y en tu defensa, nunca habías visto una
duendecilla en tu vida.
Asentí con la cabeza.
—Me alegro de que te cayeras en mi ventana aquella noche.
—Yo también. Pero no ocurrió por accidente.
La miré con el ceño fruncido.
—¿No lo fue?
Ella negó con la cabeza.
—No. Vine a buscarte. No porque te conociera, o supiera de
ti, sino porque había sido capaz de percibirte a distancia. Tu poder,
quiero decir.
—Poder... Vivía con tres brujas. Probablemente eso es lo que
te atrajo.
—No, no me estás escuchando. De hecho, te estás desviando
de nuevo, y eso tiene que parar. Tienes que dejar de huir de ti
misma.
—Yo... no lo hago.
—Lo estás haciendo. Dahlia, los duendecillos tienen un
agudo sentido de la magia. La mayoría de nosotros somos
rastreadores que encontramos objetos mágicos perdidos, o eruditos
que estudian fenómenos mágicos extraños. Había magia por todo
Londres, pero la única hada que pude percibir fuiste tú. Estaba
herida. Muriendo. Eras un faro en la noche, un faro. No fue suerte
que te encontrara.
—¿Por qué no...? —Hice una pausa— ¿Por qué no me dijiste
nada de esto antes?
—Porque no estabas preparada, pero mira dónde estamos,
Dee. Estamos en el corazón de Arcadia, en el pueblo de los niños
de la luna. Aquí es donde debías estar, donde estabas destinada a
ir, y sé que tu destino no es morir a manos de Scary Spice porque
no pudiste activar este portal.
—¿Cómo puedes estar tan segura de eso?
—Simplemente lo estoy. Ahora, suelta el maldito aullido para
que podamos ir tras ese tipo por morderte.
Le enarqué una ceja.
—Bien, pero si hago el idiota, entonces ayúdame...
—¿Qué? ¿Qué vas a hacer?
Refunfuñando, me adentré en el círculo de piedra. Desde aquí
arriba podía ver a muchos de los faes reunidos al pie de la colina,
otros habían salido de sus tiendas y observaban desde el propio
pueblo. Sin embargo, ninguno subía. Me dieron espacio. No lo
suficiente como para que no me oyeran, eso sí. La noche era oscura
y tranquila. Mi voz se iba a oír, al igual que sus inevitables risas.
Entre los que observaban al pie de la colina estaban Ashera y
Melina. El tipo grande, Praxis, también estaba allí, al igual que
Toross. Tenía a Mira echada por encima de su hombro de nuevo y
la había colocado en ángulo para que también pudiera ver lo que
estaba a punto de suceder. ¿No era genial? El fae había elegido
ahora mismo ser considerado.
Fantástico.
—Muy bien, allá voy.
—Estoy aquí. —apoyó Gullie—. Estoy lista cuando tú lo
estés.
Cerrando los ojos y tragando con fuerza, respiré
profundamente y aullé lo mejor que pude. Mi voz era chillona y
ligera, pero llegó hasta los picos helados de la distancia, rebotando
aquí y allá, haciendo eco durante kilómetros. Era un sonido
infernal, eso estaba claro, pero cuando abrí los ojos, todavía estaba
en la cima de la colina. Los reunidos en la base de la colina y en el
pueblo me observaban, pero al menos no se reían.
—No está funcionando.
—Inténtalo de nuevo —pidió Gullie—. Más profundo, esta
vez.
—¿Más profundo? Ya parezco una idiota.
—Más profundo. Hazlo.
Gemí ante ella y volví a cerrar los ojos. Esta vez, me mordí
los labios con la lengua, y cuando respiré profundamente, lo
mantuve en mis pulmones durante un segundo antes de exhalar un
segundo aullido, esta vez en un tono más bajo.
De nuevo, el aullido rebotó en las montañas y se adentró en
la noche, como si tuviera miedo de que lo vieran junto a mí. No
podía culparlo. Todavía no había activado las piedras, y había
murmullos que empezaban a surgir entre los faes reunidos. Podía
oírlos, incluso desde aquí arriba. Si no podía hacer funcionar las
piedras, ¿esperarían siquiera una hora antes de matarnos a las tres?
—Gull, no sé qué estoy haciendo mal. —dije, con la voz
temblorosa—. Tengo miedo.
Ella se acercó un poco más a mí.
—Usa eso —susurró—. Utiliza la emoción, y tal vez ponte de
manos y rodillas. Piensa como un lobo.
Esto es una estupidez, pensé, mientras me ponía a cuatro
patas. La tierra que había debajo de mí estaba fría y húmeda, y
rápidamente empezó a entumecerme las manos. Hundí las yemas
de los dedos en ella, sintiendo la tierra bajo mis manos, trabajando
a través de ellas. Un pulso de calor me recorrió, llenando mi pecho
de una calidez tranquilizadora y haciendo que mi piel se
estremeciera. Esto era nuevo. Diferente. Me sentía nerviosa,
ansiosa, como si algo estuviera ocurriendo en el límite de mis
sentidos, algo de lo que no era totalmente consciente.
—¿Gull?
—¿Qué pasa?
—Creo que... algo está pasando.
—No hables; sólo siéntelo. Déjalo salir.
Volví a mirar a Mira y a Melina al pie de la colina antes de
cerrar los ojos. Esta vez, cuando respiré profundamente, el aire
parecía más fresco, pero también estaba repleto de aromas. Podía
oler la humedad del agua bajo mis manos, la nieve de los picos, las
propias rocas. Podía oler el alcohol afrutado que se elaboraba en el
pueblo, los animales que se asaban en los asadores. Era como si el
mundo se abriera ante mí, poco a poco, y luego de golpe.
Al cabo de un momento, pude oír los dedos de polvo nevado
que se levantaban y rodaban por el borde de las montañas que nos
rodeaban. Podía oír el crepitar del fuego; incluso podía oír a Praxis
hablando con Ashera.
—Deberíamos matarlas ahora. Esto es otra farsa.
—No, espera. —Le dijo ella.
La ira me llenó, entonces. Ira, y determinación. Todo este
tiempo había estado conteniendo el aliento en mis pulmones.
Cuando lo dejé salir, fue en forma de un profundo y largo aullido
que no rebotaba en las montañas, sino que armonizaba con ellas.
Era como si hubiera cuatro personas como yo, cada una
cantando una parte diferente de la misma y hermosa melodía al
unísono. Era un aullido que parecía haber durado minutos, aunque
sólo habían pasado unos segundos. Sentí que el viento cambiaba de
dirección y me despeinaba con una repentina sacudida. Mi
estómago se levantó, luego cayó, y cuando volví a abrir los ojos,
ya no estaba de pie en la colina.
Estaba en el bosque, con las manos y las rodillas... sólo que
mis manos no eran manos. Eran patas; grandes, blancas, de lobo.
7
O h, mierda. Oh, mierda. ¡Mierda!

—Dee... —Gullie se quedó sin aliento— ¿Qué has... hecho?


—¡No lo sé!
—Espera, ¡¿puedes hablar?!
—¡Santo cielo, estoy hablando!
Intenté ponerme de pie, pero mis piernas se sentían diferentes,
al igual que mis manos, mi cara, mi piel. Todo como diferente, todo
estaba... mal, pero también absolutamente bien. Al escudriñar el
bosque que me rodeaba, me di cuenta de que podía ver mucho
mejor de lo que había sido capaz la última vez que estuve aquí.
Podía oír el aleteo de los pájaros, el piar de los insectos y el silbido
del viento cuando susurraba entre los árboles.
Me sentía fuerte, poderosa, mis sentidos eran más agudos de
lo que nunca habían sido, y tenía unas patas de escándalo. No
podía verme, pero no tenía que mirarme para hacerme una idea de
lo que acababa de ocurrir. Me había transformado, al igual que esos
faes. De alguna manera, había dejado mi piel humana -el cuerpo
que había tenido toda mi vida- y había tomado el cuerpo de esta
loba. Esta loba blanca.
Sentí que Gullie se instalaba entre mis hombros, en la base de
mi cuello. Intenté girarme para mirarla, pero mi cuello no se
doblaba tanto.
—Oye, ¿qué estás haciendo? —pregunté.
—Siempre he querido montar, y tú eres literalmente la loba
blanca más grande, más bonita y aterradora que he visto nunca, así
que voy a montarte.
—¿Soy realmente una loba? ¿Esto no es un extraño sueño
febril? ¿Me he golpeado la cabeza con esas piedras o algo así?
—No, realmente eres una loba, y es increíble. Ahora, ¿vamos
a encontrar a ese imbécil o qué? ¡Arre!
Girando bruscamente, llevé mi nariz hacia el suelo y casi
inmediatamente capté el olor de Jaleem. Estaba cerca. No se había
ido muy lejos.
—No me gusta que me digan arre, no soy un caballo.
—Como sea, ¡vamos!
Gullie me tiró del pelaje y yo eché a correr a toda velocidad.
Nunca había corrido a cuatro patas. No era algo que debiera ser
natural y, sin embargo, me resultaba tan fácil como respirar. El
viento pasaba silbando por mis orejas, agitando mi pelaje y los
bigotes de mi hocico. Podía sentir el crujido de la nieve bajo mis
patas y la suave y húmeda tierra que había debajo, y esos nuevos
instintos que tenía...
Ahora estaban realmente en el asiento del conductor. Seguía
el rastro por delante de mí mientras me entrelazaba con los árboles,
saltando obstáculos y arrastrándome por debajo de otros, y lo hacía
sin ningún pensamiento consciente. Mis instintos me llevaban
hacia mi objetivo, y todo lo que tenía que hacer era... observar.
Observar las pistas.
Vigilar a Jaleem.
Vigilar el peligro.
El lobo tenía una gran ventaja, pero estaba segura de que lo
estaba alcanzando. Podía ver sus huellas en la nieve, y tenía la
sensación de que las mías eran más grandes, más audaces. Aplasté
las impresiones que sus patas dejaban cada vez que pisaba una, y
eso me hizo sentir bien sobre mis posibilidades de vencerlo una vez
que finalmente lo alcanzara.
Porque esa era la otra parte de esta prueba.
Derrotarlo.
No me bastaba con atraparlo. No. También tenía que patearle
el culo, y eso me parecía bien. Me había mordido dos veces, ahora,
y sí, ambas heridas se habían curado. Eso no significaba que no
hubieran dolido. No significaba que fuera a dejarlas pasar. Quería
clavarle mis propios dientes, hacer que le doliera para variar.
Y eso también era diferente. Rara vez había querido herir
gravemente a alguien. Eso no era propio de mí. Pero, de nuevo, ¿ya
no era yo? ¿O es que ya no era como ella? La antigua Dahlia, la de
Carnaby Street, la de la Caja Mágica. ¿Quién era ella?
¿Quién era yo?
Una rama se rompió cerca, llamando mi atención. Me detuve,
rígida como una estatua, y olfateé el aire. Se me erizaron los pelos,
al igual que los de mi espalda. Gullie se aferró a mí lo mejor que
pudo, pero sabía que sólo estaría en peligro mientras estuviera
cerca mía, así que le pedí que se apartara de mí y buscara un árbol
donde posarse. Sin rechistar, se puso en marcha y se dirigió hacia
los árboles, y la suave luz verde de su magia se desvaneció una vez
que se hubo posado en una rama.
El bosque estaba oscuro a mi alrededor, pero aún podía ver
bastante bien a pesar de la penumbra. Los colores del bosque se
habían ahogado por completo, sustituidos por un espectro que iba
del negro al blanco, pero para empezar no había color en este
bosque, así que eso no me molestaba. Lo que sí me molestaba era
el silencio absoluto, porque allí, acechando dentro de la quietud,
estaban los lejanos gruñidos del Veridian, esa tormenta perpetua
que existía justo encima de la siguiente montaña.
Siempre ahí, pero siempre fuera de alcance.
Hacía tiempo que no la oía, pero ahora podía escucharla,
fuerte y clara. El estruendo de los truenos, el látigo de los violentos
arcos de luz, el violento silbido de los vientos de alta velocidad y.…
algo parecido a un susurro. Apenas presente, no lo suficientemente
fuerte ni lo suficientemente alto como para que pudiera identificar
la voz o alguna de las palabras que el viento arrastraba, pero una
voz, al fin y al cabo.
Apenas había dividido mi atención durante un instante,
cuando un lobo oscuro salió del bosque y atacó. Intentó clavarme
los dientes en el cuello, pero me agaché y le obligué a caer al suelo.
No tenía manos, pero tenía hocico y dientes. Le enseñé los
colmillos y me abalancé sobre él, mordiendo y chasqueando su piel
mientras intentaba ponerse en pie, buscando un punto al que
agarrarme, pero era escurridizo.
El lobo retrocedió y empezó a rodearme, observándome a
poca distancia. Jadeaba, su aliento caliente salía de su hocico en
bocanadas de vapor. Me estaba incitando, poniéndome a prueba,
haciendo exactamente lo mismo que Mira me había enseñado a
hacer con mis oponentes: medirlos. Pero no hablaba.
Le gruñí.
—¿A qué esperas? —pregunté, y se detuvo en seco, con las
orejas levantadas.
Gruñó, enseñando los colmillos y bajando la cabeza. Parecía
dispuesto a atacar, pero no lo hizo. Se mantenía a distancia, y yo
no entendía por qué.
Hice un movimiento hacia él, como si fuera a embestir, y el
lobo retrocedió un par de pasos más, todavía gruñendo. Su rostro
era todo dientes y rabia, pero su postura era defensiva. No quería
atacar, tal vez porque sabía que yo era más fuerte que él, o tal vez
eso era lo que quería que pensara. Era muy posible que estuviera
jugando conmigo.
—No tenemos que pelear —dije—. Mira, hice lo del lobo.
Soy como tú. ¿Podemos volver, ahora?
Él arqueó el lomo y empezó a aullar, emitiendo rápidas
ráfagas de sonido que... de alguna manera entendí. No era un
discurso, no realmente; no de la forma en que había llegado a
entenderlo. Pero era una forma de comunicación que pude captar y
procesar.
Podía oírme, sabía que estaba hablando, pero tenía miedo.
Jaleem no sabía cómo era capaz de hacer lo que estaba haciendo.
Pensó que iba a matarlo.
Sacudí la cabeza.
—No voy a matarte, no he venido a matar a nadie.
Simplemente no quiero que tú y tu gente matéis a mis amigas.
Necesitamos ayuda.
Esa fue la impresión que me dio su repentino cambio de
postura. Cuando gruñía ahora, era de alguna manera más enojado,
y más intenso, con mucha lengua. No me creyó. Jaleem pensaba
que iba a matarlo no sólo a él, sino a toda su gente.
—¡¿Qué?! ¡No lo haría!
—Eres nuestra muerte. —gruñó, y luego vino a por mí,
obligándome a defenderme.
Era rápido y más pequeño que yo, lo que supuso un cambio
interesante teniendo en cuenta que yo solía ser la pequeña. Intenté
evitar sus mordiscos, sus zarpazos, sus chasquidos, pero era difícil
mantenerlo alejado de mí, y cuando por fin encontré la oportunidad
de morderlo, ya se había ido a otro sitio.
Jaleem me sujetó una de las patas traseras, obligándome a
chillar de dolor, y entonces me di cuenta de que los instintos eran
los que estaban al mando, pero que ellos solos no me iban a ayudar
a ganar una pelea. Quería usar mis manos, empuñar una daga, hacer
uso de esos pulgares oponibles que tenía. Pero esta forma requería
un tipo de habilidad completamente diferente si quería manejarla
bien, y yo aún no tenía esa habilidad.
Le arranqué la pata de la boca y me alejé de él, pero la
repentina oleada de dolor me dificultaba mantenerme en pie. Tal
vez si volvía a cambiar de forma, si me convertía en una humana,
tendría más posibilidades. No seas estúpida, te comería. Eso es lo
que Gullie habría dicho como respuesta. Cúrate como antes.
Era difícil concentrarse en el dolor con un lobo gruñendo a
mi alrededor de nuevo, pero lo intenté de todos modos. Sin perder
de vista a Jaleem, centré mi atención en la herida, en el dolor, y
traté de aplastarlo, de eliminarlo, de borrarlo. Poco a poco, el dolor
se alivió, pero el lobo no iba a darme la oportunidad de terminar el
trabajo.
Se abalanzó de nuevo, todo dientes, garras y pelo. Esta vez,
no intenté apartarme de su camino. Apoyé mi peso en mis patas
traseras y me lancé sobre él, apuntando a su garganta. Tenía que
aprender a utilizar mi poder y mi tamaño en beneficio propio, y no
había mejor manera de aprender que: aquí y ahora.
Con mis patas delanteras pude evitar que me mordiera y,
cuando caímos al suelo, le clavé los dientes en la garganta,
inmovilizándolo contra la nieve. Podía sentir el sabor de la sangre
en mi boca. Sabía que había perforado la piel, pero no quería
profundizar demasiado; no quería matarlo. Quería mantenerlo allí
hasta que se calmara.
Pero él tenía otros planes.
Me clavó las patas traseras en el estómago y empezó a dar
patadas y a arañar hasta que me vi obligada a soltarlo o a dejar que
me desgarrara la barriga. El lobo se zafó de mí y salió corriendo en
la oscuridad, corriendo a toda velocidad para intentar alejarse de
mí.
—¡No estoy intentando matarte! —grité, pero se había ido.
Tenía su olor, por supuesto. Con su sangre en la boca, casi
podía ver el rastro que había dejado al alejarse a toda velocidad en
la noche, pero había algo más en el aire, algo que acababa de captar
al límite de mis sentidos. Más sangre, pero no la suya, ni la mía.
Alguien más.
Gullie bajó flotando del árbol.
—¿A qué esperas? —preguntó—. ¡Ve tras él!
—¿Hueles eso?
—¿Oler qué?
—A sangre.
Seguí olfateando el aire, tratando de fijarme en él hasta que
descubrí de dónde venía, y no podía creerlo. Era débil, y distante,
pero tan urgente que inmediatamente eché a correr para
perseguirlo. Ese olor, lo habría reconocido en cualquier lugar
porque había estado fantaseando con él desde que salí del castillo.
Más que eso, sentía que no se había ido de mi lado en los
últimos dos días. Aunque nunca pude averiguar de dónde venía,
casi sentía que siempre estaba a mi alrededor, siempre cerca de eso.
Siempre cerca de él. Pero eso no tenía ningún sentido, porque no
estábamos cerca de él. Ni siquiera sabíamos dónde estaba.
Tenía la corazonada de que había dejado huellas para el
Veridian, pero realmente no tenía forma de saberlo.
Y sin embargo, su olor estaba aquí, en el bosque... pero estaba
mezclado con sangre. Su sangre. Está herido. No sabía cómo, ni
por qué. No sabía quién lo había herido, pero dondequiera que
estuviera, estaba sangrando. Tenía que llegar a él, y tenía que llegar
a él rápidamente, así que bajé la cabeza y seguí corriendo,
esprintando a través del bosque, siguiendo el olor que empezaba a
ser más fuerte cada segundo.
Entonces lo encontré.
Me detuve a duras penas a su lado. Estaba de frente en la
nieve, había sangre a su alrededor y un rastro que se adentraba en
el bosque. No pude encontrar su arma, ni una mochila, ni un
carruaje. Estaba solo, desarmado, boca abajo en el suelo, y no se
movía.
Me apresuré a acercarme a él y olfateé su cuello y su cabeza.
Podía oír su pulso y saber que su cuerpo estaba caliente, pero no
sabía el alcance de sus heridas. También había algo más; algo
agarrado en su mano. Un trozo de tela manchado de sangre, con los
nudillos blancos por el esfuerzo de sujetarlo. Lo reconocí al
instante, incluso antes de que el olor llenara mis fosas nasales.
Mi propio olor.
Era un trozo de mi vestido de copo de nieve, la parte que había
arrancado en el palacio. ¿Qué hacía con él en la mano en lugar de
un arma?
—D-Dahlia... —gimió.
Me di la vuelta y me acerqué de nuevo a su cara. Tenía los
ojos cerrados, pero acababa de hablar. Sabía que lo había hecho.
—Estoy aquí. —susurré, acercando mi hocico bajo su
cuello—. ¿Puedes ponerte de pie?
—Yo... yo... —Cayó contra la nieve, exhausto, inconsciente.
—Maldita sea… —Maldije, mirando alrededor. Tenía que
llevarlo de vuelta a los niños de la luna, pero, en primer lugar, no
sabía cómo cambiar a mi forma humana para agarrarlo. En segundo
lugar, probablemente no era lo suficientemente fuerte como para
llevarlo en mi forma humana. Número tres, probablemente estaba
desnuda en mi forma humana por lo que sabía. Y número cuatro,
tenía una forma humana y una forma de loba, ahora.
¿Qué carajo?
—Siéntate en mi espalda, Gullie, Voy a tener que arrastrarlo
de vuelta al portal.
—Arrastrarlo? ¿Estás segura? —preguntó.
—No tengo opción. Morirá aquí fuera.
Me agarré cautelosamente a su ropa con los dientes y empecé
a tirar de él a través de la nieve. No sabía cuánto tiempo tardaría en
llevarle a donde tenía que ir. Sólo podía esperar que aguantara hasta
entonces.
8
c on un aullido que hizo temblar la nieve de los árboles
cercanos, activé el portal a la aldea de los niños de la
luna, y todos me estaban esperando una vez que
llegué. Algunos estaban en su forma de lobo, con los pelos de punta
y enseñando los dientes. El resto permanecía detrás de los lobos,
asegurándose de que no bajara de la cima de la colina.
Al frente de la manada estaba Ashera, con el ceño fruncido.
Ligeramente detrás de ella, Praxis tenía agarrada a Melina y parecía
sostener un montón de ropa en sus manos; la misma ropa que yo
había llevado antes de transformarme. Eso significaba que
realmente estaba desnuda bajo todo este pelaje.
Toross seguía teniendo a Mira sobre su hombro, pero su
ángulo le permitía ver lo que ocurría sin tener que decírselo
constantemente. Aunque estaban ilesas, ambas mujeres parecían
más cautivas ahora que antes de que yo me fuera.
El ceño fruncido de la alfa se transformó entonces en
confusión. Me di cuenta de lo que parecía. Había salido de la aldea
sola, y había regresado con un cuerpo en la boca, y una duendecilla
montada en mi espalda. El secreto había salido a la luz; el secreto
de Gullie.
—¿Qué es esto? —preguntó la lider.
—Puedo explicarlo. —dije.
—Mierda, ¿puedes hablar? —preguntó Mel.
Praxis la sujetó con fuerza por los hombros.
—Silencio, mujer.
—Dime que me calle una vez más y te arrepentirás, hombre.
—No puedes hablarle así. —gritó Mira.
—Y tú también tienes que aprender cuál es tu sitio. —gruñó
Praxis— ¿O te romperé la otra pierna?
—Silencio, todos. —Ladró la alfa, y luego volvió a prestarme
atención—. Eres la única que debe hablar.
Asentí, bajando la cabeza.
—Vale, pero no hagas daño a mis amigos.
Los ojos de Ashera se entrecerraron.
—¿Quién es este hombre que has traído a nuestra aldea? —
preguntó— ¿Y qué hace una duendecilla en tu espalda? Responde
rápido y con la verdad.
—Me llamó duendecilla... —susurró Gull.
La hice callar y luego volví los ojos hacia la Alfa.
—Te contaré todo lo que necesites saber, pero quiero
garantías de que mis amigos no sufrirán ningún daño. Ni ellas, ni
él, ni mi duendecilla.
—¿Tu duendecilla?
—Sí. También es mi amiga, y se llama Gullie.
La alfa se acercó un poco más y se arrodilló frente a mí,
encontrándose con mi mirada.
—Como eres una de los nuestros, te prometo no hacerte daño
a ti ni a tus amigos, por ahora. Pero si detecto una pizca de engaño,
no dudaré.
—Entonces seré sincera. Pero primero, me gustaría saber
cómo volver a mi forma humana. Estoy un poco... atascada.
Ella enarcó una ceja. La multitud que estaba detrás suya
comenzó a murmurar.
—¿Atascada?
Asentí con la cabeza.
—No sé cómo me metí en esta forma, y no puedo volver a
salir.
Ashera levantó la mano por encima del hombro e hizo un
simple gesto de ven aquí. Un momento después, uno de los suyos
se puso a su lado. Era la mujer que había visto antes, de hecho, una
de las que me había capturado.
—Lora, tráele una capa pesada, y hazlo rápido.
Lora asintió, se dio la vuelta y se puso a cuatro patas. Sus
manos se convirtieron en patas antes de tocar el suelo. En un
instante, se había transformado en loba y había bajado a toda
velocidad por la colina en busca de ropa para ponerme. No hubo ni
una pizca de duda ni una pregunta. Ashera tenía la autoridad final
aquí, y eso significaba que todo lo que tenía que hacer era
permanecer en su gracia. Así era como iba a salir de esto.
—Ahora, ¿Quién es este hombre?
Miré al Príncipe, al que había conseguido poner de espaldas
antes de arrastrarlo hasta aquí. Me pareció extraño que no lo
reconociera inmediatamente como el hijo del Rey y la Reina de
Windhelm. No creí que tuviera que identificarlo ante nadie, pero la
Alfa de los niños de la luna no tenía ni idea de quién era. Ninguno
de ellos lo sabía.
O tal vez eso era lo que querían que creyera; tal vez era una
prueba.
No tenía ni idea del tipo de avispero que iba a remover al
revelar la verdadera identidad del Príncipe, pero también
comprendía perfectamente los peligros de mentirle a esta mujer
sobre quién era. Me habían dicho que los niños de la luna y el
Castillo no se llevaban bien, y acababa de llevar al único heredero
de la familia real a sus puertas. ¿Ordenarían su ejecución? Mierda.
Esta era una de las decisiones más difíciles que había tenido
que tomar, y no tenía mucho tiempo para hacerlo. Tuve suerte de
que vistiera principalmente de negro, sin ninguno de los adornos y
la opulencia habituales que esperaba encontrar adornando los
cuerpos de la realeza fae. Su aspecto era normal, como el de un
plebeyo, salvo por la cornamenta que le rodeaba la cabeza.
Su cornamenta probablemente lo diferenciaba de los demás
faes, al menos de los de este lado del portal. Pero el hecho de que
no lo hubieran reconocido y de que no llevara nada encima que lo
identificara como miembro de la realeza significaba que tenía una
oportunidad, si era lo suficientemente estúpida como para
aprovecharla.
Piensa, Dahlia. ¡Piensa!
—Su nombre es Colin. —Mentí.
Oh, joder.
Podía ver toda la sangre drenarse de la cara de Mira incluso
desde aquí. Tenía los ojos muy abiertos, la boca caída hacia abajo
y la piel aún más pálida, si es que eso era posible. Las dos habíamos
compartido el momento del oh joder, y cuando miré a Melina, era
obvio que ella había compartido el momento con nosotras. Las tres,
unidas en nuestro horror por lo que acababa de hacer.
—¿Colin? —preguntó la líder—. Es un nombre extraño para
un fae.
Porque es el nombre de un chico humano al que engañé
para que me amara con una sudadera mágica. Fue literalmente el
primer nombre masculino que me vino a la mente. En realidad, eso
no era cierto. El primer nombre había sido Tellren, porque además
del Príncipe, era el único otro hombre con el que había tenido
alguna interacción real durante mi estancia en el castillo. Sin
embargo, si íbamos a quedarnos aquí -y eso parecía probable-, no
quería tener que llamar al príncipe Tellren todo el tiempo.
—Es un carpintero... de Lysa —dije—. Nos separamos hace
varios días cuando un puente se derrumbó detrás de nuestro
carruaje. Pensé que lo habíamos perdido, pero pude oler su sangre
en el bosque. —Hice una pausa—. Lo encontré sangrando y herido.
No sé quién le atacó, pero necesita que lo curen. ¿Puedes ayudarle?
Fue la mentira más convincente que pude reunir, y no pensé
que se la creyera. Era una historia endeble, en el mejor de los casos,
con más agujeros que el queso suizo. Sabía que se habían dado
cuenta de que estábamos atravesando el bosque; nos habían estado
observando. Pero no podían haber estado observándonos desde
antes de entrar en el bosque, así que ¿cómo podían saber que
acababa de mentir?
Ashera se puso en pie, se enderezó y tomó una fuerte
inspiración por la nariz.
—Praxis, Toross —gritó—. Llevad a éste a los sanadores, que
lo atiendan. También a la chica del tobillo roto.
—¿Qué pasa con ella? —preguntó Praxis entre dientes. Se
refería a Mel.
—Denle una tienda. Comida. Agua. Estas personas son
nuestros invitados, ahora. Asegúrate de que sean tratados como
tales.
Asentí con la cabeza.
—Gracias. Muchas gracias.
—No me agradezcas —respondió ella—, te estoy mostrando
hospitalidad porque nos has demostrado que eres más que una falsa
profeta de la tath isia. Puede que, de hecho, seas La loba Blanca,
pero eso está por ver.
—¿Qué más pruebas necesitas?
Se inclinó un poco más cerca, la oscuridad alrededor de sus
ojos se profundizó incluso cuando sus propios ojos se iluminaron.
—Más. —contestó—. Vendrás conmigo, comerás y
hablaremos mientras tus amigos se encuentran en nuestro
campamento. Tenemos cosas que discutir.
Para entonces Praxis se había dirigido hacia mí, y había
levantado al Príncipe como si no pesara nada. Sin decir nada más,
volvió a bajar la colina con él colgado al hombro, con las manos
balanceándose como si no tuvieran vida. Realmente les gustaba
llevar a la gente de esa manera por aquí, ¿no es así?
Lentamente, el resto de los faes reunidos comenzaron a bajar
la colina, pero no antes de que Lora regresara con una capa peluda
enrollada al cuello. Todavía estaba en su forma de lobo, pero corría
tan rápido que la capa nunca tocó el suelo, nunca la frenó, nunca se
enredó bajo sus piernas. Cuando se detuvo, jadeó y se le escapó la
lengua de la boca. Ashera le desenganchó la capa del cuello. Era
grande, y gruesa, y estaba hecha de un mosaico de colores terrosos;
más grande que yo, de hecho. Una vez liberada de la capa, Lora se
levantó sobre dos patas e hizo que adoptar su forma humana
pareciera fácil. También estaba completamente vestida, lo que
significaba que era posible cambiar de forma y mantener la
dignidad.
Con una inclinación de cabeza, la alfa despidió a los otros
faes, que salieron a un ligero trote tras el resto de su gente,
siguiéndolos colina abajo. Cuando la mayoría se había ido, Ashera
se puso delante de mí, abriendo la capa lo suficiente como para que
pudiera meterme en ella una vez que me pusiera de pie. El único
problema era que no sabía cómo hacerlo.
Sacudí la cabeza.
—No sé lo que estoy haciendo.
—Intenta asegurarte de que no lo sepan. —dijo ella
—¿Quienes?
—Los niños de la luna te observarán de cerca, examinando
tus puntos fuertes, tus puntos débiles. Si creen que eres demasiado
débil, intentarán reducirte; para asegurarse de que conoces tu lugar.
Es la manera de nuestro pueblo.
—¿No puedes detenerlos?
—No puedo. Es la forma en que se hacen las cosas aquí.
Tendrás que aprender a luchar por tu lugar si quieres tener uno,
pero primero, tienes que dominar el arte de cambiar de forma.
—No puedo recordar lo que hice la última vez. Sólo me puse
de rodillas y aullé.
—Es tan sencillo como eso. Dile a tu cuerpo lo que tiene que
hacer y hará lo que le pidas.
Me quedé mirando mis patas en la nieve. Realmente había
sido así de fácil; la curación, al menos. Recordé el dolor que había
sentido y lo rápido que lo había hecho desaparecer. No me había
dado cuenta en ese momento, probablemente porque había mucho
que hacer, pero mi estómago retumbaba ahora como si hubiera
estado pidiendo comida durante semanas. Tenía hambre, mucha
hambre, y eso probablemente tenía que ver con las heridas que
había sufrido, y con todo el asunto del cambio de forma.
La magia siempre tiene un precio.
Gullie revoloteó hacia arriba y se alejó de mi cuello. Ashera
la observó, con el brillo verde de la pequeña duendecilla
reflejándose en sus ojos. No parecía tener tantos prejuicios hacia
los duendes como Mira. Mel tampoco había compartido el mismo
prejuicio. Me pregunté el porqué de eso mientras intentaba
averiguar cómo ponerme de pie. Todo lo que tenía que hacer era
levantarme del suelo, ¿no? Y decirle a mi cuerpo lo que tenía que
hacer.
Apoyé el hocico en el suelo hasta que mi barbilla tocó la
tierra. Tras un segundo de vacilación, me impulsé con las patas
delanteras y exprimí toda la fuerza de mi cerebro para repetir las
palabras sé humana, sé humana, sé humana.
Aunque mis músculos y huesos empezaron a cambiar de
forma al levantarme, perdí el equilibrio al subir. Retrocedí unos
pasos y un pie resbaló precariamente por el borde del acantilado en
la cima de la colina. Sentí que me desplomaba y que mis brazos se
agitaban. El mundo se inclinó, estuve a punto de gritar, pero Ashera
me agarró del brazo, me hizo girar y me metió en la capa, todo en
el espacio de unos pocos segundos. Me rodeó el cuello con la capa
y yo me la pasé por los hombros. Era cálida y gruesa, y aunque no
llevaba nada más debajo, no se veía ninguna de mis partes más
sensibles. Era una sensación extrañamente... estimulante.
¿Quién demonios eres tú ahora?
—La próxima vez —dijo—, lo harás mejor.
Miré al suelo y vi mis pies sobresaliendo de la nieve,
desnudos y rosados.
—Vaya. Eso fue un subidón. —confesé.
Gullie flotó tranquilamente bajo la capa, desapareciendo
detrás de mi pelo.
—¿Es ahí donde vive tu... amiga duendecilla? —preguntó
Ashera.
—Así es.
—Y le gusta estar aquí. —añadió Gullie.
La Alfa asintió.
—Muy bien. Ven, comerás conmigo y hablaremos.
No pude decir exactamente que no. No sabía dónde estaban
el Príncipe, ni Mel, ni Mira, pero debía tener fe en que estaban bien.
Me puse al lado de Ashera y la seguí hasta su tienda.
9
a unque estaba segura de que esta gente me mataría si
me salía de la raya, también eran amables anfitriones.
Ashera se había asegurado de que tuviera algo que
ponerme en su tienda. Una vez que me había cambiado, tras la
privacidad de una gruesa cortina de lana, volví para encontrar un
pequeño festín preparado para nosotras dos.
En una mesa de centro, que me llegaba a la altura de las
rodillas, había platos repletos de carnes y verduras humeantes.
Había tres jarras, una llena de agua y las otras dos con una especie
de sidra de manzana caliente y especiada que parecía ser mucho
más apetecible cuanto más la olía.
Me senté en el suelo frente a la Alfa, crucé las piernas y miré
la comida que había sobre la mesa. Se me hizo la boca agua y el
estómago gruñó, y aunque ella ya estaba comiendo una pata de
algún tipo de carne -posiblemente Warg- no me uní a ella
inmediatamente. No estaba segura de cuál era la etiqueta.
Era una hada, como todas las demás con las que me había
cruzado, pero también era muy diferente de los habitantes del
castillo a los que estaba acostumbrada. Había una cualidad
primitiva en ella, algo salvaje e indomable, y absolutamente
malvada. Dominaba a la gente que la rodeaba con un tipo de
autoridad que nunca había visto ejercer a otra mujer, y la ejercía
con tanta facilidad.
Era impresionante, e intimidante.
Ashera me miró desde detrás del muslo que tenía en la boca.
—Come. —Ladró.
No encontré ni cuchillos ni tenedores, sólo un plato vacío
rodeado de otros más llenos, cubiertos de carne y verduras nadando
en sus propios jugos. Me acerqué con cautela al otro lado de la
mesa, cogí lo que parecía un muslo y lo puse en mi plato. Luego lo
picoteé, quitándole la piel con las uñas y desprendiendo parte de la
carne del hueso antes de comerme un trozo.
Se me hizo la boca agua. El pollo se deshizo en mi boca, lo
que sea con lo que lo hubieran condimentado era salado, y herbal,
y delicioso. Antes de darme cuenta, estaba cogiendo otro trozo, y
luego otro. Intenté mantener todo el decoro que pude, pero no
parecía que a Ashera le importara, así que poco a poco, también
dejó de importarme.
—Cómete la piel. —dijo ella.
Miré un trozo de pechuga de pollo cubierto de una piel
crujiente y dorada, y al instante las glándulas de mi boca me
gritaron que lo hiciera. Cogí el pollo, lo sujeté con una mano y
arranqué toda la pechuga con la otra. Después de dejarlo en el plato,
le quité la piel al pollo y me la comí.
Estaba crujiente, caliente y con un sabor que nunca había
probado. La comida en el castillo también había sido deliciosa, los
platos y el servicio habían sido dignos de una estrella Michelin,
pero esto era diferente. La comida de aquí era pesada, sabrosa,
reconfortante y sucia, y no me cansaba de ella.
Me lamí los dedos antes de coger una jarra de sidra de
manzana caliente y verter un poco en una taza negra hecha a mano.
El vapor salía de la taza a medida que se llenaba, y cuando me la
llevé a los labios y bebí, el toque de canela me recordó a mi casa, a
mis madres, a nuestras fiestas de fin de año con las galletas y la
chimenea encendida.
—¿Y tu duendecilla? —preguntó Ashera— ¿No necesita
comer?
—Podría comer... —susurró Gull.
—Oh, lo siento... Olvidé que el mundo existía por un
momento.
Gullie se apartó de mi pelo y se instaló cerca de mi plato,
donde empezó a coger delicadamente trozos de pollo.
—Gracias —dije—, por toda esta hospitalidad. Por un
momento pensé que ibas a matarnos a todos.
—No hablemos de la muerte en la mesa. —respondió Ashera.
Asentí con la cabeza.
—No sé nada de este lugar, ni de tu gente. Sólo he oído
historias.
—Y es probable que no sean buenas historias.
—Eso no lo sé. Tu pueblo es más bien un mito y una leyenda
para los otros faes... ¿por qué?
—Preferimos vivir apartados del resto, porque no nos
parecemos en nada a ellos, y eso les asusta.
—¿Porque vosotros cambiáis de forma y ellos no?
—Efectivamente. —Se quedó callada un segundo—. Y dices
vosotros, como si no fueras una de nosotros. Está claro que tienes
el don.
Sacudí la cabeza.
—Supongo que aún no lo creo.
—¿Por qué? Las pruebas de tu crianza son claras, y seas o no
la loba blanca, sigues siendo una Niña de la Luna.
La palabra cría me rechinó en los oídos.
—Hasta hace un mes, creía que era... —Sacudí la cabeza—.
Probablemente ya lo sepas, pero no huelo exactamente como los
demás faes.
—No. Cuando capté tu olor por primera vez, percibí tres
olores distintos. Hada, duendecilla y humana. La duendecilla vive
en tu pelo, lo que significa que eres mestiza, pero tu lado fae es
obviamente el dominante, de lo contrario no podrías cambiar de
forma.
—¿Es un problema que sea en parte humana?
—Eso depende. No entiendo por qué una mestiza heredaría
la carga del lobo blanco y no alguien más... puro, pero aquí
estamos.
—Vaya, hay... un montón de cosas que acabas de decir que
hay que analizar; además, no estoy segura de lo que contiene esta
bebida de manzana, pero es fuerte como el infierno.
—¿No te gusta?
—No, me encanta. Pero me va a hacer tirarme bajo la mesa si
no tengo cuidado. ¿Por qué el alcohol de los faes es tan poderoso?
—No es tan poderoso para nosotros.
Fruncí el ceño y tomé otro sorbo. De alguna manera, la sidra
seguía caliente incluso con el paso del tiempo. Ya debería haber
empezado a enfriarse, pero no lo había hecho. Miré la marca de mi
mano, aquel tatuaje brillante y plateado, y luego a Ashera. Quería
respuestas, y sabía que eso significaba que tenía que contarle
algunas verdades que podrían conducir a preguntas que no estaba
preparada para responder.
Puede que no hayan reconocido al Príncipe, pero deben haber
oído hablar de la Selección Real. Windhelm había permanecido
durante diez mil años, y había habido ocho Selecciones Reales.
Incluso estas personas que literalmente vivían bajo una roca debían
haber oído hablar de ella. No quería tener que explicar todo eso,
pero aun así necesitaba encontrar una forma de obtener respuestas,
así que decidí centrarme en hacer preguntas.
Pensé en abordar primero la más apremiante.
—¿Por qué crees que soy una falsa profeta? —pregunté.
—¿Has oído la historia del lobo blanco? —preguntó— ¿La
profecía?
—Lo he hecho, sí.
—¿Podrías contarme lo que has oído?
Respiré profundamente.
—Cuando la nieve se vuelva negra y roja, y el hermano se
vuelva contra el hermano, a la luz de la luna llena vendrá el tath
isia para traer la luz a la oscuridad.
—Ya veo... ¿Y la segunda parte?
—¿Segunda parte?
Ella asintió.
—Es típico que la segunda parte de esa misma profecía sea
omitida, ya que no arroja una luz positiva sobre el pueblo de
Windhelm.
—¿Por qué?
—Y de esa oscuridad, convertida en luz, los hijos de la luna
se levantarán una vez más para tomar lo que les fue robado, y con
sus dientes derribarán tanto el castillo como la fortaleza, y
restaurarán la sede del invierno.
Me recorrió un frío que terminó en un escalofrío en la
columna vertebral. Durante todo el tiempo que habíamos hablado
de la profecía y de lo que significaba, nunca supimos que había una
segunda parte. Y si Melina lo sabía, no nos lo había contado, pero
no creía que nos estuviera ocultando nada. No lo haría.
—No había oído eso. —dije.
—No me sorprende. A los faes del castillo les gusta mantener
esa parte fuera de sus historias porque deletrea la caída de su
imperio opresivo, el fin de su reinado.
—¿Por qué harían eso?
—Porque no les gusta que el mundo recuerde lo que le
hicieron a nuestro pueblo. El destino es que un día les llevemos la
lucha y recuperemos lo que es nuestro, pero ya hemos perdido
mucho, y no tomaremos las armas tan fácilmente.
—No lo entiendo.
—Ha habido otros que han afirmado ser el tath isia. Otros que
se parecían a ti, tenían marcas similares, podían hacer cosas
parecidas. En el pasado fuimos a la guerra por ellos, atacamos el
castillo, a su gente, pero fracasamos porque no eran el verdadero
lobo blanco. Si vamos a luchar por ti, debemos probarte primero.
—Espera... ¿luchar por mí? No he pedido a nadie que luche
por mí.
—Tú dijiste ser la loba blanca, ¿no es así?
—Si no recuerdo mal, fue mi amiga quien hizo esa
sugerencia, no yo.
—Eso es irrelevante. Llevas la marca, y por respeto a lo que
representa te hemos ofrecido a ti y a tus amigos hospitalidad y
protección. Ahora, serás puesta a prueba, y examinada. Se dice que
el lobo blanco tendrá poderes y habilidades que nosotros no
tenemos. Que nos otorgará grandes dones para que podamos llevar
la lucha al castillo y reclamar la Piedra de Escarcha que perteneció
a nuestros ancestros... a menos que seas una falsa profeta.
—Creo que no lo entiendes... no soy una guerrera. Intenté
encontrarte porque no sabía qué significaba realmente esta marca,
y porque tal vez podrías ayudarme a descubrir quiénes eran mis
verdaderos padres. No vine aquí para ayudarte a luchar en una
guerra.
—Y, sin embargo, aquí estás, una mestiza que lleva la marca
de una antigua diosa. Si es como dices, y la marca simplemente
apareció, entonces eres realmente la loba blanca y no tienes nada
que temer. Sin embargo, si se te pone a prueba y se te encuentra en
falta... —Se levantó y se limpió la boca con el dorso de la mano—
. Tus amigos morirán primero.
—Creía que habías dicho que no se hablaba de la muerte en
la cena.
Señaló la mesa que tenía debajo.
—Ya no estoy cenando, pero puedes quedarte aquí. Comed
lo que queráis. Se te mostrará tu tienda cuando hayas terminado.
Había muchas cosas que quería soltarle a esta mujer, muchas
cosas furiosas y desagradables. Podía sentir cómo me hervía la
sangre, incluso cuando el miedo me recorría como si fueran bichos
que se hubieran metido bajo mi piel y empezaran a correr como
locos. Por un lado, me había ofrecido comida y una cama, y había
salvado la vida del Príncipe. Por otro lado, amenazaba con
matarnos a todos si no pasaba sus pruebas.
¿Por qué carajo sigo cayendo en este tipo de situaciones?
—Mi amigo herido... —dije, mansamente—. ¿Cuándo puedo
verlo?
—Puedes pedirle a Lora que te lleve con él cuando llegue. —
respondió Ashera—. Descansa esta noche. Empezamos mañana.
Sin decir nada más, se dirigió a una tienda contigua,
desapareciendo tras una pesada cortina de lana. Gullie exhaló un
profundo aliento que había estado reteniendo durante un rato.
—Bueno, eso podría haber ido mejor.
—Baja la voz, estoy segura de que pueden escucharnos.
—Y yo estoy segura de que podemos decir casi cualquier
cosa cerca de ellos y no nos matarán. Parece que sólo nos matarán
si fallas las pruebas. Por suerte para nosotras, eso es algo bastante
común, ¿no crees?
—Supongo... ¿por qué eso no me hace sentir mejor?
—¿Porque literalmente preferirías estar haciendo cualquier
otra cosa?
Asentí con la cabeza.
—Sí, eso suena bien. —Miré a mi alrededor y a toda la
comida que aún quedaba en la mesa, todavía humeante, pero había
perdido el apetito—. Deberíamos ir a ver a los demás.
Gullie se acercó a mi mano izquierda.
—Me esfumaré mientras tú hablas con el P... Colin. Me va a
costar acostumbrarme a eso.
—Lo siento, fue lo primero que se me ocurrió.
—Podrías haber dicho Harrington, o Tatum, o Somerhalder.
Pero te fuiste con Colin. Estoy tan decepcionada. —Cayó sobre el
dorso de mi mano izquierda y, con un soplo de niebla verde, se
convirtió en un pequeño tatuaje de mariposa verde y negra contra
mi piel.
Nunca me había hecho un solo tatuaje en mi vida, y ahora
tenía dos. Imagínate.
Cogí un pastelito de la mesa, me levanté y me dirigí a la
puerta. Lora ya me esperaba fuera, sentada despreocupadamente en
un tocón. Cuando salí de la tienda, se animó y se dirigió
rápidamente a interceptarme para que no me alejara.
—Tu tienda está por aquí. —Ladró.
—Quiero ver al hombre que he traído aquí.
Me miró de arriba abajo, se burló y puso los ojos en blanco.
No estaba segura de sí me iba a llevar hasta el príncipe Cillian, pero
la seguí de todos modos.
10
l ora me llevó a la tienda donde tenían al Príncipe, pero
estaba inconsciente cuando llegué. Le habían quitado
la camisa, lo habían tumbado en una cama y habían
atendido sus heridas. A su lado, sobre una mesa auxiliar, había un
pequeño cuenco lleno de agua, con un trapo húmedo colgando del
borde y goteando en el suelo. Miré al hada que me había
acompañado hasta aquí.
—¿Podrías darme un minuto? —Le pregunté.
Me examinó de arriba abajo, con desdén y sospecha en su
rostro.
—Recorreré el campamento una vez. Cuando regrese, te irás
conmigo.
—Gracias. —respondí, como si me estuviera haciendo un
favor.
Se dio la vuelta y comenzó a caminar. Sólo podía esperar que
anduviera despacio, pero lo dudaba mucho. Sin perder un segundo
más, entré en la tienda, dejando caer la solapa tras de mí, y me
arrodillé junto a la cama del Príncipe. Se veía pálido y herido, y a
pesar de que lo habían curado, tenía muchos moretones y marcas
oscuras en la piel.
Con cautela, le toqué el pecho, dejando que las yemas de mis
dedos presionaran suavemente su piel antes de permitir que el resto
de mi palma se aplanara sobre él. Podía sentir los latidos de su
corazón bajo la mano, oía la respiración ligeramente ronca y podía
oler la sangre vieja que aún se pegaba a su pelo e incluso a sus
pantalones.
Todavía se aferraba al trozo de mi vestido. Ahora estaba
arruinado. Ensangrentado, empapado, rasgado, pero no lo había
soltado ni una sola vez y no podía entender por qué.
Cerrando los ojos, bajé mi mejilla contra su pecho. Podía oír
el latido de su corazón, ahora. Estaba herido, pero era fuerte.
Superaría lo que fuera que le había sucedido, pero supongo que no
tenía ninguna duda al respecto. Sólo quería estar cerca de él.
Más cerca de él.
Su piel era cálida contra mi cara, y ese calor se transfería a mí
como consuelo. Estas últimas horas habían sido estresantes, y
tensas. Apenas había tenido un momento para respirar. Para pensar.
Incluso cuando estaba comiendo con la Alfa, la tensión estaba por
las nubes. Este era un breve momento de paz y calma, y lo iba a
aprovechar.
Sentí que su mano me tocaba la nuca y me animé. No había
abierto los ojos, pero había respirado profundamente. Se movía,
empezaba a despertarse.
—No te muevas. —susurré mientras me acercaba un poco
más a su cara.
Giró la cabeza hacia un lado y dejó que sus ojos se abrieran
lentamente. Tardó un momento en adaptarse a la luz que le rodeaba,
pero su mirada finalmente se posó en mí.
—He tenido un sueño de lo más extraño. —dijo, con la voz
suave, baja y un poco forzada.
—¿Qué has soñado? —Le pregunté.
—Soñé que venías a mí... y que eras una loba. Blanca, y
grande, y poderosa... pero los ojos, y el olor. Eras tú.
Me incliné un poco más hacia él y apoyé una mano en su
mejilla, quitándole un poco de sangre seca de su cara con mi pulgar.
Le sonreí.
—Menudo sueño.
—No... no fue un sueño, ¿verdad? —Sacudí la cabeza—.
Entonces es cierto. —Intentó incorporarse, pero le cogí la cara con
las dos manos y le detuve.
—Estás herido. No te levantes. ¿Puedes decirme qué te ha
pasado?
—Radulf... —gimió— se está haciendo más fuerte. Me hizo
esto.
Mis entrañas se enfriaron.
—¿Qué? ¿Cómo?
—No lo sé. Es magia oscura. De alguna manera, fue capaz de
manifestarse y atacarme en carne y hueso. No pude controlarlo, no
pude aferrarme a él, pero tuvo el poder de cortar mi cuerpo como
si sostuviera un cuchillo. —Volvió a gemir, haciendo una mueca
de dolor—. Dahlia, no puedo quedarme aquí.
—Pero necesitas descansar...
—No puedo descansar; necesito llegar a...
Lo besé, presionando mis labios contra los suyos como si mi
vida dependiera de ello. Al principio, pareció un poco sorprendido,
pero luego volvió a colocar su mano en la parte posterior de mi
cabeza y dejó que sus labios se separaran suavemente para los
míos. Le besé profundamente y con suavidad, con cuidado y
ternura al principio, pero luego me apreté más contra él.
Unas cálidas punzadas se dispararon a través de mí como
fuegos artificiales, y cuando su lengua tocó la mía, los fuegos
artificiales sólo se hicieron más fuertes, y más grandes. Sentí que
me estremecía, aunque no estaba segura de qué emoción era la que
lo provocaba. ¿Felicidad? ¿Alivio? ¿Miedo? Era un cóctel sin
etiqueta, y me estaba emborrachando totalmente. Cuando el beso
finalmente se rompió, apoyé mi frente en la suya.
—Me asustaste. —confesé.
—Lo siento. —respondió—. No fue mi intención.
—¿Quieres decir que no lo sabías?
Negó con la cabeza.
—No de una manera que pueda explicar adecuadamente, pero
quiero intentarlo. Tienes que saber la verdad.
Lo besé de nuevo, un ligero picoteo, esta vez.
—Cuando estés más fuerte.
—No, Dahlia. Ahora. Tengo tanto que contarte.
—Yo también, créeme, pero ahora no tenemos mucho tiempo
y lo único que quiero es besarte.
Él bajó su mano hasta mi barbilla, me acercó a sus labios y
me besó de nuevo. Aquellos fuegos artificiales de antes se
convirtieron en un trueno dentro de mí; un gruñido continuo de
deseo, salpicado de una necesidad desesperada de más. No estaba
segura de cuánto tiempo tenía, pero mi mente vagaba hacia un lugar
en el que él y yo estábamos absolutamente solos, durante todo el
tiempo que quisiéramos, y podía explorar cada centímetro de él con
mi boca.
—Te he echado de menos. —susurró contra mis labios.
—No tanto como yo. —Jadeé, sin aliento—. Te fuiste sin
despedirte.
—No tuve elección. Radulf se había expuesto y... —Sacudió
la cabeza—. Te habría liberado de tu celda yo, pero sabía que me
descubrirían, así que le encomendé la tarea a Aronia.
—Espera, ¿tú la enviaste?
—Sí, la envié. Quería sacarte de allí yo mismo, pero Radulf
me controlaba, y mencionó a mi padre... lo implicó en algo terrible.
No podía confiar en nadie. Apenas podía confiar en mí mismo...
esta es la única razón por la que pude recuperar el control de mi
propio cuerpo.
Me mostró la manga de mi vestido. La observé y luego volví
a mirarlo a él.
—¿Así es como pudiste mantener el control?
—Eres tú. Tu olor. Lo mantiene enterrado. Puedo sentirlo
gritar intentando escapar, pero ahora que estás aquí, no puede.
—Entonces, no iré a ninguna parte.
—Dahila, esta gente... —hizo una pausa para mirarme—. son
peligrosos.
—No son mucho más peligrosos para mí de lo que lo fueron
los tuyos el día que me secuestraste.
Dejó caer los ojos, como si el recuerdo le incomodara.
Cuando volvió a mirarme, pude sentir su miedo, su preocupación.
Rara vez lo había visto así, eso me estremeció.
—No lo entiendes. Estas personas son depredadores y
caníbales despiadados. Matan a todo el que se les cruza y se comen
su botín. No podemos quedarnos aquí.
—Me parece que tu gente tiene bastantes prejuicios contra los
demás. Y, además, supongo que ahora también hablas de mi
pueblo. —Le mostré la marca en el dorso de mi mano derecha—.
Es real. Puedo hacer lo que ellos hacen. Soy una de ellos.
—Que puedas cambiar de forma no significa que tengas que
convertirte en ellos.
Alguien pasó por delante de la tienda, su sombra rompió la
luz que entraba desde fuera por un momento. Pensé que Lora había
regresado, y por un momento mi cena volvió a subir a mi garganta,
pero la sombra se alejó rápidamente de nuevo. Me giré para mirar
al Príncipe.
—No voy a convertirme en ellos, pero quieren entrenarme,
quieren saber que soy la verdadera Loba Blanca. Si no supero sus
pruebas, nos matarán a todos.
—No matarán al heredero de Windhelm.
—Precisamente por eso. No saben quién eres. No sé cómo no
te han reconocido, pero tampoco les he dicho que eres el Príncipe,
así que no puedes decir nada. A partir de ahora, tu nombre es...
Colin.
Enarcó una ceja.
—¿Colin?
—Sí.
—¿Por qué Colin?
—Mira, es un nombre perfectamente bueno, ¿vale? Es de
dónde vengo, de todos modos. El punto es que no puedes revelarte
ante ellos, o podría causar toda una serie de complicaciones. Tienen
un gran rencor contra tu gente, y si descubren quién eres, ¿quién
sabe lo que harán?
—Razón de más para que nos vayamos. Ahora. Si
empezamos a dirigirnos al Veridian, es posible que lo alcancemos
antes de tiempo.
Sacudí la cabeza.
—Es demasiado peligroso, y tú estás herido. —Lo pensé un
momento—. ¿Por qué quieres ir allí, de todos modos? Sabía que
era allí a donde te dirigías, pero aún no sé por qué.
—Hubo un momento, la primera noche que se dio a conocer,
en el que pude sentir la tormenta en él. No sé cómo lo consiguió...
cómo existe, pero sé que ocurrió allí. Siento la llamada, la
necesidad de ir a ese lugar con más fuerza que nunca, ahora, y se
me acaba el tiempo. Cuanto más espero, más fuerte se vuelve.
—No podemos irnos. Nos matarán.
—Entonces tenemos que encontrar una manera. Si quieren
que pases sus pruebas, habrá momentos que no podrás estar a mi
lado. Cuando eso ocurra... no puedo permitir que Radulf vuelva a
tomar el control.
Eché un vistazo a la abertura de la tienda. Otra sombra había
pasado cerca, sólo que esta vez no seguía de largo. Ella había
vuelto. Me puse de pie y me acerqué a la solapa. Cuando la abrí,
encontré a Lora fuera, esperándome.
—Es hora de irse, te llevaré a tu tienda.
Eché un ojo al Príncipe.
—Quiero quedarme aquí esta noche. —dije— ¿Tal vez
puedan traerme una cama?
—No. Dormirás en nuestra tienda.
Fruncí el ceño.
—¿Nuestra tienda?
—Tengo que vigilarte, para asegurarme de que no haces
nada... estúpido.
—¿Y mis amigos?
—Son invitados. Se les está cuidando y no se les hará daño.
—¿Cómo puedo saber eso?
—No puedes. Sólo puedes confiar en nosotros... si decides
hacerlo. Pero eso no es asunto mío. —Arqueó un poco la cabeza
para mirar por encima de mi hombro, y luego dejó que sus ojos se
posaran de nuevo en mí—. Es hora de irse.
Frunciendo el ceño, volví a entrar en la tienda, agarré la cara
de Cililan y lo besé de nuevo. Mientras lo besaba, me encogí de
hombros para quitarme la camiseta de lana que me habían dado y
se la puse en las manos. Eso me dejó sin ropa, y no llevaba
sujetador, así que me cubrí el pecho con las manos antes de
separarme de él.
—¿Qué... es esto? —preguntó, sus ojos se detuvieron en mi
estómago y subieron hasta mis manos.
Ladeé una ceja.
—Para mantenerte caliente esta noche. —Solté ofreciéndole
un leve guiño antes de saltar fuera de la tienda.
—¿Te has quitado la camiseta? —preguntó Lora, y por
primera vez no supe qué pensar de su expresión. Confusión parecía
apropiado.
—Lo hice. ¿Hay algún problema?
Me miró de arriba abajo y se inclinó para susurrar.
—Yo también duermo desnuda. Vamos a ser amigas.
Fui a levantar un dedo, pero entonces me di cuenta de que
hacerlo me expondría a la mitad del campamento.
—Espera, yo no...
Ella ya había empezado a moverse. Gimiendo, la seguí,
haciendo un ligero trote sólo para alcanzarla. Realmente caminaba
muy rápido. Muchos ojos me seguían mientras andaba
semidesnuda por el campamento. En retrospectiva, mi decisión de
darle al Príncipe una de las pocas prendas de ropa que llevaba fue
probablemente una mala idea, pero olía a mí. Si eso podía ayudarle
a pasar la noche sin que Radulf volviera a manifestarse, ¿qué era
un poco de vergüenza pública?
Además, si aferrarse a mi camisa significaba que él pasaría la
noche pensando en lo que había debajo de ella... urgh, saca tu
mente de la alcantarilla.
De camino a mi nueva tienda, vislumbré a Mira y Melina.
Ambas estaban compartiendo una no muy lejos de donde Lora me
llevaba. Era bueno verlas a las dos vivas y bien. Parecía que la
pierna de Mira también se había curado. Las saludé con la cabeza,
y ambas asintieron a su vez, haciéndome saber que estaban bien.
Cuando me di la vuelta y me dirigí a mi tienda, Lora ya se
había quitado la ropa. Capté un perfil completo de su trasero
mientras se deslizaba en la cama. Mis mejillas se sonrojaron con
fuerza. No había ninguna otra prenda que pudiera ponerme, y ella
no iba a levantarse para ir a buscarme algo. Iba a tener que dormir
en topless.
Suspirando, me metí en mi propia cama, que -aunque hecha a
mano- estaba mullida, era de felpa y extrañamente cómoda. Estaba
agotada. El sueño cayó sobre mi rápidamente y me rendí a él sin
luchar, esperando no soñar.
11
l a mañana siguiente todo fue muy rápido. Levántate,
vístete y sal de la tienda. Apenas tuve un momento para
pensar, para registrar lo que estaba sucediendo. Por un
segundo pensé que estaba soñando. No reconocía la tienda, ni el
campamento, ni siquiera a Lora, pero me sacaba a toda prisa como
si el lugar estuviera en llamas.
Afuera, todo el campamento observaba cómo me llevaban al
espacio frente a la tienda principal. Había amanecido, el aire era
fresco y el resplandor de la mañana se rompía en rayas al tocar los
bordes dentados de los picos nevados que rodeaban la aldea. No
estaba segura de lo que ocurría, pero Mel y Mira también habían
salido de sus tiendas.
—Oh, mierda. —susurró Gullie desde dentro de mi pelo—.
Van a matarnos.
—No, no lo van a hacer. —afirmé—. ¿Lo harán?
—No lo sé, pero esta gente parece muy seria. ¡¿Qué has
hecho?!
—¡Nada! Sólo he dormido.
—Silencio. —Me indicó Lora por la espalda—. Dirígete sólo
a la Alfa.
Cuando llegué al claro frente a la tienda principal, encontré a
Ashera y a Toross esperándome, así como varias de las otras caras
que había llegado a conocer, como Praxis y Jaleem. Había tantos
aquí que no estaba segura de lo que estaba pasando, pero fuera lo
que fuera lo que iba a suceder, iba a ser un espectáculo.
Pensando en eso, era menos sorprendente ver a tantos fae por
aquí. Tanto si eran del castillo como niños de la luna, el amor por
un buen espectáculo era realmente universal. Incluso yo podía
entender que probablemente era lo más entretenido que le había
pasado a este campamento en un tiempo, al menos.
—Aquí. —Señaló Lora, agarrando mi hombro una vez que
llegamos al centro del espacio alrededor del cual estaban reunidos
todos los fae.
Me detuve y miré a mi alrededor. Me habían dado una
camiseta nueva, así que al menos no estaba casi desnuda, lo que
habría sido una auténtica pesadilla. Sin embargo, no pude encontrar
al Príncipe. Tal vez todavía estaba demasiado herido para estar de
pie, o quizás no se le había permitido salir. En silencio, esperé a
que alguien hablara. Ashera fue quien lo hizo primero.
—Hoy descubriremos quién eres realmente.
Buena suerte. Ni siquiera yo lo sé.
—¿Qué quieres decir? —pregunté.
—Anoche me demostraste que podías cambiar de forma...
pero no lo hiciste muy bien.
—Fue mi primera vez.
—Hay niños que pueden cambiar de forma mejor que tú".
—Sí, está bien.
—Se te da mal.
—De acuerdo —gemí—, lo pillo. Continua.
Otra pausa.
—Se dice que la Loba Blanca es nuestra salvadora, la que nos
ayudará a recuperar lo que nos han robado, pero para eso debe ser
una guerrera sin igual. La mejor entre nosotros. ¿Eres tú la mejor
de nosotros?
Miré a la multitud.
—Yo... no. No lo soy.
—Esto debe cambiar. La mejor manera de aprender a nadar
es que te lancen a lo más profundo del lago helado. Si no nadas
hasta la orilla lo suficientemente rápido, te congelarás y morirás.
—Espera, ¿me vais a tirar a un lago?
—No... —Giró la cabeza hacia un lado y miró a Jaleem—.
Tuyo será el honor de luchar contra la Loba Blanca.
Él asintió, se volvió para mirarme y dio unos pasos para
alejarse de la multitud y dirigirse al centro del espacio que se había
hecho para nosotros. Parecía ansioso. Feliz, de hecho. Tal vez
incluso un poco hambriento. Recordé lo que el Príncipe había dicho
sobre que esta gente era caníbal, y la mirada de este hombre
apoyaba la teoría, pero probablemente era sólo una teoría.
No iba a matarme y comerme.
¿Verdad?
Ya podía sentir que mis músculos se tensaban. Mi corazón
empezó a latir con fuerza dentro de mi pecho, y en mi boca, mis
dientes empezaban a palpitar y doler.
—Otra vez esto no. —dije—. Ya lo atrapé anoche.
—No discutas —soltó Ashera—. Defiéndete. No se detendrá
hasta que estés muerta.
La sonrisa hambrienta de Jaleem se amplió.
—¡Gullie, vete! —grité, justo cuando el fae se lanzó al suelo.
Adoptando su forma de lobo en un instante, se lanzó hacia mí
con los dientes desnudos. Retrocedí un paso, luego otro, y otro más,
con la mente acelerada y el cuerpo hormigueando. Todavía no
estaba totalmente segura de cómo canalizar mi loba interior, o lo
que sea. Se suponía que era el instinto. Así que, en lugar de
retroceder más, planté mi pie firmemente en el suelo y lo usé para
saltar hacia él con las manos extendidas. Cuando nuestros cuerpos
chocaron, ambos éramos lobos, y no pudo ser más extraño.
Como loba, era fácilmente dos veces mi tamaño original, y
mucho más fuerte de lo que estaba acostumbrada. El mundo entero
se abrió ante mí en un aluvión de olores, sonidos y colores. Mis
sentidos no sólo eran más agudos, sino que desarrollé unos
totalmente nuevos cuando me transformé. Y aunque mi mente tenía
la capacidad de procesarlos todos, aún no estaba totalmente segura
de entender ninguno de ellos.
Derribar a Jaleem no fue difícil una vez que encontré mi
equilibrio. Se alejó de mí, dio un rodeo y gruñó. Me moví a su
alrededor, igualando su paso, tratando de mantenerlo alejado de mí.
Podía sentirlo, entenderlo, quería matarme; no porque estuviera
enfadado conmigo, sino porque su Alfa se lo había ordenado.
Bajé la mirada y le gruñí, tratando de intimidarlo, pero no
funcionó. Se lanzó de nuevo hacia mí, tomando mi gruñido como
una invitación a pelear. Esta vez, intenté esquivar su camino, pero
fue más rápido que yo y me clavó los dientes en la garganta. Me
libré de él, apartándolo con una pata y luego chocando con él con
mis propias mandíbulas, pero se escapó, y me dejó sangrando.
La herida no era grave. Sabía que no lo era. Y una vez que
empecé a centrarme en ella, a concentrarme, pude sentir que
empezaba a tejerse y a cerrarse. Pero esta era la forma en que él
luchaba. Mordía y rompía y cansaba a su oponente. Muerte por
mil cortes. Iba a agotarme antes de matarme, y cuanto más me
curara, más rápido lo conseguiría. Tenía que terminar esta pelea
más rápido de lo que había empezado si quería ganar.
El lobo me miró, con los ojos muy abiertos y los labios
despegados sobre los dientes. Me abalancé sobre él, impulsándome
hacia la izquierda y lanzándolo hacia la derecha. Antes de
alcanzarlo, giré rápidamente hacia la derecha, cogiéndolo por
sorpresa y mordiéndole con fuerza una de sus patas traseras.
Pude saborear su sangre y su piel. Pensé que no se me quitaría
el sabor de la boca en días, pero me gustó pelear. Se sentía bien,
como si estuviera destinada a hacer esto. Mientras luchábamos y
retumbábamos, notaba el viento en mi piel, y nuestros cuerpos se
golpeaban, y pataleaban, y se arañaban, y mordían, por primera
vez, me sentí más yo misma que nunca. Más cómoda, más asentada
y más en paz, a pesar de la adrenalina que recorría mi cuerpo.
Después de un par de asaltos con él, podía anticipar sus
movimientos. Cuando se iba a la izquierda, yo estaba preparada
para contraatacar. Cuando intentaba rodear mi pierna con sus
mandíbulas, me agachaba y le daba una patada. Cuando intentaba
usar la velocidad, yo usaba la fuerza para mantenerlo a raya. Vino
a por una de mis patas delanteras, pero me encabrité sobre mis patas
traseras y le golpeé en el hocico con mi otra pata, tirándole en el
suelo. Me abalancé sobre él y me puse boca abajo a su lado, rodeé
su cuello con mis mandíbulas, pero no le mordí. Sólo quería
demostrarle que le había vencido. Quería demostrarles a todos que
lo había hecho, que podía hacerlo. Lo único que no les había
enseñado era mi magia, pero aún sentía que estaba fuera de mi
alcance. Sólo la había usado en un momento de extremo peligro, y
no sentía eso aquí.
—Bien. —gritó Ashera, su voz envió una onda de murmullos
a través de la multitud reunida—. Ahora, mátalo.
¿Qué?
Quería hablar, pero me preocupaba que, si dejaba que el lobo
se soltara, intentara darle la vuelta a la tortilla. En cambio, con la
boca llena de cuello, grité y gemí, emitiendo un sonido que no
había surgido de ningún pensamiento consciente, sino del instinto.
—Debes hacerlo —respondió ella, como si me hubiera
entendido—. Es nuestro camino. Lo has derrotado en combate, y
ahora merece la muerte.
Hice otro sonido que esperaba que significara que no lo
haría.
—Si no lo matas ahora, lo deshonrarás enormemente.
Jaleem emitió un gemido de lucha que, para mi sensibilidad
lobuna, se sintió como si quisiera morir, pero no podía creerlo.
Nadie quería morir. Todo esto de la muerte honorable era una
barbaridad, y no podía permitirlo. No había hecho nada para
merecer la muerte: ¡era básicamente una pelea de juego!
¿Esta gente estaba loca?
En contra de mi propio juicio, solté la garganta del lobo y
retrocedí para poder hablar.
—No puedo matarlo, no lo odio y no es mi enemigo.
—Lo es hoy. —afirmó la alfa—. Si eres la loba Blanca,
matarás a este hombre y enviarás su espíritu al más allá del
guerrero. Si no, fallarás mi prueba y no serás la loba blanca.
Miré a Mira y a Melina, y hubo un momento en el que quizás
hubiera visto el frío helado del invierno reflejado en sus rostros.
Era la cara que los otros faes llevaban. Ninguno de ellos parecía ni
siquiera un poco molesto por lo que estaba sucediendo aquí, pero
Mel y Mira sí. Parecían mortificadas, y me sentí orgullosa de ellas
por eso. Las había tocado con mi humanidad, con mi capacidad de
compasión, y no iba a defraudarlas ahora.
Me volví hacia Ashera.
—No lo mataré, no me importa cómo se hacen las cosas aquí,
pero desde mi punto de vista, esto no es una buena razón para
matarlo.
La líder frunció el ceño.
—¿Te atreves a faltar al respeto a nuestra forma de vida aquí?
¿En nuestra tierra sagrada?
—Si quieres matarme, bien. Pero tendrás que hacerlo tú
misma. Tal vez no soy la loba blanca. Quizás no soy la que va a
hacer justicia por el mal que os hicieron. Tira esos dados y mira lo
que pasa.
Estaba jugando con fuego, y lo sabía.
Ashera dio un paso hacia mí, pero Toross le sujetó el hombro.
—Ash, no lo hagas. —Le pidió.
Ella giró la cabeza y lo miró fijamente.
—¿Por qué no? —siseó.
—Tú sabes por qué.
Ella frunció el ceño. Podía ver cómo meditaba en su propia
cabeza, tratando de averiguar algo. No podía saber de qué se trataba
ese ya sabes por qué, pero había sonado siniestro. Toross, el
hombre que me había capturado siempre estaba a su lado derecho,
lo que me hacía pensar que era su Beta, su segundo, o posiblemente
su amante.
Tal vez las tres cosas.
Tuve la impresión de que, si alguien más le hubiera impedido
hacer lo que quería, lo habría hecho pedazos con sus propios
dientes, pero no a él. Por alguna razón, ella no actuaba contra él.
De hecho, cuando se zafó de su agarre, se limitó a mirarle
fijamente, con dureza.
—Déjame enseñarle. —propuso él.
—Si no puede matar, entonces no nos sirve. —afirmó Ashera.
—Te advertí que ella no lo mataría, si lograba derrotarlo.
Permíteme intentarlo, ahora.
Ella me miró de reojo, y luego se volvió hacia Toross.
—Sobre tu cabeza y tu honor sea, Beta. Prepárala para
enfrentar mis pruebas.
Sin decir nada más, Ashera se retiró y volvió a su tienda.
Praxis y Lora comenzaron a dispersar a la multitud reunida. Jaleem,
mientras tanto, se levantó y salió corriendo con el rabo entre las
piernas. Me di cuenta de que probablemente le había deshonrado
de alguna manera al no matarlo, pero vivir era seguramente más
importante, ¿no?
Melina ya había recogido mi ropa del lugar donde estaba
cuando me transformé. Sabía que no podía volver a tomar mi forma
humana porque estaría desnuda cuando lo hiciera, así que me senté
a esperar.
Aunque Toross era un hombre alto, sentada le llegaba más o
menos a la altura del pecho, así que no tuvo que arrodillarse para
hablarme. Aun así, me miró con desprecio, inclinando la cabeza
hacia un lado. Al levantar la vista, no estaba segura de lo que
esperaba ver, pero ahora que percibí su olor con mi nariz de loba,
me di cuenta de algo.
De alguna manera, increíblemente, me resultaba familiar.
—¿Por qué hiciste eso? —Le pregunté—. Estaba a punto de
matarme.
—Ashera tiene sus maneras. —respondió con voz ronca—.
Suelen ser eficaces, pero tú eres diferente.
—¿Porque soy la loba blanca?
Hizo una pausa.
—No, porque eres tan terca como tu madre.
12
— Y o... ¿qué acabas de decir?

Toross me observó detenidamente y entrecerró los ojos.


—Ven conmigo.
—Espera, no, responde primero a la pregunta. ¿Qué acabas
de decir?
Enarcó una ceja.
—He dicho que eres tan testaruda como tu madre.
Mi corazón había estado martilleando contra el interior de mi
caja torácica y no me había dado cuenta hasta que empecé a
sentirme un poco débil. Lo único que podía hacer era mirar
fijamente a ese hombre que acababa de nombrar a mi madre. Un
hombre de un mundo diferente. No, no sólo diferente, porque este
lugar no era la Arcadia que yo había llegado a conocer. Estaba a un
paso más allá incluso del castillo, de Windhelm, lo que significaba
que él y yo estábamos separados por dos mundos de distancia en
lugar de uno solo.
—¿Y cómo puedes saber eso? —pregunté.
Él se acercó, y mi mente conjuró una imagen de él en su forma
de lobo sustancialmente grande, con el hocico chorreando sangre.
Acababa de matar a los Wargs, los había destrozado con sus
enormes mandíbulas, y cuando adoptó su forma humana, la sangre
seguía allí, goteando por su barbilla. Parecía un salvaje, una bestia.
Era tan aterrador entonces como ahora, sólo que ahora el miedo
venía de otra parte. Era esa sensación de reconocimiento, como si
conociera su olor, lo que estaba empezando a jugar en mi mente.
El miedo de que mi mundo estaba a punto de hacerse trizas una vez
más.
—Soy el hermano de tu madre.
Mi corazón dio un fuerte golpe, y luego se calló.
—¿Tú eres... mi tío?
Toross asintió.
—Lo supe desde el momento en que te olí.
—¿Por qué no...? —Hice una pausa, parpadeando con fuerza
y sacudiendo la cabeza—. Espera, ¿por qué no me dijiste... que...?
Me costaba hablar, y respirar. Él llamó a alguien, pero no
pude oír lo que dijo exactamente. Mi visión nadaba, la conciencia
se me deslizaba. Me sentí caer al suelo y, cuando la oscuridad se
asentó, lo último que vi fue a Toross tapándome con una manta.
Cuando volví en mí, estaba boca arriba en algún lugar
tranquilo y cómodo. Tenía la espalda agarrotada, me dolían los
huesos y aún me latía la cabeza, pero enseguida me di cuenta de
que estaba en una cama. Intenté levantarme, pero alguien me puso
una mano en el pecho para impedir que me moviera.
—No tan rápido —advirtió Toross—, te has desmayado.
Parpadeé, y luego miré a su alrededor. Estábamos en una
tienda, pero no era mi tienda. Esta era más grande, había mantas
peludas por todas partes, y trozos de muebles y decoraciones que
no tenía en la otra. Era rústico, como el templo de un chamán, con
velas encendidas y huesos de animales dispuestos por el lugar
como si tuvieran algún tipo de significado espiritual.
—Me desmayé... —Repetí.
—Esperaba algo así. —afirmó Toross.
Me di cuenta de repente que cuando me desmayé estaba en
mi forma de loba, pero ahora era humana otra vez. Presa del pánico,
me arropé con las mantas que me habían echado por encima hasta
el cuello. Nadie me había vestido después de cambiar de forma.
Eso era algo a lo que iba a tener que acostumbrarme, e incluso
anticiparme. No podía estar en pelotas todo el día y tener mis partes
constantemente a la vista.
—Tú... me dijiste que eras mi tío. ¿Es eso cierto?
—Lo es. La revelación fue demasiado para ti.
—Eso es un eufemismo.
Reflexioné un momento, buscando en sus ojos. No podía ver
mucho de mí misma en él, pero, de nuevo, estaba pensando en mi
antiguo yo, esa chica tímida de Carnaby Street. Cuando pensaba en
mí como el hada que era, con mi pelo plateado y mis orejas
puntiagudas, y mis brillantes ojos azules, entonces sí; era muy
parecida a él, era como mirarse en una especie de espejo, aunque
la imagen estuviera un poco deformada.
—Yo... tengo tantas preguntas. —dije.
—Lo sé, y estoy dispuesto a responderlas. En realidad... sabía
que algún día volverías.
Fruncí el ceño.
—¿Lo sabías?
Giró la cabeza hacia un lado.
—Tu madre lo hizo.
Tragué con fuerza, temiendo la siguiente pregunta, y la
respuesta.
—Mis padres...
Toross se volvió para mirarme, sus ojos se ablandaron, se
oscurecieron. Sacudió la cabeza.
—Siento tener que ser yo quien te lo diga.
Cerré los ojos, luchando contra la repentina e inmediata
oleada de lágrimas. Mi corazón se apretó con fuerza, mi respiración
se entrecortó y el frío me llenó como si me hubieran sumergido en
un lago helado. Sabía que estaban muertos. Lo sabía, en mi
corazón, desde hacía mucho tiempo, pero supuse que guardaba más
esperanzas de la que había previsto.
La esperanza de que aún estuvieran vivos.
Volví a tragar, de forma inaudible, y dejé que el momento se
asentara y se consumiera a fuego lento. Finalmente, volví a abrir
los ojos y lo miré.
—¿Puedes decirme qué pasó? —pregunté finalmente.
—Tu madre era... poderosa. Se llamaba Evelynth, aunque le
gustaba que la llamaran Eve. Era nuestra líder antes de Ashera.
Orgullosa, fuerte, ferozmente astuta y fácilmente la mujer más
inteligente que había conocido. La admiraba, no sólo como mi
Alfa, sino como mi hermana mayor.
—Alfa...
La palabra que salió de mi boca conjuró imágenes de una loba
gruñendo que golpeaba a sus enemigos, desgarrándolos con sus
dientes, y luego aullando a la luna llena en el cielo nocturno. Ni en
un millón de años habría imaginado que mi madre fuera algo
remotamente parecido.
—Ella no quería la responsabilidad —continuó Toross—,
pero después de que nuestro padre muriera tratando de derrotar al
Rey y sus fuerzas, el mando recayó en ella como la mayor de
nosotros para liderarnos.
—El Rey mató a mi... ¿a mi abuelo?
—Y a la abuela. Nos retiramos después de que los asesinara.
Creyéndonos derrotados para siempre, declaró que su nuevo
nombre familiar era Wolfsbane.
Otro gélido escalofrío frío me atravesó. Wolfsbane*. ¿Estuvo
el Príncipe involucrado en esa pelea? ¿Tuvo algo que ver con el
asesinato de mis abuelos? Tenía preguntas, muchas preguntas. No
podía pensar en cuál hacer primero, cuál era la más importante. Nos
sentamos en silencio por un momento mientras yo repasaba todo
en mi cabeza. Finalmente, me decidí por lo que parecía la pregunta
más obvia.
—¿Quién era mi padre? —pregunté.
—Tu padre... se llamaba Michael, un humano que había caído
a través de un portal en el solsticio de invierno y se había perdido
en el bosque. Tu madre lo encontró, congelado, moribundo. No
quería que se convirtiera en Wenlow, así que lo trajo aquí, lo
calentó y lo cuidó hasta que se recuperó. Nuestra gente se opuso.
Nunca se había traído a un humano a este lugar, pero ella era la
Alfa, y su palabra era ley.
—Ella lo salvó...
Toross asintió.
—Durante días no quiso abandonar su tienda. Hablaron hasta
bien entrada la noche y la mañana. Tenía curiosidad por saber más
sobre él, su mundo, de dónde venía. Algunos dicen que su
curiosidad fue siempre su mayor debilidad. Otros discrepan; dicen
que ella tenía un corazón humano mucho antes de entregarle el
suyo a él. Al final, la mayoría lo aceptó como su pareja.
Casi podía verlo en mi mente. Mi madre, fuerte, poderosa,
enamorándose de un hombre que no pertenecía a este mundo, que
no estaba hecho para sobrevivir aquí, y del que, sin embargo, no
podía alejarse. Me recordó al Príncipe, y la forma en que se
encariñó conmigo.
—Era el belore de mi madre... —Solté, pensando en voz alta.
Él frunció el ceño.
—¿Cómo conoces esa palabra?
Aquel frío que había sentido se convirtió de repente en un
calor ardiente que hizo que todo mi cuerpo se estremeciera.
—La he oído en algún sitio. —Mentí—. He captado cosas
desde que estoy aquí.
—Lo que me lleva a una pregunta propia. ¿Cómo llegaste
aquí?
—Yo... vine a través de un portal.
—Obviamente. ¿Pero qué portal? ¿Y cómo? ¿Cuándo?
Busqué en su rostro, tratando de entenderlo. No tenía ninguna
duda de que me estaba diciendo la verdad sobre mi madre, sobre
él. Podía ver la verdad en sus ojos, podía olerla en su piel. Pero si
yo podía hacer eso, él también podía, y probablemente él era mucho
mejor que yo para averiguar si la gente le estaba mintiendo. No
creía que hubiera ninguna forma de evitar decirle la verdad, aunque
pudiera tomarme un par de libertades creativas. Suspiré.
—Te lo diré, pero antes tengo otra pregunta.
—Ya he respondido a varias.
—Lo sé, pero por favor. Es importante, y.… puede que
incluso sea relevante para el motivo por el que estoy aquí.
Estaba tentando a la suerte. Me daba cuenta de eso.
Exhalando profundamente, Toross asintió.
—Haz tu pregunta.
—Si mi madre y mi padre estaban aquí, ¿cómo acabé en el
mundo humano?
Me miró a los ojos y luego bajó la mirada.
—Hay dos razones para eso. La primera tiene que ver con tu
padre. Dije que la mayoría de nosotros lo aceptó, pero no todos. No
podía cambiar de forma, no podía hacer magia y olía demasiado a
humano para algunos. Hubo un atentado contra su vida por parte
de su Beta en ese momento. Su Beta había querido ser su pareja,
pero ella le había dado ese privilegio a un humano, y él lo odiaba.
—¿Alguien intentó matar a mi padre?
—Casi lo consiguió. Tu madre se vio obligada a matar a su
Beta en combate. Después de eso, su control sobre la manada
comenzó a perder fuerza. Ella nombró a Ashera como su nueva
Beta porque no confiaba en muchos de los otros.
—¿Por qué no a ti?
—Así no es cómo funcionan las manadas. Los hermanos no
pueden estar a cargo al mismo tiempo, y Ashera era una opción
mucho mejor que yo. Más o menos al mismo tiempo, tu madre se
enteró de su embarazo... y no mucho después, recibió la visita de
un Emisario del Destino.
—¿Un qué?
—Es difícil de explicar. Pero el emisario le dijo que serías
especial, y que debías ser protegida... y que ella moriría tres días
después de dar a luz.
Las lágrimas amenazaron con derramarse de nuevo. Toross
parecía estar a punto de dejar de hablar, pero negué con la cabeza.
—Por favor... continúa.
Asintió con la cabeza.
—Ella no le contó a nadie la visita del emisario, excepto a tu
padre. Juntos formularon un plan para sacarte a escondidas de
Arcadia, para ponerte fuera del alcance del resto de la manada. La
noche después de tu nacimiento, me pidió que fuera con ella y tu
padre al bosque. Esa noche te tuve en mis brazos por primera vez,
momentos antes de que tu madre abriera un portal para que yo
entrara en el mundo humano...
—¿Tú... me llevaste a la Tierra?
—Me dijo que había hecho arreglos para que vivieras con
unas amigas de tu padre. Que te estaban esperando, y que habían
jurado no contárselo nunca a nadie. Ni siquiera a ti.
—¿Por qué no fue conmigo?
—Ella sabía que no sería capaz de dejarte ir. Era la única cosa
que sabía perfectamente que era demasiado débil para hacer. Lo
último que hizo por ti fue ponerte un glamour humano que te durara
toda la vida, sólo que, para hacerlo, tuvo que renunciar a su propia
casi inmortalidad. Ella sabía que moriría pronto, de todos modos.
Fue una elección fácil.
—¿Qué pasó entonces?
Sonrió, como si recordara un bonito, pero triste recuerdo.
—Te dijo que te quería, que siempre te cuidaría... y que
esperaba que nunca volvieras a este peligroso lugar.
Las lágrimas se desbordaron, ahora. Apreté la cara contra la
manta peluda para secarlas. No volví a abrir los ojos. En su lugar,
me limité a moquear y sorber.
—Cuando volví del mundo humano, tu madre y tu padre
estaban... muertos. Habían muerto juntos, en silencio, uno al lado
del otro y cogidos de la mano a la sombra de un alto árbol. Quemar
su cuerpo fue lo más difícil que he tenido que hacer.
No sabía qué decir. Ni siquiera estaba segura de poder hablar,
pero sabía que él quería escuchar mi versión de la historia.
Necesitaba saber por qué estaba aquí, y ahora que me había dicho
cuál era el último deseo de mi madre, quería saberlo más que nunca.
¿Cuánto tiempo podría ocultarle la verdad? ¿Qué conseguiría con
ello?
Toross me alcanzó el hombro con su mano y me apretó
suavemente.
—A mí tampoco me ha gustado volver a hablar de esto. —
aseguró—. Esperaba... contra toda esperanza... no volver a verte,
pero estás aquí. —Asentí con la cabeza, aún en silencio—. Necesito
saber por qué, qué te trajo de vuelta aquí, dónde has estado, qué has
visto. Es importante.
—Lo sé. —murmuré entre las mantas—. ¿Podrías darme un
minuto? Por favor.
Me soltó el hombro y se puso de pie.
—Estaré fuera. Tómate el tiempo que necesites.
Oí sus pisadas mientras atravesaba la cortina de lana que
separaba esta habitación del resto de la tienda. Me abandoné al
llanto, ahora, permitiendo que toda mi gama de emociones saliera
a borbotones. Gullie había estado en mi pelo todo el tiempo,
escuchando en silencio. Se acercó a mi oído y me acarició la nuca,
como había hecho muchas veces antes.
—Lo siento... —susurró—. Estoy aquí...
—Lo sé. —grazné—. Lo sé.
*Wolfsbane: Matalobos.
13
e se minuto que había pedido se convirtió en un par de
horas, aunque no tenía forma de saber exactamente
cuánto tiempo había pasado. Tenía los ojos hinchados
y rojos, me escocía la nariz de tanto limpiármela y el pecho me
dolía como el infierno. No importaba cuánto tiempo pasara, el
dolor nunca parecía desvanecerse, ni siquiera un poco.
Fue Mira quien rompió el silencio de las horas, entrando
cautelosamente en mi tienda con un plato de comida en una mano
y una bebida en la otra. Melina estaba con ella, de pie sobre su
hombro, observando si las dejaba entrar a las dos. Asentí
dócilmente, y las chicas vinieron y se unieron a mí junto a mi cama,
sentándose en el suelo a mi lado.
—Pensé que tendrías hambre. —dijo Mira.
Sacudí la cabeza.
—No tengo, pero gracias.
—Tienes que comer.
Sacó una pieza de fruta del plato y me la entregó. Estaba
caliente y cocida, y olía... ¿es fruta de Lerac? Recordé vagamente
que, en otra vida, a mamá Pepper le gustaba hacer pasteles con fruta
de Lerac porque olía y sabía muy parecido a las manzanas, pero
eran frutas de hadas. Eso las hacía más especiales, de alguna
manera. El recuerdo me hizo recordar mi hogar, y si hubiera estado
en otro estado de ánimo, eso me habría hecho sentir mejor. En
cambio, solo hizo que volviera a acercarme las mantas a los ojos y
los cerrara con fuerza. Entonces sollocé un poco más, en voz baja,
tratando de guardarlo para mí.
—Ninguna de nosotras sabe lo que pasó. —declaró Mel—.
Toross vino a buscarnos de repente, dijo que quizá necesitarías a
alguien con quien hablar.
No respondí.
—¿Qué te dijo? —Presionó Mira, y luego bajó la voz—. ¿Fue
inapropiado contigo? Porque lo mataré sí lo hizo.
Le lancé una mirada mortificada.
—Qué asco, no. —respondí sacudiendo la cabeza—. ¡Es mi
tío!
—Tu... ¡¿qué?!
—¿De verdad no te lo dijo
—No nos han dicho prácticamente nada desde que llegamos
aquí. Al Prin… Colin le han dicho aún menos.
Me animé.
—¿Lo has visto? ¿Cómo está?
—Mejor. Recuperándose. Preguntó por ti y yo... bueno, no
sabía qué decir.
Preguntó por mí. Me limpié las lágrimas en la manta y la
metí bajo la barbilla.
—Probablemente sea mejor que no le digas nada.
Mira me llevó la fruta a los labios.
—No me hagas obligarte a comer.
De mala gana, abrí la boca y le permití que me diera la fruta.
No mastiqué, no de inmediato, no hasta que sus ojos se abrieron de
par en par y ella hizo esa cosa con su cara cuando estaba enfadada
en la que sus fosas nasales se encendían y sus labios se apretaban
en una fina línea.
Mastiqué, luego tragué, y aunque no estaba adormecida por
el sabor, no obtuve ningún placer de él. Me pareció sosa, insípida.
Cuando terminé con ese trozo de fruta, ella volvió a sentarse sobre
sus rodillas.
—Mejor —dijo, dejando el plato en el suelo—, pero no
esperes que te dé el resto. Ahora, siéntate y come.
—Y cuéntanos más sobre lo de tu tío. —añadió Melina—
¿Cómo sucedió?
Respiré profundamente y exhalé.
—De la nada, parece, casi no lo creo.
—¿Crees que te está mintiendo?
—No. Es que... me dijo que mi madre era la Alfa antes de
Ashera, que se enamoró de un humano, pero que tuvo que renunciar
a mí porque no quería que yo, una mestiza, creciera aquí.
—Inteligente —declaró Mira—, probablemente no habrías
sobrevivido en Arcadia, incluso entre esta gente.
—Eso es lo que dijo Toross. Al parecer, los niños de la luna
no estaban muy contentos de que mi madre hubiera tomado a un
humano como compañero. También me dijo que había sido visitada
por un... ¿emisario? Creo recordar.
—¿Un emisario? —preguntó Mel— ¿Un emisario de qué?
—Del destino. —respondí. Bajé la cabeza—. Le dijo a mi
madre que yo sería especial, de alguna manera.
Ella asintió a las marcas de mi mano.
—No se equivocó. Sin embargo, ¿por qué no te protegió ella
misma?
Apreté la mano en un puño y examiné la marca.
—Porque también le dijo que moriría tres días después de
darme a luz, y ella lo creyó. Hizo los preparativos para llevarme de
contrabando al mundo humano. No sé cómo conocía a mis otras
madres, pero debía hacerlo. Cuando Toross regresó de su misión,
dejándome con las mujeres que me criaron, mi madre y mi padre
estaban... muertos.
Decirlo me dolió de nuevo. Sentí que el pecho se contraía
sobre el corazón y los pulmones, dificultando al instante la
respiración. Empezaron a aparecer las lágrimas. Cerré los ojos para
intentar detenerlas, pero no funcionó. Oí a Gullie pasar zumbando
por mi oído y revolotear en algún lugar frente a mí. Un momento
después, una pequeña nube de polvo de hadas me acarició las
mejillas y la nariz. Inhalé lentamente y, poco a poco, el dolor de mi
pecho empezó a remitir. Despacio, con el tiempo, recuperé la
capacidad de respirar con normalidad, pero fue una batalla muy
reñida incluso con la ayuda de Gull.
—Esto es ridículo. —afirmé, mientras las lágrimas caían
libremente por mis mejillas—. Ni siquiera los conocí. ¿Por qué
estoy tan jodidamente triste?
Mel y Mira permanecieron en silencio. Hacían lo posible por
entenderme, pero probablemente esto era algo a lo que no estaban
acostumbradas. Nunca había visto a ningún hada derramar ni una
sola lágrima. Ni siquiera estaba segura de que pudieran llorar, y
mucho menos de que entendieran todo esto.
—Eran tus padres. —Me consoló Gullie—. No importa si
nunca los conociste, tu corazón los conocía.
Respiré profundamente otra vez y exhalé.
—No puedo estar sentada en esta cama todo el día.
Mira asintió.
—Estoy de acuerdo. Deberías levantarte y empezar a
entrenar. Esta gente quiere que pases sus pruebas, y no parecía que
la Alfa fuera a darte una segunda oportunidad.
Me senté erguida, manteniendo la manta levantada y por
encima de mi pecho.
—Quieren que mate. No sé si puedo hacerlo.
—Vas a tener que pensar en algo, entonces. No estoy segura
de que nuestras posibilidades de escapar de este lugar sean muy
altas, incluso si salimos de aquí sobre tu espalda.
—Eso no va a suceder.
—La única manera de salir es a través del portal, ¿verdad? —
preguntó Mel. También se había dado cuenta de eso—. Así que, te
prepararemos, y cuando llegue el momento de matar... no sé. Lo
resolveremos.
—No hay nada que resolver. Si no voy a matar a nadie,
entonces tenemos los minutos contados. Será mejor que
empecemos a buscar una forma de salir de aquí. Es lo que Colin
sugirió, de todos modos.
—¿Te pidió que te fueras? —preguntó Mira.
—Me habló de la reputación que tiene esta gente. Que son
peligrosos, que son caníbales.
—He oído las mismas historias —dijo Mel—, pero también
he oído hablar de que se trata de gente profundamente espiritual
motivada por las virtudes y no por los vicios. Depende de nosotras,
aquí y ahora, tratar de saber cuál de ellas es cierta.
—Bueno, aún no he visto que se coman a nadie.
—Todavía. —añadió Gullie—. Pero la noche es joven, como
dicen.
—Incluso si eso es cierto, dudo que tengas mucho de qué
preocuparte.
—Sí, no tengo mucha carne.
Fruncí el ceño.
—Porque tienes alas, no porque seas básicamente un
aperitivo. —Sacudí la cabeza—. Y quiero que las uses. Prométeme
que, a la primera señal de problemas, te elevas en el aire y te vas
de aquí.
—Si estuviera lista para salir corriendo a la primera señal de
problemas, ya me habría ido.
Me rugió el estómago y miré de reojo el plato que había en el
suelo. Mira, al darse cuenta, lo recogió y me lo entregó. Un
momento después, estaba comiendo frutas y trozos de pan,
satisfaciendo a la hambrienta animal que llevaba dentro y que
acababa de despertar de su siesta.
—Si vamos a salir de aquí —aclaró Mira—, tenemos que
hacerlo de noche, al amparo de la oscuridad. También tendremos
que coordinarlo con antelación teniendo en cuenta que dormimos
en diferentes tiendas de campaña.
—Así es. —añadió Mel—. Y debes tener en cuenta a tu
compañera de habitación.
Lora.
—Mierda. —Solté después de tragar un bocado de fruta—.
Me había olvidado de ella.
—También te olvidas de toda la situación de tu tío. Hoy te ha
salvado la vida ahí fuera. ¿Realmente vas a abandonarlo? —
preguntó la duendecilla.
—No lo sé, Gull. Siento que se lo debo, pero también siento
que todos estamos en peor peligro cuanto más tiempo nos
quedemos aquí. Tal vez deberíamos irnos en la oscuridad de la
noche y dirigirnos al borde del bosque tan rápido como podamos.
—Tenemos otro problema —dijo Mel—. Trajeron a Ollie
aquí, pero no pudieron traer el carruaje a través del círculo de
piedra. Era demasiado grande.
—No lo vi la última vez que estuve allí. ¿Dónde está? —
pregunté.
—Por lo que sé, aparcado en algún lugar cercano. Debería
estar todavía intacto. Lo único es que tendríamos que llegar a él
antes de poder usarlo, eso significa que tenemos que salir de este
lugar a pie con un alce gigante a cuestas. Podemos descartar
totalmente el enfoque sigiloso.
Reflexioné mientras pensaba.
—Necesitaremos una distracción... algo que los mantenga
ocupados mientras escapamos. Esto va a necesitar una
planificación muy cuidadosa si queremos hacerlo bien.
Una tensa pausa recorrió la habitación mientras las cuatro
considerábamos lo difícil que podría ser esta fuga. Ya había
muchas piezas en movimiento en las que pensar, y la noche se
acercaba rápidamente. A medida que los segundos se convertían en
minutos, la gran prueba que teníamos por delante empezó a hacerse
realidad.
Teníamos que escudriñar el campamento, buscar la ruta más
rápida para escapar, y averiguar cómo llegar todos desde nuestras
tiendas hasta el círculo en la cima de la colina sin que nos
detuvieran, todo ello antes de que anocheciera. Parecía una tarea
imposible, y ser atrapados probablemente significaba la muerte,
pero la alternativa era peor. Quedarse aquí significaba someterse a
otra serie de agotadores entrenamientos y tareas que sólo acabarían
de una manera: teniendo que matar a alguien.
Eso era algo que no estaba preparada para hacer, y ya era
razón suficiente para que nos fuéramos. Pero irnos también
significaba no tener que lidiar cada momento con el recuerdo de mi
madre y mi padre. Cuanto más tiempo me quedara aquí, más
querría saber, y eso era una perspectiva peligrosa por sí sola. No
porque tuviera miedo de lo que pudiera descubrir, sino porque si
aprendía demasiado, podría no querer irme.
—Tengo que decírselo al Príncipe. —anuncié, manteniendo
la voz baja—. Tiene que saber lo que estamos planeando, tal vez
pueda ayudar.
Mira puso los ojos en blanco.
—Probablemente querrá hacerse cargo de toda la operación.
—Hombres. —Soltó Mel con un gemido.
—No se lo permitiré. Este es nuestro plan, y aquí fuera ya no
es el Príncipe. Sólo es Cillian.
Melina sonrió.
—¿Le vas a decir eso? ¿O es el pequeño secreto que
guardarás para ti?
Ladeé una ceja, devolviendo la sonrisa.
—Ya se lo he contado.
—Y saliste de una pieza. Estoy impresionada.
Asintiendo con la cabeza, estaba a punto de salir de la cama
cuando me di cuenta de que todavía estaba desnuda aquí abajo.
—Uh... alguna de vosotras trajo…
Mel se acercó a un lado y me tiró la ropa.
—Me adelanté a ti. —contestó.
Después de cambiarme, me dirigí a la entrada de la tienda y
miré hacia afuera, Toross estaba cerca, probablemente esperando a
que las otras chicas salieran para poder entrar y hablar conmigo.
Mira había accedido a distraerlo mientras yo me escabullía,
dándome la oportunidad de verla trabajar. Al principio se había
mostrado reacia a hacerlo, pero en cuanto lo vio, apareció esa
máscara perfecta suya y captó fácilmente su atención. No pude oír
exactamente lo que decía, pero me pareció que estaba preguntando
por los niños de la luna, por el campamento. Con esos grandes ojos
violetas y un pequeño mechón de pelo enroscado en los dedos, no
sólo había captado su atención, sino que la había mantenido
fácilmente.
Con demasiada facilidad.
Espera un momento.
—¿Está coqueteando con él? —Le siseé a Mel.
—No sé cómo coquetea, pero... creo que sí. —respondió.
—No puede hacer eso; ¡es mi tío!
—No te preocupes por ella; ahora es tu oportunidad, ¡vete!
—¡Eh, espera...!
Mel prácticamente me empujó fuera de la tienda. Tan pronto
como me tambaleé al aire libre, me agaché a un lado y comencé a
moverme rápidamente hacia donde tenían al Príncipe. Mantuve la
mirada baja, traté de no hacer contacto visual con nadie, pero era
bastante fácil de detectar, y ahora tenía sentido.
Todos debían saber quién era yo, quién era mi madre.
No era sólo que tuviera la marca del lobo blanco, sino que era
la hija de una antigua Alfa, y eso ponía las cosas en perspectiva.
Razón de más para salir de aquí.
Llegué a la tienda del Príncipe a toda prisa, y me detuve a
escudriñar la zona cercana en busca de señales de que me hubieran
visto llegar aquí. El lugar estaba tranquilo, no parecía haber nadie
alrededor. Gullie volvió a apretarse contra el dorso de mi mano,
convirtiéndose en un tatuaje en mi piel, y entonces aparté la cortina
para atravesarla, sólo para que una mano me empujara y me
agarrara del cuello.
El Príncipe me metió en la tienda y me rodeó la garganta con
sus dedos. Y mientras lo miraba a los ojos, con puro horror, supe
que no era él quien estaba allí, sino su hermano. Radulf.
14
— ¡ Suéltame! —Croé.

—Tú. —Siseó, su voz salió como una gárgara— Solo tú, tú,
tú nos traerías a este miserable lugar rodeado de estos asquerosos
perros.
Forcejeé con sus manos, tratando de apartarlas de mi cuello,
pero él era más fuerte que yo, incluso con mis nuevos y extraños
dones.
—Cillian. —rogué—. Por favor... vuelve.
—No puede oírte. —aseguró Radulf, y su mano se cerró aún
más alrededor de mi garganta—. Y ahora que te tengo en mis
manos, ¿realmente crees que voy a soltarlo, aunque sea por un
instante?
Me empujó al suelo y se dejó caer encima de mí, rodeando mi
cuello con su otra mano. Intenté hablar, pero era imposible. No
podía respirar, no podía hablar, apenas podía pensar. Estaba
intentando matarme; iba a conseguirlo si no hacía algo antes de
desmayarme.
Lo único que se me ocurrió fue cambiar de forma.
Pero funcionó.
El repentino cambio en las dimensiones de mi cuello significó
que sus manos ya no estaban presionando tan fuertemente contra
mi tráquea. Eso me dio la oportunidad de presionar mis grandes
patas traseras contra su estómago y empujarlo lejos de mí con toda
la fuerza que pude reunir.
Fue suficiente.
Retrocedió, se tambaleó y cayó al suelo. Me enderecé
rápidamente y me abalancé sobre él antes de que pudiera
levantarse, empujándolo de nuevo hacia abajo con una poderosa
carga en el hombro. Cuando intentó levantarse de nuevo, le gruñí
y le enseñé los colmillos. Sabía lo grande que era en esta forma, y
ni siquiera él era totalmente inmune a la amenaza que representaba.
—¿Quieres luchar contra mí? —gruñí—. Haz tu movimiento
y me aseguraré de que te arrepientas.
—Hazme daño a mí y se lo harás a él. No creo que te atrevas.
—Pruébame.
Se levantó, y yo me puse en acción. Tuve una oportunidad de
ir a por su cuello y la aproveché, apretando mis mandíbulas
alrededor de él y tirándolo al suelo. Se agarró a mi espalda y luchó
por liberarse, pero al cabo de un momento su lucha empezó a
debilitarse. En lugar de intentar arrancarme trozos de piel, se agarró
a mí como si fuera su vida.
—¡Dahlia! —gimió mientras me rodeaba el cuello con sus
brazos. Fue un cambio con respecto a sus manos.
Quería soltarlo para poder hablar, pero ¿cómo sabía que no
era un truco? Utilicé todo el peso de mi cuerpo para inmovilizarlo
en el suelo, incluso mientras tiraba de mis dientes sólo un poco, lo
suficiente para que no cortaran la carne de su cuello. Ya podía
saborear algo de su sangre en la lengua, y odiaba estar haciéndole
daño, pero no supe qué otra cosa hacer.
Él me apretó lentamente, pero no fue un intento de
estrangulamiento. Intentaba abrazarme, estrecharme, tenerme
cerca. Pude oírle respirar larga y profundamente mi piel, y entonces
supe que era él. Sabía que mi olor había liberado el control que su
hermano tenía sobre su cuerpo. Tiré de mis dientes aún más,
retirándolos de su cuello por completo.
—Lo siento —dijo contra mi piel—, se apoderó de mi
mientras dormía.
—Está bien —susurré—. Estoy aquí.
—Puedo sentirlo incluso ahora. Está esperando su momento
para volver a aparecer. ¿Cómo se ha hecho tan fuerte?
Arqueé el cuello hacia arriba para verlo bien, pero él no podía
bajar su mirada para encontrarse con la mía. Sufría dolor, no físico,
sino emocional. Las venas de su cuello estaban tensas, su piel
estaba enrojecida por el esfuerzo, y ni siquiera podía soportar
mirarme. Esto le estaba matando, y a mí también.
—¿Qué puedo hacer? —Le pregunté—. Dime qué hacer.
—No lo sé. El olor de tu camisa lo mantuvo alejado por un
rato, pero no puedo estar despierto todo el tiempo.
—Lo sé. Tiene que haber una manera de vencerlo.
Finalmente me miró.
—No quería hacerte daño.
Asentí con la cabeza.
—Te creo. Está bien.
—No lo está. ¿Y si hubiera tenido un arma? Quiere matarte,
Dahlia. Puedo sentirlo, su ira, su rabia. Tú eres la única que rompe
su vínculo, tu olor, estar cerca de ti.
Sacudí la cabeza.
—No, creo que es más que eso.
—¿Más?
—Creo que es nuestro vínculo, esta conexión que tenemos.
—Pensé... que no creías…
Respiré profundamente.
—Las circunstancias han... cambiado.
Sus ojos se entrecerraron y me observó con curiosidad. Abrió
la boca para hablar, para hacerme una pregunta, pero entonces
gimió y echó la cabeza hacia atrás. Me soltó la piel y golpeó el
suelo con los puños, con fuerza. Me levanté y me puse encima de
él, pero no fui a ninguna parte. Tenía que estar preparada para
morderle de nuevo si era necesario.
—No puedes mantenerme alejado para siempre. —Raspó con
una voz ronca y gutural—. Ella no puede protegerte eternamente.
—Déjala fuera de esto. —rugió el Príncipe, su voz volviendo
momentáneamente a la normalidad—. Dahlia, corre. No puedo
retenerlo.
Lo miré fijamente, el pánico se apoderó de la parte posterior
de mi garganta y comenzó a sellarla. Miré la solapa cerrada que
conducía a la salida de la tienda, y luego volví a mirarlo a él. ¿Qué
iba a conseguir corriendo? ¿Adónde iba a ir? ¿Y qué le pasaría si
alguien se enteraba de quién era y de lo que estaba pasando aquí?
Tenía que detenerlo, tenía que ayudarlo, y entonces algo hizo clic
dentro de mí.
Me dejé caer sobre él de nuevo mientras luchaba consigo
mismo. Se agarró a mí, pero en lugar de morderle, volví a cambiar
de forma, perdiendo mi forma de loba y convirtiéndome en
humana. Le cogí la cara con las manos y le besé larga y
profundamente. Al principio se resistió, pero luego su lucha pareció
calmarse, aunque sólo un poco.
—No me dejes —susurré en su boca—. Vuelve a mí.
Encuentra el camino de vuelta.
—Yo... Dahlia... —gimió en mi boca— No puedo.
—Sí, puedes. Tú eres el Príncipe. Eres mi Príncipe.
¿Entendido? Mío, y de nadie más.
No le dejé hablar de nuevo. En su lugar, lo besé aún más
profundamente, hundiendo mi lengua en su boca y tratando de
encontrar la suya. Él me rodeó ahora con sus brazos,
estrechándome, con sus dedos tocando la piel desnuda de mis
hombros y mi espalda. Una vez que me tuvo entre sus brazos, bajé
rápidamente las manos y encontré el dobladillo de sus pantalones.
—Vuelve a mí. No pienses en él, Cillian, piensa en mí.
Gimió en mi boca mientras yo metía la mano en sus
pantalones y lo envolvía. Estaba cálido, y grueso, y un poco
excitado. No podía creer que me hubiera apoderado de él de forma
tan descarada, pero una vez que lo tuve en mi mano, sólo tardé un
momento en excitarlo del todo.
Cuando estuvo listo, lo saqué de sus pantalones y me puse a
horcajadas sobre él, guiándolo hacia mí. Ya estaba mojada, ya me
dolía y estaba tan desesperada por experimentar este momento
exacto. Aunque no pude saborear el primer instante de contacto
placentero, nadie pudo evitar que gimiera, exultante, mientras lo
tomaba dentro de mí. Acariciando de nuevo su cara, sin romper ni
una sola vez el beso, bajé lentamente sobre él, disfrutando hasta el
último centímetro de ese primer y gradual empujón.
—Dahlia... —Jadeó.
—Sí. —dije en su boca—. Di mi nombre, mantenlo en tus
labios. No puede llegar hasta ti si te tengo.
—Dahlia. —repitió.
Lentamente, hice que mis caderas volvieran a subir, y luego
bajé una vez más, dejando que mi cuerpo tuviera tiempo suficiente
para adaptarse a la sensación. Era casi como una experiencia
corporal externa. Todos y cada uno de mis miembros temblaban,
mi corazón palpitaba con fuerza, mi cabeza latía con fuerza, pero
estaba preparada para él, ahora.
Mi mente se despejó, mis instintos tomaron el control y mis
caderas se movieron como si tuvieran vida propia. Al principio, con
cuidado, me agarré a él, sintiendo cómo entraba y salía de mí y
gimiendo de placer en el vértice de cada pulso placentero.
Sus manos bajaron por la curva de mi espalda hasta posarse
en mi trasero, pero no intentó controlar el ritmo de nuestros
cuerpos. Lo dejó en mis manos, sin romper el contacto con mis
labios y asegurándose de mantener mi nombre a raya.
Estaba funcionando.
Podía sentirlo, Cillian; no su mente, sino su alma. Sabía que
era él cuando me sentaba a horcajadas y lo montaba en el suelo.
Nunca había hecho esto antes; ser tan lanzada con un hombre. Él
fue el primero. El único que importaba. Mi primero. Mi príncipe.
—Mío. —susurré, mientras lo besaba.
—Tuyo.
Sentí las yemas de sus dedos clavarse en mi trasero, sentí que
todo su cuerpo se tensaba debajo de mí, y supe lo que venía. Era el
momento. Ya había fantaseado con esto, pero nunca había
imaginado que ocurriría así; en el suelo de una tienda de campaña
en un pueblo lleno de faes lobo. ¿Cómo podría hacerlo?
Apreté con fuerza mis caderas contra las suyas,
introduciéndolo en mí tan profundamente como pude. Quise gritar
cuando él alcanzó su poderoso clímax, pero no pude. En lugar de
eso, mantuve nuestras bocas unidas y gemí dentro de la suya
mientras él latía y palpitaba dentro de mí.
Todo mi cuerpo se estremeció, mi piel cobró vida como si
estuviera envuelta en fuego cuando la misma sensación me
desgarró. Tardó un momento en calmarse, pero sólo cuando
terminamos rompí el contacto con su boca para mirarlo. Sus ojos
se abrieron lentamente, como si estuviera despertando de un
profundo sueño. Le sonreí y acaricié el lado de su cara, dejando que
mis dedos subieran y tocaran su cornamenta.
—¿Te sientes mejor? —Le pregunté.
Acarició mi espalda con una mano y tocó mi mejilla con la
otra.
—Sí...
—Bien.
—¿Y tú?
—Ahora que estás donde perteneces, sí.
—Donde pertenezco...
Asentí con la cabeza y volví a besarle.
—Belore.
Me miró a los ojos, recorriéndolos de izquierda a derecha.
—¿Qué... qué te ha pasado?
Hice que mis caderas se apretaran un poco contra él. Se
estremeció. Una de mis cejas se levantó y una sonrisa se dibujó en
mi cara.
—Tú, parece.
Él sonrió.
—Graciosilla.
—Debería bajarme de ti y volver a ponerme la ropa, sin
embargo... No sé cómo cambiar de forma sin perderla.
—Yo... no me voy a quejar de eso.
—No pensé que lo harías. He visto a algunos de los otros faes
conservar sus ropas. Es posible.
—No aprendas esa habilidad demasiado rápido, entonces.
Ahora que el momento había pasado, y había vuelto a mi
habitual y modesto ser, me apresuré a cruzar la habitación para
coger mi ropa y vestirme apresuradamente. No estaba segura de
cómo nadie nos había oído. Tenían que haber oído algo, ¿no? El
forcejeo, la pelea interna con su hermano, lo que pasó después.
¿Nadie nos había escuchado?
Después de asomar la cabeza fuera de la tienda, no parecía
que nadie lo hubiera hecho. Me di la vuelta de nuevo y volví a
entrar en la tienda. El Príncipe me cogió de la mano y me acercó a
él, y luego me pasó el pelo plateado por encima de mi larga y
puntiaguda oreja, colocando parte de mi cabello detrás de ella. Sus
dedos se detuvieron en mi oreja, jugando con ella.
Me estremecí.
—Gracias. —dijo.
—¿Por qué? —pregunté.
—Puede que me hayas salvado la vida. Otra vez.
—No lo convirtamos en un hábito, ¿de acuerdo?
—No puedo hacer ninguna promesa. Radulf está... sometido,
por ahora, pero no podemos hacerlo cada vez que amenaza con
tomar el control.
Me acerqué un poco más a él, presionando mi pecho contra
el suyo y levantando la barbilla.
—¿No podemos?
—¿Podemos?
—Creo que he desarrollado algo de hambre, ahora. Tiene que
ser esta forma de loba. Usarla siempre me da hambre, aunque antes
era de comida. Ahora es... a ti a quien quiero. Y comida también,
para ser claros.
—¿Cómo de rápido puedes volver a quitarte esa ropa?
Ladeé una ceja.
—Tentador, pero he venido aquí por otra razón.
—¿Y cuál es?
—Creo que deberíamos hacer lo que me pediste y salir de
aquí. Esta noche.
—¿Esta noche?
Asentí con la cabeza.
—He hablado con las demás. Creo que deberíamos irnos.
Como dijiste, si salimos rápido podríamos alcanzar la tormenta
antes de que se mueva de nuevo.
Frunció el ceño.
—¿Por qué tienes tanta prisa por irte ahora?
Sacudí la cabeza y suspiré.
—Es que... no creo que mi lugar esté aquí. Mi lugar está
donde estés tú, y tienes que ir al Veridian.
—¿Tienes un plan?
—Está... en marcha. Salir de aquí sin que se den cuenta va a
ser imposible, pero vamos a intentar elaborar una distracción que
podamos utilizar para enmascarar nuestra huida.
Él asintió, miró por encima de mi hombro y luego volvió a
mirarme.
—Muy bien. Dime lo que tengo que hacer.
15
e l plan está decidido: nos vamos al anochecer. Melina
iba a escabullirse por el campamento y liberar a Ollie.
Mira, mientras tanto, iba a conjurar una lluvia de luces
brillantes como lo había hecho la noche en que desvelé el traje de
la Constelación allá en el castillo, sólo que esta vez lo iba a hacer a
una escala mucho mayor.
Yo estaría con el Príncipe, tanto si los faes querían que me
quedara con él como si no. Cuando Mira enviara los fuegos
artificiales al cielo, él y yo nos dirigiríamos al círculo de piedra en
la cima de la colina y yo estaría lista para activarlo, derribando a
los guardias a medida que avanzáramos.
No era un plan perfecto. Nos estábamos dividiendo en tres
grupos, y eso significaba que era tres veces más probable que algo
saliera mal, pero no teníamos otra opción. Necesitábamos a Ollie
porque necesitábamos el carruaje, de lo contrario habría sido
mucho más sencillo. Llegar al Veridian a pie no era una opción. Ya
estaba lo suficientemente lejos de nosotros como para tardar días
en alcanzarlo, y eso si no se movía. Además, el carruaje nos serviría
de espacio para dormir, sobre todo durante la noche, cuando la
temperatura baja, y no tenemos refugio para el frío del invierno.
No me gustaba el plan, pero era lo mejor que podíamos hacer,
e íbamos a llevarlo a cabo.
El Príncipe se removió detrás de mí. Llevábamos un rato
instalados en su cama, desde que había vuelto de hablar con Mira
y Melina. Él había necesitado descansar porque sus heridas aún no
se habían curado del todo, y no quería que se despertara solo...
También me apetecía mucho hacer la cucharita después de todo lo
que había pasado hoy.
En un mundo donde era difícil de encontrar la comodidad,
esto era confortable, y correcto. Tumbada en la cama con su brazo
echado sobre mi hombro, el calor de su cuerpo contra mi espalda y
el recuerdo de lo que habíamos hecho hacía apenas unas horas
todavía fresco en mi mente. Todo mi cuerpo seguía sintiendo un
cosquilleo. Tuve que ser breve con Mel, de lo contrario me
preocupaba que pudiera sospechar lo que había sucedido entre
nosotros.
¿Y Gullie? Había estado dormida la mayor parte del tiempo,
tatuada contra mi mano, y no podía culparla. Era el lugar más
seguro para ella en este momento, fuera de la vista, fuera del peligro
y a salvo conmigo. El Príncipe me rodeó con sus brazos un poco
más fuerte y me olió profundamente la nuca.
Sonreí para mis adentros.
—¿Te sientes mejor?
—¿Has dormido? —preguntó.
—La verdad es que no.
—Necesitas descansar para esta noche.
—Lo sé, pero estaré bien. Estoy acostumbrada a no dormir
mucho. No dormí demasiado en el castillo la mayoría de las noches.
Me besó la nuca, encendiendo todo mi cuerpo.
—Cuando estemos fuera de este lugar, y libres de
maldiciones y pruebas, me aseguraré de que duermas
perfectamente todas las noches.
Me estremecí y temblé.
—¿Oh? ¿Y cómo puedes prometerme algo así?
—Me encargaré personalmente de que estés absolutamente
agotada.
Me empezaron a doler los dientes y de repente me entraron
ganas de morderle. Oh, Dioses.
—¿Por qué me encanta cómo suena eso?
—No estoy seguro de saber a qué te refieres.
Sacudí la cabeza.
—Antes de esto, antes de ti... nunca fui tan abierta, tan
excitable, tan hambrienta. ¿Qué me ha pasado?
—Pues no lo sé, pero puedo decirte una cosa. —Se arqueó y
me dio la vuelta, de modo que le miraba desde abajo. Puse una
mano en su mejilla y pasé las yemas de los dedos por su pelo
oscuro.
—¿De qué se trata?
—La mujer que eras atrajo mi interés y lo mantuvo. La mujer
en la que te estás convirtiendo atrae mi excitación y la conserva.
Ladeé una ceja.
—Demasiada excitación, espero. —Me llevé la mano a la
boca—. ¿Ves? ¡Nunca habría dicho eso antes! ¿Quién demonios
soy ya?
—Estás aquí para averiguarlo.
—¿Aquí, ¿dónde?
—Aquí. En Arcadia. Conmigo. Creo en el destino,
¿recuerdas? Estabas destinada a venir aquí; estabas destinada a
encontrarme. Pase lo que pase, estaba destinado a suceder.
Asentí con la cabeza.
—Supongo que yo también puedo creer eso. ¿Pero qué hay
de ti?
—¿De mí?
—Estoy creciendo y cambiando. Encontrándome a mí misma.
¿Es igual para ti?
Me besó suavemente la frente.
—Tus cambios son tan visibles por fuera como los que están
ocurriendo por dentro. Los míos son puramente internos.
—¿Qué es diferente para ti?
Cillian respiró profundamente y luego exhaló por la nariz.
—Siempre se me ha dado bien recibir órdenes, seguir reglas,
cumplir con mis obligaciones. Nunca habría pensado que me
encontraría una noche dejando el castillo en el que crecí,
abandonando mis deberes como Príncipe y la Selección Real, y.…
durmiendo con una chica humana en una tienda de campaña.
—¿Sólo... dormir con ella? —Aventuré.
Sus labios comenzaron a curvarse en una suave sonrisa.
—No, no... —Apreté mi dedo contra sus labios y le impedí
seguir adelante. Alguien se acercaba. Podía oír las pisadas, y no
eran pisadas ligeras y femeninas, sino pesadas y crujientes.
Me escurrí de debajo del Príncipe y me puse de pie antes de
que llegara quienquiera que fuera. Un momento después, Toross
abrió la cortina de nuestra tienda y se detuvo en la entrada justo
cuando el Cillian se puso en pie. Sus movimientos seguían siendo
lentos, y perezosos. Me pregunté si sería capaz de echar a correr si
fuera necesario.
—¿Interrumpo… algo? —preguntó Toross mientras nos
observaba a ambos.
El Príncipe se incorporó y lo miró desde su posición. Sabía,
ya, que era mi tío. Tampoco había podido ocultarle la historia que
me había contado sobre mis padres, aunque había omitido la parte
en la que su familia mató a mis abuelos.
Era mejor que no lo supiera por ahora.
—No. —Le contesté— ¿Qué es lo que necesitas?
Sus ojos se movieron de mí, al Príncipe, y luego de nuevo a
mí.
—Quiero enseñarte algo.
Fruncí el ceño.
—¿Enseñarme algo?
Extendió la mano.
—Sí, ven conmigo.
Miré a Cillian. No podía dejarlo solo, especialmente si no
sabía cuánto tiempo estaría fuera. ¿Y si Radulf volvía a salir
mientras yo no estaba? ¿Y si se manifestaba de nuevo en carne y
trataba de terminar el trabajo? ¿Qué aspecto tendría eso? Un breve
destello de la forma sombría de Radulf se cruzó en mis
pensamientos, y lo vi mirándome con desprecio. Sacudiendo la
cabeza, aparté el recuerdo.
—¿Puede... esperar? —pregunté.
—¿Esperar? ¿Para qué?
—No sé... ¿hasta mañana?
—No. Quiero que vengas conmigo ahora. Te traeré de vuelta
aquí cuando hayamos terminado.
El Príncipe me puso una mano en el hombro y me dio un
suave apretón. Sin tener que mirarle ni consultarle, supe lo que
había querido decir con eso. Estoy bien, ve y hazlo. Obviamente
tenía fe en que podría controlar a su hermano mientras yo no
estuviera. ¿Tal vez tenía algo que ver con lo que habíamos hecho
antes?
Tenía la corazonada de que no era mi olor lo que mantenía a
Radulf a raya, sino nuestro vínculo. Hoy habíamos cruzado un
umbral y reforzado ese vínculo, y tal vez eso fuera suficiente por
ahora, al menos. De cualquier manera, no parecía que Toross fuera
a dejarme en paz, así que decidí asentir e ir con él.
Le eché una última mirada al Príncipe mientras salía de la
tienda. Él asintió, y entonces me fui, siguiendo a mi tío a través del
campamento de los niños de la luna. Era media tarde, así que el
lugar estaba lleno de vida y movimiento. Había risas, gente que
hablaba, comida que se preparaba, ropa que se lavaba y se colgaba
en los tendederos repartidos por todo el lugar.
Pensé que iba a conducirme a la tienda principal, para
llevarme ante el Alfa, pero la rodeamos por completo, siguiendo un
pequeño camino que se alejaba de las tiendas y se adentraba en un
lugar tranquilo, ligeramente arbolado, muy apacible.
La luz del sol se abría paso a través de las hojas por encima
de la cabeza en forma de rayas, arrojando luz a lo largo del camino
que seguíamos. A diferencia del resto del pueblo, había nieve bajo
mis pies y acumulándose alrededor de la base de los árboles, pero
de esa nieve brotaban flores. Estaban por todas partes. Turquesa,
lila y azul pálido, flores que eran tan altas como mis rodillas y que
florecían a pesar de la penumbra, y de la nieve. Aquello olía como
un jardín; un jardín frío y helado, pero un jardín, al fin y al cabo.
Al final del camino había un árbol, el más alto y grueso del
bosque en miniatura en el que habíamos entrado. Estaba rodeado
por un halo de flores de todas las formas y tamaños, más luminosas
por la forma en que el sol brillaba en el parterre. Cuando me
acerqué, las flores se volvieron muy lentamente hacia mí,
moviéndose al unísono como para saludarme.
Esto huele de maravilla.
A seguridad.
A hogar.
—¿Qué es este lugar? —pregunté finalmente.
—Este era el jardín de tu madre. —respondió mientras se
acercaba a las flores que rodeaban la base del árbol.
Se arrodilló, arrancó una y me la entregó. Parecía una rosa,
pero era de color púrpura pálido. Las gotas heladas se pegaban a
sus numerosos pétalos. La olí y no se parecía a ninguna flor
terrestre que hubiera olido antes. Brillante, florida y fresca.
—Mi madre...
—A ella le encantaba este lugar, lo he cuidado desde... bueno.
—No necesitó continuar. Ambos sabíamos lo que quería decir.
Miré a mi alrededor.
—Es hermoso. Muy tranquilo. No se oye el pueblo.
Toross asintió.
—Son los árboles. Mantienen el sonido fuera. Este es un lugar
donde puedes meditar, reflexionar, estar con tus pensamientos.
Vengo aquí a menudo.
—Huele a ella —dije—. Quiero decir, es extraño. No sé a qué
olía ella, pero... ¿es raro?
—No lo creo. Yo también la huelo. Me reconforta creer que
una parte de ella aún perdura en este lugar.
—¿Te refieres a su fantasma?
—No... quizás. Es difícil de explicar. Lo que tengo que
mostrarte, sin embargo, es esto.
Se acercó un poco más al árbol en el corazón de esta pequeña
cañada, con cuidado de no pisar ninguna de las flores mientras
avanzaba. Se arrodilló, buscó entre las flores y sacó una caja negra,
larga y delgada, cubierta de nieve. Quitó un poco de nieve de la
parte superior, se apartó del lecho de flores y me la entregó.
Era robusta y pesada, claramente hecha a mano, pero era
preciosa. Lisa, oscura, cuidadosamente limada y cubierta con un
intrincado diseño que había sido tallado en ella. Pasé las yemas de
los dedos por su superficie, y una extraña corriente llegó a mis
manos, como si la caja estuviera cargada de electricidad.
—¿Qué es? —pregunté.
—Ábrela.
Busqué un clip y lo encontré. No estaba segura de lo que
esperaba encontrar en su interior, pero una daga curva y
ornamentada no estaba en la lista. Una gema de color turquesa
incrustada en la pequeña guarda cruzada brillaba al contacto con la
luz. La hoja estaba afilada y era puntiaguda, aunque su forma era
un poco diferente a la que estaba acostumbrada.
Parecía un…
—Un colmillo. —Solté de repente.
Él asintió.
—Así la llamaba tu madre. Era suya.
—Esta era su daga... —Me quedé en blanco.
—Tu padre hizo la hoja y fijó la piedra preciosa en su lugar,
ella hizo el mango y utilizó la daga para derrotar a sus enemigos...
y canalizar su magia.
Levanté la vista hacia él.
—¿Qué quieres decir?
—Su magia era poderosa. Cruda. Tenía problemas para
controlarla. Esto la ayudó.
Recordé mi época en la pajarera, cómo mi poder se había
manifestado en una poderosa explosión que destrozó la estructura.
No había sido capaz de hacer eso de nuevo. Ni siquiera sabía cómo.
Pero quizás con esto...
—¿Por qué me has dado esto? —pregunté.
—Ella hubiera querido que la tuvieras, deberías tenerla.
—No creo...
—Es tuya, Dahlia. Estaba destinada a ser tuya. Tómala.
Miré la daga que casi había estado demasiado nerviosa para
tocar. El corazón empezó a latir con fuerza y la adrenalina me
recorrió. Con cuidado, metí la mano en la caja, la cogí y la sujeté
con fuerza... y entonces ocurrió.
Una oleada de poder me invadió, llenándome, brotando de mí
en una poderosa onda expansiva que envió al suelo incluso a
Toross. Todo mi cuerpo vibró mientras una energía pura me
recorría. Quería gritar, era demasiado, pero cuando incliné la
cabeza hacia atrás y abrí la boca, un rayo de luz blanca salió
disparado hacia el cielo.
Entonces el mundo se volvió negro y caí al suelo.
Inconsciente.
16
— D ahlia. —Llamó una voz suave y distante.

Me froté los ojos, gimiendo. Todo me dolía.


—¿Qué? ¿Mamá... Pepper?
—Despierta, dormilona. Hay alguien que quiere conocerte.
Al abrir los ojos y mirar a mi alrededor, me encontré tumbada
en la cama de mi casa, en Carnaby Street. El corazón se me subió
a la garganta, la repentina explosión de adrenalina llenó mi cuerpo
de una especie de calor tembloroso. Estaba en casa y Pepper me
sonreía desde mi cama. Tenía un pequeño plato en la mano. Sobre
él descansaba una pequeña taza de porcelana, de la que salían
plumas de vapor.
—¿Qué soy... dónde estoy?
—En casa, por supuesto. —dijo.
Me senté y la miré fijamente. Llevaba una larga bata roja,
sobre un camisón blanco, y en el puente de la nariz tenía un par de
gafas de medialuna sujetas a la nuca por una ligera cadena.
—¿Cómo es que estoy en casa? —pregunté.
—No seas tonta, querida, siéntate y tómate el té, luego baja.
Puso el plato y la taza en mi mesa auxiliar, me dedicó una
última sonrisa amable y salió de mi habitación. La observé, luego
me quedé mirando la taza, y finalmente posé mi mirada en la
ventana de mi dormitorio que daba al callejón de Carnaby Street.
Había escarcha, con pequeños trozos de nieve asentados en el
exterior del cristal de la ventana y aferrados a sus marcos de
soporte. Más allá de la ventana, una suave nevada caía sobre los
tejados de Londres.
Deslicé los pies fuera de la cama y me miré los dedos de los
pies, las manos. Llevaba un pijama y unos calcetines raros, y
aunque no tenía una serie de tatuajes lunares en la mano derecha,
sí había un tatuaje en forma de mariposa en el dorso de la izquierda.
Lo acaricié con la punta de los dedos, intentando que Gullie se
despertara, pero fue inútil.
No podía entender lo que estaba pasando. ¿Era esto un sueño?
¿Estaba soñando ahora mismo? ¿O era Arcadia un sueño? Podía
recordar casi todo, pero empezaba a escaparse, como lo haría un
sueño al despertar. Era como la niebla, como el humo, etéreo y
fantasmal. Cuando terminé de beber el té que había dejado para mí,
ya casi había desaparecido.
Mira, Melina, el Príncipe.
Todos ellos.
Me levanté de la cama con la taza vacía en la mano y me
acerqué a la ventana. Había gente pasando por la entrada del
callejón en el que se encontraba la Caja Mágica. Podía oírlos
hablar, sus pies crujiendo en la nieve, los coches rodando por la
calle justo fuera del marco. En el cristal de la ventana no se
reflejaba la chica hada que había llegado a conocer tan bien, sino
la antigua yo. El ratón de biblioteca con el pelo castaño y caótico.
La costurera que rara vez ve la luz del día. La aburrida sin amigos,
salvo la pequeña duendecilla que vive en su pelo.
¿Qué demonios es esto?
Oí movimiento procedente del salón. Me di la vuelta y me
dirigí a la puerta de mi habitación, que estaba entreabierta, y
escuché. La última vez que había estado aquí, los soldados de la
corte de invierno asaltaban mi casa para llevarme a Arcadia. Esta
noche, la casa estaba casi en silencio, salvo por alguien que
golpeaba al otro lado de la puerta.
La abrí y pasé, pero en cuanto crucé el umbral, ya no estaba
en mi casa. El frío helado me mordía y rasgaba la piel expuesta. Me
rodeé con los brazos y empecé a temblar al instante. Ya no estaba
en mi casa, sino en algún lugar del bosque, con nieve fría bajo mis
pies descalzos y árboles negros a mi alrededor.
—Oh, mierda. —susurré, con el castañeteo de mis dientes—.
¿Pepper? ¿Evie? ¿Dónde estáis?
No hubo respuesta, salvo el ruido del viento. Ojeé el bosque,
buscando un camino que tomar, un lugar al que ir. Cuando me
pareció ver una suave luz azul que se abría paso entre los árboles,
me dirigí hacia ella, esperando no perder los dedos de los pies por
congelación. Todavía tenía algo de energía, así que eché a correr a
toda velocidad entre los árboles en la oscuridad, siguiendo la luz
con la esperanza de que me llevara a algún lugar cálido.
Salí de la arboleda y llegué a un claro de tierra y nieve que
conducía a un pequeño lago que se había helado y ennegrecido. Al
otro lado del lago estaba la fuente de la luz, brillante y de color azul
pálido como el reflejo de la luna llena en el cielo sobre la superficie
del hielo negro. Pero la luz se diferenciaba de la luna. Era algo
propio, que brillaba directamente frente al árbol más alto y grueso
del bosque.
En él, me pareció ver a alguien. Dos personas, de hecho. Sólo
eran sombras que rompían la luz cuando ésta brillaba detrás de
ellas, y podría haber jurado que una de ellas me hacía señas para
que me acercara.
Mirar el hielo que tenía delante de mis pies me producía todo
tipo de inquietudes. No parecía robusto. Apenas parecía real. Si
caía en él, sabía que moriría. No podría encontrar la manera de salir
de él, e incluso si lo hiciera, la hipotermia acabaría conmigo en
unos instantes. Sin embargo, tenía que llegar al otro lado. Tenía que
llegar a ese árbol.
Respirando hondo, empecé a esprintar rápidamente y,
utilizando mis ligeros pies, me deslicé por el hielo tan suave y
rápidamente como pude. Cuanto menos peso pusiera en un punto
del hielo, menos probable sería que éste se rompiera. Al menos esa
era mi idea, y parecía que se mantenía.
El viento se movía entre mis cabellos, y el frío me mordía la
nariz, las puntas de las orejas y las mejillas. Sin embargo, al cabo
de un momento, el frío ya no me molestaba tanto. La adrenalina me
recorría y mi corazón bombeaba con la suficiente fuerza como para
empezar a calentarme por dentro. Sin embargo, cuanto más me
acercaba a la luz del otro lado del lago, más se atenuaba. Vi que se
alejaba, que se desvanecía. Estiré la mano.
—¡No, espera! —grité, pero la luz acabó convirtiéndose en
un pequeño punto azul, y luego desapareció justo cuando llegué al
otro lado del lago.
Me tambaleé un par de pasos antes de detenerme finalmente
en tierra firme. Jadeando, con el vapor caliente saliendo de entre
mis labios en bocanadas, miré a mi alrededor, buscando la fuente
de la luz, pero había desaparecido y no podía encontrarla.
—¿Qué está pasando? —grité—. ¡¿Dónde estáis?!
—Dahlia.
Oí una voz que me dejó helada. Venía de algún lugar detrás
de mí, y cuando me giré lentamente, vi dos figuras de pie junto a la
orilla del lago que acababa de cruzar a toda prisa, envueltas en la
luz de la luna.
Eran un hombre y una mujer. El hombre era alto, con el pelo
rubio desgreñado y amables ojos azules. Llevaba una chaqueta
marrón de tweed, pantalones negros y un pañuelo gris al cuello. La
mujer era algo más alta, con el pelo largo y plateado, y aunque era
delgada, desprendía fuerza y seguridad. Estaba vestida con una
combinación de pieles, la mayoría de ellas de color negro y marrón
intenso, que se ceñían perfectamente a su cuerpo y parecían
cómodas de llevar.
Estaban bañados por la luz de la luna. Ambos sonreían, él era
guapo, ella hermosa, pero ninguno de los dos parecía estar vestido
adecuadamente para el tiempo que nos rodeaba. Quise preguntar
quiénes eran -fue un instinto- pero no tuve que hacerlo. Habría sido
estúpido gastar saliva en una pregunta tan obvia. Las rodillas me
fallaron y caí al suelo nevado. Ya estaba llorando.
—¿Qué es esto? —pregunté.
Mi madre se acomodó parte de su brillante y plateado cabello
detrás de una larga y puntiaguda oreja.
—Ya sabes lo que es. —respondió.
—No lo sé. ¿Es... eres realmente tú, o es otro truco de los
faes?
—Mira dentro de ti. ¿Qué te dice tu corazón?
—Me duele el corazón. Han pasado tantas cosas que a veces
ya no sé qué es real y qué no. No podría soportar que esto fuera un
truco.
Mi padre se acercó, dando unos pasos por la nieve. Extendió
una mano y, sin dudarlo, la tomé. En cuanto mi piel tocó la suya,
me agarré a él como si fuera un aro salvavidas y yo estuviera a la
deriva en un mar negro y frío. No podría haberme precipitado a sus
brazos más rápido. Me aferré a él y sollocé en su pecho, sin hablar,
sólo llorando. Un momento después, sentí que la mano de mi madre
tocaba mi espalda, y pronto, los tres estábamos unidos en el abrazo.
Una vez una familia rota y separada, ahora entera de nuevo. No
quería dudar de esto. Me perdí completamente en ello. Si era un
truco, que me engañaran. No me importaba en este momento.
—Debemos hablar rápido —dijo mi madre—, no tenemos
mucho tiempo.
Me animé, con los ojos y la nariz rojos, las lágrimas mojando
mi cara.
—¿Tiempo? ¿Qué quieres decir?
—La magia que nos trajo a todos aquí no durará mucho.
—No lo entiendo.
—Has tocado mi daga, ¿no es así?
Levanté los ojos para mirarla.
—Yo... no lo recuerdo, pero creo que lo hice.
Ella me miró y me rozó el pelo con los dedos.
—Por eso estás aquí. Por eso estamos nosotros aquí.
—¿Pero esto no es... qué es esto? ¿Sois fantasmas?
Mi madre y mi padre intercambiaron suaves sonrisas.
—Pasamos de este lugar hace mucho tiempo —explicó mi
padre—, pero cuando tocaste la daga, nos trajo de vuelta para que
pudieras vernos. Para que pudiéramos verte, ver la mujer en la que
te has convertido.
Sacudí la cabeza.
—No, no quiero que os vayáis. Los faes se llevaron a mis
madres, no dejaré que os lleven a vosotros también.
—No tenemos elección, pero aún tenemos algo de tiempo.
Cogió una de mis manos, mi madre tomó la otra. La miré.
—¿Cómo sabías que iba a tocar la daga? —Pregunté—. Pensé
que no querías que volviera aquí.
—No quería. —respondió ella—. No es seguro para ti estar
aquí. Es la razón por la que te envié a la Tierra. Pero sabía que un
día volverías. Ni siquiera yo era lo suficientemente fuerte para
reescribir tu destino.
—No sabíamos cómo te traerían de vuelta aquí —añadió mi
padre—, sólo que un día, el destino te llamaría para que volvieras
a cumplir tu sino.
Sacudí la cabeza.
—No quería un destino. Quería seguir viviendo mi vida en
casa, donde estaba a salvo.
—La seguridad no es un entorno en el que la gente crezca en
este lugar, y tú has crecido hasta convertirte en una mujer
excepcional... Los dos estamos muy orgullosos de ti, Dahlia.
Tienes dentro de ti lo mejor de los dos. Tienes mi fuerza y mi
astucia, y tienes sus... ojos humanos.
—Oye. —protestó mi padre.
Ella sonrió.
—Has heredado su ingenio, su creatividad y su habilidad con
la aguja.
—¿Hacías ropa? —pregunté.
—Hice este pequeño conjunto. —afirmó, señalando su
chaqueta de tweed—. Ya está un poco anticuado, pero es cómodo.
Sacudí la cabeza.
—No sabía que fueras sastre. Nunca supe... Yo... tengo tantas
preguntas para vosotros dos.
—Lo sé —dijo mi madre— pero no tenemos tiempo para
responderlas todas. De hecho, nuestro tiempo se acorta cada
segundo, y tenemos algo importante que decirte.
—¿Qué es?
Ella hizo una pausa.
—Te necesitan, Dahlia.
—¿Quiénes?
—Los niños de la luna. Están perdidos sin ti, y me temo que
después de la próxima batalla, no quedarán suficientes para
reconstruir la tribu.
—No entiendo... ¿qué batalla?
—Tu llegada ha puesto en marcha una cadena de
acontecimientos que no se puede detener. Pronto, los niños de la
luna se reunirán para atacar el castillo una vez más. Sin ti,
seguramente fracasarán.
—Pero... —Miré a mi padre y luego a mi madre— ¿Por qué
yo? ¿Por qué soy tan especial?
—Tú eres La Loba Blanca, Dahlia. Sé que puedes sentirlo. —
Apretó una mano contra mi corazón—. Eres la única que puede
traer luz a la oscuridad, y salvar a los niños de la luna de la
destrucción.
—¿Me estás diciendo que tengo que atacar a Windhelm?
Se miraron con dureza.
—Te dije que tendría problemas con esto. —Le achacó mi
padre.
—Ahora no es el momento de un te lo dije, Michael —Soltó,
y luego volvió a mirarme—. No puedo decirte lo que va a pasar en
las próximas semanas, sólo sé lo que me contó el emisario. Me dijo
que eras la Loba Blanca, y que la tribu te mataría si te dejaba con
ellos. Tenías que irte, y luego volver y probarte a ti misma antes de
que te aceptaran. Sólo entonces serías capaz de ayudarles.
—Esa no es exactamente la forma en que Toross me lo
explicó.
—No le conté todo. No podía. Existía la posibilidad de que
hubiera ido en contra de mis deseos si le hubiera dicho en quién te
convertirías de mayor. Si hubiera optado por devolverte a los
demás, te habrían matado.
Sacudí la cabeza.
—Pero si el destino ya ha decidido lo que va a pasar, entonces
sabias que nunca iba a devolverme a ellos, ¿verdad?
—El destino es un escriba que siempre está escribiendo. No
puede obligar a una persona a actuar de una determinada manera.
Al final, las decisiones que tomas son siempre tuyas, y entonces el
destino se escribe de nuevo. Sin ti, los niños de la luna se
extinguirán y reinará la oscuridad. Pero tú tienes el poder de
cambiar eso.
—Aunque eso sea cierto, no puedo quedarme con ellos...
tengo que ayudar al Príncipe.
Una suave luz azul floreció cerca del árbol donde la había
visto la primera vez. Mi madre la miró y frunció el ceño.
—No nos queda mucho tiempo, Dahlia. Sé que te piden que
hagas muchas cosas, pero todas están relacionadas. Los niños de la
luna, el príncipe, el Veridian y el rey. Todo está vinculado, sus
destinos están en tus manos, pero sólo tú puedes tomar las
decisiones.
—Si los abandonas ahora —añadió mi padre—, Ashera
creerá que tenía razón al llamarte falsa profeta. Eso la enfurecerá y
llevará a todos al castillo y atacará con ira. Eso ya está escrito.
—Pero si te quedas —insistió mi madre—, si les demuestras
que eres la Loba Blanca, la que los sacará de la oscuridad, te
escuchará. Todos lo harán.
—¿Y el Príncipe?
Ella respiró profundamente y exhaló.
—Sabes que él está en el centro de todo esto. Él es el que
traerá la oscuridad al mundo.
Me quedé observándola atentamente.
—¿Qué le ocurrirá a él?
Mi madre negó con la cabeza.
—No puedo responder a eso.
—¿No puedes o no quieres?
—Dahlia...
—Por favor, mamá... necesito saberlo.
Mi padre asintió.
—Díselo. —presionó.
Ella cerró los ojos.
—Lleva en su interior el corazón de la propia oscuridad.
Tienes que matarlo para salvarlos.
—¡¿Matarlo?! —grité, y eso pareció enfurecer a la bola de
luz porque floreció y creció rápidamente, y entonces se enfadó.
En lugar de flotar tranquilamente, se convirtió en una
tormenta salvaje y arremolinada que rugía y gritaba y me tiraba del
pelo. Mi padre se aferró a nosotras dos y mi madre clavó los talones
en la nieve para evitar que los arrastrara hacia ella, pero a mí no
pareció afectarme.
—Dahlia, las decisiones son tuyas. —declaró, alzando la voz
por encima del rugido del vórtice—. Si no los ayudas, los niños de
la luna -nuestra gente- están condenados a morir.
—¡No puedo matar al Príncipe!
—Tienes que elegir. Ellos, o él.
Intenté sujetar a mis padres, pero se me escapaban.
—¡Mamá! ¡Papá!
—Te queremos. —gritó mi padre—. Hagas lo que hagas,
recuérdalo. Te queremos y estamos orgullosos de ti.
El portal los había agarrado a ambos, ahora. Estaban siendo
absorbidos por él, y no importaba lo que hiciera, no podía
retenerlos.
—Yo también os quiero. —clamé— ¡No me dejéis otra vez!
Mi madre me sonrió, luego me soltó la mano y abrazó a mi
padre. Juntos, fueron succionados a través del portal, que explotó
en cuanto lo atravesaron. Una vez que recuperé mis sentidos, me
incorporé y grité.
—¡Mamá!
Pero ya no estaba en el mismo lugar. Era de día, y estaba
tumbada en un lecho de flores con una daga en una mano y una caja
en la otra. No lloraba, pero estaba mareada y aturdida, como si
acabara de despertar de un sueño profundo que se había convertido
en una pesadilla. Toross se arrodilló al borde de las flores y me
miró.
—¿La has visto? —preguntó.
—Yo... si...
—¿Qué dijo ella?
Sacudí la cabeza.
—Nada bueno.
17
t oross me acompañó de vuelta a mi tienda, pero le pedí
que me llevara con Mira y Melina. Al principio se
mostró un poco reacio, teniendo en cuenta que aún no
había respondido a su pregunta sobre cómo había llegado a
Arcadia. Extrañamente, no opuso demasiada resistencia cuando
insistí en la cuestión, y pronto me llevó a encontrarme con las otras.
Las dos mujeres estaban sentadas en la tienda y se animaron
cuando aparté la solapa y entré. Los ojos de Mira se abrieron de par
en par, y noté que su mirada se fijaba en la de Toross por un
instante. Después de quedarse un momento demasiado largo, él
finalmente se apartó de la abertura de la tienda y nos dio un poco
de privacidad.
Con un destello de luz verde, Gullie emergió del dorso de mi
mano y se estiró un poco antes de levantar el vuelo y revolotear
cerca.
—Ha sido una especie de viaje, ¿verdad? —preguntó.
—Te quedaste un poco corta. —respondí.
—¿Qué ha pasado? —indagó Mira con el ceño fruncido—.
Has estado fuera durante horas.
—Pasaron algunas cosas, pero primero... ¿qué fue eso?
—¿Eso?
—Esa mirada que le echaste a mi tío.
Se llevó la mano al pecho.
—¿Mirada? ¿Qué mirada?
—Pillaaaada. —cantó Gull, sonriendo.
—¡¿Pillada?! —chilló Mira—. No ha ocurrido tal cosa.
—¿De verdad? —pregunté—. Porque hace un par de horas te
vi coqueteando con él.
—Me pediste que lo distrajera, ¿no fue así?
—Lo hice, pero...
—Bueno, no es culpa mía que rezume sexualidad y confianza.
—Elevó la nariz — Además, soy muchas, muchas décadas mayor
que tú y puedo hacer lo que quiera.
Ladeé un pulgar por encima del hombro.
—Excepto con él, ¿entendido?
La ceja de Mel se arqueó.
—No creo que debas opinar...
Puse una mano en mi cadera.
—¿Qué significa eso?
Un extraño y tenso silencio llenó la habitación.
—¿De verdad? —preguntó—. El brillo en toda tu cara dice
mucho de lo que has hecho antes.
Mis mejillas se encendieron y se pusieron rojas.
—¿Brillo? ¿Qué brillo?
Gullie me señaló la cara.
—Ese brillo. Tu brillo post-sexo.
—¡Gull! —grité.
—¿Qué? —Se encogió de hombros—. Sólo intentaba aclarar
las cosas.
—Bueno, gracias, te lo agradezco mucho.
Mira se llevó la palma de la mano a la cara.
—Dime que no lo hiciste.
La miré fijamente, tratando de recuperar un poco la
compostura.
—Yo... no veo que eso sea de tu incumbencia. Y sí, me doy
cuenta de la ironía de decírtelo. Pero suponiendo que fuera de tu
incumbencia, ¿por qué es algo malo?
—Porque la Selección Real no ha terminado.
Miré alrededor de la habitación.
—Mira, estamos en una tienda, lejos del castillo. Yo diría que
ha terminado.
Ella negó con la cabeza.
—Escribiste tu nombre en la piedra de la Escarcha, así que la
selección debe completarse. ¿Recuerdas?
—Oh... no, creo que no lo hice. ¿Pero cómo puede continuar
la selección? No vamos a volver.
—No lo sé, pero cuando termine, si no ganas...
El destino se reescribirá, y ya no seré su alma gemela. No lo
dijo, pero no tuvo que hacerlo. Ni siquiera había considerado la
posibilidad de que la selección tuviera que completarse. Había
asumido que estaba hecha. Sin embargo, eso no cambiaba lo que
sentía por él. Tampoco me quitaba el hambre que crecía en la boca
del estómago. Pero ¿era eso suficiente para arriesgarme a lo que
pasaría si seguía viva?
—De acuerdo, oye, no he venido aquí a hablar de lo que hice
o no hice con el Príncipe.
—¿Se trata del plan? —preguntó Mel—. Porque he estado
pensando…
—No puedo irme.
Hizo una pausa, miró a Mira y luego volvió a mirarme.
—¿Qué? ¿Por qué no?
Sacudí la cabeza.
—Acaba de ocurrir algo. Toross me llevó a un jardín en algún
lugar detrás del pueblo y.… vi a mis padres.
—¿Viste a tus padres? —preguntó Mira.
—En una visión o algo así. Pero fue tan real... no fue como
un sueño en absoluto. Uno olvida sus sueños, pero esto, no he
olvidado ni un solo segundo de lo que pasó. No creo que lo haga
nunca. —Una lágrima amenazó con derramarse por un lado de mi
mejilla cuando las emociones empezaron a brotar de nuevo. La
atrapé y me contuve—. He hablado con ellos.
Otro silencio recorrió la habitación, pero éste era tenso,
oscuro y serio.
—Déjame asegurarme de que lo estoy entendiendo —dijo
Mira—, porque nunca establecimos lo que pasó con tus padres.
—Nunca me lo contaron. —argumenté, tragándome el nudo
en la garganta—. Pero ahora lo sé, están muertos. Llevan muertos...
tanto tiempo como yo he vivido.
—¿Y hablaste con sus espíritus?
Asentí con la cabeza.
—Algo así. —Todavía tenía la caja en mis manos, y se la
mostré. Al abrirla, revelé la daga que había dentro—. Esto era de
mi madre. Al tocarla se activó un antiguo hechizo que me permitía
hablar con ellos. Ya no funciona. La magia ha desaparecido.
Gullie se posó en mi hombro y me tocó el costado del cuello.
—Lo siento.
Le sonreí.
—No pasa nada. Me siento más tranquila, ahora, sabiendo
dónde están y quiénes eran.
—¿Quiénes eran? —preguntó Mel.
Me acerqué un poco más al centro de la tienda y bajé la voz,
como si tuviera un secreto que contarles.
—Mi madre era la Alfa de este lugar, de esta gente. No quiero
revelar mucho más porque no sé realmente quién está
escuchándonos.
—¿Alfa? Eso es grande.
—Ella también sabía quién era yo, en quién me convertiría.
Soy la Loba Blanca, y se supone que debo liderar a esta gente en
una cruzada contra el castillo, o van a morir. Todos ellos.
—¿Es eso... cierto? —preguntó Mira— ¿Se puede
comprobar?
Sacudí la cabeza.
—Sólo tengo la palabra de mi madre -o de su fantasma,
supongo-. Pero puedo sentirlo en mi corazón, sé que es verdad. Ella
dijo que, si no los ayudo, Ashera va a liderar un ataque al castillo
que va a terminar matándolos a todos, y no quedarán niños de la
luna.
—Porque estos son los últimos... —aclaró Melina—. Eso fue
algo que escuché, una vez. Que habían sido casi exterminados.
Asentí con la cabeza.
—Por eso no puedo irme. Toross quiere entrenarme, así que
tengo que entrenar y demostrarles que soy quien digo ser, y
entonces me escucharán. No seguirán a Ashera hacia el castillo y
se lanzarán a las puertas de la muerte sin razón.
—¿No ha decidido ya el destino que eso ocurra? —preguntó
Mira.
—Mi madre me dijo que el destino era un escriba que siempre
estaba escribiendo. Que algunas cosas están escritas, que otras no,
pero que todo puede cambiar dependiendo de quién haga la
elección. Mi madre le pidió a Toross que me alejara de los niños de
la luna y me mantuviera lejos de ellos, pero él podría haber elegido
con la misma facilidad volver a buscarme por su cuenta. Eso
probablemente habría resultado mi muerte, y entonces todo sería
diferente ahora.
—Pero no lo hizo —dijo Gullie— y por eso el destino te
incluyó en la Selección Real. Para ponerte en el camino del
Príncipe, el que tiene el corazón de la oscuridad en su interior.
—¿Corazón de oscuridad? —preguntó Mel.
—Eso es lo otro que me dijeron mis padres... pero no quiero
entrar en eso ahora. Es que... es algo que tengo que hacer o no
hacer. Una elección propia.
La ceja de Mira se arqueó.
—¿Cuál es la elección?
—Si la hago, lo sabrás.
Ella frunció el ceño.
—Creía que aquí no teníamos secretos.
—Si te lo digo, y luego tú se lo cuentas a alguien más,
entonces todo cambia. No puedo arriesgarme a eso.
—¿A quién se lo voy a contar?
Mel le dio un codazo.
—¿Toross? —preguntó, sonriendo.
La señalé con un dedo.
—Ni siquiera bromees con eso.
—Si estás tratando de avergonzarme —acusó Mira—, no
funcionará. Pasé años entrenando para ser custodia; mi compostura
nunca se rompe.
—Eso es mentira. —Se burló Gullie—. He visto cómo te
derretías antes, y es divertidísimo.
—Silencio arpía. —siseó.
—Oye, pensé que ya habíamos superado eso.
—Pues entonces no me hagas reinstaurarlo.
Agité los brazos.
—¿Podemos volver al asunto, aquí? Sólo quería informaros a
las dos de que el plan está cancelado. Hay algo que tengo que hacer.
Tengo que tomar esa decisión. De una forma u otra, todo lo que
quiero es vuestro apoyo... por favor. ¿Lo tengo?
Gullie se acercó flotando al espacio entre las tres.
—Me tienes siempre. —afirmó.
Mel asintió.
—Te apoyaré, creo que entiendo lo que está ocurriendo aquí,
y sé por lo que estás pasando.
—¿Lo sabes?
Se encogió de hombros.
—Mi familia es plebeya, y los plebeyos saben más sobre el
invierno salvaje de lo que se enseña en el castillo. Sé un poco sobre
el destino, las profecías, los niños de la luna. El destino no podría
haber elegido a una persona menos preparada para lidiar con todo
esto, pero en eso estamos.
Fruncí el ceño.
—¿Gracias?
—Todo lo que quiero decir es que cualquier cosa que
necesites de mí, pídela.
Me volví hacia Mira esperando encontrar un acuerdo, pero
hallando lo contrario. No parecía convencida. El hecho de que le
ocultara todo el asunto del Príncipe probablemente la estaba
desconcertando, y no podía culparla, pero tampoco podía
arriesgarme. Sabía que ella querría que lo matara. Y si no podía, lo
haría ella misma. No es que fuera malvada, pero era realista, y
llevaba dentro esa amarga frialdad de los faes del castillo. Se estaba
descongelando, claro, pero aún se aferraba a esa sensación de
lógica gélida.
—No sé si estás tomando las decisiones correctas. —
declaró—. Me temo que todo lo que ha pasado está nublando tu
juicio, y ambas sabemos que tu juicio no era muy bueno para
empezar.
—Lo sé —respondí— pero tuve una gran maestra. Aprendí
mucho de ti, y todo lo que pido es que confíes en mí para tomar la
decisión correcta ahora. ¿Puedes hacerlo?
—¿Y si todas perecemos como resultado?
Me encogí de hombros.
—¿Realmente pensabas vivir para siempre?
Ella enarcó una ceja.
—¿Qué clase de pregunta es ésa?
—Una simple, si lo piensas. —Me acerqué a ella—. No me
has seguido hasta aquí para no confiar en mí ahora.
Mira frunció el ceño.
—Bien, tienes mi apoyo. Pero si todos morimos, te culparé a
ti. —amenazó.
—Si todos morimos, puedes burlarte de mí por el resto de la
eternidad.
—Oh, tengo la intención de hacerlo, no te preocupes. Sólo
espero que tomes la decisión correcta, al final.
La miré fijamente a los ojos y luego asentí.
—Yo también... —Me quedé sin palabras. Luego me giré
para mirar la solapa de la tienda—. Hablando de eso, supongo que
no hay tiempo como el presente. —Miré a Gullie—. ¿Te importa
esperar con Mira mientras voy a hacer esto?
—Si da igual. —respondió Gull—. ¿Me gustaría pasar el rato
con Melina?
—¿Conmigo? —preguntó Melina.
—Sí... dijiste que sabías mucho sobre los duendes.
Seguramente hay un montón de cosas que puedes enseñarme y que
yo no sé.
—Pero... tú eres una duendecilla.
—Lo sé. Pero soy una excepción a la regla, créeme. Pasé tanto
tiempo en la Tierra como Dee. —Miró a Mira—. ¿Si no te importa?
Esta puso los ojos en blanco.
—No, no me importa.
—¿Estás segura? —preguntó Gull.
—No vas a ofender mi sensibilidad ni herir mis sentimientos.
Tengo muchas cosas en las que mantenerme ocupada.
Asintiendo con la cabeza, flotó sobre el pelo de Mel. Yo,
mientras tanto, metí la mano en la caja negra que había estado
sosteniendo y saqué la daga. El peso de esta se sentía bien en mi
mano; ligera, pero robusta y mortal. La giré una, dos veces, y luego
la sostuve detrás de la espalda.
—¿Es parte de tu elección? —preguntó Melina.
La miré de reojo.
—¿Realmente tengo que responder a esa pregunta?
—Supongo que no... ten cuidado.
Asentí con la cabeza.
—Lo tendré.
Abriendo la solapa, salí al pueblo y me dirigí a la tienda del
Príncipe. Estaba temblando. Odiaba el peso que se había puesto
sobre mis hombros, pero tenía que hacer algo. Todavía no sabía el
qué, pero sabía que tenía que actuar ahora, antes de que fuera
demasiado tarde.
18
e ncontré al Príncipe esperando exactamente donde lo
había dejado. Nadie me detuvo, nadie me preguntó a
dónde iba, no había guardias armados junto a su tienda.
Cuando entré, se volvió para mirarme. Le miré a los ojos, tratando
de averiguar si era Cillian o Radulf, mientras mi agarre se tensaba
en torno al mango de la daga que llevaba a la espalda.
El corazón me latía con fuerza, la adrenalina me recorría
como una cascada. Sabía lo que tenía que hacer; qué elección me
esperaba. La decisión habría sido más fácil de tomar si Radulf
hubiera tenido el control en este momento en lugar de Cillian, pero
cuando su expresión se suavizó y dio un paso apresurado hacia mí,
lo supe, era él.
Mi príncipe.
Estiré la otra mano, deteniéndolo mientras se acercaba.
Frunció el ceño.
—¿Qué pasa? —preguntó.
Tragué saliva.
—Tengo algo que decirte.
—Dímelo.
Respirando profundamente, dejé que la daga que había estado
sosteniendo a mi espalda cayera a mi lado, dejándola totalmente a
la vista. Cillian dirigió sus ojos hacia ella y luego volvió a mirarme.
No había ira en su rostro, ni miedo. Un poco de sorpresa, pero eso
era de esperar, teniendo en cuenta que acababa de sacarle un
cuchillo.
—He conocido a mis padres.
—¿Tus padres? —preguntó.
—Ambos están muertos... —Miré la daga que tenía en la
mano y luego volví la vista hacia él—. Me dijeron que tenía que
matarte.
—¿Y les crees?
Asentí con la cabeza.
—Creo en lo que he visto, en lo que he oído. Creo en la
profecía. Tú y yo sabemos lo que llevas dentro, pero ninguno de
los dos sabemos lo que pasará si intentamos sacarlo. Lo más fácil
de hacer, la forma más fácil de detener la llegada de la oscuridad
es matarte.
Guardó silencio por un momento.
—¿Es realmente tan sencillo?
—Ojalá lo supiera. No sé si eres consciente de eso, pero odio
no saber las cosas.
—Creo que he llegado a aprender eso de ti, sí. —Se quedó
observándome—. ¿Estás aquí para matarme, Dahlia?
Agarré la daga con tanta fuerza que mis nudillos se volvieron
blancos.
—Soy la Loba Blanca. —afirmé—. Sin mí, esta gente morirá,
y cada segundo que vives aumenta la fuerza de Radulf. ¿Qué
sucederá cuando se apodere de ti para siempre?
—No lo sé.
—¿Y si no podemos matarlo, entonces? ¿Y si es demasiado
poderoso?
Sacudió la cabeza.
—No lo sé. —repitió. Luego dio un paso adelante,
extendiendo los brazos hacia los lados—. Pero no hace falta que te
justifiques más.
—¿Estás de acuerdo?
—Si te mantiene a ti y a esta gente a salvo, entonces hazlo.
Clávalo en mi corazón. Golpea fuerte, rápido y certero. No dejes
que vuelva a levantarme, no permitas que él tome el control.
Le miré fijamente, con la mano temblando y la respiración
entrecortada.
—¿Estás seguro de esto? —pregunté—. ¿Quieres que te
mate?
—Haría cualquier cosa por ti, Belore.
Mis ojos se cerraron con fuerza, las lágrimas me picaban, mi
corazón latía como un loco. Le creí. Sabía que, si corría hacia él y
le clavaba la daga en el corazón, no me frenaría. No me detendría,
y moriría, momentos después, en este lugar, simplemente porque
era lo que yo quería.
El asunto era que estaba lista para matarlo. Todo mi cuerpo
estaba preparado y funcionando en caliente. Sentía que no me había
calmado en horas, tal vez incluso en días. Estaba tensa y lista para
explotar en un momento, y tal vez si hubiera sido cualquier otra
persona, me habría lanzado y atacado, pero no pude.
Solté la daga y la dejé caer al suelo. Lentamente, me arrodillé
y, cuando mis rodillas tocaron el suelo, abandoné mi forma humana
y me convertí en la Loba Blanca. Cada vez era más fácil; la
transición ocurrió en un instante, con poco más que un
pensamiento.
Levanté la vista hacia él, observándolo en silencio desde
donde estaba sentada. Entonces me levanté y cargué, de repente,
pillándole desprevenido. Él dio un paso atrás, sobresaltado.
Cuando salté en el aire, volví a adoptar mi forma humana, pero en
lugar de alejarse de mí, me atrapó y me sujetó.
Rodeé su abdomen con mis piernas, ahuequé su cara y lo
besé, bebiendo profundamente de sus labios. Él cerró los ojos y se
aferró a mí con más fuerza, sus labios se separaron para aceptar mi
lengua. Cuando el beso se rompió por un instante, apreté mi frente
contra la suya. Estaba desnuda en sus brazos, al descubierto para
él.
—No puedo hacerlo —confesé, sin aliento—. Nadie puede
obligarme a matarte, ni siquiera mis padres.
—¿Y si te equivocas? —preguntó.
—Hay otra manera. Tiene que haberla.
—¿Y si no la hay?
—Entonces arderemos juntos. —Le besé de nuevo—. Te
deseo más de lo que he deseado a nadie jamás.
—Yo también.
—Entonces dime. Dime lo que realmente sientes.
—Dahlia debes saber...
Hundí mis manos en su pelo y lo besé de nuevo, apretando
mis labios contra los suyos como si mi vida dependiera de ello.
—No me importa lo que creas que sé —jadeé—, quiero que
lo digas, y luego quiero que me lleves a esa cama y me hagas tuya
esta vez.
El Príncipe se apartó a un lado y me llevó a su cama. Allí me
depositó suavemente, arqueándose sobre mí con una mano en el
colchón y otra en mi mejilla. Yo mantuve mis piernas alrededor de
su cintura, sosteniéndome contra él. Me besó la frente, luego la
comisura de la boca y después los labios. Cuando el beso se
rompió, se detuvo, sus labios se cernieron sobre los míos, su aliento
caliente rompiendo contra mi cara como una ola.
—Me enamoré de ti en cuanto te vi. —dijo. Las palabras se
me atascaron en la garganta—. Eras la única cuyo nombre estaba
escrito en mis estrellas, eras la única en la que pensaba cuando
estaba solo, la única a la que quería ver, la única con la que me
importaba pasar tiempo. Tú, Dahlia, eres la que el destino eligió
para mí, pero soy yo quien te eligió a ti.
Le toqué la cara con las yemas de los dedos, rozando la
longitud de sus cuernos, pero me callé. No creo que hubiera sido
capaz de hablar si hubiera querido. Sin aliento, adrenalizada y tan
desesperadamente mojada por él, esperé, mis dedos temblando al
acariciarlo. Su mano pasó de mi mejilla a mi cuello, a mi garganta,
y luego se deslizó por la curva de uno de mis pechos. Mi respiración
se agitó de nuevo, mi espalda se arqueó y el dolor en el centro de
mí se convirtió en algo tan poderoso que no estaba segura de poder
aguantar mucho más tiempo.
—Dímelo. —susurré.
Me besó, luego tomó suavemente mi labio inferior entre sus
dientes y lo perforó ligeramente con uno de sus afilados caninos.
La punzada de dolor no hizo sino aumentar mi necesidad, mi deseo,
y acercarme más. Me lamió el labio, saboreando mi sangre.
—Estoy enamorado de ti, Dahlia. —susurró—. Me he
enamorado de la manera en que nunca había esperado enamorarme
de una mujer. Has despertado algo dentro de mí que creía que no
existía.
Gemí contra sus labios; un sonido primario, animal.
—Más. —respiré.
Me besó la barbilla, luego el cuello y después la garganta.
—Te deseo. —susurró, su cálido aliento excitó mis pezones
un instante antes de llevarse uno a la boca.
Sumergí mis manos en su pelo y solté el agarre que tenía
alrededor de su cintura. Lentamente, él se deslizó a lo largo de mi
cuerpo, arrastrando besos por mi estómago, mi abdomen, mi
cadera. Cuando su cálida lengua entró en contacto con mi húmedo
y dolorido centro, me costó todo lo que tenía no gritar.
En lugar de eso, me agarré a las sábanas con las manos y lo
rodeé con las piernas, pero esta vez me senté a horcajadas sobre sus
hombros. Deslizó sus manos por debajo de mis muslos,
sujetándome a él mientras su lengua trabajaba. Fue una experiencia
como ninguna otra que hubiera sentido antes. Se me salían las
lágrimas, me sangraba el labio, pero tenía que seguir
mordiéndomelo para reprimir los gemidos que intentaban
escaparse y hacerse oír.
Cuando no pude aguantar más, me agarré a sus cuernos y
sacudí mis caderas contra su lengua, montando mi clímax a medida
que se desataba en mí como una ola. Temblando,
estremeciéndome, palpitando, tuve que llevarme una mano a la
boca para atrapar el grito que se me había escapado.
La vista empezaba a nublarse, los oídos me estallaban y el
corazón me latía tan rápido que creí que estaba a punto de
desmayarme. No me di cuenta de que había soltado mi agarre
alrededor de su cabeza, ni de que se había desabrochado los
pantalones, hasta que se introdujo en mí.
Esta vez sí gemí, y fue fuerte, y crudo, y absolutamente
incontrolable. Sus cuidadosos movimientos sólo sirvieron para
alargar la inmensa ola de placer en la que aún me encontraba. No
había bajado del subidón, y lo que me estaba haciendo sólo lo hacía
mejor, más vívido, más explosivo.
Clavé mis uñas en su trasero mientras él me daba lo que había
pedido hace un momento. Empuje tras poderoso empuje, el apretó
sus labios contra los míos y nos besamos durante la experiencia,
rompiendo sólo para intercambiar el tipo de palabras que la gente
dice en el calor del momento, cuando las endorfinas están bailando.
—¿Qué soy? —respiré.
—Mi pareja. —gruñó.
Esta vez le mordí el labio inferior.
—Demuéstralo.
El Príncipe me acercó más a él, permitiéndole penetrarme
más profundo, más rápido y fuerte. Sentí que su respiración se
agudizaba y sus músculos se tensaban en el instante previo a la
liberación. Agarrando su trasero, lo jalé hacia mí hacia el ápice de
su clímax. Apretó su cara contra la cama, junto a mi cabeza,
rugiendo mientras entraba en erupción. Sentí un cosquilleo en la
boca del estómago que se convirtió en una oleada de calor cuando
cumplió su promesa y me hizo suya. Me aferré a él mientras el
momento llegaba y se iba, respirando con dificultad con él. Los dos
estábamos sudando. Si hubiera habido ventanas aquí, ya estarían
llenas de vapor.
—No me dejes ir. —suplicó contra mi oído.
—No lo haré. Te lo prometo. —Le besé la mejilla.
Nos quedamos allí un momento más, los dos enredados
juntos, respirando juntos, sudando juntos. No me importaba si
alguien nos había oído, porque obviamente lo habían hecho, y
preocuparse sólo habría empeorado la situación. Diablos, Mira y
Mel probablemente me habían oído desde sus tiendas. No me había
callado. Él levantó la cabeza y me miró. Le limpié parte del sudor
de la frente y sonreí.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó.
—Ahora, nos quedamos. Nos quedamos, me entreno y
descubro cómo vencer a esta cosa dentro de ti sin matarte.
—¿Qué pasa con el Veridian?
Sacudí la cabeza.
—Un problema a la vez. Pero no podemos irnos, Cillian. Si
me voy, morirán.
—Y si no me voy...
—Me tienes a mí, ahora. Y si tengo que montarte cada minuto
de cada día para evitar que aparezca, entonces eso es lo que haré.
—Eso suena... inmensamente agotador. —Sonrió, con una
ceja enarcada.
—¿Es una queja?
—No, en absoluto. Sabes que me encantan los buenos retos.
—Lo sé. También sé que es tu mayor debilidad, y puedes
estar seguro de que la usaré para el bien y para el mal.
—¿Para el mal? ¿Cómo?
—Cuando quiera que vuelvas a hacer eso que acabas de hacer
con la boca...
—Oh, eso es malvado.
—¿No es justo? —Le di una palmadita en el trasero—.
Ahora, ¿qué tal si te quitas de encima y vamos a buscar algo para
comer? Me muero de hambre.
—¿Me dejarán acompañarte esta vez?
Me encogí de hombros.
—Soy la Loba Blanca. Tendrán que hacerlo.
19
— O tra vez. —Ladró Toross.

—Lo hemos intentado cien veces, no lo voy a conseguir.


—Lo harás, o la única forma de salir de aquí será pasando por
encima mío.
Estábamos de pie en un acantilado nevado con vistas al
pueblo. El sol brillaba en lo alto del cielo despejado, el aire era
fresco, pero yo sudaba y respiraba con dificultad. Había pasado casi
una semana desde que Toross empezó a entrenarme. Me estaba
volviendo bastante buena en el cambio de forma, y podía
defenderme en una pelea usando mi forma de loba, que llamaban
el aspecto de depredadora.
Sin embargo, lo que me costaba era la magia.
No podía invocarla, ni siquiera con la daga de mi madre.
Toross sospechaba que mi lado humano estaba reprimiendo esa
parte de mí de alguna manera, manteniéndola contenida.
Probablemente tenía razón. Había crecido en un entorno en el que
se me prohibía desencadenar la magia en los mismos vestidos que
se me pedían. Era un hábito de veinticuatro años que se me pedía
que rompiera, y no iba a abandonarlo fácilmente.
Él me había llevado al borde del precipicio, y había dado un
paso hacia mí cada vez que no lograba manifestar ni siquiera un
poco de magia. Tenía mi daga agarrada con fuerza en la mano
derecha, y llevaba una nueva armadura de cuero que me había
confeccionado. Era blanca, tenía una capa y una capucha peludas y
se ceñía muy bien a mi cuerpo, pero lo mejor eran los hechizos que
había tejido en sus costuras. Tiré de un hilo bajo mi muñeca
derecha y lo hice chasquear como un látigo, convocando una estela
de chispas y brasas.
—Ya está —dije—, ¿mejor?
—No me interesan tus trucos, quiero ver magia de verdad, la
magia de tus padres, de nuestros antepasados. Sé que está ahí.
—¿Y si no lo está?
—La tienes. Tú también lo sabes.
—Bien, pero ¿y si no puedo volver a invocarla? ¿Y si sólo
funciona en situaciones extremas?
Sacudió la cabeza.
—No creo que entiendas lo extrema que es tu situación ahora
mismo. —afirmó, dando otro paso hacia mí.
Retrocedí, y parte de la nieve bajo mi pie cedió. Pude
mantener el equilibrio, pero había llegado al borde del precipicio.
Detrás de mí sólo quedaba el silbido del viento y una caída rodante
hasta el pueblo.
—No me vas a matar. —aseguré.
—No deliberadamente, no.
—Ni siquiera por accidente. Eres mi tío. Sé que no me dejarás
morir.
—Haré todo lo posible por salvarte la vida, pero creo que ni
siquiera yo sería capaz de atraparte si te cayeras por ese acantilado.
Señalé sus pies con la punta de la daga.
—Por eso vas a detenerte exactamente donde estás. Esto se
está volviendo ridículo, Toross: llevamos horas con esto hoy.
—Quejarte no te sacará de esto.
—¿Qué lo hará, entonces?
—Te lo he dicho muchas, muchas veces. La magia. Quiero
que la invoques y la uses.
Sacudí la cabeza.
—Realmente me gustaría poder ayudarte, pero no funciona.
—¿No quieres aprender a hechizar tus ropas?
—¿Hechizarlas?
—Encantarlas, para que no se te caigan cuando cambies de
forma.
Mis mejillas y mi pecho se sonrojaron al recordar toda la
diversión que el Príncipe y yo habíamos tenido por esa misma
razón. Entrenaba casi todos los días, de sol a sol. Gran parte del
tiempo lo pasaba en mi aspecto de depredadora, aprendiendo no
sólo a luchar en él, sino a comer, beber, descansar y vivir en él. El
único momento en el que podía salir de él era después de un largo
día de trabajo, cuando volvía a mi tienda. Había algo en el hecho
de verme regresar a mi forma humana, desnuda, que le hacía estar
tan ansioso por tomarme... No podía entenderlo, pero tampoco me
quejaba.
Definitivamente no.
—Bueno yo... Supongo que no tengo prisa.
La ceja de Toross se arqueó.
—Deberías querer ser capaz de encantar tu ropa. También
deberías querer saber cómo usar tu magia. Es tu don, el don de tu
madre.
—Lo sé. —Sacudí la cabeza—. Mira, no es que no quiera,
simplemente no puedo hacerlo. La última vez que lo invoqué de
verdad, estaba... tan enfadada.
—¿Enfadada?
Suspiré.
—Unas zorras me sacaron de la cama y me encerraron en una
pajarera.
Por la expresión de su cara, no entendió la palabra zorra ni
pajarera.
—¿Eso es... malo?
—Había pájaros por todas partes, y Mareen los había azuzado
en un frenesí. Me atacaban y no paraban. Recuerdo que encontré
un lugar para esconderme, pero había tanto ruido... todos los
graznidos, los chillidos. Algo dentro de mí se rompió, y grité, y mi
voz fue suficiente para romper el cristal que mantenía a los pájaros
encerrados dentro.
Toross guardó silencio por un momento.
—Entonces, ¿la ira desencadena tu magia?
—No lo sé. No me he enfadado tanto desde entonces.
Otra pausa. Se aclaró la garganta.
—Sabes... Mira y yo vamos a cenar juntos esta noche.
Mi pecho se tensó y me animé.
—¿Tú... qué?
—Sí. Nosotros hablamos, eh… y decidimos que deberíamos
hablar más... en privado.
Sacudí la cabeza y agité las manos.
—Espera, espera. Espera. ¿Tú y Mira van a cenar? ¿Es eso lo
que intentas decirme?
—Pensé que ella te lo había contado.
Ya podía sentir que mi corazón empezaba a latir con fuerza.
Me hacía temblar la vista.
—No me ha dicho nada de eso. —Escudriñé sus ojos—
Espera, ¿me estás mintiendo?
Su rostro se endureció.
—Soy un hombre de gran honor. No miento.
—En serio, dime la verdad ahora mismo. ¿Me estás
mintiendo? ¿Realmente vas a cenar con Mira esta noche?
Respiró profundamente.
—No estoy mintiendo. Mira y yo tenemos mucho en común.
Me reí en su cara, pero fue una risa furiosa y de pánico que
estaba como en todas partes.
—¡No podéis ser más diferentes! —grité— ¿Qué podríais
tener en común?
—Ella está... interesada en la comida, al igual que yo.
—Que los dos comáis no significa que tengáis eso en común.
Inténtalo de nuevo tío.
—Mira es una arquera competente, y tiene muchas
habilidades que encuentro interesantes.
—De acuerdo, bueno, tú eres mi tío, y ella es mi amiga, y no
creo que sea buena idea que los dos cenen. De hecho, creo que le
dije que se mantuviera alejada de ti.
—Sí, ella mencionó eso. Y también sugirió que te molestaría
la noticia, pero tú -mi sobrina- no puede decirnos a ninguno de los
dos lo que debemos o no debemos hacer con nuestro tiempo.
Sacudí la cabeza, simplemente porque no sabía qué más decir.
Sí, tenía razón, no tenía nada que hacer aquí. Pero Mira y yo éramos
amigas. Era raro que se acercaran, y no me gustaba. Quiero decir,
¿qué pasaría si se llevan bien y, oh, Dios, se casan o algo así? ¿Ella
sería mi... mi tía?
Oh, no... ¡no, no, no!
Me giré y me alejé de él, cerrando los ojos y dejando que el
viento me refrescara la cara al pasar. No funcionó. Mi corazón
golpeaba contra mi pecho como un animal enjaulado desesperado
por salir y despedazarlo.
Hacerlos pedazos a ambos por ponerme en esta situación.
—Dahlia... —Me llamó Toross. No me giré—. Pensé que
querrías que fuera feliz.
En otras circunstancias -por ejemplo, si no hubiera
escuchado la sonrisa en su voz-, mi mente racional habría entrado
en acción y me habría calmado. Pero él estaba siendo una absoluta
mierda, y había funcionado.
Me di la vuelta de nuevo.
—¡¿Crees que esto es divertido?!
—Lo creo.
—¿Qué tiene de gracioso? —pregunté, avanzando hacia él
esta vez, con mi daga agarrada con fuerza en la mano.
Sentía que se formaba una corriente, pero no podía pararme a
pensar en eso. Era como un tren fuera de las vías, incapaz de
detenerse. Él sonrió, y luego se rió mientras retrocedía. Eso sólo
me hizo enfadar más.
—¡Esto no tiene gracia! —chillé, y azoté la daga hacia sus
pies.
Un rayo salió disparado de la punta, dejando un sonido como
un trueno que resonó en el valle debajo de nosotros. El rayo había
caído con tanta fuerza que había derretido la nieve en un instante,
dejando un charco de vapor sobre la tierra calcinada y oscura. Me
quedé mirando con total asombro. La corriente que había sentido
hacía apenas un segundo seguía allí. Además, la gema de color
turquesa incrustada en la pequeña guarda de la daga brillaba.
—Ya está... —dijo Toross, exhalando—. Ahí está. ¿Puedes
sentirla?
—¿Sentir a quién?
—A tu madre. Evelynth.
—Eve... —pronuncié, la palabra se deslizó fuera de mi boca
en la parte posterior de un suspiro. Miré a mi alrededor—. Es ella,
está aquí...
Él asintió y miró hacia arriba. Yo también levanté la vista,
sólo para encontrar que empezaba a caer nieve del cielo. No era
mucha, una ligera polvareda, pero venía de ninguna parte. No había
nubes que se cernieran sobre nosotros, sólo un azul claro y un
amarillo brillante.
A medida que pasaban los segundos caía más nieve, pequeños
copos que se disolvían en cuanto tocaban mi piel. Me pareció que
también podía oler las flores. Era como si los propios copos de
nieve llevaran el aroma desde el jardín del pueblo. Era imposible,
pero ésa era la impresión que tenía.
Caí de rodillas, mirando al cielo. Cerrando los ojos, dejé que
la nieve descendiera sobre mí, experimentando cada copo al
convertirse en agua contra mis mejillas. Un momento después, la
nieve se detuvo, pero el olor permaneció un rato más. Sin embargo,
la daga que tenía en la mano seguía zumbando con poder, y la
piedra brillaba con luz interior. Mi tío se acercó a mí y me puso una
mano en el hombro.
—Estoy orgulloso de ti —dijo—. Bien hecho.
Miré la daga que tenía en la mano, dándole vueltas una y dos
veces.
—¿Esta es... ella?
—No, eres tú. —Señaló una roca que sobresalía de la nieve
más adelante—. Golpea esa roca.
Lo miré, y luego dirigí mi atención a la roca. Agarrando mi
daga, la dirigí rápidamente hacia allí. La corriente que se movía a
través de mí se disparó, un rayo salió de la punta de la daga y golpeó
al instante la roca, rompiéndola y enviando pequeñas astillas de ella
en todas direcciones.
—Mierda. —Jadeé, sin aliento—. Eso ha sido increíble.
—Es sólo el primer paso. Pero ahora... ahora puedo enseñarte
el resto.
—¿Voy a tener que enfadarme cada vez que quiera usar mi
magia?
Negó con la cabeza.
—Una vez que se ha abierto la puerta a la magia, no se puede
cerrar. El truco será controlarla, darle la forma que tú quieras. Ven,
tenemos más cosas que hacer hoy.
Me levanté.
—¿Más? Estoy agotada.
—Lo sé, pero el sol aún arde en el cielo, y nuestro trabajo no
ha hecho más que empezar.
—Entonces, ¿eso de tú y Mira? —pregunté, quitándome el
polvo de las rodillas.
—¿Qué pasa con eso?
—¿Lo has dicho sólo para que me moleste, o.…?
Enarcó una ceja.
—¿O.… qué?
—Bueno, ¿es verdad? ¿De verdad vas a comer con ella esta
noche?
Sonrió.
—¿Quieres que te mienta?
—Creía que no mentías.
—No lo hago, pero si eso hace que volvamos a trabajar, te
mentiré y te diré que no voy a verla esta noche.
Sacudí la cabeza, resoplando mi frustración.
—¿Sabes qué? Miénteme sobre esto. Lo permitiré.
Toross señaló el camino.
—Muy bien —dijo. —Esta noche comeré solo. Continuemos.
20
f ui a ver a Melina más tarde esa noche, después de pasar
el día entrenando con Toross. Mi cuerpo seguía
completamente excitado por la magia que había sido
capaz de invocar, al igual que la daga que guardaba en una pequeña
funda para el tobillo que había hecho para ella.
No podía entender nada de eso.
Hace unos meses, sólo había sido una humana que hacía
vestidos mágicos. Ahora, era una hada que cambiaba de forma y
podía lanzar rayos con la punta de su daga. Ahora había algunas
palabras que nunca pensé que encadenaría en una frase,
especialmente cuando se refería a, bueno, a mí. Si a eso le añadimos
lo de acostarse con un príncipe, la situación se volvía
absolutamente descabellada.
Era extraño caminar constantemente sintiendo que tenía que
pellizcarme. Era aún más extraño caminar por un campamento en
el que, por todas partes, la gente me lanzaba miradas como si
quisieran hacer algo más que pellizcarme. Los niños de la luna aún
no me habían aceptado, a pesar de la semana de agotador
entrenamiento al que me había sometido Toross.
Él me había explicado que cada miembro de la manada tenía
que encontrar su lugar desafiando a otro. Era un rito de paso para
los jóvenes hijos de la luna que querían averiguar dónde encajaban.
Yo no iba a desafiar a nadie, y eso significaba que seguiría siendo
una extraña para esta gente durante un tiempo.
Un conjunto de risas salió de la tienda de Mel cuando me
acerqué. Estaba a punto de abrir la solapa y entrar, cuando decidí
detenerme y darme a conocer primero.
—Hola —grité.
—Hola Dee. —respondió Melina desde el interior—. Entra.
Sólo estamos nosotras dos.
Entrando en la tienda encontré a Mel y Gullie sentadas en
lados opuestos de un gran aro de madera. Había canicas de colores
esparcidas por el aro, así como obstáculos en forma de trozos de
plomo. Dos líneas de tela blanca -una cerca de Melina y otra cerca
de Gullie- hacían las veces de porterías, al parecer.
Melina tenía una canica en la mano, y con la vista baja en el
suelo, estaba alineando un tiro.
—Esta vez lo voy a lograr. —afirmó.
—¿Qué es esto? —pregunté, dando un paso alrededor del aro
y sentándome en una cama—. ¿Un juego?
—¡Canicas! —Rió Gull—. ¡Ellos también juegan con
canicas!
—Vaya, no he jugado con canicas desde que era una niña. —
dije.
Mel nos hizo callar.
—Silencio, las dos. No puedo dejar que me gane otra vez.
—Dos a cero para mí hasta ahora. —informó Gullie,
sonriendo—. Muéstrame lo que tienes.
Con la cara desencajada, Mel lanzó su canica entre dos pilares
de plomo. Golpeó otra, que a su vez golpeó otra. La última canica
rodó hasta la línea blanca, pero no llegó a cruzarla. Maldijo.
—¡Casi! —Siseó.
—Casi, pero no —dijo la duendecilla—. Eres realmente mala
en este juego. ¿Cómo se te da tan mal?
—Estás usando magia, tienes una ventaja injusta.
Gullie estiró ambas manos hacia una canica que estaba cerca
de ella. Comparada con su tamaño, levantarla debía ser como si yo
intentara levantar una roca. No había forma de que fuera capaz de
levantar una con sus propias manos, y mucho menos de lanzarla.
Pero, de alguna manera, la canica se movía, y rápidamente. Se
acercó, siguiendo el camino marcado por los movimientos de su
mano. La duendecilla se detuvo, consideró el campo y luego lanzó
la canica al espacio, pero no golpeó otra canica; ésta le dio a uno
de los trozos de plomo y rebotó.
—¡Maldita sea! —gritó.
Mel se levantó de golpe y la señaló con un dedo.
—¡Ja! ¡Descalificada! Ahora son dos a uno.
—Dahlia me echó. Déjame ir de nuevo.
—No. Si yo tengo que seguir las reglas, tú también.
—De acuerdo, bien, pero vamos a tomar un descanso. La
telequinesis me saca de quicio.
Mel asintió, se acercó a una pequeña mesa y cogió dos piezas
de fruta. Se sentó en la cama junto a mí y me ofreció una.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
—No, acabo de comer. —Luego miré alrededor de la
tienda—. ¿No está Mira esta noche?
Una sonrisa se dibujó en sus labios. Ladeó una ceja.
—Ya sabes dónde está.
Me quejé.
—No hay literalmente nada que pueda hacer para mantener a
esos dos separados.
—Tampoco deberías. Deja que siga su curso. Tal vez se odien
mutuamente.
—O tal vez no lo hagan, ¿y entonces qué?
Melina se encogió de hombros.
—No la vi tratando de interponerse entre tú y Colin.
—Dudo que todos los caballos del Rey puedan interponerse
entre estos dos ahora. —Soltó Gullie, revoloteando hacia nosotras.
Mis mejillas se sonrojaron al instante.
—Es diferente. —contesté, montando una endeble defensa.
—¿Lo es? Sólo porque se supone que son almas gemelas o
algo así. ¿Cómo sabes que ellos no son almas gemelas? Las hay de
todas las formas y tamaños. —Hizo una pausa, miró a Mel, y luego
volvió a flotar hacia la mesa con toda la comida en ella—. O, ya
sabes, eso me han dicho.
Sacudí la cabeza.
—Realmente no quiero hablar de que Mira está en una cita
con mi tío ahora mismo. ¿Cómo vamos con todo el problema de la
tormenta?
—En realidad, creo que podemos haber tenido un avance. —
Señaló Mel.
—¿En serio?
—Bueno, sí, por eso estábamos jugando a las canicas.
Me pasé el pelo por detrás de las orejas.
—Vale, entonces, ¿qué habéis descubierto?
—Es una especie de teoría de Gull, pero para mí tiene sentido.
Gullie se dio la vuelta.
—Puede que me equivoque. —advirtió.
—Vale. Exponlo.
Ella voló hacia mí y se sentó en mi hombro, para poder bajar
la voz.
—Entonces, ninguna de nosotras sabe cuándo ocurrió lo de
Radulf. Ni siquiera él lo sabe, ¿verdad?
—Es bastante escaso en detalles, sí.
—Es posible que Radulf haya sido parte de él durante un
tiempo, aunque puede haber estado latente durante mucho tiempo;
influyendo sutilmente en sus decisiones, aunque sin tomar
totalmente el control de él. Si eso es cierto, entonces creo que sé
cuándo exactamente Radulf obtuvo el poder suficiente para
manifestarse por completo.
—¿Cuándo?
—Ese día en el bosque, ¿recuerdas? Con los Wenlow.
—Lo recuerdo. Tú también estabas allí. —Le dije a Melina.
Ella asintió.
—Me acuerdo de ti, aunque aquel día estaba más concentrada
en buscar orbes. Cuando la tormenta empezó a arreciar, me dirigí
de nuevo a la pista... tú seguías en lo más profundo del bosque en
ese momento. Nunca vi al Wenlow.
—El Wenlow no llegó solo —dijo Gullie—, llegó con la
tormenta. ¿Recuerdas el rayo que cayó? Estoy segura de que fue
así como llegó a ese bosque. También estoy segura de que estar tan
cerca de la tormenta es lo que despertó a Radulf o le dio suficiente
poder para apoderarse del Príncipe. Desde entonces se ha hecho
más fuerte.
—¿Cómo nos ayuda esto?
—Todo esto es pura teoría, pero escúchame. El Veridian se
ha acercado al castillo antes, pero cada vez que ha sucedido, los
hechiceros de Windhelm han sido capaces de combatirlo. Eso es lo
que Mel y Mira me han dicho. Esta vez, no se acercó lo suficiente
al castillo como para que los hechiceros tuvieran que salir a
combatirlo, sino que llegó al bosque, a las afueras de la ciudad.
—Vino porque el Príncipe estaba allí. —añadió Mel.
—¿Se siente atraído por él? —pregunté.
—Creo que sí. —respondió Gullie.
—Pero el Príncipe ha abandonado Windhelm muchas veces
antes. ¿Por qué fue por él esa vez?
—Bien, esta es la parte en la que se complica. Creo que el
Príncipe por sí solo no es suficiente para atraer la tormenta. Creo
que él es un faro, pero la mayor parte del tiempo ese faro no está
iluminado. Excepto ese día en el bosque.
—¿Por qué?
—Porque estábamos rodeados de cortesanos, y concursantes,
y todo tipo de magia flotaba en el aire ese día. Si se empapó de ella,
podría haber activado el faro dentro de él y traer la tormenta hacia
abajo como una avalancha. De nuevo, esto es sólo una teoría, pero
es la mejor que tenemos.
Asentí con la cabeza.
—Suponiendo que sea cierto, ¿qué significa eso para
nosotros?
—Si es cierto —puntualizó Mel—, entonces todo lo que
tenemos que hacer es llenar al Príncipe de magia y vendrá a él. No
tenemos que ir allí.
—Pero eso no... Quiero decir, si todo esto se sostiene, la
última vez que entró en contacto con él, sólo hizo que Radulf se
hiciera más fuerte. ¿No volvería a pasar eso?
—Y ahí están las buenas y malas noticias. —anunció
Gullie—. Creo que podemos atraerlo, pero puede que sólo empeore
las cosas.
—Él cree que la solución a su problema está en el Veridian.
—dije.
—¿Es posible que sea Radulf quien hable? ¿Influyendo en él?
¿Intentando atraernos a todos a una trampa para poder ganar más
poder?
—Supongo que... creo que me he vuelto bastante buena en
averiguar cuándo es el hombre que... umhh…cuando es Cillian, y
cuándo es Radulf. Radulf no sale mucho si tengo algo que decir al
respecto.
Mel me dio un codazo.
—Apuesto a que tienes mucho que decir ahí.
—Basta. —Solté—. Ya sabes lo que quiero decir.
—Sí, le jodes los sesos —intervino Gullie—, lo entiendo.
También estoy agradecida de tener a alguien más con quien dormir
cuando eso sucede. Tengo un respiro estos días porque no estoy
constantemente teniendo que convertirme en un tatuaje.
—Por lo menos hay un resquicio de esperanza —comenté—,
aunque si hubiera podido esconderme dentro de mi pelo y ocultar
la vergüenza, lo habría hecho—. Entonces, tal vez podamos atraer
la tormenta hacia él, pero no sabemos qué hará eso. ¿Hay algún
hechizo que podamos aprender para... no sé, exorcizar a Radulf?
Gullie me dio un golpecito en la nariz.
—Esa es la pregunta correcta. Sí, hay un montón de hechizos
que podríamos probar: los niños de la luna tienen unas cuantas
variedades de rituales de exorcismo dependiendo del espíritu. El
único problema es que ninguna de nosotras ha utilizado nunca uno,
y estropear un ritual de exorcismo podría hacer más daño que bien.
—¿Y el Veridian? —pregunté—: Parece que la tormenta
podría complicar las cosas.
—Realmente no lo sé. Tendrás que preguntárselo a él. ¿Estás
segura de que no tiene idea de cuándo Radulf hizo lo suyo?
—No sabe lo que le espera en el Veridian.
—O, al menos, eso es lo que te dice. —añadió Mel.
—¿Estás sugiriendo que me está mintiendo? —pregunté.
—No mentir, no. Pero tal vez está omitiendo cosas.
—¿Por qué haría eso?
—Porque tiene un espíritu maligno dentro de él que le hace
decir y hacer cosas malas. No hace falta hacer acrobacias mentales
para entender esto. Sigo pensando que quiere llegar a él porque así
ganará más fuerza.
—Por otra parte —expuso Gullie—, el Veridian puede tener
exactamente las condiciones adecuadas para que podamos eliminar
el espíritu sin dañar al Príncipe. Porque ya sabes, con los
exorcismos, siempre existe el riesgo de matar al huésped.
Sacudí la cabeza.
—Joder. Este es duro. No sé qué hacer.
—Únete al club —dijo Mel—. Por eso empezamos a jugar un
partido. Quiero decir, ¿qué otra cosa puedes hacer cuando te
enfrentas a algo así?
—No lo sé. Es mi primer Armagedón.
—Tienes que hablar con él, Dee. —dijo Gull—. Tienes que
hablar realmente con él esta vez.
La miré.
—¿Y si eso rompe... esto?
—¿Esto? —Frunció el ceño.
—Soy feliz, Gull... aquí, en este lugar. Sé que no le caigo muy
bien a esta gente, pero os tengo a vosotras, y le tengo a él. Por
primera vez desde que me fui de casa, soy feliz.
—¿Y crees que, hablando con él sobre su hermano, perderás
esto?
—No hablar de Radulf parece ayudar a mantenerlo alejado.
¿Y si hablar de él... ya sabes, lo hace surgir?
—Entonces nos ocuparemos de él. Todas nosotras.
¿Y si no podemos detenerlo?
Dejé ese último pensamiento sin pronunciar. Ella estaba
tratando de ser solidaria. Ambas lo hacían. Lo agradecía, pero no
sabía si comprendían del todo la situación en la que me encontraba.
No les había contado lo que mi madre me había dicho, que podía
salvar al Príncipe o a los niños de la luna, pero no a ambos.
Tampoco les había confesado lo que sentía por él. Nunca había
llegado el momento adecuado; pero ¿cuándo es un buen momento
para sacar a relucir los presagios de la inminente muerte de
alguien?
O tus sentimientos por esa persona.
Ya llevábamos una semana aquí. Yo había pasado la mayor
parte de ella entrenando y cosiendo a mano un nuevo vestido azul
en mi tiempo libre. Las chicas, mientras tanto, habían estado
tratando de averiguar cómo ayudar al Príncipe. La verdad es que
no se nos iba a presentar el camino correcto para salir de esto,
aunque tuviéramos todo un año para trabajar en el problema.
Íbamos a tener que tirar los dados y esperar que saliera un seis.
Me puse de pie.
—Sabéis. —Me detuve—. Aunque nos pusiéramos de
acuerdo para llamar a la tormenta de alguna manera, no podríamos
hacerlo aquí.
Mel negó con la cabeza.
—Deberíamos ir al bosque al otro lado de las piedras.
Encontrar un lugar amplio y abierto. Si hacemos esto, no sabemos
lo que la tormenta traerá consigo.
—Wenlows. —afirmó Gullie, su tono bajo y oscuro—. Al
menos eso.
Un pulso de temor empujó a través de la habitación,
amortiguando cualquier espíritu feliz que había vivido aquí hace un
momento.
—Iré a hablar con él, os haré saber lo que me diga.
—Estaremos aquí.
Asintiendo, salí de la tienda y fui a buscar al Príncipe…
Praxis, sin embargo, no me lo iba a poner fácil.
21
a penas había dado cinco pasos fuera de la tienda
cuando me tiró al suelo como un luchador. El mundo
entero se volvió del revés, vi las estrellas y la luna
llena en el cielo, y lo siguiente que supe fue que estaba de espaldas
en la tierra caliente y húmeda, con ese tanque de hombre encima
mía.
—¡Quítate de encima! —grité.
—Ahora sé tú secreto —respiró contra mi oído—. Trajiste al
Príncipe de Windhelm a nuestro campamento, ¿no es así?
—No sé de qué estás hablando.
Arqueó la espalda y rugió.
—¡Mentirosa! Acabo de oírte a ti y a tus amiguitas conspirar.
—Enrolló el brazo hacia atrás y cerró el puño con la mano—.
¡Niégalo otra vez!
Oh, mierda. Realmente nos había escuchado.
—¡Te reto! —grité.
Sus ojos se abrieron de par en par, y se detuvo antes de que
pudiera bajar su puño sobre mí.
—¿Tu qué, cachorra?
Mel y Gullie salieron de la tienda y otros faes observaron lo
que ocurría. Recordé todo lo que Toross me había enseñado sobre
los niños de la luna, sobre sus prácticas y sus rituales. Una vez que
se ofrecía un desafío en presencia de testigos, había que aceptarlo
y combatirlo inmediatamente. El ganador consolidaría su lugar en
la manada, y el perdedor se convertiría en su subordinado. Un
subordinado tenía que hacer lo que decía su superior. Suponiendo
que nadie le hubiera oído soltar lo del Príncipe y mi secreto, si
conseguía vencerle, tendría que guardárselo para sí mismo. Sin
embargo, si perdía, me convertiría en su perra, o peor aún, podría
matarme.
—Ya me has oído —dije, jadeando—. Bajo la luz de la luna
llena que brilla esta noche, te reto. ¿Aceptas?
Praxis volvió a rugir y clavó su puño en la tierra húmeda junto
a mi cabeza. Se acercó a mi cara y gruñó, con su aliento caliente y
carnoso rompiendo contra mi nariz.
—Que así sea.
El fae, mucho más grande, se levantó y se quitó el polvo. Me
empujé hacia atrás por el suelo y también me puse en pie. Ya se
había reunido una multitud. Los niños de la luna de todo el pueblo
estaban observando, entre ellos Mel, Gullie, Ashera, e incluso el
Príncipe. Me fijé en él cuando salió de su tienda. Había varios fae
entre él y yo, pero él intentaba abrirse paso hacia mí.
—Elige tu arma, cachorra. —Ladró Praxis.
Agarré la daga que llevaba atada al tobillo y la desenfundé.
—Elige la tuya.
—No necesito un arma para golpear a una cosa escuálida
como tú.
—¿No te has enterado? Soy la Loba Blanca.
—Ya lo veremos.
Cargó. El enorme fae eligió permanecer en su forma humana
para poder blandir sus puños contra mí. Esto lo hacía un poco más
fácil de tratar que si hubiera tomado su forma de lobo: los tipos
grandes suelen ser lentos. Pero ya me había puesto a la defensiva,
obligándome a evadirme, a agacharme y a esquivar sus ganchos y
golpes. Era casi imposible encontrar un hueco a la velocidad a la
que volaban sus puños. Apenas habían transcurrido unos segundos
y ya había esquivado tanto que empezaba a estar agotada. Eso era
parte de su plan. Cansarme, ralentizarme lo suficiente como para
que uno de sus golpes diera en el blanco, porque eso era lo único
que se necesitaba. Tenía puños como jamones, y si alguno de esos
golpes me acertaba, probablemente estaba acabada.
Me metí en una tienda de campaña, deslizándome
rápidamente por la abertura y lanzando la solapa de la tienda en su
camino mientras él entraba detrás de mí. Cuando pasó a la
habitación, yo ya había cogido una manta de pieles y se la había
echado por la cabeza. Mientras luchaba con la manta, le di una
patada en la espinilla y lo hice caer, y con un fuerte empujón lo tiré
de espaldas.
En lugar de atacarle de nuevo, me abalancé sobre él para salir,
pero me agarró del pie justo cuando pasaba por delante de él, y caí
de bruces en el suelo. Un grito ahogado recorrió a la multitud. Los
faes no sólo estaban observándonos, sino que estaban
disfrutándolo, se divertían con la pelea. Eso significaba que nadie
iba a impedir que esto continuara.
Pude ver que el Cillian lo intentaba, pero Melina lo había
interceptado y lo había obligado a mantener la distancia.
Bueno. Para bien o para mal, tenía que hacer esto sola. Iba
a tener que vencer a Praxis por mi cuenta. Un bonito vestido no iba
a sacarme de esto. Unos pies ligeros tampoco. Tenía que darle a
este tipo una patada en el culo y asegurarme de que no se volviera
a levantar, de lo contrario las cosas sólo iban a empeorar para mí
antes de mejorar.
Giré sobre mi espalda, me senté en posición vertical e intenté
apartar su mano de mi pierna, pero tenía dedos como salchichas y
su agarre era de vicio. Cuando trató de levantarse, le golpeé con el
talón del pie en la cara. Fue un golpe fuerte y satisfactorio, pero
sólo le reventé el labio, y parecía haberle gustado.
—Eres débil. —gruñó con la boca llena de sangre—. Cuando
te haya golpeado hasta el fondo, voy a marcar tu cuerpo de manera
que te hará repulsiva para todos los hombres. Voy a...
—…Hacer lo que quieras conmigo una y otra vez, bla, bla —
Me burlé, poniendo los ojos en blanco—. Eso es realmente original.
¿Se te ha ocurrido a ti solito?
—¿Cómo te atreves a hablarme así? —rugió.
—Ya te lo he dicho. Soy la puta Loba Blanca.
Me obligué a cambiar de forma y, cuando mis piernas
empezaron a contraerse, pude zafarme de sus garras y liberarme.
Me esforcé por ponerme en pie, pero en cuanto me di la vuelta para
mirarlo de nuevo, él adoptó su propia forma de lobo. Era enorme:
su pelaje era negro azabache y estaba erizado, sus ojos de un verde
intenso estaban llenos de astucia depredadora. Sus dientes eran tan
grandes y afilados que daba miedo mirarlos. Si dejaba que me
agarrara con esos dientes, sabía que estaba acabada. No tendría
forma de hacer que me soltara, y él sería libre de destrozarme como
a un trozo de carne.
En lugar de atacarle de frente, empecé a correr, obligándole a
darme caza. Los faes se separaron de mí cuando pasé por delante
de ellos. Me aseguré de pasar justo al lado de Ashera, haciendo que
se apartara también de mi camino. El lobo negro, mucho más
grande, atravesó atronadoramente la aldea de los niños de la luna,
persiguiéndome, con sus patas golpeando la tierra. Jadeaba, su
respiración era áspera y entrecortada, pero no iba a cansarse pronto.
Era probable que me quedara sin aliento antes que él, pero
necesitaba un plan. No había forma de vencerlo sin uno. No creía
que fuera lo suficientemente fuerte como para enfrentarme a él en
una pelea directa, así que tenía que utilizar lo único que tenía y que
él no: mi inteligencia.
En lugar de subir a las montañas, utilicé las tiendas de la aldea
como cobertura, agachándome y zigzagueando entre ellas, tratando
de confundirlo. Tenía mi olor, así que no había forma de sacárselo
de encima, pero seguía siendo la hora de la cena en el pueblo y el
aire estaba cargado con el aroma de varias comidas y bebidas. Si
lograba que se preguntara a dónde había ido, aunque fuera por un
momento, podría tener una oportunidad.
Me fijé en un gran grupo de tiendas de campaña, todas juntas
y separadas por pesadas cortinas. Me metí en ella, empujando a
través de la solapa, y luego me moví a través de las habitaciones
contiguas usando nada más que mi nariz para guiarme. Podía oler
el exterior, había una brisa aquí dentro, y eso significaba que había
otra abertura, probablemente en algún lugar de la parte trasera.
No fui allí. En su lugar, me arrojé detrás de una cómoda y
cambié de mi forma de lobo a mi forma humana. Así era más
pequeña y era menos probable que se fijaran en mí. También estaba
completamente vestida con mi armadura blanca de cuero. Toross
me había enseñado el Rito de Vinculación, que me permitía
consagrar las ropas que llevaba puestas para poder conservarlas
mientras cambiaba de forma.
Ya me había resultado útil.
Oí a Praxis entrar en la tienda olfateando. Había seguido mi
olor, pero el aire estaba cargado de especias y carnes. Al asomarme
por el vestidor, noté que se movía por una de las habitaciones
contiguas. Tenía la nariz pegada al suelo mientras avanzaba,
tratando de distinguir mi olor entre el ruido blanco que lo rodeaba.
Se dirigía a esta habitación. Mi corazón latía, tronaba, martilleaba
tan fuerte que pensé que él podría oírlo con esas orejas de lobo.
Tuve que contener la respiración porque existía la posibilidad de
que él también la escuchara, y al menos eso era algo que podía
controlar.
Cuando se acercó a la cómoda, se detuvo y se giró. La brisa
que se movía por la tienda le había confundido. ¿Había pasado por
la abertura del otro lado, o había dado la vuelta y me había
escondido en algún lugar? No estaba seguro, y eso significaba que
había encontrado mi momento.
Con todas mis fuerzas empujé la cómoda tras la que me
escondía, haciéndola caer encima de él con un fuerte golpe. Praxis
se desplomó bajo ella, pero no fue suficiente para dejarle
inconsciente. Ya estaba luchando por salir de debajo del mueble.
Mientras retrocedía, cubierto con parte del contenido de la
cómoda, salté sobre él y le rodeé el cuello con los brazos. Era
enorme, pero eso sólo lo convertía en un blanco fácil. Se agitó y
pateó salvajemente, tratando de sacudirme de encima. Cuando eso
no funcionó, se dio la vuelta y empezó a correr a toda velocidad
por donde había venido, asegurándose de chocar con todos los
obstáculos posibles en el camino.
Me dolían los hombros, la espalda y los brazos, pero no podía
soltarlo. Tuve que rodear su cuello con mis brazos y apretarlo todo
lo que pude. Cuando por fin creí que había encontrado su tráquea,
cerré los brazos y los mantuve así.
Praxis salió disparado de la tienda y a la vista de los faes. Una
vez que llegamos a un claro, trató de sacarme de encima otra vez,
saltando con las piernas como uno de esos toros de monta. Nunca
había montado en uno, pero tenía las piernas alrededor de su
estómago y los brazos alrededor de su cuello. No iba a ir a ninguna
parte.
En cuanto se dio cuenta, se enderezó y adoptó su forma
humana. Intenté sujetarlo, pero fue difícil, y caí de espaldas en el
suelo, pero no le di la oportunidad de recuperarse. Le aticé una
patada en la parte posterior de las rodillas con toda la fuerza que
pude, haciéndole caer de nuevo.
Mientras se quejaba y tosía, me levanté y lo cargué con el
hombro contra el suelo, presionando su cara contra la tierra
húmeda. Gritando, rugiendo, canalizando todo el poder que podía,
recurriendo a la fuerza que había utilizado aquel día para evitar que
el martillo me convirtiera en una torta, mantuve su cabeza
presionada contra la tierra y le inmovilicé los hombros con las
rodillas.
Praxis seguía pataleando, intentando aferrarse a mí, pero
había un poder que ni siquiera él era lo suficientemente fuerte como
para enfrentarse a él. Yo misma no podía entenderlo, pero sentía
que la luz de la luna llena me hacía más fuerte, más invencible. El
tatuaje del dorso de mi mano brillaba a la luz de la luna, y sentí...
ira. Una ira apasionada y poderosa, y eso me hacía aún más fuerte.
Los faes me observaban, pero yo no los miraba a ellos. Sólo
tenía a Praxis en mi mente. Mantenerlo en el suelo, mantenerlo
inmovilizado, ver cómo su conciencia se escapa entre sus gordos
dedos. No lo solté cuando dejó de moverse, de patalear, de luchar.
Lo sujeté, impulsada por la ira que me quemaba por dentro.
Me había reído cuando sugirió que me haría cosas horribles
una vez que ganara el desafío, pero realmente me había asustado.
Me asustó porque creía que podía hacerlo. Que lo haría. Y que
disfrutaría haciéndolo. Quería que supiera que lo había vencido;
quería que lo sintiera de verdad, presionarlo hasta estar a un palmo
de su vida y entonces… Ashera me dio un golpe en el trasero.
—¿Quieres matarlo? —siseó.
La miré a ella y luego al gran montículo de tierra que era
Praxis, jadeando.
—¿Está muerto? —pregunté.
La alfa se arrodilló junto a su compañero de manada y le tocó
la garganta con los dedos. Luego sacó su cara de la tierra y me miró.
—Está vivo, apenas.
—Se lo merece por desafiarme así.
—Si lo hubieras matado, habríamos tenido que matarte a ti,
como exigen nuestras tradiciones.
—Pero no lo hice. —Me levanté—. Le gané, y eso significa
que tomo su lugar en la manada, ¿no?
Ashera me miró fijamente, pero no dijo nada.
—Así es como funciona nuestra gente, ¿no? —pregunté.
Me giré y miré a todos los faes reunidos cerca. Me sentía
acalorada, con la adrenalina ardiendo en el torrente sanguíneo
como el fuego en las venas. Mis ojos se encontraron con Mira, que
estaba de pie junto a Toross. No sabía de dónde venían, pero ambos
parecían sorprendidos. Ninguno de los dos habló. Nadie más habló.
No estaba segura de lo que esperaba que ocurriera a continuación.
Quizás un aplauso, quizás una ovación. Habría estado bien, pero en
su lugar sólo hubo un silencio glacial y caras de asombro.
Nadie esperaba que ganara esa pelea.
Yo tampoco.
—Tienes razón —dijo Ashera—, has tomado el lugar de
Praxis como mi número tres.
Cuando me giré para mirarla, había inclinado la cabeza.
—Gracias. —Luego señalé al Príncipe, tirando la cautela al
viento—. Soy la Loba Blanca. —grité— Hay una profecía que dice
que voy a guiar a nuestro pueblo fuera de la oscuridad y hacia la
luz. Ese hombre de ahí es Cillian, es el Príncipe de Windhelm... y
también es mi compañero.
Los faes jadearon y se separaron, haciendo un circulo dentro
del cual Cillian estaba solo.
—¡¿Qué?! —siseó La Alfa—. ¡¿Has traído al Príncipe de esa
miserable ciudad aquí?!
—Lo hice, y te mentí al respecto porque no podía arriesgarme
a que lo mataras simplemente por ser quien es. Pero ahora que lo
he marcado como mi compañero, si quieres matarlo, tendrás que
matarme a mí primero.
—¡¿Crees que no puedo?! —gruñó.
—No, pero creo que no lo harás porque sabes que me
necesitas.
Ella avanzó hacia mí.
—No sé nada de eso —rugió, y echó el brazo hacia atrás
como si fuera a golpearme, pero Toross se puso delante de mí.
—Ashera, no. —dijo.
La Alfa lo fulminó con la mirada.
—¿Quién te crees que eres para interponerte entre mi presa y
yo?
—Soy tu Beta —afirmó—. Y ella es tu tercera, no una presa.
Estás cometiendo un error.
—¿Pondrías tu vida por delante de la de ella?
Asintió con la cabeza.
—Ella es la loba blanca, Ash. Sabes que es verdad.
—Incluso si es verdad, ella no tenía derecho a traer esa
porquería aquí.
—Tal vez no, pero ella ha invocado nuestras tradiciones. Él
es su pareja. Para matarlo a él, debes matarla a ella, y para matarla
a ella, debes matarme a mí. ¿Estás dispuesta a hacerlo?
La Alfa frunció el ceño y por un momento pensé que iba a
atacar, pero giró sobre sus talones y se marchó furiosa. Los otros
faes no tardaron en despejar el camino, dejando sólo un puñado de
nosotros atrás, y a Praxis boca abajo en el suelo.
—Toross, tú...
—No hables —dijo, cortándome—. Agárralo y vete hasta que
se calme.
Quería hablar, mi instinto me pedía eso, pero me mordí la
lengua y di lo que me pareció un largo paseo hasta el Príncipe,
pasando por Mel, Mira y Gullie en el camino. No estaba segura de
sí estaban orgullosas de mí o aterrorizadas. En realidad, tampoco
estaba segura de cómo me sentía yo. Acababa de conseguir una
victoria, pero me parecía extrañamente vacía.
Sin palabras, tomé la mano de Cillian y lo llevé lejos de este
lugar.
22
— e so fue... interesante. —dijo Cillian, una vez que

llegamos a su tienda.
Cerré la solapa y la sujeté con alfileres. No acallaría
exactamente nuestras voces a menos que las mantuviéramos bajas,
pero al menos mantendría las miradas indiscretas fuera de nuestros
asuntos. Ya había tenido suficiente atención para un día.
O una semana.
Me senté en la cama y hundí la cara entre las manos.
—Les dije quién eras. No puedo creer que haya hecho... nada
de eso.
—¿Qué pasó? —preguntó—. Oí el alboroto y salí a ver, pero
no sé cómo empezó.
Sacudí la cabeza y suspiré.
—Praxis me había oído hablar con las demás sobre ti. Me
abordó cuando salí de la tienda y me amenazó con contarle el
secreto a todo el mundo. Lo único que se me ocurrió hacer fue
desafiarlo.
—¿Esa fue tu única idea?
Le miré.
—No estaba pensando. Fue una imprudencia y una estupidez.
Debería haber encontrado otra manera.
Cillian tomó aire. Suspiró.
—Puede que haya sido imprudente, pero los dos estamos
bien. —Se arrodilló frente a mí y enarcó una ceja—. En cualquier
caso, ganaste el desafío.
—Podría haber perdido fácilmente.
—¿Por qué le desafiaste si estabas tan insegura?
—Es que es eso. No me paré a pensar en otra forma de salir
de la situación. Ni siquiera pensé en la posibilidad de que pudiera
vencerme, y tienes razón, ¿entonces qué? Él habría podido hacer lo
que quisiera conmigo, conmigo...
Cillian agarró mi mano.
—Nunca habría dejado que ese hombre se acercara a ti.
—No creo que ninguno de nosotros hubiera tenido opción.
Así no es cómo funcionan las cosas por aquí.
—Entonces tal vez sea hora de cambiar las reglas. —Sacudió
la cabeza y miró a un lado—. Te advertí sobre esta gente y sus
prácticas. Son bárbaros.
—Oye. —Le puse una mano en la mejilla y le hice mirarme—
. También son mi gente.
Asintió con la cabeza.
—Por supuesto.
—Si quieres ser mi pareja, vas a tener que tirar tus prejuicios
a la basura. Créeme, si esto es un choque cultural para ti, lo es
doblemente para mí.
—Soy tu compañero. Te aseguraste de que todo el pueblo lo
supiera.
Mis mejillas se sonrojaron.
—Lo hice. Me perdí en el momento, montada en una ola de
adrenalina.
—Sé lo que es eso. Acabas de ganar un desafío. Necesitas
comer y descansar. Pero primero deberíamos hablar de lo que
escuchó Praxis.
Asentí, respiré hondo y exhalé.
—No todo son buenas noticias como esperaba.
—¿No?
Miré sus manos.
—Sabes cómo me siento respecto a la última semana,
¿verdad?
—Lo sé.
—¿Cómo te sientes tú?
—Los últimos días han sido los mejores de mi vida, nunca
me he sentido tan libre, ni tan cómodo, ni tan pleno como cuando
estoy contigo. Eres fuerte, eres ingeniosa, inteligente... eres mi
igual en todos los sentidos, y eres absolutamente hermosa. No
podría haber pedido una persona mejor con quien estar. Tengo
suerte de que me hayas elegido.
Tragué con fuerza, y el enrojecimiento de mi cara se hizo más
profundo.
—Vaya... eso es... eso es más de lo que pensaba que ibas a
decir.
—¿No sientes lo mismo?
—Sí, lo hago. Me siento así. Sólo que... no esperaba que
dijeras cosas tan bonitas. —Me quede callada unos segundos—. No
quiero que esto termine, Cillian.
—¿Tiene que hacerlo?
—Si seguimos adelante con el único plan que tenemos a
nuestra disposición, puede que sí. No sé qué pasará, ni cómo
acabará.
Tomó mi mano que había colocado contra su mejilla y la
besó.
—Sea lo que sea, lo afrontaremos juntos.
Asentí con la cabeza.
—¿Estás familiarizado con... el exorcismo?
Cillian cerró los ojos.
—Sospechaba que llegarías a esa conclusión en algún
momento.
—¿Sabías que llegaríamos aquí?
—Es la opción más obvia. Mi hermano se ha convertido de
alguna manera en una entidad malévola e invasora. La única
manera de deshacerse de él es mediante un exorcismo, pero no
conozco los rituales.
—Yo tampoco, pero los niños de la luna sí.
—¿Saben hacerlo?
—Melina, Mira y Gullie han estado estudiando el problema
toda la semana. Creen que saben lo que tienen que hacer, pero no
puedo dejar de insistir en lo peligroso que puede ser esto.
—Si crees que este es el camino correcto...
—Hay más. No sé qué papel juega el Veridian en todo esto,
y por lo que parece, supongo que tú tampoco.
Negó con la cabeza.
—No.
—¿Tu hermano alguna vez hizo alusión a algo? ¿Dejó
escapar algún pensamiento superficial que pudiste captar?
—Nunca ocurrió nada de eso. Al principio era simplemente
una sensación. Él, en su forma actual, vino de allí, de alguna
manera. Cómo, no lo sé.
—Nunca me has contado realmente lo que pasó con él.
—Porque no quiero hablar de él. Siento que, con sólo
mencionarlo, estamos invitando su presencia a esta habitación, y
no quiero eso.
—Lo sé, Cillian, pero no podemos seguir escondiéndonos de
él. Tarde o temprano, va a volver, y necesitamos saber todo lo que
podamos si queremos sacarlo de ti de una forma segura. Por favor...
necesito que me digas qué pasó. Tal vez haya una pista en la
historia.
Él se levantó y se sentó en la cama a mi lado. Se pasó los
dedos por su negro cabello y luego los movió por la barba, tomando
aire antes de hablar.
—Es mi hermano mayor —explicó—, el primer hijo de mi
padre, su heredero, su favorito. No tengo experiencia de primera
mano de sus primeros años, pero sé, por lo que me han contado,
que él y mi padre lo hacían todo juntos. Cazaban juntos, entrenaban
juntos, luchaban juntos. Eran inseparables, y eso continuó hasta sus
últimos días y noches.
—¿Y tu madre?
—Mi madre lo cuidó, se preocupó por él, pero era...
demasiado machista. Era grosero con ella, irrespetuoso. Sus
prejuicios hacia las mujeres se manifestaron pronto, y mi padre
hizo poco por desalentarlos.
—Eso es común, ¿no? Faltar al respeto a las mujeres entre los
de tu clase. —Sacudí la cabeza—. De nuestra clase.
Asintió.
—Así es. Las hembras, incluidas las reinas, están ahí para
criar y cuidar de nuestros hijos hasta que puedan cuidarse por sí
mismos. Para los hombres, eso ocurre antes que para las mujeres.
—Tú no eres así.
Giró la cabeza hacia un lado para mirarme.
—Mi madre nunca me habría permitido faltar al respeto a una
hembra simplemente por su sexo. Tal vez si hubiera pasado más
tiempo con mi padre, mi actitud hacia las mujeres habría sido más
aguda, y más fría, pero él se preocupaba más por el desarrollo
continuo de Radulf que por el mío. Mi hermano iba a ser su
heredero... ni siquiera llegó a su Selección Real.
—¿Por qué se fue?
Cillian se dio la vuelta. Me di cuenta de que no quería entrar
en esto, pero iba a tener que hacerlo. Le cogí la mano, intentando
animarle a hablar sin miedo a.… nada. No tenía nada de qué
preocuparse conmigo. Dudaba que hubiera algo que pudiera decir
que me hiciera salir corriendo.
—Hubo un ataque al castillo. Mi padre lo hizo luchar en la
vanguardia... fue herido, los curanderos no podían detener la
hemorragia. Él y mi padre se fueron juntos una noche, se
escabulleron al amparo de la oscuridad. Sólo mi padre regresó días
después, y ordenó que Radulf fuera borrado de todos los registros,
toda mención de su nombre.
—Se llevó a tu hermano al Veridian...
Asintió.
—Es la única conclusión lógica.
—Pensó que el Veridian podría salvar su vida.
—Si eso es cierto, entonces mi padre estaba claramente
equivocado. Lo que pasó allí, no lo sé. Mi padre amenazó con
ejecutar a cualquiera que hablara de ello o lo cuestionara, incluso a
mi madre.
Sacudí la cabeza.
—Eso no explica cómo el espíritu de Radulf... te invadió.
—Lo sé. Pensé que tal vez encontraría respuestas en el
Veridian, ya que lo percibí con tanta fuerza dentro de él cuando se
manifestó aquella noche.
—¿Crees que quiere que vayas allí porque así se fortalecerá?
—Es posible. No tengo forma de saberlo. He considerado
profundamente la posibilidad de que esté tratando de obtener más
poder, y que al llevarlo al lugar donde le ocurrió esto, sólo estaría
satisfaciendo sus necesidades. Pero hay algo interesante sobre los
lugares de poder, incluso de poder oscuro.
Incliné la cabeza hacia un lado.
—¿Qué quieres decir?
—Sí lo hizo... puede deshacerlo. Es un riesgo, y puede que no
sea capaz de ayudar cuando llegue el momento de eliminarlo.
Tengo que admitir que la magia no es mi mejor fortaleza. Mi madre
me dotó de magia curativa, he aprendido a crear portales, y conozco
muchos hechizos que me ayudarán en una pelea, pero ¿con un
exorcismo? —Sacudió la cabeza—. No sé nada de eso.
—Los niños de la luna podrían ayudar.
—¿De verdad crees que lo harán ahora que saben quién soy?
—Probablemente no... Puede que haya fastidiado nuestras
posibilidades.
—Tal vez. Pero en algún momento se iban a enterar, sobre
todo si nos quedábamos aquí. Mejor que lo sepan ahora que
después.
—Debería hablar con Ashera... Melina cree que podemos
sacar al Veridian de ti. Tal vez entre las cuatro podamos combinar
nuestras habilidades para realizar un exorcismo. Pero Ashera es la
Alfa de esta manada, si alguien por aquí sabe cómo arrancar un
espíritu de una persona, será ella. Tenemos más posibilidades
teniéndola como aliada.
—¿Y el Veridian?
—Creo que quiero intentar eliminarlo sin convocar la
tormenta... pero no sé si eso será posible...
—¿Por qué no?
—Gullie sospecha que eres una... esponja para la magia. Que
hay un faro dentro de ti que se enciende cuando te expones a
grandes cantidades de ella y que eso por sí solo es suficiente para
atraer al Veridian hacia ti. Estoy bastante segura de que un
exorcismo generará suficiente poder para llamar a la tormenta.
—Entonces, no importa lo que hagamos...
Asentí con la cabeza.
—No tenemos muchas opciones, Cillian... pero lo quiero
fuera de ti. No puedo lidiar con la idea de que esté ahí dentro,
haciéndote daño, tratando de encontrar una salida.
—Nuestro vínculo es su prisión.
—Lo sé... pero eso no durará para siempre.
Acomodó un poco de pelo plateado detrás de mi oreja
puntiaguda y me miró a los ojos.
—¿Piensas quedarte conmigo para siempre?
Enarqué una ceja.
—¿Es una proposición, mi Príncipe?
Una ligera sonrisa se dibujó en sus labios.
—Nunca haría algo tan burdo como proponértelo de esta
manera.
—Por curiosidad... ¿cómo lo harías?
Se deslizó por el borde de la cama y se puso de rodillas.
Colocó sus manos sobre mis muslos, y yo los separé para dejarle
pasar entre ellos. Lentamente, sus manos subieron desde mis
muslos hasta mis costillas, y luego las bajó para posarse en mis
caderas. Me miró fijamente, con sus grandes ojos azules brillando.
—Dahlia... —dijo, y el corazón se me subió a la garganta.
Espera.
No podía hablar.
—¿Me harías el favor de...?
Espera... ¿qué está pasando? Mi corazón empezó a
martillear contra los lados de mi cuello. Palpitaba con tanta fuerza
que estaba segura de que los faes de la tienda de campaña situada
tres puertas más abajo serían capaces de oírlo. Me quedé mirando
al Príncipe, con los ojos clavados en los suyos, y mi respiración se
detuvo casi por completo en ese momento. Sus manos volvieron a
subir, rodeando mi espalda, sus dedos buscando el cordón que
mantenía mi armadura de cuero en su sitio.
—¿De ayudarme con estas correas? —preguntó.
Tragué saliva.
—¿Q-qué?
Se inclinó un poco más, con sus labios a un centímetro de los
míos.
—¿Esperabas una pregunta diferente?
Temblando.
—Yo... no lo sé.
—Estamos a punto de embarcarnos en una misión peligrosa...
—susurró mientras sus dedos trabajaban—. Puede que no
regresemos con vida. Quiero saborear a mi compañera una vez más
antes de que eso ocurra.
—¿Sabore...?
¿Qué demonios? ¿Por qué no podía hablar?
—Sí —susurró contra mis labios, y el calor de su aliento
contra mi boca envió una cálida y placentera carrera a mi estómago
que me dejó repentinamente adolorida—. ¿A menos que prefieras
irte sin eso?
Lo que sea que me mantenía encerrada en mi sitio se liberó
de repente. Me apresuré a separar los cordones que mantenían mi
corpiño de cuero envuelto en el pecho y, en cuanto estuvo libre, lo
besé profundamente. Cillian enganchó sus dedos en mi cintura, y
me levanté lo suficiente para que él pudiera deslizarlos por debajo
de mí. En unos instantes estaba completamente desnuda y
arrancándole su propia ropa como si mi vida dependiera de ello.
—Nadie puede oírnos esta vez —respiré en su boca—. Creen
que estamos hablando de cosas muy serias.
—Esto es serio.
—Cillian, no bromeo.
Él se deslizó fuera todo lo que llevaba puesto. Tiró de mi
cuerpo desnudo hacia el suyo.
—Entonces no dejes que te oigan.
—No siempre soy la más ruidosa.
—Eres mucho más ruidosa de lo que crees.
Deslicé mi mano por su abdomen y agarré su longitud con
fuerza, haciéndole gemir.
—Tú también lo eres. —siseé.
Me mordió el labio inferior.
—Bien. —Soltó, y luego me tomó por los hombros, me hizo
girar y me empujó de cara a la cama y se arrodilló detrás de mí—.
Haz todo el ruido que quieras contra el colchón.
—¿Colchón? Espera, ¿qué estás...?
Noté sus cálidas manos en mi trasero y, un momento después,
sentí que su lengua empezaba a hacer esa cosa que me encantaba.
Agarré las sábanas con fuerza, apreté la cara contra la cama y
podría haber gritado por el placer que me estaba quemando como
un incendio. Habíamos hecho muchas cosas esta última semana,
pero esto... Esto era nuevo, y una distracción bienvenida de todo lo
que ya había pasado esta noche.
De rodillas, me trató como a una reina, como a su reina. No
había bromeado al decir que quería saborearme, y yo no estaba en
condiciones de discutir, sólo de disfrutarlo.
23
n ecesitaba hablar con Ashera, aunque probablemente
yo era la última persona a la que quería ver. Nuestra
última interacción no había ido precisamente bien.
Estaba bastante segura de que quería matarme, o enviarme lejos de
la aldea, especialmente ahora que sabía quién era realmente Cillian.
No quería dejarlo solo mientras iba a hablar con ella, pero no tenía
muchas opciones.
Podía aprender casi cualquier cosa en Internet, pero, aunque
tuviera acceso a la red aquí, dudaba que pudiera encontrar un ritual
de exorcismo decente. Ashera era la única persona que creía que
podría ayudar. De acuerdo, eso no era exactamente cierto; también
estaba Toross. Pero él era su Beta, y ya la había hecho enojar lo
suficiente. Acudir a su segundo a sus espaldas podría haber sido
suficiente para que intentara matarme en lugar de sólo desearlo.
Jaleem y Lora estaban de guardia en la entrada de la tienda
principal. Se cerraron en torno a la apertura cuando llegué, dejando
claro que no iban a dejarme entrar tranquilamente.
—No quiere hablar contigo. —informó Lora, con un tono frío
y distante.
—Necesito verla.
—No me importa lo que necesites.
Jaleem parecía compartir su opinión. Los miré fijamente a los
dos, la ira empezaba a brotar dentro de mí como el nacimiento de
un sol.
—Corrígeme si me equivoco, pero yo soy el número tres de
la Alfa, y Toross es su número dos, lo que me sitúa por encima de
ti en la manada.
Lora enarcó una ceja.
—No eres miembro de esta manada.
—¿No? Eso no es lo que dijo tu Alfa.
—No nos haremos a un lado. —afirmó Jaleem.
Asentí con la cabeza.
—Puede que no quiera verme, pero os ordeno que os apartéis.
Ahora. O os haré lo que le hice a Praxis, y él era mucho más grande,
y mucho más fuerte que cualquiera de vosotros, imbéciles.
Se miraron entre sí como si los hubiera confundido con la
palabra imbécil. Entonces, una voz flotó desde el interior de la
tienda.
—Dejadla entrar. —gritó Ashera.
Lora giró la cabeza.
—Alfa, dijiste...
—Sé lo que dije. Hazte a un lado.
Los guardias de la puerta se volvieron para mirarme. Luego,
con el ceño fruncido, ambos hicieron lo que su alfa les pedía y me
abrieron el paso. Me inquietó un poco que ninguno de los dos
pareciera tener el más mínimo interés en seguir mis instrucciones.
Estaba bastante segura de que estaban rompiendo con la tradición
de la manada al desafiarme de esa manera, teniendo en cuenta que
acababa de ganar un desafío hacía sólo unas horas. Decidí no
presionar más con el tema y simplemente entrar a hablar con la
Alfa.
Ashera estaba sentada a la cabeza de una larga mesa cubierta
de platos que antes habían estado llenos de comida. Había jarras
vacías sobre la mesa, tazas y restos de cualquier bestia que acabara
de ser cocinada y devorada aquí. Me dolía que no me hubiera
invitado, pero dudaba que hubiera querido venir teniendo en cuenta
lo que me estaba haciendo el Príncipe.
Levantó los ojos y me miró, luego me indicó que me sentara
a su lado en uno de los cojines cuidadosamente bordados. Me
acerqué, me senté y la miré. Durante un momento, ninguna de las
dos habló. Nos limitamos a mirarnos mientras la tensión en la
habitación crecía, y crecía. Estaba a punto de hablar, cuando ella
levantó una mano.
—Tráiganos más comida y bebida. —gritó. Desde detrás de
una cortina, alguien pareció escuchar y ponerse inmediatamente a
trabajar.
—No es necesario. —dije.
—Comerás en mi mesa. —ordenó, con palabras cortas y
secas.
Fruncí el ceño.
—Muy bien... pero también deberíamos hablar.
—Deberíamos. Has traído al enemigo a nuestra puerta. Nos
hiciste alimentarlo, curarlo... y ahora te interpones entre nosotros y
la justicia que nuestro pueblo merece. ¿Por qué? ¿Porque lo quieres
dentro de ti? —Se burló.
La miré sin comprender, sintiendo el escozor de la vergüenza.
No esperaba que utilizara esas palabras y me habían cogido
desprevenida. Hice lo que pude para sacudírmela de encima.
—No es por eso por lo que le protejo.
—¿Entonces por qué?
—Porque te equivocas con él.
—¿No es el Príncipe de Windhelm? ¿El heredero del trono de
invierno?
—Sí, lo es.
—Entonces es el enemigo.
Sacudí la cabeza.
—No es tu enemigo, ni el mío. Mira, sé que sólo he estado
aquí poco más de una semana. No se puede esperar que conozca
cada pequeño detalle de lo que ocurrió entre tu gente y los fae de
Windhelm, pero puedo decirte que esta situación es mucho más
complicada de lo que crees... y necesito tu ayuda.
—¿Mi ayuda? ¿Con qué?
—Esa es la cosa. Estoy segura de que en cuanto te lo cuente,
no querrás ayudarme.
Golpeó la mesa con el puño.
—¡Y con razón! —gruñó—. Viniste a mi casa, comiste
nuestra comida, aceptaste nuestra hospitalidad, y todo este tiempo
te has estado acostando con el hombre responsable de la muerte de
muchos de los nuestros. De los tuyos.
—¡Él no es responsable de eso!
—¿Y cómo lo sabes? Tú, que una vez fuiste desterrada a la
Tierra y llamada de vuelta sólo para participar en la Selección Real.
No sabes nada de tu propia gente, ¿cómo podrías saber algo de la
suya?
Un frío agudo me atravesó.
—Toross te dijo...
—Él es mi Beta. Me lo cuenta todo.
Por supuesto que sí.
No sé por qué había esperado que mantuviera en secreto lo
que le había contado. Le había dicho casi todo: mis madres, mi
secuestro, la selección. Había ocultado la parte en la que me había
enamorado lentamente del mismo hombre que me había raptado de
mi hogar, aunque -por razones obvias- era bueno que lo hubiera
hecho. No tenía ni idea de cómo se habría tomado Toross si le
hubiera dicho que el Príncipe de Windhelm estaba viviendo en su
pueblo, o que había empezado a enamorarme de él. Saber, ahora,
que habría ido a contárselo todo a Ashera tanto si yo estaba
dispuesta a revelarlo como si no, dejaba claro que había esquivado
una bala letal al guardar ese secreto para mí.
—Sé que quieres justicia —afirmé—. Toross me ha
contado... muchas cosas desde que empezamos a entrenar. Ahora
sé más sobre nuestro pueblo que cuando llegué. También sé que
eras amiga de mi madre.
—Yo era su Beta. Ella confiaba en mí.
—Lo sé. Y por eso voy a confiar en ti ahora cuando te diga lo
que tengo que decirte. Pero antes de hacerlo, tienes que
prometerme que mantendrás la mente abierta.
Ella frunció el ceño.
—Continua.
—Dudaste de que yo fuera la Loba Blanca porque la primera
parte de la profecía aún no ha ocurrido.
—Cuando el hermano se vuelve contra el hermano...
—Pues te informo ahora de que si ha sucedido. El Príncipe de
Windhelm... el Príncipe original, Radulf. ¿Sabías de él?
—Sólo escuchamos historias de los faes del castillo. Pocos de
los que seguimos vivos hemos visto a alguno de los hijos del Rey.
—¿Sabes que su primer hijo está muerto?
—Sí...
Sacudí la cabeza.
—No está muerto. Fue atacado una vez, hace tiempo.
Gravemente herido. Su padre lo llevó al Veridian con la esperanza
de que pudiera curarlo, pero entonces le ocurrió algo que lo
convirtió en una especie de... espíritu.
—¿Espíritu?
—Ese espíritu luego poseyó a su propio hermano. No sé
cómo, pero habitó en él durante... bueno, durante años. Poco a
poco, reunió suficiente poder para poder influir en los
pensamientos de su hermano, e incluso en algunas de sus acciones.
Oí que estaban planeando una invasión a la Tierra, con el Príncipe
liderando el ataque.
—¿Una invasión? ¿Por qué?
—Eso no importa ahora. Lo que importa es que estos son los
dos hombres de los que se habla en la profecía... ellos son la razón
por la que estoy aquí.
A Ashera le estaba costando mucho entender esto. Podía
verlo en su rostro, la incredulidad, la desconfianza. Una parte de
ella todavía no creía que yo fuera la loba blanca, pero si yo había
sido capaz de aceptarlo, entonces tenía que hacer que ella también
lo creyera. Era la única forma de poder ayudar a Cillian y evitar
que el Veridian trajera la oscuridad a la tierra.
—Alfa... —Declaré, tratando de jugar la carta de la manada—
. Necesito tu ayuda. Todos la necesitamos. Si podemos sacar a
Radulf del cuerpo de su hermano, tal vez podamos detener esto
antes de que comience.
—¿Antes de que empiece qué? —preguntó ella.
—No lo sé, pero Radulf está ganando poder. Lo ha hecho
desde que dejamos el castillo. He estado haciendo todo lo posible
para mantenerlo enterrado bajo la psique de su hermano, pero no
sé cuánto tiempo durará. Cuanto antes podamos sacarlo de él,
mejor.
—¿Y qué es lo que me pides?
—Tenemos que hacer un exorcismo.
Enarcó una ceja. Abrió la boca como si estuviera a punto de
hablar, pero uno de los suyos se acercó con un plato de comida y
una jarra llena de una bebida caliente y especiada. Los colocó
frente a mí, pero no tenía hambre. No en este momento. Cuando el
hombre se fue, Ashera habló.
—¿Necesitas que le haga un exorcismo a tu Príncipe? —
preguntó.
—Lo haría yo misma, pero no sé cómo. Ninguna de mis
amigas sabe. Sé que, si pudieras ayudarnos, tendríamos muchas
más posibilidades de hacerlo bien. Si no nos ayudas... entonces
todo esto podría salir terriblemente mal.
—Te preguntaría por qué no simplemente matar al hombre,
pero claramente ya has considerado esa opción.
—No diría que lo he considerado, pero sé que existe.
—Entonces debes saber que esa sería la forma más fácil de
lidiar con esto.
Sacudí la cabeza.
—Eso no es necesariamente cierto... ¿y si al matar a Cillian,
liberamos a Radulf? No. Un ritual de exorcismo, donde el espíritu
invasor pueda ser capturado, o desterrado... eso es lo que va a
funcionar. Puedo sentirlo en mis entrañas.
—Pareces muy segura para alguien que lleva menos de un
ciclo lunar con nosotros.
Me encogí de hombros.
—Los exorcismos no son desconocidos en la Tierra. No sé
exactamente cómo funcionan, y estoy segura de que cada ritual es
diferente. También sé que hay grandes riesgos que considerar, así
que entenderé si quieres tiempo antes de decidir, pero el tiempo es
limitado.
Sus ojos se entrecerraron. Observó el plato y luego volvió a
mirarme.
—Hablas mucho. Ahora come.
—No tengo hambre.
—¿Rechazarías la comida de tu Alfa? Estoy segura de que ya
hemos hablado de esto antes.
Frunciendo el ceño, cogí el plato y empecé a picar la carne
con los dedos. Estaba caliente y sabrosa. Se deshacía en mi boca y
el condimento era perfecto. Era difícil no disfrutarla. Unos
instantes después, yo también estaba dando profundos tragos a la
bebida. Sabía a sidra de manzana caliente, pero no era alcohólica.
—¿Por qué él? —preguntó la Líder.
Terminé de masticar y tragué.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué te enamoraste de él?
Suspiré.
—Somos el uno para el otro. Almas gemelas. Lo odiaba
cuando lo conocí, pero ni siquiera yo podía negar la atracción. Con
el tiempo, él tampoco pudo. Es por eso que no puedo matarlo, o
dejar que alguien lo mate. Tengo que intentar ayudarle.
Ella asintió.
—Entiendo esto. Nunca he encontrado a mi belore, pero si lo
hubiera hecho, tampoco querría que lo mataran. —Se quedó
pensativa un instante—. Si te ayudo, tendrás que hacer lo que te
diga.
—Sí, por supuesto.
—Exactamente como yo diga.
—Te prometo que lo haré.
—Exactamente cuando yo lo diga.
¿De verdad?
—Tú eres la Alfa aquí. Tomas las decisiones, diriges el ritual.
Nosotros hacemos lo que tú dices.
—Y si no funciona, y hay que matarlo... no dudarás.
Tragué con fuerza.
—Eso... no estoy segura de poder prometerlo.
—Tendrás que hacerlo. Si no, lo haré yo, y será mejor para él
que muera por la mano de su belore, que por la de una enemiga.
—Él no es tu enemigo, Ashera. Sé que no lo es.
—Eso está por ver... —Se levantó bruscamente—. Ven, nos
prepararemos.
—¿Ahora?
—Realizaremos el ritual esta noche, bajo la luz de la luna en
el bosque más allá de los círculos... detendremos esta profecía antes
de que se cumpla.
24
O bservé a Ashera recoger algunas provisiones antes
de salir a buscar a las otras chicas. Había cogido un
cuenco, algunas hierbas, un cuchillo y varios
collares decorativos. Finalmente, metió sus objetos en una mochila
de cuero, cogió una capa de piel de lobo y se la echó sobre los
hombros antes de salir de su tienda sin mediar palabra. Una vez
fuera, se detuvo y se volvió para mirarme.
—Reúne a tus amigas, y luego busca a su Alteza. Nos
reuniremos con vosotros al otro lado de los círculos de piedra.
—¿No quieres venir conmigo?
—¿Debo hacerlo?
—Supongo que no... —Asentí con la cabeza—. De acuerdo,
iré detrás de ti.
Ashera gruñó a Lora y Jaleem, que seguían de guardia fuera
de su tienda. Sin palabras, la siguieron a través del pueblo. Se
dirigían hacia la colina que conducía a los círculos de piedra que
los niños de la luna utilizaban para viajar desde el bosque hasta este
lugar y regresar. Íbamos a realizar el exorcismo pronto. Esta noche.
No estaba segura de estar totalmente preparada, pero iba a tener
que estarlo.
Encontré a Mira y a Toross hablando en la puerta de la tienda
de Mel. Su conversación se detuvo cuando me vieron, y tuve que
admitir que me mantuve firme por un momento. Era la segunda vez
que me acercaba a esa tienda y me sentía... un poco incómoda.
Como una intrusa, una molestia.
Obviamente, nada de eso era cierto. Me lo estaba imaginando
todo en mi cabeza. Pero nunca había sido muy buena en bloquear
mi mente para poder pensar correctamente, y no dejar que mis
emociones tomaran el control total sobre mí. No había hablado con
mi tío desde el desafío, y las pocas palabras que habíamos
intercambiado habían sido... un poco frías.
Después de un momento de incómodo silencio, me acerqué.
—¿Estás bien? —Me preguntó Mira, antes de que pudiera
soltar ni una palabra—. No hemos tenido un momento para hablar.
—Estoy bien, más o menos.
—¿Y el Príncipe?
Miré a Toross.
—Bien. Siento no haberle mencionado antes.
Sacudió la cabeza.
—Nadie lo hizo —contestó—. Aunque entiendo por qué.
Habría tenido que decírselo a Ashera.
Asentí.
—Bueno, ahora todo ha quedado al descubierto. De hecho,
por eso estoy aquí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Mira.
—He hablado con la Alfa. Nos va a ayudar con el ritual.
—¿Ritual? —preguntó él.
Asentí.
—El Príncipe. Él... necesita un exorcismo.
Pocas veces había visto la sorpresa cruzar el rostro de mi tío,
pero ahora la vi.
—Un exorcismo... —repitió, rotundamente.
—Sí, aunque voy a tener que explicarlo por el camino, porque
tenemos que irnos.
—¿Ir a dónde? —preguntó Mira.
—Ashera lo está preparando todo en el otro lado de los
círculos. Será esta noche, Mira.
—¿Estamos preparadas para eso?
—No, pero dudo que alguna vez lo estemos.
Melina salió de detrás de la solapa de su tienda.
—Bueno, puede que no estemos preparadas, pero vamos a
sacar esto adelante. Le extraeremos esa cosa y todo saldrá bien.
Gullie salió revoloteando de la tienda, con su pequeño cuerpo
verde brillando de forma vibrante.
—Eso es mucho entusiasmo para un hada. ¿Seguro que no
tienes un poco de sangre de duendecilla en ti?
—Nuestra sangre es la misma, sólo nuestro tamaño es
diferente.
—Nuestro tamaño, disposición, manierismo, calidez,
habilidad para contar un chiste y aceptarlo...
—No me obligues a pegarte.
—Señoras. —interrumpí—. Tenéis que reunir las pocas cosas
que creáis que necesitareis para hacer vuestra magia. Yo tengo que
ir a buscar al Príncipe y prepararme para convocar al Veridian. Nos
encontraremos al otro lado de las piedras...
—¿Recuerdas lo que dije sobre nuestra magia? —preguntó
Mira—. No tenemos mucha.
—Individualmente, no. Pero entre las cuatro y Ashera, tal vez
podamos lograrlo. Empecemos.
Toross se acercó a mí.
—Estás dando muchas órdenes para ser una tercera. —
susurró, con la voz baja y oscura.
Sentí un extraño tipo de frío empujando a través de mí, el tipo
de sensación que viene después de ser amenazada por alguien más
grande, y más imponente que tú.
—Lo... siento, no quería...
—No te disculpes... te queda bien. Me recuerdas a ella.
—¿A ella?
—A tu madre.
Me sonrojé. Muchísimo.
—Eso... no es a donde pensé que ibas.
Inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿Ir?
—Es una expresión humana. ¿Realmente crees que sonaba
como ella?
—Es como si estuviera aquí.
—Ojalá... las cosas serían mucho más fáciles si fuera ella la
que diera las órdenes por aquí.
—No subestimes tus propias habilidades. Y menos esta
noche. Sé dueña de tu fuerza: todos contaremos contigo, Loba
Blanca.
Suspiré.
—Tal vez no debería haber hecho una afirmación tan audaz.
No puedo retractarme, ahora.
—Y no deberías. Tú eres la Loba Blanca. Puedo verlo en ti,
y los demás están empezando a verlo también. Después de esta
noche, no habrá dudas.
Sonriendo, asentí.
—Gracias, no creo que entiendas lo mucho que significa para
mí tenerte aquí.
—Ve. Te veremos en el otro lado.
Me di la vuelta y me dirigí a la tienda del Príncipe. La aldea
bullía de actividad, los niños de la luna estaban inquietos. No todos
sabían lo que estaba pasando, dudaba que alguno de ellos hubiera
recibido información específica, pero era como si pudieran sentir
la ansiedad en el aire; esa sensación de temor inminente. Se me
adhirió a medida que avanzaba, como el humo de un cigarrillo que
se te pega al pelo y se queda ahí hasta que te lo puedes lavar.
En cuanto llegué a Cillian, le eché los brazos al cuello y lo
abracé con fuerza.
—¿Qué he hecho para merecer esto? —Me preguntó,
colocando sus manos en mis caderas.
Levanté la vista hacia él.
—¿Preferirías que no te abrazara?
—No, me gusta que me abracen... ¿Cómo fue tu audiencia
con la Alfa?
—Bien, mejor de lo que había previsto. Pero tenemos que
irnos.
—¿Irnos?
—Esta noche... quiere hacerlo esta noche.
Miró alrededor de la habitación, como si buscara una razón
para decir que no, una excusa válida. Era lo más parecido al miedo
que había visto en este hombre, pero lo había visto, y lo entendía.
No quería seguir adelante con esto, no porque tuviera miedo de
morir, sino porque temía que ocurriera algo peor. No podía
culparle.
—Es precipitado, pero ella parecía saber lo que estaba
haciendo. Creo que ya tiene un ritual en mente.
—¿Lo crees?
—Lo tiene. Nuestro pueblo es místico y espiritual. Los
espíritus son lo nuestro, o al menos eso me ha dicho mi tío. Estás
en buenas manos.
—¿Y el Veridian?
Sacudí la cabeza.
—No sabremos lo mal que se va a poner la cosa hasta que
salgamos y nos enfrentemos a ella, pero tenemos que afrontarla,
Cillian. No hay otra manera de superar esto.
—Tomó mis manos y las apretó.
—Entonces lo enfrentaremos.
Asentí con la cabeza.
—¿Necesitas llevar algo?
—No que se me ocurra... —Se interrumpió, y luego hizo una
pausa—. La próxima vez que vengamos aquí, se habrá ido.
Respiré profundamente.
—Realmente espero que así sea. Cuanto antes te lo quitemos
de encima, mejor.
Cillian me soltó la mano, se acercó a la cama y cogió mi daga.
Todavía estaba en su funda. Me la había quitado antes y no me la
había vuelto a poner después de cambiarme de nuevo. Me la
entregó, depositándola cuidadosamente en mis manos.
—Necesitarás esto. —afirmó, soltando el arma y su funda.
—No puedo creer que casi se me olvide llevarla.
Volvió sus ojos para encontrarse con los míos.
—No creo que la hayas olvidado por accidente.
—¿Qué intentas decir?
—Lo que estoy diciendo es que sé que no quieres tener que
usarla.
Tragué con fuerza.
—¿Hay algo malo en eso?
—No... pero sabes que debes hacerlo. Si se da el caso.
Puse los ojos en blanco.
—Parece que todo el mundo sabe lo que tengo que hacer, pero
la verdad es que sólo yo sé lo que debo hacer, y lo que puedo hacer.
—¿Puedes clavar esto en mi corazón si crees que debes
hacerlo?
—Cillian...
—Es importante, Dahlia. Ya no es sólo tu vida la que está en
juego. Hay otros que dependen de tu capacidad para hacer lo que
tienes que hacer, si el momento lo requiere.
Me arrodillé y até las correas alrededor de mi tobillo, fijando
la daga en su sitio. Cuando volví a levantarme, mis ojos reflejaban
frialdad y dureza.
—Si el momento lo requiere...
Deje el resto sin pronunciar. No porque no quisiera decirlo y
aliviar su mente, sino porque no podía. Porque si le hubiera dicho
que le clavaría la daga en el corazón y lo mataría si era necesario,
le habría mentido. Podía mentirles a otras personas, pero no a él.
Esta vez yo agarré su mano.
—Vamos. Nos están esperando.
Juntos, Cillian y yo salimos de la tienda y atravesamos el
pueblo de los niños de la luna. Tomé la caminata con calma, sin
querer apresurarme a subir la colina. Tenía que admitir que había
una verdadera belleza en ella. El calor en la base del valle, el aire
fresco a medida que se ascendía, todas las estrellas en el cielo.
Tuve la repentina sensación de que iba a echar de menos este
lugar, y apreté aún más la mano del Príncipe. Mis tripas empezaban
a jugarme una mala pasada, intentando desmoronar la poca
compostura que había podido mantener. Tenía que recordarme a mí
misma que esto iba a funcionar, que íbamos a estar bien. De lo
contrario, puede que nunca hubiera llegado a la cima de la colina.
Cillian entró en el círculo de piedra y miró alrededor de cada
columna.
—Nunca había visto un portal como éste. —afirmó.
—Es cierto... —respondí—. La última vez que viniste por
aquí, apenas estabas consciente.
—Esto es magia antigua. Mucho más antigua que la que
usamos en el castillo.
—Es un sistema de seguridad bastante práctico. No puedes
activarlo a menos que puedas convertirte en lobo, y eso significa
que la gente equivocada nunca podrá atravesarlo.
—¿Así es como funciona?
Asentí con la cabeza.
—Da un paso atrás. —pedí.
Cillian se movió hacia el borde del círculo mientras
permanecía dentro. Me dejé caer de rodillas, adoptando mi aspecto
de depredadora antes de que mis manos pudieran tocar el suelo.
Sacudí mi pelaje blanco y luego me senté frente a él. Tenía una
mirada de sorpresa en su rostro, de asombro. No creí que se
acostumbrara a verme cambiar de forma.
Ya éramos dos.
—¿Listo? —pregunté.
—Sabes, de todo esto... —Me señaló— Lo que más me llama
la atención es que puedas hablar.
—Lo sé. Es una rareza. Los otros faes no pueden hablar, no
como yo.
—¿Tal vez sea porque eres la Loba Blanca?
—O quizá mi lado humano tenga algo que ver. —Miré a las
estrellas, buscando la más brillante—. Sujétate al estómago, esta
parte se llena de baches.
Con un profundo aullido, activé las piedras. El círculo cobró
vida, las luces estallaron a nuestro alrededor en un vibrante
despliegue de rayas y líneas, y en un instante, desaparecimos.
25
c uando el Príncipe y yo llegamos al bosque, La Alfa
ya había preparado el espacio donde se iba a realizar
el ritual. En un claro de árboles, había establecido un
círculo con piedras y huesos. Unas velas encendidas marcaban
suavemente los puntos de poder a lo largo del borde del círculo, y
a la cabeza de este estaba sentada Ashera, con las piernas cruzadas,
y una cabeza de lobo sobre la nieve delante de ella. En sus manos
tenía un cuenco lleno de hierbas y especias. La vi coger un trozo de
nieve y dejarlo caer en el cuenco, luego empezó a amasarlo todo
junto hasta que la nieve se derritió y se fundió con el contenido del
cuenco creando un aroma embriagador y herbal.
Mira y Mel estaban presentes, de pie a un lado con Toross. Vi
rápidamente a Gullie, sentada en el hombro de Mel. Frente a ellas
estaban los niños de la luna: Lora, Jaleem e incluso Praxis.
Permanecieron sin decir nada mientras me acercaba, todavía en mi
forma de loba, con el Príncipe detrás de mí. El aire estaba tenso,
podía sentirlo, pero no había viento. No había corriente. Sólo el
amargo frío del invierno.
—Estamos casi listos. —anunció Ashera. Señaló a Cillian—.
Tú, ponte en el círculo.
El Príncipe y yo intercambiamos una mirada dura, luego él
asintió e hizo lo que se le había pedido. Se colocó en el círculo y
miró a su alrededor, tal vez como si esperara que algo sucediera
inmediatamente. No fue así. Sólo estaba el frío, la falta de viento y
el pulso de pavor y ansiedad que flotaba entre todos nosotros.
—¿Necesitas algo de mí? —Le pregunté a la Alfa.
—Sólo silencio. —dijo.
Asintiendo con la cabeza, me impulsé sobre mis piernas y me
sacudí mi forma de loba como un abrigo de nieve y luz. Me acerqué
a Mira, Mel y Gullie. Estaban cogidas de la mano, así que me uní
a ellas. Gull salió inmediatamente del pelo de Melina y vino a
posarse en mi hombro, y me sentí un poco mejor por eso.
—¿Cómo lo llevas? —Le pregunté, manteniendo la voz baja.
—Estoy un poco nerviosa —respondió—, nunca he hecho
nada como esto antes.
—Yo tampoco. Hemos pasado por muchas cosas, pero de
alguna manera esto se siente como la cosa más grande que hemos
hecho.
—Es porque el riesgo de fracasar es muy alto... podríamos no
ser capaces de lograrlo.
—Lo sé. Pero lo haremos. Creo en nosotras.
Ella respiró profundamente.
—Sólo no te lastimes, ¿de acuerdo?
—O tú. Si vienen... los Wenlow, quiero decir, quiero que te
tatúes contra la piel de Mel, y quiero que le digas que se largue de
aquí.
—No me voy a ir de tu lado, Dee.
—Gull, esto no es discutible, ¿vale? Hablo en serio. Sabemos
lo que esas criaturas pueden hacer. Viste lo que le hicieron al
Príncipe, a Aronia. No sé si tendrán el mismo efecto en los niños
de la luna, o en mí, pero sé que las tres estaréis en peligro si
aparecen. Tenéis que iros mientras luchamos contra ellos.
—¿Y qué pasa si no puedes…?
—Entonces te vas sin mí.
—No quiero...
Suspiré.
—Gull…
—No, ¿por qué insistes tanto en que me vaya?
Hice una pausa.
—Si me pasa algo aquí, necesito que huyas y encuentres un
portal a la Tierra. Vuelve con mis madres... Necesito que se lo
cuentes.
—Puedes decírselo tú misma.
Sacudí la cabeza.
—No vas a hacerme caso diga lo que diga, ¿verdad?
—No he venido aquí para huir a la primera señal de
problemas. Puede que sea una duendecilla, pero no voy a dejar que
unos monstruos enormes y peludos me echen sin luchar.
Le sonreí, y luego me quedé pensando un momento.
—De acuerdo, bien... puedes ser Ginger.
Ella frunció el ceño.
—¿Ginger?
—¿Ginger Spice? Porque eres, con diferencia, la más valiente
de nosotras.
—¿Ginger era la más valiente?
—No sé si valiente, pero siempre quise ser más como ella.
Ahora quiero ser más como tú.
Gullie me acarició la nuca con su mano. Era cálida y suave, y
me provocó unas cariñosas punzadas.
—Puedes contarme más sobre eso después, cuando hayamos
terminado con todo esto.
—¿Por qué no os vais las dos a una habitación? —susurró
Mira.
—¿Por qué? —Gullie revoloteó hacia mi otro hombro—:
¿Quieres acompañarnos?
Mira enarcó una ceja incrédula y luego sonrió.
—Cuidado con lo que deseas, duendecilla.
—Espero que no estés planeando dejarme fuera de esta fiesta.
—Se quejó Mel.
—Definitivamente no. —respondí—. Ahora todo lo que
tenemos que hacer es conseguir gustarle a Ashera, y nuestro
escuadrón de Chicas Poderosas estará completo.
—Hagamos un buen trabajo hoy —sugirió Mira—, y puede
que lo haga.
La conversación cayó en una tranquila calma, y entonces me
di cuenta de que Ashera había estado susurrando casi todo este
tiempo. Un vapor suave y verde había empezado a salir del cuenco
que tenía en las manos. Ya no amasaba su contenido, sino que lo
machacaba con un molinillo. Miró entonces hacia el círculo que
tenía delante y pronunció una antigua palabra fae que no entendía.
Un viento extraño pasó junto a ella, tirando de su pelo y corriendo
hacia las velas, tiñendo su luz de verde al pasar sobre ellas. Alguien
susurró en algún lugar de la izquierda, pero cuando miré, no había
nadie. Un momento después oí otro susurro, y otro, y otro.
Parecía que había gente por todas partes, acercándose a
nosotros desde los alrededores del claro. No podía verlos, pero
podía oírlos y sentirlos. La piel de los brazos se me puso de gallina,
los pelos de la nuca se me erizaron y, al poco tiempo, vi que las
primeras luces empezaban a manifestarse a nuestro alrededor.
Aparecieron entre los árboles, pequeñas volutas de luz, la
mayoría de ellas azules o verde pálido. Revoloteaban cerca del
círculo, giraban a su alrededor, y luego salían disparadas alrededor
de Ashera, de los niños de la luna, de nosotras. Parecían juguetonas,
curiosas, como si fuéramos una cosa nueva y extraña que debían
explorar. La Alfa no había dejado de susurrar, pero estaba claro que
no los controlaba, sino que les hablaba, les hacía preguntas y
obtenía respuestas.
Ella había pedido silencio, así que no hice las preguntas que
me quemaban en la lengua. Quería saber qué eran esas cosas. ¿Eran
espíritus? ¿Fantasmas de los muertos? Verlos jugar y bailar me
hizo pensar en los duendes de mi país. Nunca había visto uno, pero
había oído hablar de ellos, y estos seres parecían similares.
—Tú, príncipe. —dijo Ashera, la palabra príncipe
pronunciada con desprecio.
Cillian se volvió para mirarla.
—¿Sí?
—Estamos casi listos para comenzar. ¿Vienes aquí
libremente, y por tu propia voluntad?
—Así es.
—¿Aceptas que hay un espíritu extraño metido dentro de ti?
Asintió con la cabeza.
—Lo hay.
—¿Pides ayuda a los espíritus de este bosque sagrado para
eliminarlo? ¿Entendiendo que estarás en deuda con ellos tanto si
tienen éxito como si no?
—Espíritus, pido su ayuda... Estaré en deuda con ustedes.
Los espíritus convergieron en el círculo ritual que Ashera
había creado, disparando hacia él como balas, pero sin llegar a
entrar en él. Vi cómo todos ellos se cernían en el borde del círculo,
con su luz colectiva iluminando la nieve, los árboles e incluso los
rostros de los niños de la luna que estaban frente a nosotros. Los
susurros cesaron abruptamente y fueron reemplazados por una
especie de suave zumbido que sonaba casi como una canción.
Era hermoso... silencioso al principio, pero ganando fuerza y
volumen a medida que pasaban los minutos. La melodía se dividió
de repente, rompiendo en una armonía que se elevaba, y caía y
flotaba en una especie de movimiento fluido. Los cuerpos de los
espíritus empezaron a palpitar, y sus luces se iluminaban y
atenuaban con la música. Era hipnotizante. No quería apartar la
vista de ellos.
Sentí un cosquilleo en las yemas de los dedos y noté que rayas
de luz empezaban a alejarse de mí y a acercarse al círculo. Mira,
Mel e incluso Gullie estaban produciendo estas corrientes, pero no
creí que ninguna de nosotras tuviera la intención de hacerlo. No
pasó mucho tiempo antes de que Toross, Jaleem, Lora, Praxis e
incluso Ashera se unieran, la magia dentro de ellos burbujeando y
canalizándose hacia el círculo ritual, hacia el Príncipe, como si lo
llamara él mismo.
Sólo que no lo hacía. Pude ver la confusión en su rostro.
Nunca había experimentado esto, y le había pillado por sorpresa
tanto como a mí.
El Príncipe se giró lentamente, observando a los espíritus
mientras cantaban, para él. De repente se vio bañado por la luz, que
jugó con su rostro, pintándolo en tonos azules y verdes, y realzando
sus ya de por sí hermosas facciones. Mi corazón se hinchó al verle
bajo esta luz, y en mi mente se instaló una sonrisa.
Si quieres ser mi amante...
Sacudí la cabeza y no sonreí a nadie, entonces oí el gruñido
de un trueno, y el disco se rayó. Al girar los ojos hacia la fuente, lo
vi; el Veridian. Era sólo una impresión contra el cielo oscuro, un
parche de nubes gruesas apenas visible desde la parte superior de
la línea de árboles.
Verlo allí hizo que mi corazón se moviera completamente en
la otra dirección. Se hundió en mi estómago como una bola de
fuego caliente, provocando una repentina liberación de adrenalina
que hizo que mis extremidades temblaran.
—Ahí está. —Le susurré a Gullie.
—Justo a tiempo. —Me contestó—. Teníamos razón sobre él.
—Esperaba que no llegara.
—Yo también.
—El ritual está listo. —anunció Ashera—. Comencemos.
—Hazlo rápido. —Ladró Toross—. El Veridian se acerca.
La Alfa giró la cabeza hacia sus lobos.
—Cread un perímetro —ordenó—. El círculo no debe
romperse.
Lora asintió, y con un gruñido a los otros dos, los niños de la
luna adoptaron sus formas de lobo y se dirigieron hacia el Veridian.
No se alejaron demasiado, sin entrar en la línea de árboles, pero
estaban lo suficientemente lejos de nosotras como para ser la
primera línea de defensa contra lo que saliera de la oscuridad.
Respiré profundamente.
—Creo que esa es mi señal.
—Tú quédate aquí —dijo Mira—, deja que hagan lo que se
les ha pedido.
—Sacudí la cabeza.
—No puedo quedarme aquí y esperar. Tengo que ayudar.
—Yo también ayudaré. —añadió Toross.
—¿Debes hacerlo? —Le preguntó Mira.
—¿A menos que tengas un problema con eso? —respondió
él.
Ella puso los ojos en blanco, dio un paso adelante y juntó las
palmas. Cuando las separó, apareció en sus manos un largo y
blanco arco recurvo. Con un movimiento de muñeca, manifestó un
carcaj lleno hasta el borde de flechas.
—Bien —suspiró—. Si tienes que enfrentarte a la oscuridad,
supongo que yo también debo hacerlo.
—Míralos —dijo Mel—. Preparándose para luchar como
pareja. ¿No es lindo?
La señalé con un dedo.
—Guarda esos ojos en forma de corazón.
Melina sacó una daga de su cinturón y una sonrisa de
satisfacción se dibujó en sus labios.
—Hace unas semanas te quejabas de que los faes no tienen
corazón. ¿Ahora quieres sofocar nuestros emergentes
sentimientos? Decídete.
Gullie flotó hasta el hombro de Melina y se agarró a su pelo.
—Sí, no es muy humano por su parte, ¿verdad?
La ceja de Mira se levantó de nuevo.
—Tiene razón, lo sabes.
—Sí, sé que tiene razón —respondí—. Y sabes que me
encanta todo esto y os quiero. Es sólo que están pasando muchas
cosas en este momento, ¿de acuerdo?
—Estás perdonada. Ahora, ¿qué tal si nos preparamos? Esa
tormenta va a llegar muy rápido.
Volví a levantar la vista hacia ella. Ya parecía que había
cruzado medio mundo para llegar hasta aquí. El viento se
levantaba, agitando las copas de los árboles. Furiosos relámpagos
azotaban el interior de las nubes mientras descendían, seguidos de
estruendosos truenos. Volví los ojos hacia el Príncipe y, por un
momento, nos quedamos atrapados.
Él no habló. En su lugar, apretó dos dedos contra su corazón.
Yo imité el gesto. No había tiempo para las palabras, no había lugar
para más comodidades. Era el momento de luchar.
El Veridian se acercaba, trayendo consigo lo que parecía el
fin del mundo.
26
e l infierno se desató rápidamente. Tan pronto como el
Veridian cayó sobre nosotros, el primer Wenlow salió
de la línea de árboles. Era rápido, grande, cubierto de
pelaje blanco y armado con garras largas y curvas que se
arrastraban por el suelo mientras corría. Mostró sus gigantescos
dientes amordazados, su enorme y cavernosa boca se extendía de
un lado a otro de su cara, pero lo peor eran sus ojos.
Eran profundas cuencas negras, sin nada en su interior.
Nada de ira.
Ni alegría.
Sólo oscuridad y hambre.
Lora, que claramente había ganado rango después de haber
vencido a Praxis, fue la primera de los lobos en atacar. La loba gris
se lanzó sobre el Wenlow, con los colmillos en ristre, el pelaje
erizado y afilado. Los otros dos la siguieron, lanzándose a la lucha
detrás de su líder. En lugar de quedarse paralizada, ella saltó sobre
la criatura con las patas por delante, golpeando su pecho y
apretando sus mandíbulas contra su hombro. La criatura retrocedió
un par de pasos y trató de arrancarla con sus garras, pero Praxis
mordió uno de sus brazos y Jaleem agarró el otro. Juntos, los tres
lobos lo derribaron con un poderoso golpe y comenzaron a darle
grandes mordiscos a su carne, rociando su sangre azul por toda la
nieve.
—¡Sí! —gritó Gull— ¡Toma eso, imbécil!
La emoción nos recorrió. El Wenlow no intentaba levantarse,
y cuanto más lo desgarraban los lobos, menos luchaba. Lo estaban
haciendo. Estaban matando a la criatura, y lo habían hecho casi sin
esfuerzo, coordinando sus ataques para asegurarse de que no
pudiera hacerles daño, pero lo matarían.
—No lo celebréis todavía —advirtió Toross. Mi tío se había
acercado un poco más a mí. Señaló los árboles más allá de los
lobos—. Mira.
Los relámpagos caían ahora con más frecuencia, y el
estruendo de los truenos nos llegaba casi inmediatamente después
de cada golpe. Cuando cada rayo se adentraba en el bosque, ofrecía
un poco de iluminación en una zona que, de otro modo, estaría muy
oscura. Allí, en la oscuridad, había más formas que se acercaban a
nosotros, moviéndose en silencio, lentamente, implacablemente
hacia nosotros. Me quedé con la boca abierta.
—Hay... muchos de ellos.
Cada uno de ellos era un humano perdido en Arcadia.
—Debemos estrechar nuestro perímetro —gritó Toross—.
Son lentos, pero nos sobrepasarán rápidamente.
—¿Nos paralizarán?
—Los niños de la luna tienen una resistencia a su magia,
pero... sí. Si no actuamos con la suficiente rapidez, será imposible
resistirlos.
Asintiendo, di tres pasos hacia los lobos, pero Toross me
cogió del brazo.
—Espera aquí con las demás, yo iré.
Le miré con el ceño fruncido.
—¿Ves esa marca en mi mano? —pregunté.
Él dirigió sus ojos hacia el tatuaje brillante en el dorso de mi
mano derecha. Los círculos y semicírculos brillaban con luz
interior, y parpadeaban intensamente con cada relámpago, como si
fueran reflectantes.
—Esta marca es exactamente la razón por la que debes estar
protegida.
—Ya me he enfrentado a los Wenlow una vez. Su efecto de
parálisis apenas funcionó en mí entonces. Me sorprendería que
funcionara en absoluto, ahora.
—No puedes estar segura de eso.
—No, pero no lo sabré a menos que vaya allí. Tienes que
proteger a Mira y a las demás. Eres el segundo en la línea de
defensa, ¿entendido?
Me frunció el ceño.
—Tú eres la tercera... Puedo ordenarte que te quedes aquí.
—Entonces, ordénamelo.
Su cara se torció, pero soltó mi mano.
—Mantenlas a salvo, tío. —rogué, y entonces me di la vuelta
y me tiré contra el suelo, llevando mi aspecto de depredadora antes
de que mis manos pudieran tocar la nieve.
Empecé a correr, pasando por delante de Mira, Melina,
Gullie… y al Príncipe. Me dirigí directamente hacia el trío de lobos
que acababa de abatir al primer Wenlow. Venían más. No trataban
de mantenerse ocultos, y no se apresuraban precisamente a llegar
hasta nosotros, eso significaba que nos alcanzarían de uno en uno.
Bien.
Así sería más fácil lidiar con ellos.
La voz de Ashera se elevó por encima del caos que estallaba
a nuestro alrededor, y comenzó a invocar a los espíritus de sus
antepasados para que la ayudaran a librar al Príncipe del espíritu
invasor. Quise darme la vuelta, mirar, ayudar, pero tenía que
concentrarme en lo que estaba haciendo. Todos teníamos un trabajo
hoy, y yo tenía que hacer el mío lo mejor que pudiera.
Mantener a los Wenlow alejados. Dejar que Ashera
termine. Salvar el alma del Príncipe.
Cuando me reuní con Lora y los demás, la criatura que habían
abatido estaba bien muerta. Tenía la lengua fuera de su enorme
boca, su pelaje blanco estaba cubierto de sangre azul y le faltaban
muchos trozos de carne. Los lobos se acercaron un poco más a la
linde del bosque, haciendo una línea firme entre ellos y el
exorcismo que tenía lugar detrás.
—Escúchame —dije, mientras me acercaba a Lora—, van a
venir a por nosotros de uno en uno, así que vamos a acabar con
ellos de uno en uno, y lo vamos a hacer rápido, antes de que su
magia pueda paralizarnos. ¿Entendido?
Ella me miró fijamente, con el hocico chorreando sangre azul.
No podía hablar como yo, pero podía gruñir, y lo hizo, dejando
claro su punto de vista. No iba a aceptar órdenes mías. Ninguno de
ellos lo haría. Yo no era su Alfa, y les importaba una mierda que
yo fuera la tercera de Ashera.
La negativa de la manada me dejó sin aliento. Antes de que
pudiera volver a hablar, los tres lobos se pusieron en marcha,
corriendo directamente hacia los árboles y yendo a por el siguiente
Wenlow más cercano. Los miré fijamente mientras lo derribaban,
observando cómo actuaban en conjunto para acabar con otra de las
horribles bestias.
Eran asesinos entrenados; eficientes, brutales y rápidos. Los
tres trabajaban en tándem, uno de ellos preparaba el golpe para que
lo asestara el siguiente, que a su vez lo preparaba para el siguiente.
Era un tren de salvajismo, y siempre llegaba a tiempo... hasta que
Jaleem tropezó y cayó mientras se dirigían a su tercer objetivo.
Me precipité hacia ellos, observando desde la distancia cómo
Lora y Praxis rodeaban a su compañero de manada caído,
intentando que se levantara. Una de las patas de Jaleem no
funcionaba. Podía oírle aullar y chillar, diciéndoles a los otros que
siguieran sin él, pero no le escuchaban. Mientras tanto, los Wenlow
se acercaban, lenta e inevitablemente. Aullé para llamar su
atención, tratando de advertirles que no tenían tiempo para debatir,
pero tampoco me hacían caso.
—¡Tenéis que moveros! —grité, pero mi voz cayó en saco
roto.
Uno de los Wenlow aceleró el paso, pues había visto a la
manada y había decidido que eran una presa fácil. Su repentina
explosión de velocidad y entusiasmo me puso nerviosa. Hasta
ahora habían sido lentos, sin demasiadas ganas de enfrentamiento,
pero éste se precipitaba por el bosque, con la boca abierta de par en
par, arrastrando las garras por el suelo.
Cargué junto a los lobos y me dirigí directamente hacia él,
sintiendo el viento que corría por mi pelaje y pasaba por mis
bigotes. Cuando la criatura me vio, se detuvo y luego se encabritó
como un oso, enderezando su joroba y haciéndose fácilmente
media cabeza más alta de lo que había sido hace un momento.
Podía sentir su magia paralizante tratando de alcanzarme,
rompiendo el límite de mis sentidos, pero no me frenó, y eso lo
cogió por sorpresa. Cuando me lancé sobre él, no fui a por el cuello
ni a por un brazo, sino a por una de sus piernas. Enredé mis dientes
en su rodilla y aproveché su considerable tamaño para girar
alrededor de la bestia, con mis colmillos desgarrando músculos y
huesos a medida que avanzaba.
En cuanto lo solté, cayó sobre su otra rodilla. Una vez
recuperada, me lancé de nuevo sobre él, saltando por detrás y
clavando mis mandíbulas a ambos lados de su cuello. Pude
saborear su sangre en mi boca, su carne bajo mi lengua; era un
sabor frío y metálico que me recordaba demasiado al de mi propia
sangre.
La criatura luchó conmigo durante un momento. Intentó
impulsarse hacia arriba, trató de agarrarse a mí, pero ya tenía
mucho dolor y carecía de la coordinación adecuada para
alcanzarme donde yo estaba ahora. Mantuve la boca apretada
alrededor de su cuello, sintiendo el flujo de su sangre mientras salía
a borbotones de la herida y caía en la nieve debajo de nosotros.
Más adelante capté al trío de lobos mirándome fijamente.
Jaleem se había levantado, pero una de sus patas traseras estaba
enroscada bajo él. Los otros dos me observaban como si quisieran
atacarme. En cambio, Lora giró la cabeza hacia un lado y ladró a
Jaleem. El lobo más pequeño empezó a alejarse a saltos,
dirigiéndose de nuevo hacia el círculo ritual que seguía brillando
en la distancia.
El Wenlow bajo mis mandíbulas dejó de moverse, los últimos
chorros de su sangre salieron de su garganta. Le solté el cuello y
me disponía a acercarme a los dos lobos, cuando Praxis y Lora
cargaron en mi dirección, con los colmillos desencajados,
mostrando sus dientes. Retrocedí un paso, preparándome para
defenderme de ellos, pero en lugar de eso pasaron zumbando a mi
lado y se lanzaron sobre otro de los gigantes blancos que había
estado a punto de acercarse sigilosamente a mí.
Los monstruos estaban cambiando de táctica. Ya no podía ver
a las otras criaturas, no podía oírlas, no podía sentirlas. Podía
olerlas, pero no estaba segura de que eso fuera suficiente. Jadeando,
salté de la bestia caída y me uní a los otros dos lobos mientras
intentaban derribar a una cuarta de esas cosas.
Praxis, tan enorme y oscuro como era, se abalanzó sobre el
Wenlow como una bola de demolición, haciéndolo caer. Pero
cuando llegó el momento de volver a levantarse, luchó. Lora, ahora
que la bestia había caído, fue a agarrar uno de sus brazos mientras
yo me abalanzaba también y le hundía los dientes en el otro.
Pero algo iba mal.
Ella no lo soltaba; tampoco le aserraba la carne con los
dientes.
—¡Lora! —grité, con la boca llena de pelaje lanoso y
sangre—. ¡¿Puedes luchar?!
Ella ladró, pero apenas podía moverse. El Wenlow que estaba
debajo de nosotras tiró de su brazo, enviándola por los aires y luego
sacudiéndola. Agarrarse a él debería haber sido fácil para ella, pero
la parálisis se había apoderado de su cuerpo, y se elevó en el aire
antes de estrellarse con fuerza contra el suelo. Solté el brazo de la
bestia y me lancé a por su cuello cuando aún estaba derribada,
aplastando su tráquea bajo mis mandíbulas y abriendo sus dos
yugulares. Esta vez no esperé a que estuviera muerto para soltarlo.
Retrocedí antes de que pudiera atacarme, poniéndome fuera del
alcance de sus garras mientras luchaba por levantarse. Pero
sangraba mucho y le había roto los tendones de la muñeca. Cuando
la criatura apoyó su peso en esa mano, volvió a caer en la nieve, y
esta vez no volvió a levantarse.
Praxis gruñó cerca. Vi que estaba en pie, pero que se movía
lentamente.
—Coge a Lora —grité—, ¡regresa con los demás!
Esta vez, no discutió. Se tambaleó hacia la loba más pequeña,
cambió a su forma de fae y la levantó. Con ella echada sobre su
hombro, me miró con dureza, luego se dio la vuelta de nuevo y se
dirigió al círculo ritual, lentamente, arrastrando los pies.
Me quedé sola, rodeada de relámpagos y de una sensación de
miedo absoluto, y de peligro por todas partes. Las sombras
empezaron a cernirse sobre mí, viniendo de algún lugar detrás de
mí. Me giré rápidamente en el acto, con las patas clavadas en el
suelo. Allí, entre los árboles, había cuatro Wenlow fuertemente
agrupados, con sus enormes y corpulentos cuerpos iluminados
momentáneamente por el pulso constante de los rayos que rasgaban
el cielo sobre ellos.
Y todos me miraban fijamente.
27
l a primera de las cuatro bestias rugió y luego cargó. Me
puse rígida, calculando mi ángulo de ataque, tratando
de determinar mis opciones, pero eran demasiados.
¿Cómo iba a matar a cuatro sin ayuda? E incluso si los mataba, ¿no
había muchos más detrás de ellos, acechando en el bosque?
El tatuaje de la parte posterior de mi pata se iluminó, enviando
ondas de energía a todo mi cuerpo. Pensé en mi madre mientras el
Wenlow se abalanzaba sobre mí; pensé en el momento en el
acantilado con Toross, y en cómo había canalizado mi magia en un
devastador ataque relámpago. Ahora podía sentirlo, esa carga de
poder, lista para ser liberada.
Endureciendo mi espalda, dirigí mi hocico hacia el Wenlow,
abrí mi boca y dirigí una ráfaga de luz que lo atravesó como si fuera
de papel. El rayo de luz golpeó a la criatura en el pecho. La luz
salió despedida en todas direcciones, haciendo que la bestia
explotara como si se hubiera tragado una granada.
Me quedé observando el cadáver humeante mientras lo que
quedaba de él caía al suelo. Motas de sangre azul y caliente
salpicaron mi cara, un pie salió volando hacia los árboles y un brazo
aterrizó en algún lugar cercano con un ruido sordo.
—Mierda... —Jadeé, sin aliento, con el cuerpo todavía
vibrando, con un cosquilleo en la boca.
Los otros tres monstruos parecieron confundidos por un
momento, como si de repente tuvieran una razón para dudar si
atacarme. Retrocedí un paso, tratando de invocar la magia que
acababa de desatar, pero no pude sacarla de mí. Los instintos me
decían que mi batería se había agotado y que debía esperar a que
se recargara, pero no tenía ni idea de cuánto tardaría.
Una vez que se hubieron decido, los otros Wenlow se
abrieron paso entre los árboles, los tres a la vez. Estaba a punto de
elegir uno para atacar, cuando una serie de flechas pasó zumbando
por mi cabeza e hirió a uno en el brazo, el pecho, el cuello y la
cabeza. El monstruo se tambaleó, tropezó con un árbol caído y se
desplomó con un gran estruendo. Detrás de mí, al borde de la línea
de árboles, estaba Mira con su arco recurvo, resplandeciente,
magnífica; como una guerrera.
—¡No seas idiota! —gritó—. ¡Ni siquiera tú puedes con todos
ellos!
—¡Ahora sólo son dos!
—Mira mejor.
Salté hacia ella unos pasos antes de volver a girarme. Tenía
razón, el bosque estaba lleno de ellos ahora, que parecían llegar a
lomos de los rayos que caían con una furia como nunca antes había
visto. El bosque se encandilaba, alternando la luz y la oscuridad en
rápidos y violentos destellos.
—¡Maldita sea! —gruñí, luego me giré y me dirigí hacia Mira
en el borde de los árboles—. Vuelve al círculo ritual —grité—. ¡Ya
vienen!
A diferencia de los niños de la luna, ella no necesitó que se lo
dijera dos veces. Se dio la vuelta y empezó a correr hacia el círculo
ritual, que estaba envuelto en tanta luz que ni siquiera podía ver al
Príncipe dentro de él. No tenía ni idea de si el exorcismo estaba
funcionando o no, si Cillian estaba de pie o había caído de rodillas;
si estaba vivo o muerto. Sólo tenía la palabra de Ashera de que
expulsaría el espíritu de su interior, pero parecía lo suficientemente
dispuesta a matarlo si era necesario. No podía pensar en eso. Me
acercaba a Praxis, que aún no había llegado al claro. Tampoco
parecía que se moviera lo suficientemente rápido como para
lograrlo.
—Ponla a mi espalda. —ordené.
—No —gruñó—, puedo hacerlo.
—¡Serás más rápido en tu forma de lobo!
—Aléjate.
Intentó apartarme con el pie, pero perdió el equilibrio y cayó
de rodillas, dejando caer a Lora al suelo. Estaba totalmente
paralizada, con los ojos muy abiertos y las extremidades inmóviles.
—Levántate, Praxis. —Le gruñí—. No tenemos tiempo para
esto.
—Tú... tú los trajiste aquí. —Jadeó—. Nuestra sangre está en
tus manos.
—¿No ves que estoy tratando de ayudarte? ¿Por qué tienes
que ser tan jodidamente terco?
—Prefiero morir como un guerrero que dejar que me ayudes.
—Entonces deja que yo te ayude. —Llegó la voz de Toross.
Se abalanzó rápidamente, levantando a Praxis y poniéndolo
en pie. Los Wenlow seguían llegando, los grandes monstruos
blancos atravesaban el bosque, acompañados por los incesantes
relámpagos y truenos. No teníamos mucho tiempo para esto, pero
con Praxis de nuevo en pie, teníamos la oportunidad de volver al
claro.
Salí de mi forma de loba, me apresuré a acercarme a Lora y
la cogí en brazos. Pesaba mucho, pero también tenía poderes
sobrenaturales, así que pude agarrarla y empezar a avanzar hacia el
claro, siguiendo el ritmo de mi tío y de Praxis.
Delante de nosotros vi a Mira junto a Melina, Gullie y Jaleem,
que se mantenía en pie sobre sus cuatro patas y parecía dispuesto a
luchar. El efecto de la parálisis había desaparecido rápidamente. Si
conseguíamos alejar a Lora y a Praxis de la bestia, tal vez podrían
volver a la lucha antes de que llegaran más de esos monstruos.
Todo lo que teníamos a nuestro favor era la velocidad. Ellos
tenían los números; un suministro interminable, parecía. Una horda
de almas perdidas, antiguos humanos convertidos en caníbales, de
monstruos hambrientos capaces de diezmar a los fae si se
acercaban lo suficiente a ellos. Había visto lo que una de estas
criaturas había sido capaz de hacer a los faes del castillo. Ahora
también había visto lo que podían hacer a los niños de la luna, si se
les daba el tiempo suficiente.
Teníamos que ganar.
—¿Cómo lo llevas? —preguntó Gullie en cuanto estuve lo
suficientemente cerca.
Dejé a Lora en el suelo y levanté la vista.
—Tengo la boca llena de sangre azul y los músculos
doloridos, pero estoy bien.
—Sí, esa sangre que te chorrea por la cara te da un aspecto
absolutamente aterrador —añadió Mel—. Como que te pega.
Me limpié la sangre de los labios con el dorso de la mano.
—Es asqueroso. —Al girar la cabeza sobre mi hombro, me di
cuenta de lo cerca que estaban los Wenlow. Les habíamos ganado
la partida, pero no por mucho. Volví a ponerme en pie—. No se
detienen.
—¿Esperabas que lo hicieran? —preguntó Mira.
Mirando hacia arriba, el Veridian nos rodeaba ahora. El cielo
se agitaba, negro y gris, y rojo intenso. Los relámpagos gruñían, el
viento aullaba y corría, pero el círculo de luz permanecía, un faro
en la oscuridad, brillando con fuerza contra la parte inferior de
aquellas horribles nubes.
—¿Cuánto tiempo creéis que le queda? —pregunté.
—Es difícil de decir. —contestó Toross—. Podrían ser
minutos, pero también horas.
—Tenemos que conseguirle más tiempo.
—Eso significa que nos toca. —intervino Mel, dando un paso
hacia los árboles con Gullie en su hombro.
—Oye, espera, ¿qué estás haciendo? —Llamé.
Mel inclinó la cabeza sobre su hombro.
—No creerías que no tendríamos un papel en esto, ¿verdad?
—preguntó, sonriendo.
Fruncí el ceño.
—Sólo... no os hagáis daño.
Ella se volvió hacia el bosque.
—¿Preparada, Gull?
—Estoy lista. —Oí contestar.
No tenía ni idea de lo que habían planeado exactamente, pero
los Wenlow estaban cargando por el bosque a un ritmo alarmante.
En menos de un minuto, pensé, estarían sobre nosotros. Ya podía
sentir mis músculos tensos, mi pecho apretado. Mi corazón no
podía latir más fuerte de lo que ya lo hacía, de lo contrario no estaba
segura de poder mantenerme en pie.
Delante de mí, Melina extendió sus manos hacia los árboles.
Sentí una repentina acumulación de energía, oí el crujido de la
nieve alrededor de sus pies cuando una fuerza invisible la aplastó
contra el suelo. Gullie salió flotando de su cabello y se colocó entre
sus manos, y entonces un arco iris de luz prismática surgió frente a
ellas.
La luz se disparó hacia los árboles, floreciendo en todas las
direcciones en cuanto alcanzó la oscuridad y bañando los bosques
circundantes con luces de todos los colores. Era un muro de luz
cambiante, que pasaba del rojo al verde, al púrpura y al amarillo, y
parecía extenderse por todo el claro, rodeándonos a nosotros y al
pequeño círculo ritual del centro.
Los Wenlow se detuvieron momentáneamente, sorprendidos
por el repentino brillo.
—¿Qué... qué demonios? —pregunté.
—Buen truco, ¿eh? —Se burló Gullie.
—¿Eres tú?
—Lora nos ayudó a descubrir cómo combinar nuestra magia.
—respondió Mel, aunque su voz temblaba por la concentración que
estaba ejerciendo—. Los duendes y los niños de la luna llevan
siglos haciendo esto. Los faes del castillo se lo están perdiendo.
Una de las criaturas se acercó a la barrera y pasó sus garras
por el escudo de luz, que brilló al ser tocado, pero no se rompió. La
criatura lanzó sus puños contra el escudo y, aunque éste se
tambaleó, no se rompió ni se hizo añicos. Se mantuvo firme y
fuerte, y lo mantuvo al otro lado de él.
—¿Cuánto tiempo puedes aguantar eso? —preguntó Mira.
—No lo sé —afirmó Mel—, es mi primer escudo mágico.
Me giré y traté de estudiar el círculo brillante que rodeaba al
Príncipe. Podía ver su sombra cuando la luz cambiaba. No parecía
que estuviera de pie, sino de rodillas, con las manos alrededor de
la cabeza. Me pareció que gritaba, pero no podía oírlo y apenas
podía verlo.
Ashera no había dejado de hablar ni una sola vez. Todo este
tiempo lo había pasado recitando el ritual de exorcismo, tratando
de expulsar al espíritu con sus palabras y la magia de la voluntad
de los espíritus, pero el Veridian no parecía alejarse, y a medida
que más Wenlow se acercaban al escudo de Melina y lo golpeaban
con sus puños, supe que no podría sostenerlo por mucho tiempo.
Me apresuré a acercarme a los tres lobos, que parecían empezar a
ponerse en pie.
—¿Podéis luchar? —pregunté.
Praxis me miró con la mandíbula apretada.
—Lucharemos hasta morir por nuestra Alfa. —gruñó.
—Tu Alfa está ocupada, y tu Beta y yo acabamos de salvar
vuestras vidas. Si queréis ayudar a Ashera, me escucharéis. ¿Está
claro?
—No lo haré...
—Praxis, basta. —Cortó Lora. Se puso delante de él y me
miró—. ¿Qué quieres que hagamos, Loba Blanca?
Le asentí con la cabeza.
—Ponte delante de Melina. No dejes que los Wenlow se
acerquen a ella o a Mira; la parálisis las afectará mucho más rápido
que a ti. Cuando lleguen, coordinad vuestros ataques. Derríbenlos
de uno en uno. Esperad a...
El círculo mágico detrás de mí explotó, la onda expansiva nos
lanzó a todos al suelo. Fui vagamente consciente de que los
espíritus huían frenéticamente, de que sus lucecitas pasaban
zumbando junto a mi cabeza y desaparecían en la nada. La cabeza
me palpitaba, los oídos me zumbaban y cada centímetro de mi
cuerpo gritaba que algo había salido terriblemente mal.
Al inclinar la cabeza hacia arriba, vi que el escudo que Mel
había puesto hace un momento se mantenía, aunque había
empezado a parpadear. No estaba segura de cómo había
conseguido mantenerse en pie, pero ella estaba sobre una rodilla,
con las dos manos extendidas, y Gullie seguía flotando entre ellas.
Estaba radiante de luz, envuelta en ella. Realmente era algo que
había que ver.
Cillian gritó de repente, con un sonido que me heló la sangre.
Me di la vuelta, sobre mi costado, y lo vi ahora, de rodillas,
agarrándose los cuernos y rugiendo en la nieve alrededor de sus
pies. A su alrededor, zarcillos de oscuridad comenzaron a
retorcerse y a salir de su cuerpo, emergiendo y rodeándolo en una
especie de manto espeso y sombrío. El Príncipe golpeó el suelo con
los puños, y el manto de sombras salió disparado de su espalda, con
los zarcillos estallando como si estuvieran vivos. Observé cómo
esos miembros de sombra se extendían y alcanzaban el cielo, donde
se unían como olas que chocan entre sí. En unos instantes, la
oscuridad se expandió como la sangre en el agua, creando una
sombra mucho más profunda que contrastaba con el Veridian que
colgaba sobre ella.
Y de la oscuridad surgió un rostro gigante, negro como la
brea, con ojos rojos brillantes y grandes cuernos curvos. Era un
rostro que había perseguido mis pesadillas desde el día en que lo vi
en el espejo.
28
R adulf.

Estaba suspendido en el cielo como un dios enfadado,


observándonos con el ceño fruncido. Unos oscuros zarcillos de
sombra se extendían desde las extremidades de su forma hasta el
suelo, donde se fundían con el cuerpo de Cillian como una especie
de horrible marioneta.
—La perra loba cree que puede cortar mi vínculo. —rugió
con voz de avalancha—. Se equivoca.
Tuve que luchar para ponerme en pie. La explosión me había
dejado sin aliento, pero otros lo tenían peor. Mira seguía en el
suelo, al igual que algunos de los lobos. Ashera había caído de
espaldas, pero se apoyaba en los codos y observaba la horrible cara
que nos miraba desde arriba.
—¡Radulf! —grité, forzando los límites de mi propia voz para
tratar de hacerme oír por encima del aullido del viento.
—¡Se acabó! Tienes que dejarlo ir.
—¿Tú crees? ¿Y por qué iba a hacerlo? Mi hermano pequeño
y yo tenemos un vínculo muy fuerte; no veo ninguna razón para
romperlo.
—No es demasiado tarde para ti, Radulf. Sé lo que pasó, sé
que no pediste esto; ¡podemos ayudarte si lo dejas ir!
—No sabes nada, mestiza.
—Me lo contó todo. Me dijo que estabas herido, y que tu
padre te envió al Veridian para intentar curarte, pero que no
funcionó.
Se rió, y el trueno refunfuñó.
—Entré en la tormenta como un hombre roto y emergí con
poderes más allá de mi propia comprensión. Ahora soy más que un
hombre. Soy un Dios, tengo justicia que impartir, y no hay nada
que puedas hacer para cambiar eso.
—Ahí es donde te equivocas. —gritó Ashera, prestando su
voz a la mía—. Tu vínculo está expuesto, espíritu. Puedo cortarlo
con un pensamiento.
—¡Entonces, córtalo! Acércate a él y verás lo que pasa.
Ella me miró, y luego miró a Cillian. No esperó a que le diera
el visto bueno, ni me pidió permiso. En su lugar, se lanzó hacia el
Príncipe, sacando una daga de su cinturón y preparándola en su
mano. Vi la concentración en sus ojos, la determinación en sus
pasos: era ágil, rápida y poderosa, pero un rayo hizo estallar el suelo
frente a ella y la derribó.
Sin aliento, la vi navegar por el aire antes de estrellarse contra
el suelo.
—¡No! —grité, y me abalancé hacia el Príncipe, con la furia
impulsando mis instintos y cegándome de todo pensamiento
racional.
Desenfundé también mi daga, alcancé a ver uno de los
zarcillos que unían a Radulf con él y lo atravesé con la daga.
Pero el zarcillo no se rompió.
Retrocedí, observando cómo la bobina de color negro tinta
sólo se desplazaba y se movía, pero no se rompía. Radulf volvió a
reírse, el sonido reverberó dentro de mi pecho. Miré la daga que
tenía en la mano. La gema brillaba, podía sentir la magia que la
recorría, pero no había funcionado. Algo iba mal.
—¿Creías que sería tan fácil? —rugió—. En un par de
minutos, mis Wenlow derribarán ese endeble escudo y se comerán
hasta al último de vosotros. Y luego, cuando mi hermano y yo
hayamos terminado contigo, niña, volveremos al castillo y
reuniremos a mi ejército.
Me estremecí por completo. Él lo sabía. Sabía lo que Cillian
y yo habíamos estado haciendo, lo cerca que habíamos estado.
¿Estaba allí cuando el Príncipe y yo intimábamos? ¿Estaba mirando
detrás de los ojos de Cillian?
Oh no... ¿estaba dirigiéndolo todo?
—¿Creías que me habías mantenido a raya todo este tiempo?
—preguntó—. ¿En serio pensaste que yo no emergí ni una sola vez
durante tu tiempo con mi hermano? Tengo que admitir que estoy
deseando que llegue el día en que tenga el control total de su
cuerpo... Puedo hacerte cosas que él nunca podría…
—¡Suficiente! —gritó Cillian.
No había dicho una palabra hasta ahora, y el sonido de su voz
me tomó por sorpresa. El Príncipe se dio la vuelta y miró al cielo.
Tenía las manos cerradas en puños apretados, los ojos inyectados
en sangre y rojos, y todas las venas del cuello habían saltado.
Parecía estar sufriendo, y mucho. Los tentáculos oscuros que salían
de su cuerpo eran lo suficientemente reales como para desgarrarle
la ropa; no podía estar segura, pero tal vez también le estaban
desgarrando la piel.
—Mi hermano habla. —Se burló Radulf, su voz gutural
parecía extenderse por kilómetros—. Dime, ¿vas a protestar por mi
propuesta?
—No. —respondió Cillian, y se abrió la camisa con las
manos, dejando al descubierto el pecho—. Voy a pedirle que me
mate.
—¡No te atrevas! —rugió Radulf.
—Dahlia, hazlo. —urgió Cillian—. Sabes que tienes que
hacerlo. Ashera es la única que puede cortarlo, y ella no puede
acercarse; sólo tú puedes, y eso significa que sólo queda una
opción.
Volví a mirar la daga que tenía en la mano y luego lo miré a
él. El corazón me latía tan fuerte que apenas podía oír una palabra
de lo que decían. No ayudaba el hecho de que el mundo mismo se
agitara y el viento no cesara, pero había escuchado bien al Príncipe.
Sabía lo que quería que hiciera. Lo que necesitaba que hiciera.
—Yo... no sé si... —Traté de decir, pero las palabras no
salían.
—¡Dahlia! —gritó Cillian, y vi la mirada en su rostro ahora;
no de rendición, sino de coraje. No se estaba rindiendo,
simplemente sabía que esto era lo correcto, y me estaba dando una
oportunidad—. No puedo retenerlo para siempre.
—No lo hará. —gruñó Radulf—. ¿No lo ves? Su amor es tan
fuerte como su codicia. Te quiere todo para ella; no renunciará a
eso ahora, no cuando está tan cerca.
—No lo escuches. —dijo Cillian—. Sabes lo que tienes que
hacer. Prometiste que lo harías.
—Piénsalo bien. —La voz de Radulf bajó un poco más—.
Piensa en lo que podemos darte... podrías ser nuestra reina. Estaría
dispuesto a compartir...
Escudriñé mi entorno, porque no quería mirar directamente al
Príncipe. Mira se había recuperado, pero apenas se mantenía en pie
con la ayuda de Toross. Los otros niños de la luna estaban en sus
formas de lobo, observándome desde donde estaban sentados. Mel
y Gullie hacían todo lo posible por mantener el escudo, pero estaba
fallando, y había más Wenlow de los que podía contar al otro lado
de este. Volví los ojos hacia el Príncipe y me acerqué lentamente a
él.
—Tienes... que darte prisa... —gimió Cillian.
La daga me ardía en la mano. La tenía tan fuertemente
agarrada que pensé que mis dedos nunca volverían a soltarle.
—No sé si puedo.
—Tienes que hacerlo, eres la única que puede acercarse.
—Debido a nuestro vínculo...
Asintió con la cabeza.
—Así es.
—Si no hago esto, la oscuridad reinará... y te perderé. Si lo
hago, te pierdo. Nos pierdo a nosotros.
—Si no me matas ahora, todos perdemos todo, Dahlia.
Cerré los ojos. De alguna manera, sentí que el viento no era
tan intenso, aquí; como si estuviéramos directamente en el estrecho
ojo del Veridian.
—Eres un idiota. —dije.
—Yo... ¿qué? —preguntó.
—Me secuestraste de mi casa, me obligaste a participar en un
estúpido concurso, y bien podrías haber hecho que me mataran
muchas veces.
—Lo siento, Dahlia.
Sacudí la cabeza.
—Yo no lo siento. —Levanté la vista hacia él—. Aprendí más
sobre mí misma de lo que jamás creí posible gracias a ti. Volví a
ver a mis padres y conocí a mi familia de carne y hueso gracias a
ti. Me enamoré gracias a ti. De ti. Lo repetiría todo de nuevo si
tuviera que hacerlo.
Él, aunque tenso, forzó una sonrisa.
—Yo también lo haría, aunque quizás la próxima vez... te
preguntaría a ti primero.
Me acerqué un poco más a él y le puse la mano en la mejilla.
—Te amo, Cillian... —afirmé, tragándome el nudo en la
garganta.
Quería tocarme, pero no podía. Necesitaba todo lo que tenía
para poder seguir hablándome. Pero me di cuenta de algo que no
esperaba ver. Una sola lágrima rodó por su mejilla. Rápidamente
se convirtió en hielo en su piel, y luego se derritió de nuevo. Rocé
el chorro con el pulgar.
—Te amo, Dahlia... —se esforzó por pronunciar—, habría
dado la vuelta al mundo para quedarme contigo.
Volví a cerrar los ojos, luchando contra las lágrimas, y apreté
la punta de mi daga contra su pecho.
—¡No lo hagas! —rugió Radulf, y el mundo se estremeció.
Me aferré a su cuerpo con una mano para evitar que se cayera,
grité y luego le clavé la daga en el pecho, justo en el corazón. Una
atronadora cacofonía de relámpagos y estruendos estalló a mi
alrededor. Cillian perdió el equilibrio y cayó, y yo caí con él,
encima suya. Ni una sola vez solté la daga, ni la saqué de su pecho.
Estaba gritando, inconsolable, salvaje. Odiaba a Radulf,
odiaba a Cillian, odiaba al mundo por lo que me había obligado a
hacer. Todo lo que había sucedido hasta el momento había sido una
prueba, pero ¿cómo podía conducir a esto? Este momento, este
último y oscuro momento. No sólo era injusto… era cruel, una
broma de un poder superior retorcido con un sentido del humor
enfermizo.
El Veridian retumbó y aulló a mi alrededor, el viento empeoró
antes de empezar a disiparse. Debajo de mí, debajo de Cillian, la
nieve empezó a volverse roja a medida que su sangre se extendía
por ella. Tenía los ojos abiertos y hacía gárgaras, ahogándose con
la sangre que se le acumulaba en la boca y se le derramaba por el
lado del rostro.
No podía soportar mirarlo. No quería que esa horrible imagen
fuera la forma en que lo recordaría. En lugar de eso, apreté mi cara
contra su pecho y sollocé. A mi alrededor, el Veridian pareció caer
en el silencio. Antes de desaparecer, el cuerpo del Príncipe se
sacudió y convulsionó, y luego volvió a calmarse. Pero yo no podía
moverme.
No me moví.
Me quedé exactamente donde estaba, esperando que se
levantara de nuevo, esperando que no acabara de matar al hombre
que amaba momentos después de haberle dicho por fin lo que
sentía. Ambos lo sabíamos desde hacía días. Lo habíamos sentido
el uno en el otro, pero las palabras nunca habían llegado. No hasta
ahora.
Ojalá las hubiera dicho antes.
Debería habérselo dicho antes.
Tal vez eso habría hecho nuestro vínculo más fuerte...
—Dahlia. —Vino una voz desde atrás mía. Era Mira. Puso
sus manos sobre mis hombros, pero me encogí.
—Déjame. —rogué.
—No te dejaré aquí fuera.
—No quiero volver sin él.
—Y no lo haremos, pero tienes que levantarte primero... por
favor.
Mantuve los ojos cerrados, planté una mano en su pecho y me
levanté lentamente. Mi otra mano seguía envuelta en mi daga, y mi
daga seguía clavada en su corazón. Desplegué los dedos, pensando
que eso era mejor que sacarla de su cuerpo.
Mira me ayudó a levantarme, y una vez que estuve de pie, me
di la vuelta y la abracé. Lloré, ahora, dejando salir todo. Mel y
Gullie se acercaron y me rodearon. El Veridian había desaparecido,
y también los Wenlow de los árboles.
—Lo siento. —dijo Mel, pero apenas pude escucharla, y
mucho menos reunir la fuerza de voluntad para responder.
Estaba rota, acabada. No quedaba nada de mí. Al matarlo a
él, también había matado una parte de mí. Podía sentirlo. No la
ruptura del vínculo que compartíamos, sino la ausencia de este. Era
como si nuestro vínculo nunca hubiera existido, y eso me hacía
sentir vacía.
—Deberíamos ir a por los demás —dijo Mira—. Volvamos a
la aldea. Le daremos un entierro apropiado.
Me agarré a su ropa con más fuerza, acercándola a mí. Ella
me devolvió el abrazo, apoyando su cabeza junto a la mía.
—Todo va a salir bien. —susurró—. Te tenemos a ti, y nos
tenemos las unas a las otras.
—Gracias... —susurré entre sollozos.
—Vamos. Volvamos a...
—¡Cuidado! —grité, y la empujé a un lado justo cuando la
daga venía a toda velocidad hacia nosotras.
La daga me golpeó en el hombro. Volé varios metros y caí de
espaldas por la fuerza del impacto, aturdida, sin aliento,
confundida. Había visto la cara de Cillian en el instante anterior al
impacto de la daga, pero no podía estar bien.
Estaba muerto.
¿No lo estaba?
El caos volvió a estallar a mi alrededor. Había gritos, sonidos
de pelea. Estaba fuera de sí, mi cerebro apenas era capaz de
procesar lo que estaba sucediendo. Una daga sobresalía de mi
hombro y sangraba por la herida. Podía sentir mi propia sangre
saliendo de ella y manchando la nieve debajo mía. Lentamente,
levanté la cabeza para ver lo que sucedía, y tuve que aspirar un
fuerte suspiro.
Cillian estaba de pie. Toross cargó hacia él, pero con un gesto
de la mano, hizo que mi tío saliera disparado por el aire y cayera
sobre su espalda como si no pesara nada. Luego Melina, luego
Jaleem, Ashera... uno por uno, todos le siguieron. Ninguno de ellos
pudo acercarse a él, y él parecía no sudar. Cuando nuestros ojos se
cruzaron, me di cuenta de que los suyos ya no eran azules, sino
profundos charcos negros de sombra.
—Él no... —Jadeé, todavía aturdida.
El Príncipe inclinó la cabeza hacia un lado y me miró. Por un
instante creí que estaba a punto de caer sobre mí, de acabar
conmigo, pero se contuvo.
—Bien. —dijo, casi para sí mismo—. Pero es el último favor
que te hago.
—E-Espera... —Intenté alcanzarlo, pero mi hombro chilló
con tanto dolor que casi perdí el conocimiento.
Lo vi alejarse, apenas. Se dirigió a los árboles y luego se
metió en ellos, fundiéndose en la noche. Nadie más había podido
detenerlo, ni siquiera acercarse a él. En instantes, se había ido. Ya
no era Cillian, sino Radulf, y había desaparecido. Pero lo peor no
era que hubiera vuelto de entre los muertos, y que su hermano
hubiera tomado aún más control de su cuerpo.
Lo peor era que no podía sentir nuestro vínculo en absoluto.
Realmente había desaparecido.
Y también el Príncipe.
29
h acía una semana que no veía al Príncipe. Tal vez dos.
No había forma de saberlo. Los días y las noches se
fundieron en una larga e interminable cadena después
del exorcismo. No estaba segura de cuánto tiempo había tardado en
curar la herida de mi hombro. No comía. Apenas bebía. Si no fuera
por la insistencia de Mira, probablemente me habría sumergido en
mí misma.
Me había derrumbado, ¿a quién quería engañar?
Los días se alargaban, las noches se retorcían hasta
convertirse en pesadillas, y dondequiera que mirara, él estaba allí.
No Cillian, sino Radulf, infectando hasta el último de los pocos
buenos recuerdos que tenía de mi tiempo con el Príncipe. Me sentí
herida, extrañamente traicionada y violada; por no mencionar,
humillada.
¿Cuánto de él había sido Cillian?
¿Cuánto había sido de Radulf?
Pensaba que me había vuelto tan buena para distinguirlos, que
apenas había dado fuerza a la idea de que tal vez me equivocaba a
veces. Que tal vez Radulf era mejor escondiéndose de lo que yo
creía. Todavía me hacía estremecer y temblar. Incluso cuando creía
que no tenía energía para temblar, un recuerdo aparecía en mi
mente, y veía ese horrible y sombrío rostro encima de mí, lo oía
jadear y gemir, y me acurrucaba más en mí misma.
Ahora siempre tenía frío. Vacía. Adormecida.
—Esto es inaceptable. —Llegó la voz aguda y fría de Mira
como un viento cortante.
No abrí los ojos. En su lugar, me giré sobre mi otro lado y me
arropé más en mis mantas, que no parecían hacer nada por el frío.
—Levántate. —pidió Mira—. Es hora de irse.
Eso llamó mi atención.
—¿Irse? —Refunfuñé.
—Sí. Hemos estado aquí demasiado tiempo. Tenemos cosas
que hacer.
Sacudí la cabeza.
—No quiero levantarme.
—No puedes pasarte el resto de tu vida en esa cama.
—Vete, Mira.
Ella suspiró.
—Todos estamos preocupados por ti, Dahlia. Gullie está
preocupadísima por ti.
Cerré los ojos aún más fuerte, tratando de luchar contra las
lágrimas que brotaban detrás de ellos.
—Lo he empeorado todo... Hice que todo fuera mucho peor.
—No podías saberlo. Ninguno de nosotros lo sabía. —Hizo
una pausa, luego se acercó a mi cama y puso una mano en mi
hombro—. Creemos que fue una trampa. Creemos que Radulf nos
manipuló para que hiciéramos exactamente lo que necesitaba que
hiciéramos, y que nos tomó el pelo como a idiotas.
—No sólo fui una idiota. Lo perdí. Mi vínculo, mi Príncipe.
Se ha ido.
Mira me apretó el hombro.
—No es así.
Sacudí la cabeza.
—No sabes de qué estás hablando.
—Es cierto, nunca he tenido un vínculo tan poderoso como el
tuyo. No sé exactamente por lo que estás pasando, pero el Príncipe
está vivo. Cillian sigue vivo.
—Ese no era Cillian.
—Dahlia... todos hemos tenido tiempo de repasar, y repasar,
y repasar lo que pasó. Todos lo vimos. Vimos cómo casi te atacó,
pero se contuvo en el último momento. Podría haberte matado.
—Eso no significa nada.
—Significa todo. Significa que Cillian todavía está ahí, en
algún lugar, tal vez de la misma manera que Radulf ha estado todo
este tiempo. Enterrado. Sumergido. Desesperado por ser liberado.
Volví a abrir los ojos, me los limpié con el dorso de la mano
y me giré hacia el otro lado para mirarla. Odiaba lo hermosa que se
veía ahora, porque era imposible no sentir algo al contemplarla. Sin
embargo, casi parecía una persona diferente. Mira se había
deshecho de la mayor parte de su atuendo del castillo y llevaba algo
más tribal, un poco más primitivo. Se había anudado y trenzado su
largo pelo blanco, acentuando aún más su rostro anguloso y sus
orejas puntiagudas.
—Estás diferente.
—Hace más de una semana que no me miras. —respondió,
con una ceja enarcada—. Tampoco es la única sorpresa, pero tienes
que levantarte si quieres verlas.
Fruncí el ceño.
—No quiero levantarme.
—Puede que esa mirada lastimera te haya funcionado en el
mundo humano, pero no funcionará conmigo. Soy tu custodia,
¿recuerdas?
—La selección ha terminado. —refunfuñé—. Ya no eres mi
custodia.
Ella negó con la cabeza.
—No es cierto. Mientras respires, la selección continúa...
¿recuerdas? —La miré largamente, la línea del entrecejo se pellizcó
y profundizó aún más.
—¿Qué... estás diciendo?
—¿Ya has olvidado cuál es el premio por ganar?
—No, pero no veo...
Sus ojos se abrieron de par en par, como si esperara que yo
descubriera algo por mí misma.
—Mira, me duele el cerebro, no sé qué me quieres decir.
—¿El Príncipe? La ganadora se casa con el Príncipe.
—Radulf es el Príncipe.
—Tal vez eso es lo que te parece, pero no lo sabes, y no lo
sabrás hasta que vuelvas al castillo y lo veas.
Sacudí la cabeza.
—De ninguna manera. ¿Estás loca?
—No, de hecho, estoy pensando con bastante claridad.
Hemos necesitado toda nuestra inteligencia colectiva para
descubrirlo, pero tenemos una solución. Desafortunadamente, sólo
funciona si sales de esa cama.
—¿Solución a qué?
Ella suspiró.
—Dahlia, ¿quieres que vuelva el Príncipe? ¿Quieres que
vuelva Cillian?
—Sí quiero.
—Entonces tienes que luchar por él.
—¿Pero la lucha ha terminado?
—No es así. Todavía está vivo. Él sigue vivo. Tu vínculo está
roto, pero eso no significa que no pueda ser restaurado, ¿recuerdas?
Clic. Como una pieza de rompecabezas, cayó en su lugar. La
ganadora de la Selección Real no sólo se casa con el Príncipe, sino
que el propio destino forja un vínculo de alma entre los dos. Por
eso mi vínculo con el Príncipe era tan extraño: no debía estar unido
a nadie hasta que terminara la selección.
—Pero tú... —Reflexioné, tratando de pensar en una razón
para objetar esta idea. No pude—. Lo que sugieres es... Quiero
decir, es una posibilidad muy remota.
—La más remota.
—Y no soy una buena tiradora.
—No... eres una terrible tiradora. Pero estás sentada en
posición vertical, y eso es una mejora.
—¿Lo estoy? —Lo comprobé. Lo estaba. Me había apoyado
en los codos y no me había dado cuenta—. Mira... esto significaría
tener que volver al castillo, verlo de nuevo, y lidiar con Radulf; tal
vez incluso con el Rey.
—Como has dicho, es una posibilidad remota, pero la única
otra opción es que te quedes aquí sentada hasta que, eventualmente,
venga a buscarte de nuevo con un ejército para terminar la
selección -posiblemente antes, o tal vez incluso después de que
haya llevado ese ejército a la Tierra y haya matado a tus madres.
—Mis madres...
Me cogió la mano y me mostró el tatuaje plateado del dorso.
—No puedes dejar que eso ocurra, y tú eres la única que
puede impedirlo.
—No sé cómo.
—Has aprendido muchas cosas que no sabías hacer, y ya has
hecho una de las cosas más difíciles que se pueden imaginar.
Mataste al hombre que amas porque pensaste que así salvarías la
vida de unos desconocidos. Eres la persona más valiente y fuerte
que conozco, y sería un privilegio para mí volver a entrar en ese
castillo contigo y ayudarte a ganar esto.
Me pasé los dedos por el pelo. Mi mente se aceleraba con los
latidos de mi corazón, los pensamientos se agolpaban en mi cabeza,
las posibilidades florecían frente a mí como un campo de flores en
primavera. Esto no iba a ser fácil. Radulf nos llevaba una gran
ventaja; de hecho, no había forma de saber exactamente dónde
estaba ahora. Sólo podía esperar que estuviera en el castillo y, al
mismo tiempo, esperaba que no lo estuviera. No creía estar
preparada para enfrentarme a él de nuevo. Nunca pensé que lo
estaría, sobre todo si él había tomado el control total del cuerpo del
Príncipe y Cillian, mi Cillian, no estaba a la vista.
¿Cómo iba a acercarme a él si el espíritu que poseía el cuerpo
era un imbécil loco y demoníaco, y mi vínculo del alma con Cillian
estaba roto?
No roto… ausente. Roto implicaba que había algo que se
podía arreglar, algún mal que se podía corregir. No creía que ese
fuera el caso. Más que nunca, necesitaba volver al castillo y ganar
la Selección Real. Era la única manera de conseguir que el destino
volviera a unir nuestras almas; o, al menos, esa era la teoría, pero
una teoría era todo lo que teníamos.
Y era suficiente.
Me deslicé fuera de la cama con un propósito serio por lo que
me pareció la primera vez en semanas. Me acerqué al perchero del
otro lado de la tienda y pasé las yemas de los dedos por el largo
vestido azul que había cosido a mano con mucho cariño. Luego
toqué la capa blanca que colgaba de él, sintiendo la piel bajo mi
mano.
—Muy bien —dije, volviéndome para mirar a Mira—. Parece
peligroso, pero es mejor que quedarse sentada sin hacer nada.
—Ese es el espíritu. Dejaré que te cambies y me reuniré
contigo fuera. Hay una cosa más que tienes que ver antes de que
nos vayamos.
Asintiendo con la cabeza, me puse a trabajar para quitarme la
ropa con la que había vivido al menos unos días -salvo en los
baños- y me puse el vestido. No le había dedicado tanto tiempo a
él como a mis otros vestidos, y tampoco había tenido el beneficio
de una máquina de coser, pero el vestido me quedaba
perfectamente. El material era suave y cálido, y la capa blanca y
peluda me cubría los hombros, los brazos y el cuello, manteniendo
el frío a raya.
Crucé la tienda y cogí un pequeño espejo de mano, uno de los
de Mira, y me vi por primera vez en posiblemente semanas. Me
veía cansada y agotada, pero detrás de esos ojos azules y vibrantes
veía a la superviviente que era y a la luchadora en la que me había
convertido.
Me sacudí el pelo, lo metí con cuidado en la capucha y me la
pasé por la cabeza. Cuando terminé, cerré el espejo con una
palmada, me acerqué a la solapa de la tienda y la abrí, saliendo
finalmente de ella... para encontrar el suelo lleno de flores, coronas
y velas.
Miré a mi alrededor, tratando de averiguar para qué eran
todas, pero no tuve suerte. Por todas partes, el pueblo era un revuelo
de movimiento, voces, gente. Los niños de la luna se dedicaban a
sus tareas, a limpiar la ropa, a preparar la comida. La mayoría de
ellos ofrecía una ligera sonrisa y una cortante inclinación de cabeza
al pasar, otros se tomaban el tiempo de hacer una reverencia,
colocar dos dedos contra la frente, luego mover esos mismos dos
dedos a los labios y finalmente al pecho.
No tenía respuesta para eso, pero no la necesitaban.
Satisfechos, todos se apartaban y seguían haciendo lo que estaban
haciendo una vez hecho el gesto.
—Es una reverencia. —Me llegó la voz de Toross.
Mi tío estaba de pie frente a mí. A su lado había un enorme
alce blanco que comía zanahorias de su mano.
—¡Ollie! —exclamé, acercándome a ellos—. Pensé que se lo
habían... ya sabes.
—¿Comido? No. A él no. Él es especial.
—¿Especial? ¿Por qué?
—Porque nos trajo a la Loba Blanca.
Le sonreí.
—¿Qué era lo que hacía esa gente?
—Es su forma de pedir una bendición.
—Oh... no sé cómo darles una.
Sacudió la cabeza.
—No tienes que hacerlo. Los niños de la luna han estado
viniendo a ti y presentando sus respetos desde...
Giré la cabeza y miré las ofrendas colocadas delante de la
tienda.
—¿Eso es lo que son?
—Piden tu bendición y te dan la suya a cambio.
—No sé qué decir.
—Significa que has sido aceptada. —añadió Ashera,
acercándose al otro lado del enorme alce. Tenía sus dedos en su
piel, y lo frotaba suavemente mientras se acercaba—. Eres una de
los nuestros.
—Gracias. Eso... significa el mundo para mí.
—Mira me ha dicho que nos vas a dejar.
—¿Ya ha hablado contigo?
La Alfa esbozó una leve sonrisa.
—Puede que todos hayamos participado en la preparación de
este plan. Me alegro de que hayas aceptado.
—¿No crees que estoy cometiendo un error? ¿Volver al
castillo, quiero decir?
—Mira a tu alrededor. ¿Has notado cómo se ha oscurecido el
cielo?
Volví los ojos hacia arriba. No me había dado cuenta, no hasta
que ella lo había señalado. El cielo estaba más oscuro. Las nubes
eran más gruesas y parecían agitarse desde dentro. No había
relámpagos, ni truenos, ni un rojo espeluznante, pero era extraño
de todos modos.
—¿Qué es eso? —pregunté.
—El Veridian. La tormenta se ha calmado, pero también se
ha extendido. Nuestros exploradores nos dicen que se hace más
fuerte cerca de Windhelm. Parece que la profecía está en plena
vigencia... ir al castillo es exactamente lo que debes hacer.
Un gélido escalofrío se abrió paso a través de mí.
—No me gusta cómo suena eso.
—A ninguno de nosotros nos gusta, pero tenemos un plan.
Mira te lo contará por el camino.
Asentí con la cabeza.
—¿Alguno de ustedes la ha visto? ¿O a Mel... o a Gullie?
Ashera lanzó a Toross una mirada rápida y juguetona.
—Quizá deberías entrar ahí. —dijo, señalando una de las
tiendas cercanas—. Prepararemos a Ollie para el viaje de vuelta a
Windhelm.
Los miré a los dos con desconfianza, y luego me dirigí con
cuidado a la tienda a la que me habían indicado que me dirigiera.
Se oían voces desde el interior. La de Mira, la de Melina, incluso
la de Gullie. Una vez más, me sentí como una intrusa una vez que
llegué a la solapa, como alguien que no pertenecía. Mi corazón se
aceleró, por alguna razón, pero me armé de valor y la abrí
lentamente.
Al entrar, mis ojos se abrieron de par en par y me quedé con
la boca abierta.
—Hola, Dee. —Saludó Gullie.
30
— ¿ Gull? —pregunté.

Gullie no podía mirarme directamente. Giró la cabeza hacia un


lado, jugueteó con los mechones de su pelo verde brillante y se
sonrojó. Sus alas de mariposa brillaban cuando la luz les daba, se
agitaban cuando yo las miraba, dejando que nubes de bruma verde
brillante cayeran al suelo donde ella estaba.
—¿Qué te parece? —preguntó, girando ligeramente.
—Eres... alta... ¿qué?
—¿No te dije que los niños de la luna eran amigos de los
duendes? Tuvieron la amabilidad de enseñarme un nuevo truco.
Me acerqué a ella. Seguía siendo más alta que ella, por lo
menos una cabeza, tal vez dos. Ella era menuda, pero tenía el
tamaño de las personas. No podía procesarlo.
—Espera... ¿así eres tú ahora?
Volvió a sonreír y sacudió la cabeza, con polvo de hadas
verde que se desprendía de su cabello y flotaba a su alrededor. Mel
y Mira estaban cerca, ambas con cara de satisfacción. Me imaginé
que sus rostros significaban que lo sabían desde hacía tiempo y que
posiblemente habían estado esperando mi reacción.
—No —respondió—, no puedo hacer esto todo el tiempo. Tal
vez sólo un par de veces al mes, pero debería durar todo el día
cuando lo haga.
—Gull... esto es increíble. Nunca pensé... quiero decir, no
tenía ni idea de que esto fuera posible.
—Yo tampoco lo sabía, pero es bastante genial, ¿no?
Me acerqué a ella, lo suficiente como para olerla. La fuerza
de su aura, su olor, era mucho más potente ahora. Me recordaba a
la primavera, a las flores que alcanzan su plenitud, a los hermosos
jardines. Temblando, la abracé, y ella me abrazó a mí. Las lágrimas
cayeron casi al instante. Era mi mejor amiga en el mundo, y nunca
había sido capaz de abrazarla.
—No puedo ni empezar a decirte lo mucho que necesitaba
algo así. —confesé.
—Pensé que te gustaría —dijo ella—. Es bastante agradable
no tener que mirar constantemente a todo el mundo. Quiero decir,
todavía lo hago, pero es diferente, ¿sabes? Ahora sólo soy bajita.
—Es bonito —afirmé, limpiando mis lágrimas—, me gusta
esto. Me gustabas antes, pero así también... es bueno poder
abrazarte.
Gullie se apartó. Ella también estaba llorando, aunque sus
lágrimas no eran verdes. Le pasé el pelo por detrás de su oreja
puntiaguda. Ahora nos parecíamos más que nunca, como
hermanas, en realidad. No podía expresar con palabras lo plena que
me hacía sentir estar tan cerca de ella.
—¿Te has dado cuenta de que Mira no ha intentado romper
esto? —preguntó Mel.
—Les estoy permitiendo un momento —respondió la
aludida—. Tenemos tiempo... aunque tengamos un horario.
—Bien. —solté, dejando ir a Gullie—. Sí, la perdición
inminente, Veridian, todas esas cosas. Algo serio. ¿Puede alguien
hablarme de ese plan que todo el mundo parece conocer excepto
yo?
Mel y Mira se miraron entre sí y luego a mí.
—¿Sabes lo que tienes que hacer? —preguntó Mel.
—Ganar la Selección Real.
Ella asintió.
—Eso es. Esa es tu parte del plan. Asegúrate de no perder.
—Espera, pero... ese no es todo el plan, ¿verdad?
—No lo es. Los niños de la luna están planeando un ataque al
castillo, pero está fuertemente fortificado. Si atacáramos de frente,
perderíamos la mitad de nuestro número antes de llegar al castillo.
—Por eso hay que ganar la Selección Real y restaurar al
Príncipe. —explicó Mira—. Lo necesitamos de nuestro lado.
—Pero eso es... ¿Y si ya no está ahí?
—Esperemos que lo esté, y que puedas traerlo de vuelta.
Tiene el poder de desactivar algunas de las protecciones más
poderosas que protegen el castillo de los ataques. Si puede hacer
eso, tenemos muchas más posibilidades de llegar al palacio.
—¿Y qué esperamos conseguir en el palacio?
Mira hizo una pausa.
—El Rey tiene que morir.
Mi corazón se hundió en el pozo frío en el que se había
convertido mi estómago.
—¿Quieres... matar al Rey Yidgam?
—Radulf, el Veridian... él es quien puso todo esto en marcha.
Él es el que tiene aspiraciones de conquista y dominación. Necesita
al Príncipe para dirigir el ejército, pero la idea, la orden, fue suya.
Tenemos que eliminarlo del tablero.
—Y luego necesitamos la piedra de la escarcha. —añadió
Mel.
—¿Por qué necesitamos eso? —pregunté.
—Todas las historias que les han contado a los niños de la
luna sobre el lobo blanco incluyen hablar de la piedra, y de cómo
puede purgar al Veridian de la tierra. Si el Veridian está
estrechando su control alrededor del castillo, entonces la piedra
está directamente debajo de él ahora mismo.
—Lo que hace que ahora mismo sea el momento perfecto
para atacar. —añadió Mira—. Pero tenemos que atacar
rápidamente, antes de que el Príncipe pueda movilizar al ejército y
emprender su cruzada.
—¿Crees que usando la piedra de escarcha podremos destruir
la tormenta? —pregunté— ¿Y salvar al Príncipe?
—Sin el Príncipe, no estoy segura de que ni siquiera tú puedas
usar la piedra de escarcha. Primero tienes que salvarlo a él.
—¿Y si no puedo?
—Entonces estamos condenados —dijo Gullie—, pero esa no
es la actitud correcta, ¿verdad? Así que, ¿qué tal si pensamos en
cosas positivas y felices?
Respiré profundamente.
—Muchas cosas pueden salir mal. —afirmé—. Pero Gull
tiene razón... podemos hacerlo. Sé que podemos. ¿Cuándo nos
vamos?
—Ya he hecho la maleta y estoy preparada para partir —
Informó Mira—. Los niños de la luna han encontrado nuestro
carruaje y lo han preparado al otro lado de las piedras... podemos
partir cuando estés preparada.
—Ahora es un momento tan bueno como cualquier otro. —
declaré—. ¿Vamos?
Ella asintió y se dirigió hacia mí, pero Mel se quedó atrás.
—Yo me quedo. —dijo.
Fruncí el ceño.
—¿Te quedas?
Ella asintió.
—Mira es tu custodia, así que tiene que ir contigo, pero
alguien tiene que ayudar a los niños de la luna cuando lleguen a
Windhelm. Conozco el castillo por dentro y por fuera. Necesitarán
mi ayuda para entrar.
Me acerqué a ella.
—¿Estás segura de esto?
Melina sonrió.
—Han sido buenos conmigo, Dee. He aprendido mucho de
ellos. Me siento como si hubiera encontrado mi tribu, aunque
probablemente estemos a mundos de distancia.
—¿Y tu familia? Probablemente estén preocupados por ti.
—Sabían que me iba. No sabían a dónde, no fui clara con
ellos. Pero por ahora, están a salvo. Sin embargo, si apareciera
contigo, eso podría cambiar.
—¿Y si el Príncipe ha decidido capturarlos?
—Si eso ha sucedido, entonces ahora mismo no puedo hacer
nada, mi prioridad es asegurarme de que este ataque se lleve a cabo
de la manera más suave posible.
Asintiendo, la abracé.
—Lo entiendo, pero cuídate, ¿vale?
Ella me devolvió el abrazo.
—Nos volveremos a ver pronto.
Me aparté ligeramente.
—¿Cómo sabrás cuándo atacar?
Una sonrisa socarrona se dibujó en sus labios.
—Lo sabremos. —aseguró—. Sólo hazlo, Dee. Todavía está
ahí dentro, y te necesita.
Se me hizo un nudo en la garganta.
—Eso es lo que me asusta... pero tienes razón. —Me acerqué
a la apertura de la tienda, dándole a Melina una última mirada—.
¿Gull? —pregunté—. ¿Tú también te quedas?
—No, voy contigo. Si vas a volver a la selección, me
necesitarás a tu lado... ¿podrías darnos un segundo, sin embargo?
La miré, luego a Mel, y sonreí.
—Tómate tu tiempo. Estaremos fuera.
Apenas salí de la tienda, sorprendí a Toross de pie frente a
Mira, con una mano apoyada en su mejilla y el pulgar en su
barbilla. Vi que ambos se miraban, y luego presionaban sus frentes.
Al instante, me di cuenta de que cualquier extrañeza que sentía al
respecto había desaparecido, sustituida por una especie de calidez
agridulce. Quería que esto sucediera. Quería que ocurriera. Pero
todo esto se sentía como un último adiós antes de una guerra.
Ahora que lo pienso... Me giré ligeramente y miré la abertura de la
tienda de la que acababa de salir. La solapa estaba abierta, pero aún
podía ver a Gullie y a Mel al otro lado de la misma, también
abrazadas de la misma manera que Toross y Mira.
Más lágrimas amenazaban con salir de mí mientras mi
corazón se disparaba. El día de hoy había empezado de una forma
de mierda, ¿pero esto? Esto le había dado la vuelta.
Decidí alejarme de la tienda y acercarme un poco más a Mira
y Toross, que se separaron cuando me aproximé.
—Te veré en el otro lado. —dijo mi tío.
Le abracé.
—Más vale que estés allí, si no te vas a perder toda la
diversión.
—No pienso perdérmela. Sólo cuídate.
—Confía en mí, está en buenas manos. —aseguró Mira—.
Aun me quedan algunas cosas más que enseñarle que le darán más
ventaja.
—¿Más ventaja? —pregunté.
—No creías que habíamos terminado de entrenar, ¿verdad?
Tienes un poder increíble, pero sigues siendo terriblemente
indisciplinada. Sin ánimo de ofender a tu actual maestro.
Él enarcó una ceja.
—No me ofendo.
—De todos modos, deberíamos irnos.
—Muy bien. Os veré pronto.
Toross hizo una ligera reverencia y nos dejó a Mira y a mí
solas a la sombra del gran alce blanco que nos iba a llevar de vuelta
al castillo. Hubo un momento de silencio en el que ninguna de las
dos habló, y luego ambas abrimos la boca para hacerlo al mismo
tiempo.
—Tú primero. —dijo ella—. Insisto.
Miré a mi tío, que seguía alejándose.
—Así que... esto es real entonces, ¿eh?
—En cierto modo. —respondió, mirándome con
desconfianza—. ¿Por qué? ¿Sigues teniendo problemas con eso?
Sacudí la cabeza.
—No. En absoluto. De hecho, me alegro mucho por ti.
—Bien. —Hizo una pausa— ¿Y Gullie y Mel?
—¡Sí! ¿Cómo no me di cuenta de eso, y por qué no hemos
hablado de ello todavía?
—Algunas personas son más reservadas que otras.
—¿Crees que ella sacará el tema?
—No estoy segura, aunque tenemos un viaje de dos días por
delante, así que habrá mucho tiempo para hablar por el camino... y
si mi nariz está en lo cierto, tenemos unas cuantas cosas de las que
conversar.
Mis ojos se entrecerraron.
—¿Tu... nariz?
—¿No me digas que tú tampoco no hueles el cambio?
—Yo... no. No creo que lo haga.
Me dio un simple Hmmm, que interpreté como que no se
había creído nada de lo que había dicho. Supongo que me lo
esperaba. Mira era increíblemente perceptiva porque había sido
entrenada para eso. La verdad era que había percibido un cambio
en mí. Era imposible no notarlo, aunque fuera fácil ignorarlo. Pero
no iba a admitirlo. Ni a ella, ni a mí misma.
No hasta que hubiera algo que decir.
Gullie se unió a nosotras después de un momento, y me quedé
mirándola con la boca abierta. Con sus alas de mariposa y su pelo
verde chillón, era una absoluta extraña en este lugar, por lo demás
blanco y marrón, sobresaliendo como un pulgar verde. Pero
también era Gull, mi mejor amiga, la duendecilla que había caído
por mi ventana hacía tiempo. Me iba a costar acostumbrarme a
verla caminar así.
—Estoy lista para partir. —afirmó, respirando
profundamente.
—¿Estás segura? —pregunté—. Podrías quedarte, ya sabes...
—¿Y dejar que te maten? Esto empezó con nosotras tres. Y
va a terminar con nosotras tres.
Le sonreí.
—Gracias, Gull. No creo que se me pase el susto de verte así.
—¿Crees que lo tienes mal? Prueba a ser yo. Todavía no me
he acostumbrado a ir andando a todas partes.
—¿Has probado ya a volar?
Miró por encima de sus hombros e hizo que sus alas se
agitaran. Eran grandes, nacaradas y hermosas, pero parecían hechas
de papel. Sin embargo, no creía que eso importara.
—No me atrevo. Todavía no.
—Muy bien, entonces vamos a subir la colina. ¿Estás
preparada para esto?
—Estoy lista para terminar con esto. ¿Y tú?
—Lista.
Lista para ganar la selección. Lista para vencer al Veridian.
Lista para recuperar a mi compañero.
Hacerlo o morir.

COntinuaRá…
Nota de la autora
¡Muchas gracias por leer Taken! Si eres un lector habitual de
mis libros, sabrás que éste se aleja un poco de lo que estás
acostumbrado. Espero que lo hayas disfrutado igualmente. A
diferencia de mis otras series, ésta se basa en el mundo real con
mucha más fuerza.
Dahlia, por ejemplo, trabaja en la Tienda Mágica de Carnaby
Street, en Londres. Ese es un lugar real en el que he estado varias
veces, y de hecho me inspiré para escribir sobre la Caja Mágica
durante mi último viaje. La Hexquis se basa libremente en la
Banshee, y el Wenlow se basa en el mito real de los nativos
americanos del Chenoo. Realmente quería basar esta serie en la
vida real para intentar poner énfasis en los pequeños aspectos de
terror que me encanta incorporar en mis libros.
En fin, no quiero entretenerte. Sólo quería darte las gracias,
de nuevo, por sumergirte en este nuevo mundo conmigo. Esta serie
tiene 4 libros, y luego escribiré un montón más de romance de
fantasía de portal, ¡porque me ENCANTA escribirlo! ¡Espero que
estés aquí para el viaje!

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